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Universidad Uniagustiniana.

Unción de los enfermos y Penitencia.


Padre: Luis Alejandro Almecigan.
Seminarista: Jhon Alexander Acuna Valencia.

Deseo iniciar este comentario con relación al tema el Sacramento de la Penitencia y la


Reconciliación, para esto deseo citar a San Lucas, 7-36,50 y su evangelio sobre la pecadora
perdonada, si bien el fundamento primero que sostiene a este sagrado texto, busca proyectar ante los
hombres el valor del perdón, de la misericordia, con el objetivo primigenio fundado en la base de la
reconciliación, también será de sumo valor ver el trasfondo de este texto apoyándose en los
numerales 1422 al 1498 correspondientes al Catecismo de la Iglesia Católica.

Penitencia, Confesión y Conversión, son las bases propias de los que Cristo mismo no ha ofrecido,
si bien, estos tres términos antes mencionados, son la esencia plena de la Palabra de Dios, también
estos mismos, serán parte propia del actuar de la Trinidad, en el plan de Salvación, ahora bien,
caminemos un poco más y miremos y admiremos cada de los Sacramentos, claro vislumbrando que
cada uno de estos nos acerca más a Dios y, por ende, debería alejarnos más del pecado.

Si bien, en palabras del Catecismo, por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo se renuncia al
mal y se alcanza la salvación, es decir la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva; es
claro que los sacramentos no pueden ser recibidos si los corazones no están preparados, pero
tampoco es lógico vivir en el pecado hasta momentos antes de la muerte, si bien nuestra fe es una
regalo mismo de Dios, será el actuar mismo de nosotros en la Iglesia y en nuestras vidas, la que
permita que esta fe crezca mucho más, es claro que la remisión de nuestros pecados nos concede
una vida nueva, pero es aún más claro que esto se debe a la llamada que hace Cristo a la conversión.

¿Pero quién llama? La respuesta es clara, la respuesta de conversión no es solo un accionar del
hombre, este es un accionar propio del corazón contrito y humillado que se abre a Dios, los santos
en la Iglesia, y los conversos han abierto su corazón básicamente porque Dios les ha impulsado en
este actuar, hoy a pocos días de iniciar el tiempo de cuaresma, se debe recordar que el hombre debe
arrepentirse y creer en el evangelio, es claro que Dios perdona, pero el hombre debe mostrar su
arrepentimiento ante Él, es claro que en tiempos antiguos la penitencia se enmarcaba en el modo de
vestir el sayal y de esparcir ceniza en la cabeza como signo, no solo de conversión y
arrepentimiento, también como signo de penitencia, es claro que la penitencia debe enmarcase en el
corazón con obras propias de él y no con obras materiales, propensas a la esterilidad y al engaño,
Crea en mi un corazón puro, devuélveme el gozo de tu salvación, porque tu Señor quiere el
sacrificio de un corazón contrito y humillado, un corazón así Señor tu no lo desprecias.
Universidad Uniagustiniana.
Unción de los enfermos y Penitencia.
Padre: Luis Alejandro Almecigan.
Seminarista: Jhon Alexander Acuna Valencia.

Si bien Cristo instituye el sacramento del perdón, es importante citar al


buen ladrón, el cual movido por Dios reconoce en el crucificado a la
misericordia misma y es aquí donde las palabras del rey David se cumplen, un corazón contrito y
humillado tu no lo desprecias, por ende, cuando el ladrón suplica a Cristo con su petición de que no
ser olvidado o borrado del libro de la vida, Jesús contesta no solo devolviendo la dignidad si no la
mira de Padre porque Él es Padre, de Hermano porque Él nos ha hecho hermanos y de Espíritu
porque solo de Él he de provenir el amor.

Tanto en texto de la pecadora, como en del buen ladrón se puede encontrar lo que bien se exige para
una confesión de corazón y es: la contrición, la confesión de los pecados, el perdón y la
satisfacción, esto en palabras más entendibles, podría enmarcase en: arrepentimiento, en el
reconocer y en la libertad misma que genera la acción de la absolución.

Por tanto, deseo terminar citando la formula absolutoria, propia de aquellos que nos preparamos
para el sacramento del orden Sacerdotal, pero perteneciente a Dios y a su pueblo.

Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y
derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el
perdón y la Paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

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