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FEDÓN

O ACERCA DEL ALMA

Platón

Edición Electrónica de
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Filosofía Universidad ARCIS.
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FEDÓN O ACERCA DEL ALMA

Equécrates 1 y Fedón

SÓCRATES.—A POLODORO.—CEBES.—SIMMIAS.—CRITÓN.—FEDÓN.—JANTIPA.—EL
SERVIDOR DE LOS ONCE

EQUÉCRATES .—Fedón, ¿estuviste tú salvándose a sí misma. Dícese que


mismo cerca de Sócrates el día que cuando partió el buque, los atenienses
bebió la cicuta en la prisión, o sólo ofrecieron a Apolo que si Teseo y sus
sabes de oídas lo que pasó? compañeros escapaban de la muerte
FEDÓN.—Yo mismo estaba allí, enviarían todos los años a Delfos una
Equécrates. expedición; y desde entonces nunca
EQUÉCRATES —¿Qué dijo en sus últimos han dejado de cumplir este voto.
momentos y de qué manera murió? Te Cuando llega la época de verificarlo, la
oiré con gusto, porque no tenemos a ley ordena que la ciudad esté pura, y
nadie que de Flionte vaya a Atenas; ni prohíbe ejecutar sentencia alguna de
tampoco ha venido de Atenas ninguno muerte antes de que el buque haya
que nos diera otras noticias acerca de llegado a Delfos y vuelto a Atenas; y
este suceso, que la de que Sócrates algunas veces el viaje dura mucho,
había muerto después de haber bebido como cuando los vientos son con-
la cicuta. Nada más sabemos. trarios. La expedición empieza desde
FEDÓN—¿No habéis sabido nada de su el momento en que el sacerdote de
proceso ni de las cosas que ocurrieron? Apolo ha coronado la popa del buque,
EQUÉCRATES .—Sí; lo supimos, porque lo que tuvo lugar, como ya te dije, la
no ha faltado quien nos lo refiriera; y víspera del juicio de Sócrates. He aquí
sólo hemos extrañado el que la sen- por qué ha pasado tan largo intervalo
tencia no hubiera sido ejecutada tan entre su condena y su muerte.
luego como recayó. ¿Cuál ha sido la EQUÉCRATES —¿Y qué pasó entonces?
causa de esto, Fedón? ¿Qué dijo, qué hizo? ¿Quiénes fueron
FEDÓN.—Una circunstancia particular. los amigos que permanecieron cerca de
Sucedió que la víspera del juicio se él? ¿Quizá los magistrados no les
había coronado la popa del buque que permitieron asistirle en sus últimos
los atenienses envían cada año a momentos, y Sócrates murió privado
Delfos. de la compañía de sus amigos?
EQUÉCRATES .—¿Qué buque es ése? FEDÓN.—No; muchos de sus amigos
FEDÓN.—Al decir de los atenienses, es estaban presentes; en gran número.
el mismo buque en que Teseo condujo EQUÉCRATES.—Tómate el trabajo de
a Creta en otro tiempo a los siete referírmelo todo, hasta los más minu-
jóvenes de cada sexo, que salvó,

1 Era de Flionte, en Sición, que es el lugar del diálogo.

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ciosos pormenores, a no ser que algún como derramar lágrimas; sobre todo a
negocio urgente te lo impida. Apolodoro; tú conoces a este hombre y
FEDÓN.—Nada de eso: estoy desocupado, su carácter.
y voy a darte gusto; porque para mí no EQUÉCRATES.—¡Cómo no he de conocer a
hay placer más grande que recordar a Apolodoro!
Sócrates, ya hablando yo mismo de él, ya FEDÓN.—Se abandonaba por entero a
escuchando a otros que de él hablen2. esta diversidad de emociones; y yo
EQUÉCRATES.—De ese mismo modo mismo no estaba menos turbado que
encontrarás dispuestos a tus oyentes; y todos los demás.
así, comienza, y procura en cuanto te sea EQUÉCRATES.—¿Quiénes eran los que se
posible no omitir nada. encontraban allí, Fedón?
FEDÓN.—Verdaderamente, este espec- FEDÓN.—De nuestros compatriotas,
táculo hizo sobre mí una impresión estaban: Apolodoro, Critóbulo y su
extraordinaria. Yo no experimentaba la padre, Critón, Hergómenes, Epigenes,
compasión que era natural que expe- Esquines y Antístenes3. También estaban
rimentase asistiendo a la muerte de un Ctésipo, del pueblo de Peanea;
amigo. Por el contrario, Equécrates, al Menexenes y algunos otros del país.
verle y escucharle, me parecía un hombre Platón creo que estaba enfermo.
dichoso; tanta fue la firmeza y dignidad EQUÉCRATES.—¿Y había extranjeros?
con que murió. Creía yo que no dejaba FEDÓN.—Sí; Simmias, de Tebas; Cebes y
este mundo sino bajo la protección de los Fedondes, y de Megara. Euclides4 y
dioses, que le tenían reservada en el otro Terpsión.
una felicidad tan grande, que ningún otro EQUÉCRATES.—Aristipo5 y Cleombroto,
mortal ha gozado jamás otra igual; y así ¿no estaban allí?
no me vi sobrecogido de esa penosa FEDÓN.—No; se decía que estaban en
compasión que parece debía inspirarme Egina.
esta escena de duelo. Tampoco sentía mi EQUÉCRATES.—¿No había otros?
alma el placer que se mezclaba ordina- FEDÓN.—Creo que, poco más o menos,
riamente en nuestras pláticas sobre la estaban los que te he dicho.
filosofía; porque en aquellos momentos EQUÉCRATES.—Ahora bien: ¿sobre qué
también fue éste el objeto de nuestra decías que había versado la conver-
conversación; sino que en lugar de esto, sación?
yo no sé qué de extraordinario pasaba en FEDÓN.—Todo te lo puedo contar punto
mí; sentía como una mezcla, hasta por punto, porque desde la condenación
entonces desconocida, de placer y dolor, de Sócrates no dejamos ni un solo día de
cuando me ponía a considerar que dentro verle. Como la plaza pública donde había
de un momento este hombre admirable tenido lugar el juicio estaba cerca de la
iba a abandonarnos para siempre; y prisión, nos reuníamos allí de madru-
cuantos estaban presentes, se hallaban, gada, y conversando aguardábamos a
poco más o menos, en la misma dispo- que se abriera la cárcel, que nunca era
sición. Se nos veía tan pronto sonreír
3 Jefe de la escuela cínica.
2Fedón debió a Sócrates que Alcibíades o 4 Jefe de la escuela megárica.
Critón le rescataran de la esclavitud. 5 Jefe de la escuela cirenaica.

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temprano. Luego que se abría, entrá- considera como su contrario! Porque el


bamos; y pasábamos ordinariamente placer y el dolor no se encuentran nunca
todo el día con él. Pero el día de la a un mismo tiempo y si embargo, cuando
muerte nos reunimos más temprano que se experimenta el uno, es preciso aceptar
de costumbre. Habíamos sabido la el otro, como si un lazo natural los hiciese
víspera, al salir por la tarde de la prisión, inseparables. Siento que a Esopo no se le
que el buque había vuelto de Delfos. haya ocurrido esta idea, porque hubiera
Convinimos todos en ir al día siguiente al inventado una fábula, y nos hubiese
sitio acostumbrado, lo más temprano que dicho que Dios quiso un día reconciliar
se pudiera, y ninguno faltó a la cita. El estos dos enemigos, y que no habiendo
alcaide, que comúnmente era nuestro podido conseguirlo, los ató a una misma
introductor, se adelantó y vino donde cadena, y por esta razón, en el momento
estábamos, para decirnos que esperá- que uno llega, se ve bien pronto llegar a
ramos hasta que nos avisara, porque los su compañero. Yo acabo de hacer la
Once6, nos añadió, están en este experiencia por mí mismo; puesto que
momento mandando quitar los grillos a veo que al dolor que los hierros me
Sócrates y dando orden para que muera hacían sufrir en esta pierna, sucede ahora
hoy. Pasados algunos momentos, vino el el placer.
alcaide y nos abrió la prisión. Al entrar, —Verdaderamente, Sócrates—
encontramos a Sócrates, a quien aca- dijo Cebes —haces bien en traerme este
baban de quitar los grillos, y a Jantipa, ya recuerdo; porque a propósito de las
la conoces, que tenía uno de sus hijos en poesías que has compuesto, de las
brazos. Apenas nos vio, comenzó a des- fábulas de Esopo que has puesto en verso
hacerse en lamentaciones y a decir todo y de tu himno a Apolo, algunos,
lo que las mujeres acostumbran en seme- principalmente Eveno7, me han pregun-
jantes circunstancias. tado recientemente por qué motivo te
—¡Sócrates—gritó ella—hoy es el habías dedicado a componer versos
último día en que te hablarán tus amigos desde que estabas preso, cuando no lo
y en que tú les hablarás! has hecho en tu vida. Si tienes algún
Pero Sócrates, dirigiendo una interés en que pueda responder a Eveno,
mirada a Critón, dijo que la llevaran a su cuando vuelva a hacerme la misma pre-
casa. En el momento, algunos esclavos de gunta, y estoy seguro de que la hará,
Critón condujeron a Jantipa, que iba dime lo que he de contestarle.
dando gritos y golpeándose el rostro. —Pues bien, mi querido Cebes—
Entonces Sócrates, tomando asiento, replicó Sócrates —dile la verdad; que no
dobló la pierna, libre ya de los hierros; la lo he hecho seguramente por hacerme su
frotó con la mano, y nos dijo: Es cosa rival en poesía, porque ya sabía que esto
singular amigos míos, lo que los hombres no me era fácil; sino que lo hice por
llaman placer; y ¡que relaciones mara- depurar el sentido de ciertos sueños y
villosas mantiene con el dolor que se aquietar mi conciencia respecto de ellos;
para ver si por casualidad era la poesía
6 Magistrados encargados de la policía de las aquella de las bellas artes a que me
prisiones y de hacer ejecutar las sentencias de
los jueces. 7 Poeta elegíaco, natural de la isla de Paros.

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ordenaban que me dedicara; porque con él muchas veces; pero, a mi juicio, no


muchas veces, en el curso de mi vida, un se prestará muy voluntariamente a
mismo sueño me ha aparecido tan pronto aceptar tu invitación.
con una forma como con otra, pero —¡Qué! —repuso Sócrates—.
prescribiéndome siempre la misma cosa: ¿Eveno no es filósofo? —Por tal le tengo
Sócrates, me decía, cultiva las bellas artes. —respondió Simmias.
Hasta ahora había tomado esta —Pues bien —dijo Sócrates—;
orden por una simple indicación y me Eveno me seguirá como todo hombre que
imaginaba que, a la manera de las ex- se ocupa dignamente en filosofía. Se bien
citaciones con que alentamos a los que que no se suicidará, porque eso no es
corren en la lid, estos sueños que me lícito.
prescribían el estudio de las bellas artes Diciendo estas palabras se sentó
me exhortaban sólo a continuar en mis al borde de su cama, puso los pies en
ocupaciones acostumbradas; puesto que tierra y habló en esta postura todo el
la filosofía es la primera de las artes, y yo resto del día.
vivía entregado por entero a la filosofía. Cebes le preguntó:
Pero después de mi sentencia y durante —¿Cómo es, Sócrates, que no es
el intervalo que me dejaba la fiesta del permitido atentar a la propia vida, y sin
dios, pensé que si eran las bellas artes, en embargo, el filósofo debe querer seguir a
el sentido estricto, a las que querían los cualquiera que muere?
sueños que me dedicara, era preciso —¡Y qué!, Cebes —replicó Só-
obedecerles, y para tranquilizar mi con- crates—, ¿ni tú ni Simmias habéis oído
ciencia no abandonar la vida hasta haber hablar nunca de esta cuestión a vuestro
satisfecho a los dioses componiendo al amigo Filolao?8.
efecto versos, según lo ordenaba el —Jamás —respondió Cebes —se
sueño. Comencé, pues, por cantar en explicó claramente sobre este punto.
honor del dios cuya fiesta se celebraba; —Yo—replicó Sócrates—, no sé
en seguida, reflexionando que un poeta, más que lo que he oído decir, y no os
para ser verdadero poeta, no debe ocultaré lo que he sabido. Así como así,
componer discursos en verso, sino inven- no puede darse una ocupación más
tar ficciones, y no reconociendo en mí conveniente para un hombre que va a
este talento, me decidí a trabajar sobre las partir bien pronto de este mundo, que la
fábulas de Esopo; puse en verso las que de examinar y tratar de conocer a fondo
sabía, y que fueron las primeras que ese mismo viaje, y descubrir la opinión
vinieron a mi memoria. He aquí, mi que sobre él tengamos formada. ¿En qué
querido Cebes, lo que habrás de decir a mejor cosa podemos emplearnos hasta la
Eveno. Salúdale también en mi nombre y puesta del sol?
dile que si es sabio, que me siga, porque —¿En qué se fundan, Sócrates—
al parecer hoy es mi último día, puesto dijo Cebes—, los que afirman que no es
que los atenienses lo tienen ordenado. permitido suicidarse? He oído decir a
Entonces Simmias dijo: Filolao, cuando estaba con nosotros, y a
—¡Ah!, Sócrates, qué consejo das otros muchos, que esto era malo; pero
a Eveno. Verdaderamente, he hablado
8 Filósofo pitagórico de Crotona.

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nada he oído que me satisfaga sobre este para morir, como la que me envía a mí en
punto. este día.
—Cobra ánimo—dijo Sócrates—, —Lo que dices me parece
porque hoy vas a ser más afortunado; probable —dijo Cebes—; pero decías al
pero te sorprenderás al ver que el vivir es mismo tiempo que el filósofo se presta
para todos los hombres una necesidad gustoso a la muerte, y esto me parece
absoluta e invariable, hasta para aquellos extraño, si es cierto que los dioses cuidan
mismos a quienes vendría mejor la de los hombres, y que los hombres
muerte que la vida; y tendrás también pertenecen a los dioses; porque, ¿cómo
por cosa extraña que no sea permitido a pueden los filósofos desear no existir,
aquellos, para quienes la muerte es poniéndose fuera de la tutela de los
preferible a la vida, procurarse a sí dioses, y abandonar una vida sometida al
mismos este bien, y que estén obligados a cuidado de los mejores gobernadores del
esperar otro libertador. mundo? Esto no me parece en manera
Entonces Cebes, sonriéndose, dijo alguna racional. ¿Creen que serán más
a la manera de su país: capaces de gobernarse cuando se vean
—Zeus lo sabe. libres del cuidado de los dioses?
—Esta opinión puede parecer Comprendo que un mentecato pueda
irracional—repuso Sócrates—, pero no es pensar que es preciso huir de su amo a
porque carezca de fundamento. No cualquier precio, porque no comprende
quiero alegar aquí la máxima, enseñada que siempre conviene estar al lado de lo
en los misterios, de que nosotros estamos que es bueno, y no perderlo de vista; y
en este mundo cada uno como en su por tanto, si huye, lo hará sin razón. Pero
puesto, y que está prohibido abandonarle un hombre sabio debe desear permanecer
sin permiso. Esta máxima es demasiado siempre bajo la dependencia de quien es
elevada, y no es fácil penetrar todo lo que mejor que él. De donde infiero, Sócrates,
ella encierra. Pero he aquí otra más todo lo contrario de lo que tú decías; y
accesible, y que me parece incontestable; pienso que a los sabios aflige la muerte y
y es que los dioses tienen cuidado de que a los mentecatos les regocija.
nosotros, y que los hombres pertenecen a Sócrates manifestó cierta compla-
los dioses. ¿No es esto una verdad? cencia al notar la sutileza de Cebes; y
—Muy cierto—dijo Cebes. dirigiéndose a nosotros, nos dijo: —Cebes
—Tú mismo—repuso Sócrates—, siempre encuentra objeciones, y no se fija
si uno de tus esclavos se suicidase sin tu en lo que se le dice.
orden, ¿no montarías en cólera contra él, —Pero—dijo entonces Simmias—
y no le castigarías rigurosamente, si yo encuentro alguna razón en lo que dice
pudieras? Cebes. En efecto, ¿qué pretenden los
—Sí, sin duda. sabios al huir de dueños mucho mejores
—Por la misma razón—dijo Só- que ellos, y al privarse voluntariamente
crates —es justo sostener que no hay de su auxilio? A ti es a quien dirige este
razón para suicidarse, y que es preciso razonamiento Cebes, y te echa en cara
que Dios nos envíe una orden formal que te separes de nosotros volun-
tariamente, y que abandones a los dioses

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que, según tu mismo parecer, son tan que se te advierta que hables, poco,
buenos amos. porque dice que el hablar mucho acalora,
—Tenéis razón—dijo Sócrates—y y que no hay cosa más opuesta para que
veo que ya queréis obligarme a que me produzca efecto el veneno; por lo que es
defienda aquí, como me he defendido en preciso dar dos y tres tomas, cuando se
el tribunal. está de esta suerte acalorado.
—Así es—dijo Simmias. —Déjame que hable—respondió
—Es preciso, pues, satisfaceros— Sócrates—y que prepare la cicuta como si
replicó Sócrates—y procurar que esta hubiera necesidad de dos tomas y de tres,
apología tenga mejor resultado respecto si fuese necesario.
de vosotros que el que tuvo la primera —Ya sabía yo que darías esta
respecto de los jueces. En verdad, respuesta—dijo Critón—; pero él no
Simmias y Cebes, si no creyese encontrar desiste de sus advertencias.
en el otro mundo dioses tan buenos y tan —Dejadme que siga—repuso Só-
sabios y hombres mejores que los que crates—; ya es tiempo de que me
dejo en éste, sería un necio si no me explique delante de vosotros, que sois
manifestara pesaroso de morir. Pero mis jueces, las razones que tengo para
sabed que espero reunirme allí con probar que un hombre que ha
hombres justos. Puedo quizá hacerme consagrado toda su vida a la filosofía
ilusiones respecto de esto; pero en cuanto debe morir con mucho valor, y con la
a encontrar allí dioses que son muy firme esperanza de que gozará después
buenos dueños, yo lo aseguro en cuanto de la muerte bienes infinitos. Voy a daros
pueden asegurarse cosas de esta natu- las pruebas, Simmias y Cebes. Los hom-
raleza. He aquí por qué no estoy tan bres ignoran que los verdaderos filósofos
afligido en estos momentos, esperando no trabajan durante su vida sino para
que hay algo reservado para los hombres prepararse a la muerte; y siendo esto así,
después de esta vida, y que, según la sería ridículo que después de haber
antigua máxima, los buenos serán mejor perseguido sin tregua este único fin,
tratados que los malos. recelasen y temiesen, cuando se les
—Pero qué, Sócrates—replicó presenta la muerte.
Simmias—, ¿será posible que nos aban- En este momento Simmias, echán-
dones sin hacernos partícipes de esas dose a reír, dijo a Sócrates:
convicciones de tu alma? Me parece que —¡Por Zeus!, tú me has hecho
este bien nos es a todos común; y si nos reír, a pesar de las pocas ganas que tengo
convences de tu verdad, tu apología está de hacerlo en estos momentos; porque
hecha. estoy seguro de que si hubiera aquí un
—Eso es lo que pienso hacer—res- público que te escuchara, los más no
pondió—, pero antes veamos lo que dejarían de decir que hablas muy bien de
Critón quiere decirnos. Me parece que ha los filósofos. Nuestros tebanos, sobre
rato intenta hablarnos. todo, consentirían gustosos en que todos
—No es más—dijo Critón—sino los filósofos aprendieran tan bien a
que el hombre que debe darte el veneno morir, que positivamente se murieran; y
no ha cesado de decirme, largo rato ha,

