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SESIÓN 7: Dinámicas espaciales y temporales del conflicto armado y el

posconflicto en Colombia

Christian Hurtado
cchurtados@unal.edu.co

Informe General, Grupo de Memoria Histórica. 2013. “Los orígenes, las dinámicas y
el crecimiento del conflicto armado”. En ¡Basta Ya! Colombia: memorias de
guerra y dignidad., 110–93. Bogotá: Imprenta Nacional.

El capítulo reseñado propone una síntesis de la evolución del conflicto armado en


Colombia a partir de mediados del siglo XX y los primeros 15 años del siglo XXI.
Parte de reconocer la heterogeneidad espacial, temporal, de actores que reviste el
conflicto colombiano. Aún así, existen unas tendencias o factores que inciden de
modo diferenciado pero transversal: el problema agrario; irrupción y propagación de
economías ilegales, en especial narcotráfico; limitaciones y posibilidades de
participación política; contexto internacional; fragmentación territorial e institucional
del Estado; resultados de los procesos de paz y las reformas democráticas. La
revisión permite añadir, o matizar, el tratamiento del conflicto armado: la tensión
entre tratamiento militar y tratamiento social – reformista.

La propuesta de periodización identifica 4 momentos del conflicto que ponen su


acento en las transformaciones y dinámicas de los actores armados implicados: a)
De la violencia bipartidista a la violencia subversiva (1958 – 1982); b) Proyección y
expansión guerrillera, surgimiento del paramilitarismo, crisis estatal y proceso de paz,
reforma 1991 (1982 – 1996); c) recrudecimiento del conflicto (1996 – 2005); d)
reacomodo de actores y dinámicas del conflicto (2005 – 2012).

Sobre el primer periodo (1958 – 1992), es un factor especial el Frente Nacional, el


cierre de un régimen político bipartidista a terceras opciones y las reformas
frustradas a la tenencia de la tierra. Se trata de un periodo precedente de la violencia
bipartidista suspendida por acuerdo de élites moderadas que dan lugar a la dictadura
de Rojas Pinilla y el establecimiento del Frente Nacional.

En este periodo empieza a configurarse la doctrina de seguridad nacional en el país


entendida como la contención del enemigo interno. El tratamiento del conflicto
consiste en la convergencia de iniciativa militar y reforma social que límite la
incidencia de los actores armados. Esta última encuentra dificultades en la capacidad
institucional de ejecutar las reformas, capacidad presupuestal, tensiones con élites
locales que ven con recelo las reformas y la dinámica misma de conflictividad en
territorios no articulados política ni económicamente al “centro” y el Estado.

Los actores armados FARC, EPL, ELN, aunque con genealogías distintas beben de
las tensiones y realidades emergidas de la violencia bipartidista. Mientras FARC
tiene una tradición agraria que empieza a disolverse en su proyección nacional, ELN
y EPL tienen una tradición urbana que pesa en sus prácticas y proyecciones
iniciales. Es un periodo de baja capacidad de las guerrillas, aislamiento territorial y
social diferenciado pero común a estas. A contramano, la ejecución de la doctrina de
seguridad nacional permite grados mayores de autonomía de las Fuerzas Armadas
del país, al punto de controlar el ámbito del orden público.

A finales de los 60 e inicio de los 70 se potencia la agenda desarrollista en el país;


esta fortalece una clase media urbana y un movimiento social contestatario. Los
intentos reformistas en la tenencia de la tierra y modernización del Estado corren
paralelos a la represión estatal. Este contexto sufre una transformación con el
gobierno de Pastrana, marcado por la crisis de legitimidad de sus elecciones y el
cambio de enfoque en política económica: se pasa del modelo cepalino a una
proyección de seguridad jurídica de la propiedad de la tierra, capitalismo agrario y
protección arancelaria. La movilización sufre una acentuada represión y el intento de
asociar represión con guerrillas; a nivel agrario se consolidan grupos de choque de
terratenientes. La centralidad de las tensiones agrarias se expresa con el Pacto de
Chicoral, favorable al latifundio y que inclina la balanza a favor de estos cerrando el
periodo de expectativa de reforma a la tenencia de la tierra como centro de la política
agraria.

