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¿POR QUÉ TRABAJAMOS?


EL TRABAJO ENTRE EL ESTRÉS Y LA FELICIDAD
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Francisco Alonso-Fernández

¿POR QUÉ TRABAJAMOS?


EL TRABAJO ENTRE EL ESTRÉS Y LA
FELICIDAD
PRELIMINARES TRABAJAMOS:Maqueta 07/10/2008 19:02 Página VI

© Francisco Alonso-Fernández, 2008


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Índice
Prefacio ..............................................................................................XI

Capítulo 1. Los valores humanos del trabajo ......................................1


1.1. El error de la maldición bíblica ........................................................1
1.2. La globalización del trabajo ..............................................................4
1.3. El trabajo personalizado ....................................................................7
1.4. El bienestar psicosocial extraído del trabajo ................................13
1.5. ¿Por qué se trabaja tanto? ................................................................16

Capítulo 2. Modos de trabajar a lo largo de los tiempos ..................23


2.1. La naturaleza como una madrastra hostil......................................23
2.2. Los campesinos, los monjes y los caballeros en la Edad Media ..25
2.3. La dignificación del trabajo como un signo de modernidad y
causas de su retraso en España ......................................................30
2.4. El progreso evolutivo de los métodos de trabajo ........................37
2.5. El funcionamiento comunitario de la empresa ............................41

Capítulo 3. Las cuatro parcelas de la vida actual..............................49


3.1. Una clave para la felicidad ..............................................................49
3.2. El tiempo de sueño ..........................................................................54
3.3. El tiempo sociofamiliar ....................................................................61
3.4. El tiempo libre ..................................................................................66
3.5. El tiempo de vacaciones ..................................................................77
3.6. El tiempo de trabajo ........................................................................81

 VII 
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Capítulo 4. Problemas de salud mental en el trabajo........................91


4.1. Factores del trabajo causantes de un desequilibrio mental ........91
4.2. El trabajador alienado ......................................................................97
4.3. El trabajador frustrado ..................................................................102
4.4. El trabajador insatisfecho ..............................................................105
4.5. El ruido en el ambiente de trabajo ..............................................107

Capítulo 5. El estrés ocupacional crónico........................................111


5.1. La cultura de distrés........................................................................111
5.2. Modalidades de trabajo estresante................................................118
5.3. El síndrome de estrés ....................................................................126

Capítulo 6. La depresión en el ámbito laboral ................................135


6.1. La era de la depresión ....................................................................135
6.2. Situaciones laborales depresógenas..............................................140
6.3. El enfermo depresivo ante el trabajo ..........................................145
6.4. La condición depresiva femenina y su declive a causa del
trabajo extradoméstico ..................................................................150

Capítulo 7. El adicto al trabajo ........................................................159


7.1. El mundo del adicto al trabajo......................................................159
7.2. Evolución progresiva del enganche adictivo al trabajo ............163
7.3. El perfil psicosocial del trabajador laboroadicto........................166
7.4. Rasgos diferenciales entre el adicto al trabajo y la persona
muy trabajadora ..............................................................................172
7.5. Remedios para la adicción al trabajo............................................177

Capítulo 8. Problemas creados por el alcohol y otras drogas en


el lugar de trabajo ....................................................................181
8.1. Clases de drogas ..............................................................................181
8.2. Los efectos de las drogas sobre la actividad laboral ..................186

 VIII 
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Índice

8.3. Los tipos de ocupación laboral que predisponen a la adicción


al alcohol ..........................................................................................192
8.4. El sistema preventivo de las empresas públicas y privadas
frente al consumo de drogas ........................................................198

Capítulo 9. La salud mental de los médicos y otros profesionales


de la salud ..............................................................................205
9.1. El espíritu de la medicina ..............................................................205
9.2. Los factores psicosociales positivos y negativos de la
actividad sanitaria............................................................................210
9.3. La incidencia en trastornos mentales en los médicos y los
paramédicos ....................................................................................219

Capítulo 10. La salud mental de los profesores ..............................231


10.1. La situación vital del docente y su perfil personal ..................231
10.2. El trastorno mental entre los profesores ..................................237

Capítulo 11. Alteraciones psíquicas inducidas por la falta


de trabajo ................................................................................243
11.1. Situación del parado laboral y sus modalidades ......................243
11.2. El joven en paro laboral ..............................................................250
11.3. El adulto desempleado ................................................................253
11.4. El jubilado......................................................................................259
11.5. El síndrome postvacacional ........................................................265

Capítulo 12. La violencia en el lugar de trabajo ..............................269


12.1. Las causas y las consecuencias de fenómenos violentos
acontecidos en el ambiente laboral............................................269
12.2. Las formas y categorías de violencia laboral, con especial
atención al mobbing profesional ..................................................276
12.3. Prevención de la violencia en el campo del trabajo ................282

 IX 
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

12.4. La victimización socioprofesional en los centros sanitarios


y escolares ......................................................................................287

Bibliografía ......................................................................................301

Índice onomástico ..........................................................................305

X
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Prefacio
Hoy en día de hoy todos somos trabajadores de oficio o de profe-
sión. La entrega al trabajo se ha globalizado en las postrimerías de las gue-
rras napoleónicas, en el primer tercio del siglo XIX, dejando así abierto el
camino a la globalización cultural y económica acaecida en nuestros días.
Nuestros ancestros debieron haber soportado un sobresalto emocional ma-
yúsculo al percibir la llamada decimonónica universal extrayéndolos de la
entrega al ocio para provocar su inmediata incorporación al trabajo, incor-
poración acontecida, por cierto, con algún retraso en nuestro país. Las po-
sibles causas de tal demora hispánica son desgranadas en estas páginas.
Hasta entonces el trabajo hacía honor a su etimología al ser una pala-
bra derivada de tripálium, palabra que significa “instrumento de tortura de
tres palos”, aplicado a los esclavos o siervos que no se afanaban lo suficiente
en su actividad. En esta línea el trabajo era una tarea reservada a las clases
malditas de la sociedad, que los nobles y caballeros repudiaban con dignidad.
La globalización del trabajo ha venido cristalizando en forma de un vivero
de vivencias de distinto signo, cuyos polos son, en lo negativo, el sufrimiento
del estrés o la alienación, y en lo positivo, el éxito de la creatividad o la apro-
piación.
La instalación universal del trabajo, como un deber social y un derecho
personal, ha contado con el respaldo de la revolución vertebrada en la his-
toria de las ideas, cuando se produce la sustitución de la actitud trascenden-
talista o supranaturalista, pródiga en fantasías y mitos, por la actitud empírica
o científica, sustentada por la observación de los hechos. Ha sido, pues, la Re-
voluciónTecno-Cientifico-Industrial laica el clima ideológico que ha condu-
cido a la universalización del trabajo.

