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Amor
Marie Ferrarella
3º Alaskanos
Argumento:
Prólogo
MAGNÍFICO. Sencillamente, aquello era magnífico.
Por primera vez desde hacía mucho tiempo, sintió deseos de tomarse
una copa. Claro que no serviría de nada. Precisamente, se había metido en
aquel lío por tomarse una copa... varias copas.
—¿Malas noticias?
Luc LeBlanc volvió la cabeza y vio a su primo Ike de pie, detrás de él.
El Salado, el bar del que los dos eran propietarios, pero que Ike regentaba,
estaba casi vacío a aquella hora del día.
Ike llevaba un rato observando a su primo. Señaló la carta que estaba
sobre la mesa, delante de él.
—¿Por qué lo preguntas?
La vena del cuello de Luc estaba a punto de reventar. Sin esperar a
recibir permiso, Ike giró la carta hacia él y hojeó el contenido. Eran como
hermanos y no había secretos entre ellos. Claro que apenas había secretos
en una ciudad tan pequeña como Hades; aunque, en Alaska, todas las
ciudades eran así... Cuando llegó al párrafo que había hecho maldecir a
Luc en silencio, Ike alzó la vista para mirar a su primo a los ojos.
—Caramba, ¿qué le hace pensar a Jacob que estás...?
—¿Casado? —Luc se encogió de hombros y desvió la mirada—. Yo
mismo le mentí cuando me encontré con él en Anchorage.
—Pues si quieres ahorrarte el ridículo, yo que tú me iría a la caza de
una esposa — Ike sonrió—. Te prestaría la mía, pero me estoy aficionando
al matrimonio y no quiero arriesgarme a perder a Marta si te la dejo para
que guardes las apariencias —se puso serio—. ¿Qué piensas hacer?
Luc fijó la vista en la carta.
—No lo sé.
—Esto —dijo Ike, mientras se levantaba para preparar la barra, a la
espera de los mineros que entraban en El Salado a mediodía— va a ser
interesante.
«Interesante» no sería la palabra que él habría usado, pensó Luc. La
frustración se apoderó de él y resistió el impulso de romper la carta. Así no
arreglaría el problema, porque llegaría en avión en cuestión de tres
semanas. Y no solo él, ella también..
Se lo tenía merecido. Había mentido y tendría que pagar por ello
confesando la verdad. Y eso no le hacía ninguna gracia.
Había sido fiel a la verdad toda la vida; no por fanatismo, sino porque
era su manera de ser. Si no recordaba mal, la mentira que había dejado
escapar de sus labios en un momento de total y absoluta debilidad había
sido también la primera.
La gente mentía todos los días, incluso allí, en Hades. Sobre todo en
Hades, pensó, donde el aburrimiento, prácticamente, lo exigía. Era una
forma de expresión artística en aquella diminuta localidad situada a mil
quinientos kilómetros de Anchorage. Seguramente, ninguno de sus
habitantes había tenido que ocultarle la verdad a quien, en una época,
cuando su vida había estado exenta de complicaciones, había sido su
mejor amigo.
Pero le había mentido a Jacob e iba a tener que reconocerlo.
Lo que necesitaba, decidió Luc, no era una copa, sino largarse de allí.
Ambas eran soluciones temporales, pero un viaje le sentaría mucho mejor
que el alcohol. Tal vez fuese el momento de pasar unos días en Seattle,
como llevaba tiempo prometiéndose.
Dio vueltas a la idea en la cabeza. Seattle. Claro, ¿por qué no?
Podría ser justo lo que necesitaba para serenarse e idear la manera
de resolver aquel asunto sin humillarse por completo.
Capítulo 1
Maldición, no debería haber aparcado allí. Tendría que haber sido más
precavida. Pero el bulevar MacArthur, donde se hallaba el hotel Embassy,
estaba cortado en un sentido a causa de las obras de reforma de la calle y
no le había quedado más remedio que meterse por una bocacalle
frecuentada por los habitantes de la noche y por camioneros corpulentos.
Desde luego, no era el lugar adecuado para una enfermera recién
diplomada que conducía el taxi de su hermano en su afán por ahorrar
unas monedas.
Con un ojo puesto en la pelea y el corazón a punto de salírsele del
pecho, Alison Quintano buscó frenéticamente con la mirada un coche
patrulla, pero no había ninguno a la vista. Era de esperar.
Maldijo entre dientes, levantó la tapa de un cubo de basura y se la
arrojó al segundo atracador, que había aparecido de la nada. El brazo que,
según sus hermanos mayores, debería haber pertenecido a una futura
estrella del béisbol, permaneció fiel a sus habilidades y acertó a darle en
la cabeza. El impacto le hizo perder el equilibrio, pero para entonces ya
había dejado inconsciente a su último pasajero.
Cuando el maleante giró en redondo, con las manos en la cabeza y la
furia reflejada en sus ojos, se miró los dedos y vio sangre.
—Hija de perra, me las vas a pagar.
Hizo ademán de ir por ella, pero su compañero le gritó:
—No tenemos tiempo para eso —registró los bolsillos del hombre que
yacía en el suelo—. ¡Hay que salir de aquí!
El segundo atracador todavía vacilaba. El sentido común prevaleció y
siguió al primero, aunque no sin pararse el tiempo justo para apoderarse
de la maleta que estaba en el suelo. Se alejaron corriendo por el callejón y
desaparecieron.
Alison reprimió el impulso de ir tras ellos. Sería una estupidez, no
podría hacer nada. Además, eran dos y, aunque no muy corpulentos,
podrían reducirla fácilmente. Como habían hecho con su pasajero.
Alison abandonó la idea de perseguirlos y se acercó corriendo a su
buen samaritano.
Luc estaba tumbado boca abajo, inmóvil. Al verlo así, sintió náuseas
en el estómago. Se arrodilló y le puso los dedos en la base del cuello.
Tenía pulso. Aliviada, exhaló el aire que había estado conteniendo.
Estaba vivo, pero inconsciente. El segundo atracador se había
acercado a él por detrás y lo había golpeado con un bate de béisbol
—¿Lo recuerda?
Luc supo que se refería a todo su pasado. Pero solo tenía eso.
—Solo que me llamo Luc.
—¿Luc qué más? —lo apremió Alison, que no se daba por vencida
fácilmente.
Luc lo intentó, lo intentó de verdad, pero no recordó nada.
—No tengo ni la más remota idea.
Capítulo 2
—Gracias.
—Además, tiene mi número de teléfono —le dijo Alison al detective,
cada vez más intranquila. Donnelley levantó el bloc de notas. Había
apuntado sus datos en la parte superior de la hoja.
—Aquí mismo —declaró.
Alison empezó a retroceder. Nunca le había gustado ser el centro de
atención y no hacían más que llegar curiosos.
—Entonces, ¿podemos irnos?
—Ya le he dicho que sí. Son libres de ir donde quieran.
Alison no se sentía libre, precisamente, pero era lo único que
necesitaba oír.
—Vámonos —le dijo a Luc.
Por un momento, Luc había creído que iba a dejarlo solo pero, al
parecer, la joven pensaba que los dos estaban juntos en aquel lío. Aquello
le resultó extrañamente reconfortante, teniendo en cuenta que, antes del
fatídico viaje en taxi, eran unos desconocidos. Caminó detrás de ella, pero
cuando fue a abrir la puerta delantera del taxi, Alison lo miró con sorpresa.
—¿Qué haces?
—Subir al coche.
Alison desvió la mirada a los asientos traseros.
—¿Y por qué no subes atrás? —después de todo, ahí era donde debían
viajar los pasajeros. En la parte de atrás. Lejos de ella.
Luc vaciló; luego, optó por dejar el asunto en manos de Alison.
—Si no te importa, preferiría sentarme a tu lado. Ahí detrás me siento
un tanto aislado —había esperado allí sentado a que llegara la policía y se
había sentido desvinculado de todo. No era una sensación agradable.
Alison se mordió el labio inferior. No sabía si era una excusa o si
hablaba en serio. En cualquier caso, no podía pasar nada. Luc estaba
demasiado afectado para intentar algo en su estado. Y se trataba de una
circunstancia especial.
—Está bien —murmuró, y se acomodó detrás del volante—. Puedes ir
delante.
Luc se quedó mirando el cinturón de seguridad durante momento,
como si lo estuviera analizando, antes de deslizar la lengüeta metálica en
la ranura.
—¿Adonde vamos?
—A que te examinen.
Aquello no sería gratis.
—No tengo dinero —señaló innecesariamente. Alison se abrió paso
por el callejón y puso el intermitente para incorporarse al tráfico.
—No hay rastro de inflamación. Como médico, opino que solo ha sido
un golpe.
—¿Y la amnesia? —lo apremió Alison. Como el paciente era Luc, y no
su hermana, Jimmy le habló a él.
—Tendría que desaparecer en un par de días —hizo una pausa y
matizó—. Con suerte.
—Tendría —repitió Luc con voz pausada, absorbiendo la palabra en el
vasto abismo que existía en su mente—. Pero no hay ninguna garantía.
Jimmy sabía que debía compadecer de verdad a su paciente. ¿Cómo
se sentiría él si un día, al despertarse, descubriera que todo su mundo se
había borrado de su mente? Era una idea horripilante.
—En la vida, nada tiene garantías.
—Salvo la muerte y los impuestos —Luc se paró bruscamente para
analizar el comentario que había brotado de sus labios sin pensar. Lo
había oído antes en alguna parte, pero ¿dónde, cuándo? Reprimió la
frustración y se concentró, en cambio, en el hecho de que había recordado
algo, por trivial que fuera. Al menos, era un avance.
—Sí —Jimmy hizo una última anotación en la ficha de Luc antes de
cerrarla. Se preguntó cómo lo archivaría la recepcionista, dado que no
había apellido—. Salvo eso — dejó a un lado la ficha, tomó una pequeña
caja blanca y se la pasó a Luc—. Voy a darte diez pastillas. Toma una cada
cuatro horas para el dolor, si se hace insoportable. Te producirá
somnolencia —le advirtió—, pero no creo que vayas a manejar maquinaria
pesada en un futuro inmediato.
