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Introducción

El campo arqueológico de Paracas

Paracas es una p e n í n s u l a de la costa occidental de S u d a m é r i c a situada


a los 13° 41' 40" de latitud Sur, en el departamento peruano de lea. Debe
su nombre a los fuertes vientos que la azotan p e r i ó d i c a m e n t e y que los
nativos denominan paraca.
Durante los ú l t i m o s a ñ o s se han descubierto en Paracas grandes
Necrópolis conteniendo momias ataviadas con mantos bordados y v a -
liosas ofrendas c u y a importancia histórica y valor artístico han dado
justo renombre a este lugar.
L a bahía que se forma al norte de la p e n í n s u l a , donde se encuentran
los cementerios, está a 286 kilómetros de L i m a y a 15 kilómetros del
puerto de Pisco. Fue en ella donde d e s e m b a r c ó el ejército del general don
José de San Martín, el 7 de septiembre de 1820, para contribuir a la Eman-
cipación del P e r ú .
Aunque las Necrópolis se hallan en el desierto, a considerable dis-
tancia de los valles contiguos de Pisco e lea, no se libraron de la acción
destructora de los buscadores de tesoros. Sin embargo, no ha sido Paracas
centro de activa explotación de a n t i g ü e d a d e s como lo fueron las afama-
das Necrópolis de C h a n c h á n en el Norte, Pachacamac y Cusco en el
Centro y Tiahuanaco en el Sur. E s en consecuencia t o d a v í a , u n arca de
a n t i g ü e d a d e s que guarda riquezas artísticas i n c ó l u m e s , no superadas
por n i n g ú n otro centro arqueológico de los hasta ahora descubiertos en
el Perú.
E n la vasta á r e a de la p e n í n s u l a no existen en la actualidad restos
ostensibles de viviendas o edificios. A no ser por las manchas blanquizcas
de conchas diseminadas sobre las colinas —indicadoras de viejos para-
deros— se diría que esta región, hoy yerma y desolada, nunca fue ocu-
pada por el hombre. Sorprende, por eso, hallar en el subsuelo de Paracas

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—cubierto con gruesas capas de arena y grava producidas por disgrega-
ción de las colinas rocosas y por dunas movidas constantemente por
fuertes vientos— abundantes testimonios de una larga ocupación hu-
mana, reveladores de una civilización altamente desarrollada, desapa-
recida muchos años ha o tal vez siglos, antes de los Incas.
Las peculiares condiciones físicas de esta región cálida y desértica,
agitada frecuentemente por vientos huracanados que levantan y trans-
portan considerables masas de arena borrando todo vestigio de habi-
tabilidad humana, contribuyeron a poner a salvo, en parte, tales testimo-
nios, librándolos de la acción destructora de los agentes físicos y biológi-
cos y de los profanadores de tumbas.
El material arqueológico de Paracas por su naturaleza, originalidad
e importancia histórica constituye el más alto exponente de una civiliza-
ción desarrollada en la extensa área del Centro Andino, área comprendi-
da entre el valle de Pativilca por el Norte y el de Majes por el Sur; y entre
el Océano Pacífico por el occidente y la línea que marca el comienzo del
llano amazónico, por el oriente.
Dentro de la civilización Paracas se comprenden, como se verá en el
curso de este libro, diversas culturas derivadas de un tronco común las
que, localizadas originariamente en distintas regiones del Centro Andino,
al desarrollarse se propagan por las áreas contiguas, mezclándose, fu-
sionándose y superponiéndose entre sí. Estas culturas constituyen la
gran familia geocultural Paracas, cuyos restos más típicos se hallan en el
departamento de lea, península de Paracas.

Paracas en la historia de la explotación


de antigüedades del departamento de lea

Ha ocurrido en Paracas lo que en otros lugares del departamento de lea,


donde las sepulturas gentílicas luego de soportar los primeros ataques de
los conquistadores, permanecieron inadvertidas por largo tiempo, siendo
perturbadas ocasionalmente durante la Colonia, y después saqueadas
ininterrumpidamente en las primeras décadas del presente siglo.
La región iqueña fue teatro de las primeras escenas de saqueos de
tumbas y demolición de monumentos que realizan los conquistadores
en el afán de obtener riquezas a toda costa. Las guerras civiles entre
Pizarro y Almagro, que por algún tiempo ensangrientan el país, son
costeadas en gran parte con los tesoros arrebatados a las tumbas de lea y
Nasca. Cuando Pizarro, a fines de 1537, hace su precipitado viaje al
Cusco, para debelar la rebelión de Almagro, pasa por el valle de Nasca.
Acampa allí durante varios días; toma prisionero al curaca del lugar, le
obliga a revelar los sitios donde se hallan sepultados sus antecesores, y

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luego le da muerte. Pizarro se apodera así de joyas avaluadas en cien mil
pesos de oro, de doscientas mil cargas de maíz y de cien mil ovejas. Y
cuando Juan de La Torre, capitán que fue de Gonzalo Pizarro, acampa en
el valle de lea obtiene de una sola sepultura, oculta bajo raíces de árboles
seculares, objetos de oro por valor de más de cincuenta mil pesos.
Después de tres siglos de reposo, y obedeciendo a causas distintas
de las que motivan la búsqueda de tesoros en la Conquista, los valles del
departamento de lea vuelven a ser teatro de nuevas y más intensas ex-
plotaciones causadas ya no por el oro, sino por el afán de adquirir curio-
sidades artísticas de la gentilidad.
En las primeras décadas del presente siglo los monumentos y sepul-
cros, declarados bienes inalienables tanto por la Corona Real de España
durante la Colonia, como por el Estado peruano durante la República,
son clandestina y ávidamente explotados por otro ejército tan devasta-
dor como el de la Conquista.
En pocos años, los monumentos son derrumbados y los cementerios
vaciados. Las vecindades de los valles, en otros tiempos asientos de den-
sas poblaciones indias, quedan desoladas después de la Conquista. Per-
dida la población aborigen, las encomiendas primero y las haciendas más
tarde se sirven de negros en los trabajos agrícolas. La nueva población
obrera, ajena a la tradición secular y sin respeto por las reliquias de un
pasado que no era el de su raza, convierte la búsqueda de tesoros de wakas
en una industria lucrativa al igual que la explotación de las minas.
Posteriormente, debido al alto precio que en el mercado alcanzan los
objetos arqueológicos como obras curiosas o artísticas, los campesinos
alternan las labores agrícolas con la búsqueda de tales curiosidades. Se
origina así el oficio de la wakería que, infortunadamente en el Perú, logra
la categoría de un trabajo especializado que no limita su acción a los
yacimientos arqueológicos de la superficie, sino la extiende a los que se
hallan en la profundidad, nunca profanados hasta entonces por estar
protegidos con arena, basura o escombros de edificios.
En ninguna otra parte de la costa peruana como en el departamento
de lea se puede apreciar la magnitud de los estragos producidos por la
wakería. Extensas áreas con múltiples hoyos —testimonio de tumbas
profanadas —, ruinas de poblaciones y basurales, campos de cultivo hoy
abandonados, aparecen enfilados en las zonas eriaceas de los valles, en
hileras casi continuas desde la cabecera del río hasta su desembocadu-
ra; ello revela cuán densa debió ser la población que residió en estos
lugares, cuán antigua la vida humana en estos valles, cuán próspera su
economía y cuán intensa la explotación de las riquezas dejadas en sus
tumbas.

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L a memoria de ciertos hechos a y u d a r á a explicar el p o r q u é de esta
periódica intensificación del saqueo de tumbas; a valorizar la importan-
cia histórica del acervo arqueológico perdido; y a la vez, apreciar las
circunstancias que en el correr del tiempo han permitido obtener un con-
junto de hechos que prueban la existencia de una n u e v a civilización en
el campo arqueológico peruano, la de Paracas, cuyo estudio es propósito
de este trabajo.
Se puede afirmar que todo hallazgo de cierta importancia, en una
región no explorada, ha sido el punto de partida de excavaciones clan-
destinas posteriores- E n efecto, cuando Max Uhle descubre en Ocucaje, a
principios de este siglo, cuatro tumbas con cerámica fina de brillante
policromía y vistosa decoración, rica en figuras simbólicas, de inmediato
se inicia una activa explotación de wakas en el departamento de lea. Los
productos obtenidos, que adquieren subido valor en el mercado, por mu-
chos años sostienen la avaricia de los traficantes en curiosidades indias.
E l propio Uhle afirma que sus peones y asistentes son los primeros en
difundir la buena nueva de sus hallazgos y en usufructuar el filón ar-
queológico descubierto. Las vasijas Nasca comienzan a lucir en las tien-
das de a n t i g ü e d a d e s de L i m a y de aquellos a ñ o s data la f o r m a c i ó n de las
primeras colecciones peruanas de Lima y de las que salen al extranjero.
E n u n p e r í o d o relativamente corto, los cementerios de Nasca son
profanados por cuadrillas de wakeros y los productos obtenidos v a n a
constituir, entre otras, las celebradas colecciones de Javier Prado, Enri-
que Fracchia y H e r m a n Gaffron. L a Sección A r q u e o l ó g i c a del Museo
Histórico Nacional adquiere 665 especies de Nasca de poder de los co-
leccionistas de lea. Y cuando en diciembre de 1924 se funda el Museo de
A r q u e o l o g í a Peruana, figuran entre sus colecciones nueve m i l especies
de Nasca adquiridas de igual manera.
A dicha é p o c a se remonta también el comienzo de la explotación
de las N e c r ó p o l i s de Paracas. E n las afamadas colecciones de tejidos
nasquences de Manuel Montero, Enrique Mestanza, Domingo Cánepa y
otros de Pisco; y en las de Weiss y Sutorios de L i m a — la mayor parte de
las cuales se encuentran en el extranjero— figuran telas bordadas poli-
cromas, con dibujos simbólicos decorativos. Estos tejidos se han identifi-
cado hoy como procedentes de la p e n í n s u l a de Paracas.
E l saqueo de tumbas en el departamento de lea, realizado en forma
casi continua e intensiva durante los últimos cuarenta a ñ o s , es muy
lamentable por los perjuicios irreparables que ha causado al patrimonio
histórico del país. Relativamente poco es lo que h a aprovechado la A r -
queología de estas alocadas remociones cuyo único objeto era la b ú s q u e -
da de oro o de especies selectas comerciables, dejando a la vista las tum-
bas vacías, los c a d á v e r e s desparramados y los objetos no cotizables a la

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intemperie o sepultados por los desmontes. Prolijas investigaciones prac-
ticadas en la misma región de los saqueos e informaciones obtenidas de
labios de los propios excavadores, han permitido reconstruir en parte
los diferentes tipos de tumbas, la estructura del terreno que las oculta, los
estilos de alfarería, tejidos y otros objetos funerarios, los tipos predomi-
nantes de deformación craneal y cuanto contribuye a correlacionar las
diversas unidades culturales dentro de un conjunto determinado, y a
localizar la procedencia de especies selectas originarias de esta región,
que se hallan en las colecciones privadas y en los museos.
La alfarería y tejidos de Nasca son entusiastamente elogiados por
su colorido, calidad y riqueza en representaciones simbólicas. Las bellas
vasijas policromas contribuyeron a acrecentar en Europa la fama legen-
daria del arte antiguo peruano. Contrasta, sin embargo, lo deslumbrante
de los hallazgos de esa época con la casi ausencia de trabajos arqueoló-
gicos serios. Más allá de la Memoria relativa al hallazgo incidental de
Uhle en Ocucaje y de aisladas descripciones de ciertas especies selectas,
no existe estudio alguno de importancia; nada se publica sobre las con-
diciones y pormenores de los hallazgos. Se conocen y valorizan las espe-
cies pero se ignora su exacta procedencia; lo que representan como expo-
nentes de una cultura avanzada del Perú.

Paracas en los albores de la historia arqueológica del departamento


de lea

El material de Nasca, cuyas especies selectas se contaban entonces por


millares, no era uniforme en su estilo ni procedía de un mismo sitio. Se
incluían en él diversas modalidades estilísticas en cerámica, tejidos y
plumaria. Extraída al margen de la disciplina arqueológica, la especie
era valorizada sólo como muestra de un arte avanzado.
Las colecciones consideradas originarias todas de Nasca y repre-
sentativas de una sola cultura, provenían, en rigor, no de Nasca única-
mente, sino también de otros valles de la Costa; de la vasta región com-
prendida entre el valle de Chincha, por el Norte, y el de Yauca, por el Sur;
y correspondían a culturas diferentes.
A partir de los hallazgos de Uhle se comienza a distinguir, dentro
del complejo Nasca, tipos y estilos diferentes de especies que resultan
pertenecer a entidades culturales distintas, coetáneas o sucesivas.
El cuadro cultural de Uhle sería en orden de antigüedad:

Proto-Nasca
Tiahuanaco
lea

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L a primera, la m á s antigua de l a Costa; la segunda, A n d i n a del
Kollao, irradiada a aquélla; la tercera, brote local reciente, en parte coetá-
nea con la cuarta Inka.
Cuando en 1915 tengo yo oportunidad de recorrer a caballo el valle
de Nasca, cuyos cementerios estaban entonces en activa explotación,
reconozco en los múltiples objetos de alfarería de las colecciones y en los
que se encontraban abandonados en los desmontes de las tumbas, dos
tipos culturales Nasca correspondientes a dos tipos de tumbas estructu-
ral y estratigráficamente diferentes.
Sobre la base de múltiples observaciones comprobadas en el terreno
mismo, denomino Pre-Nasca al tipo m á s antiguo de tumbas; y al otro,
Nasca.
Advierto, entonces, que las momias enfardeladas en grandes paque-
tes rellenos de a l g o d ó n y hojas de pacae, con cabezas artificiales simu-
lando figuras humanas, rostros recamados con plumas, lagrimones de
plata y vistoso tocado, vestidas con rúnicas de fina tapicería, tienen como
ofrendas vasijas y tejidos de estilo Tiahuanaco. Y descubro con sorpresa
dentro de los envoltorios que llevan en la espalda a manera de carga,
manojos de kipus. Esto me hace reflexionar que en a l g ú n p e r í o d o históri-
co Tiahuanaco e Inka son c o n t e m p o r á n e o s , o bien que el Kipu es una
invención Kolla anterior al p e r í o d o Inka.
Algunos a ñ o s d e s p u é s , Alfred L . Kroeber, quien en las colecciones
de Uhle de California distingue dos tipos Nasca a los que denomina
Nasca A y Nasca B —correspondientes [respectivamente], a los Nasca y
Pre-Nasca por m í nominados así en 1915 — no cree encontrar, cuando en
1926 realiza excavaciones en varios sitios del valle, pruebas suficientes
para aceptar m i tesis; esto es, que el Clásico Nasca esté precedido por
otra cultura m á s vieja, la Pre-Nasca. Por lo que s e r í a n s i n ó n i m o s :

Pre-Nasca (T.) = Proto-Nasca (Uh.) = Nasca B ( K . )


Nasca clásico (T.) = Nasca (Uh.) = Nasca A (K.)

E l cuadro de Kroeber sería, en orden de a n t i g ü e d a d :

Nasca A o Nasca clásico


Nasca B
Tiahuanaco y Sub-Nasca
lea e Inka

Exploraciones posteriores, realizadas entre los años 1925 a 1928,


incrementan el conocimiento todavía incipiente que se tenía de la A r -
queología de este departamento.

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E n 1925, en c o m p a ñ í a del doctor Samuel K . Lothrop, visito la p e n í n -
sula de Paracas y compruebo, por el examen de los despojos allí existen-
tes de tumbas explotadas, que los tejidos finos —entre ellos los mantos
bordados considerados como de Nasca — no p r o c e d í a n de ese lugar sino
de Paracas, de los cementerios llamados por los wakeros «Cabeza Lar-
ga»; y, a d e m á s , descubro en las faldas y hoyadas contiguas a la garganta
de la p e n í n s u l a cistos" hondos o pozos conteniendo c a d á v e r e s y objetos
distintos de los hasta entonces conocidos, a los cuales he denominado
posteriormente Cavernas de Cerro Colorado o Wari Kayan, que en kechua
significa a n t i q u í s i m o adoratorio.

Paracas en la historia de las expediciones arqueológicas de 1927 a


1932

A principios del a ñ o 1927, el gobierno encomienda al Museo de Arqueo-


logía Peruana, entonces dirigido por mí, preparar una colección arqueo-
lógica para ser exhibida en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, a
efectuarse en 1928. Esta feliz circunstancia me permite contar con los
medios económicos indispensables para equipar u n a expedición al de-
partamento de lea, entonces tierra de atracción arqueológica, por el térmi-
no de u n año. L a colección debía contener muestras representativas del
arte antiguo peruano en general. E n el Museo existían abundantes ejem-
plares duplicados para satisfacer esta demanda y para presentar una
excelente colección integral del Antiguo Perú. Infortunadamente, las es-
pecies del Museo obtenidas por compra, carecían de exacta procedencia y
de la historia de sus hallazgos. Figuraban entre ellas piezas miscelánicas
que no p o d í a n ser incluidas dentro de las culturas por entonces reconoci-
das. De allí que, para clasificar los materiales destinados a Sevilla y equi-
parlos de su historia, se hizo necesario realizar u n viaje de inspección a
todos los valles del departamento, examinar las tumbas abiertas en los
ú l t i m o s a ñ o s por los wakeros, efectuar excavaciones de prueba y
correlacionar los tipos de cerámica con los tipos respectivos de tumbas.
E n los trabajos realizados con este fin, entre enero de 1927 y abril de
1928, se efectúan los siguientes hallazgos:

o
I Dentro del área de los cementerios Nasca, secciones conteniendo
grandes cámaras construidas con adobes rectangulares y palos corta-
dos con herramientas de filo, en las que habían momias confecciona-
das en fardos rellenos de a l g o d ó n , con cabezas humanas artificiales y
ropa fina de tapicería del estilo Tiahuanaco.