Sobre el final del FN se presenta desaceleración e inflación en la economía nacional.


Crece la movilización social y cambia la valoración de la insurgencia en el país. Nace
el M19 y se desarrolla el Paro Nacional de 1977. Se trata de un contexto de
desestabilización visto como amenaza u oportunidad por los actores en conflicto. Se
exacerba la tensión entre autonomía / subordinación de las fuerzas armadas cuyas
exigencias son incorporadas al Estatuto de Seguridad de Turbay. A nivel agrario la
política para alivianar la presión por propiedad consiste en la colonización de baldíos
de la nación. Esto origina un desplazamiento del conflicto, paralelo al de la frontera
agrícola, acentúa la desigual integración social y económica y favorece la
consolidación de la economía del narcotráfico. Con este emergen clases en ascenso.

Las FARC entran en periodo de expansión, mientras que ELN y EPL entran en
replanteamiento. Se vive una etapa de acentuada militarización, luchas por los DH,
emergencia de grupos de autodefensa y baja subordinación de las fuerzas armadas
al gobierno, al contrario, es un periodo de alta autonomía de estas. Un contexto de
este tipo debilita las posiciones conciliadoras de la izquierda, generando un
crecimiento de las acciones de hechas y en ellas, la acción insurgente.

El periodo de expansión guerrillera (1982 – 1991), se enmarca en la política de paz


del Gobierno Betancur que representa un cambio en el tratamiento al orden público y
el reconocimiento político de la insurgencia. Es un proceso que sufre la oposición de
actores políticos nacionales, elites locales y fuerzas militares. Surge la UP como
espacio que daría cauce a la participación política derivada del proceso de paz con
las FARC. La expansión de este partido genera desconfianza en las elites y fuerzas
militares al asumirse como expresión de combinación de las formas de lucha. Esto
en tanto las FARC continúan en expansión y dinámica ofensiva.

El paramilitarismo emerge como mutación de las autodefensas. En su transfondo se


reflejan las relaciones entre ejército con élites locales, la desconfianza de las fuerzas
armadas con el proceso de paz y tensiones con gobierno por la limitación a su
autonomía y la oposición política y militar al proceso de paz. Las primeras
autodefensas nacen amparadas en la ley, lo cual transforma la estrategia
contrainsurgente al incorporar un componente privado que luego se transforma en
autonomía clandestina de actores de las fuerzas armadas.

La expansión guerrillera, oposición política al proceso de paz, el viraje de acentuado


anticomunismo del gobierno de EE. UU. lleva al aislamiento y fracaso de esta etapa
de la solución política. La toma del Palacio de Justicia, los asesinatos de la UP son
parte de los rasgos más relevantes que suman a ese fracaso. El Gobierno Barco
promueve un manejo más tecnocrático del proceso de paz, se trata del Plan Nacional
de Rehabilitación y el fortalecimiento de ejército y policía. Se privilegia un enfoque
territorial más que sectorial y se consolida un manejo civil del orden público. Este
talante reformista se frustra ante el aislamiento de Barco que condena las reformas
que impulsaba.

El aumento de la movilización social y consolidación electoral de alternativas son


vistas con recelo por parte de fuerzas armadas y paramilitares. La convergencia de
nacrotráfico y paramilitarismo a nivel local deriva incluso en alianzas, así como se
hace público el apoyo logístico y provisión del ejército a paramilitares. Todos los
actores armados se ven beneficiados por los recursos del narcotráfico, lo cual facilita
su expansión y consolidación.

A nivel general, la dinámica guerrillera se militarizar mientras que la fuerza pública


persigue la movilización al asociarla a la insurgencia. La distinción entre civiles y
combatientes se diluye. En ello se identifica la fragmentación institucional de un
poder civil que permite la protesta ante un poder militar que es quien la interviene. La
injerencia de la guerrilla en el movimiento social, las tensiones de la izquierda ponen
en crisis a este en un contexto de represión. Los asesinatos de líderes de la UP, AD
M19 representan un golpe a la salida política al conflicto.

