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La Biblia en las actividades


pastorales
M aría J osé S chultz M.*

Fecha de recepción: mayo de 2020


Fecha de aceptación y versión final: junio de 2020

Resumen
El presente artículo tiene por finalidad recuperar el valor de los textos bíblicos en
la actividad pastoral, cómo leerlos, qué descubrir en ellos y cómo dejarse interpe-
lar por la Palabra de Dios. El propósito es ayudar a usar la Biblia adecuadamen-
te para que, no solo su mensaje llegue a sus lectores, sino para que la Palabra de
Dios contenida en los libros no se quede encerrada en ellos, sino que diga a cada
uno lo que tiene para decir.
Palabras clave: pastoral, lecturas, experiencias, deseos, justicia del Reino

The Bible in pastoral activities

Summary
This article seeks to recover the value of using biblical texts in pastoral activi-
ties, how to read them, what to discover in them, and how to question oneself
using the Word of God. The aim is to help use the Bible correctly so that not
only does its message reach its readers, but also that the Word of God contained
in the books does not stay there, never to be heard, but is able to tell each of us
what it has to say.
Key words: pastoral, lectures, experiences, desires, justice of the Kingdom
of God

* Doctoranda en Teología Bíblica. Miembro del equipo editor de Reseña Bíblica.


mariajoseschulz@yahoo.es

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En el presente año se conmemora el XVIº centenario de la muerte de San


Jerónimo (420-2020), traductor de la Biblia Vulgata. Aquel esfuerzo de
antaño que Jerónimo realizó junto con sus colaboradores fue un empeño
que hoy podemos definir como “pastoral”. Traducir los libros bíblicos
desde el hebreo y el griego al latín, una lengua más conocida por el pueblo
que las anteriores, fue sin duda un esfuerzo por acercar a muchas más per-
sonas el mensaje de las Sagradas Escrituras. En el siguiente artículo quiero
proponer algunas reflexiones acerca del uso de la Biblia en la pastoral en
concordancia con la intuición de San Jerónimo de “traducir” la Palabra
de Dios para acercarla al pueblo.
Cuando pienso en “lo pastoral” lo primero que se viene a la cabeza son
actividades presenciales y, por las circunstancias de estos tiempos actua-
les, también las realizadas vía streaming, como: celebraciones litúrgicas,
reuniones, retiros, oraciones cantadas y un sinfín de acciones, en su ma-
yoría comunitarias, en las cuales se reserva un momento para volver a un
texto bíblico y dejarse animar por su mensaje. Suele ser más utilizado el
Nuevo Testamento que el Antiguo, más los evangelios que las cartas y,
sobre todo, aquellos textos más fáciles de leer y de comprender para evitar
conflictos y preguntas que el lector por sí mismo no pueda responder. El
tiempo de dedicación no es el tema en cuestión aquí, sino más bien, exa-
minar detenidamente los motivos por los cuales se reserva ese espacio para
volver a la Biblia y cómo aprovechar su lectura en la actividad pastoral
que preparamos, acompañamos o de la que simplemente participamos.

1. Palabra escrita para ser escuchada

Cuando leemos un relato bíblico se hace necesario caer en la cuenta de


que aquello que escuchamos a través de la Palabra llega hasta nosotros
porque a lo largo de los siglos una memoria colectiva ha conservado esa
experiencia salvífica que hoy se proclama. Es decir, aquello que leemos y
proclamamos en nuestra actividad pastoral (salmos, parábolas, epopeyas,
mensaje profético, leyes etc.) ha sido transmitido a lo largo del tiempo
con una intención, y esta es dar a conocer cómo Dios ha actuado a favor
de su pueblo en un tiempo determinado de la historia. La pregunta que