2
E l término arqueológico adecuado es cista. Sin embargo, respetaremos las grafías usadas
en la primera edición. (N. del E . )

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o
2 En el valle de Nasca, en el fundo Pacheco, pozos conteniendo alfarería
rota, de un estilo nuevo por su tamaño, calidad, forma yriquezafigurativa
y ornamental, proveniente de tazas ceremoniales de gran tamaño, decora-
das con dibujos de plantas alimenticias andinas y de vasijas pequeñas, en
su mayor partefigurativas,de un tipo mixto: Kollawa-Rukana.
o
3 En la quebrada de Las Trancas, capas de tumbas superpuestas
correspondientes a tres culturas distintas: la inferior, del tipo Pre-
Nasca; la media, del tipo Nasca clásico; y la superior, del tipo denomi-
nado hoy Rukana y comprendido dentro del entonces hipotético
Tiahuanaco.
o
4 En Ocucaje, cementerios formados por cámaras pequeñas conte-
niendo múltiples cadáveres ~ algunos colocados dentro de tinajones —
y alfarería y tejidos del llamado tipo lea, y hoy, Chincha.
o
5 En la península de Paracas se descubre la Gran Necrópolis de Cerro
Colorado, que yacía oculta bajo capas de arena y basura, de la cual se
extraen 429 fardos conteniendo cadáveres envueltos en telas bordadas
y acompañados de múltiples ofrendas.
o
6 En Usaka, tumbas estructuralmente no distintas de las de Nasca;
pero, como lo notara en 1915, con el cadáver esqueletizado, casi
calcificado y fragmentado; y cerámica fina con predominio de la forma
globular con doble pico y asa como la de Nasca, ornamentada con
figuras rojo-violáceas sobre fondo blanco.

Las exploraciones de 1927 aportan testimonios fidedignos de la exis-


tencia de dos clases de culturas en el departamento de lea: unas, locales,
desarrolladas en el litoral; y otras, extrañas, irradiadas a la Costa desde
los centros andinos de Tiahuanaco y Cusco, y otros cuyos puntos de
origen aún se ignoraban.
Ya desde el año 1925 comienzo a distinguir, en los valles situados al
sur de Nasca, ceramios y textiles policromos de lana y algodón •
estilo diferente de los conocidos Inka y Tiahuanaco. En Acarí y Moquegua
mezclados con restos Chincha, y en el valle de Ocoña, principalmente en
sus cabeceras, especies de formas y estilos mejor diferenciados. Dichas
muestras dan la impresión de ser exponentes de un arte mixto que tiene
caracteres similares a los de Chincha, por un lado, y a los de Pukina y
Atacama, por otro.
Pocas especies se conocen todavía de este nuevo arte que puede ser
muy antiguo y representar una nueva onda de migración andina. De ahí
que extendiera mis exploraciones hacia el oriente, para indagar los lími-
tes aproximados de las culturas locales de la Costa y las vinculaciones
que podían tener con las de Tiahuanaco e Inka — las únicas reconocidas
hasta entonces — o con las que ya comenzaban a esbozarse por los aisla-
dos hallazgos en otros lugares de la Sierra.
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Así, en 1931 exploro l a S i e r r a contigua al departamento de lea des-
c u b r i e n d o el y a c i m i e n t o de K o n c h o p a t a , e n l o s s u b u r b i o s d e l a c i u d a d
de A y a c u c h o , y l a s r u i n a s d e l a a n t i g u a p o b l a c i ó n d e W i ñ a k e , l l a m a d a
hoy W a r i o W a k a u r a r a , ambas en la cuenca del río H u a r p a , p e q u e ñ o
tributario del Mantaro.
E n K o n c h o p a t a , ocultos b a j o m o n t í c u l o s de g r a v a y b a r r o , d i s e m i n a -
d o s e n u n a a m p l i a m e s e t a c u b i e r t a de a r b u s t o s , d e s c u b r o p o z o s conte-
n i e n d o a p i l o n a m i e n t o s de a l f a r e r í a r o t a de l a m i s m a c l a s e d e l a h a l l a d a
e n el f u n d o c o s t e ñ o de Pacheco. L a m a g n i t u d del yacimiento, las n u m e -
r o s a s h u e l l a s de h a b e r s i d o u n c e n t r o de f a b r i c a c i ó n de c e r á m i c a y l a s
estrechas semejanzas de s u a l f a r e r í a c o n l a h a l l a d a e n l a C o s t a , e n
P a c h e c o , m e i n c l i n a n a creer q u e este s i t i o es u n o d e los f o c o s p r i n c i p a l e s
de u n t i p o a r c a i c o d e l a c u l t u r a K o l l a w a , r e p r e s e n t a d a p o r l a m e n c i o n a -
da cerámica.
E n l a s r u i n a s de W a r i o W i ñ a k e , p r o v i n c i a d e H u a m a n g a , d e s c u b r o
d e n t r o y f u e r a d e l á r e a d e e l l a s , e s t a t u a s de p i e d r a y g r a n d e s a c u m u l a -
c i o n e s de c e r á m i c a s e m e j a n t e a l a q u e a p a r e c e e n N a s c a , c u y a f i l i a c i ó n
c o n é s t a es c l a r a y e v i d e n t e .
C o n t i n u a n d o m i s e x p l o r a c i o n e s , r e c o r r o l a r e g i ó n de l a s c a b e c e r a s
de los v a l l e s d e l l i t o r a l d e l P a c í f i c o , s i t u a d a a l o c c i d e n t e de l a h o y a d e l
Mantaro, c o m p r e n s i ó n de las actuales p r o v i n c i a s de Cajatambo, C a n t a ,
H u a r o c h i r í y Y a u y o s — a ú n n o r e c o n o c i d a d e b i d a m e n t e —, e n c o n t r a n d o
r u i n a s de a l d e a s , v i v i e n d a s c o n s t r u i d a s c o n p i e d r a s y techos d e p a j a o
de l a j a s ; c á m a r a s f u n e r a r i a s (kullpis o chaukallas), conteniendo m o m i a s
h u m a n a s desecadas, envueltas e n paja y protegidas con redes de fibras
v e g e t a l e s . L a a l f a r e r í a q u e l a s a c o m p a ñ a es d e l m i s m o t i p o q u e l a d e l
Mantaro.
E n l o s s i t i o s m á s e l e v a d o s d e e s t a r e g i ó n C i s a n d i n a l a a l f a r e r í a es
r ú s t i c a , u t i l i t a r i a y a m e d i d a q u e se d e s c i e n d e a l o s v a l l e s de l a C o s t a ,
m e n o s r ú s t i c a h a s t a ser s u s t i t u i d a p o r l a f i n a a l f a r e r í a p o l i c r o m a .
L a c e r á m i c a p o l i c r o m a d e C h a n c a y , l a d e N i e v e r í a ( P r o t o - L i m a de
U h l e ) , l a de los v a l l e s d e l R í m a c y L u r í n y l a q u e se e n c u e n t r a e n l a s
capas m á s antiguas de las w a k a s de los valles de A s i a , M a l a y H u a r c o ,
tienen estrecha a n a l o g í a c o n l a de l a h o y a del Mantaro.

Paracas en el cuadro general de las culturas


reconocidas en el departamento de lea

L o s t r a b a j o s a r q u e o l ó g i c o s r e a l i z a d o s d e s d e e l a ñ o 1925 h a n c o n t r i b u i -
do a l m e j o r c o n o c i m i e n t o de l a A r q u e o l o g í a d e l d e p a r t a m e n t o d e l e a y
d e l C e n t r o A n d i n o . M e d i a n t e e l l o s se h a n a l c a n z a d o , e n t r e otros, l o s
siguientes resultados:

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o
I Se ha comprobado la existencia de restos de seis culturas defini-
das por caracteres peculiares; cada una de ellas localizada en determi-
nada área geográfica, circunscrita a una de las regiones naturales del
país, o propagada a través de las otras. Ellas son:

L Paracas
I I . Chanka
III. Rukana
IV. Kollawa
V. Chincha
V I . Inka

Estos nombres corresponden a los de los sitios donde se hicieron los


hallazgos, como en el caso de Paracas; o a los de las naciones que ocupa-
ron el Centro Andino, antes del dominio Inkaico y en cuyo territorio se
encuentran sus restos mejor definidos y en mayor abundancia, tales los
casos de Chincha, Chanka, Rukana, Kollawa e Inka.
o
2 Estas culturas pasan por diversas etapas en su desarrollo: Arcai-
ca, Media o Clásica y Decadente.
En la Arcaica tienen íntima vinculación por un lado, con Chavín
—vieja cultura de la falda oriental de los Andes — y, por otro, con Huaylas
— antigua cultura del Norte ecuatorial y de la falda occidental de los
Andes —. Es por tanto mixta. Caracteriza su arte el predominio de figu-
ras grabadas en piedra, hueso y lagenas; y a su cerámica, la decoración
negativa.
En la Clásica o Media, las culturas son derivadas de la anterior y
diferenciadas localmente por las influencias ambientales del medio
donde se fijaron. Están caracterizadas, las de la Sierra, por el notable
desarrollo alcanzado por el arte textil gracias al uso de la lana de
auquénidos y de tintes vegetales, y las de la Costa, por igual desarrollo
en la cerámica, debido al uso de tierras finas, plásticas y de tintes mine-
rales policromos.
La Decadente, continuación de la anterior, caracterizada por la de-
clinación del arte y la aparición de formas manufacturadas más senci-
llas y utilitarias.
Consecuentemente, en la cultura Paracas se comprende: a. Las Ca-
vernas de Wari Kayan, b. Las Necrópolis de Paracas, c. Pre-Nasca y
Nasca clásico, d. Sub-Nasca, en orden sucesivo.
En la cultura Chanka: a. Pre-Chanka, b. Chanka clásico, c. Sub-
Chanka.
En la Rukana: a. Pre-Rukana o Wari de Ayacucho, b. Rukana clásico
y Sub-Rukana.

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100
En la Kollawa: a. Pre-Kollawa o Pacheco, b. Kollawa clásico, c. Sub-
Kollawa.
En la Chincha: a. Pre-Chincha, b. Chincha clásico, c. Sub-Chincha.
En la Inka: a. Pre-Inka o Cusco arcaico, b. Inka clásico (de los silla-
res), c. Inka del Imperio, o de la dinastía de Manko.
o
3 . Ciertos elementos fisionogmónicos sirven de pauta para el inme-
diato reconocimiento de cada una de estas culturas.
La cultura de las Cavernas, representada por los hallazgos de Cerro
Colorado, Ocucaje y Cayangos, se caracteriza por ciertos elementos pro-
pios como la alfarería imitando frutos de lagenas con figuras incisas
pintadas a la laca, o con decoración negativa; canastos, redes, gasas y
telas caladas.
La de las Necrópolis, por los fardos funerarios ricos en mantos bor-
dados que envuelven el cadáver.
La Pre-Nasca, por la alfarería fina globular de doble pico recto y de
asa plana, ornamentada con figuras demoníacas de cuyas cabezas pen-
den cordones con cabezas humanas ensartadas sobre fondo blanco
lechoso brillante.
La Nasca, por la conocida cerámica policroma con un predominio
de figuras realistas en su decoración, la misma que Uhle denominara
Proto-Nasca.
La Chanka, por vasijas globulares o bilenticu lares con dobles tubos
divergentes y asa, decoradas con figuras de monos y peces monstruosos y
escenas de cacerías de vicuñas y de cabezas humanas en las que aparecen
guerreros portando partes del cuerpo humano y flechas emplumadas.
La Kollawa, expansión a la Costa de una cultura andina cuyo cen-
tro aún no está bien determinado, representada por las grandes tazas
descubiertas en Kawachi, fundo de Pacheco, el año 1927, del mismo
estilo de los ejemplares hallados en Pachacamac y que Uhle designara
epigonal de Tiahuanaco.
La Chincha, por la alfarería de factura maciza con ornamentación
en base a reproducciones de figuras geométricas copiadas de los tejidos.
Sus restos se hallan en la capa más superficial de toda la región arqueo-
lógica del departamento de lea.
Y finalmente la Inka, representada por la expansión de la vieja cul-
tura del valle de Vilcamayo hacia la Costa.

La importancia de los materiales arqueológicos


adquiridos en 1927 en Kopara, Pacheco y Paracas

El material adquirido en estas exploraciones es excepcional por el monto


de las especies colectadas y por su importancia histórica y artística. Lo

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101
obtenido es el resultado de año y medio de trabajos intensivos en el cam-
po y procede sólo de pocos sitios arqueológicos del departamento de k a ,
no reconocidos o muy superficialmente excavados por los wakeros. És-
tos son: el valle de Kopara o de Las Trancas, donde encuentro numero-
sos cementerios enfilados en sus dos flancos; el fundo Pacheco, cerca de
Kawachi, valle de Nasca, en el que hallo pozos líenos de alfarería frag-
mentada de calidad superior; y la península de Paracas, valle de Pisco,
donde descubro Cavernas funerarias y grandes Necrópolis en el Cerro
Colorado o War i Kayan.
En los valles de Kopara, Nasca, Ingenio y Wayuri abro 537 tumbas
extrayendo su contenido completo consistente en 4 741 especies. De di-
chas tumbas, 160 son Nasca; 201, Chanka; 143, Rukana; 13, Kollawa; 6,
Chincha; 14 de contenido mixto —con intrusiones posteriores— cuya
cultura no ha sido posible reconocer.
De los pozos de Pacheco extraigo alrededor de dos toneladas de frag-
mentos de alfarería de tan fina calidad y tan bella ornamentación que la
puedo considerar como una de las más notables del arte antiguo peruano.
Estos fragmentos, al ser clasificados y agrupados, produjeron variados
conjuntos que correspondían a vasijas grandes y pequeñas que, una vez
reconstruidas, integraron cuatrocientas pequeñas, figurativas, y 20 gran-
des tazas de más de 1 metro de alto por 0,90 centímetros de diámetro.
Constituye la base de la decoración de estas tazas, plantas alimenti-
cias oriundas del Perú, reducidas a cultivo por los indios, tales como la
papa, la oca, la mishwa, la quinua, el tarwi y el maíz. Las piezas peque-
ñas reproducen seres humanos, y animales oriundos del Antisuyo como
el mono y el tigrillo, y de la Sierra andina, como la llama, la alpaca y la
vicuña.
Este hallazgo aparentemente exótico, dentro del campo conocido de
la Arqueología de la Costa central andina, indujo a buscar los orígenes
del arte allí representado en la Sierra contigua o en la Montaña.
En la garganta de la península de Paracas descubro 39 cavernas
funerarias, algunas de éstas cubiertas por gruesas capas de arena y de
basura. Sólo siete cavernas fueron estudiadas el año 1925, extrayéndose
de ellas 767 especies, consistentes en esqueletos de hombres, mujeres y
niños envueltos en telas rústicas, caladas, y redes con sus respectivas
ofrendas. Entre las especies más importantes figuran cráneos trepanados,
cuchillos y estiletes de obsidiana; telas ornamentadas con figuras de
peces y serpientes; y un tipo nuevo de cerámica con ornamentos incisos
y pintura a laca.
De la Gran Necrópolis de Wari Kayan o Cerro Colorado extraigo 429
fardos de forma cónica, de diverso tamaño, algunos hasta de 1,50 metros
de alto, conteniendo cadáveres casi en su totalidad de ancianos, con

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102
llamativas ofrendas textiles. Los cadáveres están descuartizados, apa-
rentemente cocinados o ahumados como si hubieran sido sometidos a
un tratamiento especial de preservación. Los objetos que los acompañan
son en su mayoría ceremoniales: vasijas finas de barro reproduciendo
frutos; y cetros, abanicos y minúsculas prendas textiles.
El monto y calidad excelente de las especies son reveladores de un
arte avanzado que no pudo ser destinado al común del pueblo, sino a
sacerdotes, curacas o altos dignatarios de aquella antigua sociedad. E l
vasto cementerio de la península, de donde se ha extraído esta clase de
fardos, debió por tanto pertenecer a una clase selecta que alguna relación
pudo tener con la religión o el culto a los dioses. Éstos tenían sus moradas
en la península de Paracas o en las legendarias islas de Sangallán y
Chincha, donde los indios acudían en romería a sus prácticas religiosas
según la tradición recogida por los cronistas y extirpadores de idolatrías.
En el curso de los trabajos hago, además, un reconocimiento de las
numerosas hoyadas áridas que bordean las vegas comprendidas en la
cuenca del Río Grande de Nasca, y realizo excavaciones en los sitios
señalados por manchas brunáceas de basura, encontrando hileras de
tumbas cubiertas con arena, con restos de chozas y viviendas de adobes;
y capas de tumbas de diferentes culturas: las Chanka debajo de tumbas
Nasca y las Rukana encima de éstas. Además, en la base de ciertos mon-
tículos artificiales, formados por apilonamientos de adobes rectangula-
res, descubro cámaras conteniendo momias enfardeladas de tipo Kollawa.
Con estos hallazgos logro hacer una clara distinción entre las tumbas
Nasca, Chanka, Kollawa y Rukana, correspondientes a culturas distin-
tas, comprobando con testimonios objetivos, el orden o secuencia de los
enterramientos.

Los cuidados iniciales de preservación de los materiales obtenidos el


año 1927

Los materiales encontrados casi en su totalidad dentro de áreas muy


pequeñas son extraídos, dada su naturaleza e importancia, extremándo-
se las precauciones convenientes para evitar su ulterior desintegración,
pérdida o deterioro.
El material de Las Trancas, adquirido mediante sistemáticas explo-
raciones y excavaciones, es recogido íntegramente y, en muchos casos,
los pormenores de los hallazgos son registrados gráfica y fotográfi-
camente. El cadáver esqueletizado, desnudo o vestido con ropas finas, y
sus variadas ofrendas, es acondicionado en un solo paquete para evitar
posteriores confusiones con las unidades de otros conjuntos.

