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PENITENCIA DE AMOR

Penny Jordan

PENITENCIA DE AMOR (1986).


(DULCE PENITENCIA)
HARMEX COLECCIÓN BIANCA (51-86 25-12-86).
ORIGINAL: A MAN POSSESSED (1986)

ARGUMENTO: La insensibilidad de la madre de Kate arrojó a su hija a un


desventurado matrimonio; pero la chica, al insinuarse a Dominic
Harland, trató de convencerse de que era toda una mujer y por demás
deseable. Dominic la rechazó y, después de seis años de viudez, Kate
comenzó a vivir de nuevo… y a olvidar. La última persona a quien hubiera
deseado volver a ver era a Dominic, quien se obstinaba en reclamar lo
que anteriormente había rechazado…
PENITENCIA DE AMOR PENNY JORDAN

Capítulo 1
—KATE, ¡por Dios! Te estoy invitando a una cena y no a una orgía
romana—.
Exasperada, Sue le dio la razón a John, su esposo, quien había dicho que Kate
volvería a incrustar los tacones al rechazar la invitación, gesto que hacía
mucho tiempo venía repitiendo en circunstancias similares.
Ella y Kate eran amigas desde que fueron estudiantes de bachillerato;
crecieron juntas y, a pesar de ello, en el presente existía una barrera entre las
dos y Kate la usaba como puente levadizo para levantarlo y ocultarse detrás de
él.
Desde luego, Sue sabía el motivo y suspiró al recordar lo cruel y perverso que
podía ser el destino. Ninguna mujer dotada con la belleza y sensualidad de
Kate debería vivir como ella lo hacía, marginada casi de todo contacto
humano. Por fortuna, había decidido poner a la venta la granja. La tierra que
rodeaba a ésta se había vendido hacía mucho, después de la muerte de Ricky,
para pagar deudas de juego y otras de él. Kate se negaba a culparlo por el mal
matrimonio que tuvieron, pero por lealtad hacia su amiga, el temperamento
ardiente de Sue se desencadenaba cada vez que lo recordaba. Y aunque Kate
decía que ella tenía parte de la culpa por haberse casado con Ricky, lo hizo a
la inocente edad de dieciocho años, cuando él tenía veintiocho.
A Kate la conmocionaron la repentina muerte de su padre y la inesperada
aparición de su madre, a quien no veía desde que tenía diez años de edad.
Quizá ella tenía razón y Ricky no era culpable; a fin de cuentas, la madre de
Kate deseó ese matrimonio. La propiedad que ésta heredó de su padre
colindaba con la que Ricky recibió como herencia de su abuelo y no fue difícil
convencerlo de que al casarse con ella ganaría más que una dócil y valiosa
esposa.
Aún entonces, se hablaba del vicio de él por el juego y aunque la madre de
ella debió saber que estaba endeudado, no impidió que se casara con su hija.
Sue, como madre que era, comprendía que la acción de la señora fue
precipitada y poco maternal.
Esto era explicable, entonces, porque Kate era menor de edad, sólo tenía
diecisiete años, y su madre hubiera tenido que llevársela consigo a Estados
Unidos de Norteamérica si no la dejaba casada.
Sue conocía la vida de Valerie Patton y comprendía que la presencia de una
hija adolescente y bella, en Los Angeles, no encajaría con su modo de vida. A
raíz de que se divorció del padre de Kate, Valerie retornó a su trayectoria de

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actriz y participó en una telenovela norteamericana, para luego abandonar el


papel y convertirse en la señora de Harold Patton, tercero.
Sue quedó sorprendida al ver a Valerie en el entierro de su ex esposo; su
apariencia era la de una mujer de escasos seis años más que su hija y casi tan
bella como ésta. Pero a diferencia de Kate, la belleza de Valerie era
superficial; su encanto era tan frágil y delicado como la máscara que un hábil
cirujano plástico le había creado.
Definitivamente, en la vida de Valerie Patton no había lugar para una hija
mayorcita y aunque Kate sufría por la muerte de su padre, se vio impulsada a
casarse con Ricky.
A lo largo de diez años y poco después de la muerte de Ricky, Kate sólo habló
una vez con Sue acerca de su matrimonio. Y lo que recibió en confidencia
conmocionó a su amiga. Kate no acusó a su esposo y declaró que ella era
culpable en parte por casarse por propia voluntad creyendo que lo amaba; la
declaración le dolió a Sue, sobre todo porque ella había llegado a la madurez.
Una chica de diecisiete años y medio que sólo conoció el distante y mal
demostrado cariño de su padre bastante mayor, ¿qué podía saber acerca de las
pasiones de una mujer adulta?
Según Sue, si su amiga creyó estar enamorada fue porque tanto el hombre
como la madre de ella desplegaron todos sus esfuerzos para que así fuera.
Aunque Kate nunca se lo confirmó, Sue siempre sospechó que Valerie estaba
enterada del vicio del juego de Ricky y que sabiéndolo le había ofrecido algo
más que la propiedad de su ex esposo si se casaba con su hija. Valerie Patton
era una mujer inmensamente rica.
Una tosecita un tanto burlona, hizo que Sue retornara al presente. Kate estaba
de pie, frente a la ventana, y la luz que se filtraba enmarcaba su turbulenta
belleza, que ella misma ignoraba.
Sue volvió a suspirar. Todo era un desperdicio, Kate debería salir, conocer
gente, disfrutar la vida y no vivir sola en esa lejana alquería. Trató varias
veces de interesarla en la vida. . . los hombres, pero su amiga había cambiado
con el correr de los años. Ya no era la adolescente tímida y vulnerable que fue.
De hecho, ahora se mostraba firme, segura de sí y muy terca; en ocasiones
demasiado obcecada, como lo demostraba en ese momento.
—Te aseguro, Kate, que no trato de buscarte marido, solamente deseo que
vayas a cenar con nosotros.
— ¿Sólo contigo y John?
El labio inferior de Sue esbozó una curva y sus intensos ojos azules
chispearon cuando Kate se volvió hacia ella.
—No, habrá más personas —aceptó Sue—. Pero, Kate, ¿no te das cuenta del
daño que te causas? —sonó exasperada.

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Había hablado del asunto varias veces con John y éste, médico general,
concordó con ella en cuanto a que el aislamiento había alejado a su amiga de
los demás y eso podría convertirla en una solitaria.
—Eres joven, sólo tienes veintisiete años —insistió Sue—, además de ser
inteligente y bella. . . y no creo que desees pasar sola el resto de tu vida.
Durante un momento, los ojos azules de Kate se sombrearon, antes de
endurecerse con burla para contestar:
— ¿Por qué no?
— ¡Eres!... Bueno, irás a la cena, aunque tenga que arrastrarte a ella. Debes
comenzar a vivir de nuevo, Kate.
Sus ojos se toparon, a través de la habitación y, de pronto, casi de manera
cansada, Kate cedió.
—Está bien, iré —sonrió triste—. Quién sabe, quizá pueda persuadir a alguno
de tus invitados a que me compre la propiedad.
—Me alegro de que quieras venderla, aunque sé que le tienes mucho cariño.
—Así es — Kate también sonrió antes de agregar con franqueza —: En
ocasiones me pregunto si me casé con Ricky o con el lugar. Me enamoré de la
propiedad cuando tenía seis años porque podía ver los tejados desde nuestra
cabaña. Pero no puedo mantenerla, Sue. . . me cuesta una fortuna —se encogió
de hombros—. Estoy segura de que todos saben en qué situación económica
me dejó Ricky—.Guardó silencio un momento, y continuó: —Tuve que
vender lo que quedaba de terreno para pagar sus deudas. Tendré que reparar el
techo el próximo invierno y como es una construcción original, sólo podré
hacerlo con las tejas hechas a mano que son muy caras. . . pero es sólo el
principio. . .
— ¿Qué harás? ¿Adonde irás?
—Aún poseo la cabaña —le recordó Kate —. Una pareja de Londres la tiene
alquilada como base para los fines de semana, pero el contrato expira este año
y decidí mudarme allá. Es bastante grande y me resultará más económico su
mantenimiento.
—Imagino que bien invertido el dinero que recibirás por el alquiler, te
redituará lo suficiente para vivir —comentó Sue pensativa al comprender la
lógica de las palabras de su amiga.
—Quizá, pero no es lo que tengo en mente. Pienso iniciar un negocio.
— ¿Haciendo qué? —preguntó Sue pasmada.
—Combinaciones de vidrio de color — respondió divertida por la expresión
de su amiga —. Fue una de las artesanías que aprendí en la escuela de arte y
me encantó. Asistí a clases un semestre, que no es mucho tiempo para
aprender bien, pero durante los últimos meses he ido varios días por semana a
un taller de ellas en Londres donde aprendí bastante. El trabajo me intriga y

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noté que el mercado para ese producto va en aumento, no sólo para los
trabajos de restauración de iglesias.
— ¡Nunca me lo dijiste!
—Hasta ahora no tenía algo que decir —se encogió de hombros y sonrió —.
Aunque he disfrutado el trabajo, no se me ocurrió que podría ser un modo de
ganarme la vida, hasta que Harry me sugirió que nos hiciéramos socios.
— ¡Harry! —la forma en que Sue repitió el nombre del posible socio, hizo que
Kate sonriera con malicia.
—No te entusiasmes —le advirtió ahogando la risa —. Tiene cincuenta años,
se considera feliz en su matrimonio y va es abuelo.
—Kate. . . me sorprendes. . . ¡Nunca hablaste de tus planes!
La chica notó que su amiga estaba resentida y de inmediato trató de enmendar
la situación.
—Debo ser franca contigo, Sue: hasta que Harry sugirió nuestra asociación, la
semana pasada, no creí que lo que hacía fuera más que un agradable
pasatiempo. Luego de que lo mencionó comprendí que es algo que me
agradaría hacer. Desde luego, sólo hemos hablado del asunto, pero él está muy
entusiasmado. Le agradan mis diseños y desea que enfoque mi trabajo en el
desarrollo de esa especialidad.
—Kate, estoy muy contenta —Sue se sentó en un sillón y observó a su
amiga—. Algo como eso necesitabas para salir de tu aislamiento. Desde luego,
lamento que tengas que vender la casa, pero ya era hora de que reiniciaras tu
vida.
—Quizá, pero te suplico que no lo comentes con alguien. Por el momento no
es definitivo y no deseo que sea un tema para habladurías en el pueblo —Kate
hizo una mueca —. Ya sabes cómo son nuestros vecinos.
— ¡Demasiado bien! No te preocupes, no diré una palabra.
El gran reloj de péndulo dio la hora y Sue dio un salto.
— ¡Dios, es tarde! Tengo que ir por los niños a la escuela y salen dentro de
media hora. Pero antes de irme, jura que irás a la cena.
—Te lo prometo.
—Estupendo, porque si tratas de zafarte del compromiso, vendré para
arrastrarte hasta la casa.
— ¡Por supuesto! —exclamó al mirar a su amiga de un metro cincuenta, desde
su altura de un metro setenta y cinco. Sonrió y recordó una broma de sus
tiempos de estudiantes —. ¡Tú y cuál ejército!
Diez minutos más tarde, mientras Sue conducía su coche por el camino rumbo
al pueblo, pensó que, por fin, Kate mostraba señales de querer reincorporarse
al género humano. Estaba impaciente por llegar a casa para compartir la

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alegría con su familia. Su esposo quería a su amiga casi tanto como Sue, y la
madre viuda de ésta veía a Kate casi como a una hija.
Fue muy agradable observar a ésta sonreír de nuevo y ver en ella a la chica
hermosa y sonriente que fue antes de la muerte de su padre y, desde luego, de
su matrimonio. ¿Cuánto tiempo pasó después de la boda para que dejara de
sonreír? ¿Un mes. . . seis semanas? La joven se había obstinado en negar que
Ricky le causara infelicidad, pero al morir éste, ella se desmoronó y aceptó
que su matrimonio fue una burla.
Sexualmente, Ricky fue indiferente a ella; sólo pudo amarla físicamente
menos de media docena de veces, siempre como obligación, según lo que
dedujo Sue de las llorosas confidencias de Kate; luego de varios meses de
unidos, nunca la tocó y buscó su satisfacción sexual con una u otra amiguita.
Cuando su coche chocó con otro vehículo, iba con una de ellas. Kate quiso
recurrir al divorcio, pero tuvo vergüenza de revelar la infelicidad de su
matrimonio.
Sue sabía que las vivencias de su amiga bastarían para alejar del sexo
masculino a cualquier mujer, y aunque parecía que Ricky siempre se burló de
Kate por considerarla frígida, ella estaba cierta de que su amiga no lo era. Al
contrario, le parecía que Kate emanaba sensualidad cálida, condimentada con
sexualidad, y sabía que John, su esposo, tenía la misma opinión. El rechazo
físico del marido debió ser un fardo muy pesado. . . aunque Kate no estaba
consciente de ello, en tanto estaba de pie junto a la ventana de la sala, con la
mirada hacia la campiña, tenía los mismos pensamientos que su amiga. Pero
no se centraba en la amargura que le causó el rechazo de su esposo, recordaba
a otro hombre.
Le pareció extraño que en ese momento, después de transcurridos ocho años,
ese recuerdo todavía la atormentara. Suspiró, trató de olvidar y se volvió para
observar el decorado de su hogar. Ella había cometido un terrible error.
Durante más de diez años nada había cambiado en esa habitación. Estaba igual
que cuando ella llegó, recién casada. Aunque entonces no lo sabía, una de las
amiguitas de Ricky, con buen gusto, la había decorado. Kate observó las
paredes y el techo color limón dorado y las oscuras y veteadas vigas que eran
parte de la casa original, estilo Elizabeth. Por medio de los archivos de la
iglesia, sabían que la casa le perteneció a un próspero bucanero, que logró su
fortuna al lado del pirata Drake y compró esa tierra con la buena voluntad de
la reina, así como que construyó la casa para la esposa que conoció en
Londres.
La alfombra de cálido color azul gris cubría el suelo; los dos sofás grandes,
forrados con bella tela en tonos azules y grises, con fondo amarillo pálido, le
daban ambiente a la sala. Un antiguo escritorio para dama se encontraba junto

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a una pared, debajo de un bonito grupo de cuadros. La habitación contenía una


chimenea y era bastante grande, de modo que las mesitas sueltas y los sillones,
forrados de un amarillo pálido que contrastaba con el diseño floral de los
sofás, no parecían recargados.
Las cortinas en los mismos tonos pendían en las ventanas, a ambos lados de la
habitación, y el efecto global era una mezcla armoniosa de colores que le daba
aspecto de informalidad a la casa de campo.
El hecho la irritó porque recordó haber estado dentro de ese decorado con un
hombre que nada tenía de inglés, al menos en apariencia, que se había alojado
ahí sólo un fin de semana. Sin embargo, le fue más fácil recordar esa imagen
que la de Ricky, a pesar de que Dominic Harland la rechazó de manera más
dolorosa que las constantes repulsas de su marido.
Se estremeció, a pesar de que el sol de la tarde se filtraba en la habitación. Ni
siquiera en ese momento soportó pensar en aquel fin de semana.
Pero reflexionó que quizá era mejor recordarlo; tal vez era tiempo de que
dejara de ocultarse del pasado para enfrentarse a la realidad. ¿Acaso no
decidió recomenzar su vida? Era el momento adecuado para revivir por última
vez lo ocurrido, para enterrarlo por siempre.
Casi sin darse cuenta, caminó hacia el gran pasillo y de manera automática
levantó la cabeza hacia lo que originalmente fue la galería de los trovadores y
que en el presente era un descanso.
La primera vez que ella lo vio, el desconocido estaba parado en ese sitio. El
llegó cuando ella ya se había acostado. Ricky, a quien no esperaba ese fin de
semana, le informó que era un antiguo amigo que vio en Londres y que lo
invitó a pasar el fin de semana en casa.
Aterida, Kate desvió la vista y se conmocionó al ver la repentina palidez de su
rostro, que se reflejaba en el espejo de la pared. Estaba demacrada y su cabello
café oscuro parecía un marco negro que contrastaba con su rostro, como si su
pelo hubiera absorbido todo el color y energía de la piel. Incluso su boca
parecía carente de sangre, pero sus ojos permanecían como siempre.
Tenía colorido irlandés, según le dijo su padre en una ocasión, pero ella no
veía belleza en su vibrante personalidad; hubiera preferido ser rubia como su
madre. Ricky siempre prefirió a las rubias. . . y, al parecer, todas se teñían el
cabello.
Kate subió lentamente por la escalera y sus pies tocaron las leves depresiones
causadas por las pisadas de muchas generaciones. Una de las cosas que más le
agradaban de esa casa era su antigüedad.
Al recordar que esas paredes y habitaciones habían presenciado diferentes
facetas de la vida humana, tanto felices como desgraciadas, se tranquilizó
porque le dio un sentimiento de perspectiva para sus propios problemas.

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Llegó al piso superior, se dirigió a su habitación y se sentó en el borde de la


cama. No era la misma que compartió con Ricky durante el tiempo que duró el
matrimonio. Iba allá sólo cuando era indispensable. Ricky había insistido en
que compartieran la inmensa cama de dosel, a pesar de que le hizo ver, sin
lugar a dudas, que ella no lo atraía como mujer. Fue muy triste saber que su
esposo codiciaba con sensualidad a casi todas las chicas que veía en la calle,
pero que a ella la ignoraba. Recordó lo confusa que quedó luego de la muerte
de su padre y aceptó que su madre la empujó a los brazos de Ricky, pero
aceptó que el empujón no fue muy fuerte.
Entonces estaba desesperada por amar a alguien, con la condición de que se lo
reciprocara. Ricky fue lo bastante atractivo para acelerar cualquier corazón de
adolescente; era alto, rubio, lánguido en sus movimientos y Kate lo interpretó
como algo emocionante y sofisticado, porque quiso pensar que lo amaba.
Sus labios hicieron una mueca. ¡Qué tonta fue! Pero no tardó en descubrir la
verdad. Ricky se negó a llevarla de luna de miel porque, según él, estaba
abrumado de trabajo. Sin embargo, Kate se enteró de que usaba esas palabras
para encubrir su vicio por el juego. La noche de bodas él asistió a uno de esos
antros de despojo y la dejó sola en casa, después de que los pocos invitados al
registro civil se fueron. Regresó tarde. . . y borracho. Semanas después,
cuando ella lo acusó de eso, él se burló al declarar que fue la única forma en
que halló valor para consumar el matrimonio. Aunque en ese entonces ella lo
ignoraba, él estaba muy comprometido con una mujer con la cual compartía
sus gustos, pues eran afines.
Se lo dijo después de una disputa en que ella lloró, le reclamó su actitud y lo
acusó de no amarla. El no lo negó y agregó que nunca la deseó ni la desearía
que era muy fría. . . y no tenía experiencia. Aceptó que se casó porque con la
garantía de las dos propiedades le concedieron una hipoteca y su madre le
pagó para que pudiera quitársela de encima.
Llevaban dos meses de casados cuando le dijo todo eso, y al principio Kate
estaba demasiado conmocionada para comprender.
Como creyó que las crueles palabras fueron resultado del malhumor de su
marido, varias veces trató de acercársele para cerrar la brecha que los
separaba, pero él la rechazó con tanta indignidad que ella, por fin, comprendió
la verdad: Ricky no la deseaba como esposa en sentido alguno de la palabra.
Pero la conmoción no le permitió pensar en un divorcio y, aunque angustiada,
procuró vivir cada día de la mejor manera posible. Descubrir que su esposo la
despreciaba, tan poco tiempo después de perder a su padre, la dejó aterida al
grado de que, durante meses, simplemente se concretó a existir, sin algo que la
sacara de la indiferencia en que se sumió.

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Después de dos años de casada ocurrió aquel fatídico fin de semana en que
conoció a Dominic Harland. Ricky lo llevó a casa; era la noche de un viernes.
Kate ya se había acostado cuando llegaron. El sonido del coche de su esposo
la despertó y ella fue, vestida sólo con un camisón de algodón, al descanso de
la escalera.
Nunca imaginó que Ricky vendría acompañado. La noche anterior él estuvo
ausente de casa y ella permaneció tensa y angustiada, por lo que sólo registró,
la presencia del hombre cuando éste se alejó de la espalda de su esposo. La luz
en el descanso marcó bien el perfil del desconocido y Kate soltó un gemido,
pasmada por la perfección de esas facciones masculinas. La piel color miel
dorada cubría fuertes huesos; sus ojos tenían el color café claro de la piel de
un león, y la miraba de manera burlona. Su cabello era negro y se le rizaba
encima del cuello de la camisa.
A pesar de su ignorancia e inocencia, Kate reconoció la fuerte sensualidad del
hombre y sintió un curioso hormigueo en todo el cuerpo que la hizo abrir los
ojos y la boca, en tanto lo admiraba como poseída. Su corazón latió con más
rapidez y su cuerpo pulsó con un profundo deseo difícil de definir.
Al verla transfigurada, la severa boca masculina se arqueó y los ojos dorados
se entrecerraron y endurecieron, hecho que hizo a ella tomar conciencia, de
manera incómoda, de la trenza de colegiala y su sencillo camisón. Sin duda,
las mujeres que él frecuentaba se cubrían de seda para meterse en la cama y
eran tan cosmopolitas como él.
Al regresar a la alcoba, Kate imaginó al hombre desnudo, de cuerpo
bronceado y fuerte, muy seguro y experimentado al reclamar 1a borrosa
imagen de una mujer para el acto del amor.
Encendida por la vergüenza, Kate se metió en la cama y se enroscó debajo de
las mantas. Creyó que desvariaba por imaginar esas escenas de un extraño.
Tardó bastante tiempo incitada y tensa y escuchaba a los dos hombres
moviéndose en la habitación contigua. La puerta se abrió y cerró, escuchó
pisadas por el descanso y su puerta se abrió para darle paso a Ricky.
Pero Kate ya sabía que no debía acercársele. El se desvistió de manera rápida
y arrojó la ropa al suelo antes de dirigirse al baño. Tardó más de media hora
en regresar, pero ella seguía despierta. Cuando él se acostó, Kate sintió que la
cama cedía con el peso de Ricky y notó que éste le dio la espalda. Cerró los
párpados, pero no fue la imagen de su esposo la que bailaba frente a sus ojos,
era la de Dominic Harland.
Triste, pensó Kate que así se inició todo, al desprenderse del pasado y abrir los
ojos en el presente, pero sabía que no tendría el valor de recordar aquel fin de
semana. Dios, ¡cómo la humillaron! Eso la quemaba todavía más que
cualquier rechazo de Ricky. Desde luego, ella fue la única culpable. Tan

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pronto vio al extraño debió comprender qué tipo de hombre era. No podía
interesarse en una chica tan ingenua, pero estaba ella tan desesperada por
demostrar que era una mujer, que no se dio cuenta de la realidad. Sólo vio que
el hombre la incitaba y que en sus brazos podría borrar la humillación de que
la hacía objeto su esposo.
Rió con amargura al pensar cuán tonta fue. Pero eso ocurrió en el pasado. El
reloj de péndulo marcó las cuatro y recordó que le había prometido a Harry
darle su respuesta en cuanto a la propuesta sociedad.
No tomó la decisión antes de hablar con Sue, esa tarde. Enderezó los hombros
y bajó a la planta baja. Era hora de que comenzara de nuevo y dejara atrás el
pasado, y, ¿qué mejor manera que dedicarse a algo diferente?
Sonrió al marcar el número telefónico del taller de Harry. Hacía casi dos años
que se conocían. Ella fue a Londres para hablar con el abogado de Ricky.

A raíz de la muerte de su esposo, descubrió que éste había contraído muchas


deudas con establecimientos dedicados al juego y aunque el abogado le
informó que ella no tenía obligación legal de saldarlas, insistió en hacerlo.
Con la venta de la propiedad de su padre pudo pagar hasta el último centavo.
Tuvo la tarde libre y se dedicó a pasear por Covent Garden, deteniéndose a
observar los artículos que vendían en los almacenes. Allí renació su interés
por la combinación del vidrio pintado, porque vio un bonito surtido de
adornos de escaparates que uno de los comercios vendía.
Al verla interesada, la chica encargada del negocio le informó que no hacía
mucho se había abierto un taller en los muelles de Londres para brindar a los
artesanos la oportunidad de desarrollar su trabajo. Incluso la invitó a que
fueran juntas al taller.
Por lo general, Kate no trababa amistad de manera fácil, pero aceptó y conoció
en el taller a Harry. Este era el director y Lucy, la chica que la había invitado,
le explicó que él les enseñaba las dificultades y habilidades de trabajar el
vidrio. El hombre alto de barba, al escuchar que lo mencionaban se acercó
para presentarse y hablar con Kate.
Otros artesanos, además de los que trabajaban el vidrio, compartían el mismo
local y Harry le mostró todo. Kate, fascinada, vio a sus contemporáneos
ocupados en las tareas de dorar, trabajar el mármol, la marquetería y otras
disciplinas, pero su imaginación voló al ver cómo trabajaban el vidrio.
Lo que creyó sería una breve visita duró hasta bien entrada la tarde. El grupo
se mostró amistoso, casi todos eran de la edad de Kate o más jóvenes y los
maestros eran hombres mayores que, como Harry, deseaban transmitir sus
conocimientos a la siguiente generación.

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—La interpretación que dan a las habilidades que les enseñamos nos estimula
—le informó Harry con entusiasmo —. Son jóvenes y sus ideas son frescas.
Ver lo que logran crear es fascinante y educativo para nosotros.
Mientras Harry hablaba, Kate observaba absorta a un joven que moldeaba
plomo para sostener la copa que creaba. Harry sonrió al verla y le tocó el
brazo.
— ¿Estás impaciente por intentarlo?
—Me fascina —aceptó Kate—. En el curso corto que tomé hablamos
someramente de la técnica, pero no creí que tuviera aplicación moderna.
—Pensaste que sólo se usaba en vitrales para iglesias y ese tipo de cosas. Pues
bien, es un error común, porque hoy día muchos jóvenes arquitectos y
diseñadores han tomado en cuenta las posibilidades de este arte. La semana
pasada, el joven Rob, sentado allá, terminó un trabajo para la renovación de un
invernadero Victoriano. La planta trepadora de rosas que cubría un lado del
cristal, quedó bellísima. El pan de cada día lo obtenemos con las piezas
pequeñas como adornos de ventanas, tiestos y objetos de ese tipo; la
mermelada para untarlo y no comerlo a secas, sale de los pedidos especiales
que nos hacen y que van en aumento cada vez.
Kate lo escuchaba sin parpadear.
—Si realmente te interesa, ¿por qué no asistes a mis clases? — preguntó él
poco después.
Por instinto, Kate hizo un movimiento negativo con la cabeza. Era un rechazo
más.
La vida al lado de Ricky la dejó con llagas dolorosas y la soledad de su vida,
que Sue consideraba como desventaja, ella la consideraba como protección.
Sin embargo, poco menos de una semana después, viajaba en el tren rumbo a
Londres con la intención de aceptar el ofrecimiento de Harry.
Desde entonces, la amistad con éste y, en menor escala, con algunos de los
artesanos, creció; además habían aceptado el primer trabajo de Kate hacía seis
meses. . . un lienzo para una ventana en el edificio de oficinas que había
ganado ya tres Premios de la Reina para la Industria; el joven arquitecto que
daba las órdenes deseaba un diseño moderno que reflejara el tipo de negocio
de la compañía. Como se dedicaban al transporte rápido de paquetes, Kate
eligió el tema de un ave y cuando Harry le informó que habían aceptado el
diseño, ella enmudeció de felicidad.
No tardó en enterarse de que Harry vivía a sólo treinta kilómetros de distancia
de la casa de ella. Ahora conocía a su esposa y a dos hijas mayores con sus
pequeños, y se sentía muy cómoda al estar incluida en el reducido círculo
familiar.

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La sugerencia de Harry de que se asociaran, fue inesperada. Salirse de la


seguridad protectora del centro de artesanías sería un reto para los dos, pero
Kate deseaba aceptarlo.
Harry estaba convencido de que el diseño que ella realizó para Howard
Transport les traería más pedidos; además las autoridades de la iglesia le
ofrecieron a él un contrato para que reparara y cuidara los vitrales de todas las
iglesias ubicadas a un radio de setenta y cinco kilómetros de Dorchester; eso
los mantendría ocupados durante los primeros meses de la sociedad.
Desde luego, Harry le advirtió que el trabajo no los convertiría en millonarios,
pero sería estimulante por los constantes retos.
Afanosa por estudiar todo lo que veía y absorber lo mejor de cada periodo,
Kate iba con regularidad al museo Victoria y Albert para inspirarse y hacer
mejores diseños y más modernos.
Liz, la esposa de Harry, contestó el teléfono y habló con Kate unos minutos
antes de llamar a su marido.
Cuando el hombre tomó el auricular, Kate tuvo un momento de indecisión al
preguntarse si no obraba con impulsividad. Tendría que vender la casa para
reunir el dinero de su participación al capital que necesitarían para comenzar a
trabajar, sólo que, a pesar de todo lo ocurrido en esa casa, ella le tenía cariño.
Se preguntó cuánto tiempo más podría mantener la propiedad. Necesitaba
reparar el techo. . . Aspiró profundo, olvidó el temor y con calma le informó a
Harry de su decisión.
El, desde luego, quedó encantado.
— ¡Estupendo! Haré una cita en el banco para los dos. . . y, ¿podrás venir a
cenar con nosotros el sábado, para celebrar?
—Me encantaría, pero no puedo, le prometí a una amiga hacerlo con ella.
Kate habló sin pensar, por lo que dejó pasar una buena excusa para no ir a
casa de Sue, pero no podría retractarse y Harry reía diciendo que ya era hora
de que saliera a distraerse un poco.
El ignoraba la vida anterior de Kate, sólo sabía que enviudó muy joven. Ella
no habló mucho acerca de Ricky y ni Harry ni su familia le hicieron preguntas
acerca de él. Era más fácil actuar el papel de una mujer joven que enviudó
trágicamente y que amó y fue amada por su difunto esposo, que vivir con la
verdad que, sin duda, era el motivo por el cual en ocasiones se irritaba con
Sue.
No era culpa de ésta el que ella le hubiera hecho confidencias y como Sue era
buena amiga, nunca mencionó el asunto. Kate necesitaba la catarsis de la
confesión, de modo que no tenía motivo para arrepentirse por haberle confiado
sus intimidades.