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muchos se hacen es si este relato se ha conservado solo como recuerdo de


una experiencia religiosa pasada o hay algo más que explica su transmi-
sión y conservación.
Las numerosas lecturas bíblicas que se proclaman en la celebración de la
Vigilia Pascual, que comienza con los relatos de la creación hasta llegar
al testimonio de la Resurrección de Jesús1, por ejemplo, son un precioso
recuento de la acción de Dios en la historia de la humanidad. Sin embar-
go, no volvemos a ellas solo para hacer memoria. Cada vez que leemos
un relato bíblico estamos ante un testimonio de fe, el cual no es solo una
versión escrita de un hecho salvífico, este hecho ha llegado hasta noso-
tros porque ha sido acreditado por numerosos testigos. Estos testigos son
todos aquellos que han creído en el Dios que se revela en esa experiencia
y han conservado la historia en la memoria; aquél o aquella que lo puso
por escrito; aquellos que lo han conservado para relatarlo a sus descen-
dientes y todos los que han vuelto una y otra vez al relato porque creen
lo que dice acerca de Dios. Cada uno de los que acuden a la Biblia con fe
se vuelve testigo del Dios vivo que se revela en sus relatos. Por tanto, este
retorno a la experiencia de Dios en el pasado no se reduce únicamente a
un acto de hacer memoria de lo bueno que fue Dios con el pueblo, sino
que la memoria del hecho, su recuerdo, busca reafirmar la vigencia del
actuar de Dios hoy.
Esto se debe a que, esa memoria colectiva que conservó los relatos reco-
noce una certeza tras los textos bíblicos, y esta es que lo que Dios hizo con
su pueblo en el pasado, lo sigue haciendo en el presente. El texto, por tanto,
no solo recuerda lo que Dios es capaz de hacer en beneficio de su pueblo,
sino también, es promesa de lo que puede hacer en el presente y futuro de
aquél que escucha y cree en su Palabra. Los relatos bíblicos se conservan
desde antaño y se vuelve a ellos porque son la prueba, la señal de que Dios
ha dado su palabra a la humanidad, de que, así como actuó en el pasado
salvando a su pueblo, se hará presente en la actualidad. Antiguamente,
cuando no había notarios sino solo testigos entre partes que buscaban

1. Gn 1,1-2,1; Gn 22,1-18; Ex 14,15-15,1; Is 54,5-14; Is 55,1-11; Ba 3,9-15.32-


4,4; 36,17-28; Ro 6,3-11; Mc 16,1-8. He omitido los Salmos.

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un acuerdo, se decía entre los firmantes “te doy mi palabra” a modo de


asegurar que se haría lo prometido. La Biblia es esa palabra de Dios que,
una y otra vez, vuelve a decir a través de ella: voy a realizar lo que digo.

2. Afinar el oído que escucha

Los relatos bíblicos dicen muchas cosas, algunas de las cuales ni siquie-
ra los más especializados en ella son capaces de interpretar o entender2.
Por ende, es razonable que para un creyente de a pie no todo sea com-
prensible, ni aun leyéndola mil veces. Ahora bien, teniendo en cuenta
la dificultad en la interpretación de muchos textos, ¿qué es lo esencial a
contemplar en ella? Anteriormente, recordábamos que los relatos bíbli-
cos son una promesa de salvación, esto significa que cada escrito contiene
un testimonio acerca de Dios, de la humanidad y, muchas veces, de la
creación. En consecuencia, lo que debe observarse con detención en su
lectura es, precisamente:
• Qué se dice acerca de Dios, de Jesús, del ser humano, de la crea-
ción.
• Qué afirmaciones de fe por parte del autor, narrador y personajes
presenta.
• Qué aspectos del ser humano y la realidad denuncia (violencia,
injusticia, muerte, etc.)

Estas preguntas son las que deben plantearse al relato a la hora de elegir
un texto para cualquier actividad pastoral. El texto bíblico escogido debe
ir en consonancia con la imagen de Dios que se busque realzar, celebrar
o revelar (por ejemplo: creador, Padre, misericordioso, que juzga justa-
mente etc.), puesto que no todas las citas sirven para cualquier ocasión.
No es lo mismo animar una liturgia penitencial con la parábola del siervo

2. Por ejemplo, Gn 6,1-4; 1Pe 3,19. En ambos casos los especialistas no se ponen
de acuerdo en su interpretación por los escasos elementos con los que se cuenta
para entender lo que el autor quiso decir.

