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Todos nuestros

mañanas
Lori Herter
1º Con sabor a Ginger

Todos Nuestros Mañanas (1986)


Título Original: All our tomorrows (1984)
Serie: 1º Con sabor a Ginger
Editorial: Vergara
Sello / Colección: Violena Plata 102
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Devin MacPherson y Ginger Cowan

Argumento:
Whidbey, la encantadora isla en Puget Sound, era un mundo
diminuto, fácilmente invadido por la murmuración cruel y los
recuerdos obsesionantes. Sin embargo, Ginger Cowan
permaneció allí mucho tiempo después de su fracaso
sentimental con Devin MacPherson, cuando el joven le confesó
en su noche de casamiento que le había sido infiel y luego
decidió marcharse a Chicago. Ginger se alejó para estudiar y a
su regreso abrió un negocio de antigüedades y se dispuso a
llevar una vida tranquila. Ahora, sólo la amargura de su familia
Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

ante la «traición» del muchacho parecía permanecer intacta,


recordándole a la joven, una y otra vez, que Devin había
regresado a Seattle…. que en cualquier momento ese hombre
podría volver a su vida. ¿Qué haría Ginger si él la tomara en sus
brazos… si le pidiera que cambiara el dolor del ayer por la
alegría del mañana?

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Capítulo 1
Ginger Cowan siempre se había sentido feliz de haber nacido y
crecido en la isla Whidbey, especialmente en días hermosos de primavera.
Si bien Seattle y el continente se hallaban a sólo cincuenta kilómetros de
distancia, el bullicio de la gran ciudad apenas afectaba la vida tranquila de
Langley. Y ésa era la manera en que a Ginger le gustaba.
Decidió que iría a la tienda andando. Tomaría un poco más de tiempo
que si fuese en su coche, pero la joven sabía lo necesario que es el
ejercicio. Después de todo, cumpliría treinta años en menos de dos años.
Si no lo intentaba, nunca perdería esos kilitos que le sobraban.
Cuando Ginger se preparaba para salir sonó la campanilla del
teléfono.
—Hola, habla Val —respondió una voz clara y brillante cuando Ginger
atendió. La joven sonrió al oír el llanto de uno de los tres niños de su
hermana en el teléfono.
—¿Cómo están todos? —preguntó Ginger.
Val se quejó diciendo:
—Bueno, todos estaban tranquilos hace medio minuto. Dime Ginger,
¿no es un poco aburrida la vida en tu apartamento del ático? ¿No te
gustaría tomar prestados unos niños por un tiempo para divertirte un
poco?
—Me encantaría, con la condición de que sea sólo por un fin de
semana —comentó Ginger en broma.
—¡A veces pienso que fuiste inteligente al no volver a casarte!
Ginger, te llamo porque recibí algunas noticias que pensé querrías saber.
Ginger mostró cierta indiferencia, pero de hecho contuvo el aliento.
Había algo extraño en el tono de voz de su hermana.
—Grace Smith le dijo a mamá que… Devin regresa a Seattle —la voz
de Val se tornó vacilante—. La firma de Devin lo transfiere a la subsidiaria
de Seattle, y Devin se convertirá en socio de la firma.
Las manos de Ginger temblaron ligeramente mientras recibía la
noticia. Su voz se tornó irascible e impertinente.
—Debe estar decepcionado. ¡Es probable que aspirara a irse a Nueva
York!
—No. Dicen que él mismo pidió ser transferido desde Chicago a
Seattle —hubo un silencio momentáneo en el teléfono ya que ninguna de
las dos hermanas dijo palabra alguna.
—¡Qué extraño! —Esa fue la única respuesta en la que Ginger podía
pensar mientras recibía y digería la noticia.

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—Mamá estaba perturbada —continuó diciendo Val—. Sabes cómo es,


siempre insistiendo en que te arruinó la vida. Le dije que no importaba. Él
vivirá y trabajará en Seattle. Es probable que sólo venga a la isla
ocasionalmente para ver a su familia. No hay razón para que te
encuentres con él. Y si sucede, bueno, ¿y qué? Hemos ignorado a los
MacPherson en la iglesia durante todos estos años. No habrá mucha
diferencia.
Ginger se dio cuenta de que su hermana estaba tratando de
tranquilizarla.
—Por supuesto —dijo la muchacha logrando recobrar la calma—. Deja
que venga. Lo que Devin MacPherson haga no me afecta. Estoy segura de
que me ha olvidado, y yo nunca pienso en él. De veras. Estaré bien.
Había calma en el tono de voz de Ginger. Val no podía ver los dedos
temblorosos o la mirada perpleja en los ojos grandes y castaños de su
hermana.
—Sé que lo estarás. No estabas tan segura cuando lo viste en el
funeral de su madre…
—Bueno, tú sabes, los funerales siempre nos afectan —dijo Ginger,
con una risita nerviosa—. Y eso fue hace seis meses. No he pensado en
eso desde entonces. De todos modos, Val, como tú dices, es probable que
no me tope con él.
—Aunque así fuese, creo que podrás manejarlo. Ah, una cosa más…
—¿Qué?
—Bueno, como tú, él no ha vuelto a casarse. Tal vez tratará… tú
sabes, de volver contigo. Tú y él estuvieron tan cerca…
—¡No seas tonta! Si Devin decidió hace ocho años que podía
prescindir de mí, no veo por qué regresaría en mi busca ahora. Es
probable que esté acostumbrado a otro tipo de mujer… la clase de mujer
por la que me dejó —Ginger notó que su voz se embargaba de amargura,
y trató de controlarse—. No, Val —dijo la joven, tratando de poner un poco
de humor en su tono de voz—, no vendrá a llamar a mi puerta.
—Bueno, nunca se sabe —comenzó a decir Val, y luego se oyó el
ruido de niños gritando que le ahogaban la voz—. Lo siento, pero tengo
que ir antes que lo cubran todo con pintura. ¿Vendrás a vernos este fin de
semana?
—El sábado por la mañana —respondió Ginger. La muchacha simuló
el habitual entusiasmo por esas visitas—. Dejaré el negocio cerrado por el
fin de semana.
—¡Viene la tía Ginger! —se oyó decir a Val a sus hijos, y luego
percibió varios vivas agudos al unísono—. ¡Te veremos, entonces! —dijo
Val, riendo mientras colgaba.
Con cuidado, Ginger colgó el auricular de su teléfono. Miró nerviosa
su reloj mientras se dirigía al pequeño dormitorio para dar un vistazo a su
aspecto en el espejo del tocador. Después de retocarse el cabello

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semilargo rubio oscuro, cuyas ondas le enmarcaban el rostro, y colocar un


brillo rosado en sus labios, tomó su bolso y se marchó.
—¡Buenos días, señora Poole! ¿Hermoso día, verdad? —saludó a la
casera.
—¡Vaya que lo es! —respondió la mujer con una sonrisa. Era una
viuda que amaba la jardinería, y ella y Ginger se habían llevado muy bien
durante esos últimos seis años.
Después de graduarse en el colegio superior, la muchacha había
pedido dinero prestado a sus padres, dueños de una tienda de
antigüedades en Coupeville, para abrir una tienda propia que se
especializaría en artículos de cocina y comedor, importados de todas
partes del mundo. La joven había elegido mudarse a Langley para escapar
de las murmuraciones y las miradas piadosas de algunos de sus vecinos, y
de los desesperantes comentarios de su madre, cuyo carácter tendía a la
histeria y al pesimismo.
Casi ocho años atrás la tranquila y conservadora Ginger Cowan, de
pronto se había convertido en el principal tema de las murmuraciones en
Coupeville. Pronto se sintió sofocada en una ciudad donde todos sabían de
su humillación. Le resultaba difícil recorrer la ciudad o ir a la iglesia sin
que algún vecino o algún pariente ansioso por demostrarle su compasión,
le diese consejos, y declarara lo conmocionados que estaban al saber que
Devin, ese hombre tan encantador, podría haberse comportado de un
modo tan despreciable. Entonces, la muchacha se marchó, primero para
terminar el colegio superior fuera del estado y luego para establecerse de
manera permanente en Langley.
Llevaba una vida apacible en el pequeño y luminoso apartamento del
ático de la señora Poole. Su tienda había prosperado muy pronto, y el
préstamo de sus padres había sido devuelto. La joven se pertenecía sólo a
sí misma y se sentía satisfecha.
Rumbo a su trabajo oyó a alguien que la llamaba por su nombre. La
joven sonrió cuando vio a Marla Rosetti caminando hacia ella.
—¡Hola! Caminaré un rato contigo. Estoy distribuyendo mapas otra
vez. ¿Quieres algunos para tu tienda?
—Seguro —dijo Ginger—. Los turistas a menudo me los piden —la
muchacha tomó un fajo de mapas rectangulares de la Isla Whidbey
impresos por la asociación de corredores de bolsa local para distribuir
entre sus innumerables socios.
—¿Estás libre para almorzar hoy? —preguntó Marla.
—Sí. De hecho me gustaría verte. Recibí una llamada de mi
hermana… —dijo Ginger sin terminar la frase.
—¿Sucede algo malo? —preguntó Marla con inmediata preocupación.
—Bueno… mi exmarido se muda a Seattle.

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—Se muda a Seattle —repitió la joven morena, mostrándose algo


perpleja—. ¿Y eso te perturba? —Los finos rasgos de la muchacha
adquirieron una seria expresión—. ¿Te ha amenazado o algo parecido?
Ginger se sintió un poco tonta.
—No, no, por supuesto que no. Es sólo que… pero ¿por qué no
esperamos y lo conversamos durante el almuerzo? Tendremos más tiempo
entonces.
—Por supuesto —contestó Marla, observando la sonrisa tensa de su
amiga.
A Ginger le gustaba conversar con Marla. Siempre hacía ver las
situaciones con mayor claridad.
Se habían conocido por casualidad hacía cuatro años en el salón de
belleza de la ciudad. Simpatizaron de inmediato. La amistad se afianzó
rápidamente y continuó con los años, aun cuando Ginger a veces se sentía
fuera de ritmo con Marla. La muchacha tenía una mente muy veloz. Sin
embargo, Ginger consideraba a Marla su mejor amiga.
Ginger dobló, pasando por el viejo pilar totémico cerca de la escalera
de madera que conducía a la playa. Unas puertas más abajo, en un
edificio de marcos de madera con amplias ventanas, se encontraba «Con
Sabor a Ginger», el nombre que la joven le había dado a su tienda cuando
la inauguró.
Ginger entró y caminó junto a la mercadería cuidadosamente
arreglada, rumbo a su pequeña oficina privada en la parte posterior. Dejó
su bolso y los mapas, y miró por la ventana, por un instante, la playa de
arena. ¿Por qué Devin estaría tan resuelto a mudarse?
Devin. Durante todos estos meses la muchacha apenas había
pensado en él. Y después de las noticias de Val, apenas podía pensar en
otra cosa. En realidad, sería más fácil olvidar el pasado si su familia no se
lo estuviese recordando a cada momento.
¡Cómo se preocupaban todos por ella: sus padres, tías, y primos, allá
en Coupeville! ¿Estaría bien que viviera completamente sola? ¿No habría
conocido a ningún hombre agradable para casarse, todavía? ¿No querría la
joven una familia propia? Sólo Val parecía comprender que su hermana
era perfectamente feliz así. Pero en lo referido a Devin, Val continuaba
protegiendo a Ginger. Val había sido quien la encontrara aquel día en
Seattle, dormida demasiado profundamente en su cama, y un frasco de
pastillas para dormir sobre la mesa de noche. Era la mañana en que Devin
se había marchado a Chicago definitivamente. Val había llevado a Ginger
a toda prisa al hospital, y luego se tranquilizó al saber que su hermana
sólo había ingerido algunas de las pastillas. Por fortuna, Ginger se había
quedado dormida en medio del llanto antes de decidirse a tomar el resto
del frasco. La joven nunca se lo había dicho a Val, pero sabía que su
hermana sospechaba la verdad aunque Ginger siempre negaba haber
pensado en suicidarse.

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Fue una decisión inteligente. Los cursos de finanzas del colegio le


dieron a la muchacha el entrenamiento con el que pronto se convirtió en
una mujer autosuficiente.

Ginger tenía clientes en la tienda, los oía conversar; la joven fue a


atenderlos. Resultó ser una mañana muy activa, pero aun así no tenía la
distracción suficiente como para evitar que su mente regresara en forma
continua al llamado telefónico de Val.
Cuando se aproximaba la hora del almuerzo Ginger se puso más y
más nerviosa. Estaba ansiosa por hablar con Marla. La joven morena era la
única persona que podía hacerla reír y olvidar su inquietud.
—Me pone nerviosa que Devin viva tan cerca. No quiero cruzarme con
él otra vez —dijo Ginger mientras se servía más té.
Las dos amigas estaban sentadas en su reservado habitual junto a la
ventana del frente de un pequeño restaurante. La oficina de bienes raíces
donde Marla trabajaba estaba del otro lado de la calzada y su nota «Salí a
Comer» podía verse pegada a la puerta.
Marla se encogió de hombros.
—Mi exmarido vive en Seattle y no me molesta en lo más mínimo. De
hecho, cuando yo vivía allí, solíamos trabajar uno muy cerca del otro. En
ocasiones me topaba con él. No era un problema grave —dijo Marla.
—Lo sé, yo… supongo que soy algo tonta —había una mirada perdida
en los ojos claros de Ginger—. Ha estado en Chicago durante tanto
tiempo… No sé cómo manejar el hecho de que ahora esté tan cerca.
—¿Y qué es lo que debes manejar? ¡Por el amor de Dios!
Ginger se sintió perpleja.
—No lo sé. Mis propios nervios, supongo. Si llegara a encontrarme con
él… su familia aún vive cerca de Coupeville… quisiera tomar la situación
con calma. Además, mi familia siempre se preocupa por mí en lo que a él
concierne.
—¿Por qué? —preguntó la joven morena. Sus ojos sagaces color
castaño oscuro estaban algo turbados—. ¿Acaso piensan que no debías
haber puesto fin a tu matrimonio?
—No, piensan que hice lo correcto. Es sólo que sienten mucho rencor
hacia D-Devin—. Ginger se sonrojó un poco. Ahora ni siquiera podía
pronunciar el nombre del joven sin tartamudear. Marla debía creerla una
tonta.
Su atractiva amiga la miró casi con sospecha.
—¿Por qué no me cuentas toda la historia, Ginger? Estoy dispuesta a
escucharte. ¡No evites mencionar ningún detalle trágico tampoco!

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Ginger se echó a reír. Una de las cosas que le agradaban de Marla era
su un tanto irreverente sentido del humor.
—De acuerdo —respondió la muchacha, imitando el tono de voz de
Marla—, ¡prepárate para una larga historia!
»Todo comenzó cuando yo tenía cinco años —comenzó a decir Ginger
en tono algo chistoso—. Devin tenía ocho, y un día se topó conmigo en la
iglesia, en el área de juegos, un domingo a la mañana y me tiró al suelo.
Yo comencé a llorar, y él regresó para ver si yo estaba bien. Me había
pelado una rodilla, entonces me llevó con mi madre y se disculpó. Devin
era un muchachito muy educado ya a los ocho años —dijo la joven con
algo de sarcasmo—. Siempre daba una buena impresión a los adultos
porque era muy amable. Yo también quedé impresionada. Cuando crecí
comencé a enamorarme de él.
»Íbamos a la misma escuela y concurríamos a la misma iglesia.
Además, a su madre le agradaban las antigüedades y a menudo visitaba
nuestra tienda. Solía traer a Devin y a su hermano mayor, Bob, cuando
todavía eran pequeños. Entonces nuestras familias se conocían muy bien.
Cuando comencé el colegio superior empezamos a salir juntos…bajo la
estricta supervisión de mi madre, por supuesto. Yo tenía sólo catorce años
—Ginger parecía nostálgica y triste—. Fue el único novio que tuve.
Crecimos muy unidos. Era amigo y compañero, además del chico que salía
conmigo. Solíamos pasar horas hablando, confiándonos todo el uno al
otro. Yo… yo nunca he estado tan cerca de alguien como de él… —la voz
de Ginger pareció desvanecerse en el aire.
—¿Dormías con él?
La pregunta sacó a Ginger del trance en el que se hallaba. La
muchacha miró a su amiga como adormecida durante una fracción de
segundo. Había algo característico en Marla: era directa.
—No —respondió Ginger con una sonrisa ligeramente vergonzosa—.
Fui criada de una manera tradicional, anticuada, de visitas dominicales a
la iglesia. Tal vez yo era lo que tú llamarías una virgen en el sentido literal
de la palabra —Marla se echó a reír—. ¿Él no quería hacerte el amor? —
preguntó la joven con curiosidad.
—Bueno, él siempre era tan caballero, tan amable, sabes… —
respondió Ginger con tono irónico—. Yo también tenía miedo, y él nunca
intentó presionarme.
Marla asintió.
—Yo solía pensar eso —agregó Ginger con sarcasmo—. ¡Solía pensar
que él era maravilloso! Todo el mundo pensaba lo mismo. Devin era bien
parecido e inteligente… ganó becas para el colegio superior por
destacadas calificaciones… diligente y trabajador. Era el tipo de muchacho
con que cada madre sueña para su hija. ¡Y yo fui lo suficientemente
afortunada como para casarme con él! No dormí con él hasta nuestra
noche de bodas. Y luego deseé no haberlo hecho —terminó diciendo la
muchacha con amargura.

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Los ojos de Marla se abrieron perplejos.


—¡Pero qué cosas dices! ¿Era tan mal amante?
—Yo… no… no sé —el rostro de Ginger se puso serio y empalideció
ligeramente—. La manera en que me acariciaba… era como si se hubiese
tratado de cualquier mujer. Devin había cambiado con respecto a mí.
Entonces supuse que… —la muchacha hizo una pausa—. Me adelanté un
poco con la historia. Devin estaba adelantado tres años con respecto a mí
en la escuela, entonces yo todavía estaba en la secundaria cuando él
comenzó el colegio superior en Seattle. Durante los primeros dos años él
vivía en su casa y viajaba. Las cosas no cambiaron mucho entre nosotros.
Aún nos veíamos con mucha frecuencia. Pero al avanzar en sus estudios,
pude sentir el cambio gradual que se operó en él. Comenzó a hablar sobre
la posibilidad de mudarse a Seattle para trabajar. Decía que no había
oportunidades suficientes en la isla Whidbey. A mí me gustaba vivir donde
estaba, y sus comentarios sobre el tema me molestaban. Sin embargo, no
quería ser un obstáculo para él si eso era mejor para su carrera. Yo tenía
sólo diecisiete años, pero ya hacíamos planes para casarnos algún día. Y
hubo otros pequeños cambios. Fue perdiendo su apariencia de muchacho
de pueblo. A veces yo sentía que se alejaba de mí, pero aun así no parecía
que sus sentimientos hacia mí hubiesen cambiado. Aún le gustaba hablar
conmigo… acariciarme…
Ginger se detuvo un instante. Sintió de pronto lágrimas en sus ojos, y
de inmediato consiguió dominarlas.
—Bueno, para hacer breve esta larga historia: Devin se graduó y
obtuvo un empleo con una firma de contadores muy importante en
Seattle. Lo enviaron a Chicago para concurrir a unos seminarios de
entrenamiento durante un mes. Era exactamente el mes anterior a
nuestro casamiento. Después de unos días de estar allá, Devin me llamó
una noche y me dijo que realmente le agradaba Chicago y las
oportunidades de trabajo que allí se ofrecían. Yo me negué a trasladarme
allí.
»La semana siguiente, cuando Devin volvió a llamar, nuestra
conversación se tornó difícil. Había conocido a una joven quien lo atraía
mucho, se sentía confundido con respecto a mí… Me puse muy histérica.
En realidad, estaba atónita. Devin siempre se había dedicado a mí, nunca
me había preocupado que conociese a otras mujeres. Y todo estaba
preparado para el casamiento. Mi vestido y los vestidos de las madrinas
estaban listos, las flores ordenadas, las invitaciones ya se habían enviado.
Era una ceremonia que todos habían estado esperando durante años… su
familia y la mía… y la mayor parte de Coupeville, también.
—¡Qué terrible! —dijo Marla.
—Sí, y yo era lo suficientemente inmadura entonces como para
preocuparme más por la humillación de cancelar el casamiento que por el
hecho de que podría perder a Devin —dijo Ginger con tristeza—. Estaba
tan segura de él por nuestra larga relación que pensé que una vez que
regresara a casa conmigo se olvidaría de ese interludio. Lloré y le rogué a
Devin en el teléfono. Él trató de tranquilizarme y dijo que volvería a

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llamar. Al día siguiente lo hizo y dijo que se casaría conmigo como lo


habíamos planeado.
»Entonces nos casamos en nuestra vieja iglesia de Coupeville —
continuó diciendo la joven— con media ciudad presente. Fuimos al Lago
Louise en Canadá para nuestra luna de miel. Cuándo me hizo el amor… se
acostó conmigo, sería un modo más preciso de describirlo… percibí que
algo terriblemente malo sucedía.
»Él admitió haber hecho el amor con la joven de Chicago. Nunca
pensé que él podía ser infiel. ¡Nunca! Pero cuando estábamos en la cama
algo se interponía entre nosotros. Debió haber estado pensando en ella,
deseando estar con ella. Por eso se comportó tan mecánicamente. No sé
por qué quiso llegar al casamiento. Supongo que para salvar las
apariencias. Tratamos de vivir juntos en Seattle durante un mes, pero no
funcionó. Sentí que me había traicionado. Todo lo que teníamos: esa
relación pura, encantadora que habíamos vivido, había desaparecido ¡Él la
destruyó flirteando con esa joven de Chicago! Ya no quedaba nada entre
nosotros. Entonces regresamos a Chicago donde él deseaba estar. Su
firma pensó que tenía tantas posibilidades, que de buen grado lo
transfirieron allí en respuesta a su pedido. Yo regresé a Coupeville y…
bueno, ya sabes el resto de la historia.
Marla sacudió la cabeza mostrando compasión.
—Lo siento, Ginger. Debió haber sido una experiencia desagradable
para ti. Siempre he tenido la idea de que temías enamorarte. Ahora
entiendo por qué.
Ginger rió con amargura.
—Si alguien como Devin pudo ser infiel, ¡entonces cualquier hombre
puede serlo! Una mujer tiene menos probabilidades de sufrir sola.
—¿Todavía sientes algo por Devin?
Cuando Ginger alzó la mirada sus ojos estaban encendidos.
—¿Bromeas? ¡Todos estos años he sido feliz pensando que estaba a
muchos kilómetros de distancia! ¡Ojalá se quedase allí!
Marla miró a su amiga con detenimiento.
—Puede que no quieras que regrese, pero… aún lo amas ¿no es
verdad?
Ginger estaba atónita y horrorizada por la conclusión a la que la joven
morena había llegado.
—¿Por qué dices eso?
—Porque temes verlo. Si no te importara, no te preocuparía donde
estuviese.
—No —dijo Ginger con una risita—. ¡No! Es sólo que mi familia,
especialmente mi madre, se afligiría de que Devin estuviese cerca. Nunca
han olvidado lo que él hizo. Y… bueno… yo preferiría no verlo, eso es todo.

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Pero no continúo enamorada de él. ¡No me importa! Le dije eso a mi


hermana esta mañana. Ya no significa nada para mí.
—Si insistes un poco más, me convencerás —dijo Marla sonriendo.
Ginger miró perpleja a su amiga. No era habitual que Marla no la
tomase en serio. ¡Y ella decía la verdad!
—Bueno, no me preocuparía demasiado —comentó la joven morena
—. Los exmaridos a veces aparecen como monedas, y se pueden perder
con la misma facilidad también. Sólo concéntrate en tu propia vida y no te
preocupes por él. Ni tu familia tampoco. Es probable que estés haciéndote
problema por nada.
—Lo sé. Tienes razón —dijo Ginger. La joven se sentía mejor ahora,
habiendo revelado sus sentimientos y su pasado con Devin, y recibiendo la
reacción más que realista de su amiga Marla. ¡Ella siempre tenía tanto
sentido común! Ginger deseaba ser un poco como ella. En cambio la
muchacha a veces temía parecerse a su madre, alarmándose por
pequeñas cosas.
—Lo siento, ¿qué dijiste? Mi mente comenzó a divagar —dijo Ginger
disculpándose, al darse cuenta de que Marla estaba hablando.
Los ojos de Marla se encendieron divertidos.
—Dije que cené con Jack Whiting anoche.
Ginger miró a Marla en silencio por un instante. Era consciente de una
sensación algo desagradable en su estómago.
—¿Jack? —dijo finalmente con sorpresa.
Marla observó la reacción de la muchacha por menos de un segundo,
luego continuó.
—Fui a su galería ayer durante la hora del almuerzo para ver si tenía
algún cuadro que me gustara. Tenía deseos de colocar uno sobre la
chimenea. Le dije lo que buscaba, y comenzamos a hablar. Compré una
pintura: uno de sus propios trabajos, y cuando Jack me ayudaba a
colocarlo en mi coche, me invitó a cenar.
—Jack es un pintor maravilloso. ¿Cómo es el cuadro? —preguntó
Ginger con nervioso interés.
Mientras escuchaba a Marla la descripción de la marina que había
adquirido, su mente estaba ocupada. La joven se preguntaba si Marla
recordaría que ella misma había salido con Jack también. Ginger se había
encontrado con él varias veces desde que él había abierto su galería de
arte en Langley alrededor de dos años atrás. Ginger no hablaba mucho
sobre eso, pero estaba segura de que se lo había mencionado a Marla.
Ginger no estaba celosa. De hecho, podría haber salido con Jack
muchas más veces si la muchacha hubiese mostrado más interés en él al
principio, si no hubiese evitado sus insinuaciones. Ahora eran amigos que
disfrutaban estar juntos de cuando en cuando.

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Lo que preocupaba a Ginger era lo que pensaría Marla de la situación.


Nunca antes las dos habían salido con el mismo hombre. ¿Acaso Marla la
vería como una oponente? ¿Afectaría esto la amistad que compartían?
—Entonces… ¿qué tal fue la salida? —preguntó Ginger con una
sonrisa cuando Marla había terminado.
—Bien. No sabía que él podía conversar tanto —dijo Marla, riendo
entre dientes.
—Sí, así es como ha conocido prácticamente a todos en esta ciudad
desde que se mudó aquí. Él… él me ha invitado a salir algunas veces…
creo que te lo mencioné… —dijo Ginger vacilante.
—Lo sé —dijo Marla todavía divertida—. Recuerdo que me lo dijiste
después de una cita en la que pasó la mitad de la velada hablando sobre
las otras mujeres con las que sale. ¡Hizo lo mismo anoche! Me resultó
difícil en varias oportunidades contener la risa. ¡Realmente, nunca he
salido con un hombre, quien en el curso de la velada, me diese una lista
de todas las mujeres que cite o ha citado!
Ginger se echó a reír, también.
—¿Fue tan aburrido? —preguntó la joven con sorpresa.
Marla hizo un gesto con la mano, mientras su voz aún estaba
dominado por la risa.
—No. No quiere alardear. Es sólo una persona dinámica, activa, a la
que le suceden un montón de cosas, y le gusta hablar sobre todo lo que
hace. ¡Es un personaje!
—Sí, lo es —dijo Ginger, tranquila porque reían ambas sobre el asunto
—. Pero también es divertido. ¿Saldrás con él otra vez?
Marla se encogió de hombros.
—¿Por qué no? ¡Valdría la pena sólo por lo divertido que será
comparar opiniones sobre él contigo después!
Ginger se echó a reír otra vez. Hablar de hombres con Marla siempre
era divertido.
—¡Marla! —dijo la muchacha, simulando estar ofendida—. ¿Te parece
agradable lo que haces?
—¿Y quién dijo que yo lo soy? —replicó la joven morena.

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Capítulo 2
Mientras quitaba el polvo a unas piezas de porcelana importada y
unas bandejas de plata Ginger trataba de alejar a Devin de sus
pensamientos. La joven sabía, a través de las murmuraciones de su
familia, que el muchacho había realizado un ascenso vertiginoso en la
empresa para la que trabajaba. Nadie había vuelto a oír comentario
alguno sobre la joven con la cual había mantenido una relación amorosa.
Ginger pensaba que sin duda aquella muchacha sería una de tantas
en la vida de su exmarido. El joven habría descubierto en ella algún
defecto que lo llevó a tener relaciones con otras mujeres. Ginger
recordaba lo altivo que Devin se mostraba hacia el final. Nada ya parecía
ser lo suficientemente bueno para él.
Cuando Ginger era más joven solía perdonar al muchacho esa
creciente inquietud por estar en un sitio más grande y mejor. La
muchacha solía justificar tal actitud pensando que como había sido un
alumno destacado, era natural que desease alcanzar cierta posición en la
vida. Pero entonces no se le ocurrió que Devin podría querer descartarla,
también, porque no encajaría en su nuevo estilo de vida. Ella era sólo una
muchacha pueblerina, agradable y dulce, pero no adecuadamente
sofisticada para acompañar a un hombre ambicioso como Devin.
El joven nunca había llegado a explicarlo así, pero la muchacha lo
había supuesto. Después de lo sucedido, la confianza que Ginger tenía en
sí misma, en sus atractivos nunca había vuelto a ser la misma. De alguna
manera la muchacha no había sido lo suficientemente buena, aunque
nunca supo a ciencia cierta en qué. Supuso que, ya que Devin la había
traicionado sexualmente, no debía tener el atractivo físico necesario para
conservarlo a su lado. La noche de bodas había sido una prueba de eso.
Cuando el joven le hizo el amor aquella fría y miserable noche en Lago
Louise, sufrió una experiencia humillante. Los besos y la calidez del cuerpo
de Ginger no fueron entonces suficientes para hacer olvidar a Devin lo que
había hallado en los brazos de otra mujer.
Entonces Ginger llegó a la conclusión de que no era sexualmente
atractiva. De todos modos no necesitaba un hombre en su vida. Y no tenía
deseos de casarse nuevamente.
Lo que ella hubiese necesitado para conservar el amor de Devin,
ciertamente no lo poseía. ¿Y qué podría pensar el muchacho ahora si la
viese?
La muchacha comenzó a evaluarse con crueldad, sin piedad alguna:
demasiado gordita, con esos kilitos de exceso bien podría haber tenido ya
tres niños como su hermana, pensó la joven, suspirando; un rostro
agradable aunque no llamativo; ojos redondeados que conservaban su
inocencia sin importar la clase de maquillaje que intentara utilizar.
—¿Cómo estás, Ginger?

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La muchacha volvió la cabeza de inmediato hacia la puerta del frente.


—¡Hola, Jack! ¿Cómo estás? —preguntó la joven, alarmada.
—¡Bien! —respondió el hombre con amplia sonrisa, mostrando una
hilera de dientes grandes y blancos debajo del bigote amplio y rubio—.
Pero tú te ves algo deprimida. ¿Crees que una cena ligera y una película te
alegrarán?
Ginger sonrió y descubrió un sentimiento de alivio ante la amistosa
invitación.
—¿Esta noche?
—Ahora mismo, si estás lista.
—¡Marchémonos! ¡Estoy harta de este lugar!
Jack se echó a reír en su modo enérgico, tan particular-
—¡Pero tú amas esta tienda!
Ginger no lo podía negar. Ese sitio había surgido de la nada y gracias
a la joven se había convertido en un floreciente negocio, tomándose al
mismo tiempo en algo así como un hijo para la muchacha, y era, sin lugar
a dudas, el centro de su vida, como una vez Devin lo había sido.
Con énfasis la muchacha apartó a Devin de su mente una vez más
mientras se dirigía a toda prisa a su oficina en busca del bolso. Ginger
cerró la tienda y ambos se marcharon.
Vieron una comedia y la muchacha se divirtió. Su ánimo mejoró un
poco cuando se dirigían a un pequeño restaurante especializado en tartas
y emparedados.
Se sentaron a una mesa pequeña y Jack habló por largo tiempo de su
galería de arte, una talentosa artista con la que había cenado en Seattle, y
luego mencionó que Marla había comprado un cuadro.
—Tú y ella son amigas, ¿no es verdad?
—Sí. Nos encontramos muy a menudo para almorzar. Realmente ha
resultado una buena amiga.
—Me encantó conocerla —continuó diciendo Jack—. Cenamos juntos
esa noche.
Ginger sonrió. La joven había estado esperando que Jack mencionara
el hecho. Y también comenzaba a preguntarse si había alguna mujer que
no estuviese casada en un radio de sesenta kilómetros de Seattle que no
hubiese cenado con él.
Y, sin embargo, Jack no hablaba de ellas como si se tratara de citas.
Eran cenas informales con una amiga… como la velada suya con él esa
noche.
—Marla me lo mencionó y dijo que lo había pasado bien —le dijo
Ginger a Jack—. Ella es una persona muy vivaz, ¿no es así? ¡Mucho, más
que yo! —La joven se dio cuenta entonces de que parecía estar a la

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

espera de un cumplido y de inmediato deseó no haber mencionado el


tema.
Jack inclinó la cabeza y observó a la muchacha con curiosidad.
—Eres algo reservada, pero interesante a tu modo —dijo el hombre
con una sonrisa—. ¡Eres un enigma! Una dama hermosa que maneja su
propio negocio y vive sola en un ático —Jack la miraba como si ella fuese
el tema de uno de sus retratos—. Miras a tu alrededor con ese par de ojos
tranquilos, cálidos, de niña deseando confiar, pero al mismo tiempo
mostrando cierta cautela, a veces un poco tristes, pero siempre… no sé…
complacientes, como si tu mundo estuviese completo.
—Quizá sea así.
—Espero que sí, Ginger, por tu bien. A veces tengo una extraña
sensación para contigo… —dijo Jack, y luego dejó de hablar como si
estuviese en busca de las palabras adecuadas.
—¿Qué? —Ginger se sentía cada vez más inquieta, pero quería que su
amigo terminara la frase.
—Como si te enclaustraras, como si te encerraras a propósito
alejándote del mundo exterior.
—¿Cómo puedo alejarme cuando me mantengo activa con mi trabajo?
¡Hasta fui a Europa el año pasado!
—Sin embargo, tu actitud mental no está orientada hacia el mundo.
Tengo la impresión de que tu mente está… detenida en algún lugar en el
tiempo —Jack observó los ojos preocupados de la joven y dijo—: Bueno, no
prestes atención a lo que digo. Nosotros los artistas siempre nos dejamos
llevar por el romanticismo.
La muchacha pensó que Jack realmente se dejaba llevar por su
romanticismo. La joven sonrió y deliberadamente cambió de tema de
conversación.
—¿Cómo describirías a Marla?
Jack se recostó sobre el respaldo de la silla.
—Marla. Bueno… —los ojos del hombre adquirieron una mirada muy
particular—. Aguda, misteriosa con un toque de fuego en los ojos…
Ginger también descansó sobre el respaldo de la silla y escuchó.
«Marla puede llevarse una sorpresa», pensó la joven con oculta diversión.
Dos días después, Ginger recibió en su negocio la llamada de su
amiga Marla.
—¿Qué te parece si almorzamos juntas? —preguntó la joven
ligeramente sin aliento.
—Por supuesto. ¿Te sucede algo?
—No… no, no. ¿El mismo sitio y a la misma hora? Te veo después —
dijo la muchacha y colgó.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Un par de horas más tarde Ginger estaba sentada frente a su amiga


en su mesa favorita. Después de ordenar, Ginger dijo con una sonrisa:
—¡Creo que Jack está interesado en ti! Me llevó a cenar la otra noche,
y claramente tuve esa impresión.
—Qué bien, Ginger, tengo noticias para ti. Ahora bien… —la
muchacha extendió el brazo para tocar la mano de su amiga—… no es
algo para preocuparse.
Ginger de inmediato se tornó ansiosa.
—¿Qué?
—Pusimos un aviso en los periódicos de Seattle para una casa que
vendemos allí. Apareció por primera vez en el periódico de esta mañana.
Recibí una llamada inmediatamente después de llegar a la oficina de… un
hombre llamado Devin MacPherson. Está interesado en ver la casa. Ahora
que es perfectamente posible que dos personas puedan tener el mismo
nombre…
Ginger estaba pálida.
—No. Debe ser Devin —la joven apenas podía hablar—. Cuando
éramos jóvenes él siempre decía que le gustaría tener una casa allí —la
muchacha llevó una mano temblorosa a su frente y sacudió la cabeza—.
¡Ya está en Seattle! Pensé… pensé que tardaría un tiempo en llegar. ¡Mi
hermana debe haber recibido noticias atrasadas!
—Ginger —dijo Marla con voz seria—. Eso no significa que vayas a
verlo. ¡No pierdas la cabeza!
—Lo sé. Y tienes razón. Sólo fue la sorpresa —dijo Ginger, tratando de
recobrar la calma—. Me pregunto por qué querría vivir allí después de todo
este tiempo.
—Dijo que la casa le interesaba para los fines de semana, si bien
muchas personas van y vienen de Seattle a diario.
—¿Cómo… cómo sonaba al hablar? —preguntó Ginger, con aliento
contenido y ojos tiesos.
—Bueno, no lo sé, Ginger. Sólo era una voz como tantas por teléfono.
De tono bajo, cortés, seguro de sí. Me pareció agradable.
Ginger asintió, comprendiendo lo ridículo de su pregunta.
—¿Vendrá a conocer la casa?
—El sábado por la mañana.
—¿Tú serás quien se la muestre?
—Sí.
Ginger colocó la mano sobre su boca y sintió por un instante que no
podía respirar.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¡Ginger, cálmate! —le pidió Marla a su amiga—. Mira lo ideal de la


situación. Puedo darte un informe completo sobre él, y no tendrás que
verlo en absoluto.
La muchacha recobró el aliento aunque con cierta dificultad.
—No le dirás… no me mencionarás…
—Por supuesto que no. ¡No existe razón alguna para decir que te
conozco siquiera!
—Podría preguntarte si me conoces. Supongo que puede haberse
enterado de que vivo en Langley —dijo Ginger con temor.
—Si pregunta, simplemente le diré que te he visto alguna vez. ¿Qué
te parece eso?
—Supongo que está bien. Lamento ser tan tonta ante la situación.
Jamás esperé que quisiera comprar una casa en la isla, o que terminaría
hablando contigo. Tal vez esta isla es demasiado pequeña —los
pensamientos de Ginger comenzaron a volar—. ¡Viene este sábado! ¡Se
supone que debo visitar a mi familia en Coupeville este sábado!
—¿Y qué hay con eso? Ve a visitarlos.
—Pero si Devin va a estar en la isla, podría decidir visitar Coupeville,
también. Será mejor que me quede aquí.
—Pero él vendrá aquí, a nuestra oficina de bienes raíces para
encontrarse conmigo —señaló Marla.
—Bueno, sólo me quedaré en casa, eso es todo.
—¡Ginger, eso es ridículo! No puedes esconderte cada vez que él se
dé una vuelta por aquí. Ve a Coupeville a ver a tu familia. Aunque él vaya
allí, no te buscará. No si sabe que tu familia está disgustada con él.
¡Quizás tampoco desee verte a ti!
—Sí, tienes razón —dijo la muchacha con calma, instada por el
sentido común de su amiga—. A veces soy exactamente como mi madre.
Tienes mucha razón; tengo que aprender a vivir con esto. Iré a Coupeville.
Y Coupeville estaba invadida por visitantes de fin de semana que
recorrían sus numerosas tiendas de antigüedades en la calle Front ese
sábado. Pero la casa de su hermana en las afueras de la ciudad, donde se
reunía la familia, era tranquila. Los hijos de Val jugaban a la pelota fuera
de la casa, con su padre y abuelo después del almuerzo. Las mujeres
estaban terminando de lavar los platos en la cocina.
—Nos quedó mucha comida —comentó Val, colocando los sobrantes
del almuerzo en un recipiente de plástico en la heladera. Val era un año
menor que Ginger y tenía veintisiete kilos más. A pesar de que había
perdido su figura, sus maneras agradables y bellos rasgos faciales no
habían cambiado mucho desde su casamiento con un hombre de la ciudad
hacía siete años. La joven se parecía un poco a Ginger, pero había
heredado cabello más oscuro de su madre. En personalidad, se parecía a
su padre y por lo general era calma y reflexiva, características que a
menudo Ginger deseaba haber heredado.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—No me sorprende que haya sobrado comida —dijo Martha Cowan


mientras terminaba de limpiar la encimera—. Virginia apenas comió.
Ginger, irritada, colocó el último plato en la lavadora. La muchacha
odiaba la manera en que su madre continuaba llamándola Virginia, cuando
todos los demás la habían llamado por su sobrenombre desde su niñez.
Martha había puesto a las niñas los nombres de Valerie y Virginia
porque le agradaba el sonido de las sílabas al pronunciarlas, y se oponía a
dejar de nombrarlas de ese modo. La mujer había deseado una familia
numerosa pero sólo había dado a luz a dos niñas. Sus hijas siempre habían
pensado en esa situación como un hecho afortunado. Martha, ahora a la
edad de cincuenta años, sufría las consecuencias de haberse preocupado
mucho por las dos hijas que tenía.
—Estoy tratando dé adelgazar —respondió Ginger. Era verdad, pero la
verdadera razón por la que no había comido mucho era que su apetito
había desaparecido pues los nervios al saber que Devin se encontraba en
algún lugar de la isla le habían jugado una mala pasada.
—¡Adelgazar! —exclamó su madre—. ¡Ahora que comienzas a verte
saludable! Son esas blusas sueltas que siempre llevas que te hacen
parecer gorda —Martha descansó su propio cuerpo corpulento sobre una
silla junto a la mesa de la cocina y miró a su hija mayor—. Solías ser muy
delgada cuando eras adolescente —dijo la mujer, sacudiendo su cabeza
canosa—. Solía llevarte al médico sólo para ver si estabas bien.
—Y él siempre te decía que gozaba de perfecta salud —le recordó
Ginger con una sonrisa tolerante.
—Bueno, los doctores no lo saben todo. ¿Para qué quieres adelgazar?
¡Te ves bien! Me alegra saber que comes lo suficiente viviendo sola como
lo haces.
—Siempre estás diciendo que debería casarme, mamá. A los hombres
les gustan las mujeres delgadas.
—¡Ah! Sólo porque Devin gustaba de ti cuando eras delgaducha no
significa que suceda lo mismo con todos los hombres. ¡Y él ciertamente no
se merecía tu compañía! ¡Tiene mucho coraje al asomar su cara en
Coupeville! ¡Dicen que visitó a su familia aquí el miércoles pasado!
Ginger sintió un estremecimiento en todo su cuerpo. Ella no había
tenido esas noticias.
—Tiene todo el derecho de venir aquí, mamá —dijo Val. La muchacha
miró a Ginger de soslayo—. Terminaré con la cocina. ¿Por qué no te
sientas? ¿Quieres un poco de limonada? —preguntó la joven con gentileza.
—Mmm… de acuerdo. Gracias —Ginger sonrió débilmente y se sentó,
jugando nerviosa con el borde de su túnica de algodón. La muchacha
sabía que su hermana había percibido su conmoción ante las noticias
sobre Devin.
—¿Deseas limonada, mamá? —preguntó Val al tomar una jarra de la
heladera.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¡Cuando pienso en lo que ese hombre te hizo… lo que nos hizo a