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dirían que saben bien que esto es preci- de él cuanto le es posible, para ocuparse
samente lo que se merecen. sólo de su alma.
—Dirían verdad, Simmias—re- —Seguramente.
puso Sócrates—; salvo un punto que —Así, pues, entre todas estas
ignoran, y es por qué razón los filósofos cosas de que acabo de hablar—replicó
desean morir y por qué son dignos de la Sócrates—, es evidente que lo propio y
muerte. Pero dejemos a los tebanos, y peculiar del filósofo es trabajar más
hablemos nosotros. La muerte, ¿es alguna particularmente que los demás hombres
cosa? en desprender su alma del comercio del
—Sí, sin duda—respondió Sim- cuerpo.
mias. —Evidentemente—dijo Simmias
—¿No es—repuso Sócrates—la —, y sin embargo, la mayor parte de los
separación del alma y el cuerpo, de hombres se figuran que el que no tiene
manera que el cuerpo queda solo de un placer en esta clase de cosas y no las
lado y el alma sola del otro? ¿No es esto aprovecha, no sabe verdaderamente
lo que se llama la muerte? vivir; y creen que el que no disfruta de
—Lo es—dijo Simmias. los placeres del cuerpo está bien cercano
—Vamos a ver, mi querido amigo, a la muerte.
si piensas como yo, porque de este —Es verdad, Sócrates.
principio sacaremos magníficos datos —¿Y qué diremos de la adqui-
para resolver el problema que nos ocupa. sición de la ciencia? El cuerpo, ¿es o no
¿Te parece digno de un filósofo buscar lo un obstáculo cuando se le asocia a esta
que se llama el placer, como, por ejemplo, indagación? Voy a explicarme por medio
el de comer y beber? de un ejemplo. La vista y el oído, ¿llevan
—No, Sócrates. consigo alguna especie de certidumbre, o
—¿Y los placeres del amor? tienen razón los poetas cuando en sus
—De ninguna manera. cantos nos dicen sin cesar que realmente
—Y respecto de todos los demás ni oímos ni vemos? Porque si estos dos
placeres que afectan al cuerpo, ¿crees tú sentidos no son seguros ni verdaderos,
que deba buscarlos y apetecer, por los demás lo serán mucho menos, porque
ejemplo, trajes hermosos, calzado ele- son más débiles. ¿No lo crees como yo?
gante y todos los demás adornos del —Sí, sin duda—dijo Simmias.
cuerpo? ¿Crees tú que debe estimarlos o —¿Cuándo encuentra entonces el
despreciarlos, siempre que la necesidad alma la verdad? Porque mientras la busca
no lo fuerce a servirse de ellos? con el cuerpo, vemos claramente que este
—Me parece—dijo Simmias—que cuerpo la engaña y la induce a error. —Es
un verdadero filósofo no puede menos cierto.
de despreciarlos. —¿No es por medio del razo-
—Te parece entonces—repuso namiento como el alma descubre la
Sócrates— que todos los cuidados de un verdad?
filósofo no tienen por objeto el cuerpo; y —Sí.
que, por el contrario procura separarse —¿Y no razona mejor que nunca
cuando no se ve turbada por la vista, ni

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por el oído, ni por el dolor, ni por el pensamiento, sin más, intente descubrir
placer; y cuando, encerrada en sí misma, la esencia pura y verdadera de las cosas
abandona el cuerpo, sin mantener con él sin el intermedio de los ojos, ni de los
relación alguna, en cuanto esto es oídos; desprendido, por decirlo así, del
posible, fijándose en el objeto de sus cuerpo por entero, que no hace más que
indagaciones para conocerlo? turbar el alma, e impedir que encuentre
—Perfectamente dicho. la verdad siempre, que con él tiene la
—¿Y no es entonces cuando de él menor relación? Si alguien puede llegar a
y el alma del filósofo desprecia el cuerpo, conocer la esencia de las cosas, ¿no será,
huye de él y hace esfuerzos para en- Simmias, el que te acabo de describir?
cerrarse en sí misma? —Tienes razón, Sócrates, y hablas
—Así me parece. admirablemente—respondió Simmias.
—¿Qué diremos ahora de ciertas —De este principio—continuó
cosas como la justicia, por ejemplo? Sócrates—, ¿no se sigue necesariamente
¿Diremos que es algo o que no es nada? que los verdaderos filósofos deban
—Diremos que es alguna cosa, pensar y discurrir para sí de esta manera?
seguramente. La razón no tiene más que un camino a
—¿Y no podremos decir otro seguir en sus indagaciones; mientras
tanto del bien y de lo bello? tengamos nuestro cuerpo, y nuestra alma
—Sin duda. sumida en esta corrupción, jamás posee-
—¿Pero has visto tú estos objetos remos el objeto de nuestros deseos; es
con tus ojos? —Nunca. decir, la verdad. En efecto, el cuerpo nos
—¿Existe algún otro sentido opone mil obstáculos por la necesidad en
corporal por el que hayas recibido alguna que estamos de alimentarle, y con esto y
vez estos objetos de que estamos las enfermedades que sobrevienen, se
hablando, como la magnitud, la salud, la turban nuestras indagaciones. Por otra
fuerza; en una palabra, la esencia de parte, nos llena de amores, de deseos, de
todas las cosas, es decir, aquello que ellas temores, de mil quimeras y de toda clase
son en sí mismas? ¿Es por medio del de necesidades; de manera que nada hay
cuerpo como se conoce la realidad de más cierto que lo que se dice
estas cosas? ¿O es cierto que cualquiera ordinariamente: que el cuerpo nunca nos
de nosotros, que quiera examinar con el conduce a la sabiduría. Porque ¿de dónde
pensamiento lo más profundamente que nacen las guerras, las sediciones y los
sea posible lo que intenta saber, sin combates? Del cuerpo, con todas sus pa-
mediación del cuerpo, se aproximará más siones. En efecto; todas las guerras no
al objeto y llegará a conocerlo mejor? proceden sino del ansia de amontonar
—Seguramente. riquezas, y nos vemos obligados a
—¿Y lo hará con mayor exactitud amontonarlas a causa del cuerpo, para
el que examine cada cosa con sólo el servir como esclavos a sus necesidades.
pensamiento, sin tratar de auxiliar su He aquí por qué no tenemos tiempo para
meditación con la vista, ni sostener su pensar en la filosofía; y el mayor de nues-
razonamiento con ningún otro sentido tros males consiste en que en el acto de
corporal; o el que sirviéndose del tener tiempo y ponernos a meditar, de

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repente interviene el cuerpo en nuestras un gran motivo para esperar que allá,
indagaciones, nos embaraza, nos turba y mejor que en otra parte, poseerá lo que
no nos deja discernir la verdad. Está con tanto trabajo buscamos en este
demostrado que si queremos saber mundo; de suerte que este viaje, que se
verdaderamente alguna cosa, es preciso me ha impuesto, me llena de una dulce
que abandonemos el cuerpo, y que el esperanza; y hará el mismo efecto sobre
alma sola examine los objetos que quiere todo hombre que se persuada de que su
conocer. Sólo entonces gozamos de la alma está preparada, es decir, purificada
sabiduría, de que nos mostramos tan para conocer la verdad. Y bien; purificar
celosos; es decir, después de la muerte, y el alma, ¿no es, como antes decíamos,
no durante la vida. La razón misma lo separarla del cuerpo y acostumbrarla a
dicta: porque si es imposible conocer encerrarse y recogerse en sí misma,
nada en su pureza mientras que vivimos renunciando al comercio con aquél
con el cuerpo, es preciso que suceda una cuanto sea posible, y viviendo, sea en
de dos cosas: o que no se conozca nunca esta vida, sea en la otra, sola y
la verdad, o que se conozca después de la desprendida del cuerpo, como quien se
muerte, porque entonces el alma, libre de desprende de una cadena?
esta carga, se pertenecerá a sí misma; —Es cierto, Sócrates.
pero mientras estemos en esta vida no —Y a esta libertad, a esta sepa-
nos aproximaremos a la verdad sino en ración del alma y del cuerpo, ¿no es a lo
razón de nuestro alejamiento del cuerpo, que se llama la muerte?
renunciando a todo comercio con él y —Seguramente.
cediendo sólo a la necesidad; no —Y los verdaderos filósofos, ¿no
permitiendo que nos inficione con su son los únicos que verdaderamente
corrupción natural y conservándonos trabajan para conseguir este fin? ¿No
puros de todas estas manchas, hasta que constituye esta separación y esta libertad
Dios mismo venga a libertarnos. toda su ocupación?
Entonces, libres de la locura del cuerpo, —Así me lo parece, Sócrates.
conversaremos, así lo espero, con —¿No sería una cosa ridícula,
hombres que gozarán de la misma como dije al principio, que después de
libertad, y conoceremos por nosotros haber gastado un hombre toda su vida en
mismos la esencia pura de las cosas; prepararse para la muerte, se indignase y
porque quizá la verdad sólo en esto se aterrase al ver que la muerte llega?
consiste; y no es permitido alcanzar esta ¿No sería verdaderamente ridículo?
pureza al que no es asimismo puro. He —¿Cómo no?
aquí, mi querido Simmias, lo que me —Es cierto, por consiguiente,
parece deben pensar los verdaderos Simmias, que los verdaderos filósofos se
filósofos, y el lenguaje que deben usar ejercitan para la muerte, y que ésta no les
entre sí. ¿No lo crees como yo? parece de ninguna manera terrible.
—Seguramente, Sócrates. Piénsalo tú mismo. Si desprecian su
—Si esto es así, mi querido cuerpo y desean vivir con su alma sola,
Simmias, todo hombre que llegue a verse ¿no es el mayor absurdo que cuando
en la situación en que yo me hallo, tiene llega este momento tengan miedo, se

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aflijan y no marchen gustosos allí donde los que desprecian el cuerpo y viven
esperan obtener los bienes por que han entregados a la filosofía?
suspirado toda su vida y que son la —Necesariamente.
sabiduría y el verse libres del cuerpo, —Porque si quieres examinar la
objeto de su desprecio? ¡Qué! Muchos fortaleza y la templanza de los demás,
hombres, por haber perdido sus amigos, encontrarás que son muy ridículas.
sus esposas, sus hijos, han bajado —¿Cómo, Sócrates?
voluntariamente al Hades, conducidos —Sabes que todos los demás
por la única esperanza de volver a ver los hombres creen que la muerte es uno de
que habían perdido, y vivir con ellos; y los mayores males.
un hombre que ama verdaderamente la —Es cierto—dijo Simmias.
sabiduría y que tiene la firme esperanza —Así que cuando estos hombres,
de encontrarla en el Hades, ¿sentirá la que se llaman fuertes, sufren la muerte
muerte y no irá lleno de placer a aquellos con algún valor, no la sufren sino por
lugares donde gozará de lo que tanto temor a un mal mayor.
ama? ¡Ah!, mi querido Simmias; hay que —Es preciso convenir en ello.
creer que irá con el mayor placer, si es —Por consiguiente, los hombres
verdadero filósofo, porque estará fir- son fuertes a causa del miedo, excepto los
memente persuadido de que en ninguna filósofos. ¿Y no es una cosa ridícula que
parte fuera del Hades encontrará esta un hombre sea valiente por timidez?
sabiduría pura que busca. Siendo esto así, —Tienes razón, Sócrates.
¿no sería una extravagancia, como dije —Y entre esos mismos hombres
antes, que un hombre de estas condi- que se dicen moderados o templados, lo
ciones temiera la muerte? son por intemperancia, y aunque parezca
—¡Por Zeus!, sí lo sería—respon- esto imposible a primera vista, es el
dió Simmias. resultado de esta templanza loca y
—Por consiguiente, siempre que ridícula; porque renuncian a un placer
veas a un hombre estremecerse y por el temor de verse privados de otros
retroceder cuando está a punto de morir, placeres que desean, y a los que están
es una prueba segura de que tal hombre sometidos. Llaman, en verdad, intem-
ama, no la sabiduría, sino su cuerpo, y perancia al ser dominado por las pasio-
con el cuerpo los honores y riquezas, o nes; pero al mismo tiempo ellos no
ambas cosas a la vez. vencen ciertos placeres sino en interés de
—Así es, Sócrates. otras pasiones a que están sometidos y
—Así, pues, lo que se llama que los subyugan; y esto se parece a lo
fortaleza, ¿no conviene particularmente a que decía antes, que son templados y
los filósofos? Y la templanza, que sólo en moderados por su intemperancia.
el nombre es conocida por los más de los —Esto me parece muy cierto.
hombres; esta virtud, que consiste en no —Mi querido Simmias, no hay
ser esclavo de sus deseos, sino en hacerse que equivocarse; no se camina hacia la
superior a ellos y en vivir con mo- virtud cambiando placeres por placeres,
deración, ¿no conviene particularmente a tristezas por tristezas, temores por
temores, y haciendo lo mismo que los

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que cambian una moneda en menudo. La doos y abandonando a los señores de este
sabiduría es la única moneda de buena mundo, ni estoy triste ni desasosegado,
ley, y por ella es preciso cambiar todas en la esperanza de que encontraré allí,
las demás cosas. Con ella se compra todo como he encontrado en este mundo,
y se tiene todo: fortaleza, templanza, buenos amigos y buenos gobernantes, y
justicia; en una palabra, la virtud no es esto es lo que la multitud no comprende.
verdadera sino con la sabiduría, inde- Pero estaré contento si he conseguido de-
pendientemente de los placeres, de las fenderme con mejor fortuna ante
tristezas, de los temores y de todas las vosotros que ante mis jueces atenienses.
demás pasiones. Mientras que sin la Después que Sócrates hubo
sabiduría todas las demás virtudes, que hablado de esta manera, Cebes, tomando
resultan de la transacción de unas la palabra, le dijo:
pasiones con otras, no son más que —Sócrates. todo lo que acabas de
sombras de virtud; virtud esclava del decir me parece muy cierto. Hay, sin
vicio, que nada tiene de verdadero ni de embargo, una cosa que parece increíble a
sano. La verdadera virtud es una purifi- los hombres, y es eso que has dicho del
cación de toda suerte de pasiones. La alma. Porque los hombres se imaginan
templanza, la justicia, la fortaleza y la que cuando el alma ha abandonado el
sabiduría misma son purificaciones; y cuerpo, ella desaparece; que el día mismo
hay muchas señales para creer que los que el hombre muere, o se marcha con el
que han establecido Las purificaciones no cuerpo o se desvanece como un vapor, o
eran personajes despreciables, sino como un humo que se disipa en los aires,
grandes genios, que desde los primeros y que no existe en ninguna parte. Porque
tiempos han querido hacernos com- si subsistiese sola, recogida en sí misma y
prender por medio de estos enigmas que libre de todos los males de que nos han
el que vaya al Hades sin estar iniciado y hablado, podríamos alimentar una
purificado será precipitado en el fango9; y grande y magnífica esperanza, Sócrates:
que el que llegue allí después de haber la de que todo lo que has dicho es
cumplido con las expiaciones, será verdadero. Pero que el alma vive después
recibido entre los dioses; porque, como de la muerte del hombre, que obra, que
dicen los que presiden en los misterios: piensa; he aquí puntos que quizá piden
muchos llevan el tirso, pero son pocos los alguna explicación y pruebas sólidas.
inspirados por Dionisos; y éstos en mi —Dices verdad, Cebes—replicó
opinión no son otros que los que han Sócrates—. ¿Pero cómo lo haremos?
filosofado bien. Nada he perdonado por ¿Quieres que examinemos esos puntos en
ser de este número, y he trabajado toda esta conferencia?
mi vida para conseguirle. Si mis es- —Tendré mucho placer—res-
fuerzos no han sido inútiles, y si lo he pondió Cebes—en oír lo que piensas
alcanzado, espero con la voluntad del sobre esta materia.
dios saberlo en este momento. He aquí, —No creo—repuso Sócrates—que
mi querido Cebes, mi apología para cualquiera que nos escuche, aun cuando
justificar ante vosotros por qué, deján- sea un autor de comedias, pueda
echarme en cara que me estoy burlando y
9 Libro II de la República.

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que hablo de cosas que no nos toquen de queña, para adquirir después esta mag-
cerca10. Ya que quieres, examinemos la nitud.
cuestión. —Sin duda.
Preguntémonos, por lo pronto, si —Y cuando se hace más pequeña,
las almas de los muertos están o no en el si es preciso que haya sido antes más
Hades. Según una opinión muy antigua11, grande, para disminuir después.
las almas, al abandonar este mundo, van —Seguramente.
al Hades, y desde allí vuelven al mundo —Asimismo, lo más fuerte viene
y vuelven a la vida, luego de haber de lo más débil; lo más ligero de lo más
pasado por la muerte. Si eso es cierto, y lento.
los hombres después de la muerte —Es una verdad manifiesta.
vuelven a la vida, se sigue de aquí —Y—continuó Sócrates—cuando
necesariamente que las almas están en el una cosa se hace más mala, ¿no es claro
Hades durante este intervalo, porque no que era mejor, y cuando se hace más
volverán al mundo si no existiesen, y será justa, no es claro que era más injusta?
una prueba suficiente de que existen si —Sin dificultad, Sócrates.
vemos claramente que los vivos no nacen —Así, pues, Cebes, todas las cosas
sino de los muertos; porque si esto no vienen de sus contrarias; es una cosa
fuese así, sería preciso buscar otras demostrada.
pruebas. —Muy suficientemente, Sócrates.
—De hecho—dijo Cebes. —Pero entre estas dos contrarias,
—Pero—replicó Sócrates—para ¿no hay siempre un cierto medio, una
asegurarse de esta verdad no hay que doble operación, que lleva de éste a aquél
concretarse a examinarla con relación a y de aquél a éste? Entre una cosa más
los hombres, sino que es preciso hacerlo grande y una cosa más pequeña, el medio
con relación a los animales, a las plantas es el crecimiento y la disminución; al uno
y a todo lo que nace; porque así se verá llamamos crecer y al otro disminuir.
que todas las cosas nacen de la misma —En efecto.
manera, es decir, de sus contrarias, —Lo mismo sucede con lo que se
cuando tienen contrarias. Por ejemplo: lo llama mezclarse, separarse, calentarse,
bello es lo contrario de lo feo; lo justo de enfriarse y todas las demás cosas. Y
lo injusto; y lo mismo sucede en una aunque sucede algunas veces que no
infinidad de cosas. Veamos, pues, si es tenemos términos para expresar toda esta
absolutamente necesario que las cosas clase de cambios, vemos, sin embargo,
que tienen sus contrarias sólo nazcan de por experiencia, que es siempre de
estas contrarias; como también si cuando necesidad absoluta que las cosas nazcan
una cosa se hace más grande, es de toda las unas de las otras, y que pasen de lo
necesidad que antes haya sido más pe- uno a lo otro por un medio.
—Es indudable.
—¡Y qué!—repuso Sócrates—¿La
10 Alusión a un cargo que le había hecho un vida no tiene también su contraria, como
poeta cómico. la vigilia tiene el sueño?
11 Es la metempsicosis de Pitágoras, 500 años
—Sin duda—dijo Cebes.
a. de J. C.

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—¿Cuál es esta contraria? —Seguramente.


