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Religión, cultura y valores E.U.M.

Fray Luis de León


Universidad Católica de Ávila

TEMA 4. CRISTOLOGÍA

Sumario

1. La cuestión del Jesús histórico


2. Marco cronológico de la vida de Jesús
3. Jesús: maestro que enseña con autoridad
4. Los milagros de Jesús como signos del Reino
5. El sacrificio salvador de Jesús
6. La Resurrección de Jesús
7. La Exaltación de Jesús resucitado
8. La Encarnación de Jesús
9. El Bautismo de Jesús
10. Las tentaciones del desierto
11. Pasión y muerte de Jesús

4.1. LA CUESTIÓN DEL JESÚS HISTÓRICO

Las fuentes que existen para conocer a Jesús de Nazareth desde el punto de vista
exclusivamente histórico son documentales (Trevijano, 1997). Reconocemos cinco
conjuntos de documentos: las fuentes paganas y judías; la tradición documental
cristiana; la tradición manuscrita; la tradición apócrifa y la tradición herética.

a. Las fuentes paganas y judías. Los testimonios de historiadores


grecorromanos son escasos. Ello se debe a que Jesús de Nazareth fue un
hombre sentenciado a muerte de cruz - uno de tantos ajusticiados – y a que los
antiguos historiadores se interesaban más por las figuras de la alta política y
por sus protagonistas, que por fenómenos sociales como la proliferación de
“sectas” (así vieran, probablemente, al grupo de personas seguidoras de
Jesús). Sin embargo, destacan algunos testimonios notables. En primer lugar,
Tácito (Ann. 15 44) se refiere brevemente a Jesús cuando escribe a propósito
del incendio de Roma en julio del 64. Suetonio, reseñando la expulsión de los
judíos de Roma por Claudio (De Vita Caesarum, V. Divus Claudius, 25,4)
afirma que las “turbulencias” producidas por los judíos se deben a un tal
“Cresto”. Plinio refiere en su correspondencia con Trajano que los cristianos
entonaban himnos a Cristo como si fuera Dios. Por lo que se refiere a las
fuentes judías, conviene resaltar especialmente dos testimonios de Flavio
Josefo (quien vivió entre 37/38 d. C. y el año 100 d. C.). No hay unanimidad
entre los historiadores respecto a su autenticidad; pero abundan los estudios
que aceptan la autenticidad del segundo que los que suscriben también la del
primero. En el segundo (Ant. XX 9, 1) el historiador judío afirma que Santiago
de Jersusalén era “el hermano de Jesús, llamado Cristo”. El primer pasaje, dice
así:
Por este tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si se le puede llamar un hombre.
Porque fue alguien que realizó acciones sorprendentes y fue un maestro para
esa clase de gente que acoge la verdad con placer. Se ganó a muchos judíos y
griegos. Era el Mesías. Cuando Pilato, por una acusación que le presentaron

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algunos de nuestros personajes principales, le condenó a la cruz, los que le


habían querido desde el comienzo no dejaron de mantenerse adheridos a él. Al
tercer día se les apareció vuelto a la vida, porque los santos profetas habían
predicho esto y miríadas de otras maravillas referidas a él. Y la tribu de los
cristianos, llamada así tras él, no ha desparecido todavía hoy día (Ant XVIII
3,3). Hay algunos que interpretan que no puede ser auténtico, porque este
pasaje asume la mesianidad de Jesús, lo cual sería contrario a su fe judía. Y
hay quienes interpretan que este pasaje es auténtico, y que precisamente
avala la razón por la que Josefo fue considerado traidor por el judaísmo
rabínico: por su apertura a los cristianos.
b. La tradición documental cristiana. Forman parte de este conjunto de textos
todos los libros que componen el Nuevo Testamento, con excepción del
Apocalipsis (los cuatro evangelios, las epístolas de San Pablo, de Santiago, de
San Judas y de San Pedro; y los Hechos de los apóstoles).
c. La tradición manuscrita. Representan los manuscritos que recogen textos
neotestamentarios. “No hay un conjunto documental de la antigüedad que esté
tan ampliamente atestiguado por la tradición manuscrita. La lista de papiros
con fragmentos de textos neotestamentarios ronda el número 95.” (Trevijano,
1997, p. 31). Encontramos papiros de los siglos II al VIII d. C. Asimismo,
encontramos pergaminos recogidos en códices de los siglos IV al IX d. C. Es
probable que, por lo deteriorable del papiro, y también por marcar distancias
respecto a la Sinagoga, y al estilo judío de conservar los textos sagrados, los
cristianos prefirieran el uso del pergamino en códices, al del papiro en rollo. Por
último, hay que decir que los primeros textos que recogen el Nuevo
Testamento por completo no los encontramos hasta el siglo IV d.C. Ello se
debe a que a comienzos del siglo IV, en la gran persecución desatada por las
autoridades del imperio romano, fueron confiscados y destruidos los libros
sagrados cristianos que cayeron en manos de dichas autoridades.
d. La tradición apócrifa y la tradición herética. Por “tradición apócrifa” se
entiende el conjunto de escritos – evangelios, hechos de los apóstoles y
apocalipsis - apócrifos, es decir, aquellos no canónicos, no reconocidos por el
Magisterio de la Iglesia como escritos inspirados por Dios. Responden a la
imaginación piadosa, que quiere “añadir” aquello que aparece descrito
someramente por los escritos canónicos. Por “tradición herética” hay que
comprender los escritos de los autores heréticos de los primeros siglos de la
historia de la Iglesia. Para algunos autores, también pueden servir de fuente
histórica del conocimiento de Cristo, porque recogen dichos y expresiones de
Jesús que también aparecen en los escritos canónicos, porque los tres
conjuntos de escritos – canónicos, apócrifos y heréticos - nacieron de la
tradición oral. Pero, en la medida en que no añaden nada nuevo, para otros
autores, su valor para conocer al Jesús histórico es escaso.

Dejándonos guiar únicamente por los criterios históricos a nuestro alcance, no puede
dudarse en absoluto del carácter histórico de Jesús de Nazaret (Ratzinger, 2002). Con
todo, hay que tener en cuenta que, el estudio de las fuentes no puede desgajarse de la
visión de fe. Con otras palabras: el Jesús de Nazareth que conocemos a través de la
historia no puede ser separado del Cristo de la fe, porque no son diferentes. Esta
oposición entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe comenzó en la Ilustración.
Pero, en el fondo, cuando se “construye” un Jesús histórico diferente del Cristo de la
fe, tal artificio responde a “la imagen del constructor” (Ratzinger, 2002, p. 191). Se
puede decir, que “todas estas construcciones se levantaron a partir de una idea
básica: Dios hombre es imposible” (Ratzinger, 2002, p. 191).

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4.2. MARCO CRONOLÓGICO DE LA VIDA DE JESÚS


6-4 a. C. Nacimiento. El nacimiento de Jesús es fijado durante el imperio de
Augusto (47 a. C. – 14 d. C.) según el evangelio de san Lucas (2, 1). Lucas y
Mateo coinciden en afirmar que vivía Herodes el Grande. Según ambas
afirmaciones, Jesús debería haber nacido antes de la primavera del año 4
a.C. Para algunos autores, como Mateo afirma que Herodes mandó
acuchillar a los niños menores de dos años, debería extenderse esa fecha
hasta el 6 a. C. La estrella que vieron los magos de Oriente no añade más
precisión, pues, o bien fue una conjunción entre Júpiter y Saturno –
observada en tres ocasiones en el año 7 a. C. - o un cometa que fue
contemplado en marzo del 5 a. D. o en abril del 4 a. C. Por tanto, el
nacimiento debió ocurrir entre el 6-4 a.C.

