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Platon Fedón
Platon Fedón
Platón
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Filosofía Universidad ARCIS.
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Equécrates 1 y Fedón
SÓCRATES.—A POLODORO.—CEBES.—SIMMIAS.—CRITÓN.—FEDÓN.—JANTIPA.—EL
SERVIDOR DE LOS ONCE
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ciosos pormenores, a no ser que algún como derramar lágrimas; sobre todo a
negocio urgente te lo impida. Apolodoro; tú conoces a este hombre y
FEDÓN.—Nada de eso: estoy desocupado, su carácter.
y voy a darte gusto; porque para mí no EQUÉCRATES.—¡Cómo no he de conocer a
hay placer más grande que recordar a Apolodoro!
Sócrates, ya hablando yo mismo de él, ya FEDÓN.—Se abandonaba por entero a
escuchando a otros que de él hablen2. esta diversidad de emociones; y yo
EQUÉCRATES.—De ese mismo modo mismo no estaba menos turbado que
encontrarás dispuestos a tus oyentes; y todos los demás.
así, comienza, y procura en cuanto te sea EQUÉCRATES.—¿Quiénes eran los que se
posible no omitir nada. encontraban allí, Fedón?
FEDÓN.—Verdaderamente, este espec- FEDÓN.—De nuestros compatriotas,
táculo hizo sobre mí una impresión estaban: Apolodoro, Critóbulo y su
extraordinaria. Yo no experimentaba la padre, Critón, Hergómenes, Epigenes,
compasión que era natural que expe- Esquines y Antístenes3. También estaban
rimentase asistiendo a la muerte de un Ctésipo, del pueblo de Peanea;
amigo. Por el contrario, Equécrates, al Menexenes y algunos otros del país.
verle y escucharle, me parecía un hombre Platón creo que estaba enfermo.
dichoso; tanta fue la firmeza y dignidad EQUÉCRATES.—¿Y había extranjeros?
con que murió. Creía yo que no dejaba FEDÓN.—Sí; Simmias, de Tebas; Cebes y
este mundo sino bajo la protección de los Fedondes, y de Megara. Euclides4 y
dioses, que le tenían reservada en el otro Terpsión.
una felicidad tan grande, que ningún otro EQUÉCRATES.—Aristipo5 y Cleombroto,
mortal ha gozado jamás otra igual; y así ¿no estaban allí?
no me vi sobrecogido de esa penosa FEDÓN.—No; se decía que estaban en
compasión que parece debía inspirarme Egina.
esta escena de duelo. Tampoco sentía mi EQUÉCRATES.—¿No había otros?
alma el placer que se mezclaba ordina- FEDÓN.—Creo que, poco más o menos,
riamente en nuestras pláticas sobre la estaban los que te he dicho.
filosofía; porque en aquellos momentos EQUÉCRATES.—Ahora bien: ¿sobre qué
también fue éste el objeto de nuestra decías que había versado la conver-
conversación; sino que en lugar de esto, sación?
yo no sé qué de extraordinario pasaba en FEDÓN.—Todo te lo puedo contar punto
mí; sentía como una mezcla, hasta por punto, porque desde la condenación
entonces desconocida, de placer y dolor, de Sócrates no dejamos ni un solo día de
cuando me ponía a considerar que dentro verle. Como la plaza pública donde había
de un momento este hombre admirable tenido lugar el juicio estaba cerca de la
iba a abandonarnos para siempre; y prisión, nos reuníamos allí de madru-
cuantos estaban presentes, se hallaban, gada, y conversando aguardábamos a
poco más o menos, en la misma dispo- que se abriera la cárcel, que nunca era
sición. Se nos veía tan pronto sonreír
3 Jefe de la escuela cínica.
2Fedón debió a Sócrates que Alcibíades o 4 Jefe de la escuela megárica.
Critón le rescataran de la esclavitud. 5 Jefe de la escuela cirenaica.
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nada he oído que me satisfaga sobre este para morir, como la que me envía a mí en
punto. este día.
—Cobra ánimo—dijo Sócrates—, —Lo que dices me parece
porque hoy vas a ser más afortunado; probable —dijo Cebes—; pero decías al
pero te sorprenderás al ver que el vivir es mismo tiempo que el filósofo se presta
para todos los hombres una necesidad gustoso a la muerte, y esto me parece
absoluta e invariable, hasta para aquellos extraño, si es cierto que los dioses cuidan
mismos a quienes vendría mejor la de los hombres, y que los hombres
muerte que la vida; y tendrás también pertenecen a los dioses; porque, ¿cómo
por cosa extraña que no sea permitido a pueden los filósofos desear no existir,
aquellos, para quienes la muerte es poniéndose fuera de la tutela de los
preferible a la vida, procurarse a sí dioses, y abandonar una vida sometida al
mismos este bien, y que estén obligados a cuidado de los mejores gobernadores del
esperar otro libertador. mundo? Esto no me parece en manera
Entonces Cebes, sonriéndose, dijo alguna racional. ¿Creen que serán más
a la manera de su país: capaces de gobernarse cuando se vean
—Zeus lo sabe. libres del cuidado de los dioses?
—Esta opinión puede parecer Comprendo que un mentecato pueda
irracional—repuso Sócrates—, pero no es pensar que es preciso huir de su amo a
porque carezca de fundamento. No cualquier precio, porque no comprende
quiero alegar aquí la máxima, enseñada que siempre conviene estar al lado de lo
en los misterios, de que nosotros estamos que es bueno, y no perderlo de vista; y
en este mundo cada uno como en su por tanto, si huye, lo hará sin razón. Pero
puesto, y que está prohibido abandonarle un hombre sabio debe desear permanecer
sin permiso. Esta máxima es demasiado siempre bajo la dependencia de quien es
elevada, y no es fácil penetrar todo lo que mejor que él. De donde infiero, Sócrates,
ella encierra. Pero he aquí otra más todo lo contrario de lo que tú decías; y
accesible, y que me parece incontestable; pienso que a los sabios aflige la muerte y
y es que los dioses tienen cuidado de que a los mentecatos les regocija.
nosotros, y que los hombres pertenecen a Sócrates manifestó cierta compla-
los dioses. ¿No es esto una verdad? cencia al notar la sutileza de Cebes; y
—Muy cierto—dijo Cebes. dirigiéndose a nosotros, nos dijo: —Cebes
—Tú mismo—repuso Sócrates—, siempre encuentra objeciones, y no se fija
si uno de tus esclavos se suicidase sin tu en lo que se le dice.
orden, ¿no montarías en cólera contra él, —Pero—dijo entonces Simmias—
y no le castigarías rigurosamente, si yo encuentro alguna razón en lo que dice
pudieras? Cebes. En efecto, ¿qué pretenden los
—Sí, sin duda. sabios al huir de dueños mucho mejores
—Por la misma razón—dijo Só- que ellos, y al privarse voluntariamente
crates —es justo sostener que no hay de su auxilio? A ti es a quien dirige este
razón para suicidarse, y que es preciso razonamiento Cebes, y te echa en cara
que Dios nos envíe una orden formal que te separes de nosotros volun-
tariamente, y que abandones a los dioses
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que, según tu mismo parecer, son tan que se te advierta que hables, poco,
buenos amos. porque dice que el hablar mucho acalora,
—Tenéis razón—dijo Sócrates—y y que no hay cosa más opuesta para que
veo que ya queréis obligarme a que me produzca efecto el veneno; por lo que es
defienda aquí, como me he defendido en preciso dar dos y tres tomas, cuando se
el tribunal. está de esta suerte acalorado.
—Así es—dijo Simmias. —Déjame que hable—respondió
—Es preciso, pues, satisfaceros— Sócrates—y que prepare la cicuta como si
replicó Sócrates—y procurar que esta hubiera necesidad de dos tomas y de tres,
apología tenga mejor resultado respecto si fuese necesario.
de vosotros que el que tuvo la primera —Ya sabía yo que darías esta
respecto de los jueces. En verdad, respuesta—dijo Critón—; pero él no
Simmias y Cebes, si no creyese encontrar desiste de sus advertencias.
en el otro mundo dioses tan buenos y tan —Dejadme que siga—repuso Só-
sabios y hombres mejores que los que crates—; ya es tiempo de que me
dejo en éste, sería un necio si no me explique delante de vosotros, que sois
manifestara pesaroso de morir. Pero mis jueces, las razones que tengo para
sabed que espero reunirme allí con probar que un hombre que ha
hombres justos. Puedo quizá hacerme consagrado toda su vida a la filosofía
ilusiones respecto de esto; pero en cuanto debe morir con mucho valor, y con la
a encontrar allí dioses que son muy firme esperanza de que gozará después
buenos dueños, yo lo aseguro en cuanto de la muerte bienes infinitos. Voy a daros
pueden asegurarse cosas de esta natu- las pruebas, Simmias y Cebes. Los hom-
raleza. He aquí por qué no estoy tan bres ignoran que los verdaderos filósofos
afligido en estos momentos, esperando no trabajan durante su vida sino para
que hay algo reservado para los hombres prepararse a la muerte; y siendo esto así,
después de esta vida, y que, según la sería ridículo que después de haber
antigua máxima, los buenos serán mejor perseguido sin tregua este único fin,
tratados que los malos. recelasen y temiesen, cuando se les
—Pero qué, Sócrates—replicó presenta la muerte.
Simmias—, ¿será posible que nos aban- En este momento Simmias, echán-
dones sin hacernos partícipes de esas dose a reír, dijo a Sócrates:
convicciones de tu alma? Me parece que —¡Por Zeus!, tú me has hecho
este bien nos es a todos común; y si nos reír, a pesar de las pocas ganas que tengo
convences de tu verdad, tu apología está de hacerlo en estos momentos; porque
hecha. estoy seguro de que si hubiera aquí un
—Eso es lo que pienso hacer—res- público que te escuchara, los más no
pondió—, pero antes veamos lo que dejarían de decir que hablas muy bien de
Critón quiere decirnos. Me parece que ha los filósofos. Nuestros tebanos, sobre
rato intenta hablarnos. todo, consentirían gustosos en que todos
—No es más—dijo Critón—sino los filósofos aprendieran tan bien a
que el hombre que debe darte el veneno morir, que positivamente se murieran; y
no ha cesado de decirme, largo rato ha,
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dirían que saben bien que esto es preci- de él cuanto le es posible, para ocuparse
samente lo que se merecen. sólo de su alma.
