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(HERMANOS REY Nº 2)
LINA GALÁN
LOS BESOS VAN APARTE
Copyright © Lina Galán, 2016
Primera edición digital: junio de 2016
Diseño de portada: Sergi Villanueva
linagalan44@gmail.com
Facebook: Lina Galán García
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grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del
había sido un trabajo de pulido y limpieza pero había devuelto a la antigua joya
mañana. Era un día perfecto para dejar a un lado cualquier tipo de transporte y
dirigirse caminando a su destino, sintiéndose ligero y optimista, sin dejar de
multitud de gente que atestaba las aceras de la ciudad a esa hora punta podrían
pensar cualquier cosa del joven que caminaba a grandes zancadas con una
—¡No jodas, Ricardo! ¿Matrimonio? ¡Estás loco! ¡Solo tienes treinta años!
—¿Amor? No me hagas reír, hermanito. La tía está buena, pero para pasar con
que deja de frivolizar sobre ello. Quiero a Julia, la quiero desde que
estudiábamos juntos, y quiero casarme con ella.
conversación, y para demostrar más aún su radiante ánimo, paró frente al puesto
de una vendedora ambulante de flores. La buena mujer solo vendía pequeños
—Buenos días, señor —lo saludó el mayordomo tras haber golpeado la puerta
mucho más que eso y a cambio de casi nada, permaneciendo en esa casa
refrescos.
—Muy amable, Armando —y se dirigió a la parte trasera de la casa.
malas hierbas componían aquel espacio antaño utilizado para fiestas y reuniones
un baño cuando el intenso calor más apretaba. Un regalo que él había ofrecido a
Una hamaca junto al agua y una mesita con algunos vasos revelaban el lugar
donde su novia debía haber estado tomando el sol, aunque nadie lo ocupaba en
puesta a punto.
Todavía acariciando el estuche de terciopelo, Ricardo se dispuso a recorrer
Sin atreverse a mirar por una ventana por si llegaban sus padres en cualquier
momento, acercó su oído a la puerta y escuchó una especie de murmullos
ahogados, como si alguien se recuperase de algún esfuerzo físico. Como
gemidos.
fue más que un desliz, una tontería. Aun así, no podía pasar de largo sin mirar
hacia el interior de la casita y salir de aquellas corrosivas dudas. Se acercó a una
de las ventanas, se puso una mano sobre la frente para esquivar el reflejo del
blanca, el pantalón abierto y bajado hasta las rodillas. Julia, su amada novia,
estaba desnuda de rodillas frente a él, con las manos aferradas a sus glúteos,
acogiendo en su boca su grueso miembro, que entraba y salía con rapidez, al
Ricardo trastabilló hacia atrás, aturdido, decidido a no creer lo que sus ojos tan
claramente le ofrecían. Su mano se aflojó y dejó caer el ramo de margaritas, que
con el biquini, aunque algo torcido, con su rubio cabello enmarañado, pasándose
la yema del dedo corazón alrededor de la boca para limpiar cualquier posible
resto de lo que acababa de ocurrir allí dentro. Cuando lo vio, su rostro se inundó
de pánico.
—Ricardo… ¿no habíamos quedado para esta tarde? —le preguntó ella
mente girara unas cuantas vueltas para inventar algo plausible—. Él… me ha
—¡Tienes que creerme, cariño! —le dijo ella aferrada aún a su brazo.
—¿Sabes una cosa? —le dijo él sacando de su bolsillo la caja, abriéndola para
mostrarle el anillo—. Me alegro de que haya pasado, que no nos hayamos
a cuantos hombres quieras. Lo único que lamento es haber estado tan ciego.
—Un momento, Ricardo —le detuvo ella por enésima vez—. Podemos llegar
a un acuerdo —dijo desesperada—. Tal vez podríamos intentar un matrimonio
abierto, liberal, donde cada uno podría hacer su vida. Tú tienes dinero y yo
pobre padre busca dinero bajo las piedras para satisfacer vuestros caprichos, tu
madre anda follándose a los maridos de sus amigas? De tal palo tal astilla —le
dijo con desprecio—. Por cierto, mi dinero seguirá en mis bolsillos y tu alcurnia
—Joder. —El joven no pudo evitar soltar una triste carcajada—. Se queja la
de aquella casa que jamás volvería a pisar. En su apresurada salida, se topó con
sus ya exsuegros y estos lo miraron con evidente consternación.
dispuso a dejar atrás su casa. Había ocurrido otra vez. Ya ni siquiera le había
valido tener una novia de quién no estuviera enamorado o que ella tampoco
sintiera nada por él. Había vuelto a tener que darle la razón a su hermano Arturo,
madre.
Sí, se había sacado un peso de encima, otra vez, pero si su hermano esperaba
un agradecimiento efusivo por su parte, se había llevado un gran chasco. A nadie
padecer estar enamorado. Se acabó el amor, los celos, las traiciones y el estado
de total gilipollez en el que te sume una relación basada en el amor. Aunque la
sensación de traición continuara impregnada en él.
Tres meses más tarde
Afortunadamente, la última vez solo fueron algunas semanas en las que creyó
que tendría una oportunidad junto a Elia, la ahora novia de su hermano Arturo.
Se conocían de varios años atrás y era una chica muy especial, bonita y decente,
a pesar de la difícil experiencia de abusos vivida durante su infancia. Pero
seguir adelante con una relación ficticia, puesto que el cariño que sentía por Elia
y por su hermano le impidió vivir una mentira en la que todos habrían acabado
sufriendo. Se alegraba de que ellos ahora fueran felices juntos, después de los
muchos obstáculos que sortearon en su camino.
que nunca había llegado a plantearse la posibilidad de una relación estable, era
ahora feliz junto a Elia, mientras que él, que siempre anheló un hogar, una mujer
destierro había sido volverlo un hombre mucho más frío, distante, insensible y
confiar.
Bueno, si no contaba a…
La confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito.
efusivo abrazo de su hermano pequeño. Dentro del abrazo, todavía resaltaba más
mientras cada uno tomaba asiento en los sillones del lujoso despacho—, que
vienes para algo más que para una visita. La Inmobiliaria Rey no es lo mismo sin
ti.
de copas y una botella—, y también sabemos que mis ideas innovadoras tendrían
aún mejor acogida si tu caballerosidad y tus modales de gentleman las
—No me gusta oírte hablar así, hermano. Si volviera a tener ahora mismo
—No empieces con ese tema, Ricardo. Te dije que nada cambiaría entre
siendo el mayor abanderado de la familia para lucir nuestro apellido, por el que
algo que sabía importunaba a su hermano pero a lo que él nunca otorgaría la más
mínima importancia. Ricardo seguiría siendo su hermano mayor, su ejemplo a
¿Dispuesto a comenzar?
—Tendrás que ponerme al día.
—Ahora mismo te llenamos la mesa de carpetas y te enviamos toda la
de su rostro se tornaba más cálida, el azul de sus ojos más brillante y su sonrisa
cómo Arturo fue capaz de perseguir lo que más quería y no rendirse hasta
conseguir su felicidad.
****
Tras llevar a cabo la decisión de abandonar por un tiempo la mansión Rey,
Ricardo había acabado sintiéndose cómodo en el apartamento donde decidió irse
a vivir solo unos meses atrás, cuando su vida había dado un giro tan grande que
Como en un ritual, se desvistió nada más llegar, se dio una ducha y se preparó
algo rápido de comer antes de sentarse frente al ordenador, donde sabía que
alguien le esperaba, la persona que había estado a su lado todo ese tiempo. Una
realidad. Pero las largas conversaciones con ella, donde se habían dicho tantas
habían devuelto el grado de estabilidad que había necesitado en ese momento tan
complicado de su vida. No sabían nada de la vida de cada uno, pero tenían la
palabra justa de aliento cuando a alguno de los dos le decaía el ánimo. Y, por qué
tarde en tarde, algo que por momentos le preocupaba y en otros lo aliviaba, saber
que de esa manera no estaba expuesto a engaños, al aprovechamiento de su
dinero o de su nombre.
¿Cobardía? Más bien comenzó como tranquilidad y riesgo cero de volver a
sufrir. Ahora mismo, era el único tipo de relación que se atrevía a mantener.
momentos, en los que podría resultar demasiado nocivo para cualquier mujer que
pretendiera algún tipo de contacto con él. Podría salir malparada y ser la
que había desarrollado hacia esas palabras transcritas en una pantalla. Todos los
días quedaban en hablar por la noche y cancelaba cualquier plan que tuviese
entre manos para poder teclear en su ordenador o su móvil.
Rosa27: ¡Me pasa igual! Cualquier día de estos nos toman por un par de
locos, pero a estas alturas de mi vida ya no me importa lo que piensen los
demás.
Solitario: Soy un ejemplo patente. Demasiado tiempo pensando en el que
algo, eres lo más maravilloso que me ha pasado en mucho tiempo. Sin estos
Rosa27: Sea lo que sea en lo que trabajes, me alegro. Llevaba mucho tiempo
detectando que te faltaba algo. Si era el trabajo lo que necesitabas, adelante.
Solitario: Sabes que la mayor parte de esa decisión te la debo a ti. Gracias
digo.
Solitario: ¿Estás sola? —preguntó Ricardo. Esa pregunta era para los dos una
especie de clave, la antesala de lo que iba a pasar. Sexo a distancia. Con solo
escribirlas, Ricardo ya se excitaba.
pecho hasta los muslos salpicados de vello, emulando unas suaves manos
femeninas.
completamente desnuda para ti. He abierto mis piernas hasta colocarlas sobre
los apoyabrazos, para estar muy abierta. Mmm, estoy tan mojada ya…
dejar su miembro para el final, esta vez su mano pareció pensar por sí sola,
aferrando entre sus finos dedos la palpitante erección. Deslizó la mano por toda
Rosa27: Sí, me he metido dos, imaginando que es tu polla, que me folla fuerte,
cada vez más fuerte…
imaginando el contacto suave de una mujer sin rostro. Hasta que le sobrevino el
clímax y apalancó los pies contra el suelo para hacer rodar hacia atrás el sillón y
alejarse de la mesa para que la cascada de semen no salpicara el teclado.
Por unos instantes solo escuchó su propia respiración acelerada mientras nadie
pulsaba ninguna de las teclas. Limpió los restos de su orgasmo con una toalla y
volvió a mirar hacia la pantalla esperando las palabras que siempre contemplaba
tras la explosión de placer.
indicio de inquietud mezclado con furia. Por mucho que dependiera de esa
extraña conexión, se hallaba mentalizado para terminar con ella en cuanto la
eternidad, pero la pantalla seguía en blanco, sin dejar aparecer aquellas palabras
escritas con las que aquel hombre parecía hablarle cada día. El corazón le latía
fuerte. Quería conocer a ese hombre, sin importar su apariencia o condición.
Deseaba mirarle a los ojos mientras hablaran, escuchar esa risa que tan solo
adivinaba a través de un ordenador. Su extraña relación comenzaba a resultarle
Solitario: No.
Rosa27: Llevamos hablando casi un año, creo que era algo que ya deberías
decidir si podemos seguir adelante o aceptar que no haya nada entre nosotros.
frialdad. Supongo que he sido buena como fuente de inspiración para tus pajas.
Solitario: Te he dicho que lo siento.
Rosa27: Yo también, aunque sigo creyendo que eres algo más de lo que
iré mañana y te esperaré en uno de los lugares que conozco de la ciudad. Por si
Rosa27: Entendido.
Ricardo apagó el ordenador y apoyó los codos sobre la mesa para dejar caer su
cabeza y mesarse el pelo. Una parte de él, la parte ingenua, le pedía a gritos
presentarse allí para poder tener por fin frente a él a la persona a la que tanto le
debía, empezando por su propia cordura. Pero su parte nueva, la realista, la que
ya no se dejaba engañar, nunca aceptaría, porque estaba seguro de que en cuanto
Pero, eso precisamente, era lo que él más temía. Que ya no fuese una persona
normal.
****
Tras una ardua pelea entre sus dos conciencias, el sábado llegó y Ricardo
decidió acercarse al lugar que ella había mencionado, solo que una hora más
pasado ese tiempo dando vueltas con el coche por la ciudad, convenciéndose a sí
mismo de que hacía bien, que en cuanto ella le reconociera ya nada sería igual.
identidad. Aun así, una vocecita muy lejana no dejaba de pedirle a gritos que
fuera, que la conociera, que en realidad lo deseaba con toda su alma. Esa mujer
podría ser la única que lo valorara por cómo era y no por lo que era, y él se había
sentido con ella realmente bien, tan cómplice de sus palabras que a veces se
sentía como si la tuviera justo al lado.
Pero, ¿valía la pena arriesgar por algo desconocido?
Tras aparcar todo lo cerca que pudo del lugar acordado, todavía se mantuvo
otra hora en el interior del vehículo, con las manos sujetando el volante con
entrar y él lo sabía, lo mismo que pensaría ella cuando llevara ya dos horas
esperándole.
Levantó justo la cabeza cuando una mujer joven salía del local. Iba cabizbaja
y solo atinó a divisar sobre su cabeza un gorro de lana en color rojo. Tras
titubear unos instantes, salió del coche y anduvo a una prudente distancia tras
ella, pero solo pudo verla subir a un autobús que emprendió la marcha alejándola
de él. Se mantuvo impasible un par de minutos, hasta que la silueta del vehículo
establecimiento donde ella le había esperado durante tanto tiempo. Por inercia,
entró en el local y observó una mesa junto a la puerta con varias tazas vacías y
un libro aún abierto. Lo cerró y pasó las yemas de sus dedos con suavidad sobre
las letras del título de la descolorida portada: «El Cartero de Neruda».
contratiempo.
—Gracias —le dijo tomando la nota sin desdoblarla. La asió con la punta de
sus dedos como si fuera a quemarle y la guardó en el bolsillo interior de su
chaqueta.
****
despacho de su hermano.
—Intentando ponerme al día —le dijo mientras pasaba papeles a uno y otro
lado—, pero deseando comenzar y retomar el trato con los clientes. El teléfono
ya me echa humo.
—Todos están esperando tu vuelta —emitió una de sus pícaras sonrisas—,
como alguien que está por aquí. —La puerta se abrió y asomó una bonita cabeza
rubia.
—¡Elia! —Ricardo se levantó veloz de su asiento y abrió sus brazos cuando
—Y yo a vosotros, preciosa, por eso estoy aquí. —Su recién estrenada frialdad
se disolvía como el vapor cuando se trataba de su familia y sus amigos más
queridos.
—No disimules Ricardo —le dijo su hermano con una sonrisa torcida—.
Sabemos que la inmobiliaria sigue siendo lo que más quieres en este mundo. Ni
siquiera se te conoce relación alguna desde hace siglos, y eso que encontrar algo
—¿Y qué ha sido de tus ideas románticas sobre conocer a una mujer que te
apreciara por cómo eres y formar un hogar con ella?
—Mis ideas románticas murieron junto con mi ingenuidad, porque esa mujer
no existe. Prefiero volcarme de nuevo en la inmobiliaria, lo único femenino que
nunca me defrauda.
—Lamento que pienses así —dijo Elia mirando de reojo a Arturo—. Tú vales
que su amor platónico años atrás había sido su ahora cuñado, el hombre que
esa forma, transformándolo en el duro hombre que ahora estaba frente a ella.
—Vamos, vamos, no os preocupéis más por mí. Me siento mejor que nunca.
Que un tío interesante y rico como mi hermano ahora solo quiera relaciones
ti, que eso fue lo que hiciste precisamente durante años, pero tú y yo también
sabemos que Ricardo no es como tú y no es eso lo que busca. Solo falta que
encuentre la mujer que se lo merezca.
todas las sugerencias sobre echarse novia fueran hechas por su familia y con la
mejor de las intenciones.
temblorosos y lo sacó. Durante unos instantes lo mantuvo entre los dedos índice
y corazón, como si jugara con un naipe que decidiera una partida de cartas
envolvió entre sus dedos para formar una bola con él y lo lanzó a la papelera.
****
Era, además, hermano de Elia, con lo que la amistad se había llegado a convertir
quitado.
—Sí —sonrió—, hemos abierto una pequeña asesoría que ella dirige, pero yo
preguntarle directamente por los problemas emocionales que sufrió Pablo debido
—Sí, en fin, ¿y tú? Todo aquel jaleo por tu ex, las revistas que te tildaron de
ogro por haberla plantado a las puertas del compromiso… Menuda zorra
aprovechada.
—No te preocupes, todo ha quedado atrás. Por cierto —le dijo Ricardo a su
amigo cuando observó la pequeña maleta que arrastraba—, ¿adónde vas?
—Me voy unos días a resolver aquel asunto de tu fábrica. Un asunto un tanto
—¿Mi fábrica?
testamento que a falta de tu madre se te legara a ti una gran parte del legado de la
familia, como varias fábricas, terrenos y diversas propiedades que en su mayoría
dije que esa pequeña fábrica solo te da problemas, pocos beneficios y muchas
quejas de los trabajadores. Se han llevado a cabo reducciones de plantilla, algún
—¿Tenemos comprador?
—Sí, un chino nuevo rico, pero habrás adivinado que no para seguir con ella,
sino para derrumbarlo todo y hacer un pequeño centro comercial donde se
razonable.
—Entonces, todo el mundo irá a la calle.
sindicales. Ahora que hay comprador, creo que se te acabaron los problemas.
—¿Sabes una cosa? —dijo Ricardo con una luz nueva en sus ojos castaños—.
Esta vez me presentaré allí e intentaré buscar alguna solución sensata para todos.
—¿Tú? Ricardo, por Dios, en cuanto vean aparecer por allí al dueño que no se
exactamente la fábrica?
—En Caldes, un pueblo en medio de la nada a varias horas de camino donde
tu abuelo materno era el dueño de más de la mitad del suelo. Tu madre también
pasó allí algunas temporadas, pero me da la sensación que no eran muy queridos
—Vaya. —Ricardo rio por lo bajo mientras se dejaba caer en su mesa. Las
****
—¿Otra vez corriendo, Martina?
—Sí, hija. ¿Para qué quiero yo gimnasio? Ponerte a estudiar, cuidar de una
Ya fuera con prisas y sin tiempo, todavía no había semana en que no quedaran
hermano de ambas. Era la mejor forma de ponerse al día, comentar todas sus
cosas, pedirse opinión y hacer alguna que otra crítica sin tener que recurrir al
WhatsApp.
con mi familia y conmigo misma ya no daría abasto —dijo haciendo una mueca
—Tuvimos suerte los dos. ¿Y tú, Martina? ¿Todo va bien entre vosotros?
—Perfectamente. Jamás ninguno de los dos ha mencionado nada sobre los
hacia su hermana pequeña—. ¿Por qué estás tan callada? Te veo un poco pálida,
Elia apenas había escuchado la conversación. Estaba más pálida que nunca, si
aparecer, se dejó caer sobre la silla secándose el rostro con papel higiénico y las
miró a las dos con cara de haber visto un fantasma.
—Lo que habéis oído. Joder —dijo llevándose las manos a las sienes—, no
entiendo en qué he estado pensando.
—Pues en un guapo demonio de ojos azules y en cómo hacerlo con él en todas
—No estoy para bromas, Martina. Ha sido un puto descuido con las pastillas.
¿Y ahora qué coño hago?
—Pero cariño —la consoló Raquel—, Arturo ya sabe lo que es tener un hijo,
para más inri fruto de una noche loca, y mírale, es todo un padrazo. ¿Cómo le va
—No quiero que piense que he querido pescarle, atarle a mí con un niño.
—No entiendo esa inseguridad a estas alturas, Elia —dijo Martina—. Arturo
te quiere y ni remotamente va a pensar que quieres atraparle con un embarazo.
—No sé qué pensar, ha sido algo inesperado y estoy hecha un lío. Y ahora —
dijo Elia intentado dibujar una sonrisa en su cara pálida—, disimulad, chicas,
—Al final Ricardo lo hará por mí. ¿Qué tal, hermanitas? —dijo dándole un
beso en la mejilla a cada una. Después se sentó en la silla que ocupaba Raquel y
la colocó a ella sobre sus rodillas.
noche. El triste pasado de Pablo los separó un tiempo, pero a la vista estaba que
siguen aquí todavía. ¿No podéis dejarlo para luego cuando estéis a solas? Hay
niños y ancianos por aquí, joder. —En vista del poco éxito de sus palabras,
decidió ir a por todas—. Elia está embarazada.
—Sí —continuó Martina—, y teme que Arturo se lo tome a mal y crea que lo
está obligando a que le regale un pedazo de anillo y le pida en matrimonio bajo
coacción.
—Joder, guapa —siseó Elia—, te has lucido.
su hermana pequeña. Acarició su blanquecino cabello y tomó una mano entre las
usaba con ella de pequeña—. Sabemos que eres una mujer fuerte, que supo
conseguir aquello que quería. Ahora no puedes venirte abajo. Arturo te quiere, lo
momento.
—Hazlo como tú quieras —le susurró Pablo al oído. Su hermano y ella
continuaban con esa conexión especial, después de que los dos sufrieran durante
su infancia maltratos por parte de su padre, lo que los había unido de una forma
que nadie entendería—. Tú decides sobre lo que es mejor para vosotros —le dio
un beso en la mejilla—. Y nunca vuelvas a temer nada, mi valiente hermanita.
información sobre aquella empresa, Ricardo bajó del taxi y se encaminó hacia la
había tomado contacto de momento con el gerente, el hombre que había sido
designado por la junta de accionistas de Empresas Rey, pero cuya gestión parecía
dejar bastante que desear. Deseaba hablar con él y con los trabajadores antes que
con el presunto comprador, para conocer de cerca los verdaderos problemas y las
posibles soluciones.
A la espera todavía de saber algo más sobre aquel pueblo y sus habitantes, los
su madre y el suyo propio, Amelia y Ricardo, algo que pidió por escrito su
Ricardo tenía que arreglar, por mucho que en esos momentos muchos de los
tiempos pasados, cuando la mansión Rey había sido lugar de fiestas juveniles,
inundada de chicas guapas, música y alcohol. En esta ocasión, eran tres chicas
que no dejaban de hablar y reír, posiblemente explicando sus andanzas del fin de
andar rondando los treinta. De una de ellas le llamó la atención su largo cabello
hasta la cintura, de un precioso color castaño, brillante bajo los primeros rayos
que no salía con chicas o departía con ellas. Y mucho más tiempo era el que
llevaba sin apreciar la tierna suavidad de sus cuerpos, habiéndose limitado a
percibirla en su imaginación o de cierta manera que le avergonzaba recordar.
excusarse con ella, decirle algo, pero no podía mentirle y mucho menos volver a
quedar, lo que no quitaba que la añorara sobre todo por las noches, en las que se
había dejado frío, porque ninguna era Rosa, su pareja en la distancia, con la que
con el que pretendía dar una buena imagen. A la mierda el traje, el reloj, el
maletín, su pelo y su dignidad. Incluso en el rostro sintió la humedad, cerrando
se lo pasó por las manos y el rostro, con el consiguiente estropicio de los rastros
labio inferior para no reír—, o tendrá que acabar bajo una manguera. Menudo
desastre.
botella de agua que llevaba en su bolso y, con suavidad, la chica hizo todo lo
posible por mejorar el aspecto de su rostro y su pelo. Poco a poco, el pañuelo iba
mechones color bronce que brillaban bajo el sol. Cuando el hombre abrió los
ojos y la miró, la joven quedó totalmente inmóvil, atrapada en aquellos preciosos
Sintió una fuerte conexión con él que casi se podía palpar con los dedos, como si
en el fondo de esos estanques dorados hubiese algo escondido que solo ella
había sido capaz de alcanzar a ver. Una especie de vulnerabilidad que chocaba
con sus modales adustos y su aspecto de hombre fuerte y seguro.
—Ya está bien, gracias —le dijo él de forma brusca cogiendo de nuevo su
pañuelo y pasándolo sobre la ropa en rápidos movimientos. Titubeó un instante
cuando reconoció a la chica del largo cabello y la risa contagiosa. Vista de cerca
era todavía más agradable de ver, con unos bonitos ojos verdosos, cutis suave y
labios rosados, aunque le chocara un tanto su look informal, pues un pequeño
aro metálico brillaba en su labio inferior, lo mismo que varios de ellos a lo largo
—Supongo que viene usted de visita, así que lo mejor será que vaya al
Una vez dentro, obedeció a la chica y buscó uno de los servicios, donde se
Sin parar de maldecir su mala suerte, fue en busca del gerente, al que encontró
en uno de los despachos de la primera planta, desde donde se veía gran parte de
la línea de producción a través de una de las mugrientas cristaleras.
—¡Señor Rey! —le saludó el orondo hombre estrechando su mano—. No
esperábamos que viniera tan temprano—. Hizo una mueca cuando observó los
sindical.
—No sé si es algo prudente, señor —le dijo el hombre dejándose caer en su
silla. Cruzó sus manos y las apoyó sobre su prominente barriga—. La última vez
casi linchan a su abogado, así que imagine cuando sepan quién es usted. Aun
lleno de barro y con su costosa ropa algo estropeada, no se les pasará por alto su
procedencia.
desordenada mesa del hombre—. ¿No han deseado lincharle todavía? ¿Quién es
el lumbreras que lo ha colocado aquí? Porque no parece que a la fábrica le vaya
muy bien.
era. Los beneficios son cada vez menores. Creo que lo más inteligente es aceptar
la oferta de compra.
—Déjeme a mí la parte económica —le dijo Ricardo con semblante aún más
****
—No sé, supongo que una visita relacionada con el chino, o tal vez alguien
Sus dos amigas y compañeras la imitaron. A pesar del mal ambiente que
flotaba en el aire cada día de trabajo, exudaban un buen humor de buena mañana
que no estaban dispuestas a que nadie les arrebatara, y el vestuario femenino era
Después de Daniela, su amiga Ana realizó el mismo gesto con su pelo oscuro,
aunque solo le llegara un poco más allá de los hombros. La que no tenía que
hacerlo era Miriam, que, con su pelo corto y teñido de rojo se ahorraba tener que
recogerlo cada día.
—El rubio de ojos azules, ya lo recuerdo —dijo Ana—. Era guapísimo, pero
venía a defender los intereses de los Rey, así que ya no le pude mirar con los
mismos ojos.
—Sí que estaba bueno, sí —dijo Miriam—, y el que ha venido hoy tampoco
tenía mala pinta, aunque todavía tengo que verle un poco más de cerca y sin
siempre es para lo mismo, para echar a alguien o para decirnos que este mes
cobramos menos.
caras de rabia y temor, pensando en si esta sería la vez en que les dijesen que
fría y vacía nave, antaño llena de cajas apiladas y preparadas para ser enviadas, y
ahora lugar de restos de piezas defectuosas, máquinas estropeadas y solo unos
Las tres amigas se acercaron todo lo posible a la mesa que había preparado el
aún no sabían quién era y que parecía haberse adecentado un poco. Se había
quitado la chaqueta del traje y se había quedado en mangas de camisa, las cuales
nuevo esa mezcla de tonos marrones, entre el castaño claro y el cobrizo. Por un
momento levantó la vista y sus ojos se toparon con los de Daniela. La joven
pensé que a ti te gustaban diferentes, más tipo canalla, no con ese aspecto de
caballero.
—Es que este contiene un poco de mezcla —dijo Miriam—. Es un poco rollo
Crepúsculo, con esa pinta de bueno pero con un fondo depredador que me pone
aguantando la risa.
—Si es la de ese tío, yo, encantada.
querría tener. Anda y que te echen un polvo de una vez, hija, que ya te toca.
—Oh, por favor, callaos de una vez —susurró Ana—, o me voy a descojonar
de la risa aquí en medio y me van a echar por vuestra culpa.
cabrón del dueño! ¡Con la de veces que lo hemos visto en las revistas y no lo
habíamos reconocido!
—¿Y este para qué está aquí? —se escuchó decir a alguien.
—¡A buena hora mangas verdes! —gritó otro—. ¡Ya podía haber venido
tiene huevos!
—Basta —le calmó Ricardo intentando evitar a toda costa cualquier tipo de
ofrecido comprar la fábrica, como ustedes saben, con lo que todos ustedes
recibirían una indemnización por los años trabajados.
mismo instante.
—Pero, ¿qué haces? —susurró Ana—. ¿Estás loca?
bullir la ira dentro de ella. Ese era el hombre responsable de todas sus
desgracias, de que cada vez cobrara menos, de sus noches de insomnio pensando
alguna que otra revista meses atrás donde salía fotografiado junto a su mansión,
divirtiéndose y gastando a manos llenas sin importarle una mierda que cada vez
se fuera más gente del pueblo o tuvieran que malvivir de la pensión de los
suave cabello, y volvió a sentir los aleteos en su vientre. Todavía se sintió más
furiosa e indignada. Demasiado tiempo sin hombres la hacían excitarse ante el
primero que la miraba.
—Perdone, señorita —dijo Ricardo—, ¿su nombre, por favor?
—Daniela —respondió levantando su barbilla ante los murmullos de fondo.
desprecio.
—Por supuesto que les pediré su opinión, en cuanto me estudie los números y
—¿Ni siquiera sabe nada de las cuentas? —volvió a decir ella—. ¿Demasiado
ocupado en sus fiestas para interesarse por algo tan banal como nuestros
sueldos?
—¡Cállate, Daniela! —intervino el gerente con el rostro púrpura—. Estoy más
haya tomado una decisión. Solo les pido un poco más de tiempo —les dijo de
nuevo a todos—, un último esfuerzo. Gracias y les seguiremos informando.
también hasta que pasaron junto a los jefes, y Ricardo la sujetó de un brazo antes
de que se marchara.
entendieron la mirada del gerente que les ordenaba marcharse en ese momento.
Daniela miró con desprecio la mano de Ricardo apresando su brazo, pero él no
sus dorados ojos en ella. Esta vez de una forma mucho más dura y afilada—. No
—Por supuesto, señor Rey —escupió con desprecio—. Sea cual sea la época
en la que vivamos, siempre habrá personas como usted ahí arriba, intocables, y
siempre habremos muchos más aquí abajo para que nos puedan pisar.
—Yo también he de trabajar, el dinero no me viene del aire —dijo Ricardo sin
entender su propio empeño en darle cualquier tipo de explicación a esa chica.
—¿Trabajar? No me haga usted reír —dijo Daniela con desdén—. Cuando
usted no pueda dormir porque no sepa si al día siguiente será el próximo en ser
despedido, cuando sea un padre de familia que vuelve a casa con la noticia de su
despido, cuando se vea obligado a vivir de un subsidio de mierda que acabará en
cualquier momento porque nadie lo contrata por su edad, entonces sabrá lo que
trabajo.
cara su condición social de esa manera, y mucho menos una mujer, que
que esa discusión había sido lo más excitante que le había ocurrido en mucho
tiempo.
****
Daniela movía con celeridad sus manos mientras introducía las pequeñas
piezas en bandejas y se las pasaba a Miriam para que las fuera colocando en
con pinzas sobre pequeños moldes para su posterior soldadura y formar las
piezas correspondientes.
el chico más guapo del instituto se acercó a ella y le pidió para salir, dejando
boquiabiertas a las petardas que se creían las más populares del lugar. Pero
también era cierto que cierta frialdad acompañaba todos esos gestos, como
advirtiera su amiga cuando le detectó una vena depredadora bajo esa fachada de
caballero.
Había llegado a arrepentirse un poco —lo dicho, solo un poco— de hablarle
como lo había hecho el primer día tras la reunión. Había descargado sobre él
toda la furia que llevaba tiempo acumulando, el tiempo que llevaba viendo salir
por la puerta a personas trabajadoras con una carta de despido. Seguro que a él
almorzar.
—Ya era hora —bufó Miriam—. Hasta los ovarios estoy ya hoy y solo son las
—Sí, hija, hay que joderse. Tengo la espalda destrozada y los pies ardiendo,
pero no puedo quejarme para que no me echen a la puta calle. Putos empresarios
—¿A nuestro querido señor Rey? No, a ese me lo reservaría para otra cosa.
olvidables que ese, y creo que tirarse a este hombre debe ser alucinante. ¿No
crees lo mismo, Dani? —le dijo a su amiga suspicaz—. He visto que no dejas de
mirarle y creo que no te veía babear por un tío desde que los dinosaurios
poblaban la Tierra.
saca de quicio.
—No te dé corte decirlo, Dani —dijo Ana—. Me parece un hombre guapísimo
y elegante, y entendería que te atrajera para pasar una noche con él, o más, o
especial.
—Qué asco dais, por Dios —dijo Miriam—. Y perdona pero no me das
envidia. Me gustan los hombres más maduros, con experiencia, curtidos en la
vida.
—Vamos, que te gustan los viejos —dijo Ana.
—La mayoría de esos están casados o tienen alguna tara —dijo Daniela.
—Solo busco echar un polvo, así que no me importa ni una cosa ni la otra.
todo tan a broma. Un lío con un hombre casado solo te reportaría problemas y
disgustos. Nunca dejan a su mujer por la otra.
conocí el otro día en una discoteca, aunque sea para echar uno rapidito en el
lavabo, así, en plan guarro, como a mí me gusta. Mmm, me mojo solo con
—Vamos, chicas, dejar de hablar de folleteo, que nos toca volver al tajo —dijo
que las demás no follamos. Pues que sepas que lo hago más que tú.
—Solo faltaba, no te jode, después de casarte y aguantar al mismo tío cada
noche. Y por cierto, no hables en plural, porque aquí nuestra amiga la estrecha
las piezas.
entiendo tus motivos, pero ahora eres adulta y tienes dos dedos de frente. No
pillaran.
—En cuanto acabéis con esto —les dijo Leo, el encargado—, continuáis con
las otras referencias. Deben salir todas las piezas hoy mismo. Es casi el único
cliente que nos queda y no podemos fallarle, así que moved las manos.
bata hasta enseñar el sujetador de encaje rosa? ¿Nadie se daba cuenta de cómo se
agachaba frente a Leo y cómo este la miraba sin cambiar su rostro de mala leche
para disimular? Joder, era un hombre casado, con hijos y bastante más mayor
que Miriam. Con sus comentarios durante el almuerzo les había hecho creer en
la broma, pero no era más que una forma de contar la verdad. Solo esperaba que
pasaron de largo, pero cerró la boca cuando Ricardo quedó unos metros
rezagado, observando embelesado el manejo de las jóvenes con sus manos. Estas
parecían pensar por sí solas, mientras con suma facilidad iban colocando cada
pieza en su lugar correspondiente, a una velocidad de vértigo tal, que sus ojos
otra vez. La presencia de ese hombre la alteraba y no tenía nada que ver con que
fuera el jefe o pudiera echarla en cualquier momento. Se trataba de algo mucho
más físico, como si su cuerpo reaccionara a él cada vez que lo veía y, sobre todo,
que disponían, volvieron a resaltar los cobrizos destellos de su pelo, y sus ojos
brillaron, interesados en el movimiento de sus manos.
—Demasiado.
—Se os nota la destreza con las manos.
de la cinta adhesiva.
Ricardo casi se mordió la lengua para no sonreír. Hacía muchísimo tiempo que
una mujer no lograba sacarlo de sus casillas al tiempo que lo excitaba. Hasta las
narices estaba ya de mujeres que batían sus pestañas, otorgaban a todo lo que él
decía y reían de una forma tan falsa que había tenido que apelar demasiadas
veces a sus modales de caballero para no meterles una servilleta en la boca.
—Todavía es mi fábrica.
—La cuál me pregunto cómo se sostiene en pie todavía.
—Y yo me pregunto cómo es posible que hayas durado aquí tantos años —le
—En ello estoy. —Ricardo, aún tenso, puso las manos tras la espalda en una
menos que nadie te lo puedes permitir. Un corte se aguanta pero es que has
alucinante.