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Borró los pensamientos que no concordaban con el día veraniego y abrió la


puerta-ventana para salir.
La madre de él había diseñado el patio hundido de ladrillos, los tiestos de
terracota con plantas y los tradicionales muebles de hierro forjado. Kate, a
menudo, se preguntaba si las cosas hubieran resultado diferentes si hubiera
conocido a sus suegros. Ellos murieron en un accidente aéreo cuando Ricky
tenía cuatro años y el abuelo de éste lo crió.
Más allá del patio estaban los prados con fronteras herbáceas. A través de los
prados, un sendero de ladrillos de color de la tierra serpenteaba sus meandros
y atravesaba una zona cerrada que originalmente fue jardín de plantas
comestibles, pero que se convirtió en solario con piscina y fuente con algunos
peces.
Kate amaba el jardín casi tanto como la casa. Atenderlo, la hacía sentirse
descansada. Casi todo el verano siguiente a la muerte de Ricky se pasó
cuidándolo, hasta el agotamiento, para caer en la cama y dormirse de
inmediato.
Fueron días de preocupaciones, durante los cuales maduró y comprendió la
enormidad de las deudas que contrajo su marido, así como la amplitud de las
infidelidades de éste. Comprendió que el fracaso del matrimonio no fue sólo
su responsabilidad. . . no era culpa suya que Ricky no se sintiera atraído hacia
ella, igual que él no la atraía.
Caminó por el jardín, se sentó frente a la piscina y, sonriendo, observó que
una carpa hambrienta emergía con la boca abierta en busca de alimento. Eso la
hizo imaginar la escena realizada en vidrio. Olvidó lo demás, se puso de pie y
corrió a la casa, en dirección al estudio.
El tiempo transcurrió sin que se diera cuenta y dejó de trabajar, sorprendida
del tiempo que pasó al escritorio, cuando la luz comenzó a desvanecerse.
Tenía hambre. Recordó que Sue le insistía en que estaba muy delgada. Cierto,
le faltaba un poco de peso, pero no le interesaba mucho la comida.
La situación ahora era diferente. Al principio del matrimonio comió más de la
cuenta para consolarse de la confusión que le causaba la actitud de Ricky.
Nunca fue gorda, pero sí llegó a estar llenita de carnes. Frunció el ceño, alejó
los recuerdos que se empeñaban en salir a la superficie, se puso de pie
flexionando el esbelto y ágil cuerpo y se sintió satisfecha al observar el trabajo
que había realizado.

Capítulo 2
—SI deseas que te recojamos esta noche. . .

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PENITENCIA DE AMOR PENNY JORDAN

—No, gracias, conduciré mi auto —calmada, Kate interrumpió a Sue.


— ¿A esa trampa mortal le consideras un coche? —Preguntó Sue horrorizada
—No debes confiar en él para transitar por la carretera.
—Le dieron el visto bueno —respondió Kate. Era cierto que su viejo Mini
agonizaba, pero ella no podía permitirse el lujo de cambiarlo por uno nuevo y
además necesitaba en qué transportarse. Vivía a unos quince kilómetros del
pueblo más cercano y tenía que recorrer desoladas veredas de campiña.
—No me será difícil pedirle a alguien que vaya por ti — insistió Sue, pero
Kate no se dejó convencer. Conocía a su amiga y aunque ésta insistía en que
no deseaba fungir como casamentera, ella sospechaba que a cualquiera que su
amiga enviara a recogerla sería del sexo masculino y soltero y, de seguro,
estaría irritado, igual que lo estaría ella, por las evidentes maquinaciones de
Sue.
Sabía que las intenciones de ésta eran buenas, pero cada vez que le buscó
pareja, Kate recordaba el fracaso de su matrimonio y creyó no ser capaz de
atraer a un hombre, porque algo le faltaba para ser una mujer completa. Era un
temor que sentía con monótona regularidad. Se había dicho que no le
importaba ser indeseable en el terreno sexual. Estaba muy satisfecha con la
forma en que vivía, aunque en el fondo los recelos la molestaban, pero nunca
se lo reveló a nadie. No fue Ricky el único que la rechazó. Se estremeció, se
dirigió a la cocina y preparó una taza de café.
Después de la calidez perezosa del verano de los últimos días, la lluvia de esa
mañana fue desconsoladora, aunque el jardín necesitaba agua. No tenía la
menor idea de cómo vestirse para la cena. Su amiga no había cambiado a lo
largo de los años, pero el círculo de amistades que frecuentaba era otro y entre
ellos había unas parejas que vivían en Londres y consideraban muy cómodo
que el pueblo quedara a un lado de la carretera M4, ya que poseían casas para
los fines de semana.
Con tristeza comprendió que su vestuario no podría competir con la ropa que
lucirían las mujeres acostumbradas a comprar en el elegante rumbo de
Knightsbridge, pero de inmediato se sorprendió por ese extraño pensamiento.
Casi nunca se preocupaba por su apariencia cuando la invitaban a salir. Se
encogió de hombros y subió al primer piso para ver qué encontraba.
Su ropa era cómoda, más que bonita. Después de la muerte de Ricky, no tuvo
los medios para adquirir extravagancias, aunque las hubiera deseado, y su
atuendo normal eran pantalones de mezclilla y suéteres.
Frunció el ceño cuando sus dedos tocaron los pocos vestidos de verano que
tenía, casi todos reliquias de cuando ingenuamente pensó, en los primeros
meses de matrimonio, que impresionaría a Ricky con ropa económica
comprada en Dorchester.

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Entonces, Kate ignoraba que él estaba acostumbrado a mujeres elegantes y


sofisticadas, algo que ella nunca podría ser. Tocó un vestido sin estrenar y
frunció más el ceño. Hacia dos años lo recibió dentro de una caja con timbres
postales de Norteamérica, como regalo de su madre. Recordó que fue el único
obsequio que tuvo desde el divorcio de sus progenitores, mientras palpaba la
pesada tela de seda color rosa.
Ignoraba por qué su madre le había enviado un regalo tan costoso, ya que no
tendría la ocasión ni la confianza para ponérselo. Pero la situación había
cambiado y si las viejas revistas Vogue que Sue le pasaba eran de confiar, la
cena más sencilla requería elegancia en el vestir. Nunca imaginó que el futuro
le daría como mujer de negocios, esa confianza que necesitaba.
Impaciente, descolgó el vestido y se lo colocó frente al cuerpo. Nunca se lo
midió, pero al ver la etiqueta decidió que su madre obró con dolo al enviarle
un vestido talla diez, porque cuando se vieron por última vez Kate apenas
cabía en la ropa talla doce.
En el presente, pesaba menos y el modelo drapeado del vestido indicaba que el
corpiño cubriría fácilmente lo que ella consideraba como senos bastante
llenos.
En contraste con la rica textura de la seda, su tez cobró un tono mate cremoso
que le enfatizaba la oscuridad del cabello; la imagen que veía reflejada en el
espejo del vestidor le pareció conocida y desconocida a la vez, porque sugería
a otra Kate con aspecto de mujer turbulenta y apasionada.
Pero esa impresión le pareció ridícula. Debería representar a una mujer
controlada porque estaría más segura y menos vulnerable. Irritada consigo,
dejó caer el vestido sobre la cama. Tendría que usarlo a falta de otro, además,
¿quién la vería? De seguro, no sería el pobre hombre que Sue debió elegir para
ella, ya que, a pesar de la promesa de su amiga, Kate sospechaba que le tenía
una sorpresa.
A veintidós kilómetros de distancia, dentro de la cómoda casa estilo
eduardiano que antes fue de un vicario, Sue estaba concentrada en lo que le
decía su esposo. John Edwards era un hombre grande y plácido, buen médico
y de mucha compasión y por la expresión de su esposa supuso que a ésta no le
agradaba lo que escuchaba.
—Sue, sabes que Kate se pondrá furiosa. . .
No tengo la culpa. Los Benson preguntaron si podían traerlo. Es buen amigo
de ellos y, al parecer, independiente en Londres. . . ¿Qué podía decir?
—Pues Kate no lo verá con buenos ojos y hubiera sido mejor que le explicaras
la situación. Le bastará mirarlo, y en seguida captará lo que parece evidente,
que lo invitaste como su compañero. Conoces su sensibilidad en ese aspecto.

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— ¡Ay, John, se me desgarra el corazón al pensar que desperdicia su vida!


Kate es muy bella, aunque actúa como si fuera la hermana fea.
—Lo sé, y Ricky Hammond fue el responsable de eso —John se puso de pie
para abrazar por los hombros a su esposa —. Sé que quieres ayudarla, pero no
puedes. Sólo Dios sabe qué daños sicológicos le causaron Hammond y la
madre de ella, pero no los desvanecerás consiguiéndole un compañero para la
cena.
—Entonces, ¿qué sugieres que haga para ayudarla?
—No lo sé, y aunque suene trillado, sólo se me ocurre que quizá cambiaría si
encontrara un verdadero amor, de esos anticuados, aunque dudo que, dada su
introversión, Kate se permita creer que algún hombre puede amarla.
— ¿Cómo pudo Ricky hacerle tanto daño? —preguntó acongojada —. ¿Por
qué se casó con ella si pensaba tratarla tan mal?
—Los hombres como Hammond, que están dominados por una pasión, sea la
bebida, las drogas o el juego, no funcionan como el resto de nosotros.
—Te apuesto diez contra uno, a que Kate se rehusará a venir si la llamo en
este momento para decirle que los Benson vendrán con un soltero.
—De acuerdo, pero prepárate para los fuegos de artificio — le advirtió su
esposo, sonriendo—. A Kate no le agradará. ¿Quién es él?
—No sé su nombre. Vera Benson me llamó anoche para preguntarme si
podían traer a un amigo. Al parecer está en el mismo ramo que su esposo, o
sea la banca mercantil, aunque tiene la sede en Nueva York. Vera me comentó
que piensa transferir a Londres sus operaciones más importantes, porque las
diferencias en el horario le serán más eficientes aquí.
—Muchos hombres de medios están transfiriendo sus negocios a Londres.
Debido a los sistemas más sensibles en comunicaciones aprovechan el hecho
de que durante el día de trabajo británico pueden comunicarse tanto con
Nueva York como con Hong Kong, lo cual les da una ventaja inmediata —
John sonrió al ver la sorpresa dibujada en el rostro de su esposa —. Lo leí en
la revista Sunday Times y si el amigo de los Benson es uno de esos hombres
adinerados, apostaría a que es también uno de los peces grandes. Casi todos
ellos llegaron a la cima antes de cumplir treinta años.
— ¿También leíste eso en el Sunday Times?
Sí —sonrió y agregó —: Parece que no es el tipo que podría agradarle a Kate.
Si en algo conozco a estos grandes hombres de negocios, él se pasará casi toda
la velada hablando con Benson, así que, si corres con suerte Kate no pensará
que trataste de aparejarla con él —calló al ver que su esposa fruncía el ceño —
. ¿Qué te pasa?
— ¿Qué? Ah, sí. . . si es un hombre tan importante, es posible que no le
agrade la cena sencilla que pienso servir. ¿Será demasiado tarde para?. . .

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—Sí —declaró con firmeza—. No cambies nada. Es posible que para variar le
agrade cenar algo sencillo. ¡Por Dios!, Sue, deja de preocuparte, estás
encaneciendo —se burló y observó a su esposa que dejó el menú, para correr
al espejo y observarse el rubio cabello.
Sue le había dicho a su amiga que llegara a las ocho y media y como ésta
sabía que necesitaría cuarenta y cinco minutos para desplazarse, Kate dejó de
trabajar a las seis y media para darse un baño.
Quedó lista a las siete y media y sólo le faltaba ponerse el vestido. Primero se
detuvo para observar su maquillaje y se preguntó si el color de labios no era
muy intenso. Tenía innata habilidad para combinar colores y aunque no se
maquillaba a menudo, esa tarde lo efectuó con facilidad. El toque de sombra
azul hizo que resaltara lo profundo de sus ojos, y el rubor en las mejillas
marcaba los pómulos que le dieron distinción a su rostro. Los labios llenos y
el cabello suelto la hacían parecer casi una gitana. Cuando se casó con Ricky,
su madre pidió que le hicieran un corte de muchacho.
Levantó el vestido, se lo deslizó por la cabeza y abotonó los dos ojales que se
lo sostenían en la cintura. Le quedó perfecto y el ancho y tenso cinturón le
marcó el esbelto talle. La seda crujió cuando ella caminó al otro lado de la
habitación para ponerse el único par de zapatos adecuados: unas sandalias
negras de tacón alto.
Imaginó que de seguro sería la de mayor altura en la reunión, incluyendo a los
hombres y, con disgusto, observó su largo cuerpo.
Cuando salió a la intemperie ya no llovía, por lo que respiró profundo para
saborear el fresco y limpio aroma a tierra y pasto mojados. Tenía suerte de
vivir ahí. . . de hacerlo como la complacía, y aunque tendría que vender la
casa, era dueña de la cabaña.
Esa mañana recibió una carta de su abogado en la cual le confirmaba que el
contrato de alquiler se había vencido. Al día siguiente iría a revisar la cabaña y
luego pondría la casa en venta.
Suspiró, se deslizó en el asiento frente al volante y accionó el botón de
encendido. Como siempre, el cochecito tardó unos minutos en funcionar. Esa
noche parecía no querer arrancar y cuando finalmente lo hizo, el motor se
sacudió, hecho que la hizo recordar que hacía meses que no le daba servicio.
Como no quiso forzar el motor, llegó más tarde de lo planeado y vio tres
coches desconocidos estacionados en el caminito privado de los Edward.
Detuvo el coche, salió de él y se maldijo por llegar tarde. Más le hubiera
gustado llegar primero para poder observar a los invitados, en vez de hacerlo a
la inversa y darles motivos para creer que premeditó hacer una entrada
triunfal.
Sue la recibió y abrió grandes los ojos al ver el vestido.

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— ¡Kate, estás despampanante! —exclamó y la abrazó—. ¿Dónde diablos lo


conseguiste?
—Mamá me lo envió hace dos años, como regalo de Navidad — hizo una leve
mueca —. Espero no estar demasiado elegante.
— ¿Vestida así? —Sue sonrió con malicia —. Dudo que algún hombre vaya a
pensarlo. De hecho, es llamativo y sensual. , . —deseó morderse la lengua al
ver recelo en la expresión de Kate. La empujó a la sala y agregó —: Ya
llegaron todos. Los Hughes y los Dentón vinieron juntos, pero. . . —calló
cuando se acercaron a la puerta abierta de la sala y permitió que su amiga la
precediera.
Kate conocía la sala de los Edward tan bien como la propia, de modo que
pudo concentrarse en los invitados. Dos parejas hablaban junto a la ventana y
Kate las reconoció porque había visto a sus integrantes en la fiesta que Sue
preparó para la Navidad. Uno de los hombres era médico del hospital local y
el otro administraba el nosocomio. El cuarteto sonrió al verla. Allí nada había
que pudiera preocuparla, eran dos parejas de mediana edad. Kate olvidó parte
del recelo y la tensión en su espalda disminuyó.
—Kate, ven a conocer a Vera y a Ian Benson. . . compraron La Granja. . . —
La pareja en cuestión estaba de pie, junto a la chimenea, y John estaba a su
espalda, con la cabeza en dirección contraria a la de Kate. Hablaba con
alguien a quien ella no veía porque el ángulo de la chimenea lo ocultaba.
—Vera, Ian, permítanme presentarles a una antigua y muy querida amiga —la
mujer esbelta y de cabello oscuro, cuando Sue le tocó el brazo se volvió y
sonrió con calidez al ofrecerle la mano a Kate. Tenía el aspecto de pulida
perfección que Kate ya reconocía como típico de Londres, pero a pesar de la
elegancia de su apariencia, el perfecto maquillaje y el vestido de diseñador, la
mujer se mostró amable.
—Sue nos ha hablado mucho de ti — le informó a Kate —. También nos dijo
que tu casa es algo digno de verse.
El esposo de la señora hablaba con John, pero en ese momento se volvió para
mirar a Kate y estrecharle la mano.
—Conque tú eres Kate —sonrió fingiendo reproche—. Sue, ¿por que no nos
dijiste que es tan bella? Habría dejado a Vera en casa.
—No te hagas ilusiones —lo interrumpió la esposa y le sonrió a Kate —. De
todos modos, pienso que una chica como ella no se interesaría por ti. Sin duda
tiene infinidad de admiradores que esperan la ocasión de piropearla.
Ella no estaba acostumbrada a que la embromaran así y se ruborizó, aunque
sabía que Vera no habló con malicia ni mala voluntad, sin embargo, le
agradeció a Sue la interrupción que causó cuando le tocó el hombro a su
esposo para pedirle que le sirviera una copa.

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Cuando John se volvió, Kate pudo ver al hombre con quien el médico hablaba
y al instante su cerebro registró las facciones conocidas, pero endurecidas y
marcadas por el tiempo. Su cuerpo se petrificó, no pudo moverse ni respirar, y
se lo quedó viendo sin ocultar su sorpresa. Pero tomó conciencia de que Vera
Benson pronunciaba el nombre de él y el de ella, y la vio que se movía. . . que
se le acercaba, y tuvo pavor. Quiso huir, pero seguía sin poder moverse,
parecía atrapada en una horrible pesadilla.
—Kate. . . — la tranquila y grave voz no había cambiado, tampoco la forma
en que pronunció su nombre, aunque no dio muestras de que la conociera.
Kate se tranquilizó y salió de la parálisis causada por el estupor.
El hombre le ofreció la mano y ella casi se encogió para no tocársela, pero un
profundo instinto de protección la instó a tomarla y actuar lo más normal
posible.
El se la estrechó con fuerza. Era extraño pensar que ella soñara que esos dedos
la acariciaban. . . para que se sintiera realizada como mujer. Se estremeció
internamente, dio un paso atrás y no pudo sostenerle la mirada. ¿Sería posible
que él no la reconociera? Le rogó al cielo que así fuera. No soportaría la
humillación de tener que enfrentársele si también él recordaba el pasado.
—Dominic acaba de llegar de Estados Unidos de Norteamérica — escuchó
que decía Vera Benson —. Él y mi esposo se dedican a lo mismo, la banca
mercantil.
¿Así lo describía él? Contra su voluntad, Kate sintió que la furia la hacía su
presa. Aquel fin de semana, cuando su marido llevó a Dominic Harland a su
casa, ella no supo por qué. Después de la muerte de Ricky descubrió la
cantidad de dinero que éste le debía a su antiguo compañero de estudios.
Dominic poseía la hipoteca de los terrenos que rodeaban la casa y ella vendió
la tierra para pagar la deuda. Pero ese no era lo que le impedía mirarlo.
—A la mesa, la cena está lista. Kate, te sentarás frente a Dominic —anunció
Sue al dirigirlos al comedor. Por instinto, Kate se detuvo y lo observó. Él le
sostuvo la mirada con sus ojos oscuros como el topacio y Kate comprendió
que no la olvidó y que la había reconocido. Su pálida tez se tiñó de súbito al
invadirla los recuerdos. ¡Dios, no creyó volver a verlo! Le había implorado al
cielo que no lo pusiera en su camino y se consoló de su tormento, infligido por
ella misma, al pensar que sus ruegos fueron escuchados. Pero no sólo estaba
presente, además tenía la información que podría destruir todo lo que había
logrado al tratar de olvidar a Ricky.
La cena fue una pesadilla, de la cual sólo salía durante breves momentos para
escuchar la conversación que la rodeaba, pero sin poder participar. Oyó su
nombre y levantó la cabeza, permitiendo que sus ojos se toparan con los de

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Dominic Harland. La furia y el desprecio se vislumbraban en las


profundidades de los ojos masculinos que la quemaron.
— ¡Qué interesante!
Notó que Vera se volvía hacia ella sonriendo con calidez, pero no pudo
corresponderle.
—Debes venir a ver nuestro invernadero —decía la mujer—. Está muy
deteriorado y habrá que cambiarle varios cristales. Se me ocurrió que sería
agradable tener un bonito diseño en uno de los lienzos.
Hablaba de negocios, pero Kate luchaba por liberarse del terror y se obligaba a
hacer las preguntas pertinentes.
—Todavía no estoy segura de nuestros planes futuros, seguimos establecidos
en Londres, pero podría llamarte por teléfono, digamos el sábado, cuando sepa
que haremos el siguiente fin de semana.
Kate le dio a Vera su número telefónico y se dijo que le recordaría a Harry la
necesidad de mandar imprimir tarjetas de presentación para el negocio.
Debería estar emocionada por su primer pedido, pero la ansiedad la tenía
agobiada. ¿Hablaría Dominic Harland con sus amigos acerca de lo que ella
había hecho? Cerró los párpados. . . no se atrevería.
— ¡Kate, Kate! ¿Estás bien?
Abrió los ojos y vio la preocupación de Sue.
—Te pusiste pálida —explicó Sue —. Durante un momento pensé que te
sentías mal y que estabas enferma—.
Ojalá lo estuviera, para que pudiera disculparse e irse, pero si lo hacía en ese
momento preocuparía más a su amiga y sería injusto estropearle la velada.
—No estoy enferma. . . pero sí un poco cansada —mintió—, Anoche me
desvelé. . . —por el rabillo del ojo vio que la boca de Dominic se torcía.
— Parece que la viudez no cambió tu modo de vida, señora Hammond.
Kate no distinguió quién se conmocionó más por el comentario de Harland.
Vera tenía los ojos bien abiertos y los de Sue estaban casi desencajados. Al
parecer, las otras dos parejas no escucharon el comentario, pero John
observaba con el ceño fruncido.
Kate le rogó al cielo que le diera fuerzas. De todos los presentes, sólo ella
comprendió el significado de las palabras de Dominic.
—Trabajé. Se me ocurrió un diseño. . .
—Ignoraba que conocías a Kate, Dominic —interrumpió Vera Benson,
intrigada porque él no había mencionado esa circunstancia.
—Conocí a su esposo — corrigió él con voz áspera, mirando a Kate—. Fue
cliente mío. . .
De pronto, ella ya no lo pudo soportar. Dominic premeditó lanzarle el
anzuelo… trataba de empujarla a… ¿a qué? ¿A aceptar lo que ella trató de

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hacer en un momento de debilidad? ¿Por qué? Desde luego comprendía que


pudiera despreciarla y odiarla, incluso que deseara castigarla… pero, ¿no sabía
él que ya lo había hecho y con mayor efectividad?
Kate estaba muy cansada para fingir, así que lo miró de frente.
—Mi difunto esposo fue un jugador empedernido — le explicó a Vera
Benson, y agregó para Sue y John —: La compañía del señor Harland le
concedió un préstamo a Ricky, con la garantía de la propiedad.
—Muy bien dicho, pero me percaté del cuidado que tuviste para no explicar el
motivo del vicio de tu esposo.
Apretó la boca y las crueles palabras hirieron a Kate como balas que
explotaran dolorosamente dentro de su ser. No tenía defensa para lo que
Dominic dijo. Deseó gritar que ella era inocente de no llenar como esposa, los
ideales de Ricky.
Logró dominarse para hablar calmada y con cuidado, espaciando las palabras
para que su voz no temblara.
—Mis amigos no me exigen explicaciones, señor Harland, y los demás no las
merecen — bajó los ojos al plato y fingió concentrarse en terminar de comer
el mousse de chocolate.
Estaba consciente del ambiente que la rodeaba. Animada, Vera Benson
hablaba con John, fingiendo que nada extraño había ocurrido. Sue se puso de
pie para retirar los platos y Kate, al intuir una réplica de Dominic, se levantó
para ayudarla.
Sue guardó silencio hasta que llegaron a la seguridad de la cocina. Estaba roja
y sus ojos chispeaban por la furia.
— ¡Desgraciado! Te juro, Kate, que de haber sabido no hubiera accedido a
que lo trajeran. Los Benson me preguntaron si podían venir con un amigo.
—Sue, por favor no te sulfures, no tiene importancia, y no pudiste saberlo.
— ¡Fue muy grosero contigo! ¿Que diablos insinuó con esa declaración acerca
de tu modo de vida?
—Lo ignoro— mintió Kate —. Lo conocí cuando Ricky lo llevó a casa para
que se quedara allí un fin de semana. Nunca volví a verlo e ignoro lo que
Ricky haya podido decirle de nuestro modo de vida.
—Estoy segura de que no le dijo la verdad —comentó Sue, sin morderse la
lengua—. De saber la realidad, él cantaría otra tonada. ¿Cómo diablos entabló
Ricky relación con él? Vera me decía que es millonario y muy recto en sus
tratos comerciales. No es el tipo de hombre que llevaría amistad con alguien
como Ricky.
—Tienes razón, pero él y Ricky fueron compañeros de estudios y el abuelo de
éste lo invitó varias veces a pasar sus vacaciones en la casa. Su madre es

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sudamericana y solía ir con bastante frecuencia. Ricky mencionó que la


familia de ella era extremadamente rica.
—Sudamericanos… eso explica su tez bronceada y apostura. De todos modos,
prefiero a mi John. El hombre es muy guapo, pero demasiado severo en sus
juicios para que me agrade. De todo lo que pudo ocurrir, tuvo que suceder esto
justo cuando te convencí de que emergieras de tu concha gimió al ver la
palidez de su amiga, arrojó la toalla que había levantado y ciñó el brazo de
Kate —. No le hagas caso— rogó—. Salta a la vista que no te conoce y no
sabe qué clase de persona eres. Debe juzgarte por algo que Ricky debió decirle
y sabemos cómo fue tu esposo. Te suplico que guardes calma. Si deseas, le
pido a John que hable con él para que le aclare la situación.
— ¡No! —el temeroso rechazo sonó muy fuerte en la cómoda cocina y Kate se
dominó para agregar con más calma —. No, Sue, no tiene importancia.
Además, es difícil que vuelva a verlo y no me importa lo que piense — se
obligó a sonreír —. Por favor. . . olvidemos el asunto—.
—De acuerdo, si eso deseas — aceptó Sue a regañadientes. Tuvo la esperanza
de poder ver demudarse el arrogante rostro de Dominic Harland cuando John
le aclarara la verdad acerca de la pobre Kate y de lo mucho que sufrió al lado
de Ricky.
—Regresemos a la sala, esperan el café —le recordó Kate.
Vera Benson se sentó junto a ésta cuando Sue les sirvió el café.
—Estoy obligada a pedirte disculpas por el comportamiento de Dominic —
murmuró titubeante —. No sé qué le pasó, normalmente es encantador y yo no
sabía que él te conocía — en su voz se escuchó cierta curiosidad.
—Nos vimos sólo una vez, cuando mi esposo lo llevó a casa un fin de semana.
Pero dime exactamente qué planeabas para el lienzo de cristal —cambió de
tema, aunque prestó poca atención a lo que la otra decía.
Kate no fue la primera en irse. Las dos parejas que llegaron juntas se
despidieron primero y tan pronto el coche desapareció, Kate, que acompañó a
Sue y John al pasillo, anunció que también ella se retiraría. Así no tendría que
despedirse de Dominic Harland; aunque Sue frunció el ceño, no protestó.
Para variar, el coche de Kate arrancó al primer intento, pero ella temblaba
tanto que metió mal la palanca de velocidades. Creía que se sentiría segura al
llegar a su casa. ¿Cómo pudo suceder, cómo pudo el destino ser tan cruel en
traerle de nuevo a Dominic Harland, cuando por fin ella daba pasos para
olvidar el pasado?

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Capítulo 3
AL sentirse más a gusto en casa, dejó que los recuerdos la invadieran y
devastaran con su intensidad y sólo tuvo que cerrar los párpados para
remontarse al pasado… a esa mañana después de la llegada de Dominic
llevado por Ricky.
Ella se encontraba en la cocina, cuando Dominic entró con la cabeza inclinada
para no chocar con la viga construida en la parte superior de la puerta.
Al volverse para saludarlo, reaccionó igual que la noche anterior, se puso
tensa y lo miró de manera fija. Era más alto y mucho más fornido que Ricky,
observó y contuvo el aliento porque un espasmo le cerró la garganta ante la
masculinidad del torso, cubierta con la delgada tela de la camisa. No pudo
dejar de mirarlo y deseó extender el brazo para tocarlo… para…
— Anoche mencionó Ricky que quizá podrías proporcionarme una navaja de
afeitar… olvidé la mía—.
La tranquilidad que él mostró en su voz, hizo que Kate retornara a la realidad,
pero tenía los nervios tan incitados que miró a Dominic frotarse la mandíbula.
Le fue difícil dejar de concentrarse en él, para obligarse a recordar dónde
había guardado un rastrillo con navaja después de haberlo arreglado.
Cuando lo encontró, Kate temblaba y su confusión había aumentado por la
presencia de Dominic en la cocina. Era una habitación grande y por lo general
la consideraba espaciosa, pero ese día, por algún motivo le pareció que las
paredes se cernían sobre ella con cada movimiento.