Luc contempló la caja antes de apartarla.
—Si no te importa, prefiero mantenerme alerta. Ya tengo bastante
confusión en la cabeza.
Eso Jimmy podía comprenderlo. Luc había descrito un terrible dolor de
cabeza.
—Como quieras —le dijo, y se quedó pensativo. Como Luc estaba sin
blanca y no recordaba quién era, no tenía dónde alojarse—. Sabes, hay un
refugio no muy lejos de aquí... —echó mano de un bolígrafo y de algo en lo
que escribir.
—Ya tiene las señas de un refugio —lo interrumpió Alison—. Se las dio
el detective —no tenía experiencia directa de esos lugares, pero había
visto un documental, lo suficiente para tomar una decisión. Pero Jimmy se
perdió la mirada resuelta de su hermana.
—Entonces ya lo tienes todo
—Eso parece —corroboró Luc.
—Gracias otra vez por salvar a la enana —señaló a Alison con la
cabeza mientras estrechaba la mano de Luc—. Nos hemos acostumbrado
a tenerla con nosotros.
Capítulo 3
NO TE ACUERDAS de nada?
Kevin pensó en todas las experiencias de su vida, en los preciados
recuerdos de momentos valiosos. La idea de perderlos de repente le
pareció devastadora. Se llenó de compasión por el hombre que estaba
sentado al otro lado de su pequeño escritorio repleto de papeles.
—No —aquella única palabra reverberó, oscura y solitaria, en el
cerebro de Luc, sin arrastrar nada a la luz salvo frustración.
Kevin exhaló un profundo suspiro y se pasó la mano por el pelo.
—Eso tiene que ser terrible —como no sabía qué decir, miró a su
hermana—. ¿Cuánto duran estas cosas?
Alison vaciló, pero mantuvo el ánimo firme por el bien de Luc.
—Jimmy dijo que se le pasaría en un par de días.
O más, añadió en silencio. No podía saberse. Aunque le había hecho a
Jimmy la misma pregunta, Alison sabía que la amnesia no seguía ninguna
pauta fija. Variaba según la persona. Podía desaparecer al día siguiente o
durar toda una vida. No podía decirse.
Por el bien de Luc, cruzó los dedos y deseó lo primero.
—¿En un par de días, en? —Kevin tenía un optimismo imbatible—. Por
supuesto que puede dormir en la habitación del garaje —le dijo a Alison—.
Puedes quedarte el tiempo que necesites, nada es demasiado para el
hombre que ha salvado a mi hermanita —como para reforzar su
comentario, Kevin le pasó el brazo a Alison por los hombros y la abrazó.
Avergonzada, Alison intentó no sonrojarse.
—Somos una familia muy unida —le dijo a Luc.
Luc se percató de que Alison se desembarazaba sutilmente del brazo
de su hermano y daba un paso hacia atrás. Le hizo pensar en espacios
reducidos y en claustrofobia. En derrumbamientos. ¿Qué significaba todo
eso?
Oyó cómo la puerta se abría a su espalda.
—Oye, Kevin, ¿puedo hablar contigo un momento? —se volvió en la
silla y vio a un hombre con un mono manchado de grasa que asomaba la
cabeza por la puerta.
Kevin despachó al mecánico.
—Dentro de un minuto, Matt. ¿Es que no ves que estoy ocupado?
—Puede esperar — gruñó Matt, y se retiró.
De repente, Kevin tuvo una idea. Se sentó en un extremo de su
escritorio y miró a Luc a los ojos.
—¿Alguna cosa? —lo presionó Alison, ansiosa. Había algo en los ojos
de Luc, pensó. Había recordado algo.
—Nieve.
Alison se quedó mirándolo, confundida.
—¿Cómo?
—Me ha venido una imagen de la nieve —pero, incluso mientras lo
decía, la imagen desaparecía de nuevo en el olvido—. O tal vez fuera una
amplia expansión de vacío —«producida por mis vanas ilusiones», añadió
en silencio—. No sé.
Alison le puso la mano en el hombro y la mantuvo allí durante un
segundo antes de darse cuenta de lo que hacía. Entonces la dejó caer a un
costado.
—Ya te vendrá. Seguramente, estás forzándolo demasiado. Quién
sabe, quizá después de dormir a pierna suelta toda la noche...
—Solo son las cinco de la tarde —señaló Kevin.
Tal vez, pero Luc había pasado un mal trago y, sin duda, estaba
agotado. Estaba recuperando el color de la cara, lo cual era una buena
señal, pero no había que confiarse demasiado. Al fijarse en su complexión,
se dio cuenta de que estaba bronceado. ¿Acaso vivía en la costa? ¿Cerca
de la playa? Su forma de hablar era lenta y relajada. ¿Sería californiano?
Cielos, como detective era pésima.
¿Dónde estaba Sherlock Holmes cuando se lo necesitaba?
—Aun así, puede echarse un rato, Kevin. Vamos, te llevaré a casa —
salió del despacho y se detuvo en seco. La plaza donde había dejado el
coche aquella mañana estaba vacía. Se volvió y miró a su hermano.
—¿Dónde está mi coche?
—Ah —con todo el jaleo, se le había olvidado—. Matt lo ha dejado
junto al taxi número dos. Le pedí que te cambiara el aceite.
Alison había comprado el coche de segunda mano con dinero que
había ganado en varios empleos desde que tenía dieciséis años. Lo
trataba como si fuera una amada mascota.
—Puedo cambiarlo yo misma.
—Sí, ya lo sé —era una vieja historia. Alison se enfurruñaba cuando
Kevin intentaba hacer algo por ella, como si estuviera violando su
independencia. Se comportaba igual con todo el mundo—, pero me gusta
hacer pequeñas cosas por ti —miró a Luc—. Le gusta ir de independiente.
—No, solo de la edad que tengo —replicó Alison. Luego suspiró y miró
a Luc—. Como soy la pequeña, todos piensan que tienen que cuidar de mí.
—Así es —le confió Kevin a Luc, y le guiñó el ojo—. Ya sabes cómo son
estas cosas.
—No —contestó Luc con sensación de pesar—. No lo sé.
Alison rió al recordar la vez que había necesitado una camisa de traje
y la había sacado, a hurtadillas, del armario de Jimmy. La bronca que le
había echado su hermano al descubrir la sustracción había sido
descomunal, sobre todo después de ver las manchas de vino—.
Seguramente, Beau Brummell estaba más dispuesto a dar sus ropas que
él.
—Beau Brummell. Figura del siglo diecinueve, conocido por su
elegancia en el vestir. Amigo del Príncipe de Gales.
Kevin y ella intercambiaron una mirada, luego se volvieron para
observar a Luc, que , parecía un poco sorprendido de sí mismo.
No sabía de dónde había salido eso.
—Tal vez seas un vendedor de enciclopedias —sugirió Kevin, medio
en broma. Luc se encogió de hombros.
—Ahora mismo, podría ser cualquier cosa.
Capítulo 4
Alison cerró los ojos y saboreó aquel bocado tanto como el primero y
el segundo.
Aquel hombre era un genio. Hasta le daba mil vueltas a Lily. Aquello
no era una tortilla, sino un milagro en miniatura.
A Lily le iba a encantar.
Como si su hermana mayor necesitara otro hombre en su vida. Alison
lo pensó sin malicia. Como la mujer entregada a su trabajo que era, Lily
también sabía jugar duro. Y divertirse.
«Tú, no, Alison. Tú estás hecha para otras cosas», se dijo.
—¿A pesar de...? —la apremió Luc. Cualquier palabra podía ser una
pista que le devolviera su pasado.
Bueno, ya que había empezado, pensó Alison, debía terminar. Lo
último que Luc necesitaba era que ella se pusiera enigmática.
—A pesar de tu atractivo.
—¿Atractivo? —¿qué clase de sensaciones iban unidas a ser atractivo?
—. ¿Crees que lo soy?
—Como observadora imparcial que soy, sí —se dio la vuelta,
consciente de que había cometido un error. Para cambiar de tema, abrió
otra vez la nevera—. ¿Te apetece algo de beber? No has tomado nada con
la cena.
«Invito yo».
«Oye, Luc, otra ronda de cervezas».
—Un bar.
Alison acababa de quitarle la anilla a una lata de CocaCola y se la
estaba ofreciendo.
—¿Prefieres algo con alcohol? —notó las náuseas en el estómago.
«Basta», se ordenó—. Creo que hay unas latas en una nevera, en el
garaje. Iré a ver.
—No, por favor —Luc la frenó con una mano en el hombro para
impedir que se fuera—. No quiero cerveza.
—Está bien —Alison asintió lentamente, con los ojos fijos en él.
Intentaba seguirlo sin incrementar la confusión que debía de estar
sintiendo—. Pero has dicho algo sobre un bar. ¿Estás recordando algo?
¿Trabajas en un bar?
Varios pensamientos sin forma colisionaron en su cerebro, negándose
a encajar. Luc se pasó la mano por el pelo. El dolor de cabeza estaba
reapareciendo.
—No lo sé. Tal vez sea camarero. O lo haya sido.
Había otras posibilidades.
—O quizá entraras en un bar en el aeropuerto antes de subir al avión.
No olías a alcohol cuando subiste al taxi.
—¿Pudiste olerme el aliento?
—No exactamente, pero cuando te recogí, tenía todas las ventanillas
cerradas. Llevaba puesto el aire acondicionado. Si hubieras bebido algo,
me habría percatado en cuestión de minutos. Una vez recogí a un
vendedor que acababa de regresar de una convención. Cuando lo dejé, el
taxi estaba impregnado del olor —no añadió que había sentido náuseas
durante todo el trayecto, a pesar de abrir la ventanilla. El viajero había
protestado, porque llovía a cántaros—. Matt casi tuvo que fumigarlo para
que yo pudiera volver a usarlo —la expresión de Luc le indicó que no
entendía exactamente por qué el mecánico había tenido que hacer una
cosa así—. El olor del alcohol me produce náuseas.