—Esta ocasión habrá que aprovecharla, hija —dijo Miriam—. Después de
años y años de intentar colocarte a un tío, por primera vez admites que te lo
tirarías.
creo que le pone a nuestro jefazo. ¿Te has dado cuenta de cómo te miraba?
—¿A mí? ¡Qué dices! Seguro que no ha dejado de mirarte a ti. Se te ha
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grifo y se mojó la cara y las manos. Observó su imagen en el espejo, con las
gotas de agua deslizándose por su nariz y su barbilla. Se notaba tenso y excitado,
con él, después de años de contemplar a su alrededor toda clase de mujeres con
sus provocativas sonrisas, buscando llamar su atención, adulándole solo por
esperar que un hombre rico les hiciese caso, sin importarles cuál fuera su
carácter, sus deseos o sus sentimientos.
Ahora, una mujer parecía sentir desprecio hacia él, hacia su dinero o su clase,
y eso era una auténtica novedad para él. Lo mismo que la excitación permanente
llevaba a un callejón sin salida y el sistema que había adoptado últimamente con
desconocidas… era un sucedáneo del sexo que su cuerpo pronto rechazaría.
—Ahora mismo bajo. —Se pasó un pedazo de papel por el rostro y se dispuso
rechazaría. Ricardo solo pudo pedirle algo más de tiempo, ante la atónita mirada
de los presentes en la reunión.
—No entiendo qué pretende, señor —le dijo el gerente cuando se hubo
—Eso no va a pasar, señor Echevarría, porque creo que este lugar puede
volver a florecer, con algo de dinero por mi parte y algo de empeño por la suya y
dirigiendo esto y mi primera intención había sido despedirle, pero reconozco que
contactos, así que vamos a mantener una relación simbiótica usted y yo. Usted
—Quiero que me concierte varias citas con los clientes más importantes que
nos han ido abandonando. Necesito que me explique detalladamente el proceso
de fabricación de cada pieza y quiero ver ahora mismo traspasar a mi ordenador
toda clase de números, desde lo que vale una hora de trabajo hasta lo que
pagamos de factura de electricidad. Yo haré unas cuantas llamadas mientras
tanto, así que muévanse todos ¡ya!
—Ahora mismo pongo a todo el mundo a mover el culo, señor. ¿Algo más?
—No… eh… sí —dudó un instante—, solo una cosa más, una pregunta
personal. ¿Sabría usted de alguien que pudiese haber conocido a mi abuelo o a
mi madre antes de que ella se marchara de aquí para casarse con mi padre?
—Pues… —dijo el hombre sorprendido mientras se rascaba parte de su cráneo
proveniente de otros pueblos para trabajar aquí. Supongo que podrían saber algo
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pues su ropa, sus zapatos y su bolso aparecían esparcidos por aquel espacio
como si ella hubiese llegado con las mismas ansias que él de relajarse bajo el
chorro de la ducha.
Al otro lado de la puerta del baño, la imagen contemplada por Arturo era lo
más parecido a un sueño. Velas con olor a vainilla diseminadas por la estancia, el
pechos y los dedos de sus pies asomaban por entre la capa de burbujas.
en el agua hasta colocarse sobre Elia. Ella abrió los ojos y le sonrió, con esa
sonrisa que él soñó un día que sería solo para él, la que todavía seguía
—Chsst —la hizo callar Arturo con su irresistible sonrisa. Sus penetrantes
ojos azules la miraron con cariño y su pequeño aporte de diversión—, ¿de qué
estás hablando? ¿Crees que me has de convencer de nada de eso? Lo tengo claro,
preciosa, —le tomó el rostro entre las manos—, ¿y sabes por qué?
uno en el otro ese pedazo que nos faltaba, sin el cual, ya no podríamos vivir.
—Arturo… —susurró ella intentando parar el temblor de sus labios.
—Le abrió las piernas con su rodilla, la asió de la cintura y comenzó a frotar su
espalda, con lo que sus pechos al completo emergieron fuera del agua. Arturo se
podía mantenerlos abiertos, arrastrada ya por aquella marea de pasión que solo
Arturo era capaz de provocar en su cuerpo. Clavó con fuerza sus uñas en su
espalda, apalancó sus pies sobre el filo de mármol y hundió sus dientes en el
fuerte hombro de Arturo, observando cómo los glúteos masculinos sobresalían
del agua para acelerar los envites. Cuando el clímax los alcanzó, sus gritos
resonaron en las paredes alicatadas, al tiempo que las cascadas de agua caían al
suelo en constantes chapoteos. Todavía en los espasmos del placer, Arturo buscó
la boca de Elia para fundirla con la suya, y la abrazó para sumergirse con ella
bajo el agua, donde continuaron con el beso y donde el sonido que los envolvía
junto al agua pasó a ser únicamente el retumbar de sus corazones.
—. Desde el día que te conocí me quedó claro que no puedes resistirte a mí. —
La miró con su pícara expresión pero con tanto amor que Elia ya no pudo resistir
Malditas hormonas.
—Eh, cariño, no pretendía hacerte llorar. —Con cuidado, Arturo salió del
—Es que… yo… —balbuceó ella unos instantes. No iba a demorarlo más.
Arturo tenía derecho a saberlo ya—. Estoy embarazada.
Durante unos segundos en los que Elia estuvo a punto de gritar o de echar a
correr, Arturo se la quedó mirando sin decir nada. Sus preciosos ojos azules la
De pronto, abrió todavía más sus ojos y sus labios se curvaron hacia arriba,
—¡Cariño! ¡Era por eso por lo que estabas así! ¡Pero si es una noticia
maravillosa! —La cogió en brazos y giró sobre sí mismo hasta que todo le dio
vueltas.
—¡Para, para! ¡O vomitaré sobre ti!
en el asiento.
—Ya verás cómo va pasando poco a poco. —Le pasó la yema de los dedos
—¡No! —gritó ella—. Quiero decir… no es necesario que hagas eso por el
embarazo. No era mi intención obligarte a nada.
—¿Obligarme? —Volvió a tomarla del rostro—. Te acabo de decir que eres la
siempre, y casarnos solo es algo simbólico que no hará que cambie nada de lo
que sentimos.
de finas lágrimas.
CAPÍTULO 3
que anunciaba el final de la jornada del viernes por la tarde ya era motivo de
alegría para las tres amigas, aunque por muy variados motivos.
—¿Cuáles son vuestros planes para este fin de semana, chicas? —preguntó
algo al bar de la plaza. Mañana por la mañana haremos limpieza en el piso y por
la tarde iremos al cine.
quedado con mi grupo de locas para ir esta noche a Barcelona a un local muy de
moda, a ver si vuelvo a toparme con mi amigo el madurito.
—A ver si un día nos presentas a alguno —dijo Ana soltándose el pelo para
deshacerse de la sensación de la goma presionando su cuero cabelludo durante
Cuando te cambies esa ropa, claro. Eres muy mona, cariño, pero deberías
ponerte algo más sexy y tirar toda esa ropa hippy que luces, empezando por esos
pantalones tipo saco que me llevas ahora mismo —le dijo señalando sus
vaqueros con peto y tirantes.
recuerdo, como hacéis tu grupito de locas y tú. No creo que haga falta que te
recuerde que algo parecido fue lo que cambió mi vida para siempre. Y que
—Vale, vale, cariño, solo quería recordarte que a pesar de tus obligaciones
sigues siendo una chica joven y guapa que también tiene derecho a divertirse.
—Diviértete tú por mí, guapa —le dijo Daniela a su amiga dándole un abrazo.
Podrían ser distintas o tener diferentes objetivos en la vida, pero nada cambiaría
su amistad inquebrantable.
—Mirad, ahí está Javi. —Ana se apresuró para acercarse a su marido y darle
un beso en los labios que él le correspondió.
—Lo haré por ti y por esta —dijo Miriam señalando a Ana—, que también
aparcó su diversión demasiado pronto. A quién se le ocurre casarse con su
primer novio.
—No necesité de más tíos para saber que este era el definitivo —dijo su amiga
enlazando la cintura de su marido.
Sus amigas no estaban seguras si los sentimientos que podría albergar Miriam
Javi, embelesada por el chico aprendiz de mecánico que la saludaba cada día al
pasar, con sus camisetas ajustadas llenas de grasa que marcaban sus bíceps, y la
pícara mirada de sus pequeños ojos verdes. Tenía un considerable éxito con las
chicas, sobre todo cuando las invitaba a dar una vuelta en su moto y les hablaba
Miriam se agarró como respuesta a sus plegarias. Pero un día le presentó a sus
compañeras de trabajo y el chico quedó prendado de la dulzura y la sencillez de
vivienda hasta llegar a la cocina, donde depositó sobre la encimera unas bolsas
con un par de cajas de leche, un paquete de galletas y unas cuantas naranjas que
—Hola, mamá —la saludó una adolescente de doce años dándole un beso en
hacer una compra más decente. Habrá que volver a pedirle algo de dinero a la
abuela —suspiró—, si queremos comer o que no nos corten la luz. Por cierto,
¿dónde la tienes?
—Viendo la tele en el sofá. Porfa, mamá, dime que podrás estar un rato con
al pequeño salón. Allí, una anciana sentada en el sofá no quitaba ojo de uno de
los programas de cotilleo de las tardes en la televisión. En esos momentos
parecía una frágil ancianita, tan delgada, con su corto cabello teñido de un
moverse todo lo que ella quisiera, era una mujer fuerte, con carácter y una fuerte
personalidad que incluso provocaba buenos ratos de risas a quien osara hacerle
habías pedido. Toma. —Le colocó una servilleta sobre la manta de cuadros
oscuros que la cubría y le ofreció la naranja ya pelada.
—Ya vuelves a tratarme como a una inválida o a una vieja chocha. Que no
pueda echar a correr no significa que no pueda mover las manos. Y deja de
llamarme abuela, tengo nombre.
—Lo sé, Ágata, pero tanto Abril como yo nos hemos acostumbrado a llamarte
abuela.
—Pero no lo soy.
—Lo sé, eres la mujer que permitió que viviéramos en su casa cuando no
—Sí, sí, mucho quererme pero luego no haces caso de mis encargos.
—Eres una malfollada, Daniela. ¿Cuánto tiempo hace que no echas un polvo?
Nunca tienes novios o amantes y necesitas un tío que te haga pasar un buen rato.
Follar es bueno para la salud, te mantiene joven por más tiempo. Mírame a mí, si
—. Mi vida se echó a perder hace doce años, cuando se me ocurrió echar ese
bebé. Si no hubiese sido por ti no sé qué habría sido de nosotras. Y que conste
que mi hija es lo mejor que he tenido en esta vida.
—Utiliza condones, chica, que para eso están. Seguro que aquel día no usaste
nada y hasta puede que tuvieras la mala pata de quedarte a la primera. Si es que
—Anda, Daniela, acércate esa botella de anís que tienes por ahí escondida y
—¡Pues así estás de desesperada, guapa! —gritó la mujer—. ¡El día que cojas
a un tío lo destrozas!
Una risa cristalina dejó su estela por el pasillo hasta colarse directamente en el
corazón de la anciana.
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follé más en una noche que tú en un año, pero creo que eso no me parece un gran
logro.
Reunión a la vista fijo. —Solo Daniela fue consciente del rubor en las mejillas
meses de sueldo.
papeles y carpetas.
—Buenos días a todos —comenzó Ricardo—. Ante todo quería informarles
que tuve ya una reunión con el posible comprador, que sigue interesado y su
oferta sigue siendo muy buena. Pero, después de estudiar los números, la
situación y las posibilidades, he decidido que quiero mantener esta fábrica en pie
—se oyeron los primero murmullos—, para lo que volveré a pedirles su total
confianza y colaboración.
interrumpirle sin esperar que diera paso a las preguntas, pero una fuerza interior
la llevaba a enfrentarse a aquel hombre, tan lejano y tan imposible, como si lo
que muchos de ustedes tienen con las manos —dijo mirando a Daniela con
intensidad—, así que tengo plena confianza en que podremos adquirir próximos
utilizar una impresora 3D, con la que fabricaremos las piezas modelo. Yo mismo
usted, señorita Daniela? —dijo Ricardo cuando nadie pareció tener duda alguna.
—Lo hemos comprendido perfectamente, señor Rey —contestó ella—. Ya
—En ello confío —dijo Ricardo recogiendo sus notas de la mesa. Parecía
contabilidad cuando una voz conocida llamó su atención y se quedó parado tras
la puerta.
los atrasos.
—Pero necesito ese dinero hoy mismo, Susana, sino me cortarán la luz, y
—Este mes ya no nos queda nada, ya sabes que cobra una pensión miserable,
de donde ya pagamos todos los recibos, y para colmo este mes he tenido que
pedirle para los libros y varios extras, como cada principio de curso.
—Vaya —suspiró Ricardo. Por primera vez desde que llegó allí fue consciente
problemas que había ocasionado la crisis económica, pero nunca le había faltado
de nada y no estaba acostumbrado a que alguien pudiera quedarse sin
electricidad cuando le fallase el sueldo un par de meses. Y, por si fuera poco, por
ocurra decirle que yo se lo di. Dele cualquier procedencia al dinero menos esa.
—Descuide, señor Rey.
que siempre estaba nublado. Daniela no era muy bebedora de café, pero
encontraba ese escaso minuto regalado como un momento de relax, para poder
mirar por esa ventana y suspirar por salir de allí lo antes posible, del encierro de
aquellas paredes donde llevaba metida gran parte de sus últimos diez años de
vida. Los días que divisaba un tiempo lluvioso se imaginaba en su casa con su
hija y la abuela, las tres bajo una manta con un cola-cao caliente y un parchís
con el que la abuela ganaba todas las partidas. Si el día aparecía soleado,
El plan es querer siempre lo que no se puede tener, o lo que más lejos está.
aparece de repente como un Rey Midas para querer convertirlo todo en oro.
¿Eso había sido el esbozo de una sonrisa en aquel rostro atractivo pero
extrañamente imperturbable?
—En eso precisamente estaba pensando —dijo Daniela dejando enturbiar sus
—Tal vez haya sido lo mejor —dijo Ricardo mientras le daba vueltas al vaso
nuevo a irritarse al recordar lo poco que había tenido que hacer ese hombre para
ganarse su fortuna—. A veces, cuando despiertas y descubres que no ha sido más
una nube de vapor caliente, arrastrada por aquel brillo dorado que le producía
ondas en el vientre que se diseminaban hasta más allá de los hombros y la
espalda.
—Muchas cosas —contestó él susurrando igualmente.
cínica, a pesar de lo cual, Daniela pensó que no debería estar permitido que
hombres tan guapos e interesantes fueran sonriendo por ahí a chicas tan
Miriam, que las veía venir de lejos, pero luego la imagen de su hija aparecía ante
ella y ya no volvía a desear cambiar nada en su vida, por muy insulsa que
pareciera.
—Aun así —continuó—, su mundo está demasiado alejado del mío como para
que sus problemas puedan parecerse a los míos ni en una millonésima parte.
Sabía por las revistas que había tenido una prometida años atrás a la que había
dejado él, lo mismo que a Marisa, la guapa modelo que había concedido un
montón de exclusivas para explicar cómo Ricardo Rey la había abandonado a las
puertas de una boda. Y entre prometida y prometida, mujeres, cenas y fiestas, tal
Ricardo no fue consciente de cómo sus dedos apresaban el vaso vacío del café y
lo estrujaban hasta convertirlo en una masa informe. Aquella mujer lo miraba
con fascinación, tal vez con un deseo del que ni tan solo ella era consciente,
escondido tras la máscara del desprecio que decía sentir por él, y le sorprendió
veces había sentido lo que en ese momento le producía una chica de facciones
desparramarlo sobre una blanca almohada. Una chica con un aro metálico en su
labio y media docena en cada oreja, y que vestía una ropa que parecía sacada de
por mujer bien vestida, pero que ahí estaba, provocándole esas sensaciones
olvidadas. Y no se refería tan solo al tirón de su bragueta —que también—, sino
al simple deseo de seguir allí, frente a ella, para seguir hablando, para seguir
mirándola, conformándose con tan poco…
****
únicamente halló su almohada ya fría. Había olvidado su viaje, que lo haría estar
ausente durante varios días, y echó la culpa a esa ausencia el haber pasado una
noche tan incómoda, dando vueltas sin parar, con un malestar en el vientre que le
y pensó que se trataba de sudor, hasta que levantó las ropas de la cama y observó
la gran mancha roja que la rodeaba. Asustada, pulsó la tecla del teléfono que la
ponía en contacto con el servicio y se dejó caer sobre la cama. En esta ocasión,
las lágrimas que rodaron por sus mejillas no fueron precisamente de felicidad.
por sus fosas nasales. Pudo despegar los párpados excesivamente pesados y
—Te has despertado —dijo levantándose para sentarse junto a ella en la cama
aquel pueblo perdido tras una montaña. Muchos vecinos ya le saludaban al pasar
Desde que acabara esa tarde el periplo de visitas con potenciales clientes para
la fábrica, una única idea había ocupado su mente, desde que escuchara a
aunque solo estaba pidiendo lo que era suyo, debía costarle un alto esfuerzo
tener que dar explicaciones. Por eso se había propuesto averiguar en qué
condiciones vivía, saber algo más de ella, con lo que se había limitado a pasar
por el hotel a cambiarse de ropa y volver a salir de nuevo.
Aparcó el coche en la calle que había visto anotada en su ficha. Estaba muy
empinada y apenas la habitaban más vecinos, pues solo algunos campos y
La puerta cedió con un chirrido y Ricardo caminó a través del oscuro pasillo
hasta llegar a una descascarillada vidriera que daba acceso a un patio trasero, y
que en esta ocasión no pudo abrir al accionar la maneta, por lo que dio unos
leves toques en el cristal.
Cuando la puerta se abrió, una adolescente con gafas y una alta coleta apareció
ante él.
—¿Qué desea?
—Soy el dueño de la fábrica donde trabaja. —La niña pareció evaluarle con la
mirada de arriba abajo y pareció dudar, puesto que a última hora había decidido
cambiarse el traje por ropa más informal y no debía causar el efecto serio de un
jefe. Debía de tratarse de alguna hermana pequeña de la chica, aunque
gesto.
—¿Tu madre?
—¿Daniela es tu madre? —preguntó con los ojos muy abiertos. Aquella chica
nadie.
idea de disfrutar. Tanta vida sana empieza a dar asco. ¿Quién eres y para qué has
venido?
qué coño tendrá que ver que tú seas su jefe, ya no estamos en mi época, que
madre? —preguntó Ricardo a la mujer. Varias habían sido ya sus pesquisas con
nulos resultados.
altillo de la cocina.
—Señora, si Daniela se entera de que le he dado una copa de anís se enfadará
conmigo, y ya sabemos cómo se las gasta —dijo Ricardo sin poder evitar reír.
tiempo.
supiese lo que hablaban de ella en aquel momento, seguro le pitarían los oídos
más bueno. Qué guapo eres, jodío. Deja de salir ya con todas esas modelos de
plástico que cuando estén contigo en la cama temerán que se les estropee el
maquillaje, y sal con una mujer de verdad de una puñetera vez.
la mujer con sus claros ojos brillantes—. Y es lista, pues en cuanto su hija
empezó el colegio volvió a retomar los estudios de bachillerato y acceso a la
—Por no tener para pagar la matrícula ni los libros. Con la mierda de pensión
que cobro de viuda apenas podemos pagar los gastos y, por supuesto, el colegio
de su hija es lo primero.
—Vaya —dijo Ricardo llevándose los dedos al pelo para apartárselo de la cara
piedra por mirarme y le abrí una brecha enorme en la cabeza, y con el que acabé
casándome. —Ricardo fue a rebatirla pero ella no le dejó ni empezar—. Créame,
donde mejor pueden conocerse un hombre y una mujer es entre las sábanas,
guapo. Ahora tenéis facilidades, con los condones y la libertad, no como yo, que
tuve que pasarme cinco años paseando con mi novio para poder disfrutar de una
noche de bodas que fue una mierda. Si nos hubiésemos acostado antes, todo nos
habría ido mejor.
madre.
—Sí, bueno, lo que puede conocer una chica de familia payesa a la hija del
dueño de casi todo el pueblo. Si te acercabas te podías ganas una colleja. Aun así
—prosiguió la mujer—, parecía una buena chica, dominada por el déspota de su
padre, claro está, que le concertó el matrimonio con tu padre. Dicen que fue la
primera vez que se le enfrentó, pero al final, tuvo que claudicar si no quería
—No lo sé, pero imagino que sí. Solo una chica enamorada sería capaz de
por primera vez desde que intentara conocer algún dato de su origen.
discreción.
—Estaría bien, señora, se lo agradezco.
pero en directo. Joder, lo que voy a fardar delante de las otras viejas. Se van a
morir de la envidia cuando sepan que me visita Ricardo Rey en mi propia casa.
—Volveré, señora, se lo prometo —le dijo sinceramente a esa mujer que
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Por fin quedaba resuelto el problema de la luz, incluso le había sobrado algo
de dinero para poder comprar algunas cosas más con las que llenar algo la
nevera, así que Daniela se apresuró en llegar a casa y poder contar las buenas
Entró en casa, dejó las bolsas sobre la mesa de la cocina y una silueta
desconocida llamó su atención al mirar por la ventana. Apartó el visillo
hombre allí?
Mientras sacaba su pequeña compra y la colocaba en los armarios, Daniela no
marrón con cuello redondo y un par de botones en el hombro. Los últimos rayos
de sol de la tarde extraían destellos de luz de su pelo y el eco de su risa grave y
columna.
¿Por qué, por qué, por qué? ¿Por qué sentir todo eso por él? Le atraía como
ningún otro hombre lo había hecho jamás, y para colmo no había resultado ser el
hombre que ella creía, el que acabara vendiendo la fábrica para evitarse
problemas y se largara de allí sin más, sino el que trataba por todos los medios
que siguiera en pie a costa de su propio dinero, interesándose por la faena y por
los trabajadores. Pero resultaba ser el más imposible, el más lejano, un hombre
rico que nunca tendría nada serio con alguien como ella, como aquella triste
historia que le explicó la abuela ocurrida años atrás. Por mucho que la época
fuese distinta, había cosas que nunca cambiaban.
En fin, solo esperaba que se marchase lo antes posible y su vida volviese a ser
la de antes, sin soñar con miradas doradas que la persiguen o con manos
Salió al patio y se acercó a la pareja. Nada más verla, Ricardo se puso en pie y
la miró con otros ojos, más amables, como si al quitarse el traje también se
hubiese desprendido de la rigidez que parecía acompañarle continuamente.
despeinó sus mechones cobrizos y llevó hasta ella una suave fragancia a perfume
caro y a jabón de afeitar. Volvía a parecerle el hombre que ella detectó la primera
vez que le vio, bajo aquella capa de barro, con quien pareció experimentar ya
una fuerte conexión.
bajo el que asomaban unas bastas botas de gruesa suela. A su larguísimo cabello
lo adornaban en esta ocasión un par de finas trenzas a cada lado de la cara, que
había echado hacia atrás y sujetado con un pasador en forma de búho. El aro
metálico de su labio seguía llamando su atención, imaginando su sabor salobre
en su lengua…
—¿Qué haces aquí? —preguntó Daniela ignorando el trato cortés que venía
—Pues muchas gracias, señor Rey —dijo ella con sarcasmo—, por ser tan
amable y generoso.
—Estoy estudiando cualquier posibilidad de mantener la fábrica en pie —
continuó él, como si sintiese la necesidad de excusarse ante ella—. Esa es ahora
mi máxima prioridad.
qué hablar y yo empiezo a tener frío. Así que haced el favor de mover el culo y
—El señor Rey es un hombre muy ocupado, abuela. Dejemos que se marche
ya.
—Claro que sí, pero acompáñale a la puerta. Demuéstrale que no hemos
a la vetusta entrada. Abrió la pesada puerta y dejó que pasara por su lado,
Durante unos minutos ninguno de ellos se movió ni dijo nada. Ya era noche
cerrada y la oscuridad y el silencio los envolvía, rotos únicamente por la
lánguida luz de una farola al otro lado de la calle y los ladridos lejanos de los
perros.
expectación o los nervios que parecían deslizarse por su espalda como una suave
que parecían brillar en medio de la noche. Él tenía los brazos y los pies cruzados
y apoyaba un hombro en la columna de piedra.
sabe lo que hizo por mí y mi hija y el gran corazón que esconde bajo esa capa de
vieja cascarrabias.
—Tu hija parece muy madura para su edad. Cuando la he visto pensé que se
trataba de tu hermana.
—¿Por qué has venido? —preguntó Daniela sin dejar de mirarle. No podía
dejar de hacerlo.
—Te escuché decirle a Susana que os iban a cortar la luz y pensé que…
—Joder —rio ella sin ganas—. El dinero se lo diste tú, ¿no es cierto? De tu
propio bolsillo.
—El dinero para pagar vuestros sueldos y enderezar la fábrica también es mío
—Por supuesto —dijo ella furiosa. Sin darse cuenta, se había acercado y
mí. Te has debido de sentir Dios cuando sacabas tus billetes y los tirabas sobre la
mesa.
—Lo siento —dijo él sorprendido por la furia que desprendían aquellos ojos
—Las tres hemos sido capaces de salir adelante durante doce años. No
necesito tu limosna.
Todavía estaba frente a él, muy cerca. Alzó la cabeza y leyó en su rostro el
años encerrada en esa fábrica, sin salir de aquí, sin expectativas o ilusiones, sin
poder ofrecerle algo mejor a mi hija, y tal vez he pagado esa frustración contigo.
Lo siento.
—Más debería sentirlo yo, por no haberme preocupado antes, por no saber
parecía escuchar los envites contra las costillas. Hacía tanto tiempo…
Sin pensarlo, fue subiendo sus manos, lentamente, hasta posarlas sobre el
pecho masculino. Notó bajo sus palmas el calor que desprendía la lana, y sintió
el bombeo de su corazón, pero solo durante un diminuto instante. Ricardo,
a la suya, cerró los ojos… y se topó con el vacío cuando él la volvió a rechazar
volteando su cara.
—Oh, Dios —se lamentó avergonzada—. Lo siento. Tal vez tú… tienes otros
gustos.
Entiendo que no me parezco en nada a las atractivas mujeres con las que te
codeas, que ninguna de ellas ha llevado nunca esta desgastada ropa, o un pelo sin
cuidar y unas uñas mordidas. Seguro que sus joyas son diferentes a los aretes de
plata que llevo en mi boca o mis orejas, o estas pulseras hechas a mano…
—¡Cállate, Daniela! —gritó Ricardo con furia al tiempo que la volvía a
mujeres con vestidos de firma y cabellos teñidos o uñas postizas? ¿Que te deseo
mucho más que a cualquiera de ellas? ¿Que muero por pasar mi lengua por ese
piercing de tu labio? ¿Que quise follarte la primera vez que discutiste conmigo?
Una capa de fuego pareció descender y cubrir por entero a Daniela. Palabras
crudas y directas que la habían excitado y la habían hecho desear a un hombre
—Pero me has rechazado dos veces —le dijo Daniela—. No has querido que
salir corriendo de allí. Hacía demasiado tiempo que el contacto real con una
aprovecharse de él. Pero Daniela era distinta, al menos parecía distinta, y por
eso… debía saber qué clase de hombre era él.
Sin darle tiempo a reaccionar, se abalanzó sobre ella y se apoderó con furia de
haciendo chocar sus dientes, hasta que la cabeza de la chica golpeó contra la
dura piedra. Sus manos aferraron sus glúteos por encima de la tela del vestido y
encajó su duro miembro entre sus piernas de una fuerte embestida. Daniela, sin
poder respirar, cerró sus manos apresando su jersey, aceptando en su boca los
envites de su lengua, los mordiscos en sus labios, inflamada por aquella mezcla
de tortura y placer. Una latente humedad brotó de entre sus piernas al instante,
dejando escapar un gemido ahogado cuando el miembro duro como una roca
empujó con fuerza sobre su pubis. Ya no podía pensar, solo deseaba que ese
hombre le subiera el vestido, le abriera las piernas y la penetrara allí mismo, en
la calle.
Pero cuando más intenso era el pálpito en su sexo, Ricardo se apartó de ella
tan bruscamente como había empezado. Daniela sintió latir sus labios, doloridos
—No lo creo —le dijo ella un poco más repuesta—. Tú no eres así, lo has
—¿Se puede saber qué coño te pasa? —exclamó ella apartándolo por primera
en los bolsillos.
—No sé qué clase de máscara utilizas para no acercarte a las personas, pero
déjame decirte que no te va en absoluto. Te he visto hablando con la abuela, del
—Déjalo, Daniela —dijo Ricardo con semblante de tristeza—. Creo que será
mejor que me vaya. No deseo seguir hablando de mis buenos modales. Nos
vemos mañana en el trabajo.
poco me lo pierdo!
vale.
—No pongas esa cara de niña pudorosa —le recriminó la mujer—. Y no cuela
Porque te des un revolcón con un tío bueno a nosotras no nos va a pasar nada.
—Sabes que no me gusta el aquí te pillo aquí te mato, abuela, y si esta vez
estoy dudando es porque él me gusta, me gusta mucho. Pero él… no sé, me
confunde. Dice sentirse atraído por mí pero luego se larga. Para colmo no es un
hombre cualquiera, es Ricardo Rey, el dueño del lugar donde trabajo, guapo,
rico, sofisticado, acostumbrado al lujo y al dinero.
—Tienes razón —dijo Daniela dejando escapar una carcajada—. Tal vez ha
—Adelante, pequeña, vive —dijo la mujer con un extraño brillo en sus ojos—.
Por cierto, ¿qué tal besa? Ha debido meterte la lengua hasta la campanilla.
****
tan solo caricias. Su olor y su sabor casi lo obligan a gritar de placer y los
movimientos de su pelvis estuvieron a punto de hacerle explotar.
ya si no quería volverse loco. Sobre todo para olvidarse de esa chica a la que no
Seguía abstraído en las imágenes de los planos de diversas piezas, pero algo
dinero y clase pero sin tiempo para socializar, donde, tal vez un día no muy
lejano, se vería obligado a participar, únicamente para desahogar su cuerpo
frustrado.
Sin poder parar sus dedos, Ricardo abrió de nuevo el chat, donde un día una
persona en quien podía confiar, la única a quien confesar mis sentimientos, mis
****
Con el pincel entre los dedos, Elia miraba el lienzo que permanecía en blanco
por bueno.
Soltó el pincel, volvió a recostarse en la silla e inspiró cerrando los ojos.
Amanecía y los primeros rayos de sol iluminaban ya la estancia de la casa que
Arturo había acondicionado como estudio de pintura para ella. Era una
habitación espaciosa, de grandes ventanales y blancas paredes donde Elia se
encerraba durante horas para poder pintar, su afición y su refugio desde que su
Cuando llegó hasta ella, se colocó a su espalda y la rodeó con sus brazos
temprano?
—Sí, llevo demasiados días en casa y necesito volver al trabajo —dijo
mientras se introducía en la ducha.
—Tienes el estudio —le dijo él sin dejar de observar su propio rostro cubierto
de espuma en el espejo.
—Necesito estar en algún lugar que no sea dentro de esta casa. Volver a la
galería me irá bien.
—De acuerdo, cariño, como quieras. —Arturo la observó salir del baño con el
albornoz y siguió contemplando su imagen a través del espejo que tenía ante él.
ropa y se la iba colocando con rapidez. Arturo tragó saliva. Sabía que la
recomendación del médico había sido de esperar unas seis semanas hasta
reanudar su vida sexual y solo habían pasado tres, pero su cuerpo seguía
reaccionando a ella como el primer día. Tendría paciencia y esperaría, con tal de
esperar su total recuperación, pero había otro aspecto que él llevaba bastante
peor que su abstinencia sexual. Era la distancia que ella estaba creando entre los
dos, tensándose cada vez que la tocaba, alejándose de él cada vez que se
acercaba, estableciendo entre ellos un muro de frialdad. Por mucho que los
médicos le hubiesen asegurado que todo marchaba bien y podrían volver a
sola lágrima.
—He quedado para desayunar con Martina y Raquel, así que me voy ya.
—Hasta luego preciosa. —Le dio un beso en sus fríos labios y la vio alejarse
hacia la puerta.
Más tarde, Arturo pensaría que apenas lo había llegado a mirar a los ojos
desde que la contemplara esa mañana en su estudio, tan lejana y tan hermosa que
—¿Que Ricardo Rey te besó? —exclamó con voz aguda Miriam mientras
—Joder hija, comprende que escuchar algo así de buena mañana te despega
estrellas…
fue más bien brusco, pasional, incluso desesperado. Además, me dio a entender
vaya tirando a la primera que se le ponga a tiro. Tal vez nos encontramos ante un
extraño caso de hombre que medita dónde la mete.
—Joder, Miriam —dijo Ana con una mueca de asco—, no empieces con tus
guarradas.
—Nada de guarradas, chica fina. Nuestra querida Dani debe estar ya que echa
humo, así que un morreo con ese pedazo de tío más un poco de sobeteo, da como
resultado que se le haya despertado esa parte del cuerpo que debe estar más
—Vale —rio Daniela—, pero tampoco hace falta que seas tan gráfica. Eres
puesto de trabajo. Allí les esperaban las pruebas de unas piezas nuevas que
vale, entiendo que debería hacer una reestructuración de cajón de ropa interior.
—Por no hablar del resto de tu ropa.
—Está bien, ya veremos qué hacemos con ese tema. Cuando llegue el
momento ya compraremos algo barato o te prestaré algo que se me haya
quedado pequeño.
—Nadie ha dicho que ese momento esté por llegar —dijo Daniela sin levantar
por hablar, pero, sinceramente, Daniela sabía que ese momento acabaría
llegando. Era algo que no podía explicar pero de lo que estaba prácticamente
segura: que se acabaría acostando con ese hombre. No sabía si una sola vez o
quizá más, si solo sería sexo o tendrían una aventura, pero su corazón le decía
que ya no había vuelta atrás. Tras tantos años de negárselo, ahora no podía huir
de ello—. De todos modos, algo de ropa interior sí me gustaría comprar. ¿Me
—Con un hombre.
—Gracias por la aclaración, ahora ya nos dejas más tranquilas —ironizó Ana
pelos y señales, como ella solía hacer hasta para describir un encuentro sexual en
un lavabo.
—Atención, chicas —susurró Ana—. Encargado y jefazo macizo a las tres.
Las chicas callaron y continuaron con su tarea mientras esperaban que los
hombres se acercaran. Daniela no pudo evitar mirar a Ricardo por el rabillo del
—¿Qué tal la prueba? —le oyó decir mientras solo podía ver una mano y un
—Bastante bien —contestó ella con voz de carraca, con lo que se vio obligada
a carraspear un par de veces—. Es bastante sencilla de montar, aunque la
lo que Daniela vio aparecer su otro brazo por el otro lado y se sintió totalmente
rodeada por él. Sintió su barbilla y su aliento en la parte superior de su cabeza y
quedó rígida en la silla, sin dejar de mirar ahora su otra mano, en cuya muñeca
brillaba el otro gemelo y un gran reloj con pinta de costar bastante más dinero
del que podría ganar ella en seis meses—. Sí, ya lo veo. Pero no os preocupéis.