todos! Para mí era como un hijo… —se lamentó trágicamente Martha.
—No pienses en eso, mamá —le rogó Ginger a la mujer.
—¡Bueno, no puedo evitarlo! ¡Todas estas noticias del regreso de
Devin! ¿Y si trata de verte, Virginia? —la voz de Martha comenzaba a subir
de tono ante su impaciente ansiedad.
—Probablemente, no —dijo Ginger de modo tan persuasivo como
pudo. La joven sintió entonces que su propia ansiedad aumentaba en
respuesta a la de su madre.
—¡Yo no estaría tan segura! ¡No después de lo que hizo: tener esa
relación con esa mujer cuando estaba a punto de casarse contigo!
—Bueno, ¿y qué si me topo con él? —preguntó la muchacha dando un
profundo suspiro a punto de perder el control de sus emociones—.
Simplemente lo saludaré, le diré adiós y me marcharé.
—¡No lo creo así! ¡Él es un hombre peligroso, Virginia! —dijo su madre
con énfasis—. Él tuvo tu corazón una vez y no debe haberlo olvidado.
Podría intentar usarte como lo hizo con esa muchacha de Chicago. Dicen
que nunca se casó con ella ¿sabes? ¡Podría intentar recobrarte, Virginia,
usarte, y luego abandonarte como lo hizo antes! ¡Te estoy advirtiendo del
peligro que para ti representa! ¡Estoy segura! Y si te lastima otra vez, no
sé lo que haré. ¡Estoy segura de que me voy a morir!
—Madre, te estás inquietando de nuevo por nada —le dijo Val a su
madre—. Sabes que el médico te dijo que no es bueno para tu salud.
Recuerda tu presión.
—¡Qué saben los doctores! —respondió Martha haciendo un gesto con
la mano—. Recuerda —le dijo la mujer a su hija Ginger una vez más—
¿como reaccionaste cuando lo viste en el funeral de su madre? Por qué
fuiste, nunca lo sabré. ¡Te dije que no lo hicieras!
Ginger apartó el cabello de su frente con mano temblorosa. Trataba
de recobrar la calma.
—La señora MacPherson siempre fue buena conmigo. Yo solía
admirarla, era una dama. Sentía… que tenía la obligación de estar
presente.
—Sí, era amable, pobrecita —dijo la mujer con tristeza—. No estaba
preparada para la vida de campo que su esposo le brindó. Dicen que
nunca perdonó a Devin por el modo en que se comportó. El muchacho
aprendió de ella sus buenas maneras, ¡pero no su sentido de lo bueno y lo
malo! Lamenté mucho que muriese. Pero fue tonto de tu parte el haber
ido a ese funeral. Por suerte Valeria decidió ir contigo. ¡De otro modo
podrías haberte desmayado o quién sabe qué si nadie te hubiese
ayudado!
—¡Exageras, mamá! —exclamó Ginger enojada—. Sólo me sentí con
náuseas, eso fue todo, entonces nos marchamos temprano.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¡Pero eso fue después de verlo a él! Valeria me lo dijo ella vio cómo
sucedió todo —dijo Martha asintiendo en dirección a Val. La hermana de
Ginger miraba el suelo en silencio—. ¿Ves cómo aún te afecta? Creo que
todavía lo amas. ¡A pesar de todo! ¡Y sólo Dios sabe por qué! Por eso no
has vuelto a casarte, en todo lo que piensas es en tu negocio, por eso es
que nunca te arreglas. ¡Aún lo deseas!
—¡No es así! —exclamó Ginger presa de la tensión.
—Mamá, por favor, ¿por qué no te vas a descansar un rato? —dijo Val
intentando calmar a su madre—. Dijiste que estabas cansada. Podemos
seguir hablando más tarde —Val estaba junto a la silla de su madre
convenciéndola de que se pusiera de pie.
—Bueno, está bien. Siento que me sube la presión. No, no es
necesario que vengas conmigo —dijo la mujer alejando a su hija con la
mano.
—¡Quédate y haz entrar en razones a tu hermana!
Val se sentó a la mesa junto a Ginger. Ambas se veían visiblemente
más tranquilas cuando su madre se marchó a dormir.
—¡Lo siento, Ginger! Con el paso del tiempo se torna cada vez peor.
Estaba leyendo un artículo en una revista el otro día escrito por un
psicólogo. Creo que mamá tiene lo que se denomina «expectativas
catastróficas». Se imagina las cosas más terribles que puedan suceder y
luego emplea todas sus energías en preocuparse por cómo y cuándo
sucederán.
Ginger asintió afligida.
—Quizás sus expectativas no estén del todo equivocadas. Mi amiga
Marla… tú sabes, la agente de bienes raíces… le mostrará a Devin una
casa hoy en Double Bluff Beach.
Los ojos de Val examinaron detenidamente a su hermana.
—Él siempre solía decir…
—Que compraría una casa allí; lo sé —los hombros de Ginger parecían
agobiados como por fatiga, y su voz se perdió al pronunciar las últimas
palabras de la frase—. Comienza a ser inevitable que me encuentre con él
en algún momento. Lo siento en mi interior.
Ginger de pronto miró a Val.
—¡Y no es verdad que aún lo amo! No sé por qué todo el mundo se
precipita a sacar esa conclusión. Es sólo que no quiero que me tiemblen
las piernas como aquel día en el funeral. No sé por qué me sucedió eso.
Realmente pensé que podría manejar la situación. Todos esos años que
habían pasado. Pensé que no me molestaría en lo más mínimo verlo otra
vez —los ojos castaño claro de la joven parecieron por un momento
perderse en una mirada distante al recordar la escena…
Ambas habían llegado casi en el último minuto seis meses atrás.
Ginger no quería que nadie advirtiese su presencia. Ella y Val se sentaron
juntas en la parte posterior de la habitación.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

El féretro se encontraba en el centro, frente a los asientos, rodeado


de flores, cuya fragancia llegaba hasta ellas. Ginger apenas podía ver el
rostro pálido y el perfil refinado de la mujer muerta.
Algo atrajo la atención de los ojos de Ginger a la derecha del féretro,
y de pronto la muchacha se encontró mirando los ojos de Devin. Hablaba y
saludaba a otra persona, pero la miraba a ella. El rostro del muchacho no
había cambiado: bien parecido, el cabello castaño rojizo, los luminosos
ojos verdes, y la característica expresión que siempre llevaba; paciente,
inteligente. A pesar de lo que Devin había hecho, no había perdido ese
aspecto resuelto en su semblante que de inmediato ganaba la confianza
en su carácter.
La muchacha lo había mirado durante un prolongado momento para
luego apartar sus ojos de él. Un terrible estremecimiento recorrió todo el
cuerpo de la joven; por un instante Ginger sintió que todas las
terminaciones nerviosas explotarían en cualquier momento.
La muchacha sintió una extraña sensación en la cabeza. Se volvió
hacia Val que la miraba de cerca, quien la ayudó a salir del salón, sin que
nadie aparentemente lo hubiese notado.
Ginger sacudió la cabeza, regresando al presente.
—No pensé que me molestaría —repitió la muchacha, rozándose la
frente con la mano.
—La habitación estaba un poco cerrada. Tal vez eso fue todo —
comentó Val.
—¿Lo crees así? —Ginger miró a su hermana—. Quizás. Será mejor
que no vuelva a sucederme. No quiero que él piense que aún posee el
control de mis emociones, porque no es así. Sólo son nervios, eso es todo.
Quiero demostrarle que no lo necesité, que hice las cosas bien por mí
misma.
—¡Bueno, y vaya que lo hiciste! —dijo Val con voz positiva.
El tono de Ginger era más calmo que el de su hermana.
—Sí… lo hice.

Los ojos del hombre ardían borrosos. ¿Para qué estaba ahí?
El muchacho se preguntaba cómo reaccionaría la joven. ¿Acaso
estaba arriesgando demasiado en su apuesta considerando que la
muchacha había asistido al funeral? Ginger había desaparecido sin
siquiera hablar con él, pero el joven no podía olvidar los ojos grandes e
inmóviles de su exesposa que lo miraban del otro lado del salón. No hubo
entonces ningún destello alentador en aquella mirada. ¿Por qué razón él
alimentaba la esperanza de que podría haber una oportunidad? ¿Acaso él
era un tonto al suponer que la joven aún podría perdonarlo?

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Devin se preguntaba lo que Ginger le hubiera dicho si se hubiesen


reencontrado. Quizás la muchacha había cambiado, pensó Devin con
inquietud. Ella debía de haber cambiado. ¡Él lo había hecho! Tal vez las
personalidades de ambos ya no se complementarían de la manera en que
solían hacerlo en una época.
Sin embargo, la tienda de Ginger era el reflejo de la personalidad
gentil, cuidadosa y femenina que la joven había tenido hacía años. El
muchacho sonrió ligeramente recordando la atractiva exhibición en la
vidriera de las teteras y las tazas de porcelana y los platos sobre el mantel
de encaje. Sin duda se trataba de la obra de Ginger. Devin recordó
entonces las veces en que había observado a la muchacha mientras
realizaba el mismo arreglo en la tienda de antigüedades de sus padres
cuando sólo tenía diez u once años.
A Devin le agradaba la inteligente elección en el nombre de su tienda:
«Con Sabor a Ginger». Ginger. Devin le había puesto ese sobrenombre a la
muchacha cuando todavía era una niña pequeña. Tenía un sonido cálido y
mordaz: cálido como sus ojos castaños cuando solía mirar a Devin,
¿Alguna vez volvería la joven a mirarlo de esa manera?

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Capítulo 3
Ginger se dio una ducha y se vistió tan pronto como sus manos
temblosas se lo permitieron, luego se fue en su coche hasta la casa
pequeña de madera que habitaba Marla.
Marla sonrió al hacer entrar a su amiga que estaba deseosa de
preguntar por Devin.
—¡Te ves fantástica, Ginger! ¿Es nueva tu ropa? —preguntó Marla,
conduciendo a Ginger hasta la cocina.
—Era de mi hermana. Ella tiene algunos conjuntos tejidos que ya no
puede usar porque ha aumentado de peso. Insistió en dármelos ayer —dijo
la joven con un suspiro—. A mi familia parece no gustarle mi estilo de
vestir —Ginger acomodó con timidez el cuello en V, que mostraba apenas
la unión de su pecho alto y pleno. El material tejido color amarillo se
adhería a sus graciosos contornos y disminuía de modo sorprendente al
encontrarse con una pequeña cintura.
—¿Qué hay de Devin? —preguntó la joven cambiando rápidamente el
tema de conversación.
—¡Vaya hombre! Sé que te lastimó muchísimo hace unos años, ¡pero
debo decirte que al perderlo realmente perdiste bastante!
Ginger perdió por completo el equilibrio. No esperaba una reacción
así por parte de Marla.
—¿Qué… qué… a qué te refieres?
—Tiene todo lo que la mayoría de las mujeres podría desear: es bien
parecido, aún con gafas; tiene dinero, por lo menos lo parece; es
inteligente y tiene una personalidad muy agradable, ¡lo que es poco
habitual! Con todo eso, algunas mujeres lo aceptarían aun cuando jugase
un poquito a sus espaldas.
Ginger estaba atónita, y no podía responder a lo que oía. Las palabras
de su amiga revoloteaban en su mente.
¿Qué esperaba? ¿Qué Marla lo describiese como un ogro? Ella misma
lo había visto hacía seis meses. Sabía que todavía era bien parecido.
—¿Le gustó la casa?
—Parecía muy interesado. ¡Es una casa maravillosa! Le dije que
probablemente se vendería rápido. Dijo que en un par de días me daría
una respuesta.
Ginger tenía una mirada de desamparo, como si hubiese perdido toda
esperanza.
—No te preocupes, Ginger. La playa Double Bluff está del otro lado de
la isla. Es probable que él no venga muy seguido a Langley.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Sólo está a quince kilómetros de distancia. ¡La isla Whidbey puede


ser larga, pero no muy ancha! No sirve pensar que no lo veré. Sé que
eventualmente lo haré.
—Tal vez eso sea bueno —comentó Marla—. Si lo ves, tal vez te
enamoras de nuevo de él.
—¡Por supuesto que no! —exclamó la joven enojada.
—No lo has olvidado, y eso es evidente. Es probable que tu mente no
se tranquilice hasta que lo veas y hables con él otra vez.
Ginger no contestó.
—Al mirarlo, me imaginé a los dos juntos. Me recordó… ¿alguna vez
has oído la historia de Abelardo y Eloísa?
Ginger frunció el ceño enojada. Luego negó con la cabeza.
—Leí para una clase de historia hace unos años en la secundaria —
continuó diciendo Marla, ignorando la falta de interés de su amiga—.
Sucedió en el siglo doce y es verídico. Eloísa era una muchacha de
diecisiete años y Abelardo un famoso maestro y filósofo varios años mayor
que ella. Fue contratado para educarla en su casa, y de inmediato se
enamoraron e iniciaron un romance. Ella tuvo un hijo de él…
Ginger se mostró sorprendida.
—¡Sabía que lo encontrarías interesante! —dijo Marla sonriendo,
continuando entonces con el relato—. Como decía, la muchacha tuvo un
niño. Más tarde se casaron en secreto, pero el tío de la joven, que estaba
a cargo de ella, estaba ensañado con el hombre porque la había
deshonrado. Hizo que unos hombres buscasen a Abelardo y lo castrasen.
Ginger dejó el tenedor y se recostó sobre el respaldo de la silla.
—¿Por qué me cuentas esto?
—¡Lo verás en un minuto! Después de lo sucedido Abelardo aconsejó
a Eloísa que entrara a un convento. La muchacha se hizo monja y más
tarde, abadesa. Él también tomó los votos y se convirtió en sacerdote.
Pasaron diez o doce años. Él le escribió una carta a un amigo contándole
la historia de su vida y su relación con Eloísa. De alguna manera, Eloísa
obtuvo esta carta y la leyó. Después le escribió a Abelardo una carta
emocionante diciéndole que aún lo amaba, que todavía lamentaba haberlo
perdido, preguntándole por qué se había olvidado por completo de ella.
¡La muchacha le escribió que si un emperador le hubiera ofrecido hacerla
su esposa ella habría preferido ser la amante de Abelardo! La joven le
rogó que le escribiera y la consolara para que pudiese reunir fuerzas y
continuar fiel a sus votos. Él contestó la carta y se escribieron hasta que él
murió. Hasta hoy los huesos de ambos están enterrados juntos en algún
lugar de Francia.
Profundamente conmovida, a pesar de que no lo deseaba, Ginger
apartó la mirada cuando sintió lágrimas invadiendo sus ojos.
—Recuerdo que cuando leí por primera vez la carta que Eloísa le
escribió a Abelardo me pregunté cómo una persona podía tener

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

sentimientos tan fuertes hacia otra después de una década de separación


—dijo Marla—. Me pareció como un cuento de hadas, y eran personas
reales, y las cartas que se escribieron aún perduran. Supuse que la gente
en el siglo doce era diferente, porque yo ciertamente nunca reaccionaría
de esa manera. Fue cuando comenzaste a hablar de Devin el otro día que
me di cuenta de que algunas mujeres sí pueden sentirse tan
profundamente unidas a un hombre.
Marla hizo una pausa y bajó la mirada como si estuviese meditando.
Luego volvió a mirar a Ginger y dijo:
—En cierto modo, es maravilloso ser capaz de un sentimiento tan
fuerte y duradero. Los peligros pueden ser mayores, pero también las
recompensas. Alguien como yo sólo rasca la superficie, ¡pero tú sí que
experimentas la vida! Pienso que deberías aguardar con felicidad el
momento de encontrarte con Devin otra vez. Tal vez deberías buscarlo.
—¿Estás loca? Lo que me hizo él hace unos años casi me destruyó.
¡No quiero tener nada que ver con él! ¡Y no me interesan tus historias del
siglo doce! ¡Ya no estoy enamorada de él!
Marla asintió lentamente, aceptando las protestas de su amiga.
—De acuerdo, si tú lo dices —los ojos oscuros brillaron con misterio—.
¡A mí me encantaría aceptarlo si tú no lo deseas! —Marla observó a Ginger
con atención.
Sorprendida, Ginger abrió la boca, pero con una rapidez poco habitual
respondió:
—¡Eres libre de hacerlo!
—¿Estás segura? —dijo Marla como si bromeara—. ¿No sientes acaso
algo de celos ante mi pensamiento?
—¡Realmente, Marla, lo lamentaría por ti! —respondió la joven
automáticamente, ignorando una extraña sensación en su estómago.
—¡De acuerdo! —dijo Marla airosamente.
—¿Nos sentamos cómodas un rato?
—¿No tienes que ir a trabajar hoy?
—Sí, pero tenemos sólo unos minutos.
Ginger siguió a su amiga a la sala, que estaba decorada en un estilo
moderno de color crema y castaños amarillentos. Al sentarse en el sofá la
joven observó una caja grande y labrada, cerca de la puerta, llena de
decorativos centros de mesa con velas.
—¿Para qué son? —preguntó la muchacha con curiosidad.
—Obsequios para celebrar el estreno de las casas que les damos a
sus flamantes dueños cuando acabamos de venderlas. Los recogí ayer
después del trabajo. Tendré que llevarlos a la oficina hoy —Marla rió un
poco entre dientes—. Jack no se sintió muy impresionado con ellos. No le
agradan las flores artificiales.

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—¿Lo viste otra vez?


—Salimos anoche, y luego lo invité a subir a casa.
—¿Comienzan a gustarse?
—Bueno, es posible —contestó Marla encogiéndose de hombros—.
Sabes cómo es… las cosas parecieron funcionar, y terminamos haciendo
el amor.
Ginger se sentía algo extraña. No se había dado cuenta de que Marla
tenía una actitud tan ligera con respecto al sexo. Parecía no tener
sentimientos profundos hacia Jack Whiting, ¿y acaso no era su segunda
cita con él? Ginger sintió que nunca podría dormir con un hombre del que
no estuviese enamorada. Tal vez ella era demasiado anticuada, pero la
afectaba el hecho de descubrir que su amiga tuviese ideas diferentes.
Marla examinó la expresión de Ginger.
—¿Tú y él no…?
—¡No! —exclamó Ginger.
—Te ves sorprendida.
—No noté que las cosas marchaban tan rápidamente entre ustedes.
Pero en tanto sean felices… ¿Esta es su pintura? —La muchacha señaló
una marina sobre la chimenea, feliz de haber encontrado una manera de
cambiar de tema.

Cuando recorría el corto camino hacia su casa, la muchacha aún


continuaba perpleja ante el hecho de que su amiga había realmente
comenzado una relación amorosa con Jack. Entonces ¿dónde me
encuentro yo exactamente?, se preguntó la joven. ¿Debería continuar
viendo a Jack, o sería propiedad de Marla ahora? Si ella continuaba
citándose con Jack ¿él esperaría lo mismo de ella que de Marla? ¡Sería
mejor que no!
«Bueno, a quién le importa», murmuró la muchacha casi en voz alta.
Ella tenía mejores cosas para preocuparse, decidió la joven mientras subía
la escalera a su casa. Lo que Jack y Marla hicieran juntos no la concernía a
ella. Lo que Devin hiciera (o estuviese por hacer) era mucho más
importante para ella en ese momento.

El lunes por la mañana Ginger caminó a su trabajo como de


costumbre. Durante todo el día se obligó a alejar su mente de Marla, Jack,
y Devin. Quería tener un día normal, con problemas normales y sin
consecuencias. Y el día fue como lo esperaba… hasta que Marla llamó en
las últimas horas de la tarde.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¿Ginger? —la voz de Marla sonaba como con prisa—. Devin acaba
de irse. Va a comprar la casa.
—¡Ay, no! —dijo Ginger. La muchacha pareció hundirse en el banquito
detrás de la registradora.
—Y eso no es todo. Observé por la ventana cuando se marchaba. No
volvió a su coche. Está caminando hacia la Calle Primera. ¿No te imaginas
a dónde puede ir? ¿Supongo que no irá a verte?
Ginger sintió cierta aprensión. Se tomó del mostrador con su mano
libre.
—¡No! ¿Estás segura?
—Sí, lo vi tomando el atajo en la farmacia.
—Tal vez va a comprar algo…
Ginger dejó su frase a medio terminar. El cuarto se había oscurecido
ligeramente, y la joven sabía, sin necesidad de levantar la mirada, que
alguien se encontraba en la puerta abierta. Con el auricular del teléfono
aún en su mano, la muchacha miró hacia arriba y se encontró con los ojos
verdes de Devin. Ginger se quedó observándolo, sin moverse durante
algunos segundos, deteniéndose en los amplios hombros y el rostro bien
parecido que ella conocía tan bien y luego una calma irreal la invadió
cubriéndola como una capa.
—Te hablaré más tarde —dijo la muchacha en el teléfono con tono
ligero como si terminase una amistosa conversación. Con una mano
extrañamente firme colocó el auricular en la horquilla. Volvió a mirar al
hombre que se encontraba en la puerta—. Hola —la voz de Ginger fue
clara, desprovista de emoción.
Entonces el hombre entró.
—Hola, Ginger —dijo el joven con voz cálida y controlada. La joven no
había oído esa voz durante ocho años; el sonido bajo, sutilmente
modulado la afectó como una melodía cautivante. El muchacho pareció
disculparse con su actitud y sus palabras—. Es probable que te sorprenda
verme…
—No, no mucho —dijo la joven con frialdad—. Oí que regresarías a la
zona —Ginger no tuvo tiempo de hacer un análisis, pero sus emociones se
hallaban en un lugar donde nunca habían estado. Interiormente la joven
estaba al borde del pánico sin embargo, en su exterior se encontraba de
alguna manera distante y tranquila, como si nada importase. Todo lo que
la rodeaba era real, pero la joven sentía que no podía tocar los elementos
circundantes y éstos no podían hacer lo mismo con ella.
—Bueno, no dudo que todos en Coupeville lo comenten —dijo el
muchacho—. Te enteraste por tu familia, supongo —Ginger no hizo ningún
comentario. Comenzó a atar pequeñas etiquetas con precios en la tarea
que estaba ocupada cuando Marla llamó—. ¿Cómo están tus padres y Val?
—Bien, gracias —respondió la joven con amabilidad.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

El muchacho se acercó al mostrador donde la joven estaba sentada


detrás de la caja registradora. Ginger levantó la mirada cuando sintió que
el joven invadía su territorio. Por primera vez la muchacha observó lo que
el hombre llevaba: un traje de tres piezas gris a rayas de fina lana. Debía
de haber terminado de trabajar temprano y había venido directamente a
la isla.
—¿Y cómo estás tú?
—Bien —Ginger observó cuando Devin colocaba sus manos sobre el
borde exterior del mostrador y entonces sintió que sus nervios invadían su
calma exterior. El muchacho parecía haber hecho añicos una invisible
barrera. Ginger comenzaba a sentirse desprotegida. Sus ojos, sutilmente,
ascendieron desde las manos grandes y firmes a su pecho cubierto por el
chaleco. Años atrás, el joven solía ser delgado y bien proporcionado. La
joven supuso que aún lo sería, a juzgar por lo bien que le sentaba el
chaleco.
Pero había una afirmación masculina en su figura ahora; su pecho
parecía haberse hecho más amplio y profundo, y debajo de la chaqueta de
su traje los hombros y brazos se insinuaban más musculosos y
desarrollados. Había sido un muchacho bien parecido y resultó un hombre
muy apuesto, en plena madurez…
La mente de Ginger huyó a bloquear esos pensamientos. La joven
bajó la mirada y regresó a las etiquetas con precios, aunque sus dedos
estaban temblorosos.
—Siempre he querido agradecerte, Ginger —dijo el muchacho con
vacilación— por venir al funeral de mi madre. Yo… aprecio mucho que… te
hayas tomado la molestia…
La joven levantó la mirada y la llevó al rostro del muchacho,
alarmada.
—No tienes por qué agradecerme. Yo la admiraba. Quise estar allí —
los ojos de ambos quedaron unidos por un instante, y luego Ginger bajó la
mirada, confundida.
—Tú siempre le agradaste —dijo Devin con suavidad, y voz casi seria.
Los ojos de Ginger volaron nuevamente hacia los ojos verdes en
inesperada reacción. La muchacha vio que estaban húmedos antes de que
Devin mirase hacia otra parte. Al alejarse del mostrador, el joven se dirigió
al centro del salón y comenzó a mirar alrededor de la pequeña tienda.
Devin sacó del bolsillo pequeño un par de gafas de carey. Ginger, aliviada
cuando el muchacho se alejó de ella, no pudo sino observarlo con una
especie de fascinación. Ginger examinó su perfil cincelado y el suave brillo
del cabello castaño oscuro, perfectamente cortado, mientras el joven daba
una recorrida visual al lugar, observando la mercadería.
—Tienes una encantadora tienda —dijo el muchacho con tono
halagador—. ¿Tú sola estás a cargo de ella?
—Sí.

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Devin sonrió con nostalgia y miró a Ginger.


—Me es difícil imaginarte como una mujer de negocios.
—Muchas cosas son difíciles de imaginar —respondió la muchacha
con un dejo de amargura. Devin se encontraba ya a distancia, y entonces
la joven se sintió más fuerte y calma. Experimentó una molestia por la
invasión que Devin hacía en su vida. ¿Por qué había venido a la tienda?
¿Qué deseaba?
—Oí decir que tenías un negocio en Langley —continuó diciendo el
joven como si no hubiese detectado el tono sarcástico en la voz de la
muchacha—. Siempre me pregunté cómo sería, cómo te iría.
¿Entonces había venido por curiosidad? Ginger no podía creerlo.
Devin no era el tipo de persona a la que le interesasen los asuntos de
otros.
—¿Tienes muchos gastos? ¿Tienes un buen margen de ganancias? —
preguntó Devin.
Ginger casi se echa a reír. ¡Después de ocho años y todo lo que había
sucedido entre ellos, el joven preguntaba sobre su margen de ganancias!
La muchacha respondió a las preguntas, consciente todo el tiempo del
farsante en el que Devin se había convertido. Con toda la preocupación de
la muchacha por el regreso de su exesposo, no se imaginaba que el
primer encuentro sería algo así.
Los breves momentos de sarcástica diversión se disolvieron cuando el
joven se acercó nuevamente al mostrador. La muchacha volvió a ponerse
nerviosa.
Devin sonrió ligeramente. Era la sonrisa amable y cordial que Ginger
recordaba.
—Casi se me olvida mencionarlo… he decidido comprar una casa en
Double Bluff. Tú… recordarás que siempre me gustó ese sitio.
—Sí. ¿Planeas vivir allí? —preguntó la muchacha con voz algo más
débil de lo que ella esperaba.
—Pensé en usarla durante los fines de semana. Tengo un condominio
en Seattle.
—Pensé que te agradaba la ciudad —dijo Ginger con calma, evitando
cruzar su mirada con la de Devin.
Los ojos verdes de Devin parpadearon, pero el joven no apartó la
mirada.
—Antes sí. Y todavía me gusta, en cierto modo. Pero con el paso de
los años he llegado a extrañar lo que tenía aquí en la isla Whidbey —los
lúcidos ojos verdes parecían intensificar su color cuando Devin dijo su
última frase. La joven sintió que su corazón se detenía.
Devin apartó la mirada y cambió de tema de conversación.
—Estoy en tratos con la oficina de bienes raíces de la Calle Segunda.
La mujer que me mostró la casa es Marla Rosetti. ¿Tú la conoces?

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Sí —fue todo lo que Ginger dijo. Él no tenía que saber que eran
buenas amigas. La vida privada de Ginger le concernía sólo a ella y cuanto
menos supiese él de ella, mejor, y más tranquila se sentiría.
—Ha sido muy amable conmigo y sumamente atenta —comentó
Devin.
—Qué bien —la amabilidad de Devin se tornaba cansadora. ¿Cuánto
tiempo permanecería de pie conversando amablemente?, se preguntó la
muchacha. La joven miró su reloj y luego el cartel que colgaba de la
ventana. Tal vez si lo cambiaba de posición para que se leyese «Cerrado»,
Devin entendería y se iría. Ya había tenido suficiente con este encuentro.
Sus nervios ya no podrían resistir más. Pero Devin no hacía ningún
movimiento para irse. La joven jugó nerviosamente con las etiquetas.
—¡Hola, Ginger! ¿Estabas por cerrar?
La joven miró más allá de Devin y sus ojos se encontraron con Jack
Whiting, quien entraba a la tienda. La mirada de Ginger se iluminó como si
el recién llegado fuese una respuesta a sus ruegos.
—¡Hola, Jack! Sí, estaba pensando en eso —dijo la muchacha casi sin
aliento—. ¿Cómo estás?
—¡Genial, como siempre! —respondió el hombre con alegría. Jack
miró a Devin—. Lo siento, no fue mi intención interrumpirlos.
—Está bien —respondió Devin de buen humor—. Sólo me detuve a
saludar a Ginger.
—¿Conoce a Ginger? —preguntó Jack con interés, mirando a ambos.
—Sí. Crecimos juntos en Coupeville —respondió Devin antes que
Ginger pudiese pronunciar palabra.
—¡Entonces es nativo de la isla! Yo no, pero vivo aquí ahora. Soy Jack
Whiting —dijo el hombre extendiendo la mano—. Soy dueño de la galería
de arte calle abajo.
—Devin MacPherson. Es un placer conocerlo —dijo el joven
estrechando la mano de Jack—. Soy asesor contable de…
La muchacha comenzaba a sentir dolor de cabeza al ver a su
exmarido estrechando la mano del hombre con quien ella había estado
saliendo durante dos años.
—Me preguntaba si querrías salir a cenar —dijo Jack volviéndose
hacia Ginger— pero quizás ustedes tengas otros planes.
—¡No, ningún otro plan! —dijo Ginger con inmediato entusiasmo—.
Me parece bien, Jack.
—Bueno, de acuerdo entonces. ¿Estás lista ahora?
Ginger afirmó sacando la llave de su bolso. No miró directamente a
ninguno de los dos hombres, pero podía percibir la repentina tensión en el
ambiente.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Como si la presión fuese demasiado grande para el sensible buen


talante de Jack, dijo:
—Si está libre, ¿por qué no nos acompaña, Devin?
Ginger sentía que se hundía en el piso.
—Gracias, pero tengo que regresar a Seattle —dijo el muchacho con
una ligera sonrisa.
Aliviada, y con la llave en mano, Ginger salió y los dos hombres la
siguieron. Cerró con llave y dijo:
—Bueno, fue agradable verte otra vez, Devin —el tono de su voz
mostraba un intencional desinterés—. Espero que disfrutes tu nueva casa.
Ginger alzó la mirada entonces y recibió una sorpresa semejante a
una conmoción. Halló dos pares de ojos observándola detenidamente, con
un destello sutil y absorto. La joven se sintió confundida de inmediato, y
luego se sonrojó al darse cuenta de que los hombres la miraban con
atención.
Los ojos de Ginger mostraron frialdad y enojo al mismo tiempo.
—Adiós, Devin. ¿Nos vamos, Jack?
Los hombres se dijeron mutuamente adiós en un murmullo, y Jack
siguió los pasos de Ginger, subiendo la calle. La muchacha no se volvió
para mirar a Devin otra vez; estaba por completo feliz de haberse librado
de él. El corazón continuaba latiéndole a un ritmo poco habitual a causa
del inesperado encuentro, y sus nervios le habían jugado una mala
pasada. También continuaba enojada por el modo en que los dos hombres
la acababan de mirar. ¡Jack, su viejo amigo, devorándola con los ojos! Y
Devin con su inmaculado traje formal y gafas, exhibiendo suma
cordialidad y buenas maneras, y de pronto observándola como si
quisiera…
Una llamarada de calor la debilitó, y se llevó una mano temblorosa a
la frente. Luego vaciló al caminar.
—¿Estás bien? —preguntó Jack, tomándola del brazo.
—Sí, sólo un poco nerviosa.
—¿Tiene algo que ver con Devin? Me di cuenta de que estabas
ansiosa por alejarte de él.
—Devin fue mi marido —dijo Ginger. No tenía sentido inventar una
excusa.
Jack miró perplejo a la joven.
—Ahora comprendo. Supongo que me mencionaste alguna vez que
eras divorciada. Parecía un hombre agradable. ¿Te desagrada verlo?
—No lo he visto durante mucho tiempo —respondió la muchacha, sin
darse cuenta de que en realidad no había respondido a la pregunta de su
amigo.
—¿Todavía te interesa? —preguntó Jack con tranquilidad.

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—¡No! —Ginger respondió con tanto énfasis que alarmó a Jack.


El hombre sonrió comprensivamente.
—Debo haberme equivocado. ¿Por qué no nos olvidamos de todo y
cenamos amable y tranquilamente? Estás hermosa hoy, Ginger —dijo Jack
como si estuviese ansioso por cambiar de tema.
Unas horas después, esa misma noche, Ginger analizó los sucesos del
día. La conversación de Jack durante la cena aún jugaba en los oídos de la
muchacha. Le había resultado difícil concentrarse en ella. Jack habló en
forma insistente de Marla, haciéndole preguntas sobre la joven morena,
casi como si esperase que Ginger le hablase de algunas confidencias que
Marla le hubiese hecho. La joven se dio cuenta de que Jack se estaba
enamorando de Marla. ¡Pobre Jack! Ginger no pensaba que su amiga
tuviese los mismos sentimientos hacia él, aun cuando Marla compartiese
su lecho. Ginger se había preocupado de modo innecesario por su propia
posición con respecto a Jack. El hombre rubio y Ginger llevarían adelante
su amistad como antes, si bien la joven tendría que ser cuidadosa para no
traicionar las confidencias de su amiga. Ginger esperaba no haberlo hecho
esa noche; ¡su mente estaba tan confusa! ¡Maldito Devin! ¿Por qué no se
habría quedado en Chicago?
Ginger deseaba que los hombres fuesen sus amigos, y nada más. No
deseaba un contacto físico. La experiencia de su noche de bodas le había
demostrado que el sexo no era tan interesante como lo había imaginado.
La muchacha no veía que hubiese demasiado para disfrutar en el acto
físico, por lo menos no por parte de la mujer. Quizás su contrincante de
Chicago había gozado con la idea de ser utilizada como una muñeca a
cuerda, pero ella no. Ella había obtenido mayor placer de las caricias
controladas que Devin le había prodigado antes que se casaran. En
aquellos días él era tan considerado y tierno con ella…
Y sin embargo, ese mismo hombre una vez había hecho algo tan
insensible, tan injusto, que había eclipsado a perder las ideas positivas
que la joven solía tener del amor y el casamiento.
Era más seguro no depositar la confianza en un hombre, pensó la
muchacha mientras empezaba a desvestirse para dormir. Detrás de esos
físicos fuertes y altos, y esas voces graves y seguras, latían corazones
ligeros e inconstantes.
La joven supuso que los hombres y las mujeres eran diferentes.
Tenían dos objetivos distintos en la vida: Las mujeres deseaban amor; los
hombres, sexo. Ambos podían coexistir, pero no de modo suficiente como
para lograr una sincera armonía. Y aquí estaba Jack tornándose posesivo
con Marla, probablemente porque disfrutaba hacer el amor con ella y
deseaba que eso continuara. Ginger no podía comprender aún lo que
Marla pensaba de la relación. ¡Y Devin! Devin una vez había recibido todo
el amor que ella podía darle, pero él lo descartó cuando encontró a alguien
que lo atraía más sexualmente. El sexo parecía ser la única idea que los
hombres tenían en sus mentes. Y la manera en que los dos hombres la
habían mirado hoy lo había comprobado.

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Ginger apartó el elegante cubrecama del lecho y lo dejó a un lado.


Después de cubrirse con las sábanas, apagó la luz. Estaba contenta de
haber pasado sola todos los últimos años. Las mujeres estaban mejor
viviendo solas. ¡Por fortuna las mujeres se tenían las unas a las otras para
confiarse sus problemas! La muchacha sonrió al recordar que Marla la
había llamado para advertirle de la llegada de Devin. ¡Exactamente lo que
una verdadera amiga debería haber hecho!
Y gracias a Dios, su encuentro con Devin había terminado. Si había
sido ruda con él estaba feliz, hasta un poco orgullosa de sí misma. Logró
manejar la situación mucho mejor de lo que esperaba. Jack no podía haber
aparecido en un momento más oportuno. Devin no pensaría entonces que
a ella le faltaba interés masculino. No, después de una despedida tan fría,
Devin no regresaría. No era tonto; se daría cuenta de que su presencia no
era deseada.
Segura con esos pensamientos en su mente, la joven se volvió y se
durmió.

La luz aún estaba encendida en el condominio de Seattle. Sobre la


mesa de noche, junto a la cama, dos tabletas grandes se disolvían en un
vaso de agua, Devin yacía en el lecho, reclinado con los hombros contra la
cabecera. Su mano descansaba sobre su estómago. Tenía el rostro
cansado, los ojos desolados y el estómago dolorido.
Más temprano el joven había comido algo, y pronto sintió la rebelión
de su estómago. Se preguntó si debería ver a un médico. Su estado tenía
todas las características de una úlcera. Pero si tenía problemas digestivos,
él sabía que no era su culpa, una reacción nerviosa a los cambios que el
muchacho deseaba imponer en su vida.
Devin presintió al entrar en la tienda de Ginger que podría recibir un
gran golpe. Y así había sido… de modo sutil, pero recibió el golpe cuando
el otro hombre tomó el brazo de la joven, cuando ambos se alejaron
caminando. Él parecía muy agradable, pero Devin deseó haberle dado un
puñetazo.
¿Ella lo amaría? ¿Y en ese momento tendrían una relación amorosa?
«No pienses en eso o tendrás con seguridad una úlcera muy pronto»,
Devin se advirtió a sí mismo mientras tomaba el vaso de agua.
Luego se recostó una vez más y cerró los ojos. Ginger estaba tan
hermosa, tan… mujer. Pero tenía la misma voz gentil y suave, la misma
dulzura en los ojos… sólo que ahora había mucha distancia en ellos.
Apenas lo había mirado. Ella no deseaba verlo, y eso era evidente; no lo
quería de regreso en su vida.
¡Bueno, tendría que adaptarse a la situación, porque él regresaría!
Aunque eso hiciera que la joven lo detestara y destruyera su salud, Devin
MacPherson entraría en ese pequeño mundo de la muchacha.

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Capítulo 4
Los siguientes días pasaron normalmente para Ginger. Se sentía
mejor consigo misma que antes. El hecho de haberse librado de Devin con
tanta facilidad en su tienda, le dio la seguridad de que podría manejar
cualquier situación que surgiese de su proximidad. También se sentía
segura de que, aun cuando ella y Devin se encontrasen otra vez, sólo sería
por casualidad.
Ginger llegó a su casa con unos vestidos y algunas blusas
delicadamente femeninas que favorecían y destacaban sus formas y eran
de mejor gusto que esas túnicas baratas que solía llevar últimamente.
Además, agregó algunos pares de zapatos, pantalones y faldas.
La joven llevaba puestas algunas de esas adquisiciones (una falda
color malva y una blusa de seda de tono lavanda pálido con cuello de
volados) el viernes siguiente cuando Devin volvió a hacer su aparición en
la tienda. Eran las primeras horas de la tarde. La muchacha estaba
hablando con unos clientes en la parte trasera del negocio, cuando lo vio
entrar. Los nervios de Ginger pronto se tornaron incontenibles. El regreso
del joven hizo añicos su confianza en sí misma y la seguridad de que
Devin no volvería a molestarla. Pero esta vez no sintió pánico. Enfrentaría
a Devin.
Ginger intentó prepararse mentalmente, tomándose el tiempo,
terminando de tratar con sus clientes antes de dirigirse a Devin. El joven
aguardó con paciencia.
—Hola, Devin —dijo la muchacha con amabilidad, pero sin
entusiasmo.
—¡Hola! —El joven la saludó con una amplia sonrisa—. Estás adorable
hoy, Ginger.
La muchacha observó los ojos de Devin que se deslizaban sobre la
blusa, deteniéndose por una fracción de segundo en sus evidentes curvas.
Los ojos de la joven le transmitieron un mensaje a Devin: ella sabía con
certeza lo que él admiraba y ella no se sentía halagada.
—¿Estás en la ciudad para ver la casa? —«Será mejor que tenga una
buena razón para darme», pensó la joven.
—Sí. Me detuve a ver a Marla para discutir mi oferta sobre la casa,
pero ha salido con otro cliente. Pensé visitarte unos minutos hasta que ella
vuelva.
—Bueno —dijo la joven dando un paso hacia atrás y haciendo un
gesto con la mano para señalar el salón lleno de mercadería— eres libre
de dar un vistazo a tu alrededor. Tienes que disculparme, pero debo
ocuparme de mi contabilidad —la muchacha comenzó a alejarse de Devin,
caminando hacia el cuarto trasero, pero de inmediato sintió que el joven
estaba a sus espaldas.