No era el primer amigo que Ricky llevaba a casa, aunque a últimas fechas
Kate se había acostumbrado a no ver a su marido los fines de semana. El se
quedaba en Londres, pero ella no tenía interés en averiguar dónde ni con
quién. Su matrimonio era una burla de lo que debía ser una unión, pero para
ella no había salida. Ricky se rehusó a concederle el divorcio. Al parecer, la
madre de ella seguía dándole dinero cada año y si él accedía al divorcio,
perdería esa entrada económica.
—No creas que ella te acogerá en su hogar —le advirtió a Kate, la última vez
que hablaron de divorcio —. No lo hará, te desea a su lado menos que yo.
¡Dios, al pensar en lo que está pagando para mantenerte alejada de ella, creo
que son maníes! —habló con maldad y encono —. Nadie te querrá. ¿Qué
hombre en sus cinco sentidos desearía a una mujer tan frígida como tú?
Acéptalo, Kate, sólo puedes seguir casada conmigo o quedar en la indigencia;
como no estoy dispuesto a soltarte, no tienes elección.
—Gracias — la tranquila y grave voz de Dominic penetró en la mente de
Kate, justo en el momento en que la tocaba con los dedos al tomar el rastrillo.

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—Yo…
Dominic se detuvo a media cocina y se volvió intrigado. El corazón le
golpeaba a Kate en el pecho y una capa de sudor le cubría la piel. ¿Qué hacía?
Al comprender que deseaba mantenerlo a su lado un rato más, se llenó de
pánico.
—Le llevaré una taza de té a Ricky. ¿Te agradaría que suba otra para ti?
—Gracias.
La puerta se abrió y Dominic salió. Débil, Kate se apoyó en un mueble,
agotada emocionalmente y físicamente. ¿Qué diablos le pasaba? Lo sabes muy
bien, se burló una vocecita interior. Eres una mujer casada que desea una
relación sexual con ese hombre que te incita.
Con el tiempo se había acostumbrado a los francos comentarios de su
conciencia, y lo que ésta le decía en ese momento se acercaba a la verdad, de
manera incómoda.
No pudo descartar la inquietud. ¿Por qué no habría de sentirse atraída hacia un
hombre? Ricky no mostraba por ella el menor interés y la humillaba con sus
diversos amoríos. Kate tenía veinte años y, dadas las circunstancias, estaba
condenada a llevar una vida de celibato, a menos que se consiguiera un
amante. . .
Se conmocionó por el giro que tomaron sus pensamientos, porque comprendió
que heredó más características de su madre de las que creyó posibles. Pero,
¿por qué se escandalizaba por desear que la amaran físicamente? Era una
mujer normal. Cerró los párpados, en un intento de detener sus turbulentos y
peligrosos ensueños, pero vio el rostro moreno de Dominic Harland y que él
extendía las manos para tocarle el cuerpo. Aspiró una bocanada de aire y abrió
los ojos. Era ridículo, aunque no le pareció extraño sentir esa atracción. A
pesar de su inexperiencia, sabía que pocas mujeres se considerarían inmunes
al encanto de ese hombre. La forma calmada con que la observaba la hizo
desear que esos ojos mostraran pasión. Lo anhelaba con intensidad, como una
hembra al macho, impulsada por la necesidad de encontrar compañero. ¿La
desearía él?
Se decía que era muy tonta, en tanto preparaba el té. ¿Cómo podía un hombre
como Dominic Harland desearla, si su marido la ignoraba? Hecho extraño, el
dolor del rechazo de Ricky, que había aceptado desde tiempo atrás, hizo
renacer el dolor en ella, con más fuerza.
Sirvió dos tazas de té, las colocó en bandejas y agregó unas galletas en cada
una. Primero subió la de Ricky, quien todavía dormía a la luz de la mañana su
rostro tenía color enfermizo. Sin la frenética energía que parecía mantenerlo
despierto, daba la impresión de estar sin vida.

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Kate bajó por la otra bandeja y la subió a la suite de los huéspedes, pero se
detuvo para llamar a la puerta. Al no recibir respuesta, giró el picaporte y
entró. Colocaba, la bandeja en la mesita de noche cuando la puerta del baño se
abrió. De manera automática se volvió y su rostro se encendió al ver a
Dominic, totalmente desnudo, secándose el cabello con una toalla.
Como él tenía la cabeza inclinada, tardó unos segundos en ver a Kate y
durante esos instantes ella no pudo advertirle que estaba ahí ni despegar los
ojos del perfecto cuerpo masculino.
Pero Dominic no reaccionó como ella imaginaba. Calmado, se envolvió la
cadera con la toalla, se le acercó y preguntó:
— ¿Cuánto tiempo llevas casada con Rícky? —la pregunta la sorprendió y
tuvo que humedecerse con la lengua los labios resecos.
—Dos años. . .
— ¡Eras una chiquilla!
—Yo… sí, tenía dieciocho años. . .
La cercanía de Dominic le impidió respirar con normalidad. Se había bañado y
ella percibía el fresco aroma a limón del jabón en la piel de él, y veía las
gotitas de humedad que se le deslizaban por el vello del pecho. Kate sabía que
ese cabello corto continuaba en una estrecha línea hacia el vientre plano para
luego… ¡Ay, no!... su cuerpo se estremeció al tratar de ignorar el recuerdo del
cuerpo desnudo.
De pronto, Dominic sonrió, divertido.
—Yo soy quien debería sentirme avergonzado y no tú, aunque imagino que no
soy el primer hombre al que ves desnudo.
La sonrisa se amplió y se le formó un pequeño hoyuelo junto a la boca. La
mirada de los ojos de Dominic la baño de calidez.
Sobrecogida, Kate se avergonzó. No por lo que había visto, sino porque al
seguir observándolo sintió las reacciones que ese maravilloso cuerpo causaba
en ella. Se volvió para huir, pero él le bloqueó la salida. Le ciñó la muñeca y
la haló hacia él, riendo y moviendo la cabeza.
— ¿Huyes? Sabes que no debes hacerlo.
— ¿Por qué? —preguntó sin pensar y deseando dominar los deseos que se
despertaban en ella por estar tan cerca de Dominic. Se sintió débil y tuvo que
fortalecerse para no caer desmayada en brazos de él.
—Si huyes, incitas al hombre a perseguirte para hacer esto — habló muy
quedo, en un tono tranquilizante e hipnotizarte, parecido al ronroneo de un
tigre, pero como ese animal, más peligroso en cuanto más docilidad
aparentaba. Kate contuvo la respiración, porque sus sueños de colegiala se
vieron convertidos en realidad. Dominic la ciño con más fuerza e inclinó la
cabeza para besarla.

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Antes de su matrimonio con Ricky, éste la había besado, pero nunca así, jamás
usó la lengua para incitarla a entreabrir los labios; en ninguna ocasión le hizo
sentir que se derretía, antes de encenderse de placer y desear que la caricia no
terminara.
Cuando la boca de Dominic se alejó, Kate lo miró como si estuviera
encantada, pidiendo más caricias con los labios apenas entreabiertos y de
manera muy inocente. Pero la diversión había desaparecido de los ojos de
Dominic, quien la observaba sombrío. Ni la inocencia pudo protegerla de la
furia y el desprecio que él reflejó en sus facciones, en una expresión que Kate
interpretó como decepción. Ella se soltó del abrazo y dio un paso atrás, sin
darse cuenta de que su blusa se humedeció con el contacto que tuvieron, pero
consciente de que el ambiente estaba cargado de tensión.
Dominic se mantuvo de espaldas, con la cabeza un poco inclinada, y no la
miró cuando ella salió corriendo.
¿Por qué la besó? Kate se hizo la pregunta varias veces durante el día. Los
hombres habían salido; de seguro Ricky lo llevó a ver la propiedad y cuando
Kate se enteró de que en su época de estudiante el invitado ya había estado en
esa casa, como huésped, se sorprendió.
—Tu abuelo fue un hombre extraño —le había comentado Dominic a Ricky
cuando desayunaban más tarde, los alimentos que ella les preparó—. Pero fue
mucha tu suerte al tenerlo, Rick.
Este se limitó a encoger los hombros y Kate, que conocía bien la opinión que
el nieto tenía del amable viejecito que lo crió, se preguntó si Dominic conocía
a su esposo tan bien como pensaba. Ricky despreció a su abuelo y lo odió por
haber donado dinero a la Asociación de Asistencia local. Alegaba que la
caridad comenzaba en casa y que él la necesitaba más que otros.
Mientras Kate preparaba la cena de esa noche, dio con la respuesta a la
pregunta que la atormentó durante todo el día.
Dominic era un hombre mundano, de mucha experiencia, ya que, sin duda,
había corrido más aventuras sentimentales que Ricky. Él, de seguro, la besó
como reacción automática a su presencia. Sintió un fuerte dolor al comprender
que él quiso hacerlo y eso significaba que quizá también deseaba acostarse
con ella.
Kate se dio cuenta que lo necesitaba como amante, y pensó que debía
avergonzarse, pero las tensiones en su matrimonio se habían aliado para crear
en ella la necesidad de saberse deseable.
Al terminar los preparativos para la cena, entró en la sala y levantó el libro que
comenzó a leer la noche anterior. Era una reseña histórica, ambientada en la
época de las Guerras de las Rosas, y la heroína estaba enamorada de un
hombre que luchaba en el partido contrario del que la familia de ella formaba

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parte. La joven fue capturada cerca del castillo de ese hombre y la llevaron
ante él. Entonces la acusó de ser espía, pero ella confesó que observaba el
castillo con la esperanza de verlo, porque lo amaba. El hombre no creyó su
declaración y la envió a una habitación en tanto decidía qué hacer con ella. La
muchacha estaba desesperada por encontrar la forma de demostrar qué había
dicho la verdad.
Kate leía, aunque no muy interesada en la trama, y pensaba en la hora que los
hombres regresarían. De pronto, algo captó su atención y comenzó devorar la
página impresa, luego la releyó. Dejó el libro abierto hacia abajo, sobre el
suelo, y cerró los párpados porque acababa de hallar la solución a su propio
dilema. Debió ser el destino el que la hizo elegir de entre muchos otros, ese
libro de la biblioteca. ¿Podría imitar a la heroína? ¿Se presentaría en la
habitación de Dominic esa noche para meterse en su cama y esperarlo?
Como Ricky estaba presente, el plan no era práctico, así que, a regañadientes,
olvidó la idea y quedó desilusionada. Añoraba que Dominic la amara
físicamente y no le importaba si era o no correcto. ¿No fue indebido que
Ricky se desposara con ella y no le concediera el divorcio, a pesar de que no
era su esposa en todo el sentido de la palabra?
Los dos hombres regresaron bastante tarde y Kate percibió el aliento
alcohólico de Ricky. Pero no fue él quien se disculpó. Dominic lo hizo.
Presintió el estado de ánimo de Ricky y para no tener que acompañarlos, se
disculpó al decir que ella ya había cenado. Ebrio, Ricky acostumbraba
hablarle con crueldad y esa noche ella se sentía muy vulnerable para tolerar
sus sarcasmos.
Media hora después de que les sirvió el café, Ricky entró en la cocina.
—Voy a salir. . . ¡esta casa me tiene harto! — anunció con beligerancia.
— ¿Salir. . . y, Dominic?
— ¿Dominic? —frunció los labios y dio la impresión de que odiaba al hombre
a quien calificaba de amigo —. Está le yendo los diarios en el estudio.
El abuelo y el tatarabuelo de Ricky habían escrito esos diarios. Kate los leyó y
le parecieron fascinantes, pero Ricky los consideraba "aburridos".
— ¿Adonde irás?
— ¿Qué te importa? —gruño y abrió la puerta posterior—. No te molestes en
esperarme. . . quizá no regrese. . , al menos esta noche.
No era algo insólito ni peor que otros momentos, pero Kate se enfureció.
Guardó silencio porque Ricky podría reaccionar a sus críticas con extrema
violencia.
Esperó media hora para entrar en el estudio. Dominic estaba sentado al
escritorio, concentrado en la lectura. Ella se aclaró la garganta y él levantó la
cabeza con el ceño fruncido.

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—Vine a preguntarte si deseas más café. Por cierto, Ricky salió. . .


—No, gracias —respondió y consultó el reloj —. Pronto serán las once y me
acostaré temprano. El aire fresco me cansó porque no estoy acostumbrado a la
campiña. Es el resultado de vivir en las grandes ciudades. Terminaré de leer
este capítulo y subiré—.
Con el corazón desbocado, Kate cerró la puerta del estudio, decidida a llevar a
cabo su plan. Antes de perder el valor para hacerlo corrió escalera arriba.
Quince minutos más tarde se encontraba acostada y cohibida en la cama de
huéspedes, en espera de Dominic.
Este llegó, pero sólo hasta que encendió la luz se dio cuenta de la presencia de
Kate en la cama.
Con el corazón bombeando acelerado por la excitación de que ella era presa,
Kate se atemorizó al ver que la expresión de él cambiaba y mostraba franco
deseo, y aunque reconoció que había logrado su objetivo y que su cuerpo
reaccionaba a la realidad, notó que él endurecía su rostro debido al enfado.
Dominic dio unos pasos y se detuvo junto al pie de la cama para mirarla con
frialdad y la boca apretada. A Kate le pareció que transcurría una eternidad y
se sintió avergonzada y humillada. ¿Cómo pudo imaginarse que vio deseo en
los ojos de Dominic? Se había ilusionado de la forma más terrible, pero ahora
se arrepentía del impulso que la llevó a esa habitación y a la cama.
— ¿Qué diablos haces? —las duras palabras golpearon a la joven y
destruyeron la poca compostura que le quedaba.
Deseó llorar, cerrar los párpados, volver a abrirlos y descubrir que se trataba
de una pesadilla, pero algo en ella se negó a rechazar las consecuencias de su
acción. Estuvo tan desesperada por demostrarse que era femenina y deseable,
que no se le ocurrió la posibilidad de un desenlace diferente.
—Deseaba. . . —tartamudeó dolorida.
—Sé muy bien qué deseabas —la interrumpió Dominic torciendo la boca —.
Pero no la obtendrás… al menos, no esta noche y definitivamente no seré yo
quien te complazca.
Se acercó a ella, le quitó las sábanas y la haló de la cama.
Muy avergonzada, Kate desvió los ojos y apretó los dientes, en tanto él
contenía el aliento y le ceñía el brazo. El dolor la hizo gemir, el enfado y
desprecio de que era objeto la intimidaron y sufrió más al recordar las
constantes burlas de Ricky. El instinto la hizo contraerse para quedar libre del
contacto de la carne masculina y escuchó que Dominic soltaba una maldición.
— ¡Es tarde para que actúes como una inocente ultrajada! — exclamó
Dominic severo—. ¿Sabe Rick qué tipo de mujer eres? ¡Con razón se dio a la
bebida y el juego! —

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Kate deseó protestar para sacarlo de su error, pero la garganta le dolía, tenía
los músculos tensos, por lo que perdió toda ilusión. Deseó que Dominic se
fuera y la dejara sola para que ella pudiera regresar a esconderse en su propia
habitación, ocultarse tanto de su propia humillación como del hombre, pero, al
parecer, Dominic tenía otros planes.
Kate tragó en seco y murmuró:
—Por favor… —calló al ver que él contenía el aliento y se estremecía de
furia.
— ¿Me pides piedad? —exigió tranquilo—. Pídesela a Ricky, porque sólo
mereces esto—.
Se inclinó y su cuerpo bloqueó casi toda la luz; Kate se mantuvo rígida por el
temor, en tanto él bajaba la boca hacia la de ella. Percibió alcohol en el aliento
de él, y sintió la tensión y furia en el cuerpo masculino al mismo tiempo que
recibía el castigo de un beso, que era sólo una parodia.
Sintió que el labio se le partía con la presión de la boca ajena y probó el sabor
a hierro de su propia sangre. Ya no se hacía ilusiones en cuanto a la supuesta
caricia y cuando él, por fin, la soltó, ella se dijo que tuvo suerte de no haber
sufrido más que indiferencia por parte de su marido. Quizá debería estarle
agradecida a Dominic, se dijo, y contuvo las lágrimas que se le acumularon en
los ojos.
Aturdida, notó que él la levantaba y caminaba con ella en brazos a la puerta.
El terror le impidió hablar cuando la dejó caer sin miramientos en su propia
cama.
Kate se obligó a mantener los ojos abiertos y el cuerpo quieto, hasta que se
aseguró de que Dominic se había ido, pero no pudo tranquilizarse.
No supo cuánto tiempo tardó en poder ponerse en pie para dirigirse,
tambaleante, hacia el baño. Se sentía degradada en la peor forma y más
contaminada que si un extraño la hubiera violado. Pero si esto último hubiera
ocurrido, al menos estaría libre de la deshonra.
Febril, trató de convencerse de que sólo fue un beso. Se bañó la pálida piel…
un beso, nada más, pero se sentía marcada y mutilada al grado de pensar que
jamás volvería a ser la de antes. Fue su culpa. . . pero no pudo dejar de pensar
que de haber sido una de las bellezas con quienes Ricky salía a la vista de todo
el mundo, Dominic habría reaccionado de diferente manera. Definitivamente,
algo notó en ella que lo obligó a rechazarla y humillarla. . . sin duda, eso que
le faltaba causaba que todos los hombres sintieran disgusto hacia ella. Agotada
por el trauma de la velada y sin energías, se metió en la cama.
Esa noche, algo dentro de ella murió y Kate no dudó de que jamás reviviría. A
partir de ese momento, viviría como monja, ningún hombre tendría la
oportunidad de lastimarla, como lo hicieron Ricky, primero, y luego Dominic.

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El timbre agudo del teléfono la sobresaltó y la hizo regresar al presente. De


manera mecánica, estiró el brazo para levantar el auricular.
— ¿Kate? —Preguntó la voz preocupada de Sue—. Te llamo para asegurarme
de que llegaste a casa sana y salva… y para disculparme por lo ocurrido.
Logró olvidar su problema mientras calmaba a Sue, pero las siguientes
palabras de su amiga volvieron a ponerla tensa.
—No sabía que se conocían ni que Dominic hubiera sido amigo de Ricky.
—Sue, puse a hervir un poco de leche para prepararme un chocolate y temo
que se desbordará.
Era mentira, pero le evitó tener que responder a más preguntas. AI dejar el
auricular en su lugar, maldijo a Dominic Harland. ¿Qué capricho malicioso de
los dioses hizo que él retornara a su vida, justo cuando creyó encontrar la
manera de liberarse de los sufrimientos pasados?

Capítulo 4
FUE sólo hasta la hora del almuerzo, el día siguiente, cuando Kate creyó que
en el fondo de su mente comenzaba arrumbar a la indeseada presencia de
Dominic Harland, en su justa perspectiva, pero eso la perturbó.
Luego de que logró liberarse del odio que sentía y que la había dejado sin
voluntad para no hacer otra cosa que odiar aquel fatídico fin de semana
durante los subsecuentes meses, se prometió que no perdería más tiempo
pensando en Dominic ni en la opinión que tuviera de ella.
El se equivocó al juzgar Su moralidad, pero la lógica que había desarrollado
con esmero después del encuentro le enseñó que, sin importar cuánto se
diferenciaba de la mujer que él creía que era, sus motivos para olvidar la
infelicidad de su matrimonio estaban claros.
Sabía que, de estar en su lugar, otra mujer odiaría a Dominic, pero ella volcó
su odio hacia sí. Su estupidez y debilidad por tratar de convencerse de que
hallaría la respuesta a sus insuficiencias como mujer en brazos de otro, no
tenían fundamento. Pero eso quedó en el pasado, porque no permitiría que su
mente pensara con sensualidad en hombre alguno. Nunca más quedaría
vulnerable al dolor y a la humillación que le infligió Dominic.
A media tarde, una inesperada llamada de Vera interrumpió la calma que
adquirió a base de mucho esfuerzo. La mujer llamaba para sugerir una cita,
con el fin de tratar el asunto del invernadero. Había un dejo de tensión en su
voz y Kate supuso que se sentía incómoda por lo ocurrido durante la cena en
casa de Sue. El instinto de evitar la posibilidad de otro encuentro con
Dominic, por lejano que fuera, fue dominado por el orgullo y una voz interior
le aseguró que si se negaba a verla y se enteraba Dominic, éste creería que le

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tenía miedo. De modo que cuando Vera le sugirió que fuera a su casa al día
siguiente, a las dos treinta, Kate aceptó.
Fue irritante que eso sucediera en ese momento, justo cuando Kate imaginó
que la vida comenzaba a florecer de nuevo para ella. ¿La opinión que Dominic
tenía de ella, afectaría las oportunidades que podía tener de lograr el pedido de
los Benson?
¿Por qué habría de afectarlas?, se preguntó. Vera la juzgaría por su capacidad
y no por su buena conducta o la inmoralidad de ésta. De todos modos, era
desagradable y desconcertante pensar que Dominic pudo hablar mal de ella
con Vera. Pero Kate no permitiría que la arrinconaran en una postura en la que
tendría que defenderse de un supuesto crimen. Si Dominic u otra persona la
presionaba, ella se limitaría a… ¿A qué? ¿Decir la verdad y al diablo con las
consecuencias? La lógica le indicó que lo que ella hizo no era tan censurable,
pero no pudo olvidar la severa condena ni el rechazo de Dominic, que fueron
los elementos que le dejaron huella y seguían atormentándola.
Para mantener la mente ocupada se dirigió en su cochecito al pueblo cercano,
para ir a la biblioteca y sacar los libros que hubiera sobre arquitectura
victoriana. Los invernaderos se hicieron populares en esa época y si estudiaba
el periodo con más concentración, idearía un diseño adecuado para el
invernadero de Vera.
Como estaba en el pueblo, aprovechó para consultar con un agente de bienes
raíces, consciente de que debía poner en venta la casa.
El socio del agente tenía poco más de treinta años, sus modales eran
agradables, aunque Kate sospechó que tal vez quiso flirtear con ella. Ignoró la
actitud del hombre y sonrió calmada, pero no se dejó halagar. Sin duda, él
usaba esa táctica con todas las clientas y consideró que fue un insulto a su
propia inteligencia el que pensara que aceptaría esa actitud como genuina.
Sabía muy bien que los hombres no se fijaban en ella.
— Si le parece, iré a ver la casa a fines de semana —sugirió el hombre
después de anotar los detalles —. ¿Cuándo lo estima conveniente?
Quedaron en que Kate lo llamaría tan pronto supiera qué compromisos tenía.
En gran medida no estaba muy triste por tener que vender el inmueble y
mudarse de casa. Esa propiedad guardaba demasiados recuerdos tristes para
ella. Quizá al instalarse en la cabaña… pero recordó que ya no podía
arrepentirse y que nunca volvería a ser la chica que fue a los diecisiete años.
A su regreso decidió tomar un atajo para detenerse en la cabaña. Esta parecía
desierta y abandonada y el jardín estaba plagado de hierbas. Como no llevaba
las llaves, no pudo entrar, pero le dio gusto ver que la fuerte construcción de
piedra tenía todas las tejas y que los desagües estaban en buenas condiciones.

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Fue feliz en esa acogedora casa y se dijo que volvería a serlo, aunque tragó en
seco para ahogar las lágrimas. Se casó cuando estaba muy reciente la muerte
de su padre, y comprendió que no le permitieron lamentar esa pérdida como
hubiera querido. De hecho, ya como adulta, sabía que se casó en un estado de
total conmoción, pero no culparía a los demás por creer ella que estaba
enamorada de Ricky. Y aunque su madre, con quien nunca la unió lazo
alguno, le hubiera ofrecido su hogar en Estados Unidos, sabía que no hubiera
sido feliz allá.
Las nubes que fueron una leve sombra en el horizonte cuando emprendió el
viaje, de pronto ocultaron el sol. Se estremeció porque sólo vestía delgada
camiseta de punto y una falda. Llegó a casa cuando las primeras gotas
mojaban el parabrisas, salió del coche y corrió a la puerta con los libros bajo el
brazo.
Como ya había hecho arreglos para poner la casa en venta, la observó dé
diferente manera. El vestíbulo era grande y acogedor, y la galería del descanso
era digna de atención. Era el tipo de casa que agradaría a personas como los
Benson, recién llegados a la región con el suficiente dinero para comprar y
cuidar una propiedad tan valiosa.
Hasta hacía poco, Kate se encargaba sólo del quehacer de la casa y, en cierta
medida, seguía haciéndolo, aunque una mujer iba ayudarla dos veces por
semana.
Preparó una taza de café y la llevó a la biblioteca, ahí trabajaba. El ambiente
masculino de la habitación forrada de libros, era cómodo y relajante.
Guardaba sus diseños en un cajón del escritorio, colocado en uno de los
rincones. Estiró el brazo y encendió la lámpara de la mesa.
Los nubarrones cubrían todo el cielo, pero de cualquier manera, las pequeñas
ventanas con lienzos emplomados no daban mucha luz, ni siquiera en los días
más soleados.
Se sentó, y mientras hojeaba su carpeta imaginó el rostro de Dominic. Se irritó
por la intromisión de éste en su mente. Debería sentirse eufórica por la
promesa de un trabajo, pero estaba tensa y nerviosa y no pudo concentrarse.
Marcó el número de Harry y contestó Liz, como siempre, cálida y alegre, lo
cual ayudó a Kate a tranquilizarse. Hablaron varios minutos mientras alguien
iba a llamar a su esposo, en el taller.
— No sabes el gusto que me dio saber que tú y Harry se asociarán, cariño —le
informó Liz —, Eso lo animó y está emocionado como un chiquillo — rió—.
¡No pasan dos minutos sin que hable del asunto! Aquí está ya —le entregó el
auricular a su esposo.

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En pocas palabras, Kate le informó a Harry que había conocido a Vera, que
estaba muy interesada en el trabajo de ellos y concertaron una cita para el día
siguiente.
Harry se entusiasmó más de lo que ella imaginó y la hizo olvidar los titubeos
en cuanto a su capacidad, porque, alabó sus ideas y dedicación.
—Pero no cometas el error de presentarle algo pesado y estilizado —le
advirtió Harry —. Es sorprendente lo bien que los diseños modernos, de
formas libres, combinan con los invernaderos tradicionales. ¿Recuerdas el que
te mostré con las rosas trepadoras?
—Sí, y pensaba hacer algo similar, aunque aún no estoy segura cómo.
—También existe la posibilidad de que hagas una ventana panorámica. El otro
día vi una preciosa, pero no recuerdo dónde.
Como siempre que escuchaba hablar a Harry, Kate se tranquilizó y se dejó
llevar por la magia del interés que compartían. Cuando colgó, en su mente
bullían múltiples ideas.
Tomó un pliego de papel, dibujó con rapidez, pero al concentrarse, disminuyó
la velocidad. El dique que a su numen creativo había erigido Dominic en la
mente de ella, se rompió para desencadenar un torrente positivo de
inspiración. Daban las nueve cuando levantó la cabeza, dejó el lápiz sobre el
escritorio y flexionó los cansados dedos.
Las últimas horas de la tarde se esfumaron sin que se diera cuenta y aunque
estaba cansada y hambrienta, se sentía satisfecha, no experimentaba el
agotamiento de la desesperanza y del sufrimiento que conoció muy bien
durante los últimos años.
Acomodó los papeles, los metió en una carpeta, fue a la cocina para prepararse
una taza de café y una ensalada de pollo y se llevó todo a la biblioteca para
acomodarse en un mullido sillón de cuero, junto a la chimenea, con un libro
entre las manos.
Eran más de las once cuando subió a su habitación contenta porque el trabajo
realizado era bueno. Quizá debido a su serenidad descuidó la guardia y cedió
al impulso de dirigirse a la alcoba para huéspedes. Desde el umbral, vio la
cama cubierta con un inmaculado edredón y varios cojines.
Después de muerto Ricky, cedió al capricho de tirar la ropa de cama de esa
habitación para comprar todo nuevo. Torció la boca al burlarse de sí porque
había reemplazado el dorado y café del decorado por los colores pastel en
limón, gris y blanco. Fijó los ojos en la tradicional cama de caoba, con
cabecera y piecera. No cabía la menor duda de que el algodón y el lino blanco
de la manta y cojines hacían resaltar el delicado colorido, pero se preguntó si
no lo había motivado el subconsciente cuando eligió el blanco, color de la
pureza, para ese dormitorio.

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De pronto, su agradable estado de ánimo desapareció para dejar el paso a la


acostumbrada inquietud. Se amonestó y se dijo que no pensaría más en
Dominic. Cerró la puerta y caminó a su habitación. Bastante se había
torturado, y con la penitencia del amor propio perdido, pagó por sus alocados
sueños un precio muy alto.
La casa tenía cinco dormitorios y el que ella usaba en el presente fue la
habitación de niños. Inmediatamente después del deceso de Ricky, dejó la
alcoba matrimonial porque no pudo regresar al dormitorio donde se enteró con
crueldad que él nunca la deseó como mujer. ¿Hubo algún motivo oculto para
que ella eligiera esa alcoba?, se preguntó al desvestirse. ¿La escogió a
sabiendas de que, mientras fuera la dueña de la casa, nunca necesitaría una
habitación para niños?
Al dar vuelta hacia el caminito que desembocaba en La Granja, Kate suspiró
de alivio. Esa mañana su Mini fue más rebelde para comenzar a funcionar y
durante el trayecto, el motor la amenazó con descomponerse en más de una
ocasión. Decidió que lo llevaría al taller y aceptó la necesidad de cambiarlo.
Quizá después de vender la casa tendría el dinero para hacerlo.
Como mujer trabajadora, ella necesitaría un confiable medio de transporte.
Kate comprendió que los Benson ya se habían mudado a la casa, porque vio
que una empresa de jardinería trabajaba en los crecidos prados y macizos de
flores.
La Granja era una de las casas feas y cuadradas que, al parecer, fueron muy
favorecidas por los amantes del estilo Victoriano, como si el tamaño y bulto
fueran lo bastante impresionantes para prescindir de diseños artísticos. Kate
había entrado en varias ocasiones, muchos años atrás, cuando su padre vivía.
Pero ya no existía el olor a moho y polvo del desuso que asociaba con la casa.
Olía a pintura fresca y admiró lo que recordaba como un vestíbulo sombrío
que Vera había logrado transformar.
— ¡Vera, quedó hermoso! —exclamó entusiasmada, olvidando la formalidad
al acercarse a una pared para examinarla de cerca. Tenía dos tonos del mismo
color; un tenue verde azuloso con bordes en dorado pálido decoraba la parte
de arriba de la barandilla y, los más oscuros, abajo de ella. Levantó la vista y
notó que el techo estaba pintado con el color más oscuro y que la cornisa era
blanca.
— ¡Qué bueno que te agrada! —sonrió Vera complacida—. A Ian le pareció
que exageré un poco —señaló la escalera—. Colocaron esa monstruosidad
después de la Primera Guerra Mundial y pienso ponerle mármol y dejar la
barandilla como está. ¿Qué te parece?
—Quedará hermosa — respondió con franqueza —. Como esos acabados
siguen usándose, por ser tradicionales, no desentonará.

