Los sistemas de gobernanza, además de ser en muchos casos ineficaces, tienen
altísimos índices de corrupción y opacidad. No saber en qué se invierte el gasto público ni los mecanismos de contratación y gestión contribuye a que el dinero público acabe en manos de unos pocos grupos. Y esto, a su vez, es una causa directa de la pobreza y la desigualdad social: lo que en principio estaba destinado a mejorar la calidad de vida de las personas, ha acabado en manos de terceros. Cuanta más corrupción, más desigualdad social.
Sistemas fiscales inequitativos
La desigualdad social se aprecia a través de las contribuciones de los grupos que conforman una comunidad. Lo lógico sería pensar que los que tienen capitales más grandes sean los que más aportes realicen a los sistemas tributarios o de tipo fiscal. Pues no siempre es así, lo cual permite que las clases más favorecidas aumenten sus beneficios y los grupos sociales marginados lo tengan más difícil para ascender en la escala social.
Privatización de servicios públicos
En muchos países del mundo, la privatización de servicios públicos ha pasado de ser una opción de gestión a convertirse en un obstáculo para el cumplimiento de derechos fundamentales de la población. Hablamos del agua, la energía, la salud o la educación, entre otros. En los casos más extremos, la privatización es un sinónimo de exclusión y marginación de ciertos colectivos. Distribución injusta de la inversión y el gasto público Casi todos los casos de desigualdad social que apreciamos se originan en una injusta inversión del gasto público, es decir, de los fondos comunes en cualquier sociedad. En muchos lugares del mundo, los grupos sociales que más tienen se erigen en el derecho de acaparar el grueso de los recursos que, en realidad, pertenecen a toda la ciudadanía; de esta manera la brecha social se ensancha.
Acceso desigual al conocimiento
El conocimiento, la información y las nuevas tecnologías son elementos vitales para el desarrollo de cualquier sociedad. Pero si estos están en manos de unos pocos grupos, que además los usan a su antojo y según sus beneficios, la labor inicial que deberían tener acaba tergiversada.