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103
Los fragmentos de alfarería policroma encontrados en los pozos de
Pacheco, son reconocidos desde los primeros hallazgos como pertene-
cientes a vasijas rotas intencionalmente al sepultarlas. C a d a fragmento
es in situ, limpiado y empaquetado para facilitar s u restauración e iden-
tificación, y su traslado a los d e p ó s i t o s del Museo.
Precauciones m á s prolijas se toman al practicar la extracción de los
429 fardos funerarios de la Necrópolis de W a r i K a y a n . L a m a y o r í a de
estos fardos tienen las bases carbonizadas, deterioradas, las cubiertas
rotas debido al contacto con el c a d á v e r que había sido ahumado o pues-
to al fuego para desecarlo, o sometido a ciertas sustancias de acción
corrosiva, tal vez salitre, para conservarlo, las que unidas a los fluidos
cadavéricos escurrieron hacia la base del fardo produciendo la destruc-
ción de las telas por c o m b u s t i ó n química. H í z o s e necesario, por eso,
reenfardel arlos en el mismo sitio de donde fueron e x t r a í d o s , p r o t e g i é n -
dolos con p a ñ o s de crudo.
T a n abundantes colecciones colman la capacidad del Museo, lo que
obliga a habilitar u n nuevo local como depósito. Allí se almacenan pro-
visionalmente los paquetes provenientes de las tumbas de Kopara, los
millares de fragmentos de Pacheco y los fardos funerarios de Paracas. Y
se instalan t a m b i é n las oficinas de catalogación, el laboratorio de disec-
ción de los fardos y los talleres de reparación y r e s t a u r a c i ó n de telas, de
fabricación de maquetas de los principales tipos de tumbas reconocidas
y de m a n i q u í e s de hombres y mujeres, destinados a exhibir la vistosa
indumentaria hallada en los fardos de Paracas.
Las Trancas, Pacheco y Paracas, en especial este ú l t i m o , quedan
consagrados como importantes centros arqueológicos y se les pone bajo
el amparo del Patronato Nacional de Arqueología.
L a s excavaciones de prueba practicadas en Paracas conducen a
descubrir cavernas funerarias, las que son reconocidas hasta sus bocas
circulares y el cerco de piedras que las protege y marcadas con estacas,
colocadas al centro de cada una de ellas con el respectivo n ú m e r o de
orden de descubrimiento.

La divulgación del descubrimiento de Paracas

E l valioso descubrimiento de Paracas en 1925 es divulgado de inmediato


por noticias que proporciono a los periódicos de L i m a y por la síntesis de
las primeras exploraciones realizadas que presento al Congreso de
Americanistas celebrado en Roma en 1926, o sea, a los pocos meses del
hallazgo.
E n las Memorias del Museo, correspondientes a los años de 1925 a
1930, consigno los pormenores de los hallazgos, las condiciones en que

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104
fueron encontrados los materiales arqueológicos entregados al Museo, y
las medidas requeridas para asegurar su preservación.
El 23 de diciembre de 1927, el Museo realiza una Exposición Espe-
cial de Paracas en homenaje al Congreso Latinoamericano de Medicina.
Se exhiben en esa oportunidad numerosos ejemplares de huesos huma-
nos patológicos y cráneos trepanados extraídos de las Cavernas; una
colección de lancetas y cuchillos de obsidiana encontrados junto a los
cadáveres; y apósitos, láminas de oro, gasas y vendas halladas prote-
giendo las heridas de la cabeza.
E l año 1928, con motivo de la reunión del xxm Congreso de
Americanistas de Nueva York, se presenta ante ese certamen las prime-
ras muestras del material de las Cavernas, consistentes en ejemplares
seleccionados entre los más representativos de este nuevo arte e ilustra-
ciones gráficas y fotográficas de la historia de los hallazgos y de las
observaciones efectuadas hasta entonces.
En octubre de 1929 se realiza en el Museo una exposición de las
especies selectas; y en el mismo año, otra ante el Congreso Sudamericano
de Turismo. En dichas oportunidades el público pudo apreciar la mag-
nitud y excelencia de este arte, nuevo en los recuerdos arqueológicos del
país. E l 20 de octubre se abre ante los miembros de dicho Congreso el
fardo funerario N.° 91, extrayéndose de él 40 telas que figuran entre las
mejores de la textilería de Paracas.
A fines de 1929, el gobierno decreta la ampliación del edificio del
Museo; adquiere vitrinas de acero y vidrio destinadas a la exhibición de
las colecciones de Paracas, y fomenta las investigaciones aumentando el
personal técnico y los ingresos del presupuesto del Museo.
Comienza el año 1930 bajo las más halagadoras perspectivas. Mien-
tras se prepara la ampliación del local, se emprende el estudio de los
materiales de Nasca, Pacheco, Cavernas y Necrópolis, dando preferente
atención a las especies que por su estado de deterioro demandaban un
tratamiento inmediato o r e q u e r í a n un paciente trabajo de reparación.

Diversos factores que contribuyen a mermar el acervo arqueológico


reconocido en los sitios explorados, y a desintegrar las colecciones
obtenidas

El 26 de septiembre de 1930, el gobierno del Perú auspicia una nueva


exposición; y pocos días después reorganiza el Museo, reemplazando
inusitadamente al personal técnico por un personal administrativo.
Desde entonces quedan, desgraciadamente, interrumpidos los tra-
bajos en pro de la conservación y del estudio de los materiales descubier-
tos. Privados los cementerios de Nasca y Paracas de la directa vigilancia

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105
del Museo, los wakeros toman posesión de las Cavernas reconocidas y
marcadas con estacas numeradas, y de las Necrópolis de Wari Kayan,
aún no explotadas.
Durante los años de 1931 a 1933 dichos cementerios son saqueados
repetidas veces. Las remociones hechas por las excavaciones clandesti-
nas ocupaban áreas extensas, y lo extraído debió ser grande a juzgar por
el monto de los cadáveres hallados en la superficie y por las colecciones
de mantos bordados y otras piezas textiles que se vendían públicamente
en Nueva York en 1932 y en Londres en 1933.
Los cementerios del valle de Kopara son igualmente saqueados. En
los montículos de los Médanos, los wakeros encuentran grandes cámaras
construidas con piedras labradas conteniendo valioso material arqueoló-
gico, y las piezas no cotizables por ellos son arrojadas a la intemperie.
Los grandes pozos de Pacheco, llenos de alfarería rota, desaparecen
entre los años de 1933 a 1934 a causa de los trabajos de deforestación y
nivelación de tierras, con fines agrícolas, efectuados en aquellos años.
Hoy no es posible localizar los sitios donde se hallaron en 1927 las rum-
bas superpuestas, y donde estuvieron los montículos cubiertos de tupi-
dos huarangales ocultando los referidos pozos.
A mediados del año 1930, el Museo de Arqueología Peruana cuenta
con 429 fardos funerarios de Paracas entre ellos 33 grandes, de más de
1 m de alto con telas finas y corrientes; 33 medianos, de 1 metro; y 363,
pequeños en su mayoría, consistentes en momias descuartizadas o en
huesos sueltos. Desde los primeros trabajos de desenfardelamiento y
disección de estos bultos se observa que su volumen guarda relación con
el número de capas de telas finas agregadas a un paquete central, como
si éste hubiera sido extraído periódicamente de la tumba y se le hubiera
agregado nuevas ofrendas textiles. Además, con 5 012 especies proce-
dentes de 537 tumbas Nasca, y con los numerosos objetos de alfarería
Pacheco reconstruidos.
Ciertas circunstancias contribuyeron directa o indirectamente a
mermar y desintegrar estos conjuntos arqueológicos que, dada SU excep-
cional importancia, era aconsejable mantenerlos intactos y al amparo de
una sola institución. El año 1929 son seleccionados seis fardos entre los
429, y exportados a Europa para su exhibición en el pabellón peruano de
la Exposición de Sevilla.
En el robo efectuado al Museo Nacional, el 18 de enero de 1933,
desaparecen algunas de las especies de oro de Paracas y de Nasca; y en
agosto de 1937 se remiten a Nueva York cuatro fardos para su exhibición
en el Museo Metropolitano.
El estado en que se encontraban las colecciones de Paracas, Kopara
y Nasca a fines de 1930 en el Museo de Arqueología Peruana, cuando

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106
sobrevino el cambio de personal, era el siguiente: las telas finas halladas
dentro de 25 fardos grandes de Paracas, en exhibición; las telas deterio-
radas, fijadas en bastidores; los cadáveres y telas burdas, empaqueta-
dos; las varas ceremoniales y los múltiples objetos de hueso, caña, lagena,
cráneos trepanados con sus respectivos turbantes, y telas semicar-
bonizadas, acondicionadas en cajas y en paquetes; la alfarería fina ex-
traída de Kopara, en exhibición; la ropa, de la misma procedencia, en
vías de restauración; y el material fragmentario de Pacheco reconstruido
en su totalidad.
La reorganización del Museo de Arqueología Peruana, su transfor-
mación en una entidad de carácter meramente administrativo y la crea-
ción en 1931 de un instituto dependiente de aquél —con exiguo soporte
económico— destinado al estudio de los materiales obtenidos en las
excavaciones, trae consigo su traslado parcial a otro edificio y, por ende,
un motivo más para su desintegración. Las especies en exhibición que-
dan en el Museo de Arqueología Peruana, y las que se hallaban empa-
quetadas pasan a principios del año 1932 al Museo Bolívariano de Mag-
dalena Vieja, donde se instalan, a falta de vitrinas y estanterías, en los
pisos de las salas y corredores que por entonces eran los únicos sitios
disponibles para albergar el valioso material de Paracas.
Por aquellos años el instituto no contaba con los fondos indispensa-
bles para asegurar su funcionamiento, ni con el personal técnico prepa-
rado para los trabajos de preservación, estudio e investigación.
La magnitud de las colecciones y la delicadeza de las especies de-
mandaban urgentemente materiales de conservación que las protegie-
ran de la humedad, de los agentes biológicos de destrucción y de los
continuos cambios de sitio; y demandaban, a su vez, la colaboración de
personas interesadas en esta clase de estudios.
Es por esto que desde los comienzos del año 1931, sugiero al gobier-
no la conveniencia de obtener la cooperación de la Universidad con el
Museo; de la Cátedra de Arqueología e Instituto de Investigaciones
Antropológicas de aquélla, con el Instituto del Museo Nacional para
intensificar, bajo el amparo de la Universidad, los estudios y conserva-
ción de las colecciones de Paracas; proyecto que aunque logra legalizar-
se por resolución suprema de 12 de junio de 1931 no se lleva a efecto.

Otras iniciativas en pro de la conservación y estudio de los materiales


de Paracas

Muy serios fueron los problemas que hubo que afrontar para asegurar la
integridad del material de Kopara, Kawachi y Paracas, y a la vez para
llevar a cabo investigaciones basadas en dichas fuentes de estudio. Pro¬
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107
teger a todo trance dicho material era lo urgente e inaplazable. Para ello
se requería local apropiado y recursos indispensables para el funciona-
miento de un laboratorio y un taller donde prepararlo y estudiarlo. Con-
servar e investigar era más urgente que exhibir y publicar, La mayoría de
las especies de Paracas son obras de arte, testimonios históricos únicos e
insustituibles de la antigüedad del Perú, y su estudio no podía ser reali-
zado en tiempo limitado y sin los medios indispensables para hacer
efectiva la labor.
Esta situación explica las continuas gestiones que se hacen para
poner a salvo tales reliquias arqueológicas, y para llamar la atención de
los americanistas y del público ilustrado en general sobre la importancia
de estas fuentes de estudio. La circunstancia de haberse hallado el mate-
rial de Paracas en su mayor parte dentro de fardos; lo delicado y frágil de
las prendas contenidas en ellos, prendas en su mayoría carbonizadas o
deterioradas y adheridas a tejidos burdos, y en ciertos casos impregna-
dos de sales delicuescentes, me obligan a atender de preferencia a los
trabajos de preservación.
Aprovecho de un viaje que hiciera a los Estados Unidos en 1936
— a invitación de la Universidad de Nuevo México — para tratar sobre
estos asuntos de interés americanista. Gracias a la simpatía que el Perú
de los Inkas despierta en el país del Norte, y a la honrosa acogida que me
dispensaran la señora Truxton Beale y los profesores Edgar L. Hewett,
Alfred L. Kroeber y Leslie Spier, se funda el Institute of Andean Research
en Nueva York, el 26 de septiembre del mismo año, para fomentar en
forma activa las investigaciones andinas en el Perú.
Posteriormente, en mayo de 1937, visita el señor Nelson A. Rockefeller
el Depósito de Antigüedades de Paracas del Instituto de Antropología, y
ofrece su decidido apoyo a los fines científicos que persigue, como puede
apreciarse en la siguiente carta:
Country Club, Lima, Perú, Mayo 21,1937. Dr. Julio C. TeJlo, Miraflores,
Querido Dr. Tello: durante nuestra breve visita al Perú, mi imaginación e
interés han sido exaltados por la tremenda riqueza arqueológica de su
país. Las posibilidades para el estudio e investigación científica son
ilimitadas; y me parece que para desenmarañar la historia del pasado
requerirá la más amplia cooperación de los arqueólogos más notables
de ambas Américas. ¿Sería posible para mí ayudar a vincular a estos dos
grupos? Yo puedo asegurarle a usted que nada me proporcionaría ma-
yor placer. Por tanto, a mi regreso a New York yo haré todo lo que esté
en mi poder para atraer el interés y soporte del Presidente y Directorio,
así como del Director y personal del Museo Metropolitano (del que yo
soy uno de los Directores) en la gran obra que usted y sus colegas están
empeñados.

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Y o estoy particularmente ansioso de que algo debería ser hecho inme-
diatamente para salvar los cerca de 400 bultos de material que usted
extrajo de Paracas, y que e s t á n desgraciadamente d e s i n t e g r á n d o s e con
rapidez en l a actualidad debido a la falta de facilidades convenientes para
una conservación adecuada de ellos. Pensar que tan valioso material
histórico corriera el riesgo de deshacerse en pedazos a causa de la falta de
fondos, me preocupa, desde que nunca puede ser reemplazado una vez
destruido por la acción del tiempo.

Por tanto, antes de partir del Perú, yo dejaré en la Embajada Americana


el equivalente de $3,000 para ser utilizado bajo s u dirección en la preser-
vación y exhibición de este material. Y o comprendo que esta suma re-
presenta solamente u n cuarto del total del costo de este trabajo s e g ú n
lo ha estimado usted. Por tanto, a mi regreso a N e w Y o r k t r a t a r é de
interesar al Museo Metropolitano para que coopere con usted en u n plan
que lleve a cabo el resto de este trabajo, así como en los estudios arqueo-
lógicos posteriores.

E n esta conexión, a f i n de que el Museo Metropolitano pueda tener una


evidencia de primera mano, yo consideraría altamente útil si el Museo
Nacional pudiera enviarme a N e w Y o r k cuatro o cinco de estos paque-
tes representativos de los cuatrocientos que usted tiene, desde que ellos
serían de asistencia infinita para mi al presentar l a situación arqueológica
al Museo Metropolitano. Esto parece ser la manera m á s eficaz que puede
hacerse para llevar a su convencimiento la verdadera urgencia que hay
de preservar esta gran colección.

H a sido para nosotros el placer m á s grande posible haber pasado tantas


horas interesantes con usted durante toda nuestra breve e s t a d í a en el
Perú.

C o n muchas gracias y mejores deseos.

Sinceramente

(Firmado) Nelson A. Rockefeller.

C o n e l s o p o r t e de R o c k e f e l l e r se i n i c i a u n p e r í o d o d e i n t e n s a a c t i v i -
d a d e n e l I n s t i t u t o d e A n t r o p o l o g í a . L o s trabajos de l a b o r a t o r i o p e r m i t e n
p o n e r a l a v i s t a el e x c e l e n t e m a t e r i a l q u e se e n c o n t r a b a h a s t a e n t o n c e s
e m p a q u e t a d o . L a s telas r e p a r a d a s s o n c o l o c a d a s e n c a j a s e s p e c i a l e s d e
cedro, y en bastidores acondicionados adecuadamente para s u fácil ex-
p o s i c i ó n . Se arreglan n u m e r o s a s especies que h a b í a n p e r m a n e c i d o e m -
p a q u e t a d a s d u r a n t e v a r i o s a ñ o s ; se l o g r a i d e n t i f i c a r l a s n u m e r a c i o n e s
o r i g i n a l e s p u e s t a s e n e l c a m p a m e n t o , y q u e se h a b í a n b o r r a d o o p e r d i d o .

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Universidad del Perú. Decana de Ame rica
109
mediante la confrontación con las registradas en los catálogos e
inventarios; se reintegran en gran parte a sus respectivos conjuntos las
diversas unidades pertenecientes a un mismo fardo, todo lo que hizo
posible la posterior exhibición, no sólo de especies selectas sino de la
mayoría del material hallado en Nasca y Paracas.
Pocos meses después, a mediados de 1938, el gobierno del entonces
general Benavides, secundado eficazmente por el Ministro de Educación
Pública, general Ernesto Montagne, el Ministro de Relaciones Exteriores,
doctor Carlos Concha, y el doctor Mariano Peña Prado, miembro del
Consejo de Conservación de Monumentos Históricos, presta al Instituto
de Investigaciones Antropológicas un nuevo impulso, el cual se traduce
en la ampliación del edificio, en la reparación y construcción de pabello-
nes apropiados para las exhibiciones, en la habilitación de vitrinas y
cajas con vidrios para acondicionar las especies y mantenerlas libres de
los perjuicios ocasionados por las alteraciones del clima y por los insec-
tos; en la dotación de un personal adecuado y de un presupuesto más
liberal para atender a las actividades y funciones futuras de la institu-
ción. Y con el objeto de darle autonomía técnica se expide la ley N.° 8751
de 22 de septiembre de 1938, que reorganiza el Museo Nacional, y la
resolución suprema N.° 1313 de 8 de octubre del mismo año por la que se
funda el Museo de Antropología destinado a estudiar de preferencia el
material de Paracas, y reunir en el futuro todas las colecciones relaciona-
das con el conocimiento científico de la raza aborigen y de su civili2a-
ción. E l 25 de diciembre de 1938 se inaugura el Museo con una nueva
exposición de las colecciones de Paracas.
En los años posteriores a su fundación, se continúan los trabajos de
preservación y arreglo de especies: nuevas piezas textiles son montadas
en bastidores, y nuevas piezas de cerámica son restauradas. Las colec-
ciones llenan totalmente las vitrinas, y pronto resulta insuficiente el lo-
cal para exhibir y depositar las especies arregladas.
Simultáneamente a los trabajos de reparación, montaje y exhibición
de especies, se intensifican las investigaciones; se emprende su catalo-
gación ilustrada con dibujos y fotografías; y además se inicia la recopila-
ción de las referencias geográficas, etnológicas e históricas, relaciona-
das con el área arqueológica del departamento de lea, haciéndola exten-
siva a toda la región del Centro Andino. Por último, en el deseo de que la
nueva institución llene su finalidad educacional, se da realce a las exhi-
biciones mediante el uso de mapas ilustrativos, modelos y dioramas de
secciones importantes de sitios arqueológicos, mostrando cortes practi-
cados en ellos, estratos superpuestos, ruinas de algunas poblaciones y
templos, y muchos otros detalles que pueden ser apreciados objetiva-
mente; y se clasifican y ordenan las especies en unidades colectivas y

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Universidad del Perú. Decana de América
110
cronológicas correspondientes a las diferentes culturas y a los diversos
períodos de su desarrollo.
Una nueva y feliz circunstancia viene a impulsar las actividades del
instituto, dedicado casi exclusivamente al estudio de la cultura de Paracas.
A principios de 1941 visita el Museo el ex secretario peruano don Germán
Luna Iglesias quien, animado de un alto espíritu público, acude a pres-
tar su apoyo al engrandecimiento de esta institución, haciendo dona-
ción de un terreno y un local contiguos al Museo.
He aquí las condiciones de la donación:
En virtud de mi derecho dono de mi expresado fundo al arqueólogo
doctor Julio C. Tello, un lote de terreno que mide una área de siete mil,
setecientos cincuenta y cuatro metros y noventiséis centímetros, cua-
3
drados (7,754.96 m ). La donación la hago con la condición de que el
donatario, doctor Tello, utilice este terreno con el único propósito de que
en él tenga su asiento la casa o edificio de una Institución Nacional, des-
tinada exclusivamente a conservar, estudiar y exhibir los testimonios de
las pasadas civilizaciones del Perú, que sirva como fuente de inspiración
y de enseñanza para las generaciones futuras. Caso de que el donatario,
doctor Tello, por alguna circunstancia imprevista, o por fallecimiento, no
lograra realizar parcial o totalmente el deseo específico del donante,
establecido en la cláusula anterior, el terreno volverá a mi poder o al de
mis herederos. Pero en el caso de que se hubiera cumplido parcial o
totalmente el deseo del donante, y ocurriera el fallecimiento del donata-
rio, la donación pasará a la Universidad Mayor de San Marcos, la que
entrará en posesión de la donación bajo las mismas condiciones y obliga-
ciones establecidas en la cláusula anterior.