Mañana mismo llegan refuerzos y la maquinaria nueva. —Volvió a separarse de
ella, con lo que pudo dejar escapar el aire que había estado manteniendo en sus
pulmones.
decir, pero creo que necesito un polvo ya, a poder ser con el hombre que rescaté
del barro y que me besó en la puerta de mi casa como si fuera a acabarse el
de pestañas y una nueva pasada de rojo carmín en sus labios, aunque sonrió al
pensar en lo poco que le iba a durar. Admiró el resultado final, pues aunque
sabía de antemano que los hombres se sentían atraídos por su bonito rostro de
labios sensuales y mirada profunda, le gustaba resaltar sus atributos físicos para
amigas, pero no podía hacer nada si quería reducir al máximo las posibilidades
de que su relación fuera de dominio público en un pueblo tan pequeño. Por eso
quedaban en verse en Barcelona, donde no correrían el riesgo de que nadie los
decirles? «Chicas, me he liado con Leo, el encargado del trabajo, que como ya
sabéis, está casado, tiene dos hijos en el instituto y acaba de cumplir cuarenta y
Por fin, un último giro y ahí estaba la calle donde se reunían. Divisó a Leo
dejado caer sobre la fachada de un edificio junto a la parada del autobús,
apoyando un pie en la pared en actitud indolente. Vestía unos vaqueros, un jersey
y una chaqueta de cuero negra, y daba calada tras calada al cigarrillo que
sujetaba entre sus dedos. No era un hombre de físico llamativo, pero era muy
alto, con un rostro duro de facciones marcadas, de cuadrada mandíbula y
hoyuelo en la barbilla, y los ojos más verdes que Miriam había visto en su vida.
Era serio, poco hablador y un poco gruñón, nada más lejos de ella, pero era
pasaban la mayor parte del poco tiempo que disfrutaban juntos. Como en esa
Bajó, por fin, del autobús y aceleró el paso hasta llegar a él. Cada vez que
adolescente, cuando quedaba a hurtadillas con los chicos más conflictivos del
pueblo, aunque con Leo ya comenzaba a sentir cosas más intensas y prefería no
pensar en ello si no quería sufrir por lo que empezó siendo una aventura
excitante y había acabado desembocando en algo más serio, al menos para ella.
—Mmm, es que cuando me besas ya no puedo parar —le dijo ella con su
Sonriendo los dos, agarrados de la cintura, cruzaron la calle en busca del hotel
donde solían quedar, situado en una de las muchas callejuelas de la zona del
Justo antes de llegar, mientras continuaban con sus risas mezcladas con besos, un
taxi paró justo al otro lado de la calle y de él emergió un hombre bien vestido.
Miriam agarró fuerte la chaqueta de Leo y tiró de él hasta poder camuflarse tras
una furgoneta aparcada.
—Mira, Leo, ese tío es Ricardo Rey. ¿Qué coño hará en una zona como esta?
—Pues viendo dónde acaba de entrar me lo puedo figurar.
la fachada principal es una sala de fiestas pero esta entrada trasera te ofrece otros
servicios y mayor discreción.
—¿Qué clase de servicios? —preguntó Miriam con la congoja instalada en su
pecho. Recordó a su amiga Dani, ilusionada por tener algo con ese hombre.
no deseen dar explicaciones. Está restringido a gente de alto nivel y solo es para
contactos esporádicos. Así que imagina qué está haciendo aquí nuestro jefazo.
—¿Y tú cómo sabes todo eso? —le preguntó ella achicando los ojos.
hombre.
—Lo siento por Dani —volvió a lamentarse Miriam, sobre todo cuando, solo
unos minutos más tarde, Ricardo volvía a salir del local junto a una guapa y
enterarse que colecciona chochetes y ella solo puede aspirar a ser uno más.
—Las mujeres os coláis enseguida por un tío —le dijo Leo entrando ya en el
sencillo hotel que habían elegido. Pagaron en efectivo a una mujer que veía la
—Y los tíos sois todos unos cerdos egoístas que solo buscáis echar un polvo,
subiros la bragueta y desaparecer.
su chaqueta y su jersey, enfebrecidos los dos por tenerse desnudos por fin.
ruido, y Miriam enterró sus dedos entre el oscuro cabello del hombre mientras
este bajaba por su cuerpo hasta hundir su rostro entre sus piernas.
metía al mismo tiempo dos dedos en su vagina. Ella sabía que no podía resistirse
fuertes jadeos.
—Por supuesto. —Miriam estiró el brazo para dar con su bolso y extraer de él
un bote de lubricante que le ofreció a Leo.
Nunca había probado ese tipo de penetración, pero cuando Leo se lo pidió ella
tierna carne de sus nalgas. Desplazó una mano hacia su sexo y buscó su clítoris
para frotarlo con fuerza, empujando y golpeando, hasta que echó la cabeza hacia
atrás y emitió un potente rugido al tiempo que ella gritaba de placer, dejándose
acorraló contra una pared y la besó con pasión, antes de que se montaran en el
coche e hicieran el amor en su interior. Desde entonces, entre vagas promesas
por parte de él y demasiadas ilusiones por parte de ella, se veían como amantes
furtivos, sin que ello complaciera ya a la joven, que veía como las palabras de
su amante se desvanecían como vapor en el aire. Miriam volvió a tener presente
a su amiga, y no pudo evitar darle algunas vueltas al tema del poco compromiso
de los hombres y lo idiotas que a veces podían resultar las mujeres. Comenzando
paquete de cigarrillos para encenderse uno. Dio una larga calada y expulsó el
humo por la nariz mientras se levantaba y miraba por la ventana—. Sabes que no
puedo dejar a mi familia así como así.
—Claro, para poder hacer conmigo las cosas que tu mujer no te permite hacer,
mujer.
—Miriam, joder, que ya somos mayorcitos —dijo él tratando de quitarle
importancia al asunto, al hecho de que él seguía teniendo una familia, unos hijos
y una mujer con la que dormía cada noche. Y Miriam cada día sufría más.
—Vete a la mierda, gilipollas. —La joven se levantó con celeridad y fue en
busca de su ropa, aún esparcida por el suelo.
—Eh, cariño —le dijo él con suavidad cogiéndola por la cintura desde atrás y
—Se me está haciendo eterno, Leo —se lamentó ella intentando aguantar las
lágrimas—. Me he enamorado de ti como una completa imbécil y lo estoy
—Chsst, calla —le susurró al darle la vuelta para ver su rostro y levantarle la
barbilla con un dedo—, no llores. Confía en mí, ¿de acuerdo? —Poco a poco, la
Le abrió las piernas y la penetró con suavidad. Y dejaron pasar la noche, juntos,
****
totalmente ocasional.
Tras haberse puesto de acuerdo en el local acordado para un encuentro
inmediato, la pareja bajó del taxi y atravesó la elegante recepción del hotel para
dirigirse al ascensor y a la suite donde Ricardo se hospedaba. La mujer,
prototipo de mujer que Ricardo escogía para ese tipo de encuentros, como si de
esa forma quisiese demostrarle a todas ellas que ahora era él quién se
con lo que me iba a encontrar, hace ya mucho tiempo que te habría buscado.
—Pues si ya está todo claro, puedes comenzar a quitarte la ropa. Colócate
se puso delante del gran espejo que ocupaba una de las paredes del dormitorio.
Se bajó el vestido y se quitó el sujetador y las bragas mientras Ricardo se
desprendía de sus ropas y se tumbaba desnudo sobre la cama.
ella en el espejo. Sus manos ya habían comenzado a danzar solas y amasaba con
—Sí, eres muy guapa. —Ricardo alternaba su vista entre la figura real de la
—Deja de hablar y pellízcate los pezones. Muy bien, así. Ahora más fuerte.
tumbó sobre la mullida alfombra, abrió sus piernas y le mostró a Ricardo su sexo
abierto mientras introducía el dedo corazón en su interior. Él salió de la cama y
se dejó caer de rodillas junto a ella, sin tocarla, agitando con fuerza su miembro
con una mano mientras con la otra amasaba sus testículos con fuerza—. Métete
otro dedo —pidió él.
—Sí… —La rubia mujer hizo lo que le pedía y sus caderas comenzaron al
¿Estás seguro de que no quieres algo más de… contacto? Soy muy buena con la
boca.
minutos después, vestida, maquillada y sin un pelo fuera de lugar, como si fuera
la autora del manual: «Sé infiel sin que nadie lo note».
Ricardo la vio cerrar la puerta y se dirigió con presteza a la ducha, donde, bajo
el chorro del agua, intentó hacer desaparecer la extraña sensación que lo acababa
de cubrir, como un manto de culpabilidad, sin poder hacer nada por quitarse de
la mente la imagen de un rostro femenino de suaves facciones, ojos verdes y un
piercing en el labio.
****
el radiante sol del mediodía, la pesada puerta de madera no podía esconder los
años vividos a la intemperie, lo mismo que las paredes de piedra que componían
la fachada.
Como siempre, la puerta cedió con un leve empujón y Ricardo atravesó el
oscuro y largo pasillo que recorría la casa de lado a lado hasta llegar al salón y
de ahí al patio. Una de las puertas del corredor llamó su atención. Estaba abierta
y dejaba entrever una habitación infantil, con muebles sencillos y una decoración
repleto de libros.
—Hola, Abril —la saludó Ricardo desde la puerta—. Creo que un domingo
ausencia de parecido con su madre, con lo que resultaba evidente que aquellas
facciones debían semejarse a las del desaparecido padre. Sin poderlo evitar, un
ramalazo de celos inundó su cuerpo al pensar que cada vez que mirara a su hija,
—Otro como mi madre —dijo la niña poniendo los ojos en blanco—. Mire, ya
he explicado muchas veces que apenas tengo amigas, solo una tan estudiosa
como yo, pero para el resto ni siquiera existo, así que lo único que me queda es
estudiar, porque me gusta y porque me hace sentir bien. El resto de chicas solo
—¿A usted?
—Llámame Ricardo, por favor. Y sí, a mí, porque yo también era estudioso y
tranquilo, y tenía pocos amigos. Para colmo, mi hermano pequeño, aunque
reparaban, a no ser que fuera para pedir mis deberes o para preguntarme alguna
duda.
hacer lo mismo.
—No entiendo.
necesite tu ayuda podrá venir a tu casa y le ayudarás con los deberes y los
exámenes. Pídeles algo de dinero, aunque sea algo simbólico.
—No sé…
—Verás cómo poco a poco te entiendes mejor con ellos, harás unos cuantos
amigos más y seguirás haciendo lo que te gusta. A mí, al menos, me fue bien.
Nunca llegué a ser como mi hermano, pero nadie debe pretender parecerse a
nadie o ser lo que no es. Tú y yo somos más tranquilos y nuestro número de
amigos nunca será muy amplio, pero cada uno de nosotros tiene su público, y lo
que importa es ser fiel a uno mismo. Eres muy valiente por decidir seguir siendo
como eres.
—Tal vez lo intente, señor… —sonrió y rectificó—, Ricardo.
—Y ahora, si te parece, podríamos ir a ver cómo va la comida y echar una
mano.
—¿Qué has traído? —preguntó la joven señalando una bolsa que Ricardo aún
llevaba en la mano.
—Lo es, pero no suelen invitarme a comer muy a menudo, así que, la ocasión
lo merece.
siquiera tengo teléfono móvil, con lo que paso irremediablemente a formar parte
—Todavía eres muy joven para tener un móvil, ¿no? —sonrió Ricardo—. O
tal vez yo ya me he quedado desfasado.
ordenador que casi funciona a vapor y pillamos el internet del vecino más
cercano. Pero entiendo que mi madre ya hace todo lo que está en su mano,
—Abril —se escuchó la voz de Daniela desde la puerta—, ayúdame con la…
—calló al ver a Ricardo junto a su hija—. Ya estás aquí —dijo seria.
—Hola, Daniela. —El hombre se puso en pie cuando la niña ya había salido
por la puerta en dirección a la cocina, y apenas pudo acabar su saludo cuando
contempló a la chica que atormentaba sus sueños con su evidente cambio de
look. Aunque seguía vistiendo sencilla, Daniela había cambiado sus ropas
largo cabello lucía suelto, solo apartado un poco de la cara por su pasador con
forma de búho, y junto a la fila de pequeños adornos plateados de sus orejas,
Todos los pensamientos que había ido razonando las últimas horas sobre la
momento. No podía evitar sentirse irremediablemente atraído por ella, por cómo
le plantaba cara a él y a las adversidades, por cómo había criado sola a su hija,
por cómo había organizado su vida. Y por supuesto, por cómo lo había besado y
cómo la imaginaba desnuda en una cama junto a él…
—La abuela está en el patio —le dijo Daniela de forma abrupta. Acto seguido,
se dio media vuelta y desapareció por la puerta de la cocina.
Algo sorprendido por esa fría bienvenida, Ricardo la siguió. Daniela andaba
de acá para allá, vigilando la comida del horno y sacando algunos objetos de los
armarios, sin mirarle en ningún momento. Él sacó la botella de vino y ella, sin el
más mínimo agradecimiento, se la quitó de las manos y la metió en la nevera.
—Iré a ver qué hace Ágata —le dijo tras esperar sin éxito que ella volviera a
hablarle o a mirarle.
bajo la sombra de una pequeña carpa que habían montado. Habían dispuesto
también el resto de sillas y una mesa con un bonito mantel de flores, y los
—¿Me has traído lo que te dije? —dijo la mujer nada más verle aparecer.
inclinó hacia ella y le dio un beso en la mejilla al tiempo que introducía bajo su
administrarse bien.
—Perfectamente —le dijo ella con el rostro sonrosado y los ojos brillantes—.
Siéntate, guapo, y deléitame con tu visión. Hace tanto tiempo que un hombre
joven no pisa esta casa que casi se me había olvidado cómo son, y si encima
dejó hace ya demasiados años, pero yo ya había vivido lo que tenía que vivir. En
cambio Daniela… ella y su hija merecerían tener una familia más normal que
una vieja decrépita como yo. Ya es hora de que se busque un marido, o un novio,
o un amante, lo que sea que la haga feliz.
la atractiva imagen que reflejaba ese día. Sin tener que recurrir a alguno de sus
formales trajes, se había arreglado con un pantalón oscuro y una camisa azul que
le sentaban de maravilla, y a la luz del día su pelo parecía aún más cobrizo y sus
minuto de su pensamiento.
Menudo primor de mujer. No solo ha pedido prestada esta carpa a unos vecinos,
sino que ha arreglado esta vieja mesa y las sillas que estaban en la buhardilla con
«Tendría que haber dejado su silla sin arreglar, astillada, con los clavos
oxidados y con las puntas hacia arriba, a ver si se le clavaban en los huevos…»
algún cotilleo.
dorado y crujiente cordero al horno con patatas—, por ejemplo, estuve saliendo
durante un tiempo con Blanca Mateo, la actriz y modelo que a todo el mundo le
parece tan humilde, sencilla y perfecta. Pues nada más lejos. Resulta que ha
pasado tantas veces por el quirófano que si viese su imagen tal cual sería, no se
Unos minutos más tarde, los cuatro se dedicaban a dar cuenta de la suculenta
comida, entre las risas que provocaba la abuela y las anécdotas de Ricardo, pero
Daniela apenas hacía comentario alguno. Reía alguna gracia de la anciana pero
no dejaba de mirar al plato, sin levantar la vista un solo instante a pesar de estar
sentada frente a él. Probó el vino que él mismo sirvió y se limitó a decir que
estaba bien.
—Está muy bueno lo que has preparado —le dijo Ricardo intentando entablar
—Tu jefe solo quería alabarte —dijo la anciana—, así que deja de comportarte
quitaron los platos de la mesa, sin esperar siquiera a que Ricardo acabara.
Daniela le cogió el plato y le arrancó el tenedor de la mano poco antes de
llevárselo a la boca.
—No entiendo qué le pasa hoy —dijo la mujer—. Esta mañana temprano
recibió la visita de su amiga la pelirroja y se escuchaban las risas por toda la casa
porque le traía ropa para estar un poco más guapa para ti, pero poco más tarde,
todo fue silencio de nuevo y tiró esa ropa contra el suelo. Aún no entiendo cómo
acabó por decidirse a ponérsela. A veces no hay quién entienda a esta chica.
—Estará cansada —la excusó—. Por cierto, señora Ágata, ¿ha sabido algo
más de aquello que hablamos? ¿De algo relacionado con mi madre?
—Ah, sí, tu madre. —La mujer sacó con presteza un cigarrillo bajo la manta y
yo, aunque sí que se habló de un misterioso hombre con el que pudo tener alguna
relación. —Expulsó el humo con los ojos cerrados y el rostro radiante de placer
—. Creen que se veía a escondidas con algún hombre del pueblo que su padre
—La verdad es que no, nadie los vio nunca juntos, excepto, supongo, la
humo antes de tirarlo al suelo y pisarlo hasta retorcerlo contra la tierra del suelo
—. Si no sabemos nada de ese hombre o su familia, no podemos averiguar nada
más. ¿Por qué tanto empeño en saber de esa historia? Tu madre se casó poco
después con tu padre, tuvo a sus dos hijos y poco más que añadir hasta que la
pobrecilla murió en aquel avión.
—Pues…
—Aquí tenéis. —Daniela apareció y soltó de golpe los platos con el postre
que le va mejor.
Daniela.
—Tal vez es eso lo que vas diciendo por ahí pero luego solo te gusta comerte
hija. Abril fue a decir algo, pero la anciana le hizo un gesto con la mano para que
—Sí, eso he dicho. —La joven se puso en pie y apoyó las palmas de sus
la que disponían.
—¿Se puede saber qué te ocurre conmigo? ¿A qué vienen todas esas palabras
sin sentido que estás soltando desde que llegué?
—Mira, creo que será mejor que te marches ya. Eres el amo y señor del lugar
donde trabajo y no pintas nada aquí, en una casa donde no hay lavavajillas o aire
acondicionado, y mucho menos un ejército de criados como al que tú estás
acostumbrado.
—Das a entender que soy yo el que te discrimina —le dijo él furioso, un
estado al que casi nadie le había hecho llegar nunca— pero eres tú quien lo hace
oscilaban en sus orejas y el fuego verde de sus ojos se clavó en el brillo dorado
de los de él—. ¿Acaso el señor Rey no acepta no ser el centro de atención? ¿Está
en la mejilla—, creo que será mejor que me vaya. Iré a despedirme de la abuela
y de tu hija.
árboles que aún permanecían sujetas a las ramas, conformando la única sinfonía
—Pero antes —le dijo Ricardo tomándola por los hombros y apoyándola
sobre la columna de piedra donde la besó la última vez— vas a explicarme qué
—Me diste a entender que te gustaba —le dijo ella sin contemplaciones—, o
al menos eso entendí yo. —Ricardo la miró apesadumbrado, con sus tristes ojos
dorados más apagados que nunca. Introdujo sus manos en el largo cabello
—Y me gustas, Daniela.
—Pero no soy lo suficientemente buena para ti.
—¿Por qué dices eso? —dijo mirándola de nuevo.
Barcelona.
—Yo… —Ricardo titubeó, sorprendido porque ella dispusiera de esa
información, pero decidió que aquella era la ocasión exacta para que Daniela
dejara de pensar que podrían tener una mínima oportunidad—. ¿Y qué pensaste,
del momento en que Miriam le explicó que lo había visto mientras ella salía con
que no conocías apenas su existencia y crees que puedo ser el juguetito que te
alejado de ti.
—¿Por qué? —le preguntó ella cuando lo sintió sobre su cuerpo, expeliendo
su aliento en su rostro—. No soy tan ingenua como para esperar de ti otra cosa
que no sea un revolcón, pero, ¿cómo puedes desearme a mí y tirarte a otra?
por ti, es por mí», menuda gilipollez. Me gusta saber por qué me rechazan.
—¡Joder, qué cabezota eres! ¿Por qué insistes? ¿A eso aspiras, a follar
conmigo y que luego me despida sin más?
imaginas.
—Yo tampoco.
—Joder. —Ricardo cerró los ojos. Con esa mujer la suerte estaba echada y
solo había una manera de poder quitarle de la cabeza cualquier pensamiento
romántico—. Está bien, si eso es lo que quieres, quedaré contigo en cuanto tenga
listo mi próximo alojamiento. —Tras entender que su estancia en aquel pueblo y
sus negociaciones para levantar la fábrica iban a ir para largo, había decidido
alquilar un apartamento en un pueblo cercano para no resultarle demasiado
visible a la prensa—. Vendrás, follaremos, después te largarás y se acabó. Es lo
único que aceptaré. —Eso si ella no salía pitando en cuanto intuyera sus
intenciones.
—De acuerdo —dijo ella levantando la barbilla, como si pretendiese
—Aún no sé qué noche me irá bien. Ya te avisaré. —Se alejó de ella y accionó
todoterreno y desapareció tras las sombras del crepúsculo. Sin una despedida, sin
propio interior.
****
espacio hasta ponerse al día. Ya era tarde y estaba cansada, pero había llamado a
casa y Arturo todavía no había llegado, con lo que prefirió dejar pasar el tiempo
hasta poder saber de él. Volvió a mirar el móvil que permanecía silencioso sobre
la mesa, sin mensajes, sin llamadas. Cada vez que había pulsado para ponerse en
reprenderse a sí misma por tener esa reacción frente a la visita siempre querida
de su hermano y Raquel.
—Ya no deberías permanecer aquí sola a estas horas —le dijo Pablo tras otro
tarea. La semana que viene tenemos varias exposiciones y todo debe quedar
preparado.
—Mañana será otro día, Elia —le dijo su hermano cuando entraron en el
coche—. Ahora será mejor que te llevemos a casa.
—Si no os importa —dijo Elia abrochando su cinturón en el asiento de atrás
anímicamente no?
adelante.
mayoría de negocios bajaban sus persianas, aunque todavía la gente llenaba las
aceras bajo la luz de las farolas, y el tráfico seguía siendo denso en el centro de
la ciudad—, puesto que solo fue un descuido. De momento dejaremos las cosas
como están.
—Pues que sepas que Martina y yo ya hemos estado mirando modelitos.
paisaje nocturno. Pablo y Raquel se miraron. Esperaban que fuese como Elia
decía y que todo fuese una cuestión de tiempo.
—Ya hemos llegado —dijo su hermano—. ¿Estás segura de que Arturo está
todavía aquí?
—Se ve luz en su planta, seguro que es él —contestó Elia bajando del coche
en sus últimas semanas con Arturo, en sus constantes desprecios hacia sus gestos
mañana.
Tal vez, deberían haber hablado del tema tranquilamente, para poder
angustia, que no eran otros que el temor a perderle cuando se cansara de mimarla
ser, que no debía sentirse obligado a nada. Pero, al mismo tiempo, necesitaba
abrazarle y besarle, darle las gracias por su paciencia infinita y por esperarla.
diálogo que sostenían las dos personas que componían dicha escena.
—Arturo, mi amor —decía una mujer, de unos treinta y cinco, alta, rubia,
eso me hace desearte muchísimo más. —La mujer, con la mano cada vez más
arriba, casi en la bragueta de su pantalón, posó sus labios rojos en la comisura de
Adán.
—Me halagas, Diana —dijo un Arturo sonriente que se dejaba hacer—, pero
casi vacías sobre la mesa y una botella y una cubitera justo al lado. Los cubitos
se habían transformado ya en agua, señal inequívoca del rato que hacía que
Elia dejó de respirar. El hombre que ella divisaba en ese momento, en cuyo
Pensó en retroceder y echar a correr, pero hacía mucho tiempo que ella no se
amilanaba ante nada, y mucho menos ante algo tan obvio.
—Hola, Arturo —dijo tan tiesa y envarada que temió partirse por la mitad—.
—Diana —dijo aún sentado, con una leve crispación en su semblante—, esta
es Elia, mi mujer.
hacia la salida.
—Elia, cariño… —dijo Arturo poniéndose en pie y dirigiéndose hacia ella.
—Ni te acerques, cabrón.
—Elia, por Dios, no saques conclusiones tan rápido, como sueles hacer
siempre.
—Oh, claro —dijo Elia con una carcajada sarcástica—, cómo he podido ser
tan malpensada. Esa mujer que te sobaba el paquete y te besaba debe tener un
buen motivo para comportarse así. Pero qué tonta soy —dijo dándose en la
frente.
—Pues sí, precisamente —dijo Arturo—. Esa mujer es una clienta muy
importante que piensa gastarse varios millones en algunas compras que nos
—Nunca he llegado tan lejos por cuestiones de trabajo, Elia, tan solo he de ser
—Pues perdona que te diga, pero algo no has debido hacer bien, Arturo,
porque no me gusta saber que mientras dices estar trabajando te dediques a darte
el lote con las clientas. Ahora imagíname tú a mí besándome con cada posible
comprador de alguno de mis cuadros.
—Deberías saber —dijo Arturo aún más serio— que desde que estamos juntos
no he vuelto a besar a otra mujer que no seas tú.
—¿Es ese un estúpido juego de palabras? —dijo furiosa—. ¿Quieres decir que
tú no las besas a ellas pero ellas a ti sí? Ahora ya he escuchado bastante —e hizo
el amago de darse media vuelta.
—¡Escúchame! —le gritó él por primera vez esa noche—. No me había vuelto
a encontrar con una clienta tan insistente desde hacía mucho tiempo, y deja de
creer que esto me ocurre cada día. Estoy tan sorprendido como tú. No sabía
—Observó con pesadumbre la sombra que oscureció los bonitos ojos de Elia—.
—Si hablaras de ello, tal vez podría entenderlo. Si me contaras lo que sientes,
tal vez podría ayudarte, pero, como siempre, eres una caja cerrada, Elia, que solo
se abre cuando lo cree oportuno, y empiezan a faltarme las fuerzas para seguir
intentando abrirla.
—No voy a exigirte más esfuerzo, Arturo. Quizá con el que le dedicas a la
Cuando entraron por la puerta, Elia caminó con presteza hasta el dormitorio,
abrió el vestidor y sacó una maleta del altillo que, sin mirar apenas qué
introducía en su interior, comenzó a llenar.
—¿Se puede saber qué haces, Elia? —le dijo Arturo, intentando tragarse el
pánico que lo estaba asolando.
—Deja eso ahora mismo, cariño, no entiendo que esto esté llegando tan lejos.
No voy besuqueándome con nadie por ahí, hoy ha sido algo casual que no me
esperaba y…
—Ya no se trata de eso, Arturo —dijo Elia sin dejar de buscar entre su ropa
interior—, sino de que creo que necesitamos un paréntesis en lo que sea que
tenemos tú y yo.
—¿En lo que sea? —gritó—. ¡Te quiero, Elia! Hace tan solo unas semanas
semblante adusto.
—No te dejo —dijo haciendo rodar la maleta—. Solo será un tiempo de
reflexión.
—Ya —contestó taciturno—. ¿Dónde vas a estar? —le preguntó dejando caer
sus hombros.
—En casa de alguno de mis hermanos —dijo mientras bajaba las escaleras
hacia el vestíbulo.
—¿Me llamarás? —preguntó—. ¿Nos veremos?
Arturo tuvo que disponer de hasta el último gramo de coraje para dejarla
marchar. Apretando sus dientes, sus puños y su corazón, intentó convencerse de
que tal vez aquello fuera una solución. Aunque la sensación de pánico alcanzara
vistazo a vuestro alrededor? Nunca había visto tanto hombre guapo, bien vestido
—Parece ser que el jefazo está cumpliendo —dijo Ana mientras propinaba un
bocado a su bocadillo de jamón.
Esa mañana, nada más acercarse al edificio de Americ, las chicas ya respiraron
el nuevo aroma a progreso que se respiraba en sus alrededores. Había pintores
de Americ, S.A. hacía mucho tiempo que dejaron de ser visibles. Había operarios
y transportistas entrando y saliendo por la puerta del almacén con grandes
máquinas para realizar piezas de grandes dimensiones, y con otras más pequeñas
y más precisas. En el interior de la fábrica, todo eran idas y venidas, de los
resultado ser el frío hombre que todos creían que era antes de conocerle. Todavía
le resultaba un tanto complejo, pues lo mismo la miraba como si pretendiese
comérsela en ese instante, que le daba a entender que utilizaba a las mujeres
cómo y cuándo le venía en gana, lo que no cuadraba demasiado con lo que ella
captaba de él.
—Y ahora —continuó Miriam—, Daniela creo que tiene algo que contarnos.
—Me lo puedo imaginar —dijo Miriam con ojos brillantes—. Dime, por
favor, que has llegado a un entendimiento con nuestro guapo y elegante jefe.
—Más o menos —dijo Daniela haciendo una mueca.
—¿Y eso es lo único que te ha propuesto? —le dijo Ana con semblante de
preocupación—. Te conocemos, Dani, y sabemos que tú no eres de las que se
lanzan sin meditarlo antes.
—Lo sé, Ana —le dijo a su amiga—, pero ese hombre me gusta, yo le gusto,
tengo vuestro visto bueno y el de la abuela. Hasta a mi hija le cae bien. Si tengo
que esperar a un príncipe que venga a caballo y me ofrezca un anillo voy lista.
Eso para las novelas románticas, Ana. Esto es el mundo real, donde, de
momento, lo único que podemos ofrecernos el uno al otro son unos momentos de
O al menos, así era como ella lo imaginaba. Se estremeció nada más pensar en
ser acariciada por esas manos elegantes, en verlas pasearse por su cuerpo
con un hombre, y qué mejor forma de hacerlo que de las expertas manos de
Ricardo Rey, acostumbrado a hacer el amor con tan diversas mujeres y de tan
variadas maneras, que temía que ella le pareciera demasiado insulsa o inexperta.
Un suave escalofrío recorrió su columna al imaginarlo y una tonta sonrisa se
instaló en su rostro.
—Tienes toda la razón, Dani —concluyó Ana apretando sus manos entre las
suyas—. ¡Sí, claro que sí! —exclamó con una carcajada—. Si hay alguien en el
mundo que se merezca lo mejor, esa eres tú.
—Y tanto que se lleva lo mejor —dijo Miriam—. ¿No has visto la sonrisa de
flipada que se le ha puesto? Chica, llevas años de sequía, pero cuando te pones,
te pones. Por cierto —continuó—, esta tarde te llevaré a comprar una ropa
mordiscos.
—¡A ver si es verdad! —rio Daniela.
****
Las tres amigas pasaron primero por casa de Daniela. Atravesando el corredor,
la joven paró en seco clavando los pies en el suelo cuando llegaron a la altura de
—Sí, hola mamá —la saludó como siempre, con un beso en la mejilla.
—Hola, señora —saludó también el joven que aparecía sentado frente al
escritorio de su hija, donde Daniela llevaba años observándola sola con sus
libros y sus deberes.
—Qué tal —le correspondió. Tiró de su hija hacia el pasillo y cerró la puerta
—. ¿Quién es ese chico?
—Es Marc, un compañero de clase.
—¿De Ricardo?
—Sí. Él me contó que en el instituto tampoco era muy popular, y que su
hermano acaparaba todas las miradas, por lo que decidió dar algunas clases a
compañeros, para ayudarles sin dejar de hacer sus propios deberes. Así,
ha dicho esta tarde que les parezco a la mayoría tan lista que no se atrevían a
acercarse a mí, pero que siempre me han admirado. ¿No te parece emocionante,
mamá?
—Pues… sí, claro —dijo Daniela aturdida. ¿Ricardo había tenido esa seria
conversación con su hija? ¿Le había contado detalles de su infancia? Sintió un
—Ahora mismo. —La joven abrió la puerta y un chico con una camiseta
amarilla y una gorra a conjunto las saludó con una sonrisa.
—Buenas tardes. ¿La señorita Abril Suárez?
—¡Es un móvil! —gritó Abril—. Seguro que ha sido cosa de Ricardo, pues el
domingo le comenté que no tenía.
ayudo a activarlo.
—¿Me puede alguien explicar qué acaba de pasar aquí? —dijo Daniela algo
exasperada.
—Pues que, aparte de ser un bombón —contestó Miriam cogiéndola del codo
para dirigirse al salón—, tu chico ha resultado ser todo un caballero, de los que
quedan pocos. Ahora solo falta que nos cuentes que folla de fábula para que te
odiemos de pura envidia —y las tres amigas rompieron a reír, aunque Daniela no
décadas sin ver un chico guapo entrar en esta casa, en poco tiempo vienen dos,
uno para Dani y otro para Abril. Ahora solo falta que entre Sean Connery por la
—Espero que aproveches y te compres bragas nuevas, que las tuyas son más
feas que las mías, al menos si no quieres que Ricardo salga corriendo. ¡Ah!, y
darme cuenta.
—No sé de qué me hablas —disimuló la anciana mientras dirigía sus pícaros
ojos al techo.
—Adiós, abuela —dijo dándole un beso en la mejilla—. Volveremos pronto.
****
—¡Mira este conjunto, Dani! —gritó Miriam mientras sostenía en alto unas
bragas y un sujetador en color morado—. ¡Es monísimo! ¡A Ricardo se le caerán
—Joder, Miriam, deja de gritar todo el tiempo —se quejó Daniela—. La gente
no deja de mirarnos.
—Lo siento, guapa —le dijo bajando la voz—, pero es que me siento casi
responsable de tu cita, de que todo salga bien y de que Ricardo quede tan
los detalles con tu hija, creemos que es el hombre perfecto para ti —suspiró—.
—No digas esas cosas, Ana. Esa clase de hombres no se enamora, y mucho
menos de alguien como nosotras. Incluso fue él siempre el que dejó a sus novias,
que eran guapas, elegantes y perfectas.
esquivo. Comenzó alterándose cada vez que lo veía. Después, con el corazón
acelerado cada vez que lo tenía cerca. Más tarde, presa de una tibia debilidad
cada vez que sus ojos dorados la atravesaban. Ahora, feliz con solo pensar en él
y evocar su rostro durante un solo instante. Hasta parecía haber encandilado a la
abuela y a su hija.
—¡Este, Dani! —volvió a gritar Miriam—. Di que sí, porfa, que te pondrás
este conjunto la primera vez.
Tras la fructífera tarde, riendo y con varias bolsas en las manos, caminaron
hacia la salida del centro comercial, acelerando sus pasos para poder coger el
próximo autobús que les llevaría de vuelta a casa. Justo antes de saltar sobre las
mesa de una de las cafeterías que ofrecía el centro, donde en esos momentos,
Leo, su encargado, departía entre risas junto a su mujer y dos parejas más.
—¿Qué tal, Leo? —saludó Miriam una vez el grupo advirtió su presencia. Tal
vez el tono mordaz que empleó lo hubiese detectado alguien más que ella y el
propio Leo, pero, en esos momentos de ira, a Miriam le importaba una mierda.
despreocupado, motivo por el cual Miriam sintió multiplicar su rabia por mil.
—Yo ya las conozco de vista —dijo su mujer—, cuando nos encontramos en
la panadería o el mercado. ¿Queréis acompañarnos a tomar algo? —preguntó la
corto y castaño y conservaba buena figura. Por primera vez en los meses que
hacía que se había liado con Leo, Miriam se preguntó por qué le era infiel a su
mujer.
—Otro día será —dijo Leo, que en ningún momento había mirado a la
pelirroja a los ojos—. Ya nos veremos mañana, chicas, que tenemos mucho que
hacer en la fábrica hasta ponernos al día con todo. Tendríais que ver —se dirigió
a las parejas que los acompañaban en la mesa pasando a ignorarlas a ellas— el
Sobre todo, cuando vio los bonitos ojos oscuros de Miriam iluminarse con un
brillo casi diabólico cargado de rencor.
****
Esa era la calle y el número. Daniela volvió a comprobar la tarjeta que esa
mañana había aparecido en su taquilla del vestuario, por cierto ahora más amplio
constaba la hora a la que debía estar lista, la misma a la que un taxi la esperaría
Respiró hondo y entró en el portal del edificio de cuatro plantas, uno de los
comprarse unos altísimos zapatos por el riesgo de acabar lisiada tras años de
calzar botas y deportivas. El cabello lo había dejado suelto sin más y se había
maquillado discretamente. O eso le había dicho Miriam mientras la perseguía
sí los lógicos nervios que invadirían a cualquiera que hiciera siglos que no estaba
con un hombre. Esperaba que fuese como montar en bicicleta, aunque, más que
Ya estaba frente a la puerta. Hizo una nueva inspiración y pulsó el timbre con
—Hola, Daniela. Pasa, por favor —dijo Ricardo tras abrir la puerta.