—¿Se trata de una alergia extraña?
—Inusual, tal vez —reconoció en tono rotundo, para eludir cualquier
posible pregunta.
No era tanto una alergia como un recuerdo. Un recuerdo del que
quería librarse, pero que seguía acosándola, trece años después. El olor
penetrante a whisky, envolviéndola, asaltando su boca mientras Jack la
sujetaba con fuerza por la cintura...
—¿Qué ocurre?
Alison se percató de que la estaba mirando y cambió de postura.
—¿Por qué lo preguntas?
Se había quedado pálida de repente, como si hubiese recordado algo
que la molestara.
—Te has quedado blanca.
—No he dormido mucho últimamente — Alison desechó su comentario
con una carcajada y lo miró con una ceja levantada—. Además, ¿quién es
la enfermera aquí?
—Tú... Que sepamos —añadió Luc con una sonrisa.
Alison se quedó pensativa. No, no lo imaginaba con bata de hospital.
—Me cuesta tanto creer que seas enfermero como que seas vaquero.
Tienes más posibilidades de ser un genio de la informática.
La idea enseguida cobró fuerza en su cabeza. Los ordenadores eran
un sector en alza. Dejó el estropajo con el que había estado lavando sobre
la mesa y lo asió de la mano, ansiosa por saber si estaba en lo cierto. Lo
condujo hacia la parte de atrás de la casa.
—Vamos, ¿por qué no lo averiguamos?
Luc sabía que tenía la mente embotada y que por eso no la seguía,
pero se preguntó si alguna vez su mente había sido capaz de dar saltos
como la de Alison.
—¿Si soy un genio?
—Bueno, quizás un genio no, pero igual sabes algo de ordenadores.
Abrió la puerta y lo llevó al despacho. Había libros y papeles
esparcidos por todas las superficies. Algunos habían aterrizado el camino
a la alfombra, bien por voluntad expresa o por accidente. Kevin llevaba allí
sus cuentas, y Jimmy y ella utilizaban la habitación para estudiar. Alison
sorteó una pila de libros y se acercó al escritorio. Luego miró a Luc con
una sonrisa de disculpa.
—Perdona el desorden, pero todos compartimos a Al.
—¿Al?
Capítulo 5
Luc bajó la vista a la almohadilla del ratón. Era una escena del Polo
Norte. Durante un instante, se sintió transportado.
—No hay muchas mujeres disponibles —declaró, sin saber por qué lo
decía. Alison lo miró.
—Por supuesto que las hay —replicó, pero se controló. Era como si
una parte de él no estuviera en la habitación, sino intentando atrapar otro
fragmento de recuerdo. La compasión anuló la incomodidad que sentía—.
¿Acabas de recordar algo?
Luc exhaló un suspiro y se rindió.
—Eso creía, pero se me ha escapado. Es como estar en una tormenta
cuando se ha cortado la, luz —especuló—. La electricidad sigue fluyendo
con chisporroteos, pero la habitación no se ilumina. No consigo distinguir
los contornos... siguen en la oscuridad —«igual que yo», pensó.
Parecía saber de lo que hablaba. Alison trabajó sobre su metáfora.
—Tal vez haya muchas tormentas allí donde vives.
—Tal vez —reconoció Luc—, pero no estoy seguro —miró por la
ventana. El cielo seguía nublado, como cuando habían llegado a la casa—.
Sin embargo, no recuerdo esta neblina constante.
Inquieta y ansiosa por establecer cierta distancia entre ellos, Alison se
puso en pie y se acercó a la ventana por la que él había estado mirando.
Contempló las gotas de agua del cristal, observando cómo las lágrimas de
la lluvia se perseguían unas a otras hasta caer al alféizar. Era como si
hubiese llovido un poco casi todos los días de su vida.
—No me extraña. Yo ya tengo ganas de irme.
—¿Del despacho?
—No —Alison volvió la cabeza—. De Seattle.
—¿Adonde te irás?
Alison se encogió de hombros y soltó la cortina.
—Todavía no lo sé —pensó en las cartas que había recibido en
respuesta a sus solicitudes. Cartas de todos los rincones del país y del
extranjero. Podía elegir, pero ninguna de las ofertas la satisfacía
plenamente—. A algún lugar en el que me necesiten. En el que pueda
sobresalir, y no ser una más del montón —al acercarse de nuevo a él, se
dio cuenta de que ni siquiera había intentado poner las manos sobre el
teclado. Seguramente, el ordenador no era un eje central de su vida. Los
entusiastas de la informática se llevaban los portátiles a la cama y se
quedaban dormidos tecleando—. He mandado solicitudes a diversas zonas
aisladas donde están muy necesitados de enfermeras.
—¿Aisladas?
La palabra brilló ante sus ojos, a punto de desenterrar algo.
—Sí. Países del Tercer Mundo, los Apalaches —había visto folletos que
le habían encogido el corazón—. Hay lugares, incluso en este país, que
necesitan desesperadamente profesionales sanitarios.
Luc dejó de intentar recordar y se centró en ella.
—Así que quieres ir como voluntaria. Los voluntarios trabajaban sin
obtener ninguna retribución. «Bueno, ¿no será eso lo que hagas, en el
fondo?» Alison oyó la voz de Lily resonando en su cabeza.
—Más o menos —reconoció—. Alojamiento y comida, salario mínimo,
condiciones penosas —en algunos casos, el agua corriente era un lujo.
Confiaba en poder hacer frente a la situación.
Luc pensó que Alison parecía un poco insegura, a pesar de sus
palabras. El ordenador y su propia odisea mental quedaron relegados a un
segundo plano.
—Entonces, ¿por qué quieres hacerlo? —le preguntó.
—Para adquirir experiencia. Necesito hacer prácticas para completar
mi formación.
—Tiene que haber una manera más fácil.
La había. Podría haber presentado una instancia para trabajar en una
clínica de la ciudad o con algún médico que pasara consulta privada.
Jimmy se lo había sugerido en más de una ocasión.
—No me interesa que sea fácil, sino útil.
—Los habitantes de Seattle también caen enfermos —sonrió Luc.
Aquello era exactamente lo que Kevin le había dicho. Le dio a Luc la
misma respuesta que le había dado a su hermano.
—Los habitantes de Seattle pueden elegir a qué médico ir. Algunos de
los lugares a los que he escrito, solo tienen un médico en un radio...
—De ciento cincuenta kilómetros —de nuevo, estaba repitiendo algo
que había oído, algo que se había enlazado con las palabras que Alison
había dicho. Algo sobre la vida que seguía sin recordar.
—Iba a decir muchos kilómetros, pero sí, en un radio de ciento
cincuenta kilómetros, si no más —Luc volvía a tener la misma mirada,
como si existiera en dos planos a la vez—. ¿Por qué tengo la sensación de
que estás haciendo algo más que seguirme la comente? —estudió su
expresión con el deseo de poderlo ayudar—. ¿Conoces alguno de esos
lugares de primera mano?
—Tal vez —pero de ser así, no lo recordaba—. O quizá me lo estás
describiendo con tanto detalle que es como si lo viera a través de tus ojos
—se levantó de la silla lentamente y volvió a experimentar la misma
chispa de deseo, aunque entrelazada con soledad—. ¿Sabes que tienes
unos ojos preciosos?
Alison se encogió de hombros y desvió la mirada. Aun así, se dijo que
no tenía miedo de mirar a Luc a la cara.
—Es...
—No, me refiero a tu pelo. ¿Cómo se llama este color? ¿Tostado?
¿Chocolate? ¿Castaño?
Alison tomó un mechón rizado entre los dedos y lo examinó como si
no lo hubiera visto nunca.
—No lo sé, no he pensado mucho en ello. Castaño, supongo —lo miró
a los ojos—. No me estás prestando atención.
—Sí —le contradijo Luc—. Sí que te presto atención.
La respuesta la sumió en la intranquilidad.
de pasar la noche casi sin dormir, cuando por fin había conciliado el sueño,
había soñado con Luc. Era la clase de sueños que no tenía nunca, cálidos y
físicos. Propios de mujeres que disfrutaban con el aspecto físico de una
relación, que anhelaban casarse y llevar una vida feliz.
Hubo un tiempo en que Alison pensó en ello seriamente, e incluso
creyó que era capaz de ser así. De ser normal. Creyó que todos sus
miedos e inhibiciones cesarían cuando se hubiera casado. Pero, cuando se
casó con Derek, se dio cuenta de su error. El matrimonio había sido un
desastre desde el principio. Ella había sido un desastre, porque se ponía
tensa al más mínimo roce. El matrimonio fracasó en pocos meses, pero
Alison adquirió un omnipresente complejo de inferioridad cuyo punto de
partida siempre era la cama conyugal.
No era el momento de recordar todo aquello, sobre todo cuando
todavía no estaba del todo despierta y no era capaz de rechazar los
sentimientos de infravaloración que iban unidos a aquellos recuerdos.
Alison apoyó el hombro en la puerta y empujó con fuerza. La puerta
se abrió de par en par.
Lo siguiente que abrió fue la boca, y también de par en par. El cuarto
de baño no estaba vacío, como ella había creído. Luc estaba allí. Su
presencia ocupaba toda la estancia. Se estaba secando el pelo con una
toalla y solo vestía gotas de agua.
Por primera vez en muchos años, Alison se despertó por completo sin
necesidad de darse una ducha. Tal vez fuera enfermera y estuviera
acostumbrada a ver a la gente sin ropa, pero eso era en el marco de un
hospital en el que ponía a prueba sus conocimientos y adquiría
experiencia, no en los confines de un cuarto de baño lleno de vaho, en su
propia casa.