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—¿Te molestaría que diese un vistazo a tus libros? Me interesaría


conocer los métodos que utilizas.
¡Qué bien pensado, Ginger!, se dijo la muchacha a sí misma con
malhumor. Era obvio que había resultado un argumento muy pobre para
alejarse de Devin. La intuición le decía que el muchacho estaría encantado
de aconsejarla en forma gratuita.
—Mis métodos son un tanto malos —dijo Ginger fingiendo reírse de si
misma—. Me avergonzaría mostrar mis libros a un contador tan
importante como tú.
¿Por qué trataba de inventar excusas agradables? ¿Por qué
simplemente no le decía al joven que se marchase? Devin se mostraba tan
dulce y amable que le resultó difícil a Ginger hablarle con enojo.
Devin rió levemente ante la autosubestimación de la joven.
—Apuesto que eres muy cuidadosa y prolija, como lo eres en todo.
Ginger hizo una pausa para mirar al joven.
—¿Y cómo sabes de qué modo soy? —preguntó la muchacha con tono
desafiante.
—Tú… solías ser así.
—¿Hace ocho años? La gente cambia.
—No creo que lo hayas hecho tú —dijo el joven con suavidad, mirando
los ojos desafiantes de Ginger. Estaban cerca de la puerta de la oficina de
Ginger y la luz de la ventana trasera brillaba en los ojos verdes de Devin.
Les daba esa cualidad luminosa y casi etérea que siempre la había llenado
de admiración y de cierto temor cuando Ginger era más joven.
La muchacha apartó la mirada, enojada ante el recuerdo y la
seguridad en la voz de Devin. El comentario del joven acerca de que
Ginger no había cambiado la molestó, como si Devin estuviese insinuando
que ella podía sentir lo mismo por él que años atrás. Las quijadas de
Ginger se pusieron tensas para contener la ola de resentimiento,
combinada con otras emociones que la joven no tenía tiempo de analizar.
Ginger entró a la oficina, y Devin siguió sus pasos. Que Devin viese o
no sus libros realmente no le importaba a ella. Por el momento estaba
contenta de tener un recurso para mantenerlo ocupado mientras ella
recobraba la calma.
Pero eso era difícil. El corazón de Ginger comenzaba a palpitar con
fuerza ahora. ¿Acaso Devin esperaba recuperar lo que alguna vez los
había unido? ¿Por eso estaría allí? Y luego se formuló otra pregunta. ¿Por
qué? ¿Por qué ahora?
¿Y por qué lo haría? Después de todas las mujeres que sin duda
habría conocido, incluyendo a la muchacha por la que la había
abandonado, ¿por qué regresaría por ella ahora? Tal vez Ginger estaba
malinterpretando las intenciones de Devin, intentando tranquilizar su
todavía dañado ego.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Al inclinar la cabeza sobre el libro mayor que Devin había abierto


sobre el escritorio, Ginger examinó al joven. Observó su perfil serio, su
aplicación realzada por las gafas, el elegante traje gris, la corbata
conservadora, prolijamente anudada. Devin le parecía un garboso retrato
de dedicación al decoro. La mente precisa del muchacho podía examinar
las hileras de números y hallar cualquier error. Sus maneras refinadas y
voz bien modulada podían decirle con amabilidad y exactitud dónde había
cometido el error. Era lo que cualquier hombre maduro, con una mente
inteligente y bien entrenada, debía ser.
Y, sin embargo, debajo de esa perfecta apariencia, él era quien había
faltado a ese decoro. Y habiendo rechazado a Ginger una vez, no volvería
a desearía. Ahora no, ahora, cuando había alcanzado tal perfección, pensó
la joven con un sarcasmo que le destrozaba el corazón. ¡Qué tonta fue al
llegar a pensar que Devin aún podría desearla! ¡Y, de todos modos, ella no
lo necesitaba!
Devin hojeaba lentamente las páginas, encolumnadas, verdes, del
libro mayor. Una sonrisa comenzó a asomar en su rostro.
—¡Estoy impresionado, Ginger! Muy bien hecho. ¡Y esto proviene de
la muchachita que solía derramar lágrimas ante sus cálculos de álgebra!
Ginger se puso seria, y se alejó. Devin solía ayudarla hacía ya muchos
años con sus deberes de matemáticas. De pronto una imagen le vino a la
mente y entonces recordó cuando los dos se encontraban en la vieja mesa
de cocina de Martha Cowan, su madre. Los libros y papeles de la
muchacha estaban esparcidos sobre ella, y Devin le ayudaba a
comprender los ejercicios paso por paso. Y era verdad que solía llorar a
veces, presa de la frustración.
Pero Devin la tranquilizaba y con paciencia analizaba con ella cada
problema hasta que la muchacha comprendía. Y luego la besaba.
Los ojos de Ginger se llenaron de lágrimas. La joven se esforzó por
contenerlas, diciéndose a sí misma lo tonta que era al dejar que los viejos
recuerdos afectaran tanto su control emocional.
—La contabilidad para el negocio es muy diferente del álgebra —le
dijo la muchacha a Devin con voz tensa.
Ginger oyó que el joven se acercaba y pronto lo sintió detrás de sus
hombros.
—Sí, lo es —respondió el muchacho con calma. La presencia
masculina, esa voz tan cerca de su oído, el calor que irradiaba ese cuerpo,
parecía invadirla hasta que la muchacha comenzó a sentirse perturbada,
demasiado acalorada, y algo aturdida.
Devin miró a Ginger reparando en su suave cabello ondeado y
pequeños hombros. Estaba tan quieta frente a él, como si temiese
volverse. ¿Estar tan cerca la afectaba a ella de la misma manera que a él?,
se preguntó el joven. El corazón de Devin comenzó a palpitar con tanta
fuerza que se preocupó por que la muchacha pudiese oírlo. El joven

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deseaba rodear a Ginger con sus brazos, besarla, pero era demasiado
pronto. Ella podría resistirse. Devin temía hasta rozarle la mano.
¡Bueno, di algo!, se dijo el muchacho a sí mismo. El silencio se
tornaba excesivamente prolongado.
—Ginger… —Devin extendió la mano para tocar el brazo de la joven,
pero luego puso la mano en el bolsillo—. ¿Por qué no cenamos juntos esta
noche? —El mismo Devin se sorprendió de que su voz sonara tan calma.
Los ojos de Devin vacilaron cuando la joven de pronto se volvió para
enfrentarlo, dando un paso atrás. Él se mantuvo firme; podía interpretar
las señales en los hermosos ojos de la joven, plenos de resentimiento y
cautela.
—¿Por qué deberíamos hacerlo? —La voz de Ginger era fría mientras
no dejaba de mirar a Devin.
El muchacho pensó que Ginger era increíblemente directa. La mente
del joven buscaba una respuesta.
—¿Por qué no? Ya que me he mudado otra vez a la zona, pensé que
podíamos ser amigos. Antes lo fuimos.
—Sí. Fuimos más que amigos, Devin. Pero preferiría no recordar. No
siento que haya espacio o necesidad para la amistad entre nosotros. No
me interesa cenar contigo.
Devin miró a Ginger de pie allí, con sus tacones altos, de brazos
cruzados sobre su blusa delicada, mientras pronunciaba esas palabras. La
voz de la muchacha tembló levemente por el enojo. En apariencia, el
joven toleró el rechazo de Ginger sin perder la calma. Pero debió respirar
profundamente al sentir la reacción de su estómago. Pero el muchacho no
tenía intenciones de darse por vencido sin una pequeña discusión.
—¿Por qué no puede haber espacio para la amistad? Todos
necesitamos amigos. Yo siento necesidad de tu amistad.
Devin observó cierta alarma indefensa en los ojos de la muchacha por
un instante. Pero la expresión de Ginger era segura, y su voz, ruda al
responder:
—¿Entonces por qué la traicionaste hace ocho años?
Devin bajó la cabeza, sintiéndose como si la joven le hubiese dado un
puñetazo en su dolorido estómago.
—Yo… —¿Qué podía decir el muchacho?—. No fue mi intención
lastimarte, Ginger. Ya te lo he dicho.
—¡Nunca comprendí cómo pudiste tener una aventura con otra mujer
y pensar que no me dolería! —exclamó la joven con furia.
Devin se sintió presa del dolor.
—Sé que nunca lo comprendiste. Yo tampoco me comprendí a mí
mismo entonces… —el joven dejó de hablar. No tenía sentido tratar de dar
explicaciones ahora. No había tiempo, y, de todos modos, la muchacha no
se mostraba receptiva.

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—Ginger, ¿por qué debemos permitir que algo que sucedió hace ya
ocho años influya sobre la decisión de que cenemos juntos esta noche?
¿No podemos olvidar el pasado por esta vez?
La voz y la expresión de la joven eran serias cuando respondió; su
labio inferior comenzaba a temblarle. El muchacho se dio cuenta de que
había presionado demasiado a la joven.
—Es al revés —dijo la muchacha—. He olvidado el pasado. ¡Es sólo
que no quiero que me lo recuerden otra vez! Ahora me siento bien y me
va bien, pero no tengo inconveniente en decir que me llevó cierto tiempo
superar lo que ocurrió. Ahora que todo ha pasado, lo quiero dejar allí, en el
pasado. No deseo tu amistad, Devin. ¡Tengo amigos, amigos en los que
puedo confiar! Debes perdonar mi sinceridad, ¡pero no confío en ti! ¡No sé
lo que deseas o por qué has regresado aquí, pero sólo hazme un favor:
déjame sola!
La voz de Ginger se quebró en la última palabra, y la muchacha llevó
por unos momentos una mano temblorosa a sus labios. Luego se irguió
aunque Devin percibió que todo el cuerpo de la joven se estremeció al
tratar de controlar su emoción.
La herida de hacía ya tantos años se había abierto. Devin había
deseado con todo su corazón evitar que eso sucediera. Hubiese abrazado
a la joven para intentar reconfortarla si no hubiese sabido cuánto
desprecio sentía Ginger por él.
Devin se sintió desprotegido, agotado. No había nada por hacer. Al
mirar a la muchacha, el joven trató de pensar en algo que pudiera decir
ante tales circunstancias. Por fin el muchacho sólo se volvió y con
tranquilidad se retiró, dejando a Ginger en el lugar. La joven siempre había
sido una persona emocionalmente intensa. Años atrás, el muchacho había
aprendido a hablar con ella, a darle seguridad. Pero ahora Ginger no se lo
permitiría.
Mientras Devin se dirigía a la Calle Segunda, trató de respirar
profundamente para calmar sus propias emociones y su estómago
ardiente. El muchacho debía tranquilizarse para discutir el tema de la
casa.
Al entrar a la oficina de bienes raíces, Marla Rosetti estaba allí. El
joven se sentó junto al escritorio y ambos trataron el negocio durante un
rato. Al terminar la conversación sobre la casa, Devin tomó un rollo de
tabletas antiácidas de su bolsillo, y la puso en su boca.
—Se ve algo cansado hoy —dijo Marla—. ¿Se siente bien?
—Sólo se trata del estómago rebelde —respondió Devin. Pensativo, el
muchacho observó la mano izquierda de la joven morena. Devin había
notado que Marla no llevaba sortija y supuso que era soltera o divorciada,
como Ginger. Devin se preguntó cuál sería el caso—. ¿Vive aquí en
Langley?
—Sí, me mudé aquí hace cinco años.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Entiendo que conoce a Ginger Cowan. Su tienda se encuentra en la


Calle Primera…
—¡Por supuesto! —respondió Marla con el rostro iluminado—. ¡Hemos
sido grandes amigas durante años!
—¿De veras? —dijo Devin, apoyándose, pensativo, contra el borde del
escritorio. El muchacho había deseado que así fuera. Entonces se irguió y
le sonrió a la joven agente. La muchacha lo miraba, expectante, como si
estuviese dispuesta a recibir cualquier comentario que el joven estuviese
por hacer—. Yo… estoy un tanto solo esta noche —comenzó a decir Devin
algo vacilante. La expresión de entusiasmo de Marla alentó al muchacho a
terminar de hablar—. Si no está ocupada, ¿le gustaría cenar conmigo?
Marla sonrió con calidez.
—Sucede que yo también estoy sola. ¡Y me encantaría!
En la tienda de Ginger en la Calle Primera, su dueña estaba sentada
junto a su escritorio en la pequeña oficina. Algunas lágrimas se deslizaban
por sus mejillas, y un tanto enojada, la muchacha las apartó con las yemas
de los dedos que todavía temblaban. Por lo menos, había evitado llorar
delante de Devin.

Al día siguiente Ginger llamó a Marla para invitarla a almorzar. La


joven sentía la necesidad de conversar con ella sobre lo sucedido. Era
agradable tener a alguien en quien confiar.
Se encontraron en el sitio habitual. Para iniciar la conversación,
mientras aguardaban a que la camarera les tomase el pedido, Ginger le
preguntó a Marla si continuaba viendo a Jack.
—Sí, todavía lo veo —respondió la joven morena con tranquilidad,
aunque sin revelar demasiado—. A propósito, Devin pasó por la oficina
ayer.
—¡Lo sé! Entró a mi tienda mientras esperaba que tú regresaras.
¿Hay algún problema con la casa que va a comprar? —preguntó Ginger,
deseando volver al tema que le interesaba, pero por alguna razón sintió la
necesidad de ser cuidadosa en la manera en que lo abordara. Se sentía
algo incómoda con Marla hoy, y no sabía con exactitud por qué. Marla
parecía segura y tranquila aunque un poco menos abierta que de
costumbre—. En realidad, no. Devin y el vendedor han estado haciendo
ofertas contraofertas. Pronto llegarán a un acuerdo en la suma.
Después de un corto silencio entre ambas, Marla dijo:
—¿Qué tenía que decirte Devin?
Ginger estaba contenta de que su amiga se lo hubiese preguntado.
—Quiere que seamos amigos otra vez. ¡Hasta me invitó a cenar!
Rechacé la invitación.
Marla asintió una vez más.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Parecía algo perturbado cuando llegó a la oficina. Me invitó a cenar


con él.
—¿Sí? —El ruido en el poblado restaurante parecía desvanecerse
lentamente, y Ginger sintió una repentina quietud a su alrededor. La
muchacha intentó sonreír como si le divirtiera el comentario—. ¿Y fuiste?
—Sí. Me llevó a un sitio agradable.
Ginger abrió aun más los ojos, pero se preocupó por no dar
evidencias claras de su conmoción.
—¿Po… por qué?
—¿Por qué fui? —dijo Marla, con voz y actitud positiva. La joven
morena se encogió de hombros—. No tenía nada mejor que hacer anoche.
Hemos trabajado juntos con respecto a la casa, y me imaginé que ésta era
la forma de agradecerme mi ayuda. ¿No te importa, verdad? Dijiste que no
tenías interés en él.
—No… no, por supuesto que no. Fue sólo una… una sorpresa —la
respuesta de Marla era extraña; toda su actitud con respecto a Devin
parecía diferente. ¿No era poco habitual que un comprador llevase a su
agente de bienes raíces a cenar para agradecerle su ayuda? ¿Su alta
comisión por la venta no sería pago suficiente? ¿Acaso Marla no pensaba
que todo era algo extraño? No se comportaba como si lo pensara así—.
¿De qué hablaron?
Marla dio un profundo suspiro, como si estuviese algo aburrida.
—Bueno… veamos. Él habló de su trabajo, discutimos el tema de la
casa una vez más, me habló de Coupeville…
—¿Dijo algo acerca de mí?
—Sí. Él… habló de ti y de él. Me contó que crecieron juntos —
respondió Marla con cierta dureza.
—¿Mencionó que había ido a verme ayer?
—Sí.
—¿Qué dijo? —Ginger se preguntó por qué tenía que obligar a Marla a
que le diese información. Antes la joven morena solía ser muy espontánea
cuando hablaba de Devin.
—Que se detuvo a verte.
—¿Eso es todo?
—Bueno… hablamos de tantas cosas, Ginger… no recuerdo todo lo
que dijo.
Ginger dejó de hacer preguntas. Era evidente que Marla no quería dar
respuestas completas. La joven no podía creer que su amiga no recordara
lo conversado.
¿Acaso Marla intentaba ahorrarle disgustos? ¿Devin habría dicho algo
desagradable sobre ella frente a Marla que no deseaba repetir porque la
afectaría mucho? Pero Marla por lo general era mucho más directa con

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

respecto a las cosas. Ginger no podía evitar sentir que su amiga estaba
ocultando algo.
¿Pero de qué se trataba? ¿Acaso ella y Devin…? No, Marla se veía con
Jack. No podía tener dos relaciones amorosas al mismo tiempo. ¿O sí? De
pronto imaginó a Marla y a Devin juntos y comenzó a sentirse mal.
Permitía que sus pensamientos la dominaran, se dijo Ginger a sí
misma. Marla no haría algo así. Aun cuando alguna vez había dicho que
Devin le parecía atractivo, no lo haría. La joven morena no había dado
señas de que la velada que compartieron hubiese consistido en algo más
que una conversación en un restaurante.
—¿Sucede algo malo? Pareces estar mal —dijo Marla.
Ginger miró a su amiga. Había cierta distancia en los ojos de Marla
que la joven nunca había visto.
—No me sucede nada —«¿Realmente te importa?», quería preguntar
Ginger.
Tal vez era injusta con su amiga. Quizás Marla se sentía aburrida de
tener que escuchar constantemente esos comentarios sobre Devin. Tal
vez también se había aburrido cuando estaba cenando con él. ¿Acaso
Marla estaba tan cansada del asunto que ni siquiera quería hablar más?
Ginger no sabía qué pensar. Después las jóvenes conversaron sobre
temas sin importancia; no era para nada uno de esos almuerzos divertidos
y estimulantes. Ginger regresó a la tienda confusa y deprimida.
Durante la semana siguiente Ginger no tuvo noticias de Devin, y evitó
a Marla. La joven se sorprendió cuando la muchacha morena la llamó a
principios de la semana para invitarla a almorzar. Ginger halló una excusa
para no ir. En cierto modo prefería estar sola, temiendo sentirse incómoda
con Marla otra vez.
El viernes Marla llamó una vez más y se mostró tan afectuosa y
entusiasta en el teléfono que Ginger no pudo resistir la invitación a
almorzar. Mientras se dirigía a la Calle Segunda, Ginger esperaba que la
amistad entre ellas recuperase su habitual facilidad. La muchacha decidió
que no tocaría el tema de Devin.
Al acercarse al pequeño restaurante, Ginger vio a través del inmenso
ventanal del frente que Marla ya se encontraba en el reservado habitual.
Con una sonrisa Ginger abrió la puerta y entró. Saludó a Marla y se sentó
frente a ella.
—¡Qué hermoso vestido, Ginger! —dijo la joven morena, mientras sus
ojos oscuros apreciaban la elaborada confección de los hombros y las
mangas. Era uno de los nuevos vestidos de Ginger, con pliegues pequeños
y delicados y un color realmente bello.
—Gracias. Costaba más de lo que deseaba gastar, pero no pude
resistirme.
—¡Te queda encantador! Bueno, ¿cómo marchan las cosas en la
tienda? —preguntó Marla. La muchacha escuchó con un interés poco

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

habitual mientras Ginger le describía los contenidos de un embarque de


porcelana que acababa de recibir de Inglaterra.
Ginger se sintió feliz de que el entendimiento entre las dos se hubiese
reanudado, aunque aún tenía la impresión de que algo no funcionaba del
todo bien. Marla se mostraba en extremo atenta. Parecía una actitud
forzada.
Sin embargo, pensando de modo positivo, la muchacha atribuyó la
conducta de su amiga, a cierto nerviosismo. Supuso que su amiga no se
sentía bien, quizás algo culpable, por la incomodidad de su último
encuentro y deseaba solucionar la situación.
El almuerzo fue muy amigable, y conversaron sobre varias cosas.
Ginger preguntó acerca de Jack Whiting, y Marla relató una divertida
historia de su última salida con él. Parecía que las cosas se encontraban
en una etapa positiva entre ellos, si bien Ginger aún se sorprendía por el
modo en que Marla bromeaba sobre Jack. Parecía que no tomara su
relación con Whiting con mucha seriedad. Ginger esperaba que Jack no
terminase con el corazón roto; pero quizá la joven estaba juzgando los
sentimientos de ambos de manera equivocada. De todos modos, no era
asunto de ella.
Mientras probaba su pastel de fresa, la muchacha observó que Marla
miraba por la ventana en dirección a su oficina.
—¿Ya tienes que regresar? —preguntó Ginger.
Los ojos de Marla regresaron de inmediato al restaurante.
—No. No, todavía no —dijo la joven mirando la hora en su reloj.
Ginger se volvió y se acercó al vidrio. El corazón de la joven se
paralizó al ver que Devin se acercaba y saludaba a Marla.
Luego miró a Marla.
—¿Sabías que él vendría?
—No… bueno, no tan temprano. Dijo que vendría esta tarde. Debe
haber dejado su oficina más temprano de lo que había pensado —Marla se
veía confusa y evitó la mirada de su amiga.
Ginger estaba sorprendida y dolida al mismo tiempo, pues Marla no le
había mencionado que vería a Devin.
En el instante siguiente se abrió la puerta del restaurante y Devin
entró.
—Vi tu cartel en la puerta de la oficina —le dijo a Marla al acercarse a
la mesa. Ginger estaba de espaldas a la puerta, y oculta por el respaldo
alto del asiento del reservado. Cuando Devin estuvo junto a la mesa, la
sonrisa de su rostro se desvaneció.
—¡Ginger! —exclamó el joven, evidentemente sorprendido al
encontrarla allí. Marla se mostraba muy incómoda.
—Lamento ser un obstáculo —dijo Ginger con voz tensa.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¡No, por supuesto que no! —dijo Devin—. Sólo… vine para discutir
con Marla sobre la casa. No nos molestas en absoluto.
«¡Por supuesto! Ambos tienen la palabra culpable escrita sobre sus
rostros. Creen que soy estúpida», pensó la joven. Los ojos de Ginger
cayeron sobre el mantel y permanecieron allí. «¡No hagas el ridículo,
Ginger! ‘No exageres’. Tal vez estás juzgando la situación
equivocadamente. Tal vez ellos no…»
—¡Bueno, siéntate, Devin! —dijo Marla haciendo sitio para que el
muchacho se sentara—. ¡Únete a nosotras!
La incomodidad de Marla pareció desaparecer. Ginger miró a su
amiga, sorprendida, con dolor y sospecha aún en sus ojos. Marla le sonrió
con dulzura, luego miró a Devin quien, con cierta cautela, había elegido el
asiento junto a la joven morena.
—Me alegra haberlas visto por la ventana.
Con dedos temblorosos Ginger abrió su bolso y sacó dinero de la
cartera para pagar su cuenta. Sería mejor que se marchara antes de
ponerse una vez más en ridículo. No había nada que comprobase que
hubiera algo más que una cuestión de negocios. Y, de todos modos, ¿a
quién le importaba? ¡Si querían tener una relación amorosa, allá ellos! A
ella no le concernía.
Ginger colocó el dinero sobre la mesa. Con voz medianamente calma,
la muchacha dijo:
—Tengo que regresar a la tienda —sin volver a mirarlos, la joven
abandonó su asiento y se dirigió a la puerta. Oyó que ambos murmuraban
algo en respuesta, pero no prestó atención. En breves instantes, se
encontraba otra vez en su tienda, sola en el santuario de su pequeña
oficina.
Durante las siguientes dos horas Ginger trató de analizar su propia
reacción y especular sobre la aparente relación entre su amiga y Devin.
Pero tenía tal confusión, que pronto se dio por vencida, diciéndose a sí
misma que de todos modos no importaba.
Sin embargo, sus pensamientos no la dejaban sola. La imagen de
Marla y Devin sentados juntos frente a ella recurría una y otra vez en su
mente. Hacían una pareja agradable. Marla tenía la delicada sofisticación y
la rapidez mental que seguramente Devin desearía en una mujer. Y Marla
ya había aclarado que Devin le parecía atractivo. De pronto Ginger sintió
deseos de llorar.
Con determinación la muchacha se puso de pie y caminó hasta el
cuarto principal de su tienda. Para distraerse, la joven tomó un paño y
comenzó a limpiar. Era una tarde poco activa. Sólo un cliente había
entrado a mirar por unos instantes, marchándose luego sin comprar nada.
Ginger colocaba unos candelabros de bronce que había lustrado en su
sitio correspondiente cuando Devin entró a la tienda. La joven se puso
tensa se sintió ahogada por el resentimiento. ¿Qué hacía él aquí?

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¿Ginger? —dijo el joven al acercarse.


—Hola —respondió la muchacha con fría calma.
Devin se acercó conservando cierta distancia y se detuvo.
—No tenías que correr tan aprisa.
Ginger no respondió a ese comentario.
—¿Cómo marchan las cosas con la casa? —La voz de la joven sonaba
agresiva, aun para ella misma.
—Bien. Con la colaboración de Marla, el vendedor y yo hemos llegado
a un acuerdo en la cantidad. Hasta ha realizado la financiación. Por eso
vine hasta aquí… para discutir el asunto con ella y firmar los documentos.
—¿Te llevó toda la tarde arreglar esos asuntos con Marla? —De
inmediato la muchacha deseó no haber hecho ese comentario.
Devin apoyó un codo sobre la estantería de exhibición junto a la cual
ambos se encontraban.
—¿Sabes, Ginger? Pareces algo celosa.
Ginger miró de soslayo a Devin en actitud hostil.
El joven continuó.
—¿Lo estás?
—¡Yo no arriesgaría conclusiones! —dijo la muchacha con frialdad. En
lo más profundo de su ser le resultaba difícil negarlo.
—Es difícil no hacerlo, especialmente porque se trata de algo que me
agradaría creer. Me agrada Marla, pero nuestra relación es estrictamente
de negocios. No hay razón para que tú…
—Cenaste con ella —dijo la muchacha con voz tan fría como pudo
lograr.
—¿Ella te lo dijo? —preguntó el joven, sorprendido.
—Sí. Somos viejas amigas —dijo Ginger, mirando a Devin de frente—.
No es la primera vez que tenemos complicaciones con el mismo hombre —
Ginger sabía que su afirmación tendía a exagerar la verdad, pero no le
importaba. No quería que Devin pensara que podía enfrentar a Marla y a
ella para lograr sus propósitos.
Los ojos de Devin se oscurecieron al mirar a la muchacha. Pero su voz
fue gentil al decir:
—Te pregunté a ti primero si querías cenar conmigo, ¿lo recuerdas?
Ginger bajó la mirada y no respondió.
—Tú rechazaste mi invitación, y no sentía deseos de cenar solo. Lo
que me gustaría saber es por qué te enoja tanto eso.
—¡No me enoja!
—Ginger —dijo el muchacho con voz divertida y tono de reprimenda—
no te olvides de que te conozco muy bien. Creo que estás celosa —la

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

joven se alejó del muchacho, pero él la tomó del brazo y la mantuvo junto
a sí—. Y si lo estás, entonces eso significa que aún conservas ciertos
sentimientos hacia mí.
Las palabras de Devin provocaron a la joven.
—¡Qué ego tienen ustedes los hombres! —La muchacha se volvió y
miró con ira al joven—. ¡Sí, tengo sentimientos hacia ti, Devin:
resentimiento, amargura… simple ira ante tu audacia de regresar aquí y
tratar de abrirte paso dentro de mi vida! —Ginger pudo ver por la
expresión dolorida de Devin que sus palabras lo herían—. Ya no me
conoces tan bien. ¡Fui lo suficientemente inocente como para cegarme
ante tu falta de integridad, tu inconstancia, tu… tu debilidad para con las
mujeres fáciles! ¡Ahora soy un poco más madura… o por lo menos lo
suficientemente inteligente como para saber que no debía acercarme a ti!
Ambos permanecieron allí durante un instante sin decir nada.
—Entonces me odias —dijo por fin Devin—. Yo… esperaba que lo
hicieras, y lo comprendo. Puede que te sorprenda saber que en cierto
modo me alegra que me odies. Era tu indiferencia lo que temía.
Ginger se puso seria y miró perpleja a Devin.
—Pero tú no eres indiferente —continuó diciendo el joven—. De
alguna manera todavía te importo, aun cuando sea de un modo negativo.
Hay una línea muy delgada entre el amor y el odio, ¿lo sabías? Un amor
que ha sido traicionado, naturalmente se convierte en odio. Pero quizás…
Las lágrimas humedecieron los ojos de Ginger. Devin era tan incisivo;
podía pensar con tanta cordura… Era rápido e instintivo como Marla.
¿Cómo podría competir con él? Le llevaría medio día de razonamiento
analizar sus emociones y hallar una buena respuesta para el argumento
del joven.
—De acuerdo, puede que sea verdad —dijo la muchacha—. Es difícil
para cualquiera olvidar por completo un viejo amor. Pero eso no significa
que una persona deba alimentar lo que queda de un sentimiento. No sé
qué es lo que buscas de mí, Devin, pero no quiero nada de ti. ¡Ni amistad,
ni amor, ni nada!
La expresión de Devin era de un total abatimiento, pero permaneció
donde estaba, sin dar señas de querer marcharse. El joven se veía algo
pálido, como si no se sintiera bien. Ginger se alejó de Devin y se dirigió
hacia la caja registradora. De modo ausente, la joven jugó con una
estilográfica sobre el mostrador. Después de unos instantes, oyó pasos y,
cerca, la voz de Devin.
—Ginger, cena conmigo esta noche.
La muchacha se volvió abruptamente.
—¿No has oído nada de lo que te he dicho? —dijo la joven, perpleja.
—Lo oí. No estoy de acuerdo.
Ginger podía observar el rostro testarudo de Devin ahora.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¡No me importa si estás o no de acuerdo!


—Creo que la forma en que me tratas es muy injusta.
—¡Injusta!
—Sí. Años atrás te hice mucho daño; nunca lo he negado. ¿No puedes
darme la oportunidad de compensarte por eso?
—No quiero ninguna compensación.
—Por lo menos quiero la oportunidad de llegar a un acuerdo de paz
entre nosotros, ¿es posible? ¿Acaso es saludable que continuemos de esta
manera durante el resto de nuestras vidas… tú con tu amargura, y yo con
mi culpa?
—¿Culpa? —repitió la joven con dudas.
—Por supuesto. Ya te dije lo mal que me sentía entonces por lo que te
hice. Y eso no ha cambiado.
—¡Aparentemente no pensaste en eso cuando te involucraste con esa
mujer! Creo que ahora no puedo sentir lástima por tus sentimientos.
—¿Cómo sabes lo que pensé? —dijo el joven, con enojo en el tono de
su voz. El muchacho hizo una pausa, parpadeando como si deseara
contener la emoción—. Ginger —comenzó Devin una vez más en un tono
más controlado e intelectual —hace años la ley inglesa dictó que una
persona que no pudiese pagar sus deudas debía ser enviada a una prisión
de deudores. Eso siempre me pareció un castigo muy injusto. Si una
persona está encerrada en una cárcel, nunca podrá reunir el dinero para
pagar su deuda. Permanecería en prisión por el resto de su vida, sin
esperanza alguna. Siempre tuviste un sentido de la justicia, Ginger. Si me
apartas, si no cenas conmigo esta noche, ¿cómo podré tener un modo de
compensarte por lo que hice?
¿Acaso ella deseaba que Devin tratara de enmendar las cosas? Ginger
cerró los ojos. Sinceramente estaba demasiado agotada como para
continuar discutiendo con él. Devin casi había conseguido hacerla sentirse
culpable. Tal vez si sólo cenaba con él, el joven se marcharía y la dejaría
tranquila.
—De acuerdo —dijo la muchacha en un murmullo, de mala gana—.
¡Cenaré contigo!
Ginger cerró el negocio temprano porque deseaba terminar con esa
cena de una vez por todas.
—¿Dónde iremos? —preguntó la joven, resignada, mientras Devin la
guiaba hasta su coche.
—Ya que llevas un vestido tan elegante, busquemos un buen lugar —
Ginger sonrió ligeramente ante el cumplido. Cuando el joven abrió la
puerta, la muchacha se dio cuenta de que subía a un Mercedes.
—Es un coche hermoso —reconoció la joven con tono frío cuando
Devin se sentó frente al volante—. ¿Lo compraste en Chicago?
—Sí. Lo conduje hasta aquí. Fue un viaje solitario.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Pasaron junto a la casa de Ginger al tomar el camino que los alejaba


de la ciudad, pero la muchacha pensó que era innecesario mencionarlo.
—¿Por qué dejaste Chicago?
Devin vaciló por unos minutos antes de responder.
—Comencé a sentirme como un alma perdida. Me gusta Chicago,
pero para mí nunca fue un hogar. Coupeville ya no es el sitio adecuado
para mí, tampoco. Me he acostumbrado al ambiente de una ciudad
grande. Pensé que tal vez Seattle sería un asunto intermedio entre ambas.
Está cerca de la isla Whidbey, donde están mis raíces, y al ser una ciudad
grande tiene muchas de las ventajas que ofrece Chicago.
—¿Por qué vas a comprar la casa en Double Bluff, entonces?
Devin dio un vistazo a la muchacha y sonrió.
—Trato de cumplir otro deseo, supongo. Mis primeras fantasías de
vivir feliz en Chicago nunca se hicieron realidad. Nunca me he
conformado. Pensé que pasando los fines de semana en Double Bluff
podría darme la oportunidad de hallar el equilibrio, o lo que sea que
necesite. ¿Eres feliz en Langley?
Ginger respondió de modo afirmativo, y hablaron de la ciudad y la
tienda de antigüedades mientras se dirigían hacia el norte, tomando la
ruta principal de la isla.
—¿No vamos a comer en Coupeville, verdad? —preguntó la
muchacha. Temía que alguien de su familia o algún viejo conocido los
viera juntos, una posibilidad que ocasionaría la conmoción de sus
parientes.
—No, sólo pasaremos por allí.
—¿Adónde vamos, Devin? —preguntó la joven con creciente
ansiedad.
El muchacho no respondió.
—¡Devin! —Casi presa del horror Ginger observó que el joven
descendía por el pequeño camino que los conducía a la Posada Capitán
Whidbey.
Era también el lugar donde casi ocho años antes, se había celebrado
la cena de su casamiento.
Devin se detuvo frente a la estructura de dos pisos, una construcción
vieja aunque compacta. Los troncos de color gris oscuro por el paso del
tiempo, le daban una apariencia fantasmal. Ginger se estremeció al verla.
—¿Estás loco, Devin? ¡No me llevarás ahí!
—Ginger…
—¡No lo harás! ¿Deseas ser cruel? ¿Cómo puedes siquiera pensar
en…?
—¡Ginger! Calla. No te sientas mal —dijo el joven con calma—. No
entraremos si no lo deseas.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¡No lo deseo! —dijo la muchacha presa de la ira—. ¡No puedo creer


que tengas el coraje de traerme aquí!
—Sí… sí, tengo ese coraje —respondió el muchacho con suavidad—.
Pero Ginger, recuerda que nos encontraremos con el pasado casi en
cualquier sitio de esta isla. ¿Por qué no superar el peor escollo primero,
para que el resto resulte más fácil?
—¿Qué… qué quieres decir con eso del resto? Sólo acepté cenar
contigo esta noche porque de algún modo me convenciste. ¡Pero no tengo
planeadas futuras salidas contigo!
Devin respiró con profundidad y vaciló.
—Llevará un tiempo, más de una cena juntos… para… para tratar de
dejar las cosas claras y limpiar las bases para asentar una nueva amistad
entre nosotros.
—¡No quiero que seamos amigos!
—¡Yo sí! —respondió el muchacho con delicadeza—. Pensé que
habíamos solucionado ese inconveniente en tu tienda hace un rato. Tu
sentido de la justicia te ha dicho que me debes la oportunidad de
compensarte por el modo en que te herí, ¿lo recuerdas? No es bueno para
ninguno de nosotros vivir con esos recuerdos desafortunados. Tenemos
que ser capaces de enfrentar el pasado, mirarlo a los ojos.
Ginger pensó que Devin parecía un sacerdote o un actor. ¿Por qué no
lo eché de la tienda cuando entró? La muchacha no dijo nada en voz alta
pero se dio cuenta de que Devin estudiaba su silencio.
—No creo que compartir una cena sea una experiencia tan
traumática. Es el recuerdo lo que hace desagradable el lugar; y es ese
recuerdo que debemos superar.
Ginger había escuchado suficiente. Era probable que pudiese
continuar así durante toda la noche. La muchacha salió del coche y luego
cerró dando un portazo. Dio la vuelta al vehículo estacionado y subió la
escalera de la posada, dejando a Devin en apuros para alcanzarla.
Al llegar al interior del salón la muchacha se estremeció. No había
cambiado mucho.
Esta noche la atmósfera era diferente, sin embargo, a la de aquella
tarde después de la ceremonia de casamiento. Las mesas estaban
arregladas de otra manera para la fiesta en aquel entonces, y el cuarto
estaba invadido por la risa y los comentarios de amigos y parientes. Había
sido un día feliz, esperado durante mucho tiempo para los Cowan y los
MacPherson.
La dueña del lugar los ubicó en una mesa cerca de una de las
ventanas.
—¿No es tan malo estar aquí, no es verdad?
La joven miró a su alrededor con ansiedad.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Preferiría no responder a eso —contestó la muchacha tratando de


sonar petulante.
—De acuerdo —dijo el joven con una pequeña sonrisa—. Aprecio que
hayas venido, Ginger. Gracias.
La joven se sintió incómoda y no respondió.
Un movimiento de Devin llamó la atención de la muchacha; observó
rápidamente al muchacho cuando colocaba un caramelo blanco en su
boca.
—¿Caramelos antes de comer, Devin? ¿No vas a ofrecerme uno?
Devin parecía no tener respuestas.
—Es una tableta antiácida. Si te gusta el sabor de la menta, te daré
una.
—No, gracias —la muchacha vaciló pero no pudo evitar preguntar a
Devin—: ¿No te sientes bien?
—Estoy bien.
La joven se puso seria.
—¿Tomas las pastillas por diversión?
Devin sonrió con timidez.
—No, mi estómago me trae algunos problemas. Muchos contadores
tienen el mismo inconveniente… ¿sabes? preocuparnos con las fechas de
entrega y tratando de complacer a los clientes.
—Es parte de la razón por la que dejaste Chicago… para alejarte de
las presiones.
—Bueno, con la compañía donde trabajo, la presión es terrible en
todas partes.
Ginger sintió deseos de preguntar a Devin más acerca de lo que
parecía una dolencia crónica, pero se obligó a no mostrar interés. No
quería que el muchacho pensara que se preocupaba por su salud.
Hablaron sobre muchos temas: la familia de Ginger, la de Devin,
Langley, Coupeville; el muchacho siempre, o la mayoría de las veces,
iniciaba y mantenía el curso de la conversación, ya que Ginger no parecía
interesada en hablar. En un momento, Devin le preguntó a la joven sobre
Jack Whiting.
—¿Hace mucho que lo conoces?
—Hace unos años.
—¿Has salido mucho con él?
—Regularmente —respondió la muchacha, decidiendo que el joven
interpretara la respuesta como él deseara.
—¿Hay algo… serio entre ustedes?

