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¿Por Qué Trabajamos. El Trabajo Entre El Estrés y La Felicidad
¿Por Qué Trabajamos. El Trabajo Entre El Estrés y La Felicidad
Francisco Alonso-Fernández
ISBN: 978-84-7978-888-9
Depósito Legal: M. 46.953-2008
Índice
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Prefacio
Hoy en día de hoy todos somos trabajadores de oficio o de profe-
sión. La entrega al trabajo se ha globalizado en las postrimerías de las gue-
rras napoleónicas, en el primer tercio del siglo XIX, dejando así abierto el
camino a la globalización cultural y económica acaecida en nuestros días.
Nuestros ancestros debieron haber soportado un sobresalto emocional ma-
yúsculo al percibir la llamada decimonónica universal extrayéndolos de la
entrega al ocio para provocar su inmediata incorporación al trabajo, incor-
poración acontecida, por cierto, con algún retraso en nuestro país. Las po-
sibles causas de tal demora hispánica son desgranadas en estas páginas.
Hasta entonces el trabajo hacía honor a su etimología al ser una pala-
bra derivada de tripálium, palabra que significa “instrumento de tortura de
tres palos”, aplicado a los esclavos o siervos que no se afanaban lo suficiente
en su actividad. En esta línea el trabajo era una tarea reservada a las clases
malditas de la sociedad, que los nobles y caballeros repudiaban con dignidad.
La globalización del trabajo ha venido cristalizando en forma de un vivero
de vivencias de distinto signo, cuyos polos son, en lo negativo, el sufrimiento
del estrés o la alienación, y en lo positivo, el éxito de la creatividad o la apro-
piación.
La instalación universal del trabajo, como un deber social y un derecho
personal, ha contado con el respaldo de la revolución vertebrada en la his-
toria de las ideas, cuando se produce la sustitución de la actitud trascenden-
talista o supranaturalista, pródiga en fantasías y mitos, por la actitud empírica
o científica, sustentada por la observación de los hechos. Ha sido, pues, la Re-
voluciónTecno-Cientifico-Industrial laica el clima ideológico que ha condu-
cido a la universalización del trabajo.
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LOS VALORES HUMANOS
DEL TRABAJO
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El pasaje del Génesis sobre la relación entre el trabajo y el pecado recoge esta maldición de
Dios: «Maldita sea la tierra por tu causa, con fatiga te alimentarás de ella todos los días de tu vida;
espinas y abrojos germinarán en ella y comeréis hierba del campo. Con el sudor de tu rostro co-
merás el pan». Una maldición que no sólo vincula inexorablemente el trabajo al sacrificio y el dolor,
sino a la dificultad y a la dureza al desarrollarse sobre una tierra cubierta de espinas y abrojos. Al
tiempo, Dios se ocupa de la mujer para imponerla, a causa del pecado cometido, la pena de parir
con sufrimiento y dolor.
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empleaba este artilugio sobre todo para martirizar a los esclavos perezosos
o remisos en el cumplimiento de sus obligaciones. Apresado por el tripálium,
el esclavo quedaba inmovilizado en una postura muy forzada. También se
utilizaba este instrumento para inmovilizar a las bestias mientras se les co-
locaban las herraduras.
En un tiempo moderno reciente, que puede ubicarse en el primer ter-
cio del siglo XIX, el trabajo ha perdido su conexión con el tripálium, el tor-
mento de los malditos, para convertirse en una digna tarea generalizada del
conjunto de la población, sin distinción de jerarquías ni de poder, desempe-
ñada con más ardor placentero que pena y considerada como una de las cla-
ves de la felicidad vital (véase el Capítulo 3).
Casi todo el mundo está predipuesto cada vez más a incorporarse a
las filas de los trabajadores para no rehuir el compromiso contraído me-
diante una especie de tácito pacto social: a cambio de desempeñar un rol
productivo, la sociedad contemporánea facilita al sujeto integrarse en su seno
y afianzar su identidad. Al tiempo queda despejado el riesgo de sufrir discri-
minación o segregación. Así se van cumpliendo al pie de la letra los estatu-
tos de una sociedad opulenta que no descuida su reclamación de ser
mantenida por el esfuerzo de todos a cambio de repartir un sinfín de place-
res y comodidades que para nada figuraban en la maldición bíblica.
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a la vez, del cuerpo y del espíritu. Digamos de pasada que la vitalidad, ver-
dadera encrucijada entre el cuerpo y la mente, no se agota en la aportación
de energías impulsivas, sino que, como yo mismo he puesto de relieve me-
diante investigaciones sobre el cuadro clínico de la depresión2, es un com-
pendio de cuatro vectores básicos: la energía o tono vital, el estado de ánimo,
la sintonización ambiental y la sincronización de los ritmos.
El aporte de la vitalidad al trabajo se realiza mediante el movimiento
de una fuerza impulsiva inespecífica, alguna vez denominada “tono vital”.
Por ello cuando se hunde la vitalidad en la depresión se apaga el motor ener-
gético y el enfermo depresivo entra en un estado de anergia, reflejado de in-
mediato por una profunda apatía y una caída en la inactividad o en la
postración.
Si bien puede descartarse la existencia de una especie de instinto del
trabajo, no hay que eliminar la intervención ocasional de una energía instin-
tual libidinosa o sexual como si fuera un refuerzo de la genérica impulsivi-
dad vital. La desviación de esta energía pulsional o instintual de su objetivo
sexual hacia una actividad de producción, o sea, una actividad de utilidad so-
cial como es el trabajo, constituye lo que Sigmund Freud, el fundador del
psicoanálisis, describió como mecanismo de sublimación.
Resulta inevitable la presentación de la fatiga en el trabajo a partir de
cierto grado de consumo de energía. El trabajador intelectual más que el ma-
nual se muestra muchas veces reacio a intercalar una pausa de descanso para
reponer energías cuando se siente fatigado, a despecho del declive de su ren-
dimiento. Este empecinamiento representa un error laboral mayúsculo, ya
que el cansancio determina la caída “en picado” del rendimiento y no se dis-
pone de otro recurso para mitigarlo que la suspensión pasajera del trabajo.
Ya hemos visto antes que el aspecto objetivo del trabajo está ocupado
por un resultado productivo, o sea una obra, representada por un recurso na-
tural o espiritual, siempre una cosa útil.
2
Remito al lector interesado a mis tres libros sobre la depresión: 1. La depresión y su diagnóstico.
Nuevo modelo clínico, Editorial Labor, Barcelona, 1992. 2. Vencer la depresión. Temas de hoy, Madrid
1996. 3. Claves de la depresión. Cooperación Editorial, Madrid, 2001.
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El lector interesado en las vías de acceder a la entidad de hombre libre puede encontrar ex-
tensa información sobre este punto en mi reciente obra: El hombre libre y sus sombras (Antropología
de la libertad. Los emancipados y los cautivos). Editorial Anthropos, Barcelona, 2006.
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lica hasta que toma una forma material o concreta cuando se ha cerrado el
proceso del trabajo con la producción de la mercancía. El dinero tiene así en
el ámbito del trabajo el carácter de una pieza de intercambio que se canjea
por el producto. Este elemento intermedio artificial que es el dinero en los
mercados y en las transacciones, circula hoy en el mundo del trabajo como
un poderoso reforzante de conductas.
Algo semejante a este reforzamiento dinerario ocurre entre los chim-
pancés, cuando en virtud de un hábil adiestramiento, se les capacita para re-
forzar su conducta mediante el manejo de boletos, cuya valía se establece en
función del color. Los chimpancés domesticados en esta línea nos sorpren-
den con la repetición de la conducta premiada con un talón de color bien co-
tizado.
Hasta principios del siglo XVI regía el intercambio de productos. Con-
viene considerar que fue a partir de entonces cuando se impuso el canje del
producto del trabajo por la especie del dinero.
La entrega moderna generalizada del ser humano al trabajo se inicia
cuando la realización de un esfuerzo laboral se dignifica. Por lo tanto, el acto
de la reconciliación del hombre con el trabajo tiene más el carácter de un pro-
ceso moral o valorativo que el de un fenómeno económico. El cambio radi-
cal de actitud ante el trabajo se ha perpetuado en forma de un deber. Hoy
todo el mundo trabaja por considerarlo un deber contraído con la familia y
con la sociedad. Se trata de ser cualquier cosa menos un vago, un maleante
o un inútil. Sobre la plataforma deontológica del trabajo llueven las ventajas
psicosociales y materiales. Cada quien selecciona algunas de ellas y las con-
vierte en la meta preferida de su entrega al trabajo. La selección de la meta
es un proceso individualizado que cuenta con estas opciones principales: la
búsqueda de sentirse una persona madura, independiente o con una identi-
dad estable; la satisfacción de ser aceptado y reconocido por los demás; el
asentamiento dentro de la sociedad en un estatus social decoroso; la com-
pensación económica suficiente. Naturalmente, estas opciones no se exclu-
yen entre sí.
Una vez que queda consignado cómo la meta simple o plural del tra-
bajo varía enormemente en función de los individuos, es preciso consignar
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Se infiere de esta triple fórmula que la mayor parte del personal labo-
ral entregado a un sobretrabajo se recluta entre los dos polos del organi-
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MODOS DE TRABAJO
A LO LARGO DE LOS TIEMPOS
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— Los oratores, los que rezan: los clérigos ocupan la función social ele-
vada dada su suprema jerarquía espiritual y su conexión con el
mundo divino a través de la plegaria.
— Los bellatores, los que combaten: los guerreros, encargados de pro-
teger a las otras dos clases sociales, han visto realzada su jerarquía
social con la agregación de los caballeros, o sea los combatientes a
caballo, que integran la nueva nobleza de la caballería.
— Los laboratores, los que trabajan: los campesinos en su mayor parte,
encargados de proporcionar a los clérigos y los guerreros el ali-
mento obtenido con su trabajo.
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— Segunda fase. está señalizado su comienzo hace diez mil años por la
transformación del Hombre Paleolítico, cazador y nómada, en el
Hombre Neolítico, agricultor y sedentario, transformación valo-
rada por el antropólogo alemán Gehlen como la primera gran cri-
sis de la Humanidad. Fue entonces cuando este nuevo hombre
descubre en el animal un apoyo idóneo para descargar sobre él gran
parte de su trabajo y de esta suerte economizar fuerza energética
propia, además de permitirle la realización de tareas inalcanzables
hasta entonces. Para el mejor aprovechamiento de la potencia mo-
triz zoológica, se fueron poniendo en acción una serie de disposi-
tivos mecánicos rudimentarios y máquinas muy simples.
— Tercera fase: es la era de la automatización y abarca los siglos XVIII y
XIX, que fueron el escenario de la nueva incorporación industrial
de las grandes máquinas mecánicas, térmicas y químicas.
— Cuarta fase: es la era electrónica y se extiende a lo largo del siglo XX
como la época postmoderna de los robots y los ordenadores. A la
revolución electrónica se le denomina también revolución digital, en
atención a la tecnología manejada. La tecnología digital se ha acre-
ditado como una especie de sobretecnología.
Las dos primeras fases laborales se comentan por sí mismas. Por ello,
a continuación me limitaré a estudiar la fase científicoindustrial y la fase elec-
trónica postindustrial, o sea en su totalidad la evolución del trabajo en las tres
últimas centurias.
