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La losofía - el amor a la sabiduría.

Todos sentimos ese amor en algún grado u


otro, pero ¿cómo llegamos a tenerlo? En el caso de Platón, ese amor, o sea, la
losofía, consiste en la contemplación de las Ideas, conocimiento de ellas. Sin
embargo, como nos enseña en El banquete y como reza el reconocido refrán: de la
vista nace el amor. Al principio, no nos enamoramos de algo abstracto sino de algo
concreto, un individuo de carne y hueso. En el caso de Platón, ese individuo fue
Sócrates. Lo que vio en Sócrates fue una forma de vivir, una forma de existir, que le
atrajo profundamente. Puedo imaginar al joven Platón diciendo a sí mismo “Quiero
ser cómo Sócrates”. No sé quien haya sido el modelo para Sócrates, pero en general
yo creo que esto es lo que sucede cuando nos enamoramos de la losofía. Lo que
nos atrae no es tanto la sabiduría como tal sino un sabio, su estilo de vida, su forma
de ser.
Es por eso que un correo que me llegó en 2019 me sacó algo de onda.
Durante mi viaje en Sudamérica me llegó un correo de un grupo de alumnos de una
facultad de losofía en Perú. Querían saber si podría pasar con ellos a presentar mi
libro o darles una conferencia. Al nal del correo, la persona que me había escrito
dijo que tenían ganas de conocerme como un “profesional de la losofía”. Eso es lo
que me sorprendió, que me vieran como un profesional, que lo que vieran en mí
como valioso o admirable fuera algo que podría entenderse como propio de una
actividad profesional, o sea, algo que tuviera en común con un abogado o un
médico. Si escogiera al azar cien lósofos académicos, no dudo que guardarían
entre sí la más amplia variedad de creencias y posturas. Pero si dejamos el contenido
por un lado y preguntamos por la forma vemos que todos esos cien académicos
publican artículos con cierto estilo expositivo sobre temas de moda en revistas
especializadas, van a congresos, hacen el networking, tienen proyectos de
investigación nanciados, etc. Hay todo un aparato gremial cuya nalidad
teóricamente es asegurar que la actividad losó ca se haga bien, con seriedad, pero
prácticamente lo que hace es crear la gura del profesional, negando admisión al
gremio a los meros a cionados. Yo creo que ése es el sentido de la frase que me
escribió ese alumno, que tenían ganas de conocer a alguien serio, no un mero
a cionado que opina cualquier cosa.
En todo caso, acepté la invitación con mucho gusto y tiempo después estuve
con ellos y lo pasamos muy bien, pero esa frase se me quedó como una piedra en el
zapato. Me da algo de pena confesarlo, pero hasta ese momento, desde que tomé
mi primera clase de losofía en 1987 hasta ese momento en 2019, nunca había
re exionado realmente sobre mi identidad como lósofo, es decir, nunca había
cuestionado losó camente mi quehacer como lósofo; esa identidad y ese
quehacer nunca se me habían presentado como problemáticos. Simplemente
empecé a hacer lo que los modelos a mi alrededor hacían, y ahora, especialmente
con mi canal de la Fonda, empecé yo a servir como modelo. Lo que esa frase –

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profesional de la losofía – suscitó en mí fue el miedo de que yo sirviera de mal
modelo, que aprendieran de mi conducto como lósofo algo errado o inesencial. Me
di cuenta que la culpa no la tendría ellos sino yo, porque yo no había hecho la tarea
de conocerme a mí mismo, al menos como lósofo. La re exión que posteriormente
hice, y que continuo haciendo, es lo que condujo a mi salida de la academia. En este
vídeo, quiero compartir con ustedes algunos de los detalles de esa re exión.
Bueno, tiempo después de recibir ese correo de los alumnos peruanos, estaba
leyendo un escrito de Kierkegaard que se llama “Cómo juzga Cristo el cristianismo
o cial”. Ahí satiriza los pastores luteranos daneses de su época, denuncia su
hipocresía y en una parte comenta que las largas vestimentas que llevan son su
uniforme profesional. No dice textualmente la frase “cristiano profesional”, pero es lo
que está describiendo y criticando y, como puedes imaginar, en ese momento se me
vino a la mente mi frase de “ lósofo profesional” y pensé Wow - ¿qué tenemos aquí?
