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Una aproximación sociológica sobre el liberalismo

“La libertad no es ni una filosofía ni una teoría del mundo, la libertad es una
posibilidad que se actualiza cada vez que un hombre dice no al poder…la
libertad no se define se ejerce…La libertad no es la justicia ni la fraternidad
sino la posibilidad de realizarlas aquí y ahora. No es una idea es un acto”
Octavio Paz.

Desde hace algunos años ha comenzado un resurgimiento de las ideas de la


libertad no solo en Hispanoamérica sino en el mundo occidental y aun en el
mundo oriental y árabe. El liberalismo, como marco de todo sistema político,
social y económico debe crecer, debe alimentarse, debe propagarse, debe
ser parte de la filosofía de vida y de la cultura.

Juan Bautista Alberdi hablando acerca de la democracia nos decía que “La
democracia es la libertad constituida en gobierno, pues el verdadero
gobierno no es más ni menos que la libertad organizada”.

¿Por qué es necesario un gobierno? La naturaleza humana necesita ciertos


límites en su desarrollo y expresión, algunos conciben al liberalismo ante
todo como aquel sistema político que promueve la libertad humana por
antonomasia, el valor de la libertad, que promueve el liberalismo, es no solo
elevado, sino que resume muy bien la mayor y más grande aspiración
humana.

El liberalismo tiene como aspiración el proteger la libertad, se encarga mejor


que cualquier otro sistema de delimitar muy bien el ámbito de acción de los
individuos. Ludwig Von Mises nos dice con respecto a la acción humana “La
acción no consiste simplemente en preferir. El hombre puede sentir
preferencias aun en situación en que las cosas y los acontecimientos resulten
inevitables o, al menos, así lo crea el sujeto…Ahora bien, quien sólo desea y
espera no interviene activamente en el curso de los acontecimientos ni en la
plasmación de su destino. El hombre, en cambio, al actuar, opta, determina y
procura alcanzar un fin. De dos cosas que no pueda disfrutar al tiempo, elige
una y rechaza la otra. La acción, por tanto, implica, siempre y a la vez,
preferir y renunciar”.

El Historiador israelí, Yuval Noah Harari en su libro “De animales a Dioses” ha


descrito con profunda precisión la forma que tiene el hombre de socializar
entre sí, descrita por Hobbes en el Leviatán, en el que el hombre es siempre
el lobo del hombre, y ante el hecho de que casi siempre esta parte feroz de la
naturaleza humana sale a flote, sobre todo en relaciones de dependencia y
poder; el liberalismo busca poner un límite a aquella naturaleza bajo la forma
de la libertad individual. Aquella naturaleza humana que describe Yurbal en
su libro, y que Hobbes y Nietzche pensaron y reflexionaron tan bien.

El liberalismo, al poner límite a la libertad humana de ser un bárbaro, y al


mismo tiempo al proteger la libertad del hombre para crear y crecer, es ideal
en todo sentido. En un sistema liberal, puedo dejar vivir y exigir de los demás
lo mismo.

Ahora bien, la naturaleza humana, dentro del liberalismo, tiene límites, y


limites muy claros: En un marco liberal no podemos dar rienda suelta a
nuestra naturaleza y expresarla con total libertad y desparpajo.

En el liberalismo, el limite a nuestra libertad es la libertad del otro. La


expresión del libertarismo que dice “vive y deja vivir” encuentra en ello su
sentido más profundo. El respeto a la libertad del otro, al interior del
liberalismo, es el límite más importante, bello y eficaz impuesto a cualquier
humano. La frase de Alberto Benegas Lynch cobra vital importancia “El
liberalismo es el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros”.

Hay en el pensamiento liberal preferencias heterogéneas y divergencias


profundas, Respecto a la religión, a los matrimonios gays, al aborto, con
respecto al estado. Estas discrepancias son sanas y productivas porque no
violentan los presupuestos básicos del liberalismo que son la democracia
política, la economía de mercado y la defensa del individuo frente al Estado.

