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Se exponen consideraciones sobre “peligrosidad” en relación al dispositivo punitivo-

carcelario, las teorías sobre la finalidad de la punición en las que se asienta y las
estrategias políticas que encubren.
 
 
  Si el éxito del poder está en proporción directa a lo que logra esconder de sus
mecanismos se trata, entonces, de intentar revelar sus estrategias discursivas con
el objetivo final de frustrar sus estrategias políticas inmanentes.
  De allí que, en las investigaciones que desarrollamos hace años, nos
propusiéramos relacionar lo que nuestros Derecho Penal y Procesal Penal señalan
respecto a la consideración de la situación social (y, fundamentalmente la
subjetiva) del sujeto del acto delictivo, con las prácticas judiciales volcadas en las
obras-discursos (Exptes. y Sentencias) y con las representaciones sociales de los
agentes judiciales involucrados en el proceso.
  Del conjunto –siempre fluido y en constante formación– de las categorías que
componen el imaginario de esos agentes destacaremos aquí la de “peligrosidad”.
  Adherimos a lo que, en tal sentido, expresara Foucault en su Curso de 1974/75 en
el Colegio de Francia: a la noción de individuo “peligroso” es imposible conferir un
significado médico o un estatuto jurídico. Pero, el concepto es recogido tanto en la
práctica médico-legal como en nuestros Código Penal y Código Procesal Penal (v.
Art. 26 C. P.; Inc. 2º del Art. 41 C. P.; Art. 193 CPP).
  Ahora bien, ¿qué sería un individuo “peligroso” al cual habrían de aplicarse ciertas
medidas basadas y tomadas en función de esa “peligrosidad”?
  A la pregunta no puede responderse desde la psiquiatría sin entrar en
consideraciones que sacan al sujeto de las manos del Derecho y lo depositan en la
de los psiquiatras: si es un “enfermo” es inimputable.
  Cuando los peritos psiquiatras deciden que no lo es –para lo cual aplican la
evaluación que manda el Código (puede dirigir sus acciones y comprender la
criminalidad del hecho)– el sujeto queda en manos del dispositivo punitivo donde
se presenta la contradicción entre lo que quiere nuestro Derecho Penal para sí
mismo –ser de acción y no de autor– y lo que realmente acontece. Porque manda a
tener en cuenta cosas como: la personalidad moral del condenado (Art. 26 del
C.P.); la conducta precedente del sujeto (Inc. 2º del Art. 41 C.P.); las demás
circunstancias que revelen su mayor o menor peligrosidad” (Art. 193 del CPP). Todo
ello con vistas a evaluar una punición modulada en la “personalidad” del
delincuente. Si efectivamente se tratara de establecer una pena exclusivamente en
el acto del sujeto nada de esto debería tenerse en cuenta. El problema es que “los
motivos” y “el modo” del delito siempre han estado presentes para establecer las
penas.
  Es desde el cómo y desde el porqué del acto delictivo de donde se deduce la
“peligrosidad” del sujeto; es decir, en el modo en que se cometió y en los motivos
para cometerlo ya que, para el Derecho, “lo querido es deducible por la conducta
realizada” (López-Rey y Arrojo. 1947:36). Y es en función de ello que se evalúa el
“peligro” que el sujeto representa para los demás.
  Esta “peligrosidad” –que no es sino la resultante de una estrategia discursiva que
“muestra” modos e intenciones “malvadas” en los delitos, ocultando las
contradicciones flagrantes en las que incurre para “mostrar”– tiene como objetivo
una estrategia política: justificar el aparato punitivo-carcelario.
  La consigna de corregir al delincuente, de apoderarse de su alma para
transformarlo (como dice Foucault) justifica una parafernalia de instituciones cuyo
fracaso se reitera. La estadística menos sofisticada muestra sin discusión posible
que la “corrección” no se logra, no al menos en porcentajes que justifiquen los
inmensos recursos públicos que se vuelcan en ello. Son estadísticamente
insignificantes los que salen “corregidos” de las prisiones y, en casos como la
“internación” de menores adictos, la reincidencia es de casi el 100%.
  Vienen en auxilio de este evidente fracaso otras teorías, como las
de prevención(especial o general) como fin de la penalidad y, así, impedir que el
crimen recomience puede lograrse de tres maneras:
a) corrigiendo al corregible
b) intimidando al intimidable (pese a que Stammler, maestro de juristas, afirmara:
“Es difícil determinar científicamente cuál sea la mecánica psicológica del influjo de
la amenaza” (1925:54)
c) inocuizando (a través del encierro) a los incorregibles e inintimidables.
 
