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resolverlos…
INTRO
Las disputas familiares no son solo algo totalmente normal, sino que son hasta
necesarias. Por ello es tan importante saber cómo se debe actuar ante una discusión
familiar, para que todos los miembros puedan expresarse y llegar así a un acuerdo que
favorezca a todos por igual.
Como decían en la película El Padrino, “lo importante es la familia”; aunque seguro que
también te sonará ese dicho de “hasta en las mejores familias…”. Es natural. Somos
humanos y, tarde o temprano, surgen conflictos en todos los grupos, incluyendo la
familia. Sin embargo, las tensiones emocionales que surgen en estas rencillas son
especialmente delicadas y pueden llevar al alejamiento de diferentes miembros e,
incluso, a la ruptura de relaciones de forma permanente.
Para resolver diferentes conflictos que surjan en la familia, sean cuales sean los
implicados, hace falta mucha paciencia y un buen control de las emociones —tanto
propias como ajenas—. Los consejos que vamos a darte aquí y ahora no son tanto
como para que resuelvas cualquier conflicto, sino más bien para que medies y dejes
que dentro de la medida de lo posible sean los implicados los que limen asperezas.
Las discusiones y las disputas en la familia pueden llegar a ser una gran fuente de
malestar.
El término familia comprende a un grupo de personas integrado por personas unidas
por relaciones filiales, es decir, padres, hijos y hermanos o por vínculos de pareja. Este
sistema es comprendido como una totalidad abierta, en la que todos los componentes
están estrechamente relacionados.
Debido a esta estrecha e íntima relación, la conducta de cualquiera de ellos puede
afectar a la dinámica de la familia. Como es natural, las disputas y conflictos familiares
forman parte de estas dinámicas. Sin embargo, existen diferentes tipos de conflicto
familiar; según el tipo de vínculo entre las personas o según la causa que lo origine.
Los conflictos o disputas constituyen un elemento inseparable del hecho de vivir en
sociedad, dado esta está compuesta por muchos y diferentes individuos con diversas
opiniones y formas de pensar. Además, un conflicto bien gestionado se establece
como un medio para la el desarrollo y progreso, por lo que es necesario afrontarlo
para poder aprender de él.
Evidentemente, el conflicto familiar es algo natural, puesto que en la convivencia de
los miembros de una unidad familiar, con diferentes edades, pensamientos y formas
de ver la vida el conflicto es algo inevitable. No obstante, lo fundamental no es evitar
el conflicto a toda costa, puesto que eso es imposible, sino evitar la escalada de
agresividad y manejarlo de forma inteligente y asertiva.
En el momento en el que en una familia o unidad familiar aparece un
conflicto, aparece también una inestabilidad que puede acarrear frustraciones y
preocupaciones desmesuradas en algunos miembros. Además, pueden comenzar a
resurgir antiguos problemas que no fueron solucionados y que solamente contribuyen
a hacer la bola del conflicto más grande.
Cualquier clase de crisis familiar requiere de la cooperación de todos los integrantes,
así como de una transformación y adaptación a una nueva situación; puesto que
durante una disputa familiar las reglas impuestas en el contexto familiar se vuelven
inciertas y es necesario volver a trabajar en ellas.
Los conflictos familiares ocurren en el seno de todas las familias, por muy bien
avenidas que sean y por muy buena relación que mantengan sus miembros. Es
perfectamente normal ya que todos los núcleos familiares están compuestos por
personas que tienen sus propias opiniones y expectativas, por lo que en algunas
situaciones sus deseos, necesidades y puntos de vista no coincidirán, sobre todo
cuando hay diferencias generacionales.
De hecho, los conflictos ni siquiera son negativos sino que pueden representar una
oportunidad para crecer y hacer que la familia sea más resiliente. El problema
comienza cuando en vez de enfocarse en la resolución de los conflictos familiares, se
producen luchas de poder, de manera que el problema se enquista y termina
debilitando la relación entre los miembros, haciendo que una familia funcional termine
desarrollando comportamientos y formas de relacionarse disfuncionales.
TIPOS DE CONFLICTOS
Existen varias formas de categorizar los diferentes tipos de conflictos familiares. Esta
categorización puede ir en base al tipo de relación que existe entre los agentes
implicados en la disputa o en base al foco o causa del conflicto.
Dependiendo del tipo de relación o parentesco que exista entre los miembros de la
familia se pueden diferenciar cuatro tipos de conflictos familiares.
1.1. Conflictos de pareja
Según la etapa del desarrollo en la que se encuentren cada uno de las partes
implicadas en el conflicto se pueden subdividir en tres categorías:
Conflictos durante la etapa infantil: los conflictos suelen girar en torno al
desarrollo de la autonomía del niño. En estos casos o bien los padres no tiene claro
cómo conceder esa autonomía, o bien no creen que el hijo se esté orientando hacia la
dirección que ellos creen correcta.
Conflictos durante la adolescencia: es la etapa en la que mayor número de
conflictos surgen. Estos aparecen cuando los hijos tienen entre 12 y 18 años y vienen
dados por las fluctuaciones o altibajos emocionales propios de este período.
