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Bienvenido sea el

Amor
Marie Ferrarella
3º Alaskanos

Bienvenido sea el Amor (30.10.2000)


Título Original: Found: His Perfect Wife (2000)
Serie: 3º Alaskanos
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Súper Jazmín 399
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Luc LeBlanc y Alison Quintano

Argumento:

Alison Quintano sintió un flechazo en su corazón cuando Luc


LeBlanc, un apuesto desconocido, la salvó de un atraco. Por
desgracia, Luc recibió un golpe en la cabeza y perdió
temporalmente la memoria. Cuando la recuperó, Alison quería
devolverle el favor y Luc aceptó encantado... porque necesitaba
una mujer a su lado que lo salvara de la humillación de ver a su
ex prometida casada con su "mejor amigo".
Así que ella accedió valientemente a acompañar a Luc a
Alaska, haciéndose pasar por la señora LeBlanc. Pero, muy
Marie Ferrarella – Bienvenido sea el Amor – 03 Alaskanos

pronto, aquel matrimonio ficticio empezó a despertar emociones


muy reales. ¿Conseguiría Alison convencer a su hombre de que
el amor verdadero era la salvación?

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Prólogo
MAGNÍFICO. Sencillamente, aquello era magnífico.
Por primera vez desde hacía mucho tiempo, sintió deseos de tomarse
una copa. Claro que no serviría de nada. Precisamente, se había metido en
aquel lío por tomarse una copa... varias copas.
—¿Malas noticias?
Luc LeBlanc volvió la cabeza y vio a su primo Ike de pie, detrás de él.
El Salado, el bar del que los dos eran propietarios, pero que Ike regentaba,
estaba casi vacío a aquella hora del día.
Ike llevaba un rato observando a su primo. Señaló la carta que estaba
sobre la mesa, delante de él.
—¿Por qué lo preguntas?
La vena del cuello de Luc estaba a punto de reventar. Sin esperar a
recibir permiso, Ike giró la carta hacia él y hojeó el contenido. Eran como
hermanos y no había secretos entre ellos. Claro que apenas había secretos
en una ciudad tan pequeña como Hades; aunque, en Alaska, todas las
ciudades eran así... Cuando llegó al párrafo que había hecho maldecir a
Luc en silencio, Ike alzó la vista para mirar a su primo a los ojos.
—Caramba, ¿qué le hace pensar a Jacob que estás...?
—¿Casado? —Luc se encogió de hombros y desvió la mirada—. Yo
mismo le mentí cuando me encontré con él en Anchorage.
—Pues si quieres ahorrarte el ridículo, yo que tú me iría a la caza de
una esposa — Ike sonrió—. Te prestaría la mía, pero me estoy aficionando
al matrimonio y no quiero arriesgarme a perder a Marta si te la dejo para
que guardes las apariencias —se puso serio—. ¿Qué piensas hacer?
Luc fijó la vista en la carta.
—No lo sé.
—Esto —dijo Ike, mientras se levantaba para preparar la barra, a la
espera de los mineros que entraban en El Salado a mediodía— va a ser
interesante.
«Interesante» no sería la palabra que él habría usado, pensó Luc. La
frustración se apoderó de él y resistió el impulso de romper la carta. Así no
arreglaría el problema, porque llegaría en avión en cuestión de tres
semanas. Y no solo él, ella también..
Se lo tenía merecido. Había mentido y tendría que pagar por ello
confesando la verdad. Y eso no le hacía ninguna gracia.
Había sido fiel a la verdad toda la vida; no por fanatismo, sino porque
era su manera de ser. Si no recordaba mal, la mentira que había dejado
escapar de sus labios en un momento de total y absoluta debilidad había
sido también la primera.

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La gente mentía todos los días, incluso allí, en Hades. Sobre todo en
Hades, pensó, donde el aburrimiento, prácticamente, lo exigía. Era una
forma de expresión artística en aquella diminuta localidad situada a mil
quinientos kilómetros de Anchorage. Seguramente, ninguno de sus
habitantes había tenido que ocultarle la verdad a quien, en una época,
cuando su vida había estado exenta de complicaciones, había sido su
mejor amigo.
Pero le había mentido a Jacob e iba a tener que reconocerlo.
Lo que necesitaba, decidió Luc, no era una copa, sino largarse de allí.
Ambas eran soluciones temporales, pero un viaje le sentaría mucho mejor
que el alcohol. Tal vez fuese el momento de pasar unos días en Seattle,
como llevaba tiempo prometiéndose.
Dio vueltas a la idea en la cabeza. Seattle. Claro, ¿por qué no?
Podría ser justo lo que necesitaba para serenarse e idear la manera
de resolver aquel asunto sin humillarse por completo.

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Capítulo 1

EL GRITO de indignación cortó el hilo de sus pensamientos como un


cuchillo recién afilado.
Cuando oyó la retahíla de palabras injuriosas que sucedieron al grito,
Jean Luc LeBlanc ya había girado sobre sus talones y corría al rescate. Era
una reacción instintiva, libre de ideas que lo detuvieran. Desde luego, no
se le ocurrió pensar que una situación de peligro en las calles de Seattle
se diferenciara mucho de una situación similar en Hades. En Alaska, eran
las criaturas de cuatro patas o las inclemencias del tiempo lo que
constituía una amenaza. En los cuarenta y nueve estados restantes, el
peligro caminaba sobre dos patas y podía ser tan despiadado como
cualquier obra de la naturaleza. A veces, incluso más.
Luc no se tomó ni un segundo para pensar, ni siquiera para sopesar
los pros y los contras. Alguien necesitaba ayuda y él estaba cerca. Era
razón suficiente.
Solo tardó un momento en orientarse. A su espalda, en el callejón, la
taxista que lo había llevado desde el aeropuerto hasta las proximidades
del hotel en el que iba a alojarse, estaba repeliendo una agresión. El
atacante estaba en el asiento delantero, forcejeando con ella. Algo refulgió
a la luz grisácea de la mañana.
El hombre tenía una navaja.
Luc arrojó al suelo la maleta para correr más deprisa.
—¡Suéltela!
La voz, grave y amenazadora, no se correspondía con su rostro afable
y el pelo rubio. Pero tenía la constitución física necesaria para respaldar la
advertencia que transmitía su voz. Luc llegó junto al taxi, agarró al
maleante por la nuca y lo sacó del interior del coche con brusquedad. Lo
arrojó al suelo como si no fuera más que un trapo viejo.
La sorpresa hizo que el hombre soltara la navaja justo antes de chocar
contra el contenedor de basura de un edificio alto que había frente al
hotel. Luc, prácticamente, oyó cómo el cerebro del hombre se estremecía
al estrellarse contra el metal.
Con la vista todavía puesta en el atracador, Luc se agachó para
recoger la navaja, con la intención de deshacerse de ella.
Dando un chillido casi ininteligible, el hombre se puso en pie y se
abalanzó sobre Luc. En lugar de tirar lejos la navaja, Luc solo tuvo tiempo
para darle un puntapié. La embestida lo dejó sin aire en los pulmones,
pero consiguió ponerse en pie con rapidez. Levantó los puños y se dispuso
a defenderse como había aprendido a hacerlo desde que era un
adolescente.

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Luc oyó cómo la taxista lanzaba un grito y comprendió, un segundo


después, que se trataba de una advertencia. El grito se fundió con un
dolor repentino y paralizante en la cabeza.
Luego todo se sumió en la más completa oscuridad.

Maldición, no debería haber aparcado allí. Tendría que haber sido más
precavida. Pero el bulevar MacArthur, donde se hallaba el hotel Embassy,
estaba cortado en un sentido a causa de las obras de reforma de la calle y
no le había quedado más remedio que meterse por una bocacalle
frecuentada por los habitantes de la noche y por camioneros corpulentos.
Desde luego, no era el lugar adecuado para una enfermera recién
diplomada que conducía el taxi de su hermano en su afán por ahorrar
unas monedas.
Con un ojo puesto en la pelea y el corazón a punto de salírsele del
pecho, Alison Quintano buscó frenéticamente con la mirada un coche
patrulla, pero no había ninguno a la vista. Era de esperar.
Maldijo entre dientes, levantó la tapa de un cubo de basura y se la
arrojó al segundo atracador, que había aparecido de la nada. El brazo que,
según sus hermanos mayores, debería haber pertenecido a una futura
estrella del béisbol, permaneció fiel a sus habilidades y acertó a darle en
la cabeza. El impacto le hizo perder el equilibrio, pero para entonces ya
había dejado inconsciente a su último pasajero.
Cuando el maleante giró en redondo, con las manos en la cabeza y la
furia reflejada en sus ojos, se miró los dedos y vio sangre.
—Hija de perra, me las vas a pagar.
Hizo ademán de ir por ella, pero su compañero le gritó:
—No tenemos tiempo para eso —registró los bolsillos del hombre que
yacía en el suelo—. ¡Hay que salir de aquí!
El segundo atracador todavía vacilaba. El sentido común prevaleció y
siguió al primero, aunque no sin pararse el tiempo justo para apoderarse
de la maleta que estaba en el suelo. Se alejaron corriendo por el callejón y
desaparecieron.
Alison reprimió el impulso de ir tras ellos. Sería una estupidez, no
podría hacer nada. Además, eran dos y, aunque no muy corpulentos,
podrían reducirla fácilmente. Como habían hecho con su pasajero.
Alison abandonó la idea de perseguirlos y se acercó corriendo a su
buen samaritano.
Luc estaba tumbado boca abajo, inmóvil. Al verlo así, sintió náuseas
en el estómago. Se arrodilló y le puso los dedos en la base del cuello.
Tenía pulso. Aliviada, exhaló el aire que había estado conteniendo.
Estaba vivo, pero inconsciente. El segundo atracador se había
acercado a él por detrás y lo había golpeado con un bate de béisbol

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infantil. ¿Qué daño le habría ocasionado? Le dio la vuelta con suavidad,


hasta colocarlo boca arriba, y le entreabrió los párpados con cautela. Las
pupilas no estaban dilatadas, al menos, de momento.
Salvo por un corte sobre el ojo izquierdo y lo que parecía una fea
magulladura en la mejilla, su buen samaritano no parecía estar
gravemente herido.
Al menos, eso esperaba.
Le puso la mano suavemente sobre el hombro e intentó despertarlo,
sin éxito.
—¿Se encuentra bien? —se inclinó sobre él para que pudiera oírlo—.
Señor, ¿puede oírme? ¿Se encuentra bien?
Su último pasajero permanecía inmóvil y sin reaccionar. No era una
buena señal.
Preocupada, Alison miró a su alrededor, pero no pasaba ningún
transeúnte por la entrada del callejón. Mala suerte. Parecía casi imposible,
ya que se encontraban en pleno centro de Seattle.
Se preguntó si debía intentar despertarlo otra vez o, simplemente, ir
en busca de ayuda, pero se sentía reacia a dejarlo solo. Estaba
inconsciente y no podría defenderse por sí mismo y, aunque no podía
decirse que el hampa se hubiera adueñado de la ciudad, acababan de
atracarlos. No quería correr más riesgos. El hombre estaba inconsciente y,
por lo tanto, Alison era responsable de él.
Alison decidió intentar localizar a su hermano por radio. Miró la hora
en su reloj de pulsera. Ya eran casi las dos, pero, para algunos, todavía era
la hora del almuerzo. Con un poco de suerte, Kevin todavía estaría en la
oficina.
Su hermano se pondría hecho una furia, pensó. No le había hecho
gracia aquel trabajo a tiempo parcial, aunque fuera en su propia compañía
de taxis. Alison era la pequeña de la familia y siempre la estaban
protegiendo.
Salvo en una ocasión, pero eso no había sido culpa de nadie.
En aquellos momentos, le preocupaba más su buen samaritano que la
reacción de su hermano. Ya se ocuparía de eso más tarde. Cuando se
disponía a incorporarse, vio cómo el hombre parpadeaba ligeramente.
Estaba volviendo en sí.
Al segundo siguiente, abrió los ojos. Minutos antes, cuando lo había
mirado a través del espejo retrovisor, Alison no se había percatado de lo
azules que eran sus ojos. Inspiró y exhaló el aire con un suspiro de alivio.
—Está despierto —el alivio se extinguió en cuanto recordó sus
conocimientos de enfermera. Que hubiera abierto los ojos no significaba
que se encontrara bien... ni mucho menos. Sintió lástima por él. La cabeza
debía de dolerle horrores.
—¿Cómo se siente? Menudo golpe le han dado.

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Luc tardó un segundo en darse cuenta de que le hablaban. Estaba


demasiado hechizado por lo que veía para oír nada. Había abierto los ojos
y estaba contemplando a un ángel. Un ángel con una melena abundante
de pelo castaño y ondulado y los ojos del color del cielo que estaba sobre
su cabeza.
Estaba hablando de alguien que le había golpeado.
—¿Quién?
El pasajero parecía un poco desorientado. Era comprensible, dadas las
circunstancias.
—El atracador.
—¿El atracador? —Luc intentó incorporarse, pero se sentía como si
tuviera un yunque en la frente.
Seguramente, ni siquiera se había dado cuenta de lo ocurrido, pensó
Alison. Le tomó la mano y, lentamente, lo ayudó a incorporarse, sin dejar
de observar su rostro.
—Sí, había otro.
—Otro.
Alison volvió a sentirse presa de la inquietud.
—¿Por qué repite todo lo que le digo?
—Solo intento comprender lo ocurrido —Luc se pasó una mano por la
frente.
Comprender algo, pensó. Dios, cómo le dolía la cabeza. El dolor le
impedía pensar con coherencia.
—Cualquiera se sentiría confuso después de lo que le ha pasado —
Alison se puso en cuclillas, sin desviar la mirada del rostro del
desconocido, que mantenía la misma expresión de incomprensión—. Ha
sido muy valiente al rescatarme de esa forma —propio de un caballero de
la corte del rey Arturo, su sección literaria favorita. Alison le sonrió—. Algo
poco frecuente hoy día —la culpabilidad volvió a dominarla. Parecía
bastante afectado—. Siento que haya salido tan mal parado. Golpeé al
otro hombre con la tapadera de un cubo de basura, pero no le hice mucho
daño. Seguramente, tenía la cabeza de piedra, lo cual no me extrañaría,
dado su comportamiento de Neanderthal — entonces, sonrió a su
rescatador—. No como usted.
Luc lo estaba intentando, pero no entendía nada de lo que decía.
—¿No como yo?
—No le hice tanto daño como usted al otro tipo —Alison empezaba a
estar seriamente preocupada. Lo miró más de cerca y confirmó su
impresión inicial. No tenía las pupilas dilatadas, pero eso no significaba
que hubiera pasado lo peor—. ¿Seguro que se encuentra bien?
—No lo sé. No estoy muy seguro de lo que es estar bien.
Cielos. Angustiada, Alison levantó una mano.

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—¿Cuántos dedos ve aquí? —al ver que no respondía de inmediato,


movió la mano de atrás adelante hasta que captó toda su atención—.
¿Cuántos dedos hay?
Luc parpadeó, pero incluso aquel simple movimiento parecía
desencadenar una avalancha en su cerebro. Le costaba trabajo incluso
hablar.
—Dos, ha levantado dos dedos. Cuando no los está moviendo.
—Bien. Claro que puede haberlo adivinado —añadió entre dientes.
Cambió de táctica—. ¿Sabe qué día es hoy?
Luc se quedó pensativo durante un momento, luego la miró.
—No.
«No te precipites, todavía no es grave», se dijo Alison. Había veces,
cuando estaba muy ocupada, en que hasta ella perdía la noción del
tiempo. Aun así, todavía se sentía intranquila.
—Es miércoles. ¿Sabe dónde está?
Aunque le dolía al mover la cabeza, Luc miró lentamente a su
alrededor. La calle era estrecha y había dos edificios altos rivalizando por
el cielo. Un olor lejano a podredumbre llegó hasta él.
—¿En un callejón?
Alison contuvo el suspiro antes de que se le escapara de los labios. La
situación empeoraba por momentos.
—¿Nada más?
Luc volvió a mirar, en aquella ocasión, moviendo solo los ojos. Así le
dolía menos.
—¿En un sucio callejón?
Nada. Se inclinó hacia él.
—¿Sabe quién soy?
Alison llevaba su nombre y número de licencia grabados en una placa
en el respaldo del asiento delantero. Recordaba que el hombre había leído
su nombre en voz alta después de darle la dirección de hotel, y había
comentado que era bonito. Habían mantenido una conversación breve y
agradable de camino allí.
Luc se tomó unos momentos antes de contestar. ¿Acaso era alguien
importante en su vida? Tenía la sensación de que podía serlo, pero no era
nada que pudiese expresar con palabras.
—¿Una mujer hermosa?
La respuesta levantó de inmediato las sospechas de Alison. ¿Acaso se
trataba de una treta? Había recibido un golpe en la cabeza, pero quizá se
encontraba bien y solo estaba aprovechándose del incidente para ganarse
su simpatía y, seguramente, algo más. Todavía en cuclillas, se enderezó.
—¿Me toma el pelo?

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—No, claro que no —Luc se llevó los dedos a la cabeza, en un intento


por mitigar el malestar. De repente, al sentir cómo el dolor le taladraba el
cráneo, hizo una mueca.
Alison volvió a examinarle la cabeza. Gracias a Dios, no había sangre.
Aun así, podía tener algún problema interno. Tenía que verlo un médico y,
cuanto antes, mejor.
—Dígame qué es lo que recuerda.
Luc intentó pensar, pero el zumbido de los oídos le impedía unir
palabras y, mucho menos, formular una respuesta coherente. Después de
un momento de frustración, la miró a los ojos.
—Nada.
Aquella palabra fue como una bala que se hubiese hundido en el
pecho de Alison. Era culpa suya. Debería de haberse arriesgado a seguir
por el bulevar y dejarlo delante del hotel. Pero había tenido prisa por
recoger a su siguiente pasajero.
—¿Nada? ¿Cómo que nada?
Luc la miró a los ojos. Parecía preocupada. «¿Quién eres? ¿Somos
amantes? ¿Amigos?». Fragmentos de preguntas surcaban su cabeza,
dejando rastros que no conducían a ninguna parte.
—No recuerdo nada. Solo un borrón.
Había admiración en su voz, como si él también se estuviera dando
cuenta por primera vez. Admiración y horror.
—¿No sabe de dónde es? —Alison sabía lo que el hombre quería decir,
pero necesitaba ganar tiempo. Quizá recuperara la memoria de golpe y
quedara eximida de la responsabilidad que sentía.
Luc intentó pensar otra vez. No había nada en su mente, salvo
derrota.
—No.
El pasajero le había dado la dirección del hotel. Tal vez fuera a
reunirse allí con alguien. Al menos, era un punto de partida.
—¿Y qué me dice de adonde se dirigía?
En aquella ocasión, la negativa estuvo acompañada de un suspiro de
cansancio y de frustración.
—¿Y su nombre? ¿Recuerda cómo se llama?
Había algo, pero fuera de su alcance, y cuando intentó atraparlo,
estalló en mil pedazos, como confeti llevado por el viento.
—No.
Entonces Alison se acordó. El hombre había mencionado su nombre
después de pronunciar el de ella. Había bromeado diciendo que no tenía
tiempo para esperar a una presentación formal. A Alison le había parecido
realmente simpático. No estaba acostumbrada a la simpatía, al menos,

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fuera del campus universitario. Por lo general, en aquella parte de la


ciudad, la gente era reservada y solo se preocupaba por llegar a su lugar
de destino lo antes posible.
Intentó pensar. Era John algo. No, un momento. Jean Luc. Eso era.
Lo miró con nerviosismo, confiando en que aquello fuera el detonante
de todo el proceso. Sabía que podía ser tan sencillo como eso: una
palabra, una mirada.
—¿Le resulta familiar el nombre de Jean Luc?
Aunque le dolía la cabeza, intentó asociar el nombre con su persona,
confiando en poder reconocerlo. Pero no sintió nada. Lo único que
recordaba parecía extraño y fuera de contexto.
—¿No había un personaje de ciencia ficción...?
Había sido un comentario que ella le había hecho al oír su nombre.
Eso sí que lo recordaba. Alison reprimió su impaciencia, consciente de que
iba dirigida a la situación.
—Sí. Star Trek, la Segunda Generación. Capitán Jean Luc Picard —
Alison repitió la información que le había dado originalmente palabra por
palabra, confiando en ver algún indicio de reconocimiento en sus ojos.
Nada.
O el hombre era un actor de primera o realmente tenía amnesia.
Amnesia. Una palabra muy fea.
—¿No debería llevar encima algún documento que me identificara? —
dijo Jean Luc, y se palpó los bolsillos de los pantalones.
Realmente, no se acordaba del atraco, pensó Alison. De lo contrario,
se habría dado cuenta.
—Le vaciaron los bolsillos.
—¿Quiénes? —con esfuerzo, conectó dos de la multitud de puntos que
flotaban en su cabeza—. ¿Se refiere a los atracadores?
—Sí —Alison volvió la cabeza hacia el taxi. Había tres puertas abiertas
de par en par, como alas incapaces de levantar del suelo algo tan pesado
—. Creo que se encontrará más cómodo en el coche —se mordió el labio y
lo miró de pies a cabeza—. ¿Cree que puede levantarse?
—Veamos.
Parecía una pregunta sencilla y una acción todavía más fácil, en
circunstancias normales. Pero, cuando lo intentó, el mundo decidió
quedarse donde estaba y no hacer el viaje con él. Peor aún, empezó a
girar en torno a su cabeza, mezclando colores y formas.
Cielos, iba a desplomarse, comprendió Alison un segundo antes de
que Jean Luc se agarrara a su hombro. Enseguida lo rodeó con los brazos y
sintió cómo las piernas se le doblaban por el inesperado peso. El contacto
hizo que se pusiera rígida automáticamente al recordar...

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Se prohibió seguir por aquel camino.


—Apóyese en mí —le ordenó con los dientes apretados.
Luc sintió el aliento de la joven sobre el rostro, y el calor de su cuerpo
mientras hacía esfuerzos por no perder el equilibrio. El sonido de su
respiración traspasaba la niebla que descendía sobre su cerebro. Con un
esfuerzo, espantó las sombras que lo envolvían.
—Lo siento —el sudor le empapó la frente y la espalda mientras hacía
esfuerzos por mantenerse en pie.
—No es culpa suya —todavía dispuesta a sujetarlo, Alison empezó a
soltarlo poco a poco. La rigidez que sentía era más difícil de disipar—.
Créame, yo sí que lo siento.
—¿Por qué? —la joven era suave, seductoramente suave. Aquel
pensamiento traspasó los muros de dolor que insistían en mantenerlo
prisionero. Era un minúsculo refugio en un mundo sumido en el caos.
—Si no hubiera venido en mi ayuda, no habría caído desplomado
sobre el cemento. Quién sabe lo que me habrían hecho de no ser por
usted —muy a pesar suyo, Alison se estremeció. Hizo un esfuerzo
sobrehumano para no permitir que el recuerdo regresara y la hiciera
prisionera. No podía consentirlo; otra vez, no—. No se acuerda de nada,
¿verdad?
Con la mano apoyada en su hombro para evitar otra vergonzosa
caída, Luc caminó a paso lento hacia el coche.
—No. Pero si corrí a rescatarla, me alegro, aunque ahora no recuerde
nada —la preocupación se reflejó en su mirada—. ¿Le han hecho daño?
Se estaba preocupando por ella. Por su culpa, tenía la misma
memoria que una berenjena y, sin embargo, le estaba preguntando si le
habían hecho daño. Alison no sabía si aquel hombre era de verdad o
producto de su imaginación.
—No tuvieron tiempo. Usted fue muy rápido.
Luc se instaló en el asiento de atrás, aunque las piernas le fallaron en
el último momento. ¿Con qué le habría golpeado aquel tipo, por cierto?
—Ahora mismo, no me siento muy rápido —confesó, y se quedó
pensativo por un momento—. Jean Luc, ¿eh?
—Eso fue lo que me dijo —Alison recordó algo más—. Pero añadió que
todo el mundo le llama Luc.
—Luke —dio vueltas al nombre en la cabeza, confiando en que le
resultara familiar. De repente, algo pareció cobrar forma—. Luc —dijo de
repente—. No es Luke, sino Luc.
Alison no notó diferencia en el sonido, pero si para él la tenía, eso era
lo importante. Lo miró con angustia, porque ya sentía un gran peso en la
conciencia. Acababa de hacer realidad el sueño de su vida de convertirse
en enfermera. Eso significaba ayudar a la gente, no apartarla de su
camino.

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—¿Lo recuerda?
Luc supo que se refería a todo su pasado. Pero solo tenía eso.
—Solo que me llamo Luc.
—¿Luc qué más? —lo apremió Alison, que no se daba por vencida
fácilmente.
Luc lo intentó, lo intentó de verdad, pero no recordó nada.
—No tengo ni la más remota idea.

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Capítulo 2

EL DETECTIVE John Donnelley fijó la vista en su bloc de notas. Tras


veinticinco minutos de interrogatorio, solo había conseguido rellenar
media hoja. Hacía un calor sofocante y estaba intentando reprimir su
irritación. Se pasó la mano por una coronilla casi calva que, en otra época,
había lucido una buena mata de pelo y movió la cabeza.
—No tenemos una base sólida —contempló al hombre al que había
estado interrogando y cerró el bloc de golpe.
Alison refrenó el impulso de interceder. Era su instinto maternal lo
que la incitaba a hacerlo, un instinto que había adquirido desde que su
propia madre falleciera hacía más de dieciséis años.
—Todo ocurrió tan deprisa —declaró. Luc ya había sufrido bastante y,
a sus ojos, no tenía muy buen aspecto. Lo único que le faltaba era que lo
siguieran sometiendo al tercer grado—. Fue cuestión de cinco minutos,
como mucho. Seguramente, tres.
La calva se elevó y descendió lenta y pensativamente.
—Es lo normal —Donnelley contempló a Luc, No había desechado la
idea de que fuera sospechoso—. ¿Y no tiene nada más que añadir?
Luc trató de pensar, de evocar algún recuerdo. Cualquier cosa. Era
inútil.
—Me temo que no.
Aun así, Donnelley volvió a presionarlo.
—¿Altura, peso, color de la piel...? —los ojos oscuros del detective se
elevaron sobre una frente aún más alta, expectantes. Levemente
esperanzados.
No tenía sentido fingir.
—No los reconocería aunque estuvieran entre esa gente —reconoció
Luc con sinceridad, y señaló a las personas que se habían congregado
detrás de las vallas que aislaban la escena del crimen, para separarla del
resto del callejón.
¿Por qué seguía insistiendo aquel detective?, pensó Alison. Luc
necesitaba que lo viera un médico, no un policía pesado y hastiado.
—Ya hemos hablado de eso —señaló, y su instinto protector cobró
fuerza en su interior. Habría sido gracioso si se hubiera detenido a
analizarlo. Era menuda, casi diminuta en comparación con Luc y, sin
embargo, creía que debía intervenir. Al menos, hasta que volviera a ser él
mismo. Fuese quien fuese—. Ya le ha dicho, detective, que no recuerda
nada de lo ocurrido. ¿Por qué sigue haciéndole las mismas preguntas?
El leve encogimiento de hombros del policía no resultó del todo
convincente.

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—Como he dicho antes, esta pérdida de memoria parece muy


oportuna —Donnelley miró a Luc a los ojos y se ablandó ligeramente.
Podía sentir la mirada penetrante de la joven. Parecía tan convencida...—.
Oiga, solo intento hacer mi trabajo. Sin presión, no hay respuestas,
¿entiende?
—A veces, esa técnica no funciona —contestó Alison en voz baja.
Pero, seguramente, el detective tenía razón. Debía de haber visto de todo;
al menos, mucho más que ella. Por eso, a sus ojos, todo el mundo era
sospechoso, incluso ella—. Lo siento, es que Luc tendría que ir al médico.
Donnelley contempló el rostro de Luc. Tenía una palidez casi
fantasmagórica. Estaba perdiendo el tiempo.
—Está bien, puede irse —le dijo a Luc—. ¿Dónde puedo localizarlo, en
caso de que averigüemos algo? —añadió en un tono que podía parecer
casual.
Luc se metió las manos en los bolsillos. Si antes había habido dinero
en ellos, en aquellos momentos estaban vacíos. Lo único que tenía, que
supiera, era la ropa que llevaba encima.
—No lo sé.
Luc frunció el ceño. Se estaba poniendo enfermo de oírse repetir las
mismas palabras. Por fuerza, era su respuesta a casi todo. Porque no lo
sabía. No sabía cómo se llamaba, ni de dónde venía ni adonde iba. Ni
siquiera sabía cuántos años tenía, ni si había alguien esperándolo en
alguna parte. Alguien que, a medida que transcurrían los minutos, debía
de estar más y más preocupado.
La frustración lo consumía y llenaba todos los espacios en blanco.
El detective se quedó pensativo y, luego, volvió a meter la mano en el
bolsillo para sacar el bloc de notas. Anotó algo rápidamente, arrancó la
hoja y se la entregó a Luc.
—Aquí tiene la dirección de un refugio de la zona —Donnelley trató de
distanciarse de lo que estaba diciendo. Había una comida caliente
esperándolo cuando terminara su turno. Una comida caliente y una buena
mujer en una casa limpia y ordenada de tres habitaciones que ya casi
había terminado de pagar. No le habría gustado estar en el lugar de aquel
tipo—, más limpio que la mayoría. Le darán comida y un catre. Tal vez lo
recuerde todo cuando despierte —el tono de su voz indicaba que tenía sus
dudas.
Luc tomó la hoja. Alison se puso de puntillas para poder leer la
dirección. Era una zona que siempre eludía cuando conducía el taxi. Miró
al detective a los ojos.
—No es un lugar muy recomendable.
Donnelley profirió una carcajada, sin mirar a Luc a los ojos.
—Que yo sepa, no hay refugios en los barrios de la gente rica.
En aquellos momentos, no podía permitirse el lujo de ser quisquilloso.
Luc plegó la hoja y se la metió en el bolsillo de la camisa.

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—Gracias.
—Además, tiene mi número de teléfono —le dijo Alison al detective,
cada vez más intranquila. Donnelley levantó el bloc de notas. Había
apuntado sus datos en la parte superior de la hoja.
—Aquí mismo —declaró.
Alison empezó a retroceder. Nunca le había gustado ser el centro de
atención y no hacían más que llegar curiosos.
—Entonces, ¿podemos irnos?
—Ya le he dicho que sí. Son libres de ir donde quieran.
Alison no se sentía libre, precisamente, pero era lo único que
necesitaba oír.
—Vámonos —le dijo a Luc.
Por un momento, Luc había creído que iba a dejarlo solo pero, al
parecer, la joven pensaba que los dos estaban juntos en aquel lío. Aquello
le resultó extrañamente reconfortante, teniendo en cuenta que, antes del
fatídico viaje en taxi, eran unos desconocidos. Caminó detrás de ella, pero
cuando fue a abrir la puerta delantera del taxi, Alison lo miró con sorpresa.
—¿Qué haces?
—Subir al coche.
Alison desvió la mirada a los asientos traseros.
—¿Y por qué no subes atrás? —después de todo, ahí era donde debían
viajar los pasajeros. En la parte de atrás. Lejos de ella.
Luc vaciló; luego, optó por dejar el asunto en manos de Alison.
—Si no te importa, preferiría sentarme a tu lado. Ahí detrás me siento
un tanto aislado —había esperado allí sentado a que llegara la policía y se
había sentido desvinculado de todo. No era una sensación agradable.
Alison se mordió el labio inferior. No sabía si era una excusa o si
hablaba en serio. En cualquier caso, no podía pasar nada. Luc estaba
demasiado afectado para intentar algo en su estado. Y se trataba de una
circunstancia especial.
—Está bien —murmuró, y se acomodó detrás del volante—. Puedes ir
delante.
Luc se quedó mirando el cinturón de seguridad durante momento,
como si lo estuviera analizando, antes de deslizar la lengüeta metálica en
la ranura.
—¿Adonde vamos?
—A que te examinen.
Aquello no sería gratis.
—No tengo dinero —señaló innecesariamente. Alison se abrió paso
por el callejón y puso el intermitente para incorporarse al tráfico.

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Marie Ferrarella – Bienvenido sea el Amor – 03 Alaskanos

—No te preocupes, conozco al médico.

El médico que conocía resultó ser un interno... y hermano de la


taxista. Alison sabía que Jimmy, tres años y medio mayor que ella, estaba
de guardia en la sala de urgencias del University Medical Center. Con
suerte, Luc no tendría que esperar demasiado.
Y luego, ¿qué?
La pregunta seguía resonando en su cabeza cuando aparcó el taxi en
el pequeño aparcamiento. Lo mejor sería ir paso a paso. ¿Quién sabía? A lo
mejor recuperaba la memoria antes de salir del hospital.
—Ya hemos llegado —le dijo, innecesariamente, a Luc. Este salió del
coche lentamente y miró a su alrededor.
—¿No deberíamos entrar por la puerta principal?
Aquella era la puerta de atrás, reservada para las ambulancias y la
plantilla.
—Por aquí llegaremos antes —declaró, y condujo a Luc a través de
las puertas electrónicas.
La recepcionista levantó la vista del libro que estaba leyendo cuando
Alison pasó por delante. Sujetó la página con el dedo y pareció enojarse
vagamente por la repentina interrupción.
—¿Anda Jimmy por aquí, Julie?
La joven tardó un par de segundos en reconocerla. Le sonrió.
—Claro, está en la sala de personal. La mañana se presenta aburrida
—comentó antes de volver a su lectura.
—Ya no —murmuró Alison.
Al darse cuenta de que Luc ya no estaba a su lado, volvió la cabeza.
Lo había perdido en la entrada. Estaba con dos enfermeras que querían
saber qué hacía allí y, seguramente, pensó Alison, también querrían
sonsacarle alguna información personal.
«Hoy no es vuestro día de suerte, chicas».
Claro que no las culpaba por intentarlo. Luc era agradable. Más que
agradable, decidió, observándolo con atención. Mucho más. Dio marcha
atrás y se plantó entre Luc y las dos enfermeras. Conocía a una de ellas.
—Grace, estoy buscando a Jimmy.
—Está en la sala de personal —Grace apenas se molestó en mirarla—.
¿Podemos hacer algo por ti? —la pregunta iba dirigida a Luc—. ¿Un baño
con esponja mientras esperas?
Sin pensar, Alison tomó la mano de Luc y tiró de él.
—Puede bañarse solo.

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A pesar de su estado, Luc no pudo evitar sonreír.


—¿Siempre son tan amables?
—Normalmente, no tienen tiempo para serlo —Alison lo condujo por
un pasillo cuyas paredes pedían a gritos una capa de pintura—. Creo que
has escogido el momento ideal para que te atracaran. Por aquí —empujó
una puerta y llamó a su hermano—. Jimmy...
Se parecía a ella, pensó Luc, que reconoció a Jimmy Quintano entre el
pequeño grupo de hombres de bata verde que estaban de pie o sentados
en aquella habitación de ambiente cargado. Tenían el mismo pelo de color
castaño, los mismos ojos azules y el mismo hoyuelo en la mejilla derecha.
En aquellos momentos, Jimmy ofrecía un aspecto mucho más
indolente que su hermana pequeña.
Recostado como estaba en una de las sillas que rodeaban la mesa de
la cocina, una donación para el hospital, apartó los ojos del programa que
estaba viendo en una televisión pequeña y achacosa, otra donación.
—Eh, Aly, ¿qué pasa? —volvió a fijar la vista en la pantalla—. Creía
que hoy estabas haciendo horas en el taxi.
—Así era —Alison habría preferido comentarlo a solas, pero no le
quedaba otra opción. Además, sabía a qué velocidad coman los rumores
entre la plantilla del hospital—. Hasta que dos tipos decidieron quitarme el
dinero.
La sonrisa fácil se disipó. Jimmy se puso en pie al instante y se acercó
a ella.
—¿Estás herida? —la miró de arriba abajo y le puso las manos en los
hombros.
—Estoy bien, aunque dudo que lo estuviera si él no hubiera venido en
mi auxilio —por primera vez, Jimmy se dio cuenta de que su hermana no
estaba sola. No estaba acostumbrado a ver a Alison con un hombre. Al
menos, desde su divorcio—. Jimmy, este es Luc. Luc, mi hermano Jimmy
Quintano.
Algunos de los presentes los rodearon, expresando en silencio a
Alison su pesar por lo ocurrido. Jimmy se volvió a Luc. Agradecido, le
estrechó la mano con fuerza.
—Oye, amigo, gracias. De verdad —la sinceridad nubló su mente por
un momento—. No me he enterado de tu apellido. Luc... ¿qué más?
Alison quería ahorrarle a Luc el mal rato.
—Esa es, en parte, la razón por la que estamos aquí —le dijo a Jimmy.
Este desvió la mirada hacia su hermana.
—No entiendo.
Antes de que Luc pudiera decir nada, Alison empezó a explicarle la
situación a su hermano.

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—Luc es incapaz de recordar nada. Uno de los atracadores le golpeó


por detrás y cayó desplomado sobre la acera —señaló el tajo que tenía en
la frente—. Le dieron un golpe en la cabeza. Un buen golpe. Cuando
recobró el conocimiento, no sabía dónde estaba ni quién era.
—Y supongo que se llevaron su cartera, con documentación incluida.
—Lo dejaron limpio —asintió Alison, y lanzó a Luc una mirada de
disculpa—. Sin maleta, sin cartera. Lo han desplumado.
Jimmy captó la frustración que se reflejaba en la voz de su hermana.
—Discúlpanos un momento —le dijo a Luc, y llevó a Alison aparte—.
No es culpa tuya, ¿sabes?
Aunque Alison le agradecía el intento, siempre le había gustado ser
responsable de sus acciones. Y aquella era ineludible.
—Vino en mi auxilio. Me estaba defendiendo, Jimmy. Si yo no tengo la
culpa, ¿quién la tiene?
Jimmy sabía que Alison ya tenía bastantes problemas. Tenía cuidado
de no reflejarlo, pero se preocupaba por ella. No solo él, sino Kevin y Lily.
Su hermana pequeña era amable y extrovertida, pero siempre había
levantado un muro insalvable entre ella y los hombres. La única excepción
había sido su marido. Pero aquella unión había sido breve, de apenas un
año de duración. Y desde entonces, se había encerrado aún más en sí
misma. Había veces en las que pensaba en ella como en una paloma
herida. De haberlo insinuado, Alison habría empezado a golpearle con los
puños, solo para demostrarle lo poco que tenía de paloma.
Pero ya sabía cómo actuar con ella.
—La sociedad, los impuestos, los atracadores... puedo darte una lista
bien larga —la miró con ternura—. ¿Estás segura de que no te han hecho
daño?
Jimmy penetraría en su alma con la mirada si pudiera, Alison lo sabía.
Pero era una zona restringida, incluso para él.
—Seguro. Ocúpate de Luc, ¿de acuerdo? De verdad, me siento
responsable de él.
—De acuerdo —Jimmy le rodeó los hombros con el brazo y se volvió
hacia Luc—. Vamos a sacar una radiografía de esa cabeza, Luc, para estar
seguros de que no hay nada de qué preocuparse.

Jimmy apagó la luz de la pantalla y retiró las dos radiografías. Alison


había sido su sombra, incluso había insistido en examinar personalmente
las radiografías. Sabía que su objetivo era convertirse en una enfermera
profesional, pero en aquellos momentos, deseaba que le dejara un poco
de aire para respirar.
Metió las radiografías en un gran sobre de color marrón y miró a Luc.
Las noticias eran excelentes.