La palabra «magnífico» surcó su mente como el zumbido de un avión
al traspasar la barrerá del sonido. En alguna parte, el David de Miguel
Ángel se estaba escabullendo, muerto de vergüenza.
Alison lanzó un gemido y cerró la puerta de golpe para hacer
desaparecer aquella visión y quedarse al otro lado. El corazón le latía con
agitación. Tardó un segundo en recobrar la voz y otro en formular una
frase con coherencia.
—Lo siento, no pretendía... Estaba medio dormida. Pensé que la
puerta se había quedado encajada.
Oyó cómo Luc se reía al otro lado. Se le encogió el estómago y apenas
podía respirar. ¿Cómo le podía parecer sexy su risa, dada la situación?
Le parecía sexy debido a la situación, se dijo en silencio, furiosa
consigo mismo por haber irrumpido en el baño de aquella forma. Y aún
más furiosa por la reacción que estaba sintiendo. Le habría gustado
quedarse dentro y contemplarlo hasta que todos los contornos firmes de
su cuerpo musculoso quedasen grabados en su cerebro.
Seguramente, ya lo estaban.
—No es nada.
—¿Nada? —bufó Kevin—. Diablos, si fueras una mujer, ya me habría
declarado —suspirando de satisfacción, Kevin volvió a hincar el diente en
otra tortita.
Temiendo cómo estaría la pila después de aquel festín, Alison desvió
lentamente la mirada hacia la encimera... y se llevó otra sorpresa. A no
ser que los hubiera tirado a la basura, no había platos ni sartenes sucias,
nada.
El hombre era un genio en más de un sentido.
Y volvía a tener una expresión extraña.
—Luc, ¿qué pasa? —preguntó Kevin, preocupado. Luc se había
quedado boquiabierto y estaba mirando a Kevin de una forma extrañísima,
como si acabara de partirlo un rayo—. Oye, solo estaba bromeando. No
pienses que a mí me gustan...
Pero Luc no lo escuchaba. El comentario de Kevin había liberado una
voz en su cabeza.
La voz pertenecía a su primo Ike.
Capítulo 6
el resto de los hombres de Hades eran como Luc, no entendía por qué las
mujeres no invadían aquella pequeña ciudad, en lugar de engrosar la lista
de especies en vías de extinción.
—No lancemos las campanas al vuelo antes de tiempo. Shayne tiene
que dar primero su aprobación.
—Estás viva, eso le bastará. Además... —la miró a los ojos y sonrió.
Alison sintió que se derretía por dentro—, puedo dar fe de que sabes cómo
tratar a los pacientes.
No sin esfuerzo, Alison reprimió las náuseas que sintió de repente. Lo
miró con dureza.
—¿A qué te refieres?
—A la forma en que has cuidado de mí —le explicó Luc. Alison tenía la
misma mirada que un animal con la pata atrapada en una trampa. No
sabía qué había dicho para provocarla—. No pretendía decir nada fuera de
lugar, Alison.
Se estaba comportando como una idiota. Luc solo intentaba ser
amable, nada más. ¿Por qué siempre veía una doble intención? Maldijo al
hombre causante de aquella desconfianza y movió la cabeza.
—No, soy yo. Lo siento. Es que... —buscó una disculpa razonable—
prepararme para los exámenes finales me ha dejado cansada y nerviosa,
nada más —dio un giro a la conversación—. Dime, ¿por qué viniste a
Seattle? ¿De vacaciones?
Luc pensó en la carta que había dejado en su escritorio.
—Solo quería estar fuera unos días —sin darse cuenta, le asió la mano
con fuerza—. Y decidir lo que iba a hacer.
—¿Quieres decir, el resto de tu vida?
—No, con una situación que se ha vuelto contra mí y que tendré que
afrontar dentro de unas semanas —Alison lo miró con curiosidad—. Hice
una estupidez.
—¿Ah, sí?
—Sí. Mentí.
Lo dijo con tanta solemnidad, que Alison tuvo que morderse la lengua
para no echarse a reír. Sin darse cuenta, se relajó un poco.
—Y, supongo que no es algo que hagas muy a menudo.
—No.
Todo el mundo mentía, unos más que otros. La propia Alison se
reconocía culpable.
—Me sorprende que no tengan una estatua tuya en algún museo.
—¿Por qué? Decir la verdad no es algo tan inusual.
—Te sorprendería. ¿Sobre qué mentiste?
Capítulo 7
haciendo planes, fijándose metas, todo estaba cobrando forma. Por fin iba
a ver realizado su deseo de ayudar de verdad a los demás.
Estaba impaciente.
—Parece un hombre agradable.
—Lo que parece es que se ha vuelto loco de alegría —repuso Luc
mientras colgaba el auricular. Por lo general, Shayne era un hombre de
pocas palabras, como él.
—Eso he pensado yo también —repuso Alison con una sonrisa—.
Vamos, podrás hablarme de Hades durante el desayuno. Yo invito.
—Seguramente, con un café bastará para contártelo todo —Hades era
un pueblo sencillo, sin las complejidades de la gran ciudad.
—Comeré deprisa —le prometió Alison. Recogió su bolso, pero ya
estaban saliendo por la puerta cuando sonó el teléfono. Sabía que, si
esperaba, saltaría el contestador, pero detestaba dejar pasar una llamada
si estaba lo bastante cerca para contestar. Dio media vuelta y corrió a la
cocina.
—Espero que no sea tu amigo el médico, diciendo que ha cambiado
de idea. Luc se echó a reír. No era probable.
—Hay más probabilidades de que el mundo se acabe dentro de cinco
minutos — se detuvo y esperó en el vestíbulo mientras Alison descolgaba
el teléfono.
—¿Señorita Quintano? Alison no reconocía la voz.
—¿Sí?
—Soy el detective Donnelley. No sabía adonde llamar, dado que no
tenemos ni el número de teléfono ni la dirección en Seattle del señor
LeBlanc...
—Está aquí mismo —Alison se interrumpió bruscamente, al darse
cuenta de la expresión de curiosidad de Luc, que atravesó la estancia y se
acercó a ella—. ¿Cómo sabe cómo se apellida?
—Han devuelto su cartera. Está vacía, por supuesto. Ni dinero, ni
tarjetas de crédito, nada. Solo su carné de conducir, pero, al menos, ya
sabemos quién es.
—Él también —Alison miró a Luc a los ojos y sonrió—. Recuperó la
memoria ayer por la mañana. ¿Alguna pista sobre los atracadores?
Hubo un grave silencio antes de que el detective reconociera:
—No.
Alison no había esperado otra respuesta. Cientos de atracos
quedaban sin resolverse todos los días.
—Iremos ahora mismo a recoger la cartera —prometió.
—Aquí estaré.
Contenta y frustrada al mismo tiempo, Alison colgó el teléfono.
Capítulo 8
—Ah, al final fuiste por las bebidas —sonriendo, Alison tomó la suya—.
Pensábamos que te habías perdido.
—No, solo he tardado un poco más de la cuenta, eso es todo.
Lily, una versión más alta y un poco mayor de su hermana, volvió la
cabeza. Durante la mayor parte de la velada, se había mantenido alerta,
como una anfitriona consumada, pero en los últimos minutos se había
permitido ser únicamente la hermana de Alison, y disfrutar de su
compañía la última noche que pasaría con ella durante, ¿quién sabía
cuánto tiempo? Volvió a ponerse alerta y fijó la mirada en el bar.
—Bill no suele ser tan lento.
—Y no lo es. Pero estaba agotado, así que me ofrecí a cubrir su puesto
durante diez minutos para que pudiera descansar. Yo mismo preparé las
bebidas —Luc dejó la copa en la mesa y ocupó la silla vacía que había al
lado de Alison. Se la había estado guardando, comprendió—. Estas y otras
más.
El bar era mucho más sofisticado que El Salado, pero el material era
básicamente el mismo. Y sabía cómo moverse detrás de una barra desde
que era un adolescente y Ike lo había convencido para que trabajaran
juntos para el dueño de El Salado. Hasta que, finalmente, se habían
convertido en los propietarios. Eso también había sido idea de Ike.
Lily frunció el ceño con desaprobación.
—Oye, Aly y tú sois los invitados de honor, no deberías estar
trabajando —contempló al hombre que estaba detrás de la barra y
comprendió que Luc estaba en lo cierto. Bill estaba exhausto. Se puso en
pie y echó la silla hacia atrás. No le vendría mal un descanso más largo—.
El deber me llama —sonrió a Luc. Aquel hombre no tenía miedo de ayudar
sin esperar a que se lo pidieran. Eso hablaba en su favor. Tal vez Alison
estaría bien en Hades, con el. Se inclinó y le dio un pequeño beso en la
mejilla—. Gracias por echar una mano, te lo agradezco. Pero deberías
haberme llamado, o haber reclutado a Jimmy. Sabe cómo moverse detrás
de una barra —Jimmy había trabajado de camarero durante sus años de
estudiante y le echaba una mano en el restaurante cuando lo necesitaba.
Luc se limitó a sonreír. No tenía sentido hablar de su propio pasado.
—Parecía ocupado.
Lily paseó la mirada por los grupos de invitados y divisó a Jimmy.
Estaba en el extremo opuesto de la habitación, rodeado por tres mujeres.
No era una novedad.
—Siempre está ocupado de esa forma — osó la mirada en Alison y en
Luc antes de desviarla hacia Kevin—. Por cierto, ¿por qué no aportas tu
granito de arena y metes una moneda en la máquina de discos para que
estas personas tan agradables —hizo un gesto con la mano para señalar
toda la estancia— bailen en lugar de terminarse toda mi comida?
Kevin se metió la mano en el bolsillo y sacó un puñado de monedas.
—El baile despierta otro tipo de apetitos, ya sabes.
Lo sentía.