Y cuando la joven pasó a su lado y entró, todos los argumentos que llevaba
oscuro y una camisa clara entreabierta que dejaba ver parte de su pecho. Tragó
saliva. Levantó la vista y casi jadea al advertir aquella dorada mirada de nuevo
clavarse en ella. Su cabello broncíneo volvía a brillar bajo la luz de los focos del
techo. Y volvió a tragar saliva.
—Estás muy guapa —dijo Ricardo—. Diferente.
algunos pasos en círculo mientras movía sus manos sin cesar retorciendo el asa
del bolso que llevaba aferrado entre los dedos—, menudo apartamento. Es una
solo los he visto en las revistas de decoración con casas imposibles solo para
—Tú también a mí… quiero decir… —se llevó las palmas de las manos a las
mejillas—. ¿A que me he puesto roja?
—Un poco —sonrió él. Y fue esa sonrisa la que acabó por derretir a Daniela,
convirtiendo sus piernas en mantequilla fundida—. Mira —le dijo arrancándole
el bolso de las manos y conduciéndola a uno de los sillones—, será mejor que te
tranquilices, te sientes y tomemos una copa. ¿Qué te apetece?
—Pues, no sé —dijo ella sentada ya en el sillón de piel blanca—. Nunca bebo
nada, solo cava en Navidad, y no distingo el bueno del barato, como el otro día
meter la pata.
en la pareja del sillón frente a ella—, sino alguien fuerte y valiente, la primera
que me plantó cara cuando aparecí por la fábrica tras años ignorando su
existencia.
—Ya —sonrió ella con una mueca—, a veces no puedo sujetar mi lengua, pero
solo cuando creo llevar la razón.
—Ahora tengo mis dudas. —Dio un sorbo a su copa sin medir la cantidad y
comenzó a toser—. Lo siento, la falta de costumbre. La misma falta de
costumbre de estar con un hombre, por eso parezco ahora mismo una tonta de
remate.
«Porque me pones nerviosa. Porque solo de pensar que me vas a hacer el amor
esta misma noche, siento que mi cuerpo arde y mi corazón se acelera…»
—Claro que no —volvió a sonreír él.
—Por cierto, ya que estamos aquí, hablando tranquilamente, quería darte las
gustaría pedirte que no le volvieras a hacer ningún regalo. Esta vez permitiré la
alegría que le has brindado con el móvil, pero no quiero que se acostumbre a
unos caprichos que no nos podemos permitir. No la hagas creer que puede tener
cosas caras, que se pueden obtener con esa facilidad. Y mucho menos que pueda
llegar a pensar que las ha obtenido a cambio de que su madre se tire al jefe.
más.
esperaba?
—Porque creo que entre nosotros existe una corriente de atracción que hacía
chasco.
—No temo nada. —Daniela dejó la copa sobre la mesita de cristal, se levantó
del sillón y se colocó de rodillas frente a Ricardo, sintiendo bajo las medias el
suave tejido de la alfombra. Sin estar segura si el motivo era el brandy o su
propia determinación, decidida, posó sus manos sobre las rodillas del hombre y
lo miró a los ojos—. No temo que puedas hacerme nada malo. No dejas de ser
un extraño para mí y, a pesar de ello, confío en ti, e intuyo que eres buena
persona, por mucho que las revistas te hayan mostrado siempre como el rico sin
escrúpulos que abandona a las mujeres. Me parecen tan sinceras como cuando
dicen que el desnudo de alguna famosa ha sido improvisado. —Posó una de sus
manos en la mandíbula masculina—. Y no pienso irme, por muy nerviosa que
esté. Te deseo, Ricardo, y la vida a veces te ofrece una única oportunidad.
la zona del pecho que mostraba por entre la abertura de la camisa. Atraída como
una polilla hacia la luz, posó sus labios en esa zona, notando al instante la tibieza
camisa entre sus dedos, deslizando su lengua sobre el pulso que bombeaba bajo
Pero se quedó con las ganas. Fue en ese instante cuando Ricardo la apartó de
mirada aquella estancia, de lado a lado y del suelo al techo. Una cama,
hecho salir corriendo a la más pintada, ella incluida. Pero no huiría ahora, no de
—¿Qué es esto? —dijo la joven rozando con sus dedos las dos muñequeras de
—En absoluto. Solo te mantendré sujeta por las muñecas. El resto solo será
sexo normal.
—Sexo normal —repitió ella jocosa—. Dudo que haya algo de normal aquí —
dijo echando una nueva ojeada a los espejos.
—Te trataré bien, Daniela, no te haré nada que no desees. Pero puedes
conclusión de que con ella no tendría suficiente con darse placer a sí mismo.
—No, no quiero irme —dijo Daniela viéndose reflejada donde quiera que
—¿Y tu placer?
—No entiendo…
—Ya lo verás. —Abrió el cajón de una cómoda, el único mueble que había en
la habitación aparte de la cama, y sacó una caja de preservativos que lanzó sobre
la cama. Daniela suspiró de alivio. Al menos había algo normal en todo aquello.
cuerpo despertó de su letargo el día que ese hombre la había mirado, haciéndola
sentirse viva el día que la había besado. En ese momento, su cuerpo estaba
excitado, impaciente por disfrutar lo que estuviese por venir—. Así que, no me
voy a ir.
se había limitado a exponer la realidad, que no era otra que su deseo hacia él. Y
—De acuerdo —le dijo elevando su barbilla. ¿Qué se creía? ¿Que todo había
sido una fanfarronada y en cualquier momento echaría a correr? Pues de eso
nada. A ver, era cierto que en todo momento había imaginado las manos de
Ricardo sobre su cuerpo mientras la desnudaba, pero a veces nada es cómo
—Sí, todo. —Daniela se sacó los botines y el cinturón, pero cuando fue a
sacarse el vestido recordó que sus amigas la habían ayudado a subirle la
cremallera que llevaba en la parte de atrás. Se giró y le ofreció la espalda a
hacia delante para dejar caer el vestido, primero hasta la cintura, las caderas, y,
erguidos, con los pezones duros y tensos. Deslizó cada una de sus medias,
pero, al mismo tiempo, una evidente decepción la asoló. Ella se había imaginado
algo parecido al beso que se dieron aquella noche, pasional, desenfrenado, con
prendas de ropa volando a su alrededor mientras caían sobre una cama y hacían
el amor con desesperación.
Pero nada de eso estaba sucediendo.
—Ahora sube a la cama. —Daniela le obedeció y se tumbó sobre las sábanas.
Él se acercó por un lado, sujetó su muñeca derecha con la correa de la
engañosa, pues sus músculos parecían de acero, tensos por el deseo y el ansia de
control que parecía acompañarle en todo momento.
Ricardo se acercó a los pies de la cama y comenzó a tocarle los pies y las
piernas, con cuidado, despacio, subiendo su mano por los muslos y las caderas,
el vientre y los pechos, donde se demoró mientras estimulaba sus pezones y los
hacía endurecerse con la yema de sus dedos, con decisión pero con
nuevo esfuerzo consiguió abrir los ojos y verse a sí misma en el espejo del techo
aquella cama. Nuevos gemidos danzaron en el aire mientras las intensas oleadas
de placer iban abandonando su cuerpo y lo dejaban laxo, volviendo a caer de
golpe sobre el colchón mientras su boca dejaba escapar los últimos jadeos.
pequeñas gotas de sudor habían brotado por toda su piel, dotándola de brillo y
humedad.
—Solo has de mirar a tu alrededor —dijo Daniela con la respiración aún
acelerada—. Llevo siglos sin sexo y me atas a una cama, puedo contemplar
nuestro reflejo donde quiera que mire, me chupas entre las piernas… joder, no he
podido aguantar ni un minuto.
dejándola totalmente abierta para él. Intentó no mirar demasiado aquel sexo
con su glande, dio un seco golpe de caderas y se enterró en ella hasta el fondo.
había sido demasiado brusco. —Lo siento —le dijo con un hilo de voz. Ahora ya
sudaba copiosamente. Si ella tardaba más de lo necesario en recomponerse, se
abrió los ojos y la contempló, con los brazos tibantes sobre su cabeza, la boca
consecución del placer final. Soltó uno de sus tobillos para posar sus dedos sobre
su sexo y frotar su clítoris, provocando que ella volviera a gritar del éxtasis. Él,
envites contra la pelvis femenina. Cuando comprobó que ella relajaba su cuerpo,
Porque, ¿dónde habían estado los abrazos, los besos, los roces o las caricias?
había advertido que tal vez no le gustara, había intentado convencerla de que se
marchara porque con él no sería sexo normal.
¿Y qué es el sexo normal? ¿Acaso no habían disfrutado? Había experimentado
dos orgasmos como dos soles y, aunque imaginó un encuentro distinto, había
sido con Ricardo y era lo que le importaba. Sabía de antemano que aquello no
tenía futuro, que solo iba a haber momentos de placer, con lo que el día que
con rostro ausente, ya había comenzado a vestirse, sin apenas mirarla, sin apenas
hablar.
****
Solitario: Es difícil expresar lo que siento en este instante. Muchas son las
****
Leo que, como siempre, la esperaba apoyado sobre una pared mientras fumaba
un cigarrillo.
el humo de la última calada, tras lo cual fue a rodearla con sus brazos.
—Sí, vamos, pero no creas que acabaremos como siempre, follando como
locos para olvidarnos del problema, porque está ahí, Leo, y no lo podemos
ignorar.
—Que sí, que sí —la apaciguaba él sin dejar de caminar a paso ligero hacia el
hotel.
—¡No, Leo, no me trates como a una gilipollas! —le dijo arrancando su brazo
del agarre al que la sometía—. ¡Todavía no me has dicho el motivo por el que le
pones los cuernos a tu mujer, y empiezo a creer que no existe tal motivo, que
solo soy el polvete de un cuarentón que intenta sentirse joven tras la típica crisis
de los cuarenta!
—Joder, Miriam —susurró él volviendo a afianzarla del brazo—, ¿quieres
dejar de armar escándalo? Está bien, hablaremos, pero sin tener que explicarle
nuestra vida a todo el que pase por la calle.
Pagaron de nuevo en efectivo a la mujer que veía la tele y que en ese momento
—Supongo que quieres hablar de lo del otro día —comenzó Leo mientras ella
soltaba el bolso y se cruzaba de brazos enfurruñada—, pero, ¿qué querías que
alguien más que en ti misma. A veces se me olvida que no eres más que una cría
—Al principio no, no voy a mentirte —dijo dando una profunda calada—.
Pero luego, tú misma lo has visto, ahora solo deseo estar contigo. Pero tengo dos
hijos, Miriam, y podré ser el peor marido del mundo, pero quiero a mis hijos y
—¿Y tú me llamas a mí egoísta? —dijo ella con una profunda ira—. Tienes el
amor de tus hijos, a tu mujercita preparándote tu fiambrera y tus camisas, y a una
amante a la que puedes dar por culo cuando te apetezca. ¿Y yo, Leo? ¿Qué pasa
conmigo? Yo no tengo nada. Ni hijos, ni un novio con el que pasear por la calle
sin miedo a que me vean con él. Cada día detesto más el momento en que me lie
casita.
habríamos liado de todos modos en cualquier otro momento. Nos deseamos hace
mucho tiempo —y comenzó a darle pequeños besos por el rostro y el cuello.
—¡Y qué quieres! ¿Que le haga creer que puedo pasar meses y años sin
hacerlo?
—Joder —se lamentó la joven. Cerró los ojos y dos gruesas lágrimas rodaron
por sus mejillas.
—Solo cuando no tengo más remedio —la consoló él entre besos—. Y solo
puedo excitarme si pienso en ti, Miriam, solo si pienso en ti. —Con frenesí,
no despegar sus labios para no dejarla pensar. Lamió sus lágrimas y sus pechos,
y continuó bajando para poder abrir sus piernas y lamer su sexo, que ya
palpitaba de deseo.
la pared y cerró los ojos mientras gemía y acariciaba su pelirrojo cabello, aunque
en un instante de lucidez, sacó un preservativo del pantalón e intentó apartar a
eres la única que me excita, que me enciende, que es capaz de hacer que me
con rapidez, echando hacia atrás su cabeza mientras él lamía sus pechos y la
ayudaba con el ritmo aferrando sus glúteos entre sus manos. Desvió uno de los
los envites de su pelvis. Miriam aceptó la invasión con placer, lo mismo que la
se dejó caer en la cama con ella, mientras sus agitadas respiraciones trataban de
volver a la normalidad.
Minutos más tarde, yacían desnudos sobre las arrugadas sábanas, mientras Leo
fumaba mirando al techo y Miriam descansaba sobre su pecho y enlazaba un
—Hola, Pablo —dijo Elia con pereza. Dejó que su hermano entrara y se
Días atrás, Elia había realizado una pequeña compra para poder abastecer su
antigua casa con algo de comida, pues había vuelto de nuevo a la pequeña casita
de madera ubicada en el jardín de la vivienda que Pablo compartía con Raquel,
—¿Qué tal lo llevas, cariño? —le preguntó Raquel una vez se hubieron
Porque Elia había vuelto a aquella casa para, precisamente, tratar de olvidar
casa hasta darse cuenta que había sido en su imaginación. Pero, al mismo
tiempo, trataba de no olvidar, recordando una y otra vez cómo un día ella fue
recordar el rostro del hombre que apareció en su vida en el momento que más lo
—No, es mejor que de momento no nos veamos. Nos irá bien un tiempo de
respiro.
—Está hecho una mierda —le dijo Pablo—. He debido hacerme cargo de
algunos asuntos de la inmobiliaria antes de que la lleven a la ruina entre los dos
—No era mi intención —dijo Elia llena de pesar—, pero los dos sabemos que
todas sus fuerzas— me hace tanto daño… Solo deseo estar con él.
—Después de que todas las dudas se disipen, Raquel. Mirad sino vosotros
mismos, que os amabais hacía siglos y, sin embargo, no funcionó hasta que no
encarasteis el problema.
—Eres una cabezota, Elia —se exasperó su amiga—. ¡Qué razón tiene Arturo
cuando te acusa de darle tantas vueltas a las cosas! ¡Hablar lo que sea y luego
—¿No hay nada que podamos hacer? —preguntó Raquel a Pablo mientras se
alejaban hacia su casa—. Me desespera pensar que a veces las personas nos
compliquemos la vida de esa manera.
—No lo sé, cariño —le contestó rodeándola por los hombros y dándole un
salto, se lavó la cara y se puso su bata de felpa azul. Un dolorcillo latente seguía
entre sus piernas, pero era algo que no hacía sino acrecentar su felicidad
matutina.
En la cocina ya estaban la abuela y su hija. Abril ayudaba a sentarse a la mujer
y colocaba en la mesa frente a ella una taza con café con leche y magdalenas. Su
volvió a verse inundaba por una ola inmensa de amor hacia aquella niña que
tenerte, ¿me oyes? Eres lo mejor que me ha pasado y no hay día en que no me
quiero mucho.
—Yo también te quiero, mi niña —le contestó su madre aún dentro de su
abrazo. La abuela las observaba, tratando de esconder una emoción que apenas
dejaba mostrar.
—Por si las señoritas se han olvidado de mí, os recuerdo que estoy presente.
—Venga, venga, dejaos de arrumacos —se quejó la mujer—, que hoy va a ser
un día muy interesante.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Daniela tomando un sorbo del café con
que tarda en arrancar. Utilicé el móvil que, por cierto, funcionaba con wifi a la
perfección.
—Ven conmigo. —Abril tomó de la mano a su madre y la llevó a su
moderno portátil—. ¿Has visto que chulada? Y en mi escritorio hay otro igualito.
—¿Qué significa esto? —dijo Daniela sin dar crédito—. ¡Ni siquiera tenemos
internet en condiciones!
—Ahora sí —dijo su hija con una amplia sonrisa—. Ayer mismo lo instalaron.
ya en la cocina.
con ayuda de Abril—. Mira lo que tengo para mí, no vayas a pensar que ibais a
ser las únicas agraciadas. —Tomó un mando a distancia, lo accionó, y una gran
mira ahora. Cuarenta y cinco pulgadas para poder ver mis novelas como si todos
esos tíos buenos me hiciesen compañía en el salón.
—Supongo que guardaréis todas las cajas —dijo Daniela cargada de furia.
—Claro, por la garantía.
—¡No! ¡Para devolverlo todo! ¡No nos podemos permitir tantos caprichos!
—¡Ni hablar! —dijo la anciana—. Además, todo está pagado. Ricardo nos lo
ha regalado.
Ya pagaste tu matrícula y los libros, pero con el otro ordenador te morías del
asco esperando y se te quedaba colgado cada dos por tres.
pobre anciana medio inválida que el único gusto del que disfruta en su vida es
—Joder, joder, joder. Estoy flipando —dijo Daniela levantando los brazos—.
¿No os dais cuenta de que todas esas cosas forman parte de un espejismo? ¡No
son reales! ¡En cuanto Ricardo vuelva a Barcelona y a su vida, todo esto se
—Pero…
—¡Ahora!
—Has sido una inconsciente, abuela —dijo Daniela sentándose frente a ella en
una silla—. Tú la primera deberías entender que si mi hija se acostumbra a estos
lujos, luego me dolerá mucho más decirle que se acabaron y que ya no habrá
más.
—Bah, pues yo creo —dijo la mujer haciendo un gesto con su mano— que
has de aprovechar lo que te encuentras en el camino. Tú has encontrado a
has invitado a casa y no has hecho otro oficio que intentar juntarnos.
—Yo no he hecho nada —gruñó la mujer—. Vosotros os habéis gustado y os
habéis acabado liando porque os ha dado la gana. Pero es cierto, te doy la razón
en que me gusta para ti. Es un buen hombre y solo hace falta ver cómo te mira
para saber que está loquito por tus huesos.
—No estés tan segura, chica de poca fe. El amor no entiende de clases ni de
dinero.
—¿Y aquí quién está hablando de amor? —El sonido insistente del llamador
terminado, abuela —dijo mientras abría la puerta y se topaba frente a sus dos
amigas—. Joder, ya tardabais demasiado.
brazos en jarras.
—No seas borde, guapa —dijo Miriam agarrándola del brazo y arrastrándola a
contento.
que interesa. Cuéntanos ahora mismo cómo fue tu gran noche. ¿Recordaba tu
—Más o menos —dijo Daniela sin poder evitar soltar una carcajada.
—Queremos detalles.
sus venas. No había sido lo que esperaba, no había sido romántico y Ricardo
permaneció tenso y controlado, pero, a pesar de todo, la había hecho volver a
rodeada de espejos y le había hecho ver el cielo dos veces, y que, hasta
haciéndole el amor de esa fría forma, había resultado ser un hombre elegante.
—Supongo que significa que es un caballero —explicó Ana—. ¿No es cierto,
información.
—Pues menuda mierda —se quejó Miriam—. A las amigas siempre se les
explican los detalles, del tipo tamaño, postura preferida, si grita tu nombre
mientras se corre…
—Adiós, chicas —las empujó Daniela hasta la puerta—. Tengo mucho que
hacer, así que mañana nos vemos. —Cerró la pesada puerta y se dejó caer sobre
ella.
****
piezas nuevas.
—Tú sí eres una máquina, Daniela —le dijo el ingeniero—. Un día te haré una
proposición que no podrás rechazar. En la importante empresa en la que trabajo
que aquí.
—Gracias, Miguel, de verdad, pero de momento estoy bien en Americ, incluso
—De todas formas —le dijo el joven—, ya sabes, si algún día cambias de
opinión, no tienes más que decírmelo y yo podría ayudarte a que formaras parte
de nuestra plantilla.
—Ya veremos —le dijo Daniela al chico con una sonrisa. No era la primera
vez que se fijaba en ella alguno de los ingenieros que habían ido pasando esos
días por la fábrica, y tampoco era la primera ocasión que le proponían un trabajo
aparentemente mejor. Pero, de momento, prefería mantener los pies en el suelo.
—Gracias, Miguel.
Nada más desaparecer el ingeniero de su vista, su amiga Miriam ya pasaba
junto a ella con una pícara sonrisa.
—¿No tienes bastante con el tío bueno del jefe que también quieres agenciarte
a uno de los guaperas nuevos?
de trabajo.
—Ya. Pues no veas cómo te mira el pobrecito. Parece que te suplique un poco
de afecto.
—De verdad, Miriam —se quejó Daniela sin dejar de sonreír—, solo ves sexo
por todas partes. Dile a ese amante que escondes por ahí que te dé más caña. —Y
Daniela llevaba tiempo esperando ese lapso en su jornada para poder subir a la
planta superior y hablar con Ricardo. De ese día no pasaba que hablase con él,
Ricardo había acomodado como despacho. Solo unas semanas atrás había sido
un hueco lleno de trastos, pero ahora, y a pesar de las desnudas paredes de
ladrillo, denotaba elegancia y prestigio con la mera presencia de Ricardo tras una
bonita mesa de caoba, el único elemento elegante junto a la silla de piel y una
lámpara que iluminaba su cobriza cabeza.
dentro del aura que proyectaba de sofisticación, creada por su exclusivo traje, su
impoluta camisa o sus estilosos gemelos—. ¿A qué vienen todos esos regalos?
—¿Por qué?
—Porque no quiero que mi hija se acostumbre a unos lujos que no volverá a
tener. Que aprenda que las cosas se obtienen con trabajo, no porque nadie venga
a regalarte nada.
—No te lo tomes como caprichos, sino como herramientas necesarias. Tu hija
lo necesita para la escuela, puesto que se le da realmente bien y seguro que
a ese sueño?
—¿Y tú quién te has creído que eres? ¿El Genio de la Lámpara o Papá Noel?
—Vaya —se lamentó Daniela. Tal vez ese hombre hubiese heredado una
fortuna fácilmente, pero también era verdad que le había dedicado su vida al
renunciar a ella para no tener problemas con su mujer. Parece ser que requería de
Supongo que los trabajadores no vemos a veces el esfuerzo que realizan los
dueños y solo os vemos como una panda de ricachones, estirados, egoístas,
—Joder, Daniela —dijo Ricardo poniéndose en pie con una sonrisa torcida en
filo de su mesa.
caminar hacia ella. Daniela se puso tan nerviosa que echó varios pasos atrás
hasta topar con la puerta. ¿Por qué tenía que acercarse tanto? En realidad,
aquello no era acercarse, sino acaparar su espacio vital. Tan cerca, podía
observar sus pupilas dilatadas rodeadas del círculo dorado de sus iris, su
Daniela un dulce placer que se extendió por cada una de sus venas. Ricardo
abarcó con sus manos su nuca, desnuda por el recogido de su cabello, y abrió sus
lentamente. Ella, guiada por su instinto y envuelta en aquel calor tan familiar,
echó sus brazos al cuello y se colgó de él, para apretarse más contra su cuerpo y
para poder profundizar más aquel beso que la estaba transportando al cielo.
contra él, Ricardo se apartó de ella y la miró con semblante risueño—. Creo que
por hoy ya es suficiente.
restregado de esa forma contra él—. Pero, no entiendo. El otro día, en tu casa, no
me besaste ni una sola vez. ¿Por qué?
—Porque —dijo él deslizando los dedos por su tersa mejilla en una tierna
caricia—, los besos van aparte.
—Está bien —dijo ella intentando ignorar la suave sensación que le producían
sus palabras—. La primera condición es que quiero que esto que tenemos, sea
relación, aventura o lo que sea, sea exclusiva. Si solo va a durar dos días, pues
que así sea, pero no quiero acostarme con un hombre que viene de acostarse con
—Vale, pues no deseo que esto se mezcle con el trabajo. Sexo por un lado,
relación laboral por otro. No quiero favores, no quiero más regalos, no quiero
ningún trato de favor porque me haya liado contigo.
—Por mí ahora mismo —dijo ella riendo. Parecía que unas pocas palabras,
unos momentos a solas, más el recuerdo de la noche juntos, había dado como
resultado un pedacito más de confianza.
—Exactamente.
—Pues a trabajar, Daniela. —Se inclinó hacia ella y posó sus labios sobre su
nuca. Daniela sintió erizarse los cabellos sueltos de aquella zona y una corriente
eléctrica recorrer cada nervio de su cuerpo. El calor que habían traspasado a su
piel aquellos labios, seguro quedaría marcado para todo el día. ¿Desde cuándo se
****
En la siguiente ocasión en la que Daniela se presentó en el apartamento de
Ricardo, la expectación le tomaba el relevo al nerviosismo. Ahora sabía lo que
capa de alegría al verla, con una mirada intensamente sensual y una sonrisa que
valía millones.
—Pasa, Daniela —le dijo haciéndose a un lado—. Por cierto, no hace falta que
te tomes tantas molestias en arreglarte. Me gusta el estilo desenfadado que sueles
llevar normalmente.
gesto—. En realidad, es cosa de mis amigas, que creen que suelo vestir poco
femenina.
aún muy joven y demasiado asiduo a las fiestas, con lo que yo me vi obligado a
tomar el relevo de la responsabilidad de un apellido y una imagen.
—Vaya —dijo Daniela—. Una pesada carga sobre un chico tan joven.
lujos y una total despreocupación por el dinero que costaban las cosas.
Daniela pensó con deleite que ya había conseguido que le hablara un poco de
él, que se abriera y se mostrara un poco más accesible. Por mucho que hubiese
que ya le había observado utilizar con la abuela, a la que, lo mismo que a ella,
amor, sin estar segura si solo era con ella o era la tónica habitual en sus
encuentros con todas las mujeres. Tendría que ir averiguándolo de forma muy
—¿Qué te pasó con las dos prometidas con las que estuviste a punto de
dijo Ricardo con una media sonrisa irresistible—. Serías única con tus réplicas.
—Y tú deberías sonreír más —le dijo Daniela con el estómago contraído por
el impacto recibido.
copa a los labios, quedó paralizado. La miró con ojos turbios, agarrotando sus
dedos, sintiendo erizar todo el vello de su piel. Esa simple respuesta, tan sencilla,
tan directa, tan sincera… Brotó en él un antiguo sentimiento casi olvidado, del
halago de una mujer hacia él que no encerrara algún tipo de interés, que no
llevara una doble intención, algo que no le ocurría desde tiempos remotos. O tal
—No te lo he pedido.
—Sí, lo has hecho, aunque de forma inconsciente.
sobre todo el de su propio rostro, tan cercano. Cuando tuvo las dos manos
sujetas, se sintió algo más vulnerable que la noche anterior, pues a pesar de estar
acompañó sus palabras con los primeros roces. De forma idéntica a la vez
anterior, comenzó depositando las yemas de sus dedos sobre los talones de
Daniela para ir subiendo por sus pantorrillas, sus glúteos y su espalda. Hizo a un
relajante…
—¿De verdad? —Ricardo volvió a cambiar sus dedos por sus labios y
comenzó a reseguir la línea de su columna, sus caderas y la totalidad de sus
cada músculo y cada centímetro de piel. Sentía el vello de punta y los latidos de
su corazón golpear contra la cama, al tiempo que sus pezones se tornaban duros
y se clavaban en el colchón.
—No era mi intención relajarte. —Nada más decir esas palabras, Ricardo se
encaramó a la cama y se puso de rodillas entre las piernas de Daniela. La volvió
a tomar por la cintura y la hizo arrodillarse, de forma que sus manos pudiesen
Ricardo había bajado la guardia unos minutos mientras hablaban, pero en ese
hundió su rostro entre ellos, pasando su lengua arriba y abajo a lo largo de toda
la hendidura. Se vio obligado a sujetar más fuerte las caderas femeninas cuando
cuerpo.
placer, sin observar sus pechos moverse arriba y abajo y acabar con el peligro de
ocasión anterior el mero hecho de ver sus ojos verdes nublados de placer o sus
—¡Oh, Dios! —volvió a gemir Daniela. Bajó su rostro y lo dejó caer sobre la
correas con una fuerza arrolladora y el armazón de la cama amenazaba con caer
como la primera vez, salió de su cuerpo, se bajó de la cama y desató las correas
de las muñequeras.
ventana.
—Perdona, pero tengo cosas que hacer. —De nuevo sin dedicarle una
Daniela se vistió furiosa. Todo lo que pensaba que había avanzado con ese
hombre, había resultado ser un enorme paso atrás. No había hecho más que
intentar acercarse y ganarse su confianza para que aquella extraña relación que
tenían se volviese algo más normal y natural, pues, aunque se vieran a
escondidas y no fuera más que una aventura, estaría bien que la abrazara cuando
—Usted perdone —dijo ella colocándose las medias y los botines sentada en
que tienes cosas más importantes que hacer que follarte a la más pringada del
pueblo.
—Entonces dime por qué —preguntó ella poniéndose en pie frente a el— me
—¿Y qué esperabas? —le dijo mirándola con aquellos ojos profundos y
ambarinos, pero más fríos que nunca—. ¿Champán y pétalos de rosa sobre la
se acumulaba en su estómago.
—Me parece bien. Tal vez sea lo mejor.
—Pues hasta mañana. Ya nos veremos en la fábrica, señor Rey. —Llena de
****
****
Todavía ante la mesa de su despacho en la galería, Elia miró la hora en la
pantalla del ordenador. Ya era mediodía y Martina llegaría en cualquier
momento, pues la había llamado solo un par de horas antes para quedar para
—Sí, ya voy, ya voy —contestó Elia sin mucho ánimo. Cogió su bolso y salió
tenía mucha hambre, con lo que el lugar le daba exactamente igual. Martina ya
su sonrisa al instante.
Periodistas.
—Hola, Elia —la saludó una chica. Ni siquiera pudo verle la cara en cuanto le
plantó el pedazo de micrófono frente a la boca—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal llevas
—Arturo no es agresivo…
—¡Que no hables, Elia! —volvió a gritar su hermana mientras hacía
aspavientos con las manos intentando que algún taxi parara de una vez.
—¿Y sobre su nueva relación? —volvió a preguntar la periodista. Ante la
—Ni se te ocurra contestar. —Martina, por fin, tiró del brazo de su hermana y
prácticamente la lanzó contra el interior de un taxi.
—¿De qué fotografías hablaba esa periodista? —preguntó Elia una vez dentro
del coche.
Ya sentadas ante la mesa del restaurante, y con el primer plato ante ellas, una
las fotografías de Arturo con otra mujer. —La periodista colocó ante ella la
moreno.
—Parece Arturo —dijo Elia—, pero mi hermana tiene razón. No puede
apreciarse bien.
—Te aseguro que lo es —dijo la mujer.
porque Arturo parece un puto zombi desde que te marchaste, pero también te
digo que tal vez esté harto de tus inseguridades y haya decidido divertirse un
—No me estás ayudando en nada —dijo Elia sin apartar la vista de aquellas
borrosas fotografías.
—¿Y qué quieres que haga? —contestó Martina exasperada—. ¿Alabarte por
lo que estás haciendo? Mira, Elia —dijo más calmada—, tú ya sabías dónde te
metías, así que, tienes dos opciones: seguir lamentándote sola, o volver con
Arturo y ser feliz. Porque, mientras tú te lo piensas, un millón de lagartas hacen
ha sido una mala racha, de esas que se pasan mejor en compañía. Si te parece —
le dijo tomándola de la mano—, podrías venir con nosotros a la casita que
de montaña para ver a una persona a la que echaba de menos y que le hacía más
falta que nunca. Hablar con él siempre era una buena idea.
Mientras tanto, en la mesa del restaurante, Martina sacaba su móvil del bolso
—¿Pablo? Sí, ha ido genial. Creo que he conseguido nuestro objetivo, sembrar
sus dudas para ver si reacciona. Por supuesto, no ha querido ni oír hablar de ir al
campo. Creo que empieza a ser consciente de lo absurdo de su marcha. Y, por
fotografías de prensa. Puedes dar las gracias de mi parte a tus amigos estudiantes
de periodismo, y decirles que también podrían dedicarse a la interpretación,
sobre todo la tal Candela. Aunque ya podrían haberse currado más las
fotografías, se veía al kilómetro que ese tío no era Arturo. En fin, Pablo. Hasta el
siguiente movimiento.
CAPÍTULO 8
—Paso —dijo el anciano exasperado mientras miraba con furia sus cartas
—Yo también —dijo una de las ancianas, cerrando esta vez sus cartas con
perder tenéis. Bebed otro sorbo de anís para quemar vuestra mala leche, pero
apoquinando la pasta.
soltaba una moneda sobre la mesa—. A este paso te llevas una buena parte de
nuestra pensión. Pues te recuerdo que mi hijo me ha sacado ya la mitad este mes
porque no le llegaba para los pagos y la hipoteca.
cada vez que les sorprende un recibo extra. Mucho siglo XXI… —chasqueó la
lengua la mujer—, pero menuda mierda, que nuestros hijos hayan de recurrir a
nuestra pensión para poder pagar su casa.
—Así estamos todos —suspiró Adela, una mujer de blanquísimo pelo.
—Pero no nos vamos a arruinar por jugarnos unos puñeteros céntimos a las
cartas —continuó Ágata—. Ya era lo único que nos faltaba, que nos arrebataran
nuestra timba de los viernes. Bastante hemos trabajado ya en nuestra vida para
que ahora nos veamos obligados a economizar con una mierda de pensión y no
Un variado grupo de amigos de Ágata se reunía una vez por semana en casa
—Perdón, buenas tardes —se escuchó decir a una voz masculina—. La puerta
estaba abierta.
cartas—. ¡Qué sorpresa! Entra, entra, y siéntate. —Dos mujeres se hicieron cada
—Ni más ni menos que Ricardo Rey —contestó Ágata—. Ya os dije que me
visitaba muy a menudo, ¿no es cierto, guapo?
a las cartas alrededor de una mesa y ponían ante sí un plato con magdalenas y la
botella de anís.
—¡Mecachis! Solo quedan dos magdalenas y no tienes vaso. ¡Daniela! —gritó
presentaba un cobrizo mechón que caía rebelde por su frente. Y pese a todo, a
a dar una vuelta con sus amigas, algo que en un primer momento la entristeció
por no contar con su ayuda como cada semana, pero que la entusiasmó al mismo
tiempo, al ser consciente de que su hija por fin tenía la vida social de cualquier
adolescente de su edad.
—Mira quién nos acompaña, Daniela —dijo la abuela—. ¿Cómo llevas tú sola
hombre!
—Sí, voy, voy —dijo el joven contrariado, tras lo cual, desapareció al fondo
los hombres.
****
—¿Y bien? —preguntó Ricardo.
—Y bien, ¿qué? —contestó Daniela mientras comprobaba el interior del
horno.
o te quemes el traje, vas a dejarme seis meses sin sueldo hasta que pueda
pagártelo.
—Pues mira, ya que te ofreces, coge esto. —Le ofreció una manga pastelera
con masa en su interior y se la colocó entre sus manos—. Aprieta por aquí y ves
dejando una pequeña cantidad en cada molde mientras yo voy desmoldando las
que se han enfriado.
—¿Así está bien? —dijo Ricardo tras depositar pequeñas cantidades de masa
en varios moldes.
—Eres una mujer de lo más polifacético —dijo Ricardo sin dejar de mirar sus
—Eso será en tu mundo de pijos —sonrió ella—. Recuerda que esto que te
facturas y se hace sus propios dulces. Si ya has acabado, puedes meter la bandeja
en el horno.
