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Eceizabarrena, María Magdalena

Mujer y trabajo

Tesis presentada para la obtención del grado de


Licenciada en Sociología

Director: Eguía, Amalia Cristina

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Cita sugerida
Eceizabarrena, M. M. (2003) Mujer y trabajo [en línea]. Trabajo final
de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.573/te.573.pdf

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA.
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACION.

MUJER Y TRABAJO

TRABAJO FINAL LICENCIATURA EN SOCIOLOGIA


TUTOR: LIC. AMALIA EGUIA
ALUMNA: MARIA MAGDALENA ECEIZABARRENA
LEGAJO: 52858/4
AÑO: 2003

INTRODUCCION.

El estancamiento económico de los años ochenta y la reestructuración

productiva iniciada en los noventa tuvieron efectos regresivos sobre la estructura del

ingreso y la situación ocupacional de la Argentina. Ante esto, una de las estrategias

mayormente utilizadas por las unidades domésticas en épocas de crisis, es el envío de

mujeres y jóvenes al mercado de trabajo, constituyéndose en mecanismo de reacción/

adaptación ante circunstancias adversas.

La voluntad de las mujeres casadas y con hijos de acceder a un empleo parece

mayoritaria, la actividad productiva fuera del hogar se fue convirtiendo en norma para

las mismas.

Las mujeres salieron a reemplazar los ingresos deteriorados de sus cónyuges y/o

mantener el nivel de consumo familiar.

¿Qué cambios se presentan en la organización familiar ?

Este trabajo muestra cuáles son las transformaciones que están operando al

interior de los hogares con la salida de la mujer al mercado laboral, asumiendo que la

creciente presencia femenina en los mercados de trabajo se explica por los cambios

socioeconómicos que viene ocurriendo en las últimas décadas.

Para poder establecer cuáles son las transformaciones se analizarán, por un lado,

la relación entre los cónyuges dentro del hogar (qué cambios de actitudes se han

producido a partir de la inserción de la mujer al mundo del trabajo) y, por otro lado,

como los actores involucrados perciben las transformaciones de las que son parte.

2
Los aspectos que se tienen en cuenta en la investigación son la composición y el

tamaño de la familiar, la presencia de esposo/compañero, la actividad económica

desarrollada por los mismos, así como el trabajo extradoméstico realizado por las

mujeres.

Definimos el “trabajo extradoméstico como aquel que comprende actividades


remuneradas y no remuneradas que contribuyen a producir bienes y servicios para el
mercado. Este trabajo incluye a la actividad económica asalariada, por cuenta propia,
así como aquella realizada por patrones y familiares no remunerados. En contraste, el
trabajo doméstico es aquel encaminado a la producción de bienes y servicios para el
consumo privado de los integrantes del hogar”. (Brígida García, 1985).
Se pretende determinar cuáles son, además del económico, los factores que

llevan al grupo de mujeres entrevistadas a ofrecerse en el mercado laboral, considerando

el grado de responsabilidad doméstica.

El análisis se centra en la población de mayor actividad económica, de 20 a 49

años, que viven en hogares con presencia de menores (0 a 14 años) para poder observar

la incidencia que los hijos tienen sobre este grupo poblacional.

Se entrevistaron mujeres de diferente origen social ( estratos económicos medios

y medios bajos), para establecer la percepción que tiene cada grupo sobre el trabajo

femenino extradoméstico.

Las preguntas que formulamos son las siguientes:

• ¿Qué cambios y conflictos se producen dentro del hogar cuando las

mujeres ingresan al mercado laboral y deben distribuir su tiempo entre el

trabajo doméstico y extradoméstico, en especial cuando el trabajo es

parte de una estrategia doméstico-familiar para contrarrestar la caída de

los ingresos familiares?

3
• ¿Cómo influye la presencia de menores dentro del hogar en la inserción

laboral de las mujeres; ya que una creencia muy común apunta a que la

participación de las mujeres tiene forma de U, con dos momentos en que

aumenta al máximo: la participación es mayor antes del nacimiento del

primer hijo y cuando el hijo empieza a asistir a la escuela1.

1
Curvas utilizadas para países industriales y América latina, por Psacharopouls y Tzannatos. Pag17.
1997.

4
MARCO CONCEPTUAL.

La incorporación de la mujer al mercado laboral durante las últimas décadas se

dio en un contexto de crisis estructural que estuvo marcada por los efectos negativos

que las políticas de ajuste tuvieron sobre el empleo y los ingresos masculinos,

principalmente aquellos que dependían de un salario.

Esta incorporación coincide con un período de reestructuración de la oferta y

demanda de trabajo.

Nuestro país presenta cambios estructurales que modifican la dinámica familiar.