El ser humano comenzó a sustituir de una forma masiva el animal
por la máquina como principal fuente de energía laboral en Inglaterra hace
casi trescientos años. Esta fase laboral de maquinismo y automatización se
cubrió de gloria industrial, científica y social al agregar a la serie de poten-
tes motores mecánicos, una serie de máquinas térmicas, químicas y bioló-
gicas.
La ciencia física experimentó una auténtica renovación en sus princi-
pios, renovación plasmada en el nacimiento en 1824 de la termodinámica, a
partir del trabajo de Sadi Carnot sobre la potencia motriz del fuego. La ter-
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Fue el escritor checo de ciencia ficción Kavel Capek quien acuñó el vocablo
“robota”, con el significado de trabajador esclavo o servil. Este término hizo
singular fortuna y comenzó a aplicarse a máquinas o muñecos capaces de re-
alizar las funciones asumidas por una persona.
La red mundial de ordenadores conocida como internet ha sido la úl-
tima sensacional aportación de la construcción electrónica con tecnología
digital. Este fantástico instrumento de trabajo nos permite navegar por un
mundo virtual, o sea un espacio real ocupado por palabras o ideas de per-
sonas reales pero sin presencia física. Un nuevo mundo, que a algunos les re-
sulta tan fascinante que se vuelven adictos a él1.
A mediados del siglo XX ha emergido la nueva ciencia del trabajo co-
nocida como “Ergonomía”, que, sobre la base mixta de la Medicina y la In-
geniería, pretende alcanzar este haz de objetivos: el bienestar del trabajador,
el aumento de su rendimiento, la disminución de los accidentes laborales y la
prevención de las enfermedades de tipo laboral. Para ello presta una especial
atención a rehumanizar la actividad laboral y su medio ambiente a tenor de
la comodidad y la salud del trabajador.
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Remito a mi estudio sobre adicción a Internet en Las nuevas adicciones. Madrid. Tea ediciones,
2003.
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La dinámica tan viva de los grupos hace que los criterios de cohesión
intragrupal experimenten fuertes modificaciones. De esta suerte el grupo
puede cambiar espontáneamente de temática y hasta de estructura en un
breve periodo de tiempo. Si valoramos el impacto sobre la comunidad cau-
sado por cada uno de los tres tipos grupales, el resultado sería el siguiente:
el grupo de trabajo representa un magnífico apoyo para el conjunto de la
empresa, tanto en sus aspectos humanos como en sus rendimientos y pro-
ductividad; el grupo tipo peña puede significar una gran ayuda suplemen-
taria para la empresa al reforzar la moral y las ilusiones del trabajador,
aunque sus influjos pueden torcerse en función de un líder poco recomen-
dable o por transformarse en un grupo cerrado; finalmente, el grupo tipo
camarilla constituye una amenaza para los demás trabajadores y para la in-
tegridad de la institución empresarial, ya que dada su cerrazón se autoali-
menta de agresividad y después la dirige contra las personas ajenas. Aunque
el foco central de interés inicial para el grupo cerrado sea de significado
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LAS CUATRO PARCELAS DE LA VIDA
ACTUAL
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Por su parte, el sueño rápido cursa con ritmos rápidos de bajo voltaje,
un trazado cerebral paradójicamente muy semejante al que se asocia a la ac-
tividad mental durante el estado vigil. Por eso, se le denomina también sueño
paradójico. El nombre de sueño MOR, por el que igualmente se le conoce
obedece a las siglas de Movimientos Oculares Rápidos, un signo habitual
suyo. Esta denominación se maneja más con las siglas inglesas como sueño
REM (Rapid Eye Mouvement). El sueño rápido abarca el 20-25% de la
noche. Su primera presentación ocurre unas dos horas después de haberse
iniciado el sueño, a partir del primer ciclo de sueño profundo. Es una mo-
dalidad de sueño peculiar que puede considerarse como un sueño profundo
acompañado de la aceleración de los ritmos cardiaco y respiratorio, la pre-
sencia de movimientos oculares rápidos, el estado de relajación muscular y
la vasodilatación de los órganos genitales. La mayor parte de los sueños y en-
soñaciones acontece en el marco del sueño rápido.
A lo largo de la noche, el sueño se inicia por un estadio ligero, progresa
después hacia el nivel profundo y entra más tarde en una fase de sueño rá-
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pido. A medida que avanza la noche los periodos de sueño rápido se vuel-
ven más largos y frecuentes, en torno a una duración media de 20 minutos.
La evolución de los diversos estadios del sueño experimenta profundas va-
riaciones según la edad.
Las dos modalidades del sueño obedecen a una regulación rítmica dis-
tinta, asumida por su respectivo marcador o reloj biológico. El regulador
cronológico interno está sujeto en ambos casos a los influjos de agentes ex-
ternos conocidos por ello como sincronizadores, en cuya serie figuran algu-
nos factores psicosociales como la distribución horaria de las comidas, la
hora de acostarse o el tiempo asignado a las relaciones interpersonales o al
trabajo, conjuntamente con ciertos datos ambientales como las variaciones
circadianas o diarias del ciclo día-noche o las oscilaciones de la temperatura
del entorno. Con relación a la influencia externa ejercida por los sincroniza-
dores, el comportamiento de los respectivos reguladores es notoriamente
distinto en el sueño lento y en el rápido. El regulador del sueño lento es muy
débil y se deja modificar fácilmente por la influencia de los sincronizadores.
En cambio, el sueño rápido tiene un regulador muy firme, que ofrece una es-
pecial resistencia al influjo ejercido por los factores externos. Por ello, la mo-
dificación de la hora de dormir influye inmediatamente sobre el ritmo del
sueño lento en el mismo sentido de adelantamiento o retraso, y, por con-
traste, encuentra mucha resistencia en cambiar el ritmo del sueño rápido,
con lo que se establece cierto desfase o desincronización entre los dos com-
ponentes rítmicos del sueño. De aquí se infiere la importante sugerencia sa-
nitaria de procurar iniciar el sueño todos los días a la misma hora.
El adelantamiento de la hora de acostarse suele ser menos nocivo que
la demora. Ello se debe a que el retraso de la hora habitual de dormir impone
al sueño lento el consiguiente retraso y en cambio el sueño rápido al no de-
jarse modificar experimenta una presentación anticipada en el conjunto del
sueño, y esta relativa anticipación suele ejercer una acción depresiva. Debe
tenerse presente a este respecto que el acortamiento del tiempo de latencia
del sueño rápido, o sea el tiempo transcurrido entre el inicio del sueño y la
primera presentación de una fase suya, desciende en el cuadro depresivo por
debajo de su nivel habitual, oscilante entre 90 y 120 minutos. La presentación
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adelantada del sueño rápido en el ciclo del sueño global, dicho en otros tér-
minos, el avance de fase del sueño paradójico, constituye el marcador bioló-
gico dotado de mayor significación para confirmar el diagnóstico de la
enfermedad depresiva.
El adormecimiento tiene un significado especial porque supone la rup-
tura con la realidad y la interrupción del estado vigil. Viene a ser como un
espacio transicional donde se sustituye la experiencia de la realidad por el
vacío de la soledad, o sea el contacto relacional con los otros por el recogi-
miento en la intimidad propia. Los niños requieren el arrullo o la canción de
cuna de la madre para tranquilizarse y dejarse invadir por el sueño. En las
demás edades la presentación de alucinaciones, las denominadas alucinaciones
hipnagógicas, es muy frecuente. Esta masiva invasión alucinatoria la he expli-
cado yo mismo en un trabajo reciente como la compensación necesaria para
cubrir el vacío mental impuesto por la supresión de la conexión con el medio
externo, supresión denominada desaferentación en los círculos científicos.
Una vez que hemos aportado información suficiente para denotar que
a todo trabajador le conviene acostarse con regularidad —a la misma hora—
todas las noches, si es posible antes de sonar las doce campanadas, pasa-
mos a revisar a continuación los aspectos cuantitativos y cualitativos del
sueño, con el objeto primordial de distinguir los buenos y los malos dor-
midores.
La necesidad individual del sueño ofrece una amplia variación de unas
personas a otras. El 99% de la población dedica al sueño una cantidad de
horas por día entre cinco como mínimo y nueve como máximo. En la franja
comprendida entre las seis y las ocho horas se encuentra el 70-80% de la po-
blación. Por lo general, la actividad física requiere más tiempo de sueño para
superar la fatiga que la actividad intelectual.
Para calibrar la calidad del sueño se recurre en casos patológicos es-
peciales a la polisomnografía, método que consiste en registrar a lo largo del
descanso nocturno varios parámetros fisiológicos, en especial estos tres: el
electroencefalograma, el electro-oculograma y el electromiograma. Los datos
recogidos por este triple registro permiten conocer con todo detalle la es-
tructura del sueño, es decir, a la vez que ofrecen una lectura directa de las su-
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de seis meses. De todos modos, conviene precisar que hay trabajadores que
se inclinan por optar por la rotación rápida, con un cambio de turno cada 2
ó 3 días.
El llamado trabajo de posta debe su nombre al antiguo servicio de co-
rreos o de carruaje de viajeros caracterizado por el cambio de caballos de tre-
cho en trecho. Esta modalidad de trabajo cíclico persigue el objetivo de
asegurar la continuidad del funcionamiento laboral mediante la intervención
sucesiva de tres o cuatro equipos, que se suceden sin interrupción a lo largo
de una jornada de veinticuatro horas. Durante los fines de semana, el trabajo
posta puede ser suspendido o no. Este tipo de trabajo se encuentra en fase
de requerimiento progresivo. El relevo de estos trabajadores suele atenerse
a distintas normas. La acción nociva de esta modalidad laboral sobre la salud
presenta bastantes analogías con el trabajo por turnos, porque en definitiva
es un trabajo sometido al relevo periódico, si bien se procura reducir la ne-
cesidad de efectivos durante la noche.
Para proteger a los trabajadores nocturnos, rotatorios o cíclicos con-
viene aplicar esta serie de medidas especiales:
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con los medio hermanos o los hermanastros. Hemos de reconocer que la trí-
ada madre-padre-hijos, el núcleo de la familia tradicional, la célula base de la
sociedad teísta de antaño, se ha estrechado y ha transferido su papel social
primordial a la individualidad. Hoy, cada quien funciona muchas veces en la
sociedad más como individuo que como miembro de un grupo familiar. Y,
sin embargo, sería muy conveniente para la salud de la población seguir apos-
tando por el grupo familiar y ayudar a su restablecimiento. Esta ilusión es
más una esperanza que una expectativa, ya que los signos de debilidad de la
institución familiar se agolpan con fuerza, como puede observarse en la su-
cinta relación siguiente: el retraso progresivo del emparejamiento estable,
sustituido por la difusión masiva de la cohabitación juvenil; la notoria dis-
minución de la fecundidad; la tasa de divorcios y separaciones tan elevada
que en muchos países europeos supera el 50%; la pérdida de significación de
la diferencia entre niños nacidos dentro y fuera del matrimonio.
Para efectuar una evaluación del funcionamiento familiar, partimos
de la base de entender por familia la serie de personas que viven juntas.
Por lo tanto, en primer lugar, enfocamos su organización estructural aten-
diendo a cuántas personas conviven con el trabajador, la relación de pa-
rentesco entre ellas y él y su distribución por generaciones o con arreglo
a la edad.