Como a) y b) han de descartarse dada la insignificancia estadística de los
“corregibles” y la dudosa eficacia de la “intimidación”, la solución es la inocuización,
es decir, hacer “inofensivo” al delincuente por medio de su “desaparición” de la
sociedad. El encierro no está destinado a corregir a nadie y nadie es “intimidado”
por él, su fin es “sacar de nuestra proximidad” a los delincuentes encerrándolos por
largo tiempo en lugares infernales con lo que el ciclo se cierra y el “que se pudra en
la cárcel” (lejos de la sociedad a cuyo bienestar apuntan la teorías “preventivas”)
deviene la versión vergonzante de “el que mata debe morir”: si es de mal tono
pedir la pena de muerte no lo es tanto clamar por encierros casi eternos en los que
se “pudrirá”. Lo cual también explica la absoluta indiferencia con la que recibe el
conjunto social los informes –cuya investigación queda en exclusivas manos de
organismos defensores de derechos humanos– sobre las atroces condiciones de
vida de los encausados. En este terreno de lo que la estúpida vox populi llama “los
derechos humanos de los delincuentes” el éxito de la estrategia mediática es
contundente porque es múltiple:
a) por un lado logra confundir en el imaginario social a encausado con culpable,
b) por otro abona las teorías que niegan –al que han declarado “enemigo de la
sociedad”– derechos garantizados por la Constitución Nacional y los Pactos
Internacionales suscriptos por la Nación
c) desacreditan, además, a los organismos de DD. HH. colocándolos tanto como
“defensores” de criminales feroces como encarnizados perseguidores de policías
(que generalmente son de “gatillo fácil”). Objetivo necesario en tanto se propugna
a la “mano dura” como solución a la criminalidad para lo cual, obviamente los
organismos defensores de DD. HH. constituyen un obstáculo. No faltan, en este
punto aquellos que truenan contra los jueces garantistas: “los extremos del
garantismo han generado en la sociedad civil la convicción de que se protege
demasiado al transgresor en desmedro de sus víctimas...” (Seguí: 104), como si
hacer cumplir los Códigos, la Constitución Nacional y los Pactos Internacionales que
el país ha suscripto fuera “pernicioso”.
  Nada en todo este dispositivo es producto de la casualidad. Así, insistiendo por un
lado en la “brutalidad” y en los espeluznantes motivos de la acción delictiva,
destacando por otro y hasta el hartazgo el “clamor ciudadano” por “seguridad” (y,
por tanto, la perentoria necesidad de tomar medidas preventivas) se justifica tanto
el incremento del aparato represivo –que sirve a múltiples propósitos del poder
político– como la despreocupación por las condiciones de la vida carcelaria.
  Pero el objetivo último de todo esto es también otro: hacer del delito un fenómeno
que se explica exclusivamente en la personalidad del delincuente; mientras, las
condiciones sociales que propician la mayoría de los delitos, permanecen intactas.
  Nadie ignora que las prisiones están llenas de pobres, desocupados o
semianalfabetos. Un informe sobre la población carcelaria de 2003 indicaba que: a)
el 35% de los detenidos estaba desocupado al momento de ingresar al
establecimiento, mientras que el 46% tenía un trabajo de tiempo parcial; b) el 50%
no tenía ni oficio ni profesión al caer detenido. Sólo el 41% tenía algún oficio y
apenas el 9% alguna profesión; c) el 79% de los presos tenía formación primaria o