Herbert Spencer manifestó; “La función del liberalismo en el pasado era


poner un límite a los poderes de los reyes. La función del verdadero
liberalismo en el futuro será la de poner un límite al poder de los
parlamentos”. Algunos aspectos que nos trae esta nueva forma de ver la
democracia liberal:

El principio de legitimidad. La legitimidad democrática postula que el poder


deriva del “demos”, del pueblo, es decir que se basa en el consentimiento
“verificado” (no presunto) de los ciudadanos, la democracia no acepta auto
investiduras, y mucho menos acepta que el poder derive de las fuerzas. En las
democracias el poder es legitimado (como también condicionado y revocado)
por elecciones libres y recurrentes.

Hasta aquí hemos establecido únicamente que el pueblo es titular del poder.
Y el problema del poder no es solamente de titularidad, es sobre todo de
ejercicio.

En la democracia el sistema político está llamado a resolver los problemas de


ejercicio (no solamente de titularidad) del poder. Hasta que la experiencia
democrática se aplica a una colectividad concreta de personas que
interactúan cara a cara, titularidad y ejercicio del poder pueden estar juntos.
En tal caso la democracia es de verdad autogobierno.

En este punto vale la pena traer la pregunta de John Stuart Mill ¿cuán grande
o cuan chica es la cuota de ejercicio del poder que le corresponde al
ciudadano que se autogobierna? El mismo filósofo y economista británico
observa que el autogobierno no vendría a ser, en concreto, “el gobierno de
cada cual sobre sí mismo, sino que el gobierno sobre cada uno por parte de
todos los demas”, y concluye que el problema no es, en la democracia
extendida a los grandes números, de autogobierno, sino de limitaciones y
control sobre el gobierno. Inútil ilusionarse: la democracia “en grande” es
solo una democracia representativa.

La democracia es ante todo un ideal, un sueño, la democracia es (en los


hechos) no es la democracia como debería ser. Es así que nace la idea de
democracia igualitaria que no quiere decir que todos seamos iguales, sino
que tengamos igualdad en lo jurídico. Respetando el proyecto de vida del
semejante, sin una tendencia idealista, una democracia no nace, y si nace, se
afloja rápidamente, más que cualquier otro régimen político, la democracia
va contra la corriente, contra las leyes inerciales que gobiernan los grupos
humanos. Las monocracias, las autocracias las dictaduras son fáciles, nos
caen encima solas, las democracias son difíciles, tienen que ser promovidas y
por sobre todo “creídas”.

Friedrich August von Hayek escribió, “La defensa de la libertad tiene que ser
dogmática, sin concesión alguna al oportunismo, aun cuando no sea posible
demostrar que, al margen de los efectos positivos, su infracción pueda
comportar algunas consecuencias perjudiciales. La libertad sólo puede
prevalecer si se acepta como principio general cuya aplicación a casos
particulares no tiene necesidad de justificarse. Por tanto, acusar al
liberalismo clásico de haber sido demasiado doctrinario es fruto de una pura
incomprensión. Su defecto no fue haber defendido demasiado
obstinadamente unos principios, sino más bien no haber tenido principios
suficientemente definidos que pudieran orientar claramente la acción, por lo
que con frecuencia dio la impresión de limitarse a aceptar las funciones
tradicionales del gobierno y oponerse a posibles funciones nuevas. La
coherencia sólo es posible si se aceptan principios bien definidos. Pero el
concepto de libertad utilizado por los liberales del siglo XIX era en muchos
aspectos demasiado vago para poder proporcionar una orientación precisa.”

Existe hoy en las ideas liberales, una creencia errada, muchos suponen que la
economía es el espacio donde se resuelven todos los problemas y que el
mercado libre es la medicina que soluciona desde la pobreza, el desempleo,
la marginalidad y la exclusión social.

