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La Historia nos sorprende con giros inesperados. Después del 45, la posguerra europea se
construyó sobre el anhelo de una sociedad sin grandes diferencias de clase. El pacto entre la
democracia cristiana y los socialdemócratas se sustanció en lo que hoy conocemos como
Estado del Bienestar. Fue un medio siglo dorado para Europa: la demografía y la paz
jugaban a favor del crecimiento económico que, a su vez, revertía en mejores salarios para
los trabajadores y en una generosa red de protección social: sanidad y educación públicas,
seguro de desempleo, trabajo estable, pensiones ventajosas, vacaciones pagadas, semanas
laborales de 40 horas, etc. Así fue apareciendo una poderosa clase media llamada a cambiar
la fisonomía del consumo y de la cultura europea. En los Estados Unidos, el proceso no fue
exactamente igual –en parte por su mayor desconfianza hacia lo público–, pero en el fondo
tampoco fue tan distinto. Durante los años 60, el presidente Johnson declaró la “Guerra
contra la pobreza” e, incluso en los 80, el conservador Ronald Reagan no hizo mucho por
disminuir el déficit presupuestario. Con el paso de los años, sin embargo, el sueño de una
clase media universal se ha ido erosionando. En nuestro siglo, la pobreza ha regresado
como un factor político clave.