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sin entrañas (Mt 18,23-35) que una con la parábola del hijo pródigo
(Lc 15,11-31). Si bien, ambos relatos pueden iluminar la experiencia, no
acentúan los mismos rasgos de Dios, usar uno u otro dependerá tanto de
la imagen de Dios que se quiera dar a conocer como del itinerario espiri-
tual que se quiera invitar a recorrer.
Esto, a su vez, significa que hay que aplicar una selección razonada a la
hora de escoger una lectura bíblica, pues no todos los relatos o citas se
entienden completamente, si no son leídas desde de su contexto históri-
co como literario. Por ejemplo, si no atendemos a la situación histórica
en la que surge el relato del “ojo por ojo, diente por diente” (Ex 21,24;
Lv 24,20; Dt 19,21), no podemos equiparar su sentido e importancia
con la llamada de Jesús a “amar a los enemigos” (Mt 5,38), que tiene
pleno sentido desde la fe aun fuera de su contexto. La ley del talión, en
cambio, cuando se propuso como palabra de Dios fue importante porque
superaba la moralidad de la época y, en ese sentido, se volvió una exhor-
tación ética para el pueblo. Otro ejemplo son los salmos imprecatorios
(69; 79; 109), aquellos que piden la venganza de los enemigos, estos se
pueden entender desde la situación histórica de sufrimiento en el que
surgen, pero claramente no pueden proponerse como expresión de fe si
no se tiene en cuenta su lugar en la historia salvífica del pueblo de Israel.
Es indudable que hay relatos que en la actualidad son más atingentes que
otros, que aun siendo todos Palabra de Dios, son más útiles y cercanos
para acompañar el presente, una genealogía (Gn 4,18-22) se hace más di-
fícil de leer que una parábola (Mc 4,21-23), un profeta con su mensaje de
denuncia del pecado (Am 2,6-8) es más complejo que escuchar los dichos
de Jesús a la multitud (Lc 4,17-26). Sin embargo, esta dificultad debe ser
examinada, pues, aunque el texto sea complicado, la acción de Dios está
allí, entre líneas y es lo que el creyente está llamado a descubrir. Esas his-
torias, a pesar de su complejidad, se han conservado porque cumplen una
función dentro de la historia salvífica, función que a primera vista cuesta
desvelar, pero que resguardan una verdad que espera ser descubierta.
Cuando se plantean este tipo de dificultades se sugieren dos salidas: pri-
mero, cada vez que se está ante un relato difícil, hay que intentar abordar-
lo, examinarlo y escucharlo para entender qué es lo que realmente quiso

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decir en su momento, cuál es el tema de fondo, de qué habla la historia,


qué situación vital evoca y, desde ahí, descubrir su sentido para el presen-
te. Esto demanda tiempo, dedicación y a veces estudio, el camino fácil es
pasar de largo y buscarse otro pasaje bíblico. Sin embargo, acceder a las
citas a pie de página de la Biblia, a introducciones bíblicas, páginas webs
o comentarios que ayudan a la interpretación es viable y accesible para la
gran mayoría y es un modo de ampliar el conocimiento acerca de cada
libro. Un segundo camino, consiste en examinar el modo de aproximarse
al relato. Si bien, es tarea del catequista, animador y de todo creyente, dis-
ponerse a escuchar qué dice Dios en cada texto, hay que evitar en la lectura
anteponer en primer lugar la pregunta ¿qué me dice? Pues si se lee única-
mente desde la situación vital personal, se corre el riesgo de condicionar
lo que Dios quiere decir a través de su Palabra. Puede ocurrir que, si no se
entiende o si no responde a las circunstancias personales, se busque otro
texto, incluso, si no agrada lo que dice, se lee uno que antes haya funcio-
nado, o simplemente, se abandone la Biblia y se proponga una historia
inspiradora, pero no inspirada. Esta actitud refleja una lectura narcisista
de la Palabra, ya que se está más atento a escuchar lo que desde la situa-
ción personal quiere decir el texto, es decir qué siento que me dice a mí el
relato y no, precisamente, qué dice de Dios o qué dice Dios. La propuesta
pastoral de una lectura desde el sentir del creyente invita a una contem-
plación circular, ombliguista, pues habla el que debiera escuchar y no deja
hablar al que se busca escuchar. Para muchos renunciar a esta pregunta
puede parecer que se excluye al creyente del diálogo con Dios; pero la
actitud de dejar a Dios hablar tiene el propósito de que Él hable primero
y, luego, cada uno responda a su Palabra. Si este diálogo lo comienza el
creyente será más difícil dejar espacio al silencio y a la contemplación de
lo que Dios quiere decir.

