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Penny Jordan
Capítulo 1
—KATE, ¡por Dios! Te estoy invitando a una cena y no a una orgía
romana—.
Exasperada, Sue le dio la razón a John, su esposo, quien había dicho que Kate
volvería a incrustar los tacones al rechazar la invitación, gesto que hacía
mucho tiempo venía repitiendo en circunstancias similares.
Ella y Kate eran amigas desde que fueron estudiantes de bachillerato;
crecieron juntas y, a pesar de ello, en el presente existía una barrera entre las
dos y Kate la usaba como puente levadizo para levantarlo y ocultarse detrás de
él.
Desde luego, Sue sabía el motivo y suspiró al recordar lo cruel y perverso que
podía ser el destino. Ninguna mujer dotada con la belleza y sensualidad de
Kate debería vivir como ella lo hacía, marginada casi de todo contacto
humano. Por fortuna, había decidido poner a la venta la granja. La tierra que
rodeaba a ésta se había vendido hacía mucho, después de la muerte de Ricky,
para pagar deudas de juego y otras de él. Kate se negaba a culparlo por el mal
matrimonio que tuvieron, pero por lealtad hacia su amiga, el temperamento
ardiente de Sue se desencadenaba cada vez que lo recordaba. Y aunque Kate
decía que ella tenía parte de la culpa por haberse casado con Ricky, lo hizo a
la inocente edad de dieciocho años, cuando él tenía veintiocho.
A Kate la conmocionaron la repentina muerte de su padre y la inesperada
aparición de su madre, a quien no veía desde que tenía diez años de edad.
Quizá ella tenía razón y Ricky no era culpable; a fin de cuentas, la madre de
Kate deseó ese matrimonio. La propiedad que ésta heredó de su padre
colindaba con la que Ricky recibió como herencia de su abuelo y no fue difícil
convencerlo de que al casarse con ella ganaría más que una dócil y valiosa
esposa.
Aún entonces, se hablaba del vicio de él por el juego y aunque la madre de
ella debió saber que estaba endeudado, no impidió que se casara con su hija.
Sue, como madre que era, comprendía que la acción de la señora fue
precipitada y poco maternal.
Esto era explicable, entonces, porque Kate era menor de edad, sólo tenía
diecisiete años, y su madre hubiera tenido que llevársela consigo a Estados
Unidos de Norteamérica si no la dejaba casada.
Sue conocía la vida de Valerie Patton y comprendía que la presencia de una
hija adolescente y bella, en Los Angeles, no encajaría con su modo de vida. A
raíz de que se divorció del padre de Kate, Valerie retornó a su trayectoria de
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Había hablado del asunto varias veces con John y éste, médico general,
concordó con ella en cuanto a que el aislamiento había alejado a su amiga de
los demás y eso podría convertirla en una solitaria.
—Eres joven, sólo tienes veintisiete años —insistió Sue—, además de ser
inteligente y bella. . . y no creo que desees pasar sola el resto de tu vida.
Durante un momento, los ojos azules de Kate se sombrearon, antes de
endurecerse con burla para contestar:
— ¿Por qué no?
— ¡Eres!... Bueno, irás a la cena, aunque tenga que arrastrarte a ella. Debes
comenzar a vivir de nuevo, Kate.
Sus ojos se toparon, a través de la habitación y, de pronto, casi de manera
cansada, Kate cedió.
—Está bien, iré —sonrió triste—. Quién sabe, quizá pueda persuadir a alguno
de tus invitados a que me compre la propiedad.
—Me alegro de que quieras venderla, aunque sé que le tienes mucho cariño.
—Así es — Kate también sonrió antes de agregar con franqueza —: En
ocasiones me pregunto si me casé con Ricky o con el lugar. Me enamoré de la
propiedad cuando tenía seis años porque podía ver los tejados desde nuestra
cabaña. Pero no puedo mantenerla, Sue. . . me cuesta una fortuna —se encogió
de hombros—. Estoy segura de que todos saben en qué situación económica
me dejó Ricky—.Guardó silencio un momento, y continuó: —Tuve que
vender lo que quedaba de terreno para pagar sus deudas. Tendré que reparar el
techo el próximo invierno y como es una construcción original, sólo podré
hacerlo con las tejas hechas a mano que son muy caras. . . pero es sólo el
principio. . .
— ¿Qué harás? ¿Adonde irás?
—Aún poseo la cabaña —le recordó Kate —. Una pareja de Londres la tiene
alquilada como base para los fines de semana, pero el contrato expira este año
y decidí mudarme allá. Es bastante grande y me resultará más económico su
mantenimiento.
—Imagino que bien invertido el dinero que recibirás por el alquiler, te
redituará lo suficiente para vivir —comentó Sue pensativa al comprender la
lógica de las palabras de su amiga.
—Quizá, pero no es lo que tengo en mente. Pienso iniciar un negocio.
— ¿Haciendo qué? —preguntó Sue pasmada.
—Combinaciones de vidrio de color — respondió divertida por la expresión
de su amiga —. Fue una de las artesanías que aprendí en la escuela de arte y
me encantó. Asistí a clases un semestre, que no es mucho tiempo para
aprender bien, pero durante los últimos meses he ido varios días por semana a
un taller de ellas en Londres donde aprendí bastante. El trabajo me intriga y
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noté que el mercado para ese producto va en aumento, no sólo para los
trabajos de restauración de iglesias.
— ¡Nunca me lo dijiste!
—Hasta ahora no tenía algo que decir —se encogió de hombros y sonrió —.
Aunque he disfrutado el trabajo, no se me ocurrió que podría ser un modo de
ganarme la vida, hasta que Harry me sugirió que nos hiciéramos socios.
— ¡Harry! —la forma en que Sue repitió el nombre del posible socio, hizo que
Kate sonriera con malicia.
—No te entusiasmes —le advirtió ahogando la risa —. Tiene cincuenta años,
se considera feliz en su matrimonio y va es abuelo.
—Kate. . . me sorprendes. . . ¡Nunca hablaste de tus planes!
La chica notó que su amiga estaba resentida y de inmediato trató de enmendar
la situación.
—Debo ser franca contigo, Sue: hasta que Harry sugirió nuestra asociación, la
semana pasada, no creí que lo que hacía fuera más que un agradable
pasatiempo. Luego de que lo mencionó comprendí que es algo que me
agradaría hacer. Desde luego, sólo hemos hablado del asunto, pero él está muy
entusiasmado. Le agradan mis diseños y desea que enfoque mi trabajo en el
desarrollo de esa especialidad.
—Kate, estoy muy contenta —Sue se sentó en un sillón y observó a su
amiga—. Algo como eso necesitabas para salir de tu aislamiento. Desde luego,
lamento que tengas que vender la casa, pero ya era hora de que reiniciaras tu
vida.
—Quizá, pero te suplico que no lo comentes con alguien. Por el momento no
es definitivo y no deseo que sea un tema para habladurías en el pueblo —Kate
hizo una mueca —. Ya sabes cómo son nuestros vecinos.
— ¡Demasiado bien! No te preocupes, no diré una palabra.
El gran reloj de péndulo dio la hora y Sue dio un salto.
— ¡Dios, es tarde! Tengo que ir por los niños a la escuela y salen dentro de
media hora. Pero antes de irme, jura que irás a la cena.
—Te lo prometo.
—Estupendo, porque si tratas de zafarte del compromiso, vendré para
arrastrarte hasta la casa.
— ¡Por supuesto! —exclamó al mirar a su amiga de un metro cincuenta, desde
su altura de un metro setenta y cinco. Sonrió y recordó una broma de sus
tiempos de estudiantes —. ¡Tú y cuál ejército!
Diez minutos más tarde, mientras Sue conducía su coche por el camino rumbo
al pueblo, pensó que, por fin, Kate mostraba señales de querer reincorporarse
al género humano. Estaba impaciente por llegar a casa para compartir la
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alegría con su familia. Su esposo quería a su amiga casi tanto como Sue, y la
madre viuda de ésta veía a Kate casi como a una hija.
Fue muy agradable observar a ésta sonreír de nuevo y ver en ella a la chica
hermosa y sonriente que fue antes de la muerte de su padre y, desde luego, de
su matrimonio. ¿Cuánto tiempo pasó después de la boda para que dejara de
sonreír? ¿Un mes. . . seis semanas? La joven se había obstinado en negar que
Ricky le causara infelicidad, pero al morir éste, ella se desmoronó y aceptó
que su matrimonio fue una burla.
Sexualmente, Ricky fue indiferente a ella; sólo pudo amarla físicamente
menos de media docena de veces, siempre como obligación, según lo que
dedujo Sue de las llorosas confidencias de Kate; luego de varios meses de
unidos, nunca la tocó y buscó su satisfacción sexual con una u otra amiguita.
Cuando su coche chocó con otro vehículo, iba con una de ellas. Kate quiso
recurrir al divorcio, pero tuvo vergüenza de revelar la infelicidad de su
matrimonio.
Sue sabía que las vivencias de su amiga bastarían para alejar del sexo
masculino a cualquier mujer, y aunque parecía que Ricky siempre se burló de
Kate por considerarla frígida, ella estaba cierta de que su amiga no lo era. Al
contrario, le parecía que Kate emanaba sensualidad cálida, condimentada con
sexualidad, y sabía que John, su esposo, tenía la misma opinión. El rechazo
físico del marido debió ser un fardo muy pesado. . . aunque Kate no estaba
consciente de ello, en tanto estaba de pie junto a la ventana de la sala, con la
mirada hacia la campiña, tenía los mismos pensamientos que su amiga. Pero
no se centraba en la amargura que le causó el rechazo de su esposo, recordaba
a otro hombre.
Le pareció extraño que en ese momento, después de transcurridos ocho años,
ese recuerdo todavía la atormentara. Suspiró, trató de olvidar y se volvió para
observar el decorado de su hogar. Ella había cometido un terrible error.
Durante más de diez años nada había cambiado en esa habitación. Estaba igual
que cuando ella llegó, recién casada. Aunque entonces no lo sabía, una de las
amiguitas de Ricky, con buen gusto, la había decorado. Kate observó las
paredes y el techo color limón dorado y las oscuras y veteadas vigas que eran
parte de la casa original, estilo Elizabeth. Por medio de los archivos de la
iglesia, sabían que la casa le perteneció a un próspero bucanero, que logró su
fortuna al lado del pirata Drake y compró esa tierra con la buena voluntad de
la reina, así como que construyó la casa para la esposa que conoció en
Londres.
La alfombra de cálido color azul gris cubría el suelo; los dos sofás grandes,
forrados con bella tela en tonos azules y grises, con fondo amarillo pálido, le
daban ambiente a la sala. Un antiguo escritorio para dama se encontraba junto
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Después de dos años de casada ocurrió aquel fatídico fin de semana en que
conoció a Dominic Harland. Ricky lo llevó a casa; era la noche de un viernes.
Kate ya se había acostado cuando llegaron. El sonido del coche de su esposo
la despertó y ella fue, vestida sólo con un camisón de algodón, al descanso de
la escalera.
Nunca imaginó que Ricky vendría acompañado. La noche anterior él estuvo
ausente de casa y ella permaneció tensa y angustiada, por lo que sólo registró,
la presencia del hombre cuando éste se alejó de la espalda de su esposo. La luz
en el descanso marcó bien el perfil del desconocido y Kate soltó un gemido,
pasmada por la perfección de esas facciones masculinas. La piel color miel
dorada cubría fuertes huesos; sus ojos tenían el color café claro de la piel de
un león, y la miraba de manera burlona. Su cabello era negro y se le rizaba
encima del cuello de la camisa.
A pesar de su ignorancia e inocencia, Kate reconoció la fuerte sensualidad del
hombre y sintió un curioso hormigueo en todo el cuerpo que la hizo abrir los
ojos y la boca, en tanto lo admiraba como poseída. Su corazón latió con más
rapidez y su cuerpo pulsó con un profundo deseo difícil de definir.
Al verla transfigurada, la severa boca masculina se arqueó y los ojos dorados
se entrecerraron y endurecieron, hecho que hizo a ella tomar conciencia, de
manera incómoda, de la trenza de colegiala y su sencillo camisón. Sin duda,
las mujeres que él frecuentaba se cubrían de seda para meterse en la cama y
eran tan cosmopolitas como él.
Al regresar a la alcoba, Kate imaginó al hombre desnudo, de cuerpo
bronceado y fuerte, muy seguro y experimentado al reclamar 1a borrosa
imagen de una mujer para el acto del amor.
Encendida por la vergüenza, Kate se metió en la cama y se enroscó debajo de
las mantas. Creyó que desvariaba por imaginar esas escenas de un extraño.
Tardó bastante tiempo incitada y tensa y escuchaba a los dos hombres
moviéndose en la habitación contigua. La puerta se abrió y cerró, escuchó
pisadas por el descanso y su puerta se abrió para darle paso a Ricky.
Pero Kate ya sabía que no debía acercársele. El se desvistió de manera rápida
y arrojó la ropa al suelo antes de dirigirse al baño. Tardó más de media hora
en regresar, pero ella seguía despierta. Cuando él se acostó, Kate sintió que la
cama cedía con el peso de Ricky y notó que éste le dio la espalda. Cerró los
párpados, pero no fue la imagen de su esposo la que bailaba frente a sus ojos,
era la de Dominic Harland.
Triste, pensó Kate que así se inició todo, al desprenderse del pasado y abrir los
ojos en el presente, pero sabía que no tendría el valor de recordar aquel fin de
semana. Dios, ¡cómo la humillaron! Eso la quemaba todavía más que
cualquier rechazo de Ricky. Desde luego, ella fue la única culpable. Tan
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pronto vio al extraño debió comprender qué tipo de hombre era. No podía
interesarse en una chica tan ingenua, pero estaba ella tan desesperada por
demostrar que era una mujer, que no se dio cuenta de la realidad. Sólo vio que
el hombre la incitaba y que en sus brazos podría borrar la humillación de que
la hacía objeto su esposo.
Rió con amargura al pensar cuán tonta fue. Pero eso ocurrió en el pasado. El
reloj de péndulo marcó las cuatro y recordó que le había prometido a Harry
darle su respuesta en cuanto a la propuesta sociedad.
No tomó la decisión antes de hablar con Sue, esa tarde. Enderezó los hombros
y bajó a la planta baja. Era hora de que comenzara de nuevo y dejara atrás el
pasado, y, ¿qué mejor manera que dedicarse a algo diferente?
Sonrió al marcar el número telefónico del taller de Harry. Hacía casi dos años
que se conocían. Ella fue a Londres para hablar con el abogado de Ricky.
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—La interpretación que dan a las habilidades que les enseñamos nos estimula
—le informó Harry con entusiasmo —. Son jóvenes y sus ideas son frescas.
Ver lo que logran crear es fascinante y educativo para nosotros.
Mientras Harry hablaba, Kate observaba absorta a un joven que moldeaba
plomo para sostener la copa que creaba. Harry sonrió al verla y le tocó el
brazo.
— ¿Estás impaciente por intentarlo?
—Me fascina —aceptó Kate—. En el curso corto que tomé hablamos
someramente de la técnica, pero no creí que tuviera aplicación moderna.
—Pensaste que sólo se usaba en vitrales para iglesias y ese tipo de cosas. Pues
bien, es un error común, porque hoy día muchos jóvenes arquitectos y
diseñadores han tomado en cuenta las posibilidades de este arte. La semana
pasada, el joven Rob, sentado allá, terminó un trabajo para la renovación de un
invernadero Victoriano. La planta trepadora de rosas que cubría un lado del
cristal, quedó bellísima. El pan de cada día lo obtenemos con las piezas
pequeñas como adornos de ventanas, tiestos y objetos de ese tipo; la
mermelada para untarlo y no comerlo a secas, sale de los pedidos especiales
que nos hacen y que van en aumento cada vez.
Kate lo escuchaba sin parpadear.
—Si realmente te interesa, ¿por qué no asistes a mis clases? — preguntó él
poco después.