Nuevas exploraciones destinadas a conocer el área de la


cultura Paracas y sus vinculaciones con las otras culturas
del Centro Andino

El hecho de haberse encontrado el material de Paracas en una sección


muy limitada del país, y en apariencia con caracteres correspondientes a
una cultura distinta de las conocidas de Tiahuanaco e Inka, y lejanamente
relacionado con las nuevas culturas descubiertas de Nasca y Chavín,
obliga a continuar las exploraciones del Centro Andino — dentro del que
se halla Paracas y Nasca —, a la par que las investigaciones del material
ya adquirido.
Estimula la curiosidad indagar cuál era la verdadera posición de
Paracas dentro del complejo de culturas del área del Centro Andino y
aun del de las otras secciones más alejadas. Se hace necesario compro-
bar lo que Uhle insinuara alguna vez acerca del parentesco entre ciertas

Universid érica
ill
figuras demoníacas del arte Nasca y la que aparece en la estela Chavín;
igualmente conocer si los testimonios que Uhle considerara como pro-
ductos de la expansión del arte Tiahuanaco, sea del Clásico o de su
derivado el Epigonal, eran en rigor meras proyecciones o irradiaciones
del arte desarrollado en el altiplano del Collao; y por último, conocer si
Paracas antecede o sucede a la cultura de los grandes monumentos líticos
de la hoya del Vilcamayo, considerada por algunos como muy antigua y
por otros, atribuida totalmente a los Inkas.
A mediados del año 1941 encuentro una nueva oportunidad para
incrementar los conocimientos acerca de la cultura Chavín y sus vincu-
laciones con Paracas. Auspiciado por la Dirección de Fomento exploro
las cabeceras del río Puccha, afluente del Marañón. Descubro nuevas
esculturas líticas diseminadas en una área extensa, semisepultadas o en
la superficie; muchas erosionadas o formando parte de los cercos de los
potreros. Saco moldes de todas ellas, y los originales los hago transpor-
tar y reunir en una casa contigua a las ruinas de Chavín. A l mismo
tiempo realizo excavaciones de prueba en ciertos sitios, ampliando las
que realizara Bennett en 1939; y obtengo nuevas y más abundantes mues-
tras de cerámica Chav„i de la misma clase de la que yo recogiera el año
1934 en el banco izquierdo del río, contiguo al Templo, cortado por las
crecientes del Puccha. Esto hizo posible tener a la mano en el propio
Museo de Antropología las réplicas de todas las esculturas halladas en
Chavín, muestras típicas de su alfarería, y establecer con mayor funda-
mento las verdaderas vinculaciones existentes entre el arte Chavín y el
de las Cavernas de Paracas.
En posesión de datos más seguros acerca de Chavín y de sus
interferencias en las culturas del departamento de lea, procedo ensegui-
da a rastrear los testimonios relacionados con la conocida cultura de
Tiahuanaco, cuyo centro de origen se supone hallarse en el sitio de las
ruinas de este nombre. En los materiales de cerámica hallados en Pacheco
en 1927, a la par de la existencia de un estilo aparentemente semejante al
de Tiahuanaco, descubro que existen otros estilos distintos de éste o muy
lejanamente vinculados. Por un lado, se constata la presencia de un esti-
lo que es el mismo de la alfarería que Uhle calificara como Tiahuanaco
en Pachacamac; y por otro, se constata, asimismo, la presencia de diver-
sos estilos — considerados por entonces como modalidades de Nasca —
y posteriormente identificados como Chanka, Rukana y Wanka. Los res-
tos de Tiahuanaco antes del descubrimiento de Pacheco eran entidades
completamente distintas de las de Nasca. El hallazgo de Pacheco, donde
aparecen unidos estos estilos, viene a plantear un nuevo problema: cual
es el de descubrir las diferencias y analogías próximas o lejanas que la
alfarería Nasca tiene con la de Tiahuanaco.

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112
Además, esta misma mezcla de estilos con rasgos Tiahuanaco y
Nasca, se había observado también años atrás en Konchopata (Ayacucho),
en Okros (Wakaurara) y en Wari Willka (Huancayo); y aun la alfarería
que Uhle denominaba Proto-Lima en el valle del Rímac, la de Chancay, y
la que hallara yo en los fundamentos de la huaca Malena (valle de Asia
u Ornas), y Kroeber y yo en Cerro del Oro, presentaban estrechas analo-
gías con la de Pacheco. Estos testimonios encontrados en sitios alejados
entre sí, pero todos dentro del Centro Andino, plantean nuevos y más
difíciles problemas.
El año 1940 obtengo el privilegio de realizar excavaciones en
Pachacamac bajo los auspicios del gobierno. Ninguna oportunidad tan
ventajosa como ésta para indagar mediante excavaciones las caracterís-
ticas específicas y la sucesión cronológica de los restos de culturas múl-
tiples, serranas y costeñas, existentes en este lugar de la Costa peruana.
Las exploraciones realizadas en el área de Pachacamac durante los
cuatro últimos años han puesto a la vista testimonios nuevos que permi-
ten establecer el orden de sucesión de las culturas en esta forma: Inka,
Pre-Inka, Pachacamac y Chavín, algo diferente al establecido por Uhle:
Inka, Cultura de las vasijas blanco-rojo-negras, Epigonal y Tiahuanaco.
En cuanto a los restos de la cultura Chavín, éstos son todavía escasos en
el área de las ruinas; pero abundantes en los basurales existentes a corta
distancia al norte y sur de ellas. La cultura Pachacamac está representa-
da por un tipo especial de edificios construidos con adobes pequeños y
por una cerámica que comprende diversos estilos entre los cuales figura
el que Uhle llamara Proto-Lima, Nievería, vasijas blanco-negro-rojas, y
que dada la constancia con que se presenta principalmente dentro del
área territorial de la antigua provincia de Pachacamac y asociada a las
estructuras de adobitos, la denomino con este nombre. Pre-Inca, repre-
sentada por edificios construidos con piedras labradas y adobes rectan-
gulares y una alfarería que denomino Kollawa, que es la que Uhle desig-
nara como Tiahuanaco o Epigonal. Y por último Inka, que en este caso
más que a la clásica cultura de este nombre, corresponde al último perío-
do de ocupación de Pachacamac por diversas culturas coetáneas.
Quedaba aún por conocer las relaciones existentes entre Paracas y
sus congéneres Cusco, Pukara y Tiahuanaco. Una nueva oportunidad se
me presenta para explorar el país considerado como cuna de la cultura
Inka. A mediados de 1942 emprendo una expedición a la hoya del
Urubamba — bajo los auspicios de The Viking Fund, Inc. de Nueva York—
con el propósito de continuar los descubrimientos realizados por la ex-
pedición Wenner Gren el año 1940. Esta expedición había logrado des-
cubrir, bajo lafloresta,ruinas de algunas pequeñas poblaciones del tipo
de Machu Picchu, abriendo así un nuevo camino para el mejor conoci-

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miento de las características de la cultura Inka, en base a la existencia de
poblaciones relativamente bien conservadas que tenían las mismas uni-
dades estructurales, el mismo tipo de edificios y el mismo estilo en gene-
ral de las conocidas ciudades de Písac, Ollantaytambo y Cusco. La nue-
va expedición de 1942 utiliza estas enseñanzas y las incrementa con un
estudio más amplio de todos los vestigios inkaicos hasta entonces cono-
cidos en la cuenca del Vilcamayo, y con el reconocimiento de nuevos
centros arqueológicos como Wiñay Wayna, y otros situados fuera del
área Inka. Esta expedición reconoce la existencia de tres estratos cultura-
les: Inka, Pre-Inka y Pre-Tiahuanaco; y además encuentra fehacientes
vinculaciones entre las viejas culturas Inka, Tiahuanaco y Paracas.
Mientras se realizan estas exploraciones se continúa el estudio y
preparación de los materiales de Paracas, aunque pausadamente debido
a causas inherentes a esta clase de trabajos delicados. Ellos se intensifi-
can en 1943, y principalmente en 1944, gracias al decidido apoyo presta-
do al Museo de Antropología por el actual gobierno del doctor Manuel
Prado, secundado eficazmente por el Ministro de Educación Pública,
ingeniero Enrique Laroza.
Este apoyo ha permitido ampliar las salas de exhibición, emprender
nuevas exploraciones y excavaciones en la Costa del departamento de
lea; mejorar los sistemas de conservación, preparación y montaje de es-
pecies; aumentar el personal técnico y administrativo; crear nuevos de-
partamentos para atender a las funciones especializadas; y, por último,
ampliar el área del terreno donada por el señor Luna Iglesias para edifi-
car allí el futuro Museo.
Uno de los más importantes departamentos del nuevo Museo Na-
cional de Antropología y Arqueología, según el reciente Estatuto de Re-
organización de los Museos expedido por el Supremo Gobierno (Decreto
Supremo de 29 de enero de 1945), llevará el nombre de Paracas, aten-
diendo al monto y valor de este material. En él se continuará la disección
y estudio de los fardos — emprendido hace ya algunos años— la mayo-
ría de los cuales se hallan en el mismo estado en que fueron encontrados
el año 1927 en la Gran Necrópolis de Paracas.
Cada fardo contiene el cadáver de algún jefe o sacerdote de alta
jerarquía de la vieja sociedad aborigen, engalanado con suntuosas ofren-
das textiles, y acompañado de múltiples y variados utensilios, herra-
mientas, comidas, vestidos y muchos otros objetos extraños de significa-
do aún enigmático. Ellos dicen mucho de la sociedad a que pertenecie-
ron tales jefes; de su arte en auge, de sus usos y costumbres, de su econo-
mía próspera y de su deslumbrante vida religiosa. Cada fardo es vivien-
da y almacén; tumba y archivo; y principalmente valiosa herencia deja-
da a los peruanos de hoy, como exponente de sus esfuerzos y éxitos, para

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114
aprovechar las enseñanzas que encierra y trasmitirla a las generaciones
venideras, acrecentadas y enriquecidas.

Objeto y propósito de este libro

Aunque han transcurrido dieciocho años del descubrimiento de Paracas,


poco se ha publicado sobre el particular a no ser meras noticias periodís-
ticas y breves comunicaciones sobre el hallazgo o diversos aspectos del
arte de esta cultura, en especial de los tejidos bordados contenidos en los
fardos funerarios.
El monto extraordinario de los materiales extraídos de la península
de Paracas demandaba, para su conservación y estudio, local espacioso
y adecuado que no lo hubo; las numerosas piezas textiles finas halladas
junto a las momias impregnadas en su mayoría con sales y sustancias
cadavéricas que quemaron o hicieron frágil sus estructuras, y las telas
grandes, burdas, que las envolvían alternativamente formando bultos
cónicos a veces de 1,30 metros de alto por 1,20 metros de base, demanda-
ron pacientes trabajos de disección y extracción para evitar su deterioro;
la no menos ardua tarea de limpieza, restauración y montaje de las espe-
cies textiles; las precauciones inaplazables que fue necesario tomar para
asegurar su conservación y librarlas de la acción de la humedad y de los
insectos; y por último, las circunstancias señaladas anteladamente, difi-
cultaron el tratamiento y estudio de estas reliquias de la antigüedad y,
por ende, retardaron la publicación de las Memorias relacionadas con la
historia de los hallazgos, el proceso de las excavaciones y la búsqueda
de tesoros que sucedió al descubrimiento.
Esta obra, publicada por el Institute of Andean Research bajo los
auspicios del Coordinador de Asuntos Interamericanos, contiene una
sinopsis de los conocimientos alcanzados hasta ahora sobre la impor-
tancia y significado de Paracas en la Prehistoria peruana; es una tentati-
va de aproximación a la antigüedad, a través del inmenso material de
esta cultura. Sus conclusiones se apoyan en las enseñanzas obtenidas
en la disección de 38 fardos funerarios; en el estudio de las diversas
manifestaciones de su arte; en los reconocimientos hechos en los cemen-
terios de la península de Paracas: Cavernas y Necrópolis, y en la sección
baja del río lea donde existen restos de una cultura idéntica a la de las
Cavernas; en las exploraciones realizadas en el valle de Nasca con el
propósito de definir y deslindar los restos de las culturas halladas en
Kawachi (fundo Pacheco) y Kopara, que son similares a los de Nasca; y
en las de la Sierra contigua hasta la cuenca del Urubamba, con el objeto
de reconocer y delimitar los focos de las culturas propiamente andinas.

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E n suma, este trabajo de carácter preliminar y tentativo tiene por
objeto ofrecer los incidentes de la historia del descubrimiento de Paracas;
las características que definen esta Cultura; su posición cronológica; sus
diferentes aspectos y fases de desarrollo; su área de p r o p a g a c i ó n y las
vinculaciones que ella tiene con otras culturas m á s alejadas del Centro
Andino.
Para ello se tratará de lo siguiente:
o
I De la geografía del Centro Andino.
o
2 De la explotación de a n t i g ü e d a d e s en el territorio del Centro
Andino.
o
3 De la cultura de Paracas y sus vinculaciones con otras del Centro
Andino.
o
4 Del arte de Paracas, de sus orígenes y sus diversas fases de desa-
rrollo.
5 De los fundamentos en que se apoya la a n t i g ü e d a d de Paracas y
o

su posición cronológica dentro de las culturas de la Prehistoria


peruana.

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116
Capítulo i

El medio geográfico

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L a región arqueológica del Centro Andino

Introducción

En la introducción de esta obra se ha tratado de las exploraciones efec-


tuadas en el área del Centro Andino, antes y después del descubrimiento
de los cementerios de Paracas en 1925. El objeto de ellas fue, en un prin-
cipio, estudiar la cultura Nasca descubierta por Uhle en 1902: definir
sus elementos característicos y establecer su área de propagación; y des-
pués, cuando se descubrió la cultura Paracas que presentaba caracterís-
ticas nuevas, originales, y a la vez semejanzas con la de Nasca, estable-
cer las diferencias y analogías existentes entre aquélla y ésta; y entre
estas dos y las andinas de Tiahuanaco e Inka.
Los restos de las mencionadas culturas, en sus múltiples y variadas
diferenciaciones, se encontraron diseminados en todo el territorio del
Centro Andino: en unos casos, ocupando áreas definidas, independien-
tes; en otros, localizados en el mismo sitio, dispuestos en capas super-
puestas de diverso contenido; y, por último, mezclados y fusionados
parcial o totalmente en extensas áreas de difusión.
En el curso de tales exploraciones se comprobó que Nasca era deri-
vada de Paracas y ésta, a su vez, de una vieja cultura mixta: Chavín-
Huaylas; que Tiahuanaco era una cultura periférica derivada de las más
antiguas del Norte y Centro Andinos; y que además en este último exis-
tían sólo tres provincias culturales: Inka al oriente, contigua a la floresta
Amazónica; Chanka al centro, en los altos valles y quebradas interan-
dinas; y Paracas al occidente, contiguo al Océano Pacífico.
A fin de comprender mejor las condiciones físicas y biológicas que
hicieron posible la génesis, desarrollo y diferenciación de las menciona-
das culturas Paracas, Chanka e Inka en esta sección del país; el alto

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[119]
rango alcanzado por ellas dentro de las civilizaciones Precolombinas, y
sus vinculaciones entre sí y con otras más alejadas de sus centros de
origen, considero conveniente preceder el estudio de la cultura Paracas
con algunas consideraciones generales sobre el medio geográfico del
Centro Andino.

Situación

La región del Centro Andino está situada en la Costa occidental de


Sudamérica, casi al centro del largo y extenso país que fue del dominio
de los Inkas; aproximadamente entre los 10° 30' de latitud Norte y los 16°
30' de latitud Sur; entre la parte septentrional de la altiplanicie de Pumpu
por el Norte y la parte más septentrional de la altiplanicie del Collao por
el Sur; y entre la ribera del Pacífico e islas contiguas a ella, por el occiden-
te, y el pie de los Andes que marcan el comienzo de la Selva Amazónica,
por el oriente (ver mapa N.° 1).
Paracas, el más importante centro de la cultura de este nombre; y
Cusco, el más celebrado centro de la legendaria cultura Inka, están situa-
dos casi al medio de este territorio, en el paralelo 14°, que lo divide en dos
partes casi iguales y donde comienza la desviación que sufre el conti-
nente, al replegarse hacia el oriente.