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—No hay rastro de inflamación. Como médico, opino que solo ha sido
un golpe.
—¿Y la amnesia? —lo apremió Alison. Como el paciente era Luc, y no
su hermana, Jimmy le habló a él.
—Tendría que desaparecer en un par de días —hizo una pausa y
matizó—. Con suerte.
—Tendría —repitió Luc con voz pausada, absorbiendo la palabra en el
vasto abismo que existía en su mente—. Pero no hay ninguna garantía.
Jimmy sabía que debía compadecer de verdad a su paciente. ¿Cómo
se sentiría él si un día, al despertarse, descubriera que todo su mundo se
había borrado de su mente? Era una idea horripilante.
—En la vida, nada tiene garantías.
—Salvo la muerte y los impuestos —Luc se paró bruscamente para
analizar el comentario que había brotado de sus labios sin pensar. Lo
había oído antes en alguna parte, pero ¿dónde, cuándo? Reprimió la
frustración y se concentró, en cambio, en el hecho de que había recordado
algo, por trivial que fuera. Al menos, era un avance.
—Sí —Jimmy hizo una última anotación en la ficha de Luc antes de
cerrarla. Se preguntó cómo lo archivaría la recepcionista, dado que no
había apellido—. Salvo eso — dejó a un lado la ficha, tomó una pequeña
caja blanca y se la pasó a Luc—. Voy a darte diez pastillas. Toma una cada
cuatro horas para el dolor, si se hace insoportable. Te producirá
somnolencia —le advirtió—, pero no creo que vayas a manejar maquinaria
pesada en un futuro inmediato.
Luc contempló la caja antes de apartarla.
—Si no te importa, prefiero mantenerme alerta. Ya tengo bastante
confusión en la cabeza.
Eso Jimmy podía comprenderlo. Luc había descrito un terrible dolor de
cabeza.
—Como quieras —le dijo, y se quedó pensativo. Como Luc estaba sin
blanca y no recordaba quién era, no tenía dónde alojarse—. Sabes, hay un
refugio no muy lejos de aquí... —echó mano de un bolígrafo y de algo en lo
que escribir.
—Ya tiene las señas de un refugio —lo interrumpió Alison—. Se las dio
el detective —no tenía experiencia directa de esos lugares, pero había
visto un documental, lo suficiente para tomar una decisión. Pero Jimmy se
perdió la mirada resuelta de su hermana.
—Entonces ya lo tienes todo
—Eso parece —corroboró Luc.
—Gracias otra vez por salvar a la enana —señaló a Alison con la
cabeza mientras estrechaba la mano de Luc—. Nos hemos acostumbrado
a tenerla con nosotros.

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Luc tenía la sensación de que no sabía qué hacer con la gratitud. Al


menos, no sabía cómo reaccionar en aquellos momentos, así que se limitó
a asentir y a dejar pasar las palabras. Se centró, en cambio, en el afecto
que había detectado en la voz del interno, el mismo que había reconocido
en Alison la primera vez que le había hablado de su hermano.
¿Tenía él familia? ¿Acaso aquel tipo de afecto filial también formaba
parte de su vida? No tenía manera de saberlo, pero experimentaba una
vaga sensación de que así era. O tal vez fueran vanas ilusiones.
Se despidió y salió del hospital acompañado de Alison. Notó que, por
primera vez, no estaba hablando demasiado. Seguramente, estaría
decidiendo si llevarlo en taxi hasta el refugio o dejar que fuese hasta allí a
pie, pensó.
Alison se mordió la lengua hasta que volvieron a estar a solas en el
aparcamiento. Desbloqueó las puertas del coche y, luego, incapaz de
soportarlo durante más tiempo, su conciencia profirió las palabras.
—Mira, no me hace gracia que pases la noche en uno de esos sitios.
—No te hace gracia —repitió Luc. No la conocía. No tenía forma de
saber adonde quería llegar.
Alison lo miró, dividida entre la culpa y la necesidad de proteger su
intimidad. La culpa venció.
—No, no me hace gracia. No sé si me has salvado la vida o no, pero
seguramente lo hayas hecho y sería una desagradecida sin corazón si te
dejara dormir en un antro.
—¿En un antro?
Volvía a repetir lo que ella le decía. Alison no sabía cómo hablar más
claro.
—Pon algo de tu parte —replicó.
Luc la miró con expresión inocente y su sentimiento de culpa se
acrecentó.
—Lo haría si supiera adonde quieres llegar.
—Vivo en casa, con mis hermanos —Alison lo intentó de nuevo,
enunciando cada palabra—. Acabas de conocer a Jimmy. También está
Kevin, el mayor — claro que ese detalle no era importante, pensó Alison,
salvo, tal vez, para Kevin. Porque todos tenían voz y voto sobre lo que
ocurría en la casa. Sabía que podía contar con el respaldo de Jimmy—.
Tenemos una habitación encima del garaje. No es gran cosa, pero está
limpia y no tendrías que dormir con cuarenta personas —ni con todos los
insectos o gusanos que decidieran pasar la noche en el refugio, añadió en
silencio.
—¿Me estás pidiendo que pase la noche en tu casa?
—No, te estoy diciendo que vas a pasar la noche en mi casa —lo
corrigió con aspereza—. En mi garaje —se enmendó—. Eso es... —
frustrada, se pasó una mano por el pelo—. Mira, estoy en deuda contigo, y

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no me sentiría muy bien conmigo misma si te dejara dormir en uno de


esos sitios.
La sonrisa que se dibujó en los labios de Luc fue lenta, como el sol al
abrirse paso entre las montañas antes de elevarse en el cielo. Se
sorprendió mirándolo fijamente: a él, a su sonrisa... y perdiéndose en ella.
—No puedo consentir que te sientas mal —admitió Luc.
Alison no sabía si se estaba riendo de ella o solo estaba siendo
sincero. En cualquier caso, no tenía tiempo para dilucidarlo. Miró la hora
en su reloj y vio que ya llegaba con retraso para devolver el taxi. Su turno
había terminado hacía diez minutos y no tenía nada que entregar a
cambio.
Salvo Luc.
Dudaba que Kevin pensara que la tarde había sido provechosa.

Kevin salió de su pequeño despacho sin ventanas antes de que Alison


hubiese detenido el coche en el amplio garaje en el que guardaba los
cinco taxis que tenía en propiedad. Un poco más bajo y ancho que su
hermano, Kevin Quintano parecía tan arrollador como una segadora.
En aquellos momentos, aquella segadora avanzaba imparable hacia
ella.
Como, desde que había tenido noticia de que Alison no se había
presentado a recoger a su siguiente pasajero, se había pasado la mayor
parte de las últimas dos horas intentando localizarla por radio, Kevin había
estado oscilando entre la furia y el frenesí. A fin de cuentas, Alison era su
hermana pequeña y la ciudad era una selva. No todos los maniacos
estaban confinados en ciudades de más de un millón de habitantes.
Al ver que se encontraba bien, la furia ganó.
—Muy bien, ¿qué diablos te ha pasado? Llevo toda la tarde intentando
localizarte. ¿Dónde demonios estabas? ¿En el triángulo de las Bermudas?
—llamó a uno de sus taxistas con el dedo—. ¿A qué estás esperando? ¿A
que llegue la Navidad? ¡Vamos, vete!
Con una inclinación de cabeza, el taxista ocupó el lugar de Alison en
el asiento del conductor.
Kevin se volvió hacia su hermana con las manos en las caderas.
Tampoco desaprovechó la oportunidad de mirar con enojo al hombre que
estaba con ella. Sabía que no podía ser un novio. A pesar de lo atractiva
que era, Alison no salía con hombres. Él y los demás habían intentado, en
vano, emparejarla con alguien, pero Alison se había negado en redondo a
dejarse llevar.
Cuando le gritaban, Alison tenía tendencia a replicar en el mismo tono
de voz. Eso no empañaba el cariño que sentía por su hermano.
—No he tenido tiempo de llamar.

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—¿Y por qué, si puede saberse? —Kevin se sorprendió caminando


detrás de ella hacia su despacho. El desconocido seguía al lado de Alison
—. ¿Ha sido por su culpa? ¿Se ha pasado contigo? —sin esperar una
respuesta, Kevin apartó a su hermana a un lado y captó la atención de Luc
—. Oiga, amigo, el hecho de que conduzca un taxi no significa que sea una
chica fácil.
Alison se interpuso entre los dos, mirando a su hermano.
—Kevin te estás pasando, como de costumbre.
Durante un segundo, mientras la contemplaba, los ojos de Kevin se
llenaron de un profundo cariño.
—Eres mi hermana pequeña. Tengo derecho a pasarme si resulta que
un tipo...
—Me ha salvado, Kevin.
El torrente de palabras se interrumpió repentinamente. Su hermano
enarcó las cejas sorprendido.
—¿Que te ha salvado? ¿De qué?
—De unos atracadores —Alison había intentado decírselo de una
forma serena y agradable, pero al parecer, Kevin no iba a permitirlo—. Dos
tipos me robaron las ganancias de la mañana. Y a él, todas sus cosas. Lo
siento, Kevin. Se llevaron el dinero.
Le importaba un comino el dinero, solo Alison. Miró alternativamente
a Luc y a Alison y, momentáneamente, se quedó sin saber qué decir.
Luego, el torrente volvió a fluir con toda su fuerza.
—¡Hasta aquí hemos llegado! No vas a volver a trabajar de taxista. Ni
a tiempo completo ni a tiempo parcial. Ni siquiera del garaje a la calle...
—Kevin...
Pero no la estaba escuchando.
—Ya te dije que no era trabajo para una mujer, pero no, no querías
escuchar. Siempre piensas que sabes lo que haces —cuando pensaba en
lo que podría haberle ocurrido, se le helaba la sangre—. Bueno, tengo
noticias para ti. No sabes...
—Tranquilízate, Kevin —Alison le puso una mano sobre el hombro—.
Luc tiene dolor de cabeza.
Pero Kevin acababa de empezar.
—Me importa un rábano...
—Lo tiene por haberme defendido.
—Ah... —las palabras por fin cobraron sentido. Compungido, Kevin
contempló al hombre que se había ganado su eterna gratitud—. Ah —
repitió—. Vamos, siéntate —acercó una silla e instó a Luc a que se sentara
en ella—. ¿Quieres una aspirina? —abrió un cajón de su escritorio y sacó
un frasco medio vacío—. ¿Lo has llevado al hospital para que lo vea
Jimmy?

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Alison le quitó el frasco y lo metió de nuevo en el cajón.


—Ya tiene analgésicos y, sí, hemos ido a ver a Jimmy. Soy enfermera,
¿sabes?
—Sin experiencia —añadió Kevin con afecto. Como tenía diez años
más que Alison, le costaba imaginarla como una persona adulta y capaz—.
Pero lo estás haciendo bien —añadió al ver las nubes de tormenta que se
agolpaban en los ojos de ella.
Aunque no tenía forma de saberlo con certeza, Luc tenía la sensación
de estar acostumbrado a un ritmo menos frenético. Pero, seguramente,
todo el mundo lo estaba.
—¿Siempre habláis tan deprisa?
Kevin lo miró y se echó a reír. Se pasó la mano por el pelo de una
forma que le recordaba a Alison.
—Solo cuando estamos nerviosos —se disculpó Kevin—. ¿Puedo
ayudarte en algo? Cualquier cosa.
—Necesita un lugar donde dormir —intervino Alison antes de que Luc
pudiera rechazar el ofrecimiento—. Si no te importa, le dije que podía
instalarse en la habitación de encima del garaje hasta que recupere la
memoria.
Kevin lanzó una mirada a Luc.
—¿La memoria?
—Tiene amnesia —asintió Alison, con los labios apretados. Y todo por
culpa de ella. Kevin se quedó mirándola boquiabierto.

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Capítulo 3

NO TE ACUERDAS de nada?
Kevin pensó en todas las experiencias de su vida, en los preciados
recuerdos de momentos valiosos. La idea de perderlos de repente le
pareció devastadora. Se llenó de compasión por el hombre que estaba
sentado al otro lado de su pequeño escritorio repleto de papeles.
—No —aquella única palabra reverberó, oscura y solitaria, en el
cerebro de Luc, sin arrastrar nada a la luz salvo frustración.
Kevin exhaló un profundo suspiro y se pasó la mano por el pelo.
—Eso tiene que ser terrible —como no sabía qué decir, miró a su
hermana—. ¿Cuánto duran estas cosas?
Alison vaciló, pero mantuvo el ánimo firme por el bien de Luc.
—Jimmy dijo que se le pasaría en un par de días.
O más, añadió en silencio. No podía saberse. Aunque le había hecho a
Jimmy la misma pregunta, Alison sabía que la amnesia no seguía ninguna
pauta fija. Variaba según la persona. Podía desaparecer al día siguiente o
durar toda una vida. No podía decirse.
Por el bien de Luc, cruzó los dedos y deseó lo primero.
—¿En un par de días, en? —Kevin tenía un optimismo imbatible—. Por
supuesto que puede dormir en la habitación del garaje —le dijo a Alison—.
Puedes quedarte el tiempo que necesites, nada es demasiado para el
hombre que ha salvado a mi hermanita —como para reforzar su
comentario, Kevin le pasó el brazo a Alison por los hombros y la abrazó.
Avergonzada, Alison intentó no sonrojarse.
—Somos una familia muy unida —le dijo a Luc.
Luc se percató de que Alison se desembarazaba sutilmente del brazo
de su hermano y daba un paso hacia atrás. Le hizo pensar en espacios
reducidos y en claustrofobia. En derrumbamientos. ¿Qué significaba todo
eso?
Oyó cómo la puerta se abría a su espalda.
—Oye, Kevin, ¿puedo hablar contigo un momento? —se volvió en la
silla y vio a un hombre con un mono manchado de grasa que asomaba la
cabeza por la puerta.
Kevin despachó al mecánico.
—Dentro de un minuto, Matt. ¿Es que no ves que estoy ocupado?
—Puede esperar — gruñó Matt, y se retiró.
De repente, Kevin tuvo una idea. Se sentó en un extremo de su
escritorio y miró a Luc a los ojos.

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—¿Has ido a la policía?


—No, pero llamamos a Emergencias —le dijo Alison—. La policía tomó
nota del atraco.
—Sí, bueno —con la mano quitó importancia al atraco. Lo importante
era que Alison no estaba herida. El dinero era reemplazable, pero Alison
no—. No, me refiero a Luc. Tienen una Oficina de Personas Desaparecidas,
quizá tengan otra de Personas Encontradas —era perfectamente lógico
para él. Debía de haber más personas vagando con amnesia por la ciudad.
Alison apretó los labios y reprimió una sonrisa. No quería que Kevin
pensara que se estaba riendo de él. Había ocasiones en las que envidiaba
a su hermano y la simplicidad de su alma.
—Solo lleva medio día con amnesia. Eso significa que si está
«desaparecido» solo lleva unas horas así. Si alguien lo estaba esperando,
seguramente pensarán que se ha retrasado.
—¿Ibas a reunirte con alguien?
—Bueno, iba de camino a un hotel —le dijo Alison, y vio que Luc la
escuchaba' con la misma atención que su hermano. Tenía que recordar
que todo era nuevo para él—. Lo recogí en el aeropuerto.
La información fue como una descarga dirigida a un submarino. Kevin
se sintió dominado por la decepción.
—Así que, ¿ni siquiera vives aquí?
Luc consideró la pregunta, le dio vueltas en la cabeza e intentó
encontrar algún dato que empezar clarificar aquella cuestión. Pero no
surgió ni siquiera una vaga noción.
—Que yo sepa, no —suspiró.
—Seguro que recuerdas algo —Kevin vio cómo Alison abría la boca,
sin duda dispuesta a abrumarlo con términos médicos. Pero él se basaba
en el sentido común—. La gente no pierde la memoria por completo
cuando tiene amnesia. Quiero decir, que sigues hablando en nuestro
idioma y sabes cómo caminar, ¿no? —cada vez estaba más apasionado
con su idea—. Tiene que haber algo más dando vueltas por tu cabeza,
aunque todavía no lo sepas.
De nuevo aquella simplicidad que llegaba al fondo de las cosas. Alison
miró a su hermano con afecto. Llevado por su entusiasmo, Kevin se inclinó
sobre Luc.
—Piensa. ¿Hay algo? ¿Alguna cosa?
No hacía daño poner a prueba la teoría de Kevin, pensó Alison.
—Tal vez si cerraras los ojos, lo visualizarías mejor.
Luc estaba dispuesto a intentar cualquier cosa con tal de liberar unos
cuantos recuerdos. Hizo lo que le sugerían. Pasado un momento, volvió a
abrir los ojos.

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—¿Alguna cosa? —lo presionó Alison, ansiosa. Había algo en los ojos
de Luc, pensó. Había recordado algo.
—Nieve.
Alison se quedó mirándolo, confundida.
—¿Cómo?
—Me ha venido una imagen de la nieve —pero, incluso mientras lo
decía, la imagen desaparecía de nuevo en el olvido—. O tal vez fuera una
amplia expansión de vacío —«producida por mis vanas ilusiones», añadió
en silencio—. No sé.
Alison le puso la mano en el hombro y la mantuvo allí durante un
segundo antes de darse cuenta de lo que hacía. Entonces la dejó caer a un
costado.
—Ya te vendrá. Seguramente, estás forzándolo demasiado. Quién
sabe, quizá después de dormir a pierna suelta toda la noche...
—Solo son las cinco de la tarde —señaló Kevin.
Tal vez, pero Luc había pasado un mal trago y, sin duda, estaba
agotado. Estaba recuperando el color de la cara, lo cual era una buena
señal, pero no había que confiarse demasiado. Al fijarse en su complexión,
se dio cuenta de que estaba bronceado. ¿Acaso vivía en la costa? ¿Cerca
de la playa? Su forma de hablar era lenta y relajada. ¿Sería californiano?
Cielos, como detective era pésima.
¿Dónde estaba Sherlock Holmes cuando se lo necesitaba?
—Aun así, puede echarse un rato, Kevin. Vamos, te llevaré a casa —
salió del despacho y se detuvo en seco. La plaza donde había dejado el
coche aquella mañana estaba vacía. Se volvió y miró a su hermano.
—¿Dónde está mi coche?
—Ah —con todo el jaleo, se le había olvidado—. Matt lo ha dejado
junto al taxi número dos. Le pedí que te cambiara el aceite.
Alison había comprado el coche de segunda mano con dinero que
había ganado en varios empleos desde que tenía dieciséis años. Lo
trataba como si fuera una amada mascota.
—Puedo cambiarlo yo misma.
—Sí, ya lo sé —era una vieja historia. Alison se enfurruñaba cuando
Kevin intentaba hacer algo por ella, como si estuviera violando su
independencia. Se comportaba igual con todo el mundo—, pero me gusta
hacer pequeñas cosas por ti —miró a Luc—. Le gusta ir de independiente.
—No, solo de la edad que tengo —replicó Alison. Luego suspiró y miró
a Luc—. Como soy la pequeña, todos piensan que tienen que cuidar de mí.
—Así es —le confió Kevin a Luc, y le guiñó el ojo—. Ya sabes cómo son
estas cosas.
—No —contestó Luc con sensación de pesar—. No lo sé.

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—Sí, claro. Lo siento —avergonzado, Kevin desvió la mirada. Se metió


la mano en el bolsillo, sacó la cartera y le dio dos billetes de veinte dólares
a Luc—. Debes de tener hambre: tómate una buena cena en un
restaurante. Invito yo.
Alison se rindió. No tenía sentido decir que era perfectamente capaz
de pagar por los dos. ¿A quién iba a malcriar Kevin cuando ella se fuera?
Había enviado solicitudes de trabajo a varias zonas del país con escasos
recursos sanitarios y había obtenido algunas respuestas favorables. En
aquel momento, solo estaba intentando decidir cuál aceptar. Kevin
tardaría tiempo en acostumbrarse a estar sin ella.
Pero, por el momento, lo complació.
—Compraremos algo por el camino. «Quizá encuentres una esposa
por el camino».
Casi en trance, Luc se paró en seco.
—Una esposa.
Alison y Kevin se volvieron al unísono para mirarlo. Quizá hubieran
oído mal.
—¿Cómo? —dijo Alison.
Luc los miró, tan sorprendido como ellos por lo que acababa de brotar
de sus labios. Con cuidado, analizó las palabras que habían emergido en
su mente. Pero, incluso en aquellos momentos, estaban debilitándose.
—Creo que alguien me dijo... algo así como que buscara una esposa,
o que la encontraría por el camino. Más o menos — cada vez tenía menos
sentido.
Alison profirió una carcajada.
—No sabía que hubiera una oferta de esposas en el centro comercial
—eso era una pista extraña para intentar averiguar la identidad de aquel
hombre. ¿Acaso iba al encuentro de su esposa?, se preguntó. ¿Estaría
casado y se iba a reunir con ella?
—Tenía algo que ver con mi viaje aquí. O tal vez no —añadió, y se
encogió de hombros con frustración.
Daba la impresión de estar exasperado. Para distraerlo, Alison dijo:
—Venga, vamos a instalarte en casa. A Kevin le resultó una frase un
poco rara.
—¿Instalar? Si lo único que tiene es la ropa que lleva encima.
Kevin tenía razón, Luc iba a necesitar algo más que ponerse. Lo
observó con atención.
—Jimmy tiene, más o menos, su mismo tamaño.
—Será mejor que se lo consultes a Jimmy primero —le advirtió Kevin.
Lo más probable era que Jimmy fuese generoso, pero nunca se sabía—. Ya
sabes cómo es con su ropa.

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Marie Ferrarella – Bienvenido sea el Amor – 03 Alaskanos

Alison rió al recordar la vez que había necesitado una camisa de traje
y la había sacado, a hurtadillas, del armario de Jimmy. La bronca que le
había echado su hermano al descubrir la sustracción había sido
descomunal, sobre todo después de ver las manchas de vino—.
Seguramente, Beau Brummell estaba más dispuesto a dar sus ropas que
él.
—Beau Brummell. Figura del siglo diecinueve, conocido por su
elegancia en el vestir. Amigo del Príncipe de Gales.
Kevin y ella intercambiaron una mirada, luego se volvieron para
observar a Luc, que , parecía un poco sorprendido de sí mismo.
No sabía de dónde había salido eso.
—Tal vez seas un vendedor de enciclopedias —sugirió Kevin, medio
en broma. Luc se encogió de hombros.
—Ahora mismo, podría ser cualquier cosa.

Como un niño en su primer viaje lejos de casa, Luc contempló el


paisaje a través de la ventanilla del coche de Alison, intentando absorberlo
todo, sintiéndose un poco perdido, un poco inseguro.
Salvo que en su caso, Luc no tenía ni la más remota idea de dónde
estaba su casa. Lo único que sabía, y sin certeza absoluta, era que no
estaba en Seattle.
—Te estás esforzando demasiado.
La voz de Alison, suave y comprensiva, atrajo de nuevo su atención
hacia el coche en el que viajaba. Y hacia ella.
—¿Cómo?
Alison se había fijado en el reflejo de Luc sobre el parabrisas cuando
se habían detenido en el último semáforo. Casi podría haber jurado que
sus ojos se cerraban de cansancio. Aunque nunca había experimentado
nada parecido a la amnesia, podía imaginar lo frustrante que debía de ser
para él pensar y no recordar. Existir y no tener ningún recuerdo de ello.
—Te estás esforzando demasiado: En recordar —añadió después de
un momento—. A veces, las cosas vienen cuando menos las esperamos.
—Sí, tal vez tengas razón —repuso Luc, que había vuelto la cabeza
para mirarla. Tal vez, si dejaba que su mente siguiera en blanco, las piezas
acabarían por unirse solas.
Vio cómo Alison sonreía y sintió que algo se agitaba en su interior. La
sonrisa era sensual, pero inocente al mismo tiempo. En su mente,
volvieron a agolparse las preguntas, pero en aquella ocasión tenían que
ver con ella.
—Normalmente la tengo —Alison rió—. Claro que a nadie de mi familia
le gusta reconocerlo.

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Familia. La palabra originaba ondas de una sensación que no podía


apresar. Una vez más, se le escapó. Tal vez, si Alison seguía hablando, la
sensación se cristalizaría en algo que podría identificar.
—¿Cuántos sois en tu familia?
—Cuatro, contándome a mí —habían sido cuatro desde hacía mucho
tiempo. Su madre había muerto cuando ella tenía ocho años, y su padre,
tres años después. A todos los efectos, Kevin era su padre, además de ser
su hermano—. Ya conoces a Kevin y a Jimmy. Entre los desaparecidos,
aunque solo temporalmente, está Lily —volvió a sonreír. Su hermana y ella
eran tan distintas como el día y la noche. Lily era la sofisticada—. Hace
poco que Lily se ha mudado a vivir al restaurante que ha comprado.
Lily había conseguido finalmente comprar el negocio a los demás
socios y rebautizar el restaurante. Alison no albergaba ninguna duda de
que, en menos de un año, Lily's sería el lugar de moda de Seattle.
Alison miró a Luc al doblar una calle. No estaban muy lejos. Vaciló,
pero al final decidió investigar un poco. ¿Quién sabía? Lo mismo servía de
algo.
—¿Crees que tienes familia?
Luc se había estado haciendo la misma pregunta. En vano.
—No lo sé, pero no lo creo. Al menos, no de la forma tradicional —
intentó extraer el sentido de sus palabras—. Tengo la vaga sensación de
que hay alguien, pero... en realidad, no.
Eso no tenía mucho sentido, pensó. Y, sin embargo, no podía evitar
sentir que había habido alguien, una persona importante, que ya no
estaba allí. ¿Habría muerto? Se sintió preso de un gran vacío. Alguien que
era importante para él podía haber muerto recientemente y él ni siquiera
lo sabía.
Sin pensar, Alison le cubrió la mano con la suya para reconfortarlo;
luego volvió a asir el volante.
—Parece que hablaras de un fantasma.
—De un fantasma —corroboró Luc— o de algo que no pudo ser —las
palabras brotaron de sus labios lentamente, como el pensamiento que las
había inducido. No era la muerte de una persona lo que sentía, sino la
pérdida de algo. ¿Qué podía significar?
—No te sigo.
Ya eran dos, pensó Luc con pesar.
—Lo siento. Solo es una idea que se me ha pasado por la cabeza, pero
se me ha ido enseguida.
Alison no quería que se frustrara demasiado, sobre todo cuando
todavía estaba débil.
—Bueno, cuando la recuerdes, no la sueltes. Algo me dice que esas
piezas perdidas de tu puzzle están haciendo lo indecible por volver a
aparecer —le dijo mientras aparcaba delante de una sólida casa de dos

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plantas. Se alternaban para usar el garaje. Aquella semana, el coche de


Kevin y la motocicleta de Jimmy estaban resguardados de la calima de
Seattle—. Mientras tanto, aquí es donde puedes aposentarte.
—¿Aposentarme?
Alison apagó el motor y salió del coche.
—Instalarte —encabezó la marcha hacia el garaje, una construcción
aparte. Había una escalera de madera en el lateral más próximo a la casa
—. Acampar, echar el ancla. Ya sabes, quedarte.
Por primera vez desde que había abierto los ojos, Luc sonrió.
—¿Siempre usas tantas palabras?
—Me encantan las palabras. Iba a ser profesora de lengua inglesa,
pero luego llegué a la conclusión de que una profesora más o una menos
no cambiaría mucho las cosas, que prefería que mi contribución al mundo
fuera más importante, que pudiera destacar.
Lo dejó pasar delante de ella. La habitación del garaje no era muy
grande y estaba en gran parte ocupada por una cama doble y una cómoda
enorme.
—¿Es importante para ti destacar?
—Cuando eres la más bajita y la más joven, quieres hacer ruido para
que se fijen en ti. Quiero hacer algo distinto, saber que, gracias a mí,
alguien se siente mejor —por eso, los estudios de enfermería le habían
parecido perfectos para ella. Le daban la oportunidad de sostener la mano
de un paciente, de ofrecerle consuelo. Para que se produjera la curación,
no solo había que tratar el cuerpo, si no también el alma. Al escuchar sus
palabras, se interrumpió bruscamente—. Estoy hablando demasiado.
Luc no quería que dejara de hablar.
—No, por favor, sigue. Escucharte me ayuda a llenar los espacios
vacíos de mi cabeza.
Por alguna razón, no había suficiente aire en la habitación. Alison
nunca se había dado cuenta de lo pequeña que era, ni de lo pequeño que
era el espacio alrededor de la cama. No tenía lugar al que retroceder y, de
repente, sentía la necesidad de hacerlo.
—Deberías llenarla con tus propios pensamientos y recuerdos.
Luc sonrió al percibir la ironía de sus palabras.
—Creo que los he perdido. Temporalmente, espero.
—¿Crees que estás casado? —Alison no tenía ni idea de por qué le
acababa de hacer esa pregunta. Su curiosidad no parecía pasiva, sino
activa, y eso la intranquilizaba. Maniobró hacia la puerta y la abrió.
—No lo sé —Luc rebuscó en su cerebro, pero no recordó nada—.
¿Cómo se siente uno cuando está casado?

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Alison tuvo que hacer un esfuerzo para no estremecerse al recordar


su desastrosa experiencia. Enterrada desde hacía dos años en su pasado,
la marca que había dejado todavía era vivida.
—Como si no pudieras respirar.
—Entonces, no estoy casado.
Seguramente, Luc pensaba que era rara o que estaba loca. Como
necesitaba hacer algo, Alison se acercó a la ventana y la abrió.
—Lo siento, no debería haber dicho eso.
—¿Por qué no?
—Porque no —¿por qué no podía dejarlo estar? Era su mente la que
tenía que explorar, no la de Alison—. Además, eres un desconocido.
—Y a tu marido no le gustaría que hablaras con desconocidos —
dedujo Luc.
—No estoy casada —seguramente, no había atado los cabos, o ni
siquiera se acordaba—. Vivo aquí, ¿recuerdas?
Luc contempló cómo trajinaba con la colcha.
—Ya, pero pensé que vivías aquí con tu marido. Parecías tan
convencida hace un momento, al hablar del matrimonio.
—Ha sido un día difícil —Alison se pasó la mano por el cuello, tratando
de quitarle hierro al asunto—. Han estado a punto de atracarme.
Luc la miró con un brillo de humor en los ojos.
—Sí, lo sé.
Era como si sus ojos la estuvieran acariciando. Alison sintió que la
garganta se le cerraba y se dio la vuelta, nerviosa por la atracción que
sentía.
—Hay un pequeño cuarto de baño en la parte de atrás. No tiene
ducha, pero puedes lavarte las manos. Sé que no es gran cosa.
—No necesito mucho —la tranquilizó. No tenía necesidad de
disculparse, su hermano y ella estaban siendo más que amables al acoger
en su casa a un extraño—. Y te agradezco que me dejes quedarme aquí.
La imagen de una pequeña habitación, oscura, pero cálida, pasó
rauda por su cabeza, sin tiempo para identificarla. Alison le puso la mano
en el brazo y, de nuevo, fue consciente de que se hallaban en la
habitación de encima del garaje.
—¿Qué pasa? —oyó que le preguntaba.
Luc parpadeó para aclarar la imagen. Lo único que sabía era que
Alison volvía a estar de pie, muy cerca. Y que llevaba una fragancia que le
recordaba... ¿a qué?
—¿Mmm?
—Tenías una expresión muy extraña. ¿Acabas de recordar algo?

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—Una habitación —paseó la mirada por la estancia, fijándose en los


detalles por primera vez. La habitación de su mente era más alegre—,
parecida a esta. Estaba oscuro. Afuera —comprendió—, estaba oscuro.
—Sería de noche —dedujo Alison. Luc estaba a punto de asentir, pero
cambió de idea.
—No, no era de noche, sino de día.
—¿Una tormenta? —si no, ¿por qué estaba oscuro? ¿O tal vez, su
mente le estaba gastando una broma?
Era una deducción lógica, pero Luc no podía estar seguro.
—No lo sé.
Alison sintió pena por él. En su lugar, no sabía si habría soportado la
situación con la misma calma.
—Lo siento, no debería asfixiarte a preguntas. Pero no puedo evitar
pensar que, si te hago la pregunta adecuada, de repente, te acordarás de
todo —recordó que Kevin le había dado a Luc dinero para la cena. Se
había olvidado de parar en el supermercado—. ¿Por qué no entras
conmigo en casa y vemos qué hay en la nevera? —con suerte, Lily se
habría pasado por allí para dejarles algunas provisiones.
—No parece un mal plan y, dado que no tengo ningún compromiso,
que yo recuerde, no tengo otra cosa que hacer —abrió la puerta, y esperó
a que Alison pasara primero.
Alison sintió que la sangre se bullía en sus venas cuando cruzó el
umbral. Sorprendida, reprimió aquella sensación.

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Capítulo 4

ERA UNA cocina de vanguardia, con ollas brillantes de cobre y


sartenes que pendían de unos ganchos fijados al techo y colocados en
forma de rectángulo alrededor de los fluorescentes. En el centro, había
una isla con una encimera para cortar, sin adornos y vacía, y la barra
adornada con azulejos que había en un costado albergaba únicamente
periódicos de días anteriores y una pequeña televisión, que estaba
apagada en aquellos momentos. Era una cocina que pedía a gritos que la
utilizaran.
Aquellos habían sido los dominios de Lily. Durante un tiempo, Alison
se había sentido intimidada cada vez que entraba allí, hasta que había
hecho las paces con el hecho de que disfrutaba comiendo sandwiches y
platos precocinados para microondas.
Entró la primera en la cocina y abrió las dos puertas del frigorífico
para que Luc pudiera ver el interior. Era el turno de Jimmy de hacer la
compra. Eso explicaba por qué había tan pocas cosas en la «caja mágica»,
como había llamado de pequeña a la nevera. Por aquel entonces, su
madre reinaba en la cocina y Alison recordaba olores envolventes y
maravillosos unidos a una sensación de bienestar que emergía de aquella
estancia. Entonces no había sartenes colgadas del techo, ni isla, solo una
mesita para el desayuno. Y mucho amor.
Hasta que todo había cambiado.
—Está bien —volvió la cabeza para mirar a Luc—. ¿Ves algo que te
guste?
La pregunta tomó a Luc por sorpresa. Había dejado que su mente
vagara y se centrara en la mujer que lo había acogido porque, según ella,
él había ido en su auxilio. Deseaba poder recordar al menos aquella parte,
pero no podía.
En lugar de eso, lo que atormentaba su mente en aquellos momentos
era la atracción tan fuerte y real que estaba experimentando allí de pie, a
su lado. No cabía duda de que le gustaba lo que veía.
—¿Cómo dices?
—La comida —señaló la nevera abierta con la mano. En su interior,
había apiladas varias cajas multicolores cuyas etiquetas sugerían un
paraíso culinario en menos de cinco minutos. Alison ladeó la cabeza para
que él pudiera leer mejor. Sin darse cuenta, le rozó el brazo desnudo con
el pelo, y Luc sintió una corriente de sensaciones por todo el cuerpo—.
Tenemos estofado congelado, chile con carne congelado, ensalada
congelada... —se enderezó y lo miró con una sonrisa autocrítica—. Bueno,
casi todo lo que puedas imaginar, congelado.
Luc estaba más interesado en la otra parte del frigorífico. Se inclinó y
señaló los contenidos de las dos últimas baldas.

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—Tienes algunas verduras y una caja de huevos.


—No quiero añadir una intoxicación a tu lista de problemas —Alison
empezó a cerrar ese lado de la nevera, pero Luc la detuvo con la mano.
—¿Por qué? ¿Están podridas? —introdujo la mano y tomó uno de los
dos pimientos rojos que yacían lánguidamente, junto a tres floretes de
brócoli, y lo palpó con los dedos—. Está bastante duro.
Alison no sabía por qué se estaba identificando con un objeto
inanimado, porque casi podía sentir las yemas de Luc sobre la piel. Tal
vez, concluyó, porque Luc no era del todo real. Sin memoria, podía ser
cualquier persona, como una fantasía que hubiese cobrado vida durante
un corto intervalo de tiempo. En cuanto recuperara la memoria,
desaparecería.
Y ella dejaría de sentirse amenazada.
—No están podridos... todavía. Pero lo estarían, cuando yo acabara
con ellos —uno debía conocer sus límites, y aquel era uno de los suyos—.
En lo referente a la cocina, tenemos repartidas las funciones —le explicó,
mientras le quitaba el pimiento de las manos y volvía a dejarlo en su sitio
—. Cuando se pasan por aquí, Lily crea, Kevin cocina, Jimmy calienta y yo
destruyo.
—No puedes ser tan terrible.
—Yo que tú, no apostaría por mí —lanzó una mirada a la sartén que
pendía sobre su cabeza—. Tengo más posibilidades de ganar un torneo de
tenis con una sartén que de hacer una comida decente con ella.
Luc apenas oyó la respuesta. Acababa de recordar algo, pero la
imagen era demasiado borrosa para discernirla. Confiando en estimular la
memoria, fijó la vista en la bandeja de verduras.
—Creo que recuerdo algo, pero no estoy seguro —entonces vio una
cocina en su mente. Una cocina industrial, de gas, con seis fogones. Casi
podía sentir el calor. Abrió los ojos con sorpresa y se volvió hacia Alison—.
Recuerdo estar cocinando.
Su sonrisa era amplia y traviesa al mismo tiempo. Alison casi podía
sentir cómo la traspasaba, buscando una respuesta. El corazón le latió con
fuerza, pero solo por simpatía. Se estaba identificando con él por el
recuerdo que estaba teniendo. No podía haber otra explicación.
Derek le había enseñado que no estaba hecha para cosas como el
romanticismo y el amor. «Si no sabes nadar, no metas el pie en el agua».
Alison sabía que no debía meter el pie en aquellas aguas.
Pero no pudo evitar sentir una oleada de entusiasmo por Luc.
—¿Lo ves? Estás empezando a recordar. ¿Quieres que
experimentemos en la cocina? —Luc la miró con perplejidad. Luego con
humor. Alison se dio cuenta de cómo había sonado su pregunta—. Con los
ingredientes, me refiero —moviéndose deprisa, para ocultar la agitación
que la había sobrevenido de repente, sacó los pimientos y los alineó sobre
el mostrador—. Así, tal vez recuerdes más cosas.

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Ya había recordado algo más. Una oleada de amargura. Una


sensación de pérdida y de resignación que lo invadía. Pero ¿pérdida de
qué? ¿Resignación por qué?
¿O por quién?
—Otra vez te estás esforzando demasiado —Alison alisó el ceño de su
frente con el dedo al tiempo que él la miraba con expresión interrogante.
Al comprender que, tal vez, estaba franqueando un límite invisible que era
mejor mantener, bajó la mano al costado—. La imagen de la cocina te vino
sin esfuerzo por tu parte. El resto también lo hará. Quizá, incluso mañana
por la mañana —al menos, lo ocurrido le parecía prometedor. Lo miró de
reojo. Ya no parecía tan agobiado—. Por cierto, ¿cómo va tu dolor de
cabeza?
Luc se había olvidado del dolor.
—Ya casi ha desaparecido —le dijo con sorpresa y placer.
—Entonces, tal vez no sea mala idea que hagas tus pinitos en la
cocina —ya estaba sacando la caja de huevos y colocándola sobre la
encimera, junto a los pimientos—. A ver lo que puedes preparar... para los
dos.
Luc dijo lo primero que le vino a la cabeza.
—¿Una tortilla?
Lo preguntó como si fuese la hora equivocada para un plato así.
Alison se había criado tomando huevos por la noche y filete por la
mañana. La comida era simplemente comida.
—Oye, tengo tanta hambre que sería capaz de comer cartón. Una
tortilla me parece genial —hizo una pausa, porque no sabía lo que
necesitaría aparte de los dos ingredientes que había sacado—. Te
ayudaría a cocinar, pero, en mi caso, eso es una contradicción —luego
sonrió—. Pero puedo darte ánimos.
—Me encantaría —repuso Luc.

Alison cerró los ojos y saboreó aquel bocado tanto como el primero y
el segundo.
Aquel hombre era un genio. Hasta le daba mil vueltas a Lily. Aquello
no era una tortilla, sino un milagro en miniatura.
A Lily le iba a encantar.
Como si su hermana mayor necesitara otro hombre en su vida. Alison
lo pensó sin malicia. Como la mujer entregada a su trabajo que era, Lily
también sabía jugar duro. Y divertirse.
«Tú, no, Alison. Tú estás hecha para otras cosas», se dijo.