—La muerte. —¿Cómo nos arreglaremos en-
—Estas dos cosas, si son con- tonces? ¿Reconoceremos igualmente a la
trarias, ¿no nacen la una de la otra, y no muerte la virtud de producir su con-
hay entre ellas dos generaciones o una traria, o diremos que por este lado la
operación intermedia que hace posible el naturaleza es coja? ¿No es de toda
paso de una a otra? necesidad que el morir tenga su
—¿Cómo no? contrario?
—Yo—dijo Sócrates—te explicaré —Es necesario.
la combinación de las dos contrarias de —¿Y cuál es este contrario?
que acabo de hablar, y el paso recíproco —Revivir.
de la una a la otra; tú me explicarás la —Revivir, si hay un regreso de la
otra combinación. Digo, pues, con motivo muerte a la vida—repuso Sócrates—
del sueño y de la vigilia, que del sueño consiste en verificar este regreso. Por
nace la vigilia y de la vigilia el sueño; que tanto, estamos de acuerdo en que los
el paso de la vigilia al sueño es el vivos no nacen menos de los muertos que
adormecimiento, y el paso del sueño a la los muertos de los vivos; prueba incon-
vigilia es el acto de despertar. ¿No es esto testable de que las almas de los muertos
muy claro? existen en alguna parte de donde vuelven
—Sí, muy claro. a la vida.
—Dinos a tu vez la combinación —Me parece—dijo Cebes—que lo
de la vida y de la muerte. ¿No dices que que dices es una consecuencia necesaria
la muerte es lo contrario de la vida? de los principios en que hemos con-
—Sí. venido.
—¿Y que de la una nace la otra? —Me parece, Cebes, que no sin
—Sí. razón nos hemos puesto de acuerdo
—¿Qué nace entonces de la vida? sobre este punto. Examínalo por ti
—La muerte. mismo. Si todas estas contrarias no se
—¿Qué nace de la muerte? engendrasen recíprocamente, girando,
—Es preciso confesar que es la por decirlo así, en un círculo; y si no
vida. hubiese más que una producción directa
—De lo que muere—replicó de lo uno por lo otro, sin ningún regreso
Sócrates—nace por consiguiente todo lo de este último al primer contrario que le
que vive y tiene vida. ha producido, ya comprendes que en este
—Así me parece. caso todas las cosas tendrían la misma
—Y por tanto—repuso Sócrates—, figura, aparecerían de una misma forma,
nuestras almas están en el Hades después y toda producción cesaría.
de la muerte. —¿Qué dices, Sócrates?
—Así parece. —No es difícil de comprender lo
—Pero de los medios en que se que digo. Si no hubiese más que el sueño,
realizan estas dos contrarias, ¿uno de y no tuviese lugar el acto de despertar
ellos no es la muerte sensible? ¿No producido por él, ya ves que entonces
sabemos lo que es morir? todas las cosas nos representarían verda-

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deramente la fábula de Endimión y no se existe antes de aparecer bajo esta forma


diferenciarían en ningún punto, porque humana. Ésta es una nueva prueba de
les sucedería lo que a Endimión; estarían que nuestra alma es inmortal.
sumidas en el sueño. Si todo estuviese Simmias, interrumpiendo a Ce-
mezclado sin que esta mezcla produjese bes, le dijo:
nunca separación alguna, bien pronto se —¿Cómo se puede demostrar este
verificaría lo que enseñaba Anaxágoras: principio? Recuérdamelo, porque en este
todas las cosas estarían juntas. Asimismo, momento no caigo en ello.
mi querido Cebes, si todo lo que ha —Hay una demostración muy
recibido la vida, llegase a morir, y preciosa—respondió Cebes—y es que
estando muerto, permaneciere en el todos los hombres, si se los interroga
mismo estado, o lo que es lo mismo, no bien, todo lo encuentran sin salir de sí
reviviese, ¿no resultaría necesariamente mismos, cosa que no podría suceder si en
que todas las cosas concluirían al fin, y sí mismos no tuvieran las luces de la
que no habría nada que viviese? Porque recta razón. En prueba de ello, no hay
si de las cosas muertas no nacen las cosas más que ponerles delante figuras de
vivas, y si las cosas vivas llegan a morir, geometría u otras cosas de la misma
¿no es absolutamente inevitable que naturaleza, y se ve patentemente esta
todas las cosas sean al fin absorbidas por verdad.
la muerte? —Si no te das por convencido con
—Inevitablemente, Sócrates—dijo esta experiencia, Simmias—replicó Só-
Cebes; y cuanto acabas de decir me crates—, mira si por este otro camino
parece incontestable. asientes a nuestro parecer. ¿Tienes
—También me parece a mí, dificultad en creer que aprender no es
Cebes, que nada se puede objetar a estas más que acordarse?
verdades, y que no nos hemos engañado —No mucha—respondió Sim-
cuando las hemos admitido; porque es mias—; pero lo que precisamente quiero
indudable que hay un regreso a la vida; es llegar al fondo de ese recuerdo de que
que los vivos nacen de los muertos; que hablamos; y aunque gracias a lo que ha
las almas de los muertos existen; que las dicho Cebes, hago alguna memoria y
almas buenas libran bien, y que las almas comienzo a creer, no me impide esto el
malas libran mal. escuchar con gusto las pruebas que tú
Cebes, interrumpiendo a Sócrates quieres darnos.
le dijo: —Helas aquí—replicó Sócrates—.
—Lo que dices es un resultado Estamos conformes todos en que, para
necesario de otro principio que te he oído acordarse, es preciso haber sabido antes
muchas veces sentar como cierto, a saber: la cosa de que uno se acuerda.
que nuestra ciencia no es más que una —Seguramente.
reminiscencia. Si este principio es —¿Convenimos igualmente en
verdadero, es de toda necesidad que que cuando la ciencia se produce de
hayamos aprendido en otro tiempo las cierto modo es una reminiscencia? Al
cosas de que nos acordamos en éste; y decir de cierto modo, quiero dar a
esto es imposible si nuestra alma no entender, por ejemplo, como cuando un

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hombre, viendo u oyendo alguna cosa, o —Así es en efecto.


percibiéndola por cualquier otro de sus —Y cuando se recuerda alguna
sentidos, no conoce sólo esta cosa cosa a causa de la semejanza, ¿no sucede
percibida, sino que al mismo tiempo necesariamente que el espíritu ve inme-
piensa en otro. ¿No diremos con razón diatamente si falta o no al retrato alguna
que este hombre recuerda la cosa que le cosa para la perfecta semejanza con el
ha venido al espíritu? original de que se acuerda?
—¿Qué dices? —No puede menos de ser así—
—Digo, por ejemplo, que uno es dijo Simmias.
el conocimiento del hombre y otro el —Fíjate bien, para ver si piensas
conocimiento de una lira. como yo. ¿No hay una cosa a que
—Seguramente. llamamos igualdad? No hablo de la
—Pues bien—continuó Sócrates— igualdad entre un árbol y otro árbol,
¿No sabes lo que sucede a los amantes entre una piedra y otra piedra, y entre
cuando ven una lira, un traje o cualquier otras muchas cosas semejantes. Hablo de
otra cosa de que el objeto de su amor una igualdad que está fuera de todos
tiene costumbre de servirse? Al reconocer estos objetos. ¿Pensamos que esta igual-
esta lira, viene a su pensamiento la dad es, en sí misma algo o no es nada?
imagen de aquel a quien ha pertenecido. —Decimos ciertamente que es
He aquí lo que se llama reminiscencia; algo. Sí, ¡por Zeus!
frecuentemente al ver a Simmias, recor- —¿Pero conocemos esta igual-
damos a Cebes. Podría citarte un millón dad?
de ejemplos. —Sin duda.
—Hasta el infinito—dijo Simmias. —¿De dónde hemos sacado esta
—He aquí lo que es la remi- ciencia, este conocimiento? ¿No es de las
niscencia, sobre todo cuando se llega a cosas de que acabamos de hablar; es
recordar cosas que se habían olvidado decir, que viendo árboles iguales, piedras
por el transcurso del tiempo, o por iguales y otras muchas cosas de esta
haberlas perdido de vista. naturaleza, nos hemos formado la idea de
—Es muy cierto—dijo Simmias. esta igualdad que no es ni estos árboles,
—Pero—replicó Sócrates—al ver ni estas piedras, sino que es una cosa
un caballo o una lira pintados, ¿no puede enteramente diferente? ¿No te parece
recordarse a un hombre? Y al ver el diferente? Atiende a esto: las piedras, los
retrato de Simmias, ¿no puede recordarse árboles, que muchas veces son los
a Cebes? mismos, ¿no nos parecen por com-
—¿Quién lo duda? paración tan pronto iguales como
—Con más razón, si se ve el desiguales?
retrato de Simmias se recordará a —Seguramente.
Simmias mismo. —Las cosas iguales parecen
—Sin dificultad. algunas veces desiguales; pero la igual-
—¿No es claro, entonces, que la dad considerada en sí, te parece des-
reminiscencia la despiertan lo mismo las igualdad?
cosas semejantes que las desemejantes? —Jamás, Sócrates.

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—¿La igualdad y lo que es igual dad antes del momento en que, al ver por
no son, por consiguiente, una misma primera vez cosas iguales, hemos creído
cosa? que todas tienden a ser iguales, como la
—No, ciertamente. igualdad misma, y que no pueden
—Sin embargo, de estas cosas conseguirlo.
iguales, que son diferentes de la igual- —Es cierto.
dad, has sacado la idea de la igualdad. —También convenimos en que
—Así es la verdad, Sócrates—dijo hemos sacado este pensamiento, ni podía
Simmias. salir de otra parte, de alguno de nuestros
—Y esto se entiende, ya sea esta sentidos, por haber visto o tocado, o, en
igualdad semejante, ya desemejante, res- fin, por haber ejercitado cualquier otro de
pecto de los objetos que han motivado la nuestros sentidos, porque lo mismo digo
idea. de todos.
—Seguramente. —Lo mismo puede decirse, Só-
—Por otra parte, cuando al ver crates, tratándose de lo que ahora
una cosa, tú imaginas otra, sea semejante tratamos.
o desemejante, tiene lugar ne- —Es preciso, por tanto, que de los
cesariamente una reminiscencia. sentidos mismos saquemos este pensa-
—Sin dificultad. miento: que todas las cosas iguales que
—Pero—repuso Sócrates—dime: caen bajo nuestros sentidos tienden a esta
¿cuando vemos árboles que son iguales u igualdad inteligible, y que se quedan por
otras cosas iguales, los encontramos bajo de ella. ¿No es así?
iguales, como la igualdad misma de que —Sí, sin duda, Sócrates.
tenemos idea, o falta mucho para que —Porque antes de que hayamos
sean iguales como esta igualdad? comenzado a ver, oír y hacer uso de
—Falta mucho. todos los demás sentidos, es preciso que
—¿Convenimos, pues, en que hayamos tenido conocimiento de esta
cuando alguno, viendo una cosa, piensa igualdad inteligible, para, comparar con
que esta cosa, como la que yo estoy ella las cosas sensibles iguales, y para ver
viendo ahora delante de mí, puede ser que ellas tienden todas a ser semejantes a
igual a otra, pero que le falta mucho para esta igualdad; pero que son inferiores a la
ello, porque es inferior respecto de ella, misma.
será preciso, digo, que aquel que tiene —Es una consecuencia necesaria
este pensamiento haya visto y conocido de lo que se ha dicho, Sócrates.
antes esta cosa de la que dice que la otra —Pero, ¿no es cierto que, desde el
se parece, pero imperfectamente? instante en que hemos nacido, hemos
—Es de necesidad absoluta. visto, hemos oído y hemos hecho uso de
—¿No nos sucede lo mismo. todos los demás sentidos?
respecto de las cosas iguales, cuando —Muy cierto.
queremos compararlas con la igualdad? —Es preciso, entonces, que antes
—Seguramente, Sócrates. de este tiempo hayamos tenido conoci-
—Por consiguiente, es de toda miento de la igualdad.
necesidad que hayamos visto esta igual- —Sin duda.

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—Por consiguiente, es absoluta- sus sentidos, piense, con ocasión de estas


mente necesario que lo hayamos tenido sensaciones, en una cosa que ha olvida-
antes de nuestro nacimiento. do, y cosa que tenga alguna relación con
—Así me parece. la percibida, ya se le parezca o ya no se le
—Si lo hemos tenido antes de parezca. De manera que tiene que su-
nuestro nacimiento, nosotros sabemos ceder una de dos cosas: o que nazcamos
antes de nacer; y después hemos co- con estos conocimientos y los conser-
nocido no sólo lo que es igual, lo que es vemos toda la vida; o que los que
más grande, lo que es más pequeño, sino aprendan no hagan, según nosotros, otra
también todas las cosas de esta natu- cosa que recordar, y que la ciencia no sea
raleza; porque lo que decimos aquí de la más que una reminiscencia.
igualdad, lo mismo puede decirse de la —Así es, Sócrates.
belleza, de la bondad, de la justicia, de la —¿Qué escoges tú, Simmias?
santidad; en una palabra, de todas las ¿Nacemos con conocimientos, o nos
demás cosas, cuya existencia admitimos acordamos después de haber olvidado lo
en nuestras conversaciones y en nuestras que sabíamos?
preguntas y respuestas. De suerte que es —En verdad, Sócrates, no sé al
de necesidad absoluta que hayamos presente qué escoger.
tenido conocimiento antes de nacer. —Mas, ¿qué pensarías y qué
—Es cierto. escogerías en este caso? Un hombre que
—Y si después de haber tenido sabe una cosa, ¿puede dar razón de lo
estos conocimientos, nunca los olvidá- que sabe?
ramos, no sólo naceríamos con ellos, sino —Puede sin duda, Sócrates.
que los conservaríamos durante toda, —¿Y te parece que todos los
nuestra vida; porque saber, ¿es otra cosa hombres pueden dar razón de las cosas
que conservar la ciencia que se ha de que acabamos de hablar?
recibido y no perderla?, y olvidar, ¿no es —Yo querría que fuese así—
perder la ciencia que se tenía antes? respondió Simmias—; pero me temo
—Sin dificultad, Sócrates. mucho que mañana no encontremos un
—Y si luego de haber tenido estos hombre capaz de dar razón de ellas.
conocimientos antes de nacer, y haberlos —¿Te parece, Simmias, que todos
perdido después de haber nacido, llega- los hombres tienen esta ciencia?
mos en seguida a recobrar esta ciencia —Seguramente, no.
anterior, sirviéndonos del ministerio de —¿Ellos no hacen, entonces, más
nuestros sentidos, que es lo que llama- que recordar las cosas que han sabido en
mos aprender ¿no es esto recobrar la otro tiempo?
ciencia que teníamos, y no tendremos ra- —Así es.
zón para llamar a esto reminiscencia? —¿Pero en qué tiempo han adqui-
—Con muchísima razón, Sócrates. rido nuestras almas esta ciencia? Porque
—Estamos, pues, conformes en no ha sido después de nacer.
que es muy posible que aquel que ha —Ciertamente, no.
sentido una cosa, es decir, que la ha visto, —¿Ha sido antes de este tiempo?
oído, o en fin, percibido por alguno de —Sin duda.

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—Por consiguiente, Simmias, nuestro nacimiento nuestra alma existía,


nuestras almas existían antes de este así como estas esencias de que acabas de
tiempo, antes de aparecer bajo esta forma hablarme; porque yo no encuentro nada
humana, y mientras estaban así, sin más evidente que la existencia de todas
cuerpos, sabían. estas cosas: lo bello, lo bueno, lo justo; y
—A menos que digamos, Só- tú me lo has demostrado suficientemente.
crates, que hemos adquirido los cono- —¿Y Cebes?—dijo Sócrates—;
cimientos en el acto de nacer; porque ésta porque es preciso que Cebes esté per-
es la única época que nos queda. suadido de ello.
—Sea así, mi querido Simmias— —Yo pienso—dijo Simmias—que
replicó Sócrates—; pero ¿en qué otro Cebes considera tus pruebas muy
tiempo los hemos perdido? Porque hoy suficientes, aunque es el más rebelde de
no los tenemos, según acabamos de decir. todos los hombres para darse por
¿Los hemos perdido al mismo tiempo convencido. Sin embargo, supongo, que
que los hemos adquirido? ¿O puedes tú lo está de que nuestra alma existe antes
señalar otro tiempo? de nuestro nacimiento; pero que exista
—No, Sócrates, no me había dado después de la muerte es lo que a mí
cuenta de que nada significa lo que he mismo no me parece bastante demos-
dicho. trado; porque esa opinión del pueblo, de
—Es preciso, pues, hacer constar, que Cebes te hablaba antes, queda aún en
Simmias, que si todas estas cosas que pie y en toda su fuerza; la de que, luego
tenemos continuamente en la boca, de muerto el hombre, su alma se disipa y
quiero decir, lo bello, lo justo y todas las cesa de existir. En efecto, ¿qué puede
esencias de este género existen verda- impedir que el alma nazca, que exista en
deramente, y que si referimos todas las alguna parte, que exista antes de venir a
percepciones de nuestros sentidos a estas animar el cuerpo, y que, cuando salga de
nociones primitivas como a su tipo, que éste, concluya con él y cese de existir?
encontramos desde luego en nosotros —Dices muy bien, Simmias—dijo
mismos, digo que es absolutamente Cebes—; me parece que Sócrates no ha
indispensable, que así como todas estas probado más que la mitad de lo que era
nociones primitivas existen, nuestra alma preciso que probara; porque ha demos-
haya existido igualmente antes que trado muy bien que nuestra alma existía
naciésemos; y si estas nociones no antes de nuestro nacimiento; mas para
existieran, todos nuestros discursos son completar su demostración, debía probar
inútiles. ¿No es esto incontestable? ¿No igualmente que, después de nuestra
es igualmente necesario que si estas cosas muerte, nuestra alma existe lo mismo que
existen, hayan también existido nuestras existió antes de esta vida.
almas antes de nuestro nacimiento; y que —Ya os lo he demostrado. Sim-
si aquéllas no existen, tampoco debieron mias y Cebes—repuso Sócrates—; y
existir éstas? convendréis en ello si unís esta última
—Esto, Sócrates, me parece igual- prueba a la que ya habéis admitido; esto
mente necesario e incontestable; y de es, que los vivos nacen de los muertos.
todo este discurso resulta que antes de Porque si es cierto que nuestra alma

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existe antes del nacimiento. y si es de —Con mucho gusto, Cebes, ¿y


toda necesidad que, al venir a la vida, por qué no?
salga, por decirlo así, del seno de la —Perfectamente, Sócrates—dijo
muerte, ¿cómo no ha de ser igualmente Cebes.
necesario que exista después de la —Lo primero que debemos pre-
muerte, puesto que debe volver a la vida? guntarnos a nosotros mismos—dijo
Así, pues, lo que ahora me pedís ha sido Sócrates—es cuáles son las cosas que por
ya demostrado. Sin embargo, me parece su naturaleza pueden disolverse; res-
que ambos deseáis profundizar más esta pecto de qué otras deberemos temer que
cuestión, y que teméis, como los niños, tenga lugar esta disolución; y en cuáles
que cuando el alma sale del cuerpo la no es posible este accidente. En seguida
arrastren los vientos, sobre todo cuando es preciso examinar a cuál de estas
se muere en tiempo de borrascas. naturalezas pertenece nuestra alma; y
Entonces Cebes, sonriéndose dijo: teniendo esto en cuenta, temer o esperar
—Sócrates, supón que lo tememos; o más por ella.
bien, que sin temerlo, está aquí entre —Es muy cierto.
nosotros un niño que lo teme, a quien es —¿No os parece que son las cosas
necesario convencer de que no se debe compuestas, o que por su naturaleza
temer la muerte como a un vano fan- deben serlo, las que deben disolverse en
tasma. los elementos que han formado su
—Para esto—replicó Sócrates—es composición; y que si hay seres que no
preciso emplear todos los días encan- son compuestos, ellos son los únicos
tamientos, hasta que se haya curado de respecto de los que no puede tener lugar
semejante aprensión. este accidente?
—Pero, Sócrates, ¿dónde encon- —Me parece muy cierto lo que
tramos un buen encantador, puesto que dices—contestó Cebes.
tú vas a abandonarnos? —Las cosas que son siempre las
—La Hélade es grande, Cebes— mismas y de la misma manera, ¿no tienen
respondió Sócrates—; y en ella encontra- trazas de no ser compuestas? Las que
réis muchas personas muy entendidas. mudan siempre y que nunca son las mis-
Por otra parte, tenéis muchos pueblos mas, ¿no tienen trazas de ser nece-
extranjeros, y es preciso recorrerlos todos sariamente compuestas?
e interrogarlos, para encontrar este —Creo lo mismo, Sócrates.
encantador, sin escatimar gasto ni tra- —Dirijámonos desde luego a esas
bajo; porque en ninguna cosa podéis cosas de que hablamos antes, y cuya
emplear más útilmente vuestra fortuna. verdadera existencia hemos admitido
También es preciso que lo busquéis entre siempre en nuestras preguntas y res-
vosotros, porque quizá no encontraréis puestas. Estas cosas, ¿son siempre las
otros más que vosotros mismos para mismas o mudan alguna vez? La igual-
estos encantamientos. dad, la belleza, la bondad y todas las
—Haremos lo que dices, Sócrates; existencias esenciales, ¿experimentan a
pero si no te molesta, volvamos a tomar veces algún cambio, por pequeño que
el hilo de nuestra conversación. sea, o cada una de ellas siendo pura y

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simple subsiste siempre la misma en sí, —Visible no es, por lo menos, a


sin experimentar nunca la menor alter- los hombres.
ación ni la menor mudanza? —Pero cuando hablamos de cosas
—Es necesariamente preciso que visibles o invisibles, hablamos con
ellas subsistan siempre las mismas sin relación a los hombres, sin tener en
mudar jamás. cuenta ninguna otra naturaleza.
—Y todas las demás cosas— —Sí, con relación a la naturaleza
repuso Sócrates—, hombres, caballos, humana.
trajes, muebles y tantas otras de la misma —¿Qué diremos, pues, del alma?
naturaleza, ¿quedan siempre las mismas, ¿Puede ser vista o no puede serlo?
o son enteramente opuestas a las pri- —No puede serlo.
meras, en cuanto no subsisten siempre en —Luego es inmaterial.
el mismo estado, ni con relación a sí mis- —Sí.
mas ni con relación a los demás? —Por consiguiente, nuestra alma
—No subsisten nunca las es más conforme que el cuerpo con la
mismas—respondió Cebes. naturaleza invisible; y el cuerpo más
—Ahora bien; estas cosas tú las conforme con la naturaleza visible.
puedes ver, tocar, percibir por cualquier —Es absolutamente necesario.
sentido; mientras que las primeras, que —¿No decíamos que cuando el
son siempre las mismas, no pueden ser alma se sirve del cuerpo para considerar
comprendidas sino por el pensamiento, algún objeto, ya por la vista, ya por el
porque son inmateriales y no se las ve oído, ya por cualquier otro sentido
jamás. (porque la única función del cuerpo es
—Todo eso es verdad—dijo atender a los objetos mediante los
Cebes. sentidos) se ve entonces atraída por el
—¿Quieres—continuó Sócrates— cuerpo hacia cosas que no son nunca las
que reconozcamos dos clases de cosas? mismas; se extravía, se turba, vacila y
—Con mucho gusto—dijo Cebes. tiene vértigos, como si estuviera ebria;
—¿Las unas visibles y las otras todo por haberse ligado a cosas de esta
inmateriales? ¿Éstas, siempre las mismas; naturaleza?
aquéllas, en un continuo cambio? —Sí.
—Me parece bien—dijo Cebes. —Mientras que cuando ella exa-
—Veamos, pues, ¿no somos mina las cosas por sí misma, sin recurrir
nosotros un compuesto de cuerpo y al cuerpo, se dirige a lo que es puro,
alma? ¿Hay otra cosa en nosotros? eterno, inmortal, inmutable; y como es de
—No, sin duda no hay más. la misma naturaleza, se une y estrecha
—¿ A cuál de estas dos especies con ello cuanto puede y da de sí su
diremos que nuestro cuerpo se conforma propia naturaleza. Entonces cesan sus
o se parece? extravíos, se mantiene siempre la misma,
—Todos convendrán en que a la porque está unida a lo que no cambia
especie visible. jamás, y participa de su naturaleza; y este
—Y nuestra alma, mi querido estado del alma es lo que se llama
Cebes, ¿es visible o invisible? sabiduría.

