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Gracias a la vida, que me ha dado tanto. Me ha dado la risa y me ha dado el llanto. Asi yo distingo dicha de que- branto, los dos materiales que forman ‘mi canto, y el canto de ustedes, que es el mismo canto, y el canto de todos, que es mi propio canto. VIOLETA PARRA Ojala pudiera medirse el dolor humano con mimeros claros y no con palabras inciertas. Ojala hubiera una forma de saber cudnto hemos sufrido, y que el dolor tuviera materia y medicién. Todo hombre acaba un dia u otro enfrentandose a la ingravidez de su paso por el mundo. Hay seres humanos que pueden soportarlo, yo nunca lo soportaré. Nunca lo soporté. Miraba la ciudad de Madrid y la irrealidad de sus calles y de sus casas y de sus seres humanos me Ilagaba por todo mi cuerpo. He sido un eccehomo. No entendf la vida. Las conversaciones con otros seres humanos se volvieron aburridas, lentas, dafinas. Me dolfa hablar con los demés: vefa la inutili- dad de todas las conversaciones humanas que han sido y serdn. Vefa el olvido de las conversaciones cuando estas atin estaban presentes. La cafda antes de la caida. La vanidad de las conversaciones, la vanidad del que habla, la vanidad del que contesta. Las vanidades pactadas para que el mundo pueda existir. Fue entonces cuando volv{ otra vez a pensar en mi padre. Porque pensé que las conversaciones que habfa tenido con mi padre eran lo tnico que merecia la pena. Regresé a esas conversaciones, a la espera de lograr un momento de descanso en mitad del desvanecimiento general de todas las cosas. Cref que mi cerebro estaba fosilizado, no era capaz de resolver operaciones cerebrales senci- llas. Sumaba las matriculas de los coches, y esas operaciones mateméticas me sumfan en una honda tristeza. Cometfa errores a la hora de hablar el espafiol. Tardaba en articular una frase, me quedaba en silencio, y mi interlocutor me miraba con pena o desdén, y era él quien acababa mi frase. Tartamudeaba, y repetia mil veces la misma oracién. Tal vez habfa belleza en esa disfemia emocional. Le pedf cuentas a mi padre. Pensaba todo el rato en la vida de mi padre. Intentaba encontrar en su vida una explicacién de la mfa. Me volvi un ser aterrorizado y visionario. ‘Me miraba en el espejo y vefa no mi envejeci- miento, sino el envejecimiento de otro ser que ya habia estado en este mundo. Vefa el envejeci- miento de mi padre. Podfa asf recordarle perfecta- mente, solo tenfa que mirarme yo en el espejo y aparecfa él, como en una liturgia desconocida, como en una ceremonia chaménica, como en un orden teol6gico invertido. No habfa ninguna alegrfa ni ninguna felicidad en el reencuentro con mi padre en el espejo, sino otra vuelta de tuerca en el dolor, un grado més en hechos son naturaleza, su interpretacién es politica. Mi padre no fue al entierro de mi abuela. {Qué relacién tenfa con su madre? No tenfa nin- guna relacién. Sf, claro, la tuvieron al principio de los tiempos, no sé, allé por 1935 o por 1940, pero esa relacién se fue evaporando, desapare- ciendo. Yo creo que mi padre deberfa haber ido a ese entierro. No por su madre muerta, sino por él, y también por mf. Al desentenderse de ese entie- tro estaba decidiendo también desentenderse de la vida en general. El supremo misterio es que mi padre amaba a su madre. La raz6n de que no fuera a su entierro se cimienta en que su inconsciente rechazaba el cuerpo muerto de su madre. Y su yo consciente estaba alimentado por una pereza invencible. Se mezclan en mi cabeza mil historias, rela- cionadas con la pobreza y con cémo la pobreza te acaba envenenando con el suefio de la riqueza. O con cémo la pobreza engendra inmovilidad, falta de ganas de subirse a un coche y hacer quinientos kilémetros. El capitalismo se hundié en Espafia en el afto 2008, nos perdimos, ya no sabfamos a qué aspi- rar. Comenz6 una comedia politica con la legada de la recesién econémica. Casi tuvimos envidia