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—Lo mismo pensé. Pero vamos a la sala, que aún no redecoramos, es la única
que tenemos amueblada.
Kate no había visto esa habitación durante sus anteriores visitas y descubrió
que tenía buenas proporciones y dos puerta-ventanas con vista a los jardines
del fondo, así como dos ventanas más pequeñas en la pared de la chimenea,
que daban a los amplios prados.
La sala daba la impresión de que no la habían tocado en años. Las paredes
tenían un sucio color gris crema y la alfombra estaba luida.
—El corredor de bienes raíces nos informó que el coronel vivió aquí solo
durante más de dos décadas —le comentó Vera—. A su muerte, la casa quedó
desocupada tres años.
Vera hizo una pausa, y luego continuó.
—Su sobrino pedía una suma exorbitante por la propiedad y en el pueblo se
decía que el coronel estipuló que no debía venderla para fines de desarrollo
urbano. Sin embargo, no bajaba el precio porque deseaba que el inmueble
quedara deshabitado mucho tiempo, para venderlo como terreno. Tengo
entendido que los jardines son extensos—. Kate escuchaba, embebida la
explicación—. Son casi cuatro acres y como cada día hay más personas
dispuestas a viajar desde Londres, cualquier casa construida en el terreno
podría venderse a muy buen precio. Tardaremos años en arreglar esta casa a
nuestro gusto, pero al final, nuestro esfuerzo quedará coronado por el éxito y a
nuestros hijos les encantará.
Vera vio la sorpresa en el rostro de Kate, y sonrió.
—Los dos están en un internado. Uno de los motivos que nos animaron a
establecernos aquí fue el que les será más fácil asistir a clases —mencionó el
nombre de un plantel muy conocido —. Por cierto, Ian y Dominic fueron
compañeros de escuela, por lo que imagino que debió conocer a tu esposo,
aunque mi marido es cuatro años mayor que Dominic y, según tengo
entendido, Ricky era más joven.
—Cierto —Kate sintió que la tensión hacía presa de ella. No deseaba hablar
del pasado ni de algo relacionado con Dominic Harland, pero Vera no se dio
cuenta de ello y prosiguió:
—Pobre Dominic, tuvo una niñez trágica. Su madre abandonó a su padre y se
fue con otro hombre. El tenía sólo dos años y la vio muy pocas veces después.
Su progenitor quedó amargado y no permitió que Dominic olvidara la
deserción de su madre. Lo educó haciéndole pensar que todas las mujeres eran
traicioneras y engañosas y enviarlo a una escuela para varones no lo ayudó—.
Kate se rehusó a comentar esa sorpresiva información. De haberse tratado de
alguien que no fuera Dominic, se habría identificado con él, pero no podía
permitirse la debilidad de tenerle conmiseración.

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—Lamento que la otra noche tú y Dominic hayan tenido desavenencias —


comentó Vera—. Nunca lo vi actuar así y siempre se muestra indiferente y
receloso al sentirse atraído por una mujer, pero. . .
—Por favor, ¿Podríamos cambiar de tema? —Kate sonrió para contrarrestar la
brusquedad de la petición—. En cuanto a mí, el pasado quedó olvidado. Hace
más de seis años que Ricky murió y las diferencias que hayamos podido tener
se acabaron. No puedo criticar a un hombre que ya no vive para defenderse.
Lo único que puedo decir es que no fui la causa de la adicción de mi esposo al
juego.
Vera se horrorizó y cubrió una mano de Kate con la suya.
—Ay, querida, no… Ni se me ocurrió —murmuró preocupada —. Como te
dije, mi esposo no recuerda a Rick de sus días de estudiante, pero sabe cómo
era y de qué manera vivía. . . —frunció el ceño—. En cuanto a Dominic. . .
Kate ya había escuchado suficiente y tenía el estómago contraído por el dolor
y la ansiedad.
—Por favor —rogó—. Olvidemos el asunto. Yo… —parpadeó consternada
porque las lágrimas le borraron la visión, pero su anfitriona las vio. Ella se
defendió bajando la cabeza, aunque estaba consciente de que Vera la
observaba por encima del hombro. Sin embargo, Kate no vio la expresión de
la mujer hasta que ésta exclamó:
— ¡Dominic, estás aquí! Creí que habías salido. . .
Kate sintió alivio porque tenía la espalda hacia la puerta.
Le hubiera desagradado que él la viera débil y llorosa. . . vulnerable. . .
Se irguió sin volver la cabeza y se amonestó. ¿Qué diablos le pasaba?
Dominic ya no podía lastimarla. Qué importaba si alguna vez ella se sintió
atraída hacia él; si en una ocasión creyó ver en él la seguridad y compasión
que no le brindaba su esposo, se equivocó. Cierto, Dominic la rechazó,
humilló y lastimó, pero eso sucedió años atrás. Ahora, afirmó la rígida postura
de sus hombros al intuir que él se acercaba.
—Dominic se quedará con nosotros durante una temporada — le informó
Vera animada—. El y mi esposo. . .
—Estoy seguro de que a la señora Hammond no le interesa mis razones para
estar aquí, Vera.
Kate no se sorprendió al ver un leve rubor en el rostro de la mujer un poco
mayor que ella, pero se enfadó por Vera. Se volvió y al comprender que
tendría que levantar la cabeza para verle el rostro a Dominic, contuvo el
aliento.
—Tienes razón, no me interesan en lo mínimo —aseguró calmada.
La sonrisa amable e indiferente contrarrestó la dureza en su voz, pero Kate
estaba más allá de que le importara. Se volvió de nuevo hacia Vera y agregó:

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—Quizá no es conveniente que sigamos hablando del invernadero — trató de


ponerse de pie, pero Vera protestó.
—Te equivocas —se levantó de la silla—. Te suplico que vayamos a verlo.
Para poder seguir en línea recta a la mujer, Kate hubiera tenido que pasar muy
cerca de Dominic, casi tocándolo, así que se desvió sin mirarlo y siguió a su
anfitriona.
El invernadero estaba adosado al lado opuesto de la casa; el diseño era
tradicional, con techo típico alto y abovedado. El trabajo de herrería forjada
sostenía los lienzos de vidrio.
—La compañía de jardinería me hizo el favor de limpiar todo esto —le
informó Vera en cuanto pisaron los mosaicos de mármol. Frunció un poco la
nariz —. En este momento su aspecto es terrible, pero. . .
—Tiene potencial — término Kate, sonriendo, porque había olvidado las
sombrías facciones de Dominic.
Después de sentarse en una silla de hierro abrió su carpeta y media hora más
tarde, Vera exclamó muy entusiasta:
— ¡Kate, todos tus diseños son hermosos, y estoy segura de que te diste
cuenta que el de las flores fue el que más me agradó!
Kate sabía a cuál se refería; era un dibujo que cubriría tres lados del
invernadero con brillantes colores, parecidos a las tradicionales plantas que
rodean una cabaña.
—Será caro —le advirtió a Vera.
—Es comprensible, ¿podrías dejarme el dibujo para que se lo muestre a Ian?
—hizo una leve mueca —. A causa de la índole de su trabajo tiene que recibir
gente a menudo y es importante causar buena impresión. No es mi estilo de
vida, pero debo hacerlo. Tu diseño causará un maravilloso impacto visual y
sabes que en nuestro tipo de reuniones es indispensable destacar. Sospecho
que nuestros contactos norteamericanos serán los más impresionados. De
todos modos, creo que Ian debe dar su visto bueno antes de que me
comprometa contigo.
—Por supuesto — aseguró Kate en tanto su mente absorbía lo dicho por Vera.
El dibujo que más le agradó a la mujer fue uno que hizo por impulso y a
último momento. Le encantó la idea, pero sabía que poca gente podría
permitirse el lujo de tal extravagancia. No se le ocurrió que Vera Benson lo
elegiría. Eso daba testimonio de las grandes ganancias que obtenía el señor en
su negocio. El costo de realizar el trabajo en el invernadero quizá le permitiría
a ella sostener su casa durante tres o cuatro años y aunque sus ingresos eran
limitados, Kate jamás envidió esas fortunas.

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Luego de que se le pasó el impacto inicial, se dio cuenta del reto que
implicaba realizar la obra. Además, sería un maravilloso inicio para la
sociedad que existiría entre Harry y ella.
De pronto, se impacientó por llegar a casa para llamarlo y decírselo.
Cuando Vera la acompañó a la puerta de la casa, no vio a Dominic y venció al
temor que tuvo al salir del invernadero. Le dio las gracias a Vera, se despidió
y entró en su coche. Su anfitriona permaneció de pie, junto al vehículo y
frunció el ceño al ver que los intentos de Kate por encender el motor no daban
resultado.
Después de diez minutos, cuando sintió que el acumulador también cedía,
Kate aceptó la derrota, salió del coche y le preguntó a Vera si podía usar su
teléfono.
—Por supuesto. . . te llevaría, pero Ian se llevó nuestro coche.
Kate se disponía a seguir a Vera hacia la casa, cuando Dominic apareció por
uno de los lados y frunció el ceño al ver el Mini y a las dos mujeres.
— ¿Qué sucede? —le preguntó a Vera, no a Kate. Por la forma en que ignoró
a ésta, dio la impresión de que el exabrupto de ella durante la cena, lo
consideraba como una aberración mental.
—El coche de Kate no arranca —le informó Vera, preocupada—. Yo no
puedo llevarla porque no tengo el coche.
—No es necesario, Vera —intercaló Kate—. Llamaré al taller y ellos vendrán
por mí para llevarme a casa de Sue, luego, ella me llevará a casa.
Sin quererlo, observó el rostro de Dominic y notó que registraba sus palabras,
pero la burla y el desprecio en sus ojos fueron casi como un golpe físico. Un
dolor intenso la hizo sentirse como animal atrapado, pero esperaba que se le
pasara. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué la lastimaba todo lo que el hombre decía?
Cierto, en una ocasión ella actuó irracional y tontamente. Sin embargo, ¡saldó
su cuenta!, aunque le costó muy caro ese error.
—No es necesario eso —anunció Dominic, mirando el rostro de Kate pero
dirigiéndose a Vera--. Llevaré a la señora Hammond a su casa. De todos
modos voy al pueblo y supongo que el taller está allí —le comentó a Kate y,
antes de que ella confirmara o negara el comentario, agregó —: Pediremos
que vengan por el coche. Por cierto, ¿qué le pasa? Se acercó al viejo Mini y lo
observó. Se movió con la misma indolencia masculina que la impresionó ocho
años antes, pero Kate ya no era una jovencita que se impresionara con
facilidad. Entonces, ¿por qué le saltaba tanto el estómago? No era porque él la
atrajera, de seguro se debía al temor.
—No arranca —confirmó Dominic y, al tiempo que desviaba la vista, soltó la
palanca para abrir el capacete.

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Kate vio que fruncía el ceño en tanto examinaba el motor y se le ocurrió que
quizá pensaba que ella urdió la excusa, pero ¿para qué?. . . El rubor le cubrió
el rostro al pensar que quizá creía que ella trataba de fomentar una situación
que los uniría. No era posible porque Kate no sabía que Vera no tenía el coche
ni que él aparecería justo en ese momento crucial. Permitió que su
imaginación volara, pero se dominó y aspiró profundo.
—El motor se ahogó y tiene varias fallas eléctricas —dijo Dominic, cerró el
capacete y, por primera vez, miró a Kate de frente—. ¿Por qué no te compras
un vehículo nuevo?
El desprecio abierto, la actitud de seguridad y la franca y desagradable manera
con que la había tratado, incitaron el resentimiento en ella y la hicieron
enroscar los dedos dentro de las palmas.
—La respuesta es sencilla, no puedo permitirme ese lujo — respondió con
hostilidad—. Y por favor, no te preocupes por mí. Bastará con que use el
teléfono de Vera.
A su espalda escuchó el gemido de angustia que emitió su anfitriona. ¿Qué
importaba si era grosera? No permitiría que alguien la acobardara, menos aún
que lo hiciera Dominic Harland.
—No me preocupo — la repentina fuerza de los dedos en su brazo hizo a Kate
girar. No creía que él estuviera tocándola y sus ojos la traicionaron.
Fue desconcertante ver que la piel morena se teñía en tanto él desviaba los
ojos y la soltaba. Por instinto, Kate dio un paso atrás y respiró profundo, como
si ese breve contacto la hubiera privado de oxígeno.
—Entra en el coche —ordenó Dominic.
De pronto, Kate perdió fuerzas y quedó muy cansada para discutir, además,
¿por qué protestaba? Sabía que Vera los observaba con curiosidad y no sería
prudente fomentar habladurías acerca del pasado. Algunos en el pueblo
recordarían la primera visita de Dominic, años atrás, y atarían cabos. La gente
era afecta a chismear y Kate no deseaba darle motivo para ello. Bastante sufrió
en vida de Ricky.
El coche de Dominic estaba a un lado del Mini, era un BMW nuevo. La puerta
del pasajero no tenía la llave corrida, así que se acomodó en el asiento en tanto
descartaba la idea de que podría ser un coche alquilado. Pensó en las
diferencias del modo de vida entre la gente como los Benson, Dominic y ella.
¿Pensaba él establecerse en Inglaterra?
Se dijo que la respuesta no le interesaba y se puso tensa cuando él se sentó a
su lado. Para despedirse, Vera se acercó y con la mano se protegió los ojos de
la brillantez del sol de la tarde.

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El coche se deslizó con facilidad y dio pruebas de su potencia. Con el cinturón


de seguridad puesto, Kate se concentró en mirar a través de la ventana y ni una
sola vez se volvió a mirar al hombre que conducía.
Nada tenía que decirle o que pudiera pronunciar, sin revelar la agonía que le
causaban los recuerdos, por eso agradeció el hecho de que también él guardara
silencio.
Cuando se acercaron al pueblo, un grupo de personas que había afuera de la
oficina de correos dejó de conversar, para admirar el coche. A Kate se le
ocurrió que era posible que Dominic fuera con bastante frecuencia a la región
dado que los Benson se habían establecido ahí. Pensarlo no le agradó así que
apretó la boca y enroscó los dedos en las palmas de sus manos.
Dentro del taller, Dominic se hizo cargo del problema y explicó la situación
del coche. El resentimiento rugía en Kate, porque estaba acostumbrada a
dirigir su vida y resolver sus problemas, pero sería inútil mostrarse caprichosa
e infantil en estos momentos. Dentro de media hora se desharía de él. Lo único
que tendría que hacer sería concentrarse en el panorama e ignorar que él iba
sentado a su lado.

Capítulo 5
LOS neumáticos del coche crujieron sobre la grava del caminito privado, en
tanto Dominic giraba para pasar por debajo de las rejas de la casa y el sonido
resultó extrañamente fuerte, dado al profundo silencio dentro del vehículo. El
detuvo el vehículo junto a la puerta de la fachada y, cuando Kate cogió el
picaporte de la puerta, al mismo tiempo que soltaba el cinturón de seguridad,
sintió que él le tocaba el brazo. El temor le recorrió la piel, pero no lo miró ni
le dio a entender que sentía el contacto.
—Quiero hablar contigo.
Conque, era eso. ¿Qué deseaba él decirle que no dijo ocho años antes?
— ¡Lo imaginé, porque nunca pensé que me traerías simplemente por
amabilidad humana! —el dolor la hizo destilar veneno, en su voz aguda y
temblorosa,
— ¡Eres muy lista! ¿Entramos?
Kate no deseaba invitarlo a pasar a la casa. . . pero sabía que él no le permitiría
negarse.
Descorrió la cerradura y caminó al vestíbulo con el cuerpo erguido. Se detuvo
junto a la puerta de la sala y notó que Dominic se ponía sombrío, como si
también recordara. Se estremeció un poco y comprendió que él notó su leve
movimiento. Sus ojos brillaban y parecían cálidos, no fríos, en tanto

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observaban cada movimiento que ella hacía… como si esperara que Kate
hiciera… ¿qué?
Impaciente por el enfoque teatral de sus pensamientos, ella abrió la puerta de
la sala y entró. Se colocó de manera estratégica detrás de una de las sillas, se
apoyó en el respaldo y se volvió hacia él.
— ¿Qué quieres decirme?
Fue desconcertante ver a Dominic tan cerca, lo suficiente para poder verlo
bien a los ojos, diferentes de los de ocho años antes. El tiempo los había
endurecido, y parecía que la compasión que la engañó en aquel entonces ya no
existía. Sin la menor duda, podía afirmar que no había calidez en esos ojos
color topacio que le escudriñaban el rostro. Le pareció extraño que un tono tan
cálido como el dorado sugiriera tanta frialdad.
Si había de creer en las palabras de Vera, y aceptó que ésta no tenía motivos
para mentir, Dominic tenía justificación para recelar del sexo femenino. Pero
la desconfianza era una cosa y otra el desagrado que lo impulsaba a herirla.
Dominic emanaba un aire de control que la obligó a dar un paso atrás, pero el
orgullo la hizo volverse a donde estaba, con la barbilla en alto y mirándolo de
frente. Ya no tenía veinte años y no buscaba en vano el amor que le negaba su
esposo; tampoco estaba desesperada por demostrar su feminidad.
—No sé por qué tienes tanto interés en fomentar la amistad de Vera Benson
— comentó por fin, Dominic —. Pero sí deseas conquistar a Ian, pierdes el
tiempo. Adora a su esposa… y no caerá en las redes que le tiende alguien
como tú.
—No cultivo el trato de ella como lo insinúas, pero necesito ganarme la vida
—respondió contenida.
— ¿Esperas que te crea? —Contrajo los labios en un desagradable gesto al
ver, a través de la puerta-ventana, los jardines—. ¡Dudo que lo que ganas
baste para que puedas pagarle a un jardinero!
De nuevo, Kate se maravilló de lo controlada que se mantenía. Era como si
fuera observadora y no participante.
—Tienes razón — respondió serena —. Por eso venderé la casa. Mi padre me
dejó una casita a pocos kilómetros de aquí y pienso irme a vivir en ella. No sé
por qué te lo digo, si eso no te incumbe —sonrió con frialdad y con desprecio
agregó—: Te suplico que te vayas.
— ¡Vaya, vaya, qué tranquila y controlada te has vuelto!— habló en tono bajo
y con matiz de diversión. Parecía tranquilo, pero Kate no se dejó engañar. Lo
había mirado ella a los ojos antes de que los ocultara con las tupidas pestañas
y vio enfado en ellos.
Contra su voluntad, sintió un estremecimiento de temor que le tocó en su parte
más profunda y femenina.

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— Hace ocho años, cuando me suplicaste que te amara, no eras tan


indiferente. ¿Verdad, Kate?
Ella perdió el control, se abalanzó sobre él y le asestó una bofetada tan fuerte
que le ardió la palma, pero al comprender que de alguna manera quedó
complacido, dominó su locura temporal. Vislumbró el brillo del triunfo en los
ojos de él y de nuevo tuvo temor.
Deseó volverse para correr y ocultarse, pero, de pronto, él la levantó en brazos
y la llevó hacia la escalera. Kate se arrepintió de no haber corrido, porque él
no le permitió soltarse.
Con los dedos, él le presionó dolorosamente la piel, cuando abrió con la punta
del zapato la alcoba de huéspedes.
La furia y algo más, extraño y desconcertante, brillaba en sus ojos cuando la
dejó caer en la cama, tan conmocionada, que sólo pudo mirarlo con enfado y
sentirse débil. Pero esa laxitud duró poco, porque pronto Kate trató de sentarse
y gritar de manera ahogada, debido a la presión de la boca de Dominic en la
suya. El peso del cuerpo masculino la presionaba contra el colchón, además de
que él la tenía prisionera por las muñecas.
El beso de años atrás la había conmocionado y desilusionado y quedó
lastimada física y mentalmente. Y aunque presintió que Dominic contenía un
impulso salvaje, no se atemorizó. La excitación la mantuvo inmóvil debajo de
la hiriente calidez del beso.
Sintió que los senos, debajo de la delgada camiseta de punto y un tenue sostén,
respondían a la dureza del musculoso pecho que se los presionaba; los pezones
se le incitaron y le dolieron más que cuando estaba recién casada. Reconoció
la reacción como el inicio de un sobrecogedor deseo.
No era posible que deseara… a ese hombre. Se dijo que no resultaba normal y
odió la reacción de sus sentidos y la añoranza de desvestirse y desnudar a
Dominic, para sentir el calor de la piel masculina acariciando la de ella.
—Kate… — el nombre le pareció desconocido cuando él se lo murmuró junto
a la boca. Ella tenía la garganta dolorida y creyó enloquecer.
Cuando él volvió a besarla, con más delicadeza… buscando, probando,
explorando… ella recordó que Dominic la odiaba y despreciaba.
¿Por qué la besaba, por qué?. . .
— ¿Por qué haces esto? —no reconoció la ronca voz que emergió de su
garganta, hasta que Dominic levantó la cabeza para mirarla. Vio que él hacía
una mueca para reír con amargura y comprendió que se había equivocado al
pensar que quizá sentiría algo de ternura hacia ella.
— ¿Me preguntas por qué?
Siguió observándola, y cuando Kate se topó con su mirada sintió que el
corazón se le contraía de manera dolorosa. Reconoció que fue muy tonta al

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pensar que podría ignorarlo o permanecer indiferente, junto a ese hombre.


Quizá él no poseía todas las virtudes que le imaginó ocho años antes, pero
tenía algo que la atraía, que le causaba dolor y deseo de negar la pregunta que
acababa de hacer. Quiso poder olvidar la verdad y el disgusto que reflejaban
los ojos masculinos, para pensar sólo en el intenso deseo de ambos. . . pero era
demasiado tarde para eso.
— ¿Por qué? Vamos, Kate, ¡no eres tan ingenua! Lejos estás de serlo. Te
deseé hace ocho años y te deseo ahora.
Jamás imaginó ella que escucharía esas palabras; la protesta que iba a
balbucear, no salió de sus labios.
—No me acuesto con la esposa de otro, Kate, por tentado que esté… ¡Y Dios
es testigo de que lo estuve!
Lo miró a los ojos, y se encogió al imaginar que el desagrado y desprecio de
Dominic se debían a que la deseaba, pero contenía ese anhelo.
—Durante ocho largos años me has perseguido, Kate. Nunca sabrás cuántas
noches, acostado en la cama, me maldije por haber sido tan estúpido al
rechazar lo que me ofrecías — hizo una mueca, que ella comenzaba a
reconocer—. Pero al menos fui un tonto honorable y no me ilusioné pensando
que no hallarías a otro hombre menos… escrupuloso en tomar el lugar que yo
rechacé.
— ¿Me deseas? —preguntó con la mente tan llena de contradicciones, que no
se le ocurrió decir otra cosa.
—Sí, demasiado para que me agrade, aunque no debería decírtelo. Sin duda te
divierte saber cuánto anhelo hacerte mía, aunque contra mi voluntad.
—Si me deseabas hace años, ¿por qué esperaste tanto tiempo? —preguntó en
un susurro, sin cesar de observarlo —. Ricky murió hace más de seis años.
—No lo sabía, no olvides que vivía y trabajaba en Nueva York — respondió
con aspereza—. ¿Qué sucedió, Kate? —Expelió el aire dolorosamente y su
pecho se expandió y contrajo debido a la presión de la angustia casi física —.
¿Lograste por fin matarlo con tus infidelidades?
De pronto, Kate se dio cuenta de que Dominic era más digno de lástima que
ella. Casi con suavidad, levantó la mano para despejarle el húmedo y tupido
cabello de la frente. Sudaba de manera copiosa como si tuviera fiebre y tenía
los ojos ardientes y la piel cálida. Como si estuviera alejada del drama
personal que ambos actuaban, Kate valoró el peso de las emociones de
Dominic. ¿Quedó su rostro marcado por el tormento de desearla, a ella, la
mujer que él pensaba merecía desprecio? Ni por un instante dudó que él
estuviera diciendo la verdad, pero en vez de sentir el placer de la venganza,
experimentó una profunda tristeza mezclada con piedad.

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Junto a ella estaba un hombre que, a causa de su propia ceguera, se había


colocado en el potro del tormento. La había juzgado tan mal y herido tanto,
que las cicatrices seguían doliéndole, pero también él se había lastimado.
Pero no se le ocurrió revelarle la verdad y su ardiente cuerpo se había
enfriado. Dominic la deseaba… aunque de manera involuntaria… contra todo
lo que él suponía, por eso consideraba que ese anhelo era una enfermedad o
una falla en su organismo.
Ya no la abrazaba con la fuerza que lo hizo cuando ella trató de soltarse.
—Kate… —Dominic extendió un brazo, pero ella lo evadió en tanto le
observaba el rostro y notaba la agonía que éste reflejaba. En parte deseaba
tocarlo para aliviarle el dolor, pero la lógica le hizo ver que era imposible. Así
como ella tuvo que hacerse un examen de conciencia para olvidar la
infelicidad que él le causó, él tendría que hallar la panacea para su obsesión.
—Creo que será mejor que te vayas ya, Dominic —lo dijo sin emoción, de pie
a un lado de la cama, en tanto él se rodaba para incorporarse.
Bajaron juntos en silencio y se detuvieron en el vestíbulo, donde Dominic le
ciñó el brazo para volverla de frente.
—Me deseaste —murmuró acongojado —. No sé por qué cambiaste de
opinión, Kate, pero me deseaste y hubiera podido incitarte más.
Kate no lo negó, esbozó una sonrisa y declaró:
—Piensa en ello como un acto de arrepentimiento de mi parte, Dominic. Te
acabo de salvar de ti mismo, ¿cierto? Algunas personas disfrutan deseando lo
que más los lastima — agregó en tono bajo.
Notó que el rostro de Dominic perdía color, pero se rehusó a tenerle
conmiseración. Recordó lo que Vera le relató acerca de la niñez de él y se
preguntó si era posible que, de alguna manera, la deseara porque pensaba que
era igual que la madre que abandonó el hogar y sentía la obligación de
castigarla y castigarse por ese deseo. Kate se dijo que se metía en aguas muy
lodosas y desconocidas, así que se soltó y se dirigió a abrirle la puerta.
El salió sin decir palabra.
Una hora después de la partida de Dominic, ella seguía sentada, en la silla de
la biblioteca, pensativa, mirando la chimenea apagada y tratando de asimilar
lo que acababa de descubrir.
Lo que Dominic le reveló, cambió la interpretación de lo ocurrido aquel
fatídico fin de semana en que ella lo invitó a amarla físicamente. El hecho de
que él la repeliera y que la lastimó tanto, fue en realidad un rechazo que él se
hizo y, sin duda, ella lo hubiera comprendido de haber sido menos ingenua.
¿Qué provecho hubiera sacado entonces al saberlo?
Quizá se hubiera evitado los años de tormento que pasó por creer que era
indeseable. Sin embargo, sabía que no fue únicamente el rechazo de Dominic

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el que la hizo distanciarse del sexo masculino. La prueba de que no fue él


quien destruyó su habilidad de corresponder sensualmente a un hombre,
previo incentivo adecuado, estaba en la forma en que ella reaccionó en sus
brazos.
De nada le serviría ignorar que lo deseó y que él incitó en ella una respuesta
pasional, tan intensa que olvidó todo lo demás. Pero era un anhelo que sería
mejor no satisfacer, así que decidió que no le diría la verdad a Dominic para
que él siguiera protegiéndose, escudado con el desprecio y odio. Temía
averiguar cómo se sentiría con respecto a él si despejaba la barrera.
La vida con Ricky destruyó su fe en los hombres y la convicción de que
merecía ser amada. Quizá era cierto que Dominic la deseaba, pero él nunca la
amaría; en cambio ella. . . se puso tensa al comprender la realidad. Lo amaba
con locura y jamás podría negarlo. Sin conocerlo a fondo, se había enamorado
de él ocho años antes. . . sin esperanza y con dolor. Ese amor crecería, por lo
que era imperativo mantenerlo alejado.
Su corazón tronó en sus oídos cuando trató de calcular el tiempo que podría
lograr mantenerlo lejos. Ese día pudo despacharlo, pero, ¿cuánto tardaría antes
de que el fiero deseo la descontrolara y convirtiera en realidad las palabras que
él pronunció esa noche? Los dos sabían que no se necesitaría la fuerza,
bastaría con que la tocara para que ella cediera.
Decidida, se dijo que no permitiría que se presentara la oportunidad para que
él la tocara. Se le ocurrió que Dominic se obligaría a desistir si creía que ella
tenía otro amante. . . pero eso era imposible.
El trabajo fue la única panacea que encontró y se valió de él con ahínco para
olvidar a Dominic. Una tarde, cuando entraba muy cansada a casa,
comprendió que la sociedad con Harry no era tan sencilla, porque tendría que
viajar constantemente para hablar con el abogado y el gerente del banco.
Quedó sorprendida de lo bien que la institución de crédito aceptó la petición
de un préstamo. Ella le había explicado al gerente que vendería la casa y él
procedió a revisar detalladamente su situación económica.
Harry también obtuvo un préstamo y la nueva sociedad sería oficial a final del
mes.
Ese día fue a Londres con Harry y visitaron el taller, cerca de los muelles, para
anunciar sus planes a los demás, que recibieron la noticia con entusiasmo. Si
ella obtenía el pedido de Vera, la nueva empresa se iniciaría con buenos
auspicios.
Era un inconveniente no disponer del coche, pero el taller mecánico prometió
entregárselo tan pronto lo tuvieran reparado, aunque le aseguraron que no
estaría en condiciones para usarlo en carreteras.