 XI 
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Al tiempo, en las alas de la filosofía ilustrada francesa y el idealismo ale-


mán presidido por Inmanuel Kant, el autor del lema “atrévete a pensar” que
con ello no ofendes a Dios, todo hombre sin distinción —porque ya no hay
divinidades encarnadas ni esclavos animalizados— ha disfrutado de cober-
tura para remontar el vuelo a las alturas de la razón y la libertad.
De la libertad razonada ni siquiera se había hablado apenas hasta el
siglo XIX, ya que su antecedente era el libre albedrío que tenía una esencia dis-
tinta, vinculada a la moral teológica, y no había sido sino motivo de discu-
siones bizantinas entre los teólogos y las autoridades eclesiales. Navegamos
ahora con el timón de la razón y el carburante de la fuerza emocional en la
travesía de la libertad.
La progresión sigue la acelerada línea geométrica en casi todos los
frentes de la vida humana, pero no sin sujetarse a momentos de grave des-
orientación, embargados por el racismo, la violencia, el fanatismo, la co-
rrupción, la hipocresía, la ambición de poder o la codicia, las lacras
liberticidas que caracterizan al sujeto cautivo de nuestros días. No podemos
olvidar en este trance que la maravillosa aportación revolucionaria empí-
rico-científica se encuentra todavía en su etapa infantojuvenil, por lo que la
aportación de elementos de madurez expresivos del posicionamiento actual
y del señalamiento de la ruta a seguir puede rendir el servicio de una brújula
cósmica.
Uno de las posibles referencias para señalizar el camino de la libertad
razonada se describe en estas páginas como la conquista del bienestar y la
aproximación a la felicidad a través de estas cuatro dimensiones de la vida hu-
mana: el trabajo, el descanso, la interacción social y el tiempo libre. Se aboga
por imprimir a estas cuatro dimensiones vitales el sentido respectivo si-
guiente:

—La implementación de una actividad productiva apropiada como un


compromiso personal y un deber social.
—La reposición de las energías mediante una noche vivida con las ca-
racterísticas del buen dormidor.

 XII 
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Prefacio

—La entrega a los otros en el contexto de unas relaciones afectivas de


estimación, amistad o amor.
—El adecuado cultivo de sí mismo en los tres estratos existenciales: el
físico, el psíquico y el espiritual.

Se trata de cuatro rutas convergentes en la síntesis del proyecto vital.


Este proyecto puede forjarlo cada quien en su intimidad. Nuestra existencia
se desliza por cuatro caminos vividos, no como “tiempo de silencio”, a tenor
del título de la famosa novela de mi recordado amigo de la juventud Luís
Martín-Santos, sino como un despliegue manifiesto de la libertad razonada
en forma de argumentos y acción, en las cuatro magnitudes temporales exis-
tenciales básicas: tiempo de trabajo, tiempo de descanso, tiempo sociofami-
liar y tiempo libre.
Este manual, aunque concentrado en el sentido y la implementación
del trabajo, no descuida el estudio del ciclo del sueño, la naturaleza de la
amistad y el encuentro de sí mismo. Estoy percatado de que el amable lec-
tor de estas páginas podrá incorporarse a estos cuatro cauces vitales, trufa-
dos de dificultades en su origen, con el entusiasmo inmanente al ejercicio
libre del pensamiento razonado, potenciado con la reflexión sobre las cues-
tiones candentes de la vida contemporánea expuestas en estas páginas.

FRANCISCO ALONSO-FERNÁNDEZ

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1
LOS VALORES HUMANOS
DEL TRABAJO

1.1. El error de la maldición bíblica

El designio divino de imponer al hombre el castigo de “ganarás el pan


con el sudor de tu frente” y a la mujer la pena de parir con dolor, al tiempo
que ambos eran desalojados del Paraíso, ha dejado de cumplirse inexorable-
mente en la sociedad laica, al haberse convertido el trabajo en una copiosa
fuente de placer y bienestar, además de haberse descubierto la metodología
del “parto sin dolor”.
El fallo de esta doble imposición divina de penosidad del trabajo y del
parto, ligada al misterio del pecado y recogida con todo detalle en el Géne-
sis1, es un hecho registrado en un tiempo relativamente reciente. No ha sido
sino en el marco de los dos últimos siglos que este error bíblico se ha puesto

1
El pasaje del Génesis sobre la relación entre el trabajo y el pecado recoge esta maldición de
Dios: «Maldita sea la tierra por tu causa, con fatiga te alimentarás de ella todos los días de tu vida;
espinas y abrojos germinarán en ella y comeréis hierba del campo. Con el sudor de tu rostro co-
merás el pan». Una maldición que no sólo vincula inexorablemente el trabajo al sacrificio y el dolor,
sino a la dificultad y a la dureza al desarrollarse sobre una tierra cubierta de espinas y abrojos. Al
tiempo, Dios se ocupa de la mujer para imponerla, a causa del pecado cometido, la pena de parir
con sufrimiento y dolor.

1
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

de manifiesto coincidiendo con el momento histórico de plenitud del ser


humano alfabetizado, razonable y libre.
Aunque pudiera parecer extraño al lector no advertido, la incorpora-
ción del bienestar y el placer al trabajo tiene una antigüedad que no ha re-
basado las dos centurias y ha sido posible como excepcional acontecimiento
decimonónico al sustituir la actitud humana sobrenaturalista, enjuiciada al-
gunas veces como trascendentalismo, por la óptica empírica. La perspectiva
empírica se impuso en la elaboración de los hechos merced a la filosofía ilus-
trada francesa y la idealista alemana, cambio de óptica que se reforzó —creo
que definitivamente, si bien cabe una regresión salvaje— con el advenimiento
de las ciencias empíricas. De esta suerte, el binomio formado por la razón y
la libertad, o sea el emblema distintivo del hombre libre, permitió desde en-
tonces afrontar y vivir el trabajo con la óptica dimanada de la nueva antro-
pología humanista.
Dejamos aparte de estas breves consideraciones cosmológicas a las
comunidades monásticas, ya que en ellas, desde tiempos altomedievales, se
ha obligado a los monjes a reservar varias horas al día para ocuparse en tra-
bajos manuales, a tenor del principio ora et labora. La exigencia de este prin-
cipio partió de las órdenes de los benedictinos y los agustinos, al entender,
según suscribe la regla XLVIII de la Orden de San Benito, que la “holganza
es la enemiga del alma”. En 1272, Santo Tomás de Aquino, posicionado en
la misma línea, condenaba el ocio como fuente de concupiscencia y otros
muchos males. Coincide esta tesis —en sus aspectos técnicos pero no ab-
solutamente en el sentido ético— con el proceso de sublimación descrito
por la doctrina psicoanalítica como la desviación de la energía sexual a una
actividad productiva. Especifiquemos aquí que si bien en ocasiones las ener-
gías consumidas en el trabajo se extraen de una energía pulsional o instin-
tiva no satisfecha, el motor primigenio del trabajo es una acción psicosocial
aprendida ya que el instinto de trabajo congénito no ha existido nunca. Lo
que ha ocurrido a este respecto es que desde el periodo inicial el hombre pri-
mitivo se ha entregado con pasión al trabajo movido por el instinto de su-
pervivencia.