Por instinto, Kate hizo un movimiento negativo con la cabeza. Era un rechazo
más.
La vida al lado de Ricky la dejó con llagas dolorosas y la soledad de su vida,
que Sue consideraba como desventaja, ella la consideraba como protección.
Sin embargo, poco menos de una semana después, viajaba en el tren rumbo a
Londres con la intención de aceptar el ofrecimiento de Harry.
Desde entonces, la amistad con éste y, en menor escala, con algunos de los
artesanos, creció; además habían aceptado el primer trabajo de Kate hacía seis
meses. . . un lienzo para una ventana en el edificio de oficinas que había
ganado ya tres Premios de la Reina para la Industria; el joven arquitecto que
daba las órdenes deseaba un diseño moderno que reflejara el tipo de negocio
de la compañía. Como se dedicaban al transporte rápido de paquetes, Kate
eligió el tema de un ave y cuando Harry le informó que habían aceptado el
diseño, ella enmudeció de felicidad.
No tardó en enterarse de que Harry vivía a sólo treinta kilómetros de distancia
de la casa de ella. Ahora conocía a su esposa y a dos hijas mayores con sus
pequeños, y se sentía muy cómoda al estar incluida en el reducido círculo
familiar.
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Capítulo 2
—SI deseas que te recojamos esta noche. . .
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—Sí —declaró con firmeza—. No cambies nada. Es posible que para variar le
agrade cenar algo sencillo. ¡Por Dios!, Sue, deja de preocuparte, estás
encaneciendo —se burló y observó a su esposa que dejó el menú, para correr
al espejo y observarse el rubio cabello.
Sue le había dicho a su amiga que llegara a las ocho y media y como ésta
sabía que necesitaría cuarenta y cinco minutos para desplazarse, Kate dejó de
trabajar a las seis y media para darse un baño.
Quedó lista a las siete y media y sólo le faltaba ponerse el vestido. Primero se
detuvo para observar su maquillaje y se preguntó si el color de labios no era
muy intenso. Tenía innata habilidad para combinar colores y aunque no se
maquillaba a menudo, esa tarde lo efectuó con facilidad. El toque de sombra
azul hizo que resaltara lo profundo de sus ojos, y el rubor en las mejillas
marcaba los pómulos que le dieron distinción a su rostro. Los labios llenos y
el cabello suelto la hacían parecer casi una gitana. Cuando se casó con Ricky,
su madre pidió que le hicieran un corte de muchacho.
Levantó el vestido, se lo deslizó por la cabeza y abotonó los dos ojales que se
lo sostenían en la cintura. Le quedó perfecto y el ancho y tenso cinturón le
marcó el esbelto talle. La seda crujió cuando ella caminó al otro lado de la
habitación para ponerse el único par de zapatos adecuados: unas sandalias
negras de tacón alto.
Imaginó que de seguro sería la de mayor altura en la reunión, incluyendo a los
hombres y, con disgusto, observó su largo cuerpo.
Cuando salió a la intemperie ya no llovía, por lo que respiró profundo para
saborear el fresco y limpio aroma a tierra y pasto mojados. Tenía suerte de
vivir ahí. . . de hacerlo como la complacía, y aunque tendría que vender la
casa, era dueña de la cabaña.
Esa mañana recibió una carta de su abogado en la cual le confirmaba que el
contrato de alquiler se había vencido. Al día siguiente iría a revisar la cabaña y
luego pondría la casa en venta.
Suspiró, se deslizó en el asiento frente al volante y accionó el botón de
encendido. Como siempre, el cochecito tardó unos minutos en funcionar. Esa
noche parecía no querer arrancar y cuando finalmente lo hizo, el motor se
sacudió, hecho que la hizo recordar que hacía meses que no le daba servicio.
Como no quiso forzar el motor, llegó más tarde de lo planeado y vio tres
coches desconocidos estacionados en el caminito privado de los Edward.
Detuvo el coche, salió de él y se maldijo por llegar tarde. Más le hubiera
gustado llegar primero para poder observar a los invitados, en vez de hacerlo a
la inversa y darles motivos para creer que premeditó hacer una entrada
triunfal.
Sue la recibió y abrió grandes los ojos al ver el vestido.
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Cuando John se volvió, Kate pudo ver al hombre con quien el médico hablaba
y al instante su cerebro registró las facciones conocidas, pero endurecidas y
marcadas por el tiempo. Su cuerpo se petrificó, no pudo moverse ni respirar, y
se lo quedó viendo sin ocultar su sorpresa. Pero tomó conciencia de que Vera
Benson pronunciaba el nombre de él y el de ella, y la vio que se movía. . . que
se le acercaba, y tuvo pavor. Quiso huir, pero seguía sin poder moverse,
parecía atrapada en una horrible pesadilla.
—Kate. . . — la tranquila y grave voz no había cambiado, tampoco la forma
en que pronunció su nombre, aunque no dio muestras de que la conociera.
Kate se tranquilizó y salió de la parálisis causada por el estupor.
El hombre le ofreció la mano y ella casi se encogió para no tocársela, pero un
profundo instinto de protección la instó a tomarla y actuar lo más normal
posible.
El se la estrechó con fuerza. Era extraño pensar que ella soñara que esos dedos
la acariciaban. . . para que se sintiera realizada como mujer. Se estremeció
internamente, dio un paso atrás y no pudo sostenerle la mirada. ¿Sería posible
que él no la reconociera? Le rogó al cielo que así fuera. No soportaría la
humillación de tener que enfrentársele si también él recordaba el pasado.
—Dominic acaba de llegar de Estados Unidos de Norteamérica — escuchó
que decía Vera Benson —. Él y mi esposo se dedican a lo mismo, la banca
mercantil.
¿Así lo describía él? Contra su voluntad, Kate sintió que la furia la hacía su
presa. Aquel fin de semana, cuando su marido llevó a Dominic Harland a su
casa, ella no supo por qué. Después de la muerte de Ricky descubrió la
cantidad de dinero que éste le debía a su antiguo compañero de estudios.
Dominic poseía la hipoteca de los terrenos que rodeaban la casa y ella vendió
la tierra para pagar la deuda. Pero ese no era lo que le impedía mirarlo.
—A la mesa, la cena está lista. Kate, te sentarás frente a Dominic —anunció
Sue al dirigirlos al comedor. Por instinto, Kate se detuvo y lo observó. Él le
sostuvo la mirada con sus ojos oscuros como el topacio y Kate comprendió
que no la olvidó y que la había reconocido. Su pálida tez se tiñó de súbito al
invadirla los recuerdos. ¡Dios, no creyó volver a verlo! Le había implorado al
cielo que no lo pusiera en su camino y se consoló de su tormento, infligido por
ella misma, al pensar que sus ruegos fueron escuchados. Pero no sólo estaba
presente, además tenía la información que podría destruir todo lo que había
logrado al tratar de olvidar a Ricky.
La cena fue una pesadilla, de la cual sólo salía durante breves momentos para
escuchar la conversación que la rodeaba, pero sin poder participar. Oyó su
nombre y levantó la cabeza, permitiendo que sus ojos se toparan con los de
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Capítulo 3
AL sentirse más a gusto en casa, dejó que los recuerdos la invadieran y
devastaran con su intensidad y sólo tuvo que cerrar los párpados para
remontarse al pasado… a esa mañana después de la llegada de Dominic
llevado por Ricky.
Ella se encontraba en la cocina, cuando Dominic entró con la cabeza inclinada
para no chocar con la viga construida en la parte superior de la puerta.
Al volverse para saludarlo, reaccionó igual que la noche anterior, se puso
tensa y lo miró de manera fija. Era más alto y mucho más fornido que Ricky,
observó y contuvo el aliento porque un espasmo le cerró la garganta ante la
masculinidad del torso, cubierta con la delgada tela de la camisa. No pudo
dejar de mirarlo y deseó extender el brazo para tocarlo… para…
— Anoche mencionó Ricky que quizá podrías proporcionarme una navaja de
afeitar… olvidé la mía—.
La tranquilidad que él mostró en su voz, hizo que Kate retornara a la realidad,
pero tenía los nervios tan incitados que miró a Dominic frotarse la mandíbula.
Le fue difícil dejar de concentrarse en él, para obligarse a recordar dónde
había guardado un rastrillo con navaja después de haberlo arreglado.
Cuando lo encontró, Kate temblaba y su confusión había aumentado por la
presencia de Dominic en la cocina. Era una habitación grande y por lo general
la consideraba espaciosa, pero ese día, por algún motivo le pareció que las
paredes se cernían sobre ella con cada movimiento.
No era el primer amigo que Ricky llevaba a casa, aunque a últimas fechas
Kate se había acostumbrado a no ver a su marido los fines de semana. El se
quedaba en Londres, pero ella no tenía interés en averiguar dónde ni con
quién. Su matrimonio era una burla de lo que debía ser una unión, pero para
ella no había salida. Ricky se rehusó a concederle el divorcio. Al parecer, la
madre de ella seguía dándole dinero cada año y si él accedía al divorcio,
perdería esa entrada económica.
—No creas que ella te acogerá en su hogar —le advirtió a Kate, la última vez
que hablaron de divorcio —. No lo hará, te desea a su lado menos que yo.
¡Dios, al pensar en lo que está pagando para mantenerte alejada de ella, creo
que son maníes! —habló con maldad y encono —. Nadie te querrá. ¿Qué
hombre en sus cinco sentidos desearía a una mujer tan frígida como tú?
Acéptalo, Kate, sólo puedes seguir casada conmigo o quedar en la indigencia;
como no estoy dispuesto a soltarte, no tienes elección.
—Gracias — la tranquila y grave voz de Dominic penetró en la mente de
Kate, justo en el momento en que la tocaba con los dedos al tomar el rastrillo.
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—Yo…
Dominic se detuvo a media cocina y se volvió intrigado. El corazón le
golpeaba a Kate en el pecho y una capa de sudor le cubría la piel. ¿Qué hacía?
Al comprender que deseaba mantenerlo a su lado un rato más, se llenó de
pánico.
—Le llevaré una taza de té a Ricky. ¿Te agradaría que suba otra para ti?
—Gracias.
La puerta se abrió y Dominic salió. Débil, Kate se apoyó en un mueble,
agotada emocionalmente y físicamente. ¿Qué diablos le pasaba? Lo sabes muy
bien, se burló una vocecita interior. Eres una mujer casada que desea una
relación sexual con ese hombre que te incita.
Con el tiempo se había acostumbrado a los francos comentarios de su
conciencia, y lo que ésta le decía en ese momento se acercaba a la verdad, de
manera incómoda.
No pudo descartar la inquietud. ¿Por qué no habría de sentirse atraída hacia un
hombre? Ricky no mostraba por ella el menor interés y la humillaba con sus
diversos amoríos. Kate tenía veinte años y, dadas las circunstancias, estaba
condenada a llevar una vida de celibato, a menos que se consiguiera un
amante. . .
Se conmocionó por el giro que tomaron sus pensamientos, porque comprendió
que heredó más características de su madre de las que creyó posibles. Pero,
¿por qué se escandalizaba por desear que la amaran físicamente? Era una
mujer normal. Cerró los párpados, en un intento de detener sus turbulentos y
peligrosos ensueños, pero vio el rostro moreno de Dominic Harland y que él
extendía las manos para tocarle el cuerpo. Aspiró una bocanada de aire y abrió
los ojos. Era ridículo, aunque no le pareció extraño sentir esa atracción. A
pesar de su inexperiencia, sabía que pocas mujeres se considerarían inmunes
al encanto de ese hombre. La forma calmada con que la observaba la hizo
desear que esos ojos mostraran pasión. Lo anhelaba con intensidad, como una
hembra al macho, impulsada por la necesidad de encontrar compañero. ¿La
desearía él?
Se decía que era muy tonta, en tanto preparaba el té. ¿Cómo podía un hombre
como Dominic Harland desearla, si su marido la ignoraba? Hecho extraño, el
dolor del rechazo de Ricky, que había aceptado desde tiempo atrás, hizo
renacer el dolor en ella, con más fuerza.
Sirvió dos tazas de té, las colocó en bandejas y agregó unas galletas en cada
una. Primero subió la de Ricky, quien todavía dormía a la luz de la mañana su
rostro tenía color enfermizo. Sin la frenética energía que parecía mantenerlo
despierto, daba la impresión de estar sin vida.
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Kate bajó por la otra bandeja y la subió a la suite de los huéspedes, pero se
detuvo para llamar a la puerta. Al no recibir respuesta, giró el picaporte y
entró. Colocaba, la bandeja en la mesita de noche cuando la puerta del baño se
abrió. De manera automática se volvió y su rostro se encendió al ver a
Dominic, totalmente desnudo, secándose el cabello con una toalla.
Como él tenía la cabeza inclinada, tardó unos segundos en ver a Kate y
durante esos instantes ella no pudo advertirle que estaba ahí ni despegar los
ojos del perfecto cuerpo masculino.
Pero Dominic no reaccionó como ella imaginaba. Calmado, se envolvió la
cadera con la toalla, se le acercó y preguntó:
— ¿Cuánto tiempo llevas casada con Rícky? —la pregunta la sorprendió y
tuvo que humedecerse con la lengua los labios resecos.
—Dos años. . .
— ¡Eras una chiquilla!
—Yo… sí, tenía dieciocho años. . .
La cercanía de Dominic le impidió respirar con normalidad. Se había bañado y
ella percibía el fresco aroma a limón del jabón en la piel de él, y veía las
gotitas de humedad que se le deslizaban por el vello del pecho. Kate sabía que
ese cabello corto continuaba en una estrecha línea hacia el vientre plano para
luego… ¡Ay, no!... su cuerpo se estremeció al tratar de ignorar el recuerdo del
cuerpo desnudo.
De pronto, Dominic sonrió, divertido.
—Yo soy quien debería sentirme avergonzado y no tú, aunque imagino que no
soy el primer hombre al que ves desnudo.
La sonrisa se amplió y se le formó un pequeño hoyuelo junto a la boca. La
mirada de los ojos de Dominic la baño de calidez.
Sobrecogida, Kate se avergonzó. No por lo que había visto, sino porque al
seguir observándolo sintió las reacciones que ese maravilloso cuerpo causaba
en ella. Se volvió para huir, pero él le bloqueó la salida. Le ciñó la muñeca y
la haló hacia él, riendo y moviendo la cabeza.
— ¿Huyes? Sabes que no debes hacerlo.
— ¿Por qué? —preguntó sin pensar y deseando dominar los deseos que se
despertaban en ella por estar tan cerca de Dominic. Se sintió débil y tuvo que
fortalecerse para no caer desmayada en brazos de él.
—Si huyes, incitas al hombre a perseguirte para hacer esto — habló muy
quedo, en un tono tranquilizante e hipnotizarte, parecido al ronroneo de un
tigre, pero como ese animal, más peligroso en cuanto más docilidad
aparentaba. Kate contuvo la respiración, porque sus sueños de colegiala se
vieron convertidos en realidad. Dominic la ciño con más fuerza e inclinó la
cabeza para besarla.
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Antes de su matrimonio con Ricky, éste la había besado, pero nunca así, jamás
usó la lengua para incitarla a entreabrir los labios; en ninguna ocasión le hizo
sentir que se derretía, antes de encenderse de placer y desear que la caricia no
terminara.
Cuando la boca de Dominic se alejó, Kate lo miró como si estuviera
encantada, pidiendo más caricias con los labios apenas entreabiertos y de
manera muy inocente. Pero la diversión había desaparecido de los ojos de
Dominic, quien la observaba sombrío. Ni la inocencia pudo protegerla de la
furia y el desprecio que él reflejó en sus facciones, en una expresión que Kate
interpretó como decepción. Ella se soltó del abrazo y dio un paso atrás, sin
darse cuenta de que su blusa se humedeció con el contacto que tuvieron, pero
consciente de que el ambiente estaba cargado de tensión.
Dominic se mantuvo de espaldas, con la cabeza un poco inclinada, y no la
miró cuando ella salió corriendo.