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—Esto es una maravilla. Sabes, si sigues con amnesia durante mucho


tiempo y necesitas un empleo, sé que a Lily le encantaría ponerte las
manos encima.
«Literalmente, también», añadió en silencio. Lily tenía un radar en lo
referente a hombres atractivos. Luc no solo entraba en esa categoría, sino
que, posiblemente, la encabezaba.
—Ahora mismo, no encuentra un chef que esté a su nivel, así que
prepara hasta la última ensalada que sale de la cocina de Lily's —terminó
el plato y experimentó una punzada de pesar. Estaba llena, pero le habría
gustado seguir comiendo—. Si puedes hacer algo más aparte de tortillas,
serías la respuesta a sus plegarias.
—Puedo cocinar cualquier cosa —Luc sonrió al pensar en lo
pretencioso que sonaba. Pero no podía negar la sensación de confianza
que se había apoderado de él. Tenía la certeza de que sabía cocinar, y
resultaba agradable sentirse seguro de algo, por trivial que fuera. Se
inclinó hacia delante, tomó el plato vacío de Alison y el suyo y se puso en
pie—. Cualquier cosa.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Alison mientras lo observaba.
—¿También friegas?
Luc bajó la vista a los platos y se dio cuenta de que iba a llevarlos a la
pila. Lo había hecho de forma automática, como si lo hubieran
programado.
—Supongo que sí.
—Pues con memoria o no, no vas a seguir libre mucho tiempo —Luc
estaba soltero. De no haberlo sabido antes, aquel detalle la habría
convencido—. Sabes cocinar, friegas los platos y te expones al peligro
para rescatar a una doncella en apuros. La mayoría de las mujeres rezan
todas las noches para conocer a alguien como tú.
Luc dejó los platos en el fregadero y se volvió hacia ella. Sus miradas
se cruzaron.
—¿Tú también?
Lo que vio en sus ojos la hizo retractarse.
—Yo no soy la mayoría de las mujeres —recogió las servilletas para
eludir su mirada—. Además, estoy demasiado ocupada.
—¿Haciendo qué, además de trabajar de taxista? —quería saber cosas
sobre ella. Averiguar todo lo que pudiera para aplacar su sed de saber.
—Eso solo lo hago de vez en cuando, para ayudar a Kevin cuando le
falla uno de sus empleados. Como hoy —Alison tomó una trapo y limpió la
mesa—. Hasta hace un par de semanas, era estudiante de enfermería.
Luc abrió el armario y buscó el jabón de fregar.
—¿Qué pasó hace un par de semanas?

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Alison se acercó a él y abrió el armario que estaba debajo de la pila


para sacar el jabón. Se lo entregó.
—Que me diplomé —volvía a tener esa mirada en los ojos, como si
una pieza del puzzle pasara volando por su mente y quisiera atraparla—.
¿Qué pasa? ¿Tú también te acabas de diplomar?
—No —la palabra «diplomarse» no conjuraba ninguna imagen
mental, pero «enfermería...» No sabía por qué, pero tenía la sensación de
que alguien le había mencionado algo sobre enfermería, o sobre
enfermeras, recientemente.
—¿Eres enfermero? —al ver que no respondía, Alison lo intentó de
nuevo con otra pregunta, confiando en poder sacar a la luz algún
recuerdo. Era como intentar reiniciar un ordenador—. Quieres una
enfermera — dedujo.
—No —contestó Luc, aunque eso no era cierto, comprendió
enseguida. Mientras la miraba, podía sentir una fuerza que tiraba de él,
algo que se agitaba en su interior. No sabía qué era exactamente, pero la
palabra «querer» tenía algo que ver—. Quiero decir, no exactamente.
Había sido Luc quien había recibido el golpe en la cabeza. Entonces,
¿por qué ella sentía tan débiles las rodillas?
—Mmm, tal vez lo mejor sea que yo lave los platos y que tú te sientes.
Hacer la cena ya debe de haber sido un gran esfuerzo —prácticamente, lo
empujó de nuevo hacia la silla—, y llevas mucho tiempo de pie.
—Detesto estar sentado —señaló Luc.
Bueno, aunque hubiese perdido la memoria, su vena obstinada seguía
funcionando, pensó Alison. Le acercó la silla.
—Compláceme, yo soy la profesional en esta casa —pero se
interrumpió al comprender que no podía dar nada por sentado—. Al
menos, eso creo.
Luc no prestó atención a la silla y se cruzó de brazos ante ella.
—Está bien, ¿qué crees que soy yo?
Alison tardó un momento en contestar. Lo observó lentamente,
fijándose en todos sus rasgos. Tenía el rostro ligeramente cincelado, en
contraste con la imagen juvenil que irradiaba en un primer momento. Y los
hombros y los músculos de los brazos no eran los de un adolescente. Era
todo un hombre, incluso en la forma de moverse y ponerse en pie, con el
peso distribuido regularmente. Un tigre dispuesto a entrar en acción...
como había hecho en el callejón.
—¿Un vaquero? —se aventuró a decir. Seguramente no lo era, pero
parecía el vaquero con el que había soñado alguna vez toda mujer. Incluso
tenía la tez dorada, a no ser que el color de su piel fuese natural gracias a
unos genes envidiables—. No, no es cierto, no pareces un vaquero.
Demasiado pulido, a pesar de... —apretó los labios con fuerza. ¿Cuándo
iba a aprender a pensar las cosas antes de decirlas?

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—¿A pesar de...? —la apremió Luc. Cualquier palabra podía ser una
pista que le devolviera su pasado.
Bueno, ya que había empezado, pensó Alison, debía terminar. Lo
último que Luc necesitaba era que ella se pusiera enigmática.
—A pesar de tu atractivo.
—¿Atractivo? —¿qué clase de sensaciones iban unidas a ser atractivo?
—. ¿Crees que lo soy?
—Como observadora imparcial que soy, sí —se dio la vuelta,
consciente de que había cometido un error. Para cambiar de tema, abrió
otra vez la nevera—. ¿Te apetece algo de beber? No has tomado nada con
la cena.
«Invito yo».
«Oye, Luc, otra ronda de cervezas».
—Un bar.
Alison acababa de quitarle la anilla a una lata de CocaCola y se la
estaba ofreciendo.
—¿Prefieres algo con alcohol? —notó las náuseas en el estómago.
«Basta», se ordenó—. Creo que hay unas latas en una nevera, en el
garaje. Iré a ver.
—No, por favor —Luc la frenó con una mano en el hombro para
impedir que se fuera—. No quiero cerveza.
—Está bien —Alison asintió lentamente, con los ojos fijos en él.
Intentaba seguirlo sin incrementar la confusión que debía de estar
sintiendo—. Pero has dicho algo sobre un bar. ¿Estás recordando algo?
¿Trabajas en un bar?
Varios pensamientos sin forma colisionaron en su cerebro, negándose
a encajar. Luc se pasó la mano por el pelo. El dolor de cabeza estaba
reapareciendo.
—No lo sé. Tal vez sea camarero. O lo haya sido.
Había otras posibilidades.
—O quizá entraras en un bar en el aeropuerto antes de subir al avión.
No olías a alcohol cuando subiste al taxi.
—¿Pudiste olerme el aliento?
—No exactamente, pero cuando te recogí, tenía todas las ventanillas
cerradas. Llevaba puesto el aire acondicionado. Si hubieras bebido algo,
me habría percatado en cuestión de minutos. Una vez recogí a un
vendedor que acababa de regresar de una convención. Cuando lo dejé, el
taxi estaba impregnado del olor —no añadió que había sentido náuseas
durante todo el trayecto, a pesar de abrir la ventanilla. El viajero había
protestado, porque llovía a cántaros—. Matt casi tuvo que fumigarlo para
que yo pudiera volver a usarlo —la expresión de Luc le indicó que no

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entendía exactamente por qué el mecánico había tenido que hacer una
cosa así—. El olor del alcohol me produce náuseas.
—¿Se trata de una alergia extraña?
—Inusual, tal vez —reconoció en tono rotundo, para eludir cualquier
posible pregunta.
No era tanto una alergia como un recuerdo. Un recuerdo del que
quería librarse, pero que seguía acosándola, trece años después. El olor
penetrante a whisky, envolviéndola, asaltando su boca mientras Jack la
sujetaba con fuerza por la cintura...
—¿Qué ocurre?
Alison se percató de que la estaba mirando y cambió de postura.
—¿Por qué lo preguntas?
Se había quedado pálida de repente, como si hubiese recordado algo
que la molestara.
—Te has quedado blanca.
—No he dormido mucho últimamente — Alison desechó su comentario
con una carcajada y lo miró con una ceja levantada—. Además, ¿quién es
la enfermera aquí?
—Tú... Que sepamos —añadió Luc con una sonrisa.
Alison se quedó pensativa. No, no lo imaginaba con bata de hospital.
—Me cuesta tanto creer que seas enfermero como que seas vaquero.
Tienes más posibilidades de ser un genio de la informática.
La idea enseguida cobró fuerza en su cabeza. Los ordenadores eran
un sector en alza. Dejó el estropajo con el que había estado lavando sobre
la mesa y lo asió de la mano, ansiosa por saber si estaba en lo cierto. Lo
condujo hacia la parte de atrás de la casa.
—Vamos, ¿por qué no lo averiguamos?
Luc sabía que tenía la mente embotada y que por eso no la seguía,
pero se preguntó si alguna vez su mente había sido capaz de dar saltos
como la de Alison.
—¿Si soy un genio?
—Bueno, quizás un genio no, pero igual sabes algo de ordenadores.
Abrió la puerta y lo llevó al despacho. Había libros y papeles
esparcidos por todas las superficies. Algunos habían aterrizado el camino
a la alfombra, bien por voluntad expresa o por accidente. Kevin llevaba allí
sus cuentas, y Jimmy y ella utilizaban la habitación para estudiar. Alison
sorteó una pila de libros y se acercó al escritorio. Luego miró a Luc con
una sonrisa de disculpa.
—Perdona el desorden, pero todos compartimos a Al.
—¿Al?

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—El ordenador —había afecto en su voz, como si estuviera hablando


de una persona en lugar de una colección de tarjetas impresas,
semiconductores y cables enredados. Dio una palmada al monitor—. Yo lo
bauticé —se inclinó a un lado de la minitorre y encendió el ordenador. El
zumbido se produjo al instante. En pocos segundos, estaba funcionando.
Alison quitó el montón de papeles de la silla y los dejó en el suelo.
—Está bien, siéntate.
Pero Luc no lo hizo. En lugar de eso, se quedó mirando los iconos que
aparecieron en pantalla. No le resultaban ni familiares, ni extraños.
Simplemente, estaban allí.
—¿Y qué hago?
—Lo que te venga de manera natural.
Luc se quedó pensativo durante un momento, intentando relacionar lo
que estaba sintiendo con una acción concreta.
—Está bien.
Pero, en lugar de sentarse delante del ordenador, rodeó a Alison con
los brazos y la besó.

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Capítulo 5

UN GENIO. Un genio de primera clase. Aquella idea vibró en el cerebro


de Alison. Si realmente existían los genios y eran capaces de hacer magia,
entonces, aquel hombre era uno de ellos.
Porque, durante una milésima de segundo, Luc la había hechizado. No
había otra explicación. Si no, ¿por qué seguía allí, perdida en aquella
región inexplorada, con deseos de abrazarlo, en lugar de apartarlo con
furia, preguntándole qué diablos creía que hacía?
Luc sabía perfectamente lo que hacía, pero ella no.
No exactamente. Y su reacción la estaba desgarrando porque, por una
parte, quería salir corriendo y, por otra, quedarse. Para saborear aquel
beso.
La protesta que había brotado de los labios de Alison en el primer
momento murió con el contacto. Desapareció como si nunca hubiera
existido. En lugar del miedo aterrador y de la furia que acechaban en las
sombras siempre que Derek había intentado hacerle el amor, estaba
sintiendo algo distinto.
Era casi tan aterrador como su reacción cuando alguien la tocaba.
Pero se trataba de otra clase de miedo. Era dulce, mucho más dulce; e
increíblemente seductor. No podía explicarlo.
Era un miedo diferente que nunca antes había experimentado. Miedo
a lo desconocido, más que a lo conocido. Porque para Alison, Luc
representaba lo desconocido. Su sabor sugería algo oscuro y excitante que
no tenía que ver con el aliento a cerveza y la satisfacción de los instintos.
Su gentileza le parecía cautivadora. Era dulce y excitante al mismo
tiempo. Movía los labios lentamente, atrayéndola, convenciéndola.
A ella se le aceleró el pulso, en un carrera desbocada hacía una meta
desconocida a la que nunca llegaría. Pero no podía controlarlo, aunque
quisiera. Alison mantuvo el cuerpo rígido, tenso. Y aun así, la rigidez
empezó a desaparecer.
Luc no supo, hasta que no se sorprendió entregado a la tarea, que iba
a besarla. Ni siquiera entendía lo que había pasado. Salvo que, cuando
Alison le había dicho que hiciera lo que le saliera de forma natural, se
había sentido abrumado por un repentino deseo de besarla.
No tenía recuerdo alguno de haber besado a otra mujer, ni de haber
deseado hacerlo. Así que, para él, al menos en aquel momento, era una
experiencia totalmente nueva. Y estuvo a punto de caer desplomado por
el impacto. Aquel beso había despertado otros deseos, en lugar de
satisfacer el que había tenido. La intensidad con la que la deseaba lo tomó
por sorpresa y lo dejó estupefacto.
Luc tuvo que hacer un esfuerzo para apartarse, para entregar lo que
había conquistado. La expresión de Alison cuando él levantó la cabeza era

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impasible, pero había algo en su mirada: miedo. El sentimiento de culpa


que experimentó fue como una puñalada en las costillas, y lo dejó sin
aliento con la misma eficacia que el beso.
Alison había dicho que él había acudido en su ayuda y allí estaba Luc,
asustándola. No sabía qué le había pasado.
—Lo siento. No es la manera de pagarte por tu hospitalidad —quería
acariciarla, consolarla, pero sabía que aquello solo empeoraría las cosas.
Impotente, Luc hundió las manos en los bolsillos y deseó estar en
cualquier otra parte.
Las palabras, amables, llenas de disculpa, resultaban incoherentes
con el sentimiento que había desatado el beso. Más que eso: eran los
polos opuestos de un espectro que Luc acababa de desplegar para ella.
Alison no sabía qué pensar de él.
—Bueno, no sé. En algunas novelas quizá lo fuera —le contestó,
intentando parecer indiferente.
Luc optó por la sinceridad. Era su única arma, y confiaba en que fuera
bastante.
—Sentí deseos de besarte. Así que lo hice.
«Y tanto que lo hiciste». Alison sabía que, de haber sido ella otra
mujer... pero no lo era. Tenía un pasado y no podía negarlo ni huir de él,
por mucho que lo deseara a veces. La perseguía como una mancha de
tinta indeleble, una mancha que no podía quitarse con nada.
Se mordió el labio inferior y detestó sentirse nerviosa.
—¿Algún otro impulso repentino del que deba estar al corriente?
—No, creo que lo tengo todo bajo control.
La mejor manera de proceder, decidió Alison, era fingir que aquello no
la había afectado. Que no había estado peligrosamente cerca de
entregarse a la pasión. Le señaló el ordenador.
—¿Quieres ver si tienes la misma práctica con, el ordenador que con
alterar el pulso a una mujer?
Luc se sentó a horcajadas en la silla y la miró. Una sonrisa asomó a
sus labios.
—Entonces, ¿tú también has sentido algo?
Tal vez, la sinceridad fuera lo mejor. Luc estaba dejando entrever que
se había quedado tan sorprendido por el beso como ella. No le hacía
sugerencia alguna de continuar, ni se golpeaba el pecho como un gorila
macho, convencido de que todas las mujeres lo deseaban.
Alison notó cómo sus propios labios esbozaban una sonrisa.
—Tendría que haber sido de piedra para no haber sentido nada —
acercó otra silla al escritorio y apartó otro montón de papeles—. No puedo
creer que andes por ahí suelto.

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Luc bajó la vista a la almohadilla del ratón. Era una escena del Polo
Norte. Durante un instante, se sintió transportado.
—No hay muchas mujeres disponibles —declaró, sin saber por qué lo
decía. Alison lo miró.
—Por supuesto que las hay —replicó, pero se controló. Era como si
una parte de él no estuviera en la habitación, sino intentando atrapar otro
fragmento de recuerdo. La compasión anuló la incomodidad que sentía—.
¿Acabas de recordar algo?
Luc exhaló un suspiro y se rindió.
—Eso creía, pero se me ha escapado. Es como estar en una tormenta
cuando se ha cortado la, luz —especuló—. La electricidad sigue fluyendo
con chisporroteos, pero la habitación no se ilumina. No consigo distinguir
los contornos... siguen en la oscuridad —«igual que yo», pensó.
Parecía saber de lo que hablaba. Alison trabajó sobre su metáfora.
—Tal vez haya muchas tormentas allí donde vives.
—Tal vez —reconoció Luc—, pero no estoy seguro —miró por la
ventana. El cielo seguía nublado, como cuando habían llegado a la casa—.
Sin embargo, no recuerdo esta neblina constante.
Inquieta y ansiosa por establecer cierta distancia entre ellos, Alison se
puso en pie y se acercó a la ventana por la que él había estado mirando.
Contempló las gotas de agua del cristal, observando cómo las lágrimas de
la lluvia se perseguían unas a otras hasta caer al alféizar. Era como si
hubiese llovido un poco casi todos los días de su vida.
—No me extraña. Yo ya tengo ganas de irme.
—¿Del despacho?
—No —Alison volvió la cabeza—. De Seattle.
—¿Adonde te irás?
Alison se encogió de hombros y soltó la cortina.
—Todavía no lo sé —pensó en las cartas que había recibido en
respuesta a sus solicitudes. Cartas de todos los rincones del país y del
extranjero. Podía elegir, pero ninguna de las ofertas la satisfacía
plenamente—. A algún lugar en el que me necesiten. En el que pueda
sobresalir, y no ser una más del montón —al acercarse de nuevo a él, se
dio cuenta de que ni siquiera había intentado poner las manos sobre el
teclado. Seguramente, el ordenador no era un eje central de su vida. Los
entusiastas de la informática se llevaban los portátiles a la cama y se
quedaban dormidos tecleando—. He mandado solicitudes a diversas zonas
aisladas donde están muy necesitados de enfermeras.
—¿Aisladas?
La palabra brilló ante sus ojos, a punto de desenterrar algo.

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—Sí. Países del Tercer Mundo, los Apalaches —había visto folletos que
le habían encogido el corazón—. Hay lugares, incluso en este país, que
necesitan desesperadamente profesionales sanitarios.
Luc dejó de intentar recordar y se centró en ella.
—Así que quieres ir como voluntaria. Los voluntarios trabajaban sin
obtener ninguna retribución. «Bueno, ¿no será eso lo que hagas, en el
fondo?» Alison oyó la voz de Lily resonando en su cabeza.
—Más o menos —reconoció—. Alojamiento y comida, salario mínimo,
condiciones penosas —en algunos casos, el agua corriente era un lujo.
Confiaba en poder hacer frente a la situación.
Luc pensó que Alison parecía un poco insegura, a pesar de sus
palabras. El ordenador y su propia odisea mental quedaron relegados a un
segundo plano.
—Entonces, ¿por qué quieres hacerlo? —le preguntó.
—Para adquirir experiencia. Necesito hacer prácticas para completar
mi formación.
—Tiene que haber una manera más fácil.
La había. Podría haber presentado una instancia para trabajar en una
clínica de la ciudad o con algún médico que pasara consulta privada.
Jimmy se lo había sugerido en más de una ocasión.
—No me interesa que sea fácil, sino útil.
—Los habitantes de Seattle también caen enfermos —sonrió Luc.
Aquello era exactamente lo que Kevin le había dicho. Le dio a Luc la
misma respuesta que le había dado a su hermano.
—Los habitantes de Seattle pueden elegir a qué médico ir. Algunos de
los lugares a los que he escrito, solo tienen un médico en un radio...
—De ciento cincuenta kilómetros —de nuevo, estaba repitiendo algo
que había oído, algo que se había enlazado con las palabras que Alison
había dicho. Algo sobre la vida que seguía sin recordar.
—Iba a decir muchos kilómetros, pero sí, en un radio de ciento
cincuenta kilómetros, si no más —Luc volvía a tener la misma mirada,
como si existiera en dos planos a la vez—. ¿Por qué tengo la sensación de
que estás haciendo algo más que seguirme la comente? —estudió su
expresión con el deseo de poderlo ayudar—. ¿Conoces alguno de esos
lugares de primera mano?
—Tal vez —pero de ser así, no lo recordaba—. O quizá me lo estás
describiendo con tanto detalle que es como si lo viera a través de tus ojos
—se levantó de la silla lentamente y volvió a experimentar la misma
chispa de deseo, aunque entrelazada con soledad—. ¿Sabes que tienes
unos ojos preciosos?
Alison se encogió de hombros y desvió la mirada. Aun así, se dijo que
no tenía miedo de mirar a Luc a la cara.

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—Cumplen con su función.


—Hacen mucho más que eso —con mucho cuidado de tocarle
únicamente la punta del mentón, Luc le hizo volver la cabeza—. No era mi
intención aprovecharme de ti.
Parecía tan sincero. El miedo que Alison sentía se disipó.
—No lo has hecho.
—¿Estás segura? —porque él no lo estaba tanto.
Ya no tenía once años. Había ocasiones en lasque tenía que
recordarlo. Había tomado muchas precauciones para no verse de nuevo
en la misma situación, y podía cuidar de sí misma. No como entonces.
—Si hubiera creído que estabas intentando aprovecharte de mí,
habrías acabado tumbado en el suelo, créeme —repuso Alison con la
barbilla levantada. Luego rió y se inclinó hacia el ordenador—. ¿Por qué no
intentas ver si te resulta familiar?
Luc fijó la vista en la pantalla, pero no le recordaba a nada. En
cambio...
—¿Qué perfume es ese?
—¿Cómo? —cuando volvió la cabeza, Alison se dio cuenta de que sus
rostros estaban demasiado cerca. Que ella estaba demasiado cerca.
—La fragancia que llevas —Luc inspiró y dejó que el olor llenara su
cabeza. Iluminó los rincones oscuros de su mente—. Lleva todo el día
atormentándome.
Sin querer, Alison olisqueó. No detectaba nada inusual. Si sus ropas
estaban impregnadas de perfume, hacía tiempo que no era consciente de
ello. Trató de recordar si se había puesto colonia aquella mañana, antes
de salir corriendo de casa. Nada.
—Creo que no llevo nada.
—Entonces, yo que tú pondría un candado en la puerta, porque si ese
olor es solo tuyo, alguien querrá secuestrarte para robarte el secreto —el
aroma era cautivador, lo mismo que la mujer, pensó Luc.
—Lo tendré en cuenta —murmuró Alison. Dio unas palmaditas al
monitor y volvió a centrar la atención en el asunto que tenían entre manos
—. El ordenador.
—Ah, sí —Luc se recostó en la silla, optando por mirarla a ella en lugar
de a la máquina—. ¿Por qué no abres un programa o un juego y veo si me
resulta familiar?
Parecía una propuesta razonable, pensó Alison. Desplegó el menú y
seleccionó un conocido programa de tratamiento de textos, pensando que
podría estar familiarizado con él.
—¿Cómo se llama?
Alison señaló la parte superior de la pantalla, donde estaba escrito el
nombre del programa.

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—Es...
—No, me refiero a tu pelo. ¿Cómo se llama este color? ¿Tostado?
¿Chocolate? ¿Castaño?
Alison tomó un mechón rizado entre los dedos y lo examinó como si
no lo hubiera visto nunca.
—No lo sé, no he pensado mucho en ello. Castaño, supongo —lo miró
a los ojos—. No me estás prestando atención.
—Sí —le contradijo Luc—. Sí que te presto atención.
La respuesta la sumió en la intranquilidad.

A la mañana siguiente, cuando Alison se despertó, estaba aturdida y


cansada. Aunque se había ido a la cama temprano, apenas había
conseguido dormir más de cuatro horas, porque se había pasado gran
parte de la noche buscando una postura cómoda. Sin conseguirlo.
La noche anterior, no habían hecho ningún progreso, al menos en lo
relativo a la memoria de Luc. Cuando sus hermanos regresaron a casa,
todos intentaron, con tácticas diversas, devolverle la memoria, pero sin
resultado. Cuando, por fin, se retiraron todos a dormir, el pasado de Luc
seguía siendo un misterio.
Pero Alison no había estado pensando en el pasado de Luc al meterse
en la cama, sino en el presente más reciente. El beso que habían
compartido dominaba sus pensamientos y desenterraba una multitud de
emociones que, en la oscuridad, cobraban aún más importancia. No se
sentía con fuerzas para enfrentarse al nuevo día.
Lo que necesitaba, por encima de todo, era darse una ducha. Cuando
salió al rellano, oyó las voces de sus hermanos, que ascendían por el
hueco de la escalera. Estaban en la cocina, ensimismados en una
conversación sobre el equipo de béisbol de Seattle.
Bien. Si estaban charlando, podría tener la ducha para ella sola. Ni
Kevin ni Jimmy sabían formular una palabra coherente si no se habían
duchado. Se requería el esfuerzo combinado de un ducha fría y una gran
taza humeante de café solo para devolverlos al mundo de los vivos.
En aquellos momentos, Alison se sentía a años luz de esa meta.
Puso la mano en el pomo de la puerta del cuarto de baño y la giró. La
puerta no se abrió. Magnífico, había vuelto a quedarse encajada. Durante
las últimas semanas, la puerta no había hecho más que dar problemas,
tanto para salir como para entrar. Como había estado ocupada preparando
los exámenes finales, Alison les había pedido, primero a Kevin y luego a
Jimmy, que se encargaran de arreglarla. Pero debía haberlo imaginado.
«Si quieres algo, hazlo tú misma...».
La arreglaría después, pensó Alison. En aquellos momentos,
necesitaba una ducha desesperadamente. Una ducha fría. Porque, además

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de pasar la noche casi sin dormir, cuando por fin había conciliado el sueño,
había soñado con Luc. Era la clase de sueños que no tenía nunca, cálidos y
físicos. Propios de mujeres que disfrutaban con el aspecto físico de una
relación, que anhelaban casarse y llevar una vida feliz.
Hubo un tiempo en que Alison pensó en ello seriamente, e incluso
creyó que era capaz de ser así. De ser normal. Creyó que todos sus
miedos e inhibiciones cesarían cuando se hubiera casado. Pero, cuando se
casó con Derek, se dio cuenta de su error. El matrimonio había sido un
desastre desde el principio. Ella había sido un desastre, porque se ponía
tensa al más mínimo roce. El matrimonio fracasó en pocos meses, pero
Alison adquirió un omnipresente complejo de inferioridad cuyo punto de
partida siempre era la cama conyugal.
No era el momento de recordar todo aquello, sobre todo cuando
todavía no estaba del todo despierta y no era capaz de rechazar los
sentimientos de infravaloración que iban unidos a aquellos recuerdos.
Alison apoyó el hombro en la puerta y empujó con fuerza. La puerta
se abrió de par en par.
Lo siguiente que abrió fue la boca, y también de par en par. El cuarto
de baño no estaba vacío, como ella había creído. Luc estaba allí. Su
presencia ocupaba toda la estancia. Se estaba secando el pelo con una
toalla y solo vestía gotas de agua.
Por primera vez en muchos años, Alison se despertó por completo sin
necesidad de darse una ducha. Tal vez fuera enfermera y estuviera
acostumbrada a ver a la gente sin ropa, pero eso era en el marco de un
hospital en el que ponía a prueba sus conocimientos y adquiría
experiencia, no en los confines de un cuarto de baño lleno de vaho, en su
propia casa.
La palabra «magnífico» surcó su mente como el zumbido de un avión
al traspasar la barrerá del sonido. En alguna parte, el David de Miguel
Ángel se estaba escabullendo, muerto de vergüenza.
Alison lanzó un gemido y cerró la puerta de golpe para hacer
desaparecer aquella visión y quedarse al otro lado. El corazón le latía con
agitación. Tardó un segundo en recobrar la voz y otro en formular una
frase con coherencia.
—Lo siento, no pretendía... Estaba medio dormida. Pensé que la
puerta se había quedado encajada.
Oyó cómo Luc se reía al otro lado. Se le encogió el estómago y apenas
podía respirar. ¿Cómo le podía parecer sexy su risa, dada la situación?
Le parecía sexy debido a la situación, se dijo en silencio, furiosa
consigo mismo por haber irrumpido en el baño de aquella forma. Y aún
más furiosa por la reacción que estaba sintiendo. Le habría gustado
quedarse dentro y contemplarlo hasta que todos los contornos firmes de
su cuerpo musculoso quedasen grabados en su cerebro.
Seguramente, ya lo estaban.

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¿Aquel hombre había desaparecido y nadie intentaba encontrarlo? No


podía creerlo.
Sintió que las rodillas le flaqueaban. Buscó un apoyo y se recostó
contra la puerta que, casi de inmediato, volvió a abrirse. Alison estuvo a
punto de caerse al suelo, pero lo primero que pensó fue que debía cerrar
los ojos.
Permanecieron abiertos.
Luc todavía tenía el pelo mojado, aplastado sobre la cabeza. La muda
que le había dado la noche anterior, cortesía de Jimmy, se adhería a un
cuerpo ligeramente húmedo. Era una visión casi igual de inquietante que
la de hacía un par de segundos.
Luc le sonrió con intención de tranquilizarla. Si Alison se ponía aún
más colorada, parecería algodón de azúcar. A juzgar por su reacción ante
la idea, dedujo que sentía debilidad por el algodón de azúcar.
—Todo tuyo.
Alison tenía la mente en blanco, seguramente como Luc la había
tenido el día anterior.
—¿Mío?
Luc señaló con la mano la habitación que acababa de desalojar.
—El baño.
—Ah, sí —Alison se sentía como una niña tonta—. Gracias.
Incapaz de decir nada coherente, Alison cerró rápidamente la puerta y
puso la cesta de la ropa sucia delante. No era gran cosa, pero al menos la
alertaría. Por si acaso.

Todavía se sentí violenta cuando entró en la cocina. Violenta por él y


por ella. Y por lo que pensarían sus hermanos cuando se percataran de lo
que había ocurrido, si es que todavía no se habían dado cuenta.
Kevin y Jimmy se limitaron a saludarla con un gesto de cabeza, ya que
estaban demasiado ocupados comiendo para reconocer verbalmente su
presencia. Quizás Luc no hubiese dicho nada.
Entonces se fijó en la mesa. En lugar de las acostumbradas tostadas y
cuencos de cereales que solían tomar para desayunar, había enormes
tortitas con mantequilla derretida y ríos de sirope en varias fuentes. El olor
que impregnaba toda la cocina era una delicia.
Alison miró a su alrededor y llegó a la única conclusión posible.
—¿Está Lily en casa?
—No, pero Luc sí —Jimmy terminó su plato y se sirvió más tortitas—.
¿Sabías que cocina de película?
Luc restar importancia al entusiasmo que reflejaba la voz de Jimmy.

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—No es nada.
—¿Nada? —bufó Kevin—. Diablos, si fueras una mujer, ya me habría
declarado —suspirando de satisfacción, Kevin volvió a hincar el diente en
otra tortita.
Temiendo cómo estaría la pila después de aquel festín, Alison desvió
lentamente la mirada hacia la encimera... y se llevó otra sorpresa. A no
ser que los hubiera tirado a la basura, no había platos ni sartenes sucias,
nada.
El hombre era un genio en más de un sentido.
Y volvía a tener una expresión extraña.
—Luc, ¿qué pasa? —preguntó Kevin, preocupado. Luc se había
quedado boquiabierto y estaba mirando a Kevin de una forma extrañísima,
como si acabara de partirlo un rayo—. Oye, solo estaba bromeando. No
pienses que a mí me gustan...
Pero Luc no lo escuchaba. El comentario de Kevin había liberado una
voz en su cabeza.
La voz pertenecía a su primo Ike.

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Capítulo 6

COMO SI un castillo de naipes gigantesco se le estuviera cayendo


encima, Luc sintió cómo todos los recuerdos volvían a él desde todas
direcciones. Se acordaba, y de todo.
—Luc, ¿te encuentras bien?
La voz, dulce y melodiosa, irrumpió en la euforia de la que estaba
preso. Luc elevó la vista y vio que Alison lo estaba mirando. Durante un
segundo, se sintió cautivado por la luz y la preocupación que reflejaban
sus ojos.
Una sonrisa lenta se dibujó en los labios de Luc. La sonrisa de un
hombre que sabía perfectamente quién era otra vez.
—Me encuentro estupendamente.
—¿Estás presumiendo o...? —Alison dejó la pregunta inacabada al
percatarse de lo que significaba aquella expresión. La misma empatía que
había experimentado antes con él la llenó de entusiasmo—. ¿Te acuerdas,
verdad?
La sonrisa que Luc desplegó casi le partió el rostro en dos. Era un
alivio tan grande que la oscuridad se hubiese disipado de su vida y poder
recordar y sentir algo, aparte de frustración y perplejidad... Incluso la
vergüenza que sentía por su pasado reciente fue bienvenida.
Satisfecho consigo mismo y con su primer diagnóstico, Jimmy sonrió.
—¿Lo ves? —utilizó el tenedor para enfatizar su afirmación—. Ya te
dije que la amnesia no le duraría mucho.
Era obvio que su hermano no se acordaba de que ella estaba en la
misma habitación cuando había ofrecido aquel diagnóstico, en el que se
había cubierto las espaldas en lo referente al tiempo.
—A eso se le llama tener ojo clínico, campeón —bromeó Alison, pero
se alegraba demasiado por Luc para prolongar la burla.
Kevin y Jimmy intercambiaron una mirada de curiosidad. Era evidente
que su hermana estaba encantada con el giro que había tomado la
situación. Mucho más de lo que los dos habrían creído.
—¿Cómo te has acordado? —le preguntó Alison a Luc.
—No estoy seguro —confesó. Y no le importaba cómo hubiese
ocurrido, solo que había ocurrido—. Creo que fue por algo que dijo Kevin.
De repente, estaba oyendo la voz de Ike en mi cabeza.
—Ike —repitió Kevin con incertidumbre—. ¿Te refieres al presidente?
¿Dwight Eisenhower?
Luc pensó en su primo, un seductor desde el día en que nació. A Ike le
habría hecho mucha gracia la confusión.

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—No. A mi primo, Klondyke.


—Un nombre raro para un chico —comentó Alison. Más bien parecía el
apelativo de una mascota.
Luc sonrió. Ike aborrecía la versión formal de su nombre, pero había
sido un antojo de sus padres bautizar a sus dos hijos con nombres
relacionados con su tierra.
—No cuando vives en Alaska.
—¿Tu primo vive en Alaska? —Alison miró a Luc. Parecía un mundo
completamente distinto. Al ver que Luc asentía, hizo la siguiente pregunta
lógica—. ¿Y tú?
—También.
Era maravilloso recordar la casa de uno y todo lo que era importante
para él. Siempre se había sentido a gusto viviendo en Alaska, aunque
muchos de los habitantes de Hades, gente con la que había crecido, se
habían marchado en cuanto habían cumplido la mayoría de edad. Algunos
incluso antes. Luc nunca había sentido aquel impulso, salvo por un
momento fugaz justo antes de viajar a Seattle. Pero eso había tenido una
explicación.
—Vivo en una pequeña ciudad llamada Hades, a unos ciento
cincuenta kilómetros de Anchorage. La única forma de llegar allí en
invierno es en avión. Las carreteras son intransitables.
Kevin no podía imaginarse viviendo en un lugar que no fuera el
corazón de una ciudad en expansión. Levantó el vaso lleno de zumo de
naranja y tomó un buen sorbo antes de decir:
—Parece un lugar remoto. No me extraña que vinieras aquí.
—Sí, y lo atracaron media hora después de aterrizar —le recordó
Alison.
—Todo tiene su parte buena y su parte mala —comentó Kevin en tono
filosófico.
—Y esta es, sin duda alguna, la buena. Pienso que deberíamos
celebrarlo —Jimmy envolvió el resto del desayuno en una servilleta y se
levantó de la mesa. Llegaba tarde, pero eso no era ninguna novedad—.
¿Qué dices? Juntos arrasaremos la ciudad.
—A mí también me gustaría —intervino Kevin.
Alison miró a su hermano mayor con sorpresa. Kevin raras veces
salía, y prefería divertirse en pequeñas dosis y en compañía de unos pocos
buenos amigos. Las discotecas eran territorio de Jimmy, no de Kevin. Pero
Jimmy parecía encantado de poder contar con su hermano.
—Hecho —cortó un trozo de tortita del plato de Kevin y se lo metió en
la boca—. Tengo que irme corriendo, pero hablaremos cuándo acabe el
turno —le dijo a Luc—. Iremos a algunos locales de moda, y ya verás cómo
te olvidas de Alaska.

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—Ya he olvidado bastante, durante un tiempo —le dijo Luc—. Pero me


encantaría conocer la ciudad.
—Estupendo. Adiós a todos —Jimmy desapareció en un abrir y cerrar
de ojos, y se oyó el ruido de la puerta principal.
—Buena idea —con un suspiro, Kevin se levantó de la mesa—. No
había comido tan bien desde que Lily se fue de casa. Bueno, es hora de
que yo también me vaya —se puso en pie—. Nos veremos por la noche,
Luc. Me alegro de que vuelvas a ser tú mismo —y le guiñó un ojo.
Alison se secó los labios a toda prisa con una servilleta y la dejó a un
lado. Tenía planeado conducir uno de los taxis aquella mañana.
—Espera un momento, yo también...
Kevin volvió la cabeza y la paralizó con la mirada.
—Tú vas a quedarte aquí a hacer de anfitriona para nuestro invitado.
Creo que es lo menos que puedes hacer.
A Alison no le gustaba que le recordaran sus responsabilidades, sobre
todo delante de desconocidos.
—Iba a trabajar hoy, ¿recuerdas?
—Solo si yo lo digo... —Kevin entornó los ojos, para eliminar toda
posibilidad de discusión—. Y no pienso decirlo.
Debería haberlo imaginado, pensó Alison. Kevin seguía tomándose el
incidente a la tremenda. No le había pasado nada. Además, sabía cuidarse
sola.
—Kevin...
—Aly... —replicó, y miró a Luc, confiando en hallar en él un aliado—.
Encárgate de mantenerla ocupada hoy. Lo tomaría como un favor
personal.
Alison se quedó boquiabierta. Kevin estaba utilizando a Luc en su
contra. Era ella quien lo había llevado a casa, no Kevin.
—Pero...
—Hasta luego, hermanita —se despidió Kevin desde el pasillo.
Se quedaron los dos solos en la cocina. Ellos dos y el recuerdo del
cuerpo húmedo y firme de Luc, la fantasía de cualquier mujer hecha
realidad.
Alison levantó el vaso y lo vació. Tenía que borrar aquella imagen de
su cabeza. Pero no lo consiguió. Su cerebro se había quedado en punto
muerto, con el motor en marcha, y los pensamientos pasaban raudos por
su mente.
Unos pensamientos nada adecuados en una cocina; pensamientos
que no eran propios de ella. No sabía si alegrarse o ponerse nerviosa.
Como necesitaba mantenerse ocupada con algo, empezó a recoger
los platos de la mesa. Por primera vez en cuatro años, no tenía nada que

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hacer ni ningún sitio adonde ir. La libertad le resultaba extraña. Hizo lo


posible por parecer natural.
—¿Y bien? ¿Qué lugares de Seattle te gustaría visitar?
Luc se quedó mirando cómo empezaba a lavar los platos. ¿Era su
imaginación, o estaba nerviosa otra vez?
—No quiero obligarte a...
—No me obligas —replicó Alison con fuerza, y se mordió la lengua.
¿Qué diablos le pasaba?—. Quiero decir, que es elección mía y quiero
hacerlo. Además, hoy, de repente, no tengo nada que hacer.
Aclaró el último plato en la pila y lo colocó en el escurreplatos; luego
se volvió para recoger los que quedaban en la mesa, pero tropezó con Luc.
Alison forzó una sonrisa y le quitó el plato de la mano. ¿Por qué sentía
como si la habitación fuese mucho más pequeña?
Luc posó la vista en el teléfono.
— Lo primero que quiero hacer es llamar a casa. Lo haré a cobro
revertido.
La había rescatado de unos atracadores, no estaba dispuesta a
consentir que pagara por una miserable llamada de teléfono.
— Haz eso y te costará marcar el número cuando te haya roto la
mano.
Luc rió y se preguntó si Alison se daba cuenta de lo graciosa que
resultaba aquella amenaza en boca de alguien a quien sacaba treinta
centímetros de altura.
— Supongo que los atracadores no son los únicos violentos en esta
ciudad.
—Puedes apostar algo — Alison se inclinó sobre la encimera y le
acercó el teléfono— . Llama. Tu familia debe de estar muy preocupada.
Luc no había prometido llamar al bajar del avión, sino en algún
momento de su estancia.
—Dudo que ni siquiera se hayan dado cuenta. Ike todavía está en su
luna de miel, aunque Marta y él llevan más de dos meses casados.
Y seguían siendo dos tortolitos, pensó con afecto. Hubo un tiempo en
que creyó que Janice y él también lo serían, pero era obvio que habían
sido imaginaciones suyas. Alison esperó, pero Luc no continuó.
—¿Alguien más?
Luc pensó en Sydney y en Shayne.
—Solo amigos, pero nadie que estuviera esperando que lo llamara al
llegar.
—Ah —Alison no se dio cuenta de que estaba sonriendo hasta que no
vio su reflejo en el espejo de la cocina, mientras Luc empezaba a marcar.