2
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Los valores humanos del trabajo

Durante la mayor parte del tiempo de la evolución humana, alrededor


de dos millones de años, en cuyo momento inicial surgió el Homo habilis, el
rayo divino condenatorio se cumplió con toda su gravedad. Entre la pobla-
ción femenina prevalecía el tremendo sufrimiento ocasionado por el parto,
asociado con el inmenso riesgo de dejar huérfano ipso facto al recién nacido.
Al principio de los tiempos, el esfuerzo humano para sobrevivir tuvo que
haber alcanzado un nivel inaudito increíble. El único producto natural ob-
tenido sin esfuerzo por el Homo en sus primeros estadios evolutivos fue el
oxígeno del aire, necesario para el proceso de respiración.
La dedicación a la caza, la agricultura y la pesca permitió a hombres
y mujeres agruparse en una sociedad organizada, con una distribución en
distintos estamentos y clases. El trabajo, considerado como una actividad ab-
yecta y degradante, era una tarea adjudicada en exclusiva a los plebeyos, los
siervos y los esclavos. El sector de los ricos y los poderosos, los pícaros y
los “vivos”, se reservó para sí como el beneficio más preciado el privilegio
de vivir sin una ocupación fija u obligatoria.
En su obra las Leyes, el maestro de los filósofos, Platón, dejó formu-
lada con una claridad meridiana la actitud laboral de sus contemporáneos:
«Una ciudad bien organizada sería aquella en que los ciudadanos se man-
tendrían gracias al trabajo rural de sus esclavos y dejase los oficios en manos
de la gente de poco monta, al tener muy en cuenta que la vida virtuosa, la del
Hombre de calidad, ha de ser una vida ociosa».
La indigna y opresora labor productiva adjudicada a los esclavos y
demás gente marginal era tan menospreciada que por no tener no tenía ni
nombre. Fue en el siglo XVI cuando se comenzó a utilizar el término “tra-
bajo” para nombrar una actividad tan degradante, despreciada y penosa que,
por otra parte, perseguía la noble meta objetiva de proteger la sobrevivencia
colectiva o crear bienes culturales. El nuevo término comenzó a circular con
profusión, ya que recogía la esencia subjetiva de la ocupación productiva
prevalente en aquel tiempo, toda vez que se derivaba del vocablo latino tri-
pálium que había sido acuñado en 1212 para designar un instrumento de tor-
tura o suplicio compuesto, al modo de un cepo, de tres palos o estacas. Se

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

empleaba este artilugio sobre todo para martirizar a los esclavos perezosos
o remisos en el cumplimiento de sus obligaciones. Apresado por el tripálium,
el esclavo quedaba inmovilizado en una postura muy forzada. También se
utilizaba este instrumento para inmovilizar a las bestias mientras se les co-
locaban las herraduras.
En un tiempo moderno reciente, que puede ubicarse en el primer ter-
cio del siglo XIX, el trabajo ha perdido su conexión con el tripálium, el tor-
mento de los malditos, para convertirse en una digna tarea generalizada del
conjunto de la población, sin distinción de jerarquías ni de poder, desempe-
ñada con más ardor placentero que pena y considerada como una de las cla-
ves de la felicidad vital (véase el Capítulo 3).
Casi todo el mundo está predipuesto cada vez más a incorporarse a
las filas de los trabajadores para no rehuir el compromiso contraído me-
diante una especie de tácito pacto social: a cambio de desempeñar un rol
productivo, la sociedad contemporánea facilita al sujeto integrarse en su seno
y afianzar su identidad. Al tiempo queda despejado el riesgo de sufrir discri-
minación o segregación. Así se van cumpliendo al pie de la letra los estatu-
tos de una sociedad opulenta que no descuida su reclamación de ser
mantenida por el esfuerzo de todos a cambio de repartir un sinfín de place-
res y comodidades que para nada figuraban en la maldición bíblica.

1.2. La globalización del trabajo

Hoy se ha puesto de moda hablar de la globalización para referirse al


proceso de extensión universal contemporánea del mundo de la economía
o de la cultura. Ambas esferas estaban hasta hace bien poco regidas y do-
minadas por una cultura occidental despótica y autoritaria sin contempla-
ciones. Una cultura occidental que en el ámbito económico sólo admitía
una relación de tipo colonial con los países ajenos a ella y en la esfera cul-
tural se valía del proceso de occidentalización para absorber el espíritu co-
lectivo de los países afroasiáticos.

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Los valores humanos del trabajo

El espacio universal prestado al marco del nuevo equilibrio económico


y cultural justifica de por sí el título de globalización. Esto es hoy casi un tó-
pico. En cambio, rara vez o nunca se habla de que el proceso de globaliza-
ción ahora polidimensional se inició en realidad durante el siglo XIX en forma
de una globalización laboral.
La dinámica de la globalización laboral, o sea, la socialización del trabajo,
contó desde su inicio con el detonante del maquinismo instaurado a partir del
descubrimiento de la máquina de vapor y con el desarrollo de la gran industria
en el marco de la imposición del método científico inductivo (la observación
de los hechos) en detrimento de la especulación deductiva metafísico-religiosa
que partía por sistema de un postulado más o menos universal. La conjunción
de los tres factores señalados queda ciertamente plasmada en la denominación
como Revolución Tecno-Científico-Industrial, si bien por abreviar se habla a
menudo de la Revolución Industrial. Como factor de fondo intervino en la gé-
nesis de la masiva industrialización de Inglaterra como país clave en este pro-
ceso, en torno a 1800, la necesidad de superar el estado de miseria que asolaba
a este país, merced a un crecimiento económico suficiente.
En la función de propulsar la globalización laboral se desarrolló con
toda efectividad la Revolución Tecno-Científico-Industrial a partir de 1815,
en que concluyen las guerras napoleónicas, contando con el apoyo del nuevo
humanismo occidental, primero deísta y después laico, y con la influencia
de la cosmovisión adoptada por las iglesias reformadas. Resulta apasionante
revisar cómo cada uno de estos tres movimientos ejerció una influencia casi
específica para catapultar el trabajo a la categoría de fenómeno humano
universal.
El nuevo humanismo que se impone en los países occidentales en los
albores del siglo XIX, se muestra absolutamente incompatible con la esclavi-
tud y el colonialismo y establece una escala homogénea del ser humano, en
la que se excluyen las figuras extremas irracionales del rey divinizado y del
siervo animalizado.
La Revolución Tecno-Científico-Industrial decimonónica, respaldada
por la ideología de progreso, hace, por su parte, un llamamiento general para

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

la incorporación de la ciudadanía al trabajo, al que presenta como una acti-


vidad digna y humanizada con la incorporación de medios técnicos inéditos
y una trama organizativa polarizada en la persona del trabajador. Finalmente,
las iglesias protestantes imprimen al trabajo una tremenda valoración posi-
tiva espiritual al asumir en su particular cosmovisión el éxito en la vida como
una de las metas éticas de la existencia humana.
Bajo la presión del humanismo laico, la religión cristiana reformada y
el progreso tecno-científico-industrial, ha emergido, como un fenómeno glo-
balizado, un nuevo tipo de trabajo dignificado en todas sus dimensiones, sin
ningún rasgo común con el torturante tripálium, salvo la presencia de sus dos
elementos sustantivos, el esfuerzo funcional y la obra resultante. Por primera
vez, la Humanidad se familiarizó con un tipo de trabajo que, lejos de deni-
grar, enaltece.
A comienzos del siglo XIX se instaura el giro copernicano en la actitud
humana ante el trabajo: lejos de deshonrar su realización al hombre como se
venía preconizando, como si cumpliera una misión servil inmanente, el tra-
bajo se convierte en una actitud imprescindible para vivir. Del trabajo nadie
podrá librarse a tenor de ser aceptado al tiempo como una obligación para
ganarse la vida, un deber para aportar algo positivo a los demás y un dere-
cho para el logro de una recompensa psíquica y social en relación respectiva
con la propia identidad personal y la seguridad estamental.
La forma de trabajo universalizado configurada como una sociedad
de trabajo abre camino a otros procesos de globalización en virtud de la con-
currencia de dos datos importantes. En primer lugar, por razón de que el tra-
bajo globalizado contiene algunos elementos comunes con la economía y la
cultura, tales como la mundialización de los mercados y la coexistencia de
culturas en la línea del multiculturalismo, fenómeno superado después por
el pluriculturalismo. En segundo término, basándose en a que la forma del
trabajo globalizado se acompaña, como señala el psicoterapeuta Eric Fromm,
del perfeccionamiento de las facultades humanas, instrumento racional idó-
neo para superar las colosales barreras fronterizas psicosociales, trufadas de
prejuicios pasionales nacionalistas o continentales.