De repente tuve algo que me guiara en mi re exión sobre este último. Primero,
veamos por qué la idea de un cristiano profesional es ridícula, y luego en qué medida
puede compararse con la de un lósofo profesional.
Como comentamos en mi vídeo sobre la losofía artesanal, un profesional se
forma en cierto campo o actividad, como la del médico o del abogado, adquiriendo
conocimientos y habilidades especializados que órganos institucionales certi can. Si
tengo un tumor en el cerebro, no me lo puede tratar cualquiera sino sólo un
neurocirujano, alguien con certi cación profesional. ¿Puede el quehacer de un
cristiano someterse a un proceso de profesionalización como él del médico? Para
responder esta pregunta, tenemos que saber qué hace un cristiano. Si entendemos
por cristiano el marco protestante que es el punto de referencia para Kierkegaard, la
respuesta es que el cristiano cree, cree por fe en Jesucristo por lo que espera gozar
de una vida eterna después de la muerte. Un cristiano se distingue de un ateo no
necesariamente por sus actos ya que los dos podrían portarse en la vida de la misma
manera, sino por sus creencias.
Entonces, ¿qué hemos de pensar de la idea de un cristiano profesional? Con
este término nos referimos a los pastores o ministros cristianos, que sin duda tienen
su papel; fungen como guía espiritual, llevan a cabo ritos y ceremonias, y en general
encabezan la vida espiritual de la comunidad de creyentes. Sin embargo, estas
actividades no constituyen el meollo, la esencia, de ser un cristiano. Uno podría ser
cristiano sin participar en estas actividades porque su esencia consiste en creer en
Jesucristo. ¿Podría un pastor suplir al feligrés en este quehacer esencial del cristiano;
podría creer en su lugar? Para Kierkegaard, no, porque lo que está en juego es una
cuestión subjetiva, la condición interior de uno mismo en su relación con lo divino.
Es como si alguien amara a tu pareja en tu lugar. Puedes contratar al profesional
médico para curar a tu pareja, pero no para amarla, ya que el acto de amar es algo
que revela una disposición interior, subjetiva. Además, el cristiano, para ser lo que es,



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no requiere de ningún conocimiento especializado como el médico o el abogado,
sino simplemente la fe, una disposición volitiva interior. No cualquiera es un médico,
pero todos pueden tener la fe del cristiano, de la misma manera que cualquiera
puede amar.
En este sentido, la noción de un cristiano profesional es ridícula, no tiene
sentido. ¿Podemos decir lo mismo de un lósofo profesional? Sabemos qué hace el
médico y también el cristiano; ahora, ¿qué hace el lósofo? A pesar de la notoria
pluralidad de concepciones de la losofía y del quehacer del lósofo, podríamos
decir muy generalmente que, en vez de creer, el lósofo piensa y cuestiona.
Obviamente, el lósofo tiene creencias, pero en vez de tenerlas por fe, da razones
para ellas. Y, al menos en principio, está dispuesto a cambiar sus creencias por el
peso de un argumento mejor. Siendo la fe una disposición de la voluntad, cualquiera
la puede tener. ¿Podemos decir lo mismo del razonamiento? De acuerdo con
Aristóteles sí – somos el animal racional. Todos razonamos. Sin embargo, hay dos
cosas que hay que tener en cuenta. No todos razonamos de la misma manera, es
decir, sobre el mismo tema puede haber una diversidad de conclusiones. Si el
razonamiento apunta hacia la verdad, entonces no todas las conclusiones pueden
aceptarse y eso indica que algunos razonan bien y otros mal. Quizá ese hecho
abogue a favor de la posibilidad de la profesionalización del pensar. Pero dejemos
esa cuestión de momento.