¿Por qué la besó? Kate se hizo la pregunta varias veces durante el día. Los
hombres habían salido; de seguro Ricky lo llevó a ver la propiedad y cuando
Kate se enteró de que en su época de estudiante el invitado ya había estado en
esa casa, como huésped, se sorprendió.
—Tu abuelo fue un hombre extraño —le había comentado Dominic a Ricky
cuando desayunaban más tarde, los alimentos que ella les preparó—. Pero fue
mucha tu suerte al tenerlo, Rick.
Este se limitó a encoger los hombros y Kate, que conocía bien la opinión que
el nieto tenía del amable viejecito que lo crió, se preguntó si Dominic conocía
a su esposo tan bien como pensaba. Ricky despreció a su abuelo y lo odió por
haber donado dinero a la Asociación de Asistencia local. Alegaba que la
caridad comenzaba en casa y que él la necesitaba más que otros.
Mientras Kate preparaba la cena de esa noche, dio con la respuesta a la
pregunta que la atormentó durante todo el día.
Dominic era un hombre mundano, de mucha experiencia, ya que, sin duda,
había corrido más aventuras sentimentales que Ricky. Él, de seguro, la besó
como reacción automática a su presencia. Sintió un fuerte dolor al comprender
que él quiso hacerlo y eso significaba que quizá también deseaba acostarse
con ella.
Kate se dio cuenta que lo necesitaba como amante, y pensó que debía
avergonzarse, pero las tensiones en su matrimonio se habían aliado para crear
en ella la necesidad de saberse deseable.
Al terminar los preparativos para la cena, entró en la sala y levantó el libro que
comenzó a leer la noche anterior. Era una reseña histórica, ambientada en la
época de las Guerras de las Rosas, y la heroína estaba enamorada de un
hombre que luchaba en el partido contrario del que la familia de ella formaba
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parte. La joven fue capturada cerca del castillo de ese hombre y la llevaron
ante él. Entonces la acusó de ser espía, pero ella confesó que observaba el
castillo con la esperanza de verlo, porque lo amaba. El hombre no creyó su
declaración y la envió a una habitación en tanto decidía qué hacer con ella. La
muchacha estaba desesperada por encontrar la forma de demostrar qué había
dicho la verdad.
Kate leía, aunque no muy interesada en la trama, y pensaba en la hora que los
hombres regresarían. De pronto, algo captó su atención y comenzó devorar la
página impresa, luego la releyó. Dejó el libro abierto hacia abajo, sobre el
suelo, y cerró los párpados porque acababa de hallar la solución a su propio
dilema. Debió ser el destino el que la hizo elegir de entre muchos otros, ese
libro de la biblioteca. ¿Podría imitar a la heroína? ¿Se presentaría en la
habitación de Dominic esa noche para meterse en su cama y esperarlo?
Como Ricky estaba presente, el plan no era práctico, así que, a regañadientes,
olvidó la idea y quedó desilusionada. Añoraba que Dominic la amara
físicamente y no le importaba si era o no correcto. ¿No fue indebido que
Ricky se desposara con ella y no le concediera el divorcio, a pesar de que no
era su esposa en todo el sentido de la palabra?
Los dos hombres regresaron bastante tarde y Kate percibió el aliento
alcohólico de Ricky. Pero no fue él quien se disculpó. Dominic lo hizo.
Presintió el estado de ánimo de Ricky y para no tener que acompañarlos, se
disculpó al decir que ella ya había cenado. Ebrio, Ricky acostumbraba
hablarle con crueldad y esa noche ella se sentía muy vulnerable para tolerar
sus sarcasmos.
Media hora después de que les sirvió el café, Ricky entró en la cocina.
—Voy a salir. . . ¡esta casa me tiene harto! — anunció con beligerancia.
— ¿Salir. . . y, Dominic?
— ¿Dominic? —frunció los labios y dio la impresión de que odiaba al hombre
a quien calificaba de amigo —. Está le yendo los diarios en el estudio.
El abuelo y el tatarabuelo de Ricky habían escrito esos diarios. Kate los leyó y
le parecieron fascinantes, pero Ricky los consideraba "aburridos".
— ¿Adonde irás?
— ¿Qué te importa? —gruño y abrió la puerta posterior—. No te molestes en
esperarme. . . quizá no regrese. . , al menos esta noche.
No era algo insólito ni peor que otros momentos, pero Kate se enfureció.
Guardó silencio porque Ricky podría reaccionar a sus críticas con extrema
violencia.
Esperó media hora para entrar en el estudio. Dominic estaba sentado al
escritorio, concentrado en la lectura. Ella se aclaró la garganta y él levantó la
cabeza con el ceño fruncido.
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Kate deseó protestar para sacarlo de su error, pero la garganta le dolía, tenía
los músculos tensos, por lo que perdió toda ilusión. Deseó que Dominic se
fuera y la dejara sola para que ella pudiera regresar a esconderse en su propia
habitación, ocultarse tanto de su propia humillación como del hombre, pero, al
parecer, Dominic tenía otros planes.
Kate tragó en seco y murmuró:
—Por favor… —calló al ver que él contenía el aliento y se estremecía de
furia.
— ¿Me pides piedad? —exigió tranquilo—. Pídesela a Ricky, porque sólo
mereces esto—.
Se inclinó y su cuerpo bloqueó casi toda la luz; Kate se mantuvo rígida por el
temor, en tanto él bajaba la boca hacia la de ella. Percibió alcohol en el aliento
de él, y sintió la tensión y furia en el cuerpo masculino al mismo tiempo que
recibía el castigo de un beso, que era sólo una parodia.
Sintió que el labio se le partía con la presión de la boca ajena y probó el sabor
a hierro de su propia sangre. Ya no se hacía ilusiones en cuanto a la supuesta
caricia y cuando él, por fin, la soltó, ella se dijo que tuvo suerte de no haber
sufrido más que indiferencia por parte de su marido. Quizá debería estarle
agradecida a Dominic, se dijo, y contuvo las lágrimas que se le acumularon en
los ojos.
Aturdida, notó que él la levantaba y caminaba con ella en brazos a la puerta.
El terror le impidió hablar cuando la dejó caer sin miramientos en su propia
cama.
Kate se obligó a mantener los ojos abiertos y el cuerpo quieto, hasta que se
aseguró de que Dominic se había ido, pero no pudo tranquilizarse.
No supo cuánto tiempo tardó en poder ponerse en pie para dirigirse,
tambaleante, hacia el baño. Se sentía degradada en la peor forma y más
contaminada que si un extraño la hubiera violado. Pero si esto último hubiera
ocurrido, al menos estaría libre de la deshonra.
Febril, trató de convencerse de que sólo fue un beso. Se bañó la pálida piel…
un beso, nada más, pero se sentía marcada y mutilada al grado de pensar que
jamás volvería a ser la de antes. Fue su culpa. . . pero no pudo dejar de pensar
que de haber sido una de las bellezas con quienes Ricky salía a la vista de todo
el mundo, Dominic habría reaccionado de diferente manera. Definitivamente,
algo notó en ella que lo obligó a rechazarla y humillarla. . . sin duda, eso que
le faltaba causaba que todos los hombres sintieran disgusto hacia ella. Agotada
por el trauma de la velada y sin energías, se metió en la cama.
Esa noche, algo dentro de ella murió y Kate no dudó de que jamás reviviría. A
partir de ese momento, viviría como monja, ningún hombre tendría la
oportunidad de lastimarla, como lo hicieron Ricky, primero, y luego Dominic.
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Capítulo 4
FUE sólo hasta la hora del almuerzo, el día siguiente, cuando Kate creyó que
en el fondo de su mente comenzaba arrumbar a la indeseada presencia de
Dominic Harland, en su justa perspectiva, pero eso la perturbó.
Luego de que logró liberarse del odio que sentía y que la había dejado sin
voluntad para no hacer otra cosa que odiar aquel fatídico fin de semana
durante los subsecuentes meses, se prometió que no perdería más tiempo
pensando en Dominic ni en la opinión que tuviera de ella.
El se equivocó al juzgar Su moralidad, pero la lógica que había desarrollado
con esmero después del encuentro le enseñó que, sin importar cuánto se
diferenciaba de la mujer que él creía que era, sus motivos para olvidar la
infelicidad de su matrimonio estaban claros.
Sabía que, de estar en su lugar, otra mujer odiaría a Dominic, pero ella volcó
su odio hacia sí. Su estupidez y debilidad por tratar de convencerse de que
hallaría la respuesta a sus insuficiencias como mujer en brazos de otro, no
tenían fundamento. Pero eso quedó en el pasado, porque no permitiría que su
mente pensara con sensualidad en hombre alguno. Nunca más quedaría
vulnerable al dolor y a la humillación que le infligió Dominic.
A media tarde, una inesperada llamada de Vera interrumpió la calma que
adquirió a base de mucho esfuerzo. La mujer llamaba para sugerir una cita,
con el fin de tratar el asunto del invernadero. Había un dejo de tensión en su
voz y Kate supuso que se sentía incómoda por lo ocurrido durante la cena en
casa de Sue. El instinto de evitar la posibilidad de otro encuentro con
Dominic, por lejano que fuera, fue dominado por el orgullo y una voz interior
le aseguró que si se negaba a verla y se enteraba Dominic, éste creería que le
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tenía miedo. De modo que cuando Vera le sugirió que fuera a su casa al día
siguiente, a las dos treinta, Kate aceptó.
Fue irritante que eso sucediera en ese momento, justo cuando Kate imaginó
que la vida comenzaba a florecer de nuevo para ella. ¿La opinión que Dominic
tenía de ella, afectaría las oportunidades que podía tener de lograr el pedido de
los Benson?
¿Por qué habría de afectarlas?, se preguntó. Vera la juzgaría por su capacidad
y no por su buena conducta o la inmoralidad de ésta. De todos modos, era
desagradable y desconcertante pensar que Dominic pudo hablar mal de ella
con Vera. Pero Kate no permitiría que la arrinconaran en una postura en la que
tendría que defenderse de un supuesto crimen. Si Dominic u otra persona la
presionaba, ella se limitaría a… ¿A qué? ¿Decir la verdad y al diablo con las
consecuencias? La lógica le indicó que lo que ella hizo no era tan censurable,
pero no pudo olvidar la severa condena ni el rechazo de Dominic, que fueron
los elementos que le dejaron huella y seguían atormentándola.
Para mantener la mente ocupada se dirigió en su cochecito al pueblo cercano,
para ir a la biblioteca y sacar los libros que hubiera sobre arquitectura
victoriana. Los invernaderos se hicieron populares en esa época y si estudiaba
el periodo con más concentración, idearía un diseño adecuado para el
invernadero de Vera.
Como estaba en el pueblo, aprovechó para consultar con un agente de bienes
raíces, consciente de que debía poner en venta la casa.
El socio del agente tenía poco más de treinta años, sus modales eran
agradables, aunque Kate sospechó que tal vez quiso flirtear con ella. Ignoró la
actitud del hombre y sonrió calmada, pero no se dejó halagar. Sin duda, él
usaba esa táctica con todas las clientas y consideró que fue un insulto a su
propia inteligencia el que pensara que aceptaría esa actitud como genuina.
Sabía muy bien que los hombres no se fijaban en ella.
— Si le parece, iré a ver la casa a fines de semana —sugirió el hombre
después de anotar los detalles —. ¿Cuándo lo estima conveniente?
Quedaron en que Kate lo llamaría tan pronto supiera qué compromisos tenía.
En gran medida no estaba muy triste por tener que vender el inmueble y
mudarse de casa. Esa propiedad guardaba demasiados recuerdos tristes para
ella. Quizá al instalarse en la cabaña… pero recordó que ya no podía
arrepentirse y que nunca volvería a ser la chica que fue a los diecisiete años.
A su regreso decidió tomar un atajo para detenerse en la cabaña. Esta parecía
desierta y abandonada y el jardín estaba plagado de hierbas. Como no llevaba
las llaves, no pudo entrar, pero le dio gusto ver que la fuerte construcción de
piedra tenía todas las tejas y que los desagües estaban en buenas condiciones.
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Fue feliz en esa acogedora casa y se dijo que volvería a serlo, aunque tragó en
seco para ahogar las lágrimas. Se casó cuando estaba muy reciente la muerte
de su padre, y comprendió que no le permitieron lamentar esa pérdida como
hubiera querido. De hecho, ya como adulta, sabía que se casó en un estado de
total conmoción, pero no culparía a los demás por creer ella que estaba
enamorada de Ricky. Y aunque su madre, con quien nunca la unió lazo
alguno, le hubiera ofrecido su hogar en Estados Unidos, sabía que no hubiera
sido feliz allá.
Las nubes que fueron una leve sombra en el horizonte cuando emprendió el
viaje, de pronto ocultaron el sol. Se estremeció porque sólo vestía delgada
camiseta de punto y una falda. Llegó a casa cuando las primeras gotas
mojaban el parabrisas, salió del coche y corrió a la puerta con los libros bajo el
brazo.
Como ya había hecho arreglos para poner la casa en venta, la observó dé
diferente manera. El vestíbulo era grande y acogedor, y la galería del descanso
era digna de atención. Era el tipo de casa que agradaría a personas como los
Benson, recién llegados a la región con el suficiente dinero para comprar y
cuidar una propiedad tan valiosa.
Hasta hacía poco, Kate se encargaba sólo del quehacer de la casa y, en cierta
medida, seguía haciéndolo, aunque una mujer iba ayudarla dos veces por
semana.
Preparó una taza de café y la llevó a la biblioteca, ahí trabajaba. El ambiente
masculino de la habitación forrada de libros, era cómodo y relajante.
Guardaba sus diseños en un cajón del escritorio, colocado en uno de los
rincones. Estiró el brazo y encendió la lámpara de la mesa.
Los nubarrones cubrían todo el cielo, pero de cualquier manera, las pequeñas
ventanas con lienzos emplomados no daban mucha luz, ni siquiera en los días
más soleados.
Se sentó, y mientras hojeaba su carpeta imaginó el rostro de Dominic. Se irritó
por la intromisión de éste en su mente. Debería sentirse eufórica por la
promesa de un trabajo, pero estaba tensa y nerviosa y no pudo concentrarse.
Marcó el número de Harry y contestó Liz, como siempre, cálida y alegre, lo
cual ayudó a Kate a tranquilizarse. Hablaron varios minutos mientras alguien
iba a llamar a su esposo, en el taller.
— No sabes el gusto que me dio saber que tú y Harry se asociarán, cariño —le
informó Liz —, Eso lo animó y está emocionado como un chiquillo — rió—.
¡No pasan dos minutos sin que hable del asunto! Aquí está ya —le entregó el
auricular a su esposo.
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En pocas palabras, Kate le informó a Harry que había conocido a Vera, que
estaba muy interesada en el trabajo de ellos y concertaron una cita para el día
siguiente.
Harry se entusiasmó más de lo que ella imaginó y la hizo olvidar los titubeos
en cuanto a su capacidad, porque, alabó sus ideas y dedicación.
—Pero no cometas el error de presentarle algo pesado y estilizado —le
advirtió Harry —. Es sorprendente lo bien que los diseños modernos, de
formas libres, combinan con los invernaderos tradicionales. ¿Recuerdas el que
te mostré con las rosas trepadoras?
—Sí, y pensaba hacer algo similar, aunque aún no estoy segura cómo.
—También existe la posibilidad de que hagas una ventana panorámica. El otro
día vi una preciosa, pero no recuerdo dónde.
Como siempre que escuchaba hablar a Harry, Kate se tranquilizó y se dejó
llevar por la magia del interés que compartían. Cuando colgó, en su mente
bullían múltiples ideas.
Tomó un pliego de papel, dibujó con rapidez, pero al concentrarse, disminuyó
la velocidad. El dique que a su numen creativo había erigido Dominic en la
mente de ella, se rompió para desencadenar un torrente positivo de
inspiración. Daban las nueve cuando levantó la cabeza, dejó el lápiz sobre el
escritorio y flexionó los cansados dedos.