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Los valores humanos del trabajo

Pero la dignificación del trabajo globalizado no se libró, sobre todo al


principio, de acompañarse de rescoldos de humillación. De esta suerte, co-
existió el trabajo que aportaba inmensos beneficios psicosociales a cambio
de un esfuerzo productivo personalizado, con algunos residuos de trabajo
humillante y despersonalizado.
La sobrevaloración histórica de este dato colateral del trabajo condujo
a Karl Marx a elaborar la doctrina política de la alienación. La vacuna con-
tra los dogmas sociopolíticos revolucionarios del marxismo se encuentra en
el modelo del trabajo personalizado, al que a continuación paso a referirme.

1.3. El trabajo personalizado

Antes de exponer los mecanismos individuales adecuados o indispen-


sables para vivir el trabajo como una actividad propia o personalizada, es
preciso indagar cuáles son los elementos definidores del trabajo, puesto que
ellos constituyen la referencia involucrada en el proceso de apropiación.
Lo que llamamos hoy trabajo comprende toda actividad humana, física
o intelectual, que se realiza con esfuerzo con vistas al logro de un resultado
útil o una producción. Tal concepto unitario del trabajo se desdobla en dos
elementos sustantivos: el esfuerzo y el resultado productivo, o sea, la ver-
tiente subjetiva y la objetiva, respectivamente. Queda muy gráfico identificar
el esfuerzo como la función y el resultado como la obra.
La energía consumida en el esfuerzo físico o intelectual utilizado en el
trabajo se extrae de la impulsividad, concepto manejado por los autores fran-
ceses como élan vital (élan = impulso). La impulsividad representa el princi-
pal manantial de energía individual inespecífica y se halla enclavada en el
terreno de la vitalidad, o sea la fuente interna de la vida. En la concepción
estratiforme de la personalidad, la vitalidad ocupa un estrato o plano inter-
medio, infiltrado a la vez en el cuerpo y la psique. En la versión vitalista del
ser humano, con la que simpatizaba profundamente nuestro primer pensa-
dor del siglo XX, el filósofo José Ortega y Gasset, la vitalidad es el soporte,

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

a la vez, del cuerpo y del espíritu. Digamos de pasada que la vitalidad, ver-
dadera encrucijada entre el cuerpo y la mente, no se agota en la aportación
de energías impulsivas, sino que, como yo mismo he puesto de relieve me-
diante investigaciones sobre el cuadro clínico de la depresión2, es un com-
pendio de cuatro vectores básicos: la energía o tono vital, el estado de ánimo,
la sintonización ambiental y la sincronización de los ritmos.
El aporte de la vitalidad al trabajo se realiza mediante el movimiento
de una fuerza impulsiva inespecífica, alguna vez denominada “tono vital”.
Por ello cuando se hunde la vitalidad en la depresión se apaga el motor ener-
gético y el enfermo depresivo entra en un estado de anergia, reflejado de in-
mediato por una profunda apatía y una caída en la inactividad o en la
postración.
Si bien puede descartarse la existencia de una especie de instinto del
trabajo, no hay que eliminar la intervención ocasional de una energía instin-
tual libidinosa o sexual como si fuera un refuerzo de la genérica impulsivi-
dad vital. La desviación de esta energía pulsional o instintual de su objetivo
sexual hacia una actividad de producción, o sea, una actividad de utilidad so-
cial como es el trabajo, constituye lo que Sigmund Freud, el fundador del
psicoanálisis, describió como mecanismo de sublimación.
Resulta inevitable la presentación de la fatiga en el trabajo a partir de
cierto grado de consumo de energía. El trabajador intelectual más que el ma-
nual se muestra muchas veces reacio a intercalar una pausa de descanso para
reponer energías cuando se siente fatigado, a despecho del declive de su ren-
dimiento. Este empecinamiento representa un error laboral mayúsculo, ya
que el cansancio determina la caída “en picado” del rendimiento y no se dis-
pone de otro recurso para mitigarlo que la suspensión pasajera del trabajo.
Ya hemos visto antes que el aspecto objetivo del trabajo está ocupado
por un resultado productivo, o sea una obra, representada por un recurso na-
tural o espiritual, siempre una cosa útil.

2
Remito al lector interesado a mis tres libros sobre la depresión: 1. La depresión y su diagnóstico.
Nuevo modelo clínico, Editorial Labor, Barcelona, 1992. 2. Vencer la depresión. Temas de hoy, Madrid
1996. 3. Claves de la depresión. Cooperación Editorial, Madrid, 2001.

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Los valores humanos del trabajo

Dentro del gran polimorfismo de los recursos aportados por el tra-


bajo, prevalecen los géneros habituales siguientes: la extracción de un pro-
ducto natural, la modificación de un accidente de la naturaleza, la fabricación
de un producto artificial, la prestación de un servicio social o la creación de
algo nuevo. El trabajo comporta el carácter sistemático de una actividad pro-
ductiva que implica utilidad, lo cual no obsta para que el trabajador no com-
penetrado con el sentido o la finalidad del trabajo que ha asumido, pueda
tener la sensación de estar realizando una actividad infructuosa o despro-
vista de sentido. Una maniobra conveniente para la personalización del tra-
bajo consiste en facilitar que el esfuerzo (subjetivo) y la obra (objetiva), o
sea las dos magnitudes definidoras del trabajo, se apoyen mutuamente y man-
tengan explícita su conexión. El aplazamiento de la respuesta productiva al
esfuerzo esgrimido siempre opera como un dato inconveniente.
En realidad, hablar del trabajo inútil es un contrasentido, casi un oxí-
moron. Lo que sí existe es la actividad improductiva impuesta como castigo
o pena. Aquí se inscribe el caso del escolar a quien el colérico profesor le im-
pone la tarea de escribir quinientas o mil veces “yo no me río del profesor”.
En las colonias penitenciarias y en los establecimientos penales antiguos de
todo tipo, el régimen disciplinario se valía de imponer al recluso una dura
tarea inútil con objeto de tenerlo ocupado y distraído o de consumir sus
fuerzas para doblegarlo y manejarlo mejor.
El símbolo del antitrabajo se encuentra en la leyenda de Sísifo, cuya de-
purada descripción puede leerse en el texto de La Metamorfosis de Publio
Ovidio y en un moderno opúsculo de Albert Camus. Su hilo argumental
consiste en que Sísifo, hijo de Eolo, tenido como el más astuto de los mor-
tales y el menos escrupuloso de ellos, incurrió en la cólera de Zeus, el señor
de los dioses, quien lo precipitó a los Infiernos condenándolo a arrastrar
eternamente monte arriba un voluminoso peñasco. Una vez en la cumbre el
peñasco se deslizaba hacia abajo por una ladera empinada, impulsado por su
propio peso, lo que obligaba a Sísifo de un modo incesante a empezar de
nuevo. El concreto motivo de este legendario castigo impuesto a Sísifo de
consumir energías inútilmente no se ajusta a una descripción única. Un de-
nominador común de las distintas versiones, es el de ubicar en los Infiernos