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El teléfono sonó cuando ella entraba en la casa y el estómago le dio un tumbo


traicionero, pero no la llamaba Dominic, era el corredor de bienes raíces para
notificarle que podría ir a la mañana siguiente a valorar la casa.
El clima había estado excepcionalmente bueno y en la mañana, para
aprovechar la suave brisa, Kate abrió la puerta para que él aire fresco llenara
la casa. El corredor llegaría a las diez, luego ella iría a almorzar a casa de Sue.
El calor de verano exigía ropa ligera y se había comprado un vestido cuando
estuvo en Londres.
Hacía tiempo que no se compraba algo y quedó pasmada al ver los precios,
pero el día anterior había recibido un cheque y se sintió osada. Fue grato
gastar el dinero ganado con su trabajo y se sorprendió al ver que adquirió una
prenda poco práctica. Era hermosa: la falda la formaban dos capas de algodón
de chifón y otra de la misma tela con fondo blanco y bordada en azul y verde,
iba desde el redondo cuello hasta la cintura estrecha del corpiño. Las amplias
mangas se le afianzaban en las muñecas con otra tira de bordado. A pesar de
que el sentido común le indicó que el vestido era un lujo innecesario, Kate no
pudo resistirlo.
En ese momento sentía la deliciosa tela junto a su piel y al verse en el espejo
se detuvo para observarse con detenimiento. A pesar del recatado cuello alto y
mangas largas, el vestido tenía una calidad casi transparente que sugería, de
manera sensual, la forma del cuerpo que cubría. Los delicados tonos del
bordado hacían resaltar el colorido de ella, y su cabello, recién lavado y
rebelde, estaba suelto.
Kate aceptó que el vestido era la representación de la necesidad femenina, tan
antigua como el tiempo, de mostrarse lo más atractiva posible a los ojos del
hombre que amaba. Pero, ¿no había decidido que haría todo cuanto estuviera a
su alcance por descorazonar a Dominic?
El sonido de un coche que se acercaba, la hizo olvidar sus pensamientos y
llegó a la planta baja justo a tiempo para saludar al corredor que salía del
vehículo.
—Soy Martin Allwood, señora Hammond —extendió la mano —. Nos
conocimos en la oficina—. El rubio cabello brillaba a la luz del sol y sus ojos
admiraron el alto y esbelto cuerpo. —Me atrevo a decirle que esta mañana
luce usted encantadoramente fresca —agregó.
—Tengo el compromiso de almorzar con una amiga — respondió Kate, con lo
que le hizo saber que no se acicaló en su beneficio.
—Si no le molesta, creo que debemos ver primero el jardín —sugirió
Allwood—. Tiene más terreno del que imaginé. Esta propiedad sería el hogar
ideal, justo el que me agradaría si estuviera casado. . .

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Kate, quien lo acompañaba en tanto caminaban por el sendero, a un lado de la


casa, lo miró con severidad porque intuyó que él premeditó informarle acerca
de su estado civil. Era un hombre bastante atractivo, pero sin gran
personalidad y demasiado pulcro para el gusto de ella, aunque sin duda, le
agradaba a la mayoría de las mujeres.
Recorrieron el jardín y la casa y Kate contestó todas las preguntas que le hizo
acerca de la historia de la propiedad. El se quitó la chaqueta del traje, luego de
obtener el permiso de ella, y se desabotonó los ojales superiores de la camisa.
Entraron en la alcoba principal y Kate escuchó el motor de otro coche. Como
no esperaba a alguien más, frunció el ceño, se acercó a la ventana y se asomó;
se tranquilizó al ver su Mini. Por lo visto el taller lo había arreglado y se lo
enviaba.
Martin Allwood se acercó a la ventana, a espaldas de Kate, y extendió un
brazo para apoyarse e inclinarse también hacia adelante.
La puerta del coche se abrió y el corazón de Kate se contrajo a manera de
protesta al ver a Dominic. El levantó la cabeza de inmediato y, al verlo que
apretaba la boca, Kate se dio cuenta de que su postura anterior sugirió cierta
intimidad con el corredor, hecho que distaba mucho de ser cierto.
—Más vale que baje —le informó al hombre cuando los dos se alejaron de la
ventana.
—La seguiré… ya nada tengo que hacer aquí arriba porque imagino que
recorrimos toda la casa.
Kate asintió con un movimiento de cabeza y corrió escalera abajo. Como
había dejado la puerta abierta, Dominic estaba en el vestíbulo, con el rostro
contorsionado debido a la ira.
— ¿Qué hiciste con tu amante? —exigió severo —. ¿Lo dejaste solo para que
terminara de vestirse? Fuiste en extremo indiscreta al recibirlo tan temprano,
Kate. ¿Sabrá él que satisfizo el deseo que yo incité en ti?
La amarga mezcla de enfado y desprecio y esas erróneas suposiciones,
hicieron que Kate perdiera el aliento durante un momento. Era ridículo que
Dominic creyera que Martin Allwood y ella eran amantes… abrió la boca para
explicar, pero, de pronto, comprendió el significado de las palabras y la furia
reemplazó su atolondramiento.
—Eres muy arrogante, Dominic —habló casi en un susurro, con los ojos
velados por las pestañas para que él no notara su estado de ánimo —. Sin duda
sabes que no eres el único hombre que me incita.
Nunca imaginó que su pulla tuviera el efecto que causó. Casi de inmediato, la
amargura en los ojos de él se convirtió en dolor. Dio un paso hacia ella y se
detuvo para observar la escalera. Kate volvió la cabeza sobre el hombro y vio

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que Martin Allwood bajaba con parsimonia en tanto se ponía la chaqueta,


dando la impresión de que, en efecto, era posible que fuera su amante.
—Me comunicaré con usted tan pronto pueda —le informó el hombre cuando
caminaron al coche de él. Entró en el vehículo y estaba a punto de arrancar,
cuando Dominic se acercó.
—Si regresa al pueblo, ¿podrá llevarme? Dejé mi coche en el taller —
preguntó indiferente.
—Por supuesto, entre.
Con el ceño fruncido, Kate los vio partir. ¿Por qué quiso Dominic que Martin
lo llevara? ¿Para advertirle acerca del tipo de mujer que era ella? Se acongojó,
pero no pudo hallar otra explicación para su comportamiento. Era evidente
que al llevarle el coche creyó que ella lo regresaría al taller. . . sin embargo, se
fue casi sin hablarle.
Como siempre, a Sue le dio gusto ver a Kate, además la felicitó por su
apariencia.
— Por lo que veo, las palabras de Dominic no te alteraron. También por eso te
felicito, ya era hora de que comenzaras a vivir de nuevo. Por cierto, no me
dijiste qué causó la reacción de él cuando te vio.
El secreto que Kate había guardado con tanto esmero a lo largo de los años, ya
no le pareció importante, así que aspiró profundo y le contó a su amiga lo que
sucedió aquel fatídico fin de semana.
— ¿Y él te rechazó? —preguntó Sue con los ojos bien abiertos.
—Pensó que yo me acostaba con cualquier hombre —respondió a secas—.
Pero, como sabes, eso quedó enterrado.
—Debo decir que lo tomas con mucha filosofía —comentó maravillada —. De
estar en tu lugar. . . bueno. . . ¡Al menos le pagaría con la misma moneda!
Pero Kate no reveló que ella sabía que Dominic la deseaba, no se lo diría
porque complicaría la situación y no quería exponer los sentimientos de él; al
contrario, deseaba protegerlo.
—Ya pasó y no tiene la menor importancia —agregó.
—Pero criticarte de esa manera, y en público. . . —protestó Sue, enfadada de
nuevo —. Creo que debiste decirle la verdad para bajarle los humos. Invité a
los Benson para el almuerzo del domingo y podría hablar con Vera, si así lo
quieres. . .
—No, déjalo como está —respondió Kate al consultar el reloj, antes de
anunciar que debía irse.
—No olvides que también te esperamos el domingo —le recordó al
acompañaría al coche —. Espero que el clima siga igual, porque planeo una
parrillada a la intemperie. . . ¿Estás de acuerdo?
—Sí, porque el pronóstico del tiempo es favorable.

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—Ojalá no se equivoquen.
Se despidieron con un beso en la mejilla y Kate entró en su coche. Sue era una
amiga leal y querida, aunque con tendencia a dejarse llevar por su fuerte
temperamento. Frente al volante, Kate decidió que Dominic no debía saber la
verdad. . . y dudó de que le creyera si ella se la revelaba.
Para ahorrar tiempo tomó otra ruta para llegar a casa, la usaba pocas veces
porque no le agradaba. Tendría que pasar frente al sombrío edificio de la bien
resguardada prisión, que hacía estremecer a Kate cada vez que lo miraba.
¿Qué se sentiría estar encerrada para toda la vida? Aunque había mucha gente
que estando libre físicamente, era prisionera de sus propios problemas
emocionales. Tal como ella estuvo enclaustrada dentro del temor de su
insuficiencia como mujer. . .o como Dominic estaba encerrado dentro de su
lucha por despreciarla. . . y desearla. Suspiró y, sin darse cuenta, aumentó la
velocidad cuando pasó frente a la prisión.
Veinte años antes, los habitantes de la región se opusieron a que la
construyeran. Tanto su padre como el abuelo de Ricky lo objetaron en forma
activa porque sus hogares quedaban muy cerca, pero nada lograron.
Esa noche, la inquietud que sufrió desde la reaparición de Dominic en su vida,
la acometió con toda su fuerza. Sin cambiarse, caminó al jardín. ¿Por qué no
se quitó el vestido nuevo si se suponía que lo lucía para impresionar a algún
hombre que le agradaba?
El calor del día se transformó en noche sofocante que prometía dificultar un
descanso tranquilo. Kate estaba a punto de refrescarse con una ducha, cuando
escuchó el timbre del teléfono. Levantó el auricular y reconoció la voz de
Vera, que burbujeaba de excitación y placer.
— ¡Kate, Ian aceptó tu diseño para el invernadero! —exclamó sin preámbulos
—. Estoy muy emocionada y por eso te llamé. Le encantó tu idea, pero tuve
que convencerlo en cuanto al costo —Vera soltó una risita —. Sin embargo,
está más tranquilo porque tanto él como Dominic aceptaron los últimos
detalles de la fusión de sus empresas. ¿Podría ir a verte para que hablemos con
más detalles del diseño?
Al colocar el auricular en su sitio, la alegría de Kate por el trabajo que
ejecutaría disminuyó, porque comprendió que Dominic se quedaría más
tiempo en la región. Pero se consoló pensando que él no querría volver a verla,
igual como ella no quería mirarlo. El deseo de él era sólo físico, pero lo
atormentaba porque creía que no debía codiciarla. Sin embargo, como suponía
que Martin Allwood era su amante, quizá la olvidaría.
La lógica le indicó que un hombre que aceptó haberla deseado durante ocho
años, no cambiaría tan pronto de opinión… pero no quiso aceptar esa
determinación

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Capítulo 6
LA mañana del viernes, Martin Allwood la llamó por teléfono para cotizarle
el precio que consideraba justo por la propiedad. Fue más de lo que ella
esperaba y él le explicó que era posible que alguno de los hombres de
negocios, con base en Londres, pudiera interesarse en comprarla para mudarse
a esa zona.
— Podríamos pedir tres o cuatro mil libras más, pero dada la cercanía de la
prisión, pienso que no debemos hacerlo. Algunos considerarán que eso,
aunado al relativo aislamiento de la casa, resulta un factor negativo —le
advirtió —. Se sabe que algunas veces los prisioneros logran escapar y la casa
está bastante cerca —calló antes de continuar—: Me agradaría que aceptara
mi invitación a almorzar el domingo… es el único día durante el verano en
que no trabajamos y. . .
Contenta de tener una excusa valedera, Kate rechazó la invitación y le informó
que ya tenía un compromiso. Debido a que Martin no insistió, sospechó que él
no tenía genuino interés en ella.
Más tarde se calificó de tonta por no haber aprovechado la oportunidad de
erigir una buena barrera contra Dominic, pero era demasiado tarde para
arrepentirse.
Pasó el sábado con Harry visitando algunas iglesias que estaban al cuidado de
él. Juntos inspeccionaron las vidrieras y Kate tomó notas que le servirían en el
futuro. Ese aspecto más tradicional de su labor no le interesaba tanto como los
trabajos modernos, pero le proporcionaba valiosa experiencia; además, se
maravilló por los detalles en algunas ventanas. En varios casos faltaban
piezas, que podrían reponerse, y era bueno tener algo que les proporcionara
ingresos constantes.
—Nos veremos la semana entrante a la misma hora —le comentó Harry antes
de que ella se dirigiera a casa —. Todavía tenemos muchas cosas que hacer.
—De acuerdo —aceptó Kate—. Pasaré estas anotaciones a máquina y las
pondré en un expediente.
—Eres muy eficiente —bromeó Harry antes de que ella arrancara su Mini —.
Ten cuidado, no me agrada que vengas en ese armatoste hasta acá. Creo que
podría obtener un préstamo del banco para que te compres un coche nuevo.
—No te preocupes —le aseguró, enternecida por su preocupación —. La haré
tan pronto venda la casa y creo que eso no tardará mucho. Por cierto. . . me
agradaría que me acompañaras a ver la cabaña. Hay algunas construcciones
aledañas que podría convertir en taller, pero necesito tu opinión y consejos.

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— ¡Qué interesante! Nos sería muy útil tener otro taller. Llámame cuando
quieras que vayamos —Harry se inclinó para darle un beso en la mejilla y no
le despegó los ojos hasta que desapareció de su vista.
Kate se alegraba porque Harry la hacía sentirse querida. En ciertos aspectos, él
y su familia se habían convertido en la de ella, porque reemplazaban al padre
que perdió y a la madre que no conoció bien. Sin embargo, ella nunca le habló
a Harry de Dominic. . .
¿Qué podía contarle? Nada, se contestó con decisión.
Kate se arregló para el almuerzo de Sue, con indiferencia casi letárgica porque
no tenía ganas de ir, pero sabía que Sue le haría preguntas si no se presentaba.
El clima seguía agradable y el calor se sentía en el pavimento de la carretera.
Cuando iba a casa de su amiga, Kate recordó que, de niña, solía sentarse en el
asiento de atrás del coche de su padre con la nariz pegada a la ventana, y que
una ilusión óptica le hacía ver a la superficie de la carretera convertirse en
agua.
Pero se dijo que era peligroso distraerse al conducir y olvidó los recuerdos de
su niñez. El esplendoroso sol había invitado a la gente a salir a pasear y ella se
tranquilizó cuando, ¡por fin!, se salió de la atestada carretera para entroncar en
el sendero que desembocaba en casa de su amiga.
Al llegar al camino privado, lo primero que vio fue un BMW gris plateado y
su corazón dio un salto placentero y temeroso, pero recordó que el que
Dominic conducía era de otro color, así que supuso que pertenecía a los
Benson.
Kate conocía bien el hogar de Sue, así que no tocó el timbre y se dirigió al
lado de la casa para llegar al patio posterior, donde, tal como imaginó, halló a
sus anfitriones.
John estaba inclinado sobre un asador portátil y Sue lo observaba.
Los niños vieron primero a Kate, abandonaron Su juego y se acercaron
entusiasmados para abrazarle las piernas. La algarabía hizo que Sue levantara
la cabeza y le diera la bienvenida con una sonrisa.
—Como de costumbre, tenemos problemas con la parrilla — anunció animada
—. Mi marido jura que yo debí conjurar un maleficio. John, ¡nunca se asará la
carne debidamente si le pones tanto carbón! —protesto —. ¡Estos hombres! —
exclamó en beneficio de Kate —. Si él me permitiera encender el fuego. . .
¿Por qué les fascina a ellos cualquier cosa relacionada con el encendido de un
fuego?
La pregunta iba dirigida a Kate, pero John contestó, después de haber
encendido el carbón. Abrazó a Sue y sus ojos brillaron de diversión,

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—Es parte del perenne instinto masculino de proteger y socorrer a sus


mujeres… uno debe mantener los lares hogareños encendidos. . . ya sabes, ese
tipo de cosas.
—Eran las mujeres las que mantenían encendido el fuego de la casa —repuso
Sue en tanto levantaba la mano para limpiar una motita de ceniza de la mejilla
de John.
Al observarlos, Kate sintió un agudo dolor, porque sabía que jamás conocería
ese compañerismo, ese sentimiento de unión con que Sue y John compartían
todo.
De soltera, Sue se entrenó como enfermera y se especializó como partera antes
de convertirse en madre, y Kate sabía que John la respetaba en el aspecto
profesional y que la amaba como mujer.
Pero Kate no cometió el error de considerar el matrimonio de su amiga como
una situación idílica. A menudo, Sue se quejaba porque en ocasiones se sentía
frustrada y enfadada por no poder aplicar sus conocimientos; además, como
John era obstetra, necesitaba que ella estuviera en casa para recibir sus
llamadas y asistirlo en lo que fuera posible. Sue le había confiado a Kate, que
después de dar a luz se sintió un tanto incómoda por depender financieramente
de su marido, ya que de soltera se había ganado la vida con el trabajo. De
todos modos, John era comprensivo y generoso y los dos llevaban una
relación que jamás existiría entre Kate y Dominic.
Para comenzar, éste no la respetaba como persona. Sin conocerla ni querer
saber cómo era, la deseaba como objeto. En cambio, ella. . . se sentía atraída
de manera peligrosa.
Debía sentir enfado y resentimiento, pero le tenía compasión a Dominic. Le
dolía que él se lastimara con tanta desesperación, porque no había necesidad
de que lo hiciera. Comprendía cómo pudo un padre influir y envenenar la
mente de un niño contra el sexo femenino, pero, de seguro, al llegar a la
madurez Dominic debió saber que los puntos de vista de su progenitor fueron
parciales.
—Ian y Vera admiran el jardín —anunció Sue e interrumpió los pensamientos
de Kate—. ¿No te parece que es una pareja muy agradable? — Hizo una leve
mueca—. Al principio, mi instinto los rechazó por ser nuevos en la región,
pero cuanto más los veo, más me agradan. ¿Sabías que Ian y Dominic se
asociaron?
—Sí, Vera me lo dijo.
—Ese tipo me disgusta sobremanera por la forma en que te insultó.
—Deja de encresparte —intercaló John después de escuchar las últimas
palabras y dirigiéndose a Kate, esbozó una sonrisa —. Al verla nadie
imaginaría que tiene un temperamento tan volátil, ¿cierto? —haló el rubio

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cabello de Sue y la miró con afecto —. Cuando trabajaba en el hospital,


¡incluso los médicos mayores temblaban de temor!
—Eres… —Sue le dio un empujoncito a su esposo—. Creo que la parrilla está
lista para la carne. ¿Me ayudas a traer la ensalada, Kate?
Llegaron a la cocina y Sue continuó la conversación que John había
interrumpido.
—Como te decía, me estoy encariñando con los Benson, sobre todo con Vera,
lo cual es más. . . —calló al ver a través de la ventana —. Regresan, Kate,
pero créeme, no pensé que Dominic vendría con ellos.
Por fortuna, Kate le daba la espalda a su amiga, ya que su cuerpo pareció
entablar una cruenta lucha interna. Después del primer impacto al ver el
coche, que creyó era de Dominic, se tranquilizó al comprobar que se había
equivocado. Sin embargo, en ese momento Sue le informaba que él estaba ahí.
—No te preocupes por eso —se maravilló del tono calmado de su voz—.
Llevaré estos platones —levantó dos ensaladeras, evitando mirar de frente a
Sue, decidida no traicionarse ni dejar vislumbrar sus sentimientos.
Tanto Vera como Ian la saludaron con calidez; Dominic, quizá de manera
premeditada, jugaba con los pequeños y cuando Ian terminó de hacerle
preguntas acerca del invernadero, la tensión de Kate comenzó a disminuir.
Aun así, no pudo comer mucho y cuando se sentó lo hizo lo más alejada que
pudo de Dominic. De no haber estado tan nerviosa, quizá le habría divertido la
actitud de Sue tan diferente, a la que usaba por costumbre. Su amiga tenía la
compulsión de acercarla a cualquier hombre soltero que invitaba, pero ese día
parecía la "dueña" más estricta del mundo al no permitir que Dominic se
acercara a hablar con Kate.
El parecía haber perdido peso y, a pesar de su tez bronceada, su aspecto dejaba
mucho que desear. El corazón de Kate se contrajo a causa de ello, aunque
sabía que nada podía hacer.
Lo que debió ser un almuerzo agradable y ameno, fue una pesadilla de agonía
y esfuerzo. Tan pronto logró dominarse, Kate se puso de pie y fingió una
sonrisa en los labios.
— ¿Te vas tan pronto? —preguntó Sue y la mirada que dirigió a la espalda de
Dominic dio a entender que comprendía el motivo que impulsaba a su amiga a
irse. Sin querer, Kate también dirigió la vista hacia él.
Vestía pantalón de mezclilla y camisa de algodón de mangas cortas y su
aspecto era más humano… y vulnerable que de costumbre. El pantalón le
ceñía las piernas y caderas, pero le quedaba amplio en la cintura; la camisa le
forraba bien el contorno inclinado de la espalda. Kate deseó acercarse a él para
protegerlo con un abrazo, para aliviar su dolor, pero, ¿cómo podía hacerlo si
ella era la causa de su sufrimiento?

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De pronto, Dominic se volvió y la sorprendió observándolo; sus ojos se


ensombrecieron y ella se estremeció. Deseó poder ceder a esa necesidad en
ambos, pero a los veintisiete años no era posible que olvidara, de manera tan
fácil, la realidad de la vida.
— ¡Cómo!, ¿debes irte ya? —le preguntó Vera con tristeza.
Por el rabillo del ojo, Kate vio que la boca de Dominic se torcía, antes de
hablarle con severidad para lastimarla.
—Sin duda tiene una cita con su amigo, el corredor de bienes raíces. . .
— ¿Una cita? —Sue ignoró a Dominic y se volvió hacia Kate—. ¡No me lo
dijiste! ¿Adonde te llevará?
Kate titubeó porque no deseaba mentir.
—Imagino que a la cama más cercana — murmuró Dominic rompiendo el
pesado silencio.
Kate sabía que esas palabras le fueron dirigidas sólo a sus oídos, pero Sue
estaba muy cerca y las escuchó. El malhumor causó que los ojos de Sue
chispearan, en tanto observaba el lívido rostro de Kate y el implacable de
Dominic.
—Acompáñame al coche —murmuró Kate intuyendo una inminente explosión
en su amiga.
Sabía que Sue estaba fuera de quicio, pero John, Ian y Vera conversaban
ignorantes de la situación. A regañadientes, Sue permitió que Kate le halara,
pero descargaría su furia en cuanto nadie pudiera escucharlas.
— ¡Ese hombre es odioso! No sé cómo. . .
—Olvídalo — Kate logró sonreír —. Pero no tengo cita con Martin Allwood.
— ¿Martin Allwood? —Preguntó Sue y olvidó el motivo de su anterior
enfado—. Lo conozco, pero, ¿tiene porvenir? ¿Cómo lo conociste?
—Fue a valorar la propiedad, sabes que quiero venderla. Dominic me llevó el
Mini y nos vio frente a una ventana del primer piso —Kate hizo una mueca de
tristeza —. Como era de esperarse, llegó a esa conclusión errónea.
—Por lo visto ese caballero tiene un historial en eso de pecar por sacar
pésimas conclusiones, sobre todo cuando se trata de ti.
Sue permaneció inmóvil hasta que el coche de Kate desapareció, luego regresó
al lado de sus invitados.
— ¿No tuvo contratiempo Kate para salir? —Preguntó John, abrazando la
cintura de su esposa—. Ese viejo armatoste no es de confiar. . .
—Lo sé, cariño, pero en cuanto venda la casa comprará un coche nuevo.
John notó que su esposa observaba la espalda del hombre que caminaba por el
jardín.
—Olvídalo, querida —le aconsejó al adivinar sus pensamientos.

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—Pero, John, fue muy grosero con ella… Kate ha sufrido mucho y, ¡me
hierve la sangre cuando él la ataca así!
—Lo sé, pero nada podemos hacer para remediarlo.
Sue no estaba de acuerdo con su esposo, y vio que Dominic desaparecía por
un arco, en la cerca de rosales que desembocaba en el anticuado huerto.
Se soltó del brazo de su marido, lo dejó con Ian y Vera, con el fin de que lo
entretuvieran con sus planes para La Granja, y siguió a Dominic.
Lo halló apoyado en el tronco de un ciruelo, con las manos dentro de los
bolsillos del pantalón y la mirada fija en la tierra. El sonrió cortés, pero
receloso. Sue admiró al apuesto hombre, pero por mucho que lo admirara, ella
prefería a su John.
Una de las características importantes en la personalidad de Sue era la fiera
lealtad hacia su familia y amigos, aunada a un arraigado sentimiento por el
juego limpio. A causa de ello se vio involucrada en varias situaciones
turbulentas. No toleraba que se cometiera una injusticia con alguien, sobre
todo si era su amiga más querida. ¡Qué vida soportó Kate al lado de Ricky! La
luz de la batalla brilló en sus ojos, cuando dio un paso hacia su víctima.
—Deseo hablar contigo —declaró sin preámbulos.
En Otras circunstancias se habría sentido halagada por la divertida y cálida
sonrisa que Dominic le ofreció y que lo transformó, pero en ese momento ella
tenía otras cosas en mente.
—No sé por qué decidiste juzgar la moralidad de Kate, pero. . .
El la interrumpió de inmediato, casi con brutalidad, y la sonrisa se le
transformó en un gesto desdeñoso.
—Comprendo que Kate sea tu amiga, pero debes saber que Ricky fue mi
amigo.
Sue no le permitió seguir hablando porque su temperamento se impuso a
cualquier intento de emplear la cautela.
— ¿De veras? —exclamó furiosa—. ¿Eso crees? Pues bien, te enterarás de lo
que tu amigo le hizo a Kate. ¿O ya lo sabes? ¿Te enteraste que se casó con
ella, a pesar de no amarla? ¿Sabes que él premeditó engañarla haciéndola
pensar que sí la quería? El tenía veintisiete años y ella era una chica inocente
de diecisiete, que acababa de perder a su padre y a quien su madre le dijo que
no tenía cabida en el hogar de ella en Estados Unidos de Norteamérica.
Cuando se casó con ella, Kate pensó que Ricky la amaba, pero no tardó en
descubrir la verdad. Y créeme, en todo el tiempo que duró la farsa de su
matrimonio, ella jamás habló mal de él. Me confesó la realidad de su
matrimonio cuando se desmoronó por la muerte de Rick, otra mujer iba con él
cuando ocurrió el mortal accidente.
Sue hizo una pausa para recuperar el aliento.