La política económica puesta en práctica a partir de marzo de 1976 produjo un

cambio brusco del rumbo económico; “persiguió la eficiencia y la modernización de la

estructura productiva y, al hacerlo, trajo aparejado paradójicamente un

endeudamiento externo sin precedentes, una disminución del ritmo de crecimiento del

empleo y de los salarios reales, un incremento de los precios y de la inflación,

desindustrialización y terciarización de la producción y del empleo, un crecimiento

significativo de la desocupación, de la subutilización de los recursos y de la

informalidad y la pobreza. Las medidas iniciales del gobierno militar (liberación de

precios, congelamiento de salarios, devaluación) se asociaron a una caída

espectacular del salario real”.

“Los resultados de esta política fueron un estancamiento global y una amplia

recesión industrial...Los resultados no se restringieron a deteriorar fuertemente las

condiciones de vida y bienestar de vastos sectores de la población, también se

5
manifestaron en una recomposición sectorial de la producción y el empleo bajo la

forma de avance de las actividades terciarias (comercio y servicios) y un retroceso de

las secundarias (manufacturas). Esto se tradujo en un crecimiento del cuentapropismo

y achicamiento del empleo industrial. Pero el impacto fue diverso para las mujeres y

para los varones”. (Wainerman- Geldstein, 1994).

Las mujeres habían aumentado su participación en la fuerza de trabajo

coincidiendo con el crecimiento del trabajo asalariado que se concentro en los empleos

para el sexo femenino. Las mujeres que se incorporan entre 1970 y 1980 tenían entre 25

y 55 años, elevándose su participación de 29% a 33% respectivamente. Entre este

mismo grupo, las de 24 a 44 años, durante el mismo período, crecieron aún más, de

28% a 34%. “Se trata fundamentalmente de mujeres casadas y unidas y en su mayoría

cónyuges de jefe de hogar y relativamente más educadas de los sectores medios y altos

de la sociedad2”.

“Este movimiento de la casa al trabajo actuó como una contracorriente dentro

del panorama de una fuerza de trabajo global decreciente, panorama al que

contribuyeron los varones reduciendo sustancialmente su participación laboral...”

(Wainerman- Geldstein, 1994).

Fueron las actividades del sector terciario las que incorporaron mano de obra

femenina, las ocupaciones tradicionalmente masculinas sufrieron un visible

estancamiento. Las mujeres salieron a menguar los salarios deteriorados de los

cónyuges y/o mantener el nivel de ingresos.

En los años ochenta con el cambio de política y de gobierno (instauración de la

democracia) se esperaba una respuesta positiva para aquellas personas que se

encontraban desocupadas. Pero los efectos de las políticas de ajuste siguieron afectando
2
La división del trabajo en familia de dos proveedores. Relatos desde ambos géneros y dos generaciones.
Catalina Wainerman. 1998.

6
a los salarios y a la demanda de mano de obra. Los altos niveles de inflación atentaron

contra las posibilidades de recuperación de los ingresos reales. El debilitamiento

económico impide generar puestos de trabajo genuinos, trayendo como resultado la

proliferación de subocupaciones en el sector informal. “La sociedad argentina asistió a

un paulatino aumento de la pobreza acompañado de altos niveles de desocupación,

informalización y precarización laboral”. (Wainerman, 1995).

Las mujeres aumentaron de manera manifiesta su propensión a concurrir al

mercado de trabajo, creciendo la tasa de actividad femenina para dicho período a casi un

38%, en el Área Metropolitana de Buenos Aires; manteniéndose el proceso de

feminización de la fuerza de trabajo que venía ocurriendo de la década anterior.

Wainerman (1995) interpreta este aumento “como un mecanismo de ajuste ante

la crisis del mercado laboral, que impulsó a las mujeres en mayor medida que en años

anteriores a integrarse a la fuerza de trabajo para aportar ingresos a los depreciados

salarios familiares. El hecho de que la participación de las mujeres cónyuges

aumentara al mismo tiempo que descendía la de los varones (concomitantemente con la

reducción del empleo en la industria y la construcción) sugiere que ellas salieron a

reemplazar los aportes al presupuesto familiar de los varones jefes del hogar y a

apuntalar los ingresos familiares sumamente deteriorados...Lo que se buscaba era

frenar la caída cuesta abajo. Estos movimientos acentuaron la feminización de la

fuerza de trabajo...”

En los países latinoamericanos, en el mismo período se verifica un importante

incremento de la actividad económica de las mujeres casadas y con hijos, explicándose

por la necesidad de equiparar ingresos deteriorado de los hogares.

Retomando a nuestro país, el quiebre institucional desatado en 1989 por la crisis

hiperinflacionaria permitió la puesta en marcha de una ola de reformas estructurales.

7
El contexto de crisis económica y social con el que Menem llegó al gobierno

determino que la política de estabilización y la política de reforma fueran incorporadas

en un mismo paquete. Esto significó que las reformas fueron hechas con el objetivo

prioritario de reducir el déficit fiscal y contener la inflación antes que para aumentar la

productividad y la competitividad de la economía en el largo plazo.