—Dirían verdad, Simmias—re- —Seguramente.
puso Sócrates—; salvo un punto que —Así, pues, entre todas estas
ignoran, y es por qué razón los filósofos cosas de que acabo de hablar—replicó
desean morir y por qué son dignos de la Sócrates—, es evidente que lo propio y
muerte. Pero dejemos a los tebanos, y peculiar del filósofo es trabajar más
hablemos nosotros. La muerte, ¿es alguna particularmente que los demás hombres
cosa? en desprender su alma del comercio del
—Sí, sin duda—respondió Sim- cuerpo.
mias. —Evidentemente—dijo Simmias
—¿No es—repuso Sócrates—la —, y sin embargo, la mayor parte de los
separación del alma y el cuerpo, de hombres se figuran que el que no tiene
manera que el cuerpo queda solo de un placer en esta clase de cosas y no las
lado y el alma sola del otro? ¿No es esto aprovecha, no sabe verdaderamente
lo que se llama la muerte? vivir; y creen que el que no disfruta de
—Lo es—dijo Simmias. los placeres del cuerpo está bien cercano
—Vamos a ver, mi querido amigo, a la muerte.
si piensas como yo, porque de este —Es verdad, Sócrates.
principio sacaremos magníficos datos —¿Y qué diremos de la adqui-
para resolver el problema que nos ocupa. sición de la ciencia? El cuerpo, ¿es o no
¿Te parece digno de un filósofo buscar lo un obstáculo cuando se le asocia a esta
que se llama el placer, como, por ejemplo, indagación? Voy a explicarme por medio
el de comer y beber? de un ejemplo. La vista y el oído, ¿llevan
—No, Sócrates. consigo alguna especie de certidumbre, o
—¿Y los placeres del amor? tienen razón los poetas cuando en sus
—De ninguna manera. cantos nos dicen sin cesar que realmente
—Y respecto de todos los demás ni oímos ni vemos? Porque si estos dos
placeres que afectan al cuerpo, ¿crees tú sentidos no son seguros ni verdaderos,
que deba buscarlos y apetecer, por los demás lo serán mucho menos, porque
ejemplo, trajes hermosos, calzado ele- son más débiles. ¿No lo crees como yo?
gante y todos los demás adornos del —Sí, sin duda—dijo Simmias.
cuerpo? ¿Crees tú que debe estimarlos o —¿Cuándo encuentra entonces el
despreciarlos, siempre que la necesidad alma la verdad? Porque mientras la busca
no lo fuerce a servirse de ellos? con el cuerpo, vemos claramente que este
—Me parece—dijo Simmias—que cuerpo la engaña y la induce a error. —Es
un verdadero filósofo no puede menos cierto.
de despreciarlos. —¿No es por medio del razo-
—Te parece entonces—repuso namiento como el alma descubre la
Sócrates— que todos los cuidados de un verdad?
filósofo no tienen por objeto el cuerpo; y —Sí.
que, por el contrario procura separarse —¿Y no razona mejor que nunca
cuando no se ve turbada por la vista, ni
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por el oído, ni por el dolor, ni por el pensamiento, sin más, intente descubrir
placer; y cuando, encerrada en sí misma, la esencia pura y verdadera de las cosas
abandona el cuerpo, sin mantener con él sin el intermedio de los ojos, ni de los
relación alguna, en cuanto esto es oídos; desprendido, por decirlo así, del
posible, fijándose en el objeto de sus cuerpo por entero, que no hace más que
indagaciones para conocerlo? turbar el alma, e impedir que encuentre
—Perfectamente dicho. la verdad siempre, que con él tiene la
—¿Y no es entonces cuando de él menor relación? Si alguien puede llegar a
y el alma del filósofo desprecia el cuerpo, conocer la esencia de las cosas, ¿no será,
huye de él y hace esfuerzos para en- Simmias, el que te acabo de describir?
cerrarse en sí misma? —Tienes razón, Sócrates, y hablas
—Así me parece. admirablemente—respondió Simmias.
—¿Qué diremos ahora de ciertas —De este principio—continuó
cosas como la justicia, por ejemplo? Sócrates—, ¿no se sigue necesariamente
¿Diremos que es algo o que no es nada? que los verdaderos filósofos deban
—Diremos que es alguna cosa, pensar y discurrir para sí de esta manera?
seguramente. La razón no tiene más que un camino a
—¿Y no podremos decir otro seguir en sus indagaciones; mientras
tanto del bien y de lo bello? tengamos nuestro cuerpo, y nuestra alma
—Sin duda. sumida en esta corrupción, jamás posee-
—¿Pero has visto tú estos objetos remos el objeto de nuestros deseos; es
con tus ojos? —Nunca. decir, la verdad. En efecto, el cuerpo nos
—¿Existe algún otro sentido opone mil obstáculos por la necesidad en
corporal por el que hayas recibido alguna que estamos de alimentarle, y con esto y
vez estos objetos de que estamos las enfermedades que sobrevienen, se
hablando, como la magnitud, la salud, la turban nuestras indagaciones. Por otra
fuerza; en una palabra, la esencia de parte, nos llena de amores, de deseos, de
todas las cosas, es decir, aquello que ellas temores, de mil quimeras y de toda clase
son en sí mismas? ¿Es por medio del de necesidades; de manera que nada hay
cuerpo como se conoce la realidad de más cierto que lo que se dice
estas cosas? ¿O es cierto que cualquiera ordinariamente: que el cuerpo nunca nos
de nosotros, que quiera examinar con el conduce a la sabiduría. Porque ¿de dónde
pensamiento lo más profundamente que nacen las guerras, las sediciones y los
sea posible lo que intenta saber, sin combates? Del cuerpo, con todas sus pa-
mediación del cuerpo, se aproximará más siones. En efecto; todas las guerras no
al objeto y llegará a conocerlo mejor? proceden sino del ansia de amontonar
—Seguramente. riquezas, y nos vemos obligados a
—¿Y lo hará con mayor exactitud amontonarlas a causa del cuerpo, para
el que examine cada cosa con sólo el servir como esclavos a sus necesidades.
pensamiento, sin tratar de auxiliar su He aquí por qué no tenemos tiempo para
meditación con la vista, ni sostener su pensar en la filosofía; y el mayor de nues-
razonamiento con ningún otro sentido tros males consiste en que en el acto de
corporal; o el que sirviéndose del tener tiempo y ponernos a meditar, de
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repente interviene el cuerpo en nuestras un gran motivo para esperar que allá,
indagaciones, nos embaraza, nos turba y mejor que en otra parte, poseerá lo que
no nos deja discernir la verdad. Está con tanto trabajo buscamos en este
demostrado que si queremos saber mundo; de suerte que este viaje, que se
verdaderamente alguna cosa, es preciso me ha impuesto, me llena de una dulce
que abandonemos el cuerpo, y que el esperanza; y hará el mismo efecto sobre
alma sola examine los objetos que quiere todo hombre que se persuada de que su
conocer. Sólo entonces gozamos de la alma está preparada, es decir, purificada
sabiduría, de que nos mostramos tan para conocer la verdad. Y bien; purificar
celosos; es decir, después de la muerte, y el alma, ¿no es, como antes decíamos,
no durante la vida. La razón misma lo separarla del cuerpo y acostumbrarla a
dicta: porque si es imposible conocer encerrarse y recogerse en sí misma,
nada en su pureza mientras que vivimos renunciando al comercio con aquél
con el cuerpo, es preciso que suceda una cuanto sea posible, y viviendo, sea en
de dos cosas: o que no se conozca nunca esta vida, sea en la otra, sola y
la verdad, o que se conozca después de la desprendida del cuerpo, como quien se
muerte, porque entonces el alma, libre de desprende de una cadena?
esta carga, se pertenecerá a sí misma; —Es cierto, Sócrates.
pero mientras estemos en esta vida no —Y a esta libertad, a esta sepa-
nos aproximaremos a la verdad sino en ración del alma y del cuerpo, ¿no es a lo
razón de nuestro alejamiento del cuerpo, que se llama la muerte?
renunciando a todo comercio con él y —Seguramente.
cediendo sólo a la necesidad; no —Y los verdaderos filósofos, ¿no
permitiendo que nos inficione con su son los únicos que verdaderamente
corrupción natural y conservándonos trabajan para conseguir este fin? ¿No
puros de todas estas manchas, hasta que constituye esta separación y esta libertad
Dios mismo venga a libertarnos. toda su ocupación?
Entonces, libres de la locura del cuerpo, —Así me lo parece, Sócrates.
conversaremos, así lo espero, con —¿No sería una cosa ridícula,
hombres que gozarán de la misma como dije al principio, que después de
libertad, y conoceremos por nosotros haber gastado un hombre toda su vida en
mismos la esencia pura de las cosas; prepararse para la muerte, se indignase y
porque quizá la verdad sólo en esto se aterrase al ver que la muerte llega?
consiste; y no es permitido alcanzar esta ¿No sería verdaderamente ridículo?
pureza al que no es asimismo puro. He —¿Cómo no?
aquí, mi querido Simmias, lo que me —Es cierto, por consiguiente,
parece deben pensar los verdaderos Simmias, que los verdaderos filósofos se
filósofos, y el lenguaje que deben usar ejercitan para la muerte, y que ésta no les
entre sí. ¿No lo crees como yo? parece de ninguna manera terrible.