menor. Secundario completo sólo el 4% y terciario o universitario apenas el 1%; d)
el 88% nunca había participado de un programa de capacitación laboral.
  Y aquí se corona lo que llamamos la “estrategia política”: criminalizar la pobreza.
Todo lo que pueda decirse sobre el sistema punitivo deviene en ese resultado, el
menos visible. Respecto al delito, el tratamiento de la casi obscena desigualdad
social, es la “invisibilidad” del delincuente en cuanto pobre y/o excluido y su
extrema visibilidad en cuanto “peligroso”.
  Pero la “peligrosidad”, supuestamente justificada en la modalidad y en los motivos
del hecho, es, ¿sorprendentemente? una “peligrosidad” sesgada. Casi nunca se
mencionan delitos económicos, ecológicos, tributarios, etc., es decir aquellos que
con más frecuencia corresponden a los sectores sociales medios o altos. ¿Puede
dudarse de que contaminar un curso de agua conlleva terribles consecuencias para
las poblaciones afectadas?; ¿puede dudarse de las inmensas sumas de dinero y
patrimonio público que son escamoteados por los desfalcos, fraudes y evasión
impositiva?
  El dispositivo punitivo también tiene un objetivo político oculto detrás de las
estrategias que utiliza: permitir –al invisibilizarlos– la negociación entre el poder
político y el poder económico para beneficio de ambos.
  La “invisibilización” aludida no remite a una “ocultación” sino a una extrema
visibilidad, pero de otras aristas del fenómeno delincuencial. Así, el dispositivo
funciona para hacer de delincuencia sinónimo de arrebatos, muertes en ocasión de
robo, drogadicción o violaciones, más no de evasión impositiva, corrupción,
contaminación o fraude al Estado. A ello concurre la espectacularidad que se otorga
en los medios a unos delitos y la casi nula (excepto cuando conviene a ciertos
intereses económicos-mediáticos) a otros.
  El análisis de estos discursos, en términos de sus estrategias globales, no puede
omitir, por tanto, emprender la arqueología de esos silencios porque, precisamente,
reside en ellos la clave de toda la vocinglería sobre penas de muerte, inflación de
penas y encierros de por vida a menores delincuentes.
  “La descripción de los acontecimientos del discurso plantea (…) ¿cómo es que ha
aparecido tal enunciado y ningún otro en su lugar?” (Foucault, 1983:44). Partiendo
de esta pregunta foucaultiana en lo que hace a las estrategias del sistema punitivo
arribamos a la conclusión con la que se iniciaba este escrito: el éxito del poder está
en proporción directa con lo que logra esconder de sus mecanismos.
  Mientras las declaraciones de supuestos “expertos”, coberturas mediáticas,
intervenciones legislativas, plataformas electorales diversas, etc. continúen en el
terreno de lo “espectacular”, del show que destina ríos de tinta y cientos de horas
televisivas en el acribillado a balazos por un “pibe chorro” mientras apenas se
conceden unos segundos al caso del banco HSBC denunciado por la AFIP por
evasión y lavado de dinero (causa estancada en la Justicia ya que los jueces del
fuero Penal Tributario, encargados de procesar los pedidos de investigación de la
AFIP no terminan de definir a quién corresponde la causa, frenando su
resolución) las estrategias políticas globales del poder estarán a salvo,
alimentándose de continuo en lo que generan (el poder produce “saber”) a partir de
lo que ocultan.
 