27-30 d. C. Comienzo de la vida pública. Según Lc 3,1, Juan Bautista comienza su


predicación el decimoquinto año del ejercicio de Tiberio César, siendo
gobernador de Judea Poncio Pilato. Pero hay un problema al respecto: no
podemos precisar con exactitud el momento al que se refiere Lucas, porque
Tiberio tuvo soberanía compartida con Augusto en la parte oriental del imperio
desde el 12 d. C. y su reinado en solitario comenzó el 14 d. C. Si Lucas
contempla los años de reinado compartido, habría que situar el año
decimoquinto entre el 27 y el 29. Y, dado que se refiere al comienzo de la
predicación del Bautista, la vida pública de Jesús quizá fue posterior (quizá
hasta el año 30). Esto significa que Jesús inició su vida pública a la edad de
32-34 años. Y se corresponde con el dato de Lucas, quien dice que Jesús
tenía “unos” treinta años.

30 d.C. Muerte. Los cuatro evangelistas dicen que Jesús murió en viernes. La
cuestión es si tal viernes era el día de Pascua (como dicen los sinópticos) o el
día de la preparación de la Pascua (como afirma Juan) - el día en que eran
sacrificados los corderos antes del inicio de la fiesta en la víspera. El
problema es, pues, si Jesús murió el 14 de Nisán (Juan) o el 15 de Nisán
(Sinópticos). Para determinar la muerte de Jesús, lo mejor es fijar cuándo el
14 o el 15 de Nisán cayeron en viernes.

Día Año
14 de Nisán (Jn) 30 d. C. 33 d. C.
15 de Nisán (sinópticos) 27 d. C. 34 d. C.

Puesto que dijimos que lo más verosímil es que el 27-28 comenzara la


predicación de Jesús, la vida pública anda entre un año (según los
Sinópticos) y tres años de duración (según Juan). Lo más probable es la
interpretación de Juan: la muerte de Jesús habría ocurrido a la edad de 34-36
años, es decir, en el 30 d.C.

4.3. JESÚS: MAESTRO QUE ENSEÑA CON AUTORIDAD1

Uno de los apelativos que más se aplican a Jesús en el Nuevo Testamento es el de


rabí o maestro. Encontramos la expresión “el maestro” en Mc 5,35; 14,14; Mt 23,8;
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26,18; Lc 8,49; 22,11 y “vuestro maestro” en Mt 9,11; 17,24; 23,8; Jn 11,28; 13,13;
13,14. En efecto, Jesús guarda similitudes con los rabinos judíos:

- Similitudes doctrinales: enseña la Escritura, las leyes,…


- Reúne en torno a sí a un grupo de discípulos.
- Utiliza el método rabínico de enseñanza consistente en la repetición
constante de fórmulas breves que facilite la comprensión y asimilación.

Sin embargo, la enseñanza de Jesús goza de algunas distinciones fundamentales:

- La enseñanza de Jesús parte de la autoridad. Los rabinos nunca apelaban a


su propia autoridad, sino que remitían constantemente a la Escritura y la
tradición rabínica. Este no es el caso de Jesús. Él habla siempre desde sí
mismo.
- La enseñanza de Jesús está acompañada de milagros y hechos
extraordinarios que manifiestan esa autoridad.
- Jesús es quien elige a sus discípulos, al contrario de lo que ocurría con el
fenómeno rabínico. Más aún, los discípulos más cercanos vivían con Él,
compartían su propia vida.
- Jesús exige seguimiento. Más aún, un seguimiento radical, que afecta a todos
los aspectos de la vida. Está condicionando la salvación, ya no al seguimiento
de la Ley, sino al seguimiento a su persona (Mt 10,37: “El que ama a su padre
o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija
más que a mí no es digno de mí. El que no tome su cruz y me siga detrás no
es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida
por mí, la encontrará”).
- Jesús es profeta. Jesús habla en primera persona palabras reservadas a Dios
(“Yo os digo”, Mt 5,38-48), lo que hace pensar en que se esté presentando
como profeta y, más aún, como el profeta definitivo prometido por Moisés en Dt
18,18: “Un profeta como tú levantaré de entre sus hermanos, y pondré mis
palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande”.

El contenido de la predicación de Jesús es principalmente el anuncio del Reino de


Dios. Hay precedentes de la expresión “Reino de Dios” en el Antiguo Testamento.
Pero allí el acento está en Dios mismo que crea, mantiene, gobierna y juzga las
naciones. Con la promesa mesiánica (inaugurada en Dt y alimentada en la tradición
profética), la espera del Reino de Dios pasa a identificarse con la espera del Mesías
prometido por Moisés. Este Mesías supondría una victoria definitiva de Dios sobre el
mal y, por tanto, un reinado perenne de la paz y la estabilidad en la plenitud de los
tiempos (por tanto, una visión escatológica del Reino).

En los libros sapienciales, el Reino se identifica con la solicitud amorosa que


manifiesta Dios por los hombres de toda generación. Así, en Sal 145, 1-3.8.9 leemos:
“Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey, / bendeciré tu nombre por siempre; / todos los días te
bendeciré, / alabaré tu nombre por siempre. / Grande es Yahveh, muy digno de
alabanza, / su grandeza carece de límites. / (…) / Es Yahveh clemente y compasivo, /
lento a la cólera y rico en piedad; / bueno es Yahveh para con todos, / tierno con todas
sus criaturas.”

En el Nuevo Testamento, el matiz está puesto en la acción de Dios para la


salvación del hombre, la dimensión descendente de la acción de Dios para salvar al
hombre. Sólo Dios puede efectuar esta acción; al hombre le toca recibirlo. Esa
recepción, que se realiza por la fe, mediante la confianza en Dios, es una acción del
hombre por la que se opera la transformación de Dios para el mundo y el mismo
hombre, que se reorientan a Él. Lo explica Jesús bellamente en la parábola del grano
de mostaza o la levadura en la masa (Mt 13, 31-35):

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En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: El Reino de los
Cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es
la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se
hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus
ramas. Les dijo otra parábola: El Reino de los Cielos se parece a la levadura; una
mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente. Jesús
expuso todo esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así
se cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo
secreto desde la fundación del mundo.

Jesús afirma que es Él quien pone inicio y hace presente el Reino de Dios ya en esta
tierra. El reinado de Dios es Él, porque Él es la mediación de Dios para la
salvación de los hombres y la consumación de la creación. Esta salvación que trae
Jesús se realiza por su presencia, palabra y obra intrínsecamente unidas.

La autoridad de Jesús se manifiesta en el poder que manifiesta sobre la Ley


(Torah). Para Israel, la Ley es el modo privilegiado en que Dios se hace presente en el
pueblo y su cumplimiento es el camino por el que el pueblo se mantiene unido a Dios.
Por eso, la labor del rabino era franquear la Torah para protegerla, que permaneciera
intacta, y comentarla para asegurar la ortodoxia en su interpretación.

En este sentido, Jesús es escrupuloso con la ley (Mt 5,17: “No he venido para abolir
la ley y los profetas; no he venido para abolirla sino para cumplirla”). Pero, a la vez,
muestra autoridad sobre la ley para corregirla, plenificarla, reorientarla a la
voluntad originaria de Dios y conducirla a la interioridad del hombre, alejándola
del legalismo exterior.