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

el escenario del martirio del infortunado personaje. Tal dato me permite


afirmar que, como era de esperar, sólo en los dominios infernales de Hades
puede acontecer la escenificación de un inaudito trabajo improductivo.
La transformación del mundo se verifica a expensas del trabajo hu-
mano. Los cambios introducidos en la naturaleza por el esfuerzo del hom-
bre reciben distinta estimación, desde la censura de considerarlos un proceso
destructivo, hasta el elogio por constituir una obra monumental humana. El
signo de la evaluación no sólo depende de la obra en sí, sino del criterio de
la época y el lugar, sobre todo en lo concerniente a las relaciones entre la cul-
tura y la naturaleza. El clamor ecológico de exigir un mayor respeto a las
condiciones naturales de la vida ha sido hasta hace poco una predicación
perdida en el desierto. El filósofo europeo número uno del siglo XX, Martín
Heidegger, identificaba la destrucción de la naturaleza como la amenaza más
seria contra la pervivencia de la Humanidad. En las últimas décadas la sen-
sibilidad ecológica suele estar presente de algún modo a la hora de planifi-
car cualquier intervención sobre la naturaleza de cierta envergadura. Pero el
moderno ecologismo algunas veces se pasa de la raya y subordina el interés
por el hombre a la pasión de la defensa per se de la foca o de la ballena.
En el espíritu del trabajador suele apiñarse un haz de sentimientos po-
sitivos y negativos, a tenor del cauce tomado por la influencia interactuada
entre la tarea productiva, la personalidad del operario y el entorno sociola-
boral. Cuando el trabajo se vive como algo propio, se imponen, a la postre,
los sentimientos placenteros.
La apropiación del trabajo conduce al trabajador a vivir su tarea como
una autorrealización placentera, tanto en el aspecto subjetivo del esfuerzo
como en el resultado productivo. La acción de apropiarse el trabajo se monta
sobre este trípode de secuencias personales: la motivación, la participación
y la responsabilización.
La motivación se refleja en el grado de interés volcado en la tarea asu-
mida o encomendada. La entrega con gusto desde el principio al trabajo es
una señal fidedigna de que nos encontramos ante un trabajador motivado.
El índice del interés puesto en el trabajo representa el mejor indicador de la
motivación personal.

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La participación individual en la situación de trabajo se expresa en


el modo grato de intervenir en la tarea y en la presteza para tomar ini-
ciativas cuando surge alguna eventualidad. La evaluación de la partici-
pación se efectúa mediante el coeficiente de implicación del sujeto en
las distintas fases del trabajo.
Por último, la responsabilización en el trabajo cristaliza en forma de
una actitud de exigencia de sí mismo en relación con la actividad y con su
resultado. Si bien la autorresponsabilización se despliega a lo largo de toda
la faena, su mayor incidencia sobreviene en torno a la cantidad y calidad
del producto obtenido por la unidad laboral. Esta referencia se comple-
menta con la observación de que el control de calidad ha alcanzado en la ac-
tualidad un punto de precisión antes imprevisible, en virtud de la utilización
de instrumental informatizado. Cualquier detalle de la obra que se aparte de
la perfección genera inquietud o insatisfacción en el trabajador responsabi-
lizado.
En definitiva, la motivación es interés; la participación, entrega e ini-
ciativa, y la responsabilización, autoexigencia.
El trabajo incorporado a la personalidad como algo propio se con-
firma, pues, como una actividad interesante y estimuladora que se desarro-
lla contando con la entrega del sujeto y concluye con un juicio de
autoexigencia.
La toma de conciencia de la relación inextricable existente entre el es-
fuerzo laboral y el producto obtenido es un dato favorable para el estableci-
miento de la personalización del trabajo. Por el contrario, el distanciamiento
entre ambos elementos es una raíz del trabajo alienante, la forma contrapuesta
al trabajo personalizado.
El extrañamiento o alienación del trabajo se ha impuesto muchas veces
como consecuencia de ocultar la inmediatez de la mercancía con el envol-
torio de la remuneración económica. A este respecto, el psiquiatra venezo-
lano Carlos Rojas (2006) señala con agudeza que la conversión de trabajo en
dinero representa el despojo de “un importante monto de las significaciones
con las que concurre el sujeto al acto laboral”. La ritual entrega de la mer-
cancía o de su representación simbólica a la empresa después de pasar por

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manos del trabajador y canjearla por el correspondiente estipendio, podría


constituir un emotivo acto trufado de significación personalizante. Lo que
interesa es evitar al máximo posible la separación entre la actividad produc-
tiva y la obra.
La noción de trabajador alienado que se maneja en las ciencias psí-
quicas tiene un carácter subjetivo y biográfico, centrado en el sentimiento del
sujeto de haberse convertido en un autómata o en una marioneta manejada
por otros y obligado a realizar una actividad monótona, aburrida o penosa.
En suma, el trabajador alienado se siente cosificado como si fuera una
mercancía. En estas circunstancias, el trabajador sólo fija su atención en el
incentivo económico y, con razón o sin ella, mantiene por sistema una pos-
tura de protesta por el escaso salario, convertido así, secundariamente, en
una fuente de conflictos.
Muy poco o nada tiene que ver este concepto del trabajador alienado
con la alienación universal descrita por Karl Marx como una realidad obje-
tiva histórica universal inscrita en el proceso capitalista del trabajo e inte-
grada por una separación radical entre el trabajador y la propiedad de los
medios de producción. Pues bien, el trabajo alienado del que aquí nos ocu-
pamos está descontextualizado de los dogmas ideológicos mantenidos a capa
y espada —más a espada que a capa— por la doctrina marxista.
Hay unos tipos de trabajo que se personalizan con mucha más facili-
dad que otros. La distinción a este respecto entre el trabajo profesional o li-
beral y el trabajo servil toma un significado rotundo dejando aparte en la
zona intermedia el tipo de trabajo común. El sentido placentero de la auto-
rrealización personal suele impregnar hasta tal punto el trabajo profesional,
que su ocupación se expande como una tarea preferente al tiempo libre y
hasta puede ocupar parte del tiempo dedicado a los amigos y los familiares.
En las antípodas se halla el jornalero que consume su energía corporal para
arar, edificar una casa o cualquier otra tarea análoga.
El trabajo servil sólo es asumido personalmente cuando se inscribe en
una organización humana idónea y cuenta con una remuneración satisfac-
toria. En los demás casos, esta forma de trabajo tiende a degradarse y con-

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vertirse en una especie de tic laboral, trufado de monotonía, hastío o abu-


rrimiento, elementos que confirman su condición despersonalizante.
Aparte de estos tipos de trabajo extremos o polares, anclados en la
profesionalidad o en el servilismo, la presencia en la actividad laboral de los
agentes personalizantes involucrados en la motivación individual y en la par-
ticipación responsable, se subordina a los influjos dimanados de la persona-
lidad del trabajador, el conjunto de las características del trabajo en sí mismo
y las condiciones del entorno laboral.