—Estas van a ser las mejores magdalenas de todas —dijo satisfecho
—Sí —suspiró ella—, parece ser que el señor Rey hace bien todo lo que se
proponga.
presencia todo aquel espacio. La miraba de una forma intensa a la vez que tierna,
y su estómago volvió a burbujear de nuevo, como la primera vez que le vio,
carcajada, suave pero grave, intensa, sincera, consiguiendo que lo que bullera
esta vez en su estómago no fueras burbujas, sino verdaderos fuegos artificiales.
dijo mientras pasaba con suavidad la yema de sus dedos por las mejillas
blanquecinas.
—Dicen —susurró ella a punto de cerrar sus ojos en cuanto sintió sus dedos
—Pues… —Con disimulo, Daniela dirigió una mano al bol de harina y, con
rapidez, aferró un pequeño puñado y lo lanzó sobre Ricardo—. Creo que tienes
un poco de harina por… ¡todas partes! —rio divertida.
boca.
—Pues a mí tampoco me importa lo que le ocurra a la tuya. —Agarró un buen
puñado de harina y espolvoreó el rostro y el cabello trenzado de Daniela hasta
quedar tan blancos como los de una dama del siglo XVIII.
fue a extenderlo por el rostro de Ricardo, este interceptó su muñeca con fuerza,
apretando al mismo tiempo su cuerpo contra el suyo.
Respiraban tan rápido y tan cerca que sus alientos eran uno solo, y el aire de la
cocina se volvió tan espeso como la masa que aún permanecía en el dedo de
envolvía con su lengua para lamerlo y chuparlo hasta dejarlo limpio de cualquier
resto de alimento.
¡Dios! Casi cae derretida al suelo, envuelta en harina y azúcar, para acabar
convertida en un buñuelo.
Daniela que dentro del horno, que cocía magdalenas a doscientos grados. Se
sintió pletórica y, envuelta en una nube dulce de harina y sensualidad, aferró la
muñeca de Ricardo, la guio hasta el cuenco y pasó uno de sus dedos por el
se atrevió a abrirlos hasta que no se separó de él. Cuando se miraron, estaban tan
cerca que podían observar sus pupilas dilatadas por el deseo. Una sensación de
alguna forma.
Ya no había vuelta atrás. Ricardo impregnó uno de sus dedos en el tarro del
azúcar y depositó los dulces cristales sobre el labio inferior de Daniela, haciendo
hincapié en el pequeño piercing que lo adornaba. Posó sus manos en sus mejillas
y bajó su cabeza para pasar su lengua sobre el labio endulzado, una y otra vez,
una y otra vez, hasta que ya no pudo pensar, como si tanta dulzura se le hubiese
subido a la cabeza. La apoyó en la encimera y se abalanzó sobre su boca, para
abrirla, buscar su lengua y devorarla, con pasión, con premura, como si aquella
Daniela, cubierta por aquella bruma de pasión y placer, introdujo los dedos en
su cobrizo cabello y enredó sus piernas alrededor de su cintura, para atraerlo más
hacia ella, para poder fundirse con él, feliz porque él volviese a demostrar esa
pasión de la que hizo gala la primera vez que se besaron. Sentía sus pechos
a su alrededor.
el colorido plato con los dulces—. ¡Mierda! ¡Las magdalenas! —con rapidez,
abrió el horno humeante y sacó la bandeja, que dejó caer sobre el mármol en un
llevaba el plato.
—No se han quemado, solo están un poco más hechas y crujientes —le dijo
Ricardo para tranquilizarla—. La que te has quemado has sido tú —le dijo
—Bueno —sonrió ella—. Si van aparte pero son como el que acabas de darme
ya me parece bien.
cartas.
cómplices que todos ellos se lanzaron entre sí. Sobre todo a Ágata, que,
satisfecha, no dejó de seguir con su brillante mirada la silueta masculina que
acababa de marcharse.
****
aburrida película servía como telón de fondo para su siesta. Mientras tanto,
Daniela y sus amigas permanecían sobre su cama, en uno de aquellos encuentros
de día festivo en el que hablaban, reían, se pintaban las uñas, se arreglaban las
segunda capa de esmalte sobre las uñas de sus pies, cuyos dedos permanecían
—Lo sé —suspiró Daniela sin dejar de limarse las uñas de sus manos—. Ese
no es el problema.
—¿Entonces? —preguntó Ana mientras se repasaba las cejas con unas pinzas
frente a un pequeño espejo de aumento.
—Es algo íntimo —suspiró Daniela. Le daba vueltas y más vueltas al asunto,
pero, en realidad, ella estaba segura de la discreción de sus amigas, las cuales
jamás habían contado a nadie nada que hubieran acordado no decir, lo mismo
que ella. Pero también podía ser el momento en que algunos secretos no
ocurriendo a ti.
—¿A mí?
—Sí, Miriam, a ti. Ya va siendo hora de que descargues en nosotras ese peso
que pareces cargar tú solita. ¿No acabas de decir que las amigas deberían
demasiado tiempo cargando un gran peso ella sola—. Está bien —suspiró—.
Llevo casi un año liada con Leo. —Ahora solo tocaba esperar la reacción
horrorizada de sus amigas.
—¿Lo sabías?
—Pues claro —exclamó su amiga—. Si Ricardo y yo fundimos el plomo, Leo
esmalte que había propinado sobre su pie por la impresión—. Pues espero que no
resulte tan evidente para los demás. ¿Cómo os habéis dado cuenta?
—Pero yo no voy a crucificarte —dijo Ana—, aunque crea que no está bien lo
que estás haciendo, porque entiendo que lo debes estar pasando realmente mal.
que es de otra, la que tiene derecho a tocarle cuando le plazca o a abrazarle cada
dorso de la mano con rabia—. Lo último que pretendía era daros la tabarra con
mis penas.
pequeñas discusiones con Javi porque no nos hemos puesto de acuerdo con la
película que queríamos ver o porque se le ha olvidado traer el pan de camino a
casa. Menuda gilipollez.
Pero pobre de ti que no nos cuentes hasta la última de ellas —le dijo sonriente
mientras Daniela observaba a aquellas dos amigas, cuyas evidentes diferencias
por ti, cariño —la tomó de la mano—. No queremos que sufras y creemos que
deberías hacerte valer. Mereces mucho más que formar parte de esas migajas.
—Lo sé, lo sé. —La joven pelirroja cerró el bote del esmalte y se dejó caer
sobre la almohada—. De hoy no pasa que hable con él mucho más en serio. Si
expuesto que estoy harta de esperar y de compartirle con otra, pero luego me
—Joder, Miriam —dijo Ana con los ojos en blanco—. ¿Piensas ofrecernos
explicaciones gráficas de los polvos que echas con mi encargado del trabajo?
—Por favor, Miriam —siguió quejándose Ana—. Que te pida que nos cuentes
todos tus problemas no incluye una explicación detallada de la forma de follar de
Leo.
—Pues… —De pronto, las pinzas de las cejas, las limas y todo el resto de
utensilios de manicura salieron volando sobre sus cabezas entre las carcajadas de
las tres amigas—. ¡Vale, de acuerdo! —gritó Ana—. ¡Yo también me muero de
la curiosidad! ¿La tiene muy grande? —dijo llevándose las manos a la cintura
—¡Enorme! —rio Miriam con ganas—. ¡Tres polvos seguidos y el tío tan
campante! ¡A ver quién se atreve a decir que es muy mayor para mí!
—Joder —dijo Daniela entre lágrimas de la risa—. Le doy la razón a Ana. ¡En
cuanto lo tenga delante de mí en el trabajo me voy a descojonar mientras no
minutos en los que casi rodaron sobre la colcha de cuadros hasta que
consiguieron controlar los espasmos de las carcajadas—. Por cierto, guapa —
dijo más tarde Miriam dándose la vuelta para mirar de frente a Daniela—. Yo ya
guarros y escabrosos.
—¡Miriam! —gritó Ana—. Ya tengo bastante con lanzar mi vista sobre la
bragueta de Leo como para hacerlo también sobre la del señor Rey. Van a pensar
que soy una obsesa sexual.
—Está bien, pero no pienso ser tan explícita como tú. —La joven se colocó
boca abajo sobre la cama y eligió para sus uñas el esmalte de color morado,
sexo es… digamos… un poco frío, controlado, como si erigiera una barrera entre
él y yo.
—Quién lo hubiese dicho del señor Rey —dijo Miriam—. Siempre lo imaginé
como el típico caballero con modales que se olvida de ellos en cuanto se mete
bajo unas sábanas. De los que te dejan sin poder caminar durante una semana en
una sola sesión.
—No a todos los tíos les ha de gustar hacerlo en plan salvaje —dijo Ana—.
Tal vez este es más tranquilo, caballeroso, de los que les gusta paladear el
momento.
—No es eso —dijo Daniela—. Creo que es algo más que su carácter o sus
modales. Lo veo más bien como un afán de control, de poner distancia entre los
dos para dejar claro que lo nuestro no va a ir más allá del simple y elemental
sexo.
—Pero mira que eres burra —rio Ana—. Tú lo solucionas todo a base de
polvos salvajes.
Ricardo Rey es el típico hombre que bajo su fachada de pijo remilgado esconde
a un depredador nato.
rechaza, pues nada, me doy media vuelta, me vengo a mi casa y me escondo bajo
la cama durante un año.
mañana, ¿no? Pues preséntate hoy mismo en su casa, así, de repente, que no te
espere, y verás cómo la sorpresa de verte no le deja pensar.
—Por una vez estoy de acuerdo con Miriam —dijo Ana exultante dejándose
caer junto a sus amigas—. Seguro que cuando te tenga delante, la emoción del
momento le hará olvidarse de ese muro que ha erigido entre los dos y no podrá
evitar cogerte entre sus brazos y hacerte el amor de forma desenfrenada y…
—Vale, vale —se exasperó Daniela—, no os flipéis. No tengo muy claro lo de
presentarme sin avisar en su casa. Tal vez lo tenga todo tan controlado que no le
das una ducha, te depilas hasta el último pelo, te perfumas y vas en busca de una
buena sesión de sexo con tu hombre. ¿No lo estás deseando?
—La verdad es que, ¡sí! —rio Daniela feliz—. Pero, ¿y tú? ¿También tienes
****
encuentro habitual para volver a encontrarse con Leo, pero esta vez con el ánimo
diferente, dispuesta a no dejar pasar la ocasión para poner los puntos sobre las
íes. Como siempre, allí estaba, exhalando una bocanada de humo mientras tiraba
camisa blanca y un abrigo de paño azul marino, más arreglado que en sus
anteriores encuentros. Su cabello negro caía por su frente y sus ojos verdes
relucían más que nunca, acompañados por su media sonrisa irónica, la que
—Déjame que sea yo hoy el que hable primero —le dijo con una sonrisa tan
amplia que Miriam se sintió sospechosamente confundida, mucho más cuando él
tiró de su mano y no eligió el camino que les llevaría al hotel de sus encuentros.
—¿Adónde me llevas?
—Quiero contarte una cosa, y para que veas que no pretendo embaucarte en
una cama, te lo contaré tomando una copa en algún bar que sea bonito.
Se dejó arrastrar hasta que Leo la llevó a un agradable local, con mesitas
chaleco y pajarita.
—Vaya —dijo Miriam mientras tomaba asiento—, con razón vienes hoy más
camarero les sirvió sus copas, Miriam esperó expectante a lo que él tuviera que
decirle.
—Tú dirás.
—Hace unos días discutí con mi mujer y ha decidido marcharse un tiempo con
su madre, para darnos un tiempo para reflexionar, pero presiento que es el
en casa para poder continuar con su vida pero visitando a su madre y sus abuelos
cuando les apetezca, sin ser algo imperativo, hasta que veamos qué ocurre
definitivamente.
—¿Os vais a separar? —dijo Miriam intentando por todos los medios que no
—No sé qué decir, Leo —dijo la joven abrumada—. No puedo decir que lo
sienta.
—¡Estoy feliz! —dijo Miriam sin poder evitar una mezcla de risa y de
humedad en sus ojos.
—Suponía que sería así, por eso, antes de que llegaras, he dado un paseo y me
¿Qué me dices?
—Pues… no sé, Leo —dijo ella mirando aquellos folletos por encima, sin
importarle el destino o el lugar, sino las últimas palabras del hombre, con las que
Tú, simplemente, di el lugar que más ilusión te haría visitar y el resto me lo dejas
a mí.
—Pues decidido. Esta misma semana hablo con el jefe y buscamos una fecha
que nos vaya bien antes de hacer la reserva. —Leo la miró a sus bonitos ojos
hacerla feliz—. ¿Te parece que bailemos para celebrarlo? —le preguntó—. Hay
—Sí, lo sé, soy un soso y mis piernas correrán el peligro de enredarse entre
cuello con sus brazos mientras él la abrazaba por la cintura. Apenas se movían,
solo se mecían al compás de la suave música, cada vez más abrazados. Miriam
hundió su rostro en el pecho masculino e inspiró con fuerza para absorber su
olor. Sus cuerpos, más que unidos, estaban fusionados. Leo bajó su cabeza y
posó sus labios en la curva de su cuello al tiempo que apretaba con fuerza sus
brazos para poder atraerla el máximo hacia sí, haciendo que ella notara ya su
y de sentirlo en su interior.
—Pensé que me habías dicho algunas veces que solo pensaba en llevarte a la
cama. ¿No te gusta hacer otras cosas conmigo?
—Sí —dijo ella—, pero es en una cama donde hacemos lo que más me gusta
hacer contigo. Porque ahora mismo lo que más deseo es arrancarte la ropa y
—Ya lo noto ya —dijo ella de forma pícara y sensual—. Y quiero que luego
hagas tú lo mismo conmigo.
—¿Te refieres a que te meta la lengua entre las piernas hasta que te haga gritar
o a que te folle en una silla hasta partirla como la última vez?
—Tú sí que eres el rey del romanticismo —dijo Miriam poniendo los ojos en
blanco mientras daba por finalizado el baile y tiraba del brazo de Leo hacia la
salida.
—Me lo temía —dijo él con una carcajada—. Tan romántica como yo.
****
casi eufórica, esperanzada en el plan de sus amigas para poder llegar más
mismo tiempo que sabía del hombre apasionado que la había llevado al paraíso
con sus maravillosos besos. Esa misma tarde pretendía dejar patente que esa
sensual atracción que sentían correr entre los dos no podía saciarse con un mero
polvo impersonal, con aquel mete saca que él había inventado. Ella necesitaba
fuerza, que la acariciara, incluso que la pellizcara o la mordiera, que dejara salir
toda esa pasión que sabía que él llevaba dentro. Necesitaba al hombre, no al
empresario o su apellido.
instantes en la vida en los que una persona sabe exactamente cuál de ellos fue el
precursor de un hecho trascendente, y ella sabía el instante concreto en el que se
haría un padre, con respeto, con dulzura. Y supo desde aquel instante que
zarandearle para que se mostrara con ella tal cual era, sin artificios ni máscaras
de frialdad.
interior. Él le había dicho que le gustaba su forma sencilla de vestir, así que se
había dejado el cabello como lo solía llevar cada día y había optado por los
vaqueros estrechos y la blusa que dejaba sus hombros al aire, la ropa que
Miriam le había regalado para lucirla en la comida que tuvo lugar en su casa el
día que supo que él había estado con otra.
¿Habría atado a aquella mujer también a una cama? ¿Le habría hecho el amor
tan fríamente como a ella?
Una mujer tocaba a la puerta a la que ella también se dirigía y esperaba frente a
ella hasta que se abrió y apareció Ricardo. Era rubia y vestía de forma elegante.
¿Sería la misma de la otra vez?
No, seguro que no. Era alguien mucho más importante y especial, y lo supo en
cuanto escuchó aquellas palabras que se le clavaron como un puñal en el pecho.
he echado de menos.
Dios que dolía. Aquello era aún peor que saberlo en un local de encuentros
esporádicos, era saberlo enamorado de otra.
nuevo el autobús y se marchó a casa, donde, nada más llegar, se lanzó sobre el
regazo de la abuela, que dormitaba ya frente al televisor mientras la había estado
esperando.
—¿Fuiste a su casa?
cara que se le quedaba al verme allí, pero no he tenido fuerzas, abuela. Con lo
—No, no, perdona, Daniela, era una forma de hablar. ¿Qué caso podría él
hacerle a una anciana como yo? —La mujer envolvió a Daniela entre sus brazos,
****
—¿Qué sucede, Elia? ¿Por qué estás aquí?
—No lo sé —contestó su cuñada sentada a su lado en el sofá. Ricardo había
preparado una infusión con miel para ella y un café para él—. Supongo que
—Tú siempre me has parecido una persona muy especial, Ricardo, de esas que
se sienten cerca sin que hayan de pronunciar una sola palabra. Y supongo —
—Cuando os pasó aquello ya hablé con vosotros, pero ahora, con vuestra
personas que se aman tanto como vosotros no deberían estar separadas. —Dio
que siente por ti es puro y sincero. Me contó lo de aquella mujer y ya sabrás que
lo mandó todo al garete por tal de no hacerte daño.
—Lo sé, y siento que mis celos le hayan costado tanto dinero a la inmobiliaria,
pero verle allí, con otra mujer en su regazo… A punto estuve de tirarla por la
Elia terminó su infusión, dejó también la taza sobre la mesa, se sacó los zapatos
y se arrodilló en el sofá junto a su amigo y cuñado—. Cuéntame ahora mismo.
¿Hay por fin alguna chica que haya sido capaz de ver el maravilloso hombre que
eres? Porque, déjame decirte que, como amiga tuya, no apruebo para nada que te
líes con mujeres como Marisa, y no me digas que lo hacías para no sufrir por
a ella, quiere decir que te importa. ¿Puedo saber de quién se trata? ¿Alguna chica
de buena familia que veranea en este idílico lugar?
—¿Qué ocurriría si te dijera que se trata de una madre soltera que trabaja en
principio me odiaba porque los obreros de esa fábrica no cobraban por mi culpa?
—Jo-der —dijo Elia con la boca desencajada y sus bonitos ojos grises muy
abiertos—. Pues pensaría que te has enamorado, cariño, ¡por fin! —exclamó
lanzándose a sus brazos—. ¿A que ya no te odia?
has sido capaz de ver en ella algo diferente es porque ella te merece. Me niego a
pensar que esa chica no haya podido reconocer en ti al maravilloso hombre que
escondes tras esa absurda fachada que últimamente no has dejado de construirte
tú mismo.
de vosotros?
—Pues —Elia suspiró, se dejó caer en el respaldo y estiró las piernas para
apoyarlas sobre el regazo de Ricardo—, supongo que evito a toda costa hablar de
—¿De qué?
—De que Arturo se canse de mí, de que conozca a otra mejor, de que repare
en alguna de esas mujeres que se le echan encima todo el tiempo. Sigue siendo
un imán para ellas y el saber que tiene pareja no hace sino acrecentar el morbo
hacia él.
—Podría contestarte a todo eso, Elia, diciéndote que no deberías tener miedo,
que tú eres fuerte, que el amor que sentís el uno por el otro vencerá cualquier
obstáculo… Pero, ¿sabes una cosa? No puedo saber nada de eso, y lo mejor de
esta vida resulta ser lo que no sabemos, lo que no conocemos, lo que puede estar
por llegar sin esperarlo. No sabemos nada del futuro y no sabemos si estaréis
juntos toda la vida, pero, precisamente, el no saberlo, hace que esa incertidumbre
nos obligue a seguir adelante, ante la expectativa de saber qué pasará. Todo sería
quieres? Ve a por él. ¿Temes que él se fije en otra? Conquístale día a día, lo
mismo que él tendrá que hacer para ganarse tu confianza. Comenzad los dos a
—Daniela.
—Pues más vale que Daniela te trate bien o se las verá conmigo.
—¿Has hecho esto alguna vez, Elia? —le dijo tomándola de los hombros
—¿Hacer qué?
—Desahogarte con Arturo como acabas de hacer conmigo.
—Él me recriminó hace poco que ni siquiera había llorado tras el aborto. No
quise parecer frágil o hacerle creer que debía casarse conmigo a toda costa.
****
sobre su cuerpo, Ricardo dejó caer su frente sobre el cristal, empañándolo con el
fuerza que comienza a debilitarse más pronto, cuando ese cabo desaparece de
entre nuestras manos una y otra vez.
Esa era la primera de las mañanas en las que a Daniela le iba a tocar madrugar
un poco más. Por unanimidad, se había decidido que ella iba a pasar a ser
cualquiera de los despachos o almacenes y con la que podría tener acceso a todo
madrugadores.
que ese chico no dejaba de prodigarle. Pero antes de alejarse de él, pudo
observar por el rabillo del ojo la inconfundible silueta del hombre responsable de
esas profundas marcas bajo sus ojos—. Espera, Miguel. Sí, aceptaré ese café
encantada.
observaba a Daniela reír por las gracias de Miguel mientras no dejaba de posar
una de sus manos sobre el antebrazo del joven.
—Si es algún asunto del trabajo puede usted comentármelo aquí mismo.
excelencia.
—Te espero en cinco minutos —y se alejó de ellos con su caminar elegante
la ventana que había ordenado abrir al exterior y por donde comenzaban a entrar
—¿Tal vez porque ahora sales con Miguel? —le dijo dándose la vuelta para
vida privada.
—¿Vuelves al trato formal?
—Usted solo es mi jefe, por supuesto que continuaré con el trato formal.
—¿Por qué haces esto, Daniela? —En dos zancadas se colocó frente a ella, a
modular su voz. La aferró del brazo y se cernió sobre ella. Durante un diminuto
instante, Daniela temió flaquear, sintiendo clavarse en ella aquella mirada dorada
—No vuelvas a entrar en mi despacho sin llamar —le dijo Ricardo con una ira
tratabas como a un trozo de carne —le espetó con desprecio—. Te aseguro que el
gran Ricardo Rey, con su fama y su glamour, no ha resultado ser para mí más
que un patán que no tiene ni puta idea de cómo tratar a una mujer —siguió
tratando de ser lo más cruel posible—. Si todas esas fulanas ricas se mueren por
que las folles de esa manera, pues que les aproveche. Yo prefiero follar con un
tío más normal.
contigo.
—Por supuesto, señor Rey. Y procure no dejarse tentar por las ganas de
velozmente la distancia que la separaba del lavabo. Abrió una de las puertas,
cerró el pestillo y se sentó sobre la taza del inodoro, mientras intentaba respirar,
miraba.
****
Tal vez no era el día más indicado para realizar la visita más importante que
hubiese tenido en mucho tiempo, pero Ricardo llevaba demasiados años lidiando
con importantes empresarios y sabía que poseía el suficiente temple como para
que su vida personal no interfiriera en sus negocios. Habían sido ya tres las
bien las triquiñuelas de ese mundo como para no saber que no se trataba más que
una bonita chica lo acompañó hasta la puerta del presidente. La abrió, entró en él
y divisó al fondo de la estancia una gran mesa brillante y oscura, tras la cual se
encontraba el sillón presidencial de espaldas, esperando a girarse en cualquier
momento, como en una aparición estelar. Y eso fue lo que ocurrió. Ciento
ochenta grados después, apareció el presidente, o mejor dicho, presidenta,
dejando a Ricardo tan clavado en el suelo que temió no poder moverse de allí en
su vida.
—¿Y en qué ha consistido esa tarea, Marisa? ¿En casarte con el viejo que
debería estar ahí?
mueble bar, donde colocó en una bandeja dos copas y una botella—. Sirve tú
mismo, como siempre solías hacer. —Él la obedeció y sirvió las copas—. Pues
sí, has acertado, me casé con un viejo decrépito pero muy muy rico gracias a los
contactos que obtuve a través de tu apellido. Murió hace pocos meses y aquí
en un moño que la hacía parecer más seria y formal. Sonrió. Tal vez nadie en su
nuevo entorno la conocía como él, sabiéndola capaz de cualquier cosa por
—Me he informado sobre ella —dijo Marisa, cuya estrecha falda parecía
remangarse por momentos hasta rozar unos excitantes ligueros— y te felicito,
cariño. Has obrado un milagro con ella. Podríamos llegar a un acuerdo si echara
—Ni hablar —contestó él tajante pero sin dejar de sonreír. Había llegado a la
él atacaba con las armas ocultas de su negocio y ella con sus armas de mujer.
—Piénsalo bien, cariño —le dijo ella sentándose a su lado. Soltó la copa en la
bandeja y se pegó a él hasta colocar una pierna desnuda sobre su regazo y una
equipo.
—Tú y yo nunca hemos formado un equipo y mucho menos lo haríamos
—¿Y si yo te hiciera —dijo ella poniéndose de nuevo en pie ante él— una
proposición imposible de rechazar?
—Inténtalo.
equivocado.
Únicamente pretendía dejarte claro que una sociedad como la nuestra podría
resultar muy lucrativa para los dos. Yo sería tu socia en la fábrica y dispondría de
—Lo tenías todo pensado hace tiempo, ¿no es cierto? —preguntó Ricardo
poniéndose en pie frente a ella.
—Te conozco mejor que nadie, cariño, y eso es un punto a mi favor. —Con
sensualidad, deslizó la uña del dedo índice por su pecho—. Estuvimos juntos tres
años y por mucho que creyeras que andaba metiendo a otros hombres en mi
—Déjalo, Marisa.
hombres como tú. —Con suavidad pero con firmeza, lo dejó caer sobre la mesa
porque me he dado cuenta de que eras muy especial y no supe valorar lo que
tenía.
Poco a poco, la mujer se fue acercando hasta que posó sus gruesos labios en la
boca masculina, que lamió a conciencia mientras Ricardo se dejaba hacer. Por
fin, ella introdujo su lengua y la enredó con la suya mientras él cerraba los ojos y
su mente lo evadía a una cocina, envuelto en harina y azúcar, hasta parecerle oler
a magdalenas recién hechas o percibir el contacto metálico de un piercing en su
satisfecha al notar el bulto de su excitación, provocado por sus recuerdos sin que
ella lo sospechara.
—Mmm, me alegra saber que esto sigue funcionando conmigo. —Sin dejar de
mirarle, introdujo su mano bajo la cintura del pantalón, hizo a un lado la ropa
interior y afianzó entre sus dedos el miembro erecto para comenzar a acariciarlo.
—Te recuerdo que no es tan grande como la de mi hermano.
mujeres deben tenerlas con él a diario. Pero lo tuyo era distinto. Eres el mejor
hubiese rechazado, pero debes creerme, intentar echar un polvo con él no fue
más que el resultado del odio que sentía hacia él por haberme rechazado tantas
mundo.
—Joder, Marisa, estoy alucinando. ¿De verdad has llegado a creer por un
momento que volvería contigo y mucho menos para casarme?
****
Demasiadas horas más tarde, Daniela solo tenía ganas de salir de allí y volver
magnética. Revolvió entre los cientos de objetos que inundaban su bolso, en los
bolsillos de su bata o su pantalón, pero nada. Decidió deshacer sus pasos y hacer
el mismo camino que había recorrido con anterioridad, pero no logró dar con la
—¿Y dices que se te ha podido caer aquí? ¿Cómo? —preguntó Leo mientras
cerraba la puerta tras de sí y la observaba a ella arrastrarse bajo la mesa
—Deja de preguntar, Leo —le dijo Daniela metiendo la mano bajo los
—No la veo por ninguna parte —dijo el encargado tras varios minutos
registrando hasta el último rincón—. Joder, Daniela, otro día haces el favor de
colgártela al cuello con una cuerda como los niños pequeños —gruñó.
—¿Se puede saber qué hacéis aquí? —dijo Ricardo sujetando aún el pomo de
mesa.
—Pues verá… —intentó explicar Leo.
****
Tras aparcar de nuevo en aquella empinada calle adoquinada, Ricardo quedó
unos instantes dentro del coche antes de decidirse a salir. Había resultado ser una
más edad que ella y con el que la había visto ya en un par de ocasiones salir de la
fábrica y montarse en su coche. Le dolía mirarlos y le jodía que le doliera. Por si
fuera poco, se había visto obligado a anular la visita de ese sábado por la tarde al
fuera a su casa. Plan genial para un sábado tarde. Había cambiado una sesión de
sexo por pasar la tarde en casa de Ágata, por mucho que le hubiese asegurado la
ausencia de Daniela. También era cierto que su plan de sexo le seguía pareciendo
una ridícula imitación del sexo de verdad y poco perdía si no acudía a esa
absurda cita.
Exasperado de nuevo, bajó del coche y entró en la antigua casa. Abril le abrió
—Es una mierda de película —se quejó la anciana—, pero solo quedan diez
—Claro —contestó Ricardo mientras la niña enlazaba los dedos entre los
suyos y lo conducía a su habitación. Así, tan segura y confiada.
—Mira, Ricardo —le dijo alegre mientras desdoblaba una hoja y se la tendía
—Me alegra haberte sido útil, pero eres tú la artífice de haberlo conseguido.
Eres una estupenda estudiante y una chica maravillosa, y solo debías dejar pasar
se arrodilló frente a él, lo rodeó con sus brazos y depositó un tierno beso en su
mejilla. Ricardo cerró los ojos y paladeó aquel instante de ternura, besando a su
vez el suave cabello de la niña—. Sé que tienes problemas con mi madre —dijo
ella—. Nadie quiere contarme nada pero lo sé. Solo espero que lo arregléis y que
sigas viniendo a nuestra casa, que me sigas aconsejando y yo pueda continuar
tendría en la vida.
con la abuela, que miedo me da, y eso que he tenido que pelear durante toda mi
vida con clientes y tiburones de los negocios, pero que, al lado de Ágata, me
—Pensé que había tenido buen ojo contigo —comenzó la mujer—, pero has
—Gracias, señora —dijo Ricardo con una mueca—, aunque no estaría mal
comentarme el motivo de dicho… halago.
ricachones, que se creen con el derecho a jugar con las buenas chicas. Me alegro
de que Daniela haya salido esta tarde con Miguel a divertirse un rato.
tener algo con ella no he puesto siquiera los ojos en nadie más!
—Vamos a ver, cabroncete. Daniela se presentó por sorpresa en tu
—¿A una rubia… el sábado pasado…? Joder, Ágata —dijo abriendo los ojos
de las narices.
—Ahora ya no importa —dijo Ricardo mesándose el cabello—. Está saliendo
con otro.
—Está en el cine del centro comercial —dijo la mujer dibujando una mueca
—Gracias, Ágata —le dijo Ricardo cuando se puso en pie, después de darle un
beso en la mejilla.
—Lo que yo dije —murmuró la anciana ya sola volviendo a accionar el
****
una buena película. Daniela llevaba los recipientes en cada una de sus manos
mientras se acercaba a las puertas acristaladas de las salas de cine, acompañada
por las risas de sus amigos. Justo antes de entrar, todavía en el aparcamiento, el
—¿Pero qué coño hace este aquí? —dijo Daniela furiosa, al tiempo que veía
—¡Yo flipo con este tío! —dijo mirando los rostros alucinados de sus
acompañantes—. ¡No me da la gana, capullo!
—Daniela —repitió Ricardo intentando mantener la compostura—, no tengo
vehículo y apresar a la joven con fuerza por el brazo—. ¡Sube ahora mismo al
puto coche!
arrancaba de nuevo—. ¿Y se puede saber qué coño te pasa a ti? ¿No eres capaz
de entender un no? ¡Yo no soy como todos esos trabajadores de la fábrica que se
pasan la vida haciéndote la pelota!
posterior y lanzó con fuerza el gran vaso de refresco de cola para estamparlo
contra la tapicería y regarla con el oscuro y pegajoso líquido, cuyas salpicaduras
—¿Y qué nimiedad es esa para el señor Rey? —dijo impasible Daniela
—¿Y qué? —lo interrumpió—. ¿Me atarás a una cama para humillarme como
las demás veces? —dijo entre furiosa e irónica—. ¿O tal vez me folles como si
fuera una muñeca hinchable? Porque no se me ocurre que puedas hacerme nada
había hecho el amor, y ella no había cometido mayor pecado que desearle desde
—¿Se puede saber qué buscas? —dijo ella—. No entiendo para nada qué coño
hago aquí. Si estás esperando a tu amiguita pija para hacer un trío, te advierto
celeridad hasta topar con una de sus páginas centrales, donde unas fotografías a
—La chica rubia de las fotos, la mujer de mi hermano Arturo. Elia, mi cuñada.
—¿Tu… tu cuñada? —titubeó sorprendida Daniela al contemplar a aquella
chica de pelo clarísimo de nuevo en aquellas imágenes. Sin duda era la misma
—Sí. Ya te dije que mi hermano y ella habían tenido problemas por culpa de
—Vale —dijo Daniela envarada—. Es ahora cuando el suelo se abre bajo mis
pies y yo caigo por un profundo agujero para que no me veas hacer el ridículo —
le devolvió la revista y suspiró—. Supongo que debería pedirte disculpas por
irme, Ricardo. Te vuelvo a pedir disculpas por todo lo que te dije, pero poco
podemos hacer ya para olvidarlo.
—¿Te vas? —dijo Ricardo tenso ante la expectativa de verla marchar. Sus
puñetero picadero? Pues déjame que te diga que, a pesar de sentirme atraída por
aparentabas ser, estoy dispuesta a dar por finalizado este rollo raro que tengo
contigo.
parece bastante más humano que tú a la hora de ejecutar su objetivo con una
mujer.
—Veo que te encuentras totalmente en tu terreno cuando decides insultarme y
—¡Que me desnudes tú! —gritó alzando los brazos—. ¡Que me hagas el amor
con toda tu pasión! ¡Que me acaricies sin planearlo! ¡Y por supuesto, que me
beses mientras tanto! ¡Quiero tus besos, Ricardo, quiero tu pasión, pero sin
control! —Daniela intentó recuperar la compostura mientras respiraba a grandes
bocanadas, observando a Ricardo como una estatua de cera en medio del salón
—. ¿Qué te sucede, Ricardo? ¿De qué tienes miedo? ¿Qué temes? ¡Dime!
ver a nadie?
—Maldita seas, Daniela —dijo él apretando los puños y la mandíbula—.
sobre Daniela, la cogió por los hombros para estamparla contra la pared y se
devorándola sin control, al tiempo que introducía las manos en su pelo y las
enredaba en él arañando su cuero cabelludo. Incrustó su pelvis entre las piernas
de la joven y comenzó a embestir con fuerza, sin dejar de besarla, sin dejar de
echó un paso atrás y la contempló, sin hablar. Ninguno de los dos decía nada,
dispuestos únicamente a sentir, a tocar y a besar.
De forma brusca, Ricardo tiró hacia abajo de las copas del sujetador, haciendo
rebosar sus pechos para acariciarlos, amasando y pellizcando mientras miraba a
bajó por su garganta y se introdujo los duros pezones en su boca, mientras sus
hecho más que empezar y, con desespero, le desabrochó los pantalones y tiró de
ellos hacía abajo para facilitar que él quedara completamente desnudo. Por
primera vez, Daniela se sintió libre de tocarlo, acariciando la piel suave de sus
estaba hinchado y amoratado, y hasta las gruesas venas que surcaban aquella
sedosa longitud aparecían duras y dilatadas, pulsando la sangre que se agolpaba
en su interior.
—No puedo más, Daniela —gimió Ricardo con voz torturada—. Sé que
—Pues no esperes —le dijo ella posando una mano en su mejilla—. Hazme el
amor aquí y ahora, sin guardarte nada, sin máscaras. Déjate llevar, Ricardo. —
observar el fuego de sus ojos, aceptó los envites en su cuerpo, hasta que lo sintió
temblar en su interior y escuchó el profundo grito que escapó de su garganta. Un
fuerte orgasmo los atravesó a los dos, envueltos en gemidos y sudor. Sus pieles
brillaban por el esfuerzo y la pasión, pero Ricardo seguía sin tener suficiente.
Necesitaba más de ella. Su miembro continuaba duro y, sin salir del cuerpo
femenino, la tomó por los glúteos y se dirigió con velocidad hasta el dormitorio,
fuerzas pero se vio colmada por una inesperada felicidad que la ayudaba a
seguir, durante un minuto más, cinco minutos más, diez, hasta que de nuevo un
devastador.
