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29/7/2020 ALEF · Experiencia e innovación en psicoanálisis » Género y sexo, ¿a qué no ceder?

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Clínica Psicoanalítica

27 GÉNERO Y SEXO, ¿A QUÉ NO CEDER?


MAR Publicado por Alef / Comentarios 0

2019

Género y sexo, ¿a qué no


ceder?
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Roland Chemama*
 

¿Dónde se sitúan los psicoanalistas con respecto a lo que se puede decir de estas “dos
clases”, como Lacan las designa en 1967, estas dos clases que constituyen los hombres
y las mujeres, estas dos clases cuyas representaciones y relaciones realmente
cambiaron durante las últimas décadas?

Se sabe que uno de los aspectos fuertes del cuestionamiento contemporáneo se


organizó en torno al pensamiento de Judith Butler.
Butler Es necesario tomar el tiempo de
continuar de manera precisa las articulaciones de Butler
Butler, pero también la difusión de
sus tesis y la forma a menudo controvertida con que se le respondió. Y, nalmente, no
se debe excluir de nuestro cuestionamiento la consideración de lo que está
sucediendo hoy en la realidad de las relaciones entre hombres y mujeres. Los dos
planos, – el plano teórico y el plan práctico- no proceden uno del otro, pero tampoco
no están vinculados.

Está claro que, como todos los presentes aquí, podré abordar estos puntos de manera
parcial. Organizaré, entonces, lo que le diré tratando de responder una sola pregunta
que me parece esencial. Ante el conjunto de cambios con los que nos enfrentamos, y
sobre todo ante a la multiplicación de puntos de vista complejos que avanzan en
todos estos puntos, los psicoanalistas no tendrían que preguntarse si habría una
posición que tendrían que mantener en tanto psicoanalistas. Debemos, por supuesto,
que tener en cuenta los cambios contemporáneos, y nada nos obliga a tener un
enfoque pasado. Pero, ¿no hay todavía, en las preguntas que surgen hoy, algún punto
sobre el cual habría que no ceder?

A menudo se ha entendido, en lo que concierne a Judith Butler


Butler, que el concepto de
género, que ella no inventó sino que dio una consistencia particular, permite designar
las diferencias no biológicas entre las mujeres y los hombres. El punto principal, en lo
que concierne a las mujeres y a los hombres, no es situado a partir del sexo
anatómico, sino que debemos tener en cuenta lo que podemos llamar su género –
género femenino o género masculino – que no sería dado sino construido. Este
concepto permitiría no encerrarse en una representación de naturaleza femenina que
sería tanto más de nitiva si se basara en datos biológicos. Sin duda, este concepto ha
sido útil para luchar contra una dominación masculina que pretendía sostenerse de
diferencias “naturales”. Notemos también que, en este primer punto, los
psicoanalistas deberían estar de acuerdo con las tesis de Butler
Butler. “Hombre” y “mujer”
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no son ciertamente realidades naturales, reducibles a un ser biológico. Judith Butler


también destaca: “la interpretación de Lacan según la cual nada es prediscursivo”.

Sin embargo, no podemos detenernos allí. En primer lugar, es necesario indicar, para
evitar una simpli cación demasiado grande, que para Butler lo que se llama sexo no
es más “natural” que el género. Según ella, el discurso también tiene un efecto sobre
el sexo, no sobre la realidad anatómica de los órganos sino en lo que es más
importante: la sexualidad. ¿Quién lo disputaría? Se verá que el hecho de que Butler no
olvide la dimensión de lo sexual puede interesarnos particularmente en este
momento.

Pero volvamos a la cuestión del género. El “género” para Butler y los autores en los
que se inspira, es de origen social y cultural. Se impone a través de una dimensión
performativa, en el sentido de la lingüística, ya que los discursos sobre el hombre y la
mujer tienen la capacidad de producir lo que describen. A tener en cuenta, sin
embargo, que Butler parece tener di cultades para pensar qué puede ser limitante
en esta productividad. ¿Se puede pensar que el discurso sobre el género es
totalmente contingente, en el sentido de que podría llevar, según las épocas y los
hablantes, a las conclusiones más diversas? Al menos eso es lo que se entendió en los
círculos más conservadores, y usaron esa idea para crear el miedo de que aquello a lo
que se llama las “teorías de género” no tenían otra n que el de deconstruir las
relaciones tradicionales entre los sexos para lograr una intercambiabilidad total de
hombres y mujeres, de sus roles, de sus formas de ser y de hacer.