—Seguramente, Sócrates. Piénsalo tú mismo. Si desprecian su
—Si esto es así, mi querido cuerpo y desean vivir con su alma sola,
Simmias, todo hombre que llegue a verse ¿no es el mayor absurdo que cuando
en la situación en que yo me hallo, tiene llega este momento tengan miedo, se
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aflijan y no marchen gustosos allí donde los que desprecian el cuerpo y viven
esperan obtener los bienes por que han entregados a la filosofía?
suspirado toda su vida y que son la —Necesariamente.
sabiduría y el verse libres del cuerpo, —Porque si quieres examinar la
objeto de su desprecio? ¡Qué! Muchos fortaleza y la templanza de los demás,
hombres, por haber perdido sus amigos, encontrarás que son muy ridículas.
sus esposas, sus hijos, han bajado —¿Cómo, Sócrates?
voluntariamente al Hades, conducidos —Sabes que todos los demás
por la única esperanza de volver a ver los hombres creen que la muerte es uno de
que habían perdido, y vivir con ellos; y los mayores males.
un hombre que ama verdaderamente la —Es cierto—dijo Simmias.
sabiduría y que tiene la firme esperanza —Así que cuando estos hombres,
de encontrarla en el Hades, ¿sentirá la que se llaman fuertes, sufren la muerte
muerte y no irá lleno de placer a aquellos con algún valor, no la sufren sino por
lugares donde gozará de lo que tanto temor a un mal mayor.
ama? ¡Ah!, mi querido Simmias; hay que —Es preciso convenir en ello.
creer que irá con el mayor placer, si es —Por consiguiente, los hombres
verdadero filósofo, porque estará fir- son fuertes a causa del miedo, excepto los
memente persuadido de que en ninguna filósofos. ¿Y no es una cosa ridícula que
parte fuera del Hades encontrará esta un hombre sea valiente por timidez?
sabiduría pura que busca. Siendo esto así, —Tienes razón, Sócrates.
¿no sería una extravagancia, como dije —Y entre esos mismos hombres
antes, que un hombre de estas condi- que se dicen moderados o templados, lo
ciones temiera la muerte? son por intemperancia, y aunque parezca
—¡Por Zeus!, sí lo sería—respon- esto imposible a primera vista, es el
dió Simmias. resultado de esta templanza loca y
—Por consiguiente, siempre que ridícula; porque renuncian a un placer
veas a un hombre estremecerse y por el temor de verse privados de otros
retroceder cuando está a punto de morir, placeres que desean, y a los que están
es una prueba segura de que tal hombre sometidos. Llaman, en verdad, intem-
ama, no la sabiduría, sino su cuerpo, y perancia al ser dominado por las pasio-
con el cuerpo los honores y riquezas, o nes; pero al mismo tiempo ellos no
ambas cosas a la vez. vencen ciertos placeres sino en interés de
—Así es, Sócrates. otras pasiones a que están sometidos y
—Así, pues, lo que se llama que los subyugan; y esto se parece a lo
fortaleza, ¿no conviene particularmente a que decía antes, que son templados y
los filósofos? Y la templanza, que sólo en moderados por su intemperancia.
el nombre es conocida por los más de los —Esto me parece muy cierto.
hombres; esta virtud, que consiste en no —Mi querido Simmias, no hay
ser esclavo de sus deseos, sino en hacerse que equivocarse; no se camina hacia la
superior a ellos y en vivir con mo- virtud cambiando placeres por placeres,
deración, ¿no conviene particularmente a tristezas por tristezas, temores por
temores, y haciendo lo mismo que los
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que cambian una moneda en menudo. La doos y abandonando a los señores de este
sabiduría es la única moneda de buena mundo, ni estoy triste ni desasosegado,
ley, y por ella es preciso cambiar todas en la esperanza de que encontraré allí,
las demás cosas. Con ella se compra todo como he encontrado en este mundo,
y se tiene todo: fortaleza, templanza, buenos amigos y buenos gobernantes, y
justicia; en una palabra, la virtud no es esto es lo que la multitud no comprende.
verdadera sino con la sabiduría, inde- Pero estaré contento si he conseguido de-
pendientemente de los placeres, de las fenderme con mejor fortuna ante
tristezas, de los temores y de todas las vosotros que ante mis jueces atenienses.
demás pasiones. Mientras que sin la Después que Sócrates hubo
sabiduría todas las demás virtudes, que hablado de esta manera, Cebes, tomando
resultan de la transacción de unas la palabra, le dijo:
pasiones con otras, no son más que —Sócrates. todo lo que acabas de
sombras de virtud; virtud esclava del decir me parece muy cierto. Hay, sin
vicio, que nada tiene de verdadero ni de embargo, una cosa que parece increíble a
sano. La verdadera virtud es una purifi- los hombres, y es eso que has dicho del
cación de toda suerte de pasiones. La alma. Porque los hombres se imaginan
templanza, la justicia, la fortaleza y la que cuando el alma ha abandonado el
sabiduría misma son purificaciones; y cuerpo, ella desaparece; que el día mismo
hay muchas señales para creer que los que el hombre muere, o se marcha con el
que han establecido Las purificaciones no cuerpo o se desvanece como un vapor, o
eran personajes despreciables, sino como un humo que se disipa en los aires,
grandes genios, que desde los primeros y que no existe en ninguna parte. Porque
tiempos han querido hacernos com- si subsistiese sola, recogida en sí misma y
prender por medio de estos enigmas que libre de todos los males de que nos han
el que vaya al Hades sin estar iniciado y hablado, podríamos alimentar una
purificado será precipitado en el fango9; y grande y magnífica esperanza, Sócrates:
que el que llegue allí después de haber la de que todo lo que has dicho es
cumplido con las expiaciones, será verdadero. Pero que el alma vive después
recibido entre los dioses; porque, como de la muerte del hombre, que obra, que
dicen los que presiden en los misterios: piensa; he aquí puntos que quizá piden
muchos llevan el tirso, pero son pocos los alguna explicación y pruebas sólidas.
inspirados por Dionisos; y éstos en mi —Dices verdad, Cebes—replicó
opinión no son otros que los que han Sócrates—. ¿Pero cómo lo haremos?
filosofado bien. Nada he perdonado por ¿Quieres que examinemos esos puntos en
ser de este número, y he trabajado toda esta conferencia?
mi vida para conseguirle. Si mis es- —Tendré mucho placer—res-
fuerzos no han sido inútiles, y si lo he pondió Cebes—en oír lo que piensas
alcanzado, espero con la voluntad del sobre esta materia.
dios saberlo en este momento. He aquí, —No creo—repuso Sócrates—que
mi querido Cebes, mi apología para cualquiera que nos escuche, aun cuando
justificar ante vosotros por qué, deján- sea un autor de comedias, pueda
echarme en cara que me estoy burlando y
9 Libro II de la República.
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que hablo de cosas que no nos toquen de queña, para adquirir después esta mag-
cerca10. Ya que quieres, examinemos la nitud.
cuestión. —Sin duda.
Preguntémonos, por lo pronto, si —Y cuando se hace más pequeña,
las almas de los muertos están o no en el si es preciso que haya sido antes más
Hades. Según una opinión muy antigua11, grande, para disminuir después.
las almas, al abandonar este mundo, van —Seguramente.
al Hades, y desde allí vuelven al mundo —Asimismo, lo más fuerte viene
y vuelven a la vida, luego de haber de lo más débil; lo más ligero de lo más
pasado por la muerte. Si eso es cierto, y lento.
los hombres después de la muerte —Es una verdad manifiesta.
vuelven a la vida, se sigue de aquí —Y—continuó Sócrates—cuando
necesariamente que las almas están en el una cosa se hace más mala, ¿no es claro
Hades durante este intervalo, porque no que era mejor, y cuando se hace más
volverán al mundo si no existiesen, y será justa, no es claro que era más injusta?
una prueba suficiente de que existen si —Sin dificultad, Sócrates.
vemos claramente que los vivos no nacen —Así, pues, Cebes, todas las cosas
sino de los muertos; porque si esto no vienen de sus contrarias; es una cosa
fuese así, sería preciso buscar otras demostrada.
pruebas. —Muy suficientemente, Sócrates.
—De hecho—dijo Cebes. —Pero entre estas dos contrarias,
—Pero—replicó Sócrates—para ¿no hay siempre un cierto medio, una
asegurarse de esta verdad no hay que doble operación, que lleva de éste a aquél
concretarse a examinarla con relación a y de aquél a éste? Entre una cosa más
los hombres, sino que es preciso hacerlo grande y una cosa más pequeña, el medio
con relación a los animales, a las plantas es el crecimiento y la disminución; al uno
y a todo lo que nace; porque así se verá llamamos crecer y al otro disminuir.
que todas las cosas nacen de la misma —En efecto.
manera, es decir, de sus contrarias, —Lo mismo sucede con lo que se
cuando tienen contrarias. Por ejemplo: lo llama mezclarse, separarse, calentarse,
bello es lo contrario de lo feo; lo justo de enfriarse y todas las demás cosas. Y
lo injusto; y lo mismo sucede en una aunque sucede algunas veces que no
infinidad de cosas. Veamos, pues, si es tenemos términos para expresar toda esta
absolutamente necesario que las cosas clase de cambios, vemos, sin embargo,
que tienen sus contrarias sólo nazcan de por experiencia, que es siempre de
estas contrarias; como también si cuando necesidad absoluta que las cosas nazcan
una cosa se hace más grande, es de toda las unas de las otras, y que pasen de lo
necesidad que antes haya sido más pe- uno a lo otro por un medio.
—Es indudable.
—¡Y qué!—repuso Sócrates—¿La
10 Alusión a un cargo que le había hecho un vida no tiene también su contraria, como
poeta cómico. la vigilia tiene el sueño?
11 Es la metempsicosis de Pitágoras, 500 años
—Sin duda—dijo Cebes.
a. de J. C.
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—¿La igualdad y lo que es igual dad antes del momento en que, al ver por
no son, por consiguiente, una misma primera vez cosas iguales, hemos creído
cosa? que todas tienden a ser iguales, como la
—No, ciertamente. igualdad misma, y que no pueden
—Sin embargo, de estas cosas conseguirlo.
iguales, que son diferentes de la igual- —Es cierto.
dad, has sacado la idea de la igualdad. —También convenimos en que
—Así es la verdad, Sócrates—dijo hemos sacado este pensamiento, ni podía
Simmias. salir de otra parte, de alguno de nuestros
—Y esto se entiende, ya sea esta sentidos, por haber visto o tocado, o, en
igualdad semejante, ya desemejante, res- fin, por haber ejercitado cualquier otro de
pecto de los objetos que han motivado la nuestros sentidos, porque lo mismo digo
idea. de todos.