La política de cambio estructural comenzó a perfilarse con la aprobación de las

leyes de Emergencia Económica y Reforma del Estado. “La primera de ellas asestó un

golpe frontal al corazón del capitalismo asistido que se desarrollo en la Argentina

desde la posguerra al suspender por un plazo de 180 días – que sería luego renovado

indefinidamente- los regímenes de promoción industrial, regional y de exportaciones y

las preferencias que beneficiaban las manufacturas nacionales en las compras del

Estado. A su vez, la ley de Reforma del Estado marcó el comienzo del fin de otro de los

pilares del patrón de desarrollo preexistente al firmar el marco normativo para la

privatización de un gran número de empresas públicas”. (Gerchunoff – Torre, 1996)

La liberalización comercial, también subordinada a la política de estabilización,

se materializó en la apertura abrupta de la economía a la competencia externa como un

mecanismo disciplinador, formador de los precios internos, pero llevó al cierre de

numerosas empresas que no pudieron competir con los precios internacionales y la

consecuente aparición de altas tasas de desocupación.

Estas reformas fueron legitimadas mediante un discurso que destacaba la

ineficiencia del aparato estatal y la necesidad de un nuevo orden centrado en el mercado

asignador de recursos.

Pese a las reformas estructurales, los intentos por estabilizar la economía sólo se

consolidaron con la introducción del Plan de Convertibilidad que establecía un nuevo

régimen monetario y cambiario basado en la paridad entre el peso y el dólar, que

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prohibía la emisión monetaria sin respaldo de divisas en las reservas del Banco Central,

eliminando la discrecionalidad gubernamental en la materia.

El programa antiinflacionario puesto en marcha posibilitó la reactivación

económica al coincidir con la entrada de capitales extranjeros que llegaban en busca de

tasas de interés más convenientes. Sin embargo, la expansión del consumo ocasionó una

disminución del ahorro de la economía y el aliento a las importaciones, en perjuicio de

la producción nacional tanto para el mercado interno como para el internacional con la

consecuente aparición del déficit comercial.

Pese al favorable desempeño de las variables macroeconómicas en el período

1991-1994 la distribución del ingreso no mejoró. “En el nuevo patrón distributivo el

segmento del 10% más rico de la población fue el único que claramente aumentó su

participación. Señalemos, además, que, si bien en una trayectoria de inflación

descendente, la evolución de los precios relativos tuvo un impacto desigual sobre la

población. Los estratos de bajos ingresos se beneficiaron con los valores estables de

los alimentos que fueron los más perjudicados en términos de empleo. Por su parte,

importantes fracciones de las clases medias, en cuyo presupuesto doméstico los

servicios eran más significativos, debieron hacer frente al encarecimiento de los

servicios privados – en especial la salud y la educación- y de los servicios públicos

privatizados” (Gerchunoff-Torre: 1996)

Hacia 1994 la recuperación de la tasa de interés de los Estados Unidos y la

devaluación mexicana pusieron de manifiesto la fragilidad de la economía argentina y

su dependencia de las variables externas. La salida masiva de activos financieros locales

impulsó un abrupto aumento de las tasas de interés y una consecuente crisis recesiva.

Estos cambios de raíz que se sucedieron durante los años noventa afectaron

enormemente la situación laboral de hombres y mujeres, produjeron una drástica

9
reducción de los puestos de trabajo y el empeoramiento de las condiciones de

contratación entre aquellos que ya pertenecían al mercado laboral.

Los efectos del esquema económico demuestran que los trastornos sobre los

niveles de empleo no se limitan al aumento o disminución de la ocupación, sino que

produce modificaciones en la composición interna y en la estructura de la oferta y

demanda de trabajo.

“El impacto de las transformaciones económicas e institucionales en el

mercado laboral estuvo marcada por la retracción de la absorción de empleo en los

sectores productores de bienes (manufactura y construcción) y el dinamismo (hasta la

crisis de 1995) del sector financiero y de servicios a las empresas. A esto se sumó la

implantación de un marco regulatorio que alentó el empleo a corto plazo, extendió la

desprotección y afectó las pautas de determinación salarial”. (Heller- Cortes.2000)

En el sector servicios a empresas, servicios financieros y en el comercio se

produjeron aumentos netos de empleo.

Según Heller y Cortés, (2000), este fenómeno tiene su explicación en diferentes

razones: “desde el punto de vista de la oferta, debido al creciente desempleo y la

consiguiente caída de los ingresos familiares, aumentó la participación femenina. Al

mismo tiempo, influyó un fenómeno cultural extendido en la mayoría de los países

occidentales: inserción creciente de mujeres en ámbitos que tradicionalmente le

estaban vedados.