Conflictos con hijos adultos: cuando los hijos alcanzan la mayoría de edad
supone el comienzo de la convivencia entre personas ya adultas. Las cuales suelen
tener diversas maneras de pensar y de entender cómo vivir u organizar su vida, por lo
que esta época también es susceptible de provocar algunos conflictos familiares.
Este tipo de conflictos son de los más habituales y los que más perduran
independientemente de la etapa vital en la que se encuentren cada uno de ellos. Estos
altercados suelen mantenerse durante muy poco tiempo y la mayoría de las veces no
es obligatoria la intromisión de los padres.
La cara positiva de este tipo de conflictos es que constituyen un preludio de los
conflictos que pueden aparecer en la edad adulta, y por lo tanto sirven de iniciación y
aprendizaje para la vida adulta.
Cuando una persona adulta ingresa en la etapa de la tercera edad los cambios que
experimenta son sumamente trascendentales. Tanto a nivel biológico, cuando la
persona advierte el propio deterioro corporal; como a nivel social, en el que
aparecen acontecimientos como la jubilación, la pérdida de amistades o seres
amados, etc.
Este conjunto de cambios pueden ser experimentados de manera muy dramática por
la persona, dando lugar a conflictos con el resto de componentes del núcleo familiar.
Cada cambio o salto de una etapa del ciclo vital a otra suele venir acompañado de
algún conflicto, esto es debido una serie de factores como nuevas responsabilidades,
asimilación de nuevos roles o acontecimientos como matrimonios, jubilaciones o
defunciones.
Si estos conflictos intentan ser neutralizador o son gestionados de forma poco
perspicaz, pueden llegar a transformarse en auténticas crisis familiares.
Estas crisis son propias de unidades familiares en las que residen personas
dependientes o desvalidas. En estos casos los conflictos aparecen cuando las personas
encargadas de su cuidado ven limitadas o restringidas sus actividades habituales o
sus libertades.
1. Estar preparado
“Para resolver un conflicto es necesario negociar. Además hay que tener claro que los
problemas no tienen una única solución y que la única solución posible no tiene por
qué ser la nuestra”, señala la técnico en AFA. Así, se presentan diferentes alternativas
para escoger la solución más adecuada entre las partes.
Organiza una reunión familiar en una estancia de la casa que tenga el mismo valor para
todos o, incluso, fuera de casa si es necesario. En cuestión de conflictos de parejas, es
útil quedar en una cafetería o en el parque, es decir, un lugar neutro donde hablar de
los problemas sin la presión de estar en el terreno del otro. Igualmente, esta sensación
debe ser común para el resto de familiares en el caso de que haya más de un
implicado.
2. No te impliques
En estas ocasiones, sí es importante que el mediador no deje que nadie acapare la
conversación y deje que todos se expresen sin interrupciones. Para ello, deberás
tomar un papel más activo e ir intercalando turnos, si hace falta, para que todos los
implicados se expresen.
Suena muy fácil de decir, pero la práctica siempre va a ser infinitamente más difícil. Lo
ideal es redirigir la interacción, o la exposición del problema, a unas soluciones que
impliquen una relación ganar-ganar o perder-perder para todos. Así, todos tendrán
claro que la mejor solución es trabajar juntos para resolver los conflictos. Es la forma
más positiva de terminar una discusión. Sin embargo, este consejo puede ser
peliagudo, puesto que no siempre se tiene tan claro quiénes son los que ganan o
pierden en igual medida.
No todos los problemas se podrán solucionar sobre la marcha y habrá discusiones que
se alarguen en el tiempo. Sin embargo, el papel del mediador no es el de resolver el
conflicto, sino el de crear la situación idónea para que este se resuelva con la ayuda
de sus principales involucrados.
Como mediador podrás terminar una reunión haciendo que sus integrantes sientan
que se les ha tomado en serio y se les ha escuchado lo que tenían que decir. Quizás no
se haya resuelto el problema de un día para otro, pero se ha conseguido establecer
una dinámica que permita resolverlo cuando de otro modo hubiese sido imposible… o
incluso con peor final.
Atender plenamente a aquello que el otro está intentando trasladar, así como
asegurarse de haber entendido sus demandas y de que la otra persona sea consciente
de que se le ha entendido.
Es muy frecuente que en cualquier tipo de disputa las personas implicadas se quiten la
palabra entre ellas, o que no quieran que algunos de los otros implicados intervengan
en la solución del problema.
No obstante, este es un grave error. Puesto que no se debe priorizar a ninguna de las
partes implicadas y todas ellas tienen el derecho y obligación de intervenir al mismo
nivel.
4. Manifestar afecto
2. Muérdete la lengua
Cuando dos personas que son partes interesadas en una relación tienen un
desacuerdo, a veces dicen cosas irracionales de las que después se arrepienten. Sin
embargo, las palabras dichas no se pueden borrar y pueden crear heridas
emocionales muy difíciles de sanar. Por eso, es fundamental que antes de responder,
reflexiones un momento sobre lo que estás a punto de decir.