de los muertos. Mi padre fue quemado en un horno de gasoil. El nunca manifest6 ningiin deseo de lo que querfa que hiciéramos con su cadaver. Nos limitamos a quitarnos de encima el muerto (el cuerpo yacente, aquello que habia sido y ahora no sabfamos qué era), como hace todo el mundo, Como harn con- migo. Cuando muere alguien, nuestra obsesi6n es borrar el cadaver del mapa. Extinguir el cuerpo. Pero por qué tanta prisa. ,Por la corrupcién de la carne? No, porque ahora hay neveras muy avan- zadas en el depésito de cadaveres. Nos espanta un cadaver. Nos espanta el futuro, nos espanta aquello en lo que nos convertiremos. Nos aterro- riza la revisién de los lazos que nos unieron a ese cadéver. Nos asustan los dfas pasados al lado del fotos de Hitler serfan sustituidas por las fotos de Stalin. La Historia es también un cuerpo con remor- dimientos. Tengo cincuenta y dos afios y soy la historia de mf mismo. Mis dos hijos entran en casa ahora mismo, vienen de jugar al pédel. Hace ya un calor horri- ble. La insistencia del calor, su venida constante sobre los hombres, sobre el planeta. Y el crecimiento del calor sobre la humani- dad. No es solo el cambio climatico, es una espe- cie de recordatorio de la Historia, una especie de venganza de los mitos viejos sobre los mitos nue- vos. El cambio climético no es més que una actualizaci6n del apocalipsis. Nos gusta el apoca- lipsis. Lo Hevamos en la genética. EI apartamento en el que vivo est4 sucio, lleno de polvo. He intentado limpiarlo varias veces, pero es imposible. Nunca he sabido lim- piar, y no porque no haya puesto interés. A lo mejor hay en mf algiin residuo genético que me emparenta con Ia aristocracia, Esto me parece bastante improbable. Vivo en la avenida de Ranillas, en una ciudad del norte de Espafia cuyo nombre no recuerdo ahora mismo: solo hay polvo, calor y hormigas aqui. Hace un tiempo tuve una plaga de hormi- gas, y las maté con el aspirador: cientos de hor- migas aspiradas, me senti un genocida legitimo. Miro la sartén que est en la cocina. La grasa pegada a la sartén. Tengo que fregarla. No sé qué les daré de comer a mis hijos. La banalidad de la comida. Desde la ventana se ve un templo catéli- co, recibiendo impertérrito la luz del sol, su fuego ateo. El fuego del sol que Dios envia directa- mente sobre Ia tierra como si fuese una bola negra, sucia, miserable, como si fuese podredum- bre, basura. {No veis la basura del sol? No hay gente en las calles. Donde yo vivo no hay calles, sino aceras vacfas, lenas de tierra y saltamontes muertos. La gente se fue de vacacio- nes. Disfrutan en las playas del agua del mar. Los saltamontes muertos también fundaron familias y descubierto hace poco. Es un descubrimiento iltimo de a cultura occidental: es mejor no morir. Pase lo que pase, no te mueras, sobre todo por una cosa bien sencilla de entender: no es necesa- tio, No es necesario que uno se muera. Antes se crefa que sf, antes se crefa que era necesario morir. Antes la vida valfa menos. Ahora vale més. La generacién de riquezas, la abundancia mate- rial, hace que los desharrapados histéricos (aque- Ilos a quienes hace décadas les daba igual estar vivos que muertos) amen estar vivos. La clase media espafiola de los afios cin- cuenta y sesenta traslad6 a sus vdstagos aspira- ciones mAs sofisticadas. Mi abuela murié no sé ni en qué afio. Tal vez fuese en 1992 0 1993, 0 en 1999 0 en 2001, oen 1996 © en 2000, por ahf. Mi tfa Ilamé por telé- fono con la noticia de la muerte de la madre de mi padre. Mi padre no se hablaba con su herma- na, Dej6 un mensaje en el contestador. Yo of el mensaje. Venfa a decir que, aunque se Tlevaran mal, compartfan la misma madre. Eso: que tenfan la misma madre, lo cual era motivo de acerca miento. Yo me quedé pensativo cuando of ese mensaje, siempre entraba una luz muy fuerte en la casa de mis padres que hacfa que los hechos perdieran consistencia, porque la luz es més