Desde el punto de vista de la demanda, el desarrollo del sector servicios como

principal empleador tiende a una progresiva feminización de mano de obra, con

menores requerimientos de esfuerzos físicos y características y requerimientos que las

mujeres pueden cumplir.

10
La reorientación de la demanda desde los servicios contribuyó a la

construcción de un nuevo escenario laboral en el que las ocupaciones tradicionales

dan lugar al surgimiento de nuevas oportunidades de empleo y nuevas definiciones de

ocupaciones, en especial para mujeres...pero sólo un sector reducido de las mismas

estuvo en condiciones de acceder a las nuevas oportunidades de empleo, las altamente

calificadas. El otro segmento, de baja educación y calificaciones obsoletas debió

conformarse con aceptar empleos intermitentes, de baja calidad y bajos salarios. El

comportamiento del empleo y desempleo fue altamente heterogéneo, no solamente entre

géneros sino al interior de cada uno de los grupos, debido a la mayor diferenciación

entre los segmentos con distintos niveles de calificación y educación”.

En nuestro país, según cifras oficiales, la participación laboral femenina fue

creciendo sucesivamente con la crisis del Plan Austral y la hiperinflación de 1989, al

inicio de la convertibilidad por la expectativa de que el descenso inflacionario abriera

las posibilidades de mejores empleos y luego por la crisis del “tequila”.

“De este modo, las expectativas por mejorar el deteriorado ingreso familiar en

los mementos de reactivación, pero básicamente en los momentos de crisis, explican

que las mujeres subieran un peldaño en su participación laboral en el intento, en la

mayoría de los casos, de compensar la pérdida de empleo o la disminución de ingresos

del hombre... En consecuencia, el mayor vuelco de las mujeres al mercado de trabajo

no es la causa del desempleo sino una consecuencia de la mayor desocupación y del

deterioro de los ingresos de la población” (Heller – Cortés, 2000).

Estos cambios económicos estuvieron acompañados por cambios en la oferta de

mano de obra femenina, la voluntad de las mujeres casadas y con hijos, de acceder a un

empleo parece ser mayoritaria.

11
La actividad productiva fuera del hogar se ha convertido en norma para las

mismas. Las mujeres han protagonizado una inmensa revolución colectiva ocupando un

lugar en la producción. Si a este rol productivo se agrega la participación femenina en

los trabajos reproductivos, es indiscutible la relevancia que ha adquirido el trabajo

femenino.

Esta transformación es un fenómeno de alcance mundial en el que han tenido

incidencia no sólo factores económicos sino también de índole cultural, ideológico,

demográfico, etc.

Tradicionalmente, las mujeres no sólo participaban en menor medida de

actividades económicas sino que su participación se caracterizaba por frecuentes

entradas y salidas del mercado laboral. La mayor inestabilidad ha sido vinculada en

gran medida, a su rol central, prácticamente exclusivo, en la crianza de los hijos y el

cuidado del hogar. El empleo intermitente era y es menos frecuente entre aquellas

mujeres que son las principales sostenedoras del hogar. Son las jefas sin compañero, en

especial aquellas que viven con hijos, quienes presentaban y presentan las

probabilidades más bajas de permanecer fuera del mercado laboral.

Hoy, la intermitencia en la participación laboral no es sólo resultado de la

influencia de restricciones familiares derivadas de una división tradicional de roles de

género, o del momento del ciclo de vida. Factores relacionados a la demanda de empleo

y a la naturaleza de ciertas ocupaciones contribuyen a la inestabilidad laboral (situación

que se puede observar en las entrevistas realizadas).

En nuestro país, la mayoría de las mujeres, hasta los años sesenta, que salían a

trabajar lo hacían en su juventud, antes de casarse o de tener su primer hijo. Luego

dejaban de trabajar para dedicarse a la casa y los hijos, porque se entendía que era parte

de la hombría de bien de los maridos ser el sustento de la familia (Wainerman, 1998).

12
Jelín (1994), plantea: “en el modelo ideal, la división social del trabajo entre los

miembros de la familia es clara: hay expectativas sociales diferentes para el trabajo de

hombres y mujeres (el hombre trabaja afuera, la mujer es la responsable de la

domesticidad)...

Cuando casa y trabajo comienzan a separarse (a partir de la Revolución

industrial y la diferenciación del lugar de producción) cambian las condiciones en que

se desarrolla la familia...la imagen de un grupo doméstico mantenido por un sólo

salario fue pocas veces alcanzado en la práctica, especialmente en la clase

trabajadora”.

De este modo, perdura en el colectivo cultural una separación de roles, entre la

esfera de la producción y la reproducción; lo privado y lo público, lo femenino y lo

masculino, el mundo de la producción y el trabajo y el mundo de la casa y la familia,

como esferas separadas.