 
Bibliografía
 
Foucault, M.: La arqueología del saber. México: Siglo XXI, 9ª ed. 1983.
López-Rey y Arrojo, M.: ¿Qué es el delito? Bs. As.: Atlántida, 1947.
Seguí, L.: Sobre la responsabilidad penal. Consecuencias de la concepción sanitaria
de la penología. En Psicoanálisis en el hospital Nº 19, Junio de 2001.
Stammler, R.: La génesis del derecho. Madrid: Calpe, 1925.
 

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tatuaje y piercing, ¿la decadencia de
lametáfora paterna?
02/04/2013- Por Beatriz Cardozo - Realizar Consulta
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El psicoanálisis a veces toma temas de actualidad y se anima a pensarlos. Este es el


caso de Beatriz Cardozo, psicoanalista, que interrogándose sobre el tatuaje y las
diversas marcas en el cuerpo, nos orienta a pensar el mismo como elaboraciones
subjetivas. Su pregunta resuena: ¿sigue siendo necesario el nombre del padre?
 
 
Breve reseña histórica
 
  El tatuaje y el piercing se han encontrado en pueblos de Asia, en los Incas y otras
culturas indias. Tanto el tatuaje como el piercing, estuvieron vinculados con el
pensamiento mágico-religioso. También era usado para impresionar y asustar a los
enemigos en los campos de batalla.
  Los griegos acostumbraban tatuarse serpientes, toros y motivos religiosos. Los
romanos utilizaron esta técnica para marcar a los prisioneros. El cristianismo las
desterró por considerarlas sinónimo de idolatría y superstición. Durante la edad
media y los viajes de ultramar aparece la piratería, los tatuajes y la joyería
corporal, provocando la difusión de estas costumbres incluso en el nuevo
continente. Luego en las guerras mundiales, ambos métodos representaron una
señal de pertenencia entre los soldados.
  El tatuaje egipcio estaba más relacionado con el lado erótico, emocional y sensual
de la vida. Era realizado generalmente por mujeres tatuadoras; proceso muy
doloroso que se utilizaba para mostrar valentía o “confirmar madurez”. Esta es la
misma forma que todavía se puede observar en tribus de Nueva Zelanda.
  Es nuestra hipótesis que en la actualidad, además de tener contenidos de
cosmética corporal también tienen sentido como ritual de salida de la endogamia a
la exogamia, pues en general tanto los tatoo como los piercing, generalmente se
produce en edades entre los 15, 18 y 21 años, edades que según Freud se produce
la metamorfosis de la pubertad, los cambios corporales inauguran modificaciones
psíquicas.
  Al igual que las postulaciones de Tótem y Tabú, una vez muerto el padre se erige
un “Tótem” y se forman los clanes cuya marca –tatuaje– presentan la salida a la
exogamia con todas sus leyes y prohibiciones. Esta metamorfosis es precisamente
el pasaje de las figuras primarias incestuosas de amor a figuras exogámicas. Más
adelante desarrollaremos esta idea.
  Volvamos a la historia, Borneo, Bali y Java son similares a los de Polinesia: los
hombres se tatuaban y realizaban piercings a temprana edad y eran formas de
ornamentación. También en las islas británicas los guerreros celtas tatuaban sus
caras y cuerpos para prepararse para guerrear y espantar a los enemigos, logrando
también sus nombres vinculados a los tatuajes.
  Otro mundo, el oriental, pero no es otra historia: el tatuaje japonés clásico usa
héroes legendarios y motivos religiosos también, pero se combinan con
decoraciones florales, paisajes, animales simbólicos como dragones y tigres; los
dibujos no eran pequeños sino que cubrían espaldas y pechos para ocultar las
marcas de castigo, pues en un primer momento se tatuaba a aquellos que habían
cometido crímenes o estaban asociados a la mafia yakuza, este tipo de tatuaje
aparece en el 500 D.C. y en los finales del siglo XVIII.
  Era común que los amantes llevaran cada uno la mitad de un tatuaje que al
juntarse formarían uno solo (irebokuro), también formalizaban su relación delante
de los dioses con tatuajes creados en el templo. En la actualidad el tatuaje no es
símbolo de marginalidad sino que ha pasado a ser un arte al igual que el piercing.
 