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Lo llevó a ver el Space Needle, la torre más alta de Seattle. Como el


desayuno que había preparado había satisfecho todos los recovecos de su
cuerpo, durante el almuerzo, solo tomaron café en el restaurante,
mientras contemplaban la vista arrebatadora de la ciudad que quedaba a
sus pies. Después, lo llevó al estadio y al mercado de Pike Place. Alison
albergaba la esperanza de agotarlo para que rechazara la invitación de
Jimmy de salir por la noche.
Pero, en lugar de agotar a Luc, dar vueltas por Seattle solo sirvió para
llenarlo de energía. Alison imaginaba que la vida en el hielo había
incrementado su resistencia y lo convertía en una persona más vital que la
mayoría.
Su plan sutil no cuajó. Al final del día, era ella la que se sentía sin
fuerzas. Pero había decidido acompañar a Luc en su incursión por la vida
nocturna de Seattle. Después de todo, provenía de una pequeña ciudad y
necesitaba protección. Sin decir nada, se erigió ella misma como su
protectora.
Una de las obligaciones de su cargo, como enseguida averiguó, era
hacer de compañera de baile. A Luc le encantaba bailar. Las piezas
rápidas la dejaban exhausta, pero las canciones lentas eran aún peores.
Alison intentó no analizar su reacción y dar la impresión, en cambio,
de que se estaba divirtiendo. Se esforzó tanto, que pronto empezó a
pasárselo bien de verdad.
—Dime, ¿cómo es Hades de grande?
—Seguramente, Seattle podría metérsela en el bolsillo de atrás y
todavía tendría espacio de sobra —sonrió Luc—. Tiene la gente justa para
hacer una buena fiesta.
Alison paseó la mirada por los cuerpos apretados que llenaban el
reducido espacio de la discoteca. Cualquier persona con claustrofobia
habría salido corriendo nada más echar un vistazo.
—De acuerdo, ¿cuántas personas se necesitan para organizar una
buena fiesta?
Luc se quedó pensativo por un momento, tratando de recordar la
estadística que había leído en el periódico semanal.
—Unos quinientos tres. Un poco más, si añades el poblado esquimal
que hay en los alrededores.
—Ah —repuso Alison. Habían sido más los estudiantes de último año
que se habían graduado con ella en el instituto. Más aún, seguramente
había el mismo número de personas en aquel local—. ¿Y a qué te dedicas?
—Hasta hace poco, era copropietario del bar. Ike es el dueño de la
otra mitad —añadió.
—¿Hasta hace poco? ¿Has vendido tu parte? —Alison se mordió la
lengua. No sabía si Luc pensaría que era una curiosa.

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Pero si lo pensaba, no lo dijo.


—No. Más bien, he comprado otra —vio que su respuesta la confundía
—. El supermercado. El antiguo dueño quería vender y pensé que, después
del incendio, no estaría mal reformar un poco la tienda.
Alison estaba intentando seguirlo, pero sin mucho éxito.
—¿Tuvisteis un incendio?
—Sí —Luc estuvo a punto de soltar una carcajada. Alison lo había
dicho como si fuese algo inusual. Normalmente, la gente pensaba en
Alaska como en un lugar a millones de kilómetros de distancia, un poco
menos lejos que el espacio exterior—. Tenemos incendios, fiestas,
nacimientos, como todo el mundo.
Aquello no estaba saliendo nada bien. Alison se sentía más segura
con un termómetro en la mano, junto a la cama de un paciente.
—Lo siento, no pretendía...
Luc le brindó una sonrisa comprensiva y extrañamente cálida.
—No te disculpes, solo estaba bromeando —Luc ladeó la cabeza para
observarla mejor—. ¿Es que no te gasta bromas la gente, Alison?
—Mis hermanos sí, pero no muy a menudo. Al menos, no lo bastante
para que yo me acostumbre —para mantener las preguntas a raya, forzó
una sonrisa—. Supongo que llevo tanto tiempo viendo la cara seria de la
vida, que me cuesta recordar que hay dos formas de ver las cosas.
Como la música parecía haber aumentado de volumen, a pesar de ser
una canción lenta, Luc bajó la cabeza para susurrarle al oído:
—A veces, incluso más de dos.
La presión de los cuerpos la estaba agobiando. Tanto de los que
estaban en la pista, consumiendo todo el oxígeno disponible, como del de
Luc. Alison desvió la mirada. Aquella era la parte fácil. La difícil era no
reaccionar ante ese contacto.
—Así que eres el dueño del supermercado y él barman...
—Solía serlo —la corrigió. En la actualidad, raras veces se ocupaba del
bar, solo cuando Ike estaba fuera—. Ike se ocupa de llevarlo solo. Tiene
algunos empleados, pero le gusta pasar las horas detrás de la barra,
escuchando los cuentos de los mineros —rió con suavidad. Alison sabía
que era una locura, pero el sonido parecía resbalar por su piel—. Él
también se sabe algunos.
Alison trató de imaginar aquel lugar abierto y amable, con familias
cuyas vidas estaban estrechamente unidas. Parecía casi idílico.
—Supongo que el supermercado no es tan entretenido como el salón.
Luc pensó en algunas de las disputas que había tenido que aplacar.
La única diferencia era que sus clientes tenían listas en las manos, en
lugar de jarras de cerveza.

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—También tiene sus buenos momentos. Además, el señor Kellog y su


esposa siguen trabajando en la tienda.
¿Cuánto trabajo podía haber en una ciudad tan pequeña como esa?
—Así que, la mayor parte del tiempo, eres un hombre ocioso.
Luc profirió una carcajada al pensar en la imagen relajada que Alison
se había hecho de su vida. Una pareja chocó contra ellos y se apartó a un
lado, llevando a Alison consigo.
—Nadie puede permitirse el lujo de estar ocioso en Hades. El tiempo
no te lo permite.
A Alison le costaba pensar. Sentía pequeñas descargas eléctricas por
todo el cuerpo. Intentaba mantener una conversación fluida.
—¿Tenéis hospital?
Luc se echó a reír, en aquella ocasión de verdad. Alison dedujo que la
pregunta había sido muy ingenua.
—Lo más que nos acercamos a un hospital es cuando Sydney y
Shayne nos llevan en avión al que hay en Anchorage.
—¿Y Sydney y Shayne son...?
Luc se dio cuenta de que la estaba mirando fijamente; Alison tenía
unos ojos preciosos, incluso a la luz tenue del local. Y recordó la primera
impresión cuando había abierto los ojos tras el golpe. Había creído estar
viendo la cara de un ángel.
El ángel estaba suscitando unos pensamientos nada angelicales en su
cabeza.
—Shayne es médico —le dijo—, y Sydney es su mujer. Shayne daría lo
que fuera por tener cerca a alguien como tú.
Alison trató de tomarlo como un cumplido, pero se puso rígida sin
pretenderlo.
—¿No es feliz con Sydney?
—¿Que si no es feliz...? —Luc soltó una carcajada. Iba a tener que
expresarse con más claridad—. Cualquiera en su sano juicio sería feliz con
Sydney. No, lo decía porque eres enfermera. Shayne necesita una. Ha
estado intentando encontrar una ayudante desde que su hermano se fue
de Hades hace dos años. Ben también era médico, pero quería irse. Como
la hermana de Ike. Y no encontraron ninguna enfermera que quisiera ir a
Hades. Las mujeres están muy solicitadas. Quiero decir —se corrigió,
pensando que podía interpretarlo mal—, que son muy especiales.
Tenía una bonita forma de ver las cosas, pensó Alison. Por un
momento, dado que nada de aquello era del todo real para ella, Alison
apoyó la cabeza sobre su hombro y se movió al ritmo de la música. Los
pensamientos empezaron a encadenarse en su cabeza.
¿Por qué no?
Alzó la vista para mirarlo a los ojos.

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—¿De verdad está buscando una enfermera?


¿Por qué iba a pensar que se lo había inventado?, pensó Luc.
—Sí, ¿por qué?
Tal vez fuera su día de suerte. Alison no creía en el destino, pero
había ocasiones en las que las cosas parecían surgir solas.
—Porque, como ya te he dicho, estoy buscando un lugar en el que
adquirir experiencia como enfermera. Dudaba entre ir a una pequeña
clínica en Montevideo o a una minúscula consulta en los Apalaches —
ambas propuestas la habían tentado, pero en los dos casos los lazos con
su familia se resentirían. No podría volver de visita a Seattle con
frecuencia—. Alaska está mucho más cerca. El vuelo no supondrá tanto —
desvió la mirada a la mesa en la que Jimmy estaba charlando no con una,
sino con dos mujeres. Y Kevin parecía bastante cómodo con la pelirroja
con la que llevaba hablando un buen rato—. Claro que ninguno de mis
hermanos se daría cuenta de mi ausencia.
Luc no entendía por qué lo decía.
—Claro que se darían cuenta. Es difícil no fijarse en alguien como tú —
carraspeó, pensando que, tal vez, había dicho algo demasiado personal—.
Sé que Shayne estaría encantado de tenerte.
Cuanto más lo pensaba, mejor le parecía. Aquello era justo lo que
estaba buscando, un lugar en el que ayudar de verdad. Y habría alguien a
quien ya conocía, alguien con quien hablar. Alison tomó la decisión.
—Está bien. Quizá podrías llamarlo mañana por teléfono y preguntarle
si no ha cambiado de idea.
No hacía falta, sabía que Shayne seguía buscando una enfermera. Luc
la estudió durante unos segundos. La comparación entre Alison y Janice
era inevitable. Janice solo albergaba desprecio por Hades, mientras que
Alison parecía casi ansiosa por ir.
—Lo dices en serio...
—Por supuesto.
—Shayne va a ser la persona más feliz del mundo. Con tres niños que
cuidar y su trabajo como maestra, Sydney no puede ayudarlo como
quisiera —entonces sus ojos brillaron con humor.
—¿Qué pasa? —preguntó Alison.
—Nada, solo estaba pensando que ya has hecho tus pinitos como
enfermera con los habitantes de Hades.
Alison no le seguía.
—¿Lo dices por haberte conocido?
—No, porque ya me has visto como Dios me trajo al mundo. El resto
no será tan difícil.
Alison sintió cómo el rubor se extendía por sus mejillas y agradeció
que la iluminación del local apenas permitiera leer la carta de bebidas. Si

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el resto de los hombres de Hades eran como Luc, no entendía por qué las
mujeres no invadían aquella pequeña ciudad, en lugar de engrosar la lista
de especies en vías de extinción.
—No lancemos las campanas al vuelo antes de tiempo. Shayne tiene
que dar primero su aprobación.
—Estás viva, eso le bastará. Además... —la miró a los ojos y sonrió.
Alison sintió que se derretía por dentro—, puedo dar fe de que sabes cómo
tratar a los pacientes.
No sin esfuerzo, Alison reprimió las náuseas que sintió de repente. Lo
miró con dureza.
—¿A qué te refieres?
—A la forma en que has cuidado de mí —le explicó Luc. Alison tenía la
misma mirada que un animal con la pata atrapada en una trampa. No
sabía qué había dicho para provocarla—. No pretendía decir nada fuera de
lugar, Alison.
Se estaba comportando como una idiota. Luc solo intentaba ser
amable, nada más. ¿Por qué siempre veía una doble intención? Maldijo al
hombre causante de aquella desconfianza y movió la cabeza.
—No, soy yo. Lo siento. Es que... —buscó una disculpa razonable—
prepararme para los exámenes finales me ha dejado cansada y nerviosa,
nada más —dio un giro a la conversación—. Dime, ¿por qué viniste a
Seattle? ¿De vacaciones?
Luc pensó en la carta que había dejado en su escritorio.
—Solo quería estar fuera unos días —sin darse cuenta, le asió la mano
con fuerza—. Y decidir lo que iba a hacer.
—¿Quieres decir, el resto de tu vida?
—No, con una situación que se ha vuelto contra mí y que tendré que
afrontar dentro de unas semanas —Alison lo miró con curiosidad—. Hice
una estupidez.
—¿Ah, sí?
—Sí. Mentí.
Lo dijo con tanta solemnidad, que Alison tuvo que morderse la lengua
para no echarse a reír. Sin darse cuenta, se relajó un poco.
—Y, supongo que no es algo que hagas muy a menudo.
—No.
Todo el mundo mentía, unos más que otros. La propia Alison se
reconocía culpable.
—Me sorprende que no tengan una estatua tuya en algún museo.
—¿Por qué? Decir la verdad no es algo tan inusual.
—Te sorprendería. ¿Sobre qué mentiste?

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Luc no se consideraba un hombre introvertido, pero tampoco solía ser


tan hablador. Tal vez fuera porque necesitaba contarle aquello con
alguien, y le resultaba más fácil hacerlo con una desconocida. Sobre todo,
si era con una desconocida de hermosos ojos azules.
—Le dije a una persona que estaba casado.
Y esa persona era importante, dedujo Alison.
—¿A una antigua novia?
—No, a un viejo amigo que se largó con una antigua novia mía —
esbozó una sonrisa. Parecía casi divertido, aunque no reflejaba el dolor
que sintió, de pie ante el altar, con su familia y la mayoría de sus amigos
presentes, mientras esperaba a una novia que nunca apareció—. Me
encontré con él en Anchorage, hace cosa de tres meses, y empezamos a
hablar —no había sido intención suya que la conversación tomara aquel
derrotero, pero las palabras se habían encadenado de tal forma que había
acabado mintiendo a Jacob—. Me dijo lo felices que eran Janice y él, y yo...
bueno, yo...
—Y tú no querías que sintiera lástima por ti, así que le dijiste que tú
también estabas felizmente casado.
Le había parecido bastante inocente en su momento, pero tendría que
enfrentarse a Jacob con la verdad. Y quedar como un estúpido. Se lo tenía
merecido, aunque eso no hacía que se sintiera mejor.
—Sí, algo así. En condiciones normales, no lo habría hecho, pero había
tomado una copa de más —tampoco eso era propio de él—. Lo lógico es
que, teniendo un bar, hubiera aprendido a controlarme, pero... —sin saber
qué decir, se limitó a encogerse de hombros.
Había un vínculo entre ellos, un vínculo que se había formado en
aquel callejón maloliente con cubos rebosantes de basura. Alison casi
podía sentir lo incómodo que se encontraba Luc, y quería que se
tranquilizase de algún modo.
—Así que ahora necesitas una esposa temporal.
Luc se rió al pensarlo. Ike le había dicho lo mismo al preguntarle sobre
la inminente visita de Jacob.
—Sí, supongo que sí... si no quiero quedar como un completo idiota.
La música seguía sonando a su alrededor, pero Alison dejó de bailar y
lo miró a los ojos. Solo tardó un momento en tomar la decisión.
—Está bien.
Parecía una declaración o, al menos, la respuesta a una pregunta.
Pero Luc no había preguntado nada. Se quedó mirándola sin comprender.
¿Había sufrido una recaída sin darse cuenta?

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Capítulo 7

QUÉ ESTÁ bien? —preguntó finalmente, mirándola con incertidumbre.


Alison le brindó una rápida sonrisa. Kevin siempre la había acusado de
pensar más deprisa de lo que se lo permitían las palabras y de dejar atrás
a los simples mortales. Aquella era una de esas ocasiones.
—Está bien, si ese médico de Hades...
—Shayne —la corrigió Luc.
—Si a Shayne le parece bien que vaya a trabajar para él, no veo por
qué no puedo fingir, de paso, que soy tu esposa —la mirada de
incredulidad de Luc había merecido la pena. Se sintió más cómoda con su
decisión—. No será durante mucho tiempo, ¿verdad? —imaginaba que, si
mantenían la farsa durante mucho tiempo, alguien se daría cuenta y lo
echaría todo a perder. Pero, si solo se trataba de unos días, Alison no veía
mal en ello.
La música creció en ritmo y en intensidad. Luc se sintió otra vez
envuelto por la espesa niebla de la amnesia, sin saber a dónde iba ni de
dónde venía.
—No, solo serían un par de días. Una semana, como máximo —
dudaba que Janice quisiera quedarse en Hades mucho más tiempo. En
lugar de seguir el ritmo de la música, Luc tomó a Alison de la mano y la
condujo a la pequeña mesa que compartían con sus hermanos—.
Entonces, ¿qué me estás ofreciendo, exactamente?
—Bueno, creo que estoy en deuda contigo. Saliste en mi defensa y ni
siquiera me conocías. Lo menos que puedo hacer es devolverte el favor.
Aceptar su ofrecimiento sería agravar una mentira. Una mentira con
la que no se sentía cómodo y de la que no estaba orgulloso. Luc estuvo a
punto de decir que no, pero algo le impedía seguir adelante con sus
buenas intenciones.
Lleno de dudas, la miró a los ojos.
—¿De verdad no te importaría hacerte pasar por mi esposa?
—No. Hasta puede que sea divertido.
A su modo de ver, se dijo Alison, aquel matrimonio imaginario sería lo
más cerca que llegaría a estar jamás de un matrimonio de verdad. Y no
hacían daño a nadie; Tomó la copa de vino que había pedido y jugó con
ella, moviéndola lentamente entre el dedo índice y el pulgar.
—¿Y bien? Háblame de esa mujer fatal que te arrancó el corazón.
—No fue tan dramático —fue el rápido comentario de Luc.
Quizá demasiado rápido. Alison tenía la sensación de que Luc
acostumbraba a quitarle importancia a las cosas.
—Está bien, entonces dame la versión aburrida.

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Luc sonrió, luego su rostro se serenó al recordar. Habló de lo ocurrido


con distancia, para no sufrir.
—No hay mucho que contar. Queríamos cosas distintas en la vida, eso
es todo. Yo quería quedarme en Hades para trabajar en el local, y ella
quería que progresara, que me esforzara por tener más y más —y que le
diera el estilo de vida desahogado que ella exigía, pensó.
Alison hizo de abogado del diablo.
—Progresar no tiene nada de malo.
—No he dicho que lo sea —Luc se encogió de hombros, enmascarando
de esa forma las viejas emociones que todavía causaban pequeños
estragos en su interior—. Pero yo prefiero pasar el tiempo disfrutando de
lo que tengo. Si va a más, estupendo; si no, también.
Era una filosofía admirable, pensó Alison.
—Así que, cuando no vio que no eras del tipo Ted Turner, dirigió sus
atenciones a otra persona.
Luc tomó un largo trago de la botella de cerveza que había pedido,
prescindiendo de la jarra de cristal que el camarero le había llevado. Dejó
la botella sobre la mesa y contestó:
—Jacob es más de su estilo.
—¿Y Jacob es...?
—Era —puntualizó Luc. La música sonaba cada vez más alta.
Empezaba a echar de menos El Salado— mi mejor amigo.
—Ah, la trama se complica.
Pero Luc lo negó con la cabeza.
—No, no hay ninguna trama —era bastante sencillo. No creía que
hubiera sido intencionado, todo había surgido de cierta manera, nada más
—. Janice era hermosa y quería cosas de la vida que yo no podía darle.
Cosas que Jacob sí podía ofrecerle — curvó ligeramente los labios al
recordar las largas conversaciones junto a cañas de pescar a las que
ningún pez que se preciara se acercaba—. Jacob siempre quiso crecer y
prosperar. Al menos, más que Hades.
Alison detectó un ápice de pesar en su voz, a pesar del ruido reinante.
¿Se daba cuenta de que todavía estaba enamorado de Janice?
—Y, ahora, el señor Prosperidad va a ir a Hades de visita y tú
necesitas demostrarle que también te ha ido bien.
—No —tal vez no debía seguir adelante con aquello. Las mentiras
tenían tendencia a agravarse—. No necesito demostrarle nada. Pero le dije
que estaba casado. No sé cómo fue, en realidad —sabía que se estaba
repitiendo, pero seguía sin creerlo—. Estábamos hablando y, de repente,
Jacob empezó a disculparse por haberme robado a Janice y yo tuve la
sensación...
—De que sentía lástima por ti.

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A Luc nunca le había gustado la lástima. Ser objeto de ella le


desagradaba y contradecía todo aquello en lo que creía. Apretó los
dientes.
—Sí, supongo que sí.
—Así que le dijiste que no hacía falta, que eras feliz con...
La miró a los ojos, pero se sintió estúpido teniendo que decírselo.
—Con Suzanne.
Alison dio vueltas al nombre en la cabeza, se lo probó.
—Es bonito —en realidad, Luc era un extraño para ella, pero había
algo excepcional en él. No quería verlo avergonzado—. ¿Con qué
frecuencia va Jacob a Hades?
—Esta será la primera vez en tres años —y no habría vuelto de no ser
porque había heredado la granja de su padre y tenía que ocuparse de ella.
—De acuerdo, entonces hay muchas probabilidades de que, la
próxima vez que Jacob vuelva de visita, tú ya estés casado con alguien a
quien quieras de verdad —dio una palmada y levantó las manos unidas,
como si fuera una cuestión resuelta—. Puedes decirle que te divorciaste
de Suzanne cuando conociste a la mujer de tu vida.
Luc la miró con atención mientras intentaba sacar sus propias
conclusiones.
—¿Seguro que no te importa hacer esto?
—Me he ofrecido, ¿no?
Tal vez funcionara. Y era un alivio no sentirse objeto de la lástima de
Jacob. O peor, de Janice. Esa era la parte que más había temido, en
realidad, y lo que le impedía rechazar el ofrecimiento de Alison. Un
hombre tenía cierta imagen de sí mismo, y la compasión no entraba en
ella.
Luc levantó su botella de cerveza casi vacía a modo de brindis.
—Alison, eres una entre un millón.
Ella alzó la cabeza con altivez.
—Me llamo Suzanne... y eres la primera persona que me ha dicho eso.
Luc no lo creía posible, pero tuvo la sensación de que la avergonzaría
si replicaba, así que se guardó la duda para sus adentros.
—Está bien, trato hecho. ¿Te apetecería que bailásemos otra vez?
Alison sonrió a modo de aceptación. Tomó la mano que Luc le tendía y
se puso en pie.
—Me encantaría.
Era agradable tenerla en brazos, pensó Luc, pero un momento
después, reprimió aquella sensación.

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Solo la hora tardía a la que regresaron impidió que Luc llamara a


Shayne por teléfono nada más traspasar el umbral de la casa. Pero fue lo
primero que hizo a la mañana siguiente, después de preguntarle a Alison
si no había cambiado de idea. Alison seguía decidida a ir a Hades.
Fue Sydney quien contestó a la llamada. Luc podía imaginarla
sosteniendo el auricular con una mano y tapándose el oído con la otra.
Safa y Mac estaban peleándose por algo. El alboroto le hizo sonreír. Otra
vez en casa.
—Sydney, soy Luc. ¿Está Shayne en casa todavía?
—Luc, ¡hola! —parecía alegrarse de oír su voz—. Justo ahora iba a
salir por la puerta. El joven doctor Kerrigan quiere huir de este zoológico
como alma que lleva el diablo. Si esperas un segundo, iré a llamarlo. ¿Va
todo bien?
Luc miró a Alison, que estaba de pie a su lado, esperando su turno
para hablar.
—No podría ir mejor.
—Está bien, iré a buscarlo.
Luc oyó cómo Sydney llamaba a su marido y cómo este le contestaba
en voz baja y lejana, pero no pudo discernir la respuesta. Un minuto
después, oyó la voz grave de Shayne que lo saludaba.
—Luc, me alegro de oírte, aunque me sorprende un poco tu llamada.
¿Qué tal en Seattle?
—Es una ciudad bonita, pero echo de menos Hades. Oye, Shayne,
creo que te he encontrado una enfermera.
Se produjo una larga pausa.
—Es una broma, ¿verdad?
—No, hablo en serio. Tengo a mi lado a una persona que quiero que
conozcas —miró a Alison con una familiaridad que lo tomó por sorpresa.
Apenas la conocía y, sin embargo, era como si la conociera desde siempre
—. Se llama Alison Quintano. Acaba de, diplomarse en la escuela de
enfermería y...
Incapaz de contenerse durante más tiempo, Alison le quitó el auricular
de las manos y se lo acercó al oído.
—Doctor Kerrigan, soy Alison. Estoy buscando un trabajo para
completar mi formación y poder ejercer como enfermera titulada. Luc me
ha hablado de su clínica de Hades —cielos, ¿algún día se acostumbraría a
ese nombre? No dejaba de pensar en pequeños diablos rojos cada vez que
lo oía—. Me preguntaba si podría...
—¡Sí! —hasta que la palabra no brotó de sus labios, Shayne no fue
consciente del entusiasmo que iba ligado a ella. Después de tanto tiempo,
por fin iba a contar con una profesional como ayudante. Pero quería que
Alison supiera, al menos en parte, a lo que se exponía—. Las condiciones

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no son las mejores pero intentamos mantenernos al día en las últimas


técnicas, y la recompensa de trabajar con esta gente es indescriptible.
Necesitan una enfermera desesperadamente.
A Alison le parecía que ya tenía el puesto.
—¿No quiere saber cuáles son mis cualificaciones?
—Claro —Shayne se estaba dejando llevar por la alegría, pero había
luchado durante tanto tiempo por encontrar a alguien, que le costaba
creer que por fin fuera a tener una ayudante—. Pero tu principal
cualificación son las ganas de trabajar.
—Bueno, ganas de trabajar sí que tengo.
Shayne escuchó sin prestar demasiada atención cómo Alison recitaba
el nombre de su escuela y las áreas en las que tenía más experiencia.
Cuando hizo una pausa para tomar aliento, se aventuró a preguntar:
—¿Cuándo puedes empezar a trabajar?
—¿Cuándo me necesita?
—Desde el año pasado. Mejor dicho, desde hace dos años.
Alison rió con suavidad. Desde luego, la hacía sentirse necesitaría.
—Entonces será mejor que me vaya a hacer las maletas.
—¿De verdad? Eso es maravilloso. Dile a Luc que se ponga otra vez al
teléfono, por favor.
Alison le tendió a Luc el auricular.
—Quiere hablar contigo.
Tenía los ojos centelleantes, pensó Luc antes.de ponerse al teléfono.
Aquella visión lo hechizó.
—¿Shayne?
—No sé cómo lo has hecho, Luc, ni lo que le has dicho, pero el
siguiente bebé que tengamos se llamará como tú.
Luc no recordaba haber visto a Shayne tan entusiasmado, salvo el día
en que había anunciado a toda la clientela de El Salado que iba a casarse
con Sydney.
—¿El siguiente bebé? ¿Quieres decir que Sydney está...?
—¡Sí! Oye, llámame cuando sepas en qué vuelo llega Alison e iré a
recogerla.
—Trato hecho. Y te recordaré lo de ponerle mi nombre a tu bebé —le
advirtió a su amigo, y vio cómo Alison lo miraba con curiosidad—. Sea niño
o niña.
—Eso está hecho —Shayne cortó la comunicación.
La cuestión había quedado resuelta en menos de cinco minutos.
Alison miró a Luc con el corazón agitado. Después de pasar tanto tiempo

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haciendo planes, fijándose metas, todo estaba cobrando forma. Por fin iba
a ver realizado su deseo de ayudar de verdad a los demás.
Estaba impaciente.
—Parece un hombre agradable.
—Lo que parece es que se ha vuelto loco de alegría —repuso Luc
mientras colgaba el auricular. Por lo general, Shayne era un hombre de
pocas palabras, como él.
—Eso he pensado yo también —repuso Alison con una sonrisa—.
Vamos, podrás hablarme de Hades durante el desayuno. Yo invito.
—Seguramente, con un café bastará para contártelo todo —Hades era
un pueblo sencillo, sin las complejidades de la gran ciudad.
—Comeré deprisa —le prometió Alison. Recogió su bolso, pero ya
estaban saliendo por la puerta cuando sonó el teléfono. Sabía que, si
esperaba, saltaría el contestador, pero detestaba dejar pasar una llamada
si estaba lo bastante cerca para contestar. Dio media vuelta y corrió a la
cocina.
—Espero que no sea tu amigo el médico, diciendo que ha cambiado
de idea. Luc se echó a reír. No era probable.
—Hay más probabilidades de que el mundo se acabe dentro de cinco
minutos — se detuvo y esperó en el vestíbulo mientras Alison descolgaba
el teléfono.
—¿Señorita Quintano? Alison no reconocía la voz.
—¿Sí?
—Soy el detective Donnelley. No sabía adonde llamar, dado que no
tenemos ni el número de teléfono ni la dirección en Seattle del señor
LeBlanc...
—Está aquí mismo —Alison se interrumpió bruscamente, al darse
cuenta de la expresión de curiosidad de Luc, que atravesó la estancia y se
acercó a ella—. ¿Cómo sabe cómo se apellida?
—Han devuelto su cartera. Está vacía, por supuesto. Ni dinero, ni
tarjetas de crédito, nada. Solo su carné de conducir, pero, al menos, ya
sabemos quién es.
—Él también —Alison miró a Luc a los ojos y sonrió—. Recuperó la
memoria ayer por la mañana. ¿Alguna pista sobre los atracadores?
Hubo un grave silencio antes de que el detective reconociera:
—No.
Alison no había esperado otra respuesta. Cientos de atracos
quedaban sin resolverse todos los días.
—Iremos ahora mismo a recoger la cartera —prometió.
—Aquí estaré.
Contenta y frustrada al mismo tiempo, Alison colgó el teléfono.

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—¿Mi cartera? —preguntó Luc enseguida.


—Alguien la entregó en comisaría —lo abrazó impulsivamente, luego
dio un paso atrás—. Estás de suerte.
—Ya lo creo —contestó Luc. Y no solo por la cartera, pensó, mientras
la seguía hacia la puerta.

Kevin estaba sentado en el sillón de su escritorio, contemplando a


Alison en silencio. Fuera de su pequeño despacho, se sucedían los ruidos
de una compañía de taxis en expansión. Matt estaba ocupado cambiando
las zapatas de los frenos al coche numero tres, y dos de los conductores
estaban sentados en un rincón, jugando a las cartas, esperando el regreso
de los coches que les tenía asignados.
Pero ninguno de aquellos ruidos entraba en su despacho. Había un
silencio sepulcral en el pequeño recinto. Alison acababa de llegar para
darle la noticia. Luc se había quedado fuera para respetar su intimidad.
Kevin apreciaba aquel gesto, pero deseaba que Luc nunca hubiera
irrumpido en sus vidas.
Kevin suspiró y se pasó la mano por los rizos negros de la cabeza.
Siempre había sentido un fuerte instinto protector hacia Alison. De todos
sus hermanos, siempre le había parecido la que más lo necesitaba.
Sí, sabía que ella intentaba no demostrarlo y ofrecer un aspecto
confiado y duro al mundo, pero a él no lo engañaba. Era su hermano
mayor. Bajo aquella fachada de autosuficiencia había una niña asustada.
La misma niña que había encontrado escondiéndose en el armario de
su habitación, llorando a mares, justo después de la muerte de su padre.
Llorando y negándose a contarle el porqué. Habían sido necesarias horas
de paciencia, de seguir abrazándola, de hablarle, para que confiara en él
lo bastante para contarle lo que la había afectado tanto.
Kevin había creído que Alison echaba de menos a su padre, pero no
había sido eso.
Cuando lo averiguó, dos de sus amigos habían tenido que reducirlo
físicamente para impedir que matara a aquel hombre con sus propias
manos. Un hombre que había pretendido ser amigo de la familia durante
largos años, que había ido a ayudarlos a superar la tragedia de la muerte
de su padre en aquellos momentos de necesidad. Y que, en cambio, la
había agravado.
Y, en aquellos momentos, Alison iba a marcharse de casa y a irse a
cientos de kilómetros, donde no podría seguir cuidando de ella.
Comprendió que era inevitable e incluso que sería para bien, pero aun así,
no le hacía gracia.
Kevin decidió en aquel momento que no tendría hijos. Aquello dolía
demasiado.

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Estudió el rostro de Alison. Parecía decidida. Más todavía, ansiosa.


—¿Estás segura, pequeña?
—Muy segura —Alison podía hablar con Kevin como no podía hablar
con los demás—. Estoy asustada, ilusionada y feliz, todo al mismo tiempo.
Kevin solo quería que estuviera feliz.
—¿Cuándo te vas?
—Bueno, he terminado los estudios y acabo de perder mi empleo a
tiempo parcial —Alison sonrió al ver la mueca que le hacía. Sabía que su
hermano se preocupaba por ella, y lo quería por eso... la mayoría de las
veces. Hizo una pausa, consciente de que no le iba a gustar la noticia—.
Pasado mañana.
—Pasado mañana... —estupefacto, Kevin se quedó mirándola
fijamente. Ni siquiera tendría tiempo para recuperar el aliento. Claro que
sería mejor así. Como una inyección rápida, en lugar de una inoculación
larga y dolorosa—. ¿Tan pronto?
—Sí. El médico de Hades necesita ayuda desesperadamente. Y yo
seré la única enfermera. Será una experiencia maravillosa y por fin
conseguiré ser importante para alguien.
Kevin se puso en pie, sin apartar la mirada de ella.
—Siempre has sido importante.
Alison le dio una palmadita para quitarle dramatismo a la situación.
—Ya sabes a lo que me refiero.
—Sí, mujer dura, ya sé a lo que te refieres —estaba decidida, no había
lugar a dudas. Kevin conocía su deseo de irse a lugares lejanos, había
visto las cartas que había recibido de todos los rincones del planeta, pero,
en el fondo de su corazón, había confiado en que acabaría ejerciendo su
profesión en un lugar próximo a Seattle—. Tendremos que organizar una
fiesta de despedida en Lily's.
Kevin nunca sabría lo que su tácita aprobación significaba para ella.
—Me encantaría —aliviada de que la cuestión estuviera resuelta, se
dio la vuelta para irse.
—Y Aly...
—¿Sí? —Alison volvió la cabeza.
—Cuando estés en ese lugar olvidado de Dios, si alguna vez necesitas
alguna cosa, cualquier cosa, no dudes en llamarme. Tomaré el primer
vuelo.
Alison apretó los labios.
—Sé que lo harás. Y te lo agradezco, hermano.
Se dio la vuelta y lo abrazó, haciendo esfuerzos por no llorar. No
levantó la cabeza para mirarlo, no porque quisiera ocultarle sus lágrimas,
sino porque sabía que a Kevin no le agradaría que ella lo viera llorando.

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Capítulo 8

CON SENDAS copas en las manos, Luc salió de la barra en forma de


cuadrilátero del comedor de Lily's intentando no tropezar con nadie.
Se había cerrado el restaurante para ofrecer aquella fiesta privada.
Estaba casi tan atestado como la pequeña discoteca de moda al que Kevin
y Jimmy lo habían llevado hacía tres noches. Pero, al contrario que allí, en
el restaurante el ruido resultaba casi tranquilizador. Había cierta calidez
en aquellas personas que habían ido a ver a Alison y al desconocido que
iba a llevársela con él a una pequeña ciudad de la que nunca habían oído
hablar.
Un rato antes no conocía a nadie, ni siquiera a Lily, a la que le habían
presentado nada más llegar. Sin embargo, todos lo habían aceptado en su
amplio círculo de amistades. Lo trataban como uno más de los suyos.
Le hizo pensar en El Salado y en Hades, donde todos sus habitantes,
tanto si solo se conocían de vista como si mantenían estrechas relaciones,
estaban ligados de forma invisible e irrevocable entre sí.
Una punzada de dolor lo atravesó. Afilada, profunda, dulce. Añoraba
su ciudad y eso le resultaba agradable. Le gustaba echar de menos su
hogar. Y a su gente. Aunque, en aquella ocasión, se trataba de su familia y
de sus amigos. No como cuando Janice lo había abandonado.
Incluso le había regalado un anillo. Nada sofisticado, pero había sido
de su madre y había todo un mundo de emociones ligado a aquella
pequeña y antigua alianza de oro. La había encontrado, junto a una nota,
sobre su cómoda, después de la boda que no llegó a celebrarse. Su
padrino lo había dejado todo atrás, salvo a su prometida. Janice se había
ido con Jacob, según escribió, porque Jacob era un hombre con visión de
futuro. La noticia lo había arrollado con la fuerza de un huracán, dejándolo
totalmente apabullado. El dolor y la furia lo habían dominado, aunque
nunca había reconocido ante nadie, ni siquiera Ike, lo profunda que había
sido la herida.
La furia había sido la primera en abandonarlo. Con el tiempo, había
aprendido a añorar menos a Janice, a estar menos herido. Y, en lugar de
aquellas emociones, había desarrollado una cautela, una certeza de que
nunca podría querer a nadie de la misma forma. El episodio con Janice
había levantado unos barrotes invisibles en torno a su corazón, destinados
a preservar su orgullo y dignidad.
Había creído que nadie podría romper aquellos barrotes. Sin embargo,
ya no estaba tan seguro.
Se acercó a la mesa donde Alison y su familia estaban sentados. El
sonido de la risa de Alison llegó a sus oídos como una melodía suave y
sensual. El estremecimiento lo recorrió de pies a cabeza. Esperó a que
pasara y salvó la distancia que lo separaba de la mesa.

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—Ah, al final fuiste por las bebidas —sonriendo, Alison tomó la suya—.
Pensábamos que te habías perdido.
—No, solo he tardado un poco más de la cuenta, eso es todo.
Lily, una versión más alta y un poco mayor de su hermana, volvió la
cabeza. Durante la mayor parte de la velada, se había mantenido alerta,
como una anfitriona consumada, pero en los últimos minutos se había
permitido ser únicamente la hermana de Alison, y disfrutar de su
compañía la última noche que pasaría con ella durante, ¿quién sabía
cuánto tiempo? Volvió a ponerse alerta y fijó la mirada en el bar.
—Bill no suele ser tan lento.
—Y no lo es. Pero estaba agotado, así que me ofrecí a cubrir su puesto
durante diez minutos para que pudiera descansar. Yo mismo preparé las
bebidas —Luc dejó la copa en la mesa y ocupó la silla vacía que había al
lado de Alison. Se la había estado guardando, comprendió—. Estas y otras
más.
El bar era mucho más sofisticado que El Salado, pero el material era
básicamente el mismo. Y sabía cómo moverse detrás de una barra desde
que era un adolescente y Ike lo había convencido para que trabajaran
juntos para el dueño de El Salado. Hasta que, finalmente, se habían
convertido en los propietarios. Eso también había sido idea de Ike.
Lily frunció el ceño con desaprobación.
—Oye, Aly y tú sois los invitados de honor, no deberías estar
trabajando —contempló al hombre que estaba detrás de la barra y
comprendió que Luc estaba en lo cierto. Bill estaba exhausto. Se puso en
pie y echó la silla hacia atrás. No le vendría mal un descanso más largo—.
El deber me llama —sonrió a Luc. Aquel hombre no tenía miedo de ayudar
sin esperar a que se lo pidieran. Eso hablaba en su favor. Tal vez Alison
estaría bien en Hades, con el. Se inclinó y le dio un pequeño beso en la
mejilla—. Gracias por echar una mano, te lo agradezco. Pero deberías
haberme llamado, o haber reclutado a Jimmy. Sabe cómo moverse detrás
de una barra —Jimmy había trabajado de camarero durante sus años de
estudiante y le echaba una mano en el restaurante cuando lo necesitaba.
Luc se limitó a sonreír. No tenía sentido hablar de su propio pasado.
—Parecía ocupado.
Lily paseó la mirada por los grupos de invitados y divisó a Jimmy.
Estaba en el extremo opuesto de la habitación, rodeado por tres mujeres.
No era una novedad.
—Siempre está ocupado de esa forma — osó la mirada en Alison y en
Luc antes de desviarla hacia Kevin—. Por cierto, ¿por qué no aportas tu
granito de arena y metes una moneda en la máquina de discos para que
estas personas tan agradables —hizo un gesto con la mano para señalar
toda la estancia— bailen en lugar de terminarse toda mi comida?
Kevin se metió la mano en el bolsillo y sacó un puñado de monedas.
—El baile despierta otro tipo de apetitos, ya sabes.