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—Has hablado perfectamente, siempre mudable, y nunca semejante a sí


Sócrates; y dices una gran verdad. mismo. ¿Podremos alegar algunas ra-
—¿A cuál de estas dos especies de zones que destruyan estas consecuencias
seres te parece que el alma es más y que hagan ver que esto no es cierto?
semejante, y con cuál está más conforme, —No. sin duda, Sócrates.
teniendo en cuenta los principios que de- —Siendo esto así, ¿no conviene al
jamos sentados y todo lo que acabamos cuerpo la disolución y al alma el
de decir? permanecer siempre indisoluble o en un
—Me parece, Sócrates, que no hay estado poco diferente?
hombre, por tenaz y estúpido que sea, —Es verdad.
que estrechado por tu método, no con- —Pero observa que después que
venga en que el alma se parece más y es el hombre muere, su parte visible, el
más conforme con lo que se mantiene cuerpo, que queda expuesto a nuestras
siempre lo mismo, que no con lo que está miradas, que llamamos cadáver, y que
en continua mudanza. por su condición puede disolverse y
—¿Y el cuerpo? disiparse, no sufre por lo pronto ninguno
—Se parece más a lo que cambia. de estos accidentes, sino que subsiste
—Sigamos aún otro camino. entero bastante tiempo y se conserva
Cuando el alma y el cuerpo están juntos, mucho más si el muerto era de bellas
la naturaleza ordena que el uno obedezca formas y estaba en la flor de sus años;
y sea esclavo; y que el otro tenga el porque los cuerpos que se recogen y em-
imperio y el mando. ¿Cuál de los dos te balsaman, como en Egipto, duran enteros
parece semejante a lo que es divino, y un número indecible de años; y en
cuál a lo que es mortal? ¿No adviertes aquellos mismos que se corrompen, hay
que lo que es divino es lo único capaz de siempre partes, como los huesos, los
mandar y de ser dueño; y que lo que es nervios y otros miembros de la misma
mortal es natural que obedezca y sea condición, que parecen, por decirlo así,
esclavo? inmortales. ¿No es esto cierto?
—Seguramente. —Muy cierto.
—¿A cuál de los dos se parece —Y el alma, este ser invisible que
nuestra alma? marcha a un paraje semejante a ella,
—Es evidente, Sócrates, que nues- paraje excelente; puro, invisible, esto es,
tra alma se parece a lo que es divino, y al Hades, cerca de un dios lleno de
nuestro cuerpo a lo que es mortal. bondad y sabiduría, y a cuyo sitio espero
—Mira, pues, mi querido Cebes, que mi alma irá dentro de un momento,
si de todo lo que acabamos de decir no se si Dios lo permite; ¡qué!, ¿un alma
sigue necesariamente que nuestra alma es semejante y de tal naturaleza se habrá de
muy semejante a lo que es divino, in- disipar y anonadar, apenas abandone el
mortal, inteligible, simple, indisoluble, cuerpo, como lo creen la mayor parte de
siempre lo mismo y siempre semejante a los hombres. De ninguna manera, mis
sí propia; y que nuestro cuerpo se parece queridos Simmias y Cebes; y he aquí lo
perfectamente a lo que es humano, que realmente sucede. Si el alma se retira
mortal, sensible. compuesto, disoluble, pura, sin conservar nada del cuerpo,

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como sucede con la que durante la vida que con él ha tenido, por haber estado
no ha tenido voluntariamente con él siempre unida con él y ocupándose sólo
ningún comercio, sino que por el en él.
contrario le ha huido, estando siempre Estas manchas, mi querido Cebes,
recogida en sí misma y meditando son una cubierta tosca, pesada, terrestre y
siempre, es decir, filosofando en regla, y visible; y el alma, abrumada con este
aprendiendo efectivamente a morir; peso, se ve arrastrada hacia este mundo
porque, ¿no es esto prepararse para la visible por el temor que tiene del mundo
muerte? invisible del Hades, y anda, como suele
—De hecho. decirse, errante por los cementerios
—Si el alma, digo, se retira en este alrededor de las tumbas, donde se han
estado, se une a un ser semejante a ella, visto, fantasmas tenebrosos, como son los
divino, inmortal, lleno de sabiduría, cerca espectros de estas almas, que no han
del cual goza de la felicidad, viéndose así abandonado el cuerpo del todo puri-
libre de sus errores, de su ignorancia, de ficadas, sino reteniendo algo de esta
sus temores, de sus amores tiránicos y de materia visible, que las hace aun a ellas
todos los demás males afectos a la mismas visibles.
naturaleza humana; y puede decirse de —Es muy probable que así sea,
ella como de los iniciados, que pasa Sócrates.
verdaderamente con los dioses toda la —Sí, sin duda, Cebes; y es
eternidad. ¿No es esto lo que debemos probable también que no sean las almas
decir, Cebes? de los buenos, sino las de los malos, las
—Sí, ¡por Zeus! que se ven obligadas a andar errantes por
—Pero si se retira del cuerpo esos sitios, donde llevan el castigo de su
manchada, impura, como la que ha primera vida, que ha sido mala, y donde
estado siempre mezclada con él, ocupada continúan vagando hasta que, llevadas
en servirle, poseída de su amor, del amor que tienen a esa masa corporal
embriagada en él hasta el punto de creer que las sigue siempre, se ingieren de
que no hay otra realidad que la corporal, nuevo en un cuerpo y se sumen proba-
lo que se puede ver, tocar, beber y comer, blemente en esas mismas costumbres que
o lo que sirve a los placeres del amor; constituían la ocupación de su primera
mientras que aborrecía, temía y huía vida.
habitualmente de todo lo que es oscuro e —¿Qué dices, Sócrates?
invisible para los ojos, de todo lo que es —Digo, por ejemplo, Cebes, que
inteligible, y cuyo sentido, sólo la filoso- los que han hecho de su vientre su dios y
fía muestra; ¿crees tú que un alma que se que han amado la intemperancia, sin
encuentra en tal estado pueda salir del ningún pudor, sin ninguna cautela,
cuerpo pura y libre? entran probablemente en cuerpos de
—No; eso no puede ser. asnos o de otros animales semejantes; ¿no
—Por el contrario, sale afeada con lo piensas tú también?
las manchas del cuerpo, que se han hecho —Seguramente.
como naturales en ella por el comercio —Y las almas que sólo han amado
continuo y la unión demasiado estrecha la injusticia, la tiranía y las rapiñas van a

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animar cuerpos de lobos, de gavilanes, de —No, sin duda—continuó Só-


halcones. Almas de tales condiciones, crates—; así todos aquellos que tienen
¿pueden ir a otra parte? interés por su alma y que no viven para
—No, sin duda. halagar al cuerpo rompen con todas las
—Lo mismo sucede a las demás; costumbres y no siguen el mismo camino
siempre van asociadas a cuerpos aná- que los demás, que no saben adónde van;
logos a sus gustos. sino que persuadidos de que no debe
—Evidentemente. hacerse nada que sea contrario a la
—¿Cómo puede dejar de ser así? filosofía, a la libertad y a la purificación
Y los más dichosos, cuyas almas van a un que ella procura, se dejan conducir por
lugar más agradable, ¿no son aquellos ella y la siguen a todas partes adonde
que siempre han ejercitado esta virtud quiera conducirlos.
social y civil que se llama templanza y —¿Cómo, Sócrates?
justicia, a la que se han amoldado sólo —Voy a explicároslo. Los filó-
por el hábito y mediante el ejercicio, sin sofos, al ver que su alma está
el auxilio de la filosofía y de la reflexión? verdaderamente ligada y pegada al
—¿Cómo pueden ser los más cuerpo, y forzada a considerar los objetos
dichosos? por medio del cuerpo; como a través de
—Porque es probable que sus una prisión oscura, y no por sí misma,
almas entren en cuerpos de animales conocen perfectamente que la fuerza de
pacíficos y dulces, como las abejas, las este lazo corporal consiste en las
avispas, las hormigas; o que vuelvan a pasiones, que hacen que el alma misma
ocupar los cuerpos humanos, para encadenada contribuya a apretar la
formar hombres de bien. ligadura. Conocen también que la
—Es probable. filosofía, al apoderarse del alma en tal
—Pero en cuanto a aproximarse a estado, la consuela dulcemente e intenta
la naturaleza de los dioses, de ninguna desligarla, haciéndole ver que los ojos del
manera es esto permitido a aquellos que cuerpo sufren numerosas ilusiones, lo
no han filosofado durante toda su vida y mismo que los oídos y que todos los
cuyas almas no han salido del cuerpo en demás sentidos; le advierte que no debe
toda su pureza. Esto está reservado al hacer de ellos otro uso que aquel a que
verdadero filósofo. He aquí por qué, mi obliga la necesidad; y le aconseja que se
querido Simmias y mi querido Cebes, los encierre y se recoja en sí misma; que no
verdaderos filósofos renuncian a todos crea en otro testimonio que en el suyo
los deseos del cuerpo; se contienen y no propio, después de haber examinado
se entregan a sus pasiones; no temen ni la dentro de sí misma lo que cada cosa es en
ruina de su casa, ni la pobreza, como la su esencia; debiendo estar bien per-
multitud que está apegada a las riquezas; suadida de que cuanto examine por
ni temen la ignominia ni el oprobio, como medio de otra cosa, como muda con el
los que aman las dignidades y los intermedio mismo, no tiene nada de
honores. verdadero. Ahora bien; lo que ella
—No debería obrarse de otra examina por los sentidos es sensible y
manera—repuso Cebes. visible; y lo que ve por sí misma es

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invisible e inteligible. El alma del cuerpo, donde echa raíces, como si


verdadero filósofo, persuadida de que no hubiera sido allí sembrada; y de esta
debe oponerse a su libertad, renuncia, en manera se ve privada de todo comercio
cuanto le es posible a los placeres, a los con la esencia pura, simple y divina.
deseos, a las tristezas, a los temores, —Es muy cierto, Sócrates—dijo
porque sabe que después de los grandes Cebes.
placeres, de los grandes temores, de las —Por esta razón, los verdaderos
extremas tristezas y de los extremos filósofos trabajan para adquirir la for-
deseos, no sólo se experimentan los taleza y la templanza, y no por las
males sensibles que todo el mundo razones que se imagina el vulgo. ¿Piensas
conoce, como las enfermedades o la tú como éste?
pérdida de bien, sino el más grande y el —De ninguna manera.
último de todos los males, tanto más —Haces bien; y es lo que
grande cuanto que no se deja sentir. conviene a un verdadero filósofo; porque
—¿En qué consiste ese mal, el alma no creerá nunca que la filosofía
Sócrates? quiera desligarla, para que, viéndose
—En que obligada el alma a libre, se abandone a los placeres, a las
regocijarse o afligirse por cualquier tristezas, y se deje encadenar por ellas
objeto, está persuadida de que lo que le para comenzar siempre de nuevo como la
causa este placer o esta tristeza es muy tela de Penélope. Por el contrario, mante-
verdadero y muy real, cuando no lo es en niendo todas las pasiones en una perfecta
manera alguna. Tal es el efecto de todas tranquilidad y tomando siempre la razón
las cosas visibles; ¿no es así? por guía, sin abandonarla jamás, el alma
—Es cierto, Sócrates. del filósofo contempla incesantemente lo
—Principalmente cuando se expe- verdadero, lo divino, lo inmutable, que
rimenta esta clase de afecciones, ¿no es está por encima de la opinión; y nutrida
que el alma está particularmente atada y con esta verdad pura, estará persuadida
ligada al cuerpo? de que debe vivir siempre lo mismo,
—¿Por qué es eso? mientras permanezca adherida al cuerpo;
—Porque cada placer y cada y que después de la muerte, unida de
tristeza están armados de un clavo, por nuevo a lo que es de la misma naturaleza
decirlo así, con el que sujetan el alma al que ella, se verá libre de todos los males
cuerpo; y la hacen tan material, que cree que afligen a la naturaleza humana.
que no hay otros objetos reales que los Siguiendo estos principios, mis queridos
que el cuerpo le dice. Resultado de esto Simmias y Cebes, y después de una vida
es que, como tiene las mismas opiniones semejante, ¿temerá el alma que en el
que el cuerpo, se ve necesariamente momento en que abandone el cuerpo, los
forzada a tener las mismas costumbres y vientos la lleven y la disipen, y que,
los mismos hábitos, lo cual le impide enteramente anonadada, no existirá en
llegar nunca pura al otro mundo; por el ninguna parte?
contrario, al salir de esta vida, llena de las Luego que Sócrates hubo hablado
manchas de ese cuerpo que acaba de de esta suerte, todos quedaron en gran
abandonar, entra muy luego en otro silencio, y parecía que aquél estaba como

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meditando en lo que acababa de decir. hombres tienen a la muerte hace que


Nosotros permanecimos callados, y sólo calumnien a los cisnes, diciendo que
Simmias y Cebes hablaban por lo bajo. lloran su muerte y que cantan de tristeza.
Notándolo Sócrates les dijo: No reflexionan que no hay pájaro que
—¿De qué habláis? ¿Os parece cante cuando tiene hambre y frío o
que falta algo a mis pruebas? Porque se cuando sufre de otra manera, ni aun el
me figura que ellas dan lugar a muchas ruiseñor, la golondrina y la abubilla,
dudas y objeciones si uno se toma el cuyo canto se dice que es efecto del dolor.
trabajo de examinarlas en detalle. Si Pero estos pájaros no cantan de manera
habláis de otra cosa, nada tengo que alguna de tristeza, y menos los cisnes, a
deciros; pero por poco que dudéis sobre mi juicio; porque perteneciendo a Apolo,
lo que hablamos, no tengáis dificultad en son divinos, y como prevén los bienes de
decir lo que os parezca, y en manifestar que se goza en la otra vida cantan y se
francamente si cabe una demostración regocijan en aquel día más que lo han
mejor; y en este caso, asociadme a hecho nunca. Y yo mismo pienso que
vuestras indagaciones, si es que creéis sirvo a Apolo lo mismo que ellos; que
llegar conmigo más fácilmente al término como ellos estoy consagrado a este dios;
que nos hemos propuesto. que no he recibido menos que ellos de
—Te diré la verdad, Sócrates— nuestro común dueño el arte de la
respondió Simmias—; ha largo tiempo adivinación, y que no me siento
que tenemos dudas Cebes y yo, y nos contrariado al salir de esta vida. Así,
hemos dado de codo para comprome- pues, en este concepto, podéis hablarme
ternos a proponértelas, porque tenemos cuanto queráis, e interrogarme por todo
vivo deseo de ver cómo las resuelves. el tiempo que tengan a bien permitirlo
Pero ambos hemos temido ser impor- los once.
tunos proponiéndote cuestiones desagra- —Muy bien, Sócrates—repuso
dables en la situación en que te hallas. Simmias—; te propondré mis dudas, y
—¡Ah!, mi querido Simmias— Cebes te hará sus objeciones. Pienso
replicó Sócrates, sonriendo dulcemente— como tú, que en estas materias es
; ¿con qué trabajo convencería yo a los imposible, o por lo menos muy difícil,
demás hombres de que no tengo por una saber toda la verdad en esta vida; y estoy
desgracia la situación en que me convencido de que no examinar deteni-
encuentro, cuando de vosotros mismos damente lo que se dice, y cansarse antes
no puedo conseguirlo, pues me creéis en de haber hecho todos los esfuerzos
este momento en peor posición que posibles para conseguirla, es una acción
antes? Me suponéis, al parecer, muy digna de un hombre perezoso y cobarde;
inferior a los cisnes, por lo que respecta al porque, una de dos cosas, o aprender de
presentimiento y a la adivinación. Los los demás la verdad o encontrarla por sí
cisnes, cuando presienten que van a mismo; y si una y otra cosa son
morir, cantan aquel día aún mejor que lo imposibles, es preciso escoger entre todos
han hecho nunca, a causa de la alegría los razonamientos humanos el mejor y
que tienen al ir a unirse con el dios a que más fuerte, y embarcándose en él como
ellos sirven. Pero el temor que los en una barquilla, atravesar de este modo

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las tempestades de esta vida, a menos semejante a lo que voy a decirte. Como
que sea posible encontrar, para hacer este nuestro cuerpo está compuesto y es
viaje, algún buque más grande, esto es, mantenido en equilibrio por lo caliente,
algún razonamiento incontestable que lo frío, lo seco y lo húmedo, nuestra alma
nos ponga fuera de peligro. No tendré no es más que la armonía que resulta de
reparo en hacerte preguntas, puesto que la mezcla de estas cualidades cuando
lo permites; y no me expondré al están debidamente combinadas. Si
remordimiento que yo podía tener algún nuestra alma no es otra cosa que una
día por no haberte dicho en este mo- especie de armonía, es evidente que
mento lo que pienso. Cuando examino cuando nuestro cuerpo está demasiado
con Cebes lo que nos ha dicho, Sócrates, laso o demasiado tenso a causa de las
confieso que tus pruebas no me parecen enfermedades o de otros males, nuestra
suficientes. alma, divina y todo, perecerá necesa-
—Quizá tienes razón, mi querido riamente como las demás armonías, que
Simmias; pero ¿por qué no te parecen son consecuencia del sonido o efecto de
suficientes? los instrumentos; mientras que los restos
—Porque podría decirse lo mismo de cada cuerpo duran aún largo tiempo;
de la armonía de una lira, de la lira duran hasta que se queman o se
misma y de sus cuerdas; esto es, que la corrompen. Mira, Sócrates, lo que
armonía de una lira es algo invisible, podremos responder a estas razones, si
inmaterial, bello, divino; y la lira y las alguno pretende que nuestra alma, no
cuerdas son cuerpos, materia, cosas siendo más que una mezcla de las cua-
compuestas, terrestres y de naturaleza lidades del cuerpo, es la primera que
mortal. Después de hecha pedazos la lira perece cuando llega eso a que llamamos
o rotas las cuerdas, podría alguno la muerte.
sostener con razonamientos iguales a los Entonces Sócrates, echando una
tuyos que es preciso que esta armonía mirada a cada uno de nosotros, como
subsista necesariamente y no perezca; tenía por costumbre, y sonriéndose, dijo:
porque es imposible que la lira subsista —Simmias tiene razón. Si alguno
una vez rotas las cuerdas, que las cuer- de vosotros tiene más facilidad que yo
das, que son cosas mortales, subsistan para responder a sus objeciones, puede
luego de rota la lira; y que la armonía, hacerlo; porque me parece que Simmias
que es de la misma naturaleza que el ser ha esforzado de veras sus razonamientos.
inmortal y divino, perezca antes que lo Pero, antes de responderle, quería que
que es mortal y terrestre. Es absolu- Cebes nos objetara, con el fin de que, en
tamente necesario, añadiría, que la tanto que él habla, tengamos tiempo para
armonía exista en alguna parte, y que el pensar lo que debemos contestar; y así
cuerpo de la lira y las cuerdas se también, oídos que sean ambos, cede-
corrompan y perezcan enteramente antes remos, si sus razones son buenas; y en
que la armonía reciba el menor daño. Y caso contrario, sostendremos nuestros
tú mismo, Sócrates, te habrás hecho principios hasta donde podamos. Dinos,
cargo, sin duda, de que la idea que nos pues, Cebes, ¿qué es lo que te impide
formamos generalmente del alma es algo asentir a lo que yo he dicho?