Como se dijo anteriormente, el trabajo de la mujer, salvo en el caso de las jefas

de hogar, ha sido concebido muchas veces como suplementario para la satisfacción de

las necesidades económicas de la familia. Pero hoy, el aumento de la actividad de las

mujeres, especialmente en las edades centrales del ciclo vital, ha hecho cambiar de

manera significativa la forma de la curva de actividad, pasando claramente de una curva

de actividad correspondiente a un modelo de inactividad baja hace apenas veinte años a

una curva de actividad mucho más parecida a la de los hombres en la actualidad.

Este aumento, no fue acompañado de una redistribución de las tareas dentro del

hogar, producto de esta desigual distribución y de la no valoración de la dimensión

productiva y social del trabajo doméstico, las mujeres enfrentan situaciones de

sobrecarga en el numero total de horas trabajadas. Esta sobrecarga de trabajo se

compone del volumen de horas de trabajo que se invierten en el mercado laboral más el

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número de horas que se dedican al trabajo fuera del mercado. La redistribución de tareas

y responsabilidades para ambos sexos no es homogénea, resulta desfavorable para las

mujeres tanto en cantidad como en calidad.

La segregación entre trabajo doméstico y extradoméstico repercute sobre los

niveles y los modos de inserción de la fuerza de trabajo femenina y masculina en los

mercados de trabajo.

La doble jornada (trabajo doméstico y extradoméstico) es una de las

características definitorias de la situación laboral de las mujeres en la sociedad actual, a

través de las entrevistas se observa cómo juega el trabajo en la vida de las familias.

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QUIENES SON LAS MUJERES ENTREVISTADAS?

Las mujeres entrevistadas son amas de casa y madres de familias urbanas, que al

momento en que se realizó la entrevista (diciembre del 2001) no todas se encontraban

trabajando.

La muestra incluyó a 13 mujeres, entre 25 y 50 años, ocho de sectores medios y

las restantes de sectores populares o bajos, tomando como referencia para medirlos la

inserción en la producción y su localización en espacios geográficos determinados

(villas miserias).

Las mujeres de sectores medios, conviven con sus cónyuges e hijos, menos dos

que se encuentran separadas. El nivel de instrucción es elevado, la mayoría tiene

estudios universitarios completos. En este grupo, todas las mujeres se encuentran

trabajando en dependencias estatales, realizan tareas administrativas o docentes. Las

horas trabajadas por semana no supera las 35hs.

Las mujeres entrevistadas de sectores populares o bajos integran, menos uno de

los casos, hogares nucleares, conformados por ellas, su compañero e hijos. El nivel de

instrucción alcanza en algunos casos el nivel secundario completo. Con respecto a su

situación laboral, dos se encuentran trabajando, trabajan por hora en casa de familia, la

cantidad de horas semanales varía de acuerdo con el trabajo.

Para responder a los objetivos plantados en la introducción dividimos las

entrevistas en dos bloques, uno el trabajo extradoméstico y un segundo bloque el trabajo

doméstico y el contexto familiar.

15
Acerca del trabajo extradoméstico.

Historia Laboral.

En este punto recorremos la trayectoria laboral de las mujeres entrevistadas,

teniendo en cuenta la edad en la que comenzaron a trabajar, los motivos por los cuáles

ingresan al mercado laboral, los diferentes trabajos que desempeñaron; como así

también la continuidad de las entrevistadas en el mercado laboral, es decir, si siempre

trabajaron o dejaron de hacerlo y cuáles fueron los motivos (por ejemplo la influencia

de los menores dentro del hogar).

Se indagó también sobre las distintas posturas que tienen las mujeres sobre el

trabajo, cómo lo describen y cómo se sienten con el trabajo que desempeñan

actualmente.

Cuando consultamos sobre la edad en la que comenzaron a trabajar y los tipos de

trabajos que desempeñaron, encontramos en este grupo de mujeres, una marcada

diferencia de acuerdo al grupo social al que pertenecen.

La mayoría de las mujeres de sectores medios ingresan al mercado laboral

después de haber finalizado los estudios secundarios o cuando se encuentran en los

primeros años de la universidad. Se incorporan como secretarias, en jardines

maternales, ayudantes para dictar clases, en fotocopiadoras; tareas todas que requieren

un cierto grado de capacitación o estudio.

Este grupo de mujeres no presenta períodos muy prolongados fuera del mercado

laboral y, lo que es más importante, son cada vez menos las mujeres que abandonan el

16
mercado de trabajo por el matrimonio o la maternidad. A medida que avanza el ciclo

familiar, particularmente con el nacimiento de los hijos se produce una reducción de la

jornada laboral; esto se refleja en una de las entrevistas: “...cuando tuve al bebé

renuncie a uno de los dos trabajos y me quede con éste, que sólo trabajo 6 horas

diarias...”(Elizabeth, 34 años. Trabaja en el Instituto de Previsión Social de la Pcia. de

Bs. As.).

