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HABLANDO CON PADRES DE ADOLESCENTES

Para el adolescente, entrar en el mundo de los adultos(temido y deseado a la vez)


significa la pérdida definitiva de su condición de niño. Es un momento importante en la
vida del hombre y constituye una etapa decisiva en un proceso de desprendimiento que
comenzó con el nacimiento.

En este periodo se fluctúa entre una dependencia y una independencia extremas, y solo
la madurez le permitirá más tarde aceptar ser independiente dentro de un marco de
necesaria dependencia. Al comienzo se moverá entre el impulso al desprendimiento y la
defensa que impone el temor a la pérdida de lo conocido. Es un periodo de
contradicciones, confuso, ambivalente y doloroso. Está caracterizado por fricciones con
el medio familiar y social. El adolescente busca una identidad y una ideología, pero no
la tiene. Sabe lo que no quiere mucho más que lo que quiere hacer de si mismo.

Necesita situarse como persona en una ideología de vida propia. Tiene que descubrir
quien es, y saber quien es significa poder empezar a cuestionarse lo que no es.Se inicia
para él un largo periodo de dudas e interrogantes.

Este periodo se va a caracterizar por un vaivén constante entre dos extremos. Por un
lado, una intolerancia exacerbada que se manifiesta mediante una agresividad no
siempre bien orientada; y por otro, una depresión simulada con risas forzosas, gritos,
aburrimiento, sueño exagerado...

Pero la crisis de la adolescencia no tiene lugar en el vacio, ocurre en un tiempo y un


espacio delimitado por la familia y la sociedad. Para entender su real dimensión hay que
darse cuenta de los afectos que provoca en el medio en el que se produce. La
comprensión de la adolescencia seria incompleta si se centrara sólo sobre el
adolescente, hay que tomar en cuenta la otra cara del problema: la ambivalencia y la
resistencia de los padres a aceptar el proceso de crecimiento.

Los cambios que se producen en este periodo llevan a una nueva relación con los padres
y con el mundo. Ello solo es posible si se elabora lenta y dolorosamente el duelo por el
cuerpo de niño, por la identidad infantil y por la relación con los padres de la infancia.

No solo el adolescente padece este largo proceso sino que los padres tiene dificultades
parta aceptar el crecimiento de sus hijos. El adolescente provoca una verdadera
revolución en su medio familiar y social, pues cuestiona la rutina familiar, los conceptos
tradicionales, las normas y patrones establecidos. Esto crea un problema generacional
no siempre bien resuelto.

En los padres este crecimiento despierta encontradas emociones, muchas de las cuales
no siempre son gratas. Se tiene la impresión de que “a uno le contestan sin ningún
pretexto”, y la propia autoridad es desafiada. A través de una actitud polémica el hijo
introduce la opresiva evidencia de que ya no son los padres los poseedores de la verdad
plena. En su fuero interno comienza a despertar la hiriente sensación de que se les está
dejando atrás.
El adolescente se da cuenta de que sus padres no son como esperaba, o por lo menos
como aparentaban ser, Al miedo ante el mundo que comienza a ver se suma el duelo por
la pérdida de los padres omnipotentes de la infancia. Lo padres también necesitan hacer
el duelo por el cuerpo del niño pequeño y su relación de dependencia infantil. Ahora
son juzgados por sus hijos, y la rebeldía y el enfrentamiento son mas dolorosos si el
adulto no es consciente de sus dificultades ante el adolescente al tener que desprenderse
del hijo pequeño y evolucionar hacia una relación con el hijo adulto, lo que impone
muchas renuncias de su parte.

Al perderse para siempre el cuerpo de su hijo niño se ve enfrentado a la aceptación del


devenir del envejecimiento y la muerte. Debe abandonar la imagen idealizada de si
mismo que su hijo ha creado. Ahora ya no podrá funcionar como lider y deberá en
cambio aceptar una relación llena de ambivalencias y críticas. Al mismo tiempo, la
capacidad y los logros crecientes del hijo le obligan a enfrentarse con sus propias
capacidades y a evaluar sus logros y fracasos. Es en este momento del desarrollo donde
el modo en el que se otorgue la libertad es definitivo para el logro de la independencia y
de la madurez del hijo.

Hasta ahora los padres han sido líderes y orientadores que dictaban las normas que
debían respetarse para el desarrollo armonioso del grupo familiar. Pero como des obvio,
las verdades y motivaciones no permanecen inalteradas a través del tiempo. Lo que es
real y válido para una generación no lo es para la siguiente. Cuando los hijos crecen y
con sus dudas empiezan a cuestionar los principios hasta entonces aceptados como
válidos, el grupo como tal tiende a sentirse en desequilibrio. Como representantes de
una época pasada, los padres se descubren afectados por los cuestionamientos y las
acusaciones de los hijos. Verse caracterizados como “cuadrados” o que se les desdeñe
por “no entender nada” son cargas difíciles de soportar.