Como indicadores del funcionamiento familiar, nos sirven algunos as-
pectos de la familia fáciles de detectar, como los siguientes:
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3º. El grado de atención dispensada a los niños. Es muy raro que una fami-
lia funcione adecuadamente si no se atienden bien las necesidades
afectivas, intelectuales y materiales de los niños.
6º. La recepción brindada por la familia al equipo de salud mental. Es muy cu-
rioso consignar que la familia recibe tanto mejor a los equipos o
personas que le brindan su apoyo cuanto mejor funciona la fami-
lia, o sea cuanto menor es la necesidad de la intervención de un ex-
perto en salud mental. A medida que la familia va precisando más
una intervención de este tipo, la acogida dispensada a los expertos
y sanitarios se vuelve más desagradable y recelosa
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Durante largo tiempo hubo una gran resistencia a las largas vacacio-
nes de fin de semana, el célebre week-end o semana inglesa, ya que se pensaba
que iban a terminar con las ganas de trabajar. En efecto, al principio había
ocurrido algo así, puesto que los trabajadores llegaban el lunes al “tajo”
mucho más cansados que los demás días. Pero esta situación se ha ido nor-
malizando hasta integrarse los fines de semana vacacionales en el programa
de los trabajadores sin debilitar la continuidad del trabajo.
El momento sociolaboral es hoy propicio para que el disfrute del año
sabático (un año libre cada siete años), privilegio de los profesores univer-
sitarios, se convierta en un patrimonio generalizado. Como esta eventuali-
dad puede ser una realidad en el siglo XXI, no está de más ilustrar el
recuerdo del año sabático con un antecedente sacro y otro literario. La sa-
cralidad corresponde a los judíos cuando recibieron la orden de Dios de to-
marse unas vacaciones sabáticas, que debían dedicar a la liberación de los
esclavos, la cancelación de las deudas y el trabajo de la tierra. El genio lite-
rario alemán Johann Wolfgang von Goethe, a consecuencia de su trastorno
psíquico de tipo bipolar, entraba cada siete años en una fase de creatividad
desbordante, acompañada de un erotismo exaltado y el inicio de un nuevo
amor con una mujer joven. El tiempo fragmentado en septenios o ciclos de
siete años ha sido, pues, al tiempo, un patrimonio del Dios judaico y un
feliz jalón en la biografía de Goethe, y ahora podemos estar en vísperas de
universalizarlo.
El contenido para llenar el tiempo libre ha de ser libremente asumido
dentro de las cien mil posibilidades existentes. El tiempo libre es sobre todo
tiempo de libertad. Hay una gran cantidad de actividades para ocuparlo de
un modo satisfactorio. Sobre la base de la libre elección, conviene sujetar su
contenido a estas dos condiciones: en primer lugar, la de ofrecer algún con-
traste con la naturaleza del trabajo, de modo que si el trabajo habitual es muy
sedentario conviene reservar una parte importante del tiempo libre para el
ejercicio físico, desde un paseo hasta una práctica deportiva; en segundo
lugar, la de repartirse con cierto equilibrio entre la actividad física o manual
y la mental o intelectual, y entre el puro divertimento o la evasión y el en-
cuentro consigo mismo o con los otros.
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interesa pasa muy rápidamente y lo que aburre dura demasiado. Pero en los
recuerdos el lapso de tiempo aburrido se vuelve minúsculo al diluirse los
datos sin interés, mientras que el tiempo rico en contenidos interesantes se
expande para poder albergarlos.
El tiempo libre toma la forma de una inaguantable pesadilla en los su-
jetos adictos al trabajo y en los que se refugian en el medio laboral para con-
solarse de sus desventuras sentimentales, familiares o sociales. El trabajo
adictivo o instrumentalizado como refugio o consuelo sigue ocupando la
mente del trabajador la mayor parte del día y anula su disposición para dis-
frutar del tiempo no relacionado estrictamente con la actividad ocupacional.
El tiempo libre queda anulado o destruido cuando es sometido a una im-
posición ajena o a unos contenidos obligatorios. El tiempo alejado del trabajo
organizado por una institución o por un gobierno sin contar con la iniciativa
personal, no puede contabilizarse como un tiempo libre, sino como un tiempo
institucionalizado o gubernamentalizado, en definitiva un tiempo colocado
bajo el mando de los otros. El tiempo libre ha de partir de la actividad perso-
nal, sin sujetarse a un estricto condicionamiento ambiental. En todos los paí-
ses hay una serie de instituciones totalitarias que anulan de modo masivo el
tiempo libre de las personas acogidas en ellas. Así funcionan los internados de
los colegios, los hospitales, los buques de guerra, los cuarteles o las cárceles.
En casi ninguno de estos recintos el tiempo libre es una realidad posible.
Ha habido dos grandes escritores ingleses, Orwell y Huxley, que coin-
cidieron hace algunos años en anunciar mediante un presagio pesimista,
pero con orientaciones distintas, la aproximación de grandes riesgos para la
humanidad en forma de la pérdida de la libertad o de la individualidad. Mien-
tras que Orwell trataba de alertar sobre la organización de la cultura occi-
dental en una forma supercontrolada y dirigida por el big brother (el hermano
mayor), Huxley definía el mayor riesgo del futuro como la construcción de
una mentalidad colectiva uniforme que borrase la individualidad o las pe-
culiaridades del individuo. En tanto Orwell estaba preocupado por la per-
dida de libertad, Huxley localizaba el riesgo social más importante en la
uniformidad o el igualitarismo.
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tas horas de asueto a la diversión. Sobre esta base se llegó a poner en cues-
tión el mantenimiento del “fin de semana” e incluso la utilidad de cualquier
tipo de vacaciones.
Afortunadamente, se impuso el criterio general de atribuir la fatiga del
lunes a un modo inconveniente de disfrutar las vacaciones por unos traba-
jadores o empleados que hacían las primeras lides en actividades recreativas.
De esta suerte no hubo argumentos que oponer a la instauración del mes
anual de vacaciones.
Si bien, como iremos viendo, el tiempo de vacaciones es un tiempo de
ciertos riesgos, mucho más que eso, las vacaciones son el marco donde acon-
tece la sustitución de la actividad ligada al trabajo por, digámoslo en mayús-
culas, una ACTIVIDAD LIBRE, un auténtico tiempo sagrado que no se
puede perder ni disipar, una ocasión de oro para el encuentro consigo mismo
y los demás, para la renovación de los vínculos interpersonales y para el mo-
delado del cuerpo.
El periodo de vacaciones se atiene en su base al espíritu del tiempo
libre, o sea, como un tiempo repartido entre el puro divertimento, la evasión
y el encuentro con uno mismo, y su organización global se extiende a las
tres parcelas extralaborales fundamentales: la asidua compañía de la pareja,
los amigos o familiares; la actividad física suficiente, equilibrada con el des-
canso diurno y la entrega al sueño a la hora acostumbrada; la alternancia de
la diversión o el recreo con la lectura y la actividad reflexiva.
Este reparto del tiempo vacacional entre tareas tan diversas no puede
esgrimirse como pretexto para buscar o aceptar el riesgo connotado por la
modificación de la hora de dormir, por el acogimiento a un plan de aisla-
miento social, por la entrega extremista al agotamiento físico o al sedenta-
rismo o por brindar con una copa a toda hora. El tiempo de vacaciones es
una función en una amplia medida de convivencia con los otros. La apor-
tación ajena a las vacaciones puede deslumbrar con el destello de un nuevo
amor o puede ensombrecerse con la provocación un conflicto interperso-
nal o una ruptura de relaciones muy estimables.
Está comprobado que durante el mes estival de vacaciones se eleva la
morbilidad para la enfermedad depresiva. Este punto sorprende un tanto
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zadores externos, como es el caso del sueño lento. Por ello, la inestabilidad
de los hábitos cotidianos impuesta por el trabajo rotatorio produce un des-
fase entre unos ritmos y otros, entre los ritmos que se dejan modificar y los
que mantienen su ciclo horario.
La turnicidad laboral, en sus distintas variantes, provoca mayor per-
cepción de fatiga y rebaja la tolerancia hacia las características adversas in-
herentes al puesto de trabajo. Por ello, la turnicidad puede definirse como un
factor laboral determinante de frustración, insatisfacción o estrés, aparte de
la constelación de efectos nocivos semiespecíficos, a los que me referiré des-
pués, conjuntamente con los ocasionados por el trabajo nocturno.
En líneas generales, puede calcularse que la adaptación fisiológica al
nuevo turno exige el plazo de una semana. Por ello, la preservación de la
salud mental del trabajador se siente muy beneficiada cuando los cambios de
turno se alargan a seis meses o un año. La nocividad de la rotación es menor
cuando se verifica entre la tarde y la noche que entre la noche y la mañana,
observación válida por igual para los trabajadores con dos o tres turnos.
La cuota de salud pagada por el trabajo nocturno o el rotatorio es muy
elevada. El trastorno consiguiente suele iniciarse en forma de una ritmosis
o un desfasamiento de los ritmos, que afecta con prioridad a la profundidad
del sueño: la disminución de la profundidad del sueño facilita a su vez el es-
tablecimiento de un estado de fatiga crónica, tanto muscular como mental.
Otra forma de cronopatía laboral inducida por estos tipos antifisiológicos del
horario de trabajo es la inversión del sueño, reflejada en una alternancia entre
la somnolencia cuando se trata de trabajar y el insomnio cuando se pretende
dormir.
El acoplamiento del trastorno del sueño y la acumulación de fatiga
abre las compuertas orgánicas y mentales para la irrupción de trastornos di-
gestivos, sintomatología ansiosodepresiva, abuso de drogas, trastornos de
conducta o disfunción de la vida social o familiar.
Unos trabajadores amenazados por tan serios percances como son los
trabajadores nocturnos y los rotatorios son tributarios de una protección es-
pecial. Entre las medidas de prevención efectivas para ellos sobresalen todas
las que convergen en el reforzamiento de los elementos organizativos y mo-
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PROBLEMAS DE SALUD MENTAL
EN EL TRABAJO
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timación del producto del trabajo acapara más interés que el bienestar del tra-
bajador. Tanto es así que se ha hablado muchas veces de que nos encontra-
mos inmersos en una “sociedad de rendimientos”, en la que el individuo es
valorado a tenor de su productividad.
En estas condiciones laborales presentes atenazadas por la rigidez, la
competitividad y el descuido humanitario, se ha acentuado la incidencia de
alteraciones psíquicas inducidas por el trabajo. El crecimiento de la morbi-
lidad psiquiátrica es, por otra parte, un hecho general. Los problemas de
salud mental han alcanzado en los países occidentales la prevalencia anual
del 20-25% de la población, lo que significa nada menos que en el curso de
un año una persona de cada cuatro o cinco está afectada por una alteración
psíquica.
Estamos ante una auténtica epidemia psicopatológica moderna o
postmoderna ocasionada o activada por factores socioculturales, entre los
cuales ocupa un lugar importante el ambiente laboral, dominado por el
signo taylorista de la organización y de las condiciones del trabajo. La in-
tervención de los factores laborales en la morbilidad psiquiátrica global ac-
tual oscila alrededor de un tercio. Este dato cuantitativo coincide con la
ocupación por el trabajo de la tercera parte de la vida adulta desarrollada en
estado vigil o despierto. El trastorno psiquiátrico representa hoy uno de los
principales procesos mórbidos determinantes de discapacidad. Su inter-
vención es algo mayor en la invalidez laboral de corta duración (el 60%)
que en la de larga duración (el 40%).