Más aún, Luc no se había dado cuenta de que lo sentía hasta que el
deseo no estuvo a su lado, incordiándolo, llamando su atención.
Se sentía atraído por ella.
Y, mejor aún, o peor, dependiendo del punto de vista, aquella
atracción era señal de otro sentimiento que se estaba gestando.
Pero no debía existir. Luc ya había entregado su corazón en una
relación que no resultó como él había creído en un principio. Para colmo,
había acabado destrozado, y no sentía deseos de repetir la experiencia.
Con una bastaba, gracias.
Y aun así...
Aun así, todo el sentido común que estaba intentando infundir a su
cerebro desapareció en cuanto aparcaron delante de la casa. El ruido que
Capítulo 9
—Es nuestra hermana —le dijo el niño de pelo oscuro con solemnidad.
A sus doce años de edad, trataba de aparentar con todas sus fuerzas
que tenía veinte, y estaba a la vista que era la viva imagen de su padre.
—Y está alborotando porque le están saliendo los dientes —añadió la
niña, para no ser menos—. Llora mucho. No como CeCe.
—Celine es nuestra hija —explicó Marta.
A Alison empezaba a darle vueltas la cabeza con tanta información.
—Copito de Nieve... Virginia —corrigió Sydney, saliendo en defensa de
su hija más pequeña—, no llora mucho, pero lo hace a pleno pulmón. Claro
que es cosa de familia —el humor adornó sus labios al mirar a los dos
niños que tenía delante—. Hola, yo soy Sydney. Bienvenida a Hades.
Dejando a un lado las formalidades, Sydney abrazó a la joven. Había
algo en sus ojos que despertaba su instinto maternal; claro que,
últimamente, como esposa del médico y madre de sus dos hijos y de la
incorporación más reciente a la familia, Virginia, Sydney sentía que todo lo
que abarcaba su vista estaba a su cuidado. Aceptaba el papel
voluntariamente y con alegría.
Dio un paso atrás y sonrió a Alison.
—Cielos, no sabes cuánto me alegro de que estés aquí.
—Vas a quedarte, ¿verdad? —En cuanto su madre soltó a la recién
llegada, Sara tomó la mano de Alison y empezó a arrastrarla hacia la casa,
como si traspasar el umbral la convirtiera en una residente permanente—.
Aquí hacen falta mujeres. Mamá lo ha dicho. Y papá siempre ha estado
rezando para tener una enfermera. Yo voy a ser enfermera cuando crezca,
pero papá dice que no puede esperar tanto. ¿Te gusta Hades?
—Sara, deja que Alison recupere el aliento. Está cansada —Sydney
miró a Alison a los ojos—. ¿No es cierto?
—No —la respuesta fue rápida, automática. Era su obstinación,
comprendió Alison enseguida. Nunca quería admitir fragilidad o
vulnerabilidad de ningún tipo. Era un credo al que se aferraba como un
perro hambriento se aferra al único hueso que le queda—. Estoy bien, de
verdad. Y pienso quedarme aquí al menos una buena temporada, si todo
sale bien.
—¿Qué tiene que salir bien? —quiso saber Sara.
—Yo diría que tiene madera de periodista, ¿no? —preguntó Shayne,
iniciando la marcha hacia la casa.
—Una buena dosis de curiosidad no es mala —dijo Alison.
Sara supo que la nueva enfermera y ella iban a ser muy buenas
amigas.
Con suavidad, pero con firmeza, Luc soltó la mano de Sara de la de
Alison y le brindo a la sorprendida niña una rápida sonrisa.
—Solo porque dejaste caer el vaso —le recordó Ike, y miró a Alison—.
A Luc no le gustan mucho los bebés llorones.
—Lo dice un experto —replicó Luc con ironía—. Hasta hace cosa de
unos meses, era más probable que limpiara la barra del bar con un pañal
que se lo pusiera a un niño.
Ike se cruzó de brazos.
—Voy a disfrutar de lo lindo cuando seas padre.
Las palabras despertaron el recuerdo de viejas heridas y de promesas
rotas.
—Entonces será mejor que esperes sentado.
Alison se sentía como si estuviera presenciando una conversación
personal que no le incumbía. Sabía que las palabras de Luc estaban
motivadas por el dolor sufrido tras el plantón de Janice. ¿Qué planes
habrían hecho juntos?, se preguntó.
No era asunto suyo, se dijo. Ya había pasado su propio infierno con
Derek, salvo que, en su caso, había sido ella la que no había podido
cumplir las promesas. No porque no hubiese querido, sino porque no había
podido. No podía.
«No sigas», le susurró su mente.
Se enderezó y miró a Luc.
—¿Por qué todo el mundo la llama Copito de Nieve? ¿Es muy pálida?
Luc rio.
—No, la primera vez que Sydney la sacó fuera, empezó a nevar
ligeramente y le cayó un poco de nieve en la mejilla. Sara dijo que parecía
un copito de nieve y se quedó con ese mote.
Sydney y Shayne aparecieron en el umbral.
—¿Te gustaría subir a ver a las niñas? —le preguntó a Alison—. Celine
está arriba, con Virginia.
—Me encantaría —repuso Alison con sinceridad.
—Entonces vamos —Sydney la agarró del brazo—. Cada vez llora con
más ganas.
—Buen trabajo, Luc —murmuró Ike mientras veía cómo las mujeres
subían las escaleras y se alejaban por el pasillo.
Shayne reconocía el tono de Ike por lo que era: admiración, pura y
simple. Su mejor amigo no le preocupaba, Ike estaba locamente
enamorado de su esposa, pero había muchos hombres solteros en Hades.
Hombres que se derretirían al ver a una mujer mucho menos atractiva que
la que Luc les había llevado. Miró a Ike con intensidad.
—Diles a todos que el primero que haga algo que pueda asustarla,
tendrá que vérselas conmigo.
Capítulo 10
Y YO QUE creía que el club al que nos llevó Jimmy estaba atestado —
Alison movió la cabeza, estupefacta. Mirara donde mirara, no cabía más
gente entre las cuatro paredes del conocido bar—. ¿Cuántas personas
caben en El Salado?
Luc se echó a reír. La sala estaba tan concurrida que costaba ver los
adornos de las paredes. El alboroto reinante hacía imposible hablar sin
gritar.
—Seguramente, buena parte de Hades, si quisiéramos. El antiguo
dueño de El Salado lo construyó para dar cabida a todos sus habitantes,
por aquel entonces.
Alguien chocó accidentalmente con Alison por detrás y la empujó
contra Luc. El contacto desencadenó una oleada de calor, coronada de
placer... antes de que su mente reaccionara y se pusiera rígida. Hizo lo
posible por retroceder y fingir que no había sufrido un tumulto interior.
—Así que esto constituye una explosión demográfica.
—Puede decirse que sí. Y aquí viene uno de los habitantes más
antiguos de Hades para saludarte —Luc interrumpió su conversación para
hacer, una vez más, las presentaciones. En aquella ocasión, se trataba de
Hank Flecha Negra.
Hank, una mezcla de indio, esquimal y ruso, con una pizca de sangre
francesa, llevaba en Hades tanto tiempo como El Salado había estado
sirviendo bebidas, y parecía no haber envejecido nada durante todo esos
años. Era como si, en el caso de Hank, el alcohol hiciera las veces de
conservante.
Unos ojos pequeños, oscuros y sagaces contemplaron a Alison con un
brillo de regocijo y admiración, antes de saludarla con una inclinación de
cabeza y alejarse entre el gentío para pedir otra cerveza. No había dicho
ni media palabra.
Alison observó cómo Hank se perdía entre la masa. Un hombre captó
su atención y levantó una jarra hacia ella con un brindis nada silencioso.
Era la tercera vez aquella noche.
—Desde los mudos hasta los parlanchines, son un grupo muy
variopinto —declaró Alison. Luc siguió su mirada.
—Puede decirse que sí —se dio cuenta de que era Yuri el que había
levantado la jarra—. No dejes que empiecen a contarte historias, no
podrías irte nunca. No hay nada que les guste más que un nuevo oyente...
sobre todo, si se trata de una mujer.
Luc no pudo evitar hacer su propio escrutinio de Alison. Se había
puesto una blusa sencilla de color verde oscuro que dejaba los hombros al
aire, y unos vaqueros ajustados. De haber habido una guerra, ella habría
Luc sabía exactamente lo que quería decir, pero lo toleró con una
amable sonrisa.
—Las noches en Hades son largas. Suelo entretenerme leyendo. Te
sorprendería lo que se aprende en los libros. Además, ahora, con
Internet...
—¿Tienes ordenador?
Luc no se ofendió, pero le costaba trabajo contener la risa.
—Sí, los extraterrestres lo dejaron caer en mi casa cuando se dirigían
al Cuadrante Delta —sonrió—. En realidad, esto no es el fin del mundo.
Solo es una manera de hablar.
Luc observó cómo el rubor se extendía por las mejillas y el cuello de
Alison, hacia el escote de su blusa. Le pareció excitante.
—Lo siento, no pretendía insinuar... — vació la copa de vino que tenía
en las manos, para ganar tiempo—. ¿Puedo empezar de nuevo?
Luc negó con la cabeza, mientras tomaba la copa vacía de sus manos
y la dejaba sobre la mesa. Tuvo que rozarle los dedos para hacerlo, pero
era un contratiempo que podía tolerar.
—No, me gusta ver cómo te ruborizas.
Alison exhaló un largo suspiro. ¿Era ella o había subido la temperatura
del bar en los últimos minutos? Miró hacia la ventana. Todavía entraban
los rayos del sol, a pesar de la hora tardía.
—Todavía hay mucha luz. ¿Qué hora es?
Con tanta gente, era imposible ver las manecillas del reloj de pared,
pero Luc sabía que llevaban allí más de dos horas.
—Hora de que la luna hubiera salido, si estuvieras en Seattle. Pronto
será el día más largo del año.