Fascinación y declinación del padre
 
  Sólo basta con abrir revistas de moda o bien encender la televisión para
confrontarnos con la mirada de otro que nos muestra. Es en este juego seductor
que el sujeto desaparece, donde en ese “verse-verse”, su propia imagen pierde la
dimensión real para convertirse en una imagen virtual (de existencia aparente y no
real).
  ¿No es acaso un tiempo de eterna adolescencia, donde la juventud cobra un valor
insuperable por cualquier otra virtud, sea ésta experiencia, saber, aprendizaje,
enseñanza o simplemente palabra? La mirada prevalece sobre ésta última, la
palabra, confirmando lo que supo decir Merleau Ponty: “… somos seres mirados en
el espectáculo del mundo”. El espectáculo del mundo, nos aparece
como omnivoyeur.
  Lacan decía que el mundo es omnivoyeur, pero no exhibicionista, no provoca
nuestra mirada. Cuando empieza a provocarla, entonces empieza también la
sensación de extrañeza (lo ominoso).
  Mundo siniestro, que en ese -verse-verse- nos confronta con el doble, con otro
semejante. Especularidad que no permite la mediatización de la palabra como
terceridad, que separa al niño-hombre de su madre. Mundo cuya propuesta es la
envoltura endogámica, sin salida. Bosquejando una figura “a-niñada”, sin diferencia
sexual. Promesa de eterna adolescencia, cuyo trazo se pierde encarnándose en el
cuerpo.
  Un ejemplo de este fenómeno lo muestra el tatuaje y el piercing, es allí, en el
cuerpo, que se porta el rasgo unario, marcando en lo real el significante primero.
Pero si el primer significante queda marcado en el cuerpo, ¿cómo se produce la
primera esquizia que hace que el sujeto se constituya como tal? Esta afirmación de
Lacan, que no se debe confundir la función del sujeto con la imagen del objeto (a),
en tanto que es así como el sujeto se ve, redoblado; se ve constituido por la
imagen reflejada, momentánea, se imagina hombre solamente de lo que se
imagina.
  Es uno mismo, valor universal que genera nuevos valores que son el miedo hacia
la muerte, el dolor y el envejecimiento. Hacerse un tatuaje o piercing es darle
sentido a algo que perdió sentido, en esta última década posmoderna, no hay
emociones verdaderas, lo que existe es la inmediatez y el sin-sentido; el tatuaje
entonces es una marca indeleble como experiencia duradera.
  El tatuaje tendría que ver en la adolescencia, con esas marcas de iniciación en
tanto salida exogámica, pero no tramitado desde el Nombre del Padre.
  Si lo que se da es la declinación del Nombre del Padre, ese lugar, hoy, en la
posmodernidad, está sustituido por el “Mercado y sus leyes”, que imperan en éste.
Perdiendo los seres humanos su subjetividad. Los piercing y tatuajes serían un
intento de restituir la subjetividad perdida perteneciendo a una clase: los tatuados,
los góticos, los darks, etc., que nos aseguran esa subjetivación, en ese “verse-
verse”, logrando la salida de la endogamia a la exogamia.
 
Veamos esto de manera plástica:
 
Tatuado
(Síntesis de una película)
 
  En el film aparece el protagonista, un joven adolescente, presenciando una escena
donde una madre –actual mujer del padre- mece a su hermana. Aquí, surge el
deseo de encontrar su propia historia con su padre.
  Antes de emprender el viaje al pueblo donde es oriunda su madre, desea saber
sobre un tatuaje que lleva impreso en un brazo, cuyo recuerdo data de sus tres
años. Su madre le hizo ese tatuaje y lo abandonó, dejando la crianza a cargo del
padre. Existe un personaje llamado “gaucho”, primo de la madre, que siendo ella
niña la auxilia al ser “picada” por una víbora, mientras su padre no escuchaba su
llamado, pues estaba escuchando por radio un partido de fútbol. Este personaje, el
primo-gaucho, es quien define en el final de la película la historia de la madre del
joven. Así como ella es marcada por una víbora, ella tatúa a su hijo.
  El joven se dirige a la galería Bond Street para saber el origen de su tatuaje.
Significado que no logra encontrar a pesar de todas las ofertas de los libros de
tatuaje y piercing. Luego se fuga del hogar del padre y emprende su viaje junto a
su novia. Por un incidente el padre se entera que el hijo está demorado por falta de
su documento de identidad. Es así como el padre decide acompañarlo en esta
travesía. Lo que no sospechan los protagonistas es que en lugar de encontrar a una
madre, se reencuentran un padre con un hijo; más allá el estigma de una madre
que abandona tempranamente, es el encuentro con la marca de un padre.
 