Hablando sobre este tema Mario Vargas Llosa nos dice, “Esa línea de
pensamiento ha hecho a veces más daño a la causa de la libertad que los
propios marxistas, los primeros propagadores de esa absurda tesis según la
cual la economía es el motor de la historia de las naciones y el fundamento
de la civilización. No es verdad. Lo que diferencia a la civilización de la
barbarie son las ideas, la cultura, antes que la economía, y ésta, por sí sola,
sin el sustento de aquella, puede producir sobre el papel óptimos resultados,
pero no da sentido a la vida de las gentes, ni les ofrece razones para resistir la
adversidad y sentirse solidarios y compasivos, ni las hace vivir en un entorno
impregnado de humanidad”.

Más adelante comenta el premio nobel “Es la cultura, un cuerpo de ideas,


creencias y costumbres compartidas, la que da calor y vivifica la democracia y
la que permite que la economía de mercado, con su carácter competitivo y su
fría matemática de premios para el éxito y castigos para el fracaso, no
degenere en una darwiniana batalla en la que –la frase es de Isaiah Berlin–
“los lobos se coman a todos los corderos”. El mercado libre es el mejor
mecanismo que existe para producir riqueza y, bien complementado con
otras instituciones y usos de la cultura democrática, dispara el progreso
material de una nación a los vertiginosos adelantos que sabemos. Pero es,
también, un mecanismo implacable que, sin esa dimensión espiritual e
intelectual que representa la cultura, puede reducir la vida a una feroz y
egoísta lucha en la que sólo sobrevivirían los más fuertes”.

Fue el escritor José Ortega y Gasset quien nos trae el liberalismo a esa
instancia superior, moral y ético, “El liberalismo es la suprema generosidad:
es el derecho que la mayoría otorga a las minorías, y es, por tanto, el más
noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con
el enemigo, más aún, con el enemigo débil.”

Hayek alimenta esta idea cuando afirma que “Tal vez el mayor
descubrimiento jamás hecho por el género humano fue la posibilidad de que
los hombres vivieran juntos, en paz y con beneficio mutuo, sin tener que
ponerse de acuerdo sobre fines comunes y concretos, sólo vinculados por
normas de comportamiento abstractas. El sistema “capitalista”, surgido de
este descubrimiento, sin duda no satisfizo plenamente los ideales del
liberalismo, porque se desarrolló sin que los legisladores y los gobernantes
hubieran aferrado el modus operandi del mercado, y en gran medida a pesar
de las políticas realmente perseguidas”.
El liberalismo entiende que la libertad es el valor supremo, ya que gracias a la
libertad la humanidad ha podido progresar desde el hombre primitivo, hasta
el hombre que puede viajar a las estrellas y generar una revolución
informática, en resumen, desde las formas de asociación colectivista y
despótica hasta la democracia representativa.

Los fundamentos de la libertad son la propiedad privada y el Estado de


Derecho, el sistema que garantiza las menores formas de injusticia, que
produce mayor progreso material y cultural, que más ataja la violencia y el
que respeta más los derechos humanos. Para esa concepción del liberalismo,
la libertad es una sola y la libertad política y la libertad económica son
inseparables, como el anverso y el reverso de una medalla.

Democracia política y mercados libres son dos fundamentos capitales de una


postura liberal. Pero el liberalismo es más, mucho más que eso, lo que es
distinto ha sido el paso más extraordinario dado por los seres humanos en el
camino de la civilización, una actitud o disposición que precedió a la
democracia y la hizo posible, y contribuyó más que ningún descubrimiento
científico o sistema filosófico a atenuar la violencia y el instinto de dominio y
de muerte en las relaciones humanas Y lo que despertó esa desconfianza
natural hacia el poder, hacia todos los poderes, que es en los liberales algo
así como nuestra segunda naturaleza.