Ricardo se dejó caer sobre ella, uniendo sus pieles pegajosas y resbaladizas.
Su corazón golpeaba con fuerza contra sus costillas y contra el propio corazón
incorporó para colocarse a su lado y poder observarla. Al igual que él, tenía
empapada la piel del rostro y del resto del cuerpo, que brillaba bajo la tenue luz
de la luna que entraba por la ventana, como si toda ella hubiese sido cubierta por
una capa de aceite. Delicadamente, Ricardo apartó un húmedo mechón de
se había convertido esa noche. No había podido evitarlo, no había podido pensar,
solo había podido hacer el amor a Daniela de la forma en la que lo había deseado
desde la primera vez que ella se le enfrentó y le habló sin tener en cuenta nombre
movimiento, puesto que una total debilidad la forzaba a cerrar los ojos y
dormirse, como hizo al instante siguiente, con una bonita sonrisa en su rostro.
****
bien lo sabía con certeza— que sus hermanos habían preparado para ella aquella
supuesta encerrona. Le habían asegurado que aquello sería simplemente un
encuentro social de empresarios, donde el marido de su hermana Martina debía
con el corazón galopando en su pecho nada más escuchar las mismas palabras
que él le dijera la primera vez que se vieron. Se giró, lo miró a sus vulnerables
ojos azules, y ya en ese preciso instante supo que jamás volvería a separarse de
él—. ¿Me esperabas?
—Por supuesto —contestó ella, sin moverse y sin dejar de mirarle—. Por eso
estoy aquí.
smoking. Su negro cabello relucía, lo mismo que el azul de sus ojos. Nunca se
acostumbraría a su llamativa belleza masculina.
—Veo que tú tampoco te estás divirtiendo mucho —dijo él con una media
sonrisa, admirando con disimulo lo guapa que estaba esa noche con su larga
—Tampoco los hombres guapos y arrogantes que se acercan a las mujeres con
la única intención de demostrarles su capacidad sexual.
Sus miradas no se desviaron durante varios minutos, cada vez más intensas,
aunque sin acercarse más de lo que lo harían dos viejos conocidos. Continuaron
sonriendo, comentando, todavía nerviosos, tratando de mantener aquella
cordialidad.
tú? ¡Cuánto tiempo sin verte, cielo! —y ante la mirada de pánico de Arturo, la
Elia se mordió los labios para sofocar su risa. El semblante de Arturo era de
Pero Elia ya lo tenía asumido. Ese era Arturo, su Arturo, ni más ni menos, y
—Eh, tú —dijo Elia tomando del brazo a Arturo—. Lamento decirte que este
hombre ya no está disponible ni lo va a estar nunca. Si lo deseas, puedes crear
una asociación, o un grupo de Facebook que se llame «Afectadas por el retiro de
—Chsst, ya basta, Arturo —le dijo posando el dedo índice sobre sus labios—.
Creo que necesitamos un lugar más privado para seguir hablando, ¿no crees? —
Una vez en la acogedora casita, Elia preparó café y los dos se sentaron frente a
frente, en dos pequeñas butacas en color naranja cubiertas por cojines amarillos,
deseó poner notas de color a su alrededor debido a su propia palidez, algo que ya
no le preocupaba en absoluto.
irme, por…
—Déjalo, Elia —la interrumpió—, no es necesario. Debiste pasarlo muy mal y
permitió que las palabras que nunca había dicho surgieran todas de su garganta
—. No sé si lo entiendes, Arturo, pero no quería ese niño. Durante aquellas
semanas lo maldecí por venir en tan mal momento, por obligarte a pensar en
que nos presionara. —Un torrente de lágrimas brotó de golpe y comenzó a bañar
sus pálidas mejillas—. Por eso, cuando descubrí aquella mancha de sangre en la
cama, temí que hubiese sido por mi culpa, por desear que ese bebé no existiera, y
me sentí un monstruo. —Ya sin control, Elia dejó caer su rostro sobre sus manos
y sus hombros se convulsionaron en un desgarrador llanto.
—Llora, cariño, llora, no pasa nada —le dijo Arturo arrodillado frente a ella,
—No quería —continuaba ella llorando, sin hacer nada ante las lágrimas que
se colaban entre sus labios— pasar el resto de mi vida dudando si estabas
conmigo por haberme quedado embarazada. Deseaba pasar más años contigo y
asegurarme de que me querías, a pesar de la multitud de mujeres que te acosan
cada día.
—Pero Elia…
—No hubiese soportado —continuó ella mientras se deslizaba del sillón y se
dejaba caer de rodillas frente a Arturo sobre la colorida alfombra— que un día te
—Tengo unas cuantas cosas que decir acerca de todas esas suposiciones tuyas
—dijo Arturo tomándola de los hombros—, pero, de momento, solo te pido que
aquellas dudas absurdas, de repetirle hasta la saciedad que nada podría obligarle
a estar con ella, que solo el inmenso amor que sentía por ella era más que
—Te amo, Arturo —le dijo mirándolo con sus turbios ojos grises. Acompañó
sus palabras con besos en su rostro, con caricias en su cabello, con movimientos
impacientes—. Y te deseo —ratificó buscando su boca con desesperación.
Con desenfreno, Elia devoró su boca mientras abría su camisa haciendo saltar
todos los botones. Se lanzó después sobre su pecho, mordiendo y lamiendo sus
pezones y la piel caliente de su tórax, cubierta por su llamativo tatuaje.
dejando que lo besara por todas partes mientras le arrancaba la ropa. Dejó que le
abriera el pantalón y lo tumbara sobre la alfombra para lanzarse sobre su
de su garganta.
en el suelo. Sin dejar de contemplar sus ojos llenos de anhelo, le bajó los
tirantes para devorar sus pechos mientras le subía el vestido, rasgaba sus bragas
al mismo tiempo, dejando que ella le clavara las uñas en los hombros. Rodaron
sobre el suelo entre fuertes gemidos, llevándose por delante la mesita con las
tazas de café, que cayeron sobre las baldosas en un estrépito de cucharas y
porcelana rota. Pero ellos ignoraban los sonidos, los obstáculos o la incomodidad
del suelo, y se dedicaron a seguir rodando por la alfombra, mientras él seguía
—Te amo, Elia —dijo Arturo girando su cabeza para poder mirarla—. Y no
CAPÍTULO 10
bajó de la cama sin poder evitar un quejido cuando obligó a sus piernas a dar el
primer paso. Volvió a sonreír al recordar las palabras de Miriam, que tildó a
Ricardo del típico hombre recatado que luego te dejaba tan exhausta como para
no caminar en una semana. Tal vez una semana fuese demasiado, pero juraría
que en todo ese día las agujetas serían sus inseparables compañeras.
No encontró nada de ropa que ponerse, así que, desnuda, salió al pasillo en
busca del paradero de Ricardo. Desestimando las puertas abiertas que daban al
salón, la cocina o al baño, sus manos aterrizaron sobre el pomo de una puerta
cerrada. Con cuidado, la abrió y casi trastabilla consigo misma cuando observó a
Ricardo durmiendo sobre la cama del otro dormitorio del apartamento. Cerró de
nuevo y se acercó, guiada por la luz de las farolas que entraba por la ventana.
Ricardo yacía boca arriba, desnudo excepto sus piernas, arremolinadas entre una
porción de sábana, como si hubiese pasado horas y horas dando vueltas antes de
delgado, pero fuerte, fibroso, de piel dorada y escaso vello castaño, pero
acostado con ella en la misma cama debía tener una explicación, y ella no
deseaba incomodar su sueño en mitad de la noche, así que, rodeó la cama y, con
extremo cuidado, se acomodó a su lado sin llegar a rozarle. Tiró del edredón para
****
ojos. Ricardo no estaba seguro si esta vez era un sueño o se trataba de una
extraña sensación, pues sentía cosquillear su nuca de una manera inusual. Su
instinto le llevó a girar su rostro en busca del origen de esa percepción y se
admirarla, sin tocarla, y sonrió por la placidez con la que dormía, confiada de
hacerlo a su lado. Eran demasiados los años los que llevaba durmiendo solo,
pues incluso en los años del noviazgo con Marisa habían dispuesto de
habitaciones separadas. Tras el sexo, cada uno a su cama.
que su corazón se entibiara de aquella forma? ¿Que solo deseara acercarse a esa
un estado que parecía permanente desde hacía horas, por no decir días o
solo daban ganas de acariciar y besar. Apartó su largo cabello para poder ver la
uno de sus pechos y acarició su sedosa piel para acabar pasando la yema del
pulgar por su pezón, que floreció y se endureció en un instante.
—¿Se trata de alguna forma tuya de pedirme otro revolcón? —dijo Daniela
mirándolo directamente con sus bonitos ojos claros. Sonrió y un nuevo tirón
hecho el amor unas dos mil quinientas veces más. Sin parar. —Continuó
le atraían mil veces más que cualquiera de las tretas de cama de las mujeres que
habían intentado atraerle, con modales refinados o aspectos elegantes. Sin dejar
de mirarla, bajó una de sus manos y la deslizó sobre sus labios íntimos, ya
mojados y ansiosos.
—¿Y sería aquí mismo, en tu cama? —preguntó ella cerrando los ojos por el
suave placer, mordiendo su labio inferior en una sensual pose que lo excitó
—Mmm, no entiendo por qué me hacías el amor de aquella manera tan fría, si
tú no lo eres. Acabo de constatarlo —dijo sonriendo con los ojos cerrados
mientras frotaba su nariz por su garganta—. Y tus besos… me faltaban tus besos.
—Se colocó sobre él, envuelta ya en la bruma sensual del deseo, y comenzó a
lamer sus labios, antes de abrirlos y penetrarlos con su lengua, para poder
saborear a conciencia aquella boca que le había ofrecido tanto placer. Pero
Ricardo decidió tomar el control y profundizar el beso mientras rodaba y se
encaramaba sobre ella, para frotar su pecho sobre sus duros pezones y deslizar su
dejar de serlo. —Sin previo aviso, le abrió las piernas y la penetró despacio,
adaptando poco a poco su grueso miembro a su vagina, húmeda y caliente.
Daniela mientras ella rodeaba sus glúteos con sus piernas y la espalda con sus
tanto con solo una mirada, tan fuerte, tan intensa, que podían estar haciendo el
amor con sus miradas al mismo tiempo que con sus cuerpos. No querían que
acabase, deseaban paladear aquel momento y sentir en sus pieles la emoción del
deseo durante horas, aunque precisamente ese constante deseo no les dejara más
que unos minutos de tiempo antes de explotar en pequeños fragmentos de placer,
Mucho más tarde, seguían abrazados, frente a frente. Sus manos no cesaban de
reseguir sus pieles, deleitándose en trazar cada línea y cada relieve.
—Porque fueron siempre ellas las que me engañaron a mí —dijo Ricardo de
pronto, asaltado por la imperiosa necesidad de explicarse ante ella.
prometidas también?
—A mi primera prometida la pillé en su casa tirándose al encargado de la
áspera mandíbula del hombre—. Tal vez ahora entienda muchas cosas.
—Desde Julia hasta Marisa hubo un sinfín de mujeres, todas ellas buscando
una alianza, unas por prestigio, otras por dinero, y la que no, para que la guiara
—¿Por eso la visita a ese lugar de Barcelona? —suspiró—. Y supongo que por
eso el contacto ocasional, la frialdad a la hora del sexo o tu contención a la hora
—Pero al final pagan justos por pecadores, y tuviste que ser tú quien recibiera
mi rencor y mi desconfianza, la persona que solo me ofreció sinceridad.
—Vi algo en ti desde el principio —continuó ella sin dejar de acariciar sus
mejillas o su cabello—. Me pareció que había alguien que merecía la pena bajo
esa muralla que te habías construido. Me alegra que la hayas dejado caer y que
haya sido conmigo.
—Tal vez todavía quede parte de los cimientos de esa muralla —dijo él con
una mueca—, pero sí sé que, si me ayudas, posiblemente no quede ni rastro de
ella en poco tiempo.
****
parpadeando hasta adaptarse a la claridad y abrió los ojos aunque los rayos de
sol amenazaran con dejarla ciega para los restos, pero merecería la pena solo por
descansaba sobre su brazo, nada menos que después de haber hecho el amor con
él varias veces de una forma inolvidable. Nada menos que después de decirle
que la quería.
Intentó removerse para retirar con cuidado el brazo de su cintura, pero el sutil
movimiento fue suficiente para que Ricardo abriera los ojos y la mirara
directamente, provocando de buena mañana un fuerte aleteo en su vientre.
Tenerlo allí, junto a ella, disparando su mirada de deseo, de un deseo que solo
parecía crecer por momentos, hacía que a Daniela solo le diesen ganas de saltar
—Buenos días —dijo Ricardo con ronca voz matutina—. ¿Qué tal has
dormido?
supone para mí compartir una cama con un hombre. ¿Y tú? ¿Has dormido bien
aunque me haya pasado la noche sobre ti?
—Bastante bien —contestó él tomando entre sus manos sus caderas para
acercarla a él totalmente—, teniendo en cuenta la novedad que supone para mí
compartir mi cama con una mujer durante una noche completa —explicó con
una mueca.
—¡No jodas! —exclamó ella apoyándose en su pecho—. ¿Y Marisa? Fuisteis
—¿Y con las otras? ¿Un polvo y a tu casa? ¿Por qué? Podrías haber tenido a
cualquier mujer que hubieses deseado, no entiendo que ninguna de ellas haya
querido algo serio contigo.
—Por supuesto que querían algo serio conmigo. Tan serio como casarse para
acceder a mis cuentas o a mi prestigio. O a mi hermano.
por haberte hecho daño —suspiró mientras lo abrazaba y frotaba su rostro contra
cristalina que lo cautivara el primer día—. Pero estoy tan acostumbrada a verte
cuando ibas de jefe megaborde por lo menos cincuenta, y ahora… humm —dijo
evaluándole—, creo que ahora mismo aparentas veinticinco. Te he rejuvenecido
un montón de años. Lo que hace una buena noche de sexo no planeado, ¿no es
cierto?
—Gracias —dijo él divertido—, pero mi edad real son treinta y ocho años,
aunque llevas razón en cuanto a que muchas veces me he sentido mucho mayor,
por las obligaciones o las circunstancias, así que —volvió a abrazarla y a buscar
su boca—, sigue rejuveneciéndome, Daniela.
—Lo estoy deseando —dijo ella apartándolo de sí—, pero necesito una ducha
urgentemente, y un buen cepillado de dientes. Mierda, había olvidado que no
estoy en mi casa.
Además, mira qué pinta tengo —dijo señalando su pelo enmarañado y su rostro
—Me alegra que seas humana —dijo luciendo una amplia sonrisa—. Ya
Solo media hora más tarde, volvían a encontrarse en el salón. Ricardo se había
duchado, perfumado y vestido, aunque había optado por unos vaqueros y un fino
suéter en color gris claro, incluso decidió no afeitarse esa mañana y dejarse
aquella capa de aspereza que cubría su mandíbula. Cuando Daniela salió del
baño vestida y con su largo cabello húmedo, no pudo evitar parar en seco ante él
enterito.
—Gracias, y yo me dejaría —dijo él sin poder evitar mirar hacia el suelo con
las manos en los bolsillos, algo tímido e inseguro—. Tú también estás preciosa.
—Soy muy del montón —dijo ella señalando su blusa rosa, su falda de vuelo
dedos— no sabría decirte. Tal vez sea esa luz que irradias, mezcla de frescura y
sensualidad, como si siempre acabaras de salir de la ducha, o tal vez sea tu
sinceridad, que me hace confiar en ti. Tal vez sea esa fuerza que escondes bajo
un cuerpo tan pequeño, con la que has sido capaz de sacar adelante tu vida y tu
maravillosa familia. O puede que sea por esos claros ojos del color de la
—Creo que será mejor que me marche ya —dijo ella riendo mientras secaba
una pequeña lágrima con la yema del dedo—, o acabaré patéticamente abrazada
todo el día.
—¿Me estás proponiendo pasar el día juntos? ¿Tú y yo? —gritó ella—. ¡Sí! —
rio echándose en sus brazos y besándole por todas partes—. ¿Adónde iremos?
—La idea de pasar todo el día en la cama me parece perfecta, pero creo que
—Una vez dijiste que entre nosotros no habría flores o paseos cogidos de la
poco de ti.
—Con sumo placer. —Ricardo sostuvo su nuca entre sus manos abiertas y
bajó su cabeza para paladear de nuevo sus labios y su lengua, primero de forma
lenta y pausada, después cada vez más profunda, más intensa. Daniela introdujo
sus manos bajo el jersey y palpó con deleite su pecho duro y caliente, mientras
gemidos, sin que su cuerpo pudiese evitar reaccionar a aquel hombre, que la
enardecía al mínimo contacto—. Será mejor que paremos —dijo él separando su
hinchados, sumida aún en aquella pasión que desbordaba tan fácilmente en ellos.
—No —dijo él con una sonrisa que acabó de iluminar la estancia—, ahora van
incluidos.
llamar a casa y decir que no apareceré en todo el día. —Sacó el móvil del bolso
de las puertas del pasillo para hablar con sus amigas, con su hija y con Ágata, las
cuales no pudieron estar más contentas de que todo se hubiese arreglado entre
ellos.
—¿Por qué te has encerrado para hablar con la abuela o tu hija? —preguntó
Ricardo extrañado.
—Nos vamos.
Durante el trayecto en coche, Daniela se recreó en mirarle, llegando a ponerle
nervioso y a hacerle reír mientras ella observaba abiertamente su aspecto
desenfadado de esa mañana, con aquella ropa menos formal, sin afeitar y con
unas oscuras gafas de sol. Su cabello cobrizo aparecía revuelto por el aire que
entraba por la ventanilla y su sonrisa perenne le confería un aspecto juvenil y
fábrica y conocer a alguien tan especial, incluso a tantas personas que a través de
condujo sin reparar en su destino. Para él, representaba un poco una locura,
dejarse llevar, conducir, bajar las ventanillas, poner música y, sobre todo, reír.
Reír, reír y reír sin parar junto a la persona que desprendía esa vitalidad que se
colaba por los poros de su piel y lo transformaba en alguien mucho más feliz.
—¿Adónde vamos? —gritó Daniela sobre el aullido del viento que se colaba
por las ventanas del todo terreno.
—No tengo ni la menor idea —contestó Ricardo—. Aunque te parezca
mentira o una tontería, nunca había hecho algo así, conducir sin rumbo. Me
produce sensación de libertad.
Mientras más conocía a ese hombre, más diferente le parecía a cualquier otro,
más crecía en ella una tibia sensación inexplicable que le inducía a protegerlo. Y
cuatro por cuatro, hasta que llegaron a un altiplano con unas impresionantes
manta de cuadros azules y rojos que llevaba incluida el coche y aún sin estrenar
—Yo, sin embargo —dijo Daniela a su lado, apoyada sobre un codo mientras
jugueteaba con una brizna de hierba deslizándola sobre su pecho—, no he
viajado nada. Aparte de alguna visita esporádica a Barcelona, no he ido más allá
de esta comarca y sus pueblos.
—¿Y tus padres, Daniela? ¿Dónde están?
—Soy hija de madre soltera. Debe ser genético —dijo con una mueca—.
Cuando conoció a un hombre que se la llevaría lejos de aquí, me dejó con una tía
suya y ya no he vuelto a saber de ella. Mi tía abuela murió poco después de tener
a Abril y fue entonces cuando Ágata nos acogió. ¿Y los tuyos? —decidió
preguntar para cambiar de tema—. Sé que murieron, lo siento.
—Fue un duro golpe —dijo Ricardo con los ojos cerrados para evitar los rayos
directos del sol—. ¿Sabes? Hay algo de mis padres que jamás he contado a
—¿Cómo dices?
nada sobre su embarazo. Mi padre lo supo años después por unas pruebas
células —dijo Daniela reanudando aquel suave deslizar de una brizna de hierba
sobre su cuerpo—, y yo soy un ejemplo patente. Una tía anciana me crio de
pequeña y Ágata me dio todos estos años mucho más que una casa donde vivir,
mientras que mi propia madre me abandonó. Por muy importante que sea un lazo
de sangre, hay otros lazos mucho más fuertes.
no vivió en Barcelona hasta prometerse, creo que ese origen puede encontrarse
en tu pueblo, aunque hasta ahora no he averiguado absolutamente nada.
—Y tú, ¿qué andas buscando? —le dijo sonriente al notar la mano de Daniela
recaliente mi sangre. —Le subió el jersey y comenzó a repartir besos por la piel
cabeza—. ¿Demasiada locura para ti? No me digas que nunca has hecho el amor
al aire libre.
—¿Quedaría mal si te dijera que no? —gimió él apenas sin aliento cuando
contempló sus manos desabrochando su pantalón.
—Un poco —dijo ella siguiendo la broma—. Eres Ricardo Rey y deberías
informarme de la multitud de mujeres con las que has estado y los lugares tan
inverosímiles donde te las has tirado.
—No soy tan interesante como te crees —volvió a gemir cuando ella bajó el
joven. Abrió su blusa y lamió sus pezones a través del encaje del sujetador.
—Oh, por Dios —jadeó ella—. Sabes que podría correrme así.
—Es lo que vas a tener —suspiró Ricardo sin dejar de embestir—, porque no
he traído preservativos.
—Pero yo sí —gimió levantando sus caderas en busca del contacto.
horcajadas sobre él—. Sabía que pasar el día contigo acabaría desembocando en
esto aunque fuese en medio del campo. —Lo tomó de su bolso, lo colocó con
cuidado y precisión, hizo a un lado sus bragas y subió sobre su glande para luego
bajar hasta el fondo y sentirse completamente llena de él.
—Estás loca —jadeó Ricardo mientras la tomaba de las caderas para ayudarla
a subir y bajar.
—Sí, pero por ti. —Fue lo último que pudo decir antes de que perdiera
cualquier capacidad cerebral que no fuese sentir, que no fuese perderse en aquel
rodeaban cuando el luminoso orgasmo los atravesó. Bajó su cabeza para exhalar
ahogaba sus gemidos y presionaba sus glúteos hasta dejar las marcas blancas de
****
Esa noche Daniela no durmió bien. Se había pasado las horas buscando en su
cama el calor del cuerpo de Ricardo, la comodidad de su abrazo y, sobre todo, la
emociones pasadas le había pasado completamente por alto. Seguía sin tener la
tarjeta que le daba acceso y ya había olvidado por completo que durante los
en la fábrica y no creía que le fueran a descontar esos días por no constar sus
Por suerte, otro de los encargados parecía tener más ilusión en presentarse en
—Buenos días, Leo —le saludó Daniela mientras él pasaba la tarjeta y ella
entraba junto a él—. Veo que no soy la única que se ha caído de la cama esta
mañana.
—Daniela —respondió el hombre al saludo con un gruñido. Ella sonrió,
Durante las primeras dos horas de la jornada, pudo verificar algunos pedidos,
realizar algún control de calidad e incluso hablar con un par de clientes, pero
—¿Qué tal, Daniela? —la saludó Miguel con un vaso de café en la mano
mientras le entregaba otro—. ¿Has podido echar un vistazo al nuevo proyecto?
francamente mal por haberlo utilizado para darle celos a Ricardo pero ya no
podía hacer nada y, aunque pareciera egoísta por su parte, deseaba que volviera a
levantar Americ durante un tiempo limitado, como habían hecho con otro grupo
Dio unos toques a la puerta de Ricardo y esperó el permiso para entrar, puesto
que no deseaba que en el trabajo la gente pudiese chismorrear o creer que ella
había obtenido algún tipo de privilegio. Cuando entró y lo divisó hablando por
con una nueva luz, un nuevo semblante. Incluso le pareció ver un aura brillar a
su alrededor, e imaginó, en su delirio, que era la propia felicidad de Ricardo
visible al ojo humano.
creerse que ese maravilloso hombre hubiese cambiado tanto y que ella fuese la
responsable de dicho cambio—. Buenos días —le susurró al llegar a ella. Alargó
una mano para cerrar la puerta por dentro y se abalanzó con rapidez sobre su
boca, introduciendo su lengua para enredarla con la suya, lamiendo sus labios,
ladeando la cabeza para profundizar el beso, abarcando al mismo tiempo su
tan distinto a la ropa interior de encaje que había utilizado en sus encuentros.
—Lo siento —dijo ella haciendo una mueca—, pero a trabajar me sigue
bajo la bata de trabajo —susurró pasando sus palmas abiertas sobre sus pechos y
su abdomen—. Preciosa…
—Las máquinas nuevas desprenden mucho calor —dijo ella cerrando los ojos
debía ser aquello de la química entre las personas, puesto que ellos dos
explosionaban al mínimo contacto como ácido y base.
—Pues habrá que poner algo de remedio —dijo él mientras bajaba el top y
hacía rebosar sus pechos para amasarlos, pellizcarlos y llevárselos por fin a la
boca mientras ella echaba hacia atrás la cabeza emitiendo un hondo gemido.
esto en tu despacho. Tan serio, tan sensato… ¡joder! —gimió cuando él introdujo
su mano bajo la tela de algodón de sus bragas y encontró sus húmedos pliegues.
poder sentarse en su sillón y tenerla frente a él, abriendo sus piernas para obtener
una buena panorámica de su cuerpo—. ¿Y quién era tu jefe cuando imaginabas
eso?
—No tenía rostro —jadeó Daniela cuando él colocó sus pies sobre los
apoyabrazos del sillón y apartaba a un lado sus braguitas, dejando ante él
La panorámica de la que disfrutaba en ese momento Daniela era más que una
fantasía erótica: sentada sobre la mesa de Ricardo, los pies sobre el sillón, las
piernas abiertas y su aliento calentando su sexo. En el trabajo, durante la jornada
laboral, con la bata azul todavía puesta y la luz del sol entrando a raudales por la
de sus sueños.
el labio con más fuerza que nunca para no dejar escapar un grito descarnado de
frente al sillón de Ricardo, que la miraba con las pupilas tan dilatadas que apenas
quedaba un anillo dorado a su alrededor—. Mi fantasía aún no ha acabado.
—¿Ah, no? —dijo él con la voz ronca, observando muy quieto los
miembro hinchado.
—No —contestó ella sin dejar de mirarle, con su mano sobre aquella dura
suavidad, deslizándola arriba y abajo—. Hay algo que siempre he querido hacer
bajo una mesa de despacho. —Sin perder el contacto visual, Daniela deslizó su
lengua sobre aquella sedosa longitud, una y otra vez, observando a Ricardo
cerrar los ojos y clavar las uñas en el cuero del sillón mientras emitía un sibilante
suspiro apretando los dientes. Él enredó las manos en su pelo y varias horquillas
tintinearon al caer al suelo, haciendo que la larga melena se desparramara por su
espalda.
—Dios, Daniela —gruñó cuando ella se lo introdujo en la boca, rodeando el
glande con los labios sin dejar de subir y bajar su mano—. No quiero acabar así
—siguió gruñendo—. Para, por favor.
—Previsor que es uno desde que anda con jovencitas provocadoras. —Tras
desordenar la mayoría de sus cajones, todavía con Daniela cernida sobre su
encaramarse sobre su regazo, colocando sus rodillas sobre el sillón. Sin apenas
hueco para ello, resbaló, tropezó y tiró la mitad de los objetos de la mesa, con lo
que se vio obligada a taparse la boca con fuerza para no estallar en carcajadas.
Por fin, sintió la punta del hinchado glande en su vagina y, apoyada en sus
su cuerpo lleno de él, mientras los ojos más dorados y hermosos que había visto
en su vida la miraban como si ella fuera algo único y precioso. La claridad que
entraba por el ventanal los cubrió con su manto de luz, dejando a la vista
cualquier gesto de sus rostros, cualquier expresión de sus bocas o sus ojos.
Ayudando a Daniela a subir y bajar con las manos en su cintura, Ricardo
embistió con sus caderas con fuerza hasta que el clímax los envolvió como la luz
y ella cayó rendida sobre su pecho.
—Solo has de ser feliz, Ricardo —le dijo ella acariciando su mejilla—. Y si tú
que descuidé la inmobiliaria, tengo una fábrica que atender. Creo que mi móvil
abrochaba la bata. Recogió las horquillas del suelo y, con la maestría que le
pocos segundos.
—Nos vemos luego, preciosa. —Tras arreglar sus ropas, le dio un tierno beso
lugar.
—¡Hola, guapa! —la saludó Miriam al entrar, seguro que a retocarse su rojo
partir de ahora para lo mismo —sonrió pícara—. Para que nuestro aspecto no
decaiga durante el día y nuestros hombres nos vean radiantes. —Desvió la vista
—. ¡Dani! ¡Joder! ¡Tú no estás aquí para retocarte el antes sino el después!
—¡Lo voy a dejar más seco que un bacalao! —exclamó a carcajadas la joven
pelirroja.
—Pues… —la chica las miró a las dos alternativamente—, estoy hecha un lío,
Leo.
marido acababa de regalarle un viaje a Italia, que habían pasado un bache pero
que se habían reconciliado y ese viaje sería una especie de segunda luna de miel.
—¿Cómo dices? —dijo Miriam con la piel tan pálida que temieron que se
desplomara en el suelo.
en trance.
****
—¿Qué ocurre, Miriam? —preguntó Leo sin dejar de mirar la pantalla del
—¿No puedes esperar a que nos veamos? —dijo Leo tan pálido como ella tras
el comentario del compañero.
—Si no me llevas a un despacho ahora mismo, gritaré aquí en medio las veces
algunos muebles de oficina que no había sido ocupada todavía. Pasó su tarjeta
Antes de que Leo hubiese cerrado la puerta, Miriam cerró su mano, cogió
colegio —dijo Leo frotando su rostro con las palmas de sus manos—, sobre todo
el mayor, que ha suspendido cuatro asignaturas.
—¡A muchos les pasa y sus padres no vuelven a juntarse! ¡Yo misma viví la
separación de mis padres!
—¿Todavía? —dijo ella con sorna—. Eso significa que aún tiene esperanzas
acabó! Vuelve con tu mujer y sigue engañándola con otras en tus escapadas a
Barcelona, pero procura follártelas y desaparecer, por si alguna otra pobre
gilipollas como yo cae rendida ante tus bonitos ojos verdes y tu enorme polla.
otros hombres. Pienso follarme a todo el que se ponga por delante, menos a ti,
por supuesto. Así que procura no cruzarte en mi camino. —Y desapareció tras la
—No, Marisa. Dime si tienes algo relevante que decirme o me marcharé por
donde he venido.
—Está bien, como quieras. Entonces, iré al grano. Ya no hace falta que
hagamos ningún tipo de trato, puesto que dispongo de todos tus proyectos,
presentes y futuros, habidos y por haber.
—No es ningún truco. —La mujer cogió una carpeta que descansaba sobre su
—No… no puede ser —dijo Ricardo cuando los observó más detenidamente.
—Maldita zorra, ¿cómo lo has hecho? ¿Me has metido un espía en la fábrica?
—Sabes que no era necesario. Con incentivar a uno de tus propios
trabajadores era suficiente.
—Dime su nombre. Ahora —dijo más frío y acerado que nunca. Una ira
desconocida brotó en su interior y comenzó a corroerle por dentro.
—Lo único que tuve que hacer fue proponerle a tu empleado un buen futuro
anciana, a las que tú no has parado de agasajar con tus regalos, ¿no es cierto?
—No, no te creo. Todo esto no es más que una sarta de mentiras —dijo
Ricardo envuelto en sudor frío.
—Ricardo, cariño —le dijo con benevolencia—, parece que las atraigas. Me
cae bien porque es tan zorra y tan avariciosa como yo y no se detuvo ante nada,
incluso poniendo sus ojos en ti, tirándose al mismísimo heredero Rey para
embaucarte con su carita de buena y alejar tus sospechas. Pero creo que te hago
un favor si destapo cómo es en realidad.
—Tendré que comprobarlo. —De repente sus ojos se tornaron más claros,
no tendría acceso sin su permiso, por no hablar de las llamadas. Seguro que
dispones de algún modo de encontrar en su móvil varias llamadas recibidas y
—Te he dicho que lo comprobaré —le dijo. Cada vez más serio, cada vez más
estático, cada vez más insensible, como si su propio cuerpo reconociera los
frente: quiero tu prestigio, Ricardo, casarme contigo para poder prosperar en este
mundo escudada en tu nombre. Sin mentiras inesperadas, sin falsedades que
cariño.
No fue la crueldad de esas palabras lo que acabó de dejar sin aire a Ricardo,
—La interrogaré —dijo Ricardo sirviéndose al fin una copa con el pulso
—¿Y si me niego?
—Lo sabes perfectamente, cariño. Toda tu empresa caerá en una inminente
—En cuanto sepa la verdad te llamaré —dijo Ricardo mientras salía del
despacho. Cuando llegó a la calle, cogió su teléfono e hizo la llamada con la que
comenzaría aquella pesadilla—. Pablo, te necesito aquí, lo más rápido posible.
****
—Daniela —la avisó Leo—. El jefe quiere hablar con nosotros por separado,
primero contigo. ¿Cuál puede ser el problema?
—No tengo ni idea, Leo —contestó sorprendida. Que ella supiera todos los
los dos. De todos modos, si la había cagado y tenía que aguantar una bronca de
Ricardo, no le quedaba más remedio que afrontarla. Había sido ella la primera la
que le había pedido que evitara el trato preferente y, ante todo, separar el trabajo
—Se podría decir que sí —dijo Pablo—. En primer lugar, aquí tengo el
registro de las entradas y salidas realizadas por usted en las últimas semanas,
desde que dispone de tarjeta electrónica para acceder a la empresa. ¿Podría usted
explicar estos horarios tan intempestivos? —el hombre repasó el documento con
la mirada—. Una mañana de esos días, en concreto el lunes 26, entró usted a las
5:00am, salió a las 5:15 y volvió a entrar a las 7:00, su hora habitual. Salió de la
fábrica a las 19:00pm, de nuevo dentro de su horario normal, pero volvió a entrar
a las 21:00, cuando ya no quedaba nadie en el interior, para volver a salir a las
21:30.
mostrando la copia.
—Quiero decir que es imposible que yo haya realizado todas esas entradas y
salidas y mucho menos se hayan registrado puesto que hace días que perdí la
tarjeta de acceso.
—No quise molestar al señor Rey por esa tontería, puesto que sé de antemano
que es él quien debe firmar un montón de papeles para las autorizaciones.
esto?
—Todo a su tiempo. ¿Reconoce esta firma?
—Parece la mía.
—Es la firma para la apertura de una cuenta bancaria a su nombre con un
saldo inicial de quinientos mil euros.
—¿De qué demonios está hablando? —exclamó Daniela. Por primera vez
miró de reojo a Ricardo, que seguía serio, impasible, como un mero espectador.
Sus ojos fríos como el hielo la miraron durante solo un segundo, antes de bajar la
el abogado suspicaz.
de algo.
¡Ya les he dicho que perdí mi tarjeta, que no sé nada de esa cuenta bancaria y
menos se me ocurriría hablar con esa mujer para nada! ¿De qué se me acusa?
—Siempre has sido una deslenguada, Daniela —dijo el gerente—, que no has
dejado de despotricar sobre los dueños, y todos sabemos de tu maltrecha
economía, así que de esta forma podías matar dos pájaros de un tiro: joder al
señor Rey y llevarte un buen pellizco.
señor Rey? —le preguntó directamente, aún en pie, tiesa y recta como un poste
y le diré que tu amiga Ana los traiga, no sea que desconfíes de nosotros.
Unos minutos más tarde, Ana entraba en el despacho con sus grandes ojos
sobre la mesa y, entre una multitud de objetos de aseo, libretas, móvil y toda una
Daniela.