La siembra de morbilidad psiquiátrica moderna causada por factores
laborales, proviene de haberse orientado la organización del trabajo hacia la
“taylorización” (prioridad de la producción), orientación facilitada por la tec-
nocracia con la complicidad de la informática. El potencial psicopatológico
del trabajo causa los máximos estragos en las profesiones sanitarias y do-
centes, en los agentes de orden público y en los empleados de las institucio-
nes carcelarias, a causa de la sobrecarga de responsabilidad o riesgo, y
asimismo en el personal de servicios de “cuello azul” y en algunos burócra-
tas y servidores de la administración, por encontrarse su libertad hipotecada
por la exigencia de los superiores y la acumulación de los clientes a la vista.
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factores de riesgo, llamados así porque casi nunca ninguno de ellos es im-
prescindible y, por otra, se cierra el círculo al ejercer el efecto una acción re-
troactiva dinámica sobre los factores causales.
El circuito lógico formado por los factores causales y su efecto se com-
plementa con el tercer agente: el terreno personal sobre el que inciden los
factores nocivos y su capacidad para ejercer una estrategia defensiva o des-
plegar una actividad de adaptación.
La capacidad tanto para afrontar las circunstancias laborales adversas,
como para esgrimir una defensa adecuada ante ellas o para adaptarse, es una
función que varía en consonancia con las características del individuo y de
su situación en el trabajo. A medida que es más consistente el yo, que se dis-
pone de una personalidad más equilibrada y que la situación en el trabajo
está presidida por la vivencia de apropiación, se acrecienta la efectividad de
la capacidad individual para desplegarse ante los elementos desfavorables
con flexibilidad y acierto, como una actividad de afrontamiento o lucha, un
mecanismo de resistencia o defensa o una resignación adaptativa.
Naturalmente, entre los trabajadores hay por lo menos un 10% que
están afectados por alteraciones psíquicas ya antes de haber efectuado su in-
corporación al trabajo. Algunos de ellos perciben elementos laborales ad-
versos sin un fundamento objetivo o magnifican los existentes. En cualquier
caso, el sujeto con una personalidad desequilibrada o con sintomatología
psiquiátrica previa tiene una proclividad especial para sentirse perturbado
por datos laborales comunes como consecuencia de proyectar su sintoma-
tología sobre el entorno. Este dato es especialmente abrumador entre dos
clases de personas que se quejan de mobbing o acoso moral: por una parte, la
hipersensibilidad generada por un sentimiento de inferioridad se alimenta
de la sensación de no recibir un trato adecuado; por otra parte, la sintoma-
tología paranoide se agrupa precisamente en torno a la convicción de ser un
objeto de alusiones o de burla para los demás.
Las alteraciones psíquicas atribuidas a factores laborales nocivos que
han desbordado la capacidad personal de resistencia, pueden gestarse a tra-
vés de una dinámica diversa, cuyos mecanismos operativos más importantes
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Por otra parte, resulta imprescindible recordar en este lugar que la ca-
talogación de la enfermedad profesional corresponde sólo a la dolencia pro-
ducida a consecuencia del desempeño del trabajo. Quedan excluidos por
tanto del catálogo de las enfermedades profesionales todos los procesos pa-
tológicos determinados por factores ajenos al trabajo. Dentro de su agrupa-
ción ocupa un campo dilatado la patología psiquiátrica. Conviene al respecto
tener siempre en mente la distinción fundamental entre trastornos mentales
patológicos laborales y los sufrimientos personales incubados en el ámbito
laboral que no se adscriben a un tipo determinado de enfermedad.
El impacto sobre el individuo ocasionado por los vectores laborales
perturbadores es función en una alta medida de las características de su per-
sonalidad. La distribución de los individuos al respecto ocupa un amplio es-
pectro comprendido entre los polos de la personalidad vulnerable y la
personalidad resistente o incluso resiliente. (Se llama modernamente resi-
liencia a la reacción positiva mantenida por un individuo sometido a la acción
de un estresor o de cualquier otro tipo de agente ambiental perturbador).
Si de entrada me he pronunciado por culpabilizar del crecimiento de
la psicopatología laboral moderna al retorno al taylorismo clásico, en forma
de una organización de trabajo competitiva y que atiende más al nivel de
productividad que al bienestar del trabajador, resulta lógico que oriente la
estrategia laboral preventiva del trastorno psiquiátrico a anteponer el interés
por el individuo a la preocupación por la productividad.
Mientras no se señale un tope infranqueable en este sentido, es pre-
visible que los estragos psicopatológicos ocasionados por la desbordante
competitividad entre trabajadores de la misma empresa o de centros distin-
tos, seguirán ateniéndose a una curva de frecuencias ascendente.
Una pauta protectora espontánea importante de carácter colectivo es
la formación de una ideología defensiva contra el elevado riesgo inherente a
ciertas formas de trabajo, sometiendo el peligro a una subestimación, una tri-
vialización o una negación. El resultado es que los trabajadores, por ejemplo,
en una mina o en un centro atómico, se conducen como si la seguridad es-
tuviese garantizada, siempre que no se descuide la aplicación de las medidas
preventivas pertinentes contra los accidentes.
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■Grado 1: el trabajador pagano, que paga por culpas ajenas con el pre-
cio de la humillación o la explotación como si fuera un chivo
expiatorio. Cuando se habla de explotación empresarial, in-
mediatamente se piensa en un salario insuficiente, lo que se
justifica por razón de que el lenguaje predilecto de la em-
presa es el lenguaje económico, a lo que se agrega la ten-
dencia de la reivindicación de los empleados a inclinarse
hacia una formulación económica. Todo ello no obsta para
que muchas veces el factor alienante explotador más corro-
sivo radique en la esfera personal en forma de un trato hu-
millante o unas exigencias injustas o desorbitadas.
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Aunque sea una obviedad escandalosa debo decirlo para mayor clari-
dad: el trabajador afectado por una frustración, una alienación, un distrés o
una violencia, que son las noxas laborales específicas más frecuentes, está
embargado por un sentimiento displacentero que toma en cada caso una no-
tación sintomática de cierta especificidad. Aparte de los agentes laborales
responsables de la frustración, la alienación, el estrés desbordante o la vio-
lencia, existen elementos laborales que ocasionan un descontento o un ma-
lestar hacia la ocupación desempeñada, sin ningún aditamento específico.
Esta sensación de descontento o malestar que invade al sujeto muchas
veces en la situación de trabajo, no se debe al no poder realizar un deseo,
como ocurre en la frustración, ni a una sobrecarga emocional, como ocurre
en el distrés, ni a una quiebra en el sentimiento de familiaridad de sí mismo,
como ocurre en la alienación, ni a una amenaza personal, como ocurre en los
fenómenos de violencia.
Los elementos provocadores de una insatisfacción ocupacional pura e
inespecífica, en forma de una sensación de descontento o malestar, consti-
tuyen el contexto laboral más propicio para la germinación de las otras noxas
laborales mencionadas y la multiplicación de sus efectos. En la práctica nos
vamos a encontrar con la existencia de un cierto solapamiento entre los ele-
mentos laborales nocivos, de suerte que algunos de ellos son polivalentes y
universales, y según los casos y las circunstancias pueden limitarse a provo-
car un estado de descontento laboral o extender su acción en forma de una
frustración, un distrés, una alienación o una amenaza.
El síndrome de la insatisfacción laboral atenaza al trabajador como si
hubiese caído en una trampa y le hace sentirse descontento o insatisfecho
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sensibles hasta con una intensidad menor. Los estímulos sonoros se vuel-
ven más incómodos y perturbadores cuando su fuente productiva se halla
en la proximidad del sujeto o cuando su aparición no es continua sino in-
termitente.
Hay sujetos especialmente hiperestésicos o sensibles para el ruido. El
genial escritor checo Franz Kafka tuvo problemas para encontrar una habi-
tación para dormir sin sentirse perturbado por los ruidos de la calle o por el
murmullo del pasillo. Una notoria hipersensibilidad para el ruido suele ser
signo de una anomalía de la personalidad.
La exposición habitual del trabajador a ruidos superiores a los 80 dB
puede acarrearle la destrucción de las células sensoriales del oído interno y
como consecuencia la pérdida del oído progresiva. La hipoacusia incipiente
tarda en detectarse, porque al principio sólo afecta a la percepción de los es-
tímulos de frecuencia alta y respeta el registro de la palabra hablada.
Los ruidos superiores a los 70 dB no suelen pasar inadvertidos para el
sistema nervioso vegetativo, puesto que activan la secreción de catecolami-
nas, que son las sustancias encargadas de transmitir la estimulación en el sis-
tema vegetativo simpático. A través de este mecanismo pueden aparecer
modificaciones fisiológicas, como la elevación de la tensión arterial, la ace-
leración del ritmo cardiaco o el entorpecimiento de la actividad de los órga-
nos digestivos.
Los efectos perturbadores del ruido sobre la actividad mental se ex-
tienden desde la provocación de ansiedad o irritabilidad hasta la inhibición
del pensamiento o el bloqueo de la reflexión.
El ruido es como la melodía del estrés, o sea, el agente sensorial de
acompañamiento que potencia el estrés multiplicando su acción perturba-
dora orgánica y psíquica. El ambiente estridente o ensordecedor es la clase
de entorno laboral más influyente para bloquear la comunicación y susti-
tuirla por tensiones de violencia.
El antídoto ambiental del ruido industrial no es el silencio absoluto,
sino una sonoridad ambiental armónica entre los 40 y los 50 dB, que puede
ser cubierta por el tono de la conversación común o por una dulce música
tenue. Los medios de defensa del trabajador contra el ruido se distribuyen
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EL ESTRÉS OCUPACIONAL
CRÓNICO
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ocupación propia son los máximos responsables del distrés crónico genuino.
Por ello cuando se habla simplemente de distrés o hiperestrés ocupacional
suele tenerse en la mente el estrés ocupacional crónico. El estrés crónico se
caracteriza por un comienzo insidioso o indefinido, una intensidad variable
y una duración larga en forma de una persistencia continua o una repetición
con breves intervalos. A diferencia del estrés agudo, promovido por un
hecho aislado o fortuito o un acontecimiento circunstancial de la vida, el es-
trés crónico está accionado por una situación de agobio o sobreexigencia, o
sea, un estado de interconexión sobreexigente entre el individuo y su am-
biente. El estresor tiene, pues, una configuración razonablemente diferente
en ambos casos: viene a ser una emergencia o un suceso en el estrés agudo
y una situación en el crónico.
El estrés agudo repetido a causa de la acumulación de microtraumas es
asimilable por sus consecuencias y la evolución de sus síntomas a una situa-
ción estresante, o sea, a un estresor crónico. No debe olvidarse que el impacto
de microtraumas familiares sobre el niño es el factor determinante funda-
mental de las clásicas psiconeurosis.