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—Voy a decirlo—respondió hay nada de eso, en mi opinión, mi


Cebes—. Se me figura que la cuestión se querido Simmias; y ve ahora, te lo su-
halla en el mismo punto en que estaba plico, lo que yo respondo a esto. No hay
antes, y que quedan en pie, por tanto, nadie que no conozca a la primera ojeada
nuestras anteriores objeciones. Que que hacer esta objeción es decir un
nuestra alma existe antes de venir a absurdo; porque este tejedor murió antes
animar el cuerpo, lo hallo admira- del último traje, pero después de los
blemente probado; y si no te ofendes, muchos que había gastado y consumido
diré que plenamente demostrado; pero durante su vida; y no hay derecho para
que ella exista después de la muerte, no decir que el hombre es una cosa más
lo está en manera alguna. Sin embargo, débil y menos durable que el traje. Esta
no acepto por completo la objeción de comparación puede aplicarse al alma y al
Simmias, según la cual nuestra alma no cuerpo, y decirse con grande exactitud,
es más fuerte ni más durable que nuestro en mi opinión, que el alma es un ser muy
cuerpo; porque, a mi parecer, el alma es durable, y que el cuerpo es un ser más
infinitamente superior a todo lo corporal. débil y que dura menos. Y el que conteste
¿En qué consiste entonces tu duda?, se de este modo podrá añadir que cada
me dirá. Si ves que muerto el hombre, su alma usa muchos cuerpos, sobre todo si
parte más débil, que es el cuerpo, sub- vive muchos años; porque si el cuerpo
siste, ¿no te parece absolutamente está mudando y perdiendo continua-
necesario que lo que es más durable dure mente mientras el hombre vive, y el
más largo tiempo? Mira, Sócrates, yo te lo alma, por consiguiente, renueva sin cesar
suplico; si respondo bien a esta objeción, su vestido perecible, resulta necesario
es porque para hacerme entender que cuando llega el momento de la
necesito valerme de una comparación muerte vista su último traje, y éste será el
como Simmias. La objeción que se me único que sobreviva al alma; mientras
propone es, a mi parecer, como si que cuando ésta muere, el cuerpo
después de la muerte de un viejo tejedor muestra inmediatamente la debilidad de
se dijese: Este hombre no ha muerto, sino su naturaleza, porque se corrompe y
que existe en alguna parte, y la prueba es perece muy pronto. Así, pues, no hay que
que ved que está aquí el traje que gastaba tener tanta fe en tu demostración, que
y que él mismo se había hecho, traje que vayamos a tener confianza de que
subsiste entero y completo, y que no ha después de la muerte existirá aún el
perecido. Pues bien, si alguno repugnara alma. Porque si alguno extendiese el
reconocer como suficiente esta prueba, se razonamiento todavía más que tú, y se le
le podría preguntar: ¿cuál es más concediese, no sólo que el alma existe en
durable, el hombre o el traje que gasta y el tiempo que precede a nuestro
de que se sirve? Necesariamente habría nacimiento, sino también que no hay
que responder que el hombre, y sólo con inconveniente en que las almas de
esto se creería haber demostrado que, algunos existan después de la muerte y
puesto que lo que el hombre tiene de renazcan muchas veces para morir de
menos durable no ha perecido, con más nuevo; siendo el alma bastante fuerte
razón subsiste el hombre mismo. Pero no para usar muchos cuerpos, uno luego de

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otro, como usa el hombre muchos pues, yo estoy como de nuevo en esta
vestidos; concediéndole todo esto, digo, ocasión, y necesito muy de veras nuevas
no por eso se negaba que el alma se gasta pruebas para convencerme de que nues-
al cabo de tantos nacimientos, y que al fin tra alma no muere con el cuerpo. Por lo
acaba por perecer de hecho en alguna de mismo, Fedón, dinos, ¡por Zeus!, de qué
estas muertes. Y si se añadiese que nadie manera Sócrates continuó la disputa; si se
puede saber cuál de estas muertes vio embarazado como vosotros, o si sos-
alcanzará al alma, porque es imposible a tuvo su opinión con templanza; y, en fin,
los hombres presentirlo, entonces todo si os satisfizo enteramente o no. Cuén-
hombre que no teme la muerte y la tanos, te lo suplico, todos estos porme-
espera con confianza es un insensato, nores sin olvidar nada.
salvo que pueda demostrar que el alma FEDÓN.—Te aseguro, Equécrates, que si
es enteramente inmortal e imperecible. siempre he admirado a Sócrates, en esta
De otra manera, es absolutamente ocasión le admiré más que nunca, porque
necesario que el que va a morir tema por el que estuviere pronto a satisfacer esto
su alma y tema que ella va a perecer en la no puede extrañarse en un hombre como
próxima separación del cuerpo. él; pero lo que me pareció admirable fue,
Cuando oímos estas objeciones, en primer lugar, la dulzura, la bondad,
no dejaron de incomodarnos, como las muestras de aprobación con que
hubimos de confesarlo; porque, después escuchó las objeciones de estos jóvenes; y
de estar convencidos por los razo- en seguida, la sagacidad con que notó la
namientos anteriores, venían tales impresión que ellas habían hecho en
argumentos a turbarnos y arrojarnos en nosotros; y, en fin, la habilidad con que
la desconfianza, no sólo por lo que se nos curó, y cómo atrayéndonos como a
había dicho, sino también por lo que se vencidos fugitivos, nos hizo volver la
nos podía decir en lo sucesivo; porque en espalda, y nos obligó a entrar en
todo caso íbamos a parar en creer, o que discusión.
no éramos capaces de formar juicio sobre EQUÉCRATES.—¿Cómo?
estas materias, o que estas materias no FEDÓN.—Voy a decírtelo. Estaba yo
podrían producir otra cosa que la sentado a su derecha, cerca de su cama,
incertidumbre. en un asiento bajo, y él estaba en otro
EQUÉCRATES.—Fedón, los dioses te más alto que el mío; pasando su mano
perdonen, porque yo al oírte me digo a por mi cabeza, y cogiendo el cabello que
mí mismo: ¿qué podremos creer en lo caía sobre mis espaldas, y con el cual
sucesivo, puesto que las razones de tenía la costumbre de jugar, me dijo:
Sócrates, que me parecían tan persua- Fedón, mañana te harás cortar estos
sivas, se hacen dudosas? En efecto; la hermosos cabellos12; ¿no es verdad?
objeción que hace Simmias al decir que —Regularmente, Sócrates, le res-
nuestra alma no es más que una armonía pondí.
me sorprende maravillosamente, y
siempre me ha sorprendido; porque me
ha hecho recordar que yo mismo tuve 12Los griegos se hacían cortar los cabellos a la
esta misma idea en otro tiempo. Así, muerte de sus amigos, y los colocaban sobre
su tumba.

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—De ninguna manera, si me encuentra uno al fin con que es falso y


crees. malvado; y al cabo de muchas pruebas
—¿Cómo? semejantes a ésta, viéndose engañado por
—Hoy es—me dijo—cuando debo sus mejores y más íntimos amigos, y
cortar yo mis cabellos y tú los tuyos, si es cansado de ser la víctima, concluye por
cierto que nuestro razonamiento ha aborrecer a todos los hombres igual-
muerto y que no podemos resucitarle; y mente, y llega a persuadirse de que no
si estuviera yo en tu lugar y me viese hay uno solo sincero. ¿No has notado que
vencido, juraría, al modo de los de la misantropía se forma de esta manera y
Argos13, no dejar crecer mis cabellos así por grados?
hasta que no hubiese contraído a mi vez —Seguramente—le dije.
la victoria sobre las objeciones de —¿No es esto una vergüenza?
Simmias y de Cebes. ¿No es evidente que semejante hombre se
Yo le dije: mete a tratar con los demás sin tener
—¿Has olvidado el proverbio de conocimiento de las cosas humanas?
que el mismo Heracles no basta contra Porque si hubiera tenido la menor
dos? experiencia, habría visto las cosas como
—¡Ah!—dijo—, ¿por qué no son en sí, y reconocido que los buenos y
apelas a mí, como a tu Iolas? los malos son muy raros, lo mismo los
—También yo apelo a ti, no como unos que los otros, y que los que ocupan
Heracles a Iolas, sino como Iolas apela a un término medio son numerosos.
su Heracles. —¿Qué dices, Sócrates?
—No importa—replicó—; es —Digo, Fedón, que con los
igual. Pero ante todo estemos en guardia, buenos y los malos sucede lo que con los
para no incurrir en una gran falta. muy grandes o muy pequeños. ¿No ves
—¿Qué falta?—le dije. que es raro encontrar un hombre muy
—En la de ser misólogos14, que los grande o un hombre muy pequeño? Así
hay, como hay misántropos; porque el sucede con los perros y con todas las
mayor de todos los males es aborrecer la demás cosas, con lo que es rápido y con
razón, y esta misología tiene el mismo lo que es lento, con lo que es bello y lo
origen que la misantropía. ¿De dónde que es feo; con lo que es blanco y lo que
procede si no la misantropía? De que, es negro. ¿No notas que en todas estas
después de haberse fiado de un hombre, cosas los dos extremos son raros y que el
sin ningún previo examen, y de haberle medio es muy frecuente y muy común?
creído siempre sincero, honrado y fiel, se —Lo advierto muy bien, Sócrates.
—Si se propusiese un combate de
maldad, serían bien pocos los que
13 Estando los de Argos en guerra con los
pudieran aspirar al primer premio.
espartanos, a causa de la ciudad de Tiré, de
que estos últimos se habían apoderado, y —Es probable.
habiendo sido aquéllos derrotados, se —Seguramente—replicó—: pero
hicieron cortar los cabellos y juraron no no es en este concepto en el que los
dejarlos crecer hasta no haber reconquistado razonamientos se parecen a los hombres,
la ciudad. sino que por seguirte me he dejado ir un
14 Enemigos de la razón.

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poco fuera del asunto. La única sem- para corregirnos. Vosotros estáis obliga-
ejanza que hay es que cuando se admite dos a ello, tanto más cuanto que os resta
un razonamiento como verdadero sin mucho tiempo de vida; y yo también me
saber el arte de razonar sucede que más considero obligado a lo mismo porque
tarde parece falso, séalo o no lo sea, y voy a morir. Temo mucho que al
diferente de él mismo; y cuando uno ha ocuparme hoy en esta materia, lejos de
contraído el hábito de disputar, soste- conducirme como verdadero filósofo,
niendo el pro y el contra, se cree al fin voy a convertirme en disputador terco, a
hombre muy hábil, y se imagina ser el la manera de todos esos ignorantes que
único que ha comprendido que ni en las cuando disputan no se cuidan en manera
cosas ni en los razonamientos hay nada alguna de enseñar la verdad, sino que su
de verdadero ni de seguro; que todo está único objeto es arrastrar a su opinión
en un flujo y reflujo sin interrupción, personal a todos los que los escuchan. La
como el Euripo15 y que nada permanece única diferencia que hay entre ellos y yo
ni un solo momento en el mismo estado. es que yo no intento sólo persuadir con lo
—Es la pura verdad. que diga a los que están aquí presentes, si
—Cuando hay un razonamiento bien me complaceré en ello si lo consigo,
verdadero, sólido, susceptible de ser sino que mi principal objeto es
comprendido, ¿no sería una desgracia convencerme a mí mismo. Porque he
deplorable, Fedón, que por haberse aquí, mi querido amigo, cómo razono yo,
dejado llevar de estos razonamientos, en y verás que este razonamiento me
que todo aparece tan pronto verdadero interesa mucho; si lo que yo diga resulta
como falso, en lugar de acusarse a sí verdadero, es bueno creerlo; y si después
mismo y de acusar a su propia de la muerte no hay nada, habré sacado
incapacidad, vaya uno a hacer recaer la de todas maneras la ventaja de no haber
falta sobre la razón, y pasarse la vida incomodado a los demás con mis
aborreciendo y calumniando a la razón lamentos en el poco tiempo que me
misma, privándose así de la verdad y de queda de vida.
la ciencia? Mas no permaneceré mucho en
—Sí, eso sería deplorable, ¡por esta ignorancia, que miraría como un
Zeus!—dije yo. mal; sino que bien pronto va a desvane-
—Estemos, pues, en guardia— cerse. Fortificado con estas reflexiones,
replicó él—, para que esta desgracia no mi querido Simmias y mi querido Cebes,
nos suceda; y no nos preocupemos con la voy a entrar en la discusión; y si me
idea de que no hay nada sano en el creéis, que sea menos por respeto a la
razonamiento. Persuadámonos más bien autoridad de Sócrates que por respeto a
de que somos nosotros mismos los la verdad. Si lo que os digo es verdadero,
autores de este mal, y hagamos deci- admitidlo; si no lo es, combatidlo con
didamente todos los esfuerzos posibles todas vuestras fuerzas; teniendo mucho
cuidado, no sea que yo me engañe a mí
15 El Euripo, que separa Eubea de Beocia, mismo, que os engañe también a vosotros
estaba en un continuo movimiento de flujo y por exceso de buena voluntad, abando-
de reflujo, de siete veces al día y otras tantas
por la noche.

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nándoos como la abeja, que deja su que una armonía que resulta del acuerdo
aguijón en la llaga. de las cualidades del cuerpo, porque
Comencemos, pues; pero antes probablemente no te creerías a ti mismo
habéis de ver, os lo suplico, si me si dijeras que la armonía existe antes de
acuerdo bien de vuestras objeciones. Me las cosas de que se compone. ¿Lo dirías?
parece que Simmias teme que el alma, —No, sin duda, Sócrates—
aunque más divina y más excelente que respondió Simmias.
el cuerpo, perezca antes que él, como —¿No notas, sin embargo—
según ha dicho sucede con la armonía; y replicó Sócrates—, que es esto lo que
Cebes ha concedido, si no me engaño, dices cuando sostienes que el alma existe
que el alma es más durable que el cuerpo, antes de venir a animar el cuerpo, y que
pero que no se puede asegurar que no obstante se compone de cosas que no
después que ella ha usado muchos existen aún? Porque el alma no es como
cuerpos no perezca al abandonar el la armonía con la que la comparas, sino
último, y que ésta no sea una verdadera que es evidente que la lira, las cuerdas,
muerte del alma; porque, con respecto al los sonidos discordantes existen antes de
cuerpo, éste no cesa ni un solo momento la armonía, la cual resulta de todas estas
de perecer. ¿No son éstos los dos puntos cosas, y en seguida perece con ella. Esta
que tenemos que examinar, Simmias y última proposición tuya, ¿conviene con la
Cebes? primera?
Convinieron ambos en ello. —De ninguna manera—dijo Sim-
—¿Rechazáis—continuó él—abso- mias.
lutamente todo lo que os he dicho, o —Sin embargo—replicó Só-
admitís una parte? crates—, si en algún discurso debe haber
Ellos dijeron que no lo rechazaban acuerdo, es en aquel en que se trata de la
todo. armonía.
—Pero—añadió Sócrates—, ¿qué —Tienes razón, Sócrates.
pensáis de lo que os he dicho de que —Pues en este caso no hay
aprender no es más que recordar; y por acuerdo—dijo Sócrates—; y así mira cuál
consiguiente, que es necesario que de estas dos opiniones prefieres: o el
nuestra alma haya existido en alguna conocimiento es una reminiscencia, o el
parte antes de haberse unido al cuerpo? alma es una armonía.
—Yo—dijo Cebes—, he recono- —Escojo lo primero—dijo Sim-
cido desde luego la evidencia de lo que mias—, porque he admitido la segunda
dices, y no conozco principio que me sin demostración, contentándome con esa
parezca más verdadero. aparente verosimilitud que basta al
—Lo mismo digo yo—dijo Sim- vulgo. Pero estoy persuadido de que
mias—, y me sorprendería mucho si todos los razonamientos que no se
llegara a mudar de opinión en este punto. apoyan sino sobre la probabilidad están
—Tienes que mudar de parecer, henchidos de vanidad; y que si se mira
mi querido tebano, si persistes en la bien, ellos extravían y engañan lo mismo
opinión de que la armonía es algo en geometría que en cualquier otra
compuesto y que nuestra alma no es más ciencia. Mas la doctrina de que la ciencia

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es una reminiscencia está fundada en un —Veamos, pues, ¡por Zeus! ¿No


principio sólido; en el principio de que, se dice que esta alma, que tiene
según hemos dicho, nuestra alma, antes inteligencia y virtud, es buena, y que
de venir a animar nuestro cuerpo, existe aquella otra, que tiene locura y maldad,
como la esencia misma; la esencia, es es mala? ¿No se dice esto con razón?
decir, lo que existe realmente. He aquí —Sí, sin duda.
por qué, convencido de que debo darme —Y los que sostienen que el alma
por satisfecho con esta prueba, no debo es una armonía, ¿qué dirán que son estas
ya escucharme a mí mismo, ni tampoco cualidades del alma, este vicio y esta
dar oídos a los que digan que el alma es virtud? ¿Dirán que la una es una armonía
una armonía. y la otra una disonancia? ¿Que el alma
—Ahora bien, Simmias—dijo virtuosa, siendo armónica por naturaleza,
Sócrates—: ¿te parece que es propio de la tiene además en sí misma otra armonía?
armonía o de cualquier otra cosa ¿Y que la otra, siendo una disonancia, no
compuesta el ser diferente de las cosas produce armonía?
mismas de que se compone? —Yo no puedo decírtelo—
—De ninguna manera. respondió Simmias—; parece, sin
—¿Ni el padecer o hacer otra cosa embargo, que los partidarios de esta
que lo que hacen o padecen los elementos opinión dirían algo semejante.
que la componen? —Pero estamos de acuerdo—dijo
—Conforme—dijo Simmias. Sócrates—, en que un alma no es más o
—¿No es natural que a la armonía menos alma que otra; es decir, que hemos
precedan las cosas que la componen y no sentado que ella no tiene más o menos
que la sigan? armonía. ¿No es así?
—Así es. —Lo confieso—dijo Simmias.
—¿No son incompatibles con la —Y que no siendo más o menos
armonía los sonidos, los movimientos y armonía, no existe más o menos acuerdo
toda cosa contraria a los elementos de entre sus elementos. ¿No es así?
que ella se compone? —Sí, sin duda.
—Seguramente—dijo Simmias. —Y no estando más o menos de
—¿Pero no consiste toda armonía acuerdo con sus elementos, ¿puede tener
en la consonancia? más armonía o menos armonía? ¿O es
—No te entiendo bien—dijo preciso que la tenga igual?
Simmias. —Igual.
—Pregunto si, según que sus —Por tanto, puesto que un alma
elementos están más o menos de no puede ser más o menos alma que otra,
acuerdo, no resulta más o menos la ¿no puede estar en más o menos acuerdo
armonía. que otra?
—Seguramente. —Es cierto.
—¿Y puede decirse del alma que —Se sigue de aquí necesa-
una es más o menos alma que otra? riamente que un alma no puede tener ni
—No, sin duda. más armonía ni más disonancia que otra.
—Convengo en ello.

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—Por consiguiente, ¿un alma nía, no puede tener otro tono que el
puede tener más virtud o más vicio que producido por la tensión, aflojamiento,
otra, si es cierto que el vicio es una vibración o cualquier otra modificación
disonancia y la virtud una armonía? de los elementos que la componen, y que
—De ninguna manera. debe necesariamente obedecerles sin
—O más bien: ¿la razón exige que dominarlos jamás?
se diga que el vicio no puede encontrarse —Hemos convenido en eso, sin
en ninguna alma, si el alma es una duda—dijo Simmias. ¿Por qué no?
armonía, porque la armonía, si es —Pero—repuso Sócrates—, ¿no
perfecta armonía, no puede consentir la vemos prácticamente que el alma hace
disonancia? todo lo contrario; que gobierna y conduce
—Sin dificultad. las cosas mismas de que se la supone
—Luego, el alma, si es alma compuesta; que las resiste durante casi
perfecta, no puede ser capaz de vicio. toda la vida, reprendiendo a unas más
—¿Cómo podría serlo conforme a duramente mediante el dolor, como en la
los principios que hemos convenido? gimnasia y en la medicina; tratando a
—Según estos mismos principios, otras con más dulzura, contentándose
las almas de todos los animales son con reprender o amenazar al deseo, a la
igualmente buenas si todas son igual- cólera, al temor, como cosas de distinta
mente almas. naturaleza que ella? Esto es lo que
—Así me parece, Sócrates. Homero ha expresado muy bien, cuando
—¿Y consideras que esto sea dice en la Odisea que Odiseo16, “dándose
incontestable, y como una consecuencia golpes de pecho, dijo con aspereza a su
necesaria, si es cierta la hipótesis de que corazón: sufre esto, corazón mío, que
el alma es una armonía? cosas más duras has soportado”. ¿Crees
—No, sin duda, Sócrates. tú que Homero hubiera dicho esto si
—Pero, dime, Simmias: entre hubiera creído que el alma es una
todas las cosas que componen el hombre, armonía que debe ser gobernada por las
¿encuentras que mande otra que el alma, pasiones del cuerpo? ¿No piensas que
sobre todo cuando es sabia? más bien ha creído que el alma debe
—No, sólo ella manda. guiarlas y amaestrarlas, y que es de una
—¿Y manda aflojando la rienda a naturaleza más divina que una armonía?
las pasiones del cuerpo, o resistiéndolas? —Sí, ¡por Zeus!, yo lo creo—dijo
Por ejemplo, cuando el cuerpo tiene sed, Simmias.
¿no le impide el alma beber? O cuando —Por consiguiente, mi querido
tiene hambre, ¿no le impide comer, y lo Simmias—replicó Sócrates—, no pode-
mismo en otras mil cosas semejantes, en mos en modo alguno decir que el alma es
que vemos claramente que el alma una especie de armonía, porque no
combate las pasiones del cuerpo? ¿No es estaríamos al parecer de acuerdo ni con
así? Homero, este poeta divino, ni con
—Sin duda. nosotros mismos.
—¿Pero no hemos convenido Simmias convino en ello.
antes en que el alma, siendo una armo-
16 Odisea, R. 20, v. l7.