La familia no es un grupo de personas que se reúnen para hacer cosas juntos. Es, en el
sentido psicológico mas amplio del término, un conjunto de imágenes entrelazadas que
cada uno tiene de los otros dentro de si. Cuando el adolescente, a través de su rebeldía y
de sus cuestionamientos, intenta definir su propia imagen y perfil como persona,
simultáneamente la imagen que de él tiene los padres debe sufrir una redefinición. Pero
la transformación de la imagen de cada uno es en el fondo la transformación de la
persona a la que la imagen corresponde, y es por eso que los cambios en los hijos
presupone cambios en los padres y cambiar significa soportar la incertidumbre de las
cosas que no son definitivas, reconocer que nada de lo que se hace es eterno y que todo
se transforma y se mueve. Aceptar la propuesta de cambio que implica la adolescencia
equivale a aceptar la perspectiva de incertidumbre inherente a lo que vendrá.

Cuando los adolescentes comienzan a manifestar los primeros desacuerdos, a descubrir


la relatividad de las verdades que hasta ayer parecían inconmovibles y los errores y
preconceptos, deja de sentir que sus padres son los héroes perfectos y súper poderosos
de otros tiempos. La repercusión de estas alteraciones les resulta muy doloroso a los
padres. Los hijos sienten que pierden a los padres que ellos conocían y los padres
sienten que pierden a su hijo niño y pueden verse dominados por una sensación de vacío
en el hogar y por una cierta inquietud y malestar por la disolución de los objetivos que
los habían motivado durante los años de la infancia de sus hijos.
Son tres las exigencias básicas de libertad que plantea el adolescente de ambos sexos a
sus padres. La libertad en salidas y horarios, la libertad de defender una ideología de
vida y la libertad de vivir un amor y un trabajo.

De estas tres exigencias, generalmente los padres parecen ocuparse mas de la primera,
la libertad en las salidas y horarios. Pero mas profundamente entre control puede
significar el control de las otras libertades: la ideología el amor y el trabajo. Hay que
tener en cuenta que el niño siente una gran necesidad de ser respetado en su búsqueda
de identidad, de ideología y de vocación y objetos de amor.

El adolescente de hoy, como el de todos los tiempos, está harto de consejos y necesita
hacer sus propias experiencias y comunicarlas, pero no quiere ni le gusta que sus
experiencias sean criticadas ni descalificadas. Los adolescentes pueden percibir muy
bien, aunque no sepan expresarlo, que muchas veces cuando sus padres comienzan a
controlar el tiempo y los horarios, pueden estar controlando algo mas: su mundo
interno, su crecimiento y su desprendimiento.

Los padres necesitan saber que en la adolescencia temprana mujeres y varones pasan
por un periodo de profunda dependencia donde necesitan de ellos tanto o más que
cuando eran mas pequeños, que esa necesidad de dependencia puede ser seguida
inmediatamente de una necesidad de independencia. La posición útil de los padres es la
de espectadores activos y no pasivos, y acceder a la dependencia o a la independencia
no en base a sus estados de ánimo, sino en las necesidades del hijo. Para esto es
necesario que vayan viviendo el desprendimiento del hijo otorgándole la libertad y el
mantenimiento de la dependencia madura.

Es necesario dar libertad y para ello hay dos caminos: dar una libertad sin límites, que
es lo mismo que abandonar al hijo, o dar una libertad con límites, que impone cuidados
y cautela. Es fundamental también la observación ( no control) y el contacto afectivo
permanente que permita el diálogo para ir siguiendo paso a paso la evolución de las
necesidades y de los cambios en el hijo.

En definitiva, si el adolescente cuestiona es necesario que el medio en el que vive,


básicamente la familia, sea permeable e alguna medida a sus propuestas con el fin de
que tales cuestionamientos puedan llegar a tener algún sentido productivo. La propuesta
básica que debe ser aceptada por la familia es la disposición del adolescente a
desprenderse de su grupo familiar. Necesita ahora aprender a utilizar por sus propios
medios el impulso de sus capacidades, su posibilidad de moverse en el mundo que lo
espera. Pero cuando hablamos de separaciones no suponemos que el adolescente deba
cortar todos los lazos que lo unen a sus padres y familia, sino tan sólo que debe
reformular y modificar la óptica con que los percibia para poder relacionarse de forma
adulta con las personas que le rodean.

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