Las últimas horas de la tarde se esfumaron sin que se diera cuenta y aunque
estaba cansada y hambrienta, se sentía satisfecha, no experimentaba el
agotamiento de la desesperanza y del sufrimiento que conoció muy bien
durante los últimos años.
Acomodó los papeles, los metió en una carpeta, fue a la cocina para prepararse
una taza de café y una ensalada de pollo y se llevó todo a la biblioteca para
acomodarse en un mullido sillón de cuero, junto a la chimenea, con un libro
entre las manos.
Eran más de las once cuando subió a su habitación contenta porque el trabajo
realizado era bueno. Quizá debido a su serenidad descuidó la guardia y cedió
al impulso de dirigirse a la alcoba para huéspedes. Desde el umbral, vio la
cama cubierta con un inmaculado edredón y varios cojines.
Después de muerto Ricky, cedió al capricho de tirar la ropa de cama de esa
habitación para comprar todo nuevo. Torció la boca al burlarse de sí porque
había reemplazado el dorado y café del decorado por los colores pastel en
limón, gris y blanco. Fijó los ojos en la tradicional cama de caoba, con
cabecera y piecera. No cabía la menor duda de que el algodón y el lino blanco
de la manta y cojines hacían resaltar el delicado colorido, pero se preguntó si
no lo había motivado el subconsciente cuando eligió el blanco, color de la
pureza, para ese dormitorio.
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—Lo mismo pensé. Pero vamos a la sala, que aún no redecoramos, es la única
que tenemos amueblada.
Kate no había visto esa habitación durante sus anteriores visitas y descubrió
que tenía buenas proporciones y dos puerta-ventanas con vista a los jardines
del fondo, así como dos ventanas más pequeñas en la pared de la chimenea,
que daban a los amplios prados.
La sala daba la impresión de que no la habían tocado en años. Las paredes
tenían un sucio color gris crema y la alfombra estaba luida.
—El corredor de bienes raíces nos informó que el coronel vivió aquí solo
durante más de dos décadas —le comentó Vera—. A su muerte, la casa quedó
desocupada tres años.
Vera hizo una pausa, y luego continuó.
—Su sobrino pedía una suma exorbitante por la propiedad y en el pueblo se
decía que el coronel estipuló que no debía venderla para fines de desarrollo
urbano. Sin embargo, no bajaba el precio porque deseaba que el inmueble
quedara deshabitado mucho tiempo, para venderlo como terreno. Tengo
entendido que los jardines son extensos—. Kate escuchaba, embebida la
explicación—. Son casi cuatro acres y como cada día hay más personas
dispuestas a viajar desde Londres, cualquier casa construida en el terreno
podría venderse a muy buen precio. Tardaremos años en arreglar esta casa a
nuestro gusto, pero al final, nuestro esfuerzo quedará coronado por el éxito y a
nuestros hijos les encantará.
Vera vio la sorpresa en el rostro de Kate, y sonrió.
—Los dos están en un internado. Uno de los motivos que nos animaron a
establecernos aquí fue el que les será más fácil asistir a clases —mencionó el
nombre de un plantel muy conocido —. Por cierto, Ian y Dominic fueron
compañeros de escuela, por lo que imagino que debió conocer a tu esposo,
aunque mi marido es cuatro años mayor que Dominic y, según tengo
entendido, Ricky era más joven.
—Cierto —Kate sintió que la tensión hacía presa de ella. No deseaba hablar
del pasado ni de algo relacionado con Dominic Harland, pero Vera no se dio
cuenta de ello y prosiguió:
—Pobre Dominic, tuvo una niñez trágica. Su madre abandonó a su padre y se
fue con otro hombre. El tenía sólo dos años y la vio muy pocas veces después.
Su progenitor quedó amargado y no permitió que Dominic olvidara la
deserción de su madre. Lo educó haciéndole pensar que todas las mujeres eran
traicioneras y engañosas y enviarlo a una escuela para varones no lo ayudó—.
Kate se rehusó a comentar esa sorpresiva información. De haberse tratado de
alguien que no fuera Dominic, se habría identificado con él, pero no podía
permitirse la debilidad de tenerle conmiseración.
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Luego de que se le pasó el impacto inicial, se dio cuenta del reto que
implicaba realizar la obra. Además, sería un maravilloso inicio para la
sociedad que existiría entre Harry y ella.
De pronto, se impacientó por llegar a casa para llamarlo y decírselo.
Cuando Vera la acompañó a la puerta de la casa, no vio a Dominic y venció al
temor que tuvo al salir del invernadero. Le dio las gracias a Vera, se despidió
y entró en su coche. Su anfitriona permaneció de pie, junto al vehículo y
frunció el ceño al ver que los intentos de Kate por encender el motor no daban
resultado.
Después de diez minutos, cuando sintió que el acumulador también cedía,
Kate aceptó la derrota, salió del coche y le preguntó a Vera si podía usar su
teléfono.
—Por supuesto. . . te llevaría, pero Ian se llevó nuestro coche.
Kate se disponía a seguir a Vera hacia la casa, cuando Dominic apareció por
uno de los lados y frunció el ceño al ver el Mini y a las dos mujeres.
— ¿Qué sucede? —le preguntó a Vera, no a Kate. Por la forma en que ignoró
a ésta, dio la impresión de que el exabrupto de ella durante la cena, lo
consideraba como una aberración mental.
—El coche de Kate no arranca —le informó Vera, preocupada—. Yo no
puedo llevarla porque no tengo el coche.
—No es necesario, Vera —intercaló Kate—. Llamaré al taller y ellos vendrán
por mí para llevarme a casa de Sue, luego, ella me llevará a casa.
Sin quererlo, observó el rostro de Dominic y notó que registraba sus palabras,
pero la burla y el desprecio en sus ojos fueron casi como un golpe físico. Un
dolor intenso la hizo sentirse como animal atrapado, pero esperaba que se le
pasara. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué la lastimaba todo lo que el hombre decía?
Cierto, en una ocasión ella actuó irracional y tontamente. Sin embargo, ¡saldó
su cuenta!, aunque le costó muy caro ese error.
—No es necesario eso —anunció Dominic, mirando el rostro de Kate pero
dirigiéndose a Vera--. Llevaré a la señora Hammond a su casa. De todos
modos voy al pueblo y supongo que el taller está allí —le comentó a Kate y,
antes de que ella confirmara o negara el comentario, agregó —: Pediremos
que vengan por el coche. Por cierto, ¿qué le pasa? Se acercó al viejo Mini y lo
observó. Se movió con la misma indolencia masculina que la impresionó ocho
años antes, pero Kate ya no era una jovencita que se impresionara con
facilidad. Entonces, ¿por qué le saltaba tanto el estómago? No era porque él la
atrajera, de seguro se debía al temor.
—No arranca —confirmó Dominic y, al tiempo que desviaba la vista, soltó la
palanca para abrir el capacete.
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Kate vio que fruncía el ceño en tanto examinaba el motor y se le ocurrió que
quizá pensaba que ella urdió la excusa, pero ¿para qué?. . . El rubor le cubrió
el rostro al pensar que quizá creía que ella trataba de fomentar una situación
que los uniría. No era posible porque Kate no sabía que Vera no tenía el coche
ni que él aparecería justo en ese momento crucial. Permitió que su
imaginación volara, pero se dominó y aspiró profundo.
—El motor se ahogó y tiene varias fallas eléctricas —dijo Dominic, cerró el
capacete y, por primera vez, miró a Kate de frente—. ¿Por qué no te compras
un vehículo nuevo?
El desprecio abierto, la actitud de seguridad y la franca y desagradable manera
con que la había tratado, incitaron el resentimiento en ella y la hicieron
enroscar los dedos dentro de las palmas.
—La respuesta es sencilla, no puedo permitirme ese lujo — respondió con
hostilidad—. Y por favor, no te preocupes por mí. Bastará con que use el
teléfono de Vera.
A su espalda escuchó el gemido de angustia que emitió su anfitriona. ¿Qué
importaba si era grosera? No permitiría que alguien la acobardara, menos aún
que lo hiciera Dominic Harland.
—No me preocupo — la repentina fuerza de los dedos en su brazo hizo a Kate
girar. No creía que él estuviera tocándola y sus ojos la traicionaron.
Fue desconcertante ver que la piel morena se teñía en tanto él desviaba los
ojos y la soltaba. Por instinto, Kate dio un paso atrás y respiró profundo, como
si ese breve contacto la hubiera privado de oxígeno.
—Entra en el coche —ordenó Dominic.
De pronto, Kate perdió fuerzas y quedó muy cansada para discutir, además,
¿por qué protestaba? Sabía que Vera los observaba con curiosidad y no sería
prudente fomentar habladurías acerca del pasado. Algunos en el pueblo
recordarían la primera visita de Dominic, años atrás, y atarían cabos. La gente
era afecta a chismear y Kate no deseaba darle motivo para ello. Bastante sufrió
en vida de Ricky.
El coche de Dominic estaba a un lado del Mini, era un BMW nuevo. La puerta
del pasajero no tenía la llave corrida, así que se acomodó en el asiento en tanto
descartaba la idea de que podría ser un coche alquilado. Pensó en las
diferencias del modo de vida entre la gente como los Benson, Dominic y ella.
¿Pensaba él establecerse en Inglaterra?
Se dijo que la respuesta no le interesaba y se puso tensa cuando él se sentó a
su lado. Para despedirse, Vera se acercó y con la mano se protegió los ojos de
la brillantez del sol de la tarde.
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Capítulo 5
LOS neumáticos del coche crujieron sobre la grava del caminito privado, en
tanto Dominic giraba para pasar por debajo de las rejas de la casa y el sonido
resultó extrañamente fuerte, dado al profundo silencio dentro del vehículo. El
detuvo el vehículo junto a la puerta de la fachada y, cuando Kate cogió el
picaporte de la puerta, al mismo tiempo que soltaba el cinturón de seguridad,
sintió que él le tocaba el brazo. El temor le recorrió la piel, pero no lo miró ni
le dio a entender que sentía el contacto.
—Quiero hablar contigo.
Conque, era eso. ¿Qué deseaba él decirle que no dijo ocho años antes?
— ¡Lo imaginé, porque nunca pensé que me traerías simplemente por
amabilidad humana! —el dolor la hizo destilar veneno, en su voz aguda y
temblorosa,
— ¡Eres muy lista! ¿Entramos?
Kate no deseaba invitarlo a pasar a la casa. . . pero sabía que él no le permitiría
negarse.
Descorrió la cerradura y caminó al vestíbulo con el cuerpo erguido. Se detuvo
junto a la puerta de la sala y notó que Dominic se ponía sombrío, como si
también recordara. Se estremeció un poco y comprendió que él notó su leve
movimiento. Sus ojos brillaban y parecían cálidos, no fríos, en tanto
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observaban cada movimiento que ella hacía… como si esperara que Kate
hiciera… ¿qué?
Impaciente por el enfoque teatral de sus pensamientos, ella abrió la puerta de
la sala y entró. Se colocó de manera estratégica detrás de una de las sillas, se
apoyó en el respaldo y se volvió hacia él.
— ¿Qué quieres decirme?
Fue desconcertante ver a Dominic tan cerca, lo suficiente para poder verlo
bien a los ojos, diferentes de los de ocho años antes. El tiempo los había
endurecido, y parecía que la compasión que la engañó en aquel entonces ya no
existía. Sin la menor duda, podía afirmar que no había calidez en esos ojos
color topacio que le escudriñaban el rostro. Le pareció extraño que un tono tan
cálido como el dorado sugiriera tanta frialdad.
Si había de creer en las palabras de Vera, y aceptó que ésta no tenía motivos
para mentir, Dominic tenía justificación para recelar del sexo femenino. Pero
la desconfianza era una cosa y otra el desagrado que lo impulsaba a herirla.
Dominic emanaba un aire de control que la obligó a dar un paso atrás, pero el
orgullo la hizo volverse a donde estaba, con la barbilla en alto y mirándolo de
frente. Ya no tenía veinte años y no buscaba en vano el amor que le negaba su
esposo; tampoco estaba desesperada por demostrar su feminidad.
—No sé por qué tienes tanto interés en fomentar la amistad de Vera Benson
— comentó por fin, Dominic —. Pero sí deseas conquistar a Ian, pierdes el
tiempo. Adora a su esposa… y no caerá en las redes que le tiende alguien
como tú.
—No cultivo el trato de ella como lo insinúas, pero necesito ganarme la vida
—respondió contenida.
— ¿Esperas que te crea? —Contrajo los labios en un desagradable gesto al
ver, a través de la puerta-ventana, los jardines—. ¡Dudo que lo que ganas
baste para que puedas pagarle a un jardinero!
De nuevo, Kate se maravilló de lo controlada que se mantenía. Era como si
fuera observadora y no participante.
—Tienes razón — respondió serena —. Por eso venderé la casa. Mi padre me
dejó una casita a pocos kilómetros de aquí y pienso irme a vivir en ella. No sé
por qué te lo digo, si eso no te incumbe —sonrió con frialdad y con desprecio
agregó—: Te suplico que te vayas.
— ¡Vaya, vaya, qué tranquila y controlada te has vuelto!— habló en tono bajo
y con matiz de diversión. Parecía tranquilo, pero Kate no se dejó engañar. Lo
había mirado ella a los ojos antes de que los ocultara con las tupidas pestañas
y vio enfado en ellos.
Contra su voluntad, sintió un estremecimiento de temor que le tocó en su parte
más profunda y femenina.
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—Ojalá no se equivoquen.
Se despidieron con un beso en la mejilla y Kate entró en su coche. Sue era una
amiga leal y querida, aunque con tendencia a dejarse llevar por su fuerte
temperamento. Frente al volante, Kate decidió que Dominic no debía saber la
verdad. . . y dudó de que le creyera si ella se la revelaba.
Para ahorrar tiempo tomó otra ruta para llegar a casa, la usaba pocas veces
porque no le agradaba. Tendría que pasar frente al sombrío edificio de la bien
resguardada prisión, que hacía estremecer a Kate cada vez que lo miraba.
¿Qué se sentiría estar encerrada para toda la vida? Aunque había mucha gente
que estando libre físicamente, era prisionera de sus propios problemas
emocionales. Tal como ella estuvo enclaustrada dentro del temor de su
insuficiencia como mujer. . .o como Dominic estaba encerrado dentro de su
lucha por despreciarla. . . y desearla. Suspiró y, sin darse cuenta, aumentó la
velocidad cuando pasó frente a la prisión.
Veinte años antes, los habitantes de la región se opusieron a que la
construyeran. Tanto su padre como el abuelo de Ricky lo objetaron en forma
activa porque sus hogares quedaban muy cerca, pero nada lograron.
Esa noche, la inquietud que sufrió desde la reaparición de Dominic en su vida,
la acometió con toda su fuerza. Sin cambiarse, caminó al jardín. ¿Por qué no
se quitó el vestido nuevo si se suponía que lo lucía para impresionar a algún
hombre que le agradaba?
El calor del día se transformó en noche sofocante que prometía dificultar un
descanso tranquilo. Kate estaba a punto de refrescarse con una ducha, cuando
escuchó el timbre del teléfono. Levantó el auricular y reconoció la voz de
Vera, que burbujeaba de excitación y placer.
— ¡Kate, Ian aceptó tu diseño para el invernadero! —exclamó sin preámbulos
—. Estoy muy emocionada y por eso te llamé. Le encantó tu idea, pero tuve
que convencerlo en cuanto al costo —Vera soltó una risita —. Sin embargo,
está más tranquilo porque tanto él como Dominic aceptaron los últimos
detalles de la fusión de sus empresas. ¿Podría ir a verte para que hablemos con
más detalles del diseño?