No seguiremos estas críticas, especialmente porque el psicoanálisis no pretende decir


qué es un hombre o qué es una mujer. Es esto lo que dice con cierta fuerza el texto de
Lacan que nos recuerda Luigi Burzotta, quien organiza estas jornadas. Si se quiere de
los hombres y las mujeres dos clases, diferenciadas de manera de nitiva, tal
discriminación que sería básicamente una segregación, solo toma un valor para el
estado civil o para el consejo de revisión. Cabe señalar que incluso en estos campos
donde este valor se considera indiscutible, las cosas cambiaron desde 1967. Ya no hay
un consejo de revisión, hay mujeres en el ejército, y desde hace muy poco tiempo la
existencia de algunos casos de intersexualidad lleva a la legislatura a reexaminar la
obligación, desde el punto de vista del estado civil, de indicar si es sexo masculino o
femenino. Pero si leyó el argumento, vio que, para Lacan, al menos, es necesario hacer
preguntas en otro nivel.

Lo que dice Lacan es que la pertenencia sea a una u a otra de estas clases ya no es
su ciente para de nir la relación entre hombres y mujeres. Estos, dice en el texto que
cita el argumento, no tienen ninguna evidencia en lo que concierne a a la vida familiar
y están bastante revueltos en lo que respecta a la vida secreta. Es interesante a este
respecto recibir analizantes hombres o analizantes mujeres cuya madre, por ejemplo,
se ha enamorado después de su divorcio de otra mujer. No se debe estar en negación
aquí bajo el pretexto de que no hay nada que decir acerca de la elección de género de
un partenaire. Cuando las elecciones cambian en el transcurso de la vida, esto afecta
inevitablemente a las representaciones conscientes e inconscientes del hombre, de la
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mujer y de la pareja. Digamos que el sujeto no puede representarse las dos


con guraciones como equivalentes.

Ahora es sobre la cuestión de la equivalencia que me gustaría decir algo. El discurso


contemporáneo, porque quiere situar en la igualdad desde el punto de vista del
derecho, a los individuos sea cual sea su sexo, nos acostumbra, me parece, a
descon ar de cualquier diferenciación implícita o explícita. Esto se sintió bien hace
aproximadamente un año, cuando el movimiento de denuncias de acoso sexual,
iniciativa en sus comienzos, se encontró en su apogeo. En ese momento fue difícil
para los hombres y para las mujeres que sentían que lo que estaba sucediendo era
excesivo, para hacer valer un punto de vista diferente. Algunos y otros todavía se
atrevieron a hacer la pregunta. ¿Bajo qué condición, por ejemplo, es admisible una
iniciativa de seducción? ¿Las relaciones entre dos partenaires deberían ser
codi cadas – por contrato – para protegerse contra cualquier iniciativa experimentada
como acoso? Y aquí es donde algunos y otros constataron la di cultad de hacer
entender que existe el riesgo de complicar las cosas en las relaciones entre hombres y
mujeres, olvidando que tal vez los unos y los otros no se sitúan de igual manera con
respecto al deseo sexual.

Pero cuando se informa una eventual diferencia, ¿sigue siendo audible? Hace unos
años, en un simposio abierto a una amplia gama de interesados que trataba la
cuestión de “las mujeres en la cultura”, tuve la oportunidad de recordar algunos
rasgos que pueden intentar diferenciar a hombres y mujeres, incluso si reconociera
plenamente que no habría homogeneización de esos dos grupos. Me había referido a
algunas de las contribuciones de Lacan, en particular al hecho de que las mujeres
estarían menos inclinadas a agruparse detrás de una bandera fálica. Y sería para evitar
hacer de “mujeres” un conjunto del que más bien habría hablado de lo femenino.
Comprendí rápidamente que esta forma de decir sería incluso menos adecuada para
aquellos y aquellas para los cuales hombres y mujeres debieran pensarse en su
contribución a la cultura a partir de un ideal de paridad ¿Al hablar de lo femenino, no
me arriesgaba a jar una esencia sobre la que siempre se podía basar una
desigualdad?