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Devin había hecho la pregunta abiertamente. La joven pensó un


instante antes de responder. Algo la hizo decir de inmediato:
—En estos momentos mantiene una relación amorosa con Marla.
Devin dejó de jugar con la comida en su plato y miró fijamente a la
joven. Al principio algo así como una actitud de alivio quedó expresada en
su rostro, pero en el instante siguiente sus ojos se oscurecieron y se
centraron en la muchacha. Era fácil interpretar sus pensamientos: Devin
quería saber si Ginger había tenido una relación similar con Jack. Con una
sonrisa enigmática la joven bajó la mirada con calma, alejándola de los
ojos inquisidores del muchacho y terminó el último bocado de salmón en
su plato.
Devin no dijo nada por un rato, y ambos terminaron la cena en
silencio. Cuando Devin dejó el tenedor por última vez, los ojos de Ginger
se concentraron en la copa llena de vino del joven. La muchacha recordó
haber oído que el alcohol irritaba la úlcera de estómago.
—Devin, ¿no tienes úlcera, verdad? —La voz de la muchacha sonaba
como la de una niña pequeña, si bien había esperado mostrarse
indiferente. Los ojos de Devin mostraron al mirar a Ginger un aire
cauteloso.
—No, no lo creo.
—¿Has visto a un médico para solucionar tu problema estomacal?
—No. No es nada.
Una sombra de preocupación oscureció los ojos castaños claros de la
joven. Ginger veía que Devin requería de cuidados.
—Tal vez deberías hacerlo —dijo la muchacha, mostrándose más
solícita de lo que deseaba.
Devin sonrió ligeramente.
—¿Quieres un postre?
—No, gracias.
—¿Caminamos un poco?
La pareja pasó un rato caminando cerca del agua, observando los
hospedajes nocturnos, nuevos y viejos que la taberna proveía a sus
clientes. Cuando oscureció por completo regresaron a Langley. Ginger
guió a Devin hasta su casa y él la acompañó hasta la entrada de la puerta
trasera. La muchacha supuso que el joven no tendría inconveniente
alguno en entrar, pero ella no pensaba invitarlo.
Devin hizo una leve sonrisa.
—Parece un lugar muy agradable —dijo el joven bajo la pálida luz de
la galería.
—Sí, lo es —respondió la muchacha con frialdad—. Bueno, gracias por
la cena, Devin —la joven extendió la mano. Devin la tomó y se la quedó.
Ginger de inmediato se dio cuenta de que había tomado una actitud

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equivocada. Los nervios de su espina dorsal comenzaron a arder al sentir


la calidez de las manos grandes, y otrora amadas, del muchacho.
—No fue tan desagradable, ¿no es verdad?
—Supongo que no —admitió la joven. Si no discutía con Devin, tal vez
el muchacho se marcharía con mayor prisa. Devin se estaba acercando, y
la mano de Ginger quedó atrapada ahora en ambas manos tiernas del
joven. La muchacha intentó alejarse, pero Devin no se lo permitió—. Voy a
entrar ahora, Devin.
—Aún no.
Ginger se sintió presa del pánico al ver la mirada de Devin pero no
tenía tiempo para escapar. En el instante siguiente la muchacha se
encontraba en los brazos del joven, envuelta por su calidez y su fuerza
masculina. El suave pecho de Ginger quedó atrapado por el torso firme
cubierto por el chaleco, y los miembros musculosos se encontraron con las
piernas de la joven. Cuando la muchacha abrió la boca para protestar, su
grito quedó ahogado. Ginger luchó contra la firme insistencia del beso de
Devin, pero fue inútil. Los labios recios se desligaron posesivamente sobre
la boca de Ginger, en un movimiento sensual y ardiente. En sólo unos
segundos el muchacho había logrado dominarla física y mentalmente.
Ginger se sintió perdida y débil. La boca de Devin devoró la suya
mientras sus fuertes manos recorrían con seguridad acariciante la espalda
de la joven hasta llegar a la cintura esbelta y las caderas redondeadas.
Parte de Ginger estaba horrorizada al sentir esta incontenible sensación
de deseo que la envolvía. Pero otra parte de su ser anhelaba la plena
realización. La muchacha luchó incansablemente por sofocar las
indomables sensaciones que crecían dentro de su ser, y colocó sus manos
contra el torso del muchacho en un esfuerzo renovado por luchar contra
él.
A Devin no le fue difícil mantenerla junto a él. El beso del joven se
intensificó, y al sentir las manos fuertes y cálidas a través del fino vestido,
los sentidos de Ginger comenzaron a desvanecerse. Lentamente la
muchacha se dio por vencida y dominada por el abrazo.
—Devin —dijo la joven en un murmullo cuando por fin el joven apartó
sus labios.
—Quiero verte mañana —Devin habló con tono suave y seguro que
sugería que estaba listo para discutir si fuese necesario.
—No —susurró la joven casi como en un sollozo.
—¡Sí! Pasaré por ti alrededor de las diez.
—Mi tienda… tengo que trabajar…
—Tu tienda cierra los sábados —Devin acercó una vez más a Ginger
contra su pecho amplio, besando la boca de la joven con pasión.
—¡No… no tienes derecho!
—¡Tal vez no lo tenga, pero lo tomo! —dijo el joven volviendo a
besarla.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Y de nuevo sus labios recios se posaron sobre la boca de Ginger con


firmeza.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Capítulo 5
Ginger, nerviosa, miraba su reloj. Eran las diez. Era probable que
Devin ya hubiese descubierto su propósito de romper la cita. Y era mejor
así. ¡El joven no tenía por qué insistir en pasar el día con ella!
Un recuerdo vívido de la fuerza sensual que Ginger había sentido
mientras se encontraba entre esos brazos recios la invadió. Los besos de
Devin eran tan avasalladores, más de lo que ella recordaba desde los días
del noviazgo. Su madre tenía razón: Devin era peligroso.
Ginger tenía que ser fuerte, se dijo a sí misma mientras desempacaba
unos juegos de cubiertos que le habían enviado el día anterior, y con aire
ausente los dispuso sobre un estante. Ella no podía permitir que el joven
utilizara su debilidad para hacer de ella lo que él deseara.
Pero Devin estaba en lo cierto… aún cuando ella lo odiara, el
muchacho todavía le importaba. Ginger se asustó al darse cuenta de sus
sentimientos. No podía permitirse confiar en él otra vez. Ella debía…
—Hola, Ginger.
La muchacha se volvió. Devin se encontraba a pocos pasos. La joven
no lo había oído entrar por la puerta del frente de la tienda.
—¡No tienes que atemorizarme de esa manera!
—Lo siento. Me alegro de encontrarte aquí.
—¿Dónde más podría estar? —respondió la joven, irritada.
—Afuera, en los bosques, ocultándote de mí.
—Tal vez es lo que debería haber hecho —dijo la muchacha mientras
continuaba desempacando. Sin embargo, Ginger no olvidó reparar en lo
atractivo que se veía el joven con los pantalones tostados, la camisa con
cuello abierto, y una chaqueta informal.
—¿Por qué no lo hiciste?
—¿Qué? —preguntó Ginger, enojada, sin comprender.
—Nada —respondió Devin con calma. El muchacho vaciló sólo un
instante, luego dijo—: Marla me dio la llave de la casa. Le dije que quería ir
a verla, ver qué clase de muebles necesitaré comprar y todo eso.
—¿Eso está bien? No eres el dueño legal todavía.
—No exactamente —admitió el joven—. Debido a que el dueño actual
se encuentra en la costa este, Marla supuso que el hombre nunca notaría
la diferencia. Ella tratará de hacer los arreglos para que yo rente la casa
hasta la fecha de cierre, cuando yo tome posesión legal. De esa manera
podré hacer uso de ella con anterioridad.
—¡Qué atenta es Marla! —dijo Ginger. La muchacha no tenía
intenciones de parecer maliciosa, pero sabía que así era. Ginger oyó una

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

risa suave, y de pronto los brazos de Devin la rodearon acercándola a él—.


¿Qué haces? —dijo la joven tratando de alejarse.
—Te abrazo.
—¡No quiero que lo hagas!
—¡Qué mal! —dijo el muchacho mientras sus labios se deslizaban por
la mejilla de la joven—. ¡Ven a la casa conmigo! Deseo que la veas.
—No —dijo la muchacha tratando de librarse de los fuertes brazos de
Devin.
—Teníamos una cita.
—Yo no estaba de acuerdo.
—Puedes cambiar de parecer —dijo el joven con voz suave e
incitadora junto al oído de la muchacha. Ginger sintió un ligero
estremecimiento. Era terrible; Devin se mostraba dulce y juguetón, como
lo había sido con ella años atrás. La muchacha se asustó al darse cuenta
de que prácticamente disfrutaba de esa actitud.
Con toda la fuerza que pudo reunir, Ginger se apartó de Devin. Con
rapidez la joven se alejó del muchacho y se refugió detrás del mostrador,
cerca de la caja registradora.
—¿Me temes, Ginger? —El tono de voz de Devin era calmo y
comprensivo.
—No. ¿Por qué? —dijo la muchacha a la defensiva, intentando
mostrarse enérgica.
—No lo sé, pero creo que me tienes miedo. Nunca te sentiste así
conmigo —había un rasgo vulnerable en la voz del joven, y Ginger sintió
que se debilitaba su propia resistencia.
La muchacha nunca había sabido si el joven era consciente, pero ella
siempre había sido agudamente sensible a la voz de Devin. Podía
hipnotizar con su gentileza, y el muchacho era capaz, lo supiese o no, de
utilizar ese recurso para invadirla con su propia emoción. Era por eso que,
años atrás. Devin lograba calmar a Ginger con unas pocas palabras
cuando la joven se sentía mal.
—¿Temes darte permiso para interesarte en mí otra vez? Y si lo haces
crees que haré algo que te haga daño ¿no es así? —dijo el joven, con voz
aún irregular—. No lo haría, Ginger. Es lo último que desearía hacer. Sé
que te es difícil confiar en mí ahora, pero espero que lo intentes. Tú… me
importas mucho.
Las palabras de Devin tuvieron el efecto de un viento fuerte,
haciéndole perder el equilibrio. Se le llenaron los ojos de lágrimas, y la
expresión estoica de su rostro se debilitó. La muchacha se alejó
ligeramente de Devin, los brazos firmes rodearon a la joven. La delicada
espalda parecía unida al firme pecho, y el rostro de Devin se encontraba
junto al de la muchacha.
—Por favor, pasa el día conmigo.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Ginger respiró profundamente pues apenas podía hablar.


—Debo trabajar hoy.
—Es un hermoso día de primavera. ¿Por qué pasarlo adentro? —Los
brazos de Devin estaban sobre los de Ginger; con delicadeza el muchacho
tomó una de las pequeñas muñecas de la joven y la sacudió mientras
pronunciaba las palabras, como si estuviese reprendiendo a una niña.
La actitud casi hizo reír a Ginger, y sin embargo la joven no había
terminado con sus lágrimas. Por adentro, la muchacha sentía una especie
de histeria.
—Tengo que pagar la renta —dijo Ginger, tratando de conservar su
temple de mujer adulta—. No puedo ganar dinero si cierro el negocio.
—Vi tus libros. No te va tan mal.
—Porque abro la tienda los sábados y gano dinero extra —respondió
la muchacha. «Fue una buena respuesta», se dijo a sí misma,
felicitándose.
—De acuerdo —dijo el muchacho— veamos lo que puedo hacer —de
pronto, Devin apartó sus brazos de la joven y se alejó. La muchacha no
comprendía lo que sucedía.
Devin recorrió la tienda durante unos minutos, y luego eligió una
bandeja sobre la que colocó un juego de té muy costoso de porcelana
inglesa. Era uno de los juegos favoritos de la muchacha. Devin lo colocó
cerca de la caja registradora.
—Me gustaría comprar esto —dijo el joven, sacando la cartera.
—¿Qué harás con un juego de té inglés? —preguntó la muchacha con
sospechosa perplejidad.
—Bueno, sabe, señora propietaria, voy a comprar una casa y necesito
adquirir cosas para ella. ¿Cuánto cuesta?
—Has visto el precio en la etiqueta: son doscientos setenta y cinco
dólares.
—Bien. Supongo que aceptas tarjeta MasterCard o Visa.
—Devin, sólo haces esto para que yo… ¡no te lo venderé!
—¿Que no me lo venderás? —dijo el joven con calmada indignación—.
¿No harás trato conmigo?
—¡No!
—¿Hace discriminaciones con ciertos clientes en esta tienda, señora…
señorita Cowan? ¡Me temo que tendré que informar de esta situación a las
autoridades del gobierno!
Consternada, la muchacha quería llorar y reír al mismo tiempo.
—¡Ay, Devin! —dijo Ginger mientras tomaba la tarjeta de crédito del
joven.
—Gracias. ¡Y quiero que me lo envuelva bien!

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

***
Unas horas más tarde Devin tomaba la mano de Ginger mientras
caminaban por la playa.
Ginger no se opuso. La joven disfrutaba del día y había abandonado
toda idea de pelea con Devin, por lo menos por un tiempo. Ella no veía
ningún peligro en caminar por la playa con su exesposo en un día
maravilloso y soleado.
Fue un rato maravilloso. Pasearon, juguetearon y hasta mantuvieron
una pequeña pelea por el agua que se olvidó de inmediato en un abrazo
ardiente y urgente. Las manos de Ginger llegaron hasta los hombros de
Devin, y luego se unieron alrededor del cuello firme. La muchacha notó
que había estado esperando, deseando que el joven la besara, durante
horas.
Los brazos de Devin rodearon con firmeza a la joven, estrechándole el
cuerpo, encerrando los bien formados senos contra el amplio pecho. El
contacto y la fuerza de esa presión entre los dos cuerpos excitaron a
Ginger, haciendo que su pulso comenzara a acelerarse. La muchacha se
sintió aturdida al devolver cada uno de los besos intensos. La joven cerró
los ojos como en un ensueño mientras sus labios ardientes y deseosos se
abrían ante aquella boca.
Cuando el beso se profundizó, las manos de Devin se deslizaron por la
espalda de Ginger, acariciando la suave tela sedosa de la blusa, llegando
luego a la pequeña cintura para recorrer entonces con firmeza el delicado
trasero. Lentamente las manos del muchacho se deslizaron por los
costados de la esbelta cintura, luego ascendieron hasta los senos. Las
palmas de las manos acariciaron y dejaron su huella en los redondeados
contornos, haciendo estremecer ligeramente a la joven en un frenesí
sensual.
Ginger recordó aquellos años de juventud, los momentos lejos de
familiares avizores, cuando Devin desprendía con delicadeza los botones
de su blusa y mimaba sus senos desnudos. Joven e inexperta, la
muchacha se avergonzaba y se sentía algo inquieta al principio, llegando
después a ansiar aquellas íntimas caricias. Y ahora volvía a desearlas.
—Ay, Ginger —le susurró Devin con sentimiento cuando por fin apartó
su boca de los labios de la joven. Con debilidad, la muchacha descansó su
frente sobre el cuello de Devin, y el muchacho reclinó la cabeza sobre la
de ella, mientras su mejilla tomaba contacto con el cabello sedoso. Los
brazos del joven se deslizaron una vez más por el cuerpo de Ginger en un
cálido abrazo—. Te extrañé tanto… Traté todos estos años de olvidarte,
pero no pude.
Todos los sentimientos positivos y ansiosos hacia Devin se
desvanecieron con los recuerdos terribles que las palabras del joven le
devolvieron a su mente. Los ojos de la muchacha comenzaron a llenarse
de lágrimas y la expresión de su rostro mostró cierta perturbación
mientras su cuerpo empezaba a manifestar cierto rechazo.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¿Ginger?
—¿Entonces por qué me dejaste? ¿Por qué tuviste que irte a Chicago?
¿Por qué hiciste el amor con esa mujer cuando sabías que pronto te
casarías conmigo y me tendrías a mí para hacerlo? —preguntó la
muchacha, presa de una incontrolable emoción—. ¿Era demasiado
aguardar dos o tres semanas después de todos esos años compartidos?
¿O acaso ella era más hermosa que yo?
—Ginger…
—¡No trates de calmarme! Regresas ahora, acariciándome y
besándome, como si yo debiera olvidarme de todo. Bueno, no lo haré…
¡No puedo hacerlo! ¡Conque me extrañaste… vaya que es terrible! ¡Casi
estuve a punto de matarme cuando te marchaste!
Ginger observó el horror en el rostro de Devin antes de apartarse de
sus brazos y comenzar a correr por la playa.
—¡Ginger! —oyó la joven exclamar al muchacho detrás de ella, pero
no se detuvo. Sin embargo, en unos instantes el joven puso punto final a
la huida de Ginger, encerrándola en sus fuertes brazos.
—¡Eso es algo que debemos discutir! —dijo el muchacho mientras
sostenía con firmeza los brazos delicados y obligaba a la joven a que lo
mirase.
—¡No quiero hablar, quiero olvidarlo! —dijo la muchacha, tratando de
no darse por vencida.
—Pero dijiste que no podías olvidar. Yo tampoco. Si hablamos sobre el
tema, es posible que de alguna manera dejemos atrás esos malos
recuerdos —Ginger estaba llorando ahora, y el muchacho recostó la
cabeza de la joven sobre su hombro—. Permíteme explicarte. ¿Por qué no
vamos a la casa?
Ginger luchó con todas sus fuerzas para controlar sus emociones
ingobernables. Deseaba conservar algo de su dignidad. Además, cuando
ella permitía cierta libertad a sus emociones, sólo lograba quedar más
vulnerable frente a los brazos fuertes y la voz reconfortante de Devin. Eso
era algo que no debía permitir. Ginger deseaba ver al joven exactamente
como era, no como él mismo quería convencerla de que era.
La joven se secó las lágrimas con las manos y se apartó del
muchacho.
—De acuerdo —dijo la muchacha con un tono de voz firme, casi
desafiante—. Me gustaría oírte. ¡Nunca me explicaste satisfactoriamente
por qué me traicionaste!
—Lo sé —dijo el joven con calma. El muchacho tomó la mano de
Ginger y la condujo hasta la casa.
—Bueno —dijo la muchacha después de varios minutos de silencio.
—Es difícil comenzar —dijo el muchacho con suavidad. Se veía
cansado y preocupado al mismo tiempo—. ¿Recuerdas, Ginger, lo bien que
me iba en la escuela, cuando ganaba todas esas becas y lo demás?

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Por supuesto. Todos estábamos orgullosos de ti.


—Lo sé. Pero fue por ese entonces que la idea de mi propia
inteligencia comenzó a impresionarme a mí como a todos los demás.
Todos tenían expectativas depositadas en mí: mi familia, mis maestros,
todos. Comencé a fijarme objetivos altos; sentía que no debía decepcionar
a nadie —el joven hizo una pausa—. Eso no es justo. No debería culpar a
los demás. También yo deseaba éxito para mí mismo. Pero eso me ponía
nervioso. Aquí era un muchacho granjero que había asistido a un pequeño
colegio y había vivido toda su vida en una isla. ¿Cómo podría competir en
una gran universidad y triunfar en el mundo de los negocios?
»Pero lo hice, y entonces, una parte de mi comenzó a creer en todo
eso; y era verdad, yo tenía esa habilidad. Pero en mi interior, siempre
estaba preocupado, al saber que no tenía la sofisticación, la sabiduría que
me imaginaba en otros con los que debería competir. Entonces me sentía
muy inseguro. Mientras tanto estaba mi meta de convertirme en un
ejecutivo sobresaliente.
—¿Y dónde se supone que debía encajar yo en todos esos planes? —
preguntó Ginger.
Devin se encogió de hombros y se inclinó hacia adelante, sus codos
descansando sobre las rodillas.
—Siempre te vi allí, junto a mí. Comencé a preocuparme cuando
parecía que no deseabas dejar la isla, pero… supongo que imaginé que
me seguirías a cualquier lugar que fuese. Solías ser muy dependiente de
mí emocional y también intelectualmente. Eras muy joven. No parecías
capaz de ser responsable de ti misma.
—¿Por qué me querías, entonces? —preguntó Ginger, un poco
disgustada con la descripción que Devin había hecho de su entonces joven
personalidad, si bien la muchacha sabía que era bastante precisa.
—Te amaba. Siempre te amé. Aun cuando estábamos en la escuela y
éramos niños, tenía un sentimiento especial hacia ti, deseaba protegerte.
Y cuando crecías, cada vez eras más hermosa… siempre femenina y
cambiante. Recuerdo cada etapa que atravesaste: tímida al principio,
luego tonta y risueña, después distante. Traté de ignorarte durante un
tiempo, e interesarme por las muchachas de mi edad, pero nunca pude
evitar ese acercamiento hacia ti. Entonces, cuando fuiste lo
suficientemente grande y tu madre lo permitió, comencé a salir contigo,
y… tú recuerdas lo íntima que se tornó nuestra relación con el paso de los
años…
Los ojos de Devin brillaban ahora al mirar a Ginger, y la joven se vio
obligada a apartar la mirada. La muchacha intentó eliminar la angustia
depositada en la garganta mientras las lágrimas amenazaban aparecer en
sus ojos.
—Lo que hubo entre nosotros es también demasiado complicado… un
tema sumamente delicado como para intentar analizarlo. Simplemente te
amaba. Eras parte de mí. Aun con mis crecientes inseguridades cuando
estaba en la universidad y cuando comencé a trabajar, yo sabía que

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

siempre que estuviese contigo podría ser yo mismo otra vez y no


preocuparme porque tú me aceptaras. En tanto estuvieras junto a mí, de
algún modo yo también estaría junto a ti.
Ginger dio un ligero suspiro antes de hablar.
—Nunca hablaste de tus inseguridades.
—No —admitió Devin, bajando la mirada—. Me enfrentaba a un sinfín
de presiones. Ginger. No sólo lograr los objetivos de mi carrera, sino
también convertirme en esposo y mantenerte en forma adecuada.
¡Éramos tan jóvenes! No dije nada porque no quería que pensaras que no
podía hacerme cargo de la situación. Siempre habías encontrado una guía
en mí, no deseaba que pensaras que podría fallarte entonces, cuando
planeábamos casarnos.
—Ya veo —dijo la muchacha con suavidad. Luego Ginger levantó la
mirada—. ¿Entonces qué sucedió en Chicago?
Devin dio un suspiro, como si temiese tratar el tema principal.
—Todavía no estoy exactamente seguro de cómo o por qué… —el
muchacho se detuvo y luego empezó otra vez—. Asistía a las clases de
entrenamiento de la compañía. Me enamoré de Chicago… los altos
edificios, la atmósfera desafiante de los negocios, la paz de la ciudad. El
centro de Chicago es bastante atractivo. Aún pienso que te gustaría si
fueras allí.
Ginger bajó los ojos.
—También tiene una comunidad poderosa y con muchas influencias,
y decidí que sería mejor para mí comenzar allí que en Seattle. Por
supuesto, cuando te llamé, tú… tú no aceptaste vivir allí. Bueno… —Devin
volvió a suspirar, con más tensión esta vez—. Como tú sabes, conocí a la…
la muchacha típica de Chicago que también asistía al curso. Tenía mi
edad, era muy atractiva y equilibrada, y… ¿qué puedo decir? No
precisamente inocente. Nos conocimos entre clases. Me sentía mal
entonces por tu actitud. Creo que, de alguna manera, ella comenzó a
personificar todo lo que yo deseaba entonces. Ella era de Chicago y sabía
cómo manejarse. Era brillante y sofisticada. Y puedo decir que se sentía
atraída por mí. De hecho, me hizo saber que así era. Eso solo me
enloqueció. Pensé ¿qué podría ver ella en mí, un inexperto muchacho
granjero vestido con un traje de tres piezas tratando de simular que
pertenecía a ese sitio? El interés de esa joven se me subió a la cabeza, al
mismo tipo que tú desequilibrabas la balanza respecto de mis planes para
el futuro. Pero tú me retenías y… ella estaba muy cerca de mí y me hacía
notar su presencia. Yo era demasiado impresionable e inmaduro entonces
para manejar toda la situación; quedé envuelto en un remolino
incontrolable y perdí el sentido, el rumbo que debía tomar.
»Ella… me invitó a su apartamento para cenar una noche. Supongo
que yo era aún un tanto inocente; pensé que no habría daño alguno en
visitarla. Tal vez me mentí a mi mismo; no lo sé. Fui a verla. En realidad no
creo que desees oír los detalles.

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Tensa, Ginger miró las manos quietas sobre su regazo.


—¿Cuánto tiempo te viste con ella?
—Unas pocas veces, hasta… aquel día que te llamé por teléfono,
cuando te pedí que pospusiéramos la boda porque estaba confundido con
todo. Te pusiste tan mal, que me sentí deshecho. Era la primera vez que
comenzaba a tener cierta idea de lo que en realidad te había hecho a ti, y
a nuestro futuro. Lo pensé y decidí que si no te contaba todo, tal vez
podríamos continuar con nuestros planes —los ojos de Devin estaban
húmedos, y su voz ronca por la emoción ahora que pronunciaba las
últimas palabras.
—Y no funcionó —respondió Ginger, controlando sus propias lágrimas
—. ¿Nunca volviste a verla?
—No.
—¿Por qué no me explicaste todas estas cosas antes?
—No sabía cómo hacerlo, Ginger. En ese entonces no podía analizar
todo del modo que puedo hacerlo ahora, después de ocho años de
reflexión. Además, cuando tú descubriste mi aventura, tuvimos problemas
para hablar.
Ginger asintió, recordando la atmósfera profundamente tensa entre
ellos, después de las revelaciones que había traído consigo la noche de
bodas.
Ambos permanecieron en silencio por largo tiempo. Por fin la voz de
Ginger irrumpió.
—¿Entonces por qué has regresado? ¿Qué quieres de mí ahora?
—Lo que estés dispuesta a darme —respondió el muchacho—. En
todos estos años no he sido realmente feliz. Cuando al principio nos
divorciamos y regresé a Chicago, pensé, «bueno, tendré que comenzar
una nueva vida. Tal vez ella y yo después de todo no estábamos hechos el
uno para el otro. Tal vez lo que sucedió fue para mejor». Todavía no quería
enfrentar mi propia culpabilidad y evadí la situación de esa manera. Pero
perderte fue una gran herida que sangra en forma constante. Siempre me
aseguraba a mí mismo que era joven, y que lo superaría —el muchacho
hizo una pausa—. Pero nunca lo superé.
Ginger estuvo a punto de hablar, pero Devin volvió a tomar la
palabra.
—Pasó año tras año. Progresé en mi carrera. Salí con una variedad de
mujeres. Nada… ninguna… pudo llenar el vacío que dejaste cuando te
perdí. Sabía que te necesitaba a ti, pero supuse que me odiabas, o que me
habías olvidado. Supe a través de mi familia que no habías vuelto a
casarte, pero no deposité demasiadas esperanzas en el hecho. Me imaginé
que no me querrías de ninguna manera.
»Luego tuve que regresar para el funeral de mi madre. Quedé
perplejo al verte allí. No me hablaste; podía comprender la razón. Verte
después de todo este tiempo, me golpeó. Decidí que no había nada que

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hacer más que regresar aquí y tratar… de ver si había algo de lo que
habíamos compartido que pudiese salvarse. Yo sabía que podría ser más
doloroso que dejar las cosas como estaban y continuar sin ti, pero tenía
que intentarlo. La vida no parecía valer la pena ya. Me llevó mucho tiempo
y muchas discusiones con mis superiores desligarme del ambiente de
negocios de Chicago, pero lo hice. Entonces ahora estoy aquí, abriéndome
paso en tu vida —dijo el joven, sonriendo en actitud de disculpa.
Ginger devolvió la misma sonrisa pálida. La muchacha no sabía qué
decir.
—¿Qué piensas, Ginger? ¿Cuáles son mis posibilidades?
La muchacha consideró la pregunta con rostro triste.
—No lo sé, Devin —dijo la joven por fin—. A pesar de que ha pasado
mucho tiempo, aún es difícil para mí olvidar el hecho de que me fuiste
infiel. Ahora comprendo mejor lo que te llevó a esa situación. Tal vez hasta
en parte haya sido mi culpa. Pero el hecho de que tú… cuando estábamos
tan cerca el uno del otro, pudiste haber sido tan… cómo pudiste tener una
relación íntima con una… una mujer que apenas conocías. Yo no podría
haber hecho eso, Devin. Aún ahora no podría… dormir con alguien que
acabo de conocer.
—Los hombres se sienten atraídos sexualmente con más rapidez que
las mujeres. También el ego del hombre está involucrado en todo esto. Y
yo era muy joven. Pero no creo que pueda darte ninguna respuesta que te
satisfaga. No tengo una buena excusa. Todo lo que puedo hacer es admitir
mi error.
Ginger permaneció inmóvil, mirándose las manos con expresión
decepcionada. Después de unos instantes. Devin se sentó junto a la
muchacha y colocó su mano sobre la de ella.
—Sé que será difícil olvidar lo que sucedió, Ginger. ¿No podríamos
dejarlo a un lado por el momento y recomenzar? Compartimos tanto una
vez… Creo que el potencial todavía está allí… por lo menos lo está para
mí. Aún creo que eres hermosa. Todavía me fascinas… aún más, ahora
que ambos somos maduros.
Los ojos de Devin descendieron y recorrieron las curvas de la joven.
La mirada de Ginger atrapó la del muchacho y éste sonrió con timidez.
Algo hizo que la joven le devolviera la sonrisa, una sonrisa ligera. Ginger
no podía negarse ni siquiera a sí misma que se sentía feliz de que Devin la
deseara.
—Tal vez me esté engañando a mí mismo, pero creo que todavía me
encuentras atractivo, también. ¿Es así?
Devin era algo más que atractivo para ella. La joven ni siquiera podía
comenzar a expresar lo que el muchacho significaba para ella. Sin
pronunciar palabra asintió en respuesta a la pregunta.
Devin acercó a la joven y con delicadeza apartó una lágrima con su
dedo pulgar. El muchacho acercó su rostro y besó ligeramente los ojos, las
mejillas y luego los labios de la joven.

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—Intentémoslo, Ginger —dijo el muchacho con voz emocionada—.


Tenemos mucho que recuperar. ¿Pasarás un tiempo conmigo para que
podamos conocernos otra vez?
—De acuerdo —le susurró la joven, descansando el rostro debajo del
recio mentón.
Devin rodeó con un brazo a la muchacha.
—¿No intentarás evitarme como esta mañana?
—No.
—¿Lo prometes?
Ginger se rió con lágrimas en los ojos. El pedido de Devin de una
promesa le recordó a la muchacha la época en que ambos eran niños.
—¡Sí!
—De acuerdo —Devin pareció satisfecho. Le besaba la frente
mientras su mano jugaba con el cabello rubio. El muchacho deslizó las
puntas de los dedos por la mejilla de la joven hasta llegar al mentón, luego
levantó su delicado rostro. Los ojos de Devin recorrieron los suaves
contornos del rostro, examinando con cariño su femenina dulzura.
Los labios de Devin se acercaban a Ginger, encontrándose con su
boca, con gentil insistencia. El corazón de Ginger comenzó a palpitar con
fuerza cuando el beso se intensificó.
Las manos de Ginger rodearon el cuello del muchacho. Los ojos de
Ginger se cerraron cuando Devin probó la suavidad de su boca, y sus
fuertes brazos tomaron con firmeza las curvas rendidas contra su cuerpo
imponente. La muchacha sintió una fuerza incontenible que cobraba vida
dentro de su ser, la misma que había sentido un momento antes cuando
Devin la había besado en la playa. Era una sensación positiva y
reconfortante que le hizo saber que era bueno estar viva junto a Devin
MacPherson.
La joven comprendía entonces que Devin estaba en lo cierto. Ella
debería alimentar el remanente de sus sentimientos hacia él, quizás hasta
dejaría que afloraran otra vez.
La boca húmeda, recia y ardiente abandonó los labios de la joven y
descendió por el delicado mentón hacia la sensible piel del cuello. Un
pequeño suspiro de placer se filtró por la garganta de la muchacha. Luego,
mientras Ginger sentía que la mano cálida de Devin se movía lentamente
en una suave incursión por los delicados senos, su corazón comenzó a
palpitar ante la perspectiva de lo que podría suceder. El pecho de Ginger
reflejaba su respiración irregular cuando los dedos del joven se dirigieron
a la hilera de botones de la blusa y comenzaron a desprenderlos. Ginger
observó que las manos de Devin temblaban. Pero sus dedos fuertes
finalizaron la tarea y se perdieron tras la sedosa tela, rumbo al sostén de
encaje color crema que se encontraba debajo de ella.
Los dedos de Devin se deslizaron por la suave piel por encima del
sitio confinado por el sostén. Pronto sus labios siguieron a sus manos,

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mientras los dedos desprendían el broche de la delicada prenda. En un


instante, los senos cálidos y voluptuosos estaban completamente al
descubierto y las cimas rosadas se insinuaron ante el joven, inocentes y
tentadoras.
De pronto Ginger se sintió avergonzada, e inclinó la cabeza,
confundida, pero de inmediato se sintió abrigada y reconfortada por el
susurro ronco del muchacho.
—Eres hermosa, Ginger… más hermosa de lo que nunca imaginé. ¡Ay,
amor mío! —Devin apartó la blusa y el sostén hasta quitarlos por
completo. Mientras uno de los fuertes brazos rodeaba la espalda desnuda
para acercar a la muchacha, la otra mano acariciaba con reverencia los
delicados senos.
Ginger cerró los ojos en un ensueño de placer y descansaba su rostro
sobre el hombro de Devin. Hacía ocho años que la joven no
experimentaba ése íntimo júbilo del roce de aquellas manos. La muchacha
se daba cuenta de cuánto añoraba esa sensación.
Los dedos de la joven empezaron a desprender los botones de la
camisa y luego apartaron la tela para revelar el pecho viril que
manifestaba la respiración irregular de su dueño. Con un movimiento
felino Ginger deslizó sus senos contra la piel expuesta de Devin, y sintió la
agradable rudeza de la gruesa mata de vello que formaba una V en
dirección al cinturón.
Devin acercó aún más a la muchacha, cubriéndole los senos con
fuerza. Pero Ginger se abrazó a él con la misma furia, encontrando sus
labios con igual pasión. El muchacho parecía haber recobrado fuerzas y
besó a la joven con una intensidad que la conmocionó.
Después de un interminable minuto que dejó a la muchacha
jubilosamente aterida, el joven apartó sus labios. En el instante siguiente
Devin se reclinó frente a la joven y sus labios se deslizaron ardientes sobre
la blanca suavidad de los senos, el rostro masculino parcialmente cubierto
por la piel firme y cálida. Ginger sonrió con intenso placer y acercó el
rostro del joven hacia ella mientras la boca masculina tomaba para sí una
de las cimas rosadas, Ante el estímulo del interior de esa boca, la
muchacha experimentó sensaciones electrizantes que despertaban las
terminaciones nerviosas de su cuerpo.
Mientras Ginger se perdía en su gloriosa sensualidad, no se dio
cuenta de que el muchacho la había tomado de la cintura y la acercaba a
su cuerpo. En un instante, Ginger se encontró junto al joven, frente a
frente, sobre la alfombra blanca.
—¡Devin! —exclamó la muchacha, riendo un poco al tomar conciencia
de lo que su compañero de juego amoroso había hecho.
Con el cuello reclinado cómodamente sobre la alfombra suave, Devin
miró el rostro femenino. Los ojos verdes estaban encendidos de pasión.
Los labios del joven se disolvieron en una sonrisa por un instante, mientras
sus ojos adoraban a Ginger; después la mano recia en el cuello de la
muchacha acercó su rostro y su boca.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Fue un beso prolongado, profundo y sensual. Mientras esas bocas se


movían en armonía, las manos del muchacho le acariciaron la espalda, y
los costados de los senos; luego llegaron a las caderas, presionando el
esbelto cuerpo contra su firme estructura mientras Devin arqueaba sus
propias caderas y miembros hacia arriba. Ginger se puso tensa
involuntariamente, sin saber la razón. La joven intentó ignorar la
sensación de alarma y presionó sus dedos con mayor firmeza sobre los
anchos hombros.
Al sostener a Ginger contra su cuerpo, Devin recostó a la muchacha
sobre la alfombra, quedando encima de ella. De pronto la joven sintió el
peso del cuerpo de Devin que le cubría el pecho, abdomen y miembros, y
una vez más se puso rígida. La terrible visión de la noche de bodas se
detuvo frente a sus ojos. El recuerdo humillante de Devin sobre su cuerpo
en el lecho del hotel, utilizando su cuerpo sin amor la hizo sentirse mal.
Ella no podía permitir que Devin lo hiciera otra vez.
—¡Devin! —exclamó la joven, tratando de apartar al muchacho,
colocando sus pequeñas manos contra los fuertes hombros.
Devin se apartó de la muchacha y vio su dolorosa expresión.
—¿Qué sucede, querida?
La joven no podía responder, pero se alejó del muchacho para
sentarse sola sobre la alfombra. Se cubrió los senos desnudos con los
brazos.
Devin se sentó junto a la joven y se acercó a tocar el delicado brazo,
pero la muchacha se alejó una vez más. Los ojos de Ginger estaban
tensamente concentrados en la alfombra que tenía frente a ella.
—Lo siento si me apresuré demasiado. No fue mi intención, pero…
estabas respondiendo tan bien… Pensé que tú también lo deseabas —dijo
el joven con delicadeza.
Ginger sabía que Devin la estaba examinando, esperando alguna
respuesta de ella, para saber qué era lo que sucedía, pero la muchacha no
podía pronunciar palabra. Una parte de ella pensó con resentimiento que
él debería saberlo; él debía recordar la noche de bodas. La manera fría e
insensible en que la había tocado aquella noche. ¿Acaso Devin no
recordaba? ¿Por que tenía ella que mencionar el tema? ¿Por qué Devin se
comportaba como si pensara que la muchacha sólo temía compartir su
intimidad con él tan pronto? ¿Él no sabía que había destruido la fantasía
de la joven sobre lo que sería hacer el amor con él?
Devin se acercó lentamente a Ginger.
—Tal vez será mejor que te pongas esto otra vez —dijo el joven con
suavidad alcanzándole su blusa.
Los ojos de Ginger se cubrieron de lágrimas. Devin se puso de pie.
Mientras se abotonaba la camisa, el joven se alejó un poco. Ginger se
vistió dando la espalda al muchacho, con manos temblorosas que
luchaban con la tela de la blusa.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

La joven se puso de pie y salió del cuarto, tomándose de la baranda


con firmeza pues las piernas le temblaban.
—¡Ginger, espera! —la muchacha sintió la voz del joven y sus pasos
apresurados tras ella. De pronto la mano firme tomó la muñeca pequeña.
Los delicados dedos se afirmaron sobre el pasamanos—. ¡Te amo!
Ginger quedó inmóvil, tiesa.
—No digas eso —susurró la muchacha.
—¿Por qué no? Es verdad. ¡Te amo más que nunca!
La voz de Devin era tan segura y positiva que cualquier persona le
creería. Una vez Ginger había creído en él, y el muchacho había destruido
esa confianza. Y cuando él regresó para casarse, después de abandonar
los brazos de otra mujer, la había llevado al lecho de un modo que
mostraba poco afecto. No había sido rudo, ni la había lastimado
físicamente, pero no había mostrado amor, totalmente inmerso en su
propia, cruda pasión, casi como si la joven fuese sólo un cuerpo de mujer,
puesto allí para su conveniencia. Ginger entonces se sintió usada y en
cierto modo degradada. La relación amorosa en el lecho había borrado
todas las expectativas de realización en los brazos de Devin.
—¿Cómo puedes saber lo que sientes? —preguntó la muchacha—. Ha
pasado poco tiempo desde tu regreso. Es demasiado pronto para…
—¡Te amo, Ginger! —La joven sintió la mano firme en su muñeca que
luego le tomaba el brazo—. La verdad es que nunca he logrado dejar de
amarte. Me has impedido que repare en cualquier otra mujer. Ahora, al
estar cerca de ti otra vez, sé que nunca seré feliz sin ti.
El tono insistente de Devin perturbaba a la joven. La muchacha bajó
un peldaño, esperando alejarse de Devin, pero el joven continuó
tomándola del brazo y la siguió.
—No sé lo que sucedió arriba —continuó diciendo el joven—. Lamento
si… si de alguna manera te he ofendido. Es que te deseaba tanto, yo… —
Devin pareció detenerse cuando el cuerpo de Ginger se tornó inmóvil por
completo. El muchacho hizo una pausa y luego dijo con voz segura—:
Nunca te obligaría a nada que no desearas hacer. Trataremos de
mantener una relación platónica por un tiempo…
—¡No quiero volver a verte! —dijo la joven.
—¡No hablas en serio! —La voz de Devin parecía herida, desesperada.
La muchacha no se atrevía a mirarlo.
—¡Hablo en serio! —Ginger hubiese pronunciado el nombre del joven
para otorgar más énfasis a su afirmación, pero no pudo hacerlo—. No
quiero verte. ¡Quiero que me dejes sola!
—Me lo debes…
—¡No te debo nada!
—¡Pero lo prometiste!

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¿Prometer? —dijo la muchacha con enojosa confusión, casi


volviéndose—. ¿Qué quieres decir?
—Hace un momento, arriba, me prometiste pasar un tiempo conmigo.
¿Lo recuerdas? Tú solías cumplir tus promesas, Ginger.
—¡Ya no somos niños!
Devin se colocó entre la joven y el pasamanos e hizo que la
muchacha lo mirara. Los ojos verdes tenían una mirada firme e intensa,
pero su rostro estaba pálido.
—¡No, somos adultos! ¡Con más razón debes cumplir tus promesas!
—Me engañaste para que lo dijera —dijo la muchacha rehusándose
con debilidad.
Devin apartó el cabello de la mejilla de la joven y la acarició. El roce
delicado hizo que la muchacha deseara llorar.
—No te engañé. Puede que no lo hayas tomado en serio cuando te lo
hice prometer, pero sí hablaba en serio. Te conozco bien, Ginger. Siempre
quisiste alejarte de las inseguridades. Por eso solías necesitarme. Yo era
tu roca firme. Ahora no me tienes como apoyo, y tal vez eso sea bueno.
Debes hallar en ti misma esa fuerza. Algo que hice arriba te atemorizó, y
quieres huir otra vez. ¿Por qué no tratas de enfrentarlo… de enfrentarme?
¿Por qué no intentas ser lo suficientemente madura como para mantener
tu promesa, y pasar por esta situación conmigo y ver hasta dónde
llegamos? Espero que mantengas tu palabra, Ginger.
La muchacha escuchó con mente rebelde, pero la afirmación de
Devin acerca de la madurez la hirió.
—¿Por cuánto tiempo? —dijo con amargura.
—Lo que sea necesario.
—¿Hasta que me seduzcas? —El tono de la muchacha era cáustico.
Devin miró a Ginger, vacilante.
—Hasta la Navidad.
La muchacha apartó su brazo de las manos fuertes de Devin.
—Y recuerda… dijiste que sería platónico. Ahora tú debes cumplir con
eso.
Devin jamás había pensado que Ginger pudiese temerle en el aspecto
físico cuando eran jóvenes; lo que ella temía por entonces eran las
posibles consecuencias de la relación prematrimonial. Y la noche de bodas
la muchacha se había mostrado cálida y dispuesta.
¡Dios mío! pensó el muchacho cubriéndose el rostro con las manos.
Ese era el problema. No se podía escapar a la verdad. Naturalmente,
Ginger lo recordaría, aunque él mismo había guardado esos pensamientos
en los rincones más ocultos de su conciencia desde entonces.
Intentar hacer olvidar a Ginger esa particular noche era imposible.
Devin pudo recordar con claridad las lágrimas silenciosas de Ginger, la

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

terrible mirada de desilusión y humillación. Y luego la joven le hizo esa


pregunta que él esperaba que nunca tendría que responder.
Pero él, ya maduro, valoraba el amor de la muchacha. Borraría ese
mal recuerdo. Y había una sola manera de hacerlo.

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Capítulo 6
Días después Ginger trabajaba en su tienda cuando sonó el teléfono.
—Hola, Con Sabor a Ginger —respondió la joven.
—Ginger, soy yo, Devin.
—Ah —la voz de la muchacha mostró una evidente falta de
entusiasmo.
—Lo sé, estás encantada de saber de mí —dijo el joven en broma,
aunque al mismo tiempo parecía algo triste por la actitud de Ginger—.
Temo que no podré verte este fin de semana como habíamos acordado.
Ha surgido algo.
—No hay ningún inconveniente.
—Sé que no lo hay para ti —respondió el joven con tono bajo, cargado
de resignación—. ¿El miércoles? Para entonces debería… creo que podré
tomarme parte de la tarde libre. Podríamos pasear juntos.
—¿Por qué supones que yo puedo tomarme la tarde libre? —preguntó
la muchacha con tono cortante.
—Sólo sería desde, las tres. No es mucho. Vamos, Ginger —dijo el
joven con insistencia.
—Supongo que me recordarás la promesa que hice si no acepto.
—Podría hacerlo.
—¿Y qué sucedería si te digo que no me importa la promesa que me
forzaste a hacer, que no deseo verte? —dijo la joven perdiendo el control.
—Ginger… —comenzó a decir Devin, y luego hubo un largo silencio—.
Sé buena conmigo, Ginger, por lo menos durante esta llamada telefónica.
Sólo… dime que nos veremos el miércoles. Entonces podrás discutir
conmigo. Te compraré un juego de tablas para cortar pan para compensar
el ingreso de dinero que pierdas al cerrar más temprano.
El tono de Devin era tan extraño que la joven se sintió perdida. Sintió
que algo no funcionaba bien, que el joven tenía alguna dificultad, pero no
deseaba preguntar de qué se trataba por miedo a que él pensara que ella
estaba preocupada.
—Entonces, ¿qué te parece el miércoles, alrededor de las tres?
—Supongo que… bien —dijo sin más la joven.
—Mientras tanto, cuídate —dijo el muchacho con seriedad.
—Lo haré —Ginger quedó algo sorprendida por el comentario de
Devin; ella no estaba enferma.
—Te amo.
La joven se puso tensa.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—A-adiós, Devin —dijo la muchacha y a toda prisa colgó.