Al colocar el auricular en su sitio, la alegría de Kate por el trabajo que
ejecutaría disminuyó, porque comprendió que Dominic se quedaría más
tiempo en la región. Pero se consoló pensando que él no querría volver a verla,
igual como ella no quería mirarlo. El deseo de él era sólo físico, pero lo
atormentaba porque creía que no debía codiciarla. Sin embargo, como suponía
que Martin Allwood era su amante, quizá la olvidaría.
La lógica le indicó que un hombre que aceptó haberla deseado durante ocho
años, no cambiaría tan pronto de opinión… pero no quiso aceptar esa
determinación
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Capítulo 6
LA mañana del viernes, Martin Allwood la llamó por teléfono para cotizarle
el precio que consideraba justo por la propiedad. Fue más de lo que ella
esperaba y él le explicó que era posible que alguno de los hombres de
negocios, con base en Londres, pudiera interesarse en comprarla para mudarse
a esa zona.
— Podríamos pedir tres o cuatro mil libras más, pero dada la cercanía de la
prisión, pienso que no debemos hacerlo. Algunos considerarán que eso,
aunado al relativo aislamiento de la casa, resulta un factor negativo —le
advirtió —. Se sabe que algunas veces los prisioneros logran escapar y la casa
está bastante cerca —calló antes de continuar—: Me agradaría que aceptara
mi invitación a almorzar el domingo… es el único día durante el verano en
que no trabajamos y. . .
Contenta de tener una excusa valedera, Kate rechazó la invitación y le informó
que ya tenía un compromiso. Debido a que Martin no insistió, sospechó que él
no tenía genuino interés en ella.
Más tarde se calificó de tonta por no haber aprovechado la oportunidad de
erigir una buena barrera contra Dominic, pero era demasiado tarde para
arrepentirse.
Pasó el sábado con Harry visitando algunas iglesias que estaban al cuidado de
él. Juntos inspeccionaron las vidrieras y Kate tomó notas que le servirían en el
futuro. Ese aspecto más tradicional de su labor no le interesaba tanto como los
trabajos modernos, pero le proporcionaba valiosa experiencia; además, se
maravilló por los detalles en algunas ventanas. En varios casos faltaban
piezas, que podrían reponerse, y era bueno tener algo que les proporcionara
ingresos constantes.
—Nos veremos la semana entrante a la misma hora —le comentó Harry antes
de que ella se dirigiera a casa —. Todavía tenemos muchas cosas que hacer.
—De acuerdo —aceptó Kate—. Pasaré estas anotaciones a máquina y las
pondré en un expediente.
—Eres muy eficiente —bromeó Harry antes de que ella arrancara su Mini —.
Ten cuidado, no me agrada que vengas en ese armatoste hasta acá. Creo que
podría obtener un préstamo del banco para que te compres un coche nuevo.
—No te preocupes —le aseguró, enternecida por su preocupación —. La haré
tan pronto venda la casa y creo que eso no tardará mucho. Por cierto. . . me
agradaría que me acompañaras a ver la cabaña. Hay algunas construcciones
aledañas que podría convertir en taller, pero necesito tu opinión y consejos.
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— ¡Qué interesante! Nos sería muy útil tener otro taller. Llámame cuando
quieras que vayamos —Harry se inclinó para darle un beso en la mejilla y no
le despegó los ojos hasta que desapareció de su vista.
Kate se alegraba porque Harry la hacía sentirse querida. En ciertos aspectos, él
y su familia se habían convertido en la de ella, porque reemplazaban al padre
que perdió y a la madre que no conoció bien. Sin embargo, ella nunca le habló
a Harry de Dominic. . .
¿Qué podía contarle? Nada, se contestó con decisión.
Kate se arregló para el almuerzo de Sue, con indiferencia casi letárgica porque
no tenía ganas de ir, pero sabía que Sue le haría preguntas si no se presentaba.
El clima seguía agradable y el calor se sentía en el pavimento de la carretera.
Cuando iba a casa de su amiga, Kate recordó que, de niña, solía sentarse en el
asiento de atrás del coche de su padre con la nariz pegada a la ventana, y que
una ilusión óptica le hacía ver a la superficie de la carretera convertirse en
agua.
Pero se dijo que era peligroso distraerse al conducir y olvidó los recuerdos de
su niñez. El esplendoroso sol había invitado a la gente a salir a pasear y ella se
tranquilizó cuando, ¡por fin!, se salió de la atestada carretera para entroncar en
el sendero que desembocaba en casa de su amiga.
Al llegar al camino privado, lo primero que vio fue un BMW gris plateado y
su corazón dio un salto placentero y temeroso, pero recordó que el que
Dominic conducía era de otro color, así que supuso que pertenecía a los
Benson.
Kate conocía bien el hogar de Sue, así que no tocó el timbre y se dirigió al
lado de la casa para llegar al patio posterior, donde, tal como imaginó, halló a
sus anfitriones.
John estaba inclinado sobre un asador portátil y Sue lo observaba.
Los niños vieron primero a Kate, abandonaron Su juego y se acercaron
entusiasmados para abrazarle las piernas. La algarabía hizo que Sue levantara
la cabeza y le diera la bienvenida con una sonrisa.
—Como de costumbre, tenemos problemas con la parrilla — anunció animada
—. Mi marido jura que yo debí conjurar un maleficio. John, ¡nunca se asará la
carne debidamente si le pones tanto carbón! —protesto —. ¡Estos hombres! —
exclamó en beneficio de Kate —. Si él me permitiera encender el fuego. . .
¿Por qué les fascina a ellos cualquier cosa relacionada con el encendido de un
fuego?
La pregunta iba dirigida a Kate, pero John contestó, después de haber
encendido el carbón. Abrazó a Sue y sus ojos brillaron de diversión,
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—Pero, John, fue muy grosero con ella… Kate ha sufrido mucho y, ¡me
hierve la sangre cuando él la ataca así!
—Lo sé, pero nada podemos hacer para remediarlo.
Sue no estaba de acuerdo con su esposo, y vio que Dominic desaparecía por
un arco, en la cerca de rosales que desembocaba en el anticuado huerto.
Se soltó del brazo de su marido, lo dejó con Ian y Vera, con el fin de que lo
entretuvieran con sus planes para La Granja, y siguió a Dominic.
Lo halló apoyado en el tronco de un ciruelo, con las manos dentro de los
bolsillos del pantalón y la mirada fija en la tierra. El sonrió cortés, pero
receloso. Sue admiró al apuesto hombre, pero por mucho que lo admirara, ella
prefería a su John.
Una de las características importantes en la personalidad de Sue era la fiera
lealtad hacia su familia y amigos, aunada a un arraigado sentimiento por el
juego limpio. A causa de ello se vio involucrada en varias situaciones
turbulentas. No toleraba que se cometiera una injusticia con alguien, sobre
todo si era su amiga más querida. ¡Qué vida soportó Kate al lado de Ricky! La
luz de la batalla brilló en sus ojos, cuando dio un paso hacia su víctima.
—Deseo hablar contigo —declaró sin preámbulos.
En Otras circunstancias se habría sentido halagada por la divertida y cálida
sonrisa que Dominic le ofreció y que lo transformó, pero en ese momento ella
tenía otras cosas en mente.
—No sé por qué decidiste juzgar la moralidad de Kate, pero. . .
El la interrumpió de inmediato, casi con brutalidad, y la sonrisa se le
transformó en un gesto desdeñoso.
—Comprendo que Kate sea tu amiga, pero debes saber que Ricky fue mi
amigo.
Sue no le permitió seguir hablando porque su temperamento se impuso a
cualquier intento de emplear la cautela.
— ¿De veras? —exclamó furiosa—. ¿Eso crees? Pues bien, te enterarás de lo
que tu amigo le hizo a Kate. ¿O ya lo sabes? ¿Te enteraste que se casó con
ella, a pesar de no amarla? ¿Sabes que él premeditó engañarla haciéndola
pensar que sí la quería? El tenía veintisiete años y ella era una chica inocente
de diecisiete, que acababa de perder a su padre y a quien su madre le dijo que
no tenía cabida en el hogar de ella en Estados Unidos de Norteamérica.
Cuando se casó con ella, Kate pensó que Ricky la amaba, pero no tardó en
descubrir la verdad. Y créeme, en todo el tiempo que duró la farsa de su
matrimonio, ella jamás habló mal de él. Me confesó la realidad de su
matrimonio cuando se desmoronó por la muerte de Rick, otra mujer iba con él
cuando ocurrió el mortal accidente.
Sue hizo una pausa para recuperar el aliento.
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—De manera sistemática y con rencor, Ricky trató de destruirla como mujer.
Pasadas las primeras semanas de matrimonio, él no volvió a amarla
físicamente… le declaró que no la deseaba y que ella era incapaz de incitar
deseo en algún hombre.
Sue calló un momento al ver que el rostro de Dominic perdía color, pero la
piedad que hubiera podido sentir fue dominada por la candente necesidad de
reivindicar a su amiga.
—Y, desde luego, Kate le creyó porque, a final de cuentas, tenía las
suficientes pruebas de que su esposo se incitaba al ver a cualquier mujer. El le
fue infiel todo el tiempo, desde el inicio de su matrimonio, y se ausentaba de
casa durante días. Se casó con ella porque codiciaba la tierra que Kate heredó
de su padre y porque la madre de ésta le prometió enviarle dinero
regularmente en tanto durara el matrimonio. Kate me reveló que al enterarse
de la verdad, le pidió el divorcio, pero él se lo negó.
Sue vio que la boca de Dominic se abría, pero continuó sin piedad.
—Y no pienses que me escandalizarás diciendo que Kate intentó seducirte.
Estoy enterada porque hace poco me lo dijo — hizo un gesto de desprecio y
en sus ojos había condena—. ¡Dios santo! ¿Qué tipo de hombre eres que no
pudiste tamizar la verdad? En vez de brindarle el consuelo y la seguridad que
tanto necesitaba, aumentaste las dudas que ella tenía en cuanto a su persona.
Hiciste que ella se odiara, ¿lo sabías? Desde que Ricky murió ha vivido como
ermitaña. Y no pienses que estoy inventando una historia, pregúntale a
cualquiera en el pueblo, todos conocían muy bien a Ricky.
La fuerza de su excitación hizo que las lágrimas le quemaran los ojos y que la
voz le temblara.
—Sin duda estás orgulloso de la postura de extrema moralidad que
adoptaste… y de las constantes pullas que le arrojas a Kate. Creo que eres
criminalmente tonto y arrogante. También ciego, ¡por no ver lo que salta a la
vista!
De pronto, y sin saber por qué, se le acabó el vapor y, hecho extraordinario, su
furia desapareció cuando vio la expresión de Dominic. Comenzó a alejarse,
pero él la ciño del brazo para detenerla.
—Por favor… te suplico, repíteme todo, pero despacio y desde el comienzo.
Sue pensó que quizá Dominic no era el villano que imaginó. Lo que no se
perdonaría como reacción en un observador indiferente, podría considerarse
de manera diferente en un posible amante.
Sue se sentó en el pasto y señaló el sitio junto a ella. Dominic se sentó y ella
repitió la historia del matrimonio de Kate.
Al salir de casa de Sue, Kate se dirigió a la suya, pero al llegar a ella no pudo
tranquilizarse. Parecía poseída por una inquieta energía y no podía dejar de
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pensar en Dominic. Se dijo que sólo un ejercicio pesado físico la calmaría, así
que tomó algunos artículos de limpieza y las llaves y se fue a la cabaña.
Primero abrió todas las ventanas para que el ambiente se ventilara, porque,
aunque la construcción se describía como cabaña, era una casita. En la planta
baja estaba la sala, con vista al frente y a la parte posterior; un vestíbulo, un
comedor, que su padre usó como estudio, y una cocina soleada y grande.
En el siguiente piso había tres alcobas de buen tamaño, una de ellas con ducha
y un baño para las otras dos.
El jardín era de tamaño manejable, casi todo sembrado de pasto, interrumpido
por algunas plantas.
En tanto esperaba que el calentador manual entibiara suficiente agua para la
limpieza, Kate revisó la casa. Le pareció extraño que muchas cosas conocidas
ahora las considerara un tanto ajenas. Ese fue su hogar durante casi dieciocho
años y creció en compañía de los viejos muebles.
Notó que debería redecorar todas las habitaciones. Si tenía tiempo entre
pedidos, quizá lo haría sola. Durante el invierno anterior, disfrutó de ayudar a
Sue a decorar las habitaciones de los niños. Cuando regresó a la cocina se le
ocurrió que nunca disfrutó de hogar propio, a pesar de que tenía veintisiete
años. Esa casita le perteneció a su padre; la que habitaba fue de Ricky, y antes
del abuelo, y aunque se había encariñado con ella, nunca tuvo la necesidad de
imponer su personalidad.
Al terminar de asear la cocina, estaba demasiado cansada para seguir
trabajando. Salió, y al ver que la noche comenzaba a descender comprendió
que permaneció adentro más tiempo del que calculó. Flexionó su espalda
dolorida, guardó los utensilios de limpieza y notó que tenía el pantalón
bastante mojado. Se le adhería a las piernas, de manera incómoda, cuando
regresaba a casa en el coche.
La oscuridad y el silencio que la recibieron al caminar a la puerta, hicieron
que se sintiera muy sola. Era una sensación melancólica, a tono con la
creciente oscuridad que la envolvía en tanto contrastaba su modo de vida con
el de Sue. Hacía mucho que se había prometido no envidiar a ninguna mujer
que tuviera lo que a ella le faltaba, pero esa noche, la vacuidad de la casa la
deprimió y la hizo recordar los tristes momentos de su llegada como recién
casada y la terrible realidad posterior, cuando averiguó que su matrimonio no
constituía más que una burla y una farsa.
Era una tontería preguntarse a qué se debía su estado de ánimo; lo sabía muy
bien. Dominic había logrado que amara a alguien que no sólo era un extraño,
encarnaba también la antítesis de todo lo que alguna vez deseó en un hombre.
Lo amaba, lo sabía con un convencimiento profundo; tampoco ignoraba que
cometería una terrible tontería si permitía que ese amor viviera y se
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Dominic la zarandeó tanto que, sin darse cuenta, ella despejó el camino y
permitió que la siguiera.
El vestía la misma ropa que llevaba durante el almuerzo y los sentidos de Kate
le notaron con detalle la textura de la piel, en el sitio donde el cuello abierto y
las mangas, subidas permitían observársela. El vello negro le oscurecía los
brazos y se enroscaba abajo de la base del cuello. Tuvo deseos de tocarlo, para
comprobar que su textura era tan firme como sugería. El aroma del cuerpo
masculino la envolvía; era una combinación de calor, colonia y almizcle. La
confundió, pero le encantó y sus incitados sentidos la arrojaron a un mundo
donde los poderes del pensamiento racional quedaron drásticamente
reducidos.
Intuyó un cambio dramático en la reacción de Dominic; ya no existía el
amargo resentimiento porque lo había suplantado una mezcla de humildad y
vergüenza.
—Lo dije en serio. Sue me contó todo… Me habló de Ricky… de tu
matrimonio. ¡Por Dios… Kate!
Era el gemido de un alma atormentada y Kate se contrajo igual que lo haría si
escuchara el chirrido de un gis rayando un pizarrón. Era una especie de tortura
refinada que no le causó dolor físico, pero resultó traumática.
Como si fuera una simple espectadora, se dio cuenta de que Dominic no le
preguntó por qué no le dijo la verdad, pero Kate sabía que los dos
comprendían que él no le hubiera creído porque no deseaba hacerlo y ella se
negó a que él se enterara. Hubiera sido más seguro para los dos que él siguiera
ignorando la verdad. La hostilidad de ambos fue una forma de seguridad que
los protegió de… ¿de qué? ¿Del amor? Kate se estremeció al darse cuenta de
la fuerza de su pasión y supo que él interpretó su temor como una repulsa.
Dominic pareció ruborizarse y la observó con una mirada penetrante. Kate no
pudo soportarlo, porque tendría que cargar el peso de los sentimientos de él
además de los propios, así que se alejó gimiendo. Pero Dominic tomó la toalla
por la punta, en su intento de detenerla.