La situación es diferente en el caso de las mujeres entrevistadas de los sectores

populares. Las mismas ingresan siendo de menor de edad al mercado de trabajo, ante la

imposibilidad de seguir estudiando, el promedio de edad es de 15 años. Iniciándose en

actividades como niñeras, cocineras, empleadas domésticas. Una característica típica de

estos sectores es la prolongación en el mercado de trabajo en actividades vinculadas a lo

doméstico.

El motivo por el cuál ingresan al mercado laboral varia de acuerdo al grupo

social de pertenencia: las mujeres de clase media nos hablan de “no salí por el dinero,

sino para salir de casa, sino hubiese buscado otra cosa si hubiese sido por dinero”

(Laura, 29); “para tener un espacio propio” (Andrea, 30); “para poder seguir

estudiando” (Elizabeth, 34). Esta situación difiere de las mujeres de clase populares,

priman otras necesidades que no son personales: “la necesidad, mis padres no tenían

trabajo y tuvimos que salir todos a trabajar” (Olga, 33 años).

En lo que respecta a la continuidad laboral, no se divisan períodos muy

prolongados de inactividad, pero cuando se casan o tienen hijos hay un alejamiento

parcial y en la mayoría de los casos total del mercado de trabajo, dedicándose en forma

exclusiva al cuidado de los niños y de la casa. Por ejemplo Olga nos dice: “...deje

cuando quede embarazada y había que cuidar a las nenas...”.

17
Dentro de este grupo, la excusa utilizada por las mujeres que no trabajan en una

primera instancia es la falta de oportunidades laborales, indagando en profundidad, las

causas internas son las principales: “...estaba embarazada y mi marido no quiere que

trabaje...” (Olga, 33 años).

De este modo uno de los objetivos planteados: la inserción laboral de las mujeres

tienen forma de U, en el caso de las mujeres entrevistadas de clase media, sería

invertida, es decir, que estas mujeres al ingresar al mercado laboral no se retiran cuando

tienen hijos, se mantienen económicamente activas durante el período de mayor trabajo

reproductivo.

Según Arraigada, 1997 “esta tendencia se acentuó entre los años 1980 y 1990, y

los mayores aumentos en la participación femenina se produjeron en los grupos de

edad de 25 a 34 años y de 35 a 44 años...esto se suma al estudio realizado por la

CEPAL que confirma la dirección de estos cambios, en donde se divisan un crecimiento

mayor de las mujeres casadas que de las solteras: 15 a 24 años en 1980 44,9% en

1990 41,1%; 25 a 34 años en 1980 45,4% para 1990 52,5%; 35 a 44 años en 1980

42,7% y para 1990 ascendió a 52,9%”.

El mismo objetivo para las mujeres de sectores populares entrevistadas no se

corresponde, los picos de actividad se concentran en edades previas a ser madres o

contraer matrimonio.

Las razones por las cuáles las mujeres de ambos sectores trabajan fuera del

hogar son múltiples y variadas, van de la lógica familiar a la individual.

Trabajar se presenta, en el conjunto de las mujeres entrevistadas, en primer

lugar, como una necesidad económica. Se argumenta que el salario no alcanza, no es ya

suficiente para mantener una familia y en este sentido trabajar es para las mujeres una

obligación, obedece a la lógica de la supervivencia familiar: “... por una ayuda

18
económica, porque no alcanza lo que se tenga que pagar, para comprarle la ropa a los

chicos...es porque lo necesito, para satisfacción personal no, prefiero quedarme en mi

casa...”( Karina, 33 años).

Hay otro segundo grupo de razones que gira en torno a la idea de autonomía,

independencia, realización personal: “... un montón de cosas me da el trabajo, plata,

satisfacción, hacer lo que a uno le gusta, porque yo estudié, cuando no tenía trabajo

estaba bastante deprimida, sentía que había estudiado para nada...” (Mariana, 27 años.

Profesora de Educación Física). Acá el trabajo es también la puesta en práctica de lo que

se ha estudiado, este discurso se presenta en varias de las mujeres entrevistadas de los

sectores medios.

Cuando preguntamos acerca de cómo se sienten con el trabajo que están

desempeñando, las mujeres no están muy conformes al momento de la entrevista,

principalmente aquellas que tuvieron la posibilidad de acceder a un título universitario,

son muy pocas las mujeres que trabajan de lo que estudiaron. Pero ven en el trabajo

otros beneficios: son trabajos a tiempo parcial, permitiéndoles una mejor distribución

del tiempo entre la casa y el trabajo. Les brinda una obra social.

Este planteo no se corresponde con el grupo de mujeres de sectores populares.

Estas mujeres no se preguntan si les gusta o no el trabajo que realizan o realizaron,

saben que lo tiene que hacer para llevar el dinero a su casa y poder alimentar a sus hijos.

Percepción del trabajo.

