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Por su lado la cabra, ágil, graciosa, y hábil para trepar entre las escarpadas
rocas de las montañas, hallaba a su vez muy difícil y molesto descender
hasta la planicie, sus patas perfectamente adaptadas para el terreno
agreste, no eran aptas para los suelos húmedos y en ocasiones fangosos de
la planicie, los pastos aunque dulces a su gusto, en ocasiones estaban muy
crecidos, la fastidiaban en extremo los insectos, que como nube la seguían y
picaban incesantemente, y ese calor húmedo y extremo era lo peor de todo,
pero igual se esforzaba con tal de ver y compartir con su amigo el toro.
Y así lo hicieron ambos por un buen tiempo, ya fuera que el toro subiera a la
montaña o que la cabra bajara a la planicie, deseaban ambos verse y
compartir.