1.4. El bienestar psicosocial extraído del trabajo

La ciencia del trabajo se consagra tanto a destacar su objeto de estu-


dio como una actividad utilitaria, que a veces prescinde de su carácter de
acto humano. El trabajo, por definición, no puede nunca dejar de ser un acto
protagonizado por un ser humano. El contenido de su excelsa calidad hu-
mana se duplica en el trabajo personalizado.
Visto bajo esta perspectiva social, el displacer implicado en el esfuerzo
puesto en el trabajo es mitigado por la vivencia de autorrealización, la obra
es vivida por el trabajador como algo suyo y la retribución económica es re-
cibida como una justa compensación que permite al trabajador llevar una
vida independiente.
Aunque no puede excluirse la no rara contaminación del trabajo con
factores patógenos, como noxas y riesgos, que serán estudiados en otro ca-
pítulo, resulta una verdad inconmovible que el trabajo impulsado por el
motor de la motivación y alimentado con el carburante de la participación
responsable, o sea el trabajo personalizado, es una copiosa fuente de place-
res y beneficios psicosociales.
La amplia serie de satisfacciones y ventajas psicosociales obtenidas
por el trabajador que vive el trabajo como cosa propia, se sistematiza en
estos cuatro apartados: la confirmación o consolidación de la identidad in-

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dividual, la estabilización del equilibrio psíquico, la cooperación intersubje-


tiva y el posicionamiento social. A continuación, los revisamos uno por uno.
La identidad singular del individuo, configurada como una conciencia
de sí mismo mantenida con continuidad, ocupa un lugar nuclear en la es-
tructura de la personalidad y funciona como un baluarte de la salud mental.
Pues bien, el sujeto que se siente protagonista o intérprete del trabajo, se
vale de él para construir o reforzar el sentimiento de sí mismo y elaborar
una actividad íntima autorreflexiva. Como dejó dicho el eminente psiquiatra
francés Yves Pélicier (1982), “somos lo que hacemos y cómo lo hacemos”.
El respaldo identitario llega con el reconocimiento ofrecido por los demás.
En opinión de Marie Anderson (2004), la aceptación cordial de los compa-
ñeros representa para el trabajador un elemento determinante para la cons-
trucción de su identidad. No cabe duda de que el reconocimiento dispensado
por los otros, dejando aparte el entorno familiar, encuentra su ámbito más
propicio en el campo social del trabajo.
La estimulación del equilibrio propio acontece desde el momento en
que el esfuerzo exigido por el trabajo se vivencia como una autorrealización
y culmina en la profunda satisfacción con que se contempla la obra, sin ol-
vidar la consolidación como sujeto independiente obtenida a expensas de la
retribución económica. De esta suerte, a lo largo del proceso utilitario que
es el trabajo se consolidan esos pilares del equilibrio psíquico que son las
claves de la maduración personal, o sea el autocontrol emocional, la inde-
pendencia afectiva y el pensamiento razonado. Tres datos que constituyen al
tiempo la dotación individual idónea para devenir un hombre libre3.
Tal inmenso progreso personal obtenido por el trabajador en la ver-
tiente psíquica se acompaña de importantes beneficios biológicos: el des-
arrollo muscular, la pérdida de grasa y, en el cerebro, la proliferación de
dendritas y la multiplicación de conexiones sinápticas, dúo de elementos que
son el soporte de la inteligencia y la memoria. Hasta hace poco tiempo era

3
El lector interesado en las vías de acceder a la entidad de hombre libre puede encontrar ex-
tensa información sobre este punto en mi reciente obra: El hombre libre y sus sombras (Antropología
de la libertad. Los emancipados y los cautivos). Editorial Anthropos, Barcelona, 2006.

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inadmisible y también inconcebible que la experiencia auténticamente per-


sonal pudiese tener un impacto cerebral de esta magnitud.
En la vertiente social, los otros están presentes en el mundo del tra-
bajador. Tanto es así que el análisis de la estructura del trabajo conduce a dis-
tinguir tres dimensiones: la objetiva o utilitaria, la intrasubjetiva o personal
–de la que acabamos de ocuparnos– y la intersubjetiva o relacional. El campo
del trabajo constituye un lugar de encuentro con otras personas. La primera
experiencia aportada por los demás se refiere al sentimiento de aceptación
ya revisado en cuanto impacto fabricante del respaldo identitario. En torno
a este dato primigenio se constituye un mundo intersubjetivo nutrido de ex-
periencias de confianza mutua, cooperación y solidaridad. La microsociedad
del trabajador alcanza su mayor solidez cuando se organiza en forma de uni-
dades o equipos laborales o de pandillas o capillitas por razón del interés la-
boral coincidente o de la afinidad social o psicológica.
Hagamos aquí un breve paréntesis para advertir que la selección de
amigos a que se suelen atener la mayor parte de las personas está condicio-
nada por alguna coincidencia adscrita a estos tres órdenes: en primer lugar,
la pertenencia al mismo nivel socioeconómico; en segundo lugar, el des-
empeño de la misma profesión o la adscripción a la misma categoría del
empleo, y, en tercer lugar, la afinidad o semejanza de los rasgos personales.
La faceta social del trabajo se expande asimismo a la sociedad abierta,
es decir, la macrosociedad. El posicionamiento jerárquico del trabajador es,
en gran parte, función de su prestigio social. Al lograr un estatus social de-
finido, el trabajador se siente aposentado en una realidad segura y protegido
contra el riesgo de la segregación y la marginalidad. El creador de la doctrina
psicoanalítica, Sigmund Freud, señalaba como el beneficio mejor definido del
trabajador la obtención de “un lugar seguro en un sector de la realidad”.
Estos tiempos de inseguridad que vivimos han llevado a algunos sociólogos
a identificar la sociedad actual como “una sociedad de riesgos”. Por ello, la
instalación alejada de los turbios espacios marginales de la discriminación
negativa o la segregación, es un auténtico desidératum.
En suma, el desempeño de un trabajo resulta hoy casi imprescindible
para el logro de un equilibrio psíquico establecido en torno a una identidad

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singular, y al tiempo para el despliegue de unas relaciones armónicas con los


demás y la garantía de un estatus socioeconómico.
La función educacional del trabajo ya la había destacado el maestro
de la filosofía idealista alemana Georg Wilhelm Hegel, en su monumental
obra Fenomenología del espíritu. En el famoso pasaje dialógico entre el amo y el
siervo, el primero elogia la entrega del siervo al trabajo como un medio para
modelar su conciencia y volverse así capaz de superar su posición servil y ad-
quirir la condición de ciudadano libre.

1.5. ¿Por qué se trabaja tanto?

Las sociedades occidentales tardomodernas que sirven de marco al


desatado hombre de trabajo actual han ganado a pulso, a partir de los tiem-
pos decimonónicos, la denominación de “sociedades de trabajo”. De modo
que la extendida pasión presente no está libre ni mucho menos de una po-
derosa influencia mimética.
La mayor parte de las veces que se requiere al pueblo llano para emi-
tir su opinión sobre la finalidad del trabajo, la gente se atropella para res-
ponder de inmediato “para ganar dinero”. En las encuestas planteadas sobre
el interrogante ¿para qué se trabaja?, el 95% de los encuestados franceses, es-
pañoles y de otros países europeos afirmaron sin asomo de duda: “Para ganar
dinero y poder vivir”. Dejando aparte que el dinero, como luego veremos,
se emplea en su mayor parte para fines radicalmente distintos del manteni-
miento de la vida, un análisis crítico de la opinión consensuada nos permite
estimar que se inspira en una contemplación superficial del problema, con-
virtiendo el trabajo en una especie de cortocircuito donde se diviniza la pre-
sencia del dinero y se menosprecia la mercancía.
Por lo pronto, los que así se manifiestan parecen olvidar que la finali-
dad de la actividad laboral no es la extracción de “plata” sino la fabricación
de un producto material o espiritual. Si bien en la mente del trabajador el di-
nero ha estado tal vez siempre presente, su presencia no deja de ser simbó-