—El día más largo —en Seattle, nunca le había llamado la atención la
duración de los días, aunque le gustaba el sol, le hacía sentirse segura.
Aunque en un local abarrotado de hombres, no bastaba—. ¿Qué tenéis ese
día, un minuto de noche?
—Más o menos —bromeó Luc—. ¿Lamentas haber venido?
—No —contestó Alison con sinceridad—. Solo intento orientarme.
Eso, Luc lo sabía, le costaría un poco. Lo mismo, pensó, que le
costaría a él acostumbrarse a tenerla cerca. Claro que para él no iba a
representar ninguna molestia.
Ike se acercó por detrás. Puso una mano en el .hombro a cada uno y
los miró alternativamente a los dos. Luego fijó la vista en Alison.
—¿Te diviertes?
—Sí, gracias —la respuesta era automática, pero también sincera.
—¿Puedo ofrecerte alguna cosa? —en realidad, había sido él quien
había organizado la fiesta. Eso lo convertía en el anfitrión, aunque Shayne
y los demás habían insistido en correr con una parte de los gastos. Parecía
como si los mineros fueran a consumir su peso en cerveza.
Alison contempló a toda la gente que se movía de un lado a otro o
que formaba pequeños grupos. Le daba vueltas la cabeza.
—Papel y lápiz, para poder apuntarme todos los nombres.
—Ya te los aprenderás con el tiempo —la tranquilizó Ike, y luego le
guiñó un ojo—. Ellos ya se saben el tuyo. Yo que tú, esperaría ver la mitad
de estas caras mañana en la consulta. Así tendrás otra oportunidad para
recordar quién es quién —su sonrisa se amplió al distinguir a su mejor
amigo entre la masa. Estaba hablando con Marta—. Así tendrás ocasión de
ver a Shayne gruñón.
—¿Shayne? —Alison no podía creerlo; el médico le parecía un hombre
apacible—. ¿Gruñón?
—No lo puede remediar —asintió Ike con solemnidad—. Cuando
Sydney vino a Hades por primera vez, le echó una mano en la clínica y la
cola de hombres llegaba hasta la calle. A Shayne no le hizo ninguna gracia
—volvió a guiñarle el ojo—. El que avisa no es traidor, encanto.
Alison no sabía si un aviso bastaría para prepararla para tratar con
aquellas gentes.
lado—. Se nota que ya tiene asumido quién lleva los pantalones en una
casa.
Ike arqueó una ceja con regocijo.
—Y si no, siempre puede ir a la tuya y tomar apuntes, ¿verdad,
Paddy?
Los hombres rieron. Molesto, pero incapaz de rebatir lo que Ike había
dicho, Paddy cerró la boca.
Luc llevó a Alison aparte y bajó la voz para que solo ella pudiera oírlo.
—En serio, si quieres parar para comer algo, podríamos ir a El Salado
ahora mismo —miró a Shayne, que estaba ocupado haciendo pasar al
siguiente paciente—. Tienes derecho a una hora para almorzar.
—No, pero gracias de todas formas. Ya comeré después. Tengo
muchas cosas que hacer —quería acostumbrarse al trabajo, a la rutina de
la consulta. Aquella era la primera vez que ejercía como enfermera fuera
de la escuela y quería dejar su impronta. Sobre todo, no quería que
Shayne se arrepintiera de haberla contratado.
—Como quieras —repuso Luc, y acto seguido se marchó.
pena. Sonrió para sus adentros. Ya imaginaba la cara que pondría Sydney
cuando se lo contara. Por una vez, se había adelantado a ella en lo que a
chismes se refería.
Capítulo 11
POR SUPUESTO que a Luc le gusta Alison. Hasta un tonto puede verlo
—Sydney se paró para mirarlo y le dio una palmadita en la cara con
afecto. Se ponía tan gracioso cuando intentaba estar al corriente de las
cosas—. No quiero decir que tú seas tonto, cielo, pero a veces, no te das
cuenta de lo que pasa a tu alrededor.
Shayne la siguió por la cocina mientras ella preparaba la cena. Era el
cumpleaños de la nieta de Asia y Sydney había dado el día libre a su
asistenta. La indignación lo animó a desafiarla.
—¿Por ejemplo?
Sydney cerró la puerta de la nevera y lo miró a los ojos con humor.
—Está bien. Lo que yo sentía por ti. Tenía razón.
Shayne frunció el ceño, pero se negó a rendirse sin pelear.
—Dime otro.
Sydney se echó a reír y le dio un rápido beso en los labios antes de
centrarse en el asado que les había prometido a los niños,
—No sigas, Shayne, tengo mucho que hacer.
Shayne se dejó caer en una silla, delante de las patatas para el puré,
y empezó a pelar una.
—Entonces, ¿todo el mundo lo sabe?
—No, todo el mundo no. No creo que él lo sepa.
—¿Quién?
—Luc.
—Ah —aquello no tenía mucho sentido para él, pero suponía que no
era la persona más indicada para pronunciarse sobre el tema. Shayne
optó por seguir pelando las patatas. Era más seguro y mucho menos
confuso.
—Espera, hay algo que me gustaría darte. Quiero decir, que lo vas a
necesitar si vamos a fingir que somos marido y mujer.
Alison se dio la vuelta con curiosidad. Estaba a punto de entrar en la
casa de Shayne, después de que Luc la acompañara hasta la puerta, y ya
le había dicho adiós.
Había una alianza en la palma de su mano, y sus adornos florentinos
estaban desgastados por el tiempo y el uso, aunque todavía se podían
admirar a la luz. Durante un segundo, Alison sintió que se le paralizaba el
corazón. Lo miró a los ojos.
—Era de mi madre. Y antes, de mi abuela —entregarle a Alison el
anillo le hacía sentirse torpe, casi mudo. Lo había llevado en el bolsillo
todo el día, como había hecho antes de dárselo a Janice. No sabía por qué
se sentía azorado. Darle la alianza no significaba nada, en realidad—. Mi
padre se lo puso en el dedo y pronunció las palabras que los unieron para
siempre.
—¿Tu padre era pastor?
—No —sonrió Luc—. Pero era pleno invierno y la ciudad estaba aislada
por la nieve. No había forma de hacer llegar a un sacerdote y mi padre no
se sentía capaz de esperar mucho más tiempo. Pero no quería que mi
madre se sintiera como si estuviera viviendo en pecado, así que él mismo
celebró la ceremonia. Puede hacerse en casos extremos —le dijo a Alison
al ver que arqueaba una ceja con escepticismo—. Lo dice la Biblia, en
alguna parte —miró el anillo—. Lo llevó puesto hasta el día de su muerte.
Pensé que lo necesitarías para poder llevar a cabo la farsa.
A Alison le temblaba la mano cuando se la tendió. Luc le puso el anillo
lentamente, mirándola a los ojos.
—Ya está. Nos declaro marido y mujer de mentira.
Alison se quedó mirando el anillo mientras recordaba otras palabras,
otros votos que habían resultado ser igual de vacíos, de falsos.
—Veré si puedo acostumbrarme a llevarlo antes del lunes —musitó, y
entró corriendo en la casa.
Luc permaneció de pie, contemplando la puerta cerrada durante un
largo rato hasta que, por fin, se dio la vuelta y regresó al jeep. No sabía
cómo interpretar la expresión que había visto en los ojos de Alison.
Capítulo 12
—Lo que quiero decir es que los dos somos adultos y no hay razón
para que no podamos compartir una cama con madurez —la señaló con
impaciencia—. Tú duermes en un lado y yo, en el otro —lo miró a los ojos
con férrea resolución—. No tiene por qué pasar nada.
«No, no tiene por qué», pensó Luc, pero existía la posibilidad de que
así fuera. Eso era lo que Alison estaba pensando. Lo sabía a pesar de que
ella no había rehuido su mirada al entrar.
—Está bien —tomó la colcha del suelo y la arrojó sobre la cama. Tal
vez Alison se sintiera mejor si cada uno dormía con su propia manta—.
Pero recuerda que ha sido idea tuya —fingió estudiarla con atención—. No
estarás pensando en seducirme, ¿verdad?
—No —a pesar de lo nerviosa que estaba, Luc había conseguido
arrancarle una sonrisa.
—Entonces, a dormir —se tumbó en la cama, se cubrió con la colcha y
cerró los ojos.
Como una persona que se adentrara con recelo en el agua, Alison se
metió lentamente en la cama, junto a él. El hecho de que tuvieran colchas
distintas no servía de nada. Estaba a escasos centímetros de distancia y
podía oír su respiración.
Hacía dos años que no compartía la cama con un hombre. Y, por
aquel entonces, hacia el final de su matrimonio, había sido un nido de
hostilidad y recriminaciones. Intentó conciliar el sueño, pero no pudo.
—¿Luc?
—¿Mmm? —daba la impresión de estar bastante adormilado.
—¿Qué veías en Janice?
La pregunta lo despertó. Se dio la vuelta para mirarla con expresión
inquisitiva. Su rostro estaba apenas a unos centímetros de distancia.
Alison podía notar su aliento en la mejilla. Sintió cierta tensión en el
estómago... y en la entrepierna.
Notó cómo se le aceleraba el pulso.
Nerviosa, se humedeció el labio inferior con la punta de la lengua
antes de mordérselo.
—Quiero decir, aparte de lo obvio. Es hermosa y todo eso, pero
parece tan, no sé, tan materialista —hablaba más deprisa con cada
palabra—. Como si lo único importante fuera el dinero, y eso no siempre
es así. Lo más importante deberían ser los sentimientos y...
Estaba balbuciendo y lo sabía, pero sentía una repentina necesidad de
hablar, de dejar que la retórica llenara el espacio que había entre ellos. Así
no podría oír lo fuerte que le latía el corazón ni pensaría en lo mucho que
deseaba que Luc la abrazara. Y la besara.