Así, en Mt 19, 1-9 leemos la discusión sobre el libelo de repudio:

Cuando Jesús acabó de decir estas cosas, salió de Galilea y se fue a la región de
Judea, al otro lado del Jordán. 2 Lo siguieron grandes multitudes, y sanó allí a los
enfermos. Algunos fariseos se le acercaron y, para ponerlo a prueba, le
preguntaron: ¿Está permitido que un hombre se divorcie de su esposa por cualquier
motivo? ¿No habéis leído —replicó Jesús— que en el principio el Creador “los hizo
hombre y mujer”. Y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se
unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo”? Así que ya no son dos,
sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Le
replicaron: ¿Por qué, entonces, mandó Moisés que un hombre le diera a su esposa
un certificado de divorcio y la despidiera? Moisés les permitió divorciarse de su
esposa por lo obstinado de su corazón —respondió Jesús—. Pero no fue así
desde el principio. Os digo que, excepto en caso de fornicación, el que se divorcia
de su esposa, y se casa con otra, comete adulterio.

En el sermón de la montaña, Jesús corrige la Ley para hacerla más exigente y


más interior de corazón (Mt 5; 6; 7).

Jesús también muestra autoridad sobre el sábado y sobre el Templo. El único


motivo por el que se podía romper el descanso sabático era el servicio a Dios. Al
poner el ejemplo de David o del Templo en Mt 12, 1-8, Jesús está manifestando su
superioridad respecto al lugar de la presencia especial de Dios (Shekinah), que es
el Templo, lugar de la bendición de Dios para los judíos. Jesús está manifestando que
Él es el nuevo y definitivo Templo, lugar de la presencia perfecta de Dios y que Él
es la perfecta bendición de Dios:

En aquel tiempo iba Jesús por los sembrados en un sábado; y sus discípulos
tuvieron hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comer. Viéndolo los fariseos,
le dijeron: He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado. Pero él
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les dijo: ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban
tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios, y comió los panes de la
proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban, sino
solamente a los sacerdotes? ¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo
los sacerdotes en el templo quebrantan el sábado y son sin culpa? Pues os digo
que uno mayor que el templo está aquí. Y si supieseis qué significa: Misericordia
quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes; porque el Hijo del Hombre
es Señor del sábado.

Pero la autoridad se manifiesta máximamente como autoridad sobre el pecado en


las curaciones. La palabra de Jesús cura el pecado aun sin arrepentimiento
explícito del sujeto. En el pensamiento de Israel, sólo Dios puede perdonar
pecados y sólo lo hace tras el arrepentimiento del pueblo manifestado en los ritos
sacrificiales. Jesús concede un perdón incondicional y gratuito, otorgado sin necesidad
de un signo externo de arrepentimiento, provocado tan sólo por la manifestación de la
fe, la confianza en el poder de Jesús para otorgar ese perdón (lo cual lleva implícito el
arrepentimiento interior). Leemos en Mt 9,1-8 (curación del paralítico):

Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un


paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico:
«¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Pero he aquí que algunos escribas
dijeron para sí: «Éste está blasfemando». Jesús, conociendo sus pensamientos,
dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: "Tus
pecados te son perdonados", o decir: "Levántate y anda"? Pues para que sepáis
que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice
entonces al paralítico: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa"». Él se levantó y
se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal
poder a los hombres.

4.4. LOS MILAGROS DE JESÚS COMO SIGNOS DEL REINO2


Los milagros que Jesús realiza son signos de la acción de Dios para la salvación,
por tanto son signos de la presencia del Reino de Dios en la tierra. En los
sinópticos encontramos tres términos diferentes para referirse a los milagros de Jesús:

- Térata (prodigios). Se refiere a hechos maravillosos que provocan estupor y


asombro y reclaman ser explicados.
- Dynameis (fuerza de Dios). Manifiesta el poder infinito de Dios sobre la
creación.
- Semeia (signos). Es el término que expresa la esencia de lo que es el milagro:
ser elemento visible de una realidad mucho más profunda.

Los milagros son, por tanto, signos prodigiosos del poder de Dios que suscitan la
pregunta por su origen y significado, siendo éste la presencia actuante del Reino de
Dios en la tierra o, lo que es lo mismo, la salvación.

Todos los milagros que Jesús realiza (milagros sobre la naturaleza, exorcismos,
curaciones…) tienen que ver con la liberación del pecado. Los signos sobre la
naturaleza manifiestan la vocación de toda la naturaleza al servicio de Dios. Las
curaciones tienen que ver con la enfermedad, vinculada al pecado. La misma
Resurrección constituye la victoria definitiva sobre la muerte, que es el pecado. Vemos
entonces cómo la salvación no debe entenderse tanto como un establecimiento de la

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paz duradera (cual era la idea del Israel de la espera del Mesías), sino como una
liberación del pecado y de la muerte.

Pero Jesús no resucita a todos los muertos ni expulsa a todos los demonios ni cura a
todos los enfermos. La salvación que trae Jesús es real y definitiva, pero cuenta
con el tiempo de la historia para su penetración y desarrollo en la creación y los
hombres. Por eso con Jesús no se termina el mundo, sino que se reorienta para que
camine, según Dios, hasta su definitiva escatología.

No debe entenderse, por tanto, el milagro como una violación sobre las leyes de la
naturaleza que Dios mismo ha creado. Consiste en una intervención especial de
Dios en orden a la perfección de la naturaleza para orientarla hacia su fin.

Jesús vincula la verdad de sus palabras a los milagros que realiza. Los milagros
muestran la verdad de sus palabras. Pero no obra milagros para justificar sus
palabras, sino que habla desde los milagros porque los milagros son significativos del
Reino de Dios. Es la unidad palabra – obra tan específica de Jesús.

Hay, además, elementos histórico–críticos que permiten mostrar la razonabilidad de la


historicidad de los milagros de Jesús:

- Están narrados en las diferentes fuentes de las que beben los distintos
evangelios.
- Habría algunos dichos de Jesús que entrarían en contradicción si los
milagros un hubieran ocurrido. Mt 11, 4-6: “Id y contad a Juan lo que oís y
veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos
oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva, ¡y
dichoso aquel a quien Yo no le sirva de escándalo”; Mt 11, 21: “¡Ay de ti,
Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los
milagros que se han hecho en vosotras, hace tiempo que se habrían
convertido, cubiertos de sayal y sentados en ceniza”; Lc 13,32: “Él les contestó
[a los fariseos]: Id a decir a ese zorro [a Herodes]: Yo expulso demonios y llevo
a cabo curaciones hoy y mañana y al tercer día soy consumado”.
- Incluso los enemigos de Jesús le acusan de obrar milagros, como se
manifiesta en Lc 11, 14-23:

En aquel tiempo, Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo;


sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las
gentes se admiraron. Pero algunos de ellos dijeron: Por Belcebú, Príncipe
de los demonios, expulsa los demonios. Oros, para ponerle a prueba, le
pedían una señal del cielo. Pero Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa,
cae. Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a
subsistir su reino? Porque decís que yo expulso los demonios por Belcebú.
Si yo expulso los demonios por Belcebú, ¿por quién los expulsan vuestros
hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios
expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.
Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en
seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas
en las que estaba confiado y reparte sus despojos. El que no está
conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.