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lica hasta que toma una forma material o concreta cuando se ha cerrado el
proceso del trabajo con la producción de la mercancía. El dinero tiene así en
el ámbito del trabajo el carácter de una pieza de intercambio que se canjea
por el producto. Este elemento intermedio artificial que es el dinero en los
mercados y en las transacciones, circula hoy en el mundo del trabajo como
un poderoso reforzante de conductas.
Algo semejante a este reforzamiento dinerario ocurre entre los chim-
pancés, cuando en virtud de un hábil adiestramiento, se les capacita para re-
forzar su conducta mediante el manejo de boletos, cuya valía se establece en
función del color. Los chimpancés domesticados en esta línea nos sorpren-
den con la repetición de la conducta premiada con un talón de color bien co-
tizado.
Hasta principios del siglo XVI regía el intercambio de productos. Con-
viene considerar que fue a partir de entonces cuando se impuso el canje del
producto del trabajo por la especie del dinero.
La entrega moderna generalizada del ser humano al trabajo se inicia
cuando la realización de un esfuerzo laboral se dignifica. Por lo tanto, el acto
de la reconciliación del hombre con el trabajo tiene más el carácter de un pro-
ceso moral o valorativo que el de un fenómeno económico. El cambio radi-
cal de actitud ante el trabajo se ha perpetuado en forma de un deber. Hoy
todo el mundo trabaja por considerarlo un deber contraído con la familia y
con la sociedad. Se trata de ser cualquier cosa menos un vago, un maleante
o un inútil. Sobre la plataforma deontológica del trabajo llueven las ventajas
psicosociales y materiales. Cada quien selecciona algunas de ellas y las con-
vierte en la meta preferida de su entrega al trabajo. La selección de la meta
es un proceso individualizado que cuenta con estas opciones principales: la
búsqueda de sentirse una persona madura, independiente o con una identi-
dad estable; la satisfacción de ser aceptado y reconocido por los demás; el
asentamiento dentro de la sociedad en un estatus social decoroso; la com-
pensación económica suficiente. Naturalmente, estas opciones no se exclu-
yen entre sí.
Una vez que queda consignado cómo la meta simple o plural del tra-
bajo varía enormemente en función de los individuos, es preciso consignar

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que estas variaciones están sometidas a la poderosa influencia ejercida por


el tipo de ocupación. Sobre este punto se suelen obtener muchas luces cla-
rificantes mediante la indagación sobre los factores determinantes de la de-
dicación al trabajo durante un cupo de horas excedente del límite normativo.
Por mi parte, basándome en la experiencia clínica y en tanteos personales
realizados en el medio laboral, me inclino por atribuir la entrega al sobre-
trabajo, término empleado en un puro sentido cronológico, a la acción in-
dividual o asociada de los tres factores siguientes:

— La ilusión o el entusiasmo por la ocupación desempeñada.


— La exigencia de acrecentar la productividad, planteada como un re-
clamo de asistencia por la clientela o como una imposición de com-
petitividad por los jefes o por la empresa.
— El deseo de ganar más dinero para poder vivir o para otros fines
(ahorro, poder, consumo, tiempo libre).

Cada uno de los tres factores señalados como principales responsa-


bles del alargamiento supranormativo del trabajo, opera en un sector labo-
ral determinado, según se aprecia en esta triple fórmula:

— Los profesionales que prolongan su trabajo hasta llevarlo a invadir


otros espacios de su vida, como el tiempo sociofamiliar, suelen ac-
tuar así movidos por el entusiasmo por su tarea.
— Los altos ejecutivos que abandonan los límites cronológicos con-
vencionales en su obligación cotidiana, obran así la mayor parte de
las veces por indicación de sus jefes o el compromiso con ellos.
— Los asalariados con o sin formación profesional que no regatean se-
guir en el “tajo” horas extraordinarias, persiguen casi siempre un re-
fuerzo económico.

Se infiere de esta triple fórmula que la mayor parte del personal labo-
ral entregado a un sobretrabajo se recluta entre los dos polos del organi-

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grama laboral: de un lado, la clase media superior, como los profesionales y


los altos ejecutivos; de otro, los empleados y los jornaleros, con un salario in-
suficiente. A estas dos agrupaciones se agregan no pocos trabajadores au-
tónomos, algunas veces equiparados a una especie de profesionales menores,
cuya entrega de horas y horas al trabajo puede estar determinada por el amor
a su ocupación, la autoexigencia para ampliar sus actividades o el apremio fi-
nanciero.
Los tres agentes que se reparten la responsabilidad de prolongar el tra-
bajo demasiadas horas no sólo son compatibles entre sí, sino que de alguna
manera se implican o solapan recíprocamente y además se potencian entre
sí mediante una acción mancomunada de tipo sinérgico, en virtud de la cual
el efecto global en forma del alargamiento de la ocupación por encima de la
norma, es superior a la suma de los efectos individuales.
Dada la afinidad entre sí registrada en los componentes del trío facto-
rial, resulta lógico comprobar cómo la acción del factor operativo en el pri-
mer plano, como agente principal, se refuerza con la intervención de los
otros dos:

— Los profesionales que consagran su vida sin límite a la profesión,


al tiempo se desviven por atender las exigencias de su clientela y
no dejan de sentirse muy satisfechos con el incremento de sus ho-
norarios.
— Los ejecutivos de primera línea que tratan de elevar la productivi-
dad prolongando muchas horas su trabajo para complacer la exi-
gencia de sus jefes y el espíritu de la empresa, no les pesa este
sobreesfuerzo por la ilusión sentida hacia su ocupación o por la ex-
pectativa de un ascenso económico o funcional.
— Los empleados y los obreros entregados a hacer horas extra para
obtener el dinero necesario para su vida, al tiempo experimentan la
satisfacción de sentirse más afianzados en su puesto de trabajo al
cumplir el deseo de sus superiores y con todo ello se les activa el
gusto por la tarea realizada al sentirse imprescindibles.

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Si entre los tres factores determinantes del sobretrabajo señalados tu-


viese que seleccionar uno como el denominador común o el factor omni-
presente, me inclinaría sin duda por “poderoso caballero es don dinero”.
El ansia de acaparar dinero acompañó siempre al hombre a lo largo de
su recorrido histórico, pero en forma de una tendencia contrapuesta a la de
derrochar, o sea como si fuese un modo de entender la vida. Pero la crista-
lización de esta tendencia en forma de la figura social del Acaparador o del De-
rrochador acontece en los siglos finales del Medievo. Hay autores que localizan
la presentación de ambas figuras humanas en el siglo XIII, como la versión
positiva o negativa de la modalidad existencial del urbanista aburguesado, o
sea del habitante de ciudad dotado de una instalación confortable.
El impulso humano a amasar dinero se desorbitó desde los siglos XV
y XVI, cuando los banqueros florentinos pusieron el énfasis en “ganar más
de lo que se gasta”, con objeto de ahorrar.
El afán de lucro exagerado es una tendencia al servicio de al menos
uno de estos cuatro personajes: el ahorro, el poder, el consumo o la amplia-
ción del tiempo libre. Los dos primeros personajes nombrados tienen un
tinte de lo más maligno y pertenecen a las más bajas pasiones humanas en
forma de la avaricia y la codicia, respectivamente.
La doctrina psicoanalítica compara el placer de acumular dinero en
forma avarienta o codiciosa a la satisfacción obtenida por personas de tem-
peramento analsadista mediante la retención de las heces. El impulso infan-
til de coleccionar excrementos y jugar con ellos puede servir como
representación simbólica de la acumulación de dinero avarienta o codiciosa.
La equiparación de la materia fecal a las piezas dinerarias se sitúa entre lo que
es una metáfora y una interpretación. En cualquier caso, debe tomarse esta
equiparación como una seria advertencia sobre el aspecto sucio del dinero.
La forma del exagerado afán de lucro más extendido actualmente co-
rresponde al deseo de atender necesidades artificiales o ficticias, que no tie-
nen ninguna relación con las necesidades fisiológicas o vitales. La pasión del
consumo, fenómeno al que vengo denominando consumopatía, es una de las
características más notables de la sociedad opulenta, también conocida por
ello como sociedad de consumo. El ansia consumopática se traduce sobre todo