No se puede prescindir del poder, pero sí se puede frenarlo y contrapesarlo


para que no se exceda, usurpe funciones que no le competen y arrolle al
individuo, ese personaje al que los liberales consideramos la piedra miliar de
la sociedad y cuyos derechos deben ser respetados y garantizados porque, si
ellos se ven vulnerados, inevitablemente se desencadena una serie
multiplicada y creciente de abusos que, como las ondas concéntricas, arrasan
con la idea misma de la justicia social. La defensa del individuo es
consecuencia natural de considerar a la libertad el valor individual y social
por excelencia. Pues la libertad se mide en el seno de una sociedad por el
margen de autonomía de que dispone el ciudadano para organizar su vida y
realizar sus expectativas sin interferencias injustas, es decir, por aquella
“libertad negativa”, como la llamó Isaiah Berlin en un célebre ensayo.

El colectivismo, inevitable en los primeros tiempos de la historia, cuando el


individuo era sólo una parte de la tribu, que dependía del todo social para
sobrevivir, fue declinando a medida que el progreso material e intelectual
permitía al hombre dominar la naturaleza, vencer el miedo al trueno, a la
fiera, a lo desconocido, y al otro, al que tenía otro color de piel, otra lengua y
otras costumbres. Pero el colectivismo ha sobrevivido a lo largo de la historia,
en esas doctrinas e ideologías que pretenden convertir la pertenencia de un
individuo a una determinada colectividad en el valor supremo; la raza, por
ejemplo, la clase social, la religión o la nación. Todas esas doctrinas
colectivistas, el nazismo, el fascismo, los integrismos religiosos, el falso
progresismo, el comunismo, son por eso los enemigos naturales de la
libertad, y los más enconados adversarios de los liberales. En cada época, esa
tara atávica, el colectivismo, asoma su horrible cara y amenaza con destruir
la civilización y retrocedernos a la barbarie. Ayer se llamó fascismo y
comunismo.

En un sistema liberal, podemos hacer lo que queramos con nuestras vidas,


desde tener o no hijos, casarnos, divorciarnos, vivir nuestra sexualidad como
nos venga en gana, drogarnos, educarnos, culturizarnos, embrutecernos, con
total libertad, ya que estamos amparados por derechos universales que nos
protegen y amparan (y si no lo hacen, deberían), pero con un límite muy
claro: la libertad del otro para hacer exactamente lo mismo que nosotros.

El rol del estado es ejercer el rol limitativo del liberalismo. El estado está
presente para proteger, con una violencia legítima, al hombre de su propia
naturaleza. El estado está para proteger de la naturaleza humana de sus
semejantes. No veo posible esto con autogobiernos autónomos.

El fin de la defensa de la libertad es la dignidad del hombre, la libertad y la


dignidad del hombre llevara una acción positiva del ciudadano en su
sociedad, el corazón se llenará de motivación por la acción y esa acción se
basara en la compasión, en la solidaridad entendida como un acto individual
y libre y no por una imposición generada por el estado, esas acciones serán
como resultante de una mente que decidió capacitarse, desarrollarse y será
la fuente de innovación, tecnología e ideas, es pues el liberalismo también un
acto de fe en la habilidad del hombre por comprender el enorme potencial
que tenemos como individuos.

La libertad se despliega en todas las sociedades y situaciones pero su


elemento natural es la democracia. A su vez, la democracia necesita de la
libertad para no degenerar en demagogia. La unión entre democracia y
libertad ha sido el gran logro de las sociedades modernas de Occidente,
desde hace dos siglos. Sin libertad, la democracia es tiranía mayoritaria, sin
democracia, la libertad desencadena la guerra universal de los individuos y
los grupos. Su unión produce la tolerancia, la vida civilizada.

Juca Fevel

Bibliografia

Octavio Paz, El ogro filantrópico.

Yuval Noah Harari, “De animales a Dioses”

Herbert Spencer, “individuo contra el estado”.

Mario Vargas Llosa, Confesiones de un liberal.

uan Carlos Febres “https://c, La


Acontemplatiosocial.wordpress.com/2021/08/12/libertad-derechos-y-
democracia/

Isiah Berlin, El pensamiento de un liberal.

Ludwig Von Mises, La acción humana.

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