El otro punto que quería comentar es que si todos razonamos, no razonamos
todos sobre la misma cosa. Volviendo a Aristóteles, decía que el conocimiento se
clasi ca de acuerdo con su objeto. Por ejemplo, el médico y el abogado razonan,
pero se distinguen por el objeto sobre el que razonan – uno el cuerpo humano y el
otro las leyes. ¿Cuál es el objeto de estudio del lósofo? Históricamente, los
lósofos han estudio una amplia gama de objetos: la mente humana, el propio
razonamiento, la naturaleza de la ciencia, el conocimiento, el arte, el bien y el mal. Es
muy larga la lista y muy difícil de caracterizar o de nir, pero para no hacernos bolas
vamos a quedarnos con los lósofos esteta que estudian el arte y la experiencia
estética. Dado que todos tenemos la capacidad de pensar, ¿podría cualquiera
pensar sobre el arte y su naturaleza? Para ser médico, un neurocirujano por ejemplo,
uno tiene que tener conocimientos muy especializados, saber cómo funciona el
cuerpo humano en general y el cerebro en especí co. Si necesito que me operen el
cerebro, habrá neurocirujanos con mayor experiencia y habilidades que otros, pero
en general, puedo con ar en un cirujano esté en Buenos Aires, en Moscú, o en Tokio,
con tal de que tenga certi cación profesional. Los neurocirujanos, estén donde
estén, tienen los mismos conocimientos sobre los mismos objetos.
Pasando de los médicos a los lósofos, nuestra pregunta sería ¿qué
conocimiento especializado tienen en común? La verdad, no se me ocurre ninguno,
ni siquiera entre el mundo reducido de los estetas. A lo mejor sepan la historia de la


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losofía o de la rama particular en que trabajan. Pero hay muchos ejemplos de


grandes lósofos, como Wittgenstein, que no tenían ese conocimiento y que sin
embargo aportaron cosas muy importantes. A lo mejor, tengan todos ciertas
habilidades, como cómo formar un silogismo válido y evitar falacias, hacer
distinciones, no sé. Puede ser. Pero los médicos en su quehacer también tienen que
poder hilar premisas de forma válida y evitar razonamientos falaces.
A lo mejor no hacemos justicia al quehacer del lósofo al compararlo con el
médico. Hablamos del conocimiento que tiene el médico, conocimiento que le
permite curar al paciente de forma profesional. Sin embargo, ese conocimiento no
existía siempre. Alguien tenía que descubrirlo, por ejemplo, descubrir la insulina y
cómo funciona en el cuerpo. Con ese conocimiento, los médicos hoy en día pueden
tratar la diabetes. En la medida en que los médicos investiguen y no sólo aplican
conocimiento a padecimientos para curarlos, entonces están actuando como
cientí cos. A lo mejor el lósofo sea como un cientí co en la medida en que produce
conocimiento, o al menos produce nuevas ideas o formas de entender las cosas. Si
es así, ¿qué tienen en común los lósofos? En el caso del cientí co, no puede ser el
objeto de estudio porque es muy variado – desde moléculas hasta planetas. Lo que
une a los cientí cos y lo que permite que pueden ejercer de forma profesional, es el
método que emplean – el método cientí co. En el caso del lósofo, no hay
semejante método. El fenomenólogo, el hermeneuta, el lósofo analítico, el
deconstruccionista, entre otros, todos proceden de forma distinta. Incluso hay
lósofos que rechazan la propia idea de método en losofía.
Entonces ¿dónde nos deja todo esto? ¿Qué sentido tiene hablar de la losofía
profesional? Un profesional hace algo que no cualquiera puede hacer debido a su
formación. Sin embargo, hemos visto que los lósofos no tienen ningún
conocimiento en común que pudiera servir de base para la profesionalización, ni
tampoco ningún método. Esto sólo deja ciertas habilidades, como las de hacer
distinciones y no cometer falacias, etc. Aunque esto también, como vimos, no logra
distinguir especí camente al lósofo. Suponiendo que este último sea lo que lo
distingue, lo encuentro bastante parco, demasiado limitado, para explicar la
fascinante y enigmática actividad que es esa cosa que llamamos losofía.