Toda situación de trabajo encierra el riesgo de estar contaminada por
una fuente de estrés o distrés de dos clases distintas: la variedad inespecífica,
extendida más o menos a toda clase de ocupaciones, y la variedad grabada
con la impronta del tipo de trabajo. La función de fuente de estrés univer-
sal, compartida en distinto grado por todo tipo de trabajo, es asumida por
los estresores siguientes:
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LA DEPRESIÓN
EN EL ÁMBITO LABORAL
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CLASE DE ENFERMEDAD
CAUSAS
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2ª. ¿Participan tal vez los factores laborales en volver a la mujer más
vulnerable para la depresión?
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EL ADICTO AL TRABAJO
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A) Antecedentes familiares
· Edad
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· Nivel socioeconómico
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afectivos con sus colaboradores fue la salsa de cultivo para germinar la trai-
ción por ambas partes. Los biógrafos le presentan como un hombre sin ami-
gos. Su incapacidad final para retirarse de la vida pública, cuando ya había
sido despojado de la presidencia del Estado de un modo nada decoroso y
digno, le condujo a esforzarse en reaparecer en el panorama nacional con-
vertido en escritor de temas políticos.
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El adicto al trabajo
vidad laboral. La duda que hay que dilucidar es muy grave ya que se debate
entre estos dos polos: de un lado, prolongar la baja y aprovechar la perma-
nencia en el medio familiar para iniciar el tratamiento de la adicción laboral
y sus posibles complicaciones; y de otro, aprobar la inclinación del sujeto a
reintegrarse al trabajo con cierta precocidad, tal como resulta conveniente
para la recuperación física. La primera alternativa es la salida ideal para el
tratamiento de la adicción al trabajo y el comienzo de un nuevo estilo de
vida, pero esta pauta deja de ser recomendable cuando el sujeto no tolera la
prolongación del alejamiento laboral sin experimentar un fuerte sufrimiento
emocional.
Entre ambos extremos existen otras alternativas, como la incorpora-
ción al trabajo a media jornada, después de una baja de ocho a doce sema-
nas, opción que puede ser suficiente para la rehabilitación cardiaca y a la vez
para establecer un estilo de vida protector contra la adicción al trabajo.
Tychey y colaboradores (1997) han comprobado que el aplazamiento del re-
torno al trabajo supone algunas veces un incremento del riesgo emocional
de nuevas complicaciones somáticas o incluso de muerte, por lo que sugie-
ren estimar en estos casos la reanudación laboral precoz como una medida
imprescindible para el trabajador adicto. La descarga de una parte significa-
tiva de las tensiones afectivas mediante el comportamiento ocupacional
puede representar en algunos adictos al trabajo una pauta protectora. El tra-
bajador adicto privado de esta descarga tensional interior puede sumirse en
una situación de riesgo somático más importante para la recidiva del acci-
dente coronario o la irrupción de la muerte imprevista, que si por el contra-
rio se le permite reincorporarse al trabajo con cierta precocidad.
En la delicada decisión creada en torno al destino laboral del sujeto
después de haber sufrido un ataque cardiaco, no se puede prescindir de so-
pesar diversas variables individuales, sobre todo la actitud del enfermo, os-
cilante entre el desmedido entusiasmo para reincorporarse y la reserva
impuesta por el temor a precipitar con ello otro ataque, así como la presen-
cia de un estado ansioso o depresivo, la asociación con el abuso de alcohol
u otras drogas o cualquier otro tipo de adicción. El asunto es tan complicado
que está abierto en cada caso a reflexiones clínicas personalizadas.
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PROBLEMAS CREADOS POR EL
ALCOHOL Y OTRAS DROGAS EN EL
LUGAR DE TRABAJO
Por droga se entiende hoy toda sustancia química que usada sin me-
diar una indicación médica por lo general, con objeto de obtener una modi-
ficación inmediata del estado mental o de la conducta, es capaz de ocasionar
un enganche aditivo mórbido o patológico. Antaño a las drogas se les lla-
maba productos toxicomanígenos, denominación sustituida después por la
de productos adictógenos o adictivos.
En el sentido castellano popular actual, la droga es, por tanto, una sus-
tancia química que acumula esas tres características:
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Toda sustancia que reúne estos tres criterios debe incluirse en el catá-
logo de las drogas, a despecho de que, en la otra vertiente suya, pudiera con-
tar con alguna aplicación terapéutica. Y es que hasta casi resulta raro que
una genuina droga no posea alguna virtud especial que justifique en cierto
momento su indicación clínica o sanitaria o la comercialización farmacéutica
de algún principio activo suyo.
La distinción entre drogas duras y drogas blandas, en relación a la in-
tensidad de los efectos tóxicos y su potencial adictivo, es más bien una fala-
cia que ha servido para confundir. Lo que se ha llamado droga blanda era en
cualquier caso una droga fuerte enmascarada con “piel de oveja”.
La clasificación de las drogas, por su efecto, en sustancias depresivas,
estimulantes, alucinógenas y psicodislépticas o disreguladoras, no merece
mucha consideración, ya que en los efectos de toda droga lo que prevalece
es, en definitiva, el desequilibrio mental.
El conjunto de las drogas constituye un sistema global abierto a la so-
ciedad y distribuido en dos series o subsistemas distintos:
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se van volviendo más ligeros en función del desarrollo de una progresiva to-
lerancia. Después de una reiterada administración de opioides suficiente-
mente intensa, los efectos agudos tienden a encronizarse, sin que se haya
comprobado la aparición de un deterioro cognitivo permanente o irreversi-
ble de cierto relieve.
Los efectos agudos más importantes y comunes de los productos can-
nábicos se concentran en el descenso de la atención, la memoria reciente y
remota o la capacidad de aprendizaje. Cuando la acción toma un grado más
invasivo, aparecen trastornos de la percepción espacial y de la destreza psi-
comotora, que se reflejan en la comisión de importantes errores en el ma-
nejo de máquinas y en la conducción de vehículos. Este conjunto de
alteraciones aparece asimismo en sus efectos crónicos, sin asociarse con un
declive cognitivo sostenido o asiduo.
Las anfetaminas y la cocaína comparten una acción aguda psicoesti-
mulante o despertadora, que ha sido muy utilizada con la pretensión de re-
forzar o acelerar la ejecución del trabajo mental o físico. Todo lo positivo que
se consigue con el uso de ambos géneros de droga es aplazar la presentación
de los signos de fatiga. Si bien la actividad psicomotora se acelera al princi-
pio, al tiempo se vuelve más desordenada y sembrada de errores. Con la ad-
ministración repetida, la acción crónica cuaja en forma de una alteración
progresiva de la atención, la memoria y la capacidad de aprendizaje, aso-
ciada con un ligero trastorno del pensamiento, el razonamiento o la capaci-
dad de abstracción. El consumo muy prolongado o repetido de anfetaminas
o de cocaína, así como la administración de una dosis aguda tóxica de estos
productos, provoca a menudo un cuadro delirante, cuyas modalidades más
representativas son el delirio alucinatorio de persecución y el delirio para-
sitario externo.
La nicotina, según la mayor parte de los fumadores, tiene efectos po-
sitivos sobre los procesos del pensamiento y de la psicomotricidad, involu-
crados en muchas tareas laborales. Muchos fumadores no se detienen en
esta apreciación sino que aseguran que ellos fuman en muchas ocasiones
para concentrarse mejor y elevar su rendimiento cognitivo laboral. Esta ex-
periencia de los fumadores sólo es válida para ellos. De modo que no es que
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riable conexionada con el mundo laboral dotada de mayor fuerza para que
el bebedor sea atrapado por la adicción al alcohol.
Hay varios tipos de ocupación laboral donde el establecimiento de la
adicción alcohólica ocurre en una proporción que desborda la tasa de alco-
holismo registrada en la población general adulta. Los tipos de trabajo dis-
tinguidos por implicar un riesgo adictivo especial para el alcohol se
mencionan en la relación siguiente:
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1º. Todo individuo que ingiere alcohol para desinhibirse o que se em-
briaga con alguna frecuencia es muy sospechoso de ser un alcoho-
lómano, aun en el caso de que no sea un bebedor habitual.
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3º. Toda asociación del hábito de beber habitual con una alteración
psíquica debe suscitar la sospecha de que se trate de un alcoholismo
sintomático, o sea, un alcoholismo codeterminado por un trastorno
psíquico.
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LA SALUD MENTAL DE LOS MÉDICOS Y
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ciones de salud al prójimo presente. Así como la presencia directa del otro
y la sobretensión de la responsabilidad son la dualidad estresora casi especí-
fica del estrés ocupacional crónico propio de los sanitarios, factores que se
vuelven, por tanto, en contra de los propios sanitarios a partir de cierto grado
según veremos después, la actitud altruista no posee una contrapartida ne-
gativa.
La actividad sanitaria desempeñada por los médicos, las enfermeras, los
cuidadores y los auxiliares a los que se agregan otros escalones profesiona-
les, algunos de ellos últimamente creados, converge en la prestación de un
servicio de salud de índole científica o técnica a una persona enferma que
precisa ser ayudada o atendida. El interés altruista por el otro ocupa una po-
sición primordial en la motivación y la implementación del acto médico o pa-
ramédico.
Por ello, no puede extrañarnos que el rango de la personalidad más
contrapuesto a la función sanitaria sea el del egotismo, o sea un narcisismo
hipertrófico. En mi primera lección sobre la Psicología Médica, asignatura del
segundo curso de la licenciatura en Medicina, procuraba yo mismo estimu-
lar el traslado a otra Facultad Universitaria de todos los alumnos que no se
sintiesen capaces de anteponer el interés de los demás en materia de salud
al suyo propio. No sé si esta advertencia mía habrá tenido cierto impacto in-
mediato o tardío. Pero sí sé que estaba muy legitimada. He conocido a algu-
nos médicos clínicos incapaces de dedicar tan sólo de 15 a 20 minutos a
escuchar a uno de sus enfermos.
El altruismo como marca esencial positiva de la actividad sanitaria
exige la permanencia en la frontera del tú-yo, donde el yo se desvive por el
tú. Pero esta desvivencia o entrega ha de efectuarse sin absorber al otro ni
ser absorbido por él. Una cuestión de límites de identidad entre uno y otro
de interés primordial. En un polo se sitúa la actitud sanitaria absorbente y
despersonalizante para el enfermo que proyecta sobre él las propias ideas
del terapeuta con el propósito de cambiarlo dominándolo. El otro extremo
es la sede de la actitud clínica insegura, caracterizada porque se deja absor-
ber por el enfermo. En ambos casos existe un serio problema de vivencia
profesional identitaria, por demasiado crecida o por demasiado menguada.
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del ego en el primer plano se descalifica cuando menos como una conducta
profesional bastarda o adulterada por la egolatría.
La Medicina europea ha dejado de ser una profesión masculina. La
proliferación de las mujeres médicos sobrepasa la paridad. Por ello puede
hablarse de que en las últimas décadas se ha producido en los países occi-
dentales la feminización de la Medicina. Este proceso forma parte de la in-
corporación masiva de la mujer a la cultura, el mundo del trabajo y las aulas
universitarias, cambio sintomático propio de la emancipación de la mujer.
La emancipación femenina se disparó en 1960, a partir del descubrimiento
de la píldora contraceptiva que fue su detonante. En la actualidad, la sanidad
española cuenta con el 70% de mujeres entre sus profesionales sanitarios, lo
que la sitúa como el sector de la Administración Pública que dispone pro-
porcionalmente de mayor participación femenina.