3. ¿Qué escuchar?

Los relatos bíblicos han llegado hasta hoy, primero, por la transmisión
oral y, luego, por medio de la escritura. Lo que subyace al fenómeno de
la transmisión es que quienes conservaron estos relatos tenían la inten-
ción de comunicar, dar a conocer a sus descendientes una enseñanza,

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algo aprehendido por ellos y por sus antepasados. Lo mismo ocurre en el


caso de los apóstoles, transmitieron oralmente primero y, sus discípulos
después, las enseñanzas de Jesús, sus dichos, acciones y gestos. El motivo
por el cual se conservan estos relatos es que tienen también una función
educativa.
Si antes se recordó por qué la memoria colectiva conserva las historias del
pueblo, ahora cabe la pregunta ¿qué preservan esos relatos? pues en ello
está la clave de por qué sigue siendo útil educar a través de la Palabra de
Dios. Pablo lo tuvo claro, en la segunda carta a Timoteo (3,16) afirma:
“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, argüir, para corre-
gir y para educar en la justicia”. Las palabras del apóstol lo resumen bien,
las Escrituras enseñan, ofrecen argumentos, corrigen y educan acerca de
la justicia, pero no necesariamente acerca de la justicia humana, pues hay
evidentes casos donde esta se equivoca3. La Biblia instruye principalmen-
te acerca de la justicia divina, el deseo de Dios para la humanidad, qué
es lo bueno, lo justo a los ojos de Dios. Pablo afirma que las Escrituras
educan acerca de la justicia, pues en la medida en que se conoce la justicia
de Dios y cómo actúa, el corazón humano puede aprehender de ella.

a) Justicia en el Antiguo Testamento


El hito fundante que constituye a Israel como pueblo de Dios fue la li-
beración de la esclavitud de Egipto. En ese hecho salvífico Dios se reveló
como un Dios misericordioso y compasivo que, viendo y escuchando el
clamor del pueblo, bajó para liberarlos de la opresión (Ex 3,7-10). Sin
embargo, no solo su acción liberadora en el Mar Rojo reveló su sentir por
el pueblo, a esta acción le acompañó luego la entrega de la Ley. A Dios no
le bastó salvar al pueblo, sino que se comprometió con este por medio de
una Alianza (Ex 20, 1-21), en la cual manifestó el sentido de su acción en
el mar. El acto liberador por parte de Dios a un grupo de esclavos y la pos-
terior entrega de una ley que busca liberar de toda esclavitud a aquellos
que la viven, es la palabra que revela la justicia que Dios anhela no solo

3. Por ejemplo, el rey David no es precisamente un modelo de hombre justo. Véase


el reproche que le hace el profeta Natán por su actitud 2Sm 12,1-10.

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para Israel, sino para toda la humanidad. Las normas que se desprenden
del Decálogo retratan el tipo de convivencia que Dios anhela para los
israelitas, pero, además, el deseo de que Israel sea un ejemplo de vida para
el resto de las naciones 4. Esto significa que la justicia que revela la Ley es
un modo de vida y comportamiento que pone de manifiesto la justicia
que Dios desea para la humanidad. Aunque luego las leyes no se cum-
plieran del todo a lo largo de la historia de Israel, como lo demuestran las
denuncias de los profetas, son un llamado permanente a construir rela-
ciones solidarias, muestran la voluntad de Dios de erradicar la injusticia
social y su recuerdo permanente revela, por tanto, su justicia.
Esta experiencia vivida en el desierto es para Israel determinante en su
forma de comprender a Dios y su acción; por ello es un hecho que se rei-
tera y reinterpreta en muchos lugares de la Biblia, pues nunca se termina
de comprender del todo cómo es Dios y cómo salva. De ahí que, cada
uno de los libros veterotestamentarios, sea un esfuerzo por dar a conocer,
de manera singular, aspectos de la justicia divina que se han ido descu-
briendo y comprendiendo a lo largo de la historia del pueblo. Si bien, no
es un tema explícito en todos, y en algunos es más difícil reconocerlo,
no hay uno solo que no nos sitúe ante un testimonio acerca de cómo es
Dios, pues cada escrito es un esfuerzo del autor, en su tiempo y contexto
histórico, por responder a ello. Cada uno de los libros es el relato de una
o de muchas experiencias salvíficas, testimonios acerca de cómo Dios ha
actuado a favor de su pueblo aplicando su justicia, la cual se revela en su
mirada, su sentir, su apreciación del ser humano, su posición ante el mal
y la injusticia. En este sentido, si el creyente es capaz de reconocer en el
texto cómo y dónde ha actuado Dios en el pasado, posiblemente, se lle-
gue a la respuesta acerca de cómo aplica su justicia hoy.

