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BALDERA WILLIAN

MAT-20080564

Rafael Leónidas Trujillo Molina, presidente que gobernó República


Dominicana por más de treinta años, fue ejecutado por un grupo de
allegados a surégimen, el 30 de mayo de 1961.

Su muerte abrió las puertas a un proceso político de apertura en el que la


democracia se fue instaurando en el marco de acontecimientos que
marcaron la historia dominicana de mediados del siglo XX.
El día de la muerte de Trujillo en la antigua carretera Sánchez, Rafael L.
Trujillo hijo, mejor conocido como Ramfis, se encontraba en París de
donde regresó el 3 de junio para dirigir la persecución y exterminio de los
implicados en el atentado contra su padre, entre ellos: Luis Amiama Tió,
Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá, Luis Manuel Cáceres
Michel, Juan Tomás Díaz y Antonio de la Maza Vásquez.
Con la llegada de Ramfis se intensificó la búsqueda de los involucrados,
mientras las honras fúnebres concluían en la iglesia Nuestra Señora de los
Consuelos, de San Cristóbal.
En esa ocasión y ante el féretro del dictador, el doctor Joaquín Balaguer,
que ostentaba la ficticia condición de presidente de la República desde el 3
de agosto de 1960, leyó compungido el panegírico de lugar, expresando
con dolor:
Querido Jefe. Hasta luego.
Tus hijos espirituales, veteranos de las campañas que libraste durante
treinta años para engrandecer a la República y estabilizar el Estado,
miraremos hacia tu sepulcro como un símbolo enhiesto y no omitiremos
medios para impedir que se extinga la llama que tú encendiste en los
altares de la República y en el alma de todos los dominicanos”.

El juramento del estadista, que luego gobernó la República por más de


veinte años, prevaleció como maldición convirtiéndose en retranca para el
avancede lo que sería la democracia dominicana.

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