Límites

Los límites Norte y Sur del Centro Andino han sido trazados teniendo en
cuenta ciertos elementos fisiográficos que permiten deslindar las fronte-
ras de este territorio.
Como se puede ver en el mapa N.° 1, el límite Norte está marcado, de
Occidente a Oriente; en la Costa por el río Fortaleza o Paramonga; en la
Sierra, por la cadena que separa las cuencas del Santa y Marañón de las
del Pativilca y Huaura y por la línea irregular que sigue la divisoria de
las aguas que fluyen, pOT lili lado, del macizo de Pumpu hacia el Norte y,
por otro, de éste hacia el Sur; y por último, en el Oriente por la cadena del
Pozuzo que separa la cuenca del Huallaga de la del Mantaro.
El límite Sur está marcado, en la Costa, por el río Majes que toma sus
aguas tierra adentro en las cordilleras que bordean por el occidente el
altiplano del Collao y desagua en el Pacífico; y en la Sierra por las cade-
nas transversales que forman la divisoria de las aguas de los ríos
Apurímac, Urubamba y Paucartambo que fluyen hacia el Norte y las de
los pequeños ríos que fluyen al Sur, hacia la hoya del Titicaca.
Puede ser considerado como límite occidental próximo o lejano del
Centro Andino la ribera del Pacífico, las islas contiguas a ella habitadas

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120
en la antigüedad, y el espacio de mar adentro alcanzado por los navegan-
tes y pescadores indios. Y como límite oriental, el pie de los ramales y
estribaciones de los Andes donde comienza el llano Amazónico y donde
se encuentran las montañas boscosas surcadas por los tributarios del río
Ucayali, como el Perene, Bajo Apurímac, Bajo Urubamba y Paucartambo,
habitadas por indios de habla Arawak colonizados por los Inkas.

La altiplanicie o peneplano Inka

Fisiográficamente el territorio del Centro Andino es una altiplanicie alar-


gada que se extiende de Noroeste a Suroeste, entre el macizo de Pumpu y
el de Vilcanota, y entre la ribera del Pacífico y la frontera de la Selva
Amazónica. Es región fragosa, con alturas de cuatro mil a cinco mil me-
tros; de clima templado y benigno, que se eleva ostentando extremos
contrastes fisiográficos entre el llano desértico de la Costa y el llano
boscoso de la Amazonia. Es parte del sistema de los Andes que corre a lo
largo del borde occidental del continente Sudamericano.
Complejo e intrincado es el aspecto que presenta en conjunto el terri-
torio del Centro Andino, la altiplanicie o mesa que los geólogos han
bautizado con el simbólico nombre de «peneplano Inka». Aparece, como
dice Herbert E. Gregory, tan profunda y desordenadamente secciona-
do; tan intrincado en la conjunción de sus unidades fisiográficas; tan
estrechos los espacios entre las gargantas estupendas, y tan imponentes
los volcanes y los restos de erosión, que resulta paradójico considerar
laderas, sierras, mesetas, cañones y quebradas de este laberinto de mon-
tañas como una altiplanicie.
Su superficie accidentada e irregularmente partida está más incli-
nada hacia el oriente que al occidente, y surcada por múltiples ríos que
descienden de las altas montañas. No es llana, ondulada ni deprimida
en grandes hoyadas como la altiplanicie del Collao; ni está fracturada
regularmente formando cadenas o cordilleras paralelas que limiten hon-
das cuencas o cañones longitudinales, como es el caso de la región de los
Andes del Marañón y de los Andes Ecuatoriales. A decir de los geógra-
fos es única en sus tipos topográficos, en su variada integración de uni-
dades contrastantes; de altas laderas, mesetas, encumbrados peñones de
vieja edad geológica; de restos de antiguas montañas, cuyas crestas y
picos se yerguen alcanzando el nivel de las nieves perpetuas; y, por
último, de formaciones más recientes de origen volcánico que cubren
superficies desgastadas, y aun en ciertos casos sepultan laderas, que-
bradas y valles más antiguos.
J
GREGORY, Herbert E . « A geologic reconnaissance of the Cuzco val ley». American Journal
ofScience, vol X L I , N.° 241, January, 1916, pp. 1-100.

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121
Nada pinta mejor el aspecto que presenta el Centro Andino como el
siguiente pasaje de Cobo, que sintetiza en lo integral y en los pormenores
la fisiografía general andina:
No solamente las dos cordilleras que ciñen por ambos lados la Sierra
general son compuestos de montes y cerros muy altos y fragosos, sino
también toda la Sierra de en medio es tierra tan doblada y áspera, que
vista desde alguna alta cumbre que señoree su contorno parece que está
labrada en camellones a manera de los que se hacen en las huertas;
porque toda está llena de altísimas lomas, cuchillas y collados, y de con-
cavidades, quebradas y valles muy hondos y profundos, en que se van
despeñando y recogiendo las aguas de los altos por mil arroyos y
riachuelos, que por todas partes les entran y forman muy crecidos ríos;
porque es sin duda toda esta gran sierra la tierra más abundante de
manantiales y fuentes de todo el Perú, y aun de todas las Indias. En efecto
ella es tierra tan doblada, que de ocho partes no debe de tener más que
la una de llano, la cual está repartida en algunos valles que despegándose
en parte de la Sierra, dan lugar a que se formen entre las cumbres que los
cercan, espaciosas llanadas y sabanas que también se hacen sobre las
4
mismas Sierras.
Su forma es trapezoidal, ancha al Sur, en la latitud del Vilcanota,
donde alcanza aproximadamente 550 kilómetros, y angosta al Norte, en
la latitud de Lima, donde alcanza 350 kilómetros. Presenta una mesa
alta en hoyada o cubeta, cuyo contorno está protegido por altas cordille-
ras y dos flancos que descienden a los llanos: uno occidental, empinado
y angosto hacia el Pacífico, y otro oriental, ancho y suave hacia la selva.
Cadenas oblicuas y transversales de curso irregular guarnecen sus
extremos norte y sur, las que uniéndose forman los macizos de Pasco y de
Vilcanota. Sobre su borde oeste se eleva la cordillera occidental que corre
ininterrumpida y paralelamente a la ribera del Pacífico, ostentando altas
cimas nevadas y formaciones producidas por antiguas y recientes erup-
ciones volcánicas. El borde este está protegido también por una cordillera
alta en SU mitad sur, donde se destacan los Andes de Carabaya con el
nevado de Ausangate a 6153 metros; y otra baja, discontinua, enfilada en
cadenas y ramales sueltos, en su mitad norte. Esta cordillera aparece
seccionada por profundas quebradas y cañones, por los que se precipitan
las aguas colectadas en la altiplanicie, en su curso hacia el Amazonas.
Algo diferente de sus vecinas del Norte y Sur andinos es la peculiar
fisiografía de esta región. A juzgar por los monumentos existentes en ella
y la densidad de los vestigios de la industria diseminados en su territo-
4
COBO, Bernabé. Historia del Nuevo Mundo. Sevilla, Sociedad de Bibliófilos Andaluces,
1893, tomo i, Cap. vm, p. 142.

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122
rio, debió ser tierra privilegiada para el hombre, cuna y hogar, durante
siglos, de una densa población india y de una avanzada cultura que
hizo posible la formación de sociedades agrícolas y ganaderas, a causa
de su excepcional topografía que brindó al hombre extensas tierras de
diferente altitud y abundante variedad de recursos económicos de ori-
gen animal y vegetal.

Paralelos y contrastes de los flancos occidental y oriental de la


altiplanicie

Estos flancos ofrecen ciertos paralelos y contrastes que los aproximan o


alejan entre sí. El vasto llano cubierto de selva tiene su correspondiente
en el mar Pacífico y en la angosta faja desértica de la costa contigua. Las
elevaciones solitarias que se destacan a la manera de islotes sobre el
llano florestal, como el Gran Pajonal, los cerros de San Francisco y de La
Sal, tienen su paralelo en las islas que bordean la ribera del litoral. Los
ramales y contrafuertes del Oriente que limitan los amplios valles como
el del Perené, y las quebradas estrechas por donde desaguan los ríos
originados en la altiplanicie, tienen asimismo su correspondiente en las
estribaciones o espolones que limitan espacios desérticos más o menos
amplios, y en las numerosas quebradas estrechas que cortan las sierras
avanzando hasta la orilla del mar Pacífico. En uno y otro flanco existen
valles y quebradas que han sido aprovechadas por los pueblos agrícolas
andinos.
En el flanco oriental como en el occidental existe en apariencia una
frontera natural. Detiene al hombre, por un lado, lo misterioso del mar
infinito poblado de monstruos marinos; y por otro, lo ignoto de la selva
con sus caudalosos ríos y bosques poblados de fieras y de hordas salvajes.
Las tentativas del hombre para alcanzar y dominar el mar y la selva
están reveladas en el aprovechamiento que hiciera del guano de las islas
contiguas al litoral como fertilizante de las tierras eriaceas de la costa y
en los recuerdos tradicionales de empresas llevadas a cabo por los Inkas
hacia islas más alejadas; y en los testimonios arqueológicos hallados en
la floresta como caminos, terrazas de cultivo, restos de ocupación andina
en las regiones situadas al pie de los Andes, y en los recuerdos tradicio-
nales de otras empresas inkaicas de colonización hacia regiones selváti-
cas aún más alejadas en busca de maderas, resinas, plumas multicolores
de aves, y hacia tierras altas o islotes apropiados para la implantación
de sus sistemas agrícolas.
El mar y el bosque de límites infinitos aislan así a este gran país
montuoso del Centro Andino.

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123
El flanco occidental

El flanco occidental de la altiplanicie desciende casi abruptamente has-


ta alcanzar la ribera del Pacífico o el llano desértico que se interpone
entre aquélla y éste.
Presenta la costa del Centro Andino tres porciones casi iguales: dos
montuosas en los extremos norte y sur y una llana al centro. Esta última
corresponde al territorio del actual departamento de lea, donde se halla
el tablazo de este nombre y las colinas o lomas del litoral.
La cordillera occidental emite hacia el Pacífico ramales que, por lo
general, se dividen, subdividen y terminan antes de alcanzar la ribera.
Tales ramales limitan territorios más o menos amplios, todos ellos en la
parte más elevada de la costa o faja cisandina, los que están seccionados
por las vertientes de la cordillera que fluyen hacia el occidente, uniéndo-
se generalmente en un solo río al penetrar al llano. Estas cuencas fluvia-
les son mayores y menores, altas y bajas; las primeras reciben directa-
mente las vertientes producidas por el deshielo de los nevados e
incrementan sus aguas en los períodos de lluvia; las segundas, limita-
das por ramas secundarias, están atravesadas por surcos y quebradas
secas por los que corre el agua de tiempo en tiempo, cuando el límite de
las lluvias estacionales desciende más abajo de la divisoria continental.
Las porciones montuosas que avanzan hasta muy cerca de la ribera
del Pacífico, si bien presentan el aspecto de un territorio accidentado y
desértico, se cubren anualmente de la vegetación efímera de «lomas»,
producida por la fina lluvia o garúa del banco de niebla que durante
cuatro o cinco meses se estaciona sobre las colinas.
Estas cuencas fluviales fueron centros agrícolas que albergaron y
sustentaron a densas poblaciones, y desempeñaron importante papel en
el desarrollo de las altas civilizaciones de la Costa.

E l flanco oriental

Poco conocidos son arqueológica y geográficamente los valles orientales


del Centro Andino. Sin embargo, estuvieron incorporados al dominio de
los Inkas y de ellos proceden restos de vieja alcurnia, semejantes o idén-
ticos a los que se encuentran en la cuenca del Huallaga, vinculados
estrechamente con la cultura Chavín. Además, existen restos de caminos
de penetración de la Sierra hacia estos lugares bajos. En dichos valles,
los indios de las alturas tuvieron sus heredades de coca y de otras plan-
tas tropicales y, a la vez, lavaderos de oro que posteriormente fueron
aprovechados por los españoles. Estos valles son: el del Perené, Bajo
Apurímac, Bajo Urubamba y Madre de Dios.

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124
El del Perené, comprendido entre la cordillera del Pozuzo que lo
separa de la cuenca del Pachitea, y la sección del río Mantaro o Angoyacu
que corre hacia el oriente para unirse al Apurímac. Establecimientos o
colonias andinas pertenecientes a los Wanka, dedicadas a la explota-
ción de la coca, ají y algodón, ocupaban las cabeceras de los ríos Pangoa,
Chancaibamba, Palca, Oxabamba y Paucartambo, tributarios del Perené,
los que en la actualidad son centros de activa colonización.
El del Bajo Apurímac, comprendido entre la desembocadura del
Pampas por el Sur y el puerto Bolognesi por el Norte, sitio donde el
Mantaro se une al Apurímac, y entre la cordillera de Vilcabamba por el
oriente y el ramal de Rasu Willka que lo separa del Mantaro por el occi-
dente.
El de Madre de Dios, en las vertientes orientales de la cordillera de
Carabaya formado por los ríos Las Piedras, Manu, Inambari, Tambopata
y Heath, fue explotado por los Inkas. Quedan restos de caminos de pene-
tración a estos valles, utilizados por los andinos para el tráfico de la
coca; y de terrazas de cultivo empleadas para secar esta hoja.
Merecen tenerse presente ciertos accidentes geográficos de esta fal-
da oriental, a fin de apreciar el grado de influencia que han ejercido en el
desarrollo de las culturas establecidas en esta zona, a saber: hacia la
parte norte del Centro Andino el llano boscoso penetra muy al interior de
la Sierra debido a la baja altitud de las cordilleras, como en la sección
correspondiente a los valles del Perené y Bajo Mantaro. Las cabeceras
del primero se hallan a corta distancia de la altiplanicie de Pasco y de los
orígenes del Huallaga; y en el Bajo Mantaro la selva penetra también
profundamente. Hacia la parte sur del Centro Andino el panorama es
diferente; el bosque no avanza hacia la Sierra porque la altitud de las
cordilleras dificulta el paso.
A pesar de sus diferencias culturales y lingüísticas, las naciones
andinas y florestales vivieron desde la más remota antigüedad en íntima
relación, sea por razones de vecindad, comercio o trueque de productos
de regiones diferentes, o acaso, y esto es lo más probable, por razones de
un lejano origen común.
Desde el punto de vista geográfico se comprueba que el Anti del
llano selvático y el Ande de Puna se aproximan tan estrechamente en el
Centro Andino que ello hizo posible, en todo tiempo, la interrelación de
los habitantes de ambas zonas y la semejanza de usos, costumbres y
tradiciones. Esta compenetración andinoamazónica originó culturas
mixtas, vivificadas con elementos de dos medios geográficos distintos,
las que después de propagarse por las altas tierras andinas, descendie-
ron al llano de la costa del Pacífico, manteniendo siempre su carácter
mixto.

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125
Los pobladores de las cuencas del Perené y Mantaro estuvieron bajo
el dominio de los Inkas; eran bilingües: hablaban a la vez kechua y
arawak.
Fue probablemente la cuenca del Vilcas o Pampas, tributario del
Apurímac, el asiento de la elevada cultura Chanka y de la nación que
alguna vez rivalizara con la Inka. El conocimiento de las características
que definen esta cultura ha permitido seguir su área de difusión hasta
muy adentro de la floresta, así como de las altas cuencas andinas del
Mantaro.
En sus aspectos más arcaicos el arte Chanka presenta, como se verá
adelante, una típica fisonomíaflorestal.Escenas de gentes semidesnudas
con adornos de plumas, flechas y cabezas cortadas, vasijas de madera
con motivos tropicales y otros diversos elementos, comprueban su ori-
gen selvático.
Wanka, Pokra, Tankiwa, Sora y Rukana son naciones andinas rela-
cionadas con la Chanka e influenciadas también por el medio florestal.
En las cabeceras del Perené, los Wanka, oriundos de la hoya del
Mantaro, tenían colonias destinadas a la explotación de la coca, algo-
dón y ají; y las naciones de hacia el lado del Pacífico como Atawillo,
Yauyo y Chukurpu, han dejado restos arqueológicos que revelan su ori-
gen florestal. Los Pokra y Tankiwa, oriundos de la hoya del Huarpa o
Sangaro y del Lircay, respectivamente, tenían colonias en las montañas
vecinas de Huanta y San Miguel. Y aun los Sora y Rukana, de hacia el
lado del Pacífico, que alguna vez dominaron los valles de la vieja provin-
cia Chincha, a juzgar por los restos dejados, estuvieron emparentados
con los Chanka.
En las tradiciones, en las prácticas supersticiosas, en los usos y
costumbres de estas diversas naciones, es notoria la influencia oriental.
Frecuentes son las representaciones de indios de la montaña en actitud
de pelear con gentes andinas; y constante la presencia en las
ornamentaciones de un monstruo felínico, un mono y un pez fluvial de
origen florestal que adquiere formas idealizadas en el arte de la Sierra.
Siempre figura en las luchas de los dioses que controlan los fenómenos
meteorológicos — las lluvias, vientos, tempestades, granizo, tormentas y
aluviones — , un Dios sanguinario de las tierras calientes, Wallallo,
Wallullo o Walitanka, que se alimenta de carne humana; y un Dios de
las tierras frías, Pariakaka o Yaro Wilka. A esto podría agregarse tam-
bién la generalizada leyenda de los Mellizos, de origen florestal, difun-
dida en la mitología de la Costa relativa a la existencia de cinco dioses:
un Dragón, el Sol, la Luna y sus hijos, el Lucero de la Mañana y el de la
Tarde. Todo esto prueba la íntima relación existente entre las tribus de la
Floresta y las de la Sierra.

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126
Otro y diferente es el panorama que presenta la parte sur del flanco
oriental del Centro Andino que corresponde a la región Inka. Aquí no
existen valles abiertos como los del Perené, Ene y Tambo. E l Urubamba
con su principal tributario, el Paucartambo, atraviesa un territorio muy
quebrado donde sólo en su porción alta presenta valles anchos y en la
baja cañones estrechos que al acercarse a la ceja de montaña se abren
para penetrar a ella rompiendo el ramal oriental de la cordillera. Este
territorio, como se ha manifestado, está comprendido entre la cordi-
llera de Vilcabamba y la de Carabaya. Es totalmente andino, y por su
peculiar fisiografía resulta difícil la comunicación de los andinos con
las tribus del Oriente siguiendo sólo el curso de los ríos. Esta región
presenta en su parte alta numerosas ruinas de poblaciones preinkaicas,
casi todas ellas situadas en las cumbres de los cerros; y poco o nada se
sabe de la Arqueología de la parte baja. Fueron dichas poblaciones de
las cumbres de los cerros y aun las partes bajas, el refugio de los últi-
mos Inkas perseguidos por los españoles. A pesar del aparente aisla-
miento de esta parte delflanco,la comunicación con las tribus del Orien-
te fue intensa. L a cordillera situada al este del Paucar-tambo ofrece
pasos accesibles que permiten la penetración a los valles del Madre de
Dios, los que estuvieron sujetos al dominio Inkaíco. Restos de antiguos
caminos quedan en dicha zona.