En ese momento, el hermoso libro de Gérard Pommier titulado Femenino , una


revolución interminable , aún no había aparecido. Si lo hubiera hecho, me habría
sentido más cómodo para mostrar que intentar decir qué era lo femenino no tenía el
objetivo de discriminar a las mujeres. En el caso de Gerard, por el contrario, hay algo
revolucionario en lo femenino.

Pero si queremos autorizarnos una vez más a tales preguntas, ¿somos audibles? El
problema quizás es que los psicoanalistas, cuando realmente intentaron de nir
“masculino” y “femenino”, no pudieron dar como resultado ubicar un “ser hombre”
más que un “ser mujer”. Y con respecto a esto, las primeras elaboraciones, la de Freud
en particular que inscribe lo masculino en el lado de la actividad, y lo femenino en el
lado de la pasividad, han a menudo desacreditado de antemano la continuación de
nuestros intentos.
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¿Debemos entonces rendirnos al espíritu de la época y renunciar a toda suposición de


una diferencia? O deberíamos considerar que para cada época la constitución de las
“dos clases” será estrictamente reducible al discurso performativo que asigna a los
individuos identi cados como biológicamente hombres ciertas normas de
comportamiento, y para individuos identi cados como mujeres otras normas muy
diferentes. Y, por lo tanto, no tenderemos a considerar las diferencias cada vez menos
importantes que de alguna manera serían arti ciales.

Aquí es donde formularé lo que me parece importante, lo que me parece que no se


debe ceder, y me arriesgo a hacerlo aunque tenga poco tiempo para demostrarlo. Me
parece que, evidentemente, no tenemos que intentar formular lo que serían un
“hombre” y una “mujer”. Estas de niciones jas se prestarían a risa.

Pero incluso si no podemos explicar los términos de una diferencia, me parece que
tenemos que mantener la idea. O más precisamente, es importante que los
psicoanalistas den cuenta de una experiencia en la que la pregunta de esta diferencia
es precisamente lo que, para cada uno, heterosexual u homosexual, los abre al deseo.

Esto me parece lo que escuchamos en nuestra práctica, pero me parece interesante


verlo con rmado por un comentario de Judith Butler.
Butler Éste, en su libro, viene a hablar
sobre las relaciones entre el “marimacho”, lesbianas con apariencia andrógina y la
“femeninas”, lesbianas que mantienen un cierto número de códigos, de vestimenta,
por ejemplo, de mujeres heterosexuales. Ahora esto lleva a Judith Butler a un
comentario interesante. Cito “Como explicó una lesbiana femenina, a ella le gusta que
sus boys sean girls, lo que signi ca que “ser una girl” pone en contexto y le da otro
signi cado a la” masculinidad “de la identidad marimacho (…) Es precisamente esta
yuxtaposición disonante y la tensión sexual que genera esta transgresión lo que
constituye el objeto del deseo”. Lo que dice esta mujer me parece más cierto que lo
que dicen, por ejemplo, las mujeres bisexuales que pretenden poder amar a hombres
y mujeres exactamente de la misma manera porque los hombres y las mujeres, en el
fondo, no serían diferentes. diferente. Una vez más, lo que permite el deseo es la
diferencia, y es por eso que es importante que nosotros, psicoanalistas, no nos
asociemos con un discurso que alinea continuamente la cuestión de  la igualdad con
la de la identidad.

*Roland Chemama es psicoanalista en parís, fue presidente de la asociación


Lacanniene Internacional y de la Fondation européenne pour la psychanalyse

Ponencia presentada en el coloquio : “La lógica del sexo” organizada por la Fundación
Europea para el Psicoanálisis 26 y 27 de Octubre de 2018 Florencia Italia .

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Traducido para ALEF (Asociación Latinoamericana de Estudios Freudianos) por Lila


Fabro

Comentario del libro: “Eros, El dulce amargo” de Anne Carson – Ed. Fiordo 

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