- A veces parece que el obrar milagros va contra el sentir y la voluntad de


Jesús, como se manifiesta en las Bodas de Caná, Jn 2, 3-4: “Al quedarse sin
vino por haberse acabado el de la boda, le dijo a Jesús su madre: No tienen

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vino. Jesús le respondió: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado


mi hora”.
- Hay milagros típicos que Jesús no realiza nunca (milagros remunerativos,
punitivos…).
- Jesús no hace ostentación del milagro. De hecho, en ocasiones pide que no
se sepa. En ocasiones, lo que busca es ir al corazón del hombre, epicentro de
su conversión. Por ejemplo, cuando obra la curación de un leproso, dice (Mc
1,44): “Mira, no digas nada a nadie. Pero vete, muéstrate al sacerdote y haz
por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de
testimonio”.

4.5. EL SACRIFICIO SALVADOR DE JESÚS3


Los evangelios sinópticos aportan al menos tres predicciones explícitas que Jesús
hizo de su propia muerte, lo que nos aporta certeza de que el propio Jesús pudo
interpretar en términos salvíficos su propia muerte:

- Mc 8,31 (crisis galilaica o decepción en ciertos seguidores de Jesús al


comienzo de su misión): “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo
del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los
principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de
tres días”.
- Mc 9,31 (tras la Transfiguración, Jesús advierte a los apóstoles de las futuras
persecuciones y los prepara para sus apariciones en gloria): “Porque enseñaba
a sus discípulos, y les decía: El Hijo del Hombre será entregado en manos de
hombres, y le matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día”.
- Mc 10,33-34 (incluye detalles de la pasión): “He aquí subimos a Jerusalén, y el
Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y
le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le
azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará”.

Además, los sinópticos están plagados de referencias implícitas de Jesús a su


pasión y muerte, lo cual apoya la historicidad de las predicciones explícitas. Como
ejemplo, mostramos Lc 5,33-39:

En aquel tiempo dijeron a Jesús los fariseos y los letrados: "Los discípulos de Juan
ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a
comer y a beber". Jesús les contestó: "¿Queréis que ayunen los amigos del novio
mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces
ayunarán”. Y añadió esta comparación: "Nadie recorta una pieza de un manto
nuevo para ponérsela a un manto viejo, porque se estropea el nuevo, y la pieza no
le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres,
se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que
cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: Está bueno el añejo

Es razonable que Jesús previera su propia muerte. En efecto, Él tenía conciencia


de ser el Mesías definitivo al que se le deben atribuir las profecías
veterotestamentarias que hablan de sacrificio. Además, fue objeto de virulenta
persecución desde los inicios de su vida pública. Por supuesto, es necesario resaltar
su comunicación con el Padre y la presencia del Espíritu Santo en Él.

Jesús interpreta su propia muerte principalmente en la última cena. Lo fundamental


de la cena es la anticipación del carácter salvífico de su sacrificio
inmediatamente posterior. Va a ocurrir algo real, significado en el pan y en el vino
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que anticipa la donación de Sí que hace Jesús con su muerte y se abre el


acontecimiento de la cena a la conmemoración posterior.

Al margen de la discrepancia cronológica ente Juan y los sinópticos sobre si la última


cena fue pascual o no, es claro, en todo caso, que tiene carácter pascual, pero
superando y culminando la pascua judía. En cuanto a la narración concreta,
encontramos dos tradiciones, ambas con elementos teológicos relevantes: la tradición
petrina (testimoniada por Mt26,17-29 y Mc) y la tradición paulina (testimoniada por
Lc 22,14-20 y 1Cor 11).

Leemos en Mt 26,17-29:

El primer día de la fiesta de los panes ázimos, vinieron los discípulos a Jesús,
diciéndole: ¿Dónde quieres que preparemos para que comas la pascua? Y él dijo:
Id a la ciudad a cierto hombre, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en
tu casa celebraré la pascua con mis discípulos. Y los discípulos hicieron como
Jesús les mandó, y prepararon la pascua. Cuando llegó la noche, se sentó a la
mesa con los doce. Y mientras comían, dijo: De verdad os digo, que uno de
vosotros me va a entregar. Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de
ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor? Entonces él respondiendo, dijo: El que mete la
mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. Eel Hijo del Hombre se va, según
está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es
entregado! Más le valdría a ese hombre no haber nacido. Entonces respondiendo
Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho. Y
mientras comían, tomó Jesús el pan, y lo bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos
diciendo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo”. Y tomando la copa, y habiendo
dado gracias, se la pasó diciendo: “Bebed de ella todos; porque esta es mi
sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los
pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid,
hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.

En Lc 22,14-20:

Cuando llegó la hora, Jesús y sus apóstoles se sentaron a la mesa. Entonces les
dijo: Con ansia he deseado comer eta pascua con vosotros antes de
padecer, pues os digo que ya no volveré a comerla hasta que tenga su pleno
cumplimiento en el reino de Dios. Luego tomó la copa, dio gracias y dijo: Tomad
esto y repartidlo entre vosotros, porque os digo que no volveré a beber del fruto
de la vid hasta que venga el reino de Dios. Tomó luego pan y, después de dar
gracias, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: Este es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros; haced esto en memoria mía. De la misma manera tomó la copa
después de la cena, y dijo: Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que es
derramada por vosotros.

En arameo, los términos cuerpo y sangre hacen referencia a la integralidad de la


persona. Por tanto, es claro que Jesús se entrega íntegramente, sacrifica su propia
existencia. La novedad de esta nueva Alianza es que, frente al sacrificio de animales,
que son víctimas sustitutorias, hay un sacrificio existencial, de todas las potencias
físicas, psíquicas, de razón y voluntad. El sacerdote es a la vez el que se ofrece y el
ofrecido por el perdón de los pecados de la humanidad, que es la condición de
posibilidad de la salvación. Se trata, por tanto, del sacrificio definitivo para la salvación
de los hombres.

En ambas tradiciones observamos una perspectiva escatológica, manifestado en un


vino nuevo que tomará en el reino de Dios, cuando éste esté establecido en
plenitud. Su sacrificio inaugura en la tierra la salvación real, pero se está

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manifestando, a la vez, que la plenitud de la salvación se llevará a cabo en la plenitud


escatológica. La salvación está realmente presente y, a la vez, estamos en
camino.

En tercer lugar, vemos en Lucas un mandato de repetición (“haced esto en memoria


mía”). Cristo no sólo pide que no se le olvide. Al celebrar la Eucaristía, se hace
realmente presente aquello que recordamos porque los actos de Cristo son
eternos, al ser Él mismo eterno. Por eso, aunque la muerte de Cristo sea única en el
tiempo, el acontecimiento de gracia se repite en cada celebración. La Eucaristía tiene
que ver con el pasado, porque se hace un memorial de la muerte de Cristo, y con el
futuro, porque se anticipa realmente la consumación escatológica.

4.6. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS4


Conviene separar conceptualmente la Resurrección (vuelta a la vida) de la Exaltación
(incorporación a una vida en gloria).

Sobre la Resurrección, suele hablarse de dos tradiciones: tradición formularia y


tradición narrativa (la referente a las narraciones de las apariciones y el sepulcro
vacío).

En las numerosas fórmulas de fe que encontramos en el Nuevo Testamento,


podemos extraer algunos de los elementos fundamentales sobre la teología de la
Resurrección. En Rm 10,9 leemos: “Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el
Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvado”.

- Se subraya la iniciativa del Padre: “Dios lo resucitó”.