—Seguramente. —Lo mismo puede decirse, Só-
—Por otra parte, cuando al ver crates, tratándose de lo que ahora
una cosa, tú imaginas otra, sea semejante tratamos.
o desemejante, tiene lugar ne- —Es preciso, por tanto, que de los
cesariamente una reminiscencia. sentidos mismos saquemos este pensa-
—Sin dificultad. miento: que todas las cosas iguales que
—Pero—repuso Sócrates—dime: caen bajo nuestros sentidos tienden a esta
¿cuando vemos árboles que son iguales u igualdad inteligible, y que se quedan por
otras cosas iguales, los encontramos bajo de ella. ¿No es así?
iguales, como la igualdad misma de que —Sí, sin duda, Sócrates.
tenemos idea, o falta mucho para que —Porque antes de que hayamos
sean iguales como esta igualdad? comenzado a ver, oír y hacer uso de
—Falta mucho. todos los demás sentidos, es preciso que
—¿Convenimos, pues, en que hayamos tenido conocimiento de esta
cuando alguno, viendo una cosa, piensa igualdad inteligible, para, comparar con
que esta cosa, como la que yo estoy ella las cosas sensibles iguales, y para ver
viendo ahora delante de mí, puede ser que ellas tienden todas a ser semejantes a
igual a otra, pero que le falta mucho para esta igualdad; pero que son inferiores a la
ello, porque es inferior respecto de ella, misma.
será preciso, digo, que aquel que tiene —Es una consecuencia necesaria
este pensamiento haya visto y conocido de lo que se ha dicho, Sócrates.
antes esta cosa de la que dice que la otra —Pero, ¿no es cierto que, desde el
se parece, pero imperfectamente? instante en que hemos nacido, hemos
—Es de necesidad absoluta. visto, hemos oído y hemos hecho uso de
—¿No nos sucede lo mismo. todos los demás sentidos?
respecto de las cosas iguales, cuando —Muy cierto.
queremos compararlas con la igualdad? —Es preciso, entonces, que antes
—Seguramente, Sócrates. de este tiempo hayamos tenido conoci-
—Por consiguiente, es de toda miento de la igualdad.
necesidad que hayamos visto esta igual- —Sin duda.
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como sucede con la que durante la vida que con él ha tenido, por haber estado
no ha tenido voluntariamente con él siempre unida con él y ocupándose sólo
ningún comercio, sino que por el en él.
contrario le ha huido, estando siempre Estas manchas, mi querido Cebes,
recogida en sí misma y meditando son una cubierta tosca, pesada, terrestre y
siempre, es decir, filosofando en regla, y visible; y el alma, abrumada con este
aprendiendo efectivamente a morir; peso, se ve arrastrada hacia este mundo
porque, ¿no es esto prepararse para la visible por el temor que tiene del mundo
muerte? invisible del Hades, y anda, como suele
—De hecho. decirse, errante por los cementerios
—Si el alma, digo, se retira en este alrededor de las tumbas, donde se han
estado, se une a un ser semejante a ella, visto, fantasmas tenebrosos, como son los
divino, inmortal, lleno de sabiduría, cerca espectros de estas almas, que no han
del cual goza de la felicidad, viéndose así abandonado el cuerpo del todo puri-
libre de sus errores, de su ignorancia, de ficadas, sino reteniendo algo de esta
sus temores, de sus amores tiránicos y de materia visible, que las hace aun a ellas
todos los demás males afectos a la mismas visibles.
naturaleza humana; y puede decirse de —Es muy probable que así sea,
ella como de los iniciados, que pasa Sócrates.
verdaderamente con los dioses toda la —Sí, sin duda, Cebes; y es
eternidad. ¿No es esto lo que debemos probable también que no sean las almas
decir, Cebes? de los buenos, sino las de los malos, las
—Sí, ¡por Zeus! que se ven obligadas a andar errantes por
—Pero si se retira del cuerpo esos sitios, donde llevan el castigo de su
manchada, impura, como la que ha primera vida, que ha sido mala, y donde
estado siempre mezclada con él, ocupada continúan vagando hasta que, llevadas
en servirle, poseída de su amor, del amor que tienen a esa masa corporal
embriagada en él hasta el punto de creer que las sigue siempre, se ingieren de
que no hay otra realidad que la corporal, nuevo en un cuerpo y se sumen proba-
lo que se puede ver, tocar, beber y comer, blemente en esas mismas costumbres que
o lo que sirve a los placeres del amor; constituían la ocupación de su primera
mientras que aborrecía, temía y huía vida.
habitualmente de todo lo que es oscuro e —¿Qué dices, Sócrates?
invisible para los ojos, de todo lo que es —Digo, por ejemplo, Cebes, que
inteligible, y cuyo sentido, sólo la filoso- los que han hecho de su vientre su dios y
fía muestra; ¿crees tú que un alma que se que han amado la intemperancia, sin
encuentra en tal estado pueda salir del ningún pudor, sin ninguna cautela,
cuerpo pura y libre? entran probablemente en cuerpos de
—No; eso no puede ser. asnos o de otros animales semejantes; ¿no
—Por el contrario, sale afeada con lo piensas tú también?
las manchas del cuerpo, que se han hecho —Seguramente.
como naturales en ella por el comercio —Y las almas que sólo han amado
continuo y la unión demasiado estrecha la injusticia, la tiranía y las rapiñas van a
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las tempestades de esta vida, a menos semejante a lo que voy a decirte. Como
que sea posible encontrar, para hacer este nuestro cuerpo está compuesto y es
viaje, algún buque más grande, esto es, mantenido en equilibrio por lo caliente,
algún razonamiento incontestable que lo frío, lo seco y lo húmedo, nuestra alma
nos ponga fuera de peligro. No tendré no es más que la armonía que resulta de
reparo en hacerte preguntas, puesto que la mezcla de estas cualidades cuando
lo permites; y no me expondré al están debidamente combinadas. Si
remordimiento que yo podía tener algún nuestra alma no es otra cosa que una
día por no haberte dicho en este mo- especie de armonía, es evidente que
mento lo que pienso. Cuando examino cuando nuestro cuerpo está demasiado
con Cebes lo que nos ha dicho, Sócrates, laso o demasiado tenso a causa de las
confieso que tus pruebas no me parecen enfermedades o de otros males, nuestra
suficientes. alma, divina y todo, perecerá necesa-
—Quizá tienes razón, mi querido riamente como las demás armonías, que
Simmias; pero ¿por qué no te parecen son consecuencia del sonido o efecto de
suficientes? los instrumentos; mientras que los restos
—Porque podría decirse lo mismo de cada cuerpo duran aún largo tiempo;
de la armonía de una lira, de la lira duran hasta que se queman o se
misma y de sus cuerdas; esto es, que la corrompen. Mira, Sócrates, lo que
armonía de una lira es algo invisible, podremos responder a estas razones, si
inmaterial, bello, divino; y la lira y las alguno pretende que nuestra alma, no
cuerdas son cuerpos, materia, cosas siendo más que una mezcla de las cua-
compuestas, terrestres y de naturaleza lidades del cuerpo, es la primera que
mortal. Después de hecha pedazos la lira perece cuando llega eso a que llamamos
o rotas las cuerdas, podría alguno la muerte.
sostener con razonamientos iguales a los Entonces Sócrates, echando una
tuyos que es preciso que esta armonía mirada a cada uno de nosotros, como
subsista necesariamente y no perezca; tenía por costumbre, y sonriéndose, dijo:
porque es imposible que la lira subsista —Simmias tiene razón. Si alguno
una vez rotas las cuerdas, que las cuer- de vosotros tiene más facilidad que yo
das, que son cosas mortales, subsistan para responder a sus objeciones, puede
luego de rota la lira; y que la armonía, hacerlo; porque me parece que Simmias
que es de la misma naturaleza que el ser ha esforzado de veras sus razonamientos.
inmortal y divino, perezca antes que lo Pero, antes de responderle, quería que
que es mortal y terrestre. Es absolu- Cebes nos objetara, con el fin de que, en
tamente necesario, añadiría, que la tanto que él habla, tengamos tiempo para
armonía exista en alguna parte, y que el pensar lo que debemos contestar; y así
cuerpo de la lira y las cuerdas se también, oídos que sean ambos, cede-
corrompan y perezcan enteramente antes remos, si sus razones son buenas; y en
que la armonía reciba el menor daño. Y caso contrario, sostendremos nuestros
tú mismo, Sócrates, te habrás hecho principios hasta donde podamos. Dinos,
cargo, sin duda, de que la idea que nos pues, Cebes, ¿qué es lo que te impide
formamos generalmente del alma es algo asentir a lo que yo he dicho?