Como último, me había preguntado en qué medida puede este concepto
compararse con el de un cristiano profesional. Vimos que este último no tiene
sentido porque el quehacer del cristiano es algo subjetivo, una disposición volitiva
interior que, al ser suplido por otro, se desvanece. La crítica de Kierkegaard al
cristiano profesional tendría relevancia para nuestro tema si el producto de la
actividad losó ca pudiera clasi carse de subjetivo, o sea, que tuviera vigencia o
relevancia para quien lo haya producido. Voy a aventurar una respuesta por una vía
negativa. Si no es subjetivo, entonces supongo que el producto de la actividad
losó ca sería objetivo. Si fuera objetivo como el conocimiento producido por un
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cientí co, entonces, re riéndose a una situación real y no cticia, otros estarían
obligados a aceptarlo, ya que semejante conocimiento resistiría opiniones contrarias.
Sin embargo, lo que encontramos a lo largo de la historia de la losofía es una amplia
gama de opiniones contrarias sin un consenso, ni siquiera sobre temas básicos. Se
dice que la losofía busca la verdad, pero si es así, entonces este resultado me
parece escandaloso. Si no busca la verdad, entonces me equivoco, pero eso signi ca
que estoy errado, lo cual implica que hay una opinión o posición que no lo es, o sea,
que es verdadera. No me extrañaría nada que mi comprensión de lo verdadero y lo
objetivo en losofía fuera de ciente entonces mejor dejo este tema aquí sin solución.
Sólo quisiera terminar diciendo que de la misma manera que Kierkegaard pensaba
que un individuo tenía que ocuparse sí mismo con su relación con lo divino, en vez
de dejarla a un profesional como un predicador, Kant exhortaba que dejáramos que
algún otro guiara nuestra mente, que saliéramos de nuestra inmadurez y que
atreviéramos a saber por cuenta propia. Al menos en este sentido la idea de un
cristiano profesional nos ayuda evaluar la de un lósofo profesional.
Bueno, para ir cerrando esta re exión ¿Será esto la conclusión de todo este
cuestionamiento, que no soy un lósofo profesional sino simplemente un lósofo?
Eso también me parece parco; no me dice mucho, y no explica satisfactoriamente
porque tomé la decisión de salir de la academia. Este último no fue el resultado de
detectar y corregir un error en mi razonamiento, como si hubiera entrado al baño de
las mujeres y, al darme cuenta que no soy mujer, dijera – ah, debo salirme de aquí.
No, nada por el estilo. Obviamente, el tipo de re exión que he hecho hasta ahora, el
análisis conceptual, el hacer distinciones, poner todo en su cajón correspondiente,
todo eso tiene su valor e importancia, sin embargo, algo más profundo ha tenido
lugar, una sensación de vértigo ante mi identidad como lósofo que ningún
razonamiento silogístico puede disipar o resolver.
Creo encontrar una forma de entender esto en el mismo Sócrates. Lo que he
hecho hasta ahora es parecido a lo que sucede en los diálogos de Platón donde
alguien sostiene algo, y Sócrates le hace preguntas de tal modo que la persona llega
no sólo a ya no saber lo que pensaba que sabía, sino que ya no sabe nada al
respecto. Se encuentra en una aporia. Es por eso que esos diálogos se llaman
aporéticos porque no terminan con un conocimiento determinado, sino en la
perplejidad. Entonces, imagínate que alguien me hubiera dicho “Soy un profesional
de la losofía” y yo, en plan socrático, le hago una serie de preguntas que le lleva a la
conclusión a que hemos llegado hasta ahora en este vídeo. Lo que es importante
entender es que para que Sócrates logre ese resultado no puede decirle a la
persona, “No, estás equivocado por X y Y razones”. Más bien, simula la ignorancia
para que la persona se vea obligada a razonar por cuenta propia y llegar ella misma a
darse cuenta de su error. Esta simulación es lo que llamamos la ironía socrática.


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Notablemente, en ninguna parte dice Sócrates que simula la ignorancia, sino
que nosotros le hemos atribuido esa postura. No tomamos en serio su famosa
a rmación “Sólo sé que no sé nada”, sino que lo vemos como una estrategia retórica
y pedagógica. Lo que quiero sostener es que la vida losó ca de Sócrates es mucho
más profunda que ese imagen popular que se ha retratado. ¿Qué pasaría si lo
tomáramos en serio, que es ignorante? Su ironía entonces no sería meramente
lingüístico-retórico sino existencial. La existencia entera de Sócrates sería irónica.