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Lily eludió deliberadamente mirar a su hermana o a Luc, pero Kevin


se dio cuenta de todas formas.
—Tal vez también cuente con eso. Empieza con Moon River.
—¡Moon River! —repitió Luc, perplejo.
—Es una pieza lenta —le dijo Kevin—. Una de las favoritas de Lily —
miró a Luc a los ojos antes de alejarse—. Y por cierto, de Alison también.
Luc miró a Alison y se inclinó hacia ella para no levantar la voz.
—No sabía que te gustara la música antigua.
—Ni me gusta ni me deja de gustar — repuso Alison, que se encogió
de hombros—. Pero esa canción en particular me recuerda a mi padre —
dijo, y Luc se dio cuenta de que los ojos se le humedecían al hablar—.
Solía ponerla mucho. Decía que era la canción favorita de él y de mamá —
parpadeando, Alison rechazó la tristeza y conservó únicamente la dulzura
—. La bailaron el día de su boda. Cuando la oigo, recuerdo estar sentada
en el suelo de su despacho, dibujando, mientras mi padre preparaba la
lección del día siguiente. Kevin dice que era un profesor increíble —Alison
suspiró—. No recuerdo esa parte. Solo recuerdo Moon River.
La música empezó a propagarse por la estancia. Llegó a los oídos de
Alison por encima del agradable murmullo de voces de las conversaciones.
Tenía los ojos llorosos otra vez. Desvió la mirada.
—Siempre me pongo un poco triste cuando la oigo.
Luc no sabía qué hacer, solo que no quería agravar su incomodidad.
—¿Te gustaría bailar o escucharla sentada?
No hubo ninguna vacilación. Alison se puso en pie de inmediato.
—Bailar. Así no me pondré demasiado sentimental.

Lo sentía.
Más aún, Luc no se había dado cuenta de que lo sentía hasta que el
deseo no estuvo a su lado, incordiándolo, llamando su atención.
Se sentía atraído por ella.
Y, mejor aún, o peor, dependiendo del punto de vista, aquella
atracción era señal de otro sentimiento que se estaba gestando.
Pero no debía existir. Luc ya había entregado su corazón en una
relación que no resultó como él había creído en un principio. Para colmo,
había acabado destrozado, y no sentía deseos de repetir la experiencia.
Con una bastaba, gracias.
Y aun así...
Aun así, todo el sentido común que estaba intentando infundir a su
cerebro desapareció en cuanto aparcaron delante de la casa. El ruido que

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hicieron las puertas del coche al cerrarse reverberaron en su cabeza y se


sumaron a la vibración que sentía.
Estaban solos en la calle.
Kevin se había quedado en el restaurante para ayudar a Lily a limpiar.
Luc y Alison se habían ofrecido a echar una mano, pero Lily se había
negado, alegando que habían organizado la fiesta, no la limpieza, en su
honor. Y Jimmy había ido a sustituir a la persona que había ocupado su
puesto durante la despedida.
De modo que estaba a solas con Alison. Y preso de una nueva oleada
de atracción.
La acompañó a la puerta principal sintiéndose como un torpe
adolescente.
—Tu hermana sabe cómo organizar una fiesta.
—Esa es su especialidad —dijo Alison—. A Lily le encanta organizar —
una sonrisa afloró a sus labios. Ya empezaba a echar de menos a su
familia y ni siquiera se había ido—. También le gusta dirigir.
—Bueno, buenas noches.
Luc vio cierta vulnerabilidad en sus ojos, la misma que le hacía desear
protegerla. La que lo agitaba y desataba otro tipo de emociones. Como el
deseo. Pensó que podría aplacarlo con un rápido beso de buenas noches.
Se equivocó.
El fugaz roce de labios dio nueva vida a la creciente atracción que
sentía hacia ella, en lugar de satisfacerla. Quería más.
Pero ese era su problema, no el de Alison, así que se mantuvo en su
sitio. Porque no quería asustarla y porque ella se había puesto rígida en
cuanto el beso había adquirido un matiz demasiado íntimo. De entregarse
a él, había pasado a ponerse tiesa como una vara y a retroceder. Durante
una milésima de segundo, Luc percibió terror en su mirada.
¿Por qué?
—Alison, lo siento, yo...
Las manos le temblaron ligeramente mientras metía la llave en la
cerradura y la giraba rápidamente.
—No pasa nada. Estoy cansada, eso es todo. Hasta mañana.
Al cabo de un instante, la puerta de la entrada se había cerrado y
Alison ya no estaba.
Confuso, Luc se metió las manos en los bolsillos y caminó hacia el
garaje. Pero, en lugar de subir las escaleras, se sentó en el primer
peldaño. El aire estaba en calma y los grillos trataban en vano de llamarse
unos a otros.
Luc permaneció sentado, contemplando la oscuridad, intentando
aclarar sus pensamientos. No sabía lo que estaba pasando.

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Allí lo encontró Kevin media hora después, tan lejos de la respuesta


como había estado en un principio. Lo único que había cambiado era que
las estrellas se habían ocultado detrás de las nubes.
Kevin dio la vuelta al garaje.
—¿Qué haces aquí fuera? Está empezando a llover.
Luc levantó la vista, no a hacia Kevin, sino hacia el cielo. No había
sentido la lluvia hasta que Kevin no la había mencionado.
—Kevin, ¿puedo hacerte una pregunta?
Algo en su tono de voz lo delató.
—Se trata de Alison, ¿verdad?
—¿Cómo lo sabes?
—La intuición no es exclusiva de las mujeres —no añadió que los
había visto bailar juntos y que, en los momentos en que había bajado la
guardia, su hermana se había mostrado feliz. No la había visto con aquella
expresión cuando había estado con Derek. Kevin se levantó el cuello de la
camisa para protegerse de la lluvia—. Está bien, ¿cuál es la pregunta?
No sabía cómo decirlo sin que Kevin lo interpretara mal.
—¿Deja Alison a alguien en Seattle?
La pregunta tomó a Kevin por sorpresa. No la había visto venir.
—¿Te refieres a alguien que no sea de la familia? ¿Como un novio o
algo así?
—Sí —tal vez por eso se ponía rígida de repente.
Dios sabía que él no constituía ninguna amenaza. Nadie nunca lo
había considerado como tal. Tal vez hubiese alguien en la vida de Alison
que no estuviera a su lado en aquellos momentos porque habían discutido,
o algo así.
Kevin negó con la cabeza.
—No, no ha tenido ningún novio desde su divorcio.
Luc lo miró con sorpresa.
—¿Divorcio?
—Al parecer, mi hermana no ha llegado a decirte que estuvo casada
con Derek. No creo que lo haga, no suele hablar de ello —y no la culpaba.
A su entender, había sido un error desde que pronunciaron los votos en el
altar. Incluso antes. Derek no era digno de ella, aunque, para decir algo en
defensa del chico, no sabía en lo que se metía—. No duró mucho, de
hecho, acabó antes incluso de que hubiera empezado. En realidad, no sé
por qué se casó con él. Creo que ella tampoco lo sabía. Siempre tuve la
sensación de que intentaba demostrarse algo a sí misma —estaba
hablando demasiado, pensó, tocando temas que solo Alison tenía derecho
a hablar con Luc. Se encogió de hombros, para quitar importancia a sus

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palabras—. Pero, sea lo que sea, no lo demostró. Simplemente, comprobó


que un error no elimina otro.
Luc frunció el ceño.
—¿Otro?
Kevin miró la hora en su reloj de pulsera.
—Se hace tarde. Será mejor que duermas algo si vais a salir mañana
temprano. Y yo también —le dio una palmada en la espalda—. Que
descanses, Luc —empezó a alejarse, luego volvió la cabeza—. Ah, por
cierto, te hago responsable de mi hermana. Si le pasa algo malo, iré por ti.
Solo es una advertencia amistosa. Buenas noches.
Luc no estaba seguro de que Kevin hablara en broma.
—Buenas noches —murmuró Luc, pasado un segundo. Movió la
cabeza, se puso en pie y subió a paso lento las escaleras... para pasar casi
toda la noche despierto.

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Capítulo 9

EL VIAJE desde el aeropuerto de Anchorage hasta Hades había


transcurrido sin contratiempos y con el viento a su favor. Luc se
sorprendió confiando en que fuera un buen presagio.
Fue el primero en salir de la pequeña avioneta, y abrió la puerta de
pasajeros en cuanto el aparato se quedó inmóvil. Contempló el paisaje
como si lo viera por primera vez.
No era fácil. Siempre le había gustado Alaska, y Hades, pero sabía por
experiencia que sus sentimientos pertenecían a una minoría. Aquel era un
lugar que la gente abandonaba. Ike, Shayne y él se habían quedado,
nativos desde el principio y hasta el final. Pero todos habían tenido
amigos, amantes y familiares que se habían marchado. La hermana de
Ike, Juneau, había querido irse desde el principio, y cuando Ike había
intentado convencerla para que se quedara, había huido. Aunque no había
conseguido salir del estado, había puesto toda la tierra que había podido
de por medio. Alaska afectaba a muchas personas de esa manera,
haciéndoles anhelar algo diferente, algo más.
En otras, tenía el efecto contrario. Shayne había intentado llevar una
consulta en Nueva York, pero no había puesto el alma en el trabajo.
Echaba de menos Hades.
Y Ike y Luc habían intentado modernizar la pequeña ciudad a su
manera. Era una batalla perdida. Aunque Hades tenía luz eléctrica,
teléfono y agua corriente, e incluso un cine, estaba a años luz de la
civilización.
Luc miró a Alison mientras Shayne saltaba del asiento del conductor y
se dirigía hacia la avioneta. Había ido a buscarlos. Por la forma en que el
terreno se ondulaba, resultaba fácil ver Hades desde allí, sobre todo desde
donde Alison estaba situada, a la entrada de la avioneta. Intentó leer su
expresión.
Alison se tapó los ojos para protegerse del sol y escudriñó el
horizonte. Podía distinguir formas rectangulares a lo lejos. ¿Sería eso?
Tenía que ser. No había nada más en kilómetros a la redonda que
encajara vagamente con la descripción de lo que era una ciudad. Miró
mejor. Parecía una ciudad de muñecas. Unos edificios que se apiñaban
como si buscaran compañía, dado su escaso número. Se fijó aún más y
distinguió casas salpicadas alrededor. A aquellas gentes les gustaban los
espacios abiertos, pensó. Parecía que hubiese kilómetros de distancia
entre una propiedad y otra. No sabía si le resultaba pintoresco o desolado,
pero seguramente pronto lo averiguaría.
Alison se sobresaltó al notar que alguien la agarraba de la mano.
Luc no había tenido intención de asustarla. Estaba más blanca que los
picos de las montañas en invierno.

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—La primera vez que vi Seattle, tuve la sensación de que me había


metido de cabeza en una batidora... puesta a la máxima potencia —
mirándola a los ojos, la ayudó a bajar—. Te acostumbrarás con el tiempo.
—Estoy segura —aunque no parecía que hubiera mucho a lo que
acostumbrarse, añadió Alison en silencio.
La asaltó una punzada de añoranza y la reprimió. Se sentía muy
orgullosa de sí misma por no ceder a las lágrimas, sobre todo cuando las
había viste brillar en los ojos de Kevin. Hasta Lily había llorado, y Lily
nunca lloraba. Pero se había mantenido fuerte. No estaba dispuesta a
derrumbarse, y menos delante de Luc.
Todavía seguía sosteniéndole la mano. Alison lo miró, sorprendida de
que fuera lo bastante sensible como para percibir su intranquilidad. Se
había felicitado por haberla disimulado bien, pero era evidente que lo
había hecho demasiado pronto.
Una vez en tierra, se volvió hacia Shayne, que estaba bajando las
maletas.
—¿Está muy lejos de aquí la clínica, doctor Kerrigan?
Era un corto trayecto y, en el verano, sin contratiempos.
—No está lejos y, si vas a seguir trabajando, para mí, será mejor que
te acostumbres a llamarme Shayne. Se tarda demasiado en decir «doctor
Kerrigan». Para entonces, o la urgencia se ha pasado o el paciente se ha
desangrado hasta morir —solo había dos maletas y las levantó las dos
antes de mirar a Alison—. No traes mucho equipaje, ¿significaba eso que
solo iba a dar a Hades una pequeña oportunidad?
Alison nunca había necesitado mucho. Su colección de CDs y su
equipo de música llegarían días después. No tenía nada más salvo un
álbum de fotografías. Las posesiones solo servían para crear ataduras,
interfiriendo en la libertad de una persona, y la libertad, según había
aprendido, era la mayor posesión de todas.
—El resto me lo enviarán en cuanto sepa dónde me alojo.
Shayne aceptó que Luc llevara una de las maletas, pero se aferró a la
otra. Se volvió hacia su casa y echó a andar.
—El hotel del pueblo sigue en obras — no añadió que las obras habían
sufrido una moratoria porque no había fondos para completarlas;
parecería demasiado negativo—. Hasta que busquemos una solución
mejor, Sydney y yo hemos pensado que no te importaría vivir con nosotros
—pensó en las mañanas en su casa. Había campos de batalla más
silenciosos—. Es decir, si no te importa el ruido.
Alison sonrió al recordar su hogar y sus hermanos. A todos les
gustaban las discusiones.
—Me gusta el ruido.
La ayudaría a llenar el vacío que había dejado su familia, pensó.

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—Entonces estás de suerte —prometió Shayne—, porque sobre todo


ahora, con el bebé, tenemos ruido de sobra.
—¿El bebé? —los ojos de Alison se iluminaron como los fuegos
artificiales en una noche sin luna—. Me encantan los bebés.
Complacido, Shayne volvió la cabeza para mirar a Luc.
—Creo que nos ha tocado una joya.
—Eso parece —asintió Luc, apenas esbozando una sonrisa.
Pero la ligera inflexión que Alison captó en la voz de Luc la
reconfortaba y la asustaba al mismo tiempo. Trató de centrarse
únicamente en lo positivo.
La puerta de la casa a la que se acercaban se abrió de repente de par
en par. Un niño y una niña salieron corriendo, seguidos de cerca por un
hombre y dos mujeres. Alertados por el ruido de la avioneta, salían a
recibir a la nueva ciudadana de Hades.
Las dos mujeres saludaron con la mano. Shayne devolvió el saludo.
—Aquí está el comité de bienvenida.
Había afecto en la voz de Shayne. Seguramente, estaría refiriéndose a
su esposa. Alison pensó en lo grato que debía de ser tener a alguien que
te quisiera hasta el punto de que su amor se reflejara en la voz cada vez
que hablaba.
—Todavía no te he dado las gracias por venir a buscarnos, Shayne —
le dijo Alison.
—¿Darle las gracias? —el hombre alto y de rudo atractivo, que era tan
moreno como Luc rubio, silbó al llegar a su encuentro—. Shayne habría ido
en coche hasta Seattle si hubiera hecho falta. No ha hecho más que hablar
de ti desde que Luc llamó el otro día —con un movimiento exagerado y
cortés, le tendió la mano—. Bienvenida a Hades, encanto. Soy Ike LeBlanc,
el primo de Luc. Esta preciosa mujer que está a mi lado es Marta, mi
esposa —todavía le hacía gracia decirlo. Suponía que, hasta cierto punto,
siempre lo haría.
Marta, una chica rubia de corta estatura, rió y se adelantó para
estrechar la mano de Alison.
—No dejes que Ike te abrume. Al principio, suele hacerlo.
—Y esta preciosa criatura es mi esposa, Sydney —todavía con la
maleta en la mano, le pasó la otra a Sydney por los hombros. Hacía
apenas unos dieciocho meses, Shayne Kerrigan podría haber jurado que
era incapaz de demostrar afecto. En aquellos momentos, besar
afectuosamente a su esposa en público era tan natural como respirar—.
Pareces cansada. ¿Copito de Nieve sigue haciendo de las suyas?
—¿Copito de Nieve? —repitió Alison, confundida—. ¿Es vuestro perro o
vuestro gato?
La niña se tapó la boca para controlar un ataque de risa.

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—Es nuestra hermana —le dijo el niño de pelo oscuro con solemnidad.
A sus doce años de edad, trataba de aparentar con todas sus fuerzas
que tenía veinte, y estaba a la vista que era la viva imagen de su padre.
—Y está alborotando porque le están saliendo los dientes —añadió la
niña, para no ser menos—. Llora mucho. No como CeCe.
—Celine es nuestra hija —explicó Marta.
A Alison empezaba a darle vueltas la cabeza con tanta información.
—Copito de Nieve... Virginia —corrigió Sydney, saliendo en defensa de
su hija más pequeña—, no llora mucho, pero lo hace a pleno pulmón. Claro
que es cosa de familia —el humor adornó sus labios al mirar a los dos
niños que tenía delante—. Hola, yo soy Sydney. Bienvenida a Hades.
Dejando a un lado las formalidades, Sydney abrazó a la joven. Había
algo en sus ojos que despertaba su instinto maternal; claro que,
últimamente, como esposa del médico y madre de sus dos hijos y de la
incorporación más reciente a la familia, Virginia, Sydney sentía que todo lo
que abarcaba su vista estaba a su cuidado. Aceptaba el papel
voluntariamente y con alegría.
Dio un paso atrás y sonrió a Alison.
—Cielos, no sabes cuánto me alegro de que estés aquí.
—Vas a quedarte, ¿verdad? —En cuanto su madre soltó a la recién
llegada, Sara tomó la mano de Alison y empezó a arrastrarla hacia la casa,
como si traspasar el umbral la convirtiera en una residente permanente—.
Aquí hacen falta mujeres. Mamá lo ha dicho. Y papá siempre ha estado
rezando para tener una enfermera. Yo voy a ser enfermera cuando crezca,
pero papá dice que no puede esperar tanto. ¿Te gusta Hades?
—Sara, deja que Alison recupere el aliento. Está cansada —Sydney
miró a Alison a los ojos—. ¿No es cierto?
—No —la respuesta fue rápida, automática. Era su obstinación,
comprendió Alison enseguida. Nunca quería admitir fragilidad o
vulnerabilidad de ningún tipo. Era un credo al que se aferraba como un
perro hambriento se aferra al único hueso que le queda—. Estoy bien, de
verdad. Y pienso quedarme aquí al menos una buena temporada, si todo
sale bien.
—¿Qué tiene que salir bien? —quiso saber Sara.
—Yo diría que tiene madera de periodista, ¿no? —preguntó Shayne,
iniciando la marcha hacia la casa.
—Una buena dosis de curiosidad no es mala —dijo Alison.
Sara supo que la nueva enfermera y ella iban a ser muy buenas
amigas.
Con suavidad, pero con firmeza, Luc soltó la mano de Sara de la de
Alison y le brindo a la sorprendida niña una rápida sonrisa.

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—Tiene que guardar sus cosas —con la mano de Alison en la suya, se


volvió hacia Sydney—. ¿Cuál es la habitación de Alison, Sydney?
—La del final del pasillo —señaló a la derecha de las escaleras—. Está
justo al lado de la cocina —se disculpó—. Te íbamos a dar la habitación de
invitados del piso de arriba, pero estarías al lado del bebé y temíamos que
te mantuviera despierta toda la noche.
—La habitación de al lado de la cocina me gustará —la tranquilizó
Alison—. Así podré oler el café a primera hora de la mañana —le brillaron
los ojos. Igual que en casa—. Será perfecto.
Luc vio cómo Ike y Shayne intercambiaban una mirada de aprobación
y se sintió orgulloso. Sabía que, en teoría, Alison solo era una conocida,
pero le alegraba que les cayera bien. Y que estuviera adaptándose tan
deprisa. Allí en Alaska, una persona tenía que ver la parte positiva de todo
para sobrevivir. Había muchas ocasiones en las que la naturaleza
mostraba el lado oscuro.
Adelantó a Mac, que estaba absorto mirando a la recién llegada, y
encabezó la marcha hacia la parte de atrás de la casa, donde se
encontraba la habitación de Alison.
Se detuvo en el umbral para contemplarla antes de aventurarse a
entrar. Su cuarto de Seattle era el doble de grande. Tenía una cómoda
recién barnizada y una cama de matrimonio con la colcha de aspecto más
cálido que había visto nunca. Entre la cama y la cómoda había una
alfombra tejida a mano por la asistenta, Asia.
Sydney entró a continuación y apenas había espacio para los tres.
Menos aún cuando Sara estaba abriéndose paso a empujones. Sydney se
mordió el labio. Tal vez la habitación de invitados habría sido más
conveniente.
—Es pequeña —reconoció Sydney.
Alison se volvió para mirarla y a punto estuvo de chocar con Luc.
—Acogedora.
—Me gusta esta chica... Perdona, mujer —se disculpó Shayne,
dejando la maleta junto a la que ya estaba sobre la cama—. Vas a encajar
como un guante en este lugar.
Eso esperaba Alison. Al menos, durante el tiempo que fuese a
quedarse allí.
—Está bien, todo el mundo fuera —anunció Sydney. Se volvió y
empezó a empujar a Sara y a Mac hacia el pasillo. A Mac lo contrarió
especialmente, porque precisamente en aquellos momentos estaba
intentando entrar—. Shayne, tú también, antes de que consumamos todo
el aire disponible y Alison se asfixie.
Murmurando palabras de aliento, o de protesta en el caso de Sara y
de Mac, todos salieron de la habitación. Excepto Luc.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó, señalando las dos maletas.

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La palabra «ayuda» siempre la ponía en guardia. Alison se acercó a lo


que debía de ser el armario.
—Llevo colgando ropa desde que era lo bastante mayor para llegar a
una percha —contestó mientras giraba el pomo—. Siempre que haya
perchas —había varias diseminadas por la barra. Se puso manos a la obra
—. ¿Qué más se puede pedir?
Luc no tuvo ninguna duda, al ver cómo Alison abría las maletas, que
solo la estaba molestando. Se retiró con dignidad, retrocediendo hacia la
puerta.
—Está bien, entonces me iré para avisar de tu llegada y que puedas
conocer a todo el mundo.
Estuvo a punto de chocar con Ike, que acababa de asomar la cabeza
en la habitación.
—Podrá hacerlo en la fiesta de esta noche.
Alison dejó de colgar los vaqueros que había sacado de la primera
maleta. Miró alternativamente a Ike y a Luc.
—¿Fiesta?
—Claro, en tu honor. Los habitantes de Hades empleaban cualquier
excusa para reunirse. Una recién llegada era razón suficiente para
organizar una celebración —Ike vio la vacilación en los ojos de Alison. De
modo que, a pesar de su aspecto extrovertido, era tímida, pensó—. Tienes
que asistir, encanto. Todo el mundo querrá conocerte.
Alison había aceptado el hecho de que en Hades había pocas mujeres
y muchos hombres, y que tendría que atenderlos en la consulta de
Shayne; pero podría escudarse tras su uniforme y el cargo de enfermera.
Sin embargo, conocerlos en un ambiente festivo era muy distinto... y no
sabía si le iba a agradar.
Al mismo tiempo, no quería parecer distante. Tendría que convivir con
aquellas gentes durante, al menos, un tiempo. Convenciéndose de que
estaba viendo problemas donde no los había, intentó mantener la calma.
—¿Y dónde se supone que tendrá lugar esa fiesta?
—Donde celebramos todas las fiestas en esta ciudad... en El Salado —
contestó Ike con orgullo en la voz—. Mitad bar, mitad discoteca, es el local
de reuniones de Hades. Luc y yo somos los propietarios.
—Puedo pasarme a recogerte —se ofreció Luc, olvidando que no solo
era lógico, sino más fácil que Sydney y Shayne la llevaran con ellos a El
Salado. Para sorpresa suya, Alison asintió.
—Te lo agradezco —en aquel momento, creyó oír un pequeño llanto
lastimero. Miró a Luc—. ¿Es esa...?
—Por el ruido, yo diría que es Copito de Nieve —confirmó Ike—. Celine
tiene un llanto más grave.
—Aunque tiene fama de romper el cristal —intervino Luc.

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—Solo porque dejaste caer el vaso —le recordó Ike, y miró a Alison—.
A Luc no le gustan mucho los bebés llorones.
—Lo dice un experto —replicó Luc con ironía—. Hasta hace cosa de
unos meses, era más probable que limpiara la barra del bar con un pañal
que se lo pusiera a un niño.
Ike se cruzó de brazos.
—Voy a disfrutar de lo lindo cuando seas padre.
Las palabras despertaron el recuerdo de viejas heridas y de promesas
rotas.
—Entonces será mejor que esperes sentado.
Alison se sentía como si estuviera presenciando una conversación
personal que no le incumbía. Sabía que las palabras de Luc estaban
motivadas por el dolor sufrido tras el plantón de Janice. ¿Qué planes
habrían hecho juntos?, se preguntó.
No era asunto suyo, se dijo. Ya había pasado su propio infierno con
Derek, salvo que, en su caso, había sido ella la que no había podido
cumplir las promesas. No porque no hubiese querido, sino porque no había
podido. No podía.
«No sigas», le susurró su mente.
Se enderezó y miró a Luc.
—¿Por qué todo el mundo la llama Copito de Nieve? ¿Es muy pálida?
Luc rio.
—No, la primera vez que Sydney la sacó fuera, empezó a nevar
ligeramente y le cayó un poco de nieve en la mejilla. Sara dijo que parecía
un copito de nieve y se quedó con ese mote.
Sydney y Shayne aparecieron en el umbral.
—¿Te gustaría subir a ver a las niñas? —le preguntó a Alison—. Celine
está arriba, con Virginia.
—Me encantaría —repuso Alison con sinceridad.
—Entonces vamos —Sydney la agarró del brazo—. Cada vez llora con
más ganas.
—Buen trabajo, Luc —murmuró Ike mientras veía cómo las mujeres
subían las escaleras y se alejaban por el pasillo.
Shayne reconocía el tono de Ike por lo que era: admiración, pura y
simple. Su mejor amigo no le preocupaba, Ike estaba locamente
enamorado de su esposa, pero había muchos hombres solteros en Hades.
Hombres que se derretirían al ver a una mujer mucho menos atractiva que
la que Luc les había llevado. Miró a Ike con intensidad.
—Diles a todos que el primero que haga algo que pueda asustarla,
tendrá que vérselas conmigo.

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—Y conmigo —añadió Luc en voz baja. Los dos hombres se volvieron


para mirarlo—. Bueno, yo la he traído aquí. No le hablé de este sitio para
que sirviera de cebo para los lobos.
—Buena excusa —comentó Ike.
Luc no sabía si le agradaba lo que Ike estaba insinuando.
—Es la verdad.
—Como quieras —Ike sonrió fluidamente, con indolencia. Pero Luc no
quería que hubiera ningún malentendido.
—Oye, no estoy buscando pareja, ¿entendido?
Ike sabía que solo era un mecanismo de defensa. Y que se derretía
por Alison.
—¿No lo sabías? Precisamente cuando no se busca, es cuando se
encuentra.
Luc no lo seguía.
—¿El qué?
—El destino.
No era la palabra que Ike habría querido usar, pero Luc estaba un
tanto susceptible. Y su primo ya lo había pasado bastante mal aquellos
últimos días, por no hablar de hacía unas semanas, cuando había recibido
la carta de Jacob. Como no quería entablar una discusión, juzgó prudente
enmascarar un poco la verdad. Supuso que, en el fondo de su corazón, Luc
sabía de qué le estaba hablando. Y el corazón era el órgano clave en aquel
caso.
Luc se limitó a fruncir el ceño y a dejar pasar las palabras de su primo
como los delirios de un hombre felizmente casado. Se alegraba por Ike,
incluso lo envidiaba un poco, porque sabía que no tenía muchas
probabilidades de tener una relación como la suya. Sobre todo, si no se
exponía emocionalmente.
Pero hacía mucho tiempo que había aceptado su soledad.

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Capítulo 10

Y YO QUE creía que el club al que nos llevó Jimmy estaba atestado —
Alison movió la cabeza, estupefacta. Mirara donde mirara, no cabía más
gente entre las cuatro paredes del conocido bar—. ¿Cuántas personas
caben en El Salado?
Luc se echó a reír. La sala estaba tan concurrida que costaba ver los
adornos de las paredes. El alboroto reinante hacía imposible hablar sin
gritar.
—Seguramente, buena parte de Hades, si quisiéramos. El antiguo
dueño de El Salado lo construyó para dar cabida a todos sus habitantes,
por aquel entonces.
Alguien chocó accidentalmente con Alison por detrás y la empujó
contra Luc. El contacto desencadenó una oleada de calor, coronada de
placer... antes de que su mente reaccionara y se pusiera rígida. Hizo lo
posible por retroceder y fingir que no había sufrido un tumulto interior.
—Así que esto constituye una explosión demográfica.
—Puede decirse que sí. Y aquí viene uno de los habitantes más
antiguos de Hades para saludarte —Luc interrumpió su conversación para
hacer, una vez más, las presentaciones. En aquella ocasión, se trataba de
Hank Flecha Negra.
Hank, una mezcla de indio, esquimal y ruso, con una pizca de sangre
francesa, llevaba en Hades tanto tiempo como El Salado había estado
sirviendo bebidas, y parecía no haber envejecido nada durante todo esos
años. Era como si, en el caso de Hank, el alcohol hiciera las veces de
conservante.
Unos ojos pequeños, oscuros y sagaces contemplaron a Alison con un
brillo de regocijo y admiración, antes de saludarla con una inclinación de
cabeza y alejarse entre el gentío para pedir otra cerveza. No había dicho
ni media palabra.
Alison observó cómo Hank se perdía entre la masa. Un hombre captó
su atención y levantó una jarra hacia ella con un brindis nada silencioso.
Era la tercera vez aquella noche.
—Desde los mudos hasta los parlanchines, son un grupo muy
variopinto —declaró Alison. Luc siguió su mirada.
—Puede decirse que sí —se dio cuenta de que era Yuri el que había
levantado la jarra—. No dejes que empiecen a contarte historias, no
podrías irte nunca. No hay nada que les guste más que un nuevo oyente...
sobre todo, si se trata de una mujer.
Luc no pudo evitar hacer su propio escrutinio de Alison. Se había
puesto una blusa sencilla de color verde oscuro que dejaba los hombros al
aire, y unos vaqueros ajustados. De haber habido una guerra, ella habría

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sido por lo que los hombres habrían luchado, pensó. Y, seguramente, él se


habría enrolado en el ejército.
Volvió la cabeza y vio otro grupo de hombres junto a la barra. Eran de
la edad de Ike. Siete, en total.
—Creo que ya tienes un club de admiradores —señaló con la jarra
hacia el grupo de amigos, que miraban a Alison abiertamente mientras
conversaban. Era fácil darse cuenta de que les gustaba lo que veían.
Luc notó cómo se despertaba su instinto protector, a pesar de
sentirse tolerante y regocijado al mismo tiempo.
Llevaban allí dos horas y Alison tenía la sensación de que todos los
hombres capaces de andar, o de cojear, se habían acercado para ser
presentados... y la mayoría no se habían mostrado tan callados como
Hank. Había habido también un puñado de mujeres, esposas o hijas de los
anteriores. Pero Hades era una ciudad predominantemente masculina. Luc
ya se lo había advertido, pero en el fondo, Alison había creído que estaba
exagerando.
Al parecer, no.
No sabía si podría acostumbrarse a tener tantos hombres alrededor.
Le costaba trabajo relajarse.
Luc se sorprendió leyendo los pensamientos que pasaban por la
mente de Alison al ver cómo desviaba la mirada de la barra.
—¿Te incomoda?
—¿El qué? —Alison levantó la cabeza con brusquedad.
—Que te miren —tomó un sorbo de cerveza y se pasó la punta de la
lengua por los labios para librarse del rastro de espuma—. Yo diría que ya
tendrías que haberte acostumbrado.
Alison se dio cuenta de que lo estaba mirando fijamente, observando
cómo se humedecía los labios con la lengua. Inspiró profundamente antes
de preguntar:
—¿Por qué lo dices?
Luc se encogió de hombros. Le parecía evidente.
—Cuando una mujer es tan increíblemente hermosa como una
orquídea negra...
La comparación la dejó atónita.
—¿Como una orquídea negra?
—Ya sabes, una de esas flores tan singulares...
Alison no necesitaba que le explicara lo que era una orquídea negra.
Tenía una amiga que disfrutaba cultivándolas en su propio invernadero.
Requerían una paciencia infinita.
—¿Cómo sabes de la existencia de las orquídeas negras? —no se
había expresado bien—. Quiero decir...

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Luc sabía exactamente lo que quería decir, pero lo toleró con una
amable sonrisa.
—Las noches en Hades son largas. Suelo entretenerme leyendo. Te
sorprendería lo que se aprende en los libros. Además, ahora, con
Internet...
—¿Tienes ordenador?
Luc no se ofendió, pero le costaba trabajo contener la risa.
—Sí, los extraterrestres lo dejaron caer en mi casa cuando se dirigían
al Cuadrante Delta —sonrió—. En realidad, esto no es el fin del mundo.
Solo es una manera de hablar.
Luc observó cómo el rubor se extendía por las mejillas y el cuello de
Alison, hacia el escote de su blusa. Le pareció excitante.
—Lo siento, no pretendía insinuar... — vació la copa de vino que tenía
en las manos, para ganar tiempo—. ¿Puedo empezar de nuevo?
Luc negó con la cabeza, mientras tomaba la copa vacía de sus manos
y la dejaba sobre la mesa. Tuvo que rozarle los dedos para hacerlo, pero
era un contratiempo que podía tolerar.
—No, me gusta ver cómo te ruborizas.
Alison exhaló un largo suspiro. ¿Era ella o había subido la temperatura
del bar en los últimos minutos? Miró hacia la ventana. Todavía entraban
los rayos del sol, a pesar de la hora tardía.
—Todavía hay mucha luz. ¿Qué hora es?
Con tanta gente, era imposible ver las manecillas del reloj de pared,
pero Luc sabía que llevaban allí más de dos horas.
—Hora de que la luna hubiera salido, si estuvieras en Seattle. Pronto
será el día más largo del año.
—El día más largo —en Seattle, nunca le había llamado la atención la
duración de los días, aunque le gustaba el sol, le hacía sentirse segura.
Aunque en un local abarrotado de hombres, no bastaba—. ¿Qué tenéis ese
día, un minuto de noche?
—Más o menos —bromeó Luc—. ¿Lamentas haber venido?
—No —contestó Alison con sinceridad—. Solo intento orientarme.
Eso, Luc lo sabía, le costaría un poco. Lo mismo, pensó, que le
costaría a él acostumbrarse a tenerla cerca. Claro que para él no iba a
representar ninguna molestia.
Ike se acercó por detrás. Puso una mano en el .hombro a cada uno y
los miró alternativamente a los dos. Luego fijó la vista en Alison.
—¿Te diviertes?
—Sí, gracias —la respuesta era automática, pero también sincera.
—¿Puedo ofrecerte alguna cosa? —en realidad, había sido él quien
había organizado la fiesta. Eso lo convertía en el anfitrión, aunque Shayne

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y los demás habían insistido en correr con una parte de los gastos. Parecía
como si los mineros fueran a consumir su peso en cerveza.
Alison contempló a toda la gente que se movía de un lado a otro o
que formaba pequeños grupos. Le daba vueltas la cabeza.
—Papel y lápiz, para poder apuntarme todos los nombres.
—Ya te los aprenderás con el tiempo —la tranquilizó Ike, y luego le
guiñó un ojo—. Ellos ya se saben el tuyo. Yo que tú, esperaría ver la mitad
de estas caras mañana en la consulta. Así tendrás otra oportunidad para
recordar quién es quién —su sonrisa se amplió al distinguir a su mejor
amigo entre la masa. Estaba hablando con Marta—. Así tendrás ocasión de
ver a Shayne gruñón.
—¿Shayne? —Alison no podía creerlo; el médico le parecía un hombre
apacible—. ¿Gruñón?
—No lo puede remediar —asintió Ike con solemnidad—. Cuando
Sydney vino a Hades por primera vez, le echó una mano en la clínica y la
cola de hombres llegaba hasta la calle. A Shayne no le hizo ninguna gracia
—volvió a guiñarle el ojo—. El que avisa no es traidor, encanto.
Alison no sabía si un aviso bastaría para prepararla para tratar con
aquellas gentes.

Luc miró la hora en el reloj de pared del supermercado. Las once y


media, hora de tomarse un respiro. Llevaba trabajando cuatro horas
seguidas y necesitaba estirar las piernas.
Sobre todo, en dirección a la consulta. No estaría mal ver qué tal se
desenvolvía Alison. Después de todo, era responsable de ella...
Se interrumpió. Aquel sentimiento empezaba a parecerle demasiado
manido, aunque fuese cierto. Era responsable de Alison. Para bien o para
mal, no estaría en Hades de no, ser por él.
Se metió las manos en los bolsillos y salió a la calle.
No tardó mucho tiempo en ver la cola de hombres que desbordaba la
sala de espera de la consulta y se extendía por el porche de madera. Si
era para ver al médico o a Alison, no podía saberlo. Pero tenía una ligera
intuición.
La mina estaría parada.
Luc movió la cabeza mientras se aproximaba al edificio de una sola
planta.
—No había visto tantos hombres enfermos en la vida —anunció, a
nadie en particular. Aun así, obtuvo varias respuestas.
—Bueno, ahora que contamos con un equipo médico, no viene mal
hacerse una revisión.
—Sí. Sobre todo con esa enfermera.

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—¿No te gustaría tener ese trozo de cielo de desayuno?


Luc giró sobre sus talones con tanta rapidez para enfrentarse al
hombre que había hecho aquella pregunta, que el minero se creyó en
grave peligro. Isaac Wales levantó las manos a modo de tácita rendición.
—Solo era una broma, Luc. Ya sabemos que es tuya.
—No es mía —lo corrigió con aspereza. El hombre que estaba a su
lado pareció cobrar vida.
—Entonces, ¿está libre esa muñeca?
Maldición, tal vez hubiese sido un error llevar a Alison allí.
—No es una muñeca —había un tono de advertencia en su voz—, sino
una mujer. Y si alguno de vosotros lo olvida, tendréis que ateneros a las
consecuencias.
Nunca habían visto a Luc tan expresivo, tan protector. Boris Ivanoff
carraspeó.
—Aclárate: ¿está comprometida o no?
No lo estaba, pero decirlo podía producir algo parecido a una
avalancha. La discreción era la mejor arma, sobre todo en aquel caso.
—Eso depende de ella.
Su respuesta no tuvo el efecto deseado. Los hombres lo tomaron
como un reto.
No tenía sentido hablarles hasta que no se hubieran calmado. Se
abrió paso a empujones y la vio nada más entrar. Alison iba de la mesa de
recepción hasta la sala desde la que Shayne la había llamado para
ayudarlo con una inyección. Parecía estresada, pero radiante al mismo
tiempo.
Había hablado en serio al decirle que quería ayudar, pensó.
Cualquiera podía ver que Alison se nutría de la energía que generaba. Tal
vez todo saliera bien. Seguramente, podría manejar a aquellos hombres;
ninguno de ellos constituía una amenaza real. Y si algo se salía de su sitio,
Luc se ocuparía de ello. Se lo debía.
Alison supo que Luc acababa de entrar en la consulta. Había gente
suficiente para amortiguar sus pasos y cualquier movimiento evidente,
pero, pese a estar de espaldas a la puerta, lo había sentido. Algo había
cambiado: el aire, el ruido... Algo le había dicho que Luc estaba allí.
Le brindó una sonrisa a modo de saludo mientras se acercaba a ella.
—No me digas que tú también has sido víctima de una extraña
enfermedad.
Loa pacientes habían alegado tener dolores y molestias generales que
no podían achacarse a ninguna dolencia en concreto. Habían durado lo
bastante como para ser recibidos por el médico, y por ella, antes de salir
de la consulta.
Luc se metió los pulgares en los bolsillos de los vaqueros.

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—No, solo he venido a ver cómo te iba.