Por lo visto, el destino se encargaba de que ocurriera lo indeseado, porque
Kate quedó desnuda y el rostro de Dominic se contorsionó por una mezcla de
deseo, angustia y sufrimiento. Ningún ser podía luchar contra tantos
adversarios.
Kate permaneció inmóvil… y no trató de huir cuando él la levantó en brazos,
con la respiración entrecortada.
La llevó a la habitación de huéspedes, tal como ella imaginó que lo haría, y la
acostó en la cama como si fuera un frágil y delicado pétalo; con dedos
temblorosos le tocó la piel y la miró desesperado y con admiración.
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Capítulo 7
KATE despertó de un profundo sueño cuando la luz gris del falso amanecer
se filtró en la habitación. Y entonces vio que Dominic la observaba con la
cabeza apoyada en la mano y sus facciones inalterables, aunque la tensión en
su cuerpo era visible.
— ¿Qué pasa? —la alarma contrajo sus músculos y al recordar el anterior
desprecio de Dominic, desapareció la deliciosa languidez con que despertó.
El extendió el brazo para moldearle las facciones y delinearle el contorno de la
boca antes de alejarse. Las sábanas crujieron y Kate creyó que él la
abandonaría.
—Nada. . . nada en lo absoluto —respondió Dominic—. Eres más de lo que
imaginé, Kate —agregó casi en un susurró—. Durante ocho años llevé tu
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Le extrañó que Sue no se hubiera comunicado con ella, pues debía tener
curiosidad por saber qué efecto causaron sus palabras en Dominic. A menos
de que estuviera conteniéndose al imaginar que Kate estaría furiosa.
El teléfono volvió a sonar y Kate escuchó la voz de Sue, quien hablaba con
cautela.
—Hola. . .
Hablaron unos minutos sin mencionar a Dominic. Kate sintió que los nervios
se le tensaban al máximo y que bastaría el contacto más leve para que
tronaran.
Cuando por fin Sue mencionó a Dominic, Kate se petrificó, pero le dio gracias
al cielo de que su amiga no pudiera verle el rostro.
— Ayer perdí el quicio con él — confesó Sue —. Pero lo peor fue que le
revelé lo que realmente fue tu matrimonio con Ricky. ¡Ignoro quién de los dos
quedó más conmocionado! Sabes cómo me sulfuro. ¿Lo has visto?
Si Kate le decía a Sue que Dominic había ido a verla, su amiga le haría
preguntas. Como la conocía bien, sabía que Sue le sonsacaría cada detalle con
la mejor intención. Mintió y acalló su conciencia.
— ¿Se suponía que vendría a verme? —preguntó a la ligera. El auricular se le
resbaló de la mano húmeda.
—Quizá no… Pero pensé que iría a disculparse. Debiste ver cómo reaccionó.
—Lo imagino. A nadie le agrada que le demuestren su error, pero eso terminó
hace mucho tiempo, Sue.
—No para ti, el rechazo de Dominic te dejó dolorosas llagas, Kate, las dos lo
sabemos. Yo. . . maldición, alguien llama a la puerta. Trataré de ir a verte
mañana, Kate, por el momento debo colgar, hasta pronto.
Kate quedó agradecida con quien visitara a Sue, colgó y regresó al estudio.
Ese día casi no había trabajado. ¡Maldito Dominic! No deseaba que se
entremetiera en su vida ni en sus pensamientos.
Trabajó casi una hora y al terminar comprendió que sus diseños no eran
buenos, le faltó concentración.
Escuchó el ronroneo de un motor de coche, consultó su reloj y frunció el ceño.
Faltaban quince minutos para las nueve y Martin Allwood llegaba temprano.
Se puso de pie, caminó al vestíbulo y abrió después del primer timbrazo, pero
la sonrisa que había dibujada en su rostro se desvaneció al ver a Dominic y no
a Allwood.
El entró antes de que ella se lo impidiera. Vestía traje oscuro, camisa blanca y
sobria corbata; tenía el mismo aspecto que cuando ella lo vio por primera vez,
aunque parecía cansado y apretaba la boca.
— ¿Por qué le mentiste a Sue diciéndole que no me habías visto?
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No tenía algo más que agregar. Dominic había confirmado las dudas y
temores que ella tenía en cuanto a su relación. ¿Qué relación?, se preguntó con
burla y tristeza. Simplemente fue la amante de una noche, el medio de
apaciguar una necesidad física, pero ahora él la rechazaba.
De pronto, caminó a la puerta sintiéndose muy vieja y, cegada, la abrió y se
volvió hacia él.
—Será mejor que te vayas, Dominic.
—Si eso deseas —habló indiferente, casi con crueldad.
Ya se iba, cuando el coche de Martin Allwood apareció en el caminito
privado. Kate fijó los ojos en el vehículo, pero presintió que Dominic se
volvía para mirarla.
—Con que eso es —masculló—. Debes saber que él no puede ser buen
amante, Kate —salió—. De lo contrario, anoche no me habrías correspondido
como lo hiciste. Se parece mucho a Ricky, ¿verdad? Ten cuidado. Sería un
error criminal cometer igual equivocación dos veces.
Se alejó antes de que ella contestara y saludó a Martin con un movimiento de
cabeza.
— ¿Qué hombre tan extraño? —comentó Martin cuando Kate le permitió
pasar —. Presiento que le desagrado. ¿Es buen amigo suyo? —le preguntó
cuando ella cerró la puerta.
—Fue amigo de mi esposo —respondió. Sospechó que Martin era afecto al
chisme y debía cuidar que no hiciera correr habladurías en cuanto a Dominic y
ella, sobre todo después del incidente que acababa de suceder. . .
Tenía curiosidad por saber qué le diría Martin y se movió automáticamente, al
prepararle la bebida que le había ofrecido y que él aceptó. No cesó de pensar
en el motivo que tuvo Dominic para ir a verla.
De seguro deseó aclarar su postura y asegurarse de que ella comprendiera que
lo sucedido la noche anterior nada significaba. Quizá se preocupó porque ella
podría equivocar la situación y le resultaría con exigencias.
No debió molestarse, porque Kate sabía muy bien cómo estaban las cosas.
De pronto, se dio cuenta de que Martin callaba y se ruborizó al ver que la
observaba con curiosidad.
—Lo lamento —se disculpó—. Pensaba en mi trabajo.
—Le estaba pidiendo su opinión acerca del papel que le traje —lo sostenía en
la mano y Kate lo tomó para concentrarse en lo que decía.
Martin se fue a las diez de la noche, pero hubiera querido quedarse más
tiempo para conversar. Kate tuvo que excusarse diciendo que estaba muy
cansada.
El se detuvo junto a la puerta para invitarla a cenar el día siguiente, pero Kate
lo rechazó. Estaba agotada emocionalmente, para salir con otro hombre.
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Capítulo 8
TRATAR de fingir normalidad frente a Sue cuando ésta se presentó al día
siguiente, fue lo más difícil que Kate tuvo que hacer en su vida. Su amiga
estaba impaciente por referirle todos los detalles de su encuentro con Dominic,
pero Kate se lo impidió.
— ¿Es posible que sigas sintiendo sensualidad por Dominic y que no toleres
que mencione su nombre?
—No es eso —mintió—. Pero tengo muchos problemas con el pedido de los
Benson y la venta de la casa.
—Es lógico —la comprensión de Sue aumentó el sentimiento de culpabilidad
de Kate—. Debes sentirte deprimida por tener que vender la propiedad. ¿Vino
alguien a verla?
—No.
Al desviarse del tema de Dominic, Sue siguió hablando media hora, hasta que
anunció que tenía que ir a la escuela por los niños.
— Necesitas unas vacaciones, Kate —sugirió antes de salir—, Estás cansada y
debes guardar reposo.
Al quedarse sola, Kate le dio razón a su amiga. Era imprescindible alejarse. . .
de Dominic. No sería mala idea ir a quedarse en casa de Harry y Liz durante
unos días. Ellos no cesaban de invitarla y la recibirían con los brazos abiertos.
Salió al jardín, y se dijo que al día siguiente decidiría sobre ese plan, de
acuerdo con su estado de ánimo. Quizá si arrancaba algunas hierbas lograría
olvidar a Dominic. El teléfono sonó cuando ya estaba afuera.
La llamaba la recepcionista de la oficina de los corredores, para preguntarle si
recibiría a una persona interesada en adquirir la propiedad,
—Por mala suerte, los socios de la empresa están ocupados con compromisos
previos —le informó —. ¿Le molestaría mostrar la casa sin alguno de ellos?
Kate aceptó y anotó la hora en que vendría el posible comprador.
Pasaban de las dos y media cuando Kate escuchó el timbre de la puerta.
Estaba en la cocina, acomodando unas flores que cortó en el jardín, así que se
secó las manos antes de dirigirse a abrir y se amonestó por no haber
preguntado el nombre de la persona que la visitaría.
Abrió la puerta con un gesto amable, pero los músculos faciales se le
contrajeron cuando vio a Dominic.
— ¡Te dije que no quería volver a verte! — la angustia casi la hizo gritar,
aunque no fue su intención.
Dominic entró y la miró con burla en los ojos.
—Vine a inspeccionar la casa.
Kate tardó unos minutos en comprender, y boquiabierta se lo quedó mirando.
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— ¿Kate?
La inesperada voz de Martin Allwood en el vestíbulo de la planta baja la
conmocionó y la hizo reaccionar. Tanto ella como Dominic miraron la
escalera, porque la concentración de los dos en la batalla que iniciaron, les
impidió escuchar la llegada del hombre.
—El no te dará felicidad, Kate —declaró Dominic con desprecio en los ojos
—. No es el hombre fuerte que necesitas.
— ¡Y, desde luego, tú sí lo eres! —logró balbucear en tanto Martin subía la
escalera.
—Mi secretaria me informó que envió a una persona interesada en comprar la
casa — al ver a Dominic frunció el ceño.
—Casi terminamos de ver la propiedad —respondió Dominic amable y
controlado, y aunque miraba a los dos, le habló a Martin—. Me interesa
mucho, pero quizá debamos hablar del asunto en su oficina, Allwood.
Kate se sorprendió del cambio drástico en la actitud de Martin, y antes de
darse cuenta cabal de lo que sucedía, los dos hombres se dispusieron a salir
juntos.
Cuando Kate regresó a la cocina para seguir acomodando las flores, se dijo
que no se sentía abandonada por la partida de Dominic. Disgustada consigo,
alejó el florero. ¿Por qué se engañaba? Lo amaba y a eso se debía su deseo de
interrumpir la relación que, de por sí, ya era muy comprometida para ella. Se
estremeció, y sintió erizársele la piel. ¡No importaba que ella amara al
hombre, porque él no le reciprocaba el cariño!
¿Realmente deseaba comprar la propiedad? Al pensar que sería su vecino más
cercano, se estremeció y sintió la necesidad de salir de ahí, del sitio donde
intimó con él.
Iría a la cabaña, allá no hallaría recuerdos de Dominic. Aún tenía mucho que
hacer en cuanto a limpieza.
Trabajó hasta bastante tarde, aseó a conciencia la alcoba más grande porque la
ocuparía. La anticuada cama de madera, que fue de sus abuelos, le encantaba y
no la vendería. La habitación daba al norte y estaba decorada en un color
naranja que tiraba a café. Cuando terminó de lavar las paredes, Kate se sentó
sobre los talones y las observó. Cambiaría el papel tapiz y colocaría algo
diferente, aunque tradicional; quizá con fondo blanco y botones de rosa en
diversos tonos. Pondría una alfombra que hiciera contraste, y la ropa de cama
sería de algodón blanco almidonado, con olanes y encaje. También puliría una
silla mecedora que se encontraba en una de las habitaciones. Durante la visita
anterior, había descubierto la cama y en ese momento corrió al ropero de los
blancos, que fuera de su abuela. Su padre de nada se deshizo y una de las
quejas de su madre fue acerca de que la obligó a vivir con los enseres viejos
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de sus suegros. Pero en el presente, esa ropa de cama, que concordaba con los
muebles, había recobrado popularidad.
Cuando Kate abrió el arcón, el aroma a lavanda se esparció y se preguntó si su
padre alguna vez lo habría abierto. Sacó sábanas blancas limpias, las llevó a la
alcoba, las extendió sobre la cama y se alejó para observar el efecto, pero no
pudo imaginar cómo luciría la habitación. Tendría que verla totalmente
renovada. La cama era muy grande y acogería a dos personas, para ella sola
era demasiado amplia. Sin querer, casi imaginó el esbelto y bronceado cuerpo
de Dominic, enredado entre las sábanas blancas y con la cabeza apoyada en la
almohada. . .
— ¡Basta! —se dijo furiosa, pero se puso tensa cuando escuchó el motor de un
coche. Se acercó a la ventana y vio que Dominic salía del BMW. Estuvo
tentada a ocultarse. . . para hacerle creer que no estaba. Intrigada, se preguntó
cómo supo dónde encontrarla. . . pero más importante era saber por qué fue a
buscarla.
Cuando bajó la escalera, creyó haber hallado la respuesta. Le abrió la puerta y
le habló a secas.
—Si deseas hablar de la propiedad, te suplico que te comuniques con mi
corredor — trató de cerrar la puerta, pero Dominic se lo impidió.
—No se trata de la casa —respondió y entró.
Durante un momento, Kate vislumbró un rayito de esperanza, a pesar de que
él no la veía con afecto. Dominó su decepción y lo miró de frente.
—Entonces, ¿a qué se debe tu visita?
—Vine a advertirte que dos convictos escaparon de la prisión. Mientras
conducía lo escuché en las noticias. Fui a tu casa y no te encontré, pero al
pasar por aquí vi tu coche.
—Dos hombres. . . —Kate fruncieron el ceño. Desde luego, era un asunto muy
serio, pero no ameritaba que él fuera a darle la noticia personalmente.
—La policía supone que no pudieron alejarse mucho. De hecho, sospechan
que se ocultan por la región. Los dos están armados y todavía llevan puesto el
uniforme de la prisión. Buscan ropa diferente, comida, dinero y quizá algún
tipo de seguridad.
— ¿Seguridad? —Kate no comprendió hasta que Dominic agregó con
severidad—.
—Rehenes, Kate. . . eso los hará inmunes y la policía los dejará así escapar.
— ¿Rehenes… quieres decir?... —al mirarlo comprendió—. ¿Crees que
podrían?... —calló al recordar que la cabaña y la casa estaban muy cerca de la
prisión, pero muy aisladas de lo demás. Se estremeció—. Yo. . .
—De inmediato regresarás a la casa conmigo —declaró Dominic—. Y me
quedaré contigo toda la noche. Antes de que protestes, debo decirte que mis
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razones son altruistas. Mañana haremos otros arreglos. Podrás quedarte con
Vera e Ian o con tu amiga Sue, pero hoy es muy tarde para eso — consultó su
reloj —. Pasan de las diez y dentro de media hora la noche habrá caído.
Kate se estremeció al escuchar la preocupación en la voz de Dominic y evocó
imágenes desagradables de la soledad del paraje.
— ¿No vas a decir algo?
Con la punta de la lengua, Kate se humedeció la boca reseca.
—Agradezco tu preocupación —respondió por fin—. Pero…
—No olvides que eres la viuda de un antiguo amigo —comentó con sorna —.
Pero no te acongojes, Kate —agregó al notar la expresión en el rostro de
ella—. No tengo intenciones de usurpar el lugar que ocupa Allwood en tu vida
— arrugó un poco los labios—. ¿Sabe él que fuimos amantes una noche?
La situación se les escapaba de las manos. Debería decirle a Dominic que
Martin Allwood nada significaba para ella, pero no pudo hacerlo.
— ¿No temes que yo no pueda reprimir la tentación de decírselo? —exigió y
vio que ella se estremecía por la crueldad de las palabras y eso le causó
satisfacción.
Kate sentía que se desgarraba. ¿Por qué la torturaba así?