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—De manera sistemática y con rencor, Ricky trató de destruirla como mujer.
Pasadas las primeras semanas de matrimonio, él no volvió a amarla
físicamente… le declaró que no la deseaba y que ella era incapaz de incitar
deseo en algún hombre.
Sue calló un momento al ver que el rostro de Dominic perdía color, pero la
piedad que hubiera podido sentir fue dominada por la candente necesidad de
reivindicar a su amiga.
—Y, desde luego, Kate le creyó porque, a final de cuentas, tenía las
suficientes pruebas de que su esposo se incitaba al ver a cualquier mujer. El le
fue infiel todo el tiempo, desde el inicio de su matrimonio, y se ausentaba de
casa durante días. Se casó con ella porque codiciaba la tierra que Kate heredó
de su padre y porque la madre de ésta le prometió enviarle dinero
regularmente en tanto durara el matrimonio. Kate me reveló que al enterarse
de la verdad, le pidió el divorcio, pero él se lo negó.
Sue vio que la boca de Dominic se abría, pero continuó sin piedad.
—Y no pienses que me escandalizarás diciendo que Kate intentó seducirte.
Estoy enterada porque hace poco me lo dijo — hizo un gesto de desprecio y
en sus ojos había condena—. ¡Dios santo! ¿Qué tipo de hombre eres que no
pudiste tamizar la verdad? En vez de brindarle el consuelo y la seguridad que
tanto necesitaba, aumentaste las dudas que ella tenía en cuanto a su persona.
Hiciste que ella se odiara, ¿lo sabías? Desde que Ricky murió ha vivido como
ermitaña. Y no pienses que estoy inventando una historia, pregúntale a
cualquiera en el pueblo, todos conocían muy bien a Ricky.
La fuerza de su excitación hizo que las lágrimas le quemaran los ojos y que la
voz le temblara.
—Sin duda estás orgulloso de la postura de extrema moralidad que
adoptaste… y de las constantes pullas que le arrojas a Kate. Creo que eres
criminalmente tonto y arrogante. También ciego, ¡por no ver lo que salta a la
vista!
De pronto, y sin saber por qué, se le acabó el vapor y, hecho extraordinario, su
furia desapareció cuando vio la expresión de Dominic. Comenzó a alejarse,
pero él la ciño del brazo para detenerla.
—Por favor… te suplico, repíteme todo, pero despacio y desde el comienzo.
Sue pensó que quizá Dominic no era el villano que imaginó. Lo que no se
perdonaría como reacción en un observador indiferente, podría considerarse
de manera diferente en un posible amante.
Sue se sentó en el pasto y señaló el sitio junto a ella. Dominic se sentó y ella
repitió la historia del matrimonio de Kate.
Al salir de casa de Sue, Kate se dirigió a la suya, pero al llegar a ella no pudo
tranquilizarse. Parecía poseída por una inquieta energía y no podía dejar de

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pensar en Dominic. Se dijo que sólo un ejercicio pesado físico la calmaría, así
que tomó algunos artículos de limpieza y las llaves y se fue a la cabaña.
Primero abrió todas las ventanas para que el ambiente se ventilara, porque,
aunque la construcción se describía como cabaña, era una casita. En la planta
baja estaba la sala, con vista al frente y a la parte posterior; un vestíbulo, un
comedor, que su padre usó como estudio, y una cocina soleada y grande.
En el siguiente piso había tres alcobas de buen tamaño, una de ellas con ducha
y un baño para las otras dos.
El jardín era de tamaño manejable, casi todo sembrado de pasto, interrumpido
por algunas plantas.
En tanto esperaba que el calentador manual entibiara suficiente agua para la
limpieza, Kate revisó la casa. Le pareció extraño que muchas cosas conocidas
ahora las considerara un tanto ajenas. Ese fue su hogar durante casi dieciocho
años y creció en compañía de los viejos muebles.
Notó que debería redecorar todas las habitaciones. Si tenía tiempo entre
pedidos, quizá lo haría sola. Durante el invierno anterior, disfrutó de ayudar a
Sue a decorar las habitaciones de los niños. Cuando regresó a la cocina se le
ocurrió que nunca disfrutó de hogar propio, a pesar de que tenía veintisiete
años. Esa casita le perteneció a su padre; la que habitaba fue de Ricky, y antes
del abuelo, y aunque se había encariñado con ella, nunca tuvo la necesidad de
imponer su personalidad.
Al terminar de asear la cocina, estaba demasiado cansada para seguir
trabajando. Salió, y al ver que la noche comenzaba a descender comprendió
que permaneció adentro más tiempo del que calculó. Flexionó su espalda
dolorida, guardó los utensilios de limpieza y notó que tenía el pantalón
bastante mojado. Se le adhería a las piernas, de manera incómoda, cuando
regresaba a casa en el coche.
La oscuridad y el silencio que la recibieron al caminar a la puerta, hicieron
que se sintiera muy sola. Era una sensación melancólica, a tono con la
creciente oscuridad que la envolvía en tanto contrastaba su modo de vida con
el de Sue. Hacía mucho que se había prometido no envidiar a ninguna mujer
que tuviera lo que a ella le faltaba, pero esa noche, la vacuidad de la casa la
deprimió y la hizo recordar los tristes momentos de su llegada como recién
casada y la terrible realidad posterior, cuando averiguó que su matrimonio no
constituía más que una burla y una farsa.
Era una tontería preguntarse a qué se debía su estado de ánimo; lo sabía muy
bien. Dominic había logrado que amara a alguien que no sólo era un extraño,
encarnaba también la antítesis de todo lo que alguna vez deseó en un hombre.
Lo amaba, lo sabía con un convencimiento profundo; tampoco ignoraba que
cometería una terrible tontería si permitía que ese amor viviera y se

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acrecentara. Debió destruirlo cuando nació, porque ya era demasiado tarde


ahora para hacerlo.
Trató de sacudirse esos sombríos pensamientos, entró en la casa y se dirigió al
baño, donde se quitó el pantalón de mezclilla para dejarlo caer al suelo en
tanto la tina se llenaba con agua caliente.
El agua y el cansancio deberían haberle calmado los tensos nervios, pero no
fue así. Parecía poseída por una energía agotante que le tensaba los músculos,
que ella trataba de aflojar. Cuando escuchó el timbre de la puerta, se
sobresaltó y mojó el piso.
No imaginaba quién vendría a verla a esa hora de la noche, pero tomó una
toalla para envolverse el cuerpo, antes de correr escalera abajo.
El timbre sonaba con insistencia y ella se mostró torpe con la llave, pero al
abrir la puerta y ver a Dominic, se consternó y dio un paso atrás.
De seguro reflejó conmoción y angustia en sus facciones, porque él se puso
pálido y tenso.
El instinto hizo que Kate se apoyara en la puerta y tratara de cerrarla para que
él no entrara. Pero Dominic metió el pie, volvió a abrir y ciño la cálida
muñeca de ella.
— Kate… No, por favor… Debo hablar contigo —murmuró con apremio y
Kate no estaba segura de quién de los dos se estremeció; sólo sabía que el sitio
donde ambos hacían contacto, le causaba temor y alegría. Durante un alocado
momento, anheló que él tomara la responsabilidad de cualquier decisión; que
abriera la puerta para que ella se viera obligada a hacer lo que él deseaba, sin
tener que aceptarlo con palabras. Pero ese pensamiento era tan ajeno a su
personalidad que quedó aterida, y la fuerza del sentimiento que él generaba
dentro de ella, la alarmó.
Dominic notó que los ojos de Kate revelaban temor y lo interpretó de manera
errónea.
—Kate, no… No te lastimaré.
Ella tuvo ganas de reír. Sintió que explotaría de risa y decidió que si no se
mantenía rígida, actuaría de manera desenfrenada. ¿No se daba cuenta él de lo
mucho que ya la había lastimado? ¿Que la violencia física por parte de él no
era lo que temía?
—Permite que entre. Necesito. . . hablar contigo.
— ¿Para disculparte por lo de esta tarde? —se obligó a usar tono burlón y
evitó mirarlo de frente, pero aun así estaba consciente de la tensión en los
movimientos de Dominic. La sorprendió que no aceptara el reto que ella le
ofrecía.
—Sí, de eso se trata… y de otras cosas.

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Dominic la zarandeó tanto que, sin darse cuenta, ella despejó el camino y
permitió que la siguiera.
El vestía la misma ropa que llevaba durante el almuerzo y los sentidos de Kate
le notaron con detalle la textura de la piel, en el sitio donde el cuello abierto y
las mangas, subidas permitían observársela. El vello negro le oscurecía los
brazos y se enroscaba abajo de la base del cuello. Tuvo deseos de tocarlo, para
comprobar que su textura era tan firme como sugería. El aroma del cuerpo
masculino la envolvía; era una combinación de calor, colonia y almizcle. La
confundió, pero le encantó y sus incitados sentidos la arrojaron a un mundo
donde los poderes del pensamiento racional quedaron drásticamente
reducidos.
Intuyó un cambio dramático en la reacción de Dominic; ya no existía el
amargo resentimiento porque lo había suplantado una mezcla de humildad y
vergüenza.
—Lo dije en serio. Sue me contó todo… Me habló de Ricky… de tu
matrimonio. ¡Por Dios… Kate!
Era el gemido de un alma atormentada y Kate se contrajo igual que lo haría si
escuchara el chirrido de un gis rayando un pizarrón. Era una especie de tortura
refinada que no le causó dolor físico, pero resultó traumática.
Como si fuera una simple espectadora, se dio cuenta de que Dominic no le
preguntó por qué no le dijo la verdad, pero Kate sabía que los dos
comprendían que él no le hubiera creído porque no deseaba hacerlo y ella se
negó a que él se enterara. Hubiera sido más seguro para los dos que él siguiera
ignorando la verdad. La hostilidad de ambos fue una forma de seguridad que
los protegió de… ¿de qué? ¿Del amor? Kate se estremeció al darse cuenta de
la fuerza de su pasión y supo que él interpretó su temor como una repulsa.
Dominic pareció ruborizarse y la observó con una mirada penetrante. Kate no
pudo soportarlo, porque tendría que cargar el peso de los sentimientos de él
además de los propios, así que se alejó gimiendo. Pero Dominic tomó la toalla
por la punta, en su intento de detenerla.
Por lo visto, el destino se encargaba de que ocurriera lo indeseado, porque
Kate quedó desnuda y el rostro de Dominic se contorsionó por una mezcla de
deseo, angustia y sufrimiento. Ningún ser podía luchar contra tantos
adversarios.
Kate permaneció inmóvil… y no trató de huir cuando él la levantó en brazos,
con la respiración entrecortada.
La llevó a la habitación de huéspedes, tal como ella imaginó que lo haría, y la
acostó en la cama como si fuera un frágil y delicado pétalo; con dedos
temblorosos le tocó la piel y la miró desesperado y con admiración.

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Se desvistió sin pronunciar palabra y Kate esperó, también en silencio. La


dominaba una extraña calma, porque presentía que lo que ocurriera ya estaba
escrito por el destino. Intentó evitarlo, trató de protegerse, pero su pasión
conspiró contra ella y en ese momento no merecía la pena seguir luchando.
Sin embargo, su calma no se debía a una sumisa aceptación, la martirizaba un
deseo difícil de definir. Era como si una voz interna le suplicara esperar. . . y
que canalizara y controlara esa necesidad. Tan pronto Dominic se acostó a su
lado y la abrazó, ella supo el motivo.
Experimentó una serie de sensaciones, cada una nueva y más fuerte que la
anterior; sin embargo, seguía registrando la necesidad y deseo de Dominic.
Se amaron con avidez, de manera febril, desesperados, hambrientos y sin
necesitar caricias preliminares. Bien podían ser amantes de varios años que se
hubieran separado para reunirse de nuevo, porque sus cuerpos se fusionaron a
la perfección.
Ninguno habló, la sensualidad fue demasiado salvaje para describirla y el
pesado silencio sólo se rompía con los sonidos que provocaban al balancearse
juntos, al recibir y darlo todo, experimentar lo que se habían negado en el
pasado.
Kate no sintió la gradual escala hacia el climax, del cual había leído tanto y
nunca experimentó; su cuerpo sintió una frenética explosión de sensaciones
que arrastró también a Dominic. El gimió y fue el primer sonido que emitió
desde que entraron en la habitación. Cuando se calmaron, él se acostó al lado
de ella, abrazándola, y Kate sintió que su piel recibía la humedad de las
lágrimas de Dominic.
Antes de conciliar el sueño pensó que, aunque su cuerpo estaba en paz, el
dolor de su corazón apenas comenzaba.

Capítulo 7
KATE despertó de un profundo sueño cuando la luz gris del falso amanecer
se filtró en la habitación. Y entonces vio que Dominic la observaba con la
cabeza apoyada en la mano y sus facciones inalterables, aunque la tensión en
su cuerpo era visible.
— ¿Qué pasa? —la alarma contrajo sus músculos y al recordar el anterior
desprecio de Dominic, desapareció la deliciosa languidez con que despertó.
El extendió el brazo para moldearle las facciones y delinearle el contorno de la
boca antes de alejarse. Las sábanas crujieron y Kate creyó que él la
abandonaría.
—Nada. . . nada en lo absoluto —respondió Dominic—. Eres más de lo que
imaginé, Kate —agregó casi en un susurró—. Durante ocho años llevé tu

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imagen en mi mente. . . soñé cómo te vería en mi cama. . . y durante casi todo


ese tiempo te odié y me aborrecí por desearte.
En silencio, volvió a extender el brazo para deslizar los dedos en el cabello de
ella y poder mirarla a los ojos.
—Estaba muy equivocado en cuanto a ti. ¿Puedes perdonarme? — no fue una
declaración de amor, pero el remordimiento era genuino y Kate se enterneció
—. Debí saberlo. . .
—No tenías manera de hacerlo, era la esposa de Ricky.
—Gracias a Dios ya no lo eres —la interrumpió en tono añorante—. Kate te
deseo con intensidad.
Por instinto y a ciegas, ella levantó el rostro y los dedos masculinos se
deslizaron para ceñirle los delicados huesos de los hombros.
—Espero que sigas así, Kate, porque es demasiado tarde para dar marcha
atrás. Durante ocho años te deseé. . . soñé contigo y maldije el día en que te
conocí. Te convertiste en una obsesión para mí, Kate y ahora. . .
— ¿Ahora, qué? —preguntó casi temerosa de la tensión creada entre ellos y de
interpretar algo que no existía en las palabras de Dominic.
—Ahora casi temo tocarte —aceptó, ronco.
La angustia de Kate desapareció y, con lentitud, levantó el brazo para tocarle
la boca con los dedos, cumpliendo así su deseo de mucho tiempo.
—No temas — murmuró al sentir que la firme carne de él la quemaba, por lo
que se estremeció.
— ¡Kate! —exclamó antes de presionarle la boca en la palma de la mano y
acariciarla haciendo movimientos sensuales con la lengua.
La boca de él se le deslizó por el brazo y ella sintió una corriente eléctrica
recorrerle.
A Kate le pareció que transcurría una eternidad antes de que la besara en la
boca. Lo abrazó con fiereza y le moldeó la cabeza entre las manos.
Él le acarició un seno y ella gimió, pero cuando Dominic sintió que el pezón
se endurecía y profundizó el beso, la boca de Kate se arqueó de placer y sus
dedos se le incrustaron a él en los hombros.
Kate percibió que el deseo endurecía el cuerpo de Dominic y que la sangre y
la piel de ella se acaloraban. La boca de Dominic le acarició el otro seno y
oprimió con los labios suavemente el pezón.
La sensualidad llegó al máximo, igual que la noche anterior, pero ya no se
apresuraron, prefirieron disfrutar la unión con tanta parsimonia que les resultó
dolorosa.
La piel de Dominic parecía como cálido satén, aunque firme. Kate le tocó el
pecho, pero se detuvo al recordar el pasado y escuchar la voz de Ricky, severa

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por el desagrado. La había alejado de sí, despreciando las tímidas e inocentes


caricias de ella.
—Kate. . . ¿Qué te pasa?
La joven se rehusó a confesárselo. Deseaba conocer toda la intimidad del
cuerpo de Dominic, acariciarlo con manos y labios, pero el pasado la
perseguía. Notó que los ojos de Dominic le observaban los dedos, apoyados en
el pecho de él; lo escuchó suspirar y comprendió que sabía que ella titubeaba,
aunque desconocía por qué. Kate temía. . . la perseguía el veneno que gota a
gota depositó en ella la crueldad de Ricky; también iba en pos de ella el hecho
de que igualmente Dominic la había rechazado. Todo marchaba bien cuando
él tomaba la iniciativa y la acariciaba. . . aunque se deseaban mutuamente, no
existía confianza para que ella reciprocara los mimos.
— Kate.
Los ojos de Dominic ardían en la inmovilidad de sus facciones; su pecho subía
y bajaba acorde con la respiración y tenía la piel encendida y caliente. El le
moldeó el rostro, la besó en la boca y volvió a incitarla. Por fin, Kate se sintió
segura.
La boca de Dominic se alejó y Kate notó que las mejillas de él estaban
encendidas y que sus músculos se tensaron cuando se inclinó hacia ella para
presionar su pecho contra los senos femeninos.
Sintió el dejo de violencia oculto por la pasión y, hecho extraño, se excitó
porque apenas comenzaba a darse cuenta del significado de esa sensación.
Una vocecita le advirtió que aprendía demasiado rápido, porque la boca de
Dominic seguía incitándola, en tanto le acariciaba los muslos. Olvidó lo
demás, se arqueó, gimió de placer y le correspondió en el afán del éxtasis que
se les prometía.
Dominic la poseyó con lentitud, la acarició y atormentó con movimientos
pausados. Por fin ella gritó desesperada, con las uñas incrustadas en la espalda
de él. Dominic abandonó el papel de amante controlado para poseerla con
fiereza. Después de las convulsiones del climax, Kate se estremecía y no pudo
creer que él seguía moviéndose sobre ella, para seguir causándole placer.
Creyó que perdería el conocimiento cuando escuchó la voz de él, en el
momento en que también quedó satisfecho.
El cuerpo femenino siguió estremeciéndose después de que él deshizo la
unión, con la piel perlada de un sudor que la refrescaba. Dominic se movió y
la abrazó, pero Kate estaba demasiado débil para hacer alguna cosa distinta a
permanecer quieta, muy junto a él.
Sintió que los labios de Dominic se le movían junto a la oreja y le pareció
escuchar un coro angelino cuando él le murmuró:

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— Perdóname, Kate, te agoté. No fue mi intención ser tan. . . exigente, pero


ocho años es mucho tiempo para desear a una mujer. . .
— ¿Una mujer? se preguntó Kate soñolienta al tratar de descubrir la causa del
error en las palabras. No era posible que Dominic insinuara que no había
tenido relaciones sexuales en todo ese tiempo, si eso pensó, ella era una ilusa.
El debió hablar metafóricamente. El cuerpo le dolía, pero era un suplicio
agradable porque la hacía recordar que, por primera vez, sintió pasión. No
estaba segura de que fue realidad, pero al sumirse en el sueño sintió que
Dominic le besaba la húmeda piel, con caricias que le recorrían toda la
superficie corporal.
Cuando despertó por segunda vez era de día y Dominic ya no estaba en la
habitación. Kate se desperezó con lánguidos movimientos y parpadeó como
gato antes de rodarse hasta el sitio que él había ocupado.
Percibió el aroma masculino en su piel y se estremeció, pero se sintió
incómoda porque no fue difícil que Dominic la incitara. Tenía doloridos los
senos, y los pezones un poco hinchados. De estar Dominic con ella, desearía
que volviera a amarla. Se descubrió y se dirigió al baño y debajo de la ducha
de agua refrescante, trató de contener sus emociones.
El agua fresca calmó su sensualidad y la hizo retornar al presente. Lo sucedido
la noche anterior fue algo inesperado y esa mañana, Dominic ya no estaba a su
lado, lo cual debía indicarle que era posible que se negara a hablar del asunto
porque estaba arrepentido.
De quererla un poco, habría deseado estar a su lado cuando ella despertó, pero
se fue. . . sin decir algo.
Kate se secó despacio, regresó a la alcoba y revivió lo sucedido la noche
anterior. Dominic había llegado casi en estado de conmoción, sin duda, por
haberse dado cuenta de su equivocación. El hecho de que él estuviera enterado
ahora, no la alegró, al contrario, tuvo pesar porque comprendió que el
remordimiento y el sentimiento de culpabilidad lo hicieron ir a verla. A
regañadientes, Kate recordó lo mucho que la codició y cómo la amó, pero eso
no era cariño. Dominic no la amaba. ¿Cómo podía hacerlo? El mismo le
confesó que la incitación que ella le causaba era motivo de resentimiento;
además debió considerarse culpable por haberla juzgado mal.
Como autómata se vistió, porque su cuerpo se estremecía al recordar lo
sucedido la noche anterior. La necesidad de ambos la hizo olvidarse de todo lo
demás, pero no volvería a ocurrir.
A pesar de su decisión, que se repitió infinidad de veces durante la mañana,
notó que sus manos dejaban de trabajar porque su mente volvía a recordar lo
ocurrido. Su cuerpo languidecía al pensar en el placer, pero se ponía tenso al
recobrar la justa perspectiva.

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No sería sensato permitir que una romántica fantasía la engañara. La noche


anterior Dominic fue presa de emociones muy fuertes y, como todos los
hombres, las exorcizó con el mejor medio físico posible. Sin la menor duda,
esa mañana se sentiría irritado consigo por haber cedido a la sensualidad que
rechazó durante tanto tiempo. La gente no cambia de la noche a la mañana y
era posible que Dominic prefiriera seguir ignorando la verdad.
Por fin, Kate desistió de su afán por trabajar, al darse cuenta de que sólo la
impulsaba el deseo de adivinar el sentir de Dominic. Por primera vez, ni
siquiera el aliciente de un nuevo contrato la emocionaba. Sólo Dominic poseía
el poder de animarla. Enfadada consigo, trató de no pensar. Era inútil construir
alocadas ilusiones sobre lo que su intelecto le aseguraba era una base frágil.
Sería muy tonta si se propiciaba más sufrimientos al permitirse creer que ella
significaba algo para Dominic.
Como sus pensamientos no la dejaron descansar, su mente quedó agotada y
ella muy nerviosa.
Corrió a la ventana cuando escuchó que un coche se acercaba a la casa, pero
se dijo que no debía desilusionarse al ver a Vera. Dibujó una sonrisa en los
labios y abrió la puerta.
—Hola, Kate, espero no interrumpir tu trabajo, pero me quedé sola. Ian y
Dominic fueron a la ciudad para arreglar asuntos de negocios y decidí venir a
verte —observó el vestíbulo—. Esto es hermoso, Kate, de seguro te entristeces
al pensar que tendrás que venderlo.
—Hasta cierto punto —aceptó Kate —. Pero fue el hogar de la familia de
Ricky y. . .
— ¡Por supuesto, qué falta de tacto tengo! — Vera se mortificó —Es lógico
que no te agrade vivir en una casa que te recuerda. . .
—Te equívocas —le aseguró Kate—, De hecho, siempre pienso que fue la
casa del abuelo de Ricky. De pequeña solía venir aquí con mi padre. Es una
casa muy bella, pero no tengo con qué darle el mantenimiento que necesita.
Ansiaba interrogar a Vera sobre cuándo regresaría Dominic, pero al pensar en
cómo frasear la pregunta le pareció que la lengua se le adhería al paladar. Se
amonestó por la reacción ridícula en una mujer de veintisiete años, sobre todo
después de haberse pasado toda la mañana repitiéndose que no existía futuro
para ella con Dominic. No habla fundamento para su relación. Debía
enfrentarse a la realidad, por desagradable que fuera. En lo concerniente a
Dominic, él debía liberarse de ella y, como ya había realizado su fantasía. . .
Recordó que él no la despertó esa mañana. . .ni le dejó una nota.
Le enseñó toda la casa a Vera y salieron al jardín, y Kate escuchaba a medias
los admirados comentarios de la mujer.
De regreso en casa, Kate le ofreció una taza de té y la bebieron en la sala.

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— ¡Qué lástima que tú y Dominic no congenien! —comentó de pronto Vera.


—No tiene importancia —la interrumpió de inmediato por temor a lo que
Vera podría agregar —. No creo que nos encontremos con frecuencia.
El teléfono sonó y Kate lo miró desvalida, pero notó que Vera la observaba
con curiosidad. Tensa por la añoranza y el temor, se acercó al aparato para
levantar el auricular, pero se decepcionó al escuchar la voz de Martin
Allwood.
—Espero que mi llamada no la haya molestado comenzó, sin darse cuenta de
que repetía las palabras que Vera dijo cuando llegó —. Recibí la hoja impresa
con los detalles de su casa y me pregunté si sería posible que fuera a verla más
tarde para mostrársela.
Kate quiso negarse para evitar todo cuanto le impidiera revivir lo ocurrido la
noche anterior, pero logró dominarse.
—Por supuesto, me dará gusto recibirlo.
—Tendrá que ser esta noche, a eso de las nueve. Debo ir a ver una casa a las
ocho y si no me entretengo pasaré a verla a mi regreso.
Kate aceptó y colgó. Vera la observaba con abierta curiosidad.
—Era el corredor de bienes raíces —le informo a la mujer en tono defensivo,
lo cual la sorprendió.
—Eso imaginé — Vera sonrió —. Sue cree que él está enamorado de ti...
—Sue es una romántica empedernida —repuso Kate—, Lleva seis años
tratando de encontrarme marido.
— ¿No estuviste tentada a aceptarlo? —preguntó y Kate sintió que el corazón
se le contraía dolorosamente. No deseaba ofender a Vera, pero no debía
hacerle confidencias. Sin darse cuenta, sus ojos revelaron parte de sus
sentimientos —. Perdóname, Kate, me estoy entremetiendo y no debo hacerlo.
Es una de mis peores características, pero igual que Sue, soy romántica,
aunque casi siempre quedo muy lejos del blanco —hizo una mueca—. No me
lo creerás, pero la primera vez que te vi al lado de Dominic, no pude dejar de
pensar en la hermosa pareja que forman.
Kate ocultó su angustia, al inclinarse como si se hubiera golpeado con la
mesita del teléfono. La otra mujer seguía hablando, sin haber visto la reacción
de Kate cuando mencionó el nombre de Dominic.
Vera se fue poco después de las cinco, porque le había prometido a Ian que lo
recogería en la estación y Kate supuso que eso significaba que Dominic no
regresaría al pueblo.
Debió tranquilizarse porque no lo vería y era mejor que se separaran de
buenas a primeras, en vez de terminar la aventura cuando Dominic se cansara
de ella. En efecto, tuvo suerte de que el deseo de él quedara satisfecho tan
pronto, de lo contrario esa noche ella tendría que mentir y fingir.

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Le extrañó que Sue no se hubiera comunicado con ella, pues debía tener
curiosidad por saber qué efecto causaron sus palabras en Dominic. A menos
de que estuviera conteniéndose al imaginar que Kate estaría furiosa.
El teléfono volvió a sonar y Kate escuchó la voz de Sue, quien hablaba con
cautela.
—Hola. . .
Hablaron unos minutos sin mencionar a Dominic. Kate sintió que los nervios
se le tensaban al máximo y que bastaría el contacto más leve para que
tronaran.
Cuando por fin Sue mencionó a Dominic, Kate se petrificó, pero le dio gracias
al cielo de que su amiga no pudiera verle el rostro.
— Ayer perdí el quicio con él — confesó Sue —. Pero lo peor fue que le
revelé lo que realmente fue tu matrimonio con Ricky. ¡Ignoro quién de los dos
quedó más conmocionado! Sabes cómo me sulfuro. ¿Lo has visto?
Si Kate le decía a Sue que Dominic había ido a verla, su amiga le haría
preguntas. Como la conocía bien, sabía que Sue le sonsacaría cada detalle con
la mejor intención. Mintió y acalló su conciencia.
— ¿Se suponía que vendría a verme? —preguntó a la ligera. El auricular se le
resbaló de la mano húmeda.
—Quizá no… Pero pensé que iría a disculparse. Debiste ver cómo reaccionó.
—Lo imagino. A nadie le agrada que le demuestren su error, pero eso terminó
hace mucho tiempo, Sue.
—No para ti, el rechazo de Dominic te dejó dolorosas llagas, Kate, las dos lo
sabemos. Yo. . . maldición, alguien llama a la puerta. Trataré de ir a verte
mañana, Kate, por el momento debo colgar, hasta pronto.
Kate quedó agradecida con quien visitara a Sue, colgó y regresó al estudio.
Ese día casi no había trabajado. ¡Maldito Dominic! No deseaba que se
entremetiera en su vida ni en sus pensamientos.
Trabajó casi una hora y al terminar comprendió que sus diseños no eran
buenos, le faltó concentración.
Escuchó el ronroneo de un motor de coche, consultó su reloj y frunció el ceño.
Faltaban quince minutos para las nueve y Martin Allwood llegaba temprano.
Se puso de pie, caminó al vestíbulo y abrió después del primer timbrazo, pero
la sonrisa que había dibujada en su rostro se desvaneció al ver a Dominic y no
a Allwood.
El entró antes de que ella se lo impidiera. Vestía traje oscuro, camisa blanca y
sobria corbata; tenía el mismo aspecto que cuando ella lo vio por primera vez,
aunque parecía cansado y apretaba la boca.
— ¿Por qué le mentiste a Sue diciéndole que no me habías visto?

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La pregunta fue tan inesperada que la descontroló y la dejó mirándolo con


fijeza, en tanto se devanaba el cerebro para encontrar la respuesta adecuada.
— ¿Tanta vergüenza te causa haberte acostado conmigo anoche, que debes
mentir y decir que no me viste? ¿Te parece correcto dormir conmigo, pero no
quieres que se sepa?
Kate trató de comprender el motivo de la amargura de Dominic. Ella era la
especialista en sufrir amargura. Ella debió sentirse ofendida porque él
desapareció sin decir palabra ni dejarle una nota. En vez de retarlo con esos
hechos, sólo pudo tartamudear.
— ¿Cómo. . . sabes qué. . . le dije a Sue?
—Llegué a su casa cuando terminó de hablar contigo. Iba a disculparme con
ella por mi comportamiento y se sorprendió de que me tomara esa molestia en
vez de pedirte que me disculparas —notó la expresión de Kate y sonrió
triste—. Pero no te preocupes, no te traicioné.
Kate comprendió, cansada, por la condena en la voz de Dominic, que nada
había cambiado en la relación entre los dos. Tuvo razón al temer futuros
encuentros con él, porque seguía hiriéndola.
Lo miró con la firme intención de pedirle que se fuera y todo su cuerpo se
estremeció. Incluso con los párpados cerrados lo imaginaba como lo vio en la
cama la noche anterior.
—Kate —murmuró más amable, casi con súplica en la voz y si ella no hubiera
estado advertida, habría jurado que vislumbró dolor en los ojos de él —.
Tenemos que hablar. . . de lo ocurrido anoche. . .
El pánico invadió a Kate, porque Dominic le diría que fue un error y presentía
que él se daba ánimos para hablar.
—No… No tenemos de qué hablar —lo interrumpió con los ojos fijos en un
punto lejano sobre el hombro derecho de él —. Los dos nos dejamos llevar. . .
por las circunstancias, pero nada ha cambiado, Dominic. Ambos lo sabemos.
Se había dominado y lo miró de frente, pero en vez de encontrarlo
tranquilizado, como imaginó, estaba furioso y apretaba la boca de nuevo.
— ¡Me deseas!
¡Qué humillación! Dominic declaraba francamente que ella lo deseaba. Febril,
buscó la forma de defenderse sin tener que mentir.
—También te deseé hace ocho años, pero eso no es amor.
— ¿Te pedí que me amaras? —preguntó, después de un momento de silencio.
La piel de Kate se puso pálida al comprender que no se había equivocado
cuando decidió ser cautelosa en presencia de Dominic. El dolor era más
intenso porque él la conocía mejor, por lo tanto, podía herirla más
profundamente.