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otro, como usa el hombre muchos pues, yo estoy como de nuevo en esta
vestidos; concediéndole todo esto, digo, ocasión, y necesito muy de veras nuevas
no por eso se negaba que el alma se gasta pruebas para convencerme de que nues-
al cabo de tantos nacimientos, y que al fin tra alma no muere con el cuerpo. Por lo
acaba por perecer de hecho en alguna de mismo, Fedón, dinos, ¡por Zeus!, de qué
estas muertes. Y si se añadiese que nadie manera Sócrates continuó la disputa; si se
puede saber cuál de estas muertes vio embarazado como vosotros, o si sos-
alcanzará al alma, porque es imposible a tuvo su opinión con templanza; y, en fin,
los hombres presentirlo, entonces todo si os satisfizo enteramente o no. Cuén-
hombre que no teme la muerte y la tanos, te lo suplico, todos estos porme-
espera con confianza es un insensato, nores sin olvidar nada.
salvo que pueda demostrar que el alma FEDÓN.—Te aseguro, Equécrates, que si
es enteramente inmortal e imperecible. siempre he admirado a Sócrates, en esta
De otra manera, es absolutamente ocasión le admiré más que nunca, porque
necesario que el que va a morir tema por el que estuviere pronto a satisfacer esto
su alma y tema que ella va a perecer en la no puede extrañarse en un hombre como
próxima separación del cuerpo. él; pero lo que me pareció admirable fue,
Cuando oímos estas objeciones, en primer lugar, la dulzura, la bondad,
no dejaron de incomodarnos, como las muestras de aprobación con que
hubimos de confesarlo; porque, después escuchó las objeciones de estos jóvenes; y
de estar convencidos por los razo- en seguida, la sagacidad con que notó la
namientos anteriores, venían tales impresión que ellas habían hecho en
argumentos a turbarnos y arrojarnos en nosotros; y, en fin, la habilidad con que
la desconfianza, no sólo por lo que se nos curó, y cómo atrayéndonos como a
había dicho, sino también por lo que se vencidos fugitivos, nos hizo volver la
nos podía decir en lo sucesivo; porque en espalda, y nos obligó a entrar en
todo caso íbamos a parar en creer, o que discusión.
no éramos capaces de formar juicio sobre EQUÉCRATES.—¿Cómo?
estas materias, o que estas materias no FEDÓN.—Voy a decírtelo. Estaba yo
podrían producir otra cosa que la sentado a su derecha, cerca de su cama,
incertidumbre. en un asiento bajo, y él estaba en otro
EQUÉCRATES.—Fedón, los dioses te más alto que el mío; pasando su mano
perdonen, porque yo al oírte me digo a por mi cabeza, y cogiendo el cabello que
mí mismo: ¿qué podremos creer en lo caía sobre mis espaldas, y con el cual
sucesivo, puesto que las razones de tenía la costumbre de jugar, me dijo:
Sócrates, que me parecían tan persua- Fedón, mañana te harás cortar estos
sivas, se hacen dudosas? En efecto; la hermosos cabellos12; ¿no es verdad?
objeción que hace Simmias al decir que —Regularmente, Sócrates, le res-
nuestra alma no es más que una armonía pondí.
me sorprende maravillosamente, y
siempre me ha sorprendido; porque me
ha hecho recordar que yo mismo tuve 12Los griegos se hacían cortar los cabellos a la
esta misma idea en otro tiempo. Así, muerte de sus amigos, y los colocaban sobre
su tumba.
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poco fuera del asunto. La única sem- para corregirnos. Vosotros estáis obliga-
ejanza que hay es que cuando se admite dos a ello, tanto más cuanto que os resta
un razonamiento como verdadero sin mucho tiempo de vida; y yo también me
saber el arte de razonar sucede que más considero obligado a lo mismo porque
tarde parece falso, séalo o no lo sea, y voy a morir. Temo mucho que al
diferente de él mismo; y cuando uno ha ocuparme hoy en esta materia, lejos de
contraído el hábito de disputar, soste- conducirme como verdadero filósofo,
niendo el pro y el contra, se cree al fin voy a convertirme en disputador terco, a
hombre muy hábil, y se imagina ser el la manera de todos esos ignorantes que
único que ha comprendido que ni en las cuando disputan no se cuidan en manera
cosas ni en los razonamientos hay nada alguna de enseñar la verdad, sino que su
de verdadero ni de seguro; que todo está único objeto es arrastrar a su opinión
en un flujo y reflujo sin interrupción, personal a todos los que los escuchan. La
como el Euripo15 y que nada permanece única diferencia que hay entre ellos y yo
ni un solo momento en el mismo estado. es que yo no intento sólo persuadir con lo
—Es la pura verdad. que diga a los que están aquí presentes, si
—Cuando hay un razonamiento bien me complaceré en ello si lo consigo,
verdadero, sólido, susceptible de ser sino que mi principal objeto es
comprendido, ¿no sería una desgracia convencerme a mí mismo. Porque he
deplorable, Fedón, que por haberse aquí, mi querido amigo, cómo razono yo,
dejado llevar de estos razonamientos, en y verás que este razonamiento me
que todo aparece tan pronto verdadero interesa mucho; si lo que yo diga resulta
como falso, en lugar de acusarse a sí verdadero, es bueno creerlo; y si después
mismo y de acusar a su propia de la muerte no hay nada, habré sacado
incapacidad, vaya uno a hacer recaer la de todas maneras la ventaja de no haber
falta sobre la razón, y pasarse la vida incomodado a los demás con mis
aborreciendo y calumniando a la razón lamentos en el poco tiempo que me
misma, privándose así de la verdad y de queda de vida.
la ciencia? Mas no permaneceré mucho en
—Sí, eso sería deplorable, ¡por esta ignorancia, que miraría como un
Zeus!—dije yo. mal; sino que bien pronto va a desvane-
—Estemos, pues, en guardia— cerse. Fortificado con estas reflexiones,
replicó él—, para que esta desgracia no mi querido Simmias y mi querido Cebes,
nos suceda; y no nos preocupemos con la voy a entrar en la discusión; y si me
idea de que no hay nada sano en el creéis, que sea menos por respeto a la
razonamiento. Persuadámonos más bien autoridad de Sócrates que por respeto a
de que somos nosotros mismos los la verdad. Si lo que os digo es verdadero,
autores de este mal, y hagamos deci- admitidlo; si no lo es, combatidlo con
didamente todos los esfuerzos posibles todas vuestras fuerzas; teniendo mucho
cuidado, no sea que yo me engañe a mí
15 El Euripo, que separa Eubea de Beocia, mismo, que os engañe también a vosotros
estaba en un continuo movimiento de flujo y por exceso de buena voluntad, abando-
de reflujo, de siete veces al día y otras tantas
por la noche.
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nándoos como la abeja, que deja su que una armonía que resulta del acuerdo
aguijón en la llaga. de las cualidades del cuerpo, porque
Comencemos, pues; pero antes probablemente no te creerías a ti mismo
habéis de ver, os lo suplico, si me si dijeras que la armonía existe antes de
acuerdo bien de vuestras objeciones. Me las cosas de que se compone. ¿Lo dirías?
parece que Simmias teme que el alma, —No, sin duda, Sócrates—
aunque más divina y más excelente que respondió Simmias.
el cuerpo, perezca antes que él, como —¿No notas, sin embargo—
según ha dicho sucede con la armonía; y replicó Sócrates—, que es esto lo que
Cebes ha concedido, si no me engaño, dices cuando sostienes que el alma existe
que el alma es más durable que el cuerpo, antes de venir a animar el cuerpo, y que
pero que no se puede asegurar que no obstante se compone de cosas que no
después que ella ha usado muchos existen aún? Porque el alma no es como
cuerpos no perezca al abandonar el la armonía con la que la comparas, sino
último, y que ésta no sea una verdadera que es evidente que la lira, las cuerdas,
muerte del alma; porque, con respecto al los sonidos discordantes existen antes de
cuerpo, éste no cesa ni un solo momento la armonía, la cual resulta de todas estas
de perecer. ¿No son éstos los dos puntos cosas, y en seguida perece con ella. Esta
que tenemos que examinar, Simmias y última proposición tuya, ¿conviene con la
Cebes? primera?
Convinieron ambos en ello. —De ninguna manera—dijo Sim-
—¿Rechazáis—continuó él—abso- mias.
lutamente todo lo que os he dicho, o —Sin embargo—replicó Só-
admitís una parte? crates—, si en algún discurso debe haber
Ellos dijeron que no lo rechazaban acuerdo, es en aquel en que se trata de la
todo. armonía.
—Pero—añadió Sócrates—, ¿qué —Tienes razón, Sócrates.
pensáis de lo que os he dicho de que —Pues en este caso no hay
aprender no es más que recordar; y por acuerdo—dijo Sócrates—; y así mira cuál
consiguiente, que es necesario que de estas dos opiniones prefieres: o el
nuestra alma haya existido en alguna conocimiento es una reminiscencia, o el
parte antes de haberse unido al cuerpo? alma es una armonía.
—Yo—dijo Cebes—, he recono- —Escojo lo primero—dijo Sim-
cido desde luego la evidencia de lo que mias—, porque he admitido la segunda
dices, y no conozco principio que me sin demostración, contentándome con esa
parezca más verdadero. aparente verosimilitud que basta al
—Lo mismo digo yo—dijo Sim- vulgo. Pero estoy persuadido de que
mias—, y me sorprendería mucho si todos los razonamientos que no se
llegara a mudar de opinión en este punto. apoyan sino sobre la probabilidad están
—Tienes que mudar de parecer, henchidos de vanidad; y que si se mira
mi querido tebano, si persistes en la bien, ellos extravían y engañan lo mismo
opinión de que la armonía es algo en geometría que en cualquier otra
compuesto y que nuestra alma no es más ciencia. Mas la doctrina de que la ciencia
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—Por consiguiente, ¿un alma nía, no puede tener otro tono que el
puede tener más virtud o más vicio que producido por la tensión, aflojamiento,
otra, si es cierto que el vicio es una vibración o cualquier otra modificación
disonancia y la virtud una armonía? de los elementos que la componen, y que
—De ninguna manera. debe necesariamente obedecerles sin
—O más bien: ¿la razón exige que dominarlos jamás?
se diga que el vicio no puede encontrarse —Hemos convenido en eso, sin
en ninguna alma, si el alma es una duda—dijo Simmias. ¿Por qué no?
armonía, porque la armonía, si es —Pero—repuso Sócrates—, ¿no
perfecta armonía, no puede consentir la vemos prácticamente que el alma hace
disonancia? todo lo contrario; que gobierna y conduce
—Sin dificultad. las cosas mismas de que se la supone
—Luego, el alma, si es alma compuesta; que las resiste durante casi
perfecta, no puede ser capaz de vicio. toda la vida, reprendiendo a unas más
—¿Cómo podría serlo conforme a duramente mediante el dolor, como en la
los principios que hemos convenido? gimnasia y en la medicina; tratando a
—Según estos mismos principios, otras con más dulzura, contentándose
las almas de todos los animales son con reprender o amenazar al deseo, a la
igualmente buenas si todas son igual- cólera, al temor, como cosas de distinta
mente almas. naturaleza que ella? Esto es lo que
—Así me parece, Sócrates. Homero ha expresado muy bien, cuando
—¿Y consideras que esto sea dice en la Odisea que Odiseo16, “dándose
incontestable, y como una consecuencia golpes de pecho, dijo con aspereza a su
necesaria, si es cierta la hipótesis de que corazón: sufre esto, corazón mío, que
el alma es una armonía? cosas más duras has soportado”. ¿Crees
—No, sin duda, Sócrates. tú que Homero hubiera dicho esto si
—Pero, dime, Simmias: entre hubiera creído que el alma es una
todas las cosas que componen el hombre, armonía que debe ser gobernada por las
¿encuentras que mande otra que el alma, pasiones del cuerpo? ¿No piensas que
sobre todo cuando es sabia? más bien ha creído que el alma debe
—No, sólo ella manda. guiarlas y amaestrarlas, y que es de una
—¿Y manda aflojando la rienda a naturaleza más divina que una armonía?
las pasiones del cuerpo, o resistiéndolas? —Sí, ¡por Zeus!, yo lo creo—dijo
Por ejemplo, cuando el cuerpo tiene sed, Simmias.