— ¿Por qué… querrías hacerlo? —preguntó por fin.
— ¿Me preguntas por qué? —inquirió incrédulo y furioso. Dio un paso y Kate
creyó que iba a zarandearla, pero él volvió a alejarse mascullando algo entre
dientes.
—Vámonos de aquí —la empujó a la puerta poniéndole la palma de la mano
en la espalda.
Kate permitió que la empujara y sólo protestó cuando llegaron a los coches;
no debía dejar abandonado el Mini. Dominic esperó a que ella se subiera a
éste y que encendiera el motor. El abordó su BMW, y una vez que ella enfiló
hacia la casa, la siguió y estacionó su coche junto al de ella.
Aunque Kate no quería que Dominic se quedara, sabía que era muy tarde para
que ella fuera a casa de Vera o de Sue y desde luego, no le agradaba la
perspectiva de quedarse sola cuando dos criminales andaban sueltos.
Dominic la siguió, cerró la puerta con llave y la aseguró por dentro. Kate
nunca tomaba esas precauciones. Sintió algo extraño al ver que Dominic lo
hacía como si de pronto los dos quedaran separados del resto del mundo.
—Inspeccionaré todas las ventanas y puertas —anunció él.
Kate protestó con un murmullo y vio que él se volvía para mirarla. En las
sombras, el rostro masculino le pareció remoto y acongojado.
— ¿Es necesario todo esto?
—Supongo que lees los periódicos y recuerdas lo que ocurrió el verano pasado
—repuso Dominic.
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Kate recordó la reseña del incidente y lo mucho que sufrieron los habitantes
de ese pueblito. Un convicto armado los aterrorizó y violó a varias mujeres. . .
—Eso es… exactamente —murmuró Dominic.
—Prepararé algo de comer—ofreció—. ¿Ya… comiste?
—No y tengo hambre —le informó Dominic y Kate tuvo la impresión de que
él sabía que ella deseaba olvidar lo que acababa de recordar. De seguro él
aceptó tener hambre más en beneficio de ella que de él. ¿Por qué se
preocupaba tanto por ella? No iba de acuerdo con la personalidad que
mostraba en el trato que le daba, aunque lo había visto portarse de manera
encantadora con otras personas.
Por suerte, un año antes, la compañía que aseguraba la propiedad insistió en
que Kate pusiera cerrojos en las ventanas. Mientras Dominic verificaba que
estuvieran seguros, ella se ocupó en la cocina.
Como nunca, tomó conciencia del silencio que los envolvía por fuera y se
sobresaltaba al escuchar cualquier pequeño ruido. Trató de concentrarse en
preparar una cena sencilla.
El timbre del teléfono sonó, pero dejó de hacerlo antes de que Kate contestara.
Entró en la sala y descubrió que Dominic colocaba el auricular en su sitio.
—Sue llamó porque estaba preocupada por ti, pero le informé que me quedaré
contigo.
Kate sintió que todo su cuerpo se encendía. ¿Qué pensaría Sue de ella?
— ¡Por Dios, estamos en el siglo veinte! —murmuró Dominic sin despegarle
los ojos de encima—. Es aceptable que una mujer tenga amante.
— ¡No eres mi amante! —declaró con más violencia de la deseada, pero abrió
bien los ojos al ver que en el rostro de Dominic la diversión se tornaba enfado.
—Pero lo fui —le recordó—. ¿Qué, te atemoriza tanto que no puedes aceptar
el placer que compartimos, Kate?— preguntó serio y estiró los brazos para
ceñirle las muñecas.
Ese cambio total de actitud la sorprendió, por lo que levantó los ojos y respiró
entrecortado al reconocer el brillo en los ojos de él. Dominic aún la deseaba.
Por instinto, ella se acercó más a él, pero se detuvo al preguntarse qué hacía.
De inmediato se apartó y anunció que no terminaba de preparar aún la cena.
Dominic le permitió alejarse, pero ella presintió que la observaba y se
estremeció tanto que le fue difícil mantenerse erguida.
Preparó una tortilla de huevos que sirvió con una ensalada de lechuga, pero
observó que, ninguno de los dos parecía tener apetito. Miró de reojo a
Dominic, en tanto jugueteaba con la comida en su plato. El fingía comer, pero
no mostraba más entusiasmo que ella.
—Más vale que llame a Vera —comentó por fin Dominic—, Le dije que
vendría a quedarme contigo, pero es preciso confirmárselo.
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Mientras él hacía la llamada, Kate despejó la mesa y preparó el café que llevó
a la sala. Encontró a Dominic de pie, en el centro de la habitación, con el ceño
fruncido y escuchando las noticias.
Kate se puso tensa al escuchar que mencionaban al pueblo.
—La policía hizo un llamado para que todos permanezcamos dentro de
nuestros hogares —le informó Dominic, sin necesidad, cuando terminó la
transmisión televisiva —. No desean que ninguno se arriesgue, pues parece
que los hombres están bien armados.
Kate se estremeció y como protección, se rodeó el cuerpo con los brazos.
¿Cómo se sentiría si no estuviera Dominic con ella? Habría regresado de la
cabaña, las noticias la hubieran sorprendido y aunque ella no se consideraba
nerviosa, ni la presencia de Dominic habría contribuido para hacerla olvidar
los reportes de la prensa en cuanto al incidente que él había mencionado poco
antes.
— ¿Tienes frío?
—No, estoy un poco asustada, aunque no tanto como lo estaría si no
estuvieras conmigo —notó que Dominic fruncía el ceño. De pronto, él levantó
la cabeza y sus ojos cintilaron.
— ¿Te das cuenta de que es el primer cumplido que me ofreces? —seguía
observándola con los párpados entrecerrados y su expresión parecía una
máscara tras la cual ocultaba su tensión.
Algo dentro de Kate cobró vida, era un punzante e intenso calor que la
quemaba. Dominic estaba equivocado. Ella ya le había hecho un cumplido, de
la manera más íntima, al abandonarse en el acto sensual. El le observaba el
rostro y la hizo imaginar que sus pensamientos se le habían materializado en
la frente para que él los leyera.
— ¿En qué piensas? —preguntó él sonriendo divertido.
— ¡No en ti!
Fue una respuesta infantil y peligrosa, tonta, como el temor instintivo que la
hizo correr hacia la puerta. La sala era espaciosa, pero estando Dominic ahí, el
ambiente se había cargado y ella no podía respirar,
El la alcanzó, la hizo darse la vuelta para abrazarla y su rostro revelaba
excitación sensual e ira.
—Mientes, Kate, pensabas en mí. . . ¡en esto! —declaró con fiereza antes de
reclamar la boca de ella con intensa fuerza.
Como ella se rehusó a entreabrir los labios, él le haló el cabello y aprovechó el
momento en que ella protestó.
Kate pensó que Dominic parecía un poseído en su determinación de tomar lo
que deseaba, sin el consentimiento de ella. Debería odiarlo y despreciarlo,
pero no podía. Su cuerpo se estremecía, pero no por conmoción. Era la
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—No hagas esto, a menos que desees reanudar lo que iniciamos hace diez
minutos, Kate —le advirtió. Luego alejándose por completo, se llevó los
dedos al cabello—. ¡Dios! ¿Qué tienes que me haces reaccionar de la peor
manera? ¿Y qué tengo yo que te hace rechazar la atracción que sientes por mí?
Kate aspiró profundo.
—Lo rechazo porque no confío en eso, Dominic. Tú me deseas, pero contra tu
voluntad y eso te ha creado un resentimiento que no ocultas.
—Kate, te equivocas.
—No —movió 1a cabeza—. Vera me relató tu niñez — evitó mirarlo a los
ojos y continuó calmada —. Desde el principio me despreciaste, Dominic…
creo que deseas hacerlo. Tú mismo me dijiste que te aborrecías por desearme.
No he cambiado, soy la de siempre —le era difícil expresarse, pero, de manera
sorprendente, él pareció comprender.
— ¿Quieres decir que no puedes confiar en un deseo basado en el
resentimiento y que piensas que en algún momento, de existir una relación
entre nosotros, yo cambiaría para volverme en contra tuya?
—Sí.
—Escúchame, Kate —suspiró —. Lo que Vera te contó acerca de mi niñez es
cierto, pero debo corregir algo. Desde que tú y yo nos conocimos he visto a mi
madre —vio la sorpresa de Kate y esbozó una sonrisa —. No deseaba verla, al
menos al principio, pero habiéndolo hecho me alegré. Desde el punto de vista
de ella, obtuve una versión diferente de la historia. Mi madre es una mujer
cálida y tierna, distinta de mi padre que fue muy frío e indiferente. Ella trató
de que el matrimonio no zozobrara, pero sus intentos fueron inútiles. Después
de un colapso nervioso, el médico le aconsejó que se divorciara. Mi padre sólo
aceptó dárselo con la condición de que yo me quedara con él. Ella no quiso
aceptar, pero los abogados le recordaron que con el antecedente de su
enfermedad nerviosa y dada la fortuna de mi padre, nunca ganaría el juicio
para obtener la patria potestad sobre mí.
Guardó silencio por un momento, y luego prosiguió:
—Es cierto que cuando nos conocimos quise creer lo peor de ti. . .no tanto por
mi educación, más bien porque me angustiaba desearte tanto. . . El que fueras
la esposa de un amigo, estremeció las bases de mis creencias acerca de mi
personalidad y desencadenó la crisis de identidad que me condujo a buscar a
mi madre. Kate. . .
Hizo un gesto suplicante, pero la chica movió la cabeza y dio un paso atrás.
No deseaba escuchar más, quería erigir cuantas barreras le fuera posible para
mantenerse en terreno seguro. Dominic sólo la deseaba físicamente, pero ella
lo amaba.
—Kate. . . —murmuró, preocupado porque ella no respondía.
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Capítulo 9
ALGO la presionaba y amenazaba con impedirle respirar. Kate despertó
angustiada, el corazón le latía con violencia y su respiración era entrecortada.
Tuvo una pesadilla. Se estremeció, sintió frío y se petrificó cuando escuchó un
sonido extraño. Se sentó en la cama, abrazándose las rodillas y avivando el
oído, casi sin atreverse a respirar.
En efecto, la puerta de la cocina que daba al vestíbulo, se abría; ella reconoció
el chirrido.
El terror la hizo saltar de la cama y caminar a la puerta sin pensarlo. El
descanso estaba oscuro, pero lo conocía tan bien que no necesitaba
iluminación. Tenía el pulso acelerado y el temor le precipitó la adrenalina
dentro de la sangre.
Alguien había irrumpido en la casa y debía notificárselo a Dominic. Eso era lo
más importante. Permaneció inmóvil junto a la puerta abierta, en tanto
calculaba la distancia hasta la habitación que él ocupaba. Trató de recordar si
había alguna duela que pudiera crujir. Le pareció que el aire que respiraba
estaba cargado de tensión y sus pulmones se expandían con dificultad. ¡Dios,
estaba muy asustada! Al salir al descanso, se le ocurrió pensar en el temor que
la hubiera invadido de estar sola en casa.
Estaba a medio camino cuando algo la puso tensa y la hizo volverla cabeza
hacia la escalera. La piel se le erizó cuando vio el oscuro bulto que se le
acercaba.
Quedó tan conmocionada que nada pudo hacer, pero luego emitió un grito tan
fuerte que le lastimó la garganta. El intruso la había visto y se le acercaba con
los brazos extendidos.
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Un negro vacío se abrió a sus pies y sintió que caía dentro de él. Le pareció
que a lo lejos pronunciaban su nombre y la voz era grave y conocida. Trató de
contestar, pero la oscuridad giró más rápido en torno suyo y la haló con su
ruido parecido al que hace un tren cuando pasa a través de un túnel.
A pesar de tener los párpados cerrados, vio ciertos patrones que se formaban
sin cesar. Frunció el ceño al reconocer la voz, pero el tono preocupado era
desconocido. Deseó abrir los ojos, pero los párpados le pesaban como si
fueran de plomo. De hecho, todo el cuerpo le pesaba y se sentía sumamente
débil.
—Kate, tranquila. . . estás segura.
¡Segura! Inesperadamente se estremeció y al sentir pánico, abrió los ojos.
Estaba en la cama de Dominic, en la habitación de huéspedes, y él estaba
arrodillado junto al lecho, con los ojos casi a la misma altura que ella tenía los
suyos. Kate extendió sus brazos y haló la bata de toalla que lo cubría.
—Dominic, hay alguien abajo —murmuró angustiada—. Escuché ruidos —
volvió a estremecerse—. Lo vi… yo…
Te desmayaste, Kate, pero no te preocupes —se puso de pie y se inclinó sobre
ella para ceñirle el brazo y calmarla — Nadie se metió en la casa —le aseguró.
—Pero… lo vi…
—Me viste a mí, Kate —la corrigió—. No podía dormir, así que bajé a
prepararme una bebida. Lamento haberte asustado tanto. . .
Dominic. . . fue Dominic, pero Kate no pudo dominar el temblor de su cuerpo,
reacción física a la conmoción.
—Te traje aquí porque esta habitación era la más cercana al sitio donde te
desmayaste —la soltó y Kate se sintió abandonada y tuvo ganas de llorar.
Dominic se enderezó y, a la luz de la lámpara que iluminaba la habitación, ella
notó que la bata no le cubría parte del pecho ni las piernas.
Saber que estaba desnudo, debajo de la prenda, le hizo latir el corazón y
aceleró el flujo de la sangre.
—Bajaré a prepararte una taza de té.
—No —volvió a temblar y cerró los párpados—. Por favor, quédate a mi lado,
Dominic. ¡Dios, estaba muy asustada!
Al abrir de nuevo los ojos notó el remordimiento en la expresión de él. Se
sentía muy débil, como si de pronto toda su vida hubiera cambiado de enfoque
y lo único que le importaba ahora era no volver a quedarse sola.
Pero se rehusó a analizar sus sentimientos y se aferró al brazo de Dominic.
— ¡Kate! —le cubrió los dedos con los propios para alejar la mano de ella y
haló severo, pero con calidez —. Sabes que si te quedas aquí no podré
contenerme y. . .
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—Kate, quiero que me toques. Tócame, Kate —gimió estas palabras con tal
ansiedad, que la hizo temblar y sentir un nudo en la boca del estómago. El
cinturón de la bata se le había aflojado y Kate se lo desanudó, conteniendo el
aliento en tanto la tela de toalla descubría el cuerpo masculino. Pero al final,
desvió la cabeza.
Dominic le detuvo el rostro y la hizo girarlo.
—Mírame, Kate —ordenó amable—. Quiero que me observes.
Kate era una masa de temblorosas sensaciones, tenía los ojos sombríos y
solemnes en tanto seguía la musculosa línea de las piernas de él, duras y
firmes, hasta la cadera, donde se detuvo.
—Kate — habló como queriendo animarla —. ¿Realmente te soy tan
repulsivo que no puedes mirarme?
Ella lo miró a los ojos y lo que vio en ellos la hizo recordar que, durante la
primera unión, el cuerpo de Dominic estuvo parcialmente cubierto y que ella
no lo tocó más abajo de la cintura. Se debió al hecho de que Ricky nunca le
permitió que lo viera totalmente desnudo y odió que ella lo tocara.
— ¿Y. . . bien?—demandó él.
Dominic sonreía tranquilo y a gusto, pero Kate pudo verle un dejo de temor en
el fondo de los ojos, por lo que quedó dominada por el amor que le profesaba.
—No me eres repulsivo —confesó cohibida.
—Entonces, mírame —insistió—. Quiero que veas lo que me haces.
Kate aspiró profundo y sus ojos recorrieron el cuerpo masculino con lentitud,
siguiendo la línea de vello oscuro que se angostaba en el vientre y volvía a
ensancharse más abajo. Contuvo el aliento al quedar hipnotizada por la
perfección de ese cuerpo. Tontamente, las lágrimas le causaron escozor en los
ojos. Dominic era hermoso. . . Deseó extender la mano para acariciarlo.