***
Un nuevo almuerzo reunía a Ginger y Marla.
—Hace tiempo que no te veo —dijo Marla cuando se sentaron en su
reservado habitual—. ¿Cómo marchan las cosas entre tú y Devin?
—Hemos acordado vernos por un tiempo.
—¿Hay posibilidades de que vuelvan a estar juntos? —preguntó la
joven morena con tono esperanzado.
—Yo no diría eso —respondió Ginger.
—Pero él lo debe desear, ¿no?
—Sí —dijo la muchacha, extrañada de que Marla le hiciese preguntas
personales como si nunca hubiese habido un desacuerdo en su amistad.
—Entonces, tú eres quien no está segura.
—Sí… es más que eso. Yo preferiría no tratarlo en absoluto, pero me
hizo prometerle que lo vería durante un mes —admitió la joven.
—Hizo que se lo prometieras —repitió la joven morena con tono
sarcástico—. ¡No hubiese tenido problemas en convencerme a mí!
La sinceridad de Marla hizo sonreír a Ginger. Era extraño ver a su
amiga envidiosa. Era más lógico que Ginger envidiase a Marla por la
seguridad en sí misma, y por su figura esbelta.
—Nunca te fue infiel a ti —le recordó Ginger a Marla.
—Tal vez Devin lo lamente con sinceridad y sienta mucho lo que hizo
hace años —le sugirió Marla.
—Sí, eso es lo que él dice.
—¿No le crees?
—Yo… —Ginger no podía hallar las palabras exactas. Nunca se había
hecho esa pregunta—. Supongo que le creo.
—¡Realmente debe amarte!
Ginger asintió.
—Eso dice, también.
—¡Bueno, debe ser así, Ginger! Dejó su puesto en Chicago y volvió
hasta aquí para quedarse, esperando recuperarte a pesar de que tienes
todas las razones para odiarlo. Para eso hay que tener muchas agallas… y
mucho amor hacia ti también.
—¿Cómo sabes que lo hizo todo por mí? —preguntó la joven, curiosa.
—¡Es obvio!

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Tal vez sólo se cansó de Chicago. Ahora que Devin está aquí, quizás
se interesa en mí porque se imagina que soy una presa fácil.
—¿Una presa para qué?
—Sexo.
Marla miró a su amiga con perplejidad.
—¿Realmente piensas que es eso todo lo que busca?
—No lo sé. Es posible. Ya ha tratado de… —Ginger dejó de hablar
pues sentía que era innecesario terminar la frase.
—Pero Ginger, si él te ama, es natural que también te desee.
—No creo que un hombre necesite estar enamorado para obtener una
relación sexual del sitio más conveniente. Devin durmió con esa mujer en
Chicago y no estaba enamorado de ella.
—Tal vez era ella la que buscaba una relación conveniente —sugirió
la muchacha morena.
Ginger miró a Marla con ojos acusadores.
—¡Ya que eres buena defensora de Devin! No hay dudas de que te ha
impresionado muy bien… pero Devin siempre ha tenido cierto talento para
eso. ¿Por qué lo defiendes? ¿Te ha confesado que soy una mujer
insensible o algo parecido?
—¡No! —respondió Marla de inmediato, mientras sus ojos denotaban
una especie de alarma—. Te dije hace tiempo que pienso que Devin aún te
ama y es evidente que le importas mucho. Deberías darle una
oportunidad. Cuando veo a Devin, él simplemente… habla sobre la casa,
firma los papeles que le doy, y… mastica esas tabletas antiácidas —la voz
de Marla insinuó cierto enojo al terminar la frase.
—Le estoy dando una oportunidad —se defendió Ginger.
—¡Si no lo haces, hay cientos de mujeres que estarían deseosas de
ocupar tu lugar! Podrías lamentarte por perder esa oportunidad.
La advertencia de Marla molestó a Ginger. Después de unos instantes
de silencio se despidieron amigablemente.
Ese día para alegría y sorpresa de Ginger, Jack la invitó a cenar.
—¡Encantada! —respondió Ginger—. ¿Marla está ocupada esta noche?
—preguntó la joven con una sonrisa traviesa.
Jack le devolvió la sonrisa con cierta timidez.
—Supongo que sabes que ella y yo nos hemos estado viendo muy a
menudo. Sí, tenía que ver a uno de sus clientes… alguien que está en un
hospital, supongo que tiene que cerrar un negocio.
Ginger y Jack salieron a cenar, y a los postres el hombre acertó a
mencionar que Marla había salido a cenar la semana anterior con un
cliente que estaba por comprar una casa en la playa Double Bluff.
Ginger dejó su café y miró fijamente a su acompañante.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Debe haber sido Devin. Está por adquirir una casa allí, y Marla es su
agente. Dudo que tenga dos clientes que compren en esa misma zona.
—¿MacPherson? ¿Tu exmarido?
—Sí.
—¡Comprendo! —dijo Jack, mostrando cierta inquietud ante las
noticias—. ¿Tú sabías que habían salido juntos?
—No, no la semana pasada. Sé que cenaron juntos hace dos o tres
semanas.
—¡Esto cada vez se pone más interesante! —dijo Jack con creciente
incomodidad.
—Tal vez ella no se dio cuenta de que tú lo habías conocido y fue por
eso que no mencionó su nombre.
—Tal vez… Marla no es la clase de mujer que un hombre pueda
poseer por completo. Supongo que ésa es la razón por la que ella me tiene
fascinado —dijo el hombre, con tono algo desesperanzado.
Ginger observó la mirada baja de Jack y su bigote inclinado rubio, y
sintió lástima por él. Ginger no podía asegurarle que su amiga lo
correspondiera en sus sentimientos, pero sí estaba segura de otra cosa.
—Devin y yo nos hemos visto muy a menudo —le dijo la joven a Jack
—. De hecho, dice… que me ama, y desea que volvamos a estar juntos.
—¡Ah! —dijo Jack, con una voz que denotaba cierta comprensión de la
situación.
—Sí —Ginger sonrió ante el alivio instantáneo del hombre—. Me
molestó un poco el hecho de que Marla me dijese que Devin la había
llevado a cenar la primera vez. Pero era sólo porque trabajaban juntos por
lo de la casa. Me imagino que el que estuviesen juntos la semana pasada
tuvo que ver con lo mismo. Si bien ninguno de los dos me lo mencionó…
—la voz de Ginger terminó la frase lentamente con cierta sensación de
duda. La joven la sofocó. Tal vez ninguno de los dos lo había mencionado
porque sabían que podría afectarla. La cena era probablemente otra
extensión de sus reuniones de negocios, se dijo la joven a sí misma, algo
tan inofensivo como su salida con Jack.
—Eso me tranquiliza un poco —dijo Jack—. Cuando me encontré con
Devin ese día pensé que aún había algo entre ustedes. ¿Entonces están de
nuevo juntos?
—Algo así —dijo Ginger—. Nos estamos viendo para ver cómo
funcionamos juntos.
—Eso parece bueno. Me agradó Devin. Quiero decir que… no quiero
que esté cerca de Marla, pero… ahora que sé que tú eres el centro de su
interés, ¡creo que es un muchacho muy encantador! —dijo Jack con amplia
sonrisa.

***

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Mientras Ginger estaba absorta en sus pensamientos, Devin llegó


hasta la puerta de la tienda de Ginger.
La muchacha levantó la mirada cuando el joven entró. No se veía
radiante de felicidad al verlo. El muchacho se preguntó si alguna vez
sucedería eso con ella.
—Estás hermosa hoy —dijo el muchacho como saludo. Caminó hasta
donde Ginger se encontraba acomodando algunos artículos y besó
ligeramente a la joven cerca de la boca. El muchacho estuvo feliz al ver
que Ginger no intentaba alejarse, a pesar de que tampoco respondió al
beso—. Te extrañé —murmuró él.
Ginger hizo una leve sonrisa y bajó la cabeza. Devin deseaba
interpretar las actitudes de la muchacha. Se veía tan calma… no daba
muestras de aceptarlo ni rechazarlo.
Un cuarto de hora más tarde la pareja estaba a mitad de camino,
dirigiéndose al norte de la isla, y el joven aún tenía dificultades para hacer
hablar un poco a la muchacha.
—Entonces trabajaste el sábado —dijo Devin, resumiendo unas pocas
frases que había obtenido de la joven—. ¿Y cómo te fue el domingo?
Devin observó el largo y silencioso suspiro de la muchacha antes de
responder.
—Visité a mi familia en Coupeville.
—Ah —dijo el muchacho lamentando haber hecho la pregunta—. ¿Les
dijiste que nos estábamos viendo?
—Sí.
—¿Cómo reaccionaron?
—¿Y cómo crees?
Por lo menos Devin había logrado producir cierta reacción en la joven.
—No estaban demasiado felices, supongo… especialmente tu madre
¿no?
—Así es.
—Ginger, tu madre fue siempre extremadamente sensible.
—Lo sé.
—¿Por qué prestarle atención? ¿Qué hay de Val? Ella y tu padre
siempre fueron muy equilibrados.
—Ella no dijo mucho. Creo que se reserva el juicio.
Devin estaba decepcionado ante la respuesta ambigua de la joven. Él
esperaba apoyo de Val; podría necesitarlo.
Ambos abandonaron el coche y caminaron por un sendero que los
conducía a una zona boscosa en la que había rododendros en flor de
varios colores.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Devin tomó la mano de Ginger mientras caminaban en silencio, y la


muchacha lo aceptó. Sin embargo, miraba hacia otro lado para evitar que
sus ojos se encontraran. El muchacho se daba cuenta de que iba a ser una
tarea lenta lograr progresos en la nueva relación. Mirarla y al mismo
tiempo no poder acariciarla era una verdadera tortura.
Por la manera inquieta en que Ginger observaba las flores y los
árboles que los rodeaban y la tensión de su pequeña mano en la suya,
Devin sintió que la joven se tornaba incómoda o nerviosa. De pronto,
como necesitando romper ese silencio que los encerraba en los bosques,
la muchacha dijo:
—¿Cómo te sientes?
Devin no dijo nada por un instante. El tono de voz de Ginger era frío e
irritado y el muchacho sintió cierto desagrado por la pregunta.
—¡Bien! —dijo el muchacho, aunque su indiferencia en la forma de
hablar le resultaba falsa a sus propios oídos. No era que estuviese
mintiendo; era verdad que hoy se sentía bien.
—¿No más tabletas antiácidas?
—Mm… no —Devin deseaba que Ginger cambiara de tema, pero la
joven lo miraba con curiosidad.
—¿Has visto a un médico, Devin?
La muchacha debía tener un sexto sentido, pensó el joven.
—Sí, lo hice. Me puso a dieta y me dio una medicina. Ahora estoy
bien.
—¿Qué te dijo con respecto a tu problema?
Era mejor que lo admitiera, se dijo Devin a sí mismo. Si continuaban
viéndose, tarde o temprano, Ginger de todos modos lo averiguaría.
—Era una úlcera.
Ginger parecía triste. Tal vez Devin obtendría de ella por lo menos un
poco de piedad. Sin embargo, el joven odiaba la idea de que la muchacha
pudiese pensar que él no era física o emocionalmente fuerte.
—¿Fuiste a un hospital? —El tono de voz de Ginger cambió
levemente.
—Sí.
—¿Cuándo?
—El día que te llamé —Devin casi se desmayó esa mañana. Uno de
sus colaboradores insistió en llevarlo a un médico, quien de inmediato lo
admitió en un hospital. Pero Devin no pensaba contar todo eso a la joven.
—¿Por cuánto tiempo?
—Unos días.
La muchacha hizo un silencio. Algo había cambiado. Ginger apartó su
mano de la de Devin.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¿Qué sucede?
La joven vaciló, y Devin temía que ella no respondiera. Por fin Ginger
dijo:
—¿Alguien te visitó en el hospital?
—Marla pasó a verme —dijo el muchacho con tono indiferente—.
Había intentado llamarme a la oficina… por algo de la casa… y le
informaron que yo estaba internado. Entonces vino a verme más tarde.
Pienso que fue una amabilidad de su parte.
—Sí, Marla es… muy atenta.
Devin rodeó con su brazo a la joven y la acercó hacia él. La muchacha
parecía suave y cálida, y el corazón del joven comenzó a latir
aceleradamente.
—Hubiese preferido que tú me visitaras —dijo Devin en voz baja,
sonriendo ante los dubitativos ojos castaños.
—No me dijiste a mí que estabas en el hospital.
—No se lo dije a nadie. ¡No me veía muy bien con tubos que entraban
y salían por mi nariz! —¡Maldición! Devin quería parecer divertido, pero no
debía haber mencionado eso. La muchacha se veía alarmada.
—¿Tubos? ¿Por qué? ¿Estás tan seriamente enfermo?
—No, no. Mi úlcera sangraba un poco y ésa es la manera de detener…
—¡Ay, no, Devin! —Ginger parecía a punto de llorar. Sus manos se
asían al tejido del suéter del muchacho.
—Todo está bien, Ginger. Detuvieron la hemorragia con facilidad.
Estoy siguiendo la dieta y ahora estoy bien. ¡De veras! —La joven parecía
no cambiar de actitud. Todavía se veía muy preocupada, y Devin la
mantuvo cerca con su abrazo—. Me alegra que estés preocupada —dijo el
muchacho con humor mientras la besaba en la frente.
Ginger se puso tensa en los fuertes brazos. Parecía que Devin había
dicho las palabras equivocadas. El joven suspiró. Aquí estaba él,
completamente solo con Ginger en un maravilloso jardín, en una tarde
brillante de primavera… y él y su úlcera no iban a ninguna parte.

Durante las siguientes semanas Devin visitó a Ginger con regularidad,


cenaron afuera y pasearon por varios sitios.
Uno de esos paseos fue a un lugar con cálidos recuerdos.
—Este siempre fue un sitio particularmente bello —dijo Devin con
nostalgia mientras lo recorría con la mirada.
—Sí —murmuró la muchacha, sumida en los recuerdos.
El mes que Ginger había prometido a Devin casi llegaba a su fin, y el
joven sin duda alguna esperaba una extensión de ese plazo. Ginger no

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sabía lo que quería. Pero, en un momento de reflexión, la muchacha se dio


cuenta de que ya no podía imaginarse diciendo a Devin que no deseaba
volver a verlo.
Devin tomó a la muchacha en sus brazos.
—Te amo, Ginger. Y creo que tú también me quieres. Por lo menos,
de cuando en cuando, veo una pequeña señal que me da esperanzas.
Ginger, yo… quiero que vuelvas a casarte conmigo. Podríamos vivir juntos
en la casa, del modo en que yo solía soñar que viviríamos hace unos años.
No está tan lejos de tu tienda…
Las palabras de Devin invadieron la mente de la joven.
—¡Casarme contigo! —dijo la muchacha en un susurro tornándose
pálida.
—¡Sí! —Devin tomó con mayor firmeza los brazos de Ginger—. Nunca
deberíamos habernos divorciado. Es mi culpa; yo no sabía qué decirte,
cómo manejar las cosas después… después que descubriste lo que yo
había hecho. Te dejé partir. Parecías despreciarme tanto… Pensé que era
mejor salir de tu vida. Hice un último intento cuando te pedí que vinieras a
Chicago conmigo, pero no quisiste. He estado enojado conmigo mismo
desde entonces por haberme dado por vencido con tanta facilidad. Eres la
única mujer que podría imaginarme como mi esposa.
—Ay, Devin… —dijo la muchacha, sacudiendo lentamente la cabeza.
¡Nunca podría haber imaginado algo así!
—Ahora no digas nada —se apresuró el joven a decir—. Debes
pensarlo por lo menos un tiempo. Estoy seguro de que juntos podremos
solucionar los problemas.
Ginger se mantuvo en silencio por un tiempo. El tono en la voz de
Devin era tan serio y esperanzado, que la muchacha halló difícil decir algo
que lo decepcionara. Pero tenía que hacerlo. Tal vez aún se interesaba por
él, hasta en cierto modo podía quererlo, pero el recuerdo de la noche de
bodas y de la infidelidad del joven le hacía imposible pensar en casarse
nuevamente con él. Era mejor que Devin lo supiese ahora.
—Devin… —comenzó a decir la joven—. Nuestra noche de bodas… la
manera en que tú…
Los sensibles ojos verdes de Devin leyeron los de la muchacha, y el
joven apartó sus manos de los delicados hombros.
—Lo sé, querida, ¿Cómo puedo… qué puedo decir? Tú todavía no
sabías entonces que yo te había sido infiel. Pero yo sabía lo que había
hecho. ¿Puedes siquiera imaginarte lo difícil que fue para mí mirarte a los
ojos? Mi culpa era un obstáculo, entonces traté de no pensar en ti para
nada.
Devin se volvió y miró otra vez a la muchacha, y sus ojos reflejaban la
luz brillante del sol a través de un velo de lágrimas.
—Creo que sé lo frío que debo haberte parecido aquella noche. En las
semanas siguientes traté de demostrarte que éste no era el modo en que

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

deseaba hacerte el amor, pero no me permitiste acercarme a ti otra vez —


la voz de Devin mostraba calma y una profunda lamentación. El joven
tomó las manos de la muchacha en las suyas—. Te prometo, Ginger, que
ahora no seré así contigo. Te deseo tanto, que te ahogaría con amor si me
lo permitieras. Podría habértelo demostrado aquel día en la casa, pero tú
te asustaste. Fue por ese recuerdo, ¿no es así?
La muchacha asintió en silencio.
—Querida, realmente pienso que eso es algo que podemos
solucionar. Tengo una idea. ¿Por qué no pasamos un largo fin de semana y
vamos al lago Louise? —sugirió Devin.
Ginger abrió los ojos con terrible rechazo.
—¿Estás demente? ¡No deseo volver a ver ese lugar!
—Comprendo cómo te sientes. Es un mal recuerdo para ambos. Por
eso deberíamos regresar y reemplazarlo con uno bueno.
—¿Y cómo haríamos eso? ¿Tratando de meterme en tu cama en la
oportunidad más cercana?
—Ginger, te dije una vez y te lo prometo ahora. Nunca te presionaré
para que hagas lo que no deseas hacer.
La muchacha miró al joven consternada.
—¡No quería cenar en la posada del Capitán Whidbey, no quería ir a
tu casa ese día, ni siquiera quería verte al principio, y sin embargo terminé
haciendo todas esas cosas!
—Porque no puedes resistir mi lógica y mi amistosa persuasión —dijo
el joven besando a la muchacha en la mejilla. Devin tomó a la joven de los
hombros—. ¡Hablo con seriedad cuando digo que deseo casarme contigo!
El último mes ha sido muy hermoso, pero quiero algo permanente entre
nosotros. Quiero vivir contigo. No podría soportar que sólo fuéramos
amigos; siempre fuimos algo más que eso el uno para el otro. ¿Preferirías
dejar de verme definitivamente, Ginger? —preguntó el joven. Su voz era
de pronto vulnerable.
Ginger inclinó la cabeza y sintió las lágrimas en sus ojos. La joven
estuvo un rato en silencio, sintiendo las manos fuertes del muchacho en
sus hombros, sabiendo que el joven esperaba y percibía su aguda
ansiedad.
—No —respondió susurrante la joven por fin. La muchacha no estaba
segura de lo que sentía por Devin pero no quería dejar de verlo, Ginger
sintió que la presión de las manos de Devin disminuía en sus hombros y
podía oír la alegría contenida en su voz.
—El lago Louise es hermoso, Ginger. Lo veremos con nuevos ojos esta
vez. Podríamos tomar el tren desde Vancouver… ¡eso sería divertido! —En
la luna de miel la pareja había ido en avión hasta Calgary, Canadá, y luego
viajaron en coche hasta el lago.
—Supongo que querrás que compartamos el cuarto en el hotel.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Sería más económico. Es un sitio bastante costoso.


—Y más abrigado de esa manera —dijo la muchacha con
resentimiento.
—Ginger, te prometo que no te tocaré si no lo deseas. Ya he cometido
algunas faltas contra mí mismo; no es mi interés intentarlo otra vez.
Ginger bajó la mirada, pensativa. Era algo positivo. Por una vez la
lógica de Devin estaba a su favor.
—Sólo iremos y trataremos de divertirnos y ver cómo funcionan las
cosas. Lo consideraremos un experimento. ¿De acuerdo?

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Capítulo 7
—Bueno… aquí estamos —murmuró Ginger al acercarse al ventanal
levemente abierto. La muchacha no pudo evitar estremecerse: aquí
estaba de nuevo con Devin donde había tenido lugar el episodio más
terrible de su vida.
—¿Hermoso, verdad? —dijo Devin. El joven se encontraba detrás de
Ginger y rozó ligeramente con su mano el hombro de la muchacha. Ginger
retrocedió y se alejó de él. De pronto el viaje le pareció una triste idea y
deseó no haber venido.
—Ginger —dijo Devin siguiendo a la muchacha cuando ella se alejó
inquieta de la ventana—. Lo siento. Sé que es difícil estar aquí otra vez.
También lo es para mí. Pero nos acostumbraremos. Las cosas marcharán
mejor en poco tiempo, lo prometo.
—¿Cómo puedes prometer eso? —preguntó la joven con frialdad.
—Sólo lo sé, eso es todo. ¿Ahora por qué no desempacamos y luego
vamos a cenar?
—De acuerdo —dijo la muchacha suspirando. La perspectiva de
permanecer en ese cuarto durante dos noches era lo suficientemente
mala como para tener que soportar también esa insistente alegría. ¿O
acaso Devin tenía tantas esperanzas porque pensaba que compartirían
una de las dos camas dobles del amplio cuarto?, se preguntó Ginger
mientras abría la maleta. Si eso era lo que el joven pensaba, se iba a
encontrar con una gran desilusión.

La boca recia de Devin se acercó sorpresivamente a la de Ginger y la


joven supo entonces que la besaría. No intentó detenerlo.
Cuando la boca ardiente de Devin se unió a la de Ginger, el joven
acercó el cuerpo de la muchacha hacia él un poco más. Era un beso
cariñoso, afectivo y protector, pero sin la desenfrenada pasión que casi no
pudo controlar aquel día, hacía ya seis semanas, en la casa de la playa.
Ginger estaba nerviosa, sin embargo, cuando la calidez masculina invadió
el cuerpo de Ginger, penetrando su ropa, la muchacha dejó de temblar y
comenzó a recobrar la calma, al darse cuenta de que el joven quería darle
afecto y se interesaba profundamente por sus sentimientos, necesidades y
miedos. Ginger deslizó los brazos alrededor de Devin, debajo de su
chaqueta y se permitió disfrutar de su ternura. En el momento en que la
joven comenzaba a devolver en parte esa ternura que Devin le prodigaba,
el muchacho interrumpió el beso y se alejó un poco.
De inmediato, Devin reclamó la cama que estaba junto a la ventana,
creando, a propósito, una divertida discusión sobre quien se despertaría

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

para admirar la hermosa vista. Por fin, el joven se dio por vencido y dejó a
Ginger la cama de la ventana.
Más tarde, cuando Ginger salió tímidamente del baño, llevando una
larga bata encima de su fino camisón, descubrió a Devin en el borde de la
cama en pijama y bata. Estaba leyendo un folleto guía del lago Louise.
Cuando la muchacha pasó con cautela junto al joven, él dijo:
—Creo que mañana deberíamos levantarnos temprano y tomar la
carretera que lleva al lago Agnes. Parece el paseo más popular de las
Rocallosas Canadienses.
—¿Dónde está el lago Agnes? —preguntó la muchacha. Mientras
Devin volvía a mirar una página anterior, la joven se quitó aprisa la bata y
se acostó, cubriéndose con los cobertores hasta el mentón.
—Está en las montañas a un nivel más alto que el Lago Louise. El
camino es… veamos aquí… de tres kilómetros y medio. Se supone que el
viaje nos llevará alrededor de cuatro horas.
—¿Cuatro horas? —repitió la muchacha con cierta duda. Luego se
tranquilizó ya que se encontraba a salvo debajo de las sábanas y Devin
parecía inmerso en los planes para el día siguiente.
—Regresaremos para el almuerzo —Devin levantó la mirada y sonrió.
—¿Todo se encuentra colina arriba?
—No. De regreso será colina abajo.
Ginger rió un poco.
—No sé si estoy lista para eso. No acostumbro hacer mucho ejercicio.
—¡Entonces ya es hora de que lo hagas! He hecho gimnasia dos o
tres veces por semana durante los últimos cinco años.
—¡Bien por ti! —dijo la joven con sarcasmo—. Puedes llevarme en
brazos.
—¡De acuerdo! —Devin puso el libro sobre la mesa de luz y caminó
hasta la cama de la muchacha. Cuando Ginger vio al joven acercarse, se
puso tensa, y sus dedos tomaron con firmeza el borde de la manta junto a
su mentón.
—No te preocupes —dijo el muchacho, inclinándose—. Es sólo un beso
de buenas noches.
El beso de Devin duró un prolongado segundo. Nuevamente, justo
cuando Ginger comenzaba a apreciar la dulzura ce esa boca recia, el joven
se apartó.
—Que duermas bien, querida —dijo el muchacho con suavidad,
acariciándole la mejilla—. Mañana será un hermoso día.
Los ojos de Ginger siguieron a Devin cuando regresaba a su cama, se
quitaba la bata y se cubría con las sábanas. Luego Devin apagó la luz. Se
sentía contenta… hasta, en cierto modo, esperanzada.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Se despertó algo tarde. Devin ya estaba vestido y la observaba desde


la ventana. La muchacha comenzó a sonreírle hasta que notó que los
cobertores le llegaban a la cintura. El camisón sin mangas y de cuello bajo
estaba algo inclinado, revelando buena parte de sus blanco pecho. De
inmediato la joven comenzó a arreglar la fina prenda blanca,
preguntándose cuanto tiempo habría permanecido Devin mirándola de esa
manera. Pero el muchacho le prestó su ayuda, acercándose para darle la
bata.
—Es hora de levantarse —dijo el joven con humor—. Ahora
deberíamos estar a mitad de camino rumbo al lago Agnes.
—Podrías haberme despertado —respondió Ginger refunfuñando.
La muchacha se puso las únicas prendas viejas que había traído: un
par de jeans y una camiseta de su hermana.
Después del desayuno la pareja halló el camino principal rumbo al
lago Agnes.
—¿No podemos detenernos y descansar un minuto? —preguntó
Ginger a poco de andar. Estaban en medio de un espeso bosque.
Devin respiraba con normalidad, como si sólo hubiese caminado
media calle en una acera recta.
—¡Debes estar fuera de forma, Ginger! —dijo el joven en tono de
broma, mirándola sonriente—. Y no es que te veas fuera de forma —
agregó el muchacho con tono más suave.
La muchacha no sabía cómo reaccionar ante el comentario. Deseaba
sonreír, pero no lo hizo.
—Será mejor que sigamos —Devin la tomó de la mano y continuaron
el camino. Era cada vez más riguroso, ascendía a través de densos
bosques, hasta que los árboles empezaron a mermar. Ginger preguntó al
apoyar su cuerpo exhausto contra una roca alta—: Devin, ¿por qué
hacemos esto?
El joven también respiraba con dificultad.
—Para llegar a la cima —respondió el muchacho con voz
entrecortada.
Ginger lo miró exasperada, luego se puso de pie y juguetonamente
colocó las palmas de las manos sobre el pecho, con firmeza, empujándolo
y haciéndole perder el equilibrio. La muchacha, por supuesto, no lo logró.
Riendo, ambos se cayeron abrazados y Devin sostuvo a la joven con
calidez. El muchacho intentó besarla, pero el beso no pudo durar mucho
tiempo pues ambos estaban sin aliento. Se separaron riéndose de sí
mismos.
Después de otro tramo largo pero placentero llegaron.
El lago Agnes era pequeño y pintoresco, oculto entre las montañas, y
como era el primer mes de la primavera canadiense, aún permanecía en
parte cubierto por el hielo.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Dos horas más tarde, después de realizar el descenso, una tarea


mucho más fácil, regresaron finalmente al lago Louise.
Al acercarse el fin de la tarde, tanto Ginger como Devin quedaron
cansados por los esfuerzos del día. Cuando regresaron a su habitación
Ginger se recostó sobre la cama.
—¡Estoy exhausta! —Estaba demasiado cansada aún para reaccionar
cuando Devin se sentó junto a ella, extendiendo inconscientemente su
brazo sobre la cintura de la joven.
—Yo también —dijo Devin, acomodando la cabeza sobre el hombro de
Ginger.
A la muchacha le parecía, mientras su mente se sumergía lentamente
en un sueño profundo, que eran como una pareja que había estado casada
durante años. Ginger se sentía contenta, segura y feliz, como si su vieja
relación con Devin nunca se hubiese interrumpido, como si hubiesen
estado juntos así toda la vida.
En un par de horas se ducharon y cambiaron de ropa, y bajaron al
salón comedor para cenar. Se sentaron uno junto al otro en una mesa
pequeña, cerca de uno de los inmensos ventanales con arcada que
miraban hacia el lago. Ginger miró a Devin con cierta preocupación y
preguntó:
—¿Te has sentido bien últimamente? ¿Todavía tomas esa medicación
que te recetó el médico?
El muchacho asintió.
—¡Me siento maravillosamente!
—Estoy contenta. El aire de montaña te sienta bien.
Devin sacudió levemente la cabeza mientras miraba a su querida
acompañante.
—Me siento bien porque estoy feliz aquí contigo.
Ginger bajó la mirada y Devin le tomó la mano y se inclinó para besar
a la muchacha. Luego la joven le devolvió el beso y se encontró
susurrando:
—Yo también estoy feliz de estar contigo.
Los ojos de Devin se humedecieron. El muchacho bajó la cabeza y
tímidamente se ajustó las gafas. Las lágrimas invadieron los ojos de
Ginger.
El muchacho acarició la mejilla de la joven y luego se inclinó para
besarla.
Una vez más el beso fue cálido y reconfortante. Ginger rodeó con sus
brazos el cuello del joven para mantenerlo cerca mientras ella respondía
con sincero afecto. Los labios de ambos se unieron y la húmeda calidez se
incrementó hasta transformarse en una lujosa espiral ascendente de los
sentidos. Devin no hizo ningún movimiento para poner punto final al beso,

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

y en cambio pareció concentrarse en él, suave pero insistentemente,


moviendo sus labios sobre los de la muchacha.
Devin abrió los labios y Ginger respondió del mismo modo. De
inmediato esa intimidad se profundizó mientras el joven exploraba la
dulzura de la pequeña boca. Al tomar conciencia de que su propia
respiración se aceleraba de manera suave como la de Devin, Ginger sintió
las manos del joven acariciando inquietas su espalda para luego percibir la
intensa curva de sus senos a través del vestido bajo el suéter semiabierto.
En respuesta a las caricias. Ginger se estremeció, ansiosa por recibir más
afecto, y al mismo tiempo, inquieta al saber a lo que esta exploración
sensual podría conducir. El modo puramente afectuoso de Devin se
desvanecía a toda prisa. Ginger sintió que las manos del muchacho
comenzaban a temblar.
La actitud platónica y afectuosa que Devin solía prodigarle, había
desaparecido, y la joven estaba casi segura de lo que sucedería cuando
llegaran a la habitación.
En cierto modo Ginger deseaba dar a Devin la intimidad que él quería,
y una vocecita osada dentro de su ser le decía que ella también la
deseaba. Pero temía repetir el pasado, hacer añicos la felicidad recién
alcanzada. Ginger ignoraba si estaba lista para esa prueba final de su
reanudada relación. No quería decepcionar a Devin; el joven había sido
paciente, y comprensivo entonces ella debería intentarlo. Tal vez todo
marcharía bien.
Devin abrió la puerta de la habitación y encendió la luz al entrar.
Ginger no tuvo que aguardar mucho tiempo. En menos de un segundo el
joven la abrazó mientras los labios recios y ardientes le quemaban los
suyos con pasión, como si una llama interna se hubiese acrecentado en el
camino de regreso a la habitación, mientras la de ella se hubiese
apaciguado por el temor.
—Déjame hacerte el amor —dijo el joven con voz urgente, y el aliento
ardiente sobre la mejilla de la muchacha.
Ginger intentó alejarse y apartó su rostro.
—Yo… no estoy segura, Devin. Déjame pensarlo un poco.
—No es momento para pensar —le murmuró el joven mientras sus
labios ardientes se deslizaban por el cuello de la muchacha. La joven sintió
que la mano de Devin desprendía los botones del suéter. La respuesta
anticipada de los sentidos de la muchacha la hicieron temblar. Ginger
gimió cuando la mano poderosa se cerró con firmeza sobre su pecho
suave, acariciándolo a través del delgado vestido hasta que la joven
recostó su cuerpo sobre el de Devin en busca de apoyo. Cuando la boca
de Devin tomó posesión de los labios de Ginger, las rodillas de la joven se
debilitaron. En un instante el muchacho la levantó en sus fuertes brazos, y
la llevó a la más cercana de las dos camas.
A toda prisa Devin se desvistió antes de recostarse junto a la joven.
La muchacha permanecía inmóvil, mirando el cielorraso mientras sentía
que el joven hacía a un lado el suéter y luego le desprendía los botones

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

del vestido. Al sentir su cuerpo expuesto, la muchacha se puso tensa y


contuvo el aliento, temiendo ser presa del pánico. Luego sintió que el
sostén se desprendía, y respiró profundamente cuando las firmes manos
acariciaron una vez más la exquisita suavidad de sus senos desnudos.
La boca de Devin tomó una cima rosada, y la incitó con la inquietante
humedad de su interior. La sensación hizo que Ginger inhalara con
profundidad, haciendo que sus senos se irguieran contra los labios del
joven. Entonces su piel suave vibró ante el renovado contacto.
Colocando un brazo debajo del cuerpo de Ginger, Devin la levantó
ligeramente y después, con sumo cuidado apartó el vestido. El joven
obviamente disfrutaba la tarea.
El cuerpo dócil de Ginger yacía indefenso ante Devin sobre el lecho,
mientras los ojos castaños la devoraban recorriendo las voluptuosas
curvas, desde los miembros suaves y delicados hasta la graciosa línea de
las caderas redondeadas, y la pequeña cintura, sobre la piel tierna y
sedosa del abdomen hasta las colinas de sus senos plenos.
—Ginger, eres tan hermosa… —las palabras del muchacho apenas
tenían coherencia. Ahora Devin respiraba con dificultad, como le había
sucedido por la tarde en la empinada cuesta. Pero había una intensidad
urgente y estremecedora en esa respiración que le recordaba a Ginger…
el modo en que Devin le había hecho el amor ocho años antes.
Devin le parecía inmenso, con recios músculos en los hombros y
brazos al acercarse a ella. Cuando su cuerpo varonil se colocó sobre el
suyo y bloqueó la luz de la lámpara en la mesa de noche transformándolo
en una sombra que para ella era siniestra, con increíble claridad llegó el
recuerdo de sus sentimientos aquella particular noche de bodas. Ginger se
estremeció. Levantando las manos, la muchacha intentó apartar a Devin
cuando su inmensa estructura le cubría el cuerpo.
—¡No, Devin! —exclamó Ginger. La muchacha se hizo a un lado—.
¡Por favor, no!
Devin miró a Ginger, atónito.
—¿Qué sucede, querida? —El muchacho tomó el brazo de la joven
pero ella apartó la mano comprensiva.
—¡No quiero hacerlo!
—Pero… ¿por qué? Estabas respondiendo.
—¡No!
—Sí, lo estabas haciendo. No te hubiese desvestido si…
—¡Sí, lo hubieras hecho! ¡En todo lo que piensas es en tus propias
necesidades! ¡Sólo soy un cuerpo para ti…! ¡Yo podría ser cualquier mujer!
¡Podrías poseerme esta noche y hacer lo mismo con otra mujer mañana y
todo sería igual para ti! ¡Como lo fuiste con esa mujerzuela en Chicago, y
volviste a mí en nuestra noche de bodas! ¡Eres el mismo de siempre! —
Las palabras acusadoras salieron de la boca de Ginger con tono histérico.

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—Ginger, no sabes cómo me comportaría contigo esta noche.


¡Apenas hemos comenzado! Imaginas muchas cosas. Debemos tratar de
olvidar el pasado.
—¡No puedo olvidar!
—¡Entonces no hay futuro para nosotros! —dijo el muchacho con voz
ronca.
Un tenso silencio siguió a la lastimera afirmación de Devin. Sus
palabras y el tono de su voz sacudieron a la joven, llevando la realidad a
su mente frenética. Ningún futuro con Devin significaba un vacío total.
Ginger se sentó en el borde de la cama y apartó el cabello de su
frente con mano temblorosa.
—Yo… yo no estoy lista aún para hacer el amor contigo, eso es todo
—dijo la muchacha con más calma, tratando de mostrarse más tranquila y
razonable—. Necesito más tiempo.
—¡Piensas demasiado! Modificas las cosas hasta que adquieren
gigantescas proporciones. Nos llevamos de maravilla durante todo el día,
Ginger. ¿Qué sucedió? ¿Qué hice en los últimos diez minutos para causar
esta situación? —preguntó el joven con genuina perplejidad.
—La… la manera en que me mirabas, que me acariciabas… —dijo la
joven con enojo—. Muy pronto estarías encima de mí como en nuestra
noche de bodas, pensando sólo en tu propio placer.
Devin, indefenso, recorrió el cuarto con la mirada.
—¿Realmente piensas eso de mí? Me incitaste y deseaba hacerte
feliz. No puedo evitar parecer agresivo —dijo el muchacho, gesticulando
con sus manos en el aire. La voz se tornó sarcástica—. ¿Jack Whiting lo
hace sin mirarte ni tocarte?
La muchacha, perpleja, se volvió.
—¡Jack! ¿Qué quieres decir? —La mirada intensa de Devin le recordó
a Ginger lo que una vez le había hecho creer. La joven sacudió la cabeza
—. No, Jack y yo nunca… Sólo somos buenos amigos. Eres el único hombre
con el que he dormido. El recuerdo de aquella ocasión hizo que temiese
experimentar con cualquier otro hombre —dijo la muchacha con amargura
—. ¡Imaginar lo que el sexo puede ser es más agradable para mí!
La breve luz que se encendió en la mirada de Devin al saber que no
había existido otro hombre se desvaneció con la última afirmación.
—Eres prácticamente una muchacha virgen. Yo… no me di cuenta.
Supuse que…
—¿Que había tenido otras relaciones amorosas, como tú?
Devin bajó la mirada ante los ojos acusadores de Ginger.
—No estoy orgulloso del resultado de mi propia vida. Pero si te
ayuda… no ha habido tantas mujeres en mi vida. Y las que conocí me
decepcionaron… porque no eran como tú.

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Ginger apartó la mirada ante Devin pues no deseaba creer en él, no


quería sentirse suavizada por sus palabras.
—Ginger —dijo la joven de inmediato—. ¿Es porque ya no estamos
casados que temes hacer el amor conmigo? Esperaré y primero me casaré
contigo. ¿Entonces te sentirías mejor?
—¡No! —respondió la muchacha. Lo último que Ginger quería pensar
era en el casamiento—. No… no es eso —le parecía extraño a la
muchacha… una oferta galante, la de esperar hasta la unión matrimonial
cuando unos minutos antes, el joven tenía en mente su propio deseo
físico. Tal vez sus percepciones sobre Devin estaban erradas. Ginger
estaba profundamente confundida.
—¿Qué es, entonces? —preguntó el joven con paciencia.
—Es… siento que no te importo. Es como si fueras un perro
hambriento y yo un pedazo de carne —dijo la muchacha, herida.
Ginger levantó la mirada y vio tristeza y perplejidad en los ojos del
joven.
—¿Que tú no me importas? ¡Te amo! ¿Hice algo para lastimarte? ¿No
fui gentil contigo?
—No, no me lastimaste —admitió la muchacha—, pero estabas
inmerso en tu propia pasión, como en nuestra noche de bodas.
Comenzaste a hacerme el amor de la misma manera que entonces. ¡Y
entonces no me gustó!
Devin miró a la joven, pensativo.
—Tal vez empiezo a entender. Querida, hay un mundo de diferencia
entre este momento y lo que sucedió hace ocho años —dijo el joven con
seriedad—. En nuestra noche de bodas no pensé complacerte. No pude
hacerlo porque estaba dominado por la culpa. Pero esa noche, Ginger,
está a millones de años luz. Ambos hemos crecido. Todo lo que deseo es
demostrarte cuánto me importas, cuánto te amo física, mental y
espiritualmente. En lugar de hacerte a un lado, quiero ser parte de ti, de
todas, las maneras posibles. No será como antes, en absoluto.
Ginger miró a Devin con cierta desconfianza. Con una ligera sonrisa el
joven tomó la mano de la muchacha en la suya.
—Será igual para mí, tú deseando la realización plena tanto como yo
—Devin rió entre dientes, con afecto—. Te sentirás tan ansiosa ante la
perspectiva de nuestra pasión como yo.
Ginger se apartó levemente de Devin. De pronto se sintió sola, como
si ella y él perteneciesen a mundos distintos.
La joven se puso tensa guando sintió que Devin acariciaba su seno
desnudo.
—Ginger, intentémoslo otra vez. Debo haberme movido demasiado
aprisa hace un rato. Lo siento. No me di cuenta de que estuvieses tan…
herida aún. Lo tomaremos con calma.