- Se manifiesta la corporeidad de la resurrección. Resucita la persona, por tanto
con su cuerpo. De otra manera no podríamos hablar de resucitar “de entre los
muertos”, que asume en sí el matiz de regreso a la vida de un cadáver.
Algunas fórmulas hablan de despertar o levantar (Ef 1,20: “Dios desplegó esta
fuerza en Cristo, levantado de entre los muertos y sentado a su diestra en los
cielos”).
- Se está constatando, asimismo, que Jesús murió realmente y que
descendió a los infiernos, pues “Dios lo resucitó de entre los muertos”.
- Se está ligando la Resurrección a la salvación. El sacrificio salvador que
hizo Jesucristo alcanza su culminación con el beneplácito del Padre, ocurrido
en la Resurrección, y con el acogimiento que hace el Padre en su seno del don
de la persona de Jesucristo, que es la exaltación. Por esa razón, algunas
fórmulas ligan la muerte la Resurrección de Jesús (1Ts 4,14: “Porque si
creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios se llevará
consigo a quienes murieron en Jesús”) o la entrega y la Resurrección (Rm
4,24-25: “pues Dios reconocerá nuestra fe; por nosotros que creemos en Aquel
que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado
por nuestros pecados, pero resucitado para nuestra justificación”).

Encontramos algunos elementos más en el testimonio que da Pablo a los Corintios,


recogido en 1Cor 15, 3-8.20:

Primero y ante todo, os transmití lo que yo mismo había recibido: que Cristo murió
por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al
tercer día, según las Escrituras; que se apareció primero a Pedro y, más tarde, a

4
Texto elaborado por A. Antón (UCAVILA).

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los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, de los cuales
algunos han muerto, pero la mayor parte vive todavía. Se apareció después a
Santiago, y de nuevo a todos los apóstoles. Finalmente, se me apareció también a
mí, que soy como un aborto. (…) Pero no, Cristo ha resucitado venciendo la muerte
y su victoria es primicia de la de aquellos que han muerto

- Se está manifestando que, tanto la muerte de Cristo como su Resurrección


ocurre cumpliendo la Escritura. Se está reconociendo, por tanto, que hay un
designio de Dios para la salvación del hombre que pasa por la muerte y la
Resurrección del Hijo.
- La referencia al sepulcro manifiesta nuevamente el carácter corpóreo de la
Resurrección.
- El versículo 20 dice que la Resurrección de Cristo es primicia. De esta forma,
se establece una conexión orgánica entre la Resurrección de Cristo y la
final. Los muertos resucitarán porque Cristo ha resucitado y lo harán
como Él ha resucitado.

La mayor información de que podemos disponer acerca de la naturaleza del cuerpo


resucitado la obtenemos de 1Cor 15,35-53:

Alguien preguntará: ¿y cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo lo


harán? ¡Tonto de ti! Si tú siembras algo, no cobrará nueva vida a menos que
antes muera. Y lo que siembras no es la planta entera que después ha de
brotar, sino un simple grano, de trigo o de cualquier otra semilla. Dios, por su
parte, proporciona a esa semilla, y a todas y cada una de las semillas, la forma que
le parece conveniente.

No todos los cuerpos son iguales: hay diferencia entre el cuerpo del ser humano, el
del ganado, el de las aves y el de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos
terrestres. Y no es el mismo resplandor el de los unos que el de los otros. No brilla
el sol como brillan la luna o las estrellas; e incluso entre las estrellas, cada una tiene
un brillo diferente. Así sucede con la resurrección de los muertos: se siembra algo
corruptible, resucita incorruptible; se siembra una cosa despreciable, resucita
resplandeciente de gloria; se siembra algo endeble, resucita pleno de vigor; se
siembra, en fin, un cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay
cuerpo animal, también lo hay espiritual. La Escritura dice: Adán, el primer ser
humano, fue creado como un ser dotado de vida; el último Adán, como un espíritu
que da vida. Y no existió primero lo espiritual, sino lo animal; lo espiritual es
posterior. El primer ser humano procede de la tierra, y es terreno; el segundo viene
del cielo. El terreno es prototipo de los terrenos; el celestial, de los celestiales. Y así
como hemos incorporado en nosotros la imagen del ser humano terreno,
incorporaremos también la del celestial. Quiero decir con esto, hermanos, que lo
que es sólo carne y sangre no puede heredar el reino de Dios; que lo corruptible no
heredará lo incorruptible.

Mirad, voy a confiaros un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos


transformados. Súbitamente, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene —que
sonará— la trompeta final, los muertos resucitarán incorruptibles mientras nosotros
seremos transformados. Porque es preciso que este ser corruptible se revista de
incorruptibilidad y que esta vida mortal se revista de inmortalidad.

Podemos ver que la resurrección conserva el cuerpo y el alma, pero transformados


por el Espíritu en cuerpo glorioso como Jesucristo. La resurrección es invasión en el
cuerpo del Espíritu Santo.

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La resurrección tiene que operar en el mismo cuerpo, pues de otro modo no habría
posibilidad de mantener la identidad personal tras la resurrección. Es verdad que el
cuerpo está en continuo cambio, pero el alma lo individúa y le dota de identidad. La
materia es también constitutiva de mí y por tanto jugará un papel, misterioso pero real,
en la resurrección.

Además de las fórmulas de fe ya vistas, los relatos del sepulcro vacío y de las
apariciones del resucitado ayudan a valorar la historicidad de la Resurrección de
Jesucristo. Con histórico queremos decir realmente acontecido, en ningún caso
podemos entender que la Resurrección sea un proceso con duración temporal, por
tanto objeto de estudio de la ciencia histórica. Pueden leerse Mt 28, Mc 16, Lc 24 y Jn
20.

4.7. LA EXALTACIÓN DE JESÚS RESUCITADO5


Expondremos la teología de la Exaltación a través del Himno de la carta a los
Filipenses (Flp 2,6-11):

Cristo, a pesar de su condición divina,


no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo


y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

En este himno, Pablo establece la cristología del exitus – reditus (descenso –


ascenso, en referencia a la Encarnación y el ascenso al Padre desde la Cruz).

La estructura del himno puede describirse como de causa – consecuencia. La causa:

- El Hijo no retuvo su condición divina, no en el sentido de zafarse de ella,


sino en el sentido de que asume una carne humana que es carne de pecado
(Rm 8,6-11). Esta es la condición de posibilidad para que con su muerte
pudiera morir al pecado: que Dios mismo asuma la carne de pecado. Con la
expresión carne de pecado, Pablo no quiere significar carne con pecados
personales (Cristo no pecó), sino la condición frágil de la naturaleza caída y la
situación de privación de gloria.
- El Hijo se vació de sí mismo haciéndose esclavo.
- El Hijo se humilló haciéndose obediente hasta la muerte en la Cruz. Es decir,
que siendo carne de pecado, era persona divina, volcado perfectamente al
Padre, que es la perfección en la vocación de todo ser humano. Hace
referencia al sacrificio de Cristo asumiendo nuestro pecado por amor al
Padre.

5
Texto elaborado por A. Antón (UCAVILA).

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La consecuencia:

- Dios le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre.


- Que toda rodilla se doble ante Él.
- Jesús es Señor (el Kyrios), título de majestad.