b) El Reino de Dios y su justicia en el Nuevo Testamento


En los evangelios la justicia de Dios se revela explícitamente en Jesús, en
sus acciones y, también, en sus palabras. Marcos, al inicio de su obra, lo

4. González-Carvajal, L., El clamor de los excluidos. Reflexiones cristianas ineludi-


bles y los pobres, Sal Terrae, Santander 2009.

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explica con el testimonio de Juan que prepara la llegada de Jesús (1,15):


“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en
la Buena Noticia”. En esta cita está la clave de lectura del Nuevo Testa-
mento. El Reino anunciado por Jesús y la Buena Noticia proclamada por
Él es lo que el creyente debe escuchar con atención cuando se aproxima a
los evangelios, así descubrirá el actuar de Dios y su justicia.
El Reino de Dios es un concepto que aparece reiteradas veces en los evan-
gelios, incluso en algunas cartas, pero nunca se explica qué es, dónde está
o como llegar a él. Los evangelistas, en las parábolas del Reino y en los
dichos de Jesús, han dado pistas para reconocerlo5, por ello se sabe que
no se trata de un lugar, ni de un espacio, tampoco de algo que se consigue
o conquista6. Más bien, dan a entender que el Reino, que con Jesús se
instaura, es una promesa de bienestar y plenitud que se cumple tanto en
su persona por medio de sus palabras y obras, como en todos aquellos
que replican su actuar. Por ello, la lectura de los relatos en clave de Reino
demanda al creyente estar atento a escuchar qué se dice de Jesús, cuál es
el contenido de sus palabras, qué hace, qué siente, cómo se relaciona.
Porque Jesús no es equiparable al Reino, pero en Él se hace presente.
Por una parte, atender a su mensaje, al contenido de su Buena Noticia,
sitúa al creyente ante una palabra liberadora, ante la posibilidad de cono-
cer la justicia de Dios, su deseo de bien para la humanidad, especialmente
para los pobres y oprimidos. Las palabras de Jesús históricamente tenían
un poder y este era el de ofrecer una esperanza de vida nueva, pero tam-
bién, ese modo nuevo de concebir el mundo, la sociedad y la relación
con Dios tenía una consecuencia real en quién lo oía. El solo hecho de
escucharlas ya tenía un efecto restaurador en el oyente, pues esa esperanza
de un futuro mejor se ponía en marcha en Jesús y, por ello, transformaba
la vida de quien la oía. Su mensaje liberador se imponía ante los discursos
deshumanizadores y exclusivistas que apartaban a Dios del pueblo, con
Jesús se comenzaba a ser hijo de Dios como Él lo era.

5. Mc 4; Mt 13; Lc 8.
6. Mt 5-7. Véase M oxnes , H., Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del
grupo familiar y el Reino de Dios, Verbo Divino, Estella 2011.

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No obstante, la proclamación del Reino no se quedó solo en una promesa


de liberación futura, Jesús, con sus gestos y palabras, reveló que esa libe-
ración estaba cerca, en ciernes, como una semilla en medio del pueblo.
En la medida que los más desfavorecidos (pobres, enfermos, pecadores)
alcanzaban salud, perdón, paz y, con ello, la reintegración no solo a la
sociedad sino también a la religión que los había excluido, experimenta-
ban el Reino de Dios, porque comenzaba a reinar su justicia. Jesús encaró
situaciones de injusticia e inhumanidad que se habían sostenido por largo
tiempo, pues los israelitas desoyendo la primicia del Decálogo y, luego
a los profetas, habían dejado de ser un pueblo gestor de justicia7. En
consecuencia, en Jesús comienza la liberación de aquellos que sufren in-
justamente y sus gestos y actitudes expresan el deseo de Dios de una vida
más plena para todos. Por ello en los evangelios el Reino es don, porque
se demuestra que, Jesús con sus acciones, lo instaura en el mundo; pero
a la vez, es tarea, pues aquellos que se definen discípulos suyos, Jesús los
llama a cooperar en su realización sabiendo que la plenitud de su vivencia
será futura. De ahí que, contemplar con detención los gestos, actitudes,
palabras y acciones de Jesús que los evangelios evocan, es un modo de
conocer el camino a seguir de aquellos que buscan imitar a Jesús y ser
hijos como el Hijo, pero, además, de contemplar la tarea del discípulo
con respecto al Reino y su justicia,