poderosa que las acciones humanas. Mi padre se sent6 en su sillén. Un sill6n de color amarillo. No iba a ir al entierro, fue su deci- sin. Habfa muerto en una ciudad lejana, a unos quinientos kilémetros de Barbastro, a unos qui- nientos kilémetros de donde en ese momento mi padre recibié la noticia de la muerte de su madre. Simplemente, pas6 de ir. No le apetecfa ir. Con- ducir tanto. O subirse a un autobiis durante horas. Y tener que buscar ese autobis. Ese hecho generé cataratas de otros hechos. No me interesa enjuiciar lo que pas6, sino narrarlo 0 decirlo o celebrarlo. La moralidad de los hechos es siempre una construccién de la cul- tura, Los hechos en s{ mismos sf son seguros. Los Mi madre se qued6 muerta mientras dormia. Estaba harta de arrastrarse, pues no podia cami- nar, Nunca me enteré con exactitud de cuales eran sus enfermedades concretas. Mi madre era una narradora castica. Yo también lo soy. De mi madre heredé el caos narrativo. No lo heredé de ninguna tradici6n literaria, ni clésica ni vanguar- dista. Una degeneracién mental provocada por una degeneracién politica. En mi familia nunca se narré con precisién lo que estaba ocurriendo. De ahf viene la dificultad que yo tengo para verbalizar las cosas que me pasan. Mi madre tenfa multitud de dolencias que se sobreponfan las unas a las otras y colisionaban entre s{ en sus narraciones. No habfa forma de ordenar lo que le ocurria. Yo he acabado desci- frando lo que le pasaba: queria introducir en sus narraciones el desasosiego personal y querfa ade- més encontrar un sentido a los hechos narrados; interpretaba, y al final todo le conducfa al silen- cio; olvidaba detalles que contaba pasados varios dias, detalles que crefa que no le beneficiaban. Manipulaba los hechos. Tenia miedo de los hechos. Tenfa miedo de que la realidad de lo ocu- rrido fuese contra sus intereses. Pero tampoco acertaba a saber cudles eran sus intereses, més allé del instinto. Mi madre omitfa lo que pensaba que no le favorecfa. Eso lo heredé yo en mis narraciones. No es mentir. Es, simplemente, miedo a equivo- carte, 0 miedo a meter la pata, terror al atavico juicio de los otros por no haber hecho lo que se supone que tenfas que hacer segiin el incompren- sible cédigo de la vida en sociedad. No entendi- mos bien, ni mi madre ni yo, lo que se supone que uno debe hacer. Por otro lado, tampoco los médicos y los geriatras que la atendieron consi- cionados por la vida. O tal vez decepcionados por el simple deterioro de sus cuerpos. No fueron padres normales. Tuvieron su ori- ginalidad hist6rica. Oh, sf, ya lo creo. Fueron ori- ginales, pues hacfan cosas raras, no eran como los otros. La raz6n de su excentricidad 0 de que me tocara a mi como hijo esa excentricidad me parece un enigma amoroso. Mi padre nacié en 1930. Mi madre —es una hipétesis, pues cam- biaba su fecha de nacimiento—, en 1932. Creo que se Ilevaban dos afios, 0 puede que tres. A veces se llevaban seis, porque de vez en cuando mi madre insistia en que ella habja nacido en 1936, le parecfa una fecha famosa, porque la habia ofdo nombrar muchas veces vete a saber por qué. En realidad, nacié en 1932. ‘Mi madre procedia de una familia campesina, y se crio en un pueblo diminuto, cerca de Barbas- tro. Mi abuelo paterno era comerciante, pero tras la guerra civil fue acusado de rojo, de republi- cano, y fue condenado a diez. afios de cércel que no Ilegé a cumplir por su estado de salud. Pasé seis afios en una cércel de Salamanca. No sé muy bien los detalles, a veces mi padre referfa una his- toria de amistad de mi abuelo con los milicianos. Parece ser que tenfa amigos en el Frente Popular. Fue denunciado cuando los nacionales entraron en Barbastro. Mi padre sabfa quién lo habia denunciado. Pero el tipo est4 ya muerto. Mi padre no hered6 odio alguno. Lo que heredé fue silen- cio. No conozco muy bien Ja naturaleza de ese

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