En la causa hacemos constante referencia a la obediencia al Padre, a no ocuparse de


sí sino estar perfectamente volcado hacia el Padre. En el fondo es la manifestación del
vínculo de amor del Padre y el Hijo. En la consecuencia hacemos referencia a la
divinidad. En el fondo la tesis del himno es que la humanidad de Jesucristo es
glorificada (o, lo que es lo mismo, divinizada) porque en Jesucristo, por ser Dios,
se da la vocación de todo ser humano, que es la perfecta comunión con el Padre y,
puesto que es hombre, es susceptible de ser divinizado en su humanidad. Y,
precisamente porque su humanidad ha sido glorificada en la Exaltación, es causa
de salvación para todos los hombres, por haber asumido al pecado en el sacrificio
de su persona.

Esta idea es expresada bellamente en la carta a los Hebreos (Hb 9,11): “Pero Cristo
se ha presentado como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Y siendo el suyo
un santuario mayor y más valioso, no fabricado por manos humanas y por tanto no
perteneciente al mundo creado, entró una vez por todas en “el lugar santísimo”, no con
sangre de machos cabríos o de toros, sino con la suya propia, rescatándonos así para
siempre”.

Al hablar de la Pascua de Jesús es necesario hacer un breve apunte sobre la


creación y su escatología. Puesto que en la Pascua comienza la plenitud de la
salvación de toda la creación, podemos decir que la creación se ha hecho para la
Pascua, entendida ésta como su consumación. En este sentido se puede decir que
Cristo está ya presente en la creación del mundo como Aquel para quien todo fue
hecho.

En el prólogo del evangelio de Juan se dice que el mundo fue hecho por la Palabra
(Jn 1,10: “En el mundo estaba y el mundo fue hecho por ella, pero el mundo no la
conoció”), que es el Logos eterno (Jn 1,1: “En el principio existía la Palabra y la
Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”) que se encarnó en la plenitud de
los tiempos, en obvia referencia a Cristo (Jn 1,11: “Vino a los suyos mas los suyos
no la recibieron”).

Seguiremos el himno de la carta a los Colosenses, Col 1,15-20:

Él es imagen de Dios invisible,


primogénito de toda criatura;
porque por medio de él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.


Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.

Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.


Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz

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La relación tipológica entre Adán y Cristo es que Adán es así porque Cristo llegará a
ser así, glorificado, en su humanidad. En este sentido Cristo es anterior a Adán,
primogénito. Primogénito quiere decir que Cristo es primero, anterior
causalmente, fundamento del proyecto salvífico de Dios. Por esa razón se puede
decir que por medio de Él fueron creadas todas las cosas. Todo fue creado para Él
porque todo fue creado con vocación en la plenitud escatológica de que goza ya Cristo
en su humanidad y hacia la que nos atrae.

Dios crea al hombre para comunicarle su gloria, que es la gloria de Cristo. En este
sentido, todos somos creados para Él. En ocasiones se dice que somos creados en
Él, en el sentido de ser creados para ser salvados en Él, porque nuestra salvación es
participar de su gloria.

4.8. LA ENCARNACIÓN DE JESÚS6


Afirmar la Encarnación es afirmar que el Hijo eterno, el Logos preexistente, toma
carne humana. Por tanto, el punto de partida es afirmar la preexistencia de Cristo
como la segunda Persona de la Trinidad.

El Nuevo Testamento afirma abundantemente la identidad de Cristo con el Logos


eterno (Jn 1,1: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la
Palabra era Dios”; Jn 8,58: “Antes de que Abraham existiese, Yo soy”). En el himno de
Filipenses vimos que Cristo “se despojó de su rango”, haciendo alusión a la
adquisición de naturaleza humana, humanidad que vive con la condición de siervo y
no con la condición divina.

La expresión más técnica es que la naturaleza divina propia del Logos asume la
naturaleza humana. En este sentido, el Logos llega a ser carne. No es un añadido al
Logos, sino la asunción de la carne por parte del Logos, de forma que, desde
entonces, el Logos es, constitutivamente, naturaleza divina y naturaleza humana. El
Hijo de Dios se hace hombre en el sentido de que en la Encarnación ya es hombre.
Por esa razón, la glorificación de Cristo supone necesariamente la entrada en la gloria
de su naturaleza humana.

La cuádruple finalidad de la Encarnación es recogida sintéticamente por el


Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 458-459:

- Finalidad redentora: rescatarnos del pecado.


- Finalidad perfectiva: llevarnos a la salvación mediante la glorificación de su
humanidad.
- Finalidad reveladora: revelarnos el amor de Dios.
- Finalidad de modelo: Jesús se hace modelo de santidad para los hombres.

El Hijo es, en la vida intratrinitaria, la Persona correspondiente a la filiación. Por


eso, porque nosotros hemos de ser llevados al Padre como hijos, había de
encarnarse la segunda Persona de la Trinidad (la Trinidad inmanente es la que
se revela en la Trinidad económica).

En la Encarnación se está traduciendo en la historia de la salvación el amor del Padre


al mundo, que en el fondo es expresión del amor paterno-filial intratrinitario. La
entrega voluntaria del Hijo en la Pasión es expresión del amor al Padre, que se
traduce en amor a los hombres: el Hijo ama al Padre amando su designio. Al
encarnarse, el Hijo se une a los hombres haciéndose una sola carne con ellos y
consuma esa unión en la Cruz, asumiendo todos los pecados de los hombres en su

6
Texto elaborado por A. Antón (UCAVILA).

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humanidad y provocando el perdón de ese pecado por su obediencia. Vemos, por


tanto, cómo la Encarnación está ordenada a la Pasión y a la Pascua.

La Encarnación y el nacimiento de Jesús está narrado en los evangelios de la infancia:


Mt 1-2 y Lc 1-2.

En Mateo encontramos la genealogía de Jesús. Es una genealogía descendente


que comienza en David y Abraham. El interés de Mateo es mostrar que Jesús es el
Mesías, hijo de David, que da cumplimiento a la Sagrada Escritura. De ahí las
cinco referencias que hace al cumplimiento de las Escrituras en Jesús (Mt 1,23;
2,6.15b.18.23b). La genealogía termina diciendo que “Jacob engendró a José, el
esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo” (Mt 1,16). Se explicita que
José no engendra propiamente a Jesús. Es necesario explicar, entonces, cómo
queda la paternidad de José y en qué sentido Jesús sigue siendo de la línea
davídica.

A partir de Mt 1,18 se explica el nacimiento de Jesús. Se explica que María estaba


encinta por obra del Espíritu Santo. El modo de llegar a ser hombre es por una
intercesión especial de Dios obrada por el Espíritu Santo. La Encarnación del Verbo no
puede ser de otro modo que por una acción especial de Dios. De la misma manera, se
puede hablar de una paternidad real de José, adoptiva en el sentido de no física,
pero real, por concesión especial de Dios, que le dice “Dará a luz un hijo a quien
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).
El hecho de poner el nombre es signo de paternidad, porque era el padre el único
que podía poner el nombre al hijo.

Del relato de Lucas (Lc 1-2) destacamos la conversación de María con el ángel (la
Anunciación, Lc 1,28-38):

Y, entrando, le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo."


Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo.
El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios
vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre
Jesús.
Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de
David, su padre. Reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá
fin."
María respondió al ángel: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?"
El ángel le respondió: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra. Lo que nacerá será santo y llamado Hijo de Dios.
Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el
sexto mes de la que se decía que era estéril,
porque no hay nada imposible para Dios."
Dijo María: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y el
ángel la dejó y se fue.