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No tenía algo más que agregar. Dominic había confirmado las dudas y
temores que ella tenía en cuanto a su relación. ¿Qué relación?, se preguntó con
burla y tristeza. Simplemente fue la amante de una noche, el medio de
apaciguar una necesidad física, pero ahora él la rechazaba.
De pronto, caminó a la puerta sintiéndose muy vieja y, cegada, la abrió y se
volvió hacia él.
—Será mejor que te vayas, Dominic.
—Si eso deseas —habló indiferente, casi con crueldad.
Ya se iba, cuando el coche de Martin Allwood apareció en el caminito
privado. Kate fijó los ojos en el vehículo, pero presintió que Dominic se
volvía para mirarla.
—Con que eso es —masculló—. Debes saber que él no puede ser buen
amante, Kate —salió—. De lo contrario, anoche no me habrías correspondido
como lo hiciste. Se parece mucho a Ricky, ¿verdad? Ten cuidado. Sería un
error criminal cometer igual equivocación dos veces.
Se alejó antes de que ella contestara y saludó a Martin con un movimiento de
cabeza.
— ¿Qué hombre tan extraño? —comentó Martin cuando Kate le permitió
pasar —. Presiento que le desagrado. ¿Es buen amigo suyo? —le preguntó
cuando ella cerró la puerta.
—Fue amigo de mi esposo —respondió. Sospechó que Martin era afecto al
chisme y debía cuidar que no hiciera correr habladurías en cuanto a Dominic y
ella, sobre todo después del incidente que acababa de suceder. . .
Tenía curiosidad por saber qué le diría Martin y se movió automáticamente, al
prepararle la bebida que le había ofrecido y que él aceptó. No cesó de pensar
en el motivo que tuvo Dominic para ir a verla.
De seguro deseó aclarar su postura y asegurarse de que ella comprendiera que
lo sucedido la noche anterior nada significaba. Quizá se preocupó porque ella
podría equivocar la situación y le resultaría con exigencias.
No debió molestarse, porque Kate sabía muy bien cómo estaban las cosas.
De pronto, se dio cuenta de que Martin callaba y se ruborizó al ver que la
observaba con curiosidad.
—Lo lamento —se disculpó—. Pensaba en mi trabajo.
—Le estaba pidiendo su opinión acerca del papel que le traje —lo sostenía en
la mano y Kate lo tomó para concentrarse en lo que decía.
Martin se fue a las diez de la noche, pero hubiera querido quedarse más
tiempo para conversar. Kate tuvo que excusarse diciendo que estaba muy
cansada.
El se detuvo junto a la puerta para invitarla a cenar el día siguiente, pero Kate
lo rechazó. Estaba agotada emocionalmente, para salir con otro hombre.

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Capítulo 8
TRATAR de fingir normalidad frente a Sue cuando ésta se presentó al día
siguiente, fue lo más difícil que Kate tuvo que hacer en su vida. Su amiga
estaba impaciente por referirle todos los detalles de su encuentro con Dominic,
pero Kate se lo impidió.
— ¿Es posible que sigas sintiendo sensualidad por Dominic y que no toleres
que mencione su nombre?
—No es eso —mintió—. Pero tengo muchos problemas con el pedido de los
Benson y la venta de la casa.
—Es lógico —la comprensión de Sue aumentó el sentimiento de culpabilidad
de Kate—. Debes sentirte deprimida por tener que vender la propiedad. ¿Vino
alguien a verla?
—No.
Al desviarse del tema de Dominic, Sue siguió hablando media hora, hasta que
anunció que tenía que ir a la escuela por los niños.
— Necesitas unas vacaciones, Kate —sugirió antes de salir—, Estás cansada y
debes guardar reposo.
Al quedarse sola, Kate le dio razón a su amiga. Era imprescindible alejarse. . .
de Dominic. No sería mala idea ir a quedarse en casa de Harry y Liz durante
unos días. Ellos no cesaban de invitarla y la recibirían con los brazos abiertos.
Salió al jardín, y se dijo que al día siguiente decidiría sobre ese plan, de
acuerdo con su estado de ánimo. Quizá si arrancaba algunas hierbas lograría
olvidar a Dominic. El teléfono sonó cuando ya estaba afuera.
La llamaba la recepcionista de la oficina de los corredores, para preguntarle si
recibiría a una persona interesada en adquirir la propiedad,
—Por mala suerte, los socios de la empresa están ocupados con compromisos
previos —le informó —. ¿Le molestaría mostrar la casa sin alguno de ellos?
Kate aceptó y anotó la hora en que vendría el posible comprador.
Pasaban de las dos y media cuando Kate escuchó el timbre de la puerta.
Estaba en la cocina, acomodando unas flores que cortó en el jardín, así que se
secó las manos antes de dirigirse a abrir y se amonestó por no haber
preguntado el nombre de la persona que la visitaría.
Abrió la puerta con un gesto amable, pero los músculos faciales se le
contrajeron cuando vio a Dominic.
— ¡Te dije que no quería volver a verte! — la angustia casi la hizo gritar,
aunque no fue su intención.
Dominic entró y la miró con burla en los ojos.
—Vine a inspeccionar la casa.
Kate tardó unos minutos en comprender, y boquiabierta se lo quedó mirando.

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— ¿Viniste a ver la casa?


—Mereces la calificación más alta porque lo adivinaste al primer intento —
comentó hostil y a manera de reto, pero Kate, aunque furiosa, lo ignoró.
—No sé qué pretendes, Dominic, pero si crees que al fingir interés por la
casa…
— ¿Quién dice que finjo? —observaba la galería y se volvió para mirarla con
frialdad —. Necesito una base en Inglaterra porque me asocié con Ian y no
existe algo mejor que el que vivamos en la misma región — torció la boca
antes de proseguir con mayor amabilidad—. ¿Te sentiste halagada al pensar
que la casa fue un pretexto para verte?
El rostro le ardió de humillación, se movió y habló con reserva, pero no
contestó la pregunta.
— ¿Por dónde quieres comenzar, la planta alta o la baja?
—Creo que la baja, terminaremos con el piso superior.
Los ojos de Dominic no reflejaban más que dureza, pero Kate estaba
convencida de que no imaginó la insinuación sensual en las palabras. Por lo
visto Dominic premeditó incitarla. Sin duda, ella había herido su amor propio
al declarar que no tenían futuro juntos. De seguro, a él le hubiera agradado ser
quien lo dijera.
Recorrieron la planta baja, pero Kate rechinó los dientes cada vez que, sin
desearlo, sus cuerpos se rozaban. Su hipersensibilidad a la presencia de
Dominic era tan fuerte, que hasta respirar le resultaba doloroso. Deseaba
odiarlo, pero su débil y traicionero cuerpo añoraba que la acariciara.
El subió a la planta alta, esperó a que ella abriera todas las habitaciones y,
aunque sonreía con picardía, tenía el cuerpo rígido.
— ¿No entras conmigo, Kate? —Preguntó cuando llegaron a la habitación que
fue el escenario de la noche de amor—. ¿Por qué temes que?...
— ¡No te temo, Dominic! —exclamó temblando con violencia.
—Desde luego, sé que no te atemorizo — volvió la cabeza y Kate vio burla en
su mirada—. No tienes motivos para temerme, pero no debes adelantarte a lo
que pienso decir. Es posible que tengas miedo de la reacción que pueda
causarte mi entrada en esta habitación, a pesar de defenderte con la coraza que
te fabricaste.
—Ahora eres tú quien llega a conclusiones erróneas — el instinto la obligó a
desquitarse.
Dominic giró sobre los talones y la miró con los párpados entrecerrados. A
Kate le pareció que le habla incitado un nervio expuesto.
—No comprendo —dijo en voz baja, pero no pudo seguir hablando porque la
lengua parecía habérsele adherido al paladar. Dominic se le acercaba, casi
amenazante, y aunque ella quiso huir, no pudo moverse,

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— ¿Kate?
La inesperada voz de Martin Allwood en el vestíbulo de la planta baja la
conmocionó y la hizo reaccionar. Tanto ella como Dominic miraron la
escalera, porque la concentración de los dos en la batalla que iniciaron, les
impidió escuchar la llegada del hombre.
—El no te dará felicidad, Kate —declaró Dominic con desprecio en los ojos
—. No es el hombre fuerte que necesitas.
— ¡Y, desde luego, tú sí lo eres! —logró balbucear en tanto Martin subía la
escalera.
—Mi secretaria me informó que envió a una persona interesada en comprar la
casa — al ver a Dominic frunció el ceño.
—Casi terminamos de ver la propiedad —respondió Dominic amable y
controlado, y aunque miraba a los dos, le habló a Martin—. Me interesa
mucho, pero quizá debamos hablar del asunto en su oficina, Allwood.
Kate se sorprendió del cambio drástico en la actitud de Martin, y antes de
darse cuenta cabal de lo que sucedía, los dos hombres se dispusieron a salir
juntos.
Cuando Kate regresó a la cocina para seguir acomodando las flores, se dijo
que no se sentía abandonada por la partida de Dominic. Disgustada consigo,
alejó el florero. ¿Por qué se engañaba? Lo amaba y a eso se debía su deseo de
interrumpir la relación que, de por sí, ya era muy comprometida para ella. Se
estremeció, y sintió erizársele la piel. ¡No importaba que ella amara al
hombre, porque él no le reciprocaba el cariño!
¿Realmente deseaba comprar la propiedad? Al pensar que sería su vecino más
cercano, se estremeció y sintió la necesidad de salir de ahí, del sitio donde
intimó con él.
Iría a la cabaña, allá no hallaría recuerdos de Dominic. Aún tenía mucho que
hacer en cuanto a limpieza.
Trabajó hasta bastante tarde, aseó a conciencia la alcoba más grande porque la
ocuparía. La anticuada cama de madera, que fue de sus abuelos, le encantaba y
no la vendería. La habitación daba al norte y estaba decorada en un color
naranja que tiraba a café. Cuando terminó de lavar las paredes, Kate se sentó
sobre los talones y las observó. Cambiaría el papel tapiz y colocaría algo
diferente, aunque tradicional; quizá con fondo blanco y botones de rosa en
diversos tonos. Pondría una alfombra que hiciera contraste, y la ropa de cama
sería de algodón blanco almidonado, con olanes y encaje. También puliría una
silla mecedora que se encontraba en una de las habitaciones. Durante la visita
anterior, había descubierto la cama y en ese momento corrió al ropero de los
blancos, que fuera de su abuela. Su padre de nada se deshizo y una de las
quejas de su madre fue acerca de que la obligó a vivir con los enseres viejos

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de sus suegros. Pero en el presente, esa ropa de cama, que concordaba con los
muebles, había recobrado popularidad.
Cuando Kate abrió el arcón, el aroma a lavanda se esparció y se preguntó si su
padre alguna vez lo habría abierto. Sacó sábanas blancas limpias, las llevó a la
alcoba, las extendió sobre la cama y se alejó para observar el efecto, pero no
pudo imaginar cómo luciría la habitación. Tendría que verla totalmente
renovada. La cama era muy grande y acogería a dos personas, para ella sola
era demasiado amplia. Sin querer, casi imaginó el esbelto y bronceado cuerpo
de Dominic, enredado entre las sábanas blancas y con la cabeza apoyada en la
almohada. . .
— ¡Basta! —se dijo furiosa, pero se puso tensa cuando escuchó el motor de un
coche. Se acercó a la ventana y vio que Dominic salía del BMW. Estuvo
tentada a ocultarse. . . para hacerle creer que no estaba. Intrigada, se preguntó
cómo supo dónde encontrarla. . . pero más importante era saber por qué fue a
buscarla.
Cuando bajó la escalera, creyó haber hallado la respuesta. Le abrió la puerta y
le habló a secas.
—Si deseas hablar de la propiedad, te suplico que te comuniques con mi
corredor — trató de cerrar la puerta, pero Dominic se lo impidió.
—No se trata de la casa —respondió y entró.
Durante un momento, Kate vislumbró un rayito de esperanza, a pesar de que
él no la veía con afecto. Dominó su decepción y lo miró de frente.
—Entonces, ¿a qué se debe tu visita?
—Vine a advertirte que dos convictos escaparon de la prisión. Mientras
conducía lo escuché en las noticias. Fui a tu casa y no te encontré, pero al
pasar por aquí vi tu coche.
—Dos hombres. . . —Kate fruncieron el ceño. Desde luego, era un asunto muy
serio, pero no ameritaba que él fuera a darle la noticia personalmente.
—La policía supone que no pudieron alejarse mucho. De hecho, sospechan
que se ocultan por la región. Los dos están armados y todavía llevan puesto el
uniforme de la prisión. Buscan ropa diferente, comida, dinero y quizá algún
tipo de seguridad.
— ¿Seguridad? —Kate no comprendió hasta que Dominic agregó con
severidad—.
—Rehenes, Kate. . . eso los hará inmunes y la policía los dejará así escapar.
— ¿Rehenes… quieres decir?... —al mirarlo comprendió—. ¿Crees que
podrían?... —calló al recordar que la cabaña y la casa estaban muy cerca de la
prisión, pero muy aisladas de lo demás. Se estremeció—. Yo. . .
—De inmediato regresarás a la casa conmigo —declaró Dominic—. Y me
quedaré contigo toda la noche. Antes de que protestes, debo decirte que mis

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razones son altruistas. Mañana haremos otros arreglos. Podrás quedarte con
Vera e Ian o con tu amiga Sue, pero hoy es muy tarde para eso — consultó su
reloj —. Pasan de las diez y dentro de media hora la noche habrá caído.
Kate se estremeció al escuchar la preocupación en la voz de Dominic y evocó
imágenes desagradables de la soledad del paraje.
— ¿No vas a decir algo?
Con la punta de la lengua, Kate se humedeció la boca reseca.
—Agradezco tu preocupación —respondió por fin—. Pero…
—No olvides que eres la viuda de un antiguo amigo —comentó con sorna —.
Pero no te acongojes, Kate —agregó al notar la expresión en el rostro de
ella—. No tengo intenciones de usurpar el lugar que ocupa Allwood en tu vida
— arrugó un poco los labios—. ¿Sabe él que fuimos amantes una noche?
La situación se les escapaba de las manos. Debería decirle a Dominic que
Martin Allwood nada significaba para ella, pero no pudo hacerlo.
— ¿No temes que yo no pueda reprimir la tentación de decírselo? —exigió y
vio que ella se estremecía por la crueldad de las palabras y eso le causó
satisfacción.
Kate sentía que se desgarraba. ¿Por qué la torturaba así?
— ¿Por qué… querrías hacerlo? —preguntó por fin.
— ¿Me preguntas por qué? —inquirió incrédulo y furioso. Dio un paso y Kate
creyó que iba a zarandearla, pero él volvió a alejarse mascullando algo entre
dientes.
—Vámonos de aquí —la empujó a la puerta poniéndole la palma de la mano
en la espalda.
Kate permitió que la empujara y sólo protestó cuando llegaron a los coches;
no debía dejar abandonado el Mini. Dominic esperó a que ella se subiera a
éste y que encendiera el motor. El abordó su BMW, y una vez que ella enfiló
hacia la casa, la siguió y estacionó su coche junto al de ella.
Aunque Kate no quería que Dominic se quedara, sabía que era muy tarde para
que ella fuera a casa de Vera o de Sue y desde luego, no le agradaba la
perspectiva de quedarse sola cuando dos criminales andaban sueltos.
Dominic la siguió, cerró la puerta con llave y la aseguró por dentro. Kate
nunca tomaba esas precauciones. Sintió algo extraño al ver que Dominic lo
hacía como si de pronto los dos quedaran separados del resto del mundo.
—Inspeccionaré todas las ventanas y puertas —anunció él.
Kate protestó con un murmullo y vio que él se volvía para mirarla. En las
sombras, el rostro masculino le pareció remoto y acongojado.
— ¿Es necesario todo esto?
—Supongo que lees los periódicos y recuerdas lo que ocurrió el verano pasado
—repuso Dominic.

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Kate recordó la reseña del incidente y lo mucho que sufrieron los habitantes
de ese pueblito. Un convicto armado los aterrorizó y violó a varias mujeres. . .
—Eso es… exactamente —murmuró Dominic.
—Prepararé algo de comer—ofreció—. ¿Ya… comiste?
—No y tengo hambre —le informó Dominic y Kate tuvo la impresión de que
él sabía que ella deseaba olvidar lo que acababa de recordar. De seguro él
aceptó tener hambre más en beneficio de ella que de él. ¿Por qué se
preocupaba tanto por ella? No iba de acuerdo con la personalidad que
mostraba en el trato que le daba, aunque lo había visto portarse de manera
encantadora con otras personas.
Por suerte, un año antes, la compañía que aseguraba la propiedad insistió en
que Kate pusiera cerrojos en las ventanas. Mientras Dominic verificaba que
estuvieran seguros, ella se ocupó en la cocina.
Como nunca, tomó conciencia del silencio que los envolvía por fuera y se
sobresaltaba al escuchar cualquier pequeño ruido. Trató de concentrarse en
preparar una cena sencilla.
El timbre del teléfono sonó, pero dejó de hacerlo antes de que Kate contestara.
Entró en la sala y descubrió que Dominic colocaba el auricular en su sitio.
—Sue llamó porque estaba preocupada por ti, pero le informé que me quedaré
contigo.
Kate sintió que todo su cuerpo se encendía. ¿Qué pensaría Sue de ella?
— ¡Por Dios, estamos en el siglo veinte! —murmuró Dominic sin despegarle
los ojos de encima—. Es aceptable que una mujer tenga amante.
— ¡No eres mi amante! —declaró con más violencia de la deseada, pero abrió
bien los ojos al ver que en el rostro de Dominic la diversión se tornaba enfado.
—Pero lo fui —le recordó—. ¿Qué, te atemoriza tanto que no puedes aceptar
el placer que compartimos, Kate?— preguntó serio y estiró los brazos para
ceñirle las muñecas.
Ese cambio total de actitud la sorprendió, por lo que levantó los ojos y respiró
entrecortado al reconocer el brillo en los ojos de él. Dominic aún la deseaba.
Por instinto, ella se acercó más a él, pero se detuvo al preguntarse qué hacía.
De inmediato se apartó y anunció que no terminaba de preparar aún la cena.
Dominic le permitió alejarse, pero ella presintió que la observaba y se
estremeció tanto que le fue difícil mantenerse erguida.
Preparó una tortilla de huevos que sirvió con una ensalada de lechuga, pero
observó que, ninguno de los dos parecía tener apetito. Miró de reojo a
Dominic, en tanto jugueteaba con la comida en su plato. El fingía comer, pero
no mostraba más entusiasmo que ella.
—Más vale que llame a Vera —comentó por fin Dominic—, Le dije que
vendría a quedarme contigo, pero es preciso confirmárselo.

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Mientras él hacía la llamada, Kate despejó la mesa y preparó el café que llevó
a la sala. Encontró a Dominic de pie, en el centro de la habitación, con el ceño
fruncido y escuchando las noticias.
Kate se puso tensa al escuchar que mencionaban al pueblo.
—La policía hizo un llamado para que todos permanezcamos dentro de
nuestros hogares —le informó Dominic, sin necesidad, cuando terminó la
transmisión televisiva —. No desean que ninguno se arriesgue, pues parece
que los hombres están bien armados.
Kate se estremeció y como protección, se rodeó el cuerpo con los brazos.
¿Cómo se sentiría si no estuviera Dominic con ella? Habría regresado de la
cabaña, las noticias la hubieran sorprendido y aunque ella no se consideraba
nerviosa, ni la presencia de Dominic habría contribuido para hacerla olvidar
los reportes de la prensa en cuanto al incidente que él había mencionado poco
antes.
— ¿Tienes frío?
—No, estoy un poco asustada, aunque no tanto como lo estaría si no
estuvieras conmigo —notó que Dominic fruncía el ceño. De pronto, él levantó
la cabeza y sus ojos cintilaron.
— ¿Te das cuenta de que es el primer cumplido que me ofreces? —seguía
observándola con los párpados entrecerrados y su expresión parecía una
máscara tras la cual ocultaba su tensión.
Algo dentro de Kate cobró vida, era un punzante e intenso calor que la
quemaba. Dominic estaba equivocado. Ella ya le había hecho un cumplido, de
la manera más íntima, al abandonarse en el acto sensual. El le observaba el
rostro y la hizo imaginar que sus pensamientos se le habían materializado en
la frente para que él los leyera.
— ¿En qué piensas? —preguntó él sonriendo divertido.
— ¡No en ti!
Fue una respuesta infantil y peligrosa, tonta, como el temor instintivo que la
hizo correr hacia la puerta. La sala era espaciosa, pero estando Dominic ahí, el
ambiente se había cargado y ella no podía respirar,
El la alcanzó, la hizo darse la vuelta para abrazarla y su rostro revelaba
excitación sensual e ira.
—Mientes, Kate, pensabas en mí. . . ¡en esto! —declaró con fiereza antes de
reclamar la boca de ella con intensa fuerza.
Como ella se rehusó a entreabrir los labios, él le haló el cabello y aprovechó el
momento en que ella protestó.
Kate pensó que Dominic parecía un poseído en su determinación de tomar lo
que deseaba, sin el consentimiento de ella. Debería odiarlo y despreciarlo,
pero no podía. Su cuerpo se estremecía, pero no por conmoción. Era la

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intensidad de su excitación. Deseaba permanecer así para siempre, con la boca


dominada por la de él y sintiendo alertas todos los sentidos que cobraban
nueva vida. Dominic se inclinó más y Kate volvió a estremecerse al sentir el
íntimo contacto del cuerpo de él.
Dominic se movió un poco y ella gimió, frustrada porque él se había alejado.
Atormentada, movió la cabeza de un lado a otro cuanto él dejó de besarla.
—Sshh… sshh… todo está bien.
Dominic trató de consolarla, pero ella se incitó más, y cuando él le moldeó un
seno, volvió a temblar.
—Kate. . . Kate. . . ignoras lo que me causas.
Ella notó la emoción en el tono y sin darse cuenta, correspondió a éste.
Si antes tuvo frío, en ese momento ardía por la necesidad de tener la firmeza
de la piel de él junto a la propia, sin que la ropa les estorbara.
Escuchó que él maldecía cuando trató de desabotonarle la blusa, pero luego
suspirar de placer cuando, por fin, le tocó la piel desnuda. Se movió junto a
ella mientras le besaba el cuello. La necesidad que Kate sentía era una
experiencia totalmente nueva.
El hecho de que se hubieran unido una vez, no calmó el deseo en ella; al
contrario, lo incrementó. Pero eso fue lo que temió todo el tiempo; ese terrible
aprisionamiento también del cuerpo, no sólo del corazón.
Dominic inclinó la cabeza y ella gritó de placer cuando sintió que le mordía
suavemente el seno. Estaba consumida por el calor y la necesidad; Dominic se
encontraba en el mismo estado, lo vio en sus ojos cuando bajó la cabeza.
—Kate, te deseo. . .
Al escuchar esas palabras, el corazón de Kate se congeló. Tembló como si
tuviera fiebre. Aterida, se alejó de él para tratar de llegar a la puerta.
— ¿Kate?
La joven notó la violencia en la voz.
— ¿Qué diablos tratas de hacerme? ¡Maldición! ¿Te agrada incitarme para
luego rechazarme?
Kate no pudo hablar, pero le sostuvo la mirada.
— ¿Haces esto para castigarme, verdad? —preguntó encendido.
Dominic cerró los puños y el calor de su cuerpo disminuyó las defensas de
Kate, quien presentía la violencia en él y comprendió que debía disiparla. Sin
tocarlo, ella volvía a la normalidad. Estaba muy avergonzada por la forma en
que le correspondió. Y él, desde luego, tenía motivos para estar irritado.
—No, no te castigaba —contestó por fin. Dominic había desviado la cabeza
como si repudiara las palabras que ella pronunció y, Kate, por instinto,
extendió el brazo para tocarlo, pero se cohibió cuando él volvió la mirada y
observó que los dedos de ella le reposaban en el brazo.

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—No hagas esto, a menos que desees reanudar lo que iniciamos hace diez
minutos, Kate —le advirtió. Luego alejándose por completo, se llevó los
dedos al cabello—. ¡Dios! ¿Qué tienes que me haces reaccionar de la peor
manera? ¿Y qué tengo yo que te hace rechazar la atracción que sientes por mí?
Kate aspiró profundo.
—Lo rechazo porque no confío en eso, Dominic. Tú me deseas, pero contra tu
voluntad y eso te ha creado un resentimiento que no ocultas.
—Kate, te equivocas.
—No —movió 1a cabeza—. Vera me relató tu niñez — evitó mirarlo a los
ojos y continuó calmada —. Desde el principio me despreciaste, Dominic…
creo que deseas hacerlo. Tú mismo me dijiste que te aborrecías por desearme.
No he cambiado, soy la de siempre —le era difícil expresarse, pero, de manera
sorprendente, él pareció comprender.
— ¿Quieres decir que no puedes confiar en un deseo basado en el
resentimiento y que piensas que en algún momento, de existir una relación
entre nosotros, yo cambiaría para volverme en contra tuya?
—Sí.
—Escúchame, Kate —suspiró —. Lo que Vera te contó acerca de mi niñez es
cierto, pero debo corregir algo. Desde que tú y yo nos conocimos he visto a mi
madre —vio la sorpresa de Kate y esbozó una sonrisa —. No deseaba verla, al
menos al principio, pero habiéndolo hecho me alegré. Desde el punto de vista
de ella, obtuve una versión diferente de la historia. Mi madre es una mujer
cálida y tierna, distinta de mi padre que fue muy frío e indiferente. Ella trató
de que el matrimonio no zozobrara, pero sus intentos fueron inútiles. Después
de un colapso nervioso, el médico le aconsejó que se divorciara. Mi padre sólo
aceptó dárselo con la condición de que yo me quedara con él. Ella no quiso
aceptar, pero los abogados le recordaron que con el antecedente de su
enfermedad nerviosa y dada la fortuna de mi padre, nunca ganaría el juicio
para obtener la patria potestad sobre mí.
Guardó silencio por un momento, y luego prosiguió:
—Es cierto que cuando nos conocimos quise creer lo peor de ti. . .no tanto por
mi educación, más bien porque me angustiaba desearte tanto. . . El que fueras
la esposa de un amigo, estremeció las bases de mis creencias acerca de mi
personalidad y desencadenó la crisis de identidad que me condujo a buscar a
mi madre. Kate. . .
Hizo un gesto suplicante, pero la chica movió la cabeza y dio un paso atrás.
No deseaba escuchar más, quería erigir cuantas barreras le fuera posible para
mantenerse en terreno seguro. Dominic sólo la deseaba físicamente, pero ella
lo amaba.
—Kate. . . —murmuró, preocupado porque ella no respondía.

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—Dominic, estoy cansada. . . me gustaría acostarme. . . yo…


Notó la desilusión en los ojos de él y sintió remordimiento. Vislumbró pesar
en ellos y deseó acercarse para abrazarlo, pero no podía permitirse el lujo de
mostrarse débil, perdería demasiado.
—Muy bien —Dominic se obligó a sonreír—. Pensé que podríamos hablar,
pero si estás cansada. . .
—Tuve un día pesado.
—Sí—. Dominic le dio la espalda y caminó a la chimenea. . . y de manera
ridícula, Kate quiso quedarse. . . pero su sentido común luchaba contra el
deseo. Si Dominic se volvía, tomaría la decisión por ella. Esperó temblando…
pero Dominic no se movió. En silencio, ella abrió la puerta y salió diciéndose
que había elegido lo correcto.

Capítulo 9
ALGO la presionaba y amenazaba con impedirle respirar. Kate despertó
angustiada, el corazón le latía con violencia y su respiración era entrecortada.
Tuvo una pesadilla. Se estremeció, sintió frío y se petrificó cuando escuchó un
sonido extraño. Se sentó en la cama, abrazándose las rodillas y avivando el
oído, casi sin atreverse a respirar.
En efecto, la puerta de la cocina que daba al vestíbulo, se abría; ella reconoció
el chirrido.
El terror la hizo saltar de la cama y caminar a la puerta sin pensarlo. El
descanso estaba oscuro, pero lo conocía tan bien que no necesitaba
iluminación. Tenía el pulso acelerado y el temor le precipitó la adrenalina
dentro de la sangre.
Alguien había irrumpido en la casa y debía notificárselo a Dominic. Eso era lo
más importante. Permaneció inmóvil junto a la puerta abierta, en tanto
calculaba la distancia hasta la habitación que él ocupaba. Trató de recordar si
había alguna duela que pudiera crujir. Le pareció que el aire que respiraba
estaba cargado de tensión y sus pulmones se expandían con dificultad. ¡Dios,
estaba muy asustada! Al salir al descanso, se le ocurrió pensar en el temor que
la hubiera invadido de estar sola en casa.
Estaba a medio camino cuando algo la puso tensa y la hizo volverla cabeza
hacia la escalera. La piel se le erizó cuando vio el oscuro bulto que se le
acercaba.
Quedó tan conmocionada que nada pudo hacer, pero luego emitió un grito tan
fuerte que le lastimó la garganta. El intruso la había visto y se le acercaba con
los brazos extendidos.