Un nuevo factor complejiza el conflicto hacia los 80: se trata de la guerra al Estado
desde el narcotráfico. Si bien el narcotráfico irradia recursos a todos los actores
armados, en el caso del paramilitarismo esta relación genera una dualidad: el papel
del paramilitarismo en la lucha contrainsurgente vs su connivencia con el
narcotráfico. Este periodo se caracteriza además por los procesos de negociación
que terminan en acuerdos con M19, Quintín Lame y EPL. FARC y ELN no participan
en estos procesos, y continúan su expansión político militar.

Esta expansión se asocia no sólo a factores políticos, lo hace a un reordenamiento


económico que la permite. Factores como el peso creciente de la agroindustria, la
economía minera, narcotráfico y la relación centro-perifería, en la que esta última se
vuelve lugar de importancia económica, derivan una lógica en la que el Estado busca
integrar estas zonas mientras la insurgencia busca capitalizar las tensiones locales
en las mismas.

En este contexto emerge la Constitución de 1991. Atravesada por la agenda de paz,


promueve un conjunto de transformaciones que atenúan la violencia, al mismo
tiempo, dan lugar a fenómenos que inciden en la reconfiguración del conflicto. En
primer lugar debe indicarse que la violencia política y la acción militar se privilegian
ante la acción política por parte de los actores en conflicto. Esto implica una renuncia
de la guerrilla por participar del juego político y asumir a nivel local un papel de
árbitro.

La descentralización derivada de la Constitución promovió la emergencia de diversas


agrupaciones políticas, pero estas no se consolidan y generan un mapa político y
desordenado, disperso. Esto favorece a nivel local la injerencia de los actores
armados. Las expectativas de redistribución de la tierra vía mercado se ven
frustradas ante los impactos de la apertura económica, las presiones políticas, baja
asistencia técnica y crédito. El endeudamiento y desplazamiento del campesinado
sumado al despojo favorecen la concentración de tierras. Es un fenómeno que
fortalece al narcotráfico y la ganaderización en detrimento de las economías
campesinas.

Las agendas de expansión de los actores armados son diferenciadas: mientras que
FARC se proponen urbanizar el conflicto, pasar a constituirse como ejército y ganar
autonomía ante el PCC; los paramilitares proyectan detener la agenda
democratizadora y el avance de las FARC. El terreno de la confrontación se
desplaza, siendo el Urabá uno de los puntos de encuentro e intensa violencia entre
actores armados.

La guerra del Estado con el narcotráfico culmina, pero la crisis política del gobierno
Samper no permite la implementación de las reformas derivadas de la Constitución
de 1991. Por el contrario, las fuerzas militares aprovechan la crisis para ganar
autonomía y distanciarse de Gobierno.

El tercer periodo, de tragedia humanitaria (1996 – 2005) es el de mayor acción


violenta hacia la población. Se trata de una violencia masiva en cuyos inicios no hay
maniobra de Gobierno por las crisis de Samper. El paramilitarismo pasa a la
clandestinidad que se ve favorecida por la omisión de las fuerzas militares. Se
posiciona el discurso contrainsurgente en paralelo a la reorganización del
paramilitarismo en las AUC. En ese proceso se empieza a perfilar un proyecto
político, económico de alcance regional y nacional que busca además generar fuerza
política para una eventual negociación de las AUC. Este periodo se diferencia de los
anteriores al ser la violencia paramilitar el rasgo dominante.
Es una etapa de parálisis y baja legitimidad de la salida política. Las FARC
intensifican su acción militar, rompen con la izquierda legal y asedian a las elites
locales, promueven la expulsión del Estado y desarrollan sabotajes a la
infraestructura. El ELN se mantiene. La generalización del conflicto en zonas rurales
la evidencia la movilización de cocaleros que entrelaza la crisis del campesinado con
el conflicto armado.

La dinámica de la confrontación perfila una geopolítica del conflicto configurando


macrorregiones. La emergencia de corredores estratégicos permite establecer
relaciones de contigüidad y conexión de regiones.