Eso de hecho es lo que piensa Kierkegaard. Volvemos ahora con el gran danés . . .
(jajaja) con el gran danés, mejor dicho con el célebre danés. Volvemos no al
concepto del cristiano profesional que discutimos, sino a una preocupación suya más
amplia, la de cómo ser un cristiano o más bien cómo volverse cristiano. De alguna
manera, toda su obra versa en su fondo sobre este tema, y aunque yo no sea
cristiano, su forma de entender qué signi ca me ha ayudado mucho a entender mi
identidad como lósofo frente al mundo académico. El gran maestro de Kierkegaard
fue Sócrates y su concepto de ironía. Sócrates obviamente no fue cristiano, sin
embargo tenía una preocupación similar a la de Kierkegaard, a saber, cómo vivir una
vida humana. El 3 de diciembre de 1854, Kierkegaard escribió en su diario unas
líneas sobre la vida de Sócrates y lo que la hacía distintiva. Dice:
“¿En qué consistía realmente la ironía de Sócrates? ¿En retórica y expresiones
lingüísticas, etc? No, semejantes trivialidades, incluso su gran habilidad de hablar
irónicamente, tales cosas no constituyen un Sócrates. No, su existencia entera es y
era ironía; mientras toda la población contemporánea de granjeros y mercaderes,
etc., miles y miles de personas, estaban perfectamente seguros de ser humanos y de
saber qué signi ca ser humano, Sócrates, en cambio, no alcanzaba ese nivel de
certeza, por lo que se quedaba con el problema de qué signi ca ser humano. De
esta manera, expresaba que en realidad el impulso vital de esas miles de personas
era una alucinación, tonterías, alboroto, ajetreo . . . Sócrates dudaba que uno es
humano por nacimiento; volverse humano o aprender qué signi ca ser humano no
es tan fácil”.
¿Alguna vez te has parado quieto en medio de un centro comercial viendo a la
muchedumbre por tu alrededor correr de un lado al otro comprando cosas
ciegamente? Claro, yo también, y seguramente como yo, tú te quedaste pensando
que todos andan como zombies sin preguntarse qué están haciendo, bueno, todos
menos tú. Es un gesto típico del lósofo, ver a la gran mayoría como irre exivos, y al
parecer Kierkegaard hace lo mismo en su comentario. Todos andan con tonterías en
el ajetreo de la vida porque no piensan, menos Sócrates que es el único que
re exiona. Es tentadora esta interpretación porque nos permite ponernos por el
mismo lado que Sócrates, por el lado de los que re exionan. ¿No fue Sócrates quien
dijo que una vida sin examen no merece la pena ser vivida? Pues este examen, a
diferencia de la gran mayoría, es lo que hacemos tú y yo, ¿no? Según Kierkegaard,



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no. La distinción que hace en su comentario no es entre los que re exionan y los que
no, ya que había muchos en Atenas que re exionaban como tú y yo. Eso, en vez de
ponernos por el lado de Sócrates, nos pone por el de los que nos gusta criticar. ¿Por
qué? Porque, al igual que los que no re exionan, y como dice Kierkegaard, tú y yo
estamos “perfectamente seguros de ser humanos y de saber qué signi ca ser
humano”.
¿Qué quiere decir Kierkegaard con eso de estar seguros de ser humanos?