¿no le impide el alma beber? O cuando —Por consiguiente, mi querido
tiene hambre, ¿no le impide comer, y lo Simmias—replicó Sócrates—, no pode-
mismo en otras mil cosas semejantes, en mos en modo alguno decir que el alma es
que vemos claramente que el alma una especie de armonía, porque no
combate las pasiones del cuerpo? ¿No es estaríamos al parecer de acuerdo ni con
así? Homero, este poeta divino, ni con
—Sin duda. nosotros mismos.
—¿Pero no hemos convenido Simmias convino en ello.
antes en que el alma, siendo una armo-
16 Odisea, R. 20, v. l7.
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de la separación; porque aquí aparece cuál es lo mejor en el caso, y por qué esto
una causa enteramente contraria a la que es lo mejor. Asimismo si creía que la
hizo que uno y uno fuesen dos. Antes tierra está en el centro del mundo, espe-
este uno y el otro uno se hacen dos, raba que me enseñaría por qué es lo
porque se juntan el uno con el otro; y mejor que la tierra ocupe el centro; y
ahora esta cosa, que es una, se hace dos, luego de haber oído de él todas estas
porque se la divide y se la separa. Más explicaciones, estaba resuelto por mi
aún: no creo saber por qué el uno es uno parte a no ir nunca en busca de ninguna
y, en fin, tampoco sé, al menos por otra clase de causas. También me
razones físicas, cómo una cosa, por pe- proponía interrogarle en igual forma
queña que sea, nace, perece o existe; así acerca del sol, de la luna y de los demás
que resolví adoptar otro método, ya que astros, para conocer la razón de sus
éste de ninguna manera me satisfacía. revoluciones, de sus movimientos y de
Habiendo oído leer en un libro, todo lo que les sucede; y para saber cómo
que según se decía, era de Anaxágoras, es lo mejor posible lo que cada uno de
que la inteligencia es la norma y la causa ellos hace, porque no podía imaginarme
de todos los seres, me vi arrastrado por que, después de haber dicho que la
esta idea; y me pareció una cosa inteligencia los había ordenado y
admirable que la inteligencia fuese la arreglado, pudiese decirme que fuera
causa de todo; porque creía que, habien- otra la causa de su orden y disposición
do dispuesto la inteligencia todas las que la de no ser posible cosa mejor; y me
cosas, precisamente estarían arregladas lo lisonjeaba de que, después de desig-
mejor posible. Si alguno, pues, quiere narme esta causa en general y en
saber la causa de cada cosa, por qué nace particular, me haría conocer en qué
y por qué perece, no tiene más que consiste el bien de cada cosa en particular
indagar la mejor manera en que puede y el bien de todas en general. Por nada
ella existir; y me pareció que era una hubiera cambiado en aquel momento mis
consecuencia de este principio que lo esperanzas.
único que el hombre debe averiguar es Tomé, pues, con el más vivo
cuál es lo mejor y lo más perfecto; porque interés estos libros y me puse a leerlos lo
desde el momento en que lo haya más pronto posible, para saber luego lo
averiguado, conocerá necesariamente bueno y lo malo de todas las cosas; pero
cuál es lo más malo, puesto que no hay muy luego perdí toda esperanza, porque
más que una ciencia para lo uno y para lo tan pronto como hube adelantado un
otro. poco en mi lectura, me encontré con que
Pensando de esta suerte tenía el mi hombre no hacía intervenir para nada
gran placer de encontrarme con un la inteligencia, que no daba ninguna
maestro como Anaxágoras, que me razón del orden de las cosas, y que en
explicaría, según mis deseos, la causa de lugar de la inteligencia ponía el aire, el
todas las cosas; y que, después de éter, el agua y otras cosas igualmente
haberme dicho, por ejemplo, si la tierra es absurdas. Me pareció como si dijera:
plana o redonda, me explicaría la causa y Sócrates hace mediante la inteligencia
la necesidad de lo que ella es, y me diría todo lo que hace; y que en seguida,
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queriendo dar razón de cada cosa que yo mejor, para la que me sirvo de la
hago, dijera que hoy, por ejemplo, estoy inteligencia, es el mayor absurdo, porque
sentado en mi cama porque mi cuerpo se equivale a no conocer esta diferencia: que
compone de huesos y de nervios; que una es la causa y otra la cosa, sin la que la
siendo los huesos duros y sólidos, están causa no sería nunca causa; y por lo tanto
separados por junturas, y que los nervios, la cosa y no la causa es la que el pueblo,
pudiendo estirarse o encogerse, unen los que camina siempre a tientas y como en
huesos con la carne y con la piel, que tinieblas, toma por verdadera causa, y a
encierra y abraza a los unos y a los otros; la que sin razón da este nombre. He aquí
que estando los huesos libres en sus por qué unos25 consideran rodeada la
articulaciones, los nervios, que pueden tierra por un torbellino, y la suponen fija
extenderse y encogerse, hacen que me sea en el centro del mundo; otros26 la conci-
posible recoger las piernas como veis y ben como una ancha artesa, que tiene por
que ésta es la causa de estar yo sentado base el aire; pero no se cuidan de
aquí y de esta manera. O también es lo investigar el poder que la ha colocado del
mismo que si, para explicar la causa de la modo necesario para que fuera lo mejor
conversación que tengo con vosotros, os posible; no creen en la existencia de
dijese que lo era la voz, el aire, el oído y ningún poder divino, sino que se
otras cosas semejantes; y no os dijese ni imaginan haber encontrado un Atlas más
una sola palabra de la verdadera causa, fuerte, más inmortal y más capaz de
que es la de haber creído los atenienses sostener todas las cosas; y a este bien, que
que lo mejor para ellos era condenarme a es el único capaz de ligar y abrazarlo
muerte, y que, por la misma razón, he todo, lo tienen por una vana idea.
creído yo que era igualmente lo mejor Yo con el mayor gusto me habría
para mí estar sentado en esta cama y hecho discípulo de cualquiera que me
esperar tranquilamente la pena que me hubiera enseñado esta causa; pero al ver
han impuesto. Porque os juro por el cielo que no podía alcanzar a conocerla, ni por
que estos nervios y estos huesos míos ha mí mismo, ni por medio de los demás,
largo tiempo que estarían en Megara o en ¿quieres, Cebes, que te diga la segunda
Beocia si hubiera creído que era lo mejor tentativa que hice para encontrarla?
para ellos y no hubiera estado per- —Lo quiero con todo mi
suadido de que era mucho mejor y más corazón—dijo Cebes.
justo permanecer aquí para sufrir el —Cansado de examinar todas las
suplicio a que mi patria me ha cosas, creí que debía estar prevenido para
condenado que no escapar y huir. Dar, que no me sucediese lo que a los que
por lo tanto, razones semejantes me miran un eclipse de sol; que pierden la
parecía muy ridículo. vista si no toman la precaución de
Dígase en buena hora que si yo no observar en el agua o en cualquier otro
tuviera huesos ni nervios, y otras cosas medio la imagen de este astro. Algo de
semejantes, no podría hacer lo que esto pasó en mi espíritu; y temí perder
juzgase conveniente; pero decir que estos los ojos del alma si miraba los objetos
huesos y estos nervios son la causa de lo
que yo hago, y no la elección de lo que es 25 Empédocles.
26 Anaximenes.
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con los ojos del cuerpo y si me servía de puede ser bella sino porque participa de
mis sentidos para tocarlos y conocerlos. lo que es bello en sí; y lo mismo digo de
Me convencí de qué debía recurrir a la todas las demás cosas. ¿Concedes esta
razón y buscar en ella la verdad de todas causa?
las cosas. Quizá la imagen de que me —Sí, la concedo.
sirvo para explicarme no es enteramente —Entonces, ya no entiendo ni
exacta; porque yo mismo no estoy con- puedo comprender esas otras causas tan
forme en que el que mira las cosas en la pomposas de que se nos habla. Y así, si
razón las mire más aun por medio de alguno llega a decirme que lo que
otra cosa que el que las ve en sus constituye la belleza de una cosa es la
fenómenos pero, sea de esto lo que vivacidad de los colores, o la proporción
quiera, éste es el camino que adopté; y de sus partes u otras cosas semejantes,
desde entonces, tomando por funda- abandono todas estas razones que sólo
mento lo que me parece lo mejor, tengo sirven para turbarme, y respondo, como
por verdadero todo lo que está en este por instinto y sin artificio, y quizá con
caso, trátese de las cosas o de las causas; demasiada sencillez, que nada hace bellas
y lo que no está conforme con esto lo a las cosas más que la presencia o la
desecho como falso. Pero voy a expli- comunicación con la belleza primitiva,
carme con más claridad, porque me cualquiera que sea la manera como esta
parece que no me entiendes aún. comunicación se verifique; porque no
—No, ¡por Zeus!, Sócrates—dijo pasan de aquí mis convicciones. Yo sólo
Cebes—; no te comprendo lo bastante. aseguro que todas las cosas bellas lo son
—Sin embargo—replicó Sócra- a causa de la presencia en ellas de lo bello
tes—, nada digo de nuevo; digo lo que he en sí. Mientras me atenga a este principio
manifestado en mil ocasiones y lo que no creo engañarme; y estoy persuadido
acabo de repetir en la discusión de que puedo responder con toda
precedente. Para explicarte el método de seguridad que las cosas bellas son bellas
que me he servido en la indagación de las a causa de la presencia de lo bello. ¿No te
causas, vuelvo desde luego a lo que parece a ti lo mismo?