—Si el ritmo de trabajo fuese más rápido, pasaría la barrera del
sonido. Creía que habías dicho que aquí todo iba despacio.
—Así es normalmente —pero los hombres todavía no se habían
acostumbrado a su presencia y tardarían un tiempo. Después,
seguramente, las aguas volverían a su cauce—. Y así volverá a ser, dentro
de un mes, más o menos.
Shayne salió de su despacho. Era evidente que se le estaba agotando
la paciencia. Tenía en una mano un frasco de suero vacío y en la otra, una
jeringuilla.
—Los que hayan venido a ponerse la inyección del tétanos, que sepan
que nos hemos quedado sin vacunas —el sarcasmo se filtró en sus
palabras. Hasta aquel día, ninguno de los hombres había ido a ponerse la
vacuna, a pesar de lo mucho que los había sermoneado sobre la
importancia de protegerse de esa enfermedad. Parecía que la llegada de
Alison había tenido un efecto beneficioso desde el primer día—. No os
molestéis en volver hasta que me acerque a Anchorage a buscar más
dosis, a finales de semana —advirtió, pero solo uno de los hombres que
aguardaban en la sala de espera hizo ademán de marcharse. En ese
momento, Ike entró en la consulta—. ¿También tú? —nunca habría
pensado verlo aparecer por allí con el resto.
—He venido por si tu nueva enfermera quiere almorzar algo. Marta
me ha enviado como equipo de rescate, por si era necesario —se puso al
lado de Alison—. ¿Cómo lo llevas, encanto?
Alison paseó la mirada por los hombres antes de contestar.
—Estupendamente. Me gusta estar ocupada.
—Entonces estás de suerte —le dijo Shayne—, porque siempre hay
algo que hacer por aquí. Miró a Ike y a Luc y luego les señaló la puerta—.
Ahora, si sois tan amables de marcharos para que los profesionales
podamos seguir adelante con nuestro trabajo...
Ike pasó un brazo por los hombros de Alison y se sorprendió al ver
que se ponía rígida, ya que había estado siguiendo la broma hasta ese
momento.
—No querrás que te acusen de matar de cansancio a esta pobre
chica, ¿verdad?
—Mujer —interpuso Luc—. Les gusta que las llamen mujeres.
Alison se apartó y miró a los dos primos.
—Les gusta todavía más que las llamen por su nombre. Y detestan
que se refieran a ellas en tercera persona cuando están delante.
Luc comprendió que Alison tenía razón y lo reconoció.
—Lo siento.
—Eh, ya te tiene dominado —aulló uno de los hombres desde un
rincón de la sala de espera, y le dio un codazo al minero que estaba a su

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lado—. Se nota que ya tiene asumido quién lleva los pantalones en una
casa.
Ike arqueó una ceja con regocijo.
—Y si no, siempre puede ir a la tuya y tomar apuntes, ¿verdad,
Paddy?
Los hombres rieron. Molesto, pero incapaz de rebatir lo que Ike había
dicho, Paddy cerró la boca.
Luc llevó a Alison aparte y bajó la voz para que solo ella pudiera oírlo.
—En serio, si quieres parar para comer algo, podríamos ir a El Salado
ahora mismo —miró a Shayne, que estaba ocupado haciendo pasar al
siguiente paciente—. Tienes derecho a una hora para almorzar.
—No, pero gracias de todas formas. Ya comeré después. Tengo
muchas cosas que hacer —quería acostumbrarse al trabajo, a la rutina de
la consulta. Aquella era la primera vez que ejercía como enfermera fuera
de la escuela y quería dejar su impronta. Sobre todo, no quería que
Shayne se arrepintiera de haberla contratado.
—Como quieras —repuso Luc, y acto seguido se marchó.

Regresó un cuarto de hora después.


Había ido al supermercado, donde le había preparado una ensalada y
un sándwich de pavo y ternera. Había estado contemplando la idea de
acondicionar un rincón de la tienda como comedor en el que servir
almuerzos. No para competir con El Salado, sino para dar opción a la
gente a comer en un lugar tranquilo, si así lo deseaban. Sabía que algunas
mujeres de Hades agradecerían la oportunidad de almorzar lejos del
alboroto que armaban los mineros cuando frecuentaban el bar. La
expansión tenía su sentido, incluso en un lugar como Hades.
Le llevó el almuerzo y una lata de refresco en una bandeja. Como no
quería enfrentarse a los comentarios de los hombres que esperaban en la
sala, utilizó la puerta de atrás de la consulta. Al entrar, se encontró con
Shayne, que estaba saliendo de una de las salas de examen. Shayne vio la
bandeja y sonrió.
—Puedes usar mi despacho, si quieres.
Luc no quería darle la impresión de que estaba esperándola. Además,
no quería que Alison lo pensara. Empezaba a darse cuenta de que eso la
ponía nerviosa.
Entró en el despacho de Shayne, dejó la bandeja y salió.
—Dile que tiene el almuerzo, para cuando le apetezca. Tengo que
volver a la tienda.
Aquello, pensó Shayne mientras veía cómo Luc se alejaba, iba a llevar
su tiempo. Pero así era en la vida con todas las cosas que merecían la

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pena. Sonrió para sus adentros. Ya imaginaba la cara que pondría Sydney
cuando se lo contara. Por una vez, se había adelantado a ella en lo que a
chismes se refería.

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Capítulo 11

POR SUPUESTO que a Luc le gusta Alison. Hasta un tonto puede verlo
—Sydney se paró para mirarlo y le dio una palmadita en la cara con
afecto. Se ponía tan gracioso cuando intentaba estar al corriente de las
cosas—. No quiero decir que tú seas tonto, cielo, pero a veces, no te das
cuenta de lo que pasa a tu alrededor.
Shayne la siguió por la cocina mientras ella preparaba la cena. Era el
cumpleaños de la nieta de Asia y Sydney había dado el día libre a su
asistenta. La indignación lo animó a desafiarla.
—¿Por ejemplo?
Sydney cerró la puerta de la nevera y lo miró a los ojos con humor.
—Está bien. Lo que yo sentía por ti. Tenía razón.
Shayne frunció el ceño, pero se negó a rendirse sin pelear.
—Dime otro.
Sydney se echó a reír y le dio un rápido beso en los labios antes de
centrarse en el asado que les había prometido a los niños,
—No sigas, Shayne, tengo mucho que hacer.
Shayne se dejó caer en una silla, delante de las patatas para el puré,
y empezó a pelar una.
—Entonces, ¿todo el mundo lo sabe?
—No, todo el mundo no. No creo que él lo sepa.
—¿Quién?
—Luc.
—Ah —aquello no tenía mucho sentido para él, pero suponía que no
era la persona más indicada para pronunciarse sobre el tema. Shayne
optó por seguir pelando las patatas. Era más seguro y mucho menos
confuso.

Debería haberse puesto un sombrero, como Sydney había sugerido.


Pero no estaba acostumbrada a llevarlos, ni siquiera en invierno. A fin de
cuentas, era verano, y el sol le abrasaba la cabeza hasta límites
insospechados.
Alison se pasó el dorso de la mano por la frente para secarse las gotas
de sudor y frunció el ceño. El sedal pendía de la caña y se adentraba en el
agua, inmóvil, casi inerte, desde hacía una eternidad. Lo bastante para
que el sol aclarara sus cabellos castaños.

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Contempló al hombre que estaba sentado a pocos pasos. Medio


tumbado, era la descripción más exacta. Daba la impresión de que la caña
que sostenía entre las manos solo era una excusa, y no la razón principal
de aquella excursión.
Cuando Alison exhaló un suspiro de exasperación, Luc volvió la
cabeza para mirarla.
—¿Estás seguro de que no estoy haciendo nada mal?
Una lenta sonrisa se dibujó en sus labios. Era la chica de ciudad que
llevaba dentro la que hablaba, pensó Luc, la que quería todo al momento.
No habían ido allí para eso. Luc había creído que la excursión le permitiría
descansar del ritmo frenético de la clínica. Después de dos semanas de
aclimatación, pensó que el descanso le sentaría bien.
—Requiere paciencia —se incorporó—. A veces, los peces pican y
otras veces, no —señaló el espacio vacío que había a su lado, sobre la
hierba—. Yo tampoco he pescado nada. Tú fuiste la que quería probar —
Luc lo había sugerido, como una idea que llevar a cabo «algún día». Alison
había sido la que había convertido el «algún día» en «ya»... como él había
imaginado que haría.
—Lo sé, lo sé —no le estaba echando la culpa—. Pero pensé que sería
más productivo.
Luc señaló el arroyo. Una cadena de montañas se reflejaban en el
agua. En conjunto, era un escenario idílico, que inspiraba paz a cualquiera
que lo mirara.
Casi a cualquiera, pensó, mirando a Alison otra vez.
—Esto es parte del ritmo pausado del que te hablaba el otro día. Se
supone que debes relajarte —señaló la caña con la mirada—. La pesca es
secundaria.
A, Alison le gustaba tener éxito en lo que hacía. Lo necesitaba. Se
pasó la lengua por el labio inferior. Seguramente, Luc pensaría que era
una pesada, pero no podía evitarlo.
—¿Y si necesitara pescar para comer?
—Entonces, tendrías un grave problema —contestó Luc con humor en
la voz. Quería que Alison disfrutara, no que se frustrara—. Oye, si prefieres
que lo dejemos por hoy...
Alison lo interrumpió levantando la mano. Se arrepentía de lo que
había dicho.
—No, tienes razón. He venido para disfrutar y ver cómo se divierten
los habitantes de Hades, cuando no frecuentan El Salado... o se congregan
en la sala de espera del médico para echar un vistazo a la recién llegada.
El interés estaba perdiendo fuerza. Hasta aquel momento, por lo que
Luc había oído, Alison no había aceptado ninguna de las invitaciones con
las que la habían abrumado. El veredicto había sido que era tímida y que
solo sería cuestión de tiempo. Y si algo tenían los hombres de Hades era
paciencia.

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—Hacen más lo primero que lo segundo —repuso Luc, aunque, a decir


verdad, podía comprender que cualquiera se pasara las horas mirándola.
—Supongo que es natural sentir curiosidad por una desconocida —le
dijo Alison. En realidad, no podía quejarse. Todo el mundo había sido
increíblemente amable con ella.
Pero deseaba no sentirse tan nerviosa cuando Luc la miraba. Después
de todo, era normal mirar a la persona con la que se hablaba. Aunque con
Luc, era como si pudiera sentir su mirada en la cara, en la piel...
Se liberó de aquella sensación.
—Háblame de tus planes para la tienda.
Luc vio cómo cambiaba de tema y se preguntó qué la habría
impulsado a hacerlo.
—Nada del otro mundo, lo que te comenté el otro día. Estoy pensando
en poner una barra para servir almuerzos a las madres y sus hijos.
Por lo que Alison había visto hasta entonces, a no ser que los clientes
acudieran del poblado de esquimales que había en las afueras de la
ciudad, el número no era muy elevado.
—No harás mucho negocio —comentó.
—El suficiente —Luc no tuvo que considerar la respuesta—. Además,
el objetivo no es «hacer negocio» o ganar dinero, sino dar a la gente la
oportunidad de elegir —años atrás, recordaba haber oído quejarse a su
madre porque no había ningún lugar en Hades donde una mujer pudiera
hablar con otra sin tener a un hombre a su lado. La tienda podía ser ese
lugar—. Estaría destinado a mujeres que quieren pasar un rato juntas,
lejos de los hombres —Luc pensó que eso lo entendería mejor.
Alison agradecía aquella propuesta más de lo que Luc podía
sospechar, pensó. Ladeó la cabeza y estudió su rostro. Aquel hombre era
una caja de sorpresas.
—Es todo un detalle por tu parte.
Luc se limitó a encogerse de hombros y desviar la mirada. Los
cumplidos siempre lo incomodaban. Vio cómo se movía el sedal de Alison.
—Oye, creo que has pescado algo.
Alison sintió que el sedal se ponía tenso justo cuando Luc la ponía
sobre aviso. Estuvo a punto de soltar la caña.
—¡Sí! —sujetó la caña con fuerza, pero se dio cuenta de que eso no
bastaba. Lo que estaba al otro extremo del sedal tenía fuerza—. Caramba
—el pez la arrastró hasta la orilla—, no va a rendirse sin luchar —se sintió
intranquila pese a ponerse en pie. No podía frenar—. ¡Luc!
Un segundo después estaba detrás de ella, rodeando la caña con los
brazos. Y a ella también.
—Suelta. Yo lo sacaré por ti.
—Ni lo sueñes.

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Luc detectó entusiasmo en su voz y la comprendió. Había un desafío


en luchar contra la naturaleza por la supremacía. Pero también sabía que
su presa la arrastraría al agua de un momento a otro. No era un pececillo
lo que había atrapado.
Cerró las manos en torno a las de ella y sumó su fuerza a la de Alison.
Intentó no fijarse en que su pelo castaño le rozaba el rostro. Unido a la
suave fragancia que Alison se ponía todas las mañanas, empezaba a
sentirse un poco aturdido. Empezaba a dejarse invadir por el deseo.
—¡Tira! —le gritó Alison.
—¡Eso hago!
Los músculos de sus bíceps se endurecieron. Como estaba entre sus
brazos, a Alison le costaba trabajo no darse cuenta y, más aún, no sentirse
alterada por ello. Con esfuerzo, se concentró en el pez y no en el hombre.
—¡Tira con más fuerza, lo estamos perdiendo! —gritó Alison.
Luc tenía el cuerpo completamente rígido.
—No te preocupes.
Pero seguían avanzando hacia la orilla. Alison gritó con sorpresa al
sentir el agua en las pantorrillas La nieve de las montañas acababa de
derretirse y el agua estaba casi helada. Luc oyó cómo le castañeteaban
los dientes.
—Enrolla el sedal —le ordenó—. ¡Enróllalo!
—¡Eso intento! —insistió Alison con los labios apretados.
Con las manos en torno a las de Alison, Luc tiró de la caña con todas
sus fuerzas. Alison perdió pie y los dos cayeron de espaldas sobre la orilla.
Luc soltó la caña para suavizar la caída de Alison y, sin saber cómo, acabó
abrazándola. El contacto fue aún más desestabilizador que el agua helada.
El cuerpo de Alison era blando y tentador. Unas carcajadas de
frustración se elevaron en el aire, pero se extinguieron en cuanto los dos
se miraron a los ojos.
Ya no había cabida para la risa.
Era difícil saber quién besó a quién. A Luc le habría gustado pensar
que el impulso había surgido de ambos, pero pensaba que seguramente
había sido él quien inició todo.
En realidad, no importaba.
Fuese como fuese, se sorprendió besándola en los labios... y sus
venas se llenaron de fuego líquido. Había visto arder petróleo en una
ocasión, y aquello era parecido: un fuego indomable, brillante y fuera de
control.
Salvo que Luc sabía que no podía ser. Había algo en ella que le decía
que no estaba preparada, a pesar de lo dulce que sentía su cuerpo sobre
el de él, a pesar de lo sugerente que era el beso. Y él nunca había forzado

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a una mujer. Nunca se le habría ocurrido intentarlo, a pesar de lo que


estaba en juego.
Alison sentía que la cabeza le daba vueltas otra vez. Se había dado un
golpe contra la barbilla de Luc al caer al suelo, pero eso no tenía nada que
ver. Le daba vueltas porque la estaba besando. Porque Luc había iniciado
aquella extraña reacción en cadena dentro de su cuerpo que le hacía
engañarse, como si realmente ella pudiera seguir adelante con aquella
pasión.
Sabía que no era posible. Creer lo contrario la había llevado al
matrimonio. Y había aprendido la lección, ¿no?
Lentamente, con el corazón desbocado, Alison se incorporó, con las
manos en el pecho, jadeando. Movió la cabeza, como una nadadora
olímpica que se sacudiera el agua después de una carrera. Excepto que no
había ganado.
Hizo un esfuerzo sobrehumano para que Luc no se percatara del
tumulto que había en su interior. Con una sonrisa falsa en los labios, se
puso rápidamente en pie. Vio cómo la caña desaparecía arroyo abajo. El
pez había ganado. Claro que no se habría quedado con él aunque ella
hubiese ganado la batalla. Siempre había tenido intención de soltarlo.
Habría sido incapaz de verlo y, luego, comérselo.
Con cuidado, se sacudió las manos en los vaqueros.
—Creo que te debo una caña de pescar.
Le debía mucho más que eso, pensó Luc. Cualquier otro hombre
habría intentado cobrarse la promesa que había saboreado en sus labios,
presionándola lo justo para hacerla realidad. Pero él no era cualquier
hombre, sino Luc, y comprendía el miedo a tropezar dos veces con la
misma piedra. Seguramente, el marido de Alison la había amargado tanto
que no quería una nueva relación. Tenía que respetar eso. Diablos, ¿acaso
no estaba él en el mismo barco?
Tal vez no, se corrigió al mirarla a los ojos.
—Olvídalo. A mí también se me escapó. Creo que tendremos que
morirnos de hambre.
Alison se echó a reír, aliviada de que Luc hubiera cambiado de tema.
Y agradecida porque no la hubiera presionado, ni le hubiera dicho lo
mismo que Derek.
—No eres más que una calientahombres, ¿lo sabes? Una
calientahombres sin corazón.
Derek nunca lo había comprendido y ella no había podido
explicárselo. No con aquellas burlas.
—Me parece que no —se dio la vuelta y, agarrando a Luc del brazo, lo
condujo hacia el todoterreno—. Conozco un lugar estupendo en el que
preparan unas ensaladas maravillosas.

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A Luc le gustaba verla sonreír. Todo parecía iluminarse a su alrededor.


Agarró su caña, que permanecía en el suelo, allí donde la había dejado
cuando había corrido en auxilio de Alison, y se dejó guiar.
—¿De verdad? ¿Cómo se llama?

—Espera, hay algo que me gustaría darte. Quiero decir, que lo vas a
necesitar si vamos a fingir que somos marido y mujer.
Alison se dio la vuelta con curiosidad. Estaba a punto de entrar en la
casa de Shayne, después de que Luc la acompañara hasta la puerta, y ya
le había dicho adiós.
Había una alianza en la palma de su mano, y sus adornos florentinos
estaban desgastados por el tiempo y el uso, aunque todavía se podían
admirar a la luz. Durante un segundo, Alison sintió que se le paralizaba el
corazón. Lo miró a los ojos.
—Era de mi madre. Y antes, de mi abuela —entregarle a Alison el
anillo le hacía sentirse torpe, casi mudo. Lo había llevado en el bolsillo
todo el día, como había hecho antes de dárselo a Janice. No sabía por qué
se sentía azorado. Darle la alianza no significaba nada, en realidad—. Mi
padre se lo puso en el dedo y pronunció las palabras que los unieron para
siempre.
—¿Tu padre era pastor?
—No —sonrió Luc—. Pero era pleno invierno y la ciudad estaba aislada
por la nieve. No había forma de hacer llegar a un sacerdote y mi padre no
se sentía capaz de esperar mucho más tiempo. Pero no quería que mi
madre se sintiera como si estuviera viviendo en pecado, así que él mismo
celebró la ceremonia. Puede hacerse en casos extremos —le dijo a Alison
al ver que arqueaba una ceja con escepticismo—. Lo dice la Biblia, en
alguna parte —miró el anillo—. Lo llevó puesto hasta el día de su muerte.
Pensé que lo necesitarías para poder llevar a cabo la farsa.
A Alison le temblaba la mano cuando se la tendió. Luc le puso el anillo
lentamente, mirándola a los ojos.
—Ya está. Nos declaro marido y mujer de mentira.
Alison se quedó mirando el anillo mientras recordaba otras palabras,
otros votos que habían resultado ser igual de vacíos, de falsos.
—Veré si puedo acostumbrarme a llevarlo antes del lunes —musitó, y
entró corriendo en la casa.
Luc permaneció de pie, contemplando la puerta cerrada durante un
largo rato hasta que, por fin, se dio la vuelta y regresó al jeep. No sabía
cómo interpretar la expresión que había visto en los ojos de Alison.

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—¿Y bien?, ¿estás nervioso? —le susurró Alison a Luc mientras


permanecían de pie delante de su casa, esperando la llegada de sus
amigos.
El día anterior, después de salir de la consulta, había ido a la casa de
Luc por primera vez para familiarizarse con ella. En lo referente a
viviendas, no era muy grande, pero ya se había dado cuenta de que Luc
tenía pocas necesidades y aquella casa le iba como anillo al dedo. Se
erigía sobre un trozo de terreno que su padre le había dejado y que no
estaba lejos del supermercado; tenía una sola planta, con una amplia y
acogedora cocina y dos dormitorios.
Precisamente, el hecho de dormir en su casa era lo que la ponía
nerviosa, aunque intentaba no demostrarlo. Luc mantenía la vista fija en la
pareja que se acercaba.
—No hay por qué estar nervioso. Jacob es un viejo amigo. Y Janice
también.
Qué manera de suavizar la realidad, pensó Luc. Jacob no era solo un
viejo amigo, era un amigo al que había mentido. Y Janice nunca había sido
una amiga, sino una obsesión, el centro de su universo, y la había amado
tanto como podía amar un hombre. Ciegamente.
Y, en aquellos momentos, los dos caminaban hacia él, agarrados del
brazo. ¿Estaba preparado para vivir aquella mentira?

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Capítulo 12

ALISON estaba sentada a la mesa enfrente de Janice, tratando de


comer, intentando que sus pensamientos no se reflejaran en su rostro.
Había sentido una animadversión instantánea hacia Janice.
Cierto, no era del todo justo por su parte. Habitualmente, no era la
clase de persona que se precipitaba en juzgar a las demás. Pero, durante
las dos últimas semanas, pese a lo ocupada que había estado, el vínculo
que se había establecido entre ella y Luc en el callejón de Seattle se había
fortalecido. Sentía un afecto sincero hacia él, y lo respetaba por lo que era
y lo que estaba intentando hacer dentro de la comunidad.
No había duda de que era un hombre generoso. Era una cualidad
difícil de encontrar en una persona, y no le gustaba ver que alguien le
hacía daño.
Ike le había dicho de pasada que, precisamente, había sido esa
cualidad lo que había impulsado a Janice a arrojarse en brazos de otro
hombre. Un hombre con grandes aspiraciones materiales, dicho fuese de
paso. Y un hombre al que le gustaba viajar, mientras que Luc se
contentaba con estar en Hades.
Miró de soslayo a Jacob, antes de volver a fijar la vista en el plato. Al
percibir que Jacob la estaba mirando, hizo un esfuerzo por sonreír. No
podía culparlo por un rasgo propio de sus dos hermanos mayores. La
ambición y el deseo de mejorar no tenían nada de malo; eran cualidades
que ella misma había admirado. Pero de lo que sí podía culparlo era de
haber herido a Luc.
Tenía gracia pensar cómo protegía a un hombre que lo último que
parecía necesitar era protección. Pero no era la única. Si no, ¿por qué
había conspirado todo Hades para llevar a cabo aquella farsa? Para ayudar
a una persona a la que estimaban. Alison empezaba a comprender por
qué Luc sentía tanto cariño por Hades.
La tensión que le provocaba mantener aquella comedia, mientras
intentaba mantenerse natural, le estaba haciendo mella. Andaba a tientas,
intentando responder al nombre de Suzanne y no olvidar todos los detalles
que Luc y ella habían inventado. Pero no podía mostrarse afectuosa.
Le costaba sentir afecto cuando miraba a Janice. Era una mujer
imponente, no cabía duda. Rubia, de pelo liso, con un cuerpo de ensueño
y unos ojos del color azul intenso del mar.
Y le había roto a Luc el corazón.
Mientras seguía escuchando cómo los tres revivían episodios pasados,
Alison se levantó de la mesa y empezó a recoger los platos; todos estaban
vacíos menos el suyo. No se le pasó por alto la mirada intensa que Jacob le
dirigió a su esposa. Ni tampoco que Janice desvió la mirada.

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—¿Necesitas ayuda? —preguntó Jacob finalmente. Alison negó con la


cabeza.
—Solo voy a llevarlos a la cocina.
Luc recogió los platos de su lado de la mesa y la ayudó a llevarlos a la
cocina. Aunque parecía estar disfrutando de la compañía de sus amigos,
parecía también un poco preocupado. Seguramente, porque la mentira le
pesaba. Alison pensaba en él como en uno de los caballeros de la Tabla
Redonda.
—Las costillas estaban deliciosas —declaró Jacob mientras se
levantaban de la mesa y salvaban la corta distancia que los separaba del
salón de estilo rústico—. He comido en los mejores restaurantes del país y
puedo decir, con total sinceridad, que no las había probado mejores.
Durante un segundo, Alison dudó si aceptar o no el cumplido, y que se
quedaran convencidos de que era una gran cocinera, pero ya estaban
falseando demasiado la realidad, así que decidió ser sincera, y no porque
corriera el peligro de que Janice le pidiera la receta. Esa mujer parecía aún
menos inclinada que ella a entrar en una cocina.
—Bueno, el cumplido es para Luc —le dijo Alison. Le pasó, el brazo
deliberadamente a su «marido» y le agradó ver la leve sorpresa que se
reflejó en la mirada de este—. Él ha sido el que ha preparado la cena. Yo
solo he hecho de pinche.
—¿Cómo es que nosotros no podemos encontrar una pinche como
ella, Janice? —bromeó Jacob. Tomó asiento en el sofá y se colocó en una
esquina para hacerle sitio a su esposa.
Janice prefirió sentarse en un sillón. También optó por no responder a
la broma de su marido, y observó cómo Luc y Alison se sentaban en el
sofá, junto a Jacob. Con movimientos exagerados, entrelazó las manos en
el regazo y fijó la vista en Alison.
—¿Así que eres enfermera? —preguntó Janice. Alison asintió, pero,
antes de que pudiera decir nada, Janice ya había desviado la mirada hacia
Luc—. No dijiste que Suzanne fuera enfermera.
A Luc le costaba pensar en la mujer que tenía a su lado como en otra
persona que no fuese Alison. Al menos, después de pasar tres semanas
llamándola por ese nombre. Pensando en ella con ese nombre.
—Nunca surgió el tema —le dijo Jacob a su esposa, saliendo en
defensa de su amigo. Se puso cómodo soltándose el cinturón y levantó la
copa de vino que había llevado consigo hasta el sofá para hacer un brindis
por Luc. Alison se percató de la mirada ligeramente irritada de Janice. No
sabía si se debía al brindis que Jacob estaba a punto de proponer o al
cinturón que se había aflojado. Seguramente, a las dos cosas—. Por lo que
se ve, has progresado mucho —miró a Alison de reojo—. Luc no es muy
hablador, así que tuve que sacarle a Shayne la información antes de venir
aquí —Jacob miró a su viejo amigo—. Shayne me dijo que ahora eres el
dueño del supermercado y que estás pensando en comprar el cine.

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Luc se encogió de hombros vagamente. No le gustaba hablar de


negocios, sobre todo cuando no se habían concretado.
—Pensé que no sería mala idea. Wayne está escaso de dinero.
Jacob soltó una carcajada y tomó otro sorbo de vino.
—Wayne Hardgrove —movió la cabeza mientras recordaba las cosas
como habían sido hacía años—. Nunca pensé que se quedaría. En cambio,
tú siempre lo tuviste claro —no le extrañaba que Luc quisiera echar una
mano a Wayne, tanto económicamente como de cualquier otra forma. Así
era él—. Tu marido es el hombre más fiel que conozco —le confió a Alison
—. Cuando le gusta algo, no renuncia a ello por nada del mundo.
Si a Jacob le parecía un halago, a su esposa no. Janice jugó con su
copa de vino. El contenido no le llamaba la atención tanto como Luc.
Empezó a pensar en oportunidades perdidas y en la senda que no había
tomado. ¿Por qué siempre el otro lado de la valla parecía mucho más
tentador?
—¿Nunca lamentas haberte quedado aquí? —preguntó, inclinándose
sobre la enorme mesa de centro.
A Alison le pareció la pregunta clave de un debate inacabado que
habían mantenido no hacía tanto tiempo.
—¿Por qué iba a lamentarlo? —intervino Alison—. Tiene buenos
amigos y la satisfacción de ver crecer un lugar que siempre le ha llenado.
Todas las grandes ciudades del mundo empezaron siendo un simple
conjunto de casas.
Janice la miró con incredulidad. Aunque ella había cambiado de
pareja, no le hacía gracia que Luc hubiese encontrado a su media naranja.
La hería en su orgullo, aunque sabía que no era justo.
—¿Intentas decirme que Hades va a ser una gran ciudad?
Alison no sabía si Janice la estaba ridiculizando o solo estaba
replicando.
—No, lo que digo es que, básicamente, todos los lugares progresan
de la misma forma —no le importaba lo que Janice pensara de ella, pero le
molestaba que despreciara a Luc y la opción de vida que había escogido
—. No tiene nada de malo dedicar tus esfuerzos y tu tiempo a un lugar, en
lugar de a una cosa.
Jacob pareció levemente regocijado.
—Cuando dices una cosa, ¿te refieres a una empresa?
Alison no había tenido intención de ofenderlo. Tenía tendencia a
acalorarse y Luc no estaba alegando nada en su propia defensa. Como no
quería crear ningún malestar, dio marcha atrás.
—Lo siento, no pretendía despreciar lo que tú haces...
Jacob levantó una mano para cortar la disculpa.

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—No me has ofendido. Como ya he dicho, Luc ha progresado mucho


—eludió mirar a Janice, consciente de que su siguiente comentario la
estremecería. Pero era la verdad—. Y tal vez lo envidie un poco.
—¿Envidiarlo? —repitió Janice, estupefacta—. Por todos los santos,
¿por qué?
Janice nunca había visto la belleza en la sencillez. Pero claro, Jacob
nunca la había amado por eso. La amaba por su apoyo, por su ambición,
por su entusiasmo. Básicamente necesitaba a alguien así a su lado. Pero,
en aquellos momentos, estaba un poco cansado de su mundo y de sus
exigencias.
—Porque Luc no vive sobre una montaña rusa, ni corre el peligro de
quedar atrapado entre sus hierros —consciente de que parecía que estaba
hablando desde una tribuna, se interrumpió y soltó una carcajada—. No
me malinterpretes, no vendría aquí a vivir, ni renunciaría a todo aquello
por lo que he luchado. Pero, a veces...
Luc lo comprendía.
—A veces, necesitas un lugar al que poder retirarte. Para pensar.
—Siempre me has conocido mejor que yo —repuso Jacob, inclinando
la cabeza.
Luc miró a Janice y recordó el dolor, la herida que el tiempo había
cerrado.
—No, no siempre.

Siguieron charlando un rato. Luego, por insistencia de Jacob, y dado


que el cine era una novedad en Hades, fueron a ver el edificio. Una vez
allí, y como la hora era oportuna, decidieron entrar a ver la película.
Cuando regresaron a casa de Luc, era tarde y Jacob y Janice
empezaban a resentirse del desfase horario. Habían ido en avión desde
Nueva York.
Empezaba a atardecer, aunque apenas pasarían unas horas antes de
que el sol volviera a disipar la oscuridad. Jacob se quitó la chaqueta que
había llevado puesta toda la tarde.
—Creo que es hora de acostarse —miró a su esposa—. Me siento lo
bastante cansado para conciliar el sueño, para variar.
Janice rebuscó en su bolso y sacó un pequeño frasco de píldoras que
siempre llevaba en los viajes.
—Toma una, cariño.
Alison se fijó en la etiqueta. Eran tranquilizantes. La dosis era fuerte.
¿Cuánto tiempo llevaría Jacob tomándolas?, se preguntó.
—¿Tienes problemas para dormir? —le preguntó Luc.

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—Tengo demasiadas cosas en la cabeza —a Jacob no le apetecía


entrar en detalles a aquellas horas. Tal vez al día siguiente, cuando
estuviera a solas con su amigo. Siempre le había agradado hablar con Luc
—. Los negocios no se llevan solos.
Musitando que ya era hora de que delegara parte de sus
responsabilidades en otra persona, Luc condujo a Jacob y a Janice a su
habitación.
Luego caminó hacia la suya con sensación de asombro. Bajo la
fachada de progreso, Jacob seguía siendo el mismo. Y bajo su vistosa
fachada, pensó Luc, Janice era una mujer a la que nunca había conocido.
Al verla, había revivido momentáneamente lo que sentía por ella. Pero al
oírla, aquellos sentimientos se habían extinguido.
Nada ocurría porque sí, pensó. Tenía suerte de que Janice se hubiese
dado cuenta de lo incompatibles que eran y hubiera buscado a alguien
más acorde con sus necesidades. De haberse casado, se habrían hecho
desgraciados en menos de un mes.
La puerta de su dormitorio estaba entreabierta. Llamó y la abrió de
par en par. Alison se dio la vuelta para mirarlo. Llevaba uno pijama
demasiado grande para ella. Era la antítesis de la tentación.
Alison se dijo que estaba siento una estúpida, que no tenía motivos
para sentirse nerviosa, como si estuviera a punto de caminar por un suelo
lleno de arañas. Aquel era Luc, y no le había dado ningún motivo para no
confiar en él. Pero no conseguía controlar el miedo.
—Mmm... no hemos llegado hablar de cómo dormiríamos —intentando
no parecer una adolescente, Alison señaló la cama con la cabeza.
Luc se desabrochó los botones de la camisa y se la sacó de los
vaqueros.
—No hay nada de qué hablar. Di por hecho que tú dormirías en la
cama y yo, en el suelo —se acercó al armario, sacó una colcha y la arrojó
junto a la cama de matrimonio.
Alison desvió la mirada cuando Luc se desabrochó el cinturón y se lo
sacó de las trabillas. Luc dudó si ponerse los pantalones del pijama con los
que solía dormir, pero pensó que Alison se sentiría mejor si se quedaba en
vaqueros.
Al no oír ningún ruido, Alison se aventuró a mirar y vio que Luc había
dejado de desnudarse. Como se había comportado como un caballero, sin
ningún alarde ni protesta, se sintió obligada a hacer su propio
ofrecimiento. A fin de cuentas, aquella era la habitación de Luc.
—La cama es lo bastante grande para los dos.
—En eso pensó mi padre cuando la compró para mi madre y para él —
repuso Luc con una sonrisa.
Seguramente, pensaría que era una novia virginal. «Y, a todos los
efectos, ¿no lo eres?», se dijo Alison. Lo intentó otra vez.

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—Lo que quiero decir es que los dos somos adultos y no hay razón
para que no podamos compartir una cama con madurez —la señaló con
impaciencia—. Tú duermes en un lado y yo, en el otro —lo miró a los ojos
con férrea resolución—. No tiene por qué pasar nada.
«No, no tiene por qué», pensó Luc, pero existía la posibilidad de que
así fuera. Eso era lo que Alison estaba pensando. Lo sabía a pesar de que
ella no había rehuido su mirada al entrar.
—Está bien —tomó la colcha del suelo y la arrojó sobre la cama. Tal
vez Alison se sintiera mejor si cada uno dormía con su propia manta—.
Pero recuerda que ha sido idea tuya —fingió estudiarla con atención—. No
estarás pensando en seducirme, ¿verdad?
—No —a pesar de lo nerviosa que estaba, Luc había conseguido
arrancarle una sonrisa.
—Entonces, a dormir —se tumbó en la cama, se cubrió con la colcha y
cerró los ojos.
Como una persona que se adentrara con recelo en el agua, Alison se
metió lentamente en la cama, junto a él. El hecho de que tuvieran colchas
distintas no servía de nada. Estaba a escasos centímetros de distancia y
podía oír su respiración.
Hacía dos años que no compartía la cama con un hombre. Y, por
aquel entonces, hacia el final de su matrimonio, había sido un nido de
hostilidad y recriminaciones. Intentó conciliar el sueño, pero no pudo.
—¿Luc?
—¿Mmm? —daba la impresión de estar bastante adormilado.
—¿Qué veías en Janice?
La pregunta lo despertó. Se dio la vuelta para mirarla con expresión
inquisitiva. Su rostro estaba apenas a unos centímetros de distancia.
Alison podía notar su aliento en la mejilla. Sintió cierta tensión en el
estómago... y en la entrepierna.
Notó cómo se le aceleraba el pulso.
Nerviosa, se humedeció el labio inferior con la punta de la lengua
antes de mordérselo.
—Quiero decir, aparte de lo obvio. Es hermosa y todo eso, pero
parece tan, no sé, tan materialista —hablaba más deprisa con cada
palabra—. Como si lo único importante fuera el dinero, y eso no siempre
es así. Lo más importante deberían ser los sentimientos y...
Estaba balbuciendo y lo sabía, pero sentía una repentina necesidad de
hablar, de dejar que la retórica llenara el espacio que había entre ellos. Así
no podría oír lo fuerte que le latía el corazón ni pensaría en lo mucho que
deseaba que Luc la abrazara. Y la besara.
Luc se apoyó sobre el codo y la miró a la cara. Sentía cómo el deseo
cobraba fuerza en su interior, como un jugador de rugby que se
abalanzara hacia la meta del equipo contrario.

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—¿Alison?
—¿Sí? —más que hablar, tosió, tan seca tenía la garganta.
—¿Crees que puedes dejar de hablar durante, al menos, un segundo?
Ella se quedó sin aliento.
—¿Por qué? —preguntó con voz ronca—. ¿Porque quieres dormir?
La sonrisa que asomó a los labios de Luc fue lenta y sensual.
—No exactamente.
Y, de repente, aquella sonrisa estaba en los labios de Alison. Luc
enredó los dedos en sus mechones rizados y la besó. La besó porque, en
aquel momento de su vida, no deseaba nada más.
Como una cerilla arrojada a un polvorín, el fuego se encendió en su
interior.
Alison sintió cómo todo su cuerpo se aceleraba, ardía... se derretía.
Las sensaciones, tentadoras y deliciosas, emergieron para saludarla. Para
sorprenderla. Sin pensar, le rodeó el cuello con los brazos y se entregó al
beso y a las sensaciones eróticas que este suscitaba.
Y, de repente, con la misma rapidez, aquellas sensaciones se
sumieron en las sombras, cediendo paso a los recuerdos, que dominaron
su mente... y paralizaron su cuerpo.
Alison empezó a temblar.
Luc se percató del cambio. Había sentido cómo Alison se entregaba a
él, presa de la pasión. Aquello no era lo mismo. Preocupado, la apartó.
—Alison, ¿qué te pasa? —vio la mirada de terror en sus ojos. Alison
movía la cabeza de un lado a otro, conteniendo las lágrimas.
—Nada.
Luc no comprendía lo que estaba pasando. No la había forzado a
nada. Pero claro, había distintas maneras de definir la palabra «forzar».
Tal vez, a Alison se lo había parecido.
No quería que tuviese miedo de él. No quería que pensara que corría
peligro. Se tumbó de espaldas en su lado de la cama y fijó la vista en el
techo.
—El beso se me ha ido un poco de las manos.
Preparada para oír cómo la insultaba, Alison se quedó estupefacta al
ver que no lo hacía. No podía alegar nada, ni decir nada. Las palabras solo
servirían para empeorar las cosas. Apretó los labios y se dio la vuelta
antes de que Luc pudiera ver las lágrimas en sus ojos.
Si seguía disculpándose, solo conseguiría agravar la situación, pensó
Luc, así que le dio la espalda a Alison y trató de conciliar el sueño. Tal vez
a la mañana siguiente podrían aclarar lo ocurrido.

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Un ruido penetró en sus sueños, el aullido de dolor de un animal


herido.
No, no era un animal y tampoco estaba herido. El esfuerzo por
desvelar el misterio lo arrancó de su sueño. Con los ojos todavía cerrados,
Luc se quedó escuchando. ¿Sería el viento?
No, enseguida supo que no. El viento no lloraba. Olvidando que no
estaba solo en el cuarto, se volvió hacia el centro de la cama. En cuanto lo
hizo, se acordó.
Pero no había ningún cuerpo contra el que chocar. La cama estaba
vacía; las sábanas, frías. Se incorporó y miró a su alrededor.
Aunque debía de ser la una de la madrugada, ya estaba amaneciendo
y los grillos empezaban a concluir su sinfonía.
Había alguien sentado en el asiento contiguo a la ventana. Alison. Se
sujetaba las piernas con los brazos y apoyaba la cabeza sobre las rodillas,
como si quisiera empequeñecer... desaparecer.
Ese era el sonido. Estaba llorando.
Al verla, Luc se debatió entre respetar su soledad o consolarla. Pronto
fue incapaz de verla sufrir de aquella manera, fuese cual fuese el motivo,
y se acercó adonde estaba. Alison ni siquiera pareció darse cuenta de que
estaba a su lado. Con mucha suavidad, le pasó la mano por el pelo.
—¿Alison?
Alison se revolvió como si hubiese utilizado un hierro candente, pero
no levantó la cabeza. No podía.
—Vete. Ahora no puedo hablar contigo.
—Nadie te pide que hables —conmovido, inducido únicamente por el
deseo de suavizar su dolor, Luc empezó a rodearla con los brazos.
Alison se resistió, golpeándole el pecho con las manos para apartarlo
de su lado. Al ver las lágrimas que surcaban sus mejillas, a Luc se le
encogió el corazón.
—He dicho que te vayas, no quiero que me veas así —seguramente,
Luc pensaba que estaba loca. Tal vez lo estuviera. Alison ni siquiera sabía
por qué lloraba, solo sabía que no podía controlar las lágrimas.
Pero Luc no estaba dispuesto a dejarla sola. La sentó sobre su regazo
y se acomodó en el sillón.
—Calla —susurró junto a su pelo—. Ni siquiera te darás cuenta de que
estoy aquí.
Lentamente, como una brisa de verano en la playa, su tono
tranquilizador calmó la agitación de su alma. Alison dejó de resistirse y
aceptó el consuelo.
—Me siento tan estúpida...
—Todos nos sentimos así a veces —le dijo Luc en voz baja.