A través de esta pregunta quisimos ver qué buscan las mujeres con el trabajo. La

respuesta tuvo similitud con la pregunta de cuáles son los motivos por los que trabajan.

Todas las entrevistadas asocian el trabajo con la necesidad económica.

19
Las mujeres de clase media buscan no sólo un instrumento para la obtención de

ingresos para el hogar, sino también como un medio de realización personal. Esto se

hace evidente en el discurso de de una de las entrevistadas: “...creo que en parte es un

poco de todo, me sirve para ser un poco independiente , más en estos momentos no creo

que a todo el mundo le sobre, a mis viejos tampoco y a mis suegros tampoco, no creo

que les corresponda a ellos darle de comer a su nieto... y por otro lado me sirve para

crecer como persona, un poco ser independiente no en cuanto a lo económico, en

cuanto ser independiente de poder hacer cosas que me guste, que me sienta útil en

algunas cosas”. (Lorena, 25 años)

Las mujeres entrevistadas de los sectores populares buscan en el trabajo sólo un

ingreso para la subsistencia de la unidad familiar, Karina, 33 años nos dice: “es una

ayuda económica o sea no puedo tener lo que quiero porque no me alcanza porque

satisfacer no me satisface. Es una ayuda económica para pagar lo que se tenga pagar,

para comprarle la ropa a los chicos”.

Acerca del contexto familiar y el trabajo doméstico.

En este segundo bloque se indagará sobre las transformaciones que se están

operando al interior de los hogares, cuáles son los cambios y conflictos que se produce

dentro del hogar, cómo deben distribuir su tiempo entre trabajo doméstico y

extradoméstico. Para poder responder se preguntó qué tipo y cuáles son las tareas que

desarrolla el grupo de mujeres entrevistadas dentro del hogar, si cuentan con alguien

que las ayude, como así también cuál es el rol que el marido desempeña dentro del

hogar.

20
En lo que respecta a la distribución del trabajo doméstico (cuáles son las tareas

que realizan, si cuentan con alguien que las ayude) y las estrategias para combinar

trabajo, casa y familia, la diferencia principal no esta dada por la clase social a la que

pertenecen, sino a la cantidad de horas que las mujeres tienen que trabajar fuera de su

hogar.

Cuando preguntamos sobre las “ayudas masculinas” en el trabajo doméstico,

encontramos que el mismo es compartido. La incorporación de las mujeres al mercado

laboral introdujo en el seno de las familias cierta “flexibilización de roles”, el esposo

colabora más en las tareas.

Las tareas tradicionalmente consideradas propias de las mujeres, como ocuparse

de la ropa, cocina, el cuidado de los chicos, siguen estando mayoritariamente a su cargo.

Los hombres se ocupan de tareas más esporádicas como cortar el pasto, hacer las

compras.

El grupo de mujeres entrevistadas corroboran este planteo, las mujeres siguen

siendo las responsables principales de las tareas y las intervenciones masculinas son

marginales, pero no totalmente inexistentes.

Esto se refleja en el libro Meil Gerardo, “La postmodernización de la familia

española” (1999), en el cuál nos dice que “...resulta incuestionable y evidente que

todas las tareas siguen recayendo mayoritariamente en las mujeres, pero los datos

evidencian también un incuestionable aumento de la participación masculina en estas

tareas... la participación masculina en las diversas tareas que se realizan en la cocina

ha crecido incluso más, entre cuatro y ocho veces, según los casos, no limitándose

(sobre todo cuando las mujeres trabajan) a las tareas más simples (poner y juntas la

mesa); en las tareas de limpieza y ordenación de la casa se han conocido aumentos

comparables o incluso superiores”.

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Esta es una de las estrategias a las que recurren las mujeres, la ayuda masculina

en el hogar, pero muchas veces no alcanza y se recurre a algún familiar. Este es el caso

de Andrea que nos dice “mi marido trabaja todo el día... los dos nenes van a la mañana

a la escuela, que es cuando yo trabajo, y después me ayuda mi mamá y mi hermana,

porque si tengo que pagarle a alguien no me alcanza”. En este caso, como en muchos

de las mujeres entrevistadas, las abuelas y hermanas no sólo se encargan del cuidado de

los niños, sino que también asumen otras tareas como la preparación de la comida, la

limpieza.

En otros casos, encontramos, que muchas veces la familia directa no se encarga

diariamente del cuidado de los menores, se recurre a ellos en situaciones extraordinarias

como en caso de enfermedades, estudio, viajes, etc.

Esta ayuda familiar, también forma parte de las estrategias utilizadas por las

mujeres para combinar trabajo y familia, sumado a estos, son ellas las que tienen que

encargarse de los horarios de los chicos, el horario del marido, sus horarios y

obligaciones, “es muy difícil, se hace lo que se puede”, esta es unas de las respuestas

dadas por las mujeres que al momento de la entrevista se encontraban trabajando.