tantas veces he expuesto; por ello voy a —Perfectamente.
comenzar tomándolo por fundamento. —En la misma forma, las cosas
Digo, pues, que hay algo que es bueno, grandes, ¿no son grandes a causa de la
que es bello, que es grande por sí mismo. magnitud, y las pequeñas a causa de la
Si me concedes este principio, espero pequeñez?
demostrarte por este medio que el alma —Sí.
es inmortal. —Sí uno pretendiese que un
—Te lo concedo—dijo Cebes—, y hombre es más grande que otro,
trabajo te costará llevar a cabo tan pronto llevándole la cabeza, y que éste es
tu demostración. pequeño en la misma proporción, ¿no
—Ten en cuenta lo que voy a serías de su opinión? Pero sostendrías
decirte, y mira si estás de acuerdo que lo que quieres decir es que todas las
conmigo. Me parece que si hay alguna cosas que son más grandes que otras no
cosa bella, además de lo bello en sí, no lo son sino a causa de la magnitud; que
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es la magnitud misma la que las hace hace dos, como todo lo que se hace uno
grandes; y en la misma forma, que las participa de la unidad? ¿No abando-
cosas pequeñas no son más pequeñas narías las adiciones, las divisiones y
sino a causa de la pequeñez, siendo la todas las sutilezas de este género,
pequeñez la que hace que sean pequeñas. dejando a los más sabios sentar sobre
Y me imagino que, al sostener esta semejantes bases sus razonamientos,
opinión, temerías una objeción emba- mientras que tú, retenido, como suele de-
razosa que te podrían hacer. Porque si cirse, por miedo a tu sombra o más bien a
dijeses que un hombre es más grande o tu ignorancia, te atendrías al sólido
más pequeño que otro con exceso de la principio que nosotros hemos esta-
cabeza, te podían responder por lo blecido? Y si se impugnara este principio;
pronto, que el mismo objeto constituía la ¿le dejarías sin defensa antes de haber
magnitud del más grande y la pequeñez examinado todas las consecuencias que
del más pequeño; y que a la altura de la de él se derivan para ver si entre ellas hay
cabeza, que es pequeña en sí misma, es a o no acuerdo? Y si te vieses obligado a
lo que el más grande debería su mag- dar razón de esto, ¿no lo harías
nitud; y sería en verdad maravilloso que suponiendo otro principio más elevado
un hombre fuese grande a causa de una hasta que hubieses encontrado algo
cosa pequeña. ¿No tendrías este temor? seguro que te dejara satisfecho? ¿Y no
—Sin duda—replicó Cebes, sonri- evitarías embrollarlo todo como ciertos
éndose. disputadores, y confundir el primer
—¿No temerías por la misma principio con los que de él se derivan,
razón decir que diez son mas que ocho para llegar a la verdad de las cosas? Es
porque exceden en dos? ¿No dirías más cierto que quizá a estos disputadores les
bien que esto es a causa de la cantidad? Y importa poco la verdad, y que al mezclar
lo mismo tratándose de dos codos, ¿no de esta suerte todas las cosas mediante su
dirías que son más grandes que uno a profundo saber, se contentan con darse
causa de la magnitud, más bien que a gusto a sí mismos; pero tú, si eres
causa del codo más? Porque aquí hay el verdadero filósofo, harás lo que yo te he
mismo motivo para temer la objeción. dicho.
—Tienes razón. —Tienes razón—dijeron al mismo
—Pero ¿no tendrías dificultad en tiempo Simmias y Cebes.
decir que si se añade uno a uno, la EQUÉCRATES.—¡Por Zeus! Hicie-ron bien
adición es la causa del múltiple dos, o en decir esto, Fedón; porque me ha
que si se divide uno en dos, la causa es la parecido que Sócrates se explicaba con
división? ¿No afirmarías más bien que no una claridad admirable, aun para los
conoces otra causa de cada fenómeno que menos entendidos.
su participación en la esencia propia de la FEDÓN.—Así pareció a todos los que se
clase a que cada uno pertenezca; y que, hallaban allí presentes.
por consiguiente, tú no ves que sea otra EQUÉCRATES.—Y a nosotros, que no
la causa del múltiple dos que su estábamos allí, nos parece lo mismo, vista
participación en la dualidad, de que la relación que nos haces. Pero ¿qué
participa necesariamente todo lo que se sucedió después?
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hay entre lo que hemos sentado antes y lo —Lo mismo sucede con el fuego,
que decimos ahora. Dijimos que una cosa tan pronto como le supere el frío; y así se
nace siempre de su contraria, y ahora retirará o perecerá, porque apenas se le
decimos que lo contrario no se convierte haya aplicado el frío, no podrá ser ya lo
nunca en lo contrario a sí mismo, ni en que era, y no será fuego y frío a la vez.
nosotros, ni en la naturaleza. Entonces —Muy bien—dijo Cebes.
hablábamos de las cosas que tienen sus —Es, pues, tal la naturaleza de
contrarias, cada una de las cuales algunas de estas cosas, que no sólo la
podíamos designar con su nombre; y misma idea conserva siempre el mismo
aquí hablamos de las esencias mismas, nombre, sino que este nombre sirve
cuya presencia en las cosas da a éstas sus igualmente para otras cosas que no son lo
nombres, y de estas últimas es de las que que ella es en sí misma, pero que tienen
decimos que no pueden nunca nacer la su misma forma mientras existen.
una de la otra. Algunos ejemplos aclararán lo que quiero
Y al mismo tiempo, mirando a decir. Lo impar debe tener siempre el
Cebes, le dijo: mismo nombre. ¿No es así?
—La objeción que se acaba de —Sí, sin duda.
proponer ¿ha causado en ti alguna —Ahora bien, dime: ¿es ésta la
turbación? única cosa que tiene este nombre, o hay
—No, Sócrates; no soy tan débil, alguna otra cosa que no sea lo impar y
aunque hay cosas capaces de turbarme. que, sin embargo, sea preciso designar
—Estamos, pues, unánime y, con este nombre, por ser de tal naturaleza
absolutamente conformes—replicó Sócra- que no puede existir sin lo impar? Como,
tes—en que nunca un contrario puede por ejemplo, el número tres y muchos
convertirse en lo contrario a sí mismo. otros; pero fijémonos en el tres. ¿No te
—Es cierto—dijo Cebes. parece que el número tres debe ser
—Vamos a ver si convienes en llamado siempre con su nombre, y al
esto: ¿Hay algo que se llame frío y algo mismo tiempo con el nombre de impar,
que se llame caliente? aunque lo impar no es lo mismo que el
—Seguramente. número tres? Sin embargo tal es la
—¿Como la nieve y el fuego? naturaleza del tres, del cinco y de la
—No, ¡por Zeus! mitad de los números, que aunque cada
—¿Lo caliente es entonces dife- uno de ellos no sea lo que es lo impar, es,
rente del fuego, y lo frío diferente de la no obstante, siempre impar. Lo mismo
nieve? sucede con la otra mitad de los números,
—Sin dificultad. como dos, cuatro, aunque no son lo que
—Convendrás, yo creo, en que es lo par, es cada uno de ellos, sin
cuando la nieve ha recibido calor, como embargo, siempre par. ¿No estás
decíamos antes, ya no será lo que era, conforme?
sino que desde el momento que se la apli- —¿Y cómo no?
que, le cederá el puesto o desaparecerá —Fíjate en lo que voy a decir. Me
enteramente. parece que no sólo estas contrarias que se
—Sin duda. excluyen, sino también todas las demás
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cosas, que sin ser contrarias en sí, tienen, —Y la idea contraria a lo impar,
sin embargo, siempre sus contrarias, no ¿no es la idea de lo par?
pueden dejarse penetrar por la esencia, —Sí.
que es contraria a la que ellas tienen, sino —Luego la idea de lo par no se
tan pronto como esta esencia aparece, encuentra nunca en el tres.
ellas se retiran o perecen. El tres, por —No, sin duda.
ejemplo, ¿no perecerá antes que hacerse —El tres, por lo tanto, no con-
en ningún número par, permaneciendo siente lo par.
tres? —No lo consiente.
—Seguramente—dijo Cebes. —Porque el tres es impar.
—Sin embargo—dijo Sócrates—, —Seguramente.
el dos no es contrario al tres. —He aquí lo que queríamos
—No, sin duda. sentar como base; que hay ciertas cosas
—Luego las contrarias no son las que, no siendo contrarias a otras, las
únicas cosas que no consienten sus excluyen, lo mismo que si fuesen
contrarias, sino que cosas también contrarias, como el tres que aunque no es
incompatibles. contrario al número par, no lo consiente,
—Es cierto. lo desecha; como el dos, que lleva
—¿Quieres que las determinemos siempre consigo algo contrario al número
en cuanto nos sea posible? impar; como el fuego, el frío y muchas
—Sí. otras cosas. Mira ahora si admitirías tú la
—¿No serán aquellas, ¡oh Cebes!, siguiente definición: no sólo lo contrario
que obligan a la cosa en que se encuen- no consiente su contrario, sino que todo
tran, cualquiera que sea, no sólo a retener lo que lleva consigo un contrario, al
la idea que es en ellas esencial, sino tam- comunicarse con otra cosa, no consiente
bién a rechazar toda otra idea contraria a nada que sea contraria al contrario que
ésta? lleva en sí.