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Estaba siendo tan comprensivo que Alison se sentía culpable y más en


conflicto que en los dos años que había estado con Derek. Porque Derek la
había insultado y despreciado cada vez que perdía la paciencia. En el
fondo, ni siquiera podía culparlo por ello. ¿Cómo podía? Derek había creído
que tenía una esposa.
—Lo siento, Luc.
Luc sabía que lo sentía, aunque no comprendía a qué se debía su
agonía, solo que lamentaba que lo estuviera afectando a él.
—Calla, no tienes que disculparte por nada. Por nada —siguió
abrazándola, meciéndola ligeramente, hasta que se quedó dormida en sus
brazos.
Luc apoyó la mejilla en su pelo y concluyó que había peores formas de
pasar la noche.

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Capítulo 13
ALISON no tuvo tiempo de hablar con Luc y disculparse.
Los dos días siguientes fueron un torbellino de actividad, incluso para
una ciudad tranquila como Hades. Aunque Shayne le había sugerido que
se tomara la semana libre, Alison había declinado el ofrecimiento,
pensando que sería más seguro seguir trabajando. Así tendría menos
posibilidades de dar un mal paso con Jacob y Janice.
Y menos oportunidades de hacer lo mismo con Luc.
En el fondo, daba gracias porque las exigencias de su trabajo y de su
papel de anfitriona postergaran la disculpa que le debía a Luc... y
cualquier pregunta que este quisiera hacerle.
Alison no dudaba de que Luc era un hombre maravilloso. Pero
también había pensado lo mismo de Derek. La maravilla perdía su fulgor
cuando se enfrentaba a la misma situación frustrante día tras día. En
realidad, no podía culpar a su ex. Todo era culpa de ella.
Había una barrera en su mente, una barrera que no podía traspasar
por mucho que lo deseara. Se quedaba paralizada, lejos del alcance de
cualquiera. Y, si alguna vez había querido que la alcanzaran, era en
aquellos días...
No tenía sentido pensar en ello, se dijo Alison mientras aparcaba el
jeep delante de El Salado. Ya llegaba tarde. Además, sabía que la mitad de
Hades estaría en el bar. Si entraba como si acabara de volver de un
funeral, correría la voz como el fuego por una pradera seca. La gente
empezaría a preguntarle qué le pasaba. Allí eran así de perspicaces.
Decidida a comportarse como la feliz recién casada que Luc se
merecía, bajó del vehículo y se acercó a la entrada del local. Inspiró
profundamente, empujó la puerta y se sintió absorbida de inmediato.
No había otra forma de describirlo. El Salado le abrió los brazos en
cuanto traspasó el umbral, dándole una cálida bienvenida. Lo mismo que
la primera vez que había entrado allí. Era un lugar alegre y acogedor que
emanaba afecto y camaradería. Le agradaba que Ike y Luc fueran los
dueños.
Ya solo tenía que encontrarlos, a ellos y a los demás.
Los localizó enseguida. Jacob y Janice ocupaban la mesa central del
local, mientras charlaban con viejos conocidos. El lugar estaba atestado de
personas. Allí era fácil olvidar que Hades era víctima de la emigración.
Buscó su propio grupo de rostros familiares. El nerviosismo del primer
día había desaparecido, y empezaba a conocer a la mayoría de la gente de
vista, gracias al amplio número de supuestos pacientes que desfilaban por
la consulta de Shayne.
Sobre todo, reconoció, estaba buscando a Luc.

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Él la encontró primero. Se acercó por detrás, deslizó un brazo por su


cintura y le dio un beso en lo alto de la cabeza.
—Hola. Conseguiste venir.
Alison se sobresaltó, luego hizo un esfuerzo por relajarse. Cada vez,
pensó, le resultaba más fácil.
—Sí.
Luc la mantuvo agarrada.
—Pensé que a Jacob y a Janice les parecería más natural, como si
estuviéramos casados de verdad —susurró junto a su oído.
—Buena idea —murmuró Alison—. Y gracias por dejarme el jeep. Me
ha gustado sentarme otra vez detrás del volante —sonrió—. Nunca pensé
que llegaría a decirlo, pero echo de menos conducir.
—A veces, es la obligación lo que elimina el placer.
Alison lo miró con aspereza. ¿Intentaba decirle algo? Desechó la idea
enseguida. Solo estaba haciendo una observación general. No podía saber
el giro que había dado su matrimonio. Ni siquiera sabía que había estado
casada. Alison señaló la mesa central.
—Parece que se divierten —los miró con más atención y matizó su
impresión—. Al menos, Jacob.
Jacob siempre había sabido divertirse, cuando se olvidaba de sus
metas.
—Siempre le gustó este sitio —recordó Luc—. Aunque no ofrecía
suficientes oportunidades para él.
Alison se volvió para mirar a Luc, consciente de que todavía tenía la
mano en su cintura. Le gustaba sentirla allí.
—Pero las había para ti —no era una pregunta. Luc se encogió de
hombros y la condujo hacia la mesa.
—Buscábamos cosas diferentes.
—¿Y ya has encontrado lo que buscabas? —preguntó Alison, presa de
la curiosidad. Luc la miró de arriba abajo, desencadenando oleadas de
placer por todo su cuerpo.
—Estoy en ello.
Antes de que Alison tuviera tiempo para preguntarle lo que era «lo
que buscaba» exactamente, Ike se acercó y le plantó un rápido beso de
primo.
—Ya era hora de que llegaras —le acercó una silla. El resto la saludó
mientras se sentaba, aunque Alison se dio cuenta de que Janice lo hacía
con cierta frialdad.
—Tenía algunas cosas pendientes —explicó Alison.
—Te hace trabajar como una esclava, ¿verdad, cielo? —sin darle
tiempo a salir en defensa de Shayne, Ike colocó una copa de coñac

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delante de ella. Estaba llena de un líquido espumoso de color rosado—.


Toma, quiero que pruebes esto y me digas si te gusta.
Parecía tentador. Alison giró la copa ligeramente sobre su pie. La luz
del techo centelleaba en su superficie.
—¿Qué es?
—Una bebida que inventé para Marta. La llamo Sonrisas —Ike señaló
la sala con la mano. Por cada mujer, había siete hombres—. No tengo
muchas oportunidades de servirla. Tómatela y dime qué te parece. Te
pondrán rosas las mejillas.
—Y un zumbido en la cabeza —añadió Marta, y se echó a reír. Con una
sonrisa, Ike rodeó a su esposa con el brazo y la apretó contra él.
—No tienes por qué tomarlo si no quieres —dijo Luc, que se había
sentado a su lado. Seguramente, Alison prefería vino; era lo que había
tomado en Seattle. Fue a quitarle la copa—. Te traeré otra cosa.
—No, no importa —Alison lo detuvo—. Me gusta probar cosas nuevas.
—Tienes una mujer poco corriente, amigo —cloqueó Paddy por detrás.
Pasó al lado cojeando, apoyándose en la muleta y asiendo con fuerza su
jarra de cerveza.
Sintiéndose el centro de atención, Alison tomó un sorbo de la bebida.
A medida que el líquido descendía por su garganta, una sensación cálida y
reconfortante se extendía por todo su cuerpo.
—Está bueno.
Exultante, Ike no se molestó en ocultar su triunfo al mirar a su primo.
—Ya te dije que le gustaría.
—Va a estar insoportable —le dijo Luc a Alison.
—Ya lo está —replicó Marta, que abrazó a su marido y apoyó la
cabeza sobre su hombro—. Sobre todo, ahora que acaba de saber que va
a ser padre.
—Pero si ya lo es —señaló Alison. Marta sonrió de oreja a oreja.
—Sí, pero esta vez lo ha hecho a conciencia.
Los hombres que estaban al lado de Marta silbaron. Todos pasaron al
lado de Ike para darle la enhorabuena y una palmadita en la espalda, pero
Alison se percató de que la mirada que Jacob le dirigía a Janice contenía tal
solemnidad que casi dolía verla. Volvió la cabeza antes de que ellos se
dieran cuenta.
Elevó la copa en el aire y fue la primera en brindar por los futuros
padres antes de beberlo todo de un trago.
—Gracias, encanto —Ike le dio un apretón en el hombro.

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Le zumbaba la cabeza. Entró en el dormitorio sintiéndose más ligera


que un trozo de tela agitado por la brisa. Sonriendo, se rodeó con los
brazos.
—Esta noche pareces especialmente feliz.
La voz de Luc la envolvió. Se dio la vuelta con demasiada brusquedad
para mirarlo y, como estaba un poco mareada, perdió el equilibrio por un
momento. De repente, Luc estaba a su lado, sujetándola por los hombros.
Alison cerró los ojos y se deleitó con aquella sensación.
—Lo estoy —susurró, y lo miró. ¿Cómo era posible que estuviera
huyendo de aquello, cuando era tan maravilloso? ¿Cuando él era tan
maravilloso? Le puso las manos en los brazos cuando empezó a soltarla—.
No, no te vayas.
Aquella suave invitación desató un hormigueo por toda su piel. Luc
sintió la tensión en el vientre. Se había pasado casi toda la noche
mirándola. Deseándola.
Había notado un cambio en ella. Parecía más feliz, más libre. Como si
la tensión que había visto en su frente en días anteriores hubiese
desaparecido. Todavía podía oír su risa, atormentándole el corazón.
Lo mismo que su cuerpo, tan próximo y tan seductor, estaba
atormentándolo en aquellos momentos. Todo hombre conocía su límite y
él estaba llegando al suyo. Trató nuevamente de soltarla.
—Alison, creo que, por tu bien...
Alison mantuvo las manos donde estaban. Sabía que estaba llegando
a la barrera y el miedo todavía no había emergido. Solo sentía gozo en el
corazón. Lo miró a los ojos y deslizó las manos alrededor de su cuello.
—Tal vez no quiera pensar en mi bien ahora mismo. Tal vez no quiera
pensar en nada.
¿Tenía alguna idea del efecto que estaba teniendo en él? Luc lo
dudaba.
—No soy de piedra, Alison.
—Lo sé —se puso de puntillas y acercó los labios a los de Luc. El beso
estaba allí, aunque todavía no se había producido el contacto.
Luc tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para controlarse.
Pensó que se había ganado un puesto junto a Lancelot en la Mesa
Redonda. O eso, o una medalla al valor.
—No sabes lo que haces.
—Tal vez sí —sintiéndose maravillosa, más libre de lo que se había
sentido en años, Alison respaldó su afirmación plantándole un pequeño
beso en el cuello.
Luc cerró los ojos mientras saboreaba la sensación.

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—¿Se trata de una prueba? —dijo con esfuerzo, mientras Alison


deslizaba los labios por su cuello, haciendo estragos en sus defensas—.
Porque si lo es, no sé qué debo hacer para pasarla.
Alison echó la cabeza hacia atrás. Lo miró con ojos claros y abiertos
antes de decir:
—Llévame lejos. Lejos de todas esas cosas que hay en mi cabeza.
Antes de que Luc pudiera protestar, Alison selló sus labios con un
beso. Y selló su destino.
La pasión llameó al instante, como queroseno arrojado a las llamas.
Así era como Alison sentía su cuerpo, en llamas... enardecido
Deseaba a Luc con desesperación. Y quería sentirse deseada.
Incapaz de controlarse, rezando para hallar perdón en algún momento
de la noche, Luc se rindió y se entregó a ella.
Y a sí mismo.
La besó una y otra vez. En los ojos, en los labios, en el rostro, en la
garganta, en la base del cuello. Besó los hombros aterciopelados y
delicados que había bajo la blusa que estuvo a punto de romper en su
intento por arrancársela. Un botón cayó al suelo.
—Lo siento —susurró Luc.
La cabeza le daba vueltas. Alison prescindió del resto de los botones y
se sacó la blusa por la cabeza, para luego arrojarla al suelo.
—Sé coser.
Acto seguido, Alison le abrió la camisa a Luc de un tirón, haciendo que
algunos botones cayeran al suelo. El resto salió fácilmente de los ojales.
Respirando con dificultad, le quitó la prenda de los hombros.
—Me alegro —murmuró Luc.
Controlando su anhelo, Luc empezó a acariciarle la barbilla,
mordisqueándola con los dientes. Al oírle gemir, creyó que las piernas no
la sostenían. ¿Cómo un ser tan delicado podía reducirlo a un manojo de
deseos y necesidades con tanta rapidez? Porque así se sentía.
Luc quería darle todas las oportunidades posibles para que se
apartara, aunque el precio fuera su propia satisfacción. Ralentizó sus
caricias, consiguiendo únicamente que los dos se sumieran en una
insoportable agonía de deseo.
Deslizó el dedo índice por debajo de la cintura de sus vaqueros y lo
movió lentamente por la piel sensible de su vientre. Notó cómo su propia
respiración se aceleraba, hasta sincronizarse con la de Alison.
Lentamente, mirándola a los ojos, desabrochó el botón metálico y, aún
más lentamente, le bajó la cremallera. La expresión de Alison lo apremió a
seguir adelante.
Cuando metió las dos manos dentro de sus pantalones, con intención
de bajárselos, centímetro a centímetro, Alison le hundió los dedos en los

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músculos del brazo. De repente, un fulgor de gélido pánico atravesó el


manto de pasión que la envolvía.
Luc se dio cuenta, notó la alarma que ella intentaba controlar. La
preocupación prevaleció sobre el deseo.
—Alison, ¿qué te pasa?
—Nada —ella le dio un beso en los labios—. Nada.
Lo superaría, se dijo Alison. Por una vez, no consentiría que el pánico
lo echara todo a perder.
El beso se profundizó. Volvió a ser presa del frenesí y se concentró en
aquella sensación, en Luc, y no en el espectro del miedo que permanecía
en la periferia de su conciencia, buscando la brecha por la que poder
entrar.
Era como una mujer poseída, pensó Luc. No tenía tanta experiencia
como su primo y nunca una mujer había suscitado en él aquella clase de
sensaciones. Apenas se reconocía. Había ternura, pero estaba entrelazada
con una pasión que apenas podía controlar.
Se desembarazó de sus vaqueros y la llevó a la cama, donde la
envolvió entre sus brazos. En su mundo.
—Hazme el amor, Luc —susurró Alison, rozándole el pecho con sus
senos, enardeciéndolo.
Luc se detuvo por un momento. Apartó un mechón de pelo húmedo
de la frente de Alison y contempló su rostro. Suavemente, deslizó los
dedos por su mejilla. No vio miedo en sus ojos, pero ¿estaría acechándola
en alguna parte, esperando un momento de debilidad? Quería que aquello
fuese tan maravilloso para ella como lo era para él.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Luc.
—Creía que eso era lo que estaba haciendo.
No se había expresado bien, pensó Alison, pero no era el momento de
buscar las palabras adecuadas. Quería prolongar aquel momento de
felicidad antes de que todos los castillos que había creado en el aire se
derrumbaran.
—Quiero decir que me hagas tuya, ahora.
Luc quería hacerlo. Necesitaba hacerlo, pero había placer en
prolongar el viaje, en hacer que Alison se sintiera deseable, preciada, y
quería darle eso. Acercó los labios a sus cabellos y susurró:
—Poco a poco, Alison, poco a poco —y la volvió loca de deseo.
Estaba presa de un ansia que luchaba por liberarse. Que esperaba,
por una vez al menos, alcanzar su punto álgido y estallar. Se arqueó
contra él, suplicándole con su cuerpo con más elocuencia de lo que podía
hacerlo con las palabras.

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Aun así, Luc fue fiel a su tácita promesa de darle más, de hacerle el
amor con todo su ser. La acarició con suavidad, con adoración, hasta que
no pudo resistir más el canto de la sirena.
Luc la había reducido a gemidos y temblores, a sensaciones. Alison
solo veía niebla a su alrededor. Niebla y el maravilloso rostro de Luc. Lo
vio encima de ella, colocándose lentamente en posición. Sintió que el
corazón se le aceleraba, que el miedo la acechaba. Sin decir palabra, se
abrió para él, se arqueó hacia él. Dispuesta, ansiosa, esperanzada.
Alison se mordió el labio cuando la penetró, y forcejeó para
acomodarlo dentro de ella. Le hundió las uñas en los hombros y contuvo
un grito ahogado. Luego, el miedo que había estado merodeando se disipó
y empezó a moverse con él. A moverse con urgencia hacia el placer
definitivo.
Cuando le sobrevino, se mordió el labio para contener un grito de
satisfacción. Nunca había alcanzado aquella cima, nunca había sentido el
clímax recorriéndola de arriba abajo, dándole a probar el paraíso. La
euforia la envolvió.
Con el corazón desbocado, sin aliento, cayó de espaldas sobre la
cama, exhausta. Alison ni siquiera se dio cuenta de que había cerrado con
fuerza los ojos hasta que no los abrió y vio el rostro de Luc.
No sabía qué esperaba ver en él. ¿Lástima? ¿Triunfo? ¿Irritación? No
estaba segura. Solo sabía que no podía leer su expresión, pero que la
miraba con afecto.
Luc le apartó otro mechón de pelo de la frente y le dio un pequeño
beso en los labios.
—¿He satisfecho tus expectativas?
Alison no comprendía.
—¿Expectativas?
—De que te hiciera el amor —tal vez Alison no se acordara—. Me
pediste que te hiciera el amor, y quería asegurarme de que lo había hecho
a tu gusto —le dio un beso en la frente... y notó cómo se apartaba—. ¿Ha
sido así?
—No te rías de mí —Alison volvió la cabeza sobre la almohada.
—Cielo, después de lo que ha pasado, no tendría fuerzas para reírme
de ti.
Una chispa de esperanza, de orgullo, brotó en el corazón de Alison.
—Entonces, ¿ha estado bien?
¿Acaso no lo sabía?, pensó Luc. ¿No podía sentir lo que acababa de
pasar?
—Ha estado «bien» solo si tienes un vocabulario muy, muy limitado —
le dio un beso en la mejilla, pero Alison no se volvió para mirarlo. Lo que
fuera que la dominaba volvía a estar presente en ella, tratando de
imponerse. Luc tomó una decisión—. Tengo por costumbre no indagar,

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Alison, pero si quieres hablar conmigo... —dejó la frase inacabada, para


que ella imaginara el resto.
El recelo y la cautela se reflejaron en sus hermosos ojos.
—¿Sobre qué?
—Sobre lo que hace que tengas tanto miedo cada vez que te toco.
¿Por qué tenía Luc que echarlo todo a perder haciendo preguntas?
Había hecho lo posible para ser lo que él quería que fuese.
—Hace un minuto no tenía miedo.
Eso no era del todo cierto, pero Luc no la contradijo.
—Solo porque habías tomado un par de copas —la mirada que Alison
le dirigió le indicó que había puesto el dedo en la llaga—. El alcohol hizo
que te olvidaras del problema, pero eso no es una solución permanente.
—No hay una solución permanente.
Luc la estrechó entre sus brazos y notó cómo se ponía rígida. Seguía
negándose a aceptar lo que él le estaba diciendo.
—Hablar de ello es un comienzo. Mi madre solía decir que, cuando
algo te molesta, si no lo dices, cada día se hace más grande... hasta que
te domina —el silencio de Alison se prolongó—. ¿Es eso lo que ha pasado,
Alison? ¿Te ha dominado?
Alison suspiró mientras las lágrimas se agolpaban en su garganta.
—Quizás.
—¿Se trata de Derek? —aventuró Luc.
Alison lo miró con sorpresa.
—¿Cómo sabes lo de Derek?
—Kevin me lo dijo —vio la mirada que se reflejó en los ojos de Alison
—. No fue culpa suya. La última noche que estuvimos en Seattle, le
pregunté si estabas comprometida con alguien. Me habló de tu divorcio.
Alison negó con la cabeza.
—No, no es Derek. Él solo se vio atrapado entre las llamas.
—Pero no te ayudó.
Alison apretó los labios con fuerza, porque no quería decir nada más.
Pero Como sentía que, al menos, le debía a Luc una explicación, le dijo:
—No, no me ayudó. A decir verdad, nunca se lo dije. Pensé que debía
superarlo yo sola.
Luc se apoyó en un codo y la miró con atención.
—¿El qué, Alison? —vio cómo su resistencia crecía—. No estoy
entrometiéndome, solo quiero ayudarte.
Alison quería contárselo, deseaba hacerlo. Pero las palabras se
negaron a salir. Llevaban encerradas demasiado tiempo en su alma. El

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recuerdo había quedado atrapado allí, y si lo soltaba, volvería a sentir


vergüenza. La vergüenza que había jurado no volver a sentir j amas.
—Puedes ayudarme no preguntándome —tiró de la colcha, se
envolvió con ella y se levantó de la cama—. Voy a ponerme el pijama.
Frustrado, Luc contempló cómo se metía en el cuarto de baño. No
podía obligarla a decírselo, así que, por el momento, respetó su retirada.
Pero tenía intención de llegar al fondo del problema.
Y pronto.

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Capítulo 14

A LA MAÑANA siguiente, cuando abrió los ojos, Luc vio cómo Alison
salía del cuarto de baño. Recién duchada, emanando aquel aroma a jabón
de hierbas, vestida y dispuesta a salir a la calle.
Se iba a ir sin decirle ni una sola palabra. La idea lo entristeció y lo
irritó al mismo tiempo. No solía enfadarse.
—¿Alison? —vio cómo se quedaba inmóvil, como si la hubiera
sorprendido con la guardia bajada.
Alison había planeado marcharse antes de que Luc se despertara,
para evitar cualquier posible escena. Así habían vivido Derek y ella
durante las últimas semanas de su matrimonio... evitándose. Sin volverse
hacia él, señaló la puerta.
—Estaba a punto de irme.
—De eso ya me había dado cuenta yo solo —hizo una pausa,
esperando que Alison dijera algo, que se volviera. Al ver que permanecía
inmóvil, se levantó de la cama y se acercó a ella. La tensión era palpable
en toda la estancia—. No podemos salir así de esta habitación.
Como no tenía más remedio que mirarlo, Alison levantó la cabeza y
fijó la mirada en sus ojos.
—No te preocupes, seguiré fingiendo que soy tu esposa.
Luc tuvo que controlarse para no hacerle entrar en razón
zarandeándola. No sabía qué le sucedía. No le gustaba recurrir a la fuerza
física, pero lo ocurrido la noche anterior había roto todas las reglas.
—Maldita sea, no me importa lo que finjas, sino lo que pasa dentro de
tu cabeza —se pasó la mano por el pelo, luchando por mantener el
control, buscando algo sólido a lo que aferrarse—. Mira, Alison, si anoche
me aproveché de ti en algún sentido...
Alison se quedó mirándolo fijamente, con la voz completamente
serena.
—¿Crees que te aprovechaste de mí?
—Bueno, te habías tomado varias Sonrisas en El Salado —Luc se
encogió de hombros, impotente.
—Si pensabas que estaba borracha, ¿por qué no paraste?
—Borracha no, solo un poco alegre —y tan tentadora, que ni un santo
podría haberse echado atrás—. Y no paré porque no podía. Lo intenté,
pero estabas tan hermosa y tan apasionada...
«Estabas tan bonita, Alison». El recuerdo emergió de golpe, y Alison
se sintió como si la hubieran agredido físicamente.
—Así que es culpa mía.

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—Aquí nadie ha pronunciado la palabra «culpa».


—Pero era eso lo que querías decir —repuso con mirada acusadora.
Luc siempre había tenido una paciencia infinita, ¿por qué no le
quedaba ni un ápice de repente?
—Maldita sea, deja de poner en mi boca cosas que yo no he dicho,
Alison.
Alison podía oír su furia, controlada, pero furia de todas formas. Como
Derek en la noche de bodas, exigiendo sus derechos conyugales. Pasó al
lado de Luc y se dirigió a la puerta.
—Si me disculpas, tengo que ir a trabajar.
Luc la asió por la muñeca y la obligó a volverse. Vio la mirada
acusadora de Alison y, furioso consigo mismo por lo que estaba haciendo y
con ella por despertar en él una emoción desconocida, le soltó la mano.
Pero siguió interceptándole el paso.
No sabía qué decir, cómo empezar. Así que no empezó.
—Hemos organizado un picnic para esta tarde.
Alison asintió con aspereza.
—Ya sabes dónde encontrarme.
—Ese es el problema —le dijo Luc a la puerta cuando esta se cerró—.
Que no lo sé.

El día transcurrió como en una nebulosa. Le costaba trabajo llevar a


cabo hasta las tareas más sencillas, y tenía la sensación de andar como
una autómata por la consulta de Shayne. Alison no sabía qué hacer con los
sentimientos que se enredaban en su alma. Quería estar con Luc en todos
los sentidos, pero, al mismo tiempo, tenía miedo de estar con él. Miedo de
paralizarse. Lo mejor sería quitárselo de la cabeza.
«Demasiado tarde», dijo una voz burlona en su mente. Ya estaba
metida hasta el fondo, o casi. Lo que necesitaba era un mapa que le
mostrara el camino de salida, para poder volver a los días en los que las
cosas solo eran lo que parecían y se divertía escuchando música durante
horas.
—Pareces apesadumbrada.
Alison levantó los ojos de la ficha que estaba rellenando. Sin pensar,
cerró el portafolios. Jacob estaba de pie delante del escritorio de
recepción, apenas a unos centímetros de distancia. No le había oído
entrar. Era la hora del almuerzo y la consulta estaba cerrada.
—Hola, Jacob. Os eché de menos esta mañana en el desayuno.
Jacob se sentó al borde de la mesa y aceptó la disculpa.

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—Luc dijo que tenías que levantarte temprano. Espero que no te


estemos agotando con nuestra visita.
La sonrisa de su rostro era amistosa.
—No, claro que no —Alison inspiró hondo y se recompuso. No quería
parecer una tonta descerebrada—. Es que no esperaba verte aquí —y
Shayne había ido a visitar a un paciente.
Los nervios la dominaban.
Miró a Jacob a la cara y se dio cuenta de que estaba un poco pálido,
aunque quizá fuera el tono normal de su piel.
—¿No estarás enfermo, verdad?
—No, en realidad me siento más en forma que hacía tiempo. Solo
estoy haciendo de chico de los recados. Luc me ha pedido que viniera a
recogerte.
Así que ni siquiera quería ir a verla. ¿A caso podía culparlo?, pensó
Alison. Se había comportado de una forma tan irracional aquella mañana...
Y en cuanto a la noche anterior...
Metió el portafolios en la caja de fichas para archivar. Volvería más
tarde para ponerse al día, aunque, al oír que habían organizado un picnic,
Shayne había insistido en darle la tarde libre.
—Enseguida estaré lista.
—No hay prisa —Jacob se levantó de la mesa y retrocedió, para
dejarle el camino libre—. Así puedo hablar un poco contigo.
Alison lo miró de soslayo. ¿Acaso Luc le había contado algo sobre su
extraño comportamiento ?
—¿Sobre qué?
—Sobre Jean Luc.
Alison exhaló el aire que había estado conteniendo.
—¿Qué pasa con Luc?
—Nada. Solo que vine a Hades esperando encontrar... —¿cómo podía
expresarlo sin que resultara ofensivo?—. Bueno, fuese lo que fuese lo que
esperaba encontrar, no lo encontré. En cambio, veo que Luc es
plenamente feliz. Y, en gran parte, se debe a ti.
Alison desechó sus palabras con la mano. No tenían nada que ver con
la realidad.
—Creo que exageras un poco.
—No, no exagero —Jacob dio la vuelta a la mesa para poder mirarla a
los ojos—. Siempre ha sido un tipo amable, feliz con lo que tenía. Pero
cuando... —se interrumpió, y su rostro se cubrió de rubor—. Bueno,
supongo que conoces lo ocurrido entre Janice, Luc y yo —Alison se limitó a
asentir—. Cuándo Janice lo dejó para casarse conmigo, bueno, tenía miedo
de que fuese el fin de nuestra amistad. Peor aún, tenía miedo de que Luc

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Marie Ferrarella – Bienvenido sea el Amor – 03 Alaskanos

nunca volviese a tener una relación. Por primera vez en la vida, me alegro
infinitamente de haberme equivocado.
Jacob tomó la mano de Alison y, después de mirarla durante un
momento, dijo:
—Si las cosas se ponen un poco difíciles, sé paciente con él. Es un tipo
estupendo.
—Sí —contestó Alison en voz baja, mientras retiraba la mano—. Lo sé.
—¿Todo listo?
Alison asintió y tomó su bolso.
—Todo listo.
Pero distaba de ser la verdad.

El cielo, de un azul límpido, enmarcaba una prístina cadena de


montañas que conservaba nieve en las cumbres, y parecía interminable.
—Había olvidado lo hermoso que es esto —dijo Jacob. Con la cabeza
apoyada en el regazo de su esposa, estaba tumbado en la hierba,
contemplando el cielo—. Lo tranquilo que es. Voy a echarlo de menos
cuando volvamos.
—Claro —sentado a un lado del mantel de cuadros rojos que había
tomado prestado de El Salado, Luc soltó una carcajada—. No soportas más
de tres días seguidos de paz y tranquilidad sin volverte loco.
—Tal vez —reconoció Jacob—. Pero es agradable tener un lugar al que
poder escapar para relajarse.
—Podríamos echar un vistazo a esa cabaña que venden los Anderson.
No está muy lejos de casa —le recordó Janice. Al decir «casa», se refería a
Los Ángeles.
—Sí, pero aquí tenemos raíces —Jacob parecía melancólico. Luego,
como si él mismo se hubiera dado cuenta, le apretó la mano a su esposa
—. No te preocupes, venderé la vieja granja —sabía que eso era lo que la
preocupaba, que encontrara una excusa para conservarla.
—¿Por qué?
Era Alison la que había planteado la pregunta, y todos se volvieron
para mirarla. Janice frunció el ceño.
—Porque para eso hemos venido. Para vender la propiedad de sus
padres.
—Pero, ¿por qué queréis venderla? —insistió Alison. Se puso de
rodillas, llevada por el entusiasmo. La idea que estaba barajando parecía
la solución perfecta para todos—. ¿Por qué no reconvertirla en otra cosa?,
¿en algún negocio? —se volvió hacia Luc, buscando su apoyo—. Tú tienes
cabeza para eso. ¿No se podría transformar la granja en otra cosa?, ¿en un

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hotel de alojamiento y desayuno, por ejemplo? —según le había contado


Sydney, las obras del hotel que ya existía llevaban paradas casi dos años.
Hacía tiempo que el propietario se había quedado sin dinero y sin ganas
de terminarlo, y se erigía en medio de la ciudad como un pensamiento
incompleto—. En verano sí que viene gente. Shayne me lo ha dicho. Tal
vez se quedaran más tiempo si hubiera un lugar en el que hospedarse.
Jacob dio vueltas a la idea en la cabeza. Cuanto más lo hacía, más le
gustaba.
—Tal vez tengas razón.
—Por supuesto que sí. Y no supondría una gran obra. Solo un poco de
carpintería.
Seguramente, Alison no tenía ni idea de lo adorable que se ponía
cuando se entusiasmaba, pensó Luc.
—¿Qué sabes tú de carpintería? —le preguntó.
En aquellos momentos, Alison se dirigió solo a él. Era una forma de
salvar la brecha que se había creado entre ellos tras la pelea de aquella
mañana.
—Lo suficiente. Mis hermanos siempre han sabido usar herramientas,
y hemos hecho varias reformas en la casa. Kevin y yo trabajamos en la
habitación en la que dormiste, encima del garaje —le dijo con orgullo—.
Soy mucho más hábil con un taladro que con una sartén.
Luc la imaginó de repente vistiendo únicamente un cinturón de
herramientas y tuvo que reprimir la sonrisa que asomó a sus labios.
—¿Dormiste encima de su garaje? —Janice lo miró con curiosidad—.
¿Cuándo?
Demasiado tarde, Alison recordó que no debía dar detalles sobre el
pasado y quitar solidez a la historia que Luc les había contado sobre ella.
—Es una larga historia —repuso Alison enseguida, y la desechó con un
gesto de la mano—. Pero soy mañosa. Seguramente, la mitad de los que
estamos aquí somos mañosos —vio la mirada cómica que se
intercambiaron Luc y Jacob—. ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que he dicho?
—Es evidente que no le has hablado a Alison de las casas que hemos
levantado por aquí —dedujo Jacob.
—¿Lo ves? —declaró Alison, satisfecha de que todo estuviera resuelto
—. Ya no te hace falta vender la granja.
Pero Jacob no estaba del todo convencido, aunque quería estarlo.
—¿Y quién va a dirigir ese supuesto hotel?
—Detalles, detalles —le dijo Luc enseguida—. Se solucionarán a su
debido tiempo por sí solos.
La traducción era que él se ocuparía de ellos, pensó Alison. Algo
parecido al orgullo la invadió al mirar a Luc.
—Está bien —cedió Jacob—. Te lo recordaré.

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—Jacob... —Janice empezó a protestar. Jacob le tomó la mano y se la


llevó a los labios.
—Déjame que lo haga yo solo. Creo que podemos encontrar la
solución perfecta.
Janice se limitó a encogerse de hombros, consciente de cuándo debía
retirarse.

—Ha sido una idea muy ingeniosa —le dijo Luc a Alison horas más
tarde en su dormitorio, después de que Jacob y Janice se hubieran
acostado—, la de convertir la granja en un hotel —se desabrochó los
botones de la camisa mientras hablaba, haciendo lo posible por parecer
indiferente—. No creo que Jacob quisiera venderla, en el fondo. La idea de
librarse de ella era de Janice —ella siempre pensaba en cómo hacer dinero
—. Ahora que le has hecho ver que podía salir ganando si conservaba la
propiedad, ya no se opone.
Como con cualquier cumplido, Alison le restó importancia.
—Me alegro de haber sido de ayuda.
Luc vio cómo contraía los hombros al tiempo que le daba la espalda.
Estaba' ocurriendo otra vez. Pero, en aquella ocasión, no iba a pasarlo por
alto, ni a esperar que se solucionara solo sin su intervención. Se lo debía a
Alison.
Con la camisa abierta, la adelantó y se puso frente a ella.
—Alison, no quiero que pienses que tienes que tener miedo de mí.
El desafío al que ella siempre recurría pronto se dejó notar.
—No tengo miedo de ti.
—De mí exactamente, no, pero de algo sobre mí —vio cómo la
negativa empezaba a tomar forma en sus labios—. No me mientas, Alison.
Lo veo en tus ojos. Solo desearía...
Alison tomó el pijama entre las manos y giró el pomo de la puerta del
baño.
—Sí, yo también.

Un cuarto de hora después, cuando Alison salió del cuarto de baño,


Luc estaba de rodillas en el suelo. Había improvisado un catre al lado de la
cama de matrimonio. Alison dejó su ropa sobre la silla, junto a la cómoda.
—¿Qué haces?
Luc levantó la cabeza, como si no la hubiese oído salir.
—Acostarme.

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Alison empezó a cepillarse el pelo, tratando en vano de concentrarse


en lo que estaba haciendo. Perdió la cuenta después de tres pasadas.
—Se trata de tu cama. Si alguien tiene que estar en el suelo, soy yo.
—Tienes razón. Es mi cama y yo decido quién duerme en ella —la
miró y luego volvió a alisar la manta—. Y decido que quien duerme eres
tú.
Todavía con el cepillo en la mano, Alison se puso en cuclillas junto a
él. Se miraron a los ojos y ella esbozó una sonrisa.
—Esto es ridículo. Lo sabes, ¿no?
Luc le devolvió la sonrisa.
—Tengo por costumbre no discutir nunca con una dama.
El suspiro que escapó de sus labios pareció vaciarla por completo.
Con la espalda apoyada en la cama, Alison se sentó a su lado.
—Anoche no eras tú.
—A mí me pareció que sí.
—Quiero decir... —se estaba adentrando en terreno desconocido—.
Quería hacer el amor contigo. No fue el alcohol. El alcohol solo impidió que
me contuviera.
—¿Si no, lo habrías reprimido?
—Si no, no habría podido hacerlo —había una diferencia. Y no solo eso
—. Tú habrías parado. Quiero decir, que habrías notado que algo iba mal y
me habrías dado la espalda. Y no quería que eso ocurriera.
—¿Es eso lo que hacía Derek? ¿Darte la espalda? —¿qué heridas le
había dejado su matrimonio? Por lo que parecía, bastante profundas.
—Al final, sí —dejó el cepillo en el suelo. Con las rodillas dobladas,
apoyó los codos en ellas y hundió las dos manos en sus cabellos—. En
realidad, él no tuvo la culpa.
No, y eso era lo que la estaba matando.
—¿Entonces, por qué te culpas a ti?
La pregunta la alteró. Alison lo miró, confundido.
—¿Qué?
—Eso es lo que estás haciendo. Culparte por lo que fuera que empezó
todo esto.
Alison negó con la cabeza.
—No sabes de qué estás hablando.
—Entonces, cuéntamelo tú —la apremió. Pero, al ver que se
levantaba, le agarró las manos y la retuvo—. Necesito saberlo. Déjame
acercarme a ti, Alison. Te juro que no te haré daño.
La lucha, la resistencia empezaban a debilitarse.

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—Sé que no lo harás. Al menos, no intencionadamente, pero... —se


mordió el labio y desvió la mirada.
Luc suspiró.
—Como quieras. No voy a presionarte, Alison. Lo haremos a tu ritmo
—acto seguido, se tumbó en el suelo y se envolvió con la colcha, de
espaldas a ella.
Alison permaneció sentada a su lado, contemplando su espalda
durante largo tiempo. Pensando. Debatiéndose. Tal vez fuera porque creía
que estaba dormido por lo que tuvo valor suficiente para susurrar:
—Tenía demasiado miedo para decir nada. Cuando ocurrió, tenía
demasiado miedo.
Luc se dio la vuelta lentamente, sin saber si la había oído o habían
sido imaginaciones suyas. Al mirarla, comprendió que no lo había soñado.
Sin decir nada, la rodeó con los brazos y permaneció allí sentado,
abrazándola.
Alison sintió que se le cerraba la garganta. Las lágrimas luchaban por
ahogar sus palabras. Pero, de repente, necesitaba librarse de ellas.
Necesitaba que alguien la oyera... y le dijera, tal vez, que no pasaba nada.
—Tenía... tenía once años. Mi padre acababa de morir y supongo que
estaba muy asustada. Asustada por el futuro, porque Kevin también se
muriera. Era como otro padre para mí. Ya había perdido a mi madre tres
años antes, así que me sentía un poco huérfana, y de repente, papá
murió... —tardó un momento en poder seguir hablando—. Tenía tanto
miedo. Fue entonces cuando el tío Jack empezó a venir a casa. Justo
después del accidente de coche de mi padre. Para cerciorarse de que todo
estaba bien. Para echarnos una mano.
Luc la abrazó con fuerza, adivinando lo que se avecinaba.
—Kevin y Jimmy pensaban que era un gran tipo. Yo también. No era
mi tío de verdad, solo el mejor amigo de mi padre. El tío Jack siempre
había estado con nosotros, así que no pensamos... no pensé... —inspiró
hondo y se estremeció—. Cuando me tocaba, me asustaba.
—Hijo de perra... —exclamó Luc, furioso.
Alison no podía permitirse el lujo de escuchar a Luc. Si lo hacía, se
echaría a llorar. Así que se mordió el labio y siguió hablando.
—Pero dijo que no pasaba nada, que solo era porque yo era muy
bonita y a él le gustaban las niñas bonitas. Dijo que lo que me estaba
haciendo no me haría daño. Que él nunca me haría daño...
Palabras que él mismo le había dicho, comprendió Luc. ¿Cómo le
habría afectado eso a Alison? ¿Habría evocado más recuerdos dolorosos?
—Alison, lo siento tanto...
Alison cerró los ojos, y las lágrimas se escaparon entre sus pestañas.
—Dejé de comer, dejé de ir al colegio. Kevin no sabía qué hacer
conmigo. Pensó que era porque papá había muerto. Entonces, un día, me

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oyó llorar. Yo estaba en el armario, rezando y pidiéndole a Dios que me


perdonara por provocar que Jack hiciera lo que hacía. Nunca había visto a
Kevin tan pálido. Hizo que se lo contara todo —sintiendo que perdía el
control, miró a Luc— Kevin es el único que llegó a saber todos los detalles.
Pensé que iba a matar al tío Jack con sus propias manos. Dos de sus
amigos tuvieron que retenerlo.
Luc no podía hacer nada más que acariciarle el pelo y abrazarla.
Nunca se había sentido, tan impotente. Ni tan furioso.
—¿Qué dijo la policía?
—Kevin no la llamó —negó Alison con la cabeza—. No quería que
pasara por ese mal trago, que tuviera que contarles lo ocurrido a unos
extraños. De todas formas, Jack desapareció al poco tiempo. Nadie supo
nunca qué fue de él. Todo el mundo hablaba de lo maravilloso que era, no
entendían por qué se había marchado —apoyó la cabeza en el hombro de
Luc y exhaló un suspiro trémulo—. Pensé que era culpa mía. Lo que hacía,
su marcha. Todo. Era culpa mía.
Aquello era absurdo. Luc reprimió la réplica y mantuvo la voz suave,
serena.
—¿Cómo podría haber sido culpa tuya que ese canalla abusara de ti?
—Porque, si yo no hubiera estado allí...
Luc le elevó la barbilla hasta que ella abrió los ojos y lo miró.
—Habría abusado de otra niña. Los hombres como él son gente
enferma, Alison, por muy agradables que parezcan. Son como esas
manzanas rojas tan brillantes que están podridas por dentro. Uno no
sospecha nada hasta que no les da un mordisco.
—Tal vez —reconoció Alison.
—Nada de tal vez. La culpa no fue tuya —dijo con fiereza, luego bajó
la voz—. ¿Se lo contaste alguna vez a tu marido?
—No.
—¿Y él no sospecho que te pasaba algo? —no concebía que Derek no
hubiese intuido lo ocurrido, cuando él había sospechado que a Alison le
pasaba algo desde el principio.
—Cuando todavía salíamos juntos y no podía acostarme con él, le dije
que estaba esperando al hombre de mi vida. Estaba encantado de pensar
que era él. Después, no le hizo tanta gracia. Pensaba que estaba
utilizando el sexo como una especie de arma. Perdió la paciencia conmigo
enseguida. Me dijo que era frígida, que tenía un problema. No debí
casarme con él.
—¿Y por qué lo hiciste? —preguntó Luc con suavidad.
—Para demostrarme que era normal. Que podía salir adelante. Pensé
que, si me casaba, las pesadillas remitirían. Pero empeoraron.
—¿Pesadillas?