—¡No puede ser, alguien la ha debido poner ahí! ¡No estoy tan idiota!
—¿Y todas las demás pruebas? ¿Ese alguien también la odia tanto que se ha
molestado en fabricarlas una por una? —dijo Pablo. Ricardo ya lo había puesto
—¿Por qué te encerraste en mi apartamento para hablar por teléfono? —le dijo
con la voz más dura que ella le había escuchado nunca—. La llamada duró
varios minutos. ¿Qué era lo que yo no podía escuchar?
Y ahí fue cuando Daniela se desinfló del todo. ¿Cómo iban a creerla los demás
si él, el hombre con el que había pasado los momentos más maravillosos de su
vida, era el primero en no creerla?
—Hablé con la abuela, con mi hija y con Miriam —dijo con voz monótona.
—Por favor, déjenme a solas con ella —dijo Ricardo a un público cada vez
más interesado.
solas con él, recibiendo esa fría indiferencia, cuando Daniela fue consciente de
que él no la creía o al menos dudaba de ella, una verdad impactante que le acertó
de pleno en mitad del pecho, dejándola sin respiración por un instante. Ella
hubiese creído en él sin dudar pero, por supuesto, los sentimientos no debían ser
No se podía ser más idiota. Los ricos nunca tendrían nada serio con una
trabajadora vulgar como ella. Había sido un juguete para un buen rato y nada
más. ¡Cómo había podido resultar tan ingenua! Toda esa palabrería, dándoselas
de ser un solitario al que nadie quiere o aprecia… Y ella había sucumbido, ante
sus bonitas palabras y su mirada triste.
su postura.
—¡Qué generoso! —dijo ella mordaz—. ¿Pues sabes una cosa? A estas alturas
me importa una mierda que me creas o no. Si has llegado a pensar que me
Ricardo la observaba en silencio. Tal vez llevaba razón y ella no podía haber
perpetrado todo ese montaje por dinero cuando rechazó en el pasado sus regalos
conocido. Por un segundo, solo pudo ver en ella el rostro de Julia, con aquellos
grandes ojos azules que intentaron convencerle muchos años atrás de que le
agradecida por no ponerme a fregar el suelo a mano, aunque la ventaja será que
las infinitas veces que ya había pasado por lo mismo, las ocasiones en que le
tocó sufrir y retirarse por la humillación.
compartir su vida y sus desvelos con una persona que lo amara. De creer que
podría aspirar a una bonita familia, con una abuela cascarrabias, una hija
Poco a poco, volvió a reconstruir aquel muro del que aseguró conservar
todavía los cimientos. Sintió colocar los ladrillos, uno a uno, fila tras fila, hasta
Lo más sensato era abandonar. Los negocios se le daban bien y casado con
Marisa solo tendría que dedicarse a ellos en cuerpo y alma, sin miedo a perder la
esperanza porque ya no la tendría. La había perdido hacía mucho tiempo.
—No importa. Puedes marcharte.
Cuando ella cerró la puerta tras de sí, Ricardo tecleó en su móvil y marcó el
número de Marisa.
mente embotada y vacía. Dentro estaban sus amigas, que la habían esperado para
volver juntas a casa. Las tres se fundieron en un abrazo, demostrando que aún
quedaba algo verdadero e inquebrantable en sus vidas. Miriam fue la única que
habló.
—Que les den por culo a los tíos, Dani —dijo emocionada—. No los
****
cualquier superficie.
—Te lo dije, cariño. Conozco a Ricardo y sabía que si le dábamos dónde más
que su inseguridad y sus miedos lo habían vuelto cada vez más desconfiado y
receloso, y sus fracasos cada vez más escarmentado. Buen trabajo, Miguel.
—Ha sido un placer. No tenía más que ganarme la confianza de la sosa esa del
piercing, que personalmente no me gusta nada y para colmo es una borde. Birlar
su tarjeta, utilizarla para acceder a los archivos, fotografiar los documentos y
volverla a dejar en su sitio, fue pan comido para mí. Y lo mismo hice con su
móvil, con el que realicé las llamadas.
—Pero recuerda que ha tenido que ser gracias a mis contactos el que hayamos
podido abrir una cuenta a su nombre utilizando su firma.
—Espero que ese dinero viaje pronto hasta mi cuenta —dijo el hombre con
esperar ya.
—Lo sé —dijo ella deslizando sus largas uñas rojas por su suave tórax—, pero
ya conoces mis gustos, cariño —y le hizo un mohín con sus gruesos labios rojos.
reflejar apenas la ira que le bullía la sangre. Él deseaba a esa mujer como nunca
había deseado a ninguna otra, por el ardiente sexo que compartían, porque con
ella todo estaba permitido y no había límites, habiéndolo llevado a conocer las
más altas cotas de placer imaginables. Pero la muy zorra lo sabía, sabía que él
aceptaba cualquier cosa por tener el privilegio de follar con ella, y se
Pero, como Marisa ya sabía, haría todo lo que ella deseara, cualquier cosa que
le pidiera.
—No te preocupes, cariño —le dijo ella deshaciéndose de su liviana bata para
quedar totalmente desnuda—. Sabes que tú eres mi favorito, que todos estos
bloques de músculo que utilizo de vez en cuando no sirven sino para darme un
poco más del gran placer que tú me ofreces. —Se acercó a él y le dio un ardiente
fornido hombre lo que deseaba sin tener que decir una palabra, simplemente
abriendo su boca y relamiéndose los labios. Vladimir introdujo su miembro
ante la excitante visión de Marisa chupando con voracidad aquella enorme polla.
Sus piernas estaban abiertas y dejaban a la vista su sexo rosado y empapado,
donde sus mismos dedos y sus largas uñas rojas frotaban sus labios ansiosos.
Excitado al máximo, se dejó caer sobre sus rodillas y cambió la mano de Marisa
por su lengua, para chupar con ansia, para lamer con codicia lo que creía suyo
por derecho. Marisa lanzaba gemidos ahogados con su boca colmada por el
—Fóllame tú, Miguel —gimió—. Siempre quiero que seas tú —le dijo
mientras se colocaba de rodillas en la butaca, mostrando su trasero y su sexo
dejó envolver por aquella marea de placer ardiente y gritó el nombre de Marisa
mientras blancos regueros de semen de otro hombre bajaron por las comisuras de
la boca de la mujer.
****
Solitario: Lo siento, princesa, pero supongo que hoy no soy grata compañía.
Si te describiera todo lo que me atormenta, acabarías huyendo despavorida.
momentos. Deja que entre nosotros solo existan unos momentos de calma y de
placidez.
sus brazos hacia techo del salón de la mansión Rey—. ¿Cómo puedes volver a
caer en las artimañas de esa zorra? ¿Y dónde está Daniela, la chica de la que te
habías enamorado?
que un tupido velo para tapar tus propios sentimientos y huir de ellos! ¿Qué ha
ocurrido con ella?
—No estoy seguro si me ha engañado, si me ha utilizado, como tantas y tantas
otras.
—¡No estás seguro! ¿Y a qué esperas para estarlo? ¿La has dejado defenderse
abofeteado, él mismo pensaba haberle dado una puta paliza por idiota. Casarse
con Marisa… por favor, no se podía caer más bajo.
—Elia, por favor, no sigas —dijo Ricardo dándose la vuelta para buscar la
bandeja de los licores y servirse una copa—. Ya está decidido. La fábrica crecerá
—Ah, pues nada, entonces —dijo Elia irónica—, todo resulta así muy cómodo
y genial para todos, excepto para ti, claro, que te conviertes de repente en un
mártir. Y dime, Ricardo, ¿compartiréis una cama normal o tendrá el tamaño de
—No lo sabía. Me lo acabas de confesar —dijo Elia con los brazos en jarras
—. No me extraña, si no has luchado por defender tu relación con aquella chica,
seguro de que exista. Tal vez has olvidado que no poseo ADN de los Rey. —
Ninguna de sus pesquisas en aquel pequeño pueblo había dado resultado. Solo
había encontrado hermetismo y silencio ante sus preguntas por resolver el
enigma de su origen.
—Si yo encontré el amor —habló Arturo de forma clara por primera vez,
abrazando a Elia por la cintura—, tú deberías encontrarlo aún más fácilmente,
hermano, puesto que tú siempre has creído en él mucho más que yo.
—Porque, precisamente tú no lo buscabas, lo encontraste, Arturo. Basta que lo
busques como yo para que te sea tan esquivo que acabes decidiendo renunciar a
él.
****
en el vestuario femenino tras su jornada laboral. Las risas hacía un tiempo que se
habían apagado un poco y los ánimos parecían algo más bajos, hechos a los que
Ana pensaba plantar cara ya mismo. Le dolía que sus amigas hubiesen pasado
por aquellas malas experiencias en el amor, pero tenían que levantarse de nuevo
y simplemente tomárselo como aprendizajes para no volver a caer y madurar. A
tanto las pullas de Miriam o las risas de Dani, que temía ponerse a gritar en
cualquier momento para que reaccionaran de una maldita vez.
una vuelta y empiezo a añorar que alguien me recuerde que existe un mundo ahí
afuera.
—Fui al cine con Sergio —comenzó Daniela mientras se deshacía de su bata y
—Pues, no sé, Ana, ya sabes que lo conozco hace años, desde que viene a mi
casa a llevar y traer a Adela, su abuela, para sus partidas semanales. Es buen tío,
pero…
—Pero qué, Dani. Es buen tío, es bastante mono y tiene un buen trabajo en el
ayuntamiento. Hace poco que lo dejó con su novia y seguro que quiere ir poco a
poco.
y una camiseta roja—. Solo nos hemos besado un par de veces y lo único que
pensé fue: «Por Dios, acaba ya o me ahogaré en tu boca».
Daniela antes de desembocar en una fuerte carcajada que contagió a sus dos
amigas. Ana sintió colmar su pecho al volver a escuchar sus risas y sus bromas.
favorito llevarme al huerto a un cuarentón con mucha más chispa que tu amigo,
el Concejal de Deportes y Aburrimiento.
cosas que había hecho con Ricardo. Y era entonces cuando una sensación total
de rechazo la invadía, cerrando su mente para alejar esas imágenes que tanto la
olvidarle.
nota a la hora de volver a las relaciones. Yo, idiota de mí, todavía sigo soñando
con Ricardo, con su sonrisa tímida, con su dorada mirada. Sueño que me hace el
amor una y otra vez, y cuando despierto y él no está, siento un vacío enorme que
solo consigo llenar con el recuerdo de su acusador semblante el día que creyó
que yo era una ladrona, el día que no creyó en mí. Es la única forma de no
—Lo siento, Dani —le dijo Ana tomándole una de sus manos—, pero me
alegra que te sinceres con nosotras y nos confieses que sigues queriéndole a
Daniela—, pero espero que pronto desaparezca de ella. Quiero dejar de odiarle y
quiero sentir ni eso por él. Le pediré consejo a Miriam —dijo mirando a su
amiga—, para que me diga cómo lo hizo para olvidar tan fácilmente a Leo.
—No hay secreto —dijo Miriam animada cerrando ya su taquilla con llave—.
Lo único que tienes que hacer es follarte a otro tío lo más pronto posible para
demostrarte que es más de lo mismo, que la vida sigue y que ningún tío… —De
pronto, Miriam calló y apoyó la frente sobre el frío metal de la taquilla,
atragantada con sus propias palabras. Cerró los ojos y su voz se quebró—. Pero,
¿a quién pretendo engañar, joder? ¡No importa que me folle a otro tío! ¡Sigo sin
poder olvidarle!
—Miriam… —se lamentaron sus amigas al escuchar el llanto de la más
alegre, vivaz y optimista de las tres. La joven pelirroja se sentó frente a ellas en
uno de los bancos de madera, mirándolas, mientras dos finas lágrimas
humedecían sus mejillas.
—Tuve que cerrar los ojos —continuó llorando— cuando me metió la polla en
sobre él. ¡Nunca en mi vida había tenido que fingir un puto orgasmo, joder!
—Oh, cariño —dijeron sus amigas afligidas colocándose una a cada lado de
ella—. No temas contar lo que sientes, preciosa. Perdona por pensar que tú eras
más fuerte y que tu ruptura con Leo no te iba a afectar —se lamentó Dani.
—Lo peor es tener que verle cada día —confesó mientras instaba a sus amigas
a salir del vestuario en dirección a la calle—. Por mucho que lo esquive, ahí está,
Caminaban despacio hacia sus casas, atravesando primero el jardín que había
ordenado construir a la entrada de la fábrica la nueva socia de Ricardo. En la
—Sí, Dani. He escuchado que muchas cosas van a cambiar por aquí, y no
todas a mejor. Ya sabéis que la producción ahora no descansa y que se van a
—¡Pues anda que el de noche! —exclamó Ana—. ¿Me puede decir alguien
cuándo voy a ver a Javi? ¡No coincidiremos ni un puto minuto al día!
—¿Y yo? —preguntó Daniela temiendo lo peor—. ¿Por qué no me dices qué
turno voy a tener yo?
—Van a despedir a varias personas, tú entre ellas, Dani. Incluso creo que serás
la primera. Parece ser que a partir de mañana irán colgando listas con nombres
de los «elegidos», a los que os ofrecerán entre dos semanas y un mes de margen
—No estoy seguro de que haya sido cosa de él —dijo Leo—. Habrá nuevos
jefes y responsables, incluso accionistas y directivos de la multinacional que no
tenemos nada de qué hablar que no sea de trabajo, como acabamos de hacer.
Punto.
—Solo será un momento, por favor.
—Está bien, te doy dos minutos. Chicas —les dijo a sus amigas—, adelantaos
que enseguida os alcanzo. Solo serán dos minutos, ni uno más —recalcó sus
cigarrillo, cada vez más presa de un creciente anhelo, por abrazarle y rendirse a
lo que él quisiese ofrecerle, a punto de echarse en sus brazos y suplicarle que se
la llevara de allí en aquel instante, fuesen cuales fuesen las condiciones. Pero
elevó la barbilla y se recompuso a tiempo. No se dejaría abatir tan fácilmente. Se
acabó ser «la otra», se acabó ser únicamente un chochete joven para un madurito
—No mientas, pelirroja —le dijo pasándole sensualmente la yema del dedo
Sabía que había conseguido embaucarla muchas otras veces de esa forma y
Porque seguro que tu mujer lo hace bajo las mantas y con la luz apagada, pero
eso a mí me importa una gran mierda pinchada en un palo, Leo. Te dije que se
emocionalmente de ti, creerme una inútil incapaz de hacer nada que no sea
pintarme las uñas. Pues voy a decirte una cosa, capullo. Tal vez las cosas han de
pasar por algo y un día no muy lejano agradezca al destino que te reconciliaras
con tu mujer para que yo pudiese volar por mí misma y largarme de aquí. Tal vez
cuerpo y quiera estar conmigo para algo más que para echarme un par de polvos
y compartirme con otra, que era lo único que tú has deseado siempre de mí.
Ahora puedo decir por fin: ¡vete a la mierda, Leo! —Y desapareció ante aquellos
quizá más tiempo del que ella misma querría, pero por fin, libre.
—¿Estás bien, cariño? —preguntaron sus amigas.
****
llevaba años tambaleándose, sin poder ofrecer una mínima seguridad ni unos
sueldos decentes, era lo único que había tenido para vivir y salir adelante, y
aunque era cierto lo que había dicho el gerente sobre su lengua suelta, sus quejas
no fueron siempre más que para denunciar las injusticias que afectaban a los
una revista que tenían sobre el regazo. Sus semblantes tampoco parecían muy
alegres y parecieron callar de pronto cuando ella apareció.
—¿Qué, abuela? —exclamó Daniela furiosa—. Por mucho que sea tu rico
favorito, sigue siendo igual a todos ellos —se dejó caer en una de las sillas que
—Y dime una cosa —siguió la anciana—, ¿le odias por todo eso que dices que
te hizo o porque sigues amándolo a pesar de todo?
—Joder, abuela, no estoy de humor para acertijos. Tengo la cabeza embotada
frente a su madre la revista abierta por una de sus páginas. A pesar de la mala
iluminación por la única bombilla que colgaba del techo para ahorrar
electricidad, Daniela fijó la vista desganada y sintió abrirse al máximo sus ojos
empresaria exmodelo».
por fin con aquel artículo de prensa rosa. Como ya temía, ella había representado
forma más vil. Pero no por ello le parecía Ricardo más inocente. Él había creído
ratos de diversión.
—¿Y qué queréis que os diga? —dijo poniéndose en pie—. Ya te dije que te
equivocabas con él, abuela, que no era ese dechado de virtudes que tú creías ni el
hombre perfecto para mí, ya lo has visto. Y ahora —dijo marchándose del mal
iluminado salón— voy a darme una ducha y después a mi habitación. Cenad
—Abril —se dirigió la anciana a la niña una vez a solas—, ¿cómo lo tienes
para acompañarme una mañana a Barcelona y hacer una visita?
****
En unos días tendría lugar la fastuosa fiesta de compromiso que Marisa había
ordenado organizar en los exteriores de la mansión Rey. Ya eran demasiados los
días que llevaban los habitantes de aquella casa con sus hábitos alterados, viendo
en todo momento entrar y salir personas con los más variados cometidos. Una
enorme carpa ya se había dispuesto en el jardín, llenándola minuto a minuto con
más y más mesas, sillas, adornos, cables, luces, flores… Apenas existía un
minuto de tranquilidad y sosiego y Ricardo le estaría eternamente agradecido a
Elia y su amiga Raquel por ser ellas las que se dedicaran a organizar aquel
tráfico de personas y objetos después de que, prudentemente, Marisa decidiera
como la mayor parte de su vida. Se dejó caer sobre su cómodo sillón y se echó
un trago de la copa que se acababa de servir mientras se aflojaba la corbata y
estiraba los pies bajo la mesa. Suspiró y se apartó el pelo de la cara, más oscuro
desde que no le daba el sol y que ya le había crecido demasiado desde que
apenas reparaba en su propia imagen, invadido hacía tiempo por una especie de
desidia y desinterés por nada que no fuesen los negocios y sus propiedades.
leer las palabras que casi cada día compartía con la mujer que siempre tenía la
tiempo sin verle reír que pensó que esas dos curiosas mujeres debían ser muy
especiales para él.
—¡He dicho que puedo caminar todavía! —se oyó gritar a la abuela mientras
intentaba entrar en el despacho con la ayuda de Elia y Raquel. Se apoyaba en
habéis venido?
—Yo también, Abril —dijo Ricardo envolviendo a la niña entre sus brazos y
—Nos ha costado toda una Odisea llegar hasta aquí —refunfuñó la abuela—
para que luego no nos dejaran entrar. Puñeteros ricos de mierda…
abandonar la estancia.
—Decidme, pues, a qué debo esta agradable visita —dijo Ricardo mientras
servía una copa de licor para la abuela. De repente, esa compañía inesperada se
zona golpeada—, entiendo que defiendas a las personas que quieres, pero…
—¿De verdad crees que Daniela hizo aquello de lo que la acusaste? —le
había llegado a apreciar. Faltaba un rostro junto a ellas, un rostro inocente y tan
cubierto de alegría que contagiaba unas enormes ganas de vivir a quien tuviera la
los sentimientos que aumentaban cada día que pasaba en su compañía. Aquella
chica vivaz se le había metido tan adentro, que había sentido miedo y había
elegido la salida fácil: volver al principio, tal y como había dicho Elia, para tapar
sufría… y tampoco amaría ni sería amado—. No, Ágata, no creo que ella lo
hiciese.
despedido.
—¿Tu próxima prometida y nueva socia, quizá? —preguntó la mujer—. ¿No
tenías bastante con acusarla y humillarla que tenías también que dejarla en
—La he decepcionado, ¿no es cierto? —dijo Ricardo sin molestarse por los
insultos o el tono despreciativo de la mujer, sino todo lo contrario, afligido por
no haber estado a la altura de aquella gran mujer y su familia.
—¿Por qué los menciona a ellos ahora? —dijo Ricardo frunciendo el ceño.
La mujer suspiró. De repente parecía mucho más anciana, con las arrugas más
marcadas y un delator brillo en sus vivaces ojos claros. Con dedos temblorosos,
—No sabía que tuviese un hijo —dijo mirando a Abril, que asintió con la
más rica de la comarca, hija del dueño de cada palmo de tierra que pisaba.
—¿De… mi madre? —preguntó Ricardo con el corazón encogido.
—Sí, de Amelia, una chica muy guapa y de buen corazón, pero demasiado
regida por su padre y el orgullo de la familia. Tal vez si hubiese ocurrido en estos
días, ella hubiese elegido quedarse con mi hijo, aunque viéndote a ti, ya no sé
qué pensar.
—¿Qué ocurrió, Ágata? —preguntó Ricardo cada vez más expectante,
diluyeron y eligió casarse con Jorge Rey, el prometido elegido para ella. Luego,
derrotado, mi hijo decidió alejarse todo lo posible, nada menos que viajando a
Ceuta, lo más lejos que podía permitirse. Se alistó en la Legión para poder
parajes y le sucedió lo que a tantos otros, que volcó en una de aquellas cunetas
con un coche que no disponía ni de un techo. Lo único que yo ya pude hacer fue
traerlo y enterrarlo.
—Supongo que ellos se acostaron, claro, y ella quedó embarazada, pero debió
tener tanto miedo de lo que pudiese hacerle su padre, que prefirió no decirle
nada a mi hijo y hacer creer que era hijo de su marido. Lo supe la primera vez
sus mismos ojos, tristes y del color del oro viejo. Los reconocí ya en las
fotografías de la prensa, y estuve completamente segura el día que apareciste en
depositando sus manos en el regazo de la mujer—. Supe hace muy poco que no
era hijo de mi padre y llevo todo este tiempo intentando averiguar algo sobre mi
origen. ¿Por qué no me lo dijo cuando empecé a hacerle preguntas?
—No suelo ir contando esta historia por ahí al primero que se presenta en mi
casa. Primero debía averiguar qué clase de persona eras. Incluso le pedí a mis
conocido a ti. Eres mi familia —miró a Abril, que enjugaba sus lágrimas con un
sustituir, pensé que se me daba una segunda oportunidad para no estar sola, para
tener mi propia familia a pesar de todo.
hombro—, y haz algo por Daniela que no sea ofrecerle dinero. Limpia su
nombre de una maldita vez. Me duele ver cómo la gente cuchichea sobre ella y
solo calla cuando yo aparezco, porque me respetan. Pero ella merece ese mismo
respeto.
—Y admite de una puñetera vez que la quieres, no cometas el mismo error que
tus padres. Lucha por lo que amas y no te rindas ante nada ni nadie.
—Joder, por supuesto que la quiero —dijo Ricardo caminando arriba y abajo
—. Tengo que hacer algo ahora mismo.
sobre su cabeza. Abrió la puerta para llamar a su hermano pero no hizo falta.
Una joven rubia y otra morena tropezaron hacia delante en cuanto la puerta
cedió ante ellas—. Por favor, Elia —le dijo sin importarle que escuchasen tras la
—. No sé cuándo volveré.
—Por supuesto —dijo Elia observando a su cuñado salir de la mansión. Ayudó
a la abuela junto con Abril a salir del despacho y la llevó hacia la parte trasera de
la casa, para poder conversar y disfrutar del sol en el jardín. Arturo se sumó a
ellas y acompañó a las mujeres, expectante por conocer más detalles de la bonita
y triste historia—. Vayamos al jardín un rato, señora Ágata, y en cuanto esté la
jóvenes compartió mesa y risas con las nuevas integrantes de aquella familia.
****
echando su siesta.
A pesar de las trabas del mayordomo para dejarlo pasar, Ricardo atravesó con
diligencia la entrada de la gran mansión que era ahora la residencia de Marisa.
final del pasillo. La abrió, cruzó una pequeña salita y quedó clavado bajo el
marco en forma de arco que daba acceso al lugar presidido por una enorme
hombre, sino de dos. Tres cuerpos desnudos yacían entrelazados con Marisa en
el medio. Y Ricardo no pudo evitar soltar una estridente carcajada que obligó a
los tres amantes a abrir los ojos y a incorporarse de un salto al ver al hombre a
mierda a cuantos tíos te tires, pero necesitaba comprobar algo. —Su risa se
evaporó y su risueña mirada se transformó en otra despiadada cuando observó el
rostro de uno de sus amantes—. Lo que necesitaba saber era otra cosa. Hola,
Miguel —le dijo al joven—. Veo que has progresado después de dejar la fábrica.
¿O no? —dijo mordaz—. ¿O tal vez crees que has progresado cuando en
realidad has caído en lo más bajo trabajando para esta zorra a cambio de
tirártela? —Con la fuerza adicional de su ira, propinó una patada a Miguel en la
espalda y lo hizo caer desde la cama de bruces al suelo en medio de un ruido
sordo.
este parásito para tus planes, o que hayas vuelto a obligarme a casarme contigo,
o incluso que me hicieras sentir que valgo menos que una mierda. Lo que más
me jode es que te lleves por delante a otras personas que no merecen ser
—No he dejado rastro, cariño, así que dudo mucho que puedas acusarme de
unos pantalones, pero no llegó a dar un par de pasos cuando Ricardo le propinó
de nuevo otra fuerte patada en las corvas que lo hizo caer de espaldas como un
saco de patatas.
—¡Joder! —gimió Miguel apenas sin fuerza por el impacto.
trabajadores, adiós dinero. Hola paro, hola despidos, hola ruina total.
—Tú lo has dicho, Marisa, en cuanto yo rompa el compromiso. El trato no
joven amante, como un depredador que estudia a sus presas antes de atacarlas—.
Pero no contaste con un detalle, tal vez por perder el contacto conmigo hace
tiempo, o tal vez porque no me conoces tanto como crees en realidad. Más bien
creo que no me has conocido nunca.
—Que existen personas que me quieren por lo que soy y no por lo que tengo.
Personas que seguirían queriéndome igual aunque me quedara sin nada. Y eso,
—Muy romántico, cariño, pero se necesita algo más que amor para vivir. El
trato sigue en pie. El sábado por la noche celebraremos nuestro compromiso, me
cosa más. —Sin que nadie lo esperara, dio un giro de ciento ochenta grados y
de varios huesos.
—¡Hijo de puta! —bramó el joven mientras la sangre manaba de su nariz y su
—Ricardo —gruñó el joven al otro lado—, dime que tienes una buena razón
para sacarme de la cama a estas horas.
—Pero yo contraté al mejor abogado, así que demuestra de lo que eres capaz.
—Está bien. Trabajaré día y noche si hace falta, pero tendrás lo que me pides.
—Sabes que te resarciré, Pablo.
consideraré pagado.
las manos, enredando mechones de cabello entre sus dedos. Las teclas del
Rosa27: Hoy tus palabras transmiten algo muy distinto a estos últimos días.
Solitario: Sigues siendo la persona que más me conoce. Y sí, tienes razón, un
importante cambio ha tenido lugar en mi vida. En realidad dos. Por fin tengo
minutos.
—Joder —se quejó Miriam— la última semana con turno único y nos tienen
servido por tres criados mientras otros tres le abanican. Capullo… Menuda
decepción.
vestuario.
—Mira que eres cerda, Miriam —se quejó Ana.
—Será mejor que vayamos a la puta reunión —dijo Daniela disimulando la
risa que igualmente le provocaba la gracia de su amiga.
aunque tal y como estaba ahora poco se parecía a aquel que utilizara Ricardo en
su primera aparición. Ahora, interminables estanterías ocupaban el espacio, hasta
lo más alto de los elevados techos, todas ellas repletas de embalajes dispuestos
para ser enviados a sus clientes. Los suelos ahora brillaban, y se respiraba una
de la reunión.
Daniela y sus amigas volvieron a ocupar un lugar cercano a la mesa donde ya
trajeados se cruzaban de brazos con sus ceños fruncidos, aparentemente sin saber
a qué venía aquello, hasta que, tan sorprendidos como el resto de personal,
cabello algo más largo le conferían un toque indómito aún más atractivo. ¿Por
qué estaba de nuevo allí? ¿No sabía el dolor que le provocaba simplemente
verlo?
Durante un instante, volvieron a cruzarse sus miradas, como en aquella
primera reunión, y les pareció que el tiempo no había pasado a pesar de que
había sido mucho lo acontecido durante los últimos meses. Daniela intentó
serenarse y hacerse a la idea de que él únicamente estaría allí por algún tema
laboral, incluso podría haber ido para aclarar que estaba despedida junto a otro
grupo de compañeros.
—Me importa una mierda, Ana —contestó—. Si es para echarme, me iré, pero
dentro. Tal vez te eche una mano y tome esos vasos de café que les han
preparado y se los estampe en todos los morros, a él y a Leo. Estoy deseándolo,
Dani.
déjame a mí.
—Buenos días. Antes de que se sigan preguntando por qué estoy aquí de
nuevo —comenzó Ricardo—, les diré sin más rodeos que me he presentado hoy
aquí para pedir perdón públicamente a la señorita Daniela. —Todo un cúmulo de
culparles a ustedes por desconfiar de ella. Pero ahora mismo, aquí, delante de
todos, declaro públicamente que fui un idiota y un auténtico cretino, que jamás
debería haber creído algo así, por muchas pruebas que la acusaran, porque ella es
mismo que las miradas avergonzadas de todos—. Así pues, espero que todos
sigan mi ejemplo y hagan lo mismo que voy a hacer yo. Daniela —dijo
tan pocas personas nobles en mi vida que te condené sin apenas pensar lo que
—Joder, tía, di que sí —susurraron sus amigas tan excitadas como ella. Cada
una le clavaba los dedos en un brazo sin que ella advirtiera las marcas blancas o
el dolor.
responda.
trabajadores se dispersaba.
****
—Es tarde —dijo Daniela abriendo la puerta del coche—. Tengo que irme.
suelo a las plantas de sus pies, y en poder mover por fin sus dedos, aprisionados
durante horas en aquellos altísimos zapatos. La noche era cálida, la luna y las
disfrutar de un rato de soledad. Aunque solo fueron unos pocos pasos los que
—¡Ricardo! Me has asustado. ¿Qué haces aquí? —Una vez pasado el susto,
Daniela parpadeó para cerciorarse de que era él, de que Ricardo volvía a estar
tan cerca que ya flotaba hasta ella su maravilloso perfume. Sin poderlo evitar,
solo con mirarle, su corazón comenzó a latir con fuerza, sus piernas temblaron y
tomar. Ese hombre le había hecho tanto daño que no podía ser posible que ella
alejarse sin molestarse en mirarle, mientras el corazón gritaba que nunca habría
otro como él, y deseó que, por un instante, no existiese la razón, solo el corazón.
—Hola, Daniela. —La ira bullía bajo la piel de Ricardo. Apenas dedicó un
ajustado, su cabello algo más corto y caminando descalza por la acera con los
que ella se besaba con otro hombre dentro de un coche—. Veo que no pierdes el
tiempo y ya sales con otro.
—Hola, Ricardo —contestó ella rígida por el comentario—. Pues yo veo que
oficial.
—Oh, claro, perdona —apretó los puños por la rabia—. ¿Se puede saber a qué
mujeres ni siquiera le dieron tiempo a ello cuando ya estaban liadas con otro—.
En realidad —se pasó la mano por el pelo y se acercó un poco más a ella—, he
venido a pedirte perdón de nuevo. El otro día en la fábrica no llegaste a
contestarme.
—Pues no.
mirara igual que antes y desconfiara de mí —no pudo evitar que los ojos le
—Daniela, por favor, necesito que me perdones —dijo afligido al verla así por
su culpa.
¿Acaso has de limpiar tu conciencia antes de casarte o algo así? ¡Ya te redimiste
con tu emotiva declaración pública de perdón! —dijo mordaz. Volvió a
—¡No, Daniela, basta! —dijo aferrándola de las muñecas mientras los zapatos
caían al suelo—. Necesito tu perdón porque —dijo con furia— siento dolor cada
vez que pienso en ello. Porque no puedo soportar pensar en lo que te hice pasar.
Porque fui un idiota inseguro que creyó en la maldad de la gente únicamente por
haber conocido en el pasado a mujeres que no merecían la pena. Porque estaba
toca, si te derrites cuando te besa… si te excitas con una simple mirada. Porque
todo eso —le dijo apretándola contra él— era lo que sentías conmigo. Lo que
sigues sintiendo.
—No conocía esa arrogancia —le dijo con desprecio—. ¿Te sientes mejor si te
digo que no? —dijo ella todavía furiosa—. ¡Pues no! Ni siquiera se acerca,
Ricardo, porque no siento nada de eso con él. Solo lo sentí contigo, y mil
hombres con los que vuelva a estar no podrán hacer que eso cambie.
—No estarás con mil hombres, ni con ningún otro, y vete olvidando de estar
con ese, porque tú eres para mí. Solo para mí. —Se abalanzó sobre ella y se
manos presionaban su nuca. Su miembro duro como una roca se acunó entre sus
piernas y Daniela ya no pudo pensar. Una bruma de delirante placer la envolvió
y ya solo pudo tocarle y saborearle, embriagada del placer y del anhelo de
volverlo a tener entre sus brazos. Ricardo bajó su cabeza para poder tener acceso
a su garganta y lamer su pulso y su escote, hasta que topó con un pezón que
chupó con ansia. Sus manos se introdujeron bajo el vestido, apartaron las bragas
y encontraron su sexo mojado, ansioso y preparado para él. Con los dedos
pellizcó los resbaladizos pliegues e introdujo uno de ellos en su apretada vagina.
deseado nada en la vida, y que no soporto la idea de que hagas esto con ningún
otro.
manos del otro, pero Ricardo quería más, necesitaba más. Cesando sus caricias,
la tomó del brazo y la arrastró al interior del coche. Una vez dentro, forcejaron
ella liberó su miembro y enterró las manos en su pelo para atraerlo hacia ella
mientras rodeaba su cintura con sus piernas. Ricardo la penetró con fuerza y
placer que los alcanzó. Daniela se convulsionó entre sus brazos y Ricardo temió
indefinido.
de los ojos—. Esto que ha pasado va a seguir pasando, porque nada ni nadie
¿Y tu boda?
—¿Confías en mí? —le preguntó mientras acariciaba su mejilla humedecida
—Te recuerdo que antes de eso tú creíste que vendería la fábrica sin más, sin
importarme ninguno de vosotros. Y pensaste que estaba con otra cuando viste a
Elia en mi casa. Tampoco confiabas en mí.
—Pues vete a la mierda. —Con celeridad, Daniela abrió la puerta del coche y
saltó a la acera buscando por el suelo—. ¡Dónde coño estarán mis zapatos!
—Creo que unos metros más allá —dijo Ricardo con una sonrisa.
esperaba despierta.
—Por fin estáis aquí —dijo la anciana somnolienta—. Hace rato que escuché
el coche de Sergio, ¿qué habéis estado haciendo? —los miró pícara—. Dejadlo,
cuando la obedeció—, ¿recuerdas aquella triste historia que te conté una vez
sobre un chico pobre del pueblo y una chica rica que no pudo ser?
—Sí, más o menos —susurró Daniela expectante. Ricardo seguía mirándola
aquellos dos.
—Nunca te dije que el chico del que te hablé era Jaime, mi hijo, y la jovencita
—Algo más que eso. La dejó embarazada sin saberlo y ella nunca se lo dijo a
nadie. Se casó con su prometido y lo hizo pasar por hijo suyo, el primogénito de
la familia Rey.
estuvieran juntos.
—¿No lo entiendes, Daniela? —dijo Ricardo tomándola de las manos—. En
este lugar encontré todo lo que necesito en la vida: el amor y una familia. Ágata
es mi abuela y por fin sé de dónde vengo.