Luc se apoyó sobre el codo y la miró a la cara. Sentía cómo el deseo
cobraba fuerza en su interior, como un jugador de rugby que se
abalanzara hacia la meta del equipo contrario.
—¿Alison?
—¿Sí? —más que hablar, tosió, tan seca tenía la garganta.
—¿Crees que puedes dejar de hablar durante, al menos, un segundo?
Ella se quedó sin aliento.
—¿Por qué? —preguntó con voz ronca—. ¿Porque quieres dormir?
La sonrisa que asomó a los labios de Luc fue lenta y sensual.
—No exactamente.
Y, de repente, aquella sonrisa estaba en los labios de Alison. Luc
enredó los dedos en sus mechones rizados y la besó. La besó porque, en
aquel momento de su vida, no deseaba nada más.
Como una cerilla arrojada a un polvorín, el fuego se encendió en su
interior.
Alison sintió cómo todo su cuerpo se aceleraba, ardía... se derretía.
Las sensaciones, tentadoras y deliciosas, emergieron para saludarla. Para
sorprenderla. Sin pensar, le rodeó el cuello con los brazos y se entregó al
beso y a las sensaciones eróticas que este suscitaba.
Y, de repente, con la misma rapidez, aquellas sensaciones se
sumieron en las sombras, cediendo paso a los recuerdos, que dominaron
su mente... y paralizaron su cuerpo.
Alison empezó a temblar.
Luc se percató del cambio. Había sentido cómo Alison se entregaba a
él, presa de la pasión. Aquello no era lo mismo. Preocupado, la apartó.
—Alison, ¿qué te pasa? —vio la mirada de terror en sus ojos. Alison
movía la cabeza de un lado a otro, conteniendo las lágrimas.
—Nada.
Luc no comprendía lo que estaba pasando. No la había forzado a
nada. Pero claro, había distintas maneras de definir la palabra «forzar».
Tal vez, a Alison se lo había parecido.
No quería que tuviese miedo de él. No quería que pensara que corría
peligro. Se tumbó de espaldas en su lado de la cama y fijó la vista en el
techo.
—El beso se me ha ido un poco de las manos.
Preparada para oír cómo la insultaba, Alison se quedó estupefacta al
ver que no lo hacía. No podía alegar nada, ni decir nada. Las palabras solo
servirían para empeorar las cosas. Apretó los labios y se dio la vuelta
antes de que Luc pudiera ver las lágrimas en sus ojos.
Si seguía disculpándose, solo conseguiría agravar la situación, pensó
Luc, así que le dio la espalda a Alison y trató de conciliar el sueño. Tal vez
a la mañana siguiente podrían aclarar lo ocurrido.
Capítulo 13
ALISON no tuvo tiempo de hablar con Luc y disculparse.
Los dos días siguientes fueron un torbellino de actividad, incluso para
una ciudad tranquila como Hades. Aunque Shayne le había sugerido que
se tomara la semana libre, Alison había declinado el ofrecimiento,
pensando que sería más seguro seguir trabajando. Así tendría menos
posibilidades de dar un mal paso con Jacob y Janice.
Y menos oportunidades de hacer lo mismo con Luc.
En el fondo, daba gracias porque las exigencias de su trabajo y de su
papel de anfitriona postergaran la disculpa que le debía a Luc... y
cualquier pregunta que este quisiera hacerle.
Alison no dudaba de que Luc era un hombre maravilloso. Pero
también había pensado lo mismo de Derek. La maravilla perdía su fulgor
cuando se enfrentaba a la misma situación frustrante día tras día. En
realidad, no podía culpar a su ex. Todo era culpa de ella.
Había una barrera en su mente, una barrera que no podía traspasar
por mucho que lo deseara. Se quedaba paralizada, lejos del alcance de
cualquiera. Y, si alguna vez había querido que la alcanzaran, era en
aquellos días...
No tenía sentido pensar en ello, se dijo Alison mientras aparcaba el
jeep delante de El Salado. Ya llegaba tarde. Además, sabía que la mitad de
Hades estaría en el bar. Si entraba como si acabara de volver de un
funeral, correría la voz como el fuego por una pradera seca. La gente
empezaría a preguntarle qué le pasaba. Allí eran así de perspicaces.
Decidida a comportarse como la feliz recién casada que Luc se
merecía, bajó del vehículo y se acercó a la entrada del local. Inspiró
profundamente, empujó la puerta y se sintió absorbida de inmediato.
No había otra forma de describirlo. El Salado le abrió los brazos en
cuanto traspasó el umbral, dándole una cálida bienvenida. Lo mismo que
la primera vez que había entrado allí. Era un lugar alegre y acogedor que
emanaba afecto y camaradería. Le agradaba que Ike y Luc fueran los
dueños.
Ya solo tenía que encontrarlos, a ellos y a los demás.
Los localizó enseguida. Jacob y Janice ocupaban la mesa central del
local, mientras charlaban con viejos conocidos. El lugar estaba atestado de
personas. Allí era fácil olvidar que Hades era víctima de la emigración.
Buscó su propio grupo de rostros familiares. El nerviosismo del primer
día había desaparecido, y empezaba a conocer a la mayoría de la gente de
vista, gracias al amplio número de supuestos pacientes que desfilaban por
la consulta de Shayne.
Sobre todo, reconoció, estaba buscando a Luc.
Aun así, Luc fue fiel a su tácita promesa de darle más, de hacerle el
amor con todo su ser. La acarició con suavidad, con adoración, hasta que
no pudo resistir más el canto de la sirena.
Luc la había reducido a gemidos y temblores, a sensaciones. Alison
solo veía niebla a su alrededor. Niebla y el maravilloso rostro de Luc. Lo
vio encima de ella, colocándose lentamente en posición. Sintió que el
corazón se le aceleraba, que el miedo la acechaba. Sin decir palabra, se
abrió para él, se arqueó hacia él. Dispuesta, ansiosa, esperanzada.
Alison se mordió el labio cuando la penetró, y forcejeó para
acomodarlo dentro de ella. Le hundió las uñas en los hombros y contuvo
un grito ahogado. Luego, el miedo que había estado merodeando se disipó
y empezó a moverse con él. A moverse con urgencia hacia el placer
definitivo.
Cuando le sobrevino, se mordió el labio para contener un grito de
satisfacción. Nunca había alcanzado aquella cima, nunca había sentido el
clímax recorriéndola de arriba abajo, dándole a probar el paraíso. La
euforia la envolvió.
Con el corazón desbocado, sin aliento, cayó de espaldas sobre la
cama, exhausta. Alison ni siquiera se dio cuenta de que había cerrado con
fuerza los ojos hasta que no los abrió y vio el rostro de Luc.
No sabía qué esperaba ver en él. ¿Lástima? ¿Triunfo? ¿Irritación? No
estaba segura. Solo sabía que no podía leer su expresión, pero que la
miraba con afecto.
Luc le apartó otro mechón de pelo de la frente y le dio un pequeño
beso en los labios.
—¿He satisfecho tus expectativas?
Alison no comprendía.
—¿Expectativas?
—De que te hiciera el amor —tal vez Alison no se acordara—. Me
pediste que te hiciera el amor, y quería asegurarme de que lo había hecho
a tu gusto —le dio un beso en la frente... y notó cómo se apartaba—. ¿Ha
sido así?
—No te rías de mí —Alison volvió la cabeza sobre la almohada.
—Cielo, después de lo que ha pasado, no tendría fuerzas para reírme
de ti.
Una chispa de esperanza, de orgullo, brotó en el corazón de Alison.
—Entonces, ¿ha estado bien?
¿Acaso no lo sabía?, pensó Luc. ¿No podía sentir lo que acababa de
pasar?
—Ha estado «bien» solo si tienes un vocabulario muy, muy limitado —
le dio un beso en la mejilla, pero Alison no se volvió para mirarlo. Lo que
fuera que la dominaba volvía a estar presente en ella, tratando de
imponerse. Luc tomó una decisión—. Tengo por costumbre no indagar,
Capítulo 14
A LA MAÑANA siguiente, cuando abrió los ojos, Luc vio cómo Alison
salía del cuarto de baño. Recién duchada, emanando aquel aroma a jabón
de hierbas, vestida y dispuesta a salir a la calle.
Se iba a ir sin decirle ni una sola palabra. La idea lo entristeció y lo
irritó al mismo tiempo. No solía enfadarse.
—¿Alison? —vio cómo se quedaba inmóvil, como si la hubiera
sorprendido con la guardia bajada.
Alison había planeado marcharse antes de que Luc se despertara,
para evitar cualquier posible escena. Así habían vivido Derek y ella
durante las últimas semanas de su matrimonio... evitándose. Sin volverse
hacia él, señaló la puerta.
—Estaba a punto de irme.
—De eso ya me había dado cuenta yo solo —hizo una pausa,
esperando que Alison dijera algo, que se volviera. Al ver que permanecía
inmóvil, se levantó de la cama y se acercó a ella. La tensión era palpable
en toda la estancia—. No podemos salir así de esta habitación.
Como no tenía más remedio que mirarlo, Alison levantó la cabeza y
fijó la mirada en sus ojos.
—No te preocupes, seguiré fingiendo que soy tu esposa.
Luc tuvo que controlarse para no hacerle entrar en razón
zarandeándola. No sabía qué le sucedía. No le gustaba recurrir a la fuerza
física, pero lo ocurrido la noche anterior había roto todas las reglas.
—Maldita sea, no me importa lo que finjas, sino lo que pasa dentro de
tu cabeza —se pasó la mano por el pelo, luchando por mantener el
control, buscando algo sólido a lo que aferrarse—. Mira, Alison, si anoche
me aproveché de ti en algún sentido...
Alison se quedó mirándolo fijamente, con la voz completamente
serena.
—¿Crees que te aprovechaste de mí?
—Bueno, te habías tomado varias Sonrisas en El Salado —Luc se
encogió de hombros, impotente.
—Si pensabas que estaba borracha, ¿por qué no paraste?