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—Del tío Jack —se estremeció al tiempo que lo decía—. De sus manos
sobre mi cuerpo, o de su aliento. Fumaba. Hasta el día de hoy, cada vez
que huelo a tabaco, me entran arcadas —bajó la vista—. Lo siento, no
tienes por qué estar escuchando todo esto.
Luc no estaba dispuesto a consentir que se apartara de él, sobre todo,
después de revelarle su secreto más íntimo.
—Claro que sí. ¿Cómo voy a ayudarte si no te escucho?
Alison se volvió en el círculo de su abrazo.
—¿Y cómo vas a ayudarme?
—Estando a tu lado cuando sientas que necesitas a alguien. Y
también cuando sientas que no necesitas a nadie —la miró a los ojos,
haciéndole una tácita promesa—. Haciendo lo que haga falta para que
puedas pasar la noche.
Entonces, la besó.

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Capítulo 15

EN AQUELLA ocasión, no había nada que ocultar. No había excusas, ni


falso valor para luchar por lo que quería.
En aquella ocasión, al sentir el influjo que el beso de Luc ejercía en su
cuerpo, despertando el anhelo, no había nada que la protegiera. Nada a lo
que achacar sus acciones.
El deseo era solo suyo. Como la pasión.
Alison sabía lo que la esperaba y, aunque el miedo devastador todavía
revoloteaba sobre su cabeza, no era tan profundo ni tan intenso como
antes. Un destello de luz blanca le mostraba el camino, susurrando
palabras de salvación.
Luc profundizó el beso. Alison sintió el contacto de su lengua, el
movimiento de sus brazos al estrecharla con más fuerza, y se sintió
dominada por una euforia demasiado intensa contenerla. Le rodeó el
cuello con los brazos y absorbió el calor y el consuelo que emanaban de su
cuerpo, deleitándose con aquella sensación.
Alison era como un haz de luz en sus manos, como el reflejo de la
luna y un sueño hecho realidad. Luc todavía no podía creer que aquello
estuviera sucediendo por segunda vez.
Había una diferencia con la primera. En aquella ocasión, Alison no
sentía la urgencia de llegar al final del viaje; parecía saborear los pasos
que la llevaban hasta allí. Luc se sintió henchido de alegría. Quería darle la
luna y las estrellas, y todo el placer que pudiera recibir una mujer.
Poco a poco, fueron cayendo las capas. Capas de ropa y de protección
que los mantenían a salvo del mundo. Separados el uno del otro.
Ninguno de los dos quería estar a salvo aquella noche. Excepto con el
otro.
Luc quería mostrarle cómo podía ser. Quería darle placer y dejarla con
sensaciones tan intensas que borraran todas sus malas experiencias.
Como si nunca las hubiera tenido.
Le hizo el amor por entero. La besó en las yemas de los dedos,
introduciéndoselos en la boca uno a uno, hasta que la oyó gemir de deseo.
La besó en las palmas de las manos, en los brazos, en el cuello, y rodeó
sus senos lentamente con los labios para excitarla antes de tocar los dos
pezones con la lengua. Y humedecerlos. Y lamerlos.
Alison se arqueó bajo sus caricias, entregándose libremente a Luc y a
las sensaciones que estaba creando por todo su cuerpo. Se aferró a las
mantas que tenía debajo y sintió cómo los labios de Luc descendían,
tomando posesión de su vientre antes de continuar la ruta hacia el sur.
Cuando la lengua de Luc entró en contacto con el centro mismo de su
ser, Alison tuvo que apretar los dientes para no gritar. Pero el grito resonó

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por todo su cuerpo. Entonces, cuando experimentó el clímax, el placer


adquirió otro nivel. Empapada en sudor, solo podía aferrarse a la
esperanza de que hubiera más. Se sintió presa del ansia.
No tenía bastante.
Alison nunca había imaginado que podía ser así. Nunca se había
creído capaz de experimentar aquella ciase de sensaciones y de sentir, a
su vez, el deseo de dar placer. Quería que Luc se sintiera tan
increíblemente feliz como ella lo era en aquel momento.
Luc la había liberado.
Luc sintió que el corazón le dejaba de latir. Había lágrimas en los ojos
de Alison. ¿Acaso le había hecho daño? ¿Había hecho algo que había
evocado todos aquellos horribles recuerdos?
—Alison...
—Calla.
Le tapó los labios con las yemas de los dedos, para silenciarlo. No era
el momento de hablar, solo de sentir. De actuar.
Entonces, y porque Luc no se lo esperaba, consiguió incorporarse y
retorcerse hasta ponerse sobre él. Luc quedó expuesto al asalto sensual
mientras Alison, tímidamente al principio, ponía en práctica lo que él le
había enseñado. Cómo hacer el amor.
Flechas con punta de fuego lo traspasaban allí donde Alison lo
acariciaba con la lengua. Sus labios salpicaban besos ansiosos por su torso
endurecido, acelerándole el pulso y volviéndolo loco. Su deseo se
acrecentó más allá del punto en el que convergían todos los pensamientos
racionales.
Habría hecho falta un hombre más fuerte que él para resistirse, para
aguantar indefinidamente. Al sentir la presión, la exigencia de su cuerpo,
la asió por los hombros y la atrajo suavemente hacia él.
La estaba deteniendo. Alison lo miró con labios temblorosos y mirada
borrosa. ¿Habría hecho algo mal?
—No te gusta.
—Ese es precisamente el problema —susurró Luc—. Que me gusta
demasiado.
La besó con fuerza en los labios, excitándola más allá del límite,
mientras la abrazaba y volvía a tumbarla sobre la manta. Entonces, la
penetró, antes de que la explosión que amenazaba con producirse lo
sacudiera de arriba abajo. Recurriendo al escaso control que tenía sobre sí
mismo, empezó a moverse lentamente. Pero el ansia que había impulsado
todos sus movimientos también estaba allí. El placer definitivo no tardó en
llegar.
El éxtasis lo mantuvo preso en sus garras antes de dejar que volviera,
lentamente, a poner los pies sobre la tierra. La satisfacción lo envolvió

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como humo blanco de un incensario, presagiando paz y un nuevo


comienzo.
La amaba.
La amaba y no sabía qué hacer al respecto. Porque la última vez que
había amado, lo habían dejado sin nada en las manos, vacío.
No quería que eso ocurriera otra vez, no quería que aquella terrible
sensación volviera a formar parte de su vida.
La amaba.
No iba a pensar en ello. Por el momento, se contentaría con abrazarla,
inspirar su fragancia y saber que era suya durante aquella noche. Era más
de lo que tenía derecho a pedir.
El calor que la envolvía no remitió, ni siquiera después de que la
satisfacción del éxtasis hubiese adquirido un carácter nebuloso. Alison
quería darle las gracias a Luc por haber espantado las sombras. Quería
decirle lo mucho que le agradecía que la hubiese liberado... y cómo la
hacía sentir. Qué le hacía sentir. Había tal conglomerado de emociones en
su corazón... La recoman como una pelota especialmente diseñada para
elevarse en el cielo con cada rebote.
Pero sabía que Luc había amado a Janice y que no quería
comprometerse con nadie. Decirle lo que sentía rompería la magia del
momento y crearía solo vacío. Así que, permaneció tumbada a su lado,
contentándose con sentir el abrazo de aquel hombre que la había liberado
y su respiración; y dejar que cayera la noche.
Porque ya no tenía miedo. Luc estaba a su lado y no podía pedir más.

Alison se había ido.


El hueco que había a su lado estaba vacío. Y frío al contacto de la
mano, como la mañana siguiente a la primera vez que habían hecho el
amor. Abrió los ojos al tiempo que un pensamiento emergía en su cabeza.
Los recuerdos de otra ocasión, de otra cama vacía, se agolparon en su
mente.
—¿Alison? —la llamó. Sin esperar una respuesta, se levantó y se puso
rápidamente los vaqueros. Prescindió de los zapatos—. ¿Alison?
No hubo respuesta. Era irracional, pero no podía librarse de la congoja
que le oprimía el corazón. Salió corriendo al pasillo.
—¿Alison?
Jacob abrió la puerta de la habitación que compartía con Janice.
Confundido, miró a Luc con ojos somnolientos.
—¿Quién es Alison?

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Distraído, tratando de convencerse de que aquello no era el pasado


repitiéndose, que no tenía por qué preocuparse, Luc se volvió hacia Jacob.
En sus labios afloraron explicaciones que no eran más que mentiras
camufladas, pero lo pensó mejor. Ya había pasado la hora de las mentiras.
—Jacob, tengo algo que decirte.

Jacob estaba sentado junto a la mesa de la cocina, con una taza de


café negro en la mano. La mitad ya estaba en su estómago, así que era
capaz de comprender lo que Luc le decía.
Cuando terminó de hablar, movió la cabeza.
—Si no es tu esposa, entonces, ¿a qué diablos estás esperando?
La pregunta no tenía nada que ver con la confesión que Luc acababa
de hacerle. Luc había esperado que Jacob se riera, o que le preguntara por
qué había creído necesario el engaño. Dejó su taza vacía sobre la mesa y
tomó la jarra de café recién hecho. Todavía estaba intentando calmar sus
miedos.
—¿Qué quieres decir?
—Que le pidas que se case contigo —Jacob vio la mirada de sorpresa
de su amigo y no pudo creer que la idea no se le hubiese pasado por la
cabeza—. Cualquier mujer capaz de seguirte a este lugar olvidado de Dios,
y además fingir que es tu esposa para que tú no hagas el ridículo... bueno,
debe de sentir algo por ti. Cásate con ella.
Luc suspiró. Jacob siempre tenía la costumbre de ir al meollo de las
cosas sin preocuparse por los detalles.
—No es tan sencillo —se sirvió café y se quedó mirando el líquido
humeante—. Hay ciertas complicaciones.
Jacob le acercó la taza, pidiéndole en silencio que se la rellenara.
—Soluciónalas.
Luc soltó una carcajada mientras le servía más café. El Jacob de
siempre.
—Para ti es fácil decirlo.
—Sí, fácil porque vivo de ello —elevó la taza para brindar por el lema
que había regido gran parte de su vida de adulto—. Cuando quiero algo,
encuentro la manera de conseguirlo. Soy insoportable hasta que no me
salgo con la mía. Si no me crees, pregúntaselo a Janice —tomó un largo
trago de café—. Yo diría que esa mujer te ama.
Tal vez Luc hubiese alimentado también aquella esperanza, pero al
oírselo decir a Jacob vio lo absurdo que era. Sobre todo a la luz de lo que
Alison le había revelado la noche anterior. Tenía miedo a amar.
—No sabes lo que dices —Luc desechó la idea con un gesto de la
mano.

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—No hay mayor ciego que el que no quiere ver —murmuró Jacob—.
En cuanto a mí, tengo ojos, ¿no? Me doy cuenta de cómo te mira. Con
afecto... y algo más — hizo una pausa para considerar si lo que iba a decir
era sabio. Decidió que lo era—. Janice nunca te miró así, sabes —vio la
sorpresa en los ojos de Luc y asintió—. Sí, también solía miraros a los dos.
Ella fue lo único por lo que no luché... hasta que no estuve seguro de que
no era culpa mía que vuestra relación se hubiera roto.
Luc se inclinó sobre la mesa. Nunca había sido consciente de ello.
—Pero tú estabas enamorado de ella.
—Desde el colegio —Jacob sonrió y terminó su café—. Tengo un sexto
sentido para estas cosas. Y lo tengo contigo y con... ¿Cómo se llama?
¿Alison? —Luc asintió—. Bonito nombre... y bonita mujer. Si quieres mi
consejo, yo que tú plantaría mi bandera antes de que uno de esos mineros
te la quite. No es frecuente ver oro por aquí. Y esa mujer es oro puro.
Luc nunca había tenido miedo de nada. No era el momento de
empezar, se dijo. Terminó su taza de café antes de contestar.
—Primero tengo que encontrarla.
—Seguramente, está en la consulta. Ayer le dijo a Janice que se sentía
culpable por todas las fichas de pacientes que se estaban acumulando en
su mesa —sonrió con admiración—. Tiene una ética de trabajo admirable.
Si no estuviera casado, yo mismo iría tras ella.
—Otra vez, no.
Era una broma, pero Jacob no se engañaba. La advertencia no estaba
exenta de verdad.
—No te preocupes. Janice y yo tenemos altibajos, pero que yo sepa,
estamos hechos el uno para el otro. Igual que Suzanne y tú... Quiero
decir, Alison.
Unos golpes repentinos en la puerta pusieron fin a la conversación.

Teniendo en cuenta la falta de sueño, estaba llena de energía.


Apenas había pegado ojo en toda la noche.
Alison se había sentido demasiado ilusionada, demasiado feliz para
volver a dormir. Había tenido que hacer grandes esfuerzos para no cantar.
Aquella mañana era distinto. No había dejado de tararear y de cantar
desde que había salido de la casa de Luc. Se había levantado de la cama
muy temprano, con cuidado de no despertarlo. De no echar a perder la
intimidad creada durante la noche.
Decidida a ponerse al día en el trabajo, Alison se presentó en la
consulta antes que Shayne. Iba a necesitar más tiempo libre y no quería
sentirse mal por ello, aunque Shayne le había dicho que podía tomarse
todo el tiempo que necesitara. No era frecuente tener visitas en Hades.

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Tomó otro montón de portafolios y se acercó al siguiente archivador.


Janice y Jacob se irían a la mañana siguiente y quería ir con Luc a
despedirlos.
Se irían. La idea le hizo fruncir los labios e interrumpir la canción que
estaba tarareando. Aquella iba ser su última noche como «esposa» de Luc.
Al día siguiente, Jacob y Janice se habrían ido y ya no tendrían necesidad
de seguir fingiendo.
¿Querría Luc seguir viéndola, o lo que había empezado en su
dormitorio terminaría bruscamente? Tal vez Luc se alegraría de que la
farsa hubiese terminado. Ya había mencionado que no le gustaba mentir.
Cualquier otro hombre habría aprovechado la coyuntura para seguir
acostándose con ella.
Pero Luc no era cualquier otro hombre, y por eso lo amaba.
—¿Qué haces aquí tan temprano?
No se sobresaltó, se volvió y vio a Shayne en el umbral. Sintiéndose
como una enferma recién curada, señaló los archivos.
—Quería ponerme al día.
Aquella mujer era una entre un millón, pensó Shayne, mientras se
ponía la bata.
—Recuérdame que le dé las gracias a Luc.
—¿Por qué?
—Por traerte —Shayne abrió el armario donde guardaba los
medicamentos—. Tantos meses dando vueltas, buscando
desesperadamente una enfermera... Lo único que puedo decir es que ha
merecido la pena esperarte.
Siempre había sido una buena trabajadora, pero nunca había dado
importancia a los halagos. Tal vez, porque nunca había sabido cómo
aceptarlos con elegancia. Eso también estaba a punto de cambiar, se dijo
Alison.
—Haces que me cueste trabajo pensar en marcharme, Shayne.
Aquellas palabras lo dejaron paralizado.
—¿Estás pensando en marcharte?
Alison metió la ficha de Esra Poole en su sitio.
—Bueno, cuando acabe las prácticas, tendré que decidir si... —Shayne
no la dejó proseguir. La experiencia le había enseñado a cortar los
problemas de raíz.
—Nunca he recurrido al soborno, pero te conseguiré o robaré lo que
sea que necesites para quedarte aquí. Y si yo no puedo, Ike sí. Se lo
pediría a Luc, ya que estáis más unidos, pero no conozco a un hombre
más honrado que él.

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Alison estaba más que dispuesta a ensalzar las virtudes de Luc, pero
le daba la impresión de que Shayne estaba pasando por alto algo muy
evidente.
—Mintió al decir que estaba casado.
Shayne ya sabía la historia, Ike se la había contado. Pensándolo bien,
era una suerte que Luc hubiese mentido; de lo contrario, Alison podría no
estar allí.
—Solo fue un malentendido desafortunado —Shayne sacó sus
instrumentos de la caja donde los esterilizaba—. Lo hizo bajo la influencia
de unas cuantas copas de más.
Alison recordó la primera noche que había hecho el amor con Luc.
—Supongo que, cuando bajamos la guardia, es normal que pasen
esas cosas.
Algo en su tono de voz le dio a Shayne que pensar. Tan comedido
como Luc, tal vez incluso más, dudaba si debía aventurarse o no a
expresar su opinión. Se trataba de sus amigos, las normas no eran tan
importantes.
—Sabes, Sydney siempre dice que me tienen que asestar un golpe en
la cabeza para que me entere de lo que se me viene encima. Pero, y
aunque no es mi intención inmiscuirme, yo diría que he notado un cambio
en Luc últimamente. Esta farsa que estáis representando parece haber
cobrado vida.
Alison frunció el ceño, sin comprender.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo decirlo?
—Se le ilumina el rostro cuando está contigo —el análisis le parecía
manido incluso a él, pero era cierto.
Alison dejó de ordenar. El borde de la ficha de Jason Evers se arrugó
cuando la agarró entre el dedo índice y el pulgar.
—¿Tú crees?
—Sí.
De repente, la puerta de la clínica chocó contra la pared. Alguien la
había abierto de par en par.
—¡Shayne!
—Estoy aquí detrás, Ike.
Alison contuvo el aliento cuando lo vio. Ike estaba sucio, lleno de
hollín en la cara y en la ropa.
—¿Qué diablos te ha pasado?
—Shayne, tráete el maletín. Ha habido un derrumbamiento en la
mina. Hay al menos quince hombres heridos y algunos se han quedado
atrapados dentro. He dado la alarma por toda la zona.
En lo primero que pensó Alison fue en Luc.

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Capítulo 16

A ALISON la sorprendió la rapidez con la que el corazón podía


subírsele a la garganta. Se acercó a Ike al instante.
—¿Está Luc allí?
—Seguramente ya habrá llegado. Le dije a Yuri que fuera a buscarlo.
Yuri está bastante afectado —le dijo Ike a Shayne. Le estaba hablando
mientras este recogía todo el instrumental y los medicamentos que
consideraba oportunos para la mina—. Hoy debía trabajar, pero estaba
durmiendo la resaca cuando nos enteramos del derrumbe. Suponemos
que ha sido ocasionado por un pequeño temblor de tierra.
Shayne giró en redondo, con el maletín en la mano.
—¿Es muy grave?
—Sí —era la primera vez que Alison veía una expresión lúgubre en el
rostro de Ike, y se quedó helada—. No sé si podremos sacarlos a todos.
Creo que ha cedido una de las estructuras de sujeción principales. No lo
sabremos hasta que no despejemos todo y podamos entrar. Pero pueden
pasar varios días.
O más, pensó Alison.
Shayne miró a Alison antes de salir por la puerta.
—¿Crees que podrás llevar la consulta tú sola?
La pregunta de Shayne la tomó por sorpresa. No se le había ocurrido
pensar que se quedaría atrás. Todavía faltaba media hora para abrir la
consulta.
—¿No podría ir contigo? Tal vez necesites ayuda —añadió, con
esperanza de disuadirlo.
Shayne miró a Ike y este asintió con gravedad.
—No vendría mal que nos echara una mano.
Shayne se hizo un lado para dejarla pasar.
—De acuerdo, Alison, vámonos.
Más tarde, Alison no recordaría haber corrido hacia la puerta.
Tampoco recordaría el trayecto hasta la mina. Se sentía más allá del
espacio y del tiempo, sin percatarse de nada. En lo único que podía pensar
era en la posibilidad de que le hubiera pasado algo a Luc mientras
ayudaba a rescatar a los mineros. Sabía que no se mantendría al margen
ni antepondría su seguridad a la de los demás. No era propio de él hacerlo.
Quería hablarle, decirle muchas cosas, abrirle el corazón. Pero no
había tiempo.
«Por favor, que haya tiempo».

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La mina Halliday estaba situada a unos ocho kilómetros del centro de


la ciudad. Lo bastante cerca para que un minero decidido fuera caminando
hasta El Salado si estaba muy sediento, pero lo bastante lejos para que los
ruidos de la mina no molestaran a los habitantes de Hades.
El espectáculo que ofrecía la mina era similar a una tormenta en
pleno apogeo. El caos reinaba mientras los hombres corrían de un lado
para otro, haciendo lo posible por resistir aquella prueba que les había
puesto la naturaleza. No había habido un derrumbamiento en la mina
desde hacía más de diez años.
Había más de quince hombres heridos tendidos en el suelo. Los que
habían salido, de una pieza, estaban cavando para sacar a los que no
habían tenido tanta suerte. El derrumbamiento había reducido la entrada
de la cueva a una mera rendija.
Alison saltó rápidamente del vehículo y corrió en busca de Luc. Ike la
siguió.
Lo encontró junto a Jacob, intentando despejar la entrada. Parecía una
labor imposible sin maquinaria, pero la pala mecánica que utilizaban para
apartar rocas grandes estaba averiada. Al ver a Luc, se sintió abrumada
por el alivio. Él la miró con sorpresa.
—Alison, ¿qué haces aquí? ¿No sabes que es peligroso?
—Lo mismo te digo. No había tiempo para discutir.
Lo único que Luc podía hacer era mover la cabeza.
—¿No podéis dinamitarlo? —Alison señaló el muro que habían
formado las rocas.
—No sin saber lo que hay dentro de la mina. Una explosión podría
provocar más derrumbamientos. Hennessey dice que el experto en
explosivos está dentro —declaró, mirando a Ike. Este tomó posición entre
los escombros y empezó a quitar piedras.
—¿Y no hay nadie más? —Alison no podía creer que solo tuvieran a un
hombre que supiera qué clase de carga usar y dónde ponerla.
Luc se quedó pensativo por un momento. Tenían explosivos
suficientes, pero no había nadie que supiera utilizarlos. Se frotó las manos
en los vaqueros y miró a Ike.
—Tal vez yo pueda hacerlo, pero antes tengo que entrar —era
consciente de la expresión atónita de Alison. No pudo reprimir la sonrisa
que asomó a sus labios—. Ya te dije que leía mucho.
—¿Sobre qué? —inquirió Alison, sintiendo que se le encogía el corazón
—. ¿Sobre cómo fabricar explosivos?
—Sobre cómo funciona una mina —contestó.
Luc vio la preocupación en sus ojos. Quería hablar con ella y decirle lo
que había sentido aquella mañana, al despertar y no verla en su cama.
Quería decirle que lo que más deseaba en el mundo era tenerla a su lado

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cada mañana durante el resto de su vida, pero aquel no era el momento ni


el lugar. Había vidas en juego.
Después podría abrirle su corazón. Ike estudió los escombros e hizo
un pequeño cálculo.
—Si todos trabajáramos coordinados, podríamos despejar las rocas
suficientes para que entraras.
—De acuerdo.
¿Qué estaban diciendo? Alison fue presa del pánico. Agarró a Luc del
brazo para exigir su atención.
—¿No pensarás entrar ahí?
Luc la miró a los ojos, pidiéndole en silencio que comprendiera.
—No tengo elección.
—Claro que sí, siempre hay elección.
Luc hablaba lentamente, con serenidad. Con la calma reinante en el
ojo de un huracán.
—Alison, ¿y si fueran tus hermanos los que estuvieran atrapados ahí
dentro?
Alison no podía discutir con él. Tenía razón. Sabía que no tenía
derecho a pedirle que no lo hiciera. Aunque su relación fuera más
vinculante, aunque fuese el hombre con el que, de repente, quería pasar
el resto de su vida, no tenía derecho a pedirle que no siguiera los dictados
de su conciencia.
Lo soltó, asintió y dio un paso atrás.
—Si hay alguna posibilidad, debes entrar —admitió en voz baja. Al
segundo siguiente, sintió cómo Luc la agarraba por los hombros y le daba
un fuerte beso en los labios.
—Para que me dé suerte —le dijo, y se alejó corriendo para reunir los
explosivos que iba a necesitar.
Solo después de recobrar el aliento, comprendió que Luc la había
llamado Alison delante de Jacob. Este ni siquiera había parpadeado.
—¿Lo sabes? —le preguntó, y él asintió.
—Desde esta mañana. Me lo ha contado todo. A Luc no le gusta
mentir, nunca le ha gustado —no había nada salvo admiración en su voz
—. Es un gran tipo.
Alison ya lo sabía.
No hubo tiempo para seguir hablando, porque llegaron más
voluntarios para intentar despejar las rocas de la entrada de la cueva.
Consciente de que sería de más ayuda en otra parte, Alison se dio la
vuelta y fue en busca de Shayne.
Durante la hora siguiente, fue de hombre en hombre siguiendo los
pasos de Shayne, haciendo lo que estaba en su mano para ayudar. Había

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heridas que limpiar y que vendar, huesos rotos que entablillar y


estimaciones que hacer sobre a quién habría que trasladar al hospital de
Anchorage y quién podría irse a su casa.
Trabajó sin descanso, sin pararse a pensar en nada salvo en el
hombre herido que estaba ante ella. Lo último que quería era pensar en lo
que podía pasarle a Luc cuando entrara en la mina.
—¡Va a entrar! —gritó alguien.
A Alison se le fue la mano y vertió demasiado alcohol en el algodón
con el' que iba a limpiar una herida. Lo soltó y se alejó del minero al que
había estado atendiendo. Había sido uno de los más afortunados. Dos
cortes y una magulladura, nada que requiriese demasiados cuidados.
—Vuelvo enseguida —le dijo sin volver la cabeza.
—Aquí estaré —repuso el minero, pero Alison ya no le oía.
Los, hombres habían conseguido abrir un orificio lo bastante ancho
para que Luc pudiera entrar con una linterna y los explosivos. De .sesenta
centímetros de alto por otros sesenta de ancho.
Alison sintió cómo se le llenaban los ojos de lágrimas al ver a Luc
desaparecer por la abertura. Parpadeó, decidida a no llorar. Sin pensarlo,
se aferró al brazo de Ike.
—Todo saldrá bien —la consoló Ike.
—Por supuesto —murmuró. Solo deseaba poder creerlo.
Fue como si el tiempo se hubiese detenido. Alison se quedó mirando
la abertura de la mina con el corazón en un puño, deseando con todo su
ser que Luc volviera a salir. Cada ruido, cada chasquido hacían que se le
parara el corazón antes de que empezara a palpitarle con frenesí.
Maldición, ¿dónde estaba? ¿Por qué no había salido ya? ¿Y si...?
No, ni siquiera quería pensar en ello.
Cuando por fin vio que alguien salía por la abertura, sintió ganas de
gritar de alegría. Pero, un momento después, la alegría se extinguió. No
era Luc.
—¡Mirad, es Riley! —gritó alguien.
El hombre, que no tenía más de veinte años, estaba visiblemente
conmocionado. Una mujer lanzó un grito de alivio y corrió hacia él. Alison
supuso que se trataría de su madre.
—Luc me ha sacado —le dijo Thomas Riley al hombre que lo había
agarrado del brazo para sostenerlo—. Me había caído una viga encima y
no podía moverme. Ya me daba por muerto.
Alison se abrió paso entre la masa.
—¿Dónde está Luc?
—Ahí dentro —contestó Riley débilmente—. Hay dos hombres más,
Sawyer y Crenshaw, detrás de una roca. Luc ha dicho que iba a darme

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cinco minutos para salir y que luego pondría un explosivo para poder
llegar hasta ellos.
Todos sabían el riesgo que eso implicaba. A no ser que colocara la
carga justa, había muchas posibilidades de que ninguno de ellos saliera
con vida. El más mínimo error de cálculo podía ser fatal.
Alison se sintió presa de una nueva oleada de pánico.
—¿No podemos hacer nada? —le dijo a Ike con ojos suplicantes. La
frustración era evidente en él.
—Ya solo podemos rezar.
Alison se sentía tan impotente que habría gritado. Quería ir con Luc,
aunque fuese abriéndose paso con sus propias manos, pero lo único que
podía hacer era permanecer de pie mirando la cueva, sin saber si estaría
contemplando su tumba.
Ike vio la agitación en su mirada y le agarró la mano con fuerza.
Cuando se produjo la explosión, notó las uñas de Alison clavándose en su
piel y oyó su grito ahogado.
Salió humo de la abertura y la tierra tembló bajó sus pies, como si se
tratara de un temblor de tierra localizado. Como un solo hombre, los
voluntarios corrieron a la entrada y empezaron a apartar las rocas
restantes. Alison se unió a ellos, trabajando tan rápido como podía.
Aterrorizada, Alison empezó a rezar.
Rezó para que no hubiese sido un temblor y para que Luc volviera con
ella y pudiera decirle lo que sentía por él.
«Señor, mantenlo a salvo para que vuelva conmigo».
Nunca había rezado con tantas ganas en la vida.
Transcurrieron más de cinco minutos. Cinco minutos en los que todo
el mundo cavaba en silencio, por miedo a no oír hasta el más leve ruido
procedente del interior de la mina.
Entonces, una mano apareció por la abertura recién ampliada. Los
hombres corrieron al rescate, mientras los demás seguían apartando
piedras.
Alison tenía miedo de creer. De no creer.
Un minuto después, cubierto de polvo de la cabeza a los pies, Luc
salió a trompicones, arrastrando a un hombre mientras otro los seguía por
detrás. Los tres estaban tosiendo y haciendo esfuerzos por respirar.
En el momento en que entregó al hombre al que sostenía a otra
persona, Alison se abalanzó sobre Luc. Le rodeó el cuello con los brazos y
lo besó con fuerza en los labios, sin importarle el polvo que le cubría ni las
miradas sonrientes de los hombres que los rodeaban.
No le importaba nada salvo que Luc estaba vivo y otra vez con ella.
—Dios mío, Luc, ¿estás herido? —preocupada por si aplastándole una
costilla rota, deslizó rápidamente las manos por su cuerpo.

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Jadeando, Luc fijó la mirada en su rostro. Tenía una expresión vacía.


—¿Luc? ¿Quién es Luc? ¿Y quién eres tú? ¿Te conozco?
Durante un terrible momento, Alison creyó que volvía a tener
amnesia. Pero enseguida vio el brillo de humor en su mirada cuando dijo:
—Voy a tener que besarte otra vez. Tal vez así recupere la memoria.
—Yo sí que te voy a hacer recuperar la memoria —riendo, volvió a
arrojarse en sus brazos. Estaba loca de alegría—. Me alegro tanto de
verte, que no voy a matarte por hacerme pasar por esto. Lo dejaré para
más tarde.
La debilidad que se había apoderado de él empezaba a remitir.
Durante unos minutos, había sido cuestión de vida o muerte. Unos
minutos en los que Luc había estado despidiéndose del mundo,
lamentando no haberle dicho a Alison que la amaba.
—¿No podrías matarme después de la boda?
—¿Qué boda? —Alison abrió los ojos con sorpresa.
—¿La nuestra?
Lo dijo en forma de pregunta porque, ni siquiera en aquellos
momentos estaba seguro de la respuesta. Aquella misma mañana,
después de nacerle la confesión a Jacob, había decidido que le pediría a
Alison que se casara con él. Pero, ¿y si ella decía que no?
Después de la experiencia en la mina, sabía que no iba a aceptar un
«no» por respuesta.
Alison se quedó mirándolo, atónita. Era algo tan inesperado... Tenía
miedo de que su corazón absorbiera las palabras, porque, en el fondo, no
deseaba otra cosa. Ladeó la cabeza para mirarlo con atención.
—¿Estás seguro de que no estás bajo los efectos de la amnesia?
—Estoy seguro —Luc se frotó las manos en los vaqueros antes de
tocarle la mejilla—. Pero, si contestas que sí, voy a padecer un poco de
euforia. ¿Qué dices, Alison? ¿Quieres hacer de mí un hombre honrado?
—Vamos, Alison, di que sí —gritó uno de los presentes—. No lo hagas
esperar.
Alison rió por el juego de palabras empleado por Luc.
—Normalmente, es la mujer a la que hay hacer honrada.
—En este caso, es a mí.
Alison se puso seria. Había sido un gesto admirable que Luc
reconociera la verdad. Sabía lo que le debía de haber costado. A nadie le
gustaba parecer un estúpido.
—Jacob me dijo que lo confesaste todo. Sabe que no estamos
casados.
—Todavía —puntualizó Luc, y la miró con ojos suplicantes.

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Alison se sintió tentada de aceptar. Pero se lo estaba pidiendo llevado


por la emoción del momento y no quería que, después, se arrepintiera. Le
costó, pero le dio la oportunidad de retractarse.
—Luc, acabas de estar al borde de la muerte. No digas nada de lo que
luego te arrepientas.
—Si no te casas con él, ¿quieres casarte conmigo? —preguntó uno de
los voluntarios. Ike le dio un empujón amistoso.
—Cállate y deja que hablen entre ellos —le ordenó.
—Nunca he dicho nada sin pensar —le dijo Luc a Alison—. Y no voy a
lamentarlo, ni ahora ni nunca. Esta mañana decidí pedirte que te casaras
conmigo, antes de saber lo del derrumbamiento —tomó las manos de
Alison y se las llevó al pecho—. Quiero que te quedes conmigo cuando
termines las prácticas. No quiero que vuelvas a Seattle, Alison. Si te vas,
¿qué será de mi pobre corazón?
Alison sintió cómo el suyo se le subía a la garganta, en aquella
ocasión, a causa de tanta felicidad.
—Dile ya que sí, cielo —la apremió Ike, incapaz de soportar la espera
más tiempo—. Sabes que quieres decírselo.
—Sí, sé que quiero decírselo —repuso Alison con una sonrisa.
Luc la levantó en brazos antes de darle un cálido, aunque sucio
abrazo.
—Estáis todos invitados a la boda —anunció. Y luego le sonrió a Alison
—. A la luna de miel, no.
Se produjo un coro de lamentos mientras Luc la besaba, pero ninguno
de los dos lo oyó.

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Epílogo

LAS MARIPOSAS que revoloteaban sobre su cabeza al entrar en la


tienda donde iba a ponerse el vestido de novia eran un reflejo del
hormigueo que sentía en el estómago. No era la primera vez que estaba a
las puertas del matrimonio, pero, en aquella ocasión, no sentía el pánico
de estar cometiendo un terrible error, sino ilusión, anhelo y, cómo no,
nervios.
¿Y si no...?
Sí, se prometió Alison en silencio. Sería una buena esposa. La esposa
de Luc. Y llevaría un precioso anillo para recordarlo.
Se miró la mano. La antigua alianza que se había acostumbrado a
llevar en tan poco tiempo, había desaparecido de su dedo. Luc se la
entregaría oficialmente al cabo de unos pocos minutos.
Tal vez su mano sintiera que le faltaba algo, pero su corazón, no. Por
primera vez en la vida, no sentía miedo. Estaba a punto de explotar de
felicidad.
—Si sales así de radiante, la gente va a pensar que hay dos soles en
vez de uno —le dijo Sydney.
—Que lo piensen —Alison no podía disimular su contento—. Nunca
creí que llegaría este momento.
Unos minutos después, Kevin metió la cabeza en la tienda de
campaña que Ike y Shayne habían montado hacía menos de una hora.
—Ya casi es la hora, Aly.
Entonces, la vio, la vio de verdad. Su hermana pequeña estaba
radiante. Y todos los miedos secretos que había albergado sobre aquella
boda precipitada se desvanecieron. En aquel momento, Kevin entendió el
orgullo que sentía el padre de la novia.
—Cariño, estás preciosa.
Alison se alisó la falda del vestido de novia de su madre. Lily se lo
había llevado en la maleta. En su primera boda, Alison se había puesto un
vestido sencillo que había comprado para la ocasión, un vestido que
podría usar en otras celebraciones. Al recordarlo, comprendió que, desde
el principio, había sabido que su matrimonio con Derek iba a ser un
fracaso y que, al menos, podría salvar el vestido del naufragio.
Pero, para su boda con Luc, había sabido que se casaría con el vestido
de novia de su madre. Y que sería para siempre. Bajó la vista para
admirarlo.
—Sí, es bonito, ¿verdad?
—No me refería al vestido —Kevin sintió que se le cerraba la garganta
—. ¿Sabe Luc la suerte que tiene?

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Con la ayuda de Sydney, Marta desplegó la cola del vestido.


—A juzgar por la forma en que habla y presume de Alison, yo diría que
lo sospecha —ladeó la cabeza, como si escuchara algo—. Vaya, me parece
que oigo a tu marido practicando en el teclado —le guiñó el ojo a Sydney.
Kevin y Ike habían sacado a la pradera el amado piano de Shayne para
que Alison y Luc pudieran tener música cuando se dijeran las palabras que
los unirían para siempre.
Sydney se detuvo a escuchar. Le guiñó el ojo a Alison.
—Yo diría que es la marcha nupcial.
Kevin le ofreció el brazo a la novia. Se dijo que no iba a llorar, no
quería avergonzar a Alison. Pero tenía los ojos brillantes.
—¿Preparada?
Alison respiró hondo.
—Sí.
Salieron de la tienda a paso lento, con Marta, Sydney y Lily desfilando
por el pasillo que habían improvisado en la pradera salpicada de flores.
Era el único lugar lo bastante grande para dar cabida a todas las personas
a las que Luc había invitado.
Luc se dio la vuelta en el altar y contempló cómo Alison se acercaba.
Sabía que era hermosa, lo había sabido desde el momento en que la había
visto en el callejón de Seattle y la había tomado por un ángel. Pero, al
contemplarlo en aquellos momentos, erguida como una reina y caminando
hacia él, se quedó boquiabierto. Y con el corazón exultante.
Cuando llegó a su lado, el reverendo empezó a pronunciar las
palabras que los unirían ante la ley, la iglesia y todos sus amigos y
familiares, y que harían realidad lo que había sido cierto desde que
estaban juntos.
—Yo os declaro marido y mujer. Puedes... —el reverendo se
interrumpió y rió. Sin esperar su indicación, Luc había estrechado a Alison
entre sus brazos y la estaba besando. En aquel momento, Shayne empezó
a tocar Moon River, como Luc le había indicado—. Ya veo que no perdéis el
tiempo.
En realidad, pensaban aprovecharlo durante el resto de sus vidas.

Fin.

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