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El asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria desencadenó la Primera Guerra

Mundial

Otro constante foco de tensiones era la zona de los Balcanes, encrucijada de etnias diversas y
objeto de interés de distintos países. Para el Imperio austrohúngaro, que carecía de colonias y de
una fácil salida al mar, los Balcanes constituían uno de los mercados más importantes; por este
motivo rechazaba la aspiración de Serbia de unificar todos los pueblos eslavos meridionales en un
solo país. El Imperio otomano, que durante siglos había controlado la zona, quería conservar su
prestigio e influencia en la misma; el Imperio ruso, como ya se ha indicado, necesitaba conseguir
una salida al Mediterráneo, y por ello se erigió en defensora de los pueblos eslavos. Todos estos
agentes e intereses se enfrentaron en la Guerra de los Balcanes (1912-1913), que apenas llegó a
resolver nada; en 1914, la zona seguía siendo un polvorín.

En una situación tan conflictiva como aquélla, un enfrentamiento entre dos países que, en otras
circunstancias, habría quedado aislado o se habría superado por medio de negociaciones, dio pie
al estallido de la guerra más sangrienta conocida hasta entonces. El 28 de junio de 1914, el
asesinato en Sarajevo del heredero de la corona austrohúngara, el archiduque Francisco Fernando
de Austria, fue la chispa que desencadenó el conflicto. El autor material del asesinato fue un
estudiante bosnio vinculado a la sociedad secreta La Mano Negra, una organización nacionalista
radical de la que formaban parte oficiales del servicio secreto serbio y que estaba en contacto con
los jóvenes activistas bosnios.

Desarrollo y fases de la Primera Guerra Mundial

El atentado provocó la indignada protesta del gobierno austrohúngaro, que por medio de un duro
ultimátum amenazó a Serbia con la guerra si no atendía sus exigencias de tomar medidas
inmediatas contra los nacionalistas radicales serbios. La negativa serbia condujo a una declaración
de guerra y puso en marcha el sistema de alianzas: sucesivamente se implicaron Rusia, Alemania,
Francia e Inglaterra. Recibida con cierto entusiasmo entre la población de los
países contendientes, comenzaba la «Gran Guerra», así llamada por aquel entonces; tras la nueva
conflagración que asoló Europa entre 1939 y 1945, ambos conflictos serían bautizados con
ordinales: «Primera Guerra Mundial» (1914-1918) y «Segunda Guerra Mundial» (1939-1945).

Los contendientes de la Primera Guerra Mundial

Las fuerzas de los dos bloques enfrentados eran bastante equilibradas. La superioridad naval y
numérica de la Triple Entente (Francia, Inglaterra y Rusia) era compensada, en los Imperios
Centrales, por la capacidad de movilización y un potencial bélico mayor. El Imperio alemán y el
austrohúngaro carecían de grandes dominios coloniales, pero formaban un bloque territorial
compacto y coordinado.

Con la idea de derrotar a Francia antes de que pudiese recibir la ayuda de Inglaterra y de que una
ofensiva de Rusia los obligase a combatir en dos frentes, los alemanes aplicaron de inmediato el
plan Schlieffen, concebido años atrás por el anterior jefe del Estado Mayor alemán, el
mariscal Alfred von Schlieffen. Este plan de ataque preveía un vasto movimiento de las fuerzas
alemanas que, en seis semanas, habían de penetrar en Francia pasando por Bélgica, eludiendo así
las tropas y fortificaciones fronterizas francesas.
El espejismo de una guerra rápida (1914)

Bajo la dirección del general Helmuth von Moltke, el ejército alemán venció la resistencia belga,
atravesó el país y en pocos días se adentró en territorio francés, pero el embate germánico fue
frenado alrededor del eje constituido por el río Marne. Las fuerzas francesas, dirigidas por el
general Ferdinand Foch, resistieron el avance alemán, pero carecieron a su vez del poderío militar
suficiente para forzar su retirada; con todo, al disipar la posibilidad de una rápida ofensiva que
llevase a los alemanes a las puertas de París, la batalla del Marne (6-9 de septiembre de 1914)
resultó decisiva; representó asimismo un triunfo moral para los franceses y marcó el curso ulterior
de la guerra.

Nuevas batallas y combates entablados desde el río Marne hasta el Atlántico tuvieron un
desenlace similar; el frente occidental se estabilizó y, a principios de 1915, ambos bandos se
encontraban atrincherados en una línea de ochocientos kilómetros que se extendía desde Suiza
hasta la ciudad belga de Ostende, en la costa del Mar del Norte. Prácticamente no cambiaría hasta
la primavera de 1918.

Desarrollo de la Primera Guerra Mundial

En el frente oriental, Alemania hubo de responder a la ofensiva lanzada por Rusia. Mal entrenadas
y poco coordinadas, las tropas rusas fueron vencidas por las alemanas, comandadas por los
generales Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff, en la batalla de Tannenberg (26-30 de agosto
de 1914). Los rusos sufrieron numerosísimas bajas, pero su acción posibilitó el éxito de Francia en
el frente occidental, ya que obligaron al general alemán Helmuth von Moltke a trasladar diversas
divisiones del frente occidental al oriental para frenar la ofensiva rusa. La ausencia de estas
divisiones fue decisiva para inclinar la batalla del Marne en favor de los franceses.

Pese a la derrota frente a los alemanes, el Imperio ruso obtuvo algunas victorias sobre los
austriacos; pero, aunque no tan firmemente como el occidental, el frente oriental quedó también
estabilizado en una línea que se extendía desde el mar Báltico a los Montes Cárpatos. A finales de
1914, estaba claro que la guerra sería larga. Ante los exiguos resultados conseguidos por la
llamada «guerra de movimientos» de 1914 (rápidas movilizaciones de grandes contingentes para
aplastar al enemigo), los estados mayores se prepararon para la «guerra de posiciones», es decir,
para una agotadora guerra de desgaste que se prolongaría casi hasta el final de la contienda.

La guerra de trincheras (1915-1916)

A principios de 1915, ambos bandos construyeron complejas líneas de trincheras que


serpentearon por los cientos de kilómetros del frente. La fortificación alcanzaría tal grado de
virtuosismo que ninguno de los contendientes lograría una penetración decisiva. Al quedar
protegidos los soldados del alcance de las ametralladores enemigas, la capacidad armamentística
(morteros, lanzagranadas, lanzallamas) y muy especialmente la artillería pesada se transformó en
dueña y señora del campo de batalla. La industria siderometalúrgica se puso al servicio de las
necesidades militares y produjo masivamente cañones, morteros y obuses. El consumo de
municiones en los primeros meses de la guerra rebasó largamente las previsiones, y la cuestión del
aprovisionamiento acabó trasformándose en un asunto esencial, que obligó a modernizar y
planificar la producción y a utilizar mano de obra femenina.

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