Recuerda que para mantener una discusión, son necesarias dos personas. Si rechazas
convertirte en un contrincante, simplemente no habrá discusión. Eso no significa darle
la razón al otro, sino tan solo tomar el control para expresarse de manera más asertiva,
en aras de contribuir a la resolución del conflicto familiar en vez de empeorarlo.
Las palabras que elijas son muy importantes, así como los pronombres personales que
uses. Hay un momento para el «yo» y otro para el «tú», aunque como norma general
es preferible usar el «nosotros» ya que en todo conflicto siempre hay dos partes.
Por ejemplo, en vez de decir “tienes que solucionarlo” puedes decir “tenemos que
decidir cómo solucionarlo”. Al utilizar el nosotros en vez del tú, mostramos nuestra
implicación emocional y evitamos que la otra persona se sienta atacada. Sin embargo,
cuando necesites hablar de tus opiniones y emociones, es fundamental que hables en
primera persona, en vez de utilizar frases impersonales. De esta forma podrás implicar
mucho más a la otra persona.
4. Ponte en los zapatos del otro, y haz que se ponga en los tuyos
Uno de los principales obstáculos en la resolución de conflictos familiares es que cada
quien se atrinchera en su posición. Sin embargo, si cada quien solo piensa desde su
perspectiva, jamás solucionarán el problema, o al menos no encontrarán una solución
satisfactoria para ambos. A veces solo es necesario salir de ese espacio y ponerse en el
lugar del otro.
Cuando dos personas se enfrentan, a veces corren el riesgo de encerrarse tanto en sus
puntos de vista que no se dan cuenta de que están diciendo lo mismo con palabras
diferentes o que, en el fondo, persiguen la misma meta pero difieren en las vías para
alcanzarla.
La parte positiva de los conflictos familiares es que casi siempre existen muchos puntos
en común a partir de los cuales podemos trabajar, aunque en un primer momento el
enfado la frustración no nos permita verlos. Una buena estrategia consiste en resaltar
esos puntos de vista comunes o la meta conjunta ya que ambos sentirán que se
encuentran de la misma parte, en vez de sentir que están tirando cada uno del
extremo de una cuerda.
Es fundamental no irse por las ramas trayendo a colación situaciones que no vienen al
cuento o aprovechando la discusión para airear los trapos sucios. Para resolver un
conflicto es necesario mirar al futuro, no quedarse atrapado en el pasado creando un
círculo vicioso de reproches. Céntrate en lo que podéis hacer para solucionar el
conflicto.
7. Comprométete
Tirar la pelota hacia el tejado ajeno no es la mejor estrategia de resolución de
conflictos familiares. Sin embargo, la aplicamos continuamente, como si fuera
responsabilidad del otro solucionar todos los problemas que existen. De esta manera
la otra persona se siente culpable e intentará defenderse, por lo que la distancia entre
ambos se acrecentará. Sin embargo, cuando una persona se siente segura y sabe que
no será culpada, puede pensar de manera más estratégica y racional, en vez de
ponerse a la defensiva.
8. Cede, no tengas miedo dar un paso atrás si ayuda a dar dos adelante
Existen diferentes estrategias de resolución de los conflictos familiares, una de las más
comunes es la competitiva, en la cual cada persona se ubica en un bando contrario y
lucha por ganar. Lo curioso es que no se dan cuenta de que en una relación, la
supuesta victoria de uno no solo implica la derrota de otro sino además una pérdida
para la relación.
Por eso, la mejor estrategia es la colaborativa, donde ambos ganan. Y para que ambos
ganen, ambos deben ceder algo. Con esta estrategia no solo gana cada persona
individualmente sino que la relación se enriquece y fortalece. De hecho, las relaciones
de pareja más sólidas no son aquellas que no han tenido conflictos sino precisamente
las que han sabido superar esos desencuentros.
9. Acepta y respeta
Sin embargo, la solución de los conflictos familiares siempre debe pasar por la
aceptación y el respeto. Esto significa que, si bien es necesario tener puntos comunes
que garanticen una buena convivencia, también es imprescindible respetar la
individualidad del otro y dejarle espacio para que sea la persona que desea ser. Por
tanto, a veces debemos preguntarnos si se trata de un conflicto real o es un
pseudoconflicto creado y alimentado por nuestras expectativas irreales.
10. Cambia la perspectiva, ni los conflictos son tan malos ni no tener conflictos es tan
bueno
Por último, pero no menos importante, es fundamental aprender a lidiar con los
conflictos familiares y verlos como oportunidades de crecimiento. Un problema no es
necesariamente un obstáculo, también es una oportunidad de cambio. Todo depende
de la perspectiva con que se mire.
Muchas parejas, por ejemplo, asumen los conflictos como sucesos negativos, creen
que tener puntos de desencuentro les distancia. Sin embargo, esas diferencias también
pueden enriquecer la relación y hacer que madure. De hecho, ningún buen marinero
se forjó en un mar calmo. Al contrario, en las parejas que se han distanciado mucho
emocionalmente a menudo no hay conflictos, simplemente porque ni siquiera existe el
roce humano. Y eso es mucho peor que tener conflictos.
CIERRE
La familia es familia, al igual que lo eran antes de que empezase el conflicto y tal y
como lo seguirán siendo cuando este se solucione