—¿Qué dices? Piénsalo bien, porque no se pierde
—Lo que decíamos antes. Todo el tiempo en repetirlo muchas veces. El
aquello en que se encuentra la idea de cinco no será nunca compatible con la
tres, debe necesariamente, no sólo perma- idea de par; como el diez, que es dos
necer tres, sino permanecer también veces aquél, no lo será nunca con la idea
impar. de impar; y este dos, aunque su contraria
—¿Quién lo duda? no sea la idea de lo impar, no admitirá,
—Por consiguiente, es imposible sin embargo, la idea de lo impar, como
que en una cosa tal como ésta penetre la no consentirán nunca la idea de lo entero
idea contraria a la que constituye su la tres cuartas partes, la tercera parte ni
esencia. las demás fracciones, si es que me has
—Es imposible. entendido y estás de acuerdo conmigo en
—Ahora bien, lo que constituye este punto.
su esencia, ¿no es el impar? Ahora bien; voy a resumir mis
—Sí. primeras preguntas; y tú, al respon-
derme, me contestarás, no en forma
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mucho que la muerte se aproxime al pienso que mejor aún convendrán en ello
alma, es absolutamente imposible que el los dioses.
alma muera; porque, según acabamos de —Si es cierto que todo lo que es
ver, el alma no recibirá nunca en sí la inmortal es imperecible, el alma que es
muerte, jamás morirá; así como el tres, y inmortal, ¿no está eximida de perecer?
lo mismo cualquier otro número impar, —Es necesario.
no pueden nunca ser par; como el fuego —Así, pues, cuando la muerte
no puede ser nunca frío, ni el calor del sorprende al hombre, lo que hay en él de
fuego convertirse en frío. Alguno me dirá mortal muere, y lo que hay de inmortal
quizá: es que lo impar no puede se retira, sano e incorruptible, cediendo
convertirse en par por el advenimiento su puesto a la muerte.
de lo par. Estamos conformes; ¿pero qué —Es cierto.
obsta para que, si lo impar llega a —Por consiguiente, si hay algo
perecer, lo par ocupe su lugar? A esta inmortal e imperecible, mi querido
objeción yo no podría responder que lo Cebes, el alma debe serlo; y por lo tanto,
impar no perece si lo impar no es nuestras almas existirán en otro mundo.
imperecible. Pero si lo hubiéramos —Nada tengo que oponer a eso,
declarado imperecible, sostendríamos Sócrates—dijo Cebes—; y no puedo
con razón que siempre que se presentase menos de rendirme a tus razones; pero si
lo par, el tres y lo impar se retirarían, Simmias o algún otro tienen alguna cosa
pero de ninguna manera perecerían; y lo que objetar, harán muy bien en no callar;
mismo diríamos del fuego, de lo caliente porque, ¿qué momento ni qué ocasión
y de otras cosas semejantes. ¿No es así? mejores pueden encontrar para conversar
—Seguramente—dijo Cebes. y para ilustrarse sobre estas materias?
—Por consiguiente, viniendo a la —Yo—dijo Simmias—nada tengo
inmortalidad, que es de lo que tratamos que oponer a lo que ha manifestado
al presente, si convenimos en que todo lo Sócrates, si bien confieso que la magnitud
que es inmortal es imperecible, el alma del objeto y la debilidad natural al
necesariamente es, no sólo inmortal, sino hombre me inclinan, a pesar mío, a una
absolutamente imperecible. Si no conve- especie de desconfianza.
nimos en esto, es preciso buscar otras —No sólo lo que manifiesta
pruebas. Simmias—dijo Sócrates—, está muy bien
—No es necesario—dijo Cebes—; dicho, sino que por seguros que nos
porque, ¿a qué podríamos llamar impere- parezcan nuestros primeros principios, es
cible, si lo que es inmortal y eterno preciso volver de nuevo a ellos para
estuviese sujeto a perecer? examinarlos con más cuidado. Cuando
—No hay nadie—replicó Sócra- los hayas comprendido suficientemente,
tes—que no convenga en que ni Dios, ni conocerás sin dificultad la fuerza de mis
la esencia y la idea de la vida, ni cosa razones, en cuanto es posible al hombre;
alguna inmortal pueden perecer. y cuando te convenzas no buscarás otras
—¡Por Zeus! Todos los hombres pruebas.
reconocerán esta verdad—dijo Cebes—; y —Muy bien—dijo Cebes.
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cavernas, arena y cieno; y si alguna tierra sola piedra en esta dichosa tierra que no
se encuentra, es sólo fango, sin que sea sea infinitamente más bella que las
posible comparar nada de lo que allí nuestras; y la causa de esto es porque
existe con lo que aquí vemos. Pero lo que todas estas piedras preciosas son puras,
se encuentra en la otra mansión está muy no están roídas ni mordidas como las
por cima de lo que vemos en ésta; y para nuestras por la acritud de las sales y por
daros a conocer la belleza de esta tierra la corrupción de los sedimentos que de
pura, que está en el centro del cielo, os allí descienden a nuestra tierra inferior,
referiré, si queréis, una preciosa fábula, donde se acumulan e infestan no sólo las
que bien merece que la escuchéis. piedras y la tierra, sino también las
—La escucharemos con muchí- plantas y los animales. Además de todas
simo placer, Sócrates —dijo Simmias. estas bellezas, esta dichosa tierra es rica
—En primer lugar, mi querido en oro, plata y otros metales, que,
Simmias, dícese que mirando esta tierra derramados en abundancia por todas
desde un punto elevado, parece como partes, despiden por uno y por otro lado
una de nuestras pelotas de viento, una brillantez que encanta la vista; de
cubierta con doce bandas de diferentes manera que el aspecto de esta tierra es un
colores, de los que no son sino una espectáculo de bienaventurados. Está
muestra los que usan los pintores; porque habitada por toda clase de animales y por
los colores de esta tierra son infinita- hombres derramados unos por el campo.
mente más brillantes y más puros. Una es y otros alrededor del aire, como estamos
de color de púrpura, maravilloso; otra de nosotros alrededor del mar. Los hay que
color de oro; ésta de un blanco más habitan en islas que el aire forma cerca
brillante que la nieve y el yeso; y así de del continente; porque el aire es allí lo
todos los demás colores, que son de una que son aquí el agua y el mar para
calidad y de una belleza a que en manera nuestro uso: y lo que para nosotros es el
alguna se aproximan los que aquí vemos. aire, para ellos es el éter. Sus estaciones
Las cavidades mismas de esta tierra, lle- son tan templadas que viven más que
nas de agua y aire, muestran cierta nosotros y están siempre libres de
variedad y son distintas entre sí; de enfermedades; y en razón de la vista, el
manera que el aspecto de la tierra oído, el olfato y de todos los demás
presenta una infinidad de matices sentidos, y hasta en razón de la inteligen-
maravillosos admirablemente diversifica- cia misma, están tan por cima de nosotros
dos. En esta otra tierra tan acabada todo como lo están el aire respecto del agua y
es de una perfección que guarda el éter respecto del aire. Allí tienen
proporción con ella, los árboles, las flores, bosques sagrados y templos que habitan
los frutos; las montañas y las piedras son verdaderamente los dioses, los cuales
tan tersas y de una limpieza y de un dan señales de su presencia por los
brillo tales, que no hay nada que se les oráculos, las profecías, las inspiraciones y
parezca. Nuestras esmeraldas, nuestros por todos los demás signos, que prueban
jaspes, nuestras ágatas, que tanto la comunicación con ello. Allí ven
estimamos aquí, no son más que también el sol y la luna como son; y en lo
pequeños pedacitos de ella. No hay una
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alto, en esa tierra pura donde habitan. Y poeta trágico; y ya es tiempo de que me
lo mismo sucede con los que han sido vaya al baño, porque me parece que es
purificados por la filosofía, los cuales mejor no beber el veneno hasta después
viven por toda la eternidad sin cuerpo, y de haberme bañado, y ahorraré así a las
son recibidos en estancias aún más mujeres el trabajo de lavar mi cadáver.
admirables. No es fácil que os haga una Cuando Sócrates hubo acabado
descripción de esta felicidad, ni el poco de hablar, Critón, tomando la palabra, le
tiempo que me resta me lo permite. Pero dijo:
lo que acabo de deciros basta, mi querido —Bueno, Sócrates; pero ¿no tienes
Simmias, para haceros ver que debemos nada que recomendarnos ni a mí ni a
trabajar toda nuestra vida en adquirir la estos otros sobre tus hijos o sobre
virtud y la sabiduría, porque el precio es cualquier otro negocio en que podamos
magnífico y la esperanza grande. prestarte algún servicio?
Sostener que todas estas cosas son —Nada más, Critón, que lo que os
como yo las he descrito, ningún hombre he recomendado siempre, que es el tener
de buen sentido puede hacerlo; pero lo cuidado de vosotros mismos, y así haréis
que he dicho del estado de las almas y de un servicio a mí, a mi familia y a vosotros
sus estancias es como os lo he anunciado mismos, aunque no me prometierais
o de una manera parecida; creo que, en el nada en este momento; mientras que si os
supuesto de ser el alma inmortal, puede abandonáis, si no queréis seguir el
asegurarse sin inconveniente; y la cosa camino de que acabamos de hablar, todas
bien merece correr el riesgo de creer en las promesas, todas las protestas que
ella. Es un azar precioso a que debemos pudieseis hacerme hoy, todo esto de
entregarnos, y con el que debe uno nada serviría.
encantarse a sí mismo. He aquí por qué —Haremos los mayores esfuer-
me he detenido tanto en mi discurso. zos—respondió Critón—para conducir-
Todo hombre que durante su vida ha nos de esa manera; pero ¿cómo te en-
renunciado a los placeres y a los bienes terraremos?
del cuerpo y los ha mirado como —Como gustéis—dijo Sócrates—,
extraños y maléficos, que sólo se ha si es cosa que podéis cogerme y si no
entregado a los placeres que da la ciencia, escapo a vuestras manos.
y ha puesto en su alma, no adornos Y sonriéndose y mirándonos al
extraños, sino adornos que le son mismo tiempo, dijo: —No puedo
propios, como la templanza, la justicia, la convencer a Critón de que yo soy el Só-
fortaleza, la libertad, la verdad; semejante crates que conversa con vosotros y que
hombre debe esperar tranquilamente la arregla todas las partes de su discurso; se
hora de su partida para el Hades, estando imagina siempre que soy el que va a ver
siempre dispuesto para este viaje cuando morir luego, y en este concepto me
quiera que el destino le llame. Respecto a pregunta cómo me ha de enterrar. Y todo
vosotros, Simmias y Cebes y los demás ese largo discurso que acabo de dirigiros
aquí presentes, haréis este viaje cuando para probaros que desde que haya
os llegue vuestro turno. Con respecto a bebido la cicuta no permaneceré ya con
mí, la suerte me llama hoy, como diría un vosotros, sino que os abandonaré e iré a
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