Hay varios elementos que nos aportan información:

- “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”. Hace alusión a la unción divina sobre
María, por tanto la concepción por obra del Espíritu Santo.
- “El poder del Altísimo”. Revela la iniciativa divina.
- “Te cubrirá con su sombra”. Hace referencia a la nube que cubría la tienda del
encuentro. La Virgen se presenta como la nueva tienda del encuentro para
que ella sea tabernáculo de la presencia de Dios. Hace alusión a la condición
divina del Hijo.

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- “Lo que nacerá será santo”. Del griego hay que traducir “santamente”. El
calificativo “santo” se refiere al parto. Es alusión a la condición virginal de
María.
- “Llamado Hijo de Dios”. Habla de la filiación divina. Hay que aclarar que la
concepción virginal no es la causa de la filiación divina, sino justamente al
contrario.

4.9. EL BAUTISMO DE JESÚS7


Los tres Sinópticos coinciden, a pesar de sus variantes en afirmar que el comienzo de
la vida pública de Jesús tiene lugar en el Jordán cuando pide a Juan Bautista ser
bautizado por él (Mc 1, 11; Mt 3, 13-17 y Lc 3, 21-22).

Hay motivos más que suficientes para considerar este episodio y el que le sigue -las
tentaciones- como claramente históricos. Tres elementos distinguimos claramente en
el relato:

• El hecho de que Jesús descienda al Jordán para ser bautizado por


Juan, es decir, para recibir un bautismo, que es signo de conversión, de
purificación, de perdón de los pecados.

• La explicación del mismo, a través de la observación de Juan Bautista y


la respuesta de Jesús: “Soy yo quien tiene que ser bautizado por ti...” y
Jesús: “Déjalo ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia”.

• El descenso sobre él del Espíritu Santo, en forma de paloma, y la palabra


del Padre que se deja oír. En Mateo suena así: “Este es mi Hijo amado, en
quien me complazco”. En Marcos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me
complazco” y en Lucas: “Tú eres mi Hijo amado, yo te he engendrado hoy”.

La explicación global de este momento depende, fundamentalmente, del segundo y


del tercer elemento. Cuando Jesús responde a Juan que “conviene cumplir toda
justicia”, el término justicia parece referirse simplemente al cumplimiento de la voluntad
de Dios. Jesús desciende con los pecadores al agua del Jordán porque esa es la
voluntad del Padre. No es signo, pues, de que Jesús sea pecador o tenga pecados por
los que pedir perdón, cosa que, por otra parte, el mismo Juan afirma cuando reconoce
que es él el que debe ser bautizado por Jesús. Pero el signo es claro: Jesús comienza
su ministerio público confundiéndose entre los que necesitan pedir perdón de sus
pecados. Jesús se sitúa, por voluntad de Dios, en comunión y en solidaridad con
la humanidad pecadora. Podemos interpretar este gesto así porque Jesús lo “repitió”
de algún modo en la cercanía que mantuvo después con los pecadores (publicanos y
prostitutas) y, en particular, cuando compartía con ellos la mesa como signo de su
“solidaridad-comunión” espiritual con ellos, como signo de que ha venido a compartir
nuestro destino, nuestra condición histórica... eso es así por voluntad de Dios.

Por ello podemos ver en este texto, y en esa línea va el comentario de muchos Padres
de la Iglesia, un nuevo “descenso” del Hijo de Dios, una manifestación más honda
de la kénosis que inicia en la Encarnación.

Pero esa kénosis va acompañada de un descenso sobre él del Espíritu Santo. Sólo en
Mateo, la voz de Dios es declarativa para los testigos de la escena: “Este es mi Hijo
amado...” Parece como si Dios confirmase a los demás quién es Jesús. En cambio, en
Marcos y en Lucas la voz se dirige al mismo Jesús: Tú eres mi Hijo. Parece además

7
Texto de las lecciones de Cristología de A. Castaño (Universidad San Dámaso).

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que el texto que tiene más probabilidades de historicidad es el de Lucas: “Yo te he


engendrado hoy”.

¿Cómo interpretar esto? Se trata, sin duda, de una teofanía, una manifestación del
Padre que rasga los cielos y revela un momento clave de la historia de la salvación.
Pero es también una unción-consagración: Al mismo tiempo que lo “revela”, lo
“realiza”.

La voz que se oye es una cita de Sal 2 que dice así: “«Yo mismo he consagrado a mi
rey en Sión, mi monte santo». Haré público el decreto de Yahvé: El me ha dicho: «Tú
eres mi hijo, hoy te he engendrado. Si me lo pides, te daré en herencia las naciones,
en propiedad la inmensidad de la tierra...”

Se trata de un salmo mesiánico y, históricamente, se trata de un salmo que


acompaña la entronización del rey y que recuerda la promesa de Yahvé sobre el rey
Mesías que, ungido por el espíritu de Yahvé, es llamado “Hijo”.

Sin duda que Jesús es Hijo de Dios desde su origen humano, puesto que se trata de la
persona eterna, eternamente engendrada por el Padre, del Verbo que asume una
humanidad concreta como “su” humanidad. Jesús es, desde su origen, hijo del Padre.

Sin embargo, es preciso tener en cuenta lo que el salmo dice para entender que aquí
no hay sólo una “proclamación” formal de algo que ha sucedido plenamente en el
momento de la Encarnación, sino que aquí sucede “algo” en Jesús, que tiene que ver
con la efusión sobre él del Espíritu Santo.

El descenso del Espíritu sobre Jesús no es mera apariencia ni mera manifestación. Es


un descenso real, una unción. Jesús es, en su humanidad, ungido por el Espíritu de
Dios para dar comienzo a su misión mesiánica. Aunque el Espíritu esté en él desde el
principio, su humanidad es capacitada para la misión mesiánica en este momento.

De hecho, los Evangelios no nos narran ningún milagro de Jesús antes del Bautismo.
Tampoco se nos dice que predicase el Evangelio. Precisamente uno de los motivos
por los que una parte de los apócrifos no fue admitida por la Iglesia es la mención de
los milagros de Jesús durante su infancia. Jesús predica el Evangelio y hace milagros
como Mesías, en la medida en que para ello ha sido ungido por el Espíritu Santo y eso
sucede en el Jordán. Una precisión, que recuerda lo que hemos visto en el tema
anterior referido a la Encarnación: en los milagros, el poder que actúa siempre es el
poder de Dios, pero también siempre por medio de la humanidad de Jesús. Es Jesús,
el Dios-hombre, que como hombre quiere y obra el milagro. Pero los milagros tienen
que ver con su misión mesiánica. Por eso la unción del Espíritu "capacita" a la
humanidad de Jesús para el cumplimiento de una misión que empieza ahora, aunque
lo cualifica personalmente desde el principio. La humanidad de Jesús, que ha ido
creciendo en gracia durante su vida oculta, recibe ahora la plenitud mesiánica del
Espíritu Santo, que le capacita para la misión recibida del Padre.

Esta es la clave principal para entender este momento. En ese sentido, no hay que
pensar que el Padre “revela” a Jesús su condición filial en este momento. Ya hemos
visto como a los once años tiene conciencia de su filiación de un modo singular, de un
modo que corresponde a su edad. Ahora su conciencia es plena. El Padre, en todo
caso, lo confirma, pero no le revela algo que ya es conocido y experimentado por él,
como hombre adulto que se conoce a sí mismo y que, por tanto, conoce a Dios como
Padre suyo.

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4.10. LAS TENTACIONES DEL DESIERTO8


Inmediatamente después del Bautismo, Jesús es empujado “por el Espíritu” al desierto
para ser tentado por el diablo (Mt 4, 1-11; Mc 1, 12; Lc 4, 1-13).