Con el predominio de la presencia de la mujer en el recinto hospitala-
rio o clínico, la actividad sanitaria, ya de cierta índole femenina por sus adi-
tamentos afectivos tiernos y actitud altruista, se ha feminizado todavía más.
En esta perspectiva no podemos hablar de cambio de espíritu sino simple-
mente de refuerzo y consolidación de la actitud médica tradicional. Los en-
fermos se muestran hoy muy satisfechos con las mujeres médicos al sentirse
atendidos con un contacto más cordial y comunicativo y disponer de una
franja horaria más amplia.
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que se sabía. Hoy, ambas dimensiones del quehacer existencial, la del cono-
cimiento tecnocientífico y la de los resultados favorables empíricos, han ex-
perimentado una crisis de desarrollo gigantesco. Se puede mucho y se sabe
mucho. Resulta muy difícil calibrar si se sabe más o menos de lo que se
puede. Nos encontramos, por tanto, por primera vez en la Historia, ante una
Medicina enriquecida con un cuerpo de saberes científicos denso y profundo,
por mucho que sea todavía lo que se ignora, y una efectividad inimaginable,
traducida en unos excelentes resultados terapéuticos generales y en una im-
predecible prolongación progresiva de la expectativa de salud y de vida.
Vayamos al otro parámetro, el de la relación médico-enfermo. Su cam-
bio consiste en haber pasado del paternalismo o la beneficencia, una espe-
cie de dictadura cariñosa del médico, a polarizarse en el respeto a la
autonomía del enfermo, siempre que éste disponga de capacidad suficiente
para asentir o no a la indicación terapéutica. Al tiempo, la entrega confiada
del enfermo al cumplimiento de la indicación médica, un imperativo antaño,
se va volviendo cada vez más recelosa y en ausencia de una atmósfera de
confianza se vuelve muy difícil el ejercicio de la Medicina. Además, la im-
punidad jurídica tradicional del médico se ha resquebrajado dejando paso al
asedio de la reclamación legal de daños y perjuicios, con razón o sin ella. En
el marco de la sanidad pública, la relación médico-enfermo se ha desperso-
nalizado, al realizarse sin contar el médico con un margen de tiempo sufi-
ciente para escuchar al enfermo con el debido detenimiento. Y no sólo la
despersonalización concierne al enfermo, sino también al médico o a cual-
quier técnico de la salud, al actuar desde el anonimato.
No ha habido ninguna profesión tradicional que haya experimentado
en los últimos tiempos un vuelco a la vez tecnológico y psicosocial equipa-
rable al dado por la Medicina. Por un lado, la tecnocracia amenaza oscure-
cer o ahuyentar el espíritu de la Medicina. Por otro, la adversa actitud social
ante los médicos, en fase creciente, ha cristalizado en una masiva violencia
que será objeto de estudio en el Capítulo 12.
La autoexigencia de siempre de la responsabilidad clínica está conta-
minada hoy en algunos actos médicos delicados o de dudoso resultado por
el miedo a la responsabilidad jurídica: el médico ha abandonado su sede en
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las alturas al modo de un “dios de bata blanca” para hundirse en la masa po-
pular transformándose en una codiciada presa para la explotación ajena, al
alcance del tramposo de turno.
Los dos parámetros clínicos básicos señalados convergen en un dato
muchas veces postergado, en aras del cientifismo o el tecnicismo y el auto-
nomismo. Se trata de la necesidad de prestar la debida atención a los aspec-
tos subjetivos o personales de la dolencia. Infortunadamente, el desarrollo
de esta vertiente de la Medicina como medicina personal o subjetiva se en-
cuentra demasiado descuidado. La Psiquiatría representa en este frente de ac-
ción el baluarte más firme del que dispone la Medicina actual acosada por la
prisa y la tecnificación. En la Psiquiatría reside el paradigma de la comuni-
cación con el enfermo y la actitud comprensiva hacia su sufrimiento.
La sobreabundancia de estresores agudos múltiples e intensos, más o
menos específicos, es en mi opinión, la característica que más abruma y al-
tera a los médicos, las enfermeras, los auxiliares o los cuidadores. En la mayor
parte de los tipos de trabajo la aparición de factores de estrés agudos ocurre
de tarde en tarde y casi siempre en relación con circunstancias excepciona-
les como un accidente, un problema de despido o una reorganización labo-
ral. El trabajo sanitario está sometido, en cambio, de un modo reiterativo al
“chaparrón” traumático o sobrecogedor proporcionado por la desfavorable
evolución de un enfermo a su cuidado en forma de un agravamiento ines-
perado o una muerte súbita o imprevista. El médico machacado una y otra
vez por acontecimientos de horror se siente abrumado con un sentimiento
de impotencia, inseguridad o temor.
El acontecimiento agudo estresante que con la temática mencionada
gravita sobre el médico de una manera reiterada, alcanza la categoría ma-
ligna de vivencia traumática cuando la emoción despertada se vuelve difícil
de controlar o se acompaña de un estado de bloqueo mental o de una im-
portante modificación de la conciencia en forma de pérdida de la lucidez o
de estrechamiento crepuscular. La emergencia inesperada negativa en rela-
ción con el curso seguido por el enfermo termina convirtiéndose en un
hecho casi habitual en la vida del médico o de la enfermera.
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A medida que los enfermos asistidos son más graves, incurables, ter-
minales o con mayor incidencia de mortalidad, se multiplica el riesgo del
desgaste o del agotamiento entre los médicos, las enfermeras y el sector asis-
tencial restante. Por ello, los más amenazados por estos cuadros clínicos pro-
ducto del distrés, tanto en el sentido del desánimo profesional como en el del
agotamiento emocional, son el personal que atiende el servicio de oncolo-
gía o la sección de cuidados paliativos.
La abrumadora presencia de la prisa o de la imprevisible sobrecarga de
tareas, más la actitud de disponibilidad permanente y el carácter doliente ex-
tremo de unos enfermos en trance de muerte, en el marco de un trabajo re-
gulado por turnos o con una franja horaria irregular, convierte a las unidades
de urgencias o de cuidados intensivos en los servicios clínicos que ocupan
el segundo lugar entre los más amenazados por el estresor inductor del des-
gaste o del agotamiento, o sea entre las actividades clínicas de alto riesgo. El
riesgo toma un cariz especial en los equipos médicos móviles de urgencia,
a causa de su frecuente exposición al espectáculo de cadáveres mutilados o
desfigurados y del sometimiento a unos desplazamientos dramáticos.
Hay algunos equipos de urgencia, como las unidades coronarias,
donde al estrés causado por la asidua presencia de muertes súbitas, se agrega
una actividad especializada un tanto repetitiva. Las unidades asistenciales de
alto riesgo profesional se van multiplicando progresivamente para acoger
enfermos en situación límite, como la unidad de diálisis o la unidad de tras-
plantes.
Para el psiquiatra, el mayor factor de sobresalto son los brotes de vio-
lencia. El ámbito clínico psiquiátrico es el que acoge la tasa más alta de ma-
nifestaciones de violencia protagonizada por los enfermos.
Los malos resultados terapéuticos, potenciados con la cronicidad evo-
lutiva, las recaídas o la muerte inesperada, son vividos por el sanitario con
una abrumadora sensación de impotencia, fracaso o inutilidad y un descenso
de la autoestima. Esta penosa experiencia puede crearle al profesional de la
salud la sospecha o la convicción de que está realizando un trabajo inútil, a
lo Sísifo, como si su única misión fuese la de ayudar a morir al enfermo o
consolar a sus familiares.
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dores de personas ancianas un nivel tan alto, que da base para incluir esta
ocupación entre las profesiones de alto riesgo.
El ejercicio de la Medicina en el medio rural adquiere un grado espe-
cial de dureza. El propio marco ambiental muestra algunas limitaciones im-
portantes, como la infradotación de recursos y servicios y la mayor densidad
de la población de edad. La actividad médica rural se desarrolla como una
expectación permanente, abierta todo el día “de turbio en turbio” y hasta du-
rante la noche “de claro en claro”. El médico rural se encuentra además ex-
puesto a la continua comprobación o vigilancia de los demás y al
requerimiento de los vecinos como si estuviese instalado en un escaparate
o fuese prisionero de su ambiente. Alejado del hospital y de la colaboración
de otros médicos, es víctima propiciatoria para el sentimiento de soledad o
la añoranza del trabajo en equipo. Además, la expectativa de una urgencia
que desborda su preparación científica no le permite en ningún momento
sentirse seguro ni despojarse del miedo a la incidencia imprevisible.
La mejor pauta defensiva para el médico rural es el alejamiento perió-
dico de su ambiente, proporcionado por un periodo de vacaciones. Reme-
dio idóneo asimismo para todos los profesionales de la salud profundamente
embargados por factores ocupacionales estresantes. La acción de los distin-
tos estresores específicos o inespecíficos, agudos o crónicos, que pueblan
con un alto grado de densidad el ámbito sanitario clínico, varía en función
de las características del individuo, su situación vital y su calidad de vida.
Los perfiles de personalidad insegura o hipersensible y obsesiva o per-
feccionista ofrecen la máxima vulnerabilidad para que los estresores clíni-
cos puedan producir con celeridad el desgaste profesional, el agotamiento
emocional o la depresión anérgica. La incidencia de estos tres cuadros clíni-
cos englobados en el ciclo del estrés sobreviene muchas veces con el con-
curso de una predisposición personal. Por otra parte, está por describir el
perfil de personalidad que podría considerarse invulnerable para las sobre-
tensiones y las sobreexigencias específicas o inespecíficas que saturan la ocu-
pación sanitaria.
El impacto psicofísico del estresor no acontece de un modo inmediato
o directo sino que se modifica ampliamente en función del modo de reac-
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acción feed-back. Por ello, las influencias alcanzadas por los factores depre-
sógenos situativos implicados habitualmente en el trabajo sanitario depen-
den en una amplia medida de las condiciones de la personalidad del sujeto
sobre el que inciden y del modo de reaccionar al correspondiente impacto.
El radical común de las noxas laborales depresógenas ya mencionadas,
es la provocación de una alta sobrecarga emocional, o sea que todas las noxas
mencionadas son estresores o agentes determinantes de la ansiedad impli-
cada en el estrés. Este hilo del discurso se conexiona con el cuadro descrito
al principio de este apartado como síndrome de desgaste o desmotivación.
Cuando este cuadro presente se agrava, lo que ocurre al menos en la mitad
de los casos, su agravamiento conduce al síndrome de estrés o síndrome de
agotamiento emocional, por lo que su elemento básico de pérdida de ilu-
siones para el trabajo puede considerarse como la clave del estadio inicial
del síndrome de estrés.
Ya hemos mencionado que el agotamiento emocional provocado por
los estresores alcanza entre los sanitarios una frecuencia más alta que la
mayor parte de las demás profesiones o trabajos. Alguna vez se ha apuntado
que en este punto los médicos sólo son superados por los escritores e igua-
lados por los profesores. El cuadro del agotamiento emocional laboral se
compone de síntomas psíquicos, somáticos, analíticos y laborales, presidi-
dos por la experiencia propia del agotamiento, teñida a veces por el hastío.
