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EL VIEJO ORTIZ

Álvaro Acevedo-Merlano

El señor Ortiz siempre estuvo ahí, meciéndose en la ventana, con ín-


fulas que hoy no significan nada; desde hace mucho nadie lo toma en
cuenta. Con el confinamiento obligatorio y el paso de los meses, fue
más evidente la circularidad de su existir; nunca se alejó de su venta-
na, ni dejó de mecerse. Para él todo se convirtió en una repetición de
escenas, donde los protagonistas fueron reemplazados por encapu-
chados desconocidos, usurpadores del teatro.
Para el viejo ya no importaban las fechas ni las motivaciones, solo
se regocijaba en lo fundamental, lo esencial, lo vital; en los únicos
principios reticulares; en aquellos temores ancestrales, emociones
básicas, sensaciones naturales que atraviesan toda historia, todo in-
dividuo, todo mundo, y todo sentido.

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Luego de esperar con ansia el retorno a la normalidad, al fin todo
terminó, y su encierro obligatorio nunca más fue una prisión; ahora
podía salir a cualquier parte, a cualquier hora, con quien quisiera;
volvió a ser libre. Pero el abuelo siguió ahí, meciéndose sin parar,
viviendo de nuevo en su normalidad, esa que tanto añoraba, y que al
final regresó; ya pudo volver a ver a través de su misma ventana, a esa
gente que lo ignoraba.

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