Tampoco parece razonable dudar de la historicidad de las tentaciones, aunque es


legítimo pensar que -puesto que tal como están narradas, fue Jesús su único testigo -
el relato dependa de una enseñanza de Jesús, estilizada en su forma de plasmar por
escrito el hecho mismo -y real- de la tentación de Jesús. Lo cierto es que estas no son
las únicas tentaciones. Lc 1, 13 nos dice que el diablo se separó de él hasta otra
ocasión, hasta el tiempo propicio. Jesús mismo reconoce otra tentación, por ejemplo,
en Mt 16, 23 cuando llama a Pedro “Satanás” porque pretende apartarle del camino de
la cruz.

Tal vez este episodio nos sirve para interpretar este. Las tres tentaciones tienen un
objetivo común: apartar a Jesús de un camino de sufrimiento (hambre), de
escondimiento y humillación (lanzarse del templo para ser reconocido) y de
obediencia Y adoración a sólo Dios (los reinos de la tierra). Lo que está en juego
en la tentación es el camino mesiánico que Jesús, recién inaugurado su ministerio
mesiánico, va a recorrer. Satanás le propone un camino fácil, en su propio interés,
notorio a todo Israel, ejercido en el poder y la gloria y lejos del camino que el Padre
quiere. La respuesta de Jesús es presentada como inmediata y alude siempre al
cumplimiento de la palabra y de la voluntad de Dios.

Es preciso también tomar en serio la realidad de la tentación. El Evangelio deja claro


que existe el tentador, Satanás. La tentación le viene a Jesús desde fuera de sí
mismo, pero el texto evangélico no permite, a partir de aquí, afirmar que Jesús fue
tentado “sólo exteriormente”. La primera tentación es clara a este respecto: Jesús
tenía hambre y se le presenta la posibilidad de saciarla. El hambre es una pasión
humana, en sí misma no pecaminosa, y como tal pasión “quiere” y “reclama” ser
saciada. Satanás tienta a Jesús con algo que, sin ser pecado en sí mismo, le resulta
atrayente, que conecta con su deseo espontáneo, con la necesidad de saciar el
hambre. Por eso es realmente tentación. Lo mismo sucede con las otras dos
tentaciones que, al fin y al cabo, ofrecen a Jesús la posibilidad de alcanzar por una vía
fácil y no acorde con la voluntad del Padre lo que ha venido a conseguir, es decir, ser
reconocido por Israel como el enviado del Padre y extender el Reino de Dios a todas
las naciones. Jesús fue tentado porque en su interior hubo un combate real entre un
deseo espontáneo e instintivo de su naturaleza humana y su voluntad -también
humana- de cumplir en todo y siempre la voluntad del Padre. El testimonio constante
de los Evangelios nos asegura que en él no hubo nunca pecado personal de ningún
tipo y cuando hablamos de combate interior en Jesús tenemos que desterrar la
pecaminosidad de su carne, es decir, la concupiscencia. Dicho esto, no podemos
negar la realidad de este combate: equivaldría a negar que Jesús fue realmente
tentado y a declarar ficticio todo el relato de las tentaciones.

El episodio de las tentaciones revela en otro sentido la misión de Jesús. Los 40 días
con sus noches recuerdan sin duda el tiempo del éxodo, el paso del pueblo de Israel
por el desierto. Durante aquellos cuarenta años el pueblo de Israel fue tentado, debió
pasar por la prueba para entrar en la Tierra Prometida. Pero Israel fracasó, cedió a la
tentación, como signo de la fuerza del pecado que tenía bajo su poder a la humanidad
entera. Jesús asume la lucha de Israel y la lucha de la humanidad entera contra el
pecado. Personifica a Israel, lo asume y, sometido a la misma prueba, logra la victoria.

8
Texto de las lecciones de Cristología de A. Castaño (Universidad San Dámaso).

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Religión, cultura y valores E.U.M. Fray Luis de León
Universidad Católica de Ávila

La victoria no es definitiva, no obstante, porque vivirá sometido a la tentación, hasta la


prueba última y definitiva, la tentación de Getsemaní y la de la Cruz.

Como hemos visto, la tentación es real en él, es un combate personal, pero es - según
el testimonio del Nuevo Testamento- por nosotros. Se trata de una lucha en
representación de Israel y de la humanidad.

4.11. PASIÓN Y MUERTE DE JESÚS9


Jesús es acusado de blasfemia por los judíos. La pena es de muerte, pero la
sentencia la tiene que confirmar la autoridad romana, por eso hay un doble juicio (ante
el sanedrín y ante la autoridad romana).

Jesús es acusado por múltiples razones que van confluyendo. De la pretendida


autoridad de que hace gala, surge una oposición frontal a la autoridad de los fariseos,
escribas y sacerdotes. De aquí surgen diversos conflictos:

- Con los sacerdotes, por erigirse como nuevo Templo y abogar por un culto
más espiritual y por su crítica a los sacrificios.
- Con los fariseos y celotas, empeñados en el fin del yugo romano, pues Jesús
aboga por la universalidad y la indistinción de pueblos en lo referido a su
mensaje de salvación.
- Con el pueblo, debido a sus exigencias morales, de seguimiento y de
perfección de la ley de Moisés, lo cual era tenido por escandaloso.

Todo ello lleva a la pregunta del Sumo Sacerdote a Jesús acerca de si Él es el


Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt 26, 63b: “Te conjuro por Dios vivo que nos digas si
tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”). La clave de la condena final está en la respuesta de
Jesús a la pregunta del Sumo Sacerdote: una declaración explícita de la dignidad
divina. Leemos en Mt 26, 64:

Respondió Jesús: “Tú lo has dicho. Pero os digo que a partir de ahora veréis al Hijo
del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo”.

La muerte de Jesús forma parte del designio prefijado por Dios según su plan de
salvación. Ya en el Antiguo Testamento, los profetas apelaban al sufrimiento y la
muerte del justo para salvar al pueblo (por ejemplo, en Sal 22 o en los cantos del
Siervo de Yahveh, Is 52,13; 53,12). Si el Padre permite la muerte del Hijo es porque
es expiatoria del pecado de modo vicario. Por tanto, la muerte de Jesús no es un
acto de abandono del Padre, sino justamente un acto de amor del Padre al Hijo y
la entrega voluntaria del Hijo es un acto de amor del Hijo al Padre.

Lo que lleva a la muerte a Jesús es el pecado del hombre, manifestado en la


mentira, la avaricia y la traición de Judas, la soberbia de Caifás y Anás, la tibieza y la
cobardía de Pilato, la soberbia del pueblo,… Por eso Jesús asume en su humanidad
el pecado de los hombres, pues al hacerse hombre induce la comunión con el
hombre, también en la asunción del pecado. Pero, además, es capaz de expiar ese
pecado. En efecto:

- El oferente del sacrificio es la misma víctima ofrecida. Es un sacrificio


existencial, personal, que realiza por fin la vocación humana perfectamente.
- Es un sacrificio voluntario.
- El oferente-ofrenda, a diferencia de los sacerdotes de Israel, es justo y puro.
Jesús asume el pecado asumiendo la pena, pero nunca la culpa. Asumir la

9
Texto elaborado por A. Antón (UCAVILA).

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Religión, cultura y valores E.U.M. Fray Luis de León
Universidad Católica de Ávila

pena es sufrir el mal fruto del pecado, lo que le conduce a la muerte como
condición necesaria para la justificación.

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