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—Me parece—repuso Sócrates— vigoroso y divino y el que haya existido


que hemos suavizado muy bien esta antes de nuestro nacimiento no prueba
armonía tebana17; pero en cuanto a Cebes, nada, dices tú, en favor de su
¿de qué medio me valdré yo para inmortalidad, y todo lo que se puede
apaciguar —a este Cadmo?18. ¿De qué inferir es que puede durar por mucho
razonamiento me valdré para tiempo, y que existía ya antes que
conseguirlo? nosotros en alguna parte y por siglos casi
—Estoy seguro de que lo infinitos; que durante este tiempo ha
encontrarás—respondió Cebes—. Por lo podido conocer y hacer muchas cosas, sin
que hace al argumento de que acabas de que por esto fuera inmortal; que, por el
servirte contra la armonía, me ha llamado contrario, el momento de su primera
la atención más de lo que yo creía; venida al cuerpo ha sido quizá el prin-
porque mientras Simmias te proponía sus cipio de su ruina, y como una
dudas, tenía por imposible que ninguno enfermedad que se prolonga entre las
las rebatiera; y he quedado comple- debilidades y angustias de esta vida, y
tamente sorprendido al ver que no ha concluye por lo que llamamos la muerte.
podido sostener ni siquiera tu primer Añades que importa poco que el alma
ataque. Después de esto, es claro que no venga una sola vez a animar el cuerpo o
me sorprenderé si a Cadmo alcanza la que venga muchas, y que esto no hace
misma suerte. variar los justos motivos de temor;
—Mi querido Cebes—replicó porque, a no estar demente, el hombre
Sócrates—; no me alabes demasiado, no debe temer siempre la muerte, en tanto
sea que la envidia trastorne lo que tengo que no sepa con certeza y pueda
que decir; pero esto depende del dios. demostrar que el alma es inmortal. He
Ahora nosotros, cerrando más las filas, aquí, a mi parecer, todo lo que dices,
como dice Homero19, pongamos tu Cebes; y yo lo repito muy al por menor,
objeción a prueba. Lo que deseas averi- para que nada se nos escape, y para que
guar se reduce a lo siguiente: quieres que puedas todavía añadir o quitar lo que
se demuestre que el alma es inmortal e gustes.
imperecible, con el fin de que un filósofo, —Por ahora—respondió Cebes—,
que va a morir y muere con valor y con la nada tengo que modificar, porque has
esperanza de ser infinitamente más dicho lo mismo que yo manifesté.
dichoso en el otro mundo que si hubiera Sócrates, después de haber
muerto después de haber vivido de permanecido silencioso por algún tiem-
distinta manera, no tenga una confianza po, y como recogido en sí mismo, le dijo
insensata. Porque el que el alma sea algo a Cebes:
—En verdad no es tan poco lo que
pides, porque para explicarlo es preciso
17 Sócrates llama a la opinión de Simmias, que
era de Tebas, la armonía tebana, aludiendo a la examinar a fondo la cuestión del
fábula de Anfión, que construyó los muros de nacimiento y de la muerte. Si lo deseas, te
la ciudad con la armonía de su lira. diré lo que me ha sucedido a mí mismo
18 Alusión al otro fundador de Tebas, donde sobre esta materia; y si lo que voy a decir
también Cebes había nacido.
19 Ilíada, R. 4., v. 496.

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te parece útil, te servirás de ello en apoyo ejemplo, en la siguiente: ¿cuál es la causa


de tus convicciones. de que el hombre crezca? Pensaba yo que
—Lo deseo con todo mi cora- era muy claro para todo el mundo que el
zón—dijo Cebes. hombre no crece sino porque come y
—Escúchame, pues: cuando yo bebe; puesto que por medio del alimento,
era joven sentía un vivo deseo de uniéndose la carne a la carne, los huesos
aprender esa ciencia que se llama la físi- a los huesos, y todos los demás elementos
ca, porque me parecía una cosa sublime a sus elementos semejantes, lo que al
saber las causas de todos los fenómenos, principio no es más que un pequeño
de todas las cosas; lo que las hace nacer, volumen aumenta y crece, y de esta
lo que las hace morir, lo que las hace manera un hombre de pequeño se hace
existir; y no hubo sacrificio que omitiera muy grande. He aquí lo que yo pensaba.
para examinar, en primer lugar, si es de ¿No te parece que tenía razón?
lo caliente o de lo frío, como algunos —Seguramente—dijo Cebes.
pretenden20, de donde proceden los —Escucha lo que sigue. Creía yo
animales; si es la sangre la que crea el saber por qué un hombre era más grande
pensamiento21 o el aire22, o el fuego23, o que otro hombre, llevándose de dife-
ninguna de estas cosas; o si sólo el rencia toda la cabeza; y por qué un
cerebro24 es la causa de nuestras sensacio- caballo era más grande que otro caballo;
nes, de la vista, del oído, del olfato; si de y otras cosas más claras, como por
estos sentidos resultan la memoria y la ejemplo, que diez eran más que ocho por
imaginación; y si de la memoria y de la haberse añadido dos, y que dos codos
imaginación sosegada nace, en fin, la eran más grandes que un codo por
ciencia. Quería conocer después las excederle en una mitad.
causas de la corrupción de todas estas —¿Y qué piensas ahora?—dijo
cosas. Mi curiosidad buscaba los cielos y Cebes.
hasta los abismos de la tierra, para saber —¡Por Zeus! Estoy tan distante de
qué es lo que produce todos los creer que conozco las causas de ninguna
fenómenos; y al fin me encontré todo lo de estas cosas, que ni aun presumo saber
incapaz que se puede ser para hacer estas si cuando a uno se le añade otro uno, es
indagaciones. Voy a darte una prueba este uno el que se añadió al otro, el que se
patente de ello. Y es que este precioso hace dos; o si es el añadido y el que se
estudio me ha dejado tan a oscuras en las añade juntos los que constituyen dos en
mismas cosas que yo sabía antes con la virtud de esta adición del uno al otro.
mayor evidencia, según a mí y a otros Porque lo que me sorprende es que
nos parecía, que he olvidado todo lo que mientras estaban separados cada uno de
sabía sobre muchas materias, por ellos era uno y no eran dos, y que
después que se han juntado se han hecho
20 Opinión de los jónicos Anaxágoras y dos, porque se ha puesto el uno al par del
Arquelao. otro. Yo no veo tampoco cómo es que
21 Opinión de Empédocles. cuando se divide una cosa, esa división
22 Opinión de Anaxímenes. hace que esta cosa, que era una antes de
23 Opinión de Heráclito.
dividirse, se haga dos desde el momento
24 Opinión antigua. Diógenes Laercio, II, 30.

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de la separación; porque aquí aparece cuál es lo mejor en el caso, y por qué esto
una causa enteramente contraria a la que es lo mejor. Asimismo si creía que la
hizo que uno y uno fuesen dos. Antes tierra está en el centro del mundo, espe-
este uno y el otro uno se hacen dos, raba que me enseñaría por qué es lo
porque se juntan el uno con el otro; y mejor que la tierra ocupe el centro; y
ahora esta cosa, que es una, se hace dos, luego de haber oído de él todas estas
porque se la divide y se la separa. Más explicaciones, estaba resuelto por mi
aún: no creo saber por qué el uno es uno parte a no ir nunca en busca de ninguna
y, en fin, tampoco sé, al menos por otra clase de causas. También me
razones físicas, cómo una cosa, por pe- proponía interrogarle en igual forma
queña que sea, nace, perece o existe; así acerca del sol, de la luna y de los demás
que resolví adoptar otro método, ya que astros, para conocer la razón de sus
éste de ninguna manera me satisfacía. revoluciones, de sus movimientos y de
Habiendo oído leer en un libro, todo lo que les sucede; y para saber cómo
que según se decía, era de Anaxágoras, es lo mejor posible lo que cada uno de
que la inteligencia es la norma y la causa ellos hace, porque no podía imaginarme
de todos los seres, me vi arrastrado por que, después de haber dicho que la
esta idea; y me pareció una cosa inteligencia los había ordenado y
admirable que la inteligencia fuese la arreglado, pudiese decirme que fuera
causa de todo; porque creía que, habien- otra la causa de su orden y disposición
do dispuesto la inteligencia todas las que la de no ser posible cosa mejor; y me
cosas, precisamente estarían arregladas lo lisonjeaba de que, después de desig-
mejor posible. Si alguno, pues, quiere narme esta causa en general y en
saber la causa de cada cosa, por qué nace particular, me haría conocer en qué
y por qué perece, no tiene más que consiste el bien de cada cosa en particular
indagar la mejor manera en que puede y el bien de todas en general. Por nada
ella existir; y me pareció que era una hubiera cambiado en aquel momento mis
consecuencia de este principio que lo esperanzas.
único que el hombre debe averiguar es Tomé, pues, con el más vivo
cuál es lo mejor y lo más perfecto; porque interés estos libros y me puse a leerlos lo
desde el momento en que lo haya más pronto posible, para saber luego lo
averiguado, conocerá necesariamente bueno y lo malo de todas las cosas; pero
cuál es lo más malo, puesto que no hay muy luego perdí toda esperanza, porque
más que una ciencia para lo uno y para lo tan pronto como hube adelantado un
otro. poco en mi lectura, me encontré con que
Pensando de esta suerte tenía el mi hombre no hacía intervenir para nada
gran placer de encontrarme con un la inteligencia, que no daba ninguna
maestro como Anaxágoras, que me razón del orden de las cosas, y que en
explicaría, según mis deseos, la causa de lugar de la inteligencia ponía el aire, el
todas las cosas; y que, después de éter, el agua y otras cosas igualmente
haberme dicho, por ejemplo, si la tierra es absurdas. Me pareció como si dijera:
plana o redonda, me explicaría la causa y Sócrates hace mediante la inteligencia
la necesidad de lo que ella es, y me diría todo lo que hace; y que en seguida,

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queriendo dar razón de cada cosa que yo mejor, para la que me sirvo de la
hago, dijera que hoy, por ejemplo, estoy inteligencia, es el mayor absurdo, porque
sentado en mi cama porque mi cuerpo se equivale a no conocer esta diferencia: que
compone de huesos y de nervios; que una es la causa y otra la cosa, sin la que la
siendo los huesos duros y sólidos, están causa no sería nunca causa; y por lo tanto
separados por junturas, y que los nervios, la cosa y no la causa es la que el pueblo,
pudiendo estirarse o encogerse, unen los que camina siempre a tientas y como en
huesos con la carne y con la piel, que tinieblas, toma por verdadera causa, y a
encierra y abraza a los unos y a los otros; la que sin razón da este nombre. He aquí
que estando los huesos libres en sus por qué unos25 consideran rodeada la
articulaciones, los nervios, que pueden tierra por un torbellino, y la suponen fija
extenderse y encogerse, hacen que me sea en el centro del mundo; otros26 la conci-
posible recoger las piernas como veis y ben como una ancha artesa, que tiene por
que ésta es la causa de estar yo sentado base el aire; pero no se cuidan de
aquí y de esta manera. O también es lo investigar el poder que la ha colocado del
mismo que si, para explicar la causa de la modo necesario para que fuera lo mejor
conversación que tengo con vosotros, os posible; no creen en la existencia de
dijese que lo era la voz, el aire, el oído y ningún poder divino, sino que se
otras cosas semejantes; y no os dijese ni imaginan haber encontrado un Atlas más
una sola palabra de la verdadera causa, fuerte, más inmortal y más capaz de
que es la de haber creído los atenienses sostener todas las cosas; y a este bien, que
que lo mejor para ellos era condenarme a es el único capaz de ligar y abrazarlo
muerte, y que, por la misma razón, he todo, lo tienen por una vana idea.
creído yo que era igualmente lo mejor Yo con el mayor gusto me habría
para mí estar sentado en esta cama y hecho discípulo de cualquiera que me
esperar tranquilamente la pena que me hubiera enseñado esta causa; pero al ver
han impuesto. Porque os juro por el cielo que no podía alcanzar a conocerla, ni por
que estos nervios y estos huesos míos ha mí mismo, ni por medio de los demás,
largo tiempo que estarían en Megara o en ¿quieres, Cebes, que te diga la segunda
Beocia si hubiera creído que era lo mejor tentativa que hice para encontrarla?
para ellos y no hubiera estado per- —Lo quiero con todo mi
suadido de que era mucho mejor y más corazón—dijo Cebes.
justo permanecer aquí para sufrir el —Cansado de examinar todas las
suplicio a que mi patria me ha cosas, creí que debía estar prevenido para
condenado que no escapar y huir. Dar, que no me sucediese lo que a los que
por lo tanto, razones semejantes me miran un eclipse de sol; que pierden la
parecía muy ridículo. vista si no toman la precaución de
Dígase en buena hora que si yo no observar en el agua o en cualquier otro
tuviera huesos ni nervios, y otras cosas medio la imagen de este astro. Algo de
semejantes, no podría hacer lo que esto pasó en mi espíritu; y temí perder
juzgase conveniente; pero decir que estos los ojos del alma si miraba los objetos
huesos y estos nervios son la causa de lo
que yo hago, y no la elección de lo que es 25 Empédocles.
26 Anaximenes.

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con los ojos del cuerpo y si me servía de puede ser bella sino porque participa de
mis sentidos para tocarlos y conocerlos. lo que es bello en sí; y lo mismo digo de
Me convencí de qué debía recurrir a la todas las demás cosas. ¿Concedes esta
razón y buscar en ella la verdad de todas causa?
las cosas. Quizá la imagen de que me —Sí, la concedo.
sirvo para explicarme no es enteramente —Entonces, ya no entiendo ni
exacta; porque yo mismo no estoy con- puedo comprender esas otras causas tan
forme en que el que mira las cosas en la pomposas de que se nos habla. Y así, si
razón las mire más aun por medio de alguno llega a decirme que lo que
otra cosa que el que las ve en sus constituye la belleza de una cosa es la
fenómenos pero, sea de esto lo que vivacidad de los colores, o la proporción
quiera, éste es el camino que adopté; y de sus partes u otras cosas semejantes,
desde entonces, tomando por funda- abandono todas estas razones que sólo
mento lo que me parece lo mejor, tengo sirven para turbarme, y respondo, como
por verdadero todo lo que está en este por instinto y sin artificio, y quizá con
caso, trátese de las cosas o de las causas; demasiada sencillez, que nada hace bellas
y lo que no está conforme con esto lo a las cosas más que la presencia o la
desecho como falso. Pero voy a expli- comunicación con la belleza primitiva,
carme con más claridad, porque me cualquiera que sea la manera como esta
parece que no me entiendes aún. comunicación se verifique; porque no
—No, ¡por Zeus!, Sócrates—dijo pasan de aquí mis convicciones. Yo sólo
Cebes—; no te comprendo lo bastante. aseguro que todas las cosas bellas lo son
—Sin embargo—replicó Sócra- a causa de la presencia en ellas de lo bello
tes—, nada digo de nuevo; digo lo que he en sí. Mientras me atenga a este principio
manifestado en mil ocasiones y lo que no creo engañarme; y estoy persuadido
acabo de repetir en la discusión de que puedo responder con toda
precedente. Para explicarte el método de seguridad que las cosas bellas son bellas
que me he servido en la indagación de las a causa de la presencia de lo bello. ¿No te
causas, vuelvo desde luego a lo que parece a ti lo mismo?
tantas veces he expuesto; por ello voy a —Perfectamente.
comenzar tomándolo por fundamento. —En la misma forma, las cosas
Digo, pues, que hay algo que es bueno, grandes, ¿no son grandes a causa de la
que es bello, que es grande por sí mismo. magnitud, y las pequeñas a causa de la
Si me concedes este principio, espero pequeñez?
demostrarte por este medio que el alma —Sí.
es inmortal. —Sí uno pretendiese que un
—Te lo concedo—dijo Cebes—, y hombre es más grande que otro,
trabajo te costará llevar a cabo tan pronto llevándole la cabeza, y que éste es
tu demostración. pequeño en la misma proporción, ¿no
—Ten en cuenta lo que voy a serías de su opinión? Pero sostendrías
decirte, y mira si estás de acuerdo que lo que quieres decir es que todas las
conmigo. Me parece que si hay alguna cosas que son más grandes que otras no
cosa bella, además de lo bello en sí, no lo son sino a causa de la magnitud; que

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es la magnitud misma la que las hace hace dos, como todo lo que se hace uno
grandes; y en la misma forma, que las participa de la unidad? ¿No abando-
cosas pequeñas no son más pequeñas narías las adiciones, las divisiones y
sino a causa de la pequeñez, siendo la todas las sutilezas de este género,
pequeñez la que hace que sean pequeñas. dejando a los más sabios sentar sobre
Y me imagino que, al sostener esta semejantes bases sus razonamientos,
opinión, temerías una objeción emba- mientras que tú, retenido, como suele de-
razosa que te podrían hacer. Porque si cirse, por miedo a tu sombra o más bien a
dijeses que un hombre es más grande o tu ignorancia, te atendrías al sólido
más pequeño que otro con exceso de la principio que nosotros hemos esta-
cabeza, te podían responder por lo blecido? Y si se impugnara este principio;
pronto, que el mismo objeto constituía la ¿le dejarías sin defensa antes de haber
magnitud del más grande y la pequeñez examinado todas las consecuencias que
del más pequeño; y que a la altura de la de él se derivan para ver si entre ellas hay
cabeza, que es pequeña en sí misma, es a o no acuerdo? Y si te vieses obligado a
lo que el más grande debería su mag- dar razón de esto, ¿no lo harías
nitud; y sería en verdad maravilloso que suponiendo otro principio más elevado
un hombre fuese grande a causa de una hasta que hubieses encontrado algo
cosa pequeña. ¿No tendrías este temor? seguro que te dejara satisfecho? ¿Y no
—Sin duda—replicó Cebes, sonri- evitarías embrollarlo todo como ciertos
éndose. disputadores, y confundir el primer
—¿No temerías por la misma principio con los que de él se derivan,
razón decir que diez son mas que ocho para llegar a la verdad de las cosas? Es
porque exceden en dos? ¿No dirías más cierto que quizá a estos disputadores les
bien que esto es a causa de la cantidad? Y importa poco la verdad, y que al mezclar
lo mismo tratándose de dos codos, ¿no de esta suerte todas las cosas mediante su
dirías que son más grandes que uno a profundo saber, se contentan con darse
causa de la magnitud, más bien que a gusto a sí mismos; pero tú, si eres
causa del codo más? Porque aquí hay el verdadero filósofo, harás lo que yo te he
mismo motivo para temer la objeción. dicho.
—Tienes razón. —Tienes razón—dijeron al mismo
—Pero ¿no tendrías dificultad en tiempo Simmias y Cebes.
decir que si se añade uno a uno, la EQUÉCRATES.—¡Por Zeus! Hicie-ron bien
adición es la causa del múltiple dos, o en decir esto, Fedón; porque me ha
que si se divide uno en dos, la causa es la parecido que Sócrates se explicaba con
división? ¿No afirmarías más bien que no una claridad admirable, aun para los
conoces otra causa de cada fenómeno que menos entendidos.
su participación en la esencia propia de la FEDÓN.—Así pareció a todos los que se
clase a que cada uno pertenezca; y que, hallaban allí presentes.
por consiguiente, tú no ves que sea otra EQUÉCRATES.—Y a nosotros, que no
la causa del múltiple dos que su estábamos allí, nos parece lo mismo, vista
participación en la dualidad, de que la relación que nos haces. Pero ¿qué
participa necesariamente todo lo que se sucedió después?