Hidrografía

Es asimismo complejo en apariencia el sistema hidrográfico del Centro


Andino, sin embargo apreciado en conjunto es relativamente sencillo.
Todo el sistema fluvial de la altiplanicie y de su borde oriental corres-
ponde a la cuenca del Alto Ucayali, al abanico formado por los tributa-
rios de este río; y el sistema del Pacífico o del borde occidental correspon-
de a los ríos que toman sus aguas en los nevados y en las faldas de la
cordillera, la mayoría de los cuales son de corto curso de corrientes que
se precipitan casi en línea recta hacia el mar Pacífico, a excepción del
Pativilca y del Majes, mencionados anteriormente, que tienen un largo
recorrido, pues toman sus aguas muy al interior de la Sierra.
Cuatro ríos mayores y uno menor, de corrientes sosegadas en las
partes altas y precipitosas y saltantes en las quebradas y cañones, sur-
can la altiplanicie. Ellos son el Perené, Mantaro, Apurímac, Urubamba
y Paucartambo. El Mantaro nace de las cadenas contiguas al macizo de
Pumpu y corre de Norte a Sur hasta alcanzar el centro de la meseta,
cambiando allí de rumbo hacia el oriente después de recibir los tributa-
rios de la margen derecha como el Huancavelica, Lircay, Sangaro o
Huarpa y ios pequeños tributarios de la margen izquierda. Esta cuenca

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del Mantaro ocupa la mitad septentrional de la región. E l Apurímac
recoge en abanico las vertientes de la cordillera occidental con sus im-
portantes tributarios Vilcas, Pachachaca, Santo Tomás, Oropesa y
Velille que seccionan la porción meridional mayor de la altiplanicie,
formando diversas áreas o provincias geográficas. E l Vilcamayo o
Urubamba que nace del nevado de Vilcanota, y el Paucartambo que
nace del Ausangate corren de Sureste a Noroeste; y, como en el caso del
Mantaro, dividen la meseta en fracciones socavando sus bordes para
abrirse paso hacía la selva.
Además otros ríos no penetran dentro de la meseta, sino que toman
sus aguas en las cadenas altas que guarnecen su borde oriental y desde
allí se precipitan hacia la gran cuenca del Amazonas. Estos son el Perené,
afluente del Ucayali con sus tributarios el Oxabamba, Paucartambo,
Tarma y Tulumayo; y los tributarios del Madre de Dios, Las Piedras,
Manu e Inambari, los cuales forman hondas quebradas cálidas, inhospi-
talarias, de rápidas caídas que impiden o dificultan la navegación.

Clima

Existe en el Centro Andino, como en el territorio de los Andes en general,


tres fajas climáticas longitudinales: la cálida, húmeda o An ti del Oriente;
la fría, seca o Chinchay, interandina; y la templada, seca o Konti del
Occidente.
La división altitudinal y climática es tan marcada y ostensible en las
tres zonas del país de los Andes que se supuso en todo tiempo que ha-
bían diferencias raciales entre los habitantes de dichas zonas. Las fajas
climáticas poseen características biológicas bien definidas, que han ejer-
cido influencia decisiva sobre la vida humana a través de las edades, lo
cual hizo considerar que existían diferencias étnicas y culturales entre
sus pobladores.
Es tradicional que los propios Inkas tomaron en consideración para
el mejor dominio de su extenso territorio y para el gobierno de su nume-
rosa población, las ventajas y desventajas que aportaban las migracio-
nes de población de una zona a otra, de acuerdo con sus condiciones de
adaptabilidad y aclimatación. Posteriormente, en el período de domina-
ción europea, se abandonaron las experiencias adquiridas por los Inkas
en este sentido, y con la reducción de los indios de las tierras frías a las
cálidas y viceversa se produjo la despoblación del país. Las condiciones
diversas que estas zonas ofrecían para la aclimatación humana fueron
llevadas a la exageración, cuando se consideró, aunque empíricamente,
que existían en los Andes tres tipos étnicos diferentes: el Yunka, braqui-
cefálico, habitante de las tierras cálidas bajas; el Kechua, mesocefálico,

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128
habitante de las tierras medias, templadas; y el Kolla, dolicocefálico,
habitante de las tierras altas o punas.
Aunque de modo general cada zona tiene aproximadamente una
determinada altitud y temperatura, sin embargo ciertos factores modifi-
can o alteran en grado mayor o menor sus condiciones climáticas norma-
les. Diferentes factores de orden oceanográfico, topográfico y meteoroló-
gico, actúan distintamente en los flancos occidental y oriental de los
Andes y en los hondos valles interandinos, alterando parcialmente tales
condiciones climáticas.
El flanco occidental es seco, y la sequedad aumenta del nivel del mar
hacia la cima de la cordillera, corriendo pareja con la disminución gra-
dual de la temperatura.
El flanco oriental es húmedo y la humedad aumenta de abajo hacia
arriba, del llano amazónico a la cima de la cordillera.
En la región interandina el fenómeno es diferente, la humedad y el
frío se mantienen en las partes altas y disminuye gradualmente hacia el
fondo de la quebrada.
Las estaciones de invierno y verano, lluviosa y seca, se suceden
desigualmente en cada una de estas tres regiones. En la oriental, las
lluvias son permanentes, aunque más copiosas en el invierno; en la alti-
planicie las estaciones tienen ritmo regular, las cuatro estaciones son
bien marcadas; y en la occidental predominan el largo invierno nebuloso
y templado y el corto verano seminebuloso y cálido.
Las corrientes aéreas del lado del Atlántico arrastran periódicamen-
te nubes que trepan sobre la falda oriental, las que rara vez traspasan las
altas cimas de la parte sur de este flanco de la altiplanicie; pero en la
parte norte de dicho flanco, debido a la baja altitud de las cadenas, tras-
pasan y avanzan muy al interior, como en las cuencas del Perené y Bajo
Mantaro.
La corriente peruana fría o de Humboldt produce el clima templado
y suave del litoral, que dada su situación debería ser tropical. Un banco
de niebla se mantiene gran parte del año, principalmente en la estación
de invierno, humedeciendo las lomas y revistiéndolas de vegetación
meramente estacional.
La corriente cálida septentrional o de El Niño contribuye a alterar
igualmente el clima del litoral, aparte de las precipitaciones copiosas
que caen sobre la parte norte en períodos más o menos largos, modifican-
do las condiciones de la vida marina, fuente económica valiosa del hom-
bre en todos los tiempos.
Otros fenómenos contribuyen a dichas variaciones climáticas alte-
rando en algo el curso regular de las estaciones. A veces se alternan en la
Sierra largos períodos de sequía con cortos períodos de lluvias tempes-

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tuosas. L o s a ñ o s de larga s e q u í a impulsan las migraciones humanas
hacia el occidente para poblar los valles y lomas de la Costa en las tem-
poradas h ú m e d a s del invierno, aprovechando los pastos y la p e q u e ñ a
agricultura.
A d e m á s , los vientos sur y suroeste que baten la costa del Pacífico y
los vientos locales, v i r a z ó n y terral, que permanentemente interrumpen
la quietud de la a t m ó s f e r a en estos lugares, se agregan a los f e n ó m e n o s
producidos por las corrientes marinas: la austral fría o corriente peruana
de Humboldt y la septentrional caliente o corriente de E l Niño.
Los efectos de estos diversos f e n ó m e n o s unidos a los producidos
por la elevación y anchura de los Andes, que dificultan el paso de las
nubes que vienen del Atlántico, producen la sequedad de la altiplanicie
y de la falda occidental, sequedad mucho m á s pronunciada en el litoral.
L a faja climática oriental boscosa o falda este de la altiplanicie es la
r e g i ó n Anti; la faja media alta, de praderas y pastizales es la región
Chinchay; y la faja occidental casi desértica, sobre todo hacia la ribera
del Pacífico, es la región Konti, así llamadas en la a n t i g ü e d a d y hoy
denominadas M o n t a ñ a , Sierra y Costa, respectivamente.
Este territorio del Centro Andino se halla surcado por las cuencas
h i d r o g r á f i c a s por donde drenan las aguas producidas por el deshielo de
las cordilleras y por las lluvias invernales. Dichas cuencas tienen espe-
cial importancia porque son abrigos naturales donde por muchos siglos
se a r r a i g ó el hombre y a p r o v e c h ó los recursos e c o n ó m i c o s y las oportu-
nidades que tal medio ofrecía. Son variadas y de diversa importancia,
s e g ú n la mayor o menor longitud de su recorrido, el caudal de sus aguas,
la mayor o menor amplitud de sus tributarios, el declive de sus lechos y
paredes, y aun su diversa profundidad y anchura; así también son varia-
dos los temples que se escalonan a lo largo de s u recorrido, desde sus
orígenes en las altas cumbres hasta su desembocadura en el llano.
Las cuencas no son todas iguales, puesto que en unas las tierras de
ladera son amplias, en otras el lecho está interrumpido por extensos
abanicos fluviales, mientras que otras son hondas quebradas y c a ñ o n e s
donde no existen tierras aprovechables para el cultivo; de a q u í t a m b i é n
la diversa importancia económica de ellas, siendo las interandinas, de
recorrido m á s largo, las m á s ricas en tierras, y sobre todo en diversidad
de temples; siguiéndoles en importancia las de los valles de la Costa,
donde existen extensas tierras y desiertos contiguos irrigados con el agua
superficial de los ríos mediante acequias y acueductos o con el agua del
subsuelo mediante hoyas o mahamaes; y en menor grado, las de los valles
orientales donde la agricultura se halla dificultada por la exuberancia
de la vegetación y por las condiciones desfavorables inherentes a un
clima tropical, h ú m e d o y malsano.

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Se p o d r í a t a m b i é n s e ñ a l a r en r e l a c i ó n con las fajas c l i m á t i c a s
longitudinales otro factor meteorológico que contribuye a dar importan-
cia económica a determinadas regiones, tal es la presencia de fajas de
neblina que estacional o permanentemente posan sobre las faldas de los
distintos ramales de la cordillera. E n el litoral, u n banco de niebla se
mantiene a cierta altitud sobre las colinas contiguas a la ribera del Pací-
fico durante varios meses, produciendo la «garúa» que, aunque escasa,
es suficiente para mantener una vegetación de pastos y p e q u e ñ o s arbus-
tos aprovechados por las migraciones de pastores andinos que allí se
establecen. Son estas lomas centros de actividad agrícola y ganadera
temporal, algunas famosas desde la a n t i g ü e d a d , como las de Lachay en
la provincia de Chancay; las de Pukara y A i r i n j a en la provincia de
Lima; y las de Q u i l m a n á y Aiparipa en las provincias de Cañete y C a m a n á
respectivamente. Se encuentran en estos lugares restos de viejas vivien-
das, corrales de ganado y cementerios con tumbas semejantes a los pukullo,
chaukalla y chullpa de la Sierra, conteniendo productos mixtos, serranos y
costeños, que acreditan que estas poblaciones migratorias de las lomas
eran agentes de u n activo comercio o trueque de productos de la Sierra y
de la Costa.
Aparecen t a m b i é n cubiertas de neblina durante casi todo el a ñ o las
laderas orientales que mantienen una frondosa vegetación a r b ó r e a has-
ta considerable altura, la que se enrarece en el piso m á s alto y es sustitui-
da por la vegetación de pastizales del p á r a m o . E n l a altiplanicie y altas
cumbres, las neblinas son escasas; las lluvias, p e r i ó d i c a s ; no copiosas
aun en la estación h ú m e d a . Propiamente no hay bosques sino manchas
de q u e ñ u a l e s y bosquecillos de plantas leñosas que son reemplazadas
por tolares [tolas] al pasar a la falda occidental.

Pisos altitudinales climáticos

Las diferencias climáticas y topográficas del medio, si bien determinan


variantes en la distribución de la flora y de la fauna que justifican la
tradicional división del territorio en Costa, Sierra y M o n t a ñ a , no i n f l u -
yen mayormente en la f o r m a c i ó n de tipos raciales propios de cada una
de las regiones naturales del p a í s . No existe u n a variedad étnico-
altitudinal dentro del tipo general Indoamericano; u n tipo racial andino
o «de altura» y otro y u n k a o «de tierra baja». L a supuestas característi-
cas étnicas atribuidas al hombre de altura son circunstanciales, acaso
alteraciones fisiológicas o somáticas producidas por la a d a p t a c i ó n del
hombre a elevadas altitudes. Tales características son individuales,
adquiridas por una larga aclimatación a la altura; pero no étnicas o
hereditarias.

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L a s tres regiones naturales del país e s t á n seccionadas por las cuen-
cas h i d r o g r á f i c a s que forman valles y quebradas de temples distintos.
Éstas cruzan el territorio andino en curso tortuoso descendente, desde
las altas cumbres hasta el llano, sea del Pacífico o de la Amazonia. Todas
no e s t á n comprendidas en una sola r e g i ó n climática, sino, dado su ex-
tenso recorrido y su gradual gradiente, abarcan a veces tierras de diver-
sos temples.
E n todo tiempo las hoyas han sido lugares de atracción humana.
Por estas brechas naturales, que el medio b r i n d ó al primitivo agricultor,
descienden los ríos que tienen sus orígenes en la zona de lluvias o en los
nevados, cuyas aguas sostienen la v i d a vegetal, animal y humana en las
vegas y laderas y aun en los llanos del litoral que de otra manera serían
completamente desérticos. E l andino h a tenido en dichas cuencas sus
heredades y poblaciones. U n a misma y gran familia o c u p ó por siglos
estas hondas tajaduras del territorio. E n ellas quedan restos ostensibles
de la actividad humana: del aprovechamiento del agua, mediante ace-
quias y acueductos; y de las tierras, mediante el sistema de moya o cam-
pos cercados y patarana o a n d e n e r í a s ; de caminos que la recorren en
todas direcciones; y de poblaciones alguna vez florecientes.
E n u n país predominantemente seco cuyos habitantes estuvieron
e m p e ñ a d o s , desde la m á s remota a n t i g ü e d a d , en obtener el mayor usu-
fructo del suelo, las tierras comprendidas dentro de las hoyas hidro-
gráficas constituyeron su m á s preciado patrimonio. A lo largo de ellas
traficaron los indios, conviviendo en estrecha comunidad los agriculto-
res de las tierras bajas calientes, y los ganaderos de las tierras altas, frías.
No debe extrañar, por tanto, la presencia de restos de la misma cul-
tura distribuida a lo largo de una hoya. E n el valle de Nasca, en cemen-
terios situados en la ribera del Pacífico, se encuentran restos de la cultu-
ra K o l l a w a i d é n t i c o s a los hallados en l a cuenca del Mantaro; en
Cajamarquilla, casi en la desembocadura del Rímac, se ha descubierto
recientemente un cementerio de animales oriundos de las punas: vicu-
ñ a s y llamas tiernas, enterradas dentro de envoltorios y con ofrendas
como si fueran humanos. Y entre los productos de l a cultura material de
los pueblos de la Costa, se encuentran siempre materias primas proce-
dentes de la Sierra y aun de la r e g i ó n trasandina.
Por lo general, son de mayor recorrido las cuencas que van a la
Amazonia que las que van al Pacífico. A lo largo de ellas se suceden en
orden altitudinal los tres pisos de temples diferentes: Y u n k a , A n t i y Pá-
ramo para las orientales, y Y u n k a , Kechua y P u n a para las occidentales.
L a s comarcas altas del Centro A n d i n o presentan, como se ha dicho
anteriormente, quebradas por las que fluyen los m á s alejados tributarios
del río Paro o Ucayali. E n sus orígenes, éstos corren sosegadamente cap-

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tando los arroyos que descienden de los nevados; aumentan su caudal a
medida que avanzan al Oriente, y se precipitan por quebradas y cañones
al alcanzar el llano de la Amazonia. A lo largo de su recorrido se distin-
guen los tres pisos altitudinales mencionados: Inferior, cálido, debajo de
los dos mil metros; Medio, templado, encima de éste hasta los cuatro mil
metros; y Superior, frío, hasta más de los cinco mil metros de altitud.
El piso inferior comprende dos temples: uno Bajo, de los valles orien-
tales, y otro Alto, de los cañones y quebradas hondas o Yunka propia-
mente dicho. En el primero se encuentran los valles del Perené, Bajo
Urubamba, Bajo Apurímac y Paucartambo, habitados por indios de ori-
gen Arawak, cazadores y pescadores sin vivienda estable; de clima hú-
medo; terrenos llanos en parte cubiertos de ciénagas; animales tropica-
les como monos, tigrillos, serpientes, aves y peces fluviales; abundantes
árboles entre ellos eí del caucho; agricultura por estacas o por disemina-
ción de semillas; pesca; alfarería blanca, barnizada; tejidos de algodón y
de otras fibras vegetales; y enfermedades corrosivas de la piel como la
leishmaniasis. Generalmente se cree que las tribus seminómadas de es-
tos valles han sido enemigas de las andinas y, para protegerse de sus
frecuentes incursiones, los Inkas se vieron obligados a construir fortale-
zas. Sin embargo, es difícil todavía precisar si los valles orientales del
Perú estuvieron habitados originariamente por andinos bajados de la
Sierra o por indios amazónicos.
El Yunka Alto comprende valles hondos, extremadamente calientes
que pueden ser muy bajos como Vilcabamba en la cuenca del Urubamba;
Limatambo y Abancay en la del Apurímac; y Vilcas en la del Pampas; o
altos, menos calientes, como el de Sangaro o Huarpa en el del Mantaro,
donde se encuentra Huanta. Las tierras ubérrimas de los flancos de las
cordilleras entre los ríos Paucartambo, Urubamba y Apurímac hicieron
posible el desarrollo de la civilización Inka. Las zonas de bosque, made-
ras y leñas fueron lugares de atracción humana. En las regiones boscosas
de las laderas orientales tuvieron su asiento importantes ciudades como
Machu Picchu, Wayna Picchu y Wiñay Wayna. Aprovecharon aquí los
Inkas diversas clases de maderas en la fabricación de herramientas agrí-
colas y variados utensilios domésticos. Esta región favoreció el cultivo
de ciertas plantas que sin duda alguna son las más antiguas reducidas a
domesticación por el hombre, como el algodón, la yuca, el ají, la coca y el
frijol, para no citar sino algunas. Es rica en productos de origen animal:
plumas de aves, pieles de monos, tigrillos y jaguares que fueron objeto de
activo comercio con las otras comarcas del país; y además, los ríos arras-
tran partículas de oro que fueron utilizadas por los indios.
Entre 1000 y 1300 metros se distingue una faja inferior de leña en la
que existen árboles de maderas finas como el cedro blanco y amarillo,