A nivel de macrorregiones se configuran dos: a) Norte y Noroccidente, de


ascendencia paramilitar. Se trata de la disputa por la base social de la región,
iniciada por FARC a partir del proceso de paz con el EPL; b) Sur: de incidencia de
FARC. Se trata de una zona en la que FARC sabotean las elecciones y entran en
confrontación con las élites locales.

Un nuevo intento de negociación promovido por Pastrana con las FARC. Se trató de
un proceso que combina la lógica militar y la lógica política de ambos actores. El
Gobierno nacional buscará dar legitimidad a la negociación, pero la continuidad de la
guerra afectará el proceso. Esto implicó a largo plazo la pérdida de legitimidad de la
salida política y profundizó la guerra.

Aspectos como la continuidad de las acciones militares de las FARC, la construcción


y aprobación del plan Colombia, la violencia paramilitar, hacen aún más frágil el
proceso. En este proceso el paramilitarismo mediante acción armada y acción
colectiva se perfila como tercer actor, afectando el proceso de negociación. La
ruptura del proceso permite una expansión diferenciada, siendo mayor la de
paramilitares que la de FARC. Las macrorregiones se mantienen, aunque el
paramilitarismo pasa de ocupación militar a consolidar una visión política, social,
económica al punto de incluso entrar en ocasiones en tensión con el Estado.

Ambas macrorregiones expresan visiones y anclajes económicos que explican y


permiten la dinámica del conflicto. Mientras el paramilitarismo se asocia al latifundio,
agroindustria, minería y megaproyectos, FARC se asocia a las economías de la
coca. Así, cada actor armado impuso sus intereses en el territorio donde ejercía
dominio.

El último periodo es de reacomodo y reconfiguración de actores armados (2005 –


2012). En este juega un papel especial como hito el fracaso de los diálogos del
Caguán. El cambio de Gobierno marca un cambio en la comprensión institucional del
conflicto: se niega el trasfondo social del conflicto, se enfatiza la recuperación del
territorio y se desarrolla la negociación con el paramilitarismo. Es central la
asociación entre seguridad y desarrollo que propone Uribe, este asocia la violencia
con el crecimiento económico, lo cual dada la crisis económica del país, logra
respaldo social.

El periodo ilustra una intensa y efectiva estrategia militar, jurídica, política hacia las
guerrillas y en especial las FARC. Esta se reacomoda a dicha ofensiva buscando
urbanizar el conflicto, reconociendo la inviabilidad de una victoria militar y
desarrollando acciones hacia la presión a una negociación. Se busca la iniciativa
política, en especial, vinculada con el canje humanitario. Esta iniciativa se desgasta
por las operaciones de liberación frustradas y exitosas, las condiciones de los
secuestrados. De allí que FARC decidan una liberación unilateral en 2012.

Una segunda evidencia del reacomodo de las FARC es el desplazamiento de sus


retaguardias estratégicas hacia zonas de frontera. Esto introduce un factor de riesgo
y tensión nuevo en tanto es posible la internacionalización del conflicto armado.
En el caso del paramilitarismo, se enfatiza el proceso de desmovilización parcial de
estos. Este en su desarrollo pone de presente una tensión entre facciones más
políticas y otras más vinculadas al narcotráfico. Esto afectará el curso del proceso al
punto de su ruptura posterior. A las dificultades de este proceso, corresponde un
proceso de rearme que articula tres actores: rearmados, disidentes y emergentes. Se
vivirá un proceso de disputa, cambio y transformación de estructuras armadas que
tiende a estabilizarse hacia 2012. Espacialmente hay una asociación entre
estructuras paramilitares y territorios con presencia de narcotráfico, presencia previa
al primer desarme.

Las nuevas fuentes de recursos y economías ilegales matizan diferencias regionales


animadas por la expectativa de los actores armados en mantener un orden y
economía ilegal. El periodo cierra con la indicación de una incapacidad del Estado en
enfrentar al paramilitarismo social, económica y políticamente hacia el Norte del país.
Las FARC, por su parte sufren una derrota estratégica en el Norte del País, pierden
legitimidad y no logran dar el salto militar que proyectaban en su momento de mayor
expansión.

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