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FEDÓN.—Me parece, si mal no recuerdo, —He insistido en esta doctrina


que después de haberle concedido que porque deseo atraeros a mi opinión. Y me
toda idea existe en sí, y que las cosas que parece que no sólo la magnitud no puede
participan de esta idea toman de ella su nunca ser al mismo tiempo grande y
denominación, continúo de esta manera: pequeña, sino también que la magnitud,
—Si este principio es verdadero, que está en nosotros, no admite la
cuando dices que Simmias es más grande pequeñez, ni puede ser sobrepujada;
que Sócrates y más pequeño que Fedón, porque una de dos cosas: o la magnitud
¿no dices que en Simmias se encuentran huye y se retira al aproximarse su
al mismo tiempo la magnitud y la contraria que es la pequeñez, o cesa de
pequeñez? existir y perece; pero si alguna vez ella
—Sí—dijo Cebes. subsiste y recibe en sí la pequeñez, no
—Habrás de convenir en que si tú podrá por esto ser otra cosa que lo que
dices: Simmias es más grande que ella era. Así, por ejemplo, después de
Sócrates, esta proposición no es verda- haber recibido en mí la pequeñez, yo
dera en sí misma, porque no es cierto que quedo el mismo que era antes, con la sola
Simmias sea más grande porque es diferencia de ser además pequeño. La
Simmias, sino que es más grande porque magnitud no puede ser pequeña al
accidentalmente tiene la magnitud. mismo tiempo que es grande; y de igual
Tampoco es cierto que sea más grande modo la pequeñez, que está en nosotros,
que Sócrates porque Sócrates es Sócrates, no toma nunca el puesto de la magnitud;
sino porque Sócrates participa de la en una palabra, ninguna cosa contraria,
pequeñez en comparación con la en tanto que lo es, puede hacerse o ser su
magnitud de Simmias. contraria, sino que cuando la otra llega, o
—Así es la verdad. se retira o perece.
—Simmias en igual forma, no es Cebes convino en ello; pero uno
más pequeño que Fedón porque Fedón es de los que estaban presentes, no recuerdo
Fedón, sino porque Fedón es grande quién era, dirigiéndose a Sócrates, le dijo:
cuando se le compara con Simmias, que —¡Ah, por los dioses! ¿No has
es pequeño. admitido ya lo contrario de lo que dices?
—Así es. Porque, ¿no hemos convenido en que lo
—Simmias es llamado a la vez más grande nace de lo más pequeño y lo
grande y pequeño, porque está entre los más pequeño de lo más grande; en una
dos; es más grande que el uno a causa de palabra, que las contrarias nacen siempre
la superioridad de su magnitud, y es de sus contrarias? Y ahora me parece
inferior, a causa de su pequeñez, a la haberle oído que nunca puede suceder
magnitud del otro—. esto.
Y echándose a reír al mismo Sócrates, inclinando un tanto la
tiempo, dijo: —Me parece que me he cabeza hacia adelante, como para oír
detenido demasiado en estas explica- mejor, le dijo:
ciones, pero al fin, lo que he dicho es —Muy bien, tienes razón al
exacto. recordarnos los principios que hemos
Cebes convino en ello. establecido; pero no ves la diferencia que

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hay entre lo que hemos sentado antes y lo —Lo mismo sucede con el fuego,
que decimos ahora. Dijimos que una cosa tan pronto como le supere el frío; y así se
nace siempre de su contraria, y ahora retirará o perecerá, porque apenas se le
decimos que lo contrario no se convierte haya aplicado el frío, no podrá ser ya lo
nunca en lo contrario a sí mismo, ni en que era, y no será fuego y frío a la vez.
nosotros, ni en la naturaleza. Entonces —Muy bien—dijo Cebes.
hablábamos de las cosas que tienen sus —Es, pues, tal la naturaleza de
contrarias, cada una de las cuales algunas de estas cosas, que no sólo la
podíamos designar con su nombre; y misma idea conserva siempre el mismo
aquí hablamos de las esencias mismas, nombre, sino que este nombre sirve
cuya presencia en las cosas da a éstas sus igualmente para otras cosas que no son lo
nombres, y de estas últimas es de las que que ella es en sí misma, pero que tienen
decimos que no pueden nunca nacer la su misma forma mientras existen.
una de la otra. Algunos ejemplos aclararán lo que quiero
Y al mismo tiempo, mirando a decir. Lo impar debe tener siempre el
Cebes, le dijo: mismo nombre. ¿No es así?
—La objeción que se acaba de —Sí, sin duda.
proponer ¿ha causado en ti alguna —Ahora bien, dime: ¿es ésta la
turbación? única cosa que tiene este nombre, o hay
—No, Sócrates; no soy tan débil, alguna otra cosa que no sea lo impar y
aunque hay cosas capaces de turbarme. que, sin embargo, sea preciso designar
—Estamos, pues, unánime y, con este nombre, por ser de tal naturaleza
absolutamente conformes—replicó Sócra- que no puede existir sin lo impar? Como,
tes—en que nunca un contrario puede por ejemplo, el número tres y muchos
convertirse en lo contrario a sí mismo. otros; pero fijémonos en el tres. ¿No te
—Es cierto—dijo Cebes. parece que el número tres debe ser
—Vamos a ver si convienes en llamado siempre con su nombre, y al
esto: ¿Hay algo que se llame frío y algo mismo tiempo con el nombre de impar,
que se llame caliente? aunque lo impar no es lo mismo que el
—Seguramente. número tres? Sin embargo tal es la
—¿Como la nieve y el fuego? naturaleza del tres, del cinco y de la
—No, ¡por Zeus! mitad de los números, que aunque cada
—¿Lo caliente es entonces dife- uno de ellos no sea lo que es lo impar, es,
rente del fuego, y lo frío diferente de la no obstante, siempre impar. Lo mismo
nieve? sucede con la otra mitad de los números,
—Sin dificultad. como dos, cuatro, aunque no son lo que
—Convendrás, yo creo, en que es lo par, es cada uno de ellos, sin
cuando la nieve ha recibido calor, como embargo, siempre par. ¿No estás
decíamos antes, ya no será lo que era, conforme?
sino que desde el momento que se la apli- —¿Y cómo no?
que, le cederá el puesto o desaparecerá —Fíjate en lo que voy a decir. Me
enteramente. parece que no sólo estas contrarias que se
—Sin duda. excluyen, sino también todas las demás

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cosas, que sin ser contrarias en sí, tienen, —Y la idea contraria a lo impar,
sin embargo, siempre sus contrarias, no ¿no es la idea de lo par?
pueden dejarse penetrar por la esencia, —Sí.
que es contraria a la que ellas tienen, sino —Luego la idea de lo par no se
tan pronto como esta esencia aparece, encuentra nunca en el tres.
ellas se retiran o perecen. El tres, por —No, sin duda.
ejemplo, ¿no perecerá antes que hacerse —El tres, por lo tanto, no con-
en ningún número par, permaneciendo siente lo par.
tres? —No lo consiente.
—Seguramente—dijo Cebes. —Porque el tres es impar.
—Sin embargo—dijo Sócrates—, —Seguramente.
el dos no es contrario al tres. —He aquí lo que queríamos
—No, sin duda. sentar como base; que hay ciertas cosas
—Luego las contrarias no son las que, no siendo contrarias a otras, las
únicas cosas que no consienten sus excluyen, lo mismo que si fuesen
contrarias, sino que cosas también contrarias, como el tres que aunque no es
incompatibles. contrario al número par, no lo consiente,
—Es cierto. lo desecha; como el dos, que lleva
—¿Quieres que las determinemos siempre consigo algo contrario al número
en cuanto nos sea posible? impar; como el fuego, el frío y muchas
—Sí. otras cosas. Mira ahora si admitirías tú la
—¿No serán aquellas, ¡oh Cebes!, siguiente definición: no sólo lo contrario
que obligan a la cosa en que se encuen- no consiente su contrario, sino que todo
tran, cualquiera que sea, no sólo a retener lo que lleva consigo un contrario, al
la idea que es en ellas esencial, sino tam- comunicarse con otra cosa, no consiente
bién a rechazar toda otra idea contraria a nada que sea contraria al contrario que
ésta? lleva en sí.
—¿Qué dices? Piénsalo bien, porque no se pierde
—Lo que decíamos antes. Todo el tiempo en repetirlo muchas veces. El
aquello en que se encuentra la idea de cinco no será nunca compatible con la
tres, debe necesariamente, no sólo perma- idea de par; como el diez, que es dos
necer tres, sino permanecer también veces aquél, no lo será nunca con la idea
impar. de impar; y este dos, aunque su contraria
—¿Quién lo duda? no sea la idea de lo impar, no admitirá,
—Por consiguiente, es imposible sin embargo, la idea de lo impar, como
que en una cosa tal como ésta penetre la no consentirán nunca la idea de lo entero
idea contraria a la que constituye su la tres cuartas partes, la tercera parte ni
esencia. las demás fracciones, si es que me has
—Es imposible. entendido y estás de acuerdo conmigo en
—Ahora bien, lo que constituye este punto.
su esencia, ¿no es el impar? Ahora bien; voy a resumir mis
—Sí. primeras preguntas; y tú, al respon-
derme, me contestarás, no en forma

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idéntica a ellas, sino en forma diferente, —Pero ¿cómo llamamos a lo que


según el ejemplo que voy a ponerte; no consiente nunca la idea de lo par?
porque además de la manera de respon- —Lo impar.
der que hemos usado, que es segura, hay —¿Cómo llamamos a lo que no
otra que lo es menos; puesto que si me consiente nunca la justicia, y a lo que no
preguntases qué es lo que produce el consiente nunca el orden?
calor en los cuerpos, yo no te daría la —La injusticia y el desorden.
respuesta, segura sí, pero necia, de que es —Sea así; y a lo que no consiente
el calor; sino que, de lo que acabamos de nunca la muerte, ¿cómo lo llamamos?
decir, deduciría una respuesta más —Lo inmortal.
acertada, y te diría, es el fuego; y si me —El alma, ¿no consiente la
preguntas qué es lo que hace que el muerte?
cuerpo esté enfermo, te respondería que —No.
no es la enfermedad, sino la fiebre. Si me —El alma es, por consiguiente,
preguntas qué es lo que constituye lo inmortal.
impar, no te responderé la imparidad, —Inmortal.
sino la unidad; y así de las demás cosas. —¿Diremos que esto está
Mira si entiendes suficientemente lo que demostrado, o falta algo a la demos-
quiero decirte. tración?
—Te entiendo perfectamente. —Está suficientemente demos-
—Respóndeme, pues—continuó trado, Sócrates.
Sócrates—. ¿Qué—es lo que hace que el —Pero, Cebes, si fuese una
cuerpo esté vivo? necesidad que lo impar fuese impe-
—Es el alma. recible, ¿el tres no lo sería igualmente?
—¿Sucede así constantemente? —¿Quién lo duda?
—¿Cómo no ha de suceder?—dijo —Si lo que no tiene calor fuese
Cebes. necesariamente imperecible, siempre que
—¿El alma lleva, por consi- algo aproximase el fuego a la nieve, ¿la
guiente, consigo la vida a dondequiera nieve no subsistiría sana y salva? Porque
que ella va? ella no perecería; y por mucho que se la
—Es cierto. expusiese al fuego no recibiría nunca el
—¿Hay algo contrario a la vida, o calor.
no hay nada? —Muy cierto.
—Sí, hay alguna cosa. —En la misma forma, si lo que no
—¿Qué cosa? es susceptible de frío fuese necesaria-
—La muerte. mente imperecible, por mucho que se
—El alma, por consiguiente, no echara sobre el fuego algo frío, nunca el
consentiría nunca lo que es contrario a lo fuego se extinguiría, nunca perecería; por
que lleva siempre consigo. Esto se el contrario, quedaría con toda su fuerza.
deduce rigurosamente de nuestros —Es de necesidad absoluta.
principios. —Precisamente tiene que decirse
—La consecuencia es indecli- lo mismo de lo que es inmortal. Si lo que
nable—dijo Cebes. es inmortal no puede perecer jamás, por

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mucho que la muerte se aproxime al pienso que mejor aún convendrán en ello
alma, es absolutamente imposible que el los dioses.
alma muera; porque, según acabamos de —Si es cierto que todo lo que es
ver, el alma no recibirá nunca en sí la inmortal es imperecible, el alma que es
muerte, jamás morirá; así como el tres, y inmortal, ¿no está eximida de perecer?
lo mismo cualquier otro número impar, —Es necesario.
no pueden nunca ser par; como el fuego —Así, pues, cuando la muerte
no puede ser nunca frío, ni el calor del sorprende al hombre, lo que hay en él de
fuego convertirse en frío. Alguno me dirá mortal muere, y lo que hay de inmortal
quizá: es que lo impar no puede se retira, sano e incorruptible, cediendo
convertirse en par por el advenimiento su puesto a la muerte.
de lo par. Estamos conformes; ¿pero qué —Es cierto.
obsta para que, si lo impar llega a —Por consiguiente, si hay algo
perecer, lo par ocupe su lugar? A esta inmortal e imperecible, mi querido
objeción yo no podría responder que lo Cebes, el alma debe serlo; y por lo tanto,
impar no perece si lo impar no es nuestras almas existirán en otro mundo.
imperecible. Pero si lo hubiéramos —Nada tengo que oponer a eso,
declarado imperecible, sostendríamos Sócrates—dijo Cebes—; y no puedo
con razón que siempre que se presentase menos de rendirme a tus razones; pero si
lo par, el tres y lo impar se retirarían, Simmias o algún otro tienen alguna cosa
pero de ninguna manera perecerían; y lo que objetar, harán muy bien en no callar;
mismo diríamos del fuego, de lo caliente porque, ¿qué momento ni qué ocasión
y de otras cosas semejantes. ¿No es así? mejores pueden encontrar para conversar
—Seguramente—dijo Cebes. y para ilustrarse sobre estas materias?
—Por consiguiente, viniendo a la —Yo—dijo Simmias—nada tengo
inmortalidad, que es de lo que tratamos que oponer a lo que ha manifestado
al presente, si convenimos en que todo lo Sócrates, si bien confieso que la magnitud
que es inmortal es imperecible, el alma del objeto y la debilidad natural al
necesariamente es, no sólo inmortal, sino hombre me inclinan, a pesar mío, a una
absolutamente imperecible. Si no conve- especie de desconfianza.
nimos en esto, es preciso buscar otras —No sólo lo que manifiesta
pruebas. Simmias—dijo Sócrates—, está muy bien
—No es necesario—dijo Cebes—; dicho, sino que por seguros que nos
porque, ¿a qué podríamos llamar impere- parezcan nuestros primeros principios, es
cible, si lo que es inmortal y eterno preciso volver de nuevo a ellos para
estuviese sujeto a perecer? examinarlos con más cuidado. Cuando
—No hay nadie—replicó Sócra- los hayas comprendido suficientemente,
tes—que no convenga en que ni Dios, ni conocerás sin dificultad la fuerza de mis
la esencia y la idea de la vida, ni cosa razones, en cuanto es posible al hombre;
alguna inmortal pueden perecer. y cuando te convenzas no buscarás otras
—¡Por Zeus! Todos los hombres pruebas.
reconocerán esta verdad—dijo Cebes—; y —Muy bien—dijo Cebes.

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—Amigos míos, una cosa digna alma dotada de templanza y sabiduría


de tenerse en cuenta es que si el alma es sigue a su guía voluntariamente porque
inmortal hay necesidad de cuidarla no sabe la suerte que le espera; pero la que
sólo durante la vida, sino también para el está clavada a su cuerpo por sus
tiempo que viene después de la muerte, pasiones, como dije antes, y permanece
porque si bien lo reflexionáis, es muy largo tiempo ligada a este mundo visible,
grave el abandonarla. Si la muerte fuese sólo después de haber resistido y sufrido
la disolución de toda existencia, sería una mucho, es cuando el genio que le ha sido
gran cosa para los malos verse después destinado consigue arrancarla como por
de su muerte libres de su cuerpo, de su fuerza y a pesar suyo. Cuando llega de
alma y de sus vicios; pero, supuesta la esta manera al punto donde se reúnen
inmortalidad del alma, ella no tiene otro todas las almas, si es impura, si se ha
medio de librarse de sus males, ni puede manchado en algún asesinato o cualquier
procurarse la salud de otro modo que otro crimen feroz, acciones muy propias
haciéndose muy buena y muy sabia, de su índole, todas las demás almas
porque al salir de este mundo sólo lleva huyen de ella, y le tienen horror; no
consigo sus costumbres y sus hábitos, encuentra ni quien la acompañe, ni quien
que son, según se dice, la causa de su la guíe; y anda errante y completamente
felicidad o de su desgracia desde el abandonada, hasta que la necesidad la
primer momento de su llegada. Dícese arrastra a la mansión que merece. Pero la
que luego de la muerte de alguno el que ha pasado su vida en la templanza y
genio que le ha conducido durante la en la pureza tiene a los dos dioses
vida lleva el alma a cierto lugar donde se mismos por compañeros y por guías, y
reúnen todos los muertos para ser va a habitar el lugar que le está prepa-
juzgados, con el fin de que vayan desde rado, porque hay lugares diversos y
allí al Hades con el guía, que es el maravillosos en la tierra, la cual, según
encargado de conducirlos de un punto a he aprendido de alguien, no es como se
otro; y después que han recibido allí los figuran los que acostumbran describirla.
bienes o los males a que se han hecho Entonces, Simmias dijo:
acreedores, y han permanecido en —¿Qué dices, Sócrates? He oído
aquella estancia todo el tiempo que les contar muchas cosas de esa tierra, pero
fue designado, otro conductor los vuelve no las que te han enseñado a ti. Te
a la vida presente, después de muchas escucharé gustoso en adelante.
revoluciones de siglos. Este camino no es —Para referirte la historia de esto,
lo que Telefo dice en Esquilo: “Un mi querido Simmias, no creo que haya
camino sencillo conduce al Hades”. No es necesidad del arte de Glauco27. Mas
ni único ni sencillo; si lo fuese no habría probarte su verdad es más difícil, y no sé
necesidad de guía, porque nadie puede si todo el arte de Glauco bastaría al
extraviarse cuando el camino es único; efecto. Semejante empresa no sólo está
tiene, por el contrario, muchas revueltas quizá por encima de mis fuerzas, sino
y muchas travesías, como lo infiero de lo
que se practica en nuestros sacrificios y 27Proverbio para decir que una cosa era muy
en nuestras ceremonias religiosas. El difícil. Glauco fue un obrero muy hábil en el
difícil arte de trabajar el hierro.

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que aun cuando no lo estuviese, el poco mos. Sumidos en estas cavidades


tiempo que me queda de vida no permite creemos, sin dudarlo, que habitamos lo
que entablemos tan larga discusión. Todo más elevado de la tierra, que es poco más
lo que yo puedo hacer es darte una idea o menos lo mismo que si uno, teniendo
general de esta tierra y de los lugares su habitación en las profundidades del
diferentes que encierra, tales como yo me océano, se imaginase que habitaba por
los figuro. cima del mar y viendo al través del agua
—Eso nos bastará—dijo Simmias. el sol y los demás astros, tomase el mar
—En primer lugar—continuó por el cielo; y que no habiendo, a causa
Sócrates—, estoy persuadido de que si la de su peso y de su debilidad, subido
tierra está en medio del cielo y es de nunca arriba, ni sacado en toda su vida la
forma esférica, no tiene necesidad del cabeza fuera del agua, ignorase cuánto
aire ni de ningún otro apoyo para no más puro y hermoso es este lugar que el
caer, sino que el cielo mismo, que la que él habita, no habiéndolo visto, ni
rodea, por todas partes, y su propio tampoco encontrado persona que pudie-
equilibrio bastan para que se sostenga, ra enseñárselo. He aquí justamente la
porque todo lo que está en equilibrio, en situación en que nos hallamos. Confina-
medio de una cosa que le oprime dos en algunas cavidades de la tierra,
igualmente por todos los puntos, no creemos habitar en lo alto; tomamos el
puede inclinarse a ningún lado, y por aire por el cielo, y creemos que es el
consiguiente subsiste fija e inmóvil; ésta verdadero cielo, en el que todos los astros
es mi persuasión. verifican sus revoluciones. La causa de
—Con razón—dijo Simmias. nuestro error es que nuestro peso y
—Por otra parte, estoy conven- nuestra debilidad nos impiden elevarnos
cido de que la tierra es muy grande, y por cima del aire, porque si alguno se
que nosotros sólo habitamos la parte que fuera a lo alto y pudiese elevarse con
se extiende desde el Faso hasta las alas, apenas estuviese su cabeza fuera de
columnas de Heracles, derramados a nuestro espeso aire, vería lo que pasa en
orillas de la mar como hormigas o como aquella dichosa estancia, en la misma
ranas alrededor de una laguna. Hay otros forma que los peces, si se elevaran por
pueblos, a mi parecer, que habitan cima de la superficie de los mares, verían
regiones que nos son desconocidas, lo que pasa en el aire que nosotros res-
porque en la superficie de la tierra se piramos; y si fuese de una naturaleza
encuentran por todas partes cavernas de capaz de larga meditación, conocería que
todas formas y dimensiones llenas éste era el verdadero cielo, la verdadera
siempre de un aire grueso, de espesos luz, la verdadera tierra. Porque esta tierra
vapores y de aguas que afluyen allí de que pisamos, estas piedras y todos estos
todas partes. Pero la tierra misma está en lugares que habitamos, están entera-
lo alto, en este cielo puro, en que se mente roídos y corrompidos, como lo que
encuentran los astros, y al que la mayor está bajo las aguas del mar, roído tam-
parte de los que hablan de esto llaman bién por la acritud de las sales. Así es que
éter, del cual es un mero sedimento lo en el mar nada nace perfecto, ni tiene
que afluye a las cavidades que habita- ningún valor; no hay allí más que

