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Como alma que lleva el diablo

La noche del veintitrés de junio Erick realizó el ritual, sacrificó, exactamente, seiscientas sesenta y
seis hormigas, luego rezó el padrenuestro a la inversa, bebió sangre de uva y comió hostias con
chocolate. Todo esto lo hizo a las doce de la noche, en un cementerio de gatitos. A eso de las doce
y treinta Erick sintió como la piel se le erizaba, el aire se contaminaba de un intenso olor a azufre,
escuchó una voz a sus espaldas que decía: “¡Oye tú!” Erick se llenó de valor y volteo la cabeza.
“¿Tienes fósforos? Los míos están mojados”, dijo un habitante de la calle, mientras sonreía
tristemente. Erick le entregó una de las cuatro velas que había usado en su ritual. Cansado de
esperar decidió jugar con una bola de estambre que había en una de las tumbas, sacó un par de
agujas de su bolsillo y tejió unos hermosos calcetines para las pesuñas de Satanás. Una vez
terminados Erick los miró y sonrió, pero Lucifer nada que aparecía. Eran las dos de la mañana. Las
tres. Las cuatro. Cuando el reloj marcó las cinco Erick ya se había arrepentido, había desistido de la
idea de venderle el alma a Belcebú pero; precisamente cuando Erick estaba recogiendo todos los
implementos que había usado la noche anterior para invocar a Satanás, él apareció. Erick quedó
atónito. Casi petrificado. Lo miró, dio dos pasos hacia atrás y corrió…

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