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—No —respondió la muchacha, poniéndose de pie y dirigiéndose a la


otra cama. Apartó los cobertores y de inmediato se cubrió con las sábanas
—. No, Devin —dijo Ginger mirando al joven con inquietud—. No… no
estoy lista aún. Todo, salvo este último «accidente» ha sido hermoso entre
nosotros el día de hoy. Dejemos las cosas así.
Devin respiró con profundidad y su rostro se ensombreció.
—¿Cuándo estarás lista?
—No lo sé.
—¿Cuánto tiempo piensas que puedo esperar, Ginger? ¿Sabes lo difícil
que es para mí estar en este cuarto y no poder tocarte? ¡Anoche fue
insoportable!
—Tú fuiste quien quiso una sola habitación —le recordó la muchacha.
—¡Porque el propósito de este viaje era que nos uniéramos otra vez!
—Eso no fue lo que dijiste. Me dijiste que no me obligarías a hacer
nada que yo no deseara. ¡Bueno, no lo deseo!
Devin miró a la muchacha, enojado, aparentemente sin otro
argumento que esgrimir. En una silenciosa explosión de frustración, el
joven tomó la camisa que se encontraba junto a él y la arrojó lejos. Luego
se puso de pie, sacó el pijama de la maleta y entró furioso al cuarto de
baño. Ginger dio un salto cuando Devin se encerró de un portazo. Nunca lo
había visto tan enojado.
Ginger sintió la ducha por un rato largo. Permaneció tensa bajo las
sábanas, simulando estar dormida, cuando lo oyó salir. En un segundo se
apagaron las luces y Devin se acostó en la otra cama.

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Capítulo 8
Devin, inquieto, cambió varias veces de posición en el asiento. Su
úlcera lo estaba afectando otra vez. Si no hubiese tenido una medicina,
ahora se sentiría muy mal, él estaba seguro de eso. De este modo, la
incomodidad por lo visto podía tolerarse. Cenarían muy pronto, y eso
mitigaría la desagradable sensación del estómago.
Devin miró de soslayo a Ginger, que leía con tranquilidad en el
asiento junto a la ventanilla. La joven no había hablado mucho durante el
día, y él tampoco. Esa mañana, después del desayuno, habían pasado
algunas horas separados. Ginger dijo que deseaba ver los negocios de
regalos en el hotel, cuando Devin le comunicó que daría un paseo. No
había entre ellos actitudes de enojo o frialdad; sólo parecía que no había
nada que decir y era más cómodo para ambos estar separados.
El fin de semana en el lago Louise había resultado un fiasco. Devin no
se había dado cuenta hasta entonces de que Ginger conservaba tantas
cicatrices emocionales. El muchacho en un principio pensaba que la joven
vacilaba en dormir con él ante el recuerdo de su infidelidad y la asociación
que ella hacía en su mente con la noche de bodas. Devin no sabía que su
insensibilidad hacia su entonces esposa había tenido un efecto tan
profundo y duradero, que llegó a alejarla de otros hombres.
¿Y cómo se había comportado él la noche anterior? ¡Con enojo y
resentimiento! Bueno, no podía culparse con demasiada amargura. Él se
sentía terriblemente frustrado. La sensación había crecido durante todo el
día, desde el momento en que vio a Ginger en su lecho esa mañana con el
cobertor a un lado. El día anterior el joven había logrado contener sus
instintos. Sin embargo, al ver a la muchacha con ese ligero camisón y
luego ascendiendo el sendero con aquella camiseta diminuta y su
hermoso pecho, realzado por la respiración irregular, acelerada y la falta
de aliento, fue demasiado. Cuando Ginger respondió a sus besos, Devin
pensó que todo volvería a la normalidad. Se habían llevado tan bien hasta
entonces que pensó en el acto amoroso como en un final apropiado, que
se daría con facilidad. ¡Y cómo había ansiado ese momento!
«Mi querida Finger», pensó Devin con dolor. «Con un error
adolescente, tonto, desconsiderado de mi parte he dañado las vidas de
ambos… tal vez de modo permanente». Si él nunca le hubiera sido infiel, y
el primer encuentro amoroso entre ellos no se hubiera visto afectado, se
habría ahorrado todos esos años de soledad; los hubiese pasado con
Ginger, y ella no hubiera llegado a temer el sexo estando con él.
La culpa era por completo suya.
«Ha estado tan callado», pensó Ginger. Devin parecía estar lejos de
ella, inmerso en sí mismo, pensando, sentado junto a ella, mientras su
cabeza descansaba sobre el alto respaldo. No habían conversado mucho
durante la cena, y desde entonces Devin ni siquiera había intentado iniciar
una conversación. ¿Se estaría dando por vencido? ¿Habría tenido

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suficiente y estaba harto del nerviosismo de Ginger? ¿Pensaba que ella no


justificaba, después de todo, el esfuerzo?
Ginger sintió lágrimas asomando a sus ojos y trató de contenerlas.
¿Por qué tuvo que asustarse la noche anterior?, se preguntó a sí misma.
¿Cuándo aprendería a controlar sus emociones? Si pensaba recuperar
definitivamente a Devin (y ella sabía ahora que eso era lo que más
deseaba en el mundo) tendría que aprender a confiar en él otra vez.
Tendría que abrirse a él, Ginger pensó que de otro modo él no
permanecería junto a ella. Si ella pudiese dar a Devin lo que había
deseado compartir con él años atrás, llegar al éxtasis en sus brazos…
La muchacha dio un nuevo vistazo al perfil adusto de Devin, y luego
se miró las manos jugando nerviosamente sobre su regazo. Ella podía
hacerlo, se dijo a sí misma. Si tan sólo pudiese refrenar ese pánico,
entonces tal vez todo marcharía bien entre ellos. Lo haría feliz, para que
pudiesen recuperar la relación fuerte, estrecha y cálida que habían
compartido años atrás. Ginger nunca había encontrado a alguien que
reemplazara a Devin, y no podía tolerar perderlo ahora.
Lenta y tensamente Ginger se acomodó en su asiento, mientras sus
manos tomaban con firmeza los extremos de los apoyabrazos.
—Creo que regresaré a nuestro compartimento, Devin. Tengo…
sueño. ¿Vienes tú? —dijo la joven, deslizándose hacia el borde de la silla y
volviéndose hacia él.
La voz de Ginger pareció irrumpir en los pensamientos de Devin.
—No, creo que me quedaré aquí un rato. Ve tú —el muchacho volvió a
acomodarse en su asiento, dejando espacio para que Ginger pasara hacia
el corredor—. Puedes hallar el camino sola ¿verdad? —preguntó el joven,
observando el rostro preocupado bajo la luz tenue del coche.
—Sí —respondió la muchacha. De inmediato se dio cuenta de que
debía haber dicho que no. Se mordió los labios. ¿Por qué no podía pensar
con mayor celeridad?—. ¿Estás seguro de que no quieres venir?
—Dentro de un rato —respondió el joven con una leve sonrisa.
Ginger podía percibir la paciencia de Devin. No había nada que hacer
excepto marcharse como lo había anunciado antes.
Ginger se cambió aprisa y se puso un camisón blanco; era largo,
gracioso y algo recatado aun cuando el escote se profundizaba en el
pecho. Sólo porque la muchacha dormía de costado, el camisón había
insinuado algo más a la vista de Devin. La muchacha deseaba que la
prenda fuese un poco más seductora. Necesitaba toda la confianza que
pudiese reunir después de lo sucedido la noche anterior.
Después de cepillarse el cabello se miró varias veces al espejo. En
lugar de verse ardiente y sensual, parecía ansiosa, pálida y nerviosa.
Ginger subió los peldaños alfombrados de la escalera de metal hacia
la litera superior. Las dos camas eran iguales, pero la litera superior
parecía ser más espaciosa con el techo alto del tren. La joven apartó la

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manta y la sábana y luego la subió hasta la cintura, recostándose después


sobre las dos almohadas suaves. Encendió la lámpara de lectura sobre el
muro a sus espaldas y tomó el libro que había intentado leer más
temprano.
Pasó una hora, luego dos, y Devin aún no había regresado. Ginger
intentaba desesperadamente contener las lágrimas y se mordía las uñas.
¿Acaso se habría quedado dormido? ¿O habría decidido pasar la noche
fuera en lugar de tener que enfrentar quizás otro encuentro emotivo con
ella? ¿O todo habría terminado entre ellos? ¿La dejaría? ¿Acaso la odiaba?
Ginger intentaba decirse a sí misma que se estaba dejando llevar por
sus pensamientos negativos cuando el repentino movimiento de la manija
de la puerta la sobresaltó. De inmediato y con nerviosismo levantó el libro
de su regazo, lo abrió y simuló leer.
—¿Todavía despierta? Pensé que ya estarías durmiendo —de pronto
Devin se encontraba de pie junto a la litera mirándola. La parte superior
del colchón estaba a la altura de su recio mentón. Al mirarlo la joven
pensó que veía cierto dejo de enojo en los ojos verdes, como si hubiese
preferido que ella estuviese ya dormida.
—Yo… comencé a leer. No pude dejarlo —el corazón de la joven
palpitaba al mentir. La muchacha trató de sonreír, esperando parecer
calmada y tranquila.
—El tren llega a Vancouver a las siete de la mañana. Ser mejor que
duermas un poco —le aconsejó Devin en tono paternal.
—Y tú también. ¿Por qué estuviste fuera tanto tiempo?
—No lo sé —dijo Devin encogiéndose cansadamente de hombros.
Dándole la espalda a la muchacha, el joven comenzó a desprenderse los
botones de la camisa.
Devin se encerraba en si mismo y se alejaba de ella. La muchacha
observó en silencio mientras el joven se quitaba la camisa.
Cuando Devin colocaba la camisa en un gancho del muro, miró a la
joven y la encontró observando el espejo. Después de mirar en dirección
del espejo él mismo, Devin dijo:
—Ahora vienen mis pantalones, Ginger. A menos que desees mirar,
será mejor que leas tu libro o te duermas.
El tono de advertencia del muchacho era un tanto fraternal, como si
quisiera ahorrarle a Ginger una sensación de alarma. Pero la joven
también percibía cierto toque de impaciencia.
Ginger respiró con profundidad.
—Ta-tal vez desee mirar.
Al oír esas palabras Devin se volvió, enfrentando a la muchacha.
—Después del modo en que reaccionaste anoche, tú…

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Lamento lo de anoche —dijo la joven disculpándose de inmediato.


Sus ojos se cubrieron de lágrimas, y sus dedos temblorosos llegaron a sus
labios tratando de sofocar una repentina ola de emoción.
—Está bien, querida —Devin se acercó a la cabecera de la cama de
Ginger y la miró, colocando una mano delicada sobre su brazo—. Yo
también lo siento. No llores.
—No estoy llorando —le aseguró la joven rápidamente, tomando su
mano y alejándola de sus labios mientras sacudía la cabeza. Cuando la
muchacha miró el rostro preocupado de Devin, con sus ojos humedecidos
por las lágrimas, estaba contenta de que finalmente hubiesen hablado de
la noche anterior—. ¿Qué… qué debemos hacer? —preguntó Ginger,
mientras su corazón comenzaba a palpitar con fuerza una vez más.
—¿Hacer? —Devin se puso algo serio—. No te preocupes por eso
ahora, querida —dijo el joven con suavidad—. Es tarde. Sólo duérmete —
Devin apretó ligeramente el brazo de Ginger para tranquilizarla, y luego
comenzó a alejarse. Pero la muchacha tomó la mano del joven en la suya.
Devin se volvió otra vez, y sus ojos verdes querían entender.
Casi sin aliento, Ginger apenas podía hablar.
—Devin… por… por favor… qué-quédate aquí conmigo esta noche.
Los ojos de Devin se abrieron aún más, y luego miraron perplejos a la
joven.
—¿Quieres decir que…?
La muchacha asintió, sintiéndose de pronto demasiado débil para
hablar.
—¿Aquí? ¿Ahora? ¿No crees que sería mejor que esperásemos un
poco después de lo de anoche?
—No —respondió la muchacha en un susurro que apenas podía oírse
por encima del ruido del tren—. Quiero solucionar todo contigo ahora.
Quiero que seamos felices —Ginger hablaba con intensidad, tomando con
firmeza y sin darse cuenta, la mano de Devin. Cuando tomó conciencia de
su actitud tímidamente disminuyó la presión de su mano.
Los dedos temblorosos de la muchacha se acercaron a Devin,
acariciando ligeramente el hombro hasta llegar a la nuca, y luego hacia
arriba para perderse en los suaves bordes del cabello castaño oscuro.
Ante sus caricias la joven sintió una leve reacción en el cuerpo de Devin.
Cuando la mano de Ginger llegó nuevamente a la nuca, el muchacho se
volvió hacia ella una vez más. Sus ojos brillaban con una intensidad
interior extraña y atemorizante. La muchacha vio en ella toda la
esperanza y la desesperación y el deseo que Devin parecía haber ocultado
durante todo el día.
—Ginger, anoche fue demasiado difícil —dijo el joven con voz forzada
y ronca—. No digas que estás preparada a menos que sea verdad.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Lo estoy —Ginger se inclinó para besar al muchacho y sintió que él


temblaba mientras sus labios se unían con firmeza. Devin colocó sus
manos a ambos lados del rostro de Ginger y miró hacia un lado diciendo:
—¿Estás completamente segura?
—Sí —le dijo la muchacha. Todo lo que sabía era que no podía perder
a este hombre.
—De acuerdo, querida —dijo el joven besándola otra vez. Luego el
muchacho se alejó un poco y en unos minutos estaba completamente
desvestido. Los ojos de Ginger se abrieron aún más con una mezcla de
admiración y temor ante la visión que tenía de Devin por el espejo: sus
piernas y músculos fuertes y musculosos, y las posaderas firmes y tensas.
De pronto, sintiéndose pequeña e indefensa, Ginger se deslizó debajo de
las sábanas como en busca de protección.
Devin apagó la luz del cuarto de modo que sólo la luz de lectura
permanecía encendida en la oscuridad del compartimento. Ginger observó
los músculos ondulantes cuando el muchacho subió la escalerita. De
inmediato el joven se encontraba con ella en la litera superior. Devin se
deslizó junto a la muchacha dando la espalda al muro, luego apartó el
cobertor y se cobijó entonces con ella. Ginger se puso algo tensa al sentir
ese cuerpo enorme que yacía junto a ella, mientras uno de sus muslos
tomaba contacto con su pierna a través del fino material del camisón.
Devin se recostó y miró a la muchacha. Tocando el rostro de la joven con
su mano dijo:
—¿Estás nerviosa otra vez, no es así?
—N-no.
—Sí, lo estás. ¿Tanto me temes?
—Pareces tan fuerte y grande —dijo la muchacha tratando de explicar
sus sensaciones con vergüenza.
—No te lastimaré.
—Lo sé. Lo siento…
Devin acalló la voz de la joven con sus dedos.
—No te disculpes por lo que sientes. Lo tomaremos con calma, sin
prisa, Ginger. Trata de relajarte.
Los dedos de Devin dibujaron la boca de Ginger y luego descendieron
por su cuello, entonces su mano inmensa tomó un costado del rostro de la
joven y lo acercó para besarla, inclinándose él mismo. La muchacha cerró
los ojos mientras los labios recios y cálidos la acariciaban; la mente de la
joven navegó cómodamente por un instante ante la lánguida dulzura de
los labios de Devin. Luego, el recordar con exactitud que este beso era la
antesala del acto amoroso destruyó la momentánea calma de la joven.
Antes que Ginger hiciese el más ligero movimiento, Devin pareció percibir
esta renovada aprensión. El joven alejó su boca de la de Ginger y la miró.
La muchacha apartó la mirada.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Querida —dijo Devin volviendo el rostro de la joven hacia él una vez


más— esto puede parecer extraño, pero trata de entender lo que digo: No
estás completamente sola aquí, enfrentando esta situación por ti misma.
Yo también estoy aquí, contigo. No soy el enemigo. Todo lo que sientas, yo
trato de sentirlo, y lo comparto contigo. Tú y yo… podemos ser uno solo.
Por fin.
Un eco leve y casi olvidado de las palabras del sacerdote en la
ceremonia de casamiento hizo una suave irrupción en la mente de la
joven. Una lágrima asomó por el ojo de la muchacha y cayó sobre su
cabello. Devin secó el rostro de Ginger con sus dedos, y la muchacha dijo
en un murmullo:
—Te amo Devin —lágrimas renovadas ahogaron un poco la voz de
Ginger—. Siempre te he amado. Y siempre lo haré.
Una humedad transparente hizo resplandecer los luminosos ojos
verdes.
—Temía que nunca volvería a oír esas palabras de tus labios. Ay,
Ginger, siempre te he amado. Quiero que seas mía para siempre. Sé mía,
querida.
La viva emoción que la pareja compartía parecía tangible. La
muchacha lanzó un ligero sollozo cuando Devin la tomó en sus brazos y la
acercó a él. El beso del joven fue apasionado, y su abrazo tan fuerte que
se sintió débil entre esos brazos mientras al mismo tiempo sentía que una
nueva vida crecía dentro de su ser. Ahora Ginger deseaba con
desesperación hacer feliz al muchacho, devolverle toda la felicidad que
sus palabras sensibles y cariñosas le habían dado a ella. Ginger quería
entregarse a él.
Con ternura Devin recostó a la muchacha sobre la almohada,
mientras le regalaba una mirada de adoración. Con una caricia más que
gentil, los dedos de Devin se deslizaron sobre la sedosa tela del camisón
de la muchacha desde el delicado hombro hacia abajo, y luego sobre la
inclinación ascendente de uno de los senos. La sensación agradable hizo
sonreír a la joven. Devin lo notó y le devolvió la sonrisa. Luego el
muchacho acercó el rostro al de Ginger y le susurró al oído:
—Quiero desvestirte.
—Sí —dijo la muchacha con una sensación de ansiedad que la
invadía.
Devin apartó el camisón de los hombros de la muchacha y luego de
los brazos hasta llegar a la cintura, revelando lentamente los delicados
senos. Devin observó el cuerpo de la joven detenidamente y mordisqueó
con cariño una de las cimas rosadas. Una leve sensación eléctrica recorrió
el cuerpo de Ginger y despertó en ella un ansia por recibir más. Pero Devin
continuó apartando el camisón, moviendo la banda elástica por encima del
abdomen y las caderas, luego los muslos hasta quitarlo por completo y
encontrarse con el cuerpo desnudo de la muchacha junto a él. Devin lo
miró por completo: el pecho pleno, la pequeña cintura, y las curvas

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

redondeadas y sensuales de los muslos y las caderas que parecían


invitarlo a acercarse aún más.
Sintiéndose pudorosa ante la mirada intensa de Devin, la muchacha
dobló una rodilla hacia la otra, queriendo ocultarse. Pero el movimiento
realzó la curva provocativamente inclinada de su cadera, y los ojos de
Devin se encendieron. El joven recorrió con su mano el muslo suave, y
luego la siguieron sus labios, ascendiendo hacia la cadera y luego por el
delicado abdomen. Los músculos del estómago se contrajeron en
temblores ante cada contacto con esa boca húmeda y ardiente.
Entonces Devin miró el rostro de Ginger. Los ojos de la joven lo
miraban grandes y perplejos. La muchacha se sintió nerviosa, confundida
por las diferentes sensaciones de su cuerpo y al mismo tiempo insegura
por lo que el joven haría después. Ginger estaba habituada a las caricias
de Devin en sus senos, pero nunca había imaginado lo que el muchacho
haría después. Nunca imaginó que un hombre desearía besarle el
abdomen y los muslos.
Devin pareció adivinar el estado emocional de la muchacha, pues se
acercó entonces, recostándose sobre un brazo junto a la joven y cubrió
sus cuerpos con las cobijas hasta las cinturas.
—Eres tan dulce, Ginger —dijo el joven, esparciendo ligeros besos
sobre el rostro de la muchacha—. ¡Qué inocente y sensual!
Devin, presa de un impulso, abrió con un beso ardiente e intenso la
boca de la joven para explorarla por completo, mientras sus brazos la
estrechaban y la respiración del joven se aceleraba. Debajo de las cobijas
Ginger pudo sentir la creciente excitación de ese hombre, y comenzó a
alarmarse aun a pesar de sí misma. La muchacha intentó mantenerse
tranquila y con su cuerpo relajado para que Devin no notara que se sentía
tensa otra vez, pero el joven se dio cuenta.
Devin apartó sus labios de la boca de Ginger y la miró; con dedos
temblorosos que le acariciaban la mejilla.
—Lo siento… Voy demasiado aprisa para ti otra vez. Es tan difícil…
—No, Devin, no te preocupes por mí —le respondió la muchacha,
interrumpiéndolo. La joven extendió la mano para acariciar el cabello del
joven—. Te lo dije, quiero hacerte feliz. Tal vez estaré un poco nerviosa,
pero no será como anoche, lo prometo —dijo la muchacha, rogando que
pudiese cumplir con la promesa.
—Yo también deseo que lo disfrutes —dijo el muchacho con seriedad.
Ginger apartó la mirada.
—Tal vez… lo deseo. Pero no me importará si no sucede ahora —la
muchacha volvió a mirar a Devin—. Todo lo que deseo es darte placer. Eso
será suficiente para mí.
Devin miró a la muchacha con preocupación por un instante,
inclinando la cabeza como inseguro de lo que debía decir. El joven sonrió

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

con tristeza, luego se inclinó para besar a la muchacha con infinita


ternura.
Observando las cálidas inclinaciones de los senos, Devin extendió su
mano para acariciarlos. El joven notó el ligero cambio de expresión en el
rostro de Ginger, la mirada tranquila y la ligera separación de sus labios
mientras la calidez de esa mano recia pero gentil y cariñosa le recorría el
cuerpo, acunándola y al mismo tiempo excitándola.
—Te agrada esto, ¿verdad? —dijo el muchacho con suavidad,
observando a Ginger hasta capturar la mirada de la joven.
—Sí.
Devin sonrió, y el sonido bajo, divertido y masculino de su voz invadió
los sentidos de la muchacha.
—Siempre fue así. Recuerdo muy bien todos esos besos a escondidas
y las caricias también, cuando nuestros padres no estaban cerca.
Ginger también sonrió, cerrando los ojos cuando una sensación
placentera penetró su cuerpo con el roce de las manos de Devin. Las
sábanas parecían haberse transformado en seda bajo el cuerpo de la
muchacha, que se sentía embriagada como si hubiese bebido champagne.
Sin pensar en lo que hacía, la joven acercó la mano para recorrer con sus
dedos la mata de vello del pecho de Devin. La joven jugó con ella, y luego
deslizó las puntas de los dedos por la piel del pecho para acariciarla como
Devin hacía con ella. Cuando el muchacho cerró los ojos y su frente se
contrajo ligeramente en una actitud de dolor sensual, la joven sonrió una
vez más.
—También te agrada —dijo Ginger con tono juguetón. El muchacho
abrió los ojos, y la joven vio la ardiente luz interior en los ojos verdes, que
la miraban. Ahora en lugar de asustarla, hacía que sus sentidos se
perdiesen en un remolino interminable. La boca de la muchacha se
suavizó y sus ojos transmitían su deseo—. Devin, me agrada que me beses
los senos —dijo la joven con timidez.
Los ojos de Devin se abrieron aún más, y sus labios dibujaron una
sonrisa. El muchacho se inclinó para besar en un sendero circular una de
las rosadas cimas, y luego la tomó y acarició con el interior de su boca
hasta contraería y transformarla en una fruta madura. La joven sintió que
sus senos se hinchaban y se tornaban tensos bajo tantas caricias. Cuando
Devin hizo lo propio con el otro seno, la muchacha comenzó a acariciarle
el cabello, el cuello y los poderosos músculos de los hombros. La
respiración acelerada de la joven hizo que su pecho se irguiera y
descendiera contra los labios de Devin. Ginger acercó aun más el rostro
del joven y pudo oír su dificultosa respiración. Pero todo estaba bien. La
muchacha se encontraba en una especie de delirio.
Tímidamente la muchacha deslizó sus dedos por la firme columna del
cuello de Devin hasta llegar al pecho.
Una llama se encendió en los ojos de Devin, y sus labios sonrientes
dibujaron una línea firme. La mano del joven descansó en sus bellos y

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

plenos senos mientras se acercaba para besarla. No le llevó mucho tiempo


a sus labios insistentes y sus manos expertas llevar a la muchacha a un
punto culmen. El corazón de Ginger palpitaba a un ritmo incesante cuando
los labios de Devin acariciaron con seducción las cimas rosadas una vez
más mientras una mano se deslizaba por el delicado abdomen debajo de
las sábanas. El muchacho acarició la piel suave en movimientos circulares
y luego su mano se dirigió a ese sitio íntimo que la muchacha
anteriormente había tratado de ocultar.
Ginger gimió cuando una ola de placer intenso invadió su cuerpo. Con
otros ligeros y pequeños movimientos de los dedos de Devin la muchacha
volvió a estremecerse. Entonces la respiración de la joven se tornó
errática.
—¡Ay! ¡Ay, Devin! —exclamó la muchacha sin aliento, tomando con
firmeza los hombros de Devin.
—¿Te sientes bien, querida? —preguntó el muchacho mientras
mimaba la mejilla de la joven con su nariz recta.
—Sí —respondió la joven aún sin aliento mientras una pulsación
eléctrica la invadía una vez más, sumergiéndola en un mar de tensiones.
—Hace años solías detenerme cuando hacía esto.
—Me… sentía avergonzada —respondió la joven con respiración
irregular—. Y… la sensación… me asustaba.
—¿Te asusta ahora? —preguntó el joven con suavidad, sin detener el
movimiento mágico de sus dedos.
—Un poco —la muchacha se acercó al cuerpo del joven, rodeando con
su delicado brazo el amplio torso como buscando protección.
—¿Pero no tanto como para que desees que me detenga? —preguntó
el muchacho como si ya conociese la respuesta.
—¡No! —La voz de Ginger fue un ruego.
Devin sonrió entonces y besó a la joven, con suavidad al principio, y
luego con mayor insistencia cuando su propia pasión comenzó a
acrecentarse. La muchacha acarició el poderoso cuerpo con sus manos y
arqueó la espalda para que sus suaves senos se encontraran unidos al
pecho del joven.
—¡Ginger! —dijo el muchacho con voz ronca, como si su propia
resistencia a sus deseos se debilitara en forma radical, y su paciencia de
pronto se desintegrara.
Al percibir esto junto al cuerpo del muchacho, Ginger contuvo el
aliento por un instante, y luego dijo casi en un susurro:
—¿Me quieres… ahora?
—¡Sí, querida, sí!
Ginger pensó que Devin recostaría su cuerpo sobre el de ella como lo
había hecho antes. Pero, en cambio, indicó a la joven que se volviera
ligeramente y se alejara de él, luego acercó la delicada espalda contra su

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

pecho firme de modo que la joven se encontró en parte en contacto con el


cuerpo de Devin y en parte sobre el pequeño lecho. La muchacha sintió
que los muslos firmes se acercaban a la parte trasera de los suyos, luego
el joven cambió ligeramente de posición a Ginger hasta que las piernas de
ambos se entrelazaron. Entonces llegó el momento maravillosamente
reconfortante en que se unieron por fin, en el que el íntimo sitio que la
joven solía ocultar le daba la bienvenida, después de las maravillosas
caricias dispensadas por su amado.
Con alegría la muchacha oyó el gemido de placer de Devin cuando
sus cuerpos se amoldaron. Los brazos firmes la estrecharon, y una mano
le acariciaba los senos mientras la otra vagaba inquieta por las caderas.
—¡Me siento tan bien contigo! —murmuró el joven con voz ronca. Las
palabras de Devin llenaron a la muchacha de orgullo y confianza al saber
que podía complacerlo. Luego el joven inició un movimiento circular, de
sus muslos y caderas contra la muchacha. En un instante Ginger
experimentó una sensación nueva y agradable. Los músculos en los
muslos de la muchacha comenzaron a flexionarse al unísono con los de
Devin, y al mismo tiempo se movía contra el joven en una deliciosa
fricción hacia adentro y hacia afuera. Una parte de Ginger estaba un poco
perpleja ante la sensación que le surcaba el cuerpo, mientras otra parte
de su ser estaba inmersa en un placer total. Ginger pensó que podría
continuar así para siempre.
—¿Devin? —Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de la
muchacha al recostar su cabeza contra la de Devin sobre la almohada—.
Me gusta esto —la joven suspiró.
Ginger sintió que Devin reía entre dientes.
—¿De veras?
—No te rías de mí —dijo la muchacha simulando cierto enojo.
—No lo hago, dulzura —Devin abrazó a la joven una vez más—. ¡Eres
tan increíblemente adorable! Las cosas que dices, tu maravilloso cuerpo…
¡La suavidad de tu piel cuando te acaricio! Temo que no pueda
controlarme por mucho más tiempo, querida.
Ginger percibió el dolor en la voz de Devin y supo que el joven estaba
preocupado por la realización de la muchacha. La joven iba a decirle a
Devin que su satisfacción masculina era suficiente para ella. Pero una
rápida ola erótica invadió el cuerpo de la muchacha y apartó esas palabras
de su mente. Los dedos de Devin habían hallado una vez más aquel sitio
pequeño y oculto entre sus delicadas piernas, produciéndole sensaciones
incontrolables que le surcaron el cuerpo y la obligaron a acercarse al joven
en una urgente necesidad por obtener más.
También percibió dentro de su ser una creciente ansiedad por… por
algo.
La muchacha sintió una tensión en su interior cuando ambos se
unieron en un movimiento con ritmo paralelamente creciente.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

De inmediato todo se tornó imposible de contener. La joven sintió que


se acercaba al borde de un acantilado impresionante. Temía pasar por
encima de él. Deseaba esperar, intentar controlar sus impulsos y
sensaciones. El incontrolable frenesí que sentía era desconocido,
insoportable y atemorizante. La mano de Ginger tomó la muñeca del
joven.
—Devin… —La muchacha no sabía qué decir. Su voz era trémula.
El tono bajo y masculino de Devin le susurraba al oído de la
muchacha:
—Todo está bien. Tranquilízate. Deja que todo suceda.
—Tengo miedo.
Devin hizo silencio durante unos instantes mientras sus movimientos
eran más lentos.
—¿Quieres que me detenga? —Había un dejo de dolor en su voz.
El joven apenas se movía contra el cuerpo de la muchacha ahora.
Cada célula dentro de su cuerpo inexperto sentía la intensa pérdida de esa
energía masculina. El cuerpo de Ginger clamaba por los deseos.
—¡No! ¡No! Por favor… Ohhh… —Ginger se sintió maravillosamente
aliviada cuando Devin reanudó sus movimientos. Pero la joven sintió esa
presión torturante que parecía encerrarla en una tensión insoportable, de
la que no podía escapar ni soltarse. La muchacha se tomó del borde de la
cama, luego tomó con firmeza el brazo de Devin, respiración entrecortada
de Ginger se transformó en ligeros sollozos.
—Querida, trata de calmarte. No luches. No temas.
—Ay, Devin —dijo la muchacha gimiendo, y comenzando a llorar con
agonizante frustración.
Pero el nombre del joven en sus labios fue ahogado por un repentino
y violento ruido, como si el tren fuera golpeado por un tremendo
terremoto, pues las paredes metálicas del compartimento vibraron y la
cama se sacudió. El rugido penetró los sentidos de ambos, estremeciendo
sus cuerpos. Todo pensamiento se detuvo mientras yacían unidos. Ginger
sintió como si algo los estuviese barriendo para luego huir.
—Es otro tren que pasó. Todo está bien —dijo Devin, descansando
sobre el cuerpo de la muchacha después de la conmoción causada por el
repentino ruido. Luego el cuerpo masculino comenzó a sacudirse pero esta
vez de risa—. ¡Vaya momento para pasar! —dijo el joven, con una voz que
parecía ahogarse en el continuo estrépito.
El rítmico rugir que provenía del exterior parecía suspender el tiempo
cuando el prolongado tren continuó pasando. La fuerte vibración unida a
la tensión ya extremadamente alta de la muchacha, la llevó al borde de la
histeria. Ginger no sabía si reír o llorar.
—Bueno, esto no debe echar a perder nuestra concentración, querida
—dijo Devin, acariciando la piel de la joven debajo de sus senos—. Sólo
porque la cama se sacuda…

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

De pronto toda la situación parecía algo risueña y fuera de lo común.


La histeria de la joven dio lugar a una carcajada. Mientras Ginger reía con
Devin, la muchacha se dio cuenta de que nunca había apreciado el buen
humor del joven antes en su vida.
Devin, divertido aún, besó a la muchacha en la mejilla. Luego inició
los sensuales movimientos una vez más. Las caderas y los muslos llevaron
a ambos a esa etapa erótica que habían abandonado unos minutos antes.
Las manos y los dedos expertos una vez más lograron su hechizo al
acariciar los suaves senos y tensas cimas rosadas y aquel sitio vulnerable
y húmedo como la miel, entre sus delicados muslos, que ahora, después
de un breve respiro era ultrasensible al roce masculino.
Afuera, el estrepitoso tren continuó su camino. La vibración alta e
intensa parecía formar parte del cuerpo de la muchacha, llevándola sin
cesar hacia adelante sin posibilidad de echarse atrás. Para sorpresa de
Ginger, ese firme cerrojo dentro de su ser parecía ahora haberse
desvanecido, como si su risa lo hubiese hecho añicos y finalmente
dispersado.
Ginger cerró los ojos. La estructura recia de Devin continuaba sus
movimientos contra el delicado cuerpo, y sus expertas manos realizaban
una tarea sensual como una magia ardiente. La muchacha sintió que daba
un salto hacia adelante. Sí… ascendía. ¡Como un tren subiendo una
empinada cuesta… sí! Tan empinada…. tan maravillosamente alta. ¡Ay, sí!
¡Sí!
De inmediato, Ginger supo que había llegado a la cima. La profunda
tensión debajo de su abdomen de pronto se desvaneció. Entonces supo en
su alma que la bendita liberación tendría lugar. Estaba sólo a un instante
de alcanzarla, un hermoso y breve instante… muy cerca…
La cabeza de la muchacha cayó sobre el hombro de Devin cuando
instintivamente arqueó la espalda y el cuello. La joven respiraba en
sonidos entrecortados y agudos, en contraste con los murmullos bajos y
firmes de Devin. Sus cuerpos se unieron juntos con total tensión.
Y luego sucedió: una violenta explosión interna que sacudió el cuerpo
y el espíritu de la muchacha. La joven sintió que su sangre se cargaba de
pequeñas estrellas que fluían como si proviniesen de un volcán. Ginger
lanzó un grito, hallando el éxtasis, disfrutando de la culminación trato
como de la satisfacción del deseo de Devin.
Cuando todo llegó a su fin, Ginger permaneció junto al joven, y sus
delicados miembros parecían fuerzas contra la estructura firme que
también descansaba después de la afanosa empresa. Una capa de
delicado rocío cubría la piel de la muchacha. Todo había terminado. Ginger
había alcanzado el borde del acantilado, y Devin le había brindado la
capacidad de volar. Qué curioso y maravilloso que al dar al joven tanto
placer, él lo hubiese devuelto y al mismo tiempo le hubiese dado a ella el
regalo más preciado: una sensación de total libertad que ella sabía,
siempre había deseado.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Las preocupaciones de la muchacha parecieron alejarse de ella


definitivamente. Afuera el tren había pasado, y Ginger no sabía cuándo.
Pero al mismo tiempo sintió que su yo anterior se había marchado para
siempre con ese tren. Este nuevo yo libre, permanecería debajo de las
cálidas cobijas con Devin, y allí la joven sería feliz para siempre.

«Qué hermosa, vivaz y contenta se ve Ginger», pensó Devin con una


sonrisa mientras daba Un vistazo a la encantadora rubia que se
encontraba junto a él. La joven estaba sentada junto a la ventana,
ocupando ambos un lado de la mesa del desayuno. Esa mañana se habían
despertado abrazados.
Si él pudiese despertar cada mañana de esa manera, su vida sería
como el paraíso. Pero no era necesario desearlo. Devin estaba seguro de
que pronto sería así.
—Devin —dijo la muchacha, volviéndose de pronto hacia el joven, con
un nuevo resplandor en sus ojos castaño claro— el sol está radiante esta
mañana, ¿no es así? —Había entusiasmo en su voz como si el sol hubiera
salido sólo para ellos.
Devin le sonrió.
—Es un hermoso día.
Los ojos de Ginger miraron cada rasgo en el rostro de Devin con
detenimiento, sin el más ligero indicio travieso en la mirada. El joven la
observó con curiosidad. ¿En qué estaría pensando?
—¿Sabes a quién te pareces? —preguntó Ginger. La voz de la joven
era dulce como la miel.
—¿A quién? ¡No me das siquiera una ayuda! —dijo el muchacho,
divertido por la extraña pregunta de la joven.
—A Clark Kent… todo prolijidad y buenas maneras. Y anoche te
convertiste en Superman.
Devin se sonrojó. Con nerviosismo se acomodó las gafas y miró
rápidamente la mesa que tenían atrás, esperando que nadie hubiese oído
a la joven. Cuando volvió a mirar a Ginger, la muchacha lo observaba con
una inmensa sonrisa, disfrutando por completo de la pérdida de
compostura de su querido acompañante.
—Ahora, comportémonos como es debido —le pidió Devin a la joven
con voz calma.
—¡Eso no es divertido! —respondió la muchacha—. ¿Qué hubiera
sucedido anoche si nos hubiésemos «comportado»? ¡Lo que hubiésemos
perdido! —Una tenue llama de sensualidad iluminó el rostro de la joven—.
¿Quieres saber lo que quiero hacer cuando regresemos al compartimento?
—preguntó Ginger a Devin en un provocativo susurro.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—No, no quiero saberlo. Ten, come una tostada —dijo el muchacho


observando que el camarero las había colocado sobre la mesa. Devin
tomó una de la fuente.
Ginger rió suavemente, con un sonido semejante a una campanilla en
los oídos del joven. Cuando Devin se inclinó para colocar la tostada en el
plato de Ginger, la muchacha lo besó en la mejilla. El roce suave y
duradero de la delicada boca encendió a Devin como una chispa que se
obligó a ignorar. El joven sintió una renovada llama de calor en su rostro y
agradeció que el camarero no hubiese hecho sentar a nadie en la mesa
frente a ellos todavía.
Ginger observó el sonrojo de Devin.
—No sabes qué hacer conmigo ¿verdad? —dijo la muchacha,
evidentemente orgullosa de sí misma.
—¡No! ¿Quién te dio cuerda esta mañana?
—¡Tú… unas horas antes del amanecer!
Devin cerró los ojos. Había caído en la trampa de Ginger. El tono
dulce y acariciante en la voz de la joven causaba cierto efecto en el
muchacho. ¡Ginger era ciertamente avasallante! El muchacho abrió los
ojos y comenzó a colocar mantequilla en una tostada para la joven. ¿Por
qué razón no podía distraer a la muchacha ahora? El joven deseaba que el
camarero llegara con el resto del desayuno.
—¿Devin? —La voz de la muchacha parecía ahora un secreto susurro.
A propósito, Devin no respondió, pero eso no pareció detener a la
muchacha—. ¿Crees que alguien nos oyó anoche, después del paso del
tren?
El joven devolvió la mirada a la muchacha y dio un profundo suspiro.
—No lo sé. ¡Pero si continúas hablando, todo el mundo sabrá
exactamente de quién se trataba si oyeron algo!
Media hora más tarde la pareja se encontraba de nuevo en el
compartimento.
—Ginger —dijo Devin, alejándola un poco de él. La muchacha besaba
con pasión el cuello del joven, mientras sus dedos debajo de la camisa
acariciaban con suavidad el pecho recio. Devin no podía resistirlo más—.
Ginger, aún tenemos algo que conversar. ¿Cuándo vamos a casarnos?
Deberíamos comenzar a hacer planes.
Una expresión perpleja invadió el rostro de la muchacha. Devin notó
que Ginger hizo un esfuerzo inmediato por ocultarla.
—Sólo… me acostumbré a la primera etapa, Devin —dijo la muchacha
con tono divertido—. ¿No…no podemos… esperar un poco antes de ir a la
segunda etapa?
Devin consideró extraña la reacción de la joven. El muchacho no creía
que volver a casarse con él sería algo fabuloso para ella en este momento
de su vida, especialmente después de la noche anterior. Pero era probable

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

que Ginger tuviese razón. Tal vez presionarla para que se casaran era
demasiado a tan poco tiempo de reanudada la relación.
—De acuerdo, esperaremos. ¡Pero no demasiado! —dijo el joven,
sacudiendo ligeramente a la muchacha.
Una luz penetró los ojos castaños de Ginger ante la gentil rudeza de
Devin. Los delicados brazos llegaron al cuello del joven una vez más y
ambos se sumergieron en un apasionado beso.

Marla miró a Ginger con curiosidad cuando ambas estaban sentadas


en el sitio de siempre a la hora de almorzar. Era lunes.
—¡Te ves absolutamente fantástica, Ginger! Supongo que tu fin de
semana con Devin fue mejor de lo que esperabas —Ginger le había
contado a su amiga los terribles acontecimientos del viaje al lago Louise
durante el almuerzo un día de la semana anterior.
—¡Fue maravilloso! —dijo Ginger con suavidad, diciendo la última
palabra con más lentitud.
Marla parecía un tanto incómoda.
—Bueno ¿vas a contármelo? —La muchacha parecía en realidad no
querer saber demasiado.
Ginger, plena de felicidad, estaba inquieta por compartirla con
alguien.
—Tuvimos que superar una serie de escollos, por supuesto —dijo la
muchacha con una sonrisa—. Pero los solucionamos… ¡en la litera superior
del tren que nos trajo de regreso! —Ginger terminó la frase con una risita
vergonzosa aunque satisfecha.
—Comprendo —dijo Marla bajando la mirada, moviéndose inquieta en
el asiento. Luego sonrió—. Bueno, ¿fue mejor que tu noche de bodas?
—Ay, Marla, nunca hubiese soñado que Devin pudiese comportarse
de la manera en que lo hizo. Fue tan dulce y tierno… y al mismo tiempo…
tú sabes, recio y fuerte.
Ginger regresó de su particular mundo, y sus ojos se enfocaron en la
mujer morena que le encontraba del otro lado de la mesa. Marla se veía
extraña, como si estuviese algo confundida.
—¿Sucede algo malo, Marla? ¿No te sientes bien?
Los ojos de la joven morena miraban serios. Luego la muchacha se rió
entre dientes.
—Estoy bien… ¡sólo verde de envidia, eso es todo! ¡No tienes que
contarme todos los detalles, Ginger!
Las mejillas de la joven se sonrojaron.
—Bueno, háblame de Jack.

