Rafael Leónidas Trujillo Molina, presidente que gobernó República
Dominicana por más de treinta años, fue ejecutado por un grupo de allegados a surégimen, el 30 de mayo de 1961.
Su muerte abrió las puertas a un proceso político de apertura en el que la
democracia se fue instaurando en el marco de acontecimientos que marcaron la historia dominicana de mediados del siglo XX. El día de la muerte de Trujillo en la antigua carretera Sánchez, Rafael L. Trujillo hijo, mejor conocido como Ramfis, se encontraba en París de donde regresó el 3 de junio para dirigir la persecución y exterminio de los implicados en el atentado contra su padre, entre ellos: Luis Amiama Tió, Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá, Luis Manuel Cáceres Michel, Juan Tomás Díaz y Antonio de la Maza Vásquez. Con la llegada de Ramfis se intensificó la búsqueda de los involucrados, mientras las honras fúnebres concluían en la iglesia Nuestra Señora de los Consuelos, de San Cristóbal. En esa ocasión y ante el féretro del dictador, el doctor Joaquín Balaguer, que ostentaba la ficticia condición de presidente de la República desde el 3 de agosto de 1960, leyó compungido el panegírico de lugar, expresando con dolor: Querido Jefe. Hasta luego. Tus hijos espirituales, veteranos de las campañas que libraste durante treinta años para engrandecer a la República y estabilizar el Estado, miraremos hacia tu sepulcro como un símbolo enhiesto y no omitiremos medios para impedir que se extinga la llama que tú encendiste en los altares de la República y en el alma de todos los dominicanos”.
El juramento del estadista, que luego gobernó la República por más de
veinte años, prevaleció como maldición convirtiéndose en retranca para el avancede lo que sería la democracia dominicana.