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zumbayo, nogal, b á l s a m o negro, yunkero, chonta, matico, cocobolo y
otras maderas que han servido para la fabricación de diversos utensilios
y herramientas agrícolas.
E l piso Medio o A n t i está comprendido entre los 2 500 y 3 500 me-
tros. Presenta a su vez dos temples: uno Bajo y otro Alto. L o m á s caracte-
rístico de esta zona es la variedad de formas vegetales que cesan al pasar
a la zona superior o bajar al bosque real. Propios de esta r e g i ó n son los
heléchos arborescentes, las palmas y bosques achaparrados y las plan-
tas silvestres que crecen al abrigo de las hondonadas.
E n el Anti Bajo se encuentran valles fértiles y benignos como los del
Mantaro, donde se hallan las ciudades de Sapallanga y Jauja; los del
Urubamba, donde se hallan las de Yucay, Calca Urubamba y Ollantay-
tambo; y los del A p u r í m a c , como aquél donde se encuentra la ciudad de
Andahuaylas.
E l Anti Alto corresponde a los valles y laderas frías, secas, saluda-
bles, con extensas tierras de labranza como el amplio valle del Cusco,
sede de la capital del Imperio; la quebrada de Cangallo, en las cabeceras
del Vilcas, y la de Santo T o m á s en las del A p u r í m a c .
E l piso superior, P á r a m o o Puna (entre 4 000 y 6 000 metros) presen-
ta igualmente dos temples: Bajo y Alto. L a Puna Baja comprende laderas
y altiplanicies cubiertas de pastizales; rica en ganado silvestre y manso,
como alpacas, vicuñas, guanacos, llamas y tarugas. E s tierra fría, m u y
poblada y reputada como la m á s sana del Perú, donde s e g ú n el aserto de
Cobo hay menos enfermos y mayor n ú m e r o de indios viejos que pasan de
cien a ñ o s .
L a Puna Alta está a m á s de 5 000 metros. Comprende sabanas, lade-
ras, lomas y collados. Abundan las vicuñas, guanacos, vizcachas y chin-
chillas. E n este piso están las dehesas de los indios. No hay aldeas n i
ciudades, sino viviendas aisladas o pukullo de los pastores que guardan
el ganado; y los corrales y trampas para cazar animales. E n los sitios
protegidos del frí o existen p e q u e ñ a s chácaras para el sembrío de papas,
quinua, maíz y otros productos destinados al consumo de los pastores.
No hay en rigor ruinas de poblaciones. Los pastizales de este piso, desde
la m á s remota a n t i g ü e d a d , forman parte del patrimonio de las gentes del
piso Medio. Los pobladores de esta región aprovecharon s i m u l t á n e a -
mente los productos de este temple y de los de m á s abajo, donde se siem-
bra quinua, papas, hizañas, ullumas y maíz. Son gentes ricas en ganado;
labran gran cantidad de ropa de lana, y con ésta y la carne hacen true-
ques con las poblaciones de los valles que poseen m a í z , ají y algodón. E n
esta r e g i ó n se realizan los grandes «chacos» o cacerías. Son celebrados
los p u ñ a l e s de los C h u k u r p u , Rukana, Chumbivilca y Kollawa.

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Encima de la Puna Alta se encuentra un último piso: la Puna Brava
o Rasu formada por cumbres nevadas, lomas altas, cuestas, laderas, ris-
cos inaccesibles, en fin, páramos completamente estériles, tierra yerma
donde no existen plantas ni animales.
Siendo como es esta tierra desolada e inhabitable, ha tenido sin em-
bargo importancia en la antigüedad para el hombre por hallarse aquí la
fuente de aprovisionamiento de las aguas que surten de este elemento a
las tierras secas de las zonas bajas.
El hombre se vio obligado a ascender a las cordilleras para sacar
desde el pie de los nevados o de las lagunas acequias y canales, y para
rendir culto a los dioses que tenían el control de las aguas y que residían
en dichos nevados. Hasta ahora son lugares encantados el nevado y la
laguna. En la cumbre de los nevados se producen los más ostentosos
fenómenos meteorológicos: truenos, relámpagos, granizadas, oscureci-
miento de la atmósfera, todo lo cual contribuyó a crear un ambiente de
majestad y de misterio alrededor de aquéllos. Koropuna, Solimana, Sara-
Sara Pitu Siray, Sawa Siray, Vilcanota, Salkantay, Pariakaka, Wantuy,
Rasu Wilka y otros, son nombres que conservan hasta hoy los nevados
en recuerdo de los dioses que primitivamente residieron allí, hijos del
Todopoderoso Wira Kocha, y que tenían el control de las aguas en las
distintas regiones del Perú. Los fenómenos meteorológicos que protegen
o destruyen los recursos naturales que aseguran la vida humana, son
también atributos de estos dioses.
Bien marcados están los pisos climáticos en las cuencas occidenta-
les; su recorrido es menor que el de las orientales, y su declive más empi-
nado; se escalona en pendiente casi vertical desde la ribera del Pacífico
hasta la Puna.
En la parte más baja de la cuenca, entre el nivel del mar y los 2 000
metros, se distinguen dos porciones: una que corresponde al valle y delta
de los ríos más o menos amplios según los accidentes topográficos de la
Costa, de clima templado cuya altura alcanza los 1 000 metros; y otra
estrecha, de cañones y gargantas encajonadas, de clima ardiente, sofo-
cante, malsano que avanza hasta los 2 000 metros. Estos valles y caño-
nes corresponden al primer piso llamado por los indios Yunka.
Las deltas y tierras contiguas al río fueron cultivadas desde la más
remota antigüedad; y los restos de esta explotación agrícola en casi to-
dos los valles del Pacífico sobrepasa, duplica o triplica en algunos de
ellos al área actual de cultivo. En estas tierras bajas existen testimonios
del aprovechamiento del suelo: surcos o camellones de viejos jardines
abandonados; huellas de áreas desérticas inundadas deliberadamente
para convertirlas en campo de cultivo; extensas hoyas excavadas en el
desierto y utilizadas gracias a la humedad del subsuelo; represas, ace-

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quias y acueductos construidos ingeniosamente para conducir las aguas
del río a lugares distantes; y acueductos soterrados para captar el agua
del subsuelo; y diseminadas dentro de las extensas c a m p i ñ a s , ruinas de
aldeas y de ciudades, de palacios y templos, de almacenes y depósitos de
ropa o de alimentos y de caminos amurallados que unen estos diversos
centros de población.
Por su naturaleza misma, los flancos empinados de las gargantas y
c a ñ o n e s han sido escasamente aprovechados, no por la gente del valle,
del piso bajo, sino por las poblaciones de altura que d e s c e n d í a n a estos
lugares malsanos sólo para aumentar su e c o n o m í a andina con los pro-
ductos de las tierras cálidas o tropicales.
E n la a n t i g ü e d a d , estos lugares fueron aprovechados por las pobla-
ciones de altura, pudiendo citarse como ejemplo: l a quebrada de Viscas,
en la parte media de la cuenca de Mala, donde las gentes de la r e g i ó n de
Huarochirí cultivaban yuca, camote, ají, llacón [sic], algodón, coca y otras
plantas; y la quebrada de Chaukalla, en la hoya del río O c o ñ a , cuyas
tierras cálidas y malsanas fueron igualmente utilizadas por los agricul-
tores de altura, como lo hacen en la actualidad las familias de Toro,
Cotahuasi, Charcana, A l c a , etc., de la provincia de L a U n i ó n , departa-
mento de Arequipa.
Es en los flancos empinados de estas estrechas quebradas donde se
aprecia mejor el escalonamiento vertical de los andenes o pisos
altihidinales, que se suceden casi en línea recta desde el lecho del río que
serpentea bullicioso en el fondo hasta la c ú s p i d e del nevado que es la
Pakarina o residencia de los dioses protectores del agua.
A la comarca de c a ñ o n e s y desfiladeros se superpone otra com-
prendida entre los 2 000 y 3 000 metros, de paisaje m á s amplio, formado
por extensas hoyas y laderas seccionadas por los numerosos arroyos
que constituyen los primeros tributarios de los ríos que desaguan en el
Pacífico. E s l a denominada r e g i ó n Kechua o Cisandina. Está limitada
hacia abajo por la línea continental de las aguas que f l u y e n al oriente y
occidente de las altas cordilleras. Presenta, como el anterior, dos pisos:
uno inferior m á s abrigado o Kechua Bajo hasta los 3 000 metros, y otro
superior m á s f r í o o Kechua Alto hasta los 4 000 metros. E n el primero
predominan las quebradas altas, estrechas, y en el segundo las quebra-
das abiertas, extensas mesetas y laderas que se c o n t i n ú a n m á s arriba
con la Puna. Es ésta la región m á s sana del territorio andino. Se encuen-
tran en ellas numerosos restos de la actividad humana. L a s heredades
yapu y paiarana, hoy t o d a v í a cultivadas, son las mismas preparadas y
trabajadas por los antiguos, lo son de consiguiente las represas alimen-
tadas por el deshielo de las cordilleras o por el agua del subsuelo que
emerge de los puquios, y la compleja red de acequias que a la manera de

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136
arterias dan vida a las bellas c a m p i ñ a s de esta comarca. Y por ú l t i m o ,
sobre los montes m á s encumbrados, se mantienen todavía hasta hoy las
ruinas de las vetustas aldeas; las viviendas de piedra; las c á m a r a s fune-
rarias kullpi y chaukalla; los adoratorios, casas principales, p e ñ o n e s sa-
grados, almacenes y depósitos, patios y plazas, reveladores de una v i d a
p r ó s p e r a gregaria y ordenada, hecha posible gracias a la hábil explota-
ción del suelo.
L a región Kechua desde el punto de vista de la habitabilidad huma-
na se proyecta sin solución de continuidad con la r e g i ó n fría contigua,
de la Puna.
Los kechuas eran a la v e z agricultores y ganaderos. L a Puna estaba
bajo su dominio como lo estaba su propia región. A ú n m á s , la misma
población de la zona Cisandina se continuaba dentro de u n mismo pai-
saje hacia el otro lado de la cordillera, hasta las cabeceras de l a r e g i ó n
Trasandina. Y esto se halla confirmado por los restos de sus viejas cultu-
ras que se extienden desde las punas, a uno y otro lado, hacia los valles
occidentales y orientales. Uno de los ejemplos m á s típicos de esta clase
de paisajes en la r e g i ó n Cisandina es la zona arqueológica de Makat
Tampu, en la margen derecha del río Rímac.

Los recursos naturales del Centro Andino


aprovechados por el hombre en la antigüedad

Materias primas utilizadas

Las materias primas utilizadas en las artes e industrias del Centro Andino
de origen mineral, vegetal y animal, fueron adquiridas en la propia región
o importadas de fuera, de lugares situados m á s allá de sus fronteras.
E n base a los hallazgos arqueológicos se puede afirmar que desde la
m á s remota a n t i g ü e d a d existió un activo intercambio de productos entre
las tres regiones naturales del país. Plumas multicolores de aves tropica-
les fueron usadas por los antiguos habitantes de l a Costa y de l a Sierra,
en sitios alejados de las florestas ecuatorianas o a m a z ó n i c a s . Lanas de
llama, alpaca y v i c u ñ a —animales oriundos de las cordilleras — , se en-
cuentran a p r o f u s i ó n en las fábricas textiles halladas en la Costa; y, a su
vez, productos marinos son comunes en las tumbas de la Sierra. Ciertos
moluscos propios de mares ecuatoriales, exóticos a la fauna del Pacífico,
como las conchas Spondylus y Strombus fueron materiales de uso ritual o
ceremonial en todo el país, a juzgar por las numerosas muestras que se
encuentran en los yacimientos arqueológicos.
s
Numerosas especies de conchas Spondylus pictorum, Conus fergusoni y Strombus
galeatus, procedentes de diversos sitios arqueológicos del Centro Andino, se exhiben en

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137
Todo prueba la existencia de un viejo y activo comercio interior y
exterior de materias primas utilizadas en el arte y en las industrias. Son
elocuentes testimonios de estas interdependencias regionales los restos
de caminos de penetración de la Costa a la Montaña que siguen el curso
de los ríos del litoral hasta sus cabeceras, trasmontan las cordilleras y
descienden a los valles orientales, avanzando muy adentro de la floresta
amazónica. Lo son, igualmente, los datos históricos y las referencias
aportadas por los conquistadores españoles acerca del comercio maríti-
mo inkaico sostenido con las naciones y tribus situadas a lo largo de la
costa del Pacífico hasta las islas Perlas.
Pero lo que da mayor carácter a la civilización aborigen es el aprove-
chamiento del propio medio geográfico andino aparentemente desfavo-
rable para la vida humana, sustentado en un cúmulo de'invenciones y
descubrimientos entre los cuales se destacan dos fundamentales: la ex-
plotación del suelo y la domesticación y crianza de animales silvestres.

Explotación de la tierra

Es en los registros objetivos de posesión y explotación de la tierra —


fuente permanente e inagotable de aprovisionamiento económico de los
aborígenes —, donde se encuentran los testimonios más importantes de
su grado de civilización.
Los vestigios de aprovechamiento del suelo en todo el país parecen
demostrar que el desarrollo evolutivo de la agricultura siguió una mar-
cha progresiva de Oriente a Occidente. Ésta fue incipiente en las tierras
cálidas y lluviosas del oriente de exuberante vegetación; más desarrolla-
da en las hoyas interandinas templadas de escasa vegetación; y más aún
en la región cálida y árida de la Costa.

los museos de Lima. Véase lo relativo a Spondylus, en U H L E , Max «La esfera de influencia
del país de los Incas». Revista Histórica, t. rv, pp. 1 0 - 1 1 . Muchos son los hallazgos de la
concha-trompeta Strombus. Se incluyen entre ellos el de Shushuruyoc, Huaraz, ilustrado
en B A E S S L E R , Arthur. Altperuanische Kunst, Berlín, 1 9 0 2 - 1 9 0 3 , tafel 1 6 4 , Londres,
1907; el de Anchukaya, Huarochirí y el de Kantamarca, Canta, que se hallan en los
Museos de la Universidad y de Antropología de Lima; el de Pilcillacta o Muyna, hoy en
la Universidad del Cusco; el de la waka de Punkurí, Nepeña, en T E L L O , Julio C . «El
Strombus en e¡ arte Chavín». Turismo, Lima, agosto de 1 9 3 8 .
6
Objetos de origen cuzqueño o Inka en general se hallan por todas partes dentro del área
territorial andina. Restos de caminos de penetración se encuentran en casi todos los valles
de la Costa, como la vía Huaura-Tarma que es la que siguió Herrando Pizarra en su viaje de
Pachacamac a Jauja; la de Pachacamac ai Cusco por la ruta de Pariacaca, aprovechada
igualmente por los conquistadores; la de Sangallán o Pisco a Andahuaylas por Huaytará
donde presenta tramos pavimentados, antes y después de la ciudad de Naykasha o Tambo
Colorado; las vías que ascienden de Nasca y Caravelí hacia Vilcas y Andahuaylas; y la de
Kawana que se une a la vía longitudinal que corre por la altiplanicie en la pampa desértica
de Akopata, entre las provincias actuales de Parinacochas y L a Unión.

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138
Las tierras tropicales del pie oriental de los Andes fueron apenas
aprovechadas, sin mayores trabajos de cultivo. Los frutos silvestres co-
mestibles, propagados por simple diseminación de semillas, como el caso
de las cucúrbitas y leguminosas, o por plantaciones a estacas como el
caso del camote y la yuca, previa desflorestación del suelo.
En las regiones interandinas de clima templado y seco, de escasas
lluvias estivales y de suelo quebrado, la labor agrícola fue más intensa y
variada; las laderas y flancos empinados de las sierras laboradas en
terrazas de jardinería; las vertientes de los nevados represadas y vacia-
das mediante canales de largo recorrido para mantener la vida vegetal
en las tierras yermas; y los campos estériles fertilizados con el estiércol
de auquénidos o el humus de plantas silvestres.
En la región del litoral donde el suelo es llano, desértico y estéril, las
lluvias escasas o nulas, los ríos de poco caudal, de curso permanente,
periódico o eventual, el aborigen amplió su campo de acción habilitando
artificialmente nuevas y extensas tierras; construyó canales y represas
para aprovechar las aguas fluviales; captó las corrientes que bajan de las
cordilleras sumidas bajo el suelo — que sólo afloran en los bajiales forman-
do Iagunillas y lodazales cubiertos de totoras y eneas —, mediante acue-
ductos subterráneos y represas construidas a distintos niveles; ejecutó
obras más audaces aún como la de eliminar enormes masas de arena del
desierto para alcanzar la tierra húmeda del subsuelo apropiada para el
cultivo; y, por último, enriqueció la fertilidad de estas tierras abonándolas
con los desperdicios de la fauna marina y con el guano de las islas.
De esta manera convirtió el medio áspero, yermo y hostil para la
vida vegetal, en un centro de aclimatación de plantas oriundas de la
Sierra y de la Montaña, transformando así el desierto cálido y desolado
en campiña exuberante.
7
«Cerca del mar, en la comarca de estos valles (se refiere a todos los valles de la provincia
de Chincha) hay algunas islas bien pobladas de lobos marinos. Los naturales van a ellas en
balsas y de las rocas que están en sus altos traen gran cantidad de estiércol de ias aves para
sembrar sus maizales y mantenimiento, y hállanío tan provechoso que [a tierra se para con
ello muy gruesa y fructífera, siendo en la parte que no siembran estéril; porque si dejan de
echar este estiércol, cogen poco maíz, y no podrían sustentarse si las aves, posándose en
aquellas rocas de tas islas de susodichas, no dejasen lo que después de cogido se tiene por
estimado, y como tal contratan con ello, como cosa preciada unos con otros». CIEZA DE
LEÓN, Pedro de. Crónica del Perú, parte i, capítulo LXXV, p. 251, Madrid, 1922.
3
« D i g o pues, que toda la tierra de los valles (se refiere principalmente a los valles de la
costa del Centro Andino) a donde no llega la arena hasta donde tornan las arboledas
dellas, es una de las más fértiles y abundantes del mundo y la más gruesa para sembrar todo
loque quisieren, y adonde con poco trabajo se puede cultivar y aderezan). CIEZA DE LEÓN,
Pedro de, Crónica del Perú, parte t, capítulo LXVI, p. 225, Madrid, 1922.
« Y cierto para pasar la vida humana, cesando los escándalos y alborotos y no habiendo
guerra verdaderamente es una de las buenas tierras del mundo, pues vemos que en ella no
hay ni pestilencia, ni llueve, ni caen rayos y relámpagos, ni se oyen truenos, antes
siempre está el cielo sereno y muy hermoso». CIEZA, op. cit., cap. LXXI, p. 238.