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Un negro vacío se abrió a sus pies y sintió que caía dentro de él. Le pareció
que a lo lejos pronunciaban su nombre y la voz era grave y conocida. Trató de
contestar, pero la oscuridad giró más rápido en torno suyo y la haló con su
ruido parecido al que hace un tren cuando pasa a través de un túnel.
A pesar de tener los párpados cerrados, vio ciertos patrones que se formaban
sin cesar. Frunció el ceño al reconocer la voz, pero el tono preocupado era
desconocido. Deseó abrir los ojos, pero los párpados le pesaban como si
fueran de plomo. De hecho, todo el cuerpo le pesaba y se sentía sumamente
débil.
—Kate, tranquila. . . estás segura.
¡Segura! Inesperadamente se estremeció y al sentir pánico, abrió los ojos.
Estaba en la cama de Dominic, en la habitación de huéspedes, y él estaba
arrodillado junto al lecho, con los ojos casi a la misma altura que ella tenía los
suyos. Kate extendió sus brazos y haló la bata de toalla que lo cubría.
—Dominic, hay alguien abajo —murmuró angustiada—. Escuché ruidos —
volvió a estremecerse—. Lo vi… yo…
Te desmayaste, Kate, pero no te preocupes —se puso de pie y se inclinó sobre
ella para ceñirle el brazo y calmarla — Nadie se metió en la casa —le aseguró.
—Pero… lo vi…
—Me viste a mí, Kate —la corrigió—. No podía dormir, así que bajé a
prepararme una bebida. Lamento haberte asustado tanto. . .
Dominic. . . fue Dominic, pero Kate no pudo dominar el temblor de su cuerpo,
reacción física a la conmoción.
—Te traje aquí porque esta habitación era la más cercana al sitio donde te
desmayaste —la soltó y Kate se sintió abandonada y tuvo ganas de llorar.
Dominic se enderezó y, a la luz de la lámpara que iluminaba la habitación, ella
notó que la bata no le cubría parte del pecho ni las piernas.
Saber que estaba desnudo, debajo de la prenda, le hizo latir el corazón y
aceleró el flujo de la sangre.
—Bajaré a prepararte una taza de té.
—No —volvió a temblar y cerró los párpados—. Por favor, quédate a mi lado,
Dominic. ¡Dios, estaba muy asustada!
Al abrir de nuevo los ojos notó el remordimiento en la expresión de él. Se
sentía muy débil, como si de pronto toda su vida hubiera cambiado de enfoque
y lo único que le importaba ahora era no volver a quedarse sola.
Pero se rehusó a analizar sus sentimientos y se aferró al brazo de Dominic.
— ¡Kate! —le cubrió los dedos con los propios para alejar la mano de ella y
haló severo, pero con calidez —. Sabes que si te quedas aquí no podré
contenerme y. . .

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— ¿Lo sabía ella? Descubrió que sí porque sus músculos se convirtieron en


gelatina y su piel se encendió.
—No puedo regresar a mi habitación. . . no podría dormir — habló muy
quedo—. Abrázame, Dominic. . . por favor, abrázame. . .
No tuvo el valor de mirarlo de frente, pero se puso tensa al comprender lo que
acababa de decir. Ocho años antes se había acercado al mismo hombre para
rogarle que la poseyera. ¿Olvidó lo sucedido? Se movió un poco para alejarse
de donde estaba parado Dominic, pero él la detuvo del brazo, antes de
inclinarse sobre ella para moldearle el rostro e inmovilizárselo para
observarla.
—Kate, ¿qué te hice para que me temas tanto?
"Hiciste que te amara", gritó en silencio.
—No te tengo miedo — habló sin pensar —. Me rechazaste una vez, Dominic
—le recordó—. Te rehusaste a compartir tu cama conmigo. . .
—En este momento no te rechazo.
Kate sintió el aliento de él en la piel, cuando la boca masculina tocó la suya
para entreabrirle los labios. Eso deseaba ella. . . para eso había nacido y nada
más importaba. Suspiró junto a la boca de Dominic, estremeciéndose de placer
voluptuoso en tanto él le quitaba la bata de algodón. Sabía que la observaba y
sintió la cálida mirada de esos ojos que la acariciaban.
Ante ese escrutinio, se dejó llevar por una ola de placer. Abrió los ojos y
descubrió que él seguía observándola. La piel de Dominic estaba encendida
como si tuviera fiebre, y sus ojos chispeaban.
— ¡Kate!
La abierta necesidad en la voz la sacó de la indolencia, porque el deseo
ardiente y que exigía satisfacción, la invadió. Extendió los brazos y sus manos
lo halaron hacia ella.
Sus bocas se encontraron y fusionaron con explosiva pasión. Dominic le
acarició los senos, buscó los pezones y se los endureció al grado de que Kate
deseó que se los besara. Los dedos de Kate se introdujeron en el cabello de él,
al halarlo hacia su arqueado cuerpo en tanto gemía por la excitación.
—Kate. . . Kate —el nombre fue como una letanía que él murmuraba junto a
ella en tanto la satisfacía, besándole y halándole un pezón.
La bata se le había deslizado de los hombros de Kate, embrujada por el placer,
inclinó la cabeza para lamerle la piel. El perdió el control y la presión que su
boca ejercía en el seno de ella, se tornó deliciosamente salvaje.
Dominic se rodó para quedar de espaldas y la haló consigo, en tanto se
deleitaba acariciándole con las manos la redondez de los senos y su boca le
recorría los frágiles huesos de los hombros.

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—Kate, quiero que me toques. Tócame, Kate —gimió estas palabras con tal
ansiedad, que la hizo temblar y sentir un nudo en la boca del estómago. El
cinturón de la bata se le había aflojado y Kate se lo desanudó, conteniendo el
aliento en tanto la tela de toalla descubría el cuerpo masculino. Pero al final,
desvió la cabeza.
Dominic le detuvo el rostro y la hizo girarlo.
—Mírame, Kate —ordenó amable—. Quiero que me observes.
Kate era una masa de temblorosas sensaciones, tenía los ojos sombríos y
solemnes en tanto seguía la musculosa línea de las piernas de él, duras y
firmes, hasta la cadera, donde se detuvo.
—Kate — habló como queriendo animarla —. ¿Realmente te soy tan
repulsivo que no puedes mirarme?
Ella lo miró a los ojos y lo que vio en ellos la hizo recordar que, durante la
primera unión, el cuerpo de Dominic estuvo parcialmente cubierto y que ella
no lo tocó más abajo de la cintura. Se debió al hecho de que Ricky nunca le
permitió que lo viera totalmente desnudo y odió que ella lo tocara.
— ¿Y. . . bien?—demandó él.
Dominic sonreía tranquilo y a gusto, pero Kate pudo verle un dejo de temor en
el fondo de los ojos, por lo que quedó dominada por el amor que le profesaba.
—No me eres repulsivo —confesó cohibida.
—Entonces, mírame —insistió—. Quiero que veas lo que me haces.
Kate aspiró profundo y sus ojos recorrieron el cuerpo masculino con lentitud,
siguiendo la línea de vello oscuro que se angostaba en el vientre y volvía a
ensancharse más abajo. Contuvo el aliento al quedar hipnotizada por la
perfección de ese cuerpo. Tontamente, las lágrimas le causaron escozor en los
ojos. Dominic era hermoso. . . Deseó extender la mano para acariciarlo.
Se movió como en trance, pero se petrificó al inclinarse hacia él porque se
conmocionó por lo que iba a hacer. La mano de él ciñó la de ella y la llevó a la
plana dureza de su vientre.
—Sí, Kate. . . sí.
Habló con voz áspera, casi con violencia, y cuando los ojos de ambos se
encontraron, se sobresaltó. Dominic la deseaba. . . ella lo incitaba. En ese
momento, desaparecieron el recuerdo de Ricky y el complejo de inferioridad
que él destiló en ella.
Los dedos de Kate palparon la piel ardiente de Dominic y él gimió de placer.
El cuerpo de él se tensó antes de estremecerse y la abrazó para acercarla más y
besarla donde pudiera. La mano de Kate parecía de fuego en la cadera de él, y
cuando la movió de manera acariciante él murmuró:
—Kate… Kate… ¡te enseñaré a atormentarme!

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Ella sintió que él se movía para dejarla caer sobre el colchón; las manos de él
se le deslizaron de los senos hacia la cadera; su boca. . . Kate contuvo el
aliento al sentir que le acariciaba el muslo.
Lo sintió moverse y se estremeció por la ola de placer que la invadió. Dominic
ignoró las contorsiones de ella al querer soltarse y siguió acariciándola.
Desgarrada entre el placer y la pasión, Kate perdió fuerzas. Era como caer de
lleno en aguas profundas para descubrir que una desconocida corriente la
arrastraba hacia un lugar alto, desde donde caía como en una caudalosa
cascada. En ese caso, la corriente era su incitación y la cascada. . . se puso
tensa y después se sobresaltó por la intensidad del placer que experimentaba.
Quiso rechazarlo, pero también deseó que él no se detuviera.
Sus músculos apretados se aflojaron, gimió de placer y agitó la cabeza de lado
a lado con frenéticos movimientos cuando él la besó, exigiéndole que se
abandonara totalmente y disfrutara sin reservas del placer.
Más tarde, él estrechaba su tembloroso cuerpo y la calmaba con tiernos besos.
Kate aún estaba maravillada por la intimidad que compartieron, En cierto
sentido, casi resentía el placer que Dominic le proporcionó porque la hizo
sentirse muy vulnerable.
—Me causas el mismo efecto, Kate —murmuró Dominic y ella comprendió
que había pronunciado en voz alta sus últimos pensamientos. Presintió que él
sonreía y notó que contenía la risa—. Al menos, podrías causarlo.
Kate todavía no lo había tocado, no del todo y él debió adivinar sus
pensamientos.
— ¿Qué hay en mi cuerpo que te atemoriza, Kate?
—Nada —era verdad, pero como sabía que no era la contestación adecuada,
agregó: —A Ricky no le agradaba que yo…
—Me importa un comino lo que le agradara o no a Ricky — la interrumpió
con severidad—. Deseo que me toques, necesito que lo hagas —se movió
levemente, Kate no supo si fue casualidad o lo premeditó, pero sintió que él
aún la deseaba. Dominic le tocó y moldeó un seno para besarlo con ternura.
Las manos de Kate se aferraron a los hombros de él para después acariciarle la
espalda; de pronto, con ansias y alegría, las deslizó por todo el cuerpo de
Dominic, quien la abrazó con fuerza, la besó en la boca, ahogó sus gemidos y
la liberó de sus recelos.
Al dejar de besarla, ella comenzó a darle fugaces besos por todo el cuerpo; los
sentidos la guiaban y cedía al deseo de sumergirse en el cariño.
Luego, cuando Dominic la hizo rodar para que quedara acostada de espaldas y
poseerla de nuevo, Kate aceptó sus caricias y correspondió con la misma
intensidad.
Cuando alcanzaron el éxtasis, Dominic gritó su nombre.

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Lo último que Kate recordó antes de dormirse, fue la consoladora presión del
brazo de Dominic que la acercaba a la calidez que emanaba de su cuerpo.
Cuando Kate despertó, el brazo de Dominic seguía en la misma postura y la
piel de ella se ruborizó al recordar lo ocurrido hacía pocas horas. El temor,
dispuesto a atacar cómo serpiente venenosa, la sobrecogió. Se preguntó qué
había hecho y qué le había revelado durante el pasional acto sexual, Estaba
petrificada, porque era posible que adivinando la verdad él ya supiera que ella
lo amaba. Tendría que huir, porque no soportaría la humillación de saber que
Dominic estaba enterado.
Con mucho cuidado, logró soltarse del brazo de él y se levantó de la cama.
Dominic seguía dormido y, con el cabello alborotado, su rostro parecía más
juvenil. Los movimientos de Kate lo dejaron desnudo hasta la cadera, y pudo
ver las marcas que sus dientes dejaron en la carne de él; se estremeció, porque
quiso negar la intensidad de su pasión. No le importaba tener marcas iguales
que dieran testimonio de la excitación de Dominic, porque éste no era
vulnerable, a él sólo lo motivó la sensualidad, en cambio ella. . .
¿Por qué no quedarse para ver si lograba cambiar ese deseo en amor? La
violencia con que descartó el pensamiento la hizo enfrentarse a la realidad que
con desesperación trataba de ocultar. Seguía temiendo los rechazos de
Dominic. Corrió a su habitación, tomó la ropa que encontró a la mano y la
metió en una maleta. Era preciso alejarse… debía irse… no podía permanecer
en la casa… pero, ¿a dónde ir?
¿A casa de Harry y Liz? La recibirían con los brazos abiertos, porque la
habían invitado varias veces. Nadie sabría dónde estaba y Dominic no podría
rastrearla hasta allá.
Después de lo ocurrido, Kate comprendió que el deseo de Dominic era lo
bastante fuerte para que él la persiguiera sin piedad, al menos, mientras
siguiera obstinado. ¿Cuánto tiempo duraría esa obsesión? Sin duda, no tanto
como el amor que ella le tenía. Se preguntó por qué no se quedaba y aceptaba
lo que Dominic le ofrecía, sin preocuparse antes de que llegara el momento en
que todo terminara. Pero no podía vivir así, atormentándose con el
pensamiento de que, algún día, el hombre la abandonaría porque ya no la
deseaba. No… Era mejor romper el lazo en ese momento.
Llevó el coche hasta la carretera principal, temerosa de que Dominic
despertara y saliera a buscarla. El pecho le dolía de tanto contener el aliento y
tenía el cuerpo tieso por el pánico y dolor que le embargaban.
Liz la recibió de manera calurosa y le explicó que Harry había salido.
— Ha habido bastante excitación por tu rumbo —murmuró en tanto le
preparaba una taza de café a Kate—, ¿Ya los capturaron?

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Kate hizo un movimiento negativo con la cabeza. Le había preguntado a Liz si


podía quedarse con ellos y se valió de la excusa de que necesitaba hablar con
Harry del nuevo pedido. Liz no lo dijo, pero Kate sospechó que no la engañó,
aunque la mujer no le hizo preguntas.
Sin embargo, Harry no fue tan pasivo. Regresó una hora más tarde y, luego de
abrazarla con cariño, le preguntó el motivo de su presencia. Kate repitió lo que
le había dicho a Liz, pero él frunció el ceño.
—Creí que estabas satisfecha con lo que has hecho hasta ahora —comentó—.
Pero creo que me ocultas algo, Kate, y de ser cierto, es asunto tuyo, pero
recuerda que no podrás huir toda la vida.
— ¿Qué te hace pensar que huyo? —Liz los había dejado solos y Kate se
ruborizó—. ¡Por Dios, Harry!... —se mortificó porque comenzó a llorar. Tenía
veintisiete años y dejaba escapar las lágrimas como una adolescente.
De todos modos, fue un alivio colocar la cabeza en el hombro de Harry y
poder descargar su pena. Su padre no fue muy cariñoso, a pesar de que Kate
sabía que la amó; y Ricky, por supuesto, la hizo ver muy claro que no deseaba
tocarla. Eso, aunado a la huida de su madre, la privó del deseo de apoyarse en
alguien de modo que, al hacerlo con Harry, fue debido a su estado emocional.
Él esperó hasta que ella estuviera calmada y cuando Kate se disculpó, le dio
un pañuelo.
—Enjúgate las lágrimas, beberemos algo y hablaremos del asunto —la miró
de frente y sonrió —. Olvidaste que tengo dos hijas y que comprendo.
Kate se sentía muy débil y permitió que Harry la empujara a la pequeña sala,
donde él preparó dos bebidas.
—Liz se preguntará. . . —calló al ver que Harry movía la cabeza.
—No se preguntará nada — declaró él —. A mi regreso me informó que algo
te tenía molesta, más bien, que quizá alguien te perturbó. ¿Deseas hablar del
asunto?
Hecho extraño, Kate lo hizo. Fue como si el autocontrol que la mantuvo
dominada durante tantos años, se desintegrara después de la reaparición de
Dominic en su vida. Se obligó a remontarse al principio para relatarle
brevemente cómo fue su matrimonio. No cesó de girar la copa en la mano,
hasta que le dio un trago para animarse a referir su intento de seducción.
Como tenía los ojos fijos en la copa no vio la compasión en la expresión de
Harry, quien pensaba: "Pobre Kate, siempre tan calmada y controlada, aunque
por dentro es una masa de tensiones y temores. No deberían permitir que
algunos hombres se acercaran a ninguna mujer".
—Así que… huiste de él — murmuró cuando Kate calló—. ¿Por qué, Kate?
El te desea… y tú a él...

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—Lo amo — corrigió con amargura —. Hui porque tengo miedo, Harry. No
puedo olvidar que me rechazó una vez. . . que me odiaba y. . .
—Lo dudo, Kate —ella levantó la cabeza y vio que Harry movía la suya —.
Me dijiste que él aceptó que la primera vez no pudo acostarse contigo, aunque
deseaba hacerlo, porque eras la esposa de un amigo. Un hombre dominado por
una pasión y odio compulsivo al mismo deseo, no reacciona así, Kate. Creo
que sí se lo preguntas, descubrirás que se odiaba a sí mismo.
—Pero él pensó… —los labios le temblaron—. Pensó que yo me acostaba con
cualquiera que estuviera dispuesto. Me despreciaba, Harry… y ahora, de
pronto, dice que me desea. No puedo confiar en ese cambio de actitud.
Cuando estoy a su lado me pongo tensa… espero que caiga el hacha, por
decirlo así, y que me diga que todo fue un engaño y que no me quiere más a su
lado.
Se molestó al ver que Harry sonreía y que los ojos le brillaban.
—Por lo que me has dicho, Kate, supongo que ya demostró, sin lugar a dudas,
que te desea… Y para un hombre eso es muy difícil de fingir… Pero te
comprendo —se puso serio —. Imagino que se valió de la imagen que se
formó de ti como defensa para su deseo, pero no puedes culparlo por eso. Los
hombres somos animales muy territoriales, cariño, incluso hoy día. Muy pocos
toleramos compartir lo que creemos que es nuestro. No alegaré contigo acerca
de los pros y contras, me limitaré a recalcar un hecho: ¿estás segura de que
sólo huyes de él y que no escapas de ti misma?
— ¿Qué intentas decir? —exigió ronca.
—Quiero decir que aceptaste que lo amas; sin embargo, salta a la vista que no
deseas ese amor. No deseas amarlo, ¿cierto?
—Así es. . . —frunció el ceño—. Hace que me sienta demasiado vulnerable —
declaró—. Me asusta, Harry —se abrazó el cuerpo y presentó la imagen de
una joven desvalida.
—Por lo mismo, deberías comprender cómo se siente él.
Kate levantó la cabeza con un movimiento brusco y abrió bien los ojos.
—Los humanos somos defensivos por naturaleza, Kate — habló amable —.
En ocasiones es necesario que olvidemos esas defensas para entender a los
demás. ¿Podrá él rastrearte hasta aquí?
Kate lo negó moviendo la cabeza.
—Entonces, si lo amas. . . realmente lo quieres, te sugiero que regreses a tu
casa y hables con él. Es posible que Dominic no pueda amarte… pero, ¿no te
parece que es mejor enfrentarse a la verdad que seguir huyendo?
Kate no quedó muy convencida y a la mañana siguiente aún no tomaba una
decisión. Por fin, después de la cena lo hizo. Se levantó del sofá donde estuvo
sentada al lado de Liz viendo un programa de televisión, y dijo:

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—Regreso a casa.
—Así me gusta —Harry le sonrió desde su cómodo asiento.
La pareja la acompañó al coche y Harry se acercó a la ventana del Mini.
Sin que importe lo que suceda, Kate, recuerda que no es vergonzoso amar a
alguien. Los problemas se inician cuando tratamos de autoengañarnos.
Cuanto más se acercaba al pueblo, más tensa se ponía. Era fácil para Harry
decirle que dejara de correr y hablara con franqueza, pero ella no sabía cómo
se enfrentaría a Dominic, quien quizá no querría verla. Era posible que se
hubiera ido del pueblo y estuviera en Londres. . . o en cualquier sitio.
Pero la conciencia le recordó que él buscaba una casa por ese rumbo. ¿Qué
pasaría si él no deseaba verla?... Trató de no pensar y disminuyó la velocidad
al pasar por el pueblo. Oscurecía y pensaba irse a la cama tan pronto llegara a
casa. Quizá al día siguiente tendría más valor para hablar con Dominic.
Tuvo cuidado al tomar una peligrosa curva, pero al ver algo extraño enfrente,
metió el freno. Al otro lado de la carretera estaba un BMW con el frente
incrustado en un muro de piedra de poca altura. Atrás del vehículo había dos
patrullas de policía con las luces intermitentes encendidas, en tanto que varios
hombres uniformados observaban el coche chocado. Le pareció conocido y se
angustió al reconocer el vehículo de Dominic.
Los oídos le zumbaron y la sangre rugió en sus venas. ¡Dios santo! No debía
desmayarse. De alguna manera logró tambalearse fuera del Mini para caminar
hacia el grupo de hombres. Uno de ellos se volvió.
— ¿Qué sucedió? —tartamudeó Kate.
—Hubo un terrible, accidente, señorita —la voz del policía fue calmada.
— ¿Hay… lastimados? —temblaba con violencia y notó que el hombre quedó
intrigado.
—El conductor murió —contestó otro policía con actitud de desaprobación.
—Murió… murió… —Dominic estaba muerto. Kate no supo cómo logró
regresar y arrancar el Mini, aunque escuchó que el policía le gritaba. Sin duda,
notó la conmoción en ella… pero Kate no estaba en condiciones de contestar
preguntas… lo único que deseaba era estar sola con el terrible e increíble
dolor, que sé desencadenaba en su ser.
—Muerto… muerto… muerto… —las palabras se repetían en un monótono
ritmo, como un subterfugio de la mente para escapar de ese hecho. . . pero era
verdad. Dominic estaba muerto, había perdido la vida frente al volante de su
coche, tal vez, buscándola a ella. Kate detuvo el coche en el caminito privado
y estaba tan débil que apenas pudo llegar a la puerta de la casa. Todo giraba a
su alrededor, perdía fuerzas, como si la vida se le escapara.
De manera automática caminó a la sala, abrió la puerta y de pronto se detuvo,
al ver que un cuerpo se levantaba de un sillón.

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—Conque regresaste. ¿Dónde diablos estabas? —


¿Era Dominic? Las piernas le flaquearon y Kate se tambaleó.
—Pero si tú estás muerto —lo miró con fijeza, y un temblor violento se
apoderó de ella, porque es demasiado el peso de las dos conmociones
consecutivas.
— ¿Muerto? Querida, eso desearías —habló con un tono de burla y cuando
Kate vio que se acercaba comprendió que no eran alucinaciones. En vano trató
de aspirar sin cesar de mirarlo. Cuando él llegó a su lado, ella extendió los
brazos y con dedos temblorosos le tocó el rostro—. Kate… —habló severo y
en sus ojos se vislumbró la impaciencia cuando le ciñó las manos y se las bajó
a los costados—. ¿A qué juegas? ¡Por Dios, contigo nunca sé que postura
debo tomar! ¿Qué deseas de mí, venganza? ¿Deseas vengarte porque una vez
te rechacé?
Kate lo escuchó, pero no registró las palabras porque trataba de convencerse
de que Dominic vivía.
—No estás muerto —repitió—. No estás muerto…
—Kate… — Dominic le soltó las manos para moldearle el rostro y que la luz
le iluminara las facciones torturadas y pálidas, Kate sintió que él contenía el
aliento y cerró los párpados al sentir que la angustia cedía.
—Vi tu coche… el BMW. La policía estaba allá y cuando les pregunté a sus
integrantes si hubo heridos, me dijeron… me dijeron que tú habías muerto.
Perdió la serenidad al pronunciar las últimas palabras y comenzó a sollozar
con tanta angustia que su cuerpo se sacudió.
Escuchó la maldición que lanzó Dominic, antes de abrazarla y mecerla junto a
sí.
—No fui yo, cariño — la calmó —. Los prisioneros que escaparon tomaron mi
coche. Yo salí a buscarte, fui a la cabaña y me descuidé al dejar las llaves
puestas. Debieron verme, pero no llegaron muy lejos. El conductor murió y el
otro está mal herido. La policía acaba de irse de aquí.
Poco a poco, los estremecimientos de Kate disminuyeron y logró controlarse.
Harry tenía razón: debía dejar de huir.
— ¿Por qué saliste corriendo?
Sintió la tensión en el cuerpo de Dominic y comprendió que ella debía ser
franca, a pesar de las consecuencias. Levantó la cabeza para mirarlo a los ojos
y habló tranquila.
—Porque te amo… tenía miedo… y…
Dominic no permitió que ella siguiera hablando y en sus ojos apareció una
mezcla de emociones incomprensibles.
— ¿Me amas? —preguntó incrédulo y enfadado y, durante un momento, Kate
se arrepintió de su declaración.

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—Sí.
—Me amas, pero me hiciste pensar… que sólo era un deseo que reprimiste
durante ocho años. Maldición, Kate… — la voz se le quebró antes de que la
halara para castigarla besándole la boca.
Ella tardó algunos segundos en reconocer que la violencia era pasión y no
enfado. Entreabrió los labios y le rodeó el cuello. Besándola, Dominic se
movió un poco para que ella se apoyara en su cuerpo y se diera cuenta de su
excitación.
Kate sentía que se quemaba, necesitaba que él le transmitiera fuerzas después
de haberlo creído muerto. Acercó la mano a la pretina del pantalón de
mezclilla y la deslizó a la cadera masculina.
—No —la mano de Dominic detuvo el movimiento—. Todavía no, primero
debemos hablar. ¿Sabes cuánto me angustiaste? — exigió y casi la zarandeó
—. ¡Cuando desperté no pude creer que te habías ido!
—No pude quedarme porque sabía que sólo… me deseabas — murmuró,
sintiendo que la lengua le pesaba como si fuera de plomo.
— ¡Increíble! —en ese momento sí la zarandeó y ahogó un gemido en el
fondo de la garganta —. Kate, ¿por qué insistes en no querer ver? —Preguntó
ronco—. Es cierto que te deseo… pero también te amo. Me enamoré de ti
cuando te conocí. De seguro te diste cuenta.
Dominic vio incredulidad en los ojos de ella, antes de notar la dicha reflejada
en ellos.
— ¡Tontita! ¿Por qué creíste que fui tan salvaje contigo? ¿Por qué crees que
no toqué a ninguna mujer durante ocho años? ¿Por qué piensas que regreso a
tu lado y permito que me atormentes al grado de perder el control? No es sólo
porque te deseo.
—Pensé que me odiabas… Y despreciabas — murmuró angustiada,
—Me despreciaba a mí mismo — corrigió—. Primero por desear a la esposa
de otro hombre al grado de estar a punto de olvidar las reglas que regían mi
vida; en segundo lugar, por ser tan tonto de enamorarme de una ninfomaníaca
adolescente. Me dije que sería más fácil estar lejos de ti porque pensé que te
acostabas con todos, pero me equivoqué. Enloquecí al imaginar que todos
obtenían lo que yo había rechazado. Cuando me enteré de que Ian y Vera se
mudarían a esta zona, comprendí que era el destino, porque volvería a verte.
Al descubrir que eras viuda, me dije que tendría la oportunidad de quitarme la
obsesión de poseerte, para olvidar esa pasión que me persiguió durante ocho
largos años. Pero mucho antes de que te tocara, antes de que Sue me abriera
los ojos, supe que no lo lograría… porque te amaba. ¿Me crees? —
Kate no lo dudó al observar la profundidad de los ojos color topacio.

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—Sí —aceptó en un murmullo y se estremeció cuando él entrelazó sus dedos


en los de ella y acercó la mano a su boca para besárselos.
—Olvidemos el pasado, Kate, y comencemos de nuevo, como marido y mujer.
Te prometo que tu matrimonio será lo que toda unión debe ser… ¿Qué dices?
Habló calmado, pero era indudable que se mantenía tenso y que sus ojos
reflejaban ansiedad.
Dominic sí la amaba. Con todos los momios en contra, se habían hallado de
nuevo y Dominic tenía razón, debían olvidar el pasado. Para poder ver el
futuro, Kate debía confiar en él y él en ella.
—Sí. . . —murmuró y presionó su cuerpo al de él con la cabeza levantada para
ofrecerle los labios.
Dominic respiraba de manera entrecortada.
—Si te beso en este momento, tal como deseo, no podré detenerme hasta que
nos hayamos amado. Dios, Kate… — gimió a manera de protesta cuando ella
se movió con sensualidad. Dominic tenía la piel perlada de sudor dada su
excitación, pero rió cuando los dedos de Kate acariciaron la tela del pantalón
que le cubría el cuerpo.
—Kate… —Dominic pareció querer advertirle algo, pero ella lo ignoró al
escuchar su nombre una y otra vez. Dominic la levantó en brazos y se detuvo
en el último escalón para observarle el rostro.
—Te amo, Kate y nunca permitiré que lo olvides. ¿Me escuchaste?
Kate lo oyó y le creyó. Había salido de un estado de temor y dolor para llegar
a ese punto en la vida en que ese maravilloso hombre la acompañaba. Lo miró
con el corazón en los ojos y murmuró:
—Te escuché…

Fin

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Novelas con corazón Publicación catorcenal editada en México por: HARMEX. S A. DE
C.V. Lucio Blanco No. 435 02400 México. D.F. Presidente: Gustavo González Lewis
Gerente General: E.J. Boltjes Editora Responsable: Ana María Murillo Redacción: Alicia
Campos de Menéndez Arte: Alvaro Martínez Arteaga Producción: Raúl Ramírez Miembro
de la Cámara Nacional de la Industria Editorial. Certificado de Licitud en trámite ante la
Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas. Reserva al uso exclusivo del
titulo ante la Dirección General del Derecho de Autor No. 02068 con fecha 6 de Febrero de
1981. Registrada como correspondencia de segunda clase en la Dirección General de
Correos de México con fecha 12 de Diciembre de 1993. Permiso 091-70 1795-11042
PENITENCIA DE AMOR 51-86 25-12-86 Titulo original: A Man Possessed Publicada
originalmente por: Mills & Boon, Ltd.
Londres, Inglaterra Traducción y adaptación: Jenny F. de Resnikoff » Portada: Aida Press
Tiraje: 45,000 ejemplares Impresa en México por: Editorial Offset, S.A. Calle Durazno No.
1, Col. Las Peritas. Xochimilco 16010, México, D.F. © 1981 Penny Jordán Todos los
derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial Esta edición es publicada
bajo licencia de Harlequin Enterprises B.V. DISTRIBUIDORES EXCLUSIVOS MEXICO
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