Pues, por un lado, sé que no soy un perro o un gato, sino miembro de la especie
homo sapiens, un ser humano. Lo que me distingue de los demás animales, entre
otras cosas, es que estoy auto-consciente. Mi perro es consciente de muchos
objetos: árboles, alimento, gatos, pero no de sí mismo. Nosotros estamos
conscientes de los mismos objetos, pero podemos también dirigir nuestra conciencia
a nostros mismos como objeto. El objeto que vemos no es una abstracción general
como homo sapiens, sino una identidad concreta. Nuestra forma de vivir como
humano es en términos de identidades sociales, como ser padre, maestro, hijo,
ciudadano, etc. En grupos sociales de otros animales hay diferentes papeles y
funciones, como el de ser alfa macho por ejemplo, pero hay dos diferencias
importantes. Primero, el lobo no escoge ser alfa macho de forma libre sino que está
llevado a ello de forma instintual. Y segundo, no se desvía del cumplimiento de ese
papel por incentivos o tentaciones externas. Aunque hay identidades que muchos y
a veces todos fungen, como las de ser padres o ser ciudadanos, hay identidades que
uno escoge por gusto o interés como ser maestro, médico, soldado, o poeta. Donde
la vida canina es bastante homogénea en su despliegue, la vida humana puede
vivirse de muchas formas, a través de muchas identidades.
El punto importante es que la identidad que uno escoge se caracteriza por
normas a las que uno tiene que adherirse para que uno sea considerado maestro,
por ejemplo, y no otra cosa. Este tema de normas es lo que encontramos en la
conversación que sostiene Sócrates con Polemarco y Trasímaco en el primer libro de
La república. Hablando de la profesión o identidad del médico, Socrates pregunta:
¿el médico busca el bien de su paciente o su propio bien? Si, como médico, alguien
te ofrece dinero para matar a tu paciente en vez de curarlo, ¿qué harás? Estas
preguntas suscitan una re exión. Somos capaces de considerar si X o Y es
consonante con el ejercicio de nuestra identidad, sea como padre, maestro,
ciudadano, etc. Dicho eso, ¿cómo podríamos entender la vida de los que no
re exionan? Ellos también han asumido una identidad, por lo que alguna norma
tiene que guiar su actividad, sin embargo no es quizá la norma asociada con una
identidad en particular sino una general, la de un egoísmo generalizado, el principio
de placer, la consecución de dinero y poder. Esto lo vemos resaltado en el ejemplo
del político que típicamente consideramos como corrupto; busca su propio bien en
vez de, como indica la norma, el bien común. Si esto es correcto, entonces el


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momento de re exión nunca se presenta porque toda opción de acción se juzga en
términos generales del egoísmo. Ahora, está claro que los que sí re exionan sobre lo
que exigen las normas de su identidad también piensan en sí mismos. A lo mejor sea
una cuestión de grado y no de tipo, no blanco y negro, es decir, los que re exionan y
los que no, sino un continuo.
En todo caso, esta distinción no es la que le interesa a Kierkegaard porque
opone a Sócrates a todos los atenienses, tanto los que re exionan como los que no.
Lo que la gente re exiva e irre exiva comparten en común es, en las palabras de
Kierkegaard, la seguridad de ser humano, de saber qué signi ca ser humano. Sí,
unos re exionan sobre su condición y hacen en su caso los ajustes necesarios para
cumplir con las normas de su identidad, pero al hacerlo siguen adelante con la
misma con anza que la gente no re exiva, y por tanto, según el juicio de
Kierkegaard, se sumergen en el mismo alucinado alboroto que los demás. Lo difícil
que es volverse humano no estriba en una actividad meramente intelectual de captar
de niciones y sopesar medios y nes, sino en algo más profundo – la experiencia de
la ironía.
¿En qué consiste esta experiencia? Para empezar, esta capacidad es
propiamente humana; los demás animales no la experimentan, como Kierkegaard
indica más adelante en su diario. Dice: “Viajar a Sur América, descender en cuevas
subterráneas a excavar fósiles antediluvianos y los restos de tipos de animales ya
extintos – en esto no hay nada irónico, ya que los animales actualmente existentes ahí
no pretenden ser los mismos animales”. A primera vista, es un poco extraño este
ejemplo arqueológico, pero en un momento veremos por qué lo emplea. Bien, la
palabra clave aquí es “pretender” – dice que los animales no pretenden. Este verbo
viene del latín y según la Real Academia Española signi ca literalmente “tender por
delante” o “poner como excusa”. Una pretensión es lo que uno a rma sobre su
actividad. ¿Por qué andas de bicicleta? Uno podría responder “Para llegar a la
escuela” o “Para hacer ejercicio” o “Para reducir mi huella de carbono”. Obviamente,
los animales también hacen cosas para lograr un efecto: comen para alimentarse,
ladran para defender su territorio, etc. Sin embargo, al no tener auto-conciencia,
estas actividades no están “tendidas por delante”, es decir, no a rman que están
haciendo estas cosas. En el caso de los seres humanos, nuestras actividades están
relacionadas con la identidad social que comentamos antes, de modo que cuando
pretendemos algo estamos a rmándonos como algo, conscientes de cómo esa
actividad encierra o promueve nuestra identidad.