—Me alegro por ti —dijo Daniela con menos alegría de la que él esperaba. De
pronto se puso en pie y lo miró con una extraña expresión—. Ahora sí que estoy
a tu merced, ¿no es cierto? —le soltó—. Soy una simple obrera de una fábrica de
tu propiedad, criada por caridad por tu abuela y estoy viviendo en una casa que
puñetazos en el pecho y en los hombros, y caían a raudales las lágrimas por sus
mejillas—. ¿De una manera o de otra seguiré dependiendo de ti? ¿Hasta mi vida
por favor! —Consiguió tranquilizarla envolviéndola entre sus brazos con todas
sus fuerzas para que no se soltara con sus bruscos movimientos. Frotó su espalda
y besó su pelo sin dejar de apretarla contra su cuerpo—. Basta, cariño, no llores.
más de lo que he necesitado nada en toda mi vida. Te quiero —presionó con más
fuerza hasta que casi se fundieron en uno—. Te quiero, Daniela, y quiero
casarme contigo.
—¡No digas eso! —dijo intentando zafarse de él—. Antes dijiste que el
dentro de mí —le tomó el rostro entre sus manos—. ¿Y tú? ¿Me quieres?
—Sí, pero…
sido un trabajador de este pueblo, alguien vulgar como yo. Así que sí, confío en
ti.
—Tú no eres vulgar —dijo Ricardo abrazándola y besándola por todas partes
—. Porque el dinero no da la clase, Daniela. Son las personas como tú, y como
tu hija y la abuela, las que hacen que los demás nos tengamos que inclinar ante
vosotras.
—Oh, callaos ya de una vez vosotros dos, joder —escucharon decir a la
asistir a tu compromiso!
coche y que nos declaremos amor eterno, no significa que olvide lo que me
—Entendido —dijo Ricardo con una mueca. Cuando quedaron solas, Daniela
****
—Aún no tengo muy claro qué hacemos aquí —dijo Ana mirando la
categoría, y de la buena vista de todos esos tíos buenos. ¿Habéis visto a Arturo
Rey? —preguntó entusiasmada—. Lo he contemplado a unos tres metros de
distancia y se me han mojado las bragas. Como consiga que alguien me lo
donde hasta parecía flotar brillante polvo de hadas en el aire. Luces, música en
mujeres con sus mejores galas y hombres con smoking, componían aquel
con su amiga Raquel. Las tres se le habían presentado momentos antes y, a pesar
de que rara vez se sentía inferior a nadie, Daniela no pudo evitar admirarlas por
Raquel era morena, de piel y cabello oscuros, con unos ojos tan grandes y tan
negros que le conferían a su rostro una exótica belleza. La hermana de Elia,
Martina, era la más hermosa de todas, alta, rubia, ojos azules y un tipazo.
—Tú debes ser Daniela —le había dicho Elia mientras le daba dos besos en
las mejillas—. Siento mucho que nos conozcamos en esta situación tan atípica,
—Y yo espero que Pablo aparezca pronto —dijo Raquel mirando por encima
desconcierto. Si te sirve de algo, estas dos todavía no me han aclarado casi nada
Momentos después, Ricardo volvía a estar rodeado por su familia y, para dolor
sofisticada que parecía haberse arreglado para exhibirse en una vitrina. No había
podido cruzar una sola palabra con él, ni siquiera habían estado a menos de diez
metros de distancia y ya no sabía qué pensar. Se suponía que esa noche él podría
deshacer el compromiso sin tener que dañar la fábrica y su futuro, con lo que
Daniela esperaba que todo saliese bien, aunque no le gustaba nada la expresión
—¿Cuándo coño se supone que viene Pablo con alguna noticia? —susurró
simple mirada. Esa noche estaba preciosa, con un bonito vestido de color marfil
y el cabello recogido hacia un lado, aunque a él le siguiera gustando y excitando
aquella farsa.
Por fin, Pablo hacía acto de presencia. Con disimulo, al final del gran salón,
casa.
—¿No crees que ya va siendo hora de que hagamos el anuncio? —dijo Marisa
acercando sus labios a la oreja de Ricardo.
hermosa serpiente.
—Hola, buenas noches. Ya estoy aquí —dijo Pablo tras cerrar la puerta. Sus
ropas aparecían arrugadas, su cabello desaliñado, con barba de varios días y unas
pronunciadas ojeras—. Siento mi aspecto tan poco apropiado para tan
distinguido evento, pero no he dejado de trabajar los últimos días con sus
—Si has hecho bien tu trabajo, lo tendrás —dijo Arturo sin dejar de observar
el grueso tomo de papeles que Pablo extraía de un maletín y colocaba sobre la
mesa.
—Por supuesto —contestó—. Aquí traigo toda la documentación
púrpura.
—Dudo mucho que puedas probar ese montón de acusaciones —dijo Marisa,
—Bueno —dijo Pablo mientras abría la puerta—, estos dos señores dicen ser
viejos conocidos tuyos de la fiscalía y tienen algo que decir al respecto. —En el
despacho—. Por fin, después de tanto tiempo investigándote, tenemos algo para
poder encerrarte una temporadita. De dos a seis años, para ser exactos.
—¿Qué coño has hecho, Ricardo? —gritó frente a él—. ¿Me has investigado?
—No me has dejado otra salida.
—¿Otra salida? —volvió a gritar—. ¡Te ibas a convertir en el hombre más rico
e influyente del país! ¡Y gracias a mí!
otra vez, y todo única y exclusivamente por ti, nada más que en tu propio
—Malditos hermanos Rey —dijo ella con desprecio—. Desde que os conocí
—No era mi deseo llegar tan lejos —dijo Ricardo—. Si llegamos a un acuerdo
firmar.
—Hay que joderse —repitió uno de los inspectores.
—Pues ya está. ¿Puedo irme? —preguntó Marisa mirando iracunda a los dos
dirigiéndose a sus perseguidores sin perder más tiempo—, diría que ha sido un
kilómetros de aquí. ¡Por fin! ¿Cómo estabas tan seguro de sus tejemanejes?
—La conozco —dijo Ricardo— y sabía de su ambición sin límite. Solo tenía
mueca—, pero dejaremos que los invitados más allegados sigan disfrutando de la
hombros en señal de orgullo, del orgullo que sentía por su hermano por haberse
decidido a tomar su propio camino apartando aquello que le impedía seguir
adelante.
****
—¿No me vas a explicar qué ha pasado ahí dentro? —le dijo Daniela a
cuerpo hasta casi fundirla con él. No eran conscientes en absoluto de las sonrisas
de felicidad que en esos momentos iluminaban los rostros de la abuela, de Abril,
—Ha salido perfecto —le sonrió, con aquella sonrisa que ahora comenzaba a
—Así que tú eres la chica que parece haber devuelto a mi hermano la ilusión
—dijo Arturo para iniciar la conversación mientras la tomaba entre sus brazos.
Cuando la había observado por primera vez, Daniela le había parecido una chica
boca y el toque rebelde de sus piercings. Parecía irradiar una especie de luz que
hechizaba y te atraía hacia ella.
—No estoy ciega —dijo ella sonriente—. Existen pocos hombres tan
atractivos como tú.
Daniela no podía dejar de reconocer esa verdad. Arturo no solo poseía unos
preciosos ojos azules que destilaban masculinidad, o un cabello tan negro que
desprendía destellos azulados. Todo él, más alto y ancho que su hermano,
parecía exudar toneladas de seguridad, belleza, sensualidad y testosterona por
cada uno de los poros de su piel. Aun así, por muy cerca que estuviese de él, o
que rodeara su cuerpo con sus fuertes brazos como en aquel instante, Daniela no
se agitaba como cuando estaba con Ricardo. Aquellos sensuales ojos azules no le
hermano sí ha dejado que le ocurriera en más de una ocasión. Espero que este no
vuelva a ser el caso.
—Vaya —dijo Daniela—, detecto una sutil protección del hermano pequeño
hacia el mayor.
—Tengo a tres personas que son lo más importante de esta vida para mí, y mi
hermano es una de ellas —le dijo totalmente serio—, por lo que pelearé con
quien sea si así evito que vuelvan a hacerle daño.
equivocado conmigo. Seré tu aliada, Arturo —dijo igualmente seria sin dejar de
mirar aquellos penetrantes ojos azules—, porque Ricardo también es una de las
personas que más amo en el mundo y yo también lucharé contra quien se atreva
a hacerle daño.
familia Rey.
****
aquí mismo —dijo señalando una de las salitas de recibo de las que disponía la
mansión.
los días se ponía delante del dueño de su trabajo para pedirle un favor de esa
índole—, quería decirle que necesito salir del pueblo y venirme a vivir a la
ciudad, pero es muy complicado hoy en día dejar un trabajo más o menos seguro
e intentar encontrar otro aceptable. Así que, como usted posee otras propiedades
esta no parecía haber sido demasiado benevolente con ella. Conocía más o
en la boca.
—Pues entonces, hecho —dijo Ricardo—. Pero, ¿dónde vas a vivir?
—En el pueblo dispongo del viejo piso de mis padres, pero seguro que tardo
una eternidad en venderlo y no saco ni para un sótano en Barcelona.
que…
—Claro, señor Rey —sonrió—. Solo necesitaré unos días para organizarme.
—Por supuesto. Nos veremos en la inmobiliaria dentro de una semana —y le
—Gracias por todo, señor Rey. No sabe lo que esto significa para mí y no sé
—En todo caso —dijo la joven dejando por un momento su trato formal
mirándolo con sus pícaros ojos marrones—, todo irá bien mientras cuide de
Dani.
****
y con ganas de más. Ahora, con solo una camiseta de tirantes y unas bragas
sobre su cuerpo, miraba a través de la ventana que daba a un estanque del
estuviese a solo unos pasos de aquella habitación y no pudiese estar con él.
deja de hacer ruido y de dar el coñazo y vete a buscarlo de una vez. Métete en su
—Porque habrá pensado que estabas cansada, o que no querrías con tanta
gente en la casa, yo qué sé. No creo que ponga trabas si te presentas en bragas en
Daniela cerró la puerta con sigilo y se lanzó a caminar a través del largo
—¿Daniela? —preguntó Arturo arqueando una ceja y con una pícara sonrisa
que lo hacía aún más irresistible. Por si fuera poco, solo llevaba puesto un
copas.
—De nada. Por cierto —dijo Arturo volviéndose de nuevo hacia ella mientras
le daba un repaso visual de arriba abajo. Le pareció que esa chica ganaba
bastante con su largo cabello suelto y con tan poca ropa sobre su cuerpo—, el
dormitorio de Ricardo está en el piso de arriba. Es la única puerta doble que hay
Encontró la doble puerta tal y como le había señalado Arturo. Con cuidado,
rodeó el pomo con sus dedos y la puerta cedió. Entró rápidamente y volvió a
cerrar. La habitación se encontraba prácticamente a oscuras, puesto que, a pesar
de que la gran cristalera permanecía abierta, era una noche sin luna y apenas
hasta que un dedo del pie topó con la pata de una mesa y tuvo que morderse con
fuerza el labio para no soltar un aullido allí en medio. Continuó aleteando con
sus manos intentando palpar cualquier cosa, pero fue una dura pared lo que
ejercía sobre ella, y sentía su duro miembro sobre la base de su espalda. A pesar
éxito con mi hermano —clavó los dientes en el hombro de Daniela y desvió una
de sus manos hacia delante para acariciar su sexo mojado—, o chicas que sí
habían follado con él pero pretendían probar conmigo y comparar.
—Malditas zorras —gimió Daniela. Cada vez se sentía más excitada, casi
lujuriosa, en aquella postura y sin poder ver nada. Abrió las palmas de las manos
para colocarlas en la pared al tiempo que apoyaba una de sus mejillas, mientras
Ricardo seguía deslizando una mano entre sus piernas y con la otra mano bajaba
—Por supuesto —contestó él. Ricardo cada vez pellizcaba más fuerte sus
pezones y cada vez clavaba más sus dientes en la curva de su hombro. Su mano
abrió su sexo e introdujo dos dedos en el interior de su vagina.
—Y luego —jadeó ella sin dejar aquella conversación subida de tono. Debería
haberse sentido celosa pero no podía evitar excitarse con aquellas incitantes
—¿Tú qué crees? —siguió él con el excitante juego. Al igual que ella, Ricardo
se sentía al borde del precipicio del éxtasis. Entre fuertes jadeos, colocó su
miembro entre sus glúteos y comenzó a embestir con fuerza, friccionando arriba
ahogó un grito cuando Ricardo profundizó las embestidas de sus dedos al tiempo
envites y por fin gritó cuando el fuerte orgasmo la alcanzó, al mismo tiempo que
él liberaba un bronco gemido en su oído. Daniela sintió el chorro del semen,
—Ellas se lo perdían —dijo Daniela pasando sus dedos por los mechones de
cabello que caían por su frente.
en busca de mi hermano.
—¿Inseguridad, cariño? —le dijo ella pegándose a él, rodeándolo con sus
brazos—. No puede ser verdad. ¿Es que nunca ninguna mujer te dijo lo especial
que eres?
—Sí —dijo haciendo una mueca que ella apenas vislumbró—, Elia, cuando
creía estar enamorada de mí.
—¿Elia estuvo enamorada de ti? Qué bien —dijo con ironía con un gesto
torcido de su boca.
—He dicho que solo lo creyó. Fue otra de las que se dejó arrastrar por el
huracán Arturo. Suerte que esta vez mi hermano fue el cazador cazado.
—Si te conformas con una chica como yo —dijo Daniela suavizando su tono
honesto, más cariñoso y más leal que he conocido en mi vida, por no hablar —
dijo traviesa mientras rozaba su áspera mejilla con su nariz— de lo bueno que
estás y de lo rápido que me pones a cien. Me estremecí al verte la primera vez y
—De momento —dijo él colocándose sobre ella—, por la mañana haré que os
—Sí, necesito reorganizar algunos aspectos de mi vida que aún están por
cerrarse.
—Entiendo, supongo. ¿Y luego?
uno al otro de forma permanente. Te recuerdo que me debes una ducha juntos.
—Lo recuerdo —dijo ella ondulando su cuerpo para frotarse contra él—, y me
tu lado, que dejo que tomes mi mano, que me guíes, acostumbrándome a que
estés ahí.
Rosa27: Te noto hoy muy agradecido, mi niño.
Solitario: Sí, hoy quería agradecerte de corazón lo que has significado para
mí durante este último año y medio, que, aunque pueda parecer poco tiempo, me
ha parecido más intenso que muchos otros años anteriores de mi vida. No sé qué
habría sido de mí sin ti, sin tu apoyo, sin tu comprensión. Te debo cada minuto
Rosa27: Vaya. A pesar del dolor que me provoca pensarlo, creo que esperaba
hace tiempo que me dijeras algo así. Llevo tiempo percibiendo que ya no me
necesitas como antes.
Solitario: Te he necesitado, princesa, y mucho, pero tienes razón, ya no. Y
desde que me di cuenta de ello, yo también siento una honda presión muy
Rosa27: No. Es más, creo que es lo mejor. Todas las cosas tienen un final.
Aunque no puedo evitar sentir angustia al pensar en no volver a saber de ti. Al
tiempo que yo te ayudaba a ti, tú hacías mucho por mí. Evitaste que me sintiera
sola. Pero, afortunadamente, ya no lo estoy.
Solitario: Ha sido mucho lo vivido, y mucho lo que hemos sentido, por eso
creo que no podemos dejar de hablarnos así, sin más, diciéndonos adiós y
cerrando esta parte de nuestra vida, tan fácil como pulsar un interruptor.
Rosa27: Lo sé, y me vas a hacer llorar si sigues diciendo esas cosas, así que
creo que lo mejor sería acabar con esto ahora mismo. Si te soy sincera, por no
dejar de teclear no puedo enjugar las lágrimas que ahora mismo casi me ciegan.
hecha que, por lo poco que nos hemos contado, apenas hemos comenzado a
apreciar. Conocernos puede representar un choque en esas vidas que recién
hemos encauzado.
Solitario: Por favor, princesa, necesito hacerlo. Necesito cerrar este capítulo
de mi vida, pero de una forma con la que no me pase el resto de mi vida
preguntándome quién eres. Si serás esa que está tras de mí en la cola del cine, o
o bien, si debería haberte conocido o no. Lo único que sé con certeza es que ya
no podrás ocupar un lugar importante en mi vida, pero sí un gran hueco en mi
memoria.
Rosa27: Tienes razón, ninguno de los dos tiene ya cabida en la vida del otro,
Plaza de Armas?
Rosa27: Junto a la escultura «Desconsuelo». Muy apropiado.
****
Ricardo esperaba sentado en uno de los bancos de piedra que se ubican
alrededor del estanque de la antigua Plaza de Armas, en el Parque de la
Ciudadela. Esta vez no había dejado el tiempo correr, ni había dado infinitas
vueltas por la ciudad, porque esta vez no tenía dudas. Necesitaba conocer a su
desconocida.
conocimiento de su identidad.
Ahora las cosas habían cambiado. Había vuelto al mundo, se había
gracias a una mujer que lo quería por él mismo, la misma mujer que lo había
rechazado en multitud de ocasiones sin importarle que él fuese una seguridad
otras mujeres hasta el único recuerdo agradable con una mujer desconocida, sin
rostro y sin nombre. No era justo seguir alimentando esa fantasía, seguir
alentando a aquella persona, si ya tenía a alguien real con quien compartir su
vida. Y tampoco resultaba justo continuar desnudando su alma frente a las teclas
parque, imaginando que su cita pudiese ser cualquiera de ellas. Apartó el puño
presentarse.
Por fin, una mujer le miraba. Y le sonreía. Su corazón latió más aprisa e hizo
el amago de levantarse, pero la mujer se giró a hablar con alguien y desapareció
Cinco minutos más tarde, aparecía otra mujer que, incluso, caminaba resuelta
hacia él. Era más joven que la anterior y bastante bonita, aunque fueran detalles
—Gracias, guapo.
—De… nada —dijo viéndola marchar—. ¿Qué ocurre aquí? —se dijo con una
sonrisa—. A ver si va a resultar este el lugar más idóneo para ligar.
Volvió a sentarse y suspiró. Eran las doce y media y habían quedado a las
doce, con lo que sus sospechas sobre el arrepentimiento de la chica cada vez
aumentaban más. Tal vez fuese mejor así, cerrar ese capítulo de una vez por
todas, darlo por finalizado aunque hubiese quedado a medias. Esperaría solo un
Solo unos minutos más tarde, una figura femenina apareció en la antigua
plaza, rodeada de gente, sin apenas poder distinguir su rostro mezclado entre la
multitud. Supo que era ella al divisar un gorro rojo sobre su cabeza y los giros
aparecido toda de golpe en el mismo lugar, pero uno y otro se buscaban y solo
parecían intuirse. Por fin, ella pareció descubrirlo, y lo supo porque se quedó
sobresalían dos largas trenzas y vestía un sencillo vestido estampado y una fina
rebeca en color claro.
Mientras más se acercaba, más le temblaban las piernas a Ricardo y más fuerte
golpeaba su corazón contra su pecho. Cuando el tumulto de gente pareció
disolverse y desaparecer por completo, solo quedaron ellos dos, frente a frente, a
cinco metros de distancia, a cuatro, a tres, a dos, a uno solo. Muchas fueron las
emociones que inundaron la mente de Ricardo, sobre todo al ver descender dos
finas lágrimas sobre las mejillas de la chica. Ella no dejaba de mirarle, sin decir
nada, sin moverse más, aferrando entre sus manos un libro que Ricardo
—Ya no —contestó él, todavía sobrecogido, sin poder desviar un solo instante
la mirada de aquel rostro tan querido. Enjugó sus lágrimas con la yema de su
pulgar—. No llores más, princesa.
—Es que… me parece tan… —dijo ella sin encontrar las palabras adecuadas.
deslizando la yema de sus dedos sobre sus suaves mejillas y sobre su apetecible
—¿Cómo puede ser esto? ¿Qué clase de jugada nos ha hecho el destino?
—Empiezo a creer que ha sido algo más que eso —le dijo Ricardo sin dejar de
rozar su piel, sin dejar de mirar sus ojos del color de la aguamarina, como si
intentase memorizar sus rasgos—, porque ahora y solo ahora soy consciente de
que aquel día te vi, caminando por la acera tras de ti hasta que llegaste al
final del todo. Antes de que arrancara, me giré hacia atrás y miré por el
parabrisas. Y ahí estabas tú, parado en mitad de la acera, haciéndote cada vez
más pequeño mientras yo me alejaba. Tal vez tampoco quise verte, tan triste
como me marchaba porque no quisiste aparecer. Pero, sin la menor duda, eras tú.
—Sin poder soportar por más tiempo la falta de su calor, Daniela se lanzó en sus
brazos sin dejar de llorar sobre su hombro—. Eras tú, eras tú, eras tú… Mi
niño…
momento.
—Tal vez por eso —dijo ella mirándole sin salirse de su abrazo— conectamos
de aquella manera nada más vernos en la fábrica. Algo tiró de mí para que fuera
retiró el gorro de su cabeza—. Hace demasiada calor —le dijo con una sonrisa.
—Deseaba que no dudaras de que yo era tu cita. Y espero que ahora tampoco
de una caja, la caja que había guardado para ofrecerle su contenido a la mujer
que no esperaba haber visto hasta unas horas después—. Ven un momento —le
sentó sobre el banco de piedra que él había ocupado durante largos minutos—. Y
ahora —dijo colocando una de sus rodillas en el suelo. Después, abrió la caja y
le mostró la joya que contenía—, sé que tal vez te parezca algo anticuado, pero
sigo siendo un hombre tradicional. Daniela —le dijo mirándola a los ojos—,
dejar de mirarla—. Ha estado dando tumbos todos estos años, guardado en esa
antigua caja, esperándote a ti.
—Bésame, Ricardo —le dijo ella lanzándose de nuevo a sus brazos—. ¿O los
besos van aparte todavía?
—No, nunca más, princesa.
Ricardo la estrechó contra sí con todas sus fuerzas y buscó su boca, ya abierta,
para besarla y sellar así la culminación de aquel encuentro perfecto. Intentó
hacerlo con dulzura, pero ella penetró su boca con desesperación, como si no
caminando a su alrededor.
****
Para desplazarse desde el pequeño estudio que ahora era su vivienda, hasta las
nueva vida. Le encantaba el pequeño espacio que había habilitado para vivir,
acondicionándolo a su gusto aunque Ricardo Rey hubiese tenido el detalle de
había quedado atrás. Muchas cosas habían quedado atrás. Seguía manteniendo el
contacto con sus amigas de cuando en cuando, pero, a pesar de ser la única nota
triste en su nueva vida, ya solo podía continuar adelante. Ni un paso atrás.
que había afianzado su relación con Daniela, su amiga, con la que más contacto
que llegaría el día en que volvería a salir y a distraerse, pero únicamente a eso, a
divertirse, nada de volver a caer, nada de volver a querer, nada de volver a sufrir.
Atravesó, por fin, las grandes puertas acristaladas de la inmobiliaria y salió a
la calle. Abrió con celeridad su bolso para coger sus gafas oscuras y colocárselas
antes de que el sol de la tarde la cegara por completo. Y fue justo al relajar sus
ojos cuando vio una conocida, alta e inolvidable figura apoyada junto a una de
las columnas de la entrada.
—Hola, pelirroja.
—Leo… —susurró ella sorprendida al máximo. Luego se recompuso, se
colocó el bolso al hombro y lo miró sin desprenderse de las gafas de sol—. ¿Qué
haces aquí?
dedos. Jamás admitiría el anhelo que seguía sintiendo ante aquel leve contacto
—Eso es estupendo —dijo él con una tenue sonrisa. A pesar del velo de sus
de pesar.
—¿Para qué has venido hasta aquí, Leo? —le preguntó ella, incómoda con la
—Basta, Leo —dijo ella tomándolo del brazo para alejarse de la entrada y
obtener algo de intimidad—. Pero, ¿qué pasa contigo? ¿Creías que por el hecho
de divorciarte yo iba a caer rendida en tus brazos? ¿Qué razón podría tener para
volver contigo?
—Dijiste que me querías —dijo él dando una última calada y dejando caer la
sustentar una relación. Hacen falta otras cosas que nunca encontré en ti, como
apoyo, compromiso, confianza o fidelidad. No puedo estar con una persona que
no se compromete a nada, que haga que me sienta sola y que no pueda contar
con ella para nada. Y sobre todo, en la que jamás pude confiar.
—Las cosas han cambiado, Miriam, yo he cambiado. He otorgado valor a
Déjame demostrarte que podemos estar juntos, que debemos estar juntos.
—No, Leo, por favor, márchate —dijo ella tratando de modular su voz, a
punto de quebrarse—. No deseo volver contigo, así que vete por dónde has
vuelta para marcharse. Ella esperó que se alejara para poder dar rienda suelta a
sus lágrimas, poder marcharse de allí y correr hasta su casa para lanzarse sobre
destrozado.
Pero él no se iba. Permanecía parado en la acera, apretando los puños. De
pronto, irguió sus hombros, se giró hacia ella y se acercó hasta quedar a un
suspiro de su boca.
—No, Miriam —le dijo resuelto, más decidido que nunca—, no voy a
marcharme. Tal vez he sido un cabrón contigo y un cabronazo con mi familia, tal
vez empecé nuestra relación solo por el sexo y tal vez debería haber dado este
estoy viviendo en un pequeño piso de alquiler, porque quise vivir lo más cerca
posible de ti. Quiero que sepas —le dijo levantando su dedo índice— que me
plantaré en esa puerta de tu bonito trabajo cada puto día si hace falta, y te
perseguiré hasta tu casa sin dejar de decirte que me muero sin ti y que tú también
me sigues queriendo —inspiró aire para tomar aliento—. Puede que tú seas una
joven y preciosa mujer de veintiocho años, y yo solo un cuarentón soso y
gruñón, y que cuando pasen unos años será aún más evidente nuestra diferencia
—¿Puedes repetirme eso que has dicho? —dijo Miriam dibujando una amplia
sonrisa en su rostro, aunque ya no tratara de guardarse las lágrimas que ahora
su emoción y su anhelo.
—le tomó el rostro entre las manos—, te quiero y quiero pasar el resto de mi
vida contigo.
—Oh, Leo, joder. —Miriam se lanzó en sus brazos y rodeó su cintura mientras
vaya a decírtelo muy a menudo, pero quiero que sepas que es lo que siento y que
te ofrezco todo lo que me has pedido: confianza, compromiso y fidelidad.
—Donde tú quieras.
¿Me acompañas a la academia? Tal vez a ti también te iría bien saber algún
idioma.
—De momento, vamos a aprender a vivir juntos —se inclinó para darle un
beso en los labios que, como siempre, se tornaba intenso y profundo nada más
unir sus bocas—. Te quiero, pelirroja.
inseparable manta sobre las piernas—. La pobre chica que lo cuida hasta que
llegas del trabajo debe estar tomando pastillas para los nervios.
—Qué exagerada eres, abuela. —Daniela sonrió con dulzura y le abrió los
brazos a su hijo de tres años mientras este corría hacia ella y le contaba sus
—No pasa nada —le susurró acercándose a ella—. Su padre tiene dinero para
comprar más.
—¿Qué ocurre aquí con tanta risa? —preguntó con los brazos en jarras.
Todavía llevaba puesto su uniforme del colegio—. La ventana de mi cuarto está
amigas que piensan como yo y salimos de vez en cuando. Por cierto —dijo la
que se lanzó como un torbellino para que lo levantara en sus brazos. Llevaba las
suelas llenas de barro, las manos de tierra y lo cubría el sudor, pero su padre
nunca se quejaría por ello.
papá. Cuando no tenía ninguna duda era cuando debía mencionarlo ante otras
—¿Qué tal, abuela? —La siguiente en recibir su beso era su abuela, que
parecía ablandarse en cuanto su nieto estaba cerca de ella. Y, por fin, se dirigió a
su mujer.
—Yo siempre soy la última —le dijo con un mohín mientras le rodeaba con
sus brazos.
—Porque así puedo recrearme en ti —le susurró Ricardo antes de unir su boca
Abril con los ojos en blanco ante la imagen romántica de la pareja—. Y tú,
sonreír por las gracias de la abuela—. ¿Qué tal dirigir la nueva fábrica?
—Bien. Con la ayuda de Leo me resulta más fácil. Espero que el dueño no
de la casa—. Como quedamos en irnos esta tarde para poder estar en la fábrica a
primera hora de la mañana, he preparado una bolsa de viaje. Estoy deseando
—No.
—¿No?
Daniela no daba crédito cuando, horas más tarde, entraba por la puerta de
aquel apartamento que tantos recuerdos le traía.
—¡Me has traído al apartamento que utilizabas para tus encuentros con
amantes!
—Con una amante, en singular —sonrió Ricardo.
Solo volver a ver todos esos espejos y esa gran cama, me ha hecho ponerme
eso.
cajón de la cómoda.
—Búscalas —dijo ella pícara.
nuestros primeros encuentros. Quiero que me ates a esa cama y hagas conmigo
lo que quieras.
—Pensé que te había hecho sentir mal —dijo Ricardo mientras sujetaba las
—Fue tu actitud fría y comedida la que me hizo sentir mal. Lo que me hacías
me gustaba. No te imaginas cuánto.
ahora mismo.
—No creo que ahora podamos hacerlo igual —dijo Ricardo confundido—.
Entonces tú no tenías experiencia y yo todavía creía que podía tocar a una mujer
con el cuerpo y mantener la mente en otra parte. Pero ya no somos los mismos.
pues desnuda ante los brillantes ojos dorados de su marido se sentía excitada,
caliente y con una tibia humedad brotando de entre sus piernas. Él percibía lo
corbata, cada uno de los botones de la camisa… Mientras tanto, no apartaba sus
ojos de ella y le sonreía como un jugador de cartas que está seguro de tener la
mano ganadora.
hiciera aquella primera vez, comenzó a deslizar sus dedos sobre sus pies y sus
piernas—. ¿Así, cariño?
—No lo sabes tú bien. —Ricardo fue subiendo las manos por el cuerpo de
Daniela, por sus caderas, su vientre, sus pechos. Al llegar a estos se recreó unos
instantes en sus pezones, rodándolos entre los dedos, mientras bajaba su cabeza
nada, chica mala. Los besos no están incluidos, tú misma has puesto las normas.
—Ya veremos a ver quién ríe el último —dijo Daniela tirando con fuerza de
las correas mientras miraba a su marido chupando los dedos de sus pies.
—No pretendo hacerte reír. —Poco a poco, Ricardo fue subiendo por el
acelerados que emitía su mujer y decidió colocar sus piernas sobre los hombros
—. Dime, cariño, ¿qué deseas que te haga? —le dijo burlón.
ante él.
—¡Que me lo chupes de una vez! —gritó ella sin poder soportarlo más,
volviendo a dibujar un pronunciado arco con su cuerpo buscando encajar la
disfrutar del excitante reflejo que los espejos proyectaban de su imagen. Se vio
obligada a cerrar los ojos cuando la húmeda lengua de Ricardo cubrió por entero
abrió por fin sus ojos para ver cómo Ricardo lamía los últimos temblores de su
placer.
—No puedes —dijo él bajando su mano hasta sus testículos, recreándose, sin
dejar de mirarla con expresión dura e inflexible—. Estás atada a la cama.
—No solo te gusta tener tu polla entre mis manos —contestó ella victoriosa,
sobre sus labios, dejando derramar la saliva por su barbilla—. Joder, Daniela —
gimió. Ayudándose con su mano, Ricardo colocó su húmedo glande entre los
satisfecha. Más excitado que nunca, se agarró con fuerza a los barrotes de la
cama y embistió con sus caderas hasta alojar su miembro completo en el interior
de la boca de su mujer.
Daniela, cerrando sus dedos con fuerza alrededor de las cintas de cuero,
acogió con ansia el grueso miembro de su marido, notando los envites al fondo
de su garganta. Dispuesta a concederle el placer hasta el final, se sorprendió al
sentir deslizarlo hacia fuera por entre sus labios, hasta verse privada del placer
que le ocasionaba tenerlo en su boca.
velocidad, excitado ante la imagen de Daniela con los brazos sujetos sobre su
cabeza y sus pechos subiendo y bajando. Ella, por su parte, se maravilló con la
uno su boca sobre la del otro, decididos a que sus besos nunca volvieran a tener
que permanecer aparte.
misma edad que él. Ahora es Elia la que está embarazada, así que podríamos
éxito —sonrió.
—A veces me he preguntado —dijo Daniela apoyando la barbilla en su duro
coincidido con el nombre de un rey? ¿Qué hubieses decidido, honrar a Jorge Rey
y su tradición familiar de poner nombre de rey a los hijos varones, o hacer feliz a
—Yo solo me lo pregunté una vez —contestó Ricardo mirando hacia el techo
privilegio de ponérmelo algo más fácil, sin necesidad de pensar a quién debía
contentar.
—Me alegra que ahora todo te sea más fácil —dijo Daniela— y que hayas
—Sí, pero —dijo ella frunciendo el ceño—, ¿te refieres a cuando me conociste
en persona o a cuando comenzaste a chatear con Rosa27?
chat.
también podía ser feliz, que había alguien en alguna parte que me quería sin
puedes contar conmigo y, sobre todo —gimió sin dejar de clavar su mirada en
querré siempre —gimió elevando sus caderas— y, por supuesto, siempre contaré
contigo. Te ofrezco todo lo que soy y lo que tengo, besos incluidos.
AGRADECIMIENTOS
Como siempre, en primer lugar, a mi familia. Mi marido y mis hijos, que cada
día sufren con mayor orgullo mis horas frente al ordenador. Sois lo mejor que
tengo.
echarme una mano. Mis padres, los mejores, que, ojalá, estén ahí muchos,
muchos años más. Tengo la mejor familia del mundo.
A amigos que todavía siguen ahí a pesar de los años y la distancia, como
A nuevos amigos que me ha traído esta nueva vida, a través del Facebook, que
capaces de alegrarme el día. Sobre todo Coral, la escritora que sufre mis subidas
y mis bajadas, mis días en blanco o mis alegrías. Eres una de las mejores
personas que ha entrado en mi vida, así que, sigue en ella. Todo se me hace más
fácil cuando estás ahí.
Y cómo no, a los lectores, puesto que sin ellos nada de todo esto tendría
sentido. Gracias por animarme, gracias por alentarme a seguir adelante y poder
hacer lo que más me gusta, y así, poder seguir juntos en este apasionante mundo
de las novelas románticas.
Gracias.
SOBRE LA AUTORA
una casita con jardín junto a su marido, sus dos hijos y sus gatos.
siempre leyendo cualquier libro que caiga en sus manos, intenta tener un
pequeño hueco en el mundo de la escritura desde que hace casi dos años
autopublicara su primera novela.
https://www.facebook.com/lina.galangarcia
OTRAS OBRAS DE LA AUTORA
“DIME TU NOMBRE”
MUNDO REAL DE LUCÍA:
Un matrimonio de apariencia
Un marido infiel
Un hijo pequeño con problemas de hiperactividad
Un jefe que quiere algo más de ella
Una amiga que le propone algo descabellado
MUNDO DE FANTASÍA DE LUCÍA:
Un hotel de ensueño
Un desconocido
Una proposición, un juego
Solo sexo. ¿O no?
¿Podrán encontrarse los dos mundos de Lucía en uno solo?
«VALENTINA»
No soporto a Ángel, el hermano de mi mejor amiga.
Y él no me soporta a mí.
Él es mi tormento y mi amargura.
Porque hace quince años que estoy perdidamente enamorada de él.
Es mi amor imposible y mi sueño de adolescente, pero ante su indiferencia, no tuve más remedio que
disfrazar mi amor por él por desprecio y hostilidad, para que no me siguiera destrozando el corazón.