—Borracha no, solo un poco alegre —y tan tentadora, que ni un santo
podría haberse echado atrás—. Y no paré porque no podía. Lo intenté,
pero estabas tan hermosa y tan apasionada...
«Estabas tan bonita, Alison». El recuerdo emergió de golpe, y Alison
se sintió como si la hubieran agredido físicamente.
—Así que es culpa mía.
nunca volviese a tener una relación. Por primera vez en la vida, me alegro
infinitamente de haberme equivocado.
Jacob tomó la mano de Alison y, después de mirarla durante un
momento, dijo:
—Si las cosas se ponen un poco difíciles, sé paciente con él. Es un tipo
estupendo.
—Sí —contestó Alison en voz baja, mientras retiraba la mano—. Lo sé.
—¿Todo listo?
Alison asintió y tomó su bolso.
—Todo listo.
Pero distaba de ser la verdad.
—Ha sido una idea muy ingeniosa —le dijo Luc a Alison horas más
tarde en su dormitorio, después de que Jacob y Janice se hubieran
acostado—, la de convertir la granja en un hotel —se desabrochó los
botones de la camisa mientras hablaba, haciendo lo posible por parecer
indiferente—. No creo que Jacob quisiera venderla, en el fondo. La idea de
librarse de ella era de Janice —ella siempre pensaba en cómo hacer dinero
—. Ahora que le has hecho ver que podía salir ganando si conservaba la
propiedad, ya no se opone.
Como con cualquier cumplido, Alison le restó importancia.
—Me alegro de haber sido de ayuda.
Luc vio cómo contraía los hombros al tiempo que le daba la espalda.
Estaba' ocurriendo otra vez. Pero, en aquella ocasión, no iba a pasarlo por
alto, ni a esperar que se solucionara solo sin su intervención. Se lo debía a
Alison.
Con la camisa abierta, la adelantó y se puso frente a ella.
—Alison, no quiero que pienses que tienes que tener miedo de mí.
El desafío al que ella siempre recurría pronto se dejó notar.
—No tengo miedo de ti.
—De mí exactamente, no, pero de algo sobre mí —vio cómo la
negativa empezaba a tomar forma en sus labios—. No me mientas, Alison.
Lo veo en tus ojos. Solo desearía...
Alison tomó el pijama entre las manos y giró el pomo de la puerta del
baño.
—Sí, yo también.
—Del tío Jack —se estremeció al tiempo que lo decía—. De sus manos
sobre mi cuerpo, o de su aliento. Fumaba. Hasta el día de hoy, cada vez
que huelo a tabaco, me entran arcadas —bajó la vista—. Lo siento, no
tienes por qué estar escuchando todo esto.
Luc no estaba dispuesto a consentir que se apartara de él, sobre todo,
después de revelarle su secreto más íntimo.
—Claro que sí. ¿Cómo voy a ayudarte si no te escucho?
Alison se volvió en el círculo de su abrazo.
—¿Y cómo vas a ayudarme?
—Estando a tu lado cuando sientas que necesitas a alguien. Y
también cuando sientas que no necesitas a nadie —la miró a los ojos,
haciéndole una tácita promesa—. Haciendo lo que haga falta para que
puedas pasar la noche.
Entonces, la besó.
Capítulo 15
—No hay mayor ciego que el que no quiere ver —murmuró Jacob—.
En cuanto a mí, tengo ojos, ¿no? Me doy cuenta de cómo te mira. Con
afecto... y algo más — hizo una pausa para considerar si lo que iba a decir
era sabio. Decidió que lo era—. Janice nunca te miró así, sabes —vio la
sorpresa en los ojos de Luc y asintió—. Sí, también solía miraros a los dos.
Ella fue lo único por lo que no luché... hasta que no estuve seguro de que
no era culpa mía que vuestra relación se hubiera roto.
Luc se inclinó sobre la mesa. Nunca había sido consciente de ello.
—Pero tú estabas enamorado de ella.
—Desde el colegio —Jacob sonrió y terminó su café—. Tengo un sexto
sentido para estas cosas. Y lo tengo contigo y con... ¿Cómo se llama?
¿Alison? —Luc asintió—. Bonito nombre... y bonita mujer. Si quieres mi
consejo, yo que tú plantaría mi bandera antes de que uno de esos mineros
te la quite. No es frecuente ver oro por aquí. Y esa mujer es oro puro.
Luc nunca había tenido miedo de nada. No era el momento de
empezar, se dijo. Terminó su taza de café antes de contestar.
—Primero tengo que encontrarla.
—Seguramente, está en la consulta. Ayer le dijo a Janice que se sentía
culpable por todas las fichas de pacientes que se estaban acumulando en
su mesa —sonrió con admiración—. Tiene una ética de trabajo admirable.
Si no estuviera casado, yo mismo iría tras ella.
—Otra vez, no.
Era una broma, pero Jacob no se engañaba. La advertencia no estaba
exenta de verdad.
—No te preocupes. Janice y yo tenemos altibajos, pero que yo sepa,
estamos hechos el uno para el otro. Igual que Suzanne y tú... Quiero
decir, Alison.
Unos golpes repentinos en la puerta pusieron fin a la conversación.
Alison estaba más que dispuesta a ensalzar las virtudes de Luc, pero
le daba la impresión de que Shayne estaba pasando por alto algo muy
evidente.
—Mintió al decir que estaba casado.
Shayne ya sabía la historia, Ike se la había contado. Pensándolo bien,
era una suerte que Luc hubiese mentido; de lo contrario, Alison podría no
estar allí.
—Solo fue un malentendido desafortunado —Shayne sacó sus
instrumentos de la caja donde los esterilizaba—. Lo hizo bajo la influencia
de unas cuantas copas de más.
Alison recordó la primera noche que había hecho el amor con Luc.
—Supongo que, cuando bajamos la guardia, es normal que pasen
esas cosas.
Algo en su tono de voz le dio a Shayne que pensar. Tan comedido
como Luc, tal vez incluso más, dudaba si debía aventurarse o no a
expresar su opinión. Se trataba de sus amigos, las normas no eran tan
importantes.
—Sabes, Sydney siempre dice que me tienen que asestar un golpe en
la cabeza para que me entere de lo que se me viene encima. Pero, y
aunque no es mi intención inmiscuirme, yo diría que he notado un cambio
en Luc últimamente. Esta farsa que estáis representando parece haber
cobrado vida.
Alison frunció el ceño, sin comprender.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo decirlo?
—Se le ilumina el rostro cuando está contigo —el análisis le parecía
manido incluso a él, pero era cierto.
Alison dejó de ordenar. El borde de la ficha de Jason Evers se arrugó
cuando la agarró entre el dedo índice y el pulgar.
—¿Tú crees?
—Sí.
De repente, la puerta de la clínica chocó contra la pared. Alguien la
había abierto de par en par.
—¡Shayne!
—Estoy aquí detrás, Ike.
Alison contuvo el aliento cuando lo vio. Ike estaba sucio, lleno de
hollín en la cara y en la ropa.
—¿Qué diablos te ha pasado?
—Shayne, tráete el maletín. Ha habido un derrumbamiento en la
mina. Hay al menos quince hombres heridos y algunos se han quedado
atrapados dentro. He dado la alarma por toda la zona.
En lo primero que pensó Alison fue en Luc.
Capítulo 16
cinco minutos para salir y que luego pondría un explosivo para poder
llegar hasta ellos.
Todos sabían el riesgo que eso implicaba. A no ser que colocara la
carga justa, había muchas posibilidades de que ninguno de ellos saliera
con vida. El más mínimo error de cálculo podía ser fatal.
Alison se sintió presa de una nueva oleada de pánico.
—¿No podemos hacer nada? —le dijo a Ike con ojos suplicantes. La
frustración era evidente en él.
—Ya solo podemos rezar.
Alison se sentía tan impotente que habría gritado. Quería ir con Luc,
aunque fuese abriéndose paso con sus propias manos, pero lo único que
podía hacer era permanecer de pie mirando la cueva, sin saber si estaría
contemplando su tumba.
Ike vio la agitación en su mirada y le agarró la mano con fuerza.
Cuando se produjo la explosión, notó las uñas de Alison clavándose en su
piel y oyó su grito ahogado.
Salió humo de la abertura y la tierra tembló bajó sus pies, como si se
tratara de un temblor de tierra localizado. Como un solo hombre, los
voluntarios corrieron a la entrada y empezaron a apartar las rocas
restantes. Alison se unió a ellos, trabajando tan rápido como podía.
Aterrorizada, Alison empezó a rezar.
Rezó para que no hubiese sido un temblor y para que Luc volviera con
ella y pudiera decirle lo que sentía por él.
«Señor, mantenlo a salvo para que vuelva conmigo».
Nunca había rezado con tantas ganas en la vida.
Transcurrieron más de cinco minutos. Cinco minutos en los que todo
el mundo cavaba en silencio, por miedo a no oír hasta el más leve ruido
procedente del interior de la mina.
Entonces, una mano apareció por la abertura recién ampliada. Los
hombres corrieron al rescate, mientras los demás seguían apartando
piedras.
Alison tenía miedo de creer. De no creer.
Un minuto después, cubierto de polvo de la cabeza a los pies, Luc
salió a trompicones, arrastrando a un hombre mientras otro los seguía por
detrás. Los tres estaban tosiendo y haciendo esfuerzos por respirar.
En el momento en que entregó al hombre al que sostenía a otra
persona, Alison se abalanzó sobre Luc. Le rodeó el cuello con los brazos y
lo besó con fuerza en los labios, sin importarle el polvo que le cubría ni las
miradas sonrientes de los hombres que los rodeaban.
No le importaba nada salvo que Luc estaba vivo y otra vez con ella.
—Dios mío, Luc, ¿estás herido? —preocupada por si aplastándole una
costilla rota, deslizó rápidamente las manos por su cuerpo.
Epílogo
Fin.