Volviendo al diario de Kierkegaard, aún no sabemos qué es la experiencia de
la ironía, pero sea lo que sea, dado que los animales no tienen pretensiones, no la
pueden experimentar. Pero los humanos sí, como vemos en la continuación de su
metáfora arqueológica. Dice: “En cambio, excavar en medio de ‘la cristiandad’ los
tipos de ser cristiano, los cuales, en relación con cristianos actuales, son como los



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huesos de animales extintos en su relación con animales que viven ahora – esto es la
más intensa ironía – la ironía de suponer que el cristianismo existe al mismo tiempo
que hay mil predicadores vestidos de terciopelo y seda y millones de cristianos que
engendran cristianos, y así sucesivamente”.
En un nivel super cial, estas palabras podrían leerse como una sátira de los
cristianos actuales. Antiguamente, había cristianos de verdad, los que, pese a la
persecución de el Imperio Romano, se mantenían en su fe, pero que ahora con el
paso del tiempo han llegado a ser hipócritas, arropándose en telas lujosas y
creyéndose cristianos no por decisión propia sino por una determinación casi
biológica. Sin duda, hay algo de eso aquí, sin embargo hay algo más importante que
está comunicando. Ser cristiano es una identidad social, es algo que uno puede
pretender, y esto de dos formas: de forma irre exiva o re exiva. Si eres cristiano por
osmosis, por así decirlo, o sea, porque naciste de padres cristianos o porque lo
asimilaste inconscientemente por el entorno cultural, entonces perteneces a ese
grupo irre exivo que Kierkegaard satiriza. En cambio, si lo tomas en serio y
preguntas qué signi ca ser cristiano, en qué consiste, cómo se distingue de otras
creencias religiosas, entonces tu pretensión es re exiva. Pero ¿cómo respondes esas
preguntas; donde encuentras respuestas? Dice Kierkegaard que excavando en
medio de la cristiandad.
Aquí encontramos el punto de la metáfora arqueológica. Imagínate que eres
arqueólogo y estás trabajando en una excavación con tu perro y descubres restos
óseos de una criatura canina y otra humanoide – un neandertal. Dado que los
animales no tienen pretensiones, no pueden pretender, tu perro quizá huela los
huesos pero poco más. Tú, en cambio, siendo auto-consciente, sí pretendes, tiendes
por delante una identidad social que has elegido. Sólo que en este caso no puedes
elegir ser un neandertal, tener por ejemplo su estructura ósea, ya que eso está
determinado biológicamente – está fuera de tu control. En otras palabras, ser
neandertal no es una identidad social. Pero ser cristiano sí lo es. Lo interesante para
Kierkegaard es que determinamos cómo ser un cristiano de una manera que la
metáfora arqueológica nos puede ayudar a entender. Excavamos en medio de la
cristiandad, dice. Lo que quiere decir es que, como un arqueólogo, ponemos a la
vista las instituciones históricamente establecidas del cristianismo, las cuales
encierran ritos, prácticas y costumbres y que documentan su estructura, historia, las
distintas sectas y sus creencias, etc. Siendo tú una persona re exiva que ha adoptado
la identidad de cristiano, examinas todo esto y preguntas: ¿Qué exige ser cristiano;
qué tipo de cristiano voy a ser? Al revisar toda esta excavación del cristianismo,
esperas encontrar esa información, el criterio para vivir propiamente como cristiano.