Si bien este cuadro ansioso-apático puede complicarse con trastornos
psicosomáticos digestivos o cardiovasculares y con el abuso de drogas o de
medicamentos, su salida evolutiva propia, según yo mismo he podido de-
tectar mediante investigaciones clínicas personales, sigue el camino de trans-
formarse en una depresión anérgica, o sea un cuadro depresivo caracterizado
por la falta de energías o la pérdida de los impulsos que se impone en el sa-
nitario con la sensación de apatía, indiferencia o aburrimiento, acompañada
de este cortejo sintomatológico: pérdida de atención, inhibición del pensa-
miento, somnolencia diurna e insomnio nocturno, pérdida de actividad psi-
comotora y trastorno funcional digestivo o sexual.
Los efectos psíquicos propios de los factores ocupacionales estresan-
tes integran, por lo tanto, un ciclo sistematizado en tres estadios evolutivos:
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peo más consumidor de tabaco (el 40%) sino que su tasa no bajaba del pro-
medio registrado en la población trabajadora activa. Algunos colegas apare-
cían con el cigarrillo en la boca en la propia pantalla televisiva para
recomendar que no se fumara. Las personas inocentes pensaban que lo ha-
cían por distracción. Afortunadamente, hoy sólo fuman en España uno de
cada diez médicos, con lo que la tasa de prevalencia del tabaquismo del 10%
se ha situado entre nosotros a un nivel occidental. La desbandada del aban-
dono de tabaco entre los médicos españoles ha sido efectiva, aunque un
tanto tardía.
Distintos trabajos denotan un alto índice de suicidios entre los médi-
cos. La tasa de suicidios registrada entre los médicos es de dos a tres veces
más elevada que en la población general. El volumen más alto de suicidios
dentro de los distintos sectores médicos se produce entre los psiquiatras y
los anestesistas, y en algunos estudios se extiende esta triste distinción a los
oftalmólogos, los odontólogos y los anatomopatólogos.
Sobre los suicidios del personal sanitario gravita la duda entre el papel
determinante desempeñado por las vivencias distresantes profesionales y el
influjo ejercido por posibles rasgos de personalidad previos. Con un enfo-
que ecléctico se puede concluir que las profesiones sanitarias implican un
factor especial de riesgo para el suicidio, si bien sólo para ciertas personas.
La proporción entre el suicidio consumado y el no consumado (ten-
tativas, intentos, actos suicidas frustrados) alcanza un índice especialmente
elevado entre los médicos. Esta alta implementación del acto suicida consu-
mado puede deberse no sólo a la firmeza de la determinación adoptada sino
también a que los conocimientos del médico sobre las técnicas autodes-
tructoras y el manejo de los medicamentos le permite eliminar errores para
obtener el fin letal pretendido. Sea lo que fuere, la elevada tasa de suicidio
entre los médicos se acompaña de una tasa relativamente baja de intentos de
suicidio.
Siempre que se habla de estadísticas de suicidio tenemos que referir-
nos a la ocultación. Pues bien, esta ocultación toma todavía mayores pro-
porciones de lo habitual en el suicidio de los médicos, forma de muerte con
frecuencia reemplazada por la de accidente o por causa de muerte descono-
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cida. Por lo tanto, puede suponerse que el índice de suicidios entre los mé-
dicos, aunque superior al global y al de otras profesiones, está calculado to-
davía algo por lo bajo.
El porcentaje de suicidios es más alto entre los médicos femeninos
que entre los masculinos. Mientras que el índice de suicidio entre las muje-
res médicos alcanza un valor de 3 ó 4 veces más alto que el de la población
femenina general (3-4:1), el de los médicos masculinos es sensiblemente
idéntico al de los datos generales del mismo espectro de edad (1,1:1) y lige-
ramente superior al del sector masculino del mismo nivel económico.
La diferencia de suicidio entre hombres y mujeres médicos se puede
imputar al mayor influjo sobre ellas de la soledad y además a su doble res-
ponsabilidad, para la profesión y para el hogar. El mayor riesgo suicida para
el médico femenino incide sólo al comienzo de la profesión y durante el pe-
riodo medio de su vida.
La tasa de suicidios particularmente elevada entre los médicos es un
dato que guarda una correspondencia directa con la elevada morbilidad para
el síndrome depresivo y el alcoholismo. En líneas generales puede admitirse
que el 80% de suicidios toma su base en uno de ambos trastornos o en los
dos: aproximadamente en el 60-70% está presente la depresión y en el 20-
30%, el alcoholismo. En el condicionamiento o provocación de la exigua
fracción suicida restante la influencia causal más sobresaliente podría pro-
venir de una adicción química o constituir una respuesta directa inmediata a
un grave fracaso clínico o a un importante error terapéutico.
La mortalidad por accidente de tráfico, enfermedad cardiovascular o
cirrosis hepática alcanza entre los médicos un nivel excepcionalmente alto.
Mientras que la excesiva letalidad por cirrosis debe imputarse al consumo
de alcohol, la sobremortalidad cardiovascular y vial obedece al influjo de los
elementos ocupacionales estresantes agudos y crónicos acumulados en la
ejecución del trabajo clínico o sanitario.
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LA SALUD MENTAL
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El enseñante encauzado por ésta vía se ganaría el respeto de sus alumnos día
a día sin mayores dificultades.
El sentido profundo de la vida del alumno sólo puede recuperarse a
medida que se restablezca en los centros escolares el esfuerzo por obtener
un nivel medio alto y un grado de competencia suficiente —sin recaer en una
educación elitista—, tras haberse cultivado la afición a la lectura compren-
siva, o lo que es lo mismo, la comprensión de lo que se lee. El razonamiento
crítico, sin menospreciar la memorización, es el instrumento número uno
en el que también convergen el enseñante y sus discípulos idóneos.
Si la actitud protestataria irracional del alumno siembra el distrés o es-
trés masivo en el campo mental del profesor, no ocurre menos esta reper-
cusión cuando el distrés se apodera del estudiante durante la adolescencia.
En cambio, el adolescente con un nivel de estrés académico moderado dis-
pone de una fuente ventajosa para sí mismo proporcionada por el interés
cognitivo y al tiempo transmite al profesor un estimable incentivo.
Entre los niveles de estrés del enseñante y sus alumnos se establece
un circuito de interacción recíproca, tipo feed-back, al modo de un sistema
unitario cuasi cerrado. El profesor puede sentirse perturbado no sólo por
el registro directo del distrés que asola al alumno, sino también a causa del
rendimiento escolar y el trastorno de la adaptación psicosocial del alum-
nado, alteraciones muy frecuentes en el adolescente distresado. Por tanto,
queda así consignada la acción desequilibrante del alumno hacia el profe-
sor.
El agobio estresante de tipo personal impactado sobre el enseñante
se complementa con unas condiciones de trabajo a menudo superexigentes
de por sí. El horario sin límites distribuido entre la labor preparatoria y la
franja horaria de las clases constituye la actividad docente habitual. Cuando
la docencia es ejercida por una mujer casada o emparejada el sobreesfuerzo
exigido por su profesión se vuelve aún más abrumador, al tener que repar-
tir su tiempo disponible con el quehacer doméstico, cuya realización sigue re-
cayendo hoy en su mayor parte sobre las manos femeninas. De esta suerte
la profesora es muchas veces actora de una doble jornada, una desventaja
considerable con relación al profesor. Según algunos datos estadísticos, la
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una doble dirección: primera, la predisposición de las personas con una es-
casa aceptación de sí mismas a sacrificarse entregándose a los demás, me-
diante un rol de docencia, entrega que puede obedecer a un mecanismo
compensatorio buscando en la relación con los demás el reconocimiento
que ellos no se adjudican a sí mismos, o sea la compensación personal en
forma de una explícita aceptación social; segunda, la desfavorable situación
psicosocial del docente que hemos dibujado puede ocasionar el hundimiento
de la autoestima de un individuo medio como consecuencia del escaso re-
conocimiento tributado por los demás y de la posición socioeconómica de-
gradada. En una palabra, la falta de aceptación de sí mismo puede intervenir
como causa en la inclinación vocacional docente o ser una consecuencia de
la dura actividad profesoral.
El contingente de profesores, como les ocurre a otras personas, que se
desentienden de sí mismos para entregarse a cumplir su deber profesional e
integrarse en la interacción enseñante-enseñado sin obstáculos por su parte,
hacen con ello un alarde de carecer de problemas en el concepto de sí mismo.
La aceptación de sí mismo permite a uno desentenderse de su persona: “No
tengo tiempo para pensar en mí mismo”.
En cambio, la autosubestimación se convierte en un problema per-
sonal central del que emana un torrente de autocríticas, un incesante ejer-
cicio comparativo desventajoso con los demás o una conducta tensa o
ansiosa en el trato con los otros. Uno de los mejores retratos psicológicos
de la persona que adolece de subestimación de sí misma, fue dibujado por
el psicoanalista disidente Alfred Adler partiendo del sentimiento de infe-
rioridad.
La personalidad básica insegura de sí misma e hipersensible, estado
también conocido como neurosis de carácter o neurosis asintomática, es el
terreno predilecto para el surgimiento de la sintomatología neurótica an-
siosa, fóbica o hipocondríaca y el terreno específico para la aparición de la
depresión neurótica, un cuadro descrito por los psiquiatras estadounidenses
como “distimia”. Dado que la correlación estadística positiva mantenida por
la figura del profesor con la autosubestimación o la falta de aceptación de sí
mismo se debe en su mayor parte a la fuerte inclinación vocacional por la do-
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Síndrome de desgaste
Síndrome de estrés
Depresión anérgica
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ALTERACIONES PSÍQUICAS INDUCIDAS
POR LA FALTA DE TRABAJO
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pacto social, allá en los albores del siglo XIX, comenzó a vislumbrarse que no
había trabajo para todos. La innovación tecnológica, primero en forma de la
automatización y después por la vía de la electrónica, comportó la sustitu-
ción de mucha mano de obra por máquinas automáticas.
Norber Wiener, el inventor de la cibernética, hacía una predicción apo-
calíptica en 1950, si bien con una nota de humor: “Recordemos que la má-
quina automática, aparte los sentimientos que podemos atribuirle, es el
equivalente económico exacto del trabajo de esclavos. Cualquier mano de
obra que compita con mano de obra esclava deberá aceptar condiciones eco-
nómicas esclavistas. Está perfectamente claro que esto acarreará una situa-
ción de paro, en comparación con la cual la recesión actual e incluso la gran
depresión de los 30 parecerá un chiste”.
El fenómeno de la globalización socioeconómica, como apunta el pro-
fesor de psiquiatría de Oporto Antonio Da Fonseca, es objeto de evalua-
ciones muy diversas: desde estimarlo como una forma de contribuir a una
mejor calidad de vida de los desfavorecidos, hasta atribuirle efectos agra-
vantes sobre el desequilibrio social y la incidencia del paro laboral.
El alargamiento de la esperanza media de vida ocasiona una prolon-
gación de la vida laboral, con lo que quedan menos puestos de trabajo para
cubrir y las posibilidades de ascenso en el empleo serán menores. Por primera
vez en la historia de la humanidad estamos viviendo la presencia de una so-
ciedad tetrageneracional, la sociedad de la longevidad. El proceso de libera-
ción de la mujer, con su incorporación masiva al mundo del trabajo, ha
contribuido asimismo al ascenso de la tasa de paro laboral.