Escucha atenta para escucharme

La mentalidad semítica es rica en componer imágenes a través del lengua-


je, como quien describe un cuadro sitúa al lector ante personajes, accio-
nes, emociones y experiencias. Si se está ante un salmo el lenguaje es rico
en emociones, pensamientos, sentimientos, deseos. Aspectos que no se
pueden calificar ni como buenos ni como malos, simplemente el salmista
ha abierto su corazón y expresado lo que en él hay, con sus palabras y des-
de su cultura busca celebrar, alabar, suplicar. Este género poético tiene el

7. C ostadoat , J., “Cristo liberador, mediador absoluto del reino de Dios”, Teo-
logía y Vida 49 (2008), 97-113.

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efecto de hacer de espejo, en el sentido de que el lenguaje, el modo como


el salmista expone su causa, le ofrece al lector creyente una forma concre-
ta de expresión; es decir, el salmista le presta las palabras, sus expresiones
pueden ser eco de las emociones, sentimientos y pensamientos del lector.
Del mismo modo, los relatos narrativos, a pesar de la distancia en el tiem-
po y cultura con el lector, sus personajes y la descripción de situaciones,
esconden una situación vital, un conflicto, una trama, una pregunta de
fe que intenta ser resuelta8. ¿Qué de todo esto tiene que ver con el lector,
oyente de la Palabra? Quizás, el relato no hable de la situación particular
en la que se encuentra ni pueda identificarse con la historia ni los per-
sonajes, pero aquello que el relato revela tiene el poder de cuestionar,
interpelar, comprometer, invitar y movilizar. Pues el Espíritu con que
fue escrito, es el Espíritu con el que debe ser leído (DV 12), es decir, el
mismo Espíritu que suscitó la experiencia salvífica del pasado, es el que
movió a los hagiógrafos a ponerlo por escrito y es el mismo que habla en
el corazón del creyente. Hay un fenómeno misterioso de continuidad
en el tiempo de la experiencia salvífica a la que es posible insertarse solo
desde la fe.
La verdad acerca de Dios que el escrito revela al creyente es el descubri-
miento de un tesoro (Mt 13, 44-26), como lo es la verdad sobre sí mismo,
que también descubre el relato a quién escucha atentamente lo que Dios
quiere decir a través de él. Esto es muy distinto al ombliguismo del apar-
tado anterior, puesto que quién dice una palabra acerca del creyente es
Dios. Él es quien revela a través del lenguaje y experiencias humanas de
otro tiempo y cultura un horizonte de sentido, una pregunta que cuestio-
na, una ética que interpela y, todo ello, requiere una respuesta personal.
Se escucha su Palabra que exige una respuesta, pero esa respuesta de-
manda también la escucha de la propia interioridad, allí donde se anidan
los temores, las esperanzas, las dudas, los anhelos, el deseo de responder
en fidelidad, pero también el miedo a la renuncia. Escuchar-le, entonces,
conlleva luego escuchar-me para responder a su Palabra.

8. Por ejemplo Gn 4,1-16: ¿de qué trata la historia de Caín y Abel? ¿Cuál es el
conflicto? ¿Qué acciones del ser humano denuncia el texto? ¿Qué rasgos de Dios
revela?

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En la medida en que los animadores pastorales, los catequistas, los cre-


yentes tomen conciencia de que el libro, la historia, el relato bíblico que
tienen entre manos es promesa de un don, probablemente, ayudarán a
disponer el oído para escuchar qué dice y, por añadidura, prepararán el
corazón para responder a la tarea que Dios propone, preparar la tierra
para la instauración del Reino y su justicia.

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