Sin embargo, Kierkegaard dice que hacer esto “es la más intensa ironía – la
ironía de suponer que el cristianismo existe al mismo tiempo que hay mil
predicadores vestidos de terciopelo y seda y millones de cristianos que engendran



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cristianos”. Ahora bien, no hay duda de que los Neandertal existieron como especie
biológica; de eso estamos seguros porque vemos los huesos. Pero de lo que no
podemos estar seguros es si el cristianismo existe o ha existido. Por sincera que sea
la re exión de uno sobre este tema, por mucho que no quiera ser un autómata
haciendo las cosas como robót (como hace mucha gente), si busca su respuesta
dentro de la cristiandad socialmente constituida, estará cometiendo una petición de
principio porque así supone que el cristianismo existe. Pero dirás que de la misma
manera que vemos los huesos del Neandertal, vemos iglesias y sacerdotes. ¡Claro
que existe el cristianismo! Pues el buen Lutero protestaba que no, que eso no era
cristianismo sino otra cosa, lo que llegó a ser el protestantismo, y es con los luteranos
que Kierkegaard peleaba. ¿Qué tal si el protestantismo tampoco es el cristianismo?
Lo que Kierkegaard quiere decir es que al basarte sobre tu excavación y así suponer
que el cristianismo existe, que eso es una forma de estar perfectamente seguro,
como vimos en la discusión de Sócrates. Todos los atenienses están perfectamente
seguros de qué signi ca ser humano, tanto la gente irre exiva como la re exiva,
todos menos Sócrates. Es como si uno quisiera ser político y “excavara” en medio de
la política tanto actual como histórica buscando ejemplos de ello. A lo mejor, nunca
ha existido la política como debe de ser, que nunca ha habido un político que
realmente lo era, sino sólo una larga lista de farsantes y corruptos. Volviendo al
cristianismo – ¿qué pasa si el cristianismo en efecto no existe? ¿Qué tal si nada en el
mundo esté a la altura del llamado de una vida cristiana? Si eso fuera el caso, toda la
re exión de uno no sería otra cosa que el alucinado alboroto que comentamos antes.
En la historia del mundo, ha existido alrededor de 100 mil millones de
miembros de la especie biológica de homo sapiens. Pero ¿ha existido alguna vez un
ser humano? Kierkegaard piensa que Sócrates, al menos, fue uno. ¿Ha existido
alguna vez un cristiano? Quizá Kierkegaard, siguiendo a Sócrates, fuera uno de ellos.
¿Ha existido alguna vez un lósofo? Tengo un buen amigo, maestro de losofía, que
con respecto a la cuestión sobre la naturaleza de la losofía, dice que la losofía es
simplemente lo que los lósofos hacen o que han hecho en la historia. En términos
de Kierkegaard, diríamos que mi amigo excava en medio de la losofía socialmente
constituida para entender cómo cumplir con esa identidad social que tiene o que
quisiera tener. En otras palabras, está seguro, perfectamente seguro, de la existencia
de la losofía. Yo no. Fue en el momento de leer esa frase – profesional de la losofía
– que por primera vez se volvió problemática mi identidad como lósofo. En la
primera parte de este vídeo, creo que logré problematizar el carácter profesional de
la losofía, sin embargo, eso no ayuda mucho en resolver mi inquietud más profunda
– la naturaleza de mi identidad como lósofo. Y aun cuando hubiera seguido
tratando de de nirla, no habría tenido éxito; habría terminado en una situación
aporética. Pero eso no está mal porque esa aporía es el punto, ya que signi ca la
abertura de una brecha en la que, según Kierkegaard, la experiencia de la ironía

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puede darse. La brecha es entre, por un lado, una pretensión que tengo en términos
de una práctica social existente (en mi caso, la de ser lósofo), y por el otro lado una
aspiración o ideal que la pretensión implica pero que parece trascender los ejemplos
a mi alrededor. Uno puede tratar de cerrar esa brecha con el tipo de re exión que
hemos tratado en este vídeo o uno puede, en medio de la aporía, tomarla de tal
manera que la experimenta de forma irónica. Este último es lo que hace Sócrates, no
con una maniobra retórica, sino con su propia existencia. Esto al menos es lo que
plantea Kierkegaard y es lo que veremos con detalle en el siguiente vídeo.

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