Otras mujeres, recurren a ayudas externas, es decir pagarle a otra personas. En el

grupo de las entrevistas son muy pocas las que recurren a ellas, principalmente las

llaman para la limpieza de la casa, no para el cuidado de sus hijos.

La dedicación de las mujeres al trabajo es mayor que las de los hombres, la

jornada laboral de las mujeres con empleo es mayor a la de aquellas mujeres amas de

casa, como consecuencia de la compatibilización de la jornada remunerada y la

doméstica. La doble jornada es una característica de la situación de las mujeres en la

sociedad actual.

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Cuando indagamos qué necesidades dentro del hogar se cubren con los ingresos

de las mujeres, salvo en el caso de la mujer que es jefa de hogar, que cubre con su

aporte todo los gastos, el resto de las mujeres que trabajan, nos dicen que su aporte es

mínimo, es complementario, el mayor aporte proviene de los esposos: “alcanza para lo

mínimo, comprar algo de ropa, algunos alimentos y pagar algún impuesto”.

Cuando preguntamos sobre qué conflictos les trajo trabajar fuera de la casa,

encontramos que el principal dilema se plantea con ellas mismas, es decir por más que

sus maridos, principalmente en las mujeres de sectores medios, las alienten para que

salgan a trabajar, ellas se plantean que “tener que dejar a los nenes, me gustaría haber

elegido yo libremente cuánto tiempo estar con mis hijos bebes, porque yo elegí ser

madre, por lo tanto, me hubiera gustado poder decidir yo si quería estar dos meses,

seis o cinco, porque también era bueno para ellos estar conmigo y no pagarle a otra

persona para que esté con ellos, y hacerlos ir a la guardería antes de tiempo, pero

bueno... me hubiera gustado a mí elegir cuanto tiempo estar con mis hijos, quedarme

en mi casa, porque es bueno para ellos y para mí, pero no dejar de trabajar ... sino uno

en este país pierde el trabajo, y el aporte por mínimo que sea ayuda para pagar las

cosas de la casa... pero elijo seguir trabajando”(Constanza, 34 años).

A través de este discurso se puede observar el dilema que se les presenta a las

mujeres, por un lado trabajar para lograr su autonomía, independencia, lograr la ayuda

económica dentro del hogar, pero por otro lado, dejar a sus hijos para salir a trabajar. La

compatibilización entre la vida familiar y el empleo se vive como problemática y

conflictiva.

En este grupo de mujeres, los cónyuges/ esposos alientan a sus mujeres a

trabajar. Una situación diferente viven las mujeres de los sectores populares, las que se

encuentran trabajando plantean que el principal conflicto lo tienen con sus maridos, no

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quieren que trabajen fuera de su casa, quieren que se queden al cuidado de la casa y de

los hijos, “el papel de la mujer queda supeditado al rol tradicional de ama de casa, no

sólo encargada del mantenimiento del hogar, sino también de la socialización de los

hijos y el cuidado de todos los integrantes de la familia” (Jelín, 1978), “el quiere que

me quede, que me quede al cuidado de los chicos, además se pone muy celoso si yo

salgo a trabajar” (Carmen, 27 años, 6 hijos).

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A MODO DE CONCLUSIÓN

En las últimas décadas se confirma que la participación laboral no es ya para la

mayoría de las mujeres una opción a elegir, sino que constituye, igual que para los

hombres, la normalidad.

El espectacular aumento de la participación de las mujeres en el mercado laboral

no ha ido acompañado de una redistribución significativa, equivalente, familiar del

trabajo reproductivo, que sigue descansando predominantemente en las mujeres.

El mantenimiento de la desigual distribución de las cargas familiares entre

hombres y mujeres condiciona profundamente su inserción laboral, son ellas las que

tienen o que dejar de trabajar, buscar trabajos a tiempo parcial, dejar trabajos que hacen

a su desarrollo profesional.

La diferencia crucial que encontramos con los dos grupos económicos es que las

mujeres de clase media no sólo trabajan para sostener su nivel de vida, sino que también

lo hacen por satisfacción personal. En cambio las mujeres de sectores populares trabajan

para garantizar la sobrevivencia de sus familias.

La presencia de menores dentro del hogar marca la segunda diferencia entre

estos sectores, las mujeres de clase media reducen la carga horaria de su jornada laboral,

situación diferente se presenta en las mujeres de clases populares, hay un alejamiento

parcial a total del mercado de trabajo cuando nacen sus hijos

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Se puede decir que actualmente los cambios económicos o la dimensión

económicas es central para la explicación de los cambios de comportamiento de la vida

familiar, de la posición de la mujeres, pero no por la mayor incorporación a la esfera

productiva es que se están produciendo estos cambios. Estos cambios tienen que ver con

transformaciones a nivel social, cultural, que llevan a romper con viejas formas de

organización doméstica.

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