Puntualizaciones de una película
 
  En el comienzo de la película, el adolescente, al ver el deseo de su padre,
confirmado con el nacimiento de su hermana, se fuga. ¿Qué ve el chico? Ve el
deseo del padre por una mujer, él queda a-fuera de ese deseo y comete un acting
yéndose del seno familiar: malogra una posible salida exogámica.
  Además se puede pensar que él es tatuado por la madre en relación a un padre,
ya que en la búsqueda de saber sobre ella, en realidad encuentra a un padre.
  La picadura de la víbora en la madre está en relación a los gritos que no escuchó
su propio padre, es decir, el abuelo del joven, es aquí donde aparece el personaje
“gaucho-primo”, o bien ¿el guacho del pibe?
  Es necesario aclarar que es el primo quien auxilia a la madre en esa oportunidad,
y no su propio padre, quien distraídamente escucha un programa de radio.
  Entonces, ni la mirada ni la voz están ahí, o la voz está en otro lado. La palabra
del padre tiene que ser registrada en lo real del cuerpo para esta madre, que lo
tatúa y se va. Es así como el adolescente, buscando a la madre, encuentra al padre
que estuvo todo el tiempo ahí, en el tatuaje.
  La mangosta –el tatuaje-, es el animal que puede matar a la víbora, que deja una
marca en el cuerpo, allí donde ni la mirada ni la voz de un padre aparecen.
Constatación que realiza el jovencito cuando ve en El libro de la selva, la historia de
la mangosta y la víbora.
  ¿Por qué la madre le hace el tatuaje y se va dejándolo con el padre? No es en
todo caso el deseo de una madre que reconoce al padre en ese lugar, dejándolo con
él.
  El guacho, sin padre, es el significante que se pone en juego, por eso es ese
personaje quien define la historia cuando en el final de la película relata lo que
faltaba en relación a un padre.
  La Bond Street, que es un significante que puede ser equiparado
homofónicamente con otro, Wall Street, ¿no estaría en relación con un fenómeno
que plantea la vida posmoderna donde la “inexistencia del Otro” torna insistente la
búsqueda adolescente por encontrar en los gadgets cierta satisfacción?
  Los gadgets tratan de ciertas figuras con un brillo que en realidad remiten a un
vacío, pues allí, no hay nada, y es lo que ofrece todo el tiempo ésta sociedad de
consumo:barbies, cirugías, tatuajes, piercing, artículos maravillosos que prometen
una felicidad efímera e inmediata, como las drogas. Ofrecen “eso o ello” ante la
ausencia de un padre que, siguiendo a Lacan, está en franca decadencia.
  Ahora bien, el tema es pensar por qué el significante unario tiene que ser
encarnado en lo real del cuerpo y no desde el deseo de una madre, que vía
significación fálica dé lugar al nombre del padre o al padre que porta un nombre.
  Tal vez por eso la metáfora paterna (como metáfora y no como metonimia, en
tanto estos artículos maravillosos, mencionados anteriormente, se repiten,
prometen una felicidad efímera sin límite) hace nudo, articula, ordena no sólo los
registros, también la subjetividad humana. Mientras que la metonimia parecería
estar más del lado delautomaton… sin hacer tope, sin hacer nudo que abroche.
  Entonces existen varios puntos a tener en cuenta en la película:
 
  La mirada, en tanto se sustrae del sujeto, es decir, la única mirada
“salvadora” es la de un guacho, sin padre.
  La voz que no aparece y sí retorna en lo real del cuerpo, desde la picadura de
la víbora que deja una marca, y que luego se encarna en el cuerpo con el
tatuaje ante la inexistencia del Otro.
  La Bond Street o Wall Street, que representa a la vida posmoderna, donde lo
mercantil es lo que vale, o sea el valor de cambio, de un sujeto, es una
tarjeta o un papel (acciones, etc.), perdiendo aquello que lo constituye como
sujeto, quedando tal vez en el lugar de un desecho, objeto. Pues los gadgets,
en tanto descartables, prometen también una identificación imaginaria
formando una serie: es la Barbie, el tatuaje, el piercing, las lolas de cirugía,
es la droga que promete una satisfacción infinita, es 1, 2, 3, a la n;
metonimia o goce fálico como el bla, bla, bla…
 
  A modo de conclusión, la posmodernidad, con su inmediatez y su oferta en
demasía desde el Mercado, no permite el pasaje de la endogamia a la exogamia, la
que se debería producir si operara la metáfora paterna, pues la función paterna
está en franca decadencia.
 
 
Bibliografía:
      Freud, S., “Tótem y Tabú”, Obras Completas, Amorrortu editores.
      Lacan, J., “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, Seminario XI, Ediciones
      Paidós.
      Película “Tatuado”, un film de Eduardo Raspo “Todos tenemos una marca…”
 
 
Nota: Este artículo es la primer parte de un escrito del libro inédito Naturaleza viva de
Beatriz Cardozo, formará parte de la sección: “Posmodernidad – La clínica psicoanalítica –
(Tres)”.
El artículo fue escrito por la Lic. Beatriz Cardozo con la intervención de la Lic. Viviana
Valenti, quién realizó la “Breve Reseña Histórica”.
 

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