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Marla sonrió con lástima.


—No es así con él. Bueno, no me tomes en serio. Es sólo que siempre
albergué una… ligera esperanza de que Devin se diera por vencido
contigo y reparara en mí. Me sentía muy atraída hacia él y curiosa por
saber lo que había debajo de esa actitud amable. No te sorprendas,
Ginger. ¡Te lo advertí! Es por eso que me sentía incómoda contigo hace un
rato. Insistías tanto con que ya no querías saber nada de él, que hice lo
que pude sin ser demasiado obvia para tratar de atraerlo hacia mí. Más
tarde diste señas de estar celosa, entonces decidí no continuar con mi
actitud. Para cuando Devin estaba en el hospital con una úlcera que tú le
habías ocasionado, decidí que de todos modos no serviría de nada
persistir en mi actitud. Estaba tan enamorado de ti que en realidad nunca
reparó en mí —Marla hizo una pausa para reírse—. ¡Apuesto a que ni
siquiera podría describirme! Entonces, Ginger… espero que no te moleste
mi sinceridad, pero una parte de mí desea haber compartido lo que tú… —
Marla rió otra vez— ese glorioso fin de semana con él, en tu lugar. Pero
me alegro por ti, sinceramente. Siempre pensé que ustedes deberían estar
juntos ¿lo recuerdas?
Ginger asintió.
—Lo recuerdo.
La muchacha sabía que Devin le pertenecía, de todos modos. Sus ojos
aún mostraban confusión.
—Pero cuéntame algo de Jack.
Marla miró hacia un lado.
—Sí, bueno… ése es otro aspecto a considerar, otra razón por la que
me di por vencida con Devin. Jack… —La joven morena rió un poco y
sacudió la cabeza, como si algo fuese perfectamente ridículo—. Jack desea
casarse conmigo.
Ginger miró a Marla con repentina comprensión.
—Y tú no lo deseas.
—No lo sé. Yo… él… es tan… ¡Mírame a mi tartamudeando! No lo sé,
Ginger, él me causa cierto efecto. Me persigue. De hecho, se ha
comportado un poco como Devin yendo atrás de ti. Siempre está allí, cada
vez que me vuelvo. ¡Me estoy tornando claustrofóbica! ¡Pensé que a esta
altura ya me habría librado de él! Pero no lo he hecho, y eso es lo que me
sorprende.
Ginger sonrió entusiasmada.
—¡Tal vez estés enamorada, Marla!
—¿Quién, yo? —dijo la joven morena con altanería. Pero Ginger notó
un sonrojo en su rostro.
—Yo pensé que ya no amaba a Devin, pero sí lo amo. Sólo comencé a
darme cuenta hace unas pocas semanas. Podría suceder lo mismo
contigo.

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Marla sonrió con ironía.


—¡Eso sería una sorpresa! ¿Y qué hay de ti? Supongo que tú y Devin
volverán a casarse.
La expresión confiada de Ginger cambió y se tornó más seria. Luego
se humedeció los labios.
—Él quiere hacerlo. Pero creo que no aceptaré.
Marla estaba algo alarmada.
—¿Por qué?
—No veo por qué tengamos que hacerlo. Estuve casada con él una
vez; el matrimonio no nos mantuvo juntos. Después de estar sola durante
todos estos años, no sé si deseo estar casada. Tú te has sentido feliz
manteniendo una relación amorosa con Jack, ¿no es así?
—Pero Ginger —dijo Marla con inquietud—, yo soy diferente.
—¿En qué?
—Bueno… jamás imaginé que pudieses tener una relación amorosa a
largo plazo con un hombre. Lo que quiero decir es que… bueno, eras
virgen cuando te casaste, sólo te has involucrado profundamente con un
hombre en tú vida, y aun así te aseguraste de que todavía estabas
enamorada de él antes de hacer el amor otra vez. Has conducido tu vida
con mayor reserva que yo.
—Aprendí hace mucho tiempo que nada posee lazos ni es
permanente, Marla. ¿Recuerdas la conversación que tuvimos una vez…
sobre las mujeres que llevaban una vida mejor estando solas? Estuviste de
acuerdo conmigo. Sólo porque ame a Devin no significa que deba olvidar
las lecciones que la experiencia me ha enseñado.
Marla miró a Ginger con preocupación.
—Dudo que Devin esté feliz si piensas así. ¿Se lo has dicho ya?
Ginger bajó la mirada.
—No.
—¿No crees que deberías hacerlo?
El labio inferior de Ginger tembló ligeramente.
—Supongo que se acostumbrará a la idea con el paso del tiempo.
Ambos tenemos nuestras actividades. Podemos vernos cuando queramos,
y pasar juntos los fines de semana en la casa. Nos tenemos el uno al otro
para amar, y hacer el amor. Es todo lo que deseo, y no sé qué más pueda
desear Devin. Una licencia de matrimonio es sólo eso, un pedazo de papel.

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Capítulo 9
Sentado en su sillón, Devin se veía inquieto. Deseaba poder ver a
Ginger esa noche pero tenía que cenar con un cliente en Seattle, y
terminaría muy tarde como para ir hasta la isla Whidbey. La joven no
quería que Devin fuese a su apartamento en el ático; la señora Poole
podría no entender las circunstancias. Si estuviesen casados, él podría
verla esta noche y cada noche. Hasta podría haber cenado con él y su
cliente.
De pronto una extraña sensación se apoderó de Devin. Una luz
pareció encenderse en su mente. Se daba cuenta, después de todo este
tiempo, de lo que en realidad sucedía. ¡Y él había permitido que
sucediera! Ginger nunca le permitía tiempo suficiente para pensar de
modo racional. Cada vez que el joven mencionaba el tema de su unión
matrimonial, la muchacha daba respuestas evasivas, y luego lo hacía
olvidar el tema con sus caricias. ¿Por qué?
Realmente Devin no deseaba considerar las razones. ¡Ella se casaría
con él! Otro pensamiento invadió la mente del joven. La semana anterior,
cuando el muchacho vio a Marla, ella le había preguntado si era feliz con
Ginger. Devin no había pensado en esa pregunta entonces, pero quizás
Marla podía ver con más claridad que él lo que ocurría. Ahora podía tomar
conciencia de eso: Marla sabía que Ginger jugaba con él una especie de
peligroso juego.
Devin llegaría al fondo de la cuestión. Al día siguiente por la noche se
encontraría con Ginger. Y las cosas serían diferentes.

En la isla de Whidbey; Ginger se encontraba hablando por teléfono


con Val.
—La razón por la que llamé es que se acerca el cumpleaños de Brian,
sabes. Cumplirá cinco. Celebraremos la habitual fiesta familiar para él el
jueves por la noche. Vendrás ¿no es así?
—¡Ay… por supuesto! —Ginger se veía perturbada. Realmente no
tenía deseos de ir, pero no podía decepcionar a su sobrinito. Bueno, lo
sobrellevaría de alguna manera. Sólo evitaría cualquier pregunta con
respecto a Devin.
—¡Bien! Brian se alegrará mucho. Los niños te han extrañado. ¿Has
visto a Devin?
Las manos de Ginger comenzaron a temblar.
—Sí… algunas veces.
—¿Para cenar?

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—Sí —la joven respondió con demasiada rapidez y entusiasmo.


Sonaba como una mentira aún en su propio oído.
Val permaneció en silencio por un instante.
—Es más que eso ¿no es verdad?
Ginger vaciló mientras se tornaba inflexible.
—Lo que hay entre Devin y yo no es algo que te concierne, Val —
respondió la muchacha con tranquilidad y firmeza.
—¡No quiero entrometerme, pero soy tu hermana! ¡Soy la que te llevó
al hospital para que te lavasen el estómago cuando tomaste esas pastillas
para dormir a causa de él! Me preocupas y quiero asegurarme de que seas
feliz.
—No tomé tantas pastillas —dijo Ginger, sin deseos de recordar el
episodio.
—Lo sé, pero apuesto a que lo pensaste. Ginger, ¿acaso él es la razón
por la que nunca vienes a visitarnos?
Ginger se humedeció los labios. Deseaba poder mentir con más
habilidad; ahora se veía forzada a decir la verdad.
—Sí.
—¿Es serio?
—¿Qué es lo que deseas saber, Val? ¿Si dormimos juntos o no?
Hubo un silencio.
—Creo que lo sé —la voz de Valerie mostró un tono condescendiente
—. De otro modo no te alejarías tanto de nosotros, ni siquiera una llamada
telefónica durante el último mes.
Las lágrimas invadieron los ojos de Ginger. No sabía qué decir.
—¿Lo amas tanto? —preguntó Val con delicadeza.
—Sí.
—¿Vas a casarte con él otra vez?
Ginger trató de contener las lágrimas y dijo con voz más controlada:
—No. Tengo intenciones de permanecer soltera.
—¿No? ¿Vas a mantener una relación a largo plazo con él?
—Muchas personas lo hacen hoy en día.
—No en Coupeville.
—¡No vivo ya en Coupeville! Es mi vida, Val. No necesito la
aprobación de nadie para lo que decida hacer.
—Sí, lo sé —dijo Val suspirando—. Supongo que lo amas tanto que
aceptarás lo que él esté dispuesto a darte. Sólo deseo que las cosas
fuesen diferentes. ¿Estarás bien?

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—Estoy perfectamente bien —le aseguró la muchacha a su hermana,


sin molestarse en mencionar que Devin insistía en el matrimonio—. Devin
es en realidad muy tierno y dulce.
—Bueno, trataré de evitar que mamá se entere de esto. Puede que
sea difícil. Sabes cómo hace preguntas.
—Igual que tú —dijo Ginger.
Era la media tarde del martes, al día siguiente, cuando Ginger
deseaba ansiosamente que el tiempo pasase con más rapidez para que
Devin llegara y pudiesen irse a la casa. La joven no lo había visto desde el
fin de semana y ansiaba sentir el roce de su piel. Lo necesitaba tanto…
¡Cómo había cambiado su vida desde que se convirtieron en
amantes! En lugar de que un día fuese igual al otro, ahora su vida estaba
dividida entre los días comunes y aquellos en los que veía al joven.
Siempre había algo que esperar, su vida tenía un nuevo significado.
También Ginger había cambiado de otras maneras. Había perdido
algo de peso y había entonado sus músculos con la gimnasia. Devin le
había enseñado la manera adecuada de hacer ejercicios. Sentía que tenía
más energía, y se veía mejor. En lugar de haraganear en la tienda, la
muchacha empleaba el tiempo de modo más eficiente. El lugar nunca
había estado tan organizado y arreglado. Y todo a causa de Devin. La
joven adoraba complacerlo. Quería que el muchacho continuara
deseándola de la manera en que lo hacía. Era cuando Ginger estaba en los
brazos de ese hombre cuando se sentía más vibrante y viva… en sus
brazos, en la cama que compartían en la casa.
La muchacha oyó pasos en la puerta entonces y se volvió para dar la
bienvenida a su cliente. Y allí vio la corpulenta figura de su madre,
entrando, con expresión estupefacta, seguida de Val, cuyo rostro reflejaba
a cada segundo sus disculpas.
—Mamá me preguntó si había conversado contigo acerca de la fiesta
de Brian y…
Ginger asintió con seriedad, comprendiendo de inmediato que Val no
había podido guardar su secreto.
—Ella insistió en que viniésemos a Langley en mi automóvil para
verte —agregó la hermana de la muchacha con voz sumisa y apagada.
—¡Pensé que sería mejor hablarte y devolverte el sentido común
antes que el resto de la familia te vea! ¡Tener relaciones vergonzosas con
ese hombre! ¿Has perdido la noción de las cosas, Virginia? ¡No puedo
creerlo! No me explico cómo puedes comportarte de la manera en que lo
haces. ¿Acaso no te he criado de la manera apropiada? —La voz de Martha
Cowan parecía ahogarse por la emoción.
Ginger trató de permanecer calma.
—Vayamos a mi oficina. No deseo que mis clientes entren y se
encuentren con esto —dijo la muchacha disgustada.

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Cuando las tres se encontraban ya en el pequeño cuarto trasero,


Ginger cerró la puerta, dejándola un poco entreabierta para poder oír a
algún cliente que pudiese entrar al salón principal.
La muchacha se sentó detrás de su escritorio.
—Mira, mamá, voy a cumplir veintinueve años en unas semanas. ¡Y
no necesito tu permiso para tomar decisiones, y de eso hace mucho
tiempo! ¡Si tengo una relación con alguien, cualquiera, aun Devin… lo
haré!
—¡No puedo imaginar qué tienes en la cabeza! Es bastante ya que te
comportes como una vulgar prostituta… ¿pero por qué con él? —Martha
temblaba ahora enojada y envuelta en lágrimas de tristeza al mismo
tiempo.
El rostro de Ginger se sonrojó ante la expresión que su madre había
utilizado.
—¡Cómo te atreves a hablarme de ese modo! No es así como son las
cosas. Lo amo y él me ama. ¡No hay nada bajo en nuestra relación!
—¡Si él te amase se casaría contigo, tonta niña! —exclamó la señora
Cowan, señalando a su hija con un dedo en alto.
Ginger estaba perpleja.
—¡Pensé que lo último que desearías sería verme casada con él otra
vez!
—¡Si piensas continuar durmiendo con él, prefiero verte
adecuadamente casada! Por supuesto que él no es el hombre que yo
elegiría. Pero de todos modos no me escucharías. ¡Ya que has decidido
involucrarte sentimentalmente con él otra vez, y correr el riesgo de que
vuelva a arruinarte la vida, podrías utilizar por una vez tu sentido común!
Si esta «relación» como tú tan bellamente la llamas, fuese legal, por lo
menos te protegerías un poco. Tendrías algunos derechos bajo la ley.
¿Acaso no te das cuenta de que te está usando?
—¡Lo único quizás que en realidad te preocupa, madre, es lo que tus
vecinos pensarán si se enteran! Puedo cuidar de mí misma. Sucede que
creo que una mujer está mejor siendo soltera. Devin y yo nos amamos
profundamente pero sucede que no queremos casarnos. Y simplemente
tendrás que aceptar…
Una voz en tono bajo interrumpió a la joven.
—¿Qué quieres decir con eso de que no deseamos casarnos?
Ginger se puso pálida al mirar los ojos serios de Devin del otro lado
del cuarto, de pie en la entrada con la puerta entreabierta. El muchacho
entró y cerró la puerta.
—Lamento interrumpir esta agradable reunión familiar, pero ya que
estoy aquí, bien podría unirme a la conversación, ya que me concierne,
también —dijo el joven, mirando detenidamente a Ginger.

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Los ojos de la joven bajaron la mirada. Si no hubiese estado tan


distraída podría haber oído entrar a Devin. Ya había sido particularmente
difícil evitar el tema del casamiento con él. Ginger no deseaba enfrentarse
con Devin sobre el mismo punto; la joven insistía en esperar que el
muchacho se olvidara de la idea una vez que sus vidas estuviesen
reacomodadas, pero no lo había hecho. Y ahora Devin la había descubierto
mintiendo acerca del tema.
La voz de Devin hizo que sus ojos volvieran a la realidad. La
muchacha lo encontró dirigiéndose a su hermana Valerie.
—Hola, Val. Me alegra verte de nuevo —dijo el joven con sonrisa
cordial pero que insinuaba cierta tensión.
—No has cambiado mucho —dijo la muchacha con delicadeza. Sus
ojos se dirigieron entonces a los de su hermana Ginger, con una extraña
luz en sus ojos, como si comenzara a comprender o quizás recordar, la
razón por la que Ginger estaba tan profundamente unida a este hombre.
—Sí y no —respondió Devin con una pequeña y enigmática sonrisa.
Sus ojos color verde claro se concentraron en el rostro preocupado de
Martha. Ginger notó que había lágrimas en los ojos de su madre y que
apartó la mirada cuando el muchacho la miró a los ojos. Era como si esta
mujer tuviese problemas en enfrentarlo. Por una vez, la señora Cowan
enmudeció.
—Sucede que estoy de acuerdo con usted, señora Cowan —dijo Devin
con su modo suave y encantador—. Lo siento, pero oí buena parte de lo
que se dijo. Creo que está en lo cierto… ¡ella debería casarse conmigo!
Era lo que yo deseaba en un principio. De hecho, he tratado en repetidas
oportunidades de hacer que Ginger ponga una fecha durante el último
mes. ¡Pero ella siempre… cambia de tema! —Devin miró a Ginger como
reprendiéndola—. Es curioso que ella no les haya hablado de esta
cuestión.
Ginger abrió la boca pero no halló nada que decir. Su delgado cuello
pareció encenderse en llamas. La joven sentía como si la obligasen a
pararse en un rincón como una niña. Había mentido, y Devin tenía
intenciones de castigarla. La sensación de estar repentinamente alejada
del joven hizo que deseara echarse a llorar.
Mientras Ginger observaba de mal humor la parte superior de su
escritorio, Martha recuperó el habla.
—¿Y bien, Virginia? —La voz temblorosa de la mujer exigía una
explicación.
—Esto es algo entre Devin y yo —dijo la muchacha con tono
beligerante, sin alzar la mirada.
—Tiene razón —dijo Val con calma—. Debemos marcharnos, madre.
Vamos —Valerie tomó el brazo de su madre, y la instó a dirigirse hacia la
puerta. Devin se hizo a un lado. Cuando pasaron junto al joven, Martha
Cowan hizo algo por completo inesperado: acercándose, colocó su mano

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sobre la manga de Devin y apretó el brazo del muchacho. Sin decir nada,
sin siquiera mirarlo, se alejó caminando detrás de Val.
Ginger observó la escena y se sintió traicionada.
—Realmente, te ama, ¿sabes? —le dijo la muchacha a Devin con
suavidad cuando las mujeres se habían marchado—. Ella siempre decía
que eras como un hijo para ella. Por eso se sintió tan amargada cuando…
—Y tenía razones para hacerlo —respondió Devin. El joven se acercó
al escritorio de Ginger y la miró—. Ahora bien: ¿Qué quisiste decir con que
nosotros no queremos casarnos?
—Yo… no creí necesario contarles todo acerca de nosotros.
—Eso no contesta a mi pregunta. Sabes que quiero casarme contigo.
Y tú nunca me has dicho que no deseas lo mismo.
Ginger se mordió los labios. No tenía muchas explicaciones para dar.
La muchacha podía percibir el enojo que aumentaba en la voz del joven.
—Hagámoslo simple. ¿Piensas casarte conmigo?
Ginger se llevó los dedos temblorosos a la frente.
—Por favor, hablemos de eso más tarde. Ver a mi madre siempre me
afecta. Va-vamos a la casa, ¿sí? —Ginger levantó la mirada para enfrentar
los ojos de Devin, como si fuese una niñita—. Me sentiré mejor cuando
estemos solos allí.
Devin miró detenidamente a Ginger.
—Has contestado a mi pregunta. ¡Toda esta actitud evasiva significa
que no quieres casarte conmigo!
Ginger se puso de pie y corrió hacia el joven. Lo tomó de las solapas y
dijo:
—No me malinterpretes, Devin. ¡Te amo… más que a nada en el
mundo! No podría vivir sin ti. ¡Te amo con desesperación!
—¿Entonces por qué no te casas conmigo? —le preguntó el muchacho
sin hacer un solo movimiento.
La muchacha miró a Devin como rogándole.
—Devin, ahora tenemos todo lo que tendríamos si estuviésemos
casados. Yo… me he acostumbrado a mi vida de soltera. No sabría ya
cómo ser una esposa y ama de casa. Me gustan las cosas como son ahora.
No veo qué tiene de malo eso.
Devin apartó la mirada de la joven. La muchacha podía ver que el
joven estaba profundamente perturbado, y eso la lastimaba. Devin tomó
las manos de Ginger y lentamente las alejó de su chaqueta. Con voz
profunda dijo:
—De acuerdo, busquemos algún sitio para cenar, y luego nos iremos
a la casa. Hablaremos allí luego.

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Cuando por fin llegaron a la casa, entraron y Devin encendió las


luces. Entró a la sala y miró pensativamente a su alrededor.
—¿Devin? —dijo la muchacha siguiendo los pasos del joven. Ginger lo
tomó del brazo.
—Mira este lugar —dijo el muchacho—. No se ve muy diferente a la
primera vez que lo vi. Tiene un par de sillas plegadizas y una chimenea
que apenas se ha usado, pero eso es todo. Pensé que para este entonces
éste sería nuestro hogar, que viviríamos aquí juntos.
—Es… es como nuestro hogar.
Devin miró a la joven con sarcasmo.
—No sé cuál es tu idea de un hogar, pero siempre pensé que
significaba un sitio cómodo, con muebles, al que uno regresa todas las
noches. ¡Esto sólo es un sitio vacío para citas!
—Po-podemos comprar muebles, Devin. Estuve demasiado ocupada
para…
—Pensaste que si comprásemos muebles, sólo habría un solo paso a
tomar, y no querías acercarte tanto al matrimonio. No sé por qué no me di
cuenta antes. Tu conducta durante el último mes ahora me es
sorprendentemente clara.
Ginger rodeó con sus brazos la cintura del joven y recostó su cabeza
sobre el firme hombro.
—Lo haces parecer como si te hubiese estado engañando. Y no lo
hice. Sólo…
—¡Sólo que nunca has sido lo suficientemente directa conmigo como
para decirme que no deseas casarte! ¿Por qué?
—Temí que te enojases —dijo la muchacha con tono bajo y ahogado.
—¡Enojado o no, es algo que deberíamos haber discutido!
—Temía perderte —respondió la muchacha en un susurro
desesperado. Las lágrimas rozaron las mejillas de la joven. Ginger miró a
Devin con ojos llorosos—. Te amo tanto…
El rostro de Devin se tranquilizó.
—Entonces no veo por qué no puedes casarte conmigo. No espero
que juegues el papel del ama de casa perfecta ni nada por el estilo.
Puedes continuar siendo la misma mujer de siempre, en tu tienda de
antigüedades. Pero podríamos vivir juntos, vernos cada día, regresar a la
noche para estar juntos otra vez…
—Yo… podría vivir contigo aquí.
El rostro de Devin se encendió por una fracción de segundo, y luego
sus ojos se pusieron serios.
—¿Quieres decir vivir juntos sin estar casados? ¡No, Ginger! Quiero
una esposa, no una amante. Deseo algo permanente y estable dentro de
una relación legal. Cuando te lleve a las reuniones con mis clientes quiero

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presentarte a ellos, pero no como mi dama o mi compañera o cualquier


eufemismo que suela utilizarse actualmente. ¡Maldición, quiero decir que
eres mi esposa!
Una vez más, Ginger carecía de respuestas.
—¿Por qué le dijiste a tu madre que crees que una mujer está mejor
permaneciendo soltera? Yo lo he estado durante todos estos años y no veo
nada maravilloso en eso. ¿Le temes al compromiso?
No hubo repuesta alguna. Ginger sentía que no podía pensar.
La expresión dubitativa de Devin cambió.
—¿O… temes confiar en mí? ¿Temes acaso que te sea infiel otra vez?
Te prometo Ginger…
Ginger levantó la cabeza.
—¡No! —respondió la joven de inmediato, sin dejar que Devin
terminara la frase. Ella no quería que el muchacho pensara eso—. No, creo
en ti, Devin. Tal vez sea porque… cuando éramos jóvenes todo estaba
bien entre nosotros hasta que llegamos a la etapa del casamiento. Luego
todo se fue por la borda. Todo ha marchado bien entre nosotros ahora…
entonces ¿por qué razón debemos correr riesgos? Tal vez el casamiento
no es lo adecuado para nosotros.
—¿Qué clase de lógica extraña es ésa? —preguntó el muchacho con
impaciencia efervescente—. ¡Además no todo marcha bien entre nosotros!
—Porque estamos hablando de matrimonio. Devin, no veo por qué
razón tenemos que precipitar las cosas. No hace tanto tiempo que
mantenemos esta nueva relación. Hay muchísimo tiempo por delante para
casarnos… si… si deseamos hacerlo. ¿No deberíamos ambos estar
seguros?
Devin suspiró lenta y tranquilamente.
—Supongo que sí —murmuró el joven de mala gana.
Ginger se tranquilizó un poco. ¡Había ganado! Una sonrisa invadió los
ojos de la muchacha, y acarició con sus manos el chaleco del traje de
Devin.
—Olvidémonos de eso ahora, querido. Tenemos otras cosas que
hacer.
Los ojos de Devin parecieron clavarse en los de Ginger con
resentimiento.
—¿Hacer el amor? —dijo el muchacho con voz teñida de sarcasmo.
—¿A-acaso no lo deseas?
—¡Es todo lo que deseas hacer! ¿No existe una expresión que dice
que hay algo más en el amor que hacer el amor?
Ginger dio un paso atrás alejándose de Devin. Una vez más su
expresión reflejaba que estaba al borde del llanto.

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—Yo… yo pensé que tú lo disfrutabas…


—¡Por supuesto que sí! Pero te comportas como si ésa fuese la única
razón por la que estamos juntos. ¡A veces pareces no pensar en otra cosa!
Ginger llevó las manos a su rostro y se alejó de Devin. Las palabras
del muchacho la habían lastimado profundamente. ¡Todo lo que ella
deseaba era complacerlo y ahora él la ponía en ridículo! ¿Cómo se suponía
que debía comportarse? ¿Qué era lo que él deseaba?
—No llores —dijo el muchacho molesto—. Siempre te pones mal.
—Lamento convertirme en tanta molestia para ti —dijo la joven con
herido enojo, y voz ahogada por la emoción—. ¡Si no deseas estar
conmigo, entonces déjame sola! —La muchacha se volvió y subió aprisa
las escaleras buscando refugio en el dormitorio.
La joven se hallaba boca abajo sobre el lecho, sollozando, cuando oyó
una voz y sintió que el colchón se hundía cuando Devin se inclinó sobre
ella.
—Lo siento, Ginger. No debería haber dicho esas cosas —la muchacha
sintió una mano delicada que le acariciaba el cabello, y luego descendía:
para hacer lo mismo con su hombro—. No llores. Te amo y quiero estar
contigo.
Los sollozos desaparecieron por fin. Ginger rozó su mejilla húmeda
contra el cubrecama, sin mirar a Devin, tratando de aquietar su
respiración convulsiva. Entonces sintió que Devin apartaba el cabello de
su rostro. Los labios y la respiración cálida del muchacho acariciaron la
mejilla.
—¿Quieres hacer el amor, dulzura? —le preguntó el joven con una voz
acariciante.
Las lágrimas de alivio invadieron los ojos de Ginger. Sin poder hablar,
asintió con la cabeza.
Devin la tomó entre sus brazos durante unos minutos hasta que sus
intensas emociones se calmaron. Lugo se desvistieron y recostaron bajo
las sábanas.
Cuando Ginger sintió por primera vez el roce de Devin sobre su
cuerpo en la oscuridad, pensó que todo marcharía bien. Pero aun cuando
estaban tan juntos, lentamente la muchacha comenzó a sentir distancia
entre ellos. Ginger utilizó todos los recursos amorosos que había
aprendido durante el último mes para complacer al joven y él respondió
con su habitual pasión sexual. Pero si bien la muchacha abrazaba el
cuerpo incitante de Devin, devolviendo esa pasión masculina con cada
movimiento que la suya despertaba en ella, aún había algo ausente. Un
aspecto etéreo y espiritual del que la joven no había estado consciente
antes, había desaparecido, y sólo se daba cuenta porque estaba ausente.
Se habían unido esta vez, pero sólo con sus cuerpos. Algo faltaba. Algo
estaba mal.

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Cuando todo llegó a su fin, ambos se alejaron instintivamente el uno


del otro en lugar de quedarse dormidos en un abrazo. Cuando Devin volvió
la espalda y su calidez se alejó del cuerpo de la joven en la oscuridad, la
muchacha hundió su rostro en la almohada. Ginger pensaba que había
aprendido todos los recursos que su cuerpo le brindaba para fortalecer el
amor de Devin, pero ahora sabía que estaba fallando. Eso no era
suficiente para él. Lo que no había poseído en el momento en que se
casaron, aparentemente aún no lo tenía. La almohada de la muchacha se
humedeció con sus lágrimas mientras se preguntaba qué necesitaba
Devin que ella no podía darle. ¿Acaso lo estaba perdiendo otra vez?

Ginger estaba nerviosa a la mañana siguiente cuando Devin la


condujo en su coche hasta Langley antes de regresar él mismo a Seattle.
Cuando el muchacho la dejó en la casa de la señora Poole, le tomó la
mano y le dijo:
—Volveré a la casa este jueves por la tarde, después del trabajo. Me
tomaré el día viernes libre y podremos pasar un fin de semana lago en
Double Bluff. Necesitamos pasar mucho tiempo juntos para conversar.

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Capítulo 10
Ginger aún estaba en la tienda el jueves, alrededor de las cinco,
cuando Val llamó por teléfono.
—Me temo que debemos cancelar la fiesta de cumpleaños, Ginger —
dijo la joven—. Brian no se ha sentido muy bien todo el día. Esperaba que
aun así pudiésemos celebrar el cumpleaños, pero ahora tiene fiebre, de
modo que no hay nada que hacer más que posponer la fiesta.
—Que lástima —dijo Ginger con sinceridad—. Espero que no sea nada
serio.
—No lo creo. Te haré saber cuando el niño esté mejor.
Ginger cerró la tienda por el fin de semana y se marchó a su
apartamento en el ático. Mientras recogía algunas prendas más para
llevarse en el largo fin de semana, se preguntaba si Devin estaría todavía
en la isla. Cuanto más se acercaba el momento en que lo vería otra vez,
mayor era la ansiedad que se apoderaba de ella. La joven sabía que Devin
deseaba discutir el tema del casamiento nuevamente, y ella no. Más que
nunca Ginger pensaba que casarse con él era una mala idea. El joven ya
se estaba cansando del carácter sensible de la muchacha. Ella temía que
la relación comenzara a fracasar. ¿Si se casara con él, el tedio de la vida
diaria juntos no haría que todo empeorara? ¿Por que Devin no se daba
cuenta de eso? Tal vez lo que el joven quería conversar el fin de semana
fuera si debían continuar viéndose.
Ginger se puso pálida. ¡Dios mío! ¿Acaso ya lo he perdido? Las
lágrimas comenzaron a invadir los ojos de la joven, y debió esforzarse
para contener sus emociones. No puede ser que las cosas marchen tan
mal, se dijo la muchacha a sí misma. Estaba permitiendo que sus
pensamientos la dominaran otra vez. Devin aún la amaba. Él se lo había
dicho antes de hacerle el amor dos días atrás. Y si la relación física no era
exactamente igual, eso no debía significar que la relación sentimental
estuviera terminada. ¡Qué ridícula era!
Cuando Ginger se encontraba camino a Double Bluff eran casi las
siete y media. Cuando la muchacha llegó, vio dos coches en la calzada: el
Mercedes de Devin y un Datsun blanco. El segundo automóvil le resultaba
familiar. Marla tenía un coche como ése. Ginger miró con mayor
detenimiento y observó el emblema de la oficina de bienes raíces de Marla
en la ventanilla trasera.
«Qué extraño», pensó la joven. Ni Marla ni Devin habían mencionado
que debían discutir ningún otro punto del negocio sobre la venta de la
casa. De hecho, la fecha de cierre había tenido lugar hacía casi dos
semanas, y Devin era ya el dueño legal. Una extraña sensación invadió a
Ginger. ¿Por qué Marla estaría allí justo en el momento en que Devin sabía
que la joven se encontraba en Coupeville?

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

La joven se preguntó con molesto nerviosismo si debía entrar y


enfrentarse con ellos, para descubrir con exactitud lo que estaba
sucediendo. ¿Y si la situación era perfectamente inocente? Entonces se
pondría en ridículo. ¿Y si… si no fuese inocente? ¿Podría enfrentarse a
ella?
Ginger se mordió las uñas. No había luces encendidas en la casa,
pero afuera aún no había oscurecido. La joven pensó entrar por una
ventana, pero la idea la hacía sentir peor. Tenía el orgullo suficiente como
para no recurrir a eso.
Tal vez estaba tomando las cosas a la tremenda. Ginger sabía que
eso era característico en ella.
Después de unos minutos, Ginger decidió finalmente que lo mejor
sería regresar a Langley, esperar un par de horas, y luego volver a la casa.
De ese modo no se enfrentaría con una situación incómoda al entrar y
verlos, cualquiera fuesen las circunstancias. Era sumamente probable que
todo fuese por completo inocente y que Marla se marchase pronto. Si no…
bueno, lo pensaría si llegara a suceder.
Mientras su coche atravesaba la oscuridad del camino hacia Double
Bluff, el creciente nerviosismo de Ginger comenzó a darle una ligera
sensación de náusea. Continuaba diciéndose a sí misma lo tonta que era
al sospechar. Pero cuando por fin la muchacha volvió a la casa, vio que no
lo era. Helada, de la cabeza a los pies, la muchacha vio que el automóvil
de Marla aún estaba allí. Desde la parte trasera toda la casa parecía a
oscuras, incluyendo el dormitorio de arriba. Al mirar la ventana lateral
superior, la joven recordó las palabras de Marla: hubiese deseado ser ella
la que pasara el fin de semana en el lago Louise con Devin, en lugar de
haberlo hecho su amiga. Lágrimas ardientes casi quemaron los ojos de
Ginger. ¡Qué inteligente fue Marla al eliminar sus sospechas con tanta
sinceridad! ¡Qué estúpida había sido ella en confiar en esa clase de amiga!
Marla sospechaba que había serios problemas entre Ginger y Devin, y
sabía con exactitud cuándo dar el paso correcto. Las palabras falsas de
Marla parecían arder en la mente de Ginger. Me alegro por ti…
Y Devin tampoco tenía perdón. ¡Él y sus promesas de ser fiel! No era
capaz de hacerlo. ¡Ambos la habían traicionado! Y ahora ella había perdido
a Devin… a menos que… ¿acaso podía ser que ella no estuviese en lo
cierto, que lo que sucediera allí en la casa no fuese algo malo?
Un rato después Ginger estaba sentada a la mesa de su cocina, tensa,
con las manos sobre los ojos. La rodeaba el silencio. Dentro, se sentía
hecha un sin fin de nudos. Mentiras. ¿Ambos le habían dicho nada más
que mentiras? ¿Cómo podían hacer algo así? Ella los amaba a ambos…
De pronto la sacudió el sonido del teléfono. De inmediato corrió a
atender, pensando que podría ser alguno de los dos.
—Hola, Ginger, ¿cómo estás? Habla Jack —dijo una voz amistosa ante
el ansioso «Hola» de la muchacha—. Sólo llamaba para saber si Marla
estaba allí visitándote esta noche. ¿Está ahí?

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—N-no, ella… no —respondió la joven vacilante, sabiendo dónde se


encontraba Marla en realidad.
Jack parecía decepcionado y algo preocupado a la vez.
—El otro día ella me dijo que estaría libre esta noche para verse
conmigo, pero no ha venido por aquí y ni siquiera me ha llamado. Llamé a
su oficina y me dijeron que se marchó alrededor de las siete. Y no
contesta el teléfono en su casa.
Los labios de Ginger experimentaron un ligero temblor. No quería
decirle a Jack lo que parecía suceder, sabiendo que le dolería. Y también
se sentía curiosamente avergonzada. Aparentemente Devin volvía a
dejarla por otra mujer. Pero Jack debía saberlo, ¿no?
—Me fui en coche hasta la casa de Devin esta noche —comenzó a
decir la joven—. Y vi el… el coche de Marla allí. No estaba segura, no sabía
qué pensar, entonces me fui y regresé hace alrededor de una hora. Su
coche aún estaba allí. Supones que pueda haber alguna cuestión de
negocio…
Hubo un largo silencio del otro lado de la línea.
—Ella no me dijo nada sobre eso —respondió por fin Jack con voz
seria—. Pero a ella no le gusta contarme lo que hace… parece pensar que
no me concierne —agregó el hombre con voz tensa—. ¿Cuánto hace que
ella está allí?
—Por lo menos desde las siete y media. Yo le había dicho a Devin que
estaría en Coupeville esta noche.
—Qué interesante. Yo pensé que no te preocupabas por ella y Devin.
—Y no lo hacía, pero… tal vez he sido una tonta. Marla me ha dicho
en varias oportunidades que Devin le parecía muy atractivo. Solía decir
que si a mí no me interesaba, ella estarla feliz de salir con él. Y cuando
regresé de un viaje al lago Louise con él, cuando… él y yo comenzáramos
a ser amantes, ella me dijo que me envidiaba, que… hubiese deseado
estar en mi lugar —Ginger inclinó la cabeza, mientras sus ojos se cubrían
de lágrimas.
—¡Eso parece aclarar por completo las cosas! —Jack parecía enojado,
harto—. ¡Bueno, hay un solo modo de averiguar lo que sucede en realidad!
—Qué… ¿qué piensas hacer? —preguntó Ginger.
—¡Ir hasta allá! ¿Quieres venir?
En diez minutos Jack había pasado a buscar a Ginger en su coche y
juntos se dirigieron a Double Bluff. Cuando la joven señaló la casa, Jack
detuvo el automóvil. Al ver el coche de Marla, el hombre bajó de
inmediato, cerrando de un portazo la puerta. Sin esperar a Ginger,
atravesó el pequeño patio trasero rumbo a la puerta y llamó varias veces
con golpes de puño.
Ginger salió pero permaneció cerca del coche, temblando.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Cuando Jack volvió a golpear la puerta, ésta se abrió. Ginger vio a


Devin y escuchó las voces de los dos hombres.
—¡Quiero ver a Marla, MacPherson!
—¿Marla? Por supuesto, ella está aquí. Entre —dijo Devin cuando Jack
entró haciendo a un lado al joven. Devin se alejó de la puerta, dejándola
abierta al seguir los pasos de Jack. El muchacho no había notado la
presencia de Ginger. A través de la puerta abierta la joven podía ver las
luces de la sala. Como un animalito nervioso, la muchacha esperó y
observó unos minutos, y luego ya no podía soportar no saber la verdad de
la situación.
Ginger llegó a la puerta de atrás. Al entrar pudo ver a Jack y Marla
discutiendo en el otro cuarto. Devin los observaba con perturbada
expresión.
—¡No te debo ninguna excusa! —le decía Marla a Jack—. Hemos
estado sentados aquí conversando y tomando café. ¿Qué excusa tienes tú
para llamar a la puerta de esa manera?
—Tenía razones para creer que había algo más entre ustedes dos que
sólo una mera conversación. No te molestaré con algunas de las cosas que
Ginger me ha dicho. ¡Sólo deseo aclararte que no pienso soportar esta
situación ni un minuto más!
Marla se puso algo pálida pero no se echó atrás.
—¡Y yo no voy a tolerar que intentes controlar mis actos! Ni siquiera
puedo pasar una velada conversando con un amigo porque resulta que es
un hombre…
—¿De qué estaban hablando? —preguntó Jack, cruzando los brazos
sobre su pecho como amenazando a Marla—. ¿Negocios, acaso?
—¡Hablábamos de Ginger! —respondió Marla acaloradamente—. ¡Y
eso no es algo que a ti te concierna! Como soy su mejor amiga, Devin a
menudo me ha pedido consejo a causa de los problemas que tienen.
Jack miró a Devin.
—¿De modo que tú la invitaste sólo para tomar café porque Ginger
iba a estar fuera esta noche? —Los ojos de Jack eran como dos hierros
candentes—. ¿Es así como fue?
—Marla llamó alrededor de las siete y me preguntó si estaría en casa
para poder traerme el obsequio de bienvenida que da su oficina de bienes
raíces… ese centro de velas junto al hogar —respondió Devin con molesta
paciencia mientras señalaba un decorativo arreglo con una vela y flores
artificiales. Ginger podía verlo de soslayo detrás de Marla. Era similar a los
que la joven había visto una vez en una caja grande en la casa de su
amiga.
—Cuando Marla llegó aquí, le ofrecí un poco de café y empezamos a
conversar. Ginger y yo hemos tenido problemas… —Devin dejó de hablar
haciendo un gesto mudo con su mano.
Jack parecía haberse tranquilizado.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Ya veo.
—¿Y qué te hizo venir aquí de esa manera? —preguntó Marla enojada.
Ginger retrocedió tras la pared de la cocina y cerró los ojos. Nadie la
había visto. La joven deseaba no tener que volver a ver a ninguno de ellos.
Sus confusas emociones habían prejuzgado toda la situación,
poniendo en conflicto a todos.
Entonces la muchacha oyó la voz de Jack que decía:
—Ginger vio que tu coche ha estado aquí toda la noche. Sucede que
llamé a su casa para preguntarle si sabía dónde estabas. Fui lo
suficientemente tonto como para preocúpame por ti. Ella me contó lo
sucedido y ambos pensamos lo peor. ¡Pero por lo que tú le dijiste en el
pasado, Marla, yo diría que la suposición podía haber sido una realidad!
—¡Se supone que Ginger debía estar en Coupeville! —dijo Devin.
—Eso se canceló o algo parecido. Ella está aquí, conmigo, afuera en el
coche.
El último fragmento de orgullo hizo que Ginger diera un paso hacia
adelante, para hacer conocer su presencia. Al dirigirse a la puerta se topó
con Devin.
—¡Ginger! —dijo el muchacho, tomándola con firmeza y casi de modo
salvaje de los hombros—. ¿Qué diablos sucede contigo? —La voz del joven
reflejaba claramente su enojo.
—¡Devin! —exclamó Marla, corriendo hacia ellos—. No te enojes con
ella. Fue una conclusión natural. Ella no sabía.
Devin parecía no oír a Marla.
—¿Cómo pudiste suponer que yo haría algo así? ¡Con tu mejor amiga!
¿Acaso no tienes ni un mínimo de fe en mí? ¿Después de todas estas
semanas todavía debo darme la cabeza contra la pared tratando de
convencerte?
—Lo… lo siento, Devin —la voz de Ginger se debilitaba por la fuerza
de los brazos del joven que no la abandonaban.
—¡Lo sientes! —exclamó Devin con voz ruda.
—¡Devin, cálmate! —dijo Marla. La joven morena tomó uno de los
brazos del muchacho para apartarlo de Ginger—. ¡Esto no soluciona nada!
¡No la convencerás de que te crea actuando de esta manera!
Devin soltó a la muchacha pero no dejó de mirarla con ira.
—¡Tal vez ya estoy cansado de intentar que ella me crea!
Marla se veía exasperada.
—¡Acabas de pasar dos horas diciéndome cuánto la amas!
Los ojos furiosos de Devin se volvieron hacia Marla.
—¡Y qué! Se lo he dicho a ella una y otra vez y parece que no
entiende razones. ¡Teme casarse conmigo, parece que cree que debe