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cavernas, arena y cieno; y si alguna tierra sola piedra en esta dichosa tierra que no
se encuentra, es sólo fango, sin que sea sea infinitamente más bella que las
posible comparar nada de lo que allí nuestras; y la causa de esto es porque
existe con lo que aquí vemos. Pero lo que todas estas piedras preciosas son puras,
se encuentra en la otra mansión está muy no están roídas ni mordidas como las
por cima de lo que vemos en ésta; y para nuestras por la acritud de las sales y por
daros a conocer la belleza de esta tierra la corrupción de los sedimentos que de
pura, que está en el centro del cielo, os allí descienden a nuestra tierra inferior,
referiré, si queréis, una preciosa fábula, donde se acumulan e infestan no sólo las
que bien merece que la escuchéis. piedras y la tierra, sino también las
—La escucharemos con muchí- plantas y los animales. Además de todas
simo placer, Sócrates —dijo Simmias. estas bellezas, esta dichosa tierra es rica
—En primer lugar, mi querido en oro, plata y otros metales, que,
Simmias, dícese que mirando esta tierra derramados en abundancia por todas
desde un punto elevado, parece como partes, despiden por uno y por otro lado
una de nuestras pelotas de viento, una brillantez que encanta la vista; de
cubierta con doce bandas de diferentes manera que el aspecto de esta tierra es un
colores, de los que no son sino una espectáculo de bienaventurados. Está
muestra los que usan los pintores; porque habitada por toda clase de animales y por
los colores de esta tierra son infinita- hombres derramados unos por el campo.
mente más brillantes y más puros. Una es y otros alrededor del aire, como estamos
de color de púrpura, maravilloso; otra de nosotros alrededor del mar. Los hay que
color de oro; ésta de un blanco más habitan en islas que el aire forma cerca
brillante que la nieve y el yeso; y así de del continente; porque el aire es allí lo
todos los demás colores, que son de una que son aquí el agua y el mar para
calidad y de una belleza a que en manera nuestro uso: y lo que para nosotros es el
alguna se aproximan los que aquí vemos. aire, para ellos es el éter. Sus estaciones
Las cavidades mismas de esta tierra, lle- son tan templadas que viven más que
nas de agua y aire, muestran cierta nosotros y están siempre libres de
variedad y son distintas entre sí; de enfermedades; y en razón de la vista, el
manera que el aspecto de la tierra oído, el olfato y de todos los demás
presenta una infinidad de matices sentidos, y hasta en razón de la inteligen-
maravillosos admirablemente diversifica- cia misma, están tan por cima de nosotros
dos. En esta otra tierra tan acabada todo como lo están el aire respecto del agua y
es de una perfección que guarda el éter respecto del aire. Allí tienen
proporción con ella, los árboles, las flores, bosques sagrados y templos que habitan
los frutos; las montañas y las piedras son verdaderamente los dioses, los cuales
tan tersas y de una limpieza y de un dan señales de su presencia por los
brillo tales, que no hay nada que se les oráculos, las profecías, las inspiraciones y
parezca. Nuestras esmeraldas, nuestros por todos los demás signos, que prueban
jaspes, nuestras ágatas, que tanto la comunicación con ello. Allí ven
estimamos aquí, no son más que también el sol y la luna como son; y en lo
pequeños pedacitos de ella. No hay una

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demás su felicidad guarda proporción rodean hacen lo mismo; los siguen


con todo esto. cuando suben y cuando bajan, y a la
—He aquí lo que es esta tierra con manera que se ve entrar y salir el aire
todo lo que la rodea. En torno suyo, en incesantemente en los animales cuando
sus cavidades, hay muchos lugares; unos respiran, en la misma forma el aire que se
más profundos y más abiertos que el país mezcla con estas aguas entra y sale con
que nosotros habitamos; otros más ellas, y produce vientos terribles y
profundos y menos abiertos; y los hay furiosos. Cuando estas aguas caen con
que tienen menos profundidad y más violencia en el abismo inferior de que os
extensión. Todos estos lugares están ta- he hablado forman corrientes que se
ladrados por bajo en muchos puntos, y arrojan, al través de la tierra, en los
comunican entre sí por conductos, al lechos de los ríos que encuentran y que
través de los cuales corren como fuentes llenan como, una bomba. Cuando estas
una cantidad inmensa de agua, ríos sub- aguas salen de aquí y vienen a los sitios
terráneos inagotables, manantiales de que nosotros habitamos, los llenan de la
agua frías y calientes, ríos de fuego y misma manera; y derramándose por
otros de cieno, unos más líquidos, otros todas partes sobre la superficie de la
más cenagosos, como los torrentes de tierra, alimentan nuestros mares,
cieno y de fuego que en Sicilia preceden a nuestros ríos, nuestros estanques y nues-
la lava. Estos sitios se llenan de una u tras fuentes. En seguida desaparecen, y
otra materia, según la dirección que sumiéndose en la tierra, los unos con
toman las corrientes a medida que se grandes rodeos y los otros no con tantos,
derraman. Todos estos surtidores se desaguan en el Tártaro, donde entran
mueven bajando y subiendo como un más bajos que habían salido, unos más,
balancín suspendido en el interior de la otros menos, pero todos algo. Unos salen
tierra. He aquí cómo se verifica este mo- y entran de nuevo en el Tártaro por el
vimiento. Entre las aberturas de la tierra mismo lado, y otros por el opuesto a su
hay una que es la más grande, que la salida; los hay que corren en círculo, y
atraviesa por entero. Homero habla de que después de haber dado vuelta a la
ellas cuando dice28: muy lejos, en el abismo tierra una y muchas veces, como las
más profundo que exista en las entrañas de la serpientes que se repliegan sobre sí
tierra. mismas, bajándose lo más que pueden,
Homero y la mayor parte de los marchan hasta la mitad del abismo, pero
poetas llaman a este lugar el Tártaro. Allí sin pasar de aquí, porque la otra mitad es
es donde todos los ríos reúnen sus aguas, más alta que su nivel. Estas aguas forman
y de allí es donde en seguida salen. Cada muchas corrientes y muy grandes, pero
uno de ellos participa de la naturaleza hay cuatro principales, la mayor de las
del terreno sobre que corre. Si estos ríos cuales es la que corre más exteriormente
vuelven a correr en sentido contrario, es y en rededor, y que se llama océano. El
porque el líquido no encuentra allí fondo, que está enfrente de éste es el Aqueronte,
se agita suspendido en el vacío y hierve que corre en sentido opuesto al través de
de arriba abajo. El aire y el viento que los lugares desiertos, y que sumiéndose en la
tierra, se arroja en la laguna Aquerusia,
28 Ilíada, R. VIII, v. 14.

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donde concurren la mayor parte de las criminales ni absolutamente inocentes


almas de los muertos, que después de son enviados al Aqueronte, y desde allí
haber permanecido allí el tiempo que se son conducidos en barcas a la laguna
les ha señalado, a unas más, a otras Aquerusia, donde habitan sufriendo
menos, son enviadas otra vez a este castigos proporcionados a sus faltas,
mundo para animar nuevos cuerpos. hasta que, libres de ellos, reciben la
Entre el Aqueronte y el océano corre un recompensa debida a sus buenas
tercer río, que no lejos de su origen va a acciones. Los que se consideran
precipitarse en un extenso lugar lleno de incurables a causa de lo grande de sus
fuego, y allí forma un lago más grande faltas y que han cometido muchos y
que nuestro mar, donde hierve el agua numerosos sacrilegios, asesinatos inicuos
mezclada con el cieno; y saliendo de aquí y contra ley u otros crímenes semejantes,
negra y cenagosa, recorre la tierra y el fatal destino, haciendo justicia, los
desemboca en la extremidad de la laguna precipita en el Tártaro, de donde no
Aquerusia sin mezclarse con sus aguas, y saldrán jamás. Pero los que sólo han
después de haber dado muchas vueltas cometido faltas que pueden expiarse,
bajo la tierra, se arroja en la parte más aunque sean muy grandes, como haber
baja del Tártaro. Este río se llama cometido violencias contra su padre o su
Piriflegetón, del que se ven salir arroyos madre, o haber quitado la vida a alguno
de llamas por muchas hendiduras de la en el furor de la cólera, aunque hayan
tierra. A la parte opuesta, el cuarto río cae hecho por ello penitencia durante toda su
primeramente en un lugar horrible y vida, son sin remedio precipitados
salvaje que es, según se dice, de un color también en el Tártaro; pero transcurrido
azulado. Se llama este lugar Estigio, y un año, las olas los arrojan y echan a los
laguna Estigia, la que forma el río al caer. homicidas al Cocito, y a los parricidas al
Después de haber tomado en las aguas Piriflegetón, que los arrastra hasta la
de esta laguna, virtudes horribles, se laguna Aquerusia. Allí dan grandes
sume en la tierra, donde da muchas gritos, y llaman a los que fueron
vueltas y dirigiendo su curso frente por asesinados y a todos aquellos contra
frente del Piriflegetón, le encuentra al fin quienes cometieron violencias, y los
de la laguna Aquerusia por la extremidad conjuran para que les dejen pasar la
opuesta. Este río no mezcla sus aguas con laguna, y ruegan se los reciba allí. Si los
las de los otros, pero después de haber ofendidos ceden y se compadecen,
dado su vuelta por la tierra, se arroja aquéllos pasan y se ven libres de todos
como los demás en el Tártaro por el los males; y si no ceden, son de nuevo
punto opuesto al Piriflegetón. A este precipitados en el Tártaro, que los vuelve
cuarto río llaman los poetas Cocito. a arrojar a los otros ríos, hasta que hayan
Dispuestas así todas las cosas por conseguido el perdón de los ofendidos,
la naturaleza, cuando los muertos llegan porque tal ha sido la sentencia dictada
al lugar a que los ha conducido su guía, por los jueces. Pero los que han
se los somete a un juicio para saber si su justificado haber pasado su vida en la
vida en este mundo ha sido santa y justa santidad dejan estos lugares terrestres
o no. Los que no han sido ni enteramente como una prisión y son recibidos en lo

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alto, en esa tierra pura donde habitan. Y poeta trágico; y ya es tiempo de que me
lo mismo sucede con los que han sido vaya al baño, porque me parece que es
purificados por la filosofía, los cuales mejor no beber el veneno hasta después
viven por toda la eternidad sin cuerpo, y de haberme bañado, y ahorraré así a las
son recibidos en estancias aún más mujeres el trabajo de lavar mi cadáver.
admirables. No es fácil que os haga una Cuando Sócrates hubo acabado
descripción de esta felicidad, ni el poco de hablar, Critón, tomando la palabra, le
tiempo que me resta me lo permite. Pero dijo:
lo que acabo de deciros basta, mi querido —Bueno, Sócrates; pero ¿no tienes
Simmias, para haceros ver que debemos nada que recomendarnos ni a mí ni a
trabajar toda nuestra vida en adquirir la estos otros sobre tus hijos o sobre
virtud y la sabiduría, porque el precio es cualquier otro negocio en que podamos
magnífico y la esperanza grande. prestarte algún servicio?
Sostener que todas estas cosas son —Nada más, Critón, que lo que os
como yo las he descrito, ningún hombre he recomendado siempre, que es el tener
de buen sentido puede hacerlo; pero lo cuidado de vosotros mismos, y así haréis
que he dicho del estado de las almas y de un servicio a mí, a mi familia y a vosotros
sus estancias es como os lo he anunciado mismos, aunque no me prometierais
o de una manera parecida; creo que, en el nada en este momento; mientras que si os
supuesto de ser el alma inmortal, puede abandonáis, si no queréis seguir el
asegurarse sin inconveniente; y la cosa camino de que acabamos de hablar, todas
bien merece correr el riesgo de creer en las promesas, todas las protestas que
ella. Es un azar precioso a que debemos pudieseis hacerme hoy, todo esto de
entregarnos, y con el que debe uno nada serviría.
encantarse a sí mismo. He aquí por qué —Haremos los mayores esfuer-
me he detenido tanto en mi discurso. zos—respondió Critón—para conducir-
Todo hombre que durante su vida ha nos de esa manera; pero ¿cómo te en-
renunciado a los placeres y a los bienes terraremos?
del cuerpo y los ha mirado como —Como gustéis—dijo Sócrates—,
extraños y maléficos, que sólo se ha si es cosa que podéis cogerme y si no
entregado a los placeres que da la ciencia, escapo a vuestras manos.
y ha puesto en su alma, no adornos Y sonriéndose y mirándonos al
extraños, sino adornos que le son mismo tiempo, dijo: —No puedo
propios, como la templanza, la justicia, la convencer a Critón de que yo soy el Só-
fortaleza, la libertad, la verdad; semejante crates que conversa con vosotros y que
hombre debe esperar tranquilamente la arregla todas las partes de su discurso; se
hora de su partida para el Hades, estando imagina siempre que soy el que va a ver
siempre dispuesto para este viaje cuando morir luego, y en este concepto me
quiera que el destino le llame. Respecto a pregunta cómo me ha de enterrar. Y todo
vosotros, Simmias y Cebes y los demás ese largo discurso que acabo de dirigiros
aquí presentes, haréis este viaje cuando para probaros que desde que haya
os llegue vuestro turno. Con respecto a bebido la cicuta no permaneceré ya con
mí, la suerte me llama hoy, como diría un vosotros, sino que os abandonaré e iré a

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gozar de la felicidad de los bienaven- mujeres de su familia. Habló con todos


turados; todo esto me parece que lo he un rato, en presencia de Critón, y les dio
dicho en vano para Critón, como si sólo sus órdenes; en seguida hizo que se
hubiera hablado para consolaros y para retirasen las mujeres y los niños y vino a
mi consuelo. Os suplico que seáis mis donde nosotros estábamos. Ya se apro-
fiadores cerca de Critón, pero de contra- ximaba la puesta del sol, porque había
rio modo a como él lo fue de mí cerca de permanecido largo rato en el cuarto de
los jueces, porque allí respondió por mí baño. En cuanto entró se sentó en su
de que no me fugaría. Y ahora quiero que cama, sin tener tiempo para decirnos
vosotros respondáis, os lo suplico, de que nada, porque el servidor de los once
en el momento que muera, me iré; con el entró casi en aquel momento y apro-
fin de que el pobre Critón soporte con ximándose a él, dijo:
más tranquilidad mi muerte, y que al ver —Sócrates, no tengo que dirigirte
quemar mi cuerpo o darle tierra no se la misma reprensión que a los demás que
desespere, como si yo sufriese grandes han estado en tu caso. Desde que vengo a
males, y no diga en mis funerales que advertirles, por orden de los magistrados,
expone a Sócrates, que lleva a Sócrates, que es preciso beber el veneno, se
que entierra a Sócrates; porque es preciso alborotan contra mí y me maldicen; pero
que sepas, mi querido Critón—le dijo— respecto a ti, desde que estás aquí,
que hablar impropiamente no es sólo co- siempre me has parecido el más firme, el
meter una falta en lo que se dice, sino más dulce y el mejor de cuantos han
causar un mal a las almas. Es preciso entrado en esta prisión; y estoy bien
tener más valor, y decir que es mi cuerpo seguro de que en este momento no estás
el que tú entierras; y entiérrale como te enfadado conmigo y que sólo lo estarás
acomode, y de la manera que creas ser con los que son la causa de tu desgracia,
más conforme con las leyes. y a quienes tú conoces bien. Ahora,
Al concluir estas palabras se Sócrates, sabes lo que vengo a anunciarte;
levantó y pasó a una habitación inme- recibe mi saludo, y trata de soportar con
diata para bañarse. Critón le siguió, y resignación lo que es inevitable.
Sócrates nos suplicó que le aguardá- Dicho esto, volvió la espalda y se
semos. Le aguardamos, pues, rodando retiró derramando lágrimas. Sócrates,
mientras tanto nuestra conversación ya mirándolo, le dijo:
sobre lo que nos había dicho, haciendo —Y también yo te saludo, amigo
sobre ello reflexiones, ya sobre la triste mío, y haré lo que me dices. Ved—nos
situación en que íbamos a quedar, consi- dijo al mismo tiempo—qué honradez la
derándonos como hijos que iban a verse de este hombre; durante el tiempo que he
privados de su padre y condenados a permanecido aquí me ha venido a ver
pasar el resto de nuestros días en muchas veces; se conducía como el mejor
completa orfandad. de los hombres; y en este momento, ¡qué
Después que salió del baño le de veras me llora! Pero, adelante, Critón,
llevaron allí sus hijos; porque tenía tres, obedezcámosle de buena voluntad, y que
dos muy jóvenes y otro que era ya me traiga el veneno si está machacado; y
bastante grande, y con ellos entraron las si no lo está, que él mismo lo machaque.

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—Pienso, Sócrates—dijo Critón—, y mirando a este hombre con ojo firme y


que el sol alumbra todavía las montañas seguro, como acostumbraba, le dijo:
y que no se ha puesto; y me consta que —¿Es permitido hacer una liba-
otros muchos no han bebido el veneno ción con un poco de este brebaje?
sino mucho después de haber recibido la —Sócrates—le respondió este
orden; que han comido y bebido a su hombre—, sólo disolvemos lo que
gusto y aun algunos gozado de los precisamente se ha de beber.
placeres del amor; así que no debes —Ya lo entiendo—dijo Sócrates—
apresurarte, porque aún tienes tiempo. ; pero por lo menos es permitido y muy
—Los que hacen lo que tú dices, justo dirigir oraciones a los dioses, para
Critón—respondió Sócrates—, tienen sus que bendigan nuestro viaje, y que le
razones; creen que eso más ganan, pero hagan dichoso; esto es lo que les pido, y
yo las tengo también para no hacerlo, ¡ojalá escuchen mis votos!
porque la única cosa que creo ganar Luego de haber dicho esto, llevó
bebiendo la cicuta un poco más tarde es la copa a sus labios y bebió con una
hacerme ridículo a mis propios ojos, dulzura y una tranquilidad maravillosas.
manifestándome tan ansioso de vida, que Hasta entonces nosotros tuvimos
intente ahorrar la muerte, cuando ésta es fuerza para contener las lágrimas, pero al
absolutamente inevitable29. Así, pues, mi verle beber y después que hubo bebido,
querido Critón, haz lo que te he dicho; y ya no fuimos dueños de nosotros mis-
no me atormentes más. mos. Yo sé decir que mis lágrimas
Entonces Critón hizo una señal al corrieron en abundancia, y a pesar de
esclavo que tenía allí cerca. El esclavo todos mis esfuerzos no tuve más remedio
salió, y poco después volvió con el que que cubrirme con mí capa para llorar con
debía suministrar el veneno, que llevaba libertad por mí mismo, porque no era la
ya disuelto en una copa. Sócrates, vién- desgracia de Sócrates la que yo lloraba,
dole entrar, le dijo: sino la mía propia, pensando en el amigo
—Muy bien, amigo mío; es que iba a perder. Critón, antes que yo, no
preciso que me digas lo que tengo que pudiendo contener sus lágrimas había sa-
hacer; porque tú eres el que debes ense- lido; y Apolodoro, que ya antes no había
ñármelo. cesado de llorar, prorrumpió en gritos y
—Nada más—le dijo este hom- en sollozos, que partían el alma de
bre—que ponerte a pasear después de cuantos estaban presentes, menos la de
haber bebido la cicuta, hasta que sientas Sócrates.
que se debilitan tus piernas, y entonces te —¿Qué hacéis—dijo—, amigos
acuestas en tu cama. míos? ¿No fue el temor de estas debi-
Al mismo tiempo le alargó la lidades inconvenientes lo que motivó el
copa; Sócrates la tomó, Equécrates, con la haber alejado de aquí a las mujeres? ¿Por
mayor tranquilidad, sin ninguna emo- qué he oído decir siempre que es preciso
ción, sin mudar de color ni de semblante; morir oyendo buenas palabras? Mante-
neos, pues, tranquilos, y dad pruebas de
más firmeza.
29 Alusión un verso de Hesíodo. (Las obras y
los días, verso 367.)

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Estas palabras nos llenaron de


confusión, y retuvimos nuestras lágri-
mas.
Sócrates, que estaba paseándose,
dijo que sentía desfallecer sus piernas, y
se acostó de espalda, como el hombre le
había ordenado. Al mismo tiempo este
mismo hombre que le había dado el
veneno se aproximó y, después de
haberle examinado un momento los pies
y las piernas, le apretó con fuerza un pie,
y le preguntó si lo sentía, y Sócrates
respondió que no. Le estrechó en seguida
las piernas y, llevando sus manos más
arriba, nos hizo ver que el cuerpo se
helaba y se endurecía, y tocándole él
mismo, nos dijo que en el momento que
el frío llegase al corazón, Sócrates dejaría
de existir. Ya el bajo vientre estaba
helado, y entonces descubriéndose, por-
que estaba cubierto, dijo, y éstas fueron
sus últimas palabras:
—Critón, debemos un gallo a
Asclepio; no te olvides de pagar esta
deuda30.
—Así lo haré—respondió Cri-
tón—; pero mira si tienes aún alguna
advertencia que hacernos.
No respondió nada, y de allí a
poco hizo un movimiento. El hombre
aquel, entonces, lo descubrió por entero y
vimos que tenía su mirada fija. Critón,
viendo esto, le cerró la boca y los ojos.
—He aquí, Equécrates, cuál fue el
fin de nuestro amigo, del hombre,
podemos decirlo, que ha sido el mejor de
cuantos hemos conocido en nuestro
tiempo; y por otra parte, el más sabio, el
más justo de todos los hombres.

30Era un sacrificio en acción de gracias al dios


de la medicina, que le libraba por la muerte
de todos los males de la vida.

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