Las estrictas ideologías se enzarzan en discusiones sobre las causas
de la incidencia del paro y proponen distintas pautas para combatirlo. Los
partidos políticos durante la etapa electoral trasmiten a todo ciudadano la
esperanza de un empleo estable y regular y apuntan para ello posibles so-
luciones. Por doquier se acusa al “liberalismo salvaje” inducido por el ca-
pitalismo como el sistema ideológico responsable de la problemática del
paro y del subempleo, sin dejar por ello de reconocerle algunos méritos.
El paro representa un desafío al que deben hacer frente los sistemas po-
líticos.
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Frente a los parados aparentes o falsos que están sin trabajo por una
decisión voluntaria cabalgando entre la rufianería y la hidalguía, se alinean los
parados encubiertos o enmascarados, parados reales sin parecerlo, ya que
consumen su vida trabajando en una ocupación marginal o miserable, im-
pregnada de pobreza. El psiquiatra venezolano Carlos Rojas engloba en el
género del “trabajo precario” una gama de actividades muy amplia: el sub-
contrato, el trabajo ocasional, el clandestino, el domiciliario, el ambulante o
callejero, el pluriempleo, y en general un conjunto de actividades o trabajos
que poseen escasa significación social o carecen en absoluto de ella. La pre-
cariedad laboral se extiende además a los empleos contratados a muy corto
plazo, es decir, por debajo de seis meses, un terrible azote que soportan pre-
ferentemente los jóvenes y los que han caído en el tobogán de la carencia de
un empleo regular o estable.
La situación del subempleo, es decir, la ocupación de un lugar de tra-
bajo en un nivel inferior a la aptitud real, está hoy muy extendida y tiene su
problemática propia, distinta desde luego a la del paro o el desempleo. El es-
tado de subempleo suele vivirse como el grado de discrepancia registrado
entre el nivel de prestigio o jerarquía del puesto ocupado y el que corres-
ponde al nivel formativo o educacional del individuo. Sobre todo al princi-
pio, el subempleo puede hacer descender la autoestima y disipar la ilusión
ante el trabajo en la población autóctona. A medida que pasa el tiempo, siem-
pre que las circunstancias laborales sean favorables, el subempleado va sin-
tiéndose como si fuera un empleado común.
El inmigrante, en cambio, acepta desde el principio el subempleo
como una ocupación legítima. Esta aceptación se instala entre la resignación
impuesta por el deseo de acomodarse al nuevo país y la esperanza de apor-
tar una salida laboral de mayor decoro el día de mañana a sus hijos.
Una modalidad especial de paro es la del desempleo intermitente o
repetitivo, ocasionado por lo general por el desempeño de una colocación a
temporadas. Hay empresas que por razón de su interés crematístico o por
la imposición de dedicarse a un trabajo a temporadas contratan empleados
durante un plazo de tiempo limitado o estacional. El parado intermitente,
perteneciente en su mayor parte al personal burocrático femenino, tipo se-
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El joven que busca empleo por vez primera y no lo encuentra con ra-
pidez suficiente, se estanca en el desarrollo de su personalidad o incluso ex-
perimenta una regresión. Para calificar su proceso personal de fijación o de
regresión podemos servirnos de los índices de maduración siguientes:
Resulta hoy muy difícil, por tanto, adquirir una personalidad global-
mente equilibrada y madura en todas sus escalas si no se dispone de una
experiencia de vida proporcionada por un trabajo remunerado y estable. Lo
que se impone, por el contrario, es una especie de bloqueo biográfico. La de-
tención del proceso de maduración o individuación (la integración del su-
jeto consigo mismo y con el ambiente) suele complicarse con algunos
puntos de regresión personal o de retroceso a los hábitos anteriores. No
son pocos los jóvenes con manos caídas, que se entregan a la prestación de
pequeños servicios domésticos, sin renunciar al disfrute del desayuno en la
cama ni a la entrega prolongada a la evasión televisiva. El riesgo de la eva-
sión marginal y el consumo de drogas comienza a rondarles.
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11.4. El jubilado
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y el rol social y ganas tiempo y libertad”. Una ecuación que cada uno va a vi-
virla a su modo, aunque regulada en definitiva por el resultado de interrela-
cionar estos tres elementos:
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LA VIOLENCIA EN EL LUGAR DE TRABAJO
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tante se reparte entre el tipo horizontal (20%), o sea de igual a igual, y el tipo
jerárquico invertido o mixto (alrededor del 10%). Su incidencia es mucho
más frecuente en los centros de trabajo público que en los privados.
Se ha llegado a distinguir 45 modalidades prácticas distintas de acoso
moral en el trabajo, de las que pueden servirnos de referencia las cinco pau-
tas siguientes:
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Por mucho que se insista en este punto nunca será suficiente: la co-
municación es un magnífico antídoto contra la violencia, tal vez su antídoto
más efectivo.
La prevención primaria de la violencia de tipo organizativo, a cargo
de la institución, se sistematiza en las pautas siguientes: la neutralización de
las noxas laborales generadoras de frustración o insatisfacción; la disminu-
ción o extinción de los factores ocupacionales distresantes; la segmenta-
ción estructural de la empresa en forma de equipos de trabajo abiertos; el
funcionamiento de la empresa enmarcado en el diálogo o la comunicación;
la estimulación para la participación en la tarea proyectada sobre todos los
trabajadores; la imposición de un tope al desarrollo de la competitividad
entre los trabajadores de la misma empresa; por último, un elemento de
primordial importancia, la atención al cliente con presteza, cordialidad y
competencia. Con el cumplimiento de esta serie de exigencias razonables,
toda institución de trabajo no sólo puede afianzarse en una posición inac-
cesible a la violencia, sino que puede aspirar a convertirse en una auténtica
comunidad asentada sobre una urdimbre de vínculos de compañerismo y
amistad.
La prevención primaria de carácter organizativo, que acabamos de revi-
sar, exige en los centros de trabajo demasiado expuestos a la violencia que llega
de fuera, la adopción de un abanico de medidas instrumentales razonables para
proteger la salud y la seguridad de los empleados. He aquí las tres medidas bá-
sicas en el orden de los dispositivos de seguridad para protegerse contra la vio-
lencia exterior y desactivar con su presencia a los violentos potenciales:
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Las víctimas del acoso moral son personas tributarias de estas tres ac-
ciones defensivas: primera, el apoyo contra los acosadores; segunda, la eli-
minación del ejercicio de acoso, y tercera, el tratamiento a tenor de su estado
mental, sin omitir el fortalecimiento terapéutico de la autoestima personal.
La liberación de las garras del acosador constituye en sí un trámite laboral
que puede precisar el concurso de un servicio jurídico especializado.
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los medios adecuados, sino por ocupar la primera línea asistencial y sobre
todo por ser percibidos por el potencial agresor como más vulnerables.
Dentro del estamento profesional psiquiátrico, los más a menudo ata-
cados son las enfermeras y las auxiliares, a causa, sin duda, de su prolongado
contacto con los enfermos, sin omitir la ominosa influencia ejercida por el
hecho de pertenecer en su mayor parte al género femenino. El registro con-
table cuidadoso verificado en algunas clínicas psiquiátricas muestra este re-
parto de la violencia: el 60% contra las enfermeras; el 20%, contra las
auxiliares; el 10% contra los psiquiatras, y el 10% restante contra los demás
estamentos sanitarios (cuidadores, porteros, personal administrativo).
El daño físico proporcionado al personal clínico por los ataques de
los pacientes es de grado leve en más del 90% de los casos. El daño psíquico
o personal alcanza una resonancia individual o colectiva mucho mayor y se
extiende desde la siembra en el lugar del trabajo o en alguna persona aislada
del miedo, la ansiedad o el pánico, la irritación o la hostilidad, hasta conver-
tirse en una importante fuente de insatisfacción tensa para el trabajo, sin
omitir el riesgo de abocar al síndrome de estrés, a un cuadro postraumático
o a un episodio depresivo. No son escasas las enfermeras, los auxiliares, los
cuidadores o los porteros que han abandonado su ocupación sanitaria a causa
de padecimientos psíquicos ocasionados por los actos de violencia sufridos
en el espacio laboral.
Ante la delicada situación sanitaria actual de máxima exposición a la
irrupción de la violencia, se impone con toda urgencia la iniciativa de adop-
tar medidas de seguridad para proteger la integridad física y psíquica del per-
sonal asistencial. Estas medidas deben ser compatibles con las necesidades
terapéuticas de la clientela. El propio equipo sanitario dispone de una for-
mación suficiente para orientar de un modo conveniente la estrategia pre-
ventiva, sin excluir servir de guía a la repartición del personal de seguridad y
a la instalación de los dispositivos técnicos necesarios.
Pasemos ahora a ocuparnos de la violencia en las aulas. La moderna
alarma social despertada por la violencia ha invadido de un modo masivo los
centros escolares. El problema más grave despertado por la violencia en los
últimos tiempos en estos centros se desarrolla en una doble vertiente: la
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sufre acoso por parte de sus compañeros a lo largo de todo el curso. Las
conductas de acoso sufrido por niños o niñas en las aulas toman distintas
expresiones, siempre en forma reiterada: insultos, motes, chillidos o gritos,
falsas acusaciones, gestos de burla o desprecio, prohibición de jugar o de
hablar. El niño acosado en el centro escolar es en realidad un alumno ex-
cluido, en trance de sufrir una distorsión de la personalidad o un estado de
ansiedad o depresión.
En la victimización de un niño o un adolescente por el acoso de sus
compañeros, la figura del profesor no siempre permanece ausente. No ra-
ramente el enseñante participa indirecta o directamente en el acoso. El se-
ñalamiento de la víctima es una tarea asumida por el profesor nervioso e
inestable en no raras ocasiones, mediante algún comentario hiriente o des-
calificador que sirve a los demás niños como incitación para iniciar el pro-
ceso de victimización de un compañero sometiéndolo a partir de ese
momento al hostigamiento moral asiduo. En otras ocasiones la elección del
niño víctima está condicionada por algún rasgo suyo, por ejemplo, la con-
dición de nuevo en la clase o cualquier notoria peculiaridad suya de carácter
físico, étnico o sociocultural o el carácter retraído o pusilánime o cualquier
especie de fragilidad personal.
El muchacho que opera como un cabecilla del grupo hostigante —el
acoso escolar suele tener una protagonización colectiva— se distingue por
mantener una personalidad erigida sobre un funcionamiento egocéntrico o
narcisista o un trastorno de la conducta. Todo niño o preadolescente cabe-
cilla de un hostigamiento encierra una especial propensión a convertirse el
día de mañana en un delincuente.
Uno de los informes más completos sobre las consecuencias posibles
del acoso escolar es el publicado por el equipo pedagógico francés formado
por Braudbas, Jeunier y Stilhart (2007). Entre las posible consecuencias sobre
la salud del acosado sobresalen por su frecuencia, según los autores men-
cionados, los dolores físicos, el trastorno digestivo, el malestar general, la
sensación de fatiga, el sentimiento de miedo o ansiedad, las crisis de deses-
peración y el trastorno del sueño (sobre todo pesadillas y despertares). Al
tiempo se imponen ellos la conducta de evitación al sentirse excluidos y ame-
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Índice onomástico
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