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

impresionarme en la cama para conservarme, y ahora, ante una


circunstancia ligeramente dudosa, de inmediato supone que le he sido
infiel! Sé que lo fui una vez, cuando era tonto e inmaduro, ¿pero no es
tiempo ya de que lo olvide?
Ginger se volvió y recostó la frente contra el marco de la puerta,
llorando con las manos en el rostro.
—¡Ninguna mujer se olvida por completo de algo así! —Marla dijo con
tono cortante—. Ginger tiene que aprender a aceptarlo y vivir con eso, y
tal vez no haya podido aun lograrlo. Tú la conoces mejor que yo, Devin.
Todo lo que necesitas es paciencia.
—¡Tal vez ya no la tenga! —Devin se alejó de ellas.
Ginger oyó el tono decisivo en la voz resentida de Devin, y un
profundo sollozo la hizo estremecer. ¡Lo había perdido, y no era culpa de
nadie más que de ella!
—Todo está bien, Ginger —dijo Marla con suavidad, tocando el
hombro de la muchacha—. Lamento lo sucedido. Puedo darme cuenta
ahora por qué pensaste… Sé que en parte la culpa es mía. No deberías
tomar con tanta seriedad lo que te digo.
—¡Sí, es tu culpa! —le dijo Jack a Marla con tono cortante—. Quiero
hablar contigo. Vamos. Ellos dos deben estar solos para resolver sus
propios problemas.
—¡Me iré cuando esté lista! —le replicó la joven morena.
Ginger apartó las manos de su rostro húmedo, aún más apenada, al
ver que Jack y Marla seguían disgustados… y todo a causa de ella.
—Jack, lo siento —dijo Ginger—. No…
—Está bien —respondió el hombre—. ¡Me alegro de que haya
sucedido! He aprendido algo esta noche —Jack se dirigió entonces a Marla
—. ¡Nos vamos ya!
Los labios de Marla se pusieron tensos y ligeramente pálidos.
—Te hablaré más tarde, Ginger. No te preocupes, todo se solucionará,
estoy segura —dijo a su joven amiga. Marla siguió entonces a Jack, un
tanto de mala gana, hacia la cocina, rumbo a la puerta de salida.
Devin, erguido por la tensión, estaba de pie en medio de la sala,
dando la espalda a Ginger. La muchacha, con piernas temblorosas y
débiles, se acercó al joven.
—Lamento haber pensado mal de ustedes —dijo Ginger observando el
rígido perfil del muchacho—. Sabes que tomo las cosas a la tremenda.
Trataré de no volver a comportarme así. Lo prometo… ¡trataré de mejorar!
—Nunca confiarás en mí, ¿no es verdad? —Los ojos de Devin miraban
distantes a través de la ventana, hacia el mar negro por la oscuridad de la
noche—. Como dijo Marla, nunca podrás olvidar. Esa cicatriz no se borrará
jamás en ti, evitando que me tengas confianza. Esa es la razón por la que
no te casas conmigo ¿no es así? Es sólo que no querías admitirlo.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—No… no lo sé, Devin. Me siento mal y confundida ahora. ¡Todo lo


que sé es que te amo! Por favor, trata de no enfadarte conmigo. Me
lastimas.
—¿En serio? Te diré lo que me duele a mí…. hacerte el amor cuando
no hay entre nosotros un compromiso de por medio; no saber cuánto
tiempo permanecerás conmigo o cuándo alguna sospecha sin fundamento
te alejará de mí. No puedo continuar así, Ginger. Fue muy difícil recuperar
tu cariño. Cuando dijiste que me amabas, pensé que todo marcharía bien
de ahí en más. Pero estaba equivocado. Si no puedo ganar tu confianza,
nunca aceptarás ser mi esposa. ¿Qué me queda por hacer? Nada.
Había una falta de esperanza total en el comportamiento y en el
rostro de Devin. Lentamente se alejó más de la muchacha y se dirigió a la
cocina.
—Devin —dijo la joven, tomándole el brazo— no es tan terrible como
piensas. ¿Dónde vas… adónde?
—Me voy para siempre.
—¡No, Devin, no! ¡No te marches! —Ginger intentó tomar con fuerza
el brazo del muchacho que se dirigía a la puerta y se sintió llevada por el
impulso del joven que seguía su camino sin detenerse.
—¿Por qué razón habría de quedarme? ¡No hay futuro para nosotros!
¿Por qué prolongar algo que pronto terminará de cualquier manera?
Prefiero ser infeliz por mí mismo.
—¡Por supuesto que hay un futuro para nosotros! —exclamó Ginger.
Con toda la fuerza que pudo reunir tomó el brazo del joven hacia atrás
tratando de retenerlo—. ¡Devin, por favor!
—¿Qué futuro? ¿Encontrarme contigo en esta casa vacía un fin de
semana tras otro hasta que sospeches que tengo una aventura con alguna
otra mujer? ¿Y pasar por esta situación otra vez? ¡Esa no es vida para mí!
Todo lo que quiero es casarme, llevar una vida tranquila con mi esposa, y
continuar con mi carrera. El problema es —dijo el muchacho con ojos
enrojecidos y llorosos— que tú eres la única que siempre he deseado
como esposa. Pero ése es mi problema —Devin se veía derrotado—. A ti te
hace feliz ser soltera. ¡Supongo que yo también deberé serlo! —El joven
llegó a su coche y abrió la puerta. Ginger continuaba tomándolo del brazo
—. Será mejor que dejemos de vernos.
La muchacha sintió que la tierra se abría a sus pies.
—¡No, Devin! —gritó la joven, sollozando—. ¡No puedo vivir sin ti! ¡No
me dejes otra vez! ¡Por favor! ¡Quédate! ¡No, por favor!
—¡Déjame ir! —dijo Devin tratando de apartar a Ginger de su camino.
—¡No! —Cuando Devin logró alejar las manos de Ginger de su brazo,
la joven le rodeó la cintura con sus brazos—. ¡No me dejes! ¡Nunca he
amado a nadie que no fueses tú! —Los ojos de Ginger miraron al joven
desesperados.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¡Viviré contigo… aquí… o en Seattle, si lo deseas! ¡Seremos felices!


¡Te prometo que no sospecharé de ti! ¡Confiaré en ti!
Devin tomó a Ginger de los hombros y trató de alejarla.
—¡Estás histérica!
La joven intentó calmarse y recuperó la voz.
—No, no lo estoy. ¡Es verdad lo que digo! ¡No, no quiero ser soltera,
no! Viviré contigo… donde tú desees.
—¡Te dije que no quiero una amante sino una esposa!
—¡De acuerdo! Me casaré contigo entonces. ¡Lo que desees… lo haré!
¡Pero no me dejes!
Devin miró a la muchacha bajo la tenue luz de la luna por un
momento, como si quisiera creer en ella, pero sus ojos se oscurecieron.
—Sólo lo dices porque te sientes mal y me dirías lo que fuera
necesario para calmarme. Mañana cambiarás de parecer.
—¡No, no lo haré! —Ginger rogaba que el joven le creyera.
—Sí, lo harás. ¡Me dirás que no lo has hecho, y sólo hallarás una
excusa para posponer una vez más la fecha de la boda! —Devin logró
liberarse de Ginger; luego tomó otra vez los brazos de la joven y la apartó
con rudeza—. ¡Aun cuando te casases conmigo, nunca confiarías en mí!
—Sí, te prometo que lo haré —la muchacha luchó por no apartarse de
Devin, pero el joven la mantuvo a distancia.
—No funcionará, Ginger. No hay esperanzas. ¡Quiero irme ahora
antes de que enloquezca andando en círculos contigo! Ya tengo una
úlcera. ¡Ya no puedo soportar esta situación!
Con esas palabras, proferidas a la muchacha con voz que reflejaba su
aturdimiento, Devin subió a su coche y cerró la puerta. Encendió el motor.
Aun cuando el automóvil comenzó a alejarse, la muchacha corrió a un
costado del vehículo y sus dedos asían con firmeza la manija de la puerta.
—¡Devin, no te vayas! —exclamó la muchacha casi en un alarido—.
¡Te amo!
Cuando el coche se alejó raudamente rumbo al camino, Ginger se vio
obligada a alejarse. Entonces el coche partió a toda velocidad mientras
Devin miraba hacia adelante con fría determinación como si no se
atreviera a volverse para mirar a Ginger. La muchacha corrió tras el
Mercedes hasta que viró hacia el camino principal. Se detuvo entonces,
sintiéndose sin aliento ni fuerzas, con el corazón palpitándole en el pecho
al ver que las luces del automóvil desaparecían en la oscuridad.
Ginger se llevó la mano a los labios para contener los sollozos. Había
un profundo silencio a su alrededor. Si alguno de los vecinos había oído lo
que sucedía, ninguno salió a investigar. Caminando con dificultad, la
muchacha regresó lentamente a la casa, aterida. Cuando llegó a la puerta
trasera, entró. Luego, con un sollozo prolongado y desgarrador de su
garganta, sintió el temblor de sus piernas y cayó lentamente al suelo.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Ginger levantó la cabeza sin saber cuánto tiempo había permanecido


en el suelo semiinconsciente y llorando. El reloj de la pared daba las once.
La muchacha se obligó con cierta dificultad a sentarse. Tenía el cabello
desordenado, el suéter y los pantalones arrugados, y el rostro pálido por
completo, a excepción de los ojos rojos e hinchados.
¿Por qué razón no podía retener a su lado al hombre que amaba?
¿Cómo podría seguir viviendo? Necesitaba el amor de Devin para subsistir.
Sin él su vida no era nada más que un vacío: sin sentido, ni objetivos,
desprovista de…
La joven oyó un motor que se detenía del otro lado de la puerta.
¡Devin! ¡Ha regresado! ¡Había cambiado de parecer!
La muchacha hizo un esfuerzo para ponerse de pie y abrió la puerta
trasera. Pero al mirar el patio oscuro, vio el Datsun de Marla, no el
Mercedes. Y luego su amiga corrió hacia ella.
—¡Ginger! ¡Te ves terrible! ¿Qué sucedió?
La joven comenzó a temblar violentamente.
—¡Ay, Marla, Devin me ha dejado! Nunca regresará… —La muchacha
comenzó a sollozar sobre el hombro de su amiga.
—¡No seas tonta! —dijo la joven morena, tratando de calmar a
Ginger, a pesar de que había un indicio de alarma en su voz—. Vamos,
entremos y sentémonos.
Con la ayuda de su amiga, Ginger fue conducida a la cocina. Marla
cerró la puerta de atrás y caminó con ella hasta la sala. Colocó el débil
cuerpo de Ginger sobre una de las sillas plegables y luego acercó la otra
para sentarse junto a la muchacha.
—¡Deja de llorar y dime lo que ocurrió!
Ginger contuvo las lágrimas.
—Me dijo que yo nunca confiaría en él… y que nunca aceptaría
casarme con él… y que ya ha tenido suficiente de mí. Él… no quiere volver
a verme. Subió a su coche y se marchó… ¡Y no sé qué haré Marla! —La
voz de Ginger terminó la frase dando lugar a otra hola de sollozos.
—Lo que vas a hacer es componerte. ¡Él regresará!
—Pero Marla, él dijo…
—Estaba enojado por lo sucedido. Se sentía mal cuando me decía que
tú no te casarías con él. Es todo lo que hablamos durante dos horas… lo
que podía hacer para convencerte de que fueses su esposa. Devin no
puede comprender por qué no quieres hacerlo y sinceramente, yo
tampoco.
—Lo perdí antes —dijo Ginger entre sollozos—. Supongo que yo sabía
que sucedería otra vez. No podría soportar otro divorcio.
—Pero Ginger, Devin me dijo una vez que él no deseaba entonces
divorciarse de ti.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Eso hizo detener a Ginger.


—¿Qué podría haber hecho si me había sido infiel?
—¿Intentar perdonarlo? —sugirió Marla.
La muchacha enmudeció y bajó la mirada.
—Bueno, no tiene sentido volver atrás. Ahora tienes otros problemas
que resolver. ¡Para retener a Devin esta vez, Ginger, tendrás que casarte
con él!
El mentón de la joven comenzó a temblar.
—¡Pero… cuando Devin salió de la casa, le dije que me casaría! Me
respondió que yo estaba histérica y que en realidad no lo sentía así —la
muchacha bajó la cabeza—. ¡Ay, Marla! Ojalá no fuese tan sensible. Pienso
que ésa es la razón por la que Devin está cansado de mí.
—¡Él no está cansado de ti! Tus emociones obstaculizan tu percepción
de las cosas —dijo Marla.
—Bueno, ¿y qué se supone que debo hacer?
—¡Casarte con él!
—Pero se marchó…
—¡Regresará! No lo pienses dos veces.
Los ojos de Ginger se abrieron, y por primera vez hubo un ligero
destello de esperanza.
—¿Sinceramente lo crees así?
—Por supuesto, Ginger. ¡Nunca vi a un hombre cuyos pensamientos
giraran pura y exclusivamente alrededor de una mujer como en el caso de
Devin! A veces se torna algo obsesivo. Y cansador. ¡Nunca he hablado con
él por más de dos minutos de otro tema que no fueses tú! A propósito, ésa
es —dijo Marla bajando la mirada—, ésa es la razón por la que regresé.
Quería explicarte que Devin y yo nos hemos encontrado a menudo para
hablar sobre ti. Todo comenzó cuando trabajábamos con los documentos
para la compra de la casa. Él me preguntó sobre ti y descubrió que yo era
tu amiga, entonces le permití que me sacara información sobre ti. Como te
dije, en ese momento mis sentimientos estaban confusos. Lo hice porque
pensaba que ustedes debían estar juntos, pero también no me importaba
estar disponible en caso de que las cosas no funcionaran bien entre
ustedes dos. ¡Como te dije antes, me olvidé de la idea de inmediato! Lo
que Devin le dijo a Jack sobre lo ocurrido esta noche es exactamente la
verdad. Quería que estuvieses segura de eso, Ginger. Lo siento. Me he
comportado muy descuidadamente… es característico en mí. Y supongo
que no tendría que haber sido tan sincera contigo aquel día durante el
almuerzo.
Ginger esbozó una ligera sonrisa.
—Está bien. Siento haber involucrado a Jack en todo esto. Siento que
les he causado un problema a los dos.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—El problema ya existía. Sólo ha recrudecido.


—¿Aún está enojado?
—Sí —respondió Marla con un cansado suspiro—. Quiere… quiere
terminar la relación. Dice que podemos seguir siendo amigos, pero no
desea continuar nuestro noviazgo. Soy demasiado independiente,
demasiado liberal para él.
—Pero quería casarse contigo —dijo Ginger con ojos apenados.
La ligera sonrisa de Marla llevaba dolor dentro de sí.
—Sí. ¡Cuando me lo mencionó, me eché a reír! Creo que no volveré a
oírlo hablar del tema.
—Lo siento.
Marla inclinó la cabeza en actitud pensativa. Su tono ligero no
coincidía con la expresión de su rostro.
—¡Yo no! No estoy preparada para acarrear la bola y la cadena. Y
además puedo recuperar a Jack si lo deseo —Marla dirigió su mirada vivaz
hacia su amiga—. ¡Y eso es lo que tienes que pensar respecto de Devin!
Ginger con tristeza negó con un movimiento de la cabeza.
—¡Ay, Ginger! ¡Tienes todas las cuerdas! ¡Lo único que tienes que
hacer es tirar de ellas! —Ginger miró a Marla como si estuviese hablando
en una lengua extranjera—. De acuerdo —dijo la joven morena con una
risita— ¿por qué no tratas de dormir un poco ahora? Mañana verás las
cosas de modo más optimista. Tal vez deberías tomar algo para dormir.
Tengo unas pastillas en casa. No tengo inconveniente en ir a…
Ginger de pronto se tornó pálida.
—¡No! —La muchacha respiró profundamente tratando de detener un
ataque de náuseas—. No quiero pastillas.
Marla miró a la joven con nueva preocupación.
—¿Estás bien? ¿Quieres que pase la noche aquí contigo?
—No —Ginger trató de sonreír—. Gracias, pero estaré bien. Tienes
que trabajar mañana. Será mejor que te vayas a casa y duermas bien.
Después que Ginger le aseguró varias veces que se encontraba bien,
Marla se marchó. La joven estaba sola otra vez. Era medianoche. La
muchacha comenzó a caminar sin rumbo por la casa, y su mente estaba
todavía confusa, pero con el paso de los minutos comenzaba a aclararse.
Cuando Marla mencionó las píldoras para dormir la joven deseó asirse a la
realidad.
«No más histeria», se dijo Ginger a sí misma. El pasado no se
repetiría. Por primera vez la joven se dio cuenta de que había un instinto
de preservación dentro de ella. Debía de haber estado presente también
años atrás, pues algo había evitado que bebiera el resto de las píldoras del
frasco. Y de alguna manera la muchacha había sobrevivido después de
aquellos acontecimientos, el divorcio, la reconstrucción de su vida y el

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

descubrimiento de una carrera. Algo dentro de ella había querido vivir y le


había dado fuerzas para salir adelante.
Ginger dejó de caminar un instante para mirar por la ventana la playa
oscura. No debía decirse a sí misma que no podía vivir sin Devin.
—No era verdad. ¡Lo había hecho durante ocho años! Aun cuando no
volviese a verlo, viviría de algún modo.
Pero sólo existiría, como lo había hecho durante todos esos años, sin
él, pensó la muchacha. Inquieta, Ginger se alejó de la ventana y regresó a
la cocina. Sólo existiendo. De pronto se sintió invadida por la
desesperanza.
Ginger continuó vagando de un cuarto a otro durante las siguientes
dos horas, sentándose por momentos, y luego poniéndose de pie. Oscilaba
entre la desesperación, la aceptación triste de su vida sin Devin, y, a
veces, pequeños momentos de esperanza.
Fue durante uno de sus momentos de tristeza cuando estaba en la
cocina que sus ojos de detuvieron en un frasco que se encontraba sobre la
encimera. Era la receta de Devin. Su medicina. La inmediata preocupación
de la joven fue que el muchacho no la tenía consigo y podría necesitarla
para su úlcera, ya que se sentía mal. Y luego Ginger pensó que el joven
podría regresar por ella. Por lo menos, le daba una excusa a ella para
llamarlo y decirle que la había dejado allí, y quizás…
Ginger dio un vistazo a su reloj. Era más de la una, pero Devin podía
estar despierto, como ella. El corazón de la joven comenzó a palpitar.
Pensó, discutió consigo misma, se dio ánimos. Después de quince minutos
de intensa y ansiosa deliberación interna, la muchacha se dirigió al
teléfono y marcó el número con manos frías. Presa del pánico al primer
llamado, la joven se obligó a tomar el auricular con más firmeza. Pero fue
inútil. Sonó diez veces, y nadie respondió.
Ahora la invadía una nueva ansiedad. ¿Dónde estaba Devin? Había
tenido tiempo suficiente para regresar a casa. ¿Estaría enfermo? ¿Estaría
en algún lugar necesitando ayuda? ¿O sólo estaría en su coche,
recorriendo la ciudad, como hacía ella yendo de un cuarto al otro de la
casa?
No había nada que ella pudiese hacer, la muchacha se dijo a sí misma
sentada presa de la tensión en una silla plegable. Y no había razón para
asustarse, se recordó también a sí misma. Devin era un hombre adulto.
Podía cuidarse solo. Sin duda, podía cuidar de ella, también. Podía hacerlo.
Ginger tuvo una sensación casi física de que todo se reconstruía
dentro de su ser. Por una vez se sintió entera, optimista y esperanzada…
todo eso por sí misma, también, sin Devin para lograrlo. ¡Quizás no era
demasiado tarde! Le diría a Devin con mucha calma que sí deseaba
casarse, que ya no temía asumir un compromiso con él. Y se lo diría de un
modo adulto, para que el joven supiese que lo había pensado con
detenimiento y que no era resultado de la histeria.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Ginger estaba ansiosa de hablar con Devin. Si pudiese decirle todo


eso, todo marcharía bien. La joven sintió que su pulso se aceleraba. Se
dijo a sí misma que estaba excesivamente ansiosa. Tampoco tenía que
entusiasmarse demasiado. Hacer que Devin le creyera podría llevarle algo
de tiempo, y necesitaba estar preparada para eso. Mantenerse en calma y
serenidad era para ella una ardua tarea. Pero lo lograría. ¡Estaba decidida
a hacerlo!
Hora tras hora Ginger se tornó más tranquila y optimista. Cuando el
amanecer iluminaba gradualmente el cielo, la muchacha había ideado
varias estrategias, todas muy razonables y bien pensadas. Mientras
observaba por la ventana la salida del sol, hizo una lista mental de ellas.
Plan A: Llamaría a Devin de nuevo a las ocho y le diría que había dejado su
medicina en la casa. Si no respondiera, no se preocuparía. Llamaría otra
vez más tarde. En algún momento tendría que regresar. Si el joven
contestara el teléfono, pero no quisiera hablar con ella, entonces… el Plan
B: Se iría a Seattle y hablaría con él. Tendría que llamar a Marla y pedirle
que la llevara hasta su casa para recoger el automóvil, luego…
Un ruido interrumpió los pensamientos de Ginger. ¡Alguien abría la
puerta de la cocina! La joven se alejó abruptamente de la ventana y miró
a través del cuarto hacia la cocina. De pronto allí se encontraba Devin,
cansado, pálido, con ojos de mirada intensa observando a la muchacha.
—¡Devin! —Ginger sonrió, mientras corría hacia él con ojos llorosos—.
¡Estoy tan feliz de verte! —Entusiasmada, Ginger tomó la mano del joven
en las suyas, pero él parecía no notar lo que sucedía. Devin la miró
seriamente, agobiado de inquietud aunque rígido.
—¿Decías la verdad cuando afirmaste que te casarías conmigo?
La joven quería gritar: ¡sí! ¡Sí! Pero se mordió los labios, intentando
Contenerse.
—Sí, me casaré contigo. Cuando lo desees —a pesar del palpitar de su
corazón la muchacha parecía tratar una reunión de negocios.
Los ojos enrojecidos de Devin se abrieron ligeramente detrás de las
gafas de fino marco. Estaba perplejo.
—¡B-bien! Bueno, entonces… —Tratando de orientarse y buscando un
punto de apoyo, el joven caminó pensativo hasta un banquito junto a la
encimera de la cocina y se sentó.
—¿Te sientes bien? ¿Necesitas tomar esto? —preguntó la muchacha
topando el frasco con la medicina.
Devin miró a la joven como aturdido.
—Sí, lo necesito… —murmuró.
—¿Quieres un poco de agua para tomar la medicina? —preguntó
Ginger solícitamente.
—¡No importa eso ahora! Tenemos cosas que arreglar primero. ¡Nos
casaremos tan pronto como sea posible… en dos o tres semanas! —Devin
miró con seriedad a la muchacha, esperando alguna oposición.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—Bien.
—Quiero poner la casa en orden. Mientras esperamos, quiero que te
concentres en decorarla y hacerla un lugar habitable. Te ayudaré pero tú
sabes más sobre estas cosas que yo.
—De acuerdo, Devin.
El joven miró a la muchacha, inquieto, como si las cosas marchasen
demasiado bien.
—Lo último es que no voy a dormir contigo otra vez hasta que
estemos casados.
Ginger respiró profundamente y bajó la mirada. Esto no era tan fácil
de aceptar. La joven sentía que podría necesitar sentirse segura a través
de él… No. ¿Acaso no había dejado a un lado la idea de que Devin debía
probarle su amor por medio del sexo?
—De acuerdo. Esperaremos —dijo la muchacha—. ¡Ahora, Devin mi
ultimátum para ti es —agregó la joven sosteniendo el frasco con el
remedio— será mejor que tomes esto antes de decir una sola palabra
más! ¡No deseo posponer nuestro casamiento porque debas regresar al
hospital!
La expresión seria del joven se transformó en una sonrisa. Devin
tomó la medicina. Luego dijo:
—¿Entré en la casa correcta? ¿Es éste el mismo lugar que dejé
anoche?
Ginger sonrió, con el rostro iluminado.
—La misma casa, aunque una mujer ligeramente distinta.
—Así me pareció. No demasiado diferente, espero —dijo el muchacho
al rodear con su brazo la cintura de la joven para acercarla hacia él.
Ginger acarició con sus brazos los hombros de Devin y se acercó a su
recio cuerpo.
—No. Acabo de darme cuenta de que supero mejor una crisis si no me
atemorizo todo el tiempo. Puede que lleve un tiempo, pero mejoraré. Tal
vez entonces no necesitarás tampoco de esta medicina —dijo la
muchacha, parpadeando ante lo húmedo de sus ojos.
—Esa falta es tan tuya como mía. Yo también soy sensible. Sólo
guardo las cosas dentro de mí, donde me producen daño.
—¿Dónde estabas? Traté de llamarte…
—Estuve dando vueltas en el coche por largo tiempo. Primero tenía
intenciones de irme a casa, pero me di cuenta de que no quería realmente
dejar la isla. Entonces di unas vueltas en mi automóvil y luego por fin
regresé aquí. Estacioné en el área de estacionamiento público y me limité
a sentarme sobre un tronco en la playa durante el resto de la noche, para
pensar. Al amanecer decidí entrar y hablar contigo… darnos otra
oportunidad.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

—¿Quieres decir que todo este tiempo estabas sólo a unos pasos de
aquí?
Devin se inclinó y besó a la joven.
—¿Crees que es fácil alejarse de ti?

El casamiento fue una ceremonia simple en la oficina del juez de paz


en Seattle. Jack y Marla estaban allí como testigos. Ningún miembro de las
dos familias, los Cowan o los MacPherson, vinieron pues no tenían idea de
que la unión matrimonial se celebraría. Ginger pensó que sólo
complicarían las cosas y Devin estuvo de acuerdo. El joven no deseaba
tomar una decisión que afectara el equilibrio emocional de Ginger.
Después de la ceremonia que tuvo lugar por la mañana, la pareja celebró
con Jack y Marla en el mejor restaurante de la zona.
Cuando Devin y Ginger regresaban a su casa en Double Bluff más
tarde, el joven debió admitir que su esposa lo había sorprendido. La
muchacha aparentemente no había tenido un solo momento para
reconsiderar lo sucedido. Se había dedicado por completo al proyecto de
decorar la casa, había redecorado todo el lugar, con la excepción de las
alfombras. Nuevo papel para los muros, nuevos muebles, ropa de cama, y
manteles, nueva vajilla, y los había ordenado meticulosamente. Cuando
Devin vio el lugar en forma breve en la mitad de la semana, comenzaba a
verse como un decorado de una revista de decoración de interiores.
Pero así era Ginger. Nunca hacía las cosas por la mitad. A pesar de
que estaba más tranquila ahora de lo que Devin había esperado, el joven
sintió que el hecho de que Ginger se volcara por completo a la tarea era la
manera de reemplazar la actividad sexual que el muchacho le había
negado. Ginger aún estaba preocupada por complacer a Devin, y el joven
así lo temía. Ahora intentaba ser la esposa perfecta.
Ginger se había mostrado algo nerviosa durante la ceremonia esa
mañana. Pero no lloró. Había vivido la experiencia con calma, aunque por
momentos un poco pálida. ¡Él, por otro lado, tuvo algunos problemas para
repetir el juramento, por la emoción que lo embargaba no podía
pronunciar las palabras! Y Marla sacó su pañuelo para secarse las
lágrimas. Ginger se había mostrado tranquila durante el almuerzo después
de la ceremonia. No se sentía triste, sólo como si no supiese muy bien lo
que estaba haciendo allí. No, pensó Devin, mirando de soslayo a su
encantadora esposa, había algo que aún no se había resuelto. El
muchacho suponía que la joven siempre tendría sus pequeños misterios
que él mismo resolvería.
Ginger rió alegremente mientras Devin la cruzó en brazos el umbral
de la casa. La dejó en la cocina y, sin apartarse de ella, la besó con afecto.
La muchacha respondió al beso, luego se alejó y le dijo a su flamante
esposo con entusiasmo:
—El juego de comedor fue enviado por fin ayer. ¿Quieres verlo?

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Tomándolo de la mano, la joven condujo al muchacho hacia una de


las esquinas de la sala. El juego de muebles era de estilo colonial, como el
resto de la sala. Una vitrina exhibía el juego de té que Devin había
adquirido meses atrás, y algunas otras piezas que la joven había traído de
la tienda.
—¡Se ve maravilloso, querida!
—Entonces… la casa está terminada ahora. Espero que todo esté bien
—dijo la muchacha con nerviosismo.
Ginger se había sentido extraña y perdida durante todo el día.
Habiendo sido soltera durante tanto tiempo, la muchacha no sabía bien,
como esposa, lo que debía hacer o cómo se suponía que debía
comportarse. Durante toda la ceremonia la joven estaba plena y
felizmente consciente de que entraba a una etapa de su vida
completamente nueva. Y de pronto se había sentido poco segura de lo que
le aguardaba. Había logrado sobrellevar el temor. La ceremonia y la cena
habían pasado también. ¿Pero qué sucedería ahora?
—Has hecho un trabajo maravilloso Ginger —decía Devin—. ¡Estoy
orgulloso de ti!
De pronto la muchacha Se sintió cálidamente gratificada ante el
halago de su esposo. La joven bajó la mirada sonrió.
Devin levantó el mentón de la muchacha con sus dedos.
—De pronto pareces tímida —la voz del joven dijo en secreto—:
¿Temes al lecho matrimonial, mi pequeña esposa?
Por alguna razón desconocida la muchacha sintió que se sonrojaba.
Trató de reír pero luego se alejó confundida.
Devin colocó sus manos sobre los hombros de la joven, haciendo que
se enfrentara con él.
—¿Qué es todo esto?
—No lo sé —dijo Ginger, bajando la mirada—. Realmente actuaba
como una tonta.
—¿Porque no hemos hecho el amor durante tanto tiempo, te sientes
ansiosa?
La preocupación hizo que la joven frunciera el ceño.
—La última vez…
—La última vez yo estaba enojado porque temía que nunca te fueras
a casar conmigo.
Ginger subió con Devin a su dormitorio amueblado. Caminando hacia
el tocador de arce, la muchacha comenzó a quitarse los pequeños
pendientes de perlas costosísimas que Devin le había dado como obsequio
de casamiento. La joven llevaba un traje blanco de una tela tramada que
tenía lunares de tono castaño claro. Ginger lo había comprado
especialmente para ese día, junto con una blusa de seda estilo Victoriano
de color blanco que llevaba hileras de encaje, anchas y elegantes, que

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

formaban una V sobre el pecho hasta la cintura. La pareja se había


detenido en una casa de fotografía antes de la cena para tomarse la
tradicional foto de casamiento.
Cuando Ginger colocaba los pendientes sobre el tocador, Devin se
acercó desde atrás, observándola con admiración en el espejo. El joven
ayudó a la muchacha a quitarse la chaqueta y la dejó a un lado.
—Me encanta esta blusa, Ginger —dijo el muchacho mientras sus
manos llegaban a los delicados hombros—. ¡Creo que es la prenda más
sugestiva que te he visto lucir!
Ginger estaba un tanto horrorizada.
—¿Mi traje de boda? Pero estoy toda cubierta.
—Tal vez sea por eso. Te ves tan femenina y delicada. ¡Tienes clase!
—Los ojos de Devin brillaron cuando sus manos descendieron suavemente
sobre el frente de encaje—. Hay algo totalmente devastador en la manera
en que las puntillas se deslizan sobre tu cuerpo —el exquisito y filigranado
material cubría y al mismo tiempo acentuaba los senos de la joven, de
modo provocativo—. Debí hacer un esfuerzo para contenerme y no dejar
mover mis manos en la casa de fotografía. ¡Y durante la cena también!
Las manos de Devin recorrían ahora los suaves senos, jugando
ligeramente con el rico encaje. Ginger sintió la caricia a través de la tela. Y
de pronto sintió que sus fibras nerviosas cobraban vida. El hecho de
observar al joven acariciarla en el espejo agregaba una dimensión
atormentadora a su creciente excitación. Las manos recias se veían
oscuras y masculinas contra el encaje. Ginger sintió un estremecimiento
que corría por su espina dorsal.
—Devin… —dijo la muchacha con suavidad. Ginger se volvió hacia el
joven buscando más de lo que ya recibía. Pero al mirarlo, la muchacha
sonrió y luego tomó las gafas y las colocó sobre el tocador.
Devin parpadeó ligeramente en tanto sus extraordinarios ojos verdes
se adaptaban a una nueva visión de su esposa. Con cierta diversión el
joven dijo:
—¿Estás cambiando a Clark Kent por Superman?
—Así lo espero —Ginger hubiese querido contener sus impulsos y
dejar que Devin iniciara esta vez el contacto amoroso, ya que el muchacho
había notado anteriormente la ansiedad que ella sentía por complacerlo.
Pero sus instintos femeninos pudieron más y se estiró para besar a su
flamante marido. De inmediato los brazos de Devin la acercaron, y la
joven verificó la pasión que con ella compartía.
Los brazos de Ginger rodearon el firme cuello cuando el encaje y su
piel se perdieron contra la firmeza del pecho en un fuerte abrazo. La boca
cálida de Devin comenzó a arder cuando esos labios acariciaron de modo
insistente los de la joven. Los labios de Ginger se abrieron ante la presión,
de modo que el muchacho pudo paladear la dulzura en la boca femenina.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Los labios de Devin se alejaron y empezaron a recorrer la mejilla de


Ginger rumbo a su cuello, besándola junto al borde del cuello de encaje.
—Ay, Ginger —dijo el muchacho con voz ronca, y sin aliento—. He
sufrido bastante intentando alejarme de ti durante las últimas semanas.
Pensé que el día de nuestro casamiento no llegaría nunca. Te deseo tanto,
que si… si no estás en mis brazos en nuestro lecho en los próximos
minutos, creo que me desintegraré.
Los ojos húmedos de Ginger resplandecieron de pasión mientras
asentía con una sonrisa. La muchacha aflojó la corbata de Devin y se la
quitó, para luego comenzar a desprender los botones del chaleco del traje
gris claro. Devin, mientras tanto, con dedos ardientes y trémulos por la
expectativa buscaban en el recamado encaje los diminutos botones que
recorrían el frente de la blusa. Cuando por fin los encontró, los
pequeñísimos ojales hicieron difícil la tarea de apartar los botones.
—Estos botones pueden llevarme a una institución para enfermos
mentales —murmuró el muchacho con impaciencia.
Ginger se rió y dijo:
—Permíteme.
Mientras sus dedos delicados desprendían hábilmente un botón tras
otro, los ojos de Devin parecían chispas encendidas e intensas. Cuando
por fin Ginger levantó la mirada, poniendo fin a su ardua tarea, estuvo a
punto de atemorizarse. Devin parecía listo para devorarla. Hasta los firmes
músculos de los brazos y los hombros se contrajeron levemente.
—¡Me vuelves loco! —dijo el joven, mordiendo levemente el hombro y
el cuello de Ginger—. Lo sabes muy bien ¿no es verdad? ¡Pequeña sirena!
—Los dedos ardientes hallaron el broche del sostén en la espalda. De
inmediato la joven sintió que el delicado material se apartaba de su
cuerpo. Los senos quedaron libres de su protección y la muchacha tembló
ante la expectativa. Los dedos trémulos de Ginger acariciaron el pecho de
Devin ascendiendo y perdiéndose entre el vello masculino. Las manos
fuertes en la delicada espalda la acercaron al recio cuerpo del joven.
—¡Devin! —exclamó la muchacha con urgencia, abrazando a su
querido esposo—. Eres tan fuerte… —la joven se sentía desfallecer.
Las manos de Devin se movieron de modo posesivo, acariciando la
suave piel de la espalda y luego los costados de los senos.
—¡Eres tan delicada! —murmuró el muchacho casi sin coherencia—.
Te necesito, ángel. No puedo…
La voz de Devin fue interrumpida por una llamada telefónica junto a
la cama. El sonido agudo sobresaltó a ambos.
—Ay, no —dijo la muchacha, casi gimiendo—. No tenemos que
contestar.
—¡No! —exclamó el joven, besándola. Pero la llamada persistió.
Después de sonar por novena vez, Devin dijo—: ¡Maldición! —y después
de otro llamado—: Tal vez es alguien de mi oficina. ¡Me libraré de ellos!

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Cada movimiento del sensual cuerpo de Devin reflejaba en su andar


la molestia que sentía, al acercarse a la mesa de noche.
—¿Hola? Sí, soy yo, Devin…
Ginger no escuchó mucho. La joven sentía como si todo su cuerpo
palpitase con un deseo aún no gratificado. Pensando en adelantar algunos
pasos, la muchacha se quitó el resto de la ropa interior.
De pronto Ginger se dio cuenta de que Devin decía algo sobre su
casamiento. Su tono era ahora cálido y amistoso. Luego dijo:
—¡A nosotros también nos gustaría verte, Val! —Ginger quedó
perpleja ante la mención del nombre de su hermana. Inesperadamente la
joven se sintió desnuda con la presencia de su familia en el teléfono y
tomó su blusa. En tanto Devin decía:
—¡Seguro, me parece bien! Le diré a Ginger. ¡Te veremos luego!
Devin se volvió hacia Ginger con una amplia sonrisa.
—Tu hermana y su familia quieren venir a felicitarnos. Consiguió este
teléfono a través de la señora Poole. Val estaba feliz de saber que nos
hemos casado. Pensé que sería agradable que compartiesen parte del día
con nosotros. No tienes inconveniente ¿verdad?
—No —respondió la joven, sintiéndose como si alguien le hubiese
quitado la alfombra debajo de sus pies—. ¿Cu-cuándo?
—En un par de horas. Pensé que eso nos daría tiempo suficiente para
terminar… lo que habíamos comenzado —dijo el muchacho con una
sonrisa.
—¿Dos horas? Yo… tendría que aspirar la alfombra de abajo. No tuve
tiempo de hacerlo ayer. Debía arreglar el dobladillo de la falda. Y tengo
que arreglar algunas cosas aquí arriba —Ginger miró horrorizada la ropa
esparcida por el suelo. Y no hay mucho en el refrigerador para ofrecerles…
Devin se echó a reír poniéndose de pie.
—¿Sabes? hablas exactamente como una esposa.
—¿Y acaso no era eso lo que deseabas? —dijo la muchacha, enojada
—. Quieres que lleve adelante un buen hogar ¿no es así?
—No me estoy quejando —dijo Devin acercándose a la muchacha. La
tomó de la mano y la condujo hasta el lecho—. Pero la alfombra me
pareció estar en buenas condiciones, me llevará sólo un minuto recoger
nuestra ropa, y podemos salir todos a comer. No hay problema alguno.
—Pero… —la joven aún estaba confundida.
—Ginger, ¿a quién deseas impresionar? ¿A tu hermana o a mí?
—Bueno… a ti.
—Así lo creí —Devin sonrió con delicadeza y acarició el rostro de la
joven—. ¿Cuándo va a entender tu hermosa cabecita que te amo por lo
que eres? No tienes que trabajar para complacerme o alegrarme… o
mantenerme divertido. No me voy a ninguna parte esta vez, querida.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Busqué durante ocho años y jamás hallé a alguien que se te pudiese


igualar. ¡Eres la única!
Cálidas lágrimas de felicidad invadieron los ojos de la muchacha al
sentirse deseada y amada a la vez.
—Sólo pensé que debía limpiar la alfombra, eso es todo —murmuró la
joven con timidez. Ginger pareció derretirse cuando el joven la tomó en
sus brazos.
—¡Lo primero es lo primero, mi amor! —exclamó el muchacho contra
el cabello rubio de su flamante esposa.
—¿Esto es primero? —Los ojos de Ginger señalaron la cama junto a
ellos.
—¡Será mejor que así lo creas!
De acuerdo pensó la joven. Podría vivir con eso. Sonriéndole a Devin,
la muchacha empezó a quitarse la blusa que se había puesto otra vez.
—No —dijo Devin, mientras sus manos acariciaban con ternura los
senos de Ginger a través del suntuoso encaje—. Déjatela puesta, me
agrada.
Devin terminó de desvestirse y recostó a la joven sobre el lecho.
Inclinándose sobre ella, apartó el encaje que le cubría el pecho,
descubriendo una vez más las delicadas cimas rosadas. Su boca recia
tomó una de ellas. Ginger gimió de placer ante las sensaciones eróticas
que los labios masculinos y ardientes y el interior de esa boca
despertaban y arrancaban del pétalo rosado. Entonces Devin hizo lo
propio con la otra cima. Utilizando la experiencia de sus manos y sus
labios, Devin devolvió la pasión urgente que se había encendido entre
ellos sólo unos minutos atrás, antes de la llamada telefónica.
De inmediato Ginger arqueó la espalda, acercando su pecho al del
muchacho. Las suaves caderas comenzaron un movimiento tradicional,
antiguo como la vida misma, impacientes por el delicado roce de sus
dedos poderosos en su secreto y femenino interior. La joven gimió con
placer desesperado ante las ardientes sensaciones que le invadían el
cuerpo por el contacto de su intimidad con las manos de Devin. Los dedos
inquietos de la muchacha acariciaron a su amado con la misma
sensibilidad y ardor hasta que la respiración del joven, pesada e irregular,
dio lugar a un ronco murmullo.
—¡Ginger, te necesito… ahora!
Los suaves miembros de la joven recibieron con ansias a Devin. Ella y
él se hicieron uno solo: un cuerpo, una mente, un espíritu.
¡Verdaderamente uno solo! Ginger era profunda y felizmente consciente
de eso aun ante el culminante momento de consumación de su nuevo
matrimonio, y más tarde en el dulce júbilo del deseo cumplido.
Ahora Ginger MacPherson sabía que sería así para siempre.

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Lori Herter – Todos nuestros mañanas – 1º Con sabor a Ginger

Fin

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