Se movió como en trance, pero se petrificó al inclinarse hacia él porque se
conmocionó por lo que iba a hacer. La mano de él ciñó la de ella y la llevó a la
plana dureza de su vientre.
—Sí, Kate. . . sí.
Habló con voz áspera, casi con violencia, y cuando los ojos de ambos se
encontraron, se sobresaltó. Dominic la deseaba. . . ella lo incitaba. En ese
momento, desaparecieron el recuerdo de Ricky y el complejo de inferioridad
que él destiló en ella.
Los dedos de Kate palparon la piel ardiente de Dominic y él gimió de placer.
El cuerpo de él se tensó antes de estremecerse y la abrazó para acercarla más y
besarla donde pudiera. La mano de Kate parecía de fuego en la cadera de él, y
cuando la movió de manera acariciante él murmuró:
—Kate… Kate… ¡te enseñaré a atormentarme!
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Ella sintió que él se movía para dejarla caer sobre el colchón; las manos de él
se le deslizaron de los senos hacia la cadera; su boca. . . Kate contuvo el
aliento al sentir que le acariciaba el muslo.
Lo sintió moverse y se estremeció por la ola de placer que la invadió. Dominic
ignoró las contorsiones de ella al querer soltarse y siguió acariciándola.
Desgarrada entre el placer y la pasión, Kate perdió fuerzas. Era como caer de
lleno en aguas profundas para descubrir que una desconocida corriente la
arrastraba hacia un lugar alto, desde donde caía como en una caudalosa
cascada. En ese caso, la corriente era su incitación y la cascada. . . se puso
tensa y después se sobresaltó por la intensidad del placer que experimentaba.
Quiso rechazarlo, pero también deseó que él no se detuviera.
Sus músculos apretados se aflojaron, gimió de placer y agitó la cabeza de lado
a lado con frenéticos movimientos cuando él la besó, exigiéndole que se
abandonara totalmente y disfrutara sin reservas del placer.
Más tarde, él estrechaba su tembloroso cuerpo y la calmaba con tiernos besos.
Kate aún estaba maravillada por la intimidad que compartieron, En cierto
sentido, casi resentía el placer que Dominic le proporcionó porque la hizo
sentirse muy vulnerable.
—Me causas el mismo efecto, Kate —murmuró Dominic y ella comprendió
que había pronunciado en voz alta sus últimos pensamientos. Presintió que él
sonreía y notó que contenía la risa—. Al menos, podrías causarlo.
Kate todavía no lo había tocado, no del todo y él debió adivinar sus
pensamientos.
— ¿Qué hay en mi cuerpo que te atemoriza, Kate?
—Nada —era verdad, pero como sabía que no era la contestación adecuada,
agregó: —A Ricky no le agradaba que yo…
—Me importa un comino lo que le agradara o no a Ricky — la interrumpió
con severidad—. Deseo que me toques, necesito que lo hagas —se movió
levemente, Kate no supo si fue casualidad o lo premeditó, pero sintió que él
aún la deseaba. Dominic le tocó y moldeó un seno para besarlo con ternura.
Las manos de Kate se aferraron a los hombros de él para después acariciarle la
espalda; de pronto, con ansias y alegría, las deslizó por todo el cuerpo de
Dominic, quien la abrazó con fuerza, la besó en la boca, ahogó sus gemidos y
la liberó de sus recelos.
Al dejar de besarla, ella comenzó a darle fugaces besos por todo el cuerpo; los
sentidos la guiaban y cedía al deseo de sumergirse en el cariño.
Luego, cuando Dominic la hizo rodar para que quedara acostada de espaldas y
poseerla de nuevo, Kate aceptó sus caricias y correspondió con la misma
intensidad.
Cuando alcanzaron el éxtasis, Dominic gritó su nombre.
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Lo último que Kate recordó antes de dormirse, fue la consoladora presión del
brazo de Dominic que la acercaba a la calidez que emanaba de su cuerpo.
Cuando Kate despertó, el brazo de Dominic seguía en la misma postura y la
piel de ella se ruborizó al recordar lo ocurrido hacía pocas horas. El temor,
dispuesto a atacar cómo serpiente venenosa, la sobrecogió. Se preguntó qué
había hecho y qué le había revelado durante el pasional acto sexual, Estaba
petrificada, porque era posible que adivinando la verdad él ya supiera que ella
lo amaba. Tendría que huir, porque no soportaría la humillación de saber que
Dominic estaba enterado.
Con mucho cuidado, logró soltarse del brazo de él y se levantó de la cama.
Dominic seguía dormido y, con el cabello alborotado, su rostro parecía más
juvenil. Los movimientos de Kate lo dejaron desnudo hasta la cadera, y pudo
ver las marcas que sus dientes dejaron en la carne de él; se estremeció, porque
quiso negar la intensidad de su pasión. No le importaba tener marcas iguales
que dieran testimonio de la excitación de Dominic, porque éste no era
vulnerable, a él sólo lo motivó la sensualidad, en cambio ella. . .
¿Por qué no quedarse para ver si lograba cambiar ese deseo en amor? La
violencia con que descartó el pensamiento la hizo enfrentarse a la realidad que
con desesperación trataba de ocultar. Seguía temiendo los rechazos de
Dominic. Corrió a su habitación, tomó la ropa que encontró a la mano y la
metió en una maleta. Era preciso alejarse… debía irse… no podía permanecer
en la casa… pero, ¿a dónde ir?
¿A casa de Harry y Liz? La recibirían con los brazos abiertos, porque la
habían invitado varias veces. Nadie sabría dónde estaba y Dominic no podría
rastrearla hasta allá.
Después de lo ocurrido, Kate comprendió que el deseo de Dominic era lo
bastante fuerte para que él la persiguiera sin piedad, al menos, mientras
siguiera obstinado. ¿Cuánto tiempo duraría esa obsesión? Sin duda, no tanto
como el amor que ella le tenía. Se preguntó por qué no se quedaba y aceptaba
lo que Dominic le ofrecía, sin preocuparse antes de que llegara el momento en
que todo terminara. Pero no podía vivir así, atormentándose con el
pensamiento de que, algún día, el hombre la abandonaría porque ya no la
deseaba. No… Era mejor romper el lazo en ese momento.
Llevó el coche hasta la carretera principal, temerosa de que Dominic
despertara y saliera a buscarla. El pecho le dolía de tanto contener el aliento y
tenía el cuerpo tieso por el pánico y dolor que le embargaban.
Liz la recibió de manera calurosa y le explicó que Harry había salido.
— Ha habido bastante excitación por tu rumbo —murmuró en tanto le
preparaba una taza de café a Kate—, ¿Ya los capturaron?
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—Lo amo — corrigió con amargura —. Hui porque tengo miedo, Harry. No
puedo olvidar que me rechazó una vez. . . que me odiaba y. . .
—Lo dudo, Kate —ella levantó la cabeza y vio que Harry movía la suya —.
Me dijiste que él aceptó que la primera vez no pudo acostarse contigo, aunque
deseaba hacerlo, porque eras la esposa de un amigo. Un hombre dominado por
una pasión y odio compulsivo al mismo deseo, no reacciona así, Kate. Creo
que sí se lo preguntas, descubrirás que se odiaba a sí mismo.
—Pero él pensó… —los labios le temblaron—. Pensó que yo me acostaba con
cualquiera que estuviera dispuesto. Me despreciaba, Harry… y ahora, de
pronto, dice que me desea. No puedo confiar en ese cambio de actitud.
Cuando estoy a su lado me pongo tensa… espero que caiga el hacha, por
decirlo así, y que me diga que todo fue un engaño y que no me quiere más a su
lado.
Se molestó al ver que Harry sonreía y que los ojos le brillaban.
—Por lo que me has dicho, Kate, supongo que ya demostró, sin lugar a dudas,
que te desea… Y para un hombre eso es muy difícil de fingir… Pero te
comprendo —se puso serio —. Imagino que se valió de la imagen que se
formó de ti como defensa para su deseo, pero no puedes culparlo por eso. Los
hombres somos animales muy territoriales, cariño, incluso hoy día. Muy pocos
toleramos compartir lo que creemos que es nuestro. No alegaré contigo acerca
de los pros y contras, me limitaré a recalcar un hecho: ¿estás segura de que
sólo huyes de él y que no escapas de ti misma?
— ¿Qué intentas decir? —exigió ronca.
—Quiero decir que aceptaste que lo amas; sin embargo, salta a la vista que no
deseas ese amor. No deseas amarlo, ¿cierto?
—Así es. . . —frunció el ceño—. Hace que me sienta demasiado vulnerable —
declaró—. Me asusta, Harry —se abrazó el cuerpo y presentó la imagen de
una joven desvalida.
—Por lo mismo, deberías comprender cómo se siente él.
Kate levantó la cabeza con un movimiento brusco y abrió bien los ojos.
—Los humanos somos defensivos por naturaleza, Kate — habló amable —.
En ocasiones es necesario que olvidemos esas defensas para entender a los
demás. ¿Podrá él rastrearte hasta aquí?
Kate lo negó moviendo la cabeza.
—Entonces, si lo amas. . . realmente lo quieres, te sugiero que regreses a tu
casa y hables con él. Es posible que Dominic no pueda amarte… pero, ¿no te
parece que es mejor enfrentarse a la verdad que seguir huyendo?
Kate no quedó muy convencida y a la mañana siguiente aún no tomaba una
decisión. Por fin, después de la cena lo hizo. Se levantó del sofá donde estuvo
sentada al lado de Liz viendo un programa de televisión, y dijo:
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—Regreso a casa.
—Así me gusta —Harry le sonrió desde su cómodo asiento.
La pareja la acompañó al coche y Harry se acercó a la ventana del Mini.
Sin que importe lo que suceda, Kate, recuerda que no es vergonzoso amar a
alguien. Los problemas se inician cuando tratamos de autoengañarnos.
Cuanto más se acercaba al pueblo, más tensa se ponía. Era fácil para Harry
decirle que dejara de correr y hablara con franqueza, pero ella no sabía cómo
se enfrentaría a Dominic, quien quizá no querría verla. Era posible que se
hubiera ido del pueblo y estuviera en Londres. . . o en cualquier sitio.
Pero la conciencia le recordó que él buscaba una casa por ese rumbo. ¿Qué
pasaría si él no deseaba verla?... Trató de no pensar y disminuyó la velocidad
al pasar por el pueblo. Oscurecía y pensaba irse a la cama tan pronto llegara a
casa. Quizá al día siguiente tendría más valor para hablar con Dominic.
Tuvo cuidado al tomar una peligrosa curva, pero al ver algo extraño enfrente,
metió el freno. Al otro lado de la carretera estaba un BMW con el frente
incrustado en un muro de piedra de poca altura. Atrás del vehículo había dos
patrullas de policía con las luces intermitentes encendidas, en tanto que varios
hombres uniformados observaban el coche chocado. Le pareció conocido y se
angustió al reconocer el vehículo de Dominic.
Los oídos le zumbaron y la sangre rugió en sus venas. ¡Dios santo! No debía
desmayarse. De alguna manera logró tambalearse fuera del Mini para caminar
hacia el grupo de hombres. Uno de ellos se volvió.
— ¿Qué sucedió? —tartamudeó Kate.
—Hubo un terrible, accidente, señorita —la voz del policía fue calmada.
— ¿Hay… lastimados? —temblaba con violencia y notó que el hombre quedó
intrigado.
—El conductor murió —contestó otro policía con actitud de desaprobación.
—Murió… murió… —Dominic estaba muerto. Kate no supo cómo logró
regresar y arrancar el Mini, aunque escuchó que el policía le gritaba. Sin duda,
notó la conmoción en ella… pero Kate no estaba en condiciones de contestar
preguntas… lo único que deseaba era estar sola con el terrible e increíble
dolor, que sé desencadenaba en su ser.
—Muerto… muerto… muerto… —las palabras se repetían en un monótono
ritmo, como un subterfugio de la mente para escapar de ese hecho. . . pero era
verdad. Dominic estaba muerto, había perdido la vida frente al volante de su
coche, tal vez, buscándola a ella. Kate detuvo el coche en el caminito privado
y estaba tan débil que apenas pudo llegar a la puerta de la casa. Todo giraba a
su alrededor, perdía fuerzas, como si la vida se le escapara.
De manera automática caminó a la sala, abrió la puerta y de pronto se detuvo,
al ver que un cuerpo se levantaba de un sillón.
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—Sí.
—Me amas, pero me hiciste pensar… que sólo era un deseo que reprimiste
durante ocho años. Maldición, Kate… — la voz se le quebró antes de que la
halara para castigarla besándole la boca.
Ella tardó algunos segundos en reconocer que la violencia era pasión y no
enfado. Entreabrió los labios y le rodeó el cuello. Besándola, Dominic se
movió un poco para que ella se apoyara en su cuerpo y se diera cuenta de su
excitación.
Kate sentía que se quemaba, necesitaba que él le transmitiera fuerzas después
de haberlo creído muerto. Acercó la mano a la pretina del pantalón de
mezclilla y la deslizó a la cadera masculina.
—No —la mano de Dominic detuvo el movimiento—. Todavía no, primero
debemos hablar. ¿Sabes cuánto me angustiaste? — exigió y casi la zarandeó
—. ¡Cuando desperté no pude creer que te habías ido!
—No pude quedarme porque sabía que sólo… me deseabas — murmuró,
sintiendo que la lengua le pesaba como si fuera de plomo.
— ¡Increíble! —en ese momento sí la zarandeó y ahogó un gemido en el
fondo de la garganta —. Kate, ¿por qué insistes en no querer ver? —Preguntó
ronco—. Es cierto que te deseo… pero también te amo. Me enamoré de ti
cuando te conocí. De seguro te diste cuenta.
Dominic vio incredulidad en los ojos de ella, antes de notar la dicha reflejada
en ellos.
— ¡Tontita! ¿Por qué creíste que fui tan salvaje contigo? ¿Por qué crees que
no toqué a ninguna mujer durante ocho años? ¿Por qué piensas que regreso a
tu lado y permito que me atormentes al grado de perder el control? No es sólo
porque te deseo.
—Pensé que me odiabas… Y despreciabas — murmuró angustiada,
—Me despreciaba a mí mismo — corrigió—. Primero por desear a la esposa
de otro hombre al grado de estar a punto de olvidar las reglas que regían mi
vida; en segundo lugar, por ser tan tonto de enamorarme de una ninfomaníaca
adolescente. Me dije que sería más fácil estar lejos de ti porque pensé que te
acostabas con todos, pero me equivoqué. Enloquecí al imaginar que todos
obtenían lo que yo había rechazado. Cuando me enteré de que Ian y Vera se
mudarían a esta zona, comprendí que era el destino, porque volvería a verte.
Al descubrir que eras viuda, me dije que tendría la oportunidad de quitarme la
obsesión de poseerte, para olvidar esa pasión que me persiguió durante ocho
largos años. Pero mucho antes de que te tocara, antes de que Sue me abriera
los ojos, supe que no lo lograría… porque te amaba. ¿Me crees? —
Kate no lo dudó al observar la profundidad de los ojos color topacio.
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Fin
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de la Cámara Nacional de la Industria Editorial. Certificado de Licitud en trámite ante la
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titulo ante la Dirección General del Derecho de Autor No. 02068 con fecha 6 de Febrero de
1981. Registrada como correspondencia de segunda clase en la Dirección General de
Correos de México con fecha 12 de Diciembre de 1993. Permiso 091-70 1795-11042
PENITENCIA DE AMOR 51-86 25-12-86 Titulo original: A Man Possessed Publicada
originalmente por: Mills & Boon, Ltd.
Londres, Inglaterra Traducción y adaptación: Jenny F. de Resnikoff » Portada: Aida Press
Tiraje: 45,000 ejemplares Impresa en México por: Editorial Offset, S.A. Calle Durazno No.
1, Col. Las Peritas. Xochimilco 16010, México, D.F. © 1981 Penny Jordán Todos los
derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial Esta edición es publicada
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