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139
Domesticación de animales

Asimismo, utilizaron ventajosamente los animales oriundos de la alti-


planicie andina como el guanaco, la v i c u ñ a , el tarugo, la vizcacha y
otros de caza; la llama y alpaca, de cría, lo que hizo posible el desarrollo
de la g a n a d e r í a ; la carne, la lana y otros productos derivados de éstos,
base de las artes textiles; de los grabados y esculturas en hueso; de los
trabajos de cuero curtido y pintado en la fabricación de calzado o moca-
sines, vestidos ceremoniales, tambores y escudos.
Los hallazgos hechos en las tumbas de tejidos, tapicería y bordados,
herramientas textiles de hueso, unidos al acervo tradicional de leyen-
das, mitos y otras expresiones de la vida popular sobre cacería de vena-
dos, v i c u ñ a s y guanacos y sobre crianza de llamas y alpacas, cuyos
rezagos superviven hasta hoy, son exponentes de la característica vida
social del cazador, pastor y agricultor.
Las altas mesetas fueron, como lo son hasta ahora, la residencia
natural de los a u q u é n i d o s . E s allí donde se encuentran los vestigios de
una explotación intensa de los pastizales. De estas altas tierras los pas-
tores llevaron la lana, la carne helada y desecada y otros productos a las
regiones bajas contiguas, principalmente a los pueblos de las quebradas
y de los valles occidentales. Fueron desde tiempos remotos indios
C h u k u r p u , Rukana, K o l l a w a y C h u m p i W i l l k a los que proveyeron y
abastecieron a dichas poblaciones de la costa con las materias primas de
su región.

Intercambio de productos y desarrollo de industrias

E n ninguna parte del área andina como en la del Centro se encuentran


testimonios m á s evidentes del progreso del arte textil como el representa-
do por los bordados de Paracas, por las tapicerías, gasas y calados de las
Cavernas, y por las tapicerías y brocados de los Rukana, K o l l a w a e Inka.
Los bordados de Paracas y los kumpi de los Inkas y Kollawas, tan cele-
brados hoy por su excelente calidad, riqueza de colorido y decoración,
revelan u n arte en todo su apogeo y perfeccionamiento tecnológico ad-
quirido en el curso de muchos siglos.

Entre otras diversas plantas útiles oriundas de los países tropicales cultivadas en los valles
de la Costa figura la coca, cuyas heredades dispuestas en terrazas en las faldas de las
quebradas y cañones cisandinos, abandonadas aún, perduran como en Cocachacra, en la
quebrada del Rímac y Viscas en la quebrada de Mala, cerca de Huarochirí.
9
V é a s e a este respecto: RAMÍREZ, Baltazar. «Descripción del Reyno del Piru, del sitio,
temple, provincias, obispados y ciudades de los naturales, de sus lenguas y trages. Año
1597». E n MAÚRTUA, Víctor M. Juicio de limites entre Perú y Bolivia. Barcelona, 1906,
tomo I , pp. 281-363.

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140
A d e m á s , las poblaciones serranas y c o s t e ñ a s incrementaron sus
materias primas con otras traídas de la floresta: maderas, gomas y resi-
nas; semillas y raíces alimenticias como el m a í z , yuca, camote, achira,
m a n í ; plantas de alto valor estimulante y medicinal como la coca; pieles
de animales de la selva, y oro de los ríos o lavaderos. Y en particular,
fomentaron un comercio activo de plumas multicolores, con las que se
fabricaron tapices y ropa; de herramientas y utensilios de madera pinta-
dos, grabados y barnizados como los keros o vasos y los pukos o platos,
incorporados al arte Chincha e Inka.
A l igual que la coca y las plumas de aves tropicales de la M o n t a ñ a y
la lana de la Sierra, todas de distribución panandina, fueron aprovecha-
das t a m b i é n algunas materias minerales como la turquesa o sodalita en
la fabricación de collares y otros adornos; el llimpi o cinabrio como sus-
tancia funeraria ritual o de p r e s e r v a c i ó n del c a d á v e r ; y, por ú l t i m o , la
obsidiana, empleada profusamente en la fabricación de herramientas
punzantes y cortantes, tales como cuchillos, lancetas, puntas de flechas
y lanzas.

Explotación de los recursos naturales en las tres regiones del Centro


Andino

Cuando se trata de enjuiciar los resultados de la explotación de los re-


cursos naturales realizados por los a b o r í g e n e s en las tres regiones, se
observa con sorpresa que en la menos favorecida, en la Costa, es donde el
hombre ha dejado los testimonios de una civilización aparentemente
igual o superior a la que dejara en las otras regiones.
T o p o g r á f i c a m e n t e la costa del Centro Andino consta de una extensa
porción llana, desértica, comprendida entre los valles de Huarco y Yauca
que fue el territorio de la antigua provincia de Chincha, y dos porciones
montuosas: una mayor hacia el Norte, entre los valles de Pativilca y el
H u a r c o donde estuvieron localizadas las provincias de H u a u r a y
Pachacamac, y otra menor al Sur, entre los valles de Yauca y C a m a n á o
Majes donde estuvo la provincia de K a w a n a Konti (ver mapa N.° 1).
Bordeando la costa del Pacífico y m u y cerca de ella se encuentra el
grupo de las islas Chincha, tan ponderadas por sus ricos depósitos de
guano.

1 0
Los indios de más allá de los Andes llámanse Chímenos «[...] es gente pobre y poca y
solamente tienen micos, papagayos y guacamayas, mucha plumería muy galana y algunas
cosas de madera labrada y pintadas con un barniz harto galano y de muy buenas colores
que en su modo tienen harto primor». RAMÍREZ, Baltazar, op. cit., pp. 329-330.
1 1
E n el área de las ruinas de Wiñake, Ayacucho, y en el fundo de Wakaurara se encuentra
en abundancia la piedra en bruto, desmenuzada o a medio trabajar, lo que parece revelar
que éste fue uno de los centros de beneficio.

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141
La región seca y desértica del litoral, antes de que el hombre la redu-
jera a su dominio, no ofrecía mayores recursos que los que podían brin-
dar las pocas semillas y frutos silvestres de sus valles alimentados por
las aguas que temporal o permanentemente bajan de las serranías, y que
son como pequeños oasis dentro del campo de las llanuras eriazas y de
las dunas y lomas generalmente secas. No posee ninguna ventaja que
para la vida humana brindan el Oriente tropical, las altas sierras y los
valles interandinos. El Anti o Montaña y la Sierra fueron aprovechados
sin mucho esfuerzo por los primitivos habitantes establecidos en aque-
llas regiones. En cambio, las condiciones climáticas y topográficas del
litoral apenas permitirían la vida del hombre salvaje desprovisto de co-
nocimientos agrícolas, el cual buscaría su subsistencia en los recursos
marinos y en la recolección de las semillas y frutos de las pocas plantas
silvestres existentes. Pero sorprende y habla muy alto de la habilidad e
inventiva del aborigen que, a pesar de las condiciones adversas físicas y
biológicas, sea precisamente en la Costa, y en especial en el llano desér-
tico de la antigua provincia de Chincha, donde se encuentren los restos
de grandes centros de condensación humana y los exponentes más abun-
dantes y excelentes de su alta civilización.
Diversos hechos prueban cuán intensa fue la explotación del suelo.
Hay huellas manifiestas del aprovechamiento de la tierra en vastas ex-
tensiones, sea mediante la eliminación de la arena, como en las pampas
de Vilíacuri y en las de Chunchanga o Shangalla en Pisco, cuyos produc-
tos abastecieron a los antiguos pobladores de Paracas, o mediante la
construcción de acueductos subterráneos para la captación del agua del
subsuelo, como se observa en los valles y quebradas de la cuenca del Río
Grande de Nasca. Los trabajos de construcción de represas y de acue-
ductos subterráneos no fueron casos aislados o propios de los antiguos
campesinos de la provincia de Chincha. Idénticos testimonios se han
encontrado en otros valles secos del Centro Andino como en Chilca y
Lurín. La extensa área ocupada por las ruinas de Pachacamac y los
terrenos hoy desérticos, cubiertos de arena, que se extienden al norte en
dirección a la Tablada de Lurín, estuvieron cultivados a la llegada de los
españoles en el siglo xvi mediante el aprovechamiento de las aguas del
subsuelo o de filtración provenientes no sólo del río Lurín — contiguo a
las ruinas —, sino del Rímac que se halla aproximadamente a 35 kilóme-
tros al Norte. Esto se ha probado en las exploraciones realizadas entre
los años de 1940 a 1945.
Las tierras eriazas de la Costa fueron enriquecidas con el estiércol
de las aves guaneras depositado en las islas. A ellas acudían los indios,
como se ha referido anteriormente, para extraer el fertilizante que trans-
formó las condiciones adversas del suelo de la Costa en fuente perma-
nente de la vida vegetal y animal.
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142
E l mar que b a ñ a la costa del Centro Andino es rico en peces, acaso
porque allí confluyen las dos grandes corrientes marinas: l a fría, meri-
dional o de Humboldt y la caliente, ecuatorial o de E l N i ñ o , que crean
condiciones favorables para la v i d a de microorganismos que atraen y
sustentan a una enorme población de peces y, por ende, de aves marinas,
fuentes de las industrias pesquera y guanera.
A esto pueden agregarse otras fuentes naturales que incrementaron
la economía humana, tales como los frutos y semillas de arbustos silves-
tres oriundos de esta región, como el huarango o algarrobo, el algodón, el
molle, las lagenarias y eneas.
L a fibra del a l g o d ó n (Gosypium peruvianum) f u e la base de la indus-
tria textil. Restos de antiguas plantaciones de este arbusto se hallan to-
d a v í a en casi todos los valles de la vieja provincia de Chincha, y fueron
utilizadas las semillas de alto valor nutritivo del huarango (Acacia
Punctata) y del molle (Schimus molle) en la confección de bebidas.
Y en estas tierras desérticas interrumpidas por quebradas y valles
secos animados por las avenidas y por p e q u e ñ o s pantanos —donde el
agua del subsuelo hace su aparición — , crecen las eneas (Tipha latifolia,
¡uncus effusus, Scirpus lacustris), base de la industria de los petates y ca-
nastas de uso generalizado; y las lagenarias o c u c ú r b i t a s , cuyos frutos
de corteza dura fueron la base del arte de los mates pirograbados que
tanto auge alcanzaran en la a n t i g ü e d a d y que a la v e z sirvieron de mode-
los para la fabricación de vasijas de arcilla.

Artes e industria de la provincia de Chincha

E l desarrollo alcanzado por los aborígenes de la provincia de Chincha


en las artes e industrias se debe a su especial situación. Por el Oriente
e s t á n las praderas de las altiplanicies que hicieron posible el desarrollo
de la g a n a d e r í a y, por ende, la p r o d u c c i ó n de la lana; y por el Occidente
el océano con su rica fauna, peces y aves guaneras, y los valles de tierras
apropiadas para la aclimatación de ciertas plantas útiles oriundas de la
Montaña.
Los restos arqueológicos ponen de m a n i ñ e s t o c u á n intensa y larga
fue la actividad del hombre para vencer las condiciones adversas del
territorio, la escasez de agua y la aridez del suelo. Permiten comprobar
t a m b i é n que las migraciones por comercio o por cualquier otra causa
1 2
E l Padre Reginaldo Lizárraga dice que «[...] cuando los españoles entraron (en el valle de
Chincha) en este reino habían 30,000 indios tributarios de los cuales 10,000 eran
mercaderes. Los mercaderes tenían licencia de discurrir por este reino con sus mercaderías,
que las principales eran mates pare beber muy pintados y tenidos en mucho hasta la
provincia de Chucuíto, en el Collao». E n "Descripción y población de las Indias".
Revista Histórica. Lima, 1907, tomo I I , capítulo X L v n , p. 329.

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143
pusieron en contacto a los habitantes de las distintas regiones borrando
las fronteras y dando unidad a la civilización. Aparte de los caminos
reales que corren de Norte a Sur, considerados como incaicos, en cada
valle, en una o en ambas márgenes, se encuentran restos fidedignos de
otras vías que ponían en comunicación a los pueblos de la Costa con los
de la Sierra y de la Montaña. Y en los vastos yacimientos funerarios del
litoral se encuentran restos de colonias andinas que se hallan unas ve-
ces superpuestos y otras fusionados con los de los habitantes locales, en
grado tal que resulta difícil establecer diferencia entre los productos de
la cultura local y los importados. Ha sido necesario, por ejemplo, descu-
brir los sitios de fabricación de alfarería para poder establecer los centros
de difusión de ciertas culturas, cuyos restos se hallan diseminados en
las tres regiones.
Las artes e industrias que marcan el adelanto de la civilización son
en gran parte el resultado del intercambio comercial entre los productos
andinos y marinos. Esto explica por qué no existe, como se verá más
adelante, en toda el área de la Costa central del Perú, una raza y una
cultura propiamente costeña, sino una miscegenación cultural y un apro-
vechamiento simultáneo, en gran escala, de los recursos procedentes de
las diversas regiones.

Artes e industrias en las tres regiones del Centro Andino

La manera como el hombre respondió a las especiales condiciones de su


medio geográfico logrando dominarlas merced a su ingenio e inventiva,
puede ser ilustrada en el siguiente diagrama en el cual se consignan las
principales artes e industrias desarrolladas en cada una de las tres re-
giones, Costa, Sierra y Montaña, y los productos de intercambio comer-
cial que hicieron posible el desarrollo de una civilización andina, propia
y original.
En la Montaña, la explotación del suelo por el hombre fue y lo es
todavía incipiente, como se ha indicado. Más que el trabajo del suelo
absorbe su actividad la caza y pesca de animales útiles a su dieta alimen-
ticia o a su vida doméstica en general, como monos, antas, aves, reptiles,
paiches y tortugas. Y dada la riqueza de su región en determinados pro-
ductos que no existen en las otras regiones, fomenta el trueque de plu-
mas, gomas, resinas, fibras vegetales, madera, coca y algodón con otros
productos de las serranías vecinas.
En la Sierra, la cacería es una ocupación eventual o periódica, acaso
un deporte para obtener artículos de lujo, como la lana y carne de vicuña;
piel, carne y huesos de venado tan profusamente usados en su arte. Los
«chacos» o cacerías, a juzgar por las escenografías que aparecen en la

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144
cerámica y tejidos, tuvieron carácter principalmente ceremonial o reli-
gioso. Debieron hallarse incorporados al rico acervo tradicional de los
sacrificios, del culto a los antepasados y a la r e p r o d u c c i ó n del ganado.
E n la puna, casi toda la actividad humana está encauzada hacia la crian-
za y pastoreo de a u q u é n i d o s , como la llama y la alpaca, cuya lana y piel,
unida a la de los animales silvestres, como la v i c u ñ a y el guanaco, son
las materias primas del arte textil. Existe una relación íntim a entre el
nevado o morada de los dioses, los pastizales de la puna, los a u q u é n i d o s
y el arte textil. Es principalmente en las altiplanicies del Centro Andino
donde todavía se encuentran las supervivencias de un arte en flor de las
remotas edades. E s , asimismo, en los valles y quebradas altas andinas
donde e s t á n manifiestos los restos de una pasada agricultura en auge.
Las laderas y faldas empinadas de dichas quebradas aparecen corrien-
temente utilizadas por el cultivo en a n d e n e r í a s , y por todas partes se
encuentran los restos, a veces t o d a v í a en uso, del aprovechamiento de
las aguas mediante represas y acequias. Son oriundas de esta r e g i ó n
múltiples variedades de tubérculos alimenticios, como la papa, la oca, el
olluco, la mishwa y algunos granos como el t a r w i y la quinua.
Son estas plantas conservadas por desecación, helada o por u n sis-
tema especial de lavados sucesivos y exposición a la intemperie y al
calor del sol, las que acumuladas en grandes kollkas o d e p ó s i t o s , cuyos
restos aparecen a lo largo de toda la altiplanicie, permitieron el desarro-
llo de la población, de millones, que encontraron los españoles a su arri-
bo a este país.
Tubérculos desecados y helados, como el c h u ñ o , k a w i , kaya; carne
desecada, como el charqui de los a u q u é n i d o s ; lana, huesos y tintes fue-
ron los productos que sostuvieron a esta población y sirvieron para obte-
ner otros diferentes de la M o n t a ñ a o de la Costa.
E n la Costa existen t a m b i é n dos tipos de localidades de diferente
paisaje: el llano contiguo al mar Pacífico y el valle. L o s antiguos habi-
tantes de las riberas del Pacífico vivían, principalmente, de los produc-
tos marinos, de peces y moluscos, y los de los valles, de la agricultura.
E l hombre ha vivido, como en la puna, en grandes sociedades cerca de
las b a h í a s y en los sitios de mayor abundancia de seres marinos y,
como en el caso de los andinos, ha e x t r a í d o del mar los productos s u f i -
cientes no sólo para satisfacer sus necesidades sino para conservarlos
y cambiarlos con otros de las poblaciones de altura. Asimismo, h a apro-
vechado, como se ha dicho, de las tierras fértiles de los valles, mediante
la utilización del agua superficial y aun de las tierras cubiertas por
capas de arena, a t r a v é s de la e l i m i n a c i ó n de é s t a o la extracción del
agua del subsuelo. Y en esta labor, agrícola por excelencia, ha aprendi-
do a manejar el barro, a fabricar vasijas y desarrollar un arte utilitario y

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ceremonial tan importante como el arte textil de las alturas. De este
modo, en la Costa aparecen estrechamente vinculadas las aves mari-
nas, los dioses en figura de estos animales, sus moradas en las islas, los
depósitos de guano que ellos controlan, las ofrendas de alimentos ve-
getales otorgadas a dichos dioses, las vasijas ceremoniales para guar-
dar estas ofrendas y los restos de un intenso y complejo ceremonial
relacionado con el cultivo del suelo.

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