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Los valores humanos del trabajo

en la adquisición de objetos innecesarios encumbrados falsamente por la pu-


blicidad o exhibidos a la ligera por la moda.
El excesivo gasto realizado para adquirir objetos innecesarios obliga a
trabajar más tiempo para disponer de recursos adquisitivos suficientes. La con-
sumopatía es uno de los males más venenoso y corruptor de la sociedad con-
temporánea. Su influencia más imperiosa en la forma de vivir se traduce en
la prisa. La conducta apresurada está impuesta con harta frecuencia por el
deseo de disponer de más tiempo para dedicarlo al trabajo con vistas a in-
crementar el dinero destinado al capricho consumista.
La entrega al sobretrabajo la justifica algunas veces el interesado en
atención a su deseo de ampliar el tiempo libre. Esto representa un solemne
sofisma. La falacia estriba en que necesariamente el cupo de horas de más en-
tregadas al trabajo, debe extraerse del tiempo libre o de las horas dedicadas
a la comunicación sociofamiliar.
Hay otro género de prisa, que podemos definir como prisa existen-
cial. Es la prisa del sujeto que trata de apurar la vida sabiendo que cada mi-
nuto transcurrido es un paso de avance hacia la muerte. Esta prisa está
reservada para una reducida minoría de sujetos que comparten la auténtica
conciencia existencial. En nuestros tiempos, la prisa existencial ha sido de-
vorada por la prisa consumopática. Le asiste toda la razón al psiquiatra di-
námico Eric Fromm para lamentarse de que el espíritu de trabajo se haya
polarizado en el culto a la producción y la reverencia al consumo.

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MODOS DE TRABAJO
A LO LARGO DE LOS TIEMPOS

2.1. La naturaleza como una madrastra hostil

El Homo habilis, el ser que inaugura la aparición en la Tierra del género


humano hace unos dos millones de años, se encontró con un ambiente in-
dómito, inhóspito y hostil y con unas condiciones de vida tan adversas que
hoy resultan casi inimaginables. Y es que lo que hoy llamamos Naturaleza es
en amplia medida una elaboración humana en forma de descubrimiento y
creación. Mediante el empleo de ingeniosos y arduos métodos y procedi-
mientos, el ser humano fue consiguiendo extraer de nuestro Planeta bienes
ocultos depositados en sus entrañas y al tiempo explotar con un sentido cre-
ativo sus potencialidades inéditas. Fue a la vez un descubrimiento que tenía
el cariz de una desocultación y una apertura de nuevos caminos metodoló-
gicos, con el concurso de la tecnología puesto que el hombre es desde sus
orígenes un ser dotado de capacidad técnica.
Si ahora prescindimos de las perversas y aberrantes modificaciones de
la Naturaleza de signo destructor realizadas por el hombre, no hay palabras
de elogio suficientes para la tarea del ser humano ejecutada sobre la Natu-
raleza mediante un intrincado e ingenioso proceso de doma y dominación.
Se trató en realidad de aplicar un sistema educador a la Naturaleza salvaje

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

para convertirla en Naturaleza civilizada. De esta suerte, el hombre, lejos de


adaptarse al medio, consiguió adaptar la naturaleza a sus ideas, construyendo
lo que el filósofo Ortega ha llamado una “sobrenaturaleza”. La madrastra
hostil del principio abandonó su terrible faz amenazadora para metamorfe-
arse en una madre hospitalaria presta a dejar desocultar sus entrañas para
entregar con generosidad los bienes y las riquezas depositados en ellas.
Al cotejar los conceptos de Naturaleza y Cultura, resulta que se vienen
asignando a la Naturaleza, digamos Naturaleza natural, valores y elementos
materiales que más bien pertenecen a la edificación cultural. Muchos pro-
ductos hoy considerados naturales como las patatas, el trigo o las frutas son
en realidad una creación humana. Nuestro Planeta era en principio mucho
menos habitable de lo que se puede pensar hoy y fue haciéndose más aco-
gedor gracias a la actividad desplegada a partir de los primeros habitantes hu-
manos de la Tierra. El trabajo del ser humano primitivo perseguía la finalidad
primordial de cubrir las necesidades básicas para la supervivencia y exigía
una descomunal entrega a todos, hombres, mujeres y niños, casi indiscrimi-
nadamente. Y es que entre las necesidades básicas del sujeto terrícola y las
condiciones de vida ofrecidas por el planeta Tierra se daban muy pocas coin-
cidencias.
El único elemento que le fue dado gratuitamente al ser humano pri-
mitivo por un medio ambiente tan adverso como peligroso fue el oxígeno
consumido en la respiración y utilizado para el metabolismo basal. Al tiempo
que se transmutó la faz de la Naturaleza primitiva y salvaje en una Natura-
leza civilizada y sofisticada, como la gran obra humana, aconteció la evolu-
ción progresiva del propio ser humano.
El Homo habilis, hombre hábil con capacidad para manejar las extre-
midades anteriores como brazos y manos, se transformó medio millón de
años después en el Homo erectus, el hombre erguido. Y como consecuencia del
perfeccionamiento evolutivo del hombre para caminar erecto, aparece hace
unos cien mil años el Homo sapiens. El progreso de las facultades cognitivas
montado sobre la complejidad creciente del cerebro le permite duplicar su
radical de sapiencia y convertirse hace unos treinta mil años en el Homo sa-
piens sapiens.

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

El hombre moderno, sobre todo a lo largo del siglo XX, ha llegado al


clímax de la violencia. Una violencia que cuenta con el agravante de ser en
su mayor parte la expresión de sentimientos de hostilidad hacia los otros y
de permanecer ajena a la presión de las necesidades vitales a diferencia de lo
que había venido ocurriendo con anterioridad. No cabe duda de que los
actos de violencia enmarcados en el siglo XVIII y en tiempos anteriores esta-
ban propulsados por el hambre.
La moderna exhibición de un volumen de crueldad insólita es atri-
buido por algunos autores, entre los que me cuento, a los infortunados efec-
tos de ciertos factores coyunturales, sobre todo la crisis mutante de la
Humanidad, el avance en la fabricación de armamento cada vez más des-
tructor y mortífero, el ocaso de la familia y otros aspectos de la vida con-
temporánea que omito aquí por razón de brevedad. Otra corriente de
opinión, sin duda un poco catastrofista, pero muy digna de ser tomada en
consideración, se inclina por adjudicar el moderno desmadre de la violencia
proyectada en múltiples formas a la transformación regresiva del propio ser
humano. Incluso, en esta línea se ha llegado a hablar de que el Homo sapiens
sapiens está siendo sustituido por el Homo sapiens brutalis, asunto ya tratado
por mí en diversas publicaciones y conferencias.

2.2. Los campesinos, los monjes y los caballeros en


la Edad Media

Desde al menos la Edad Grecorromana hasta avanzada la Edad Mo-


derna, se ha venido sustentando un concepto muy particular de la actividad
que hoy llamamos trabajo. A lo largo por lo menos de veinte centurias más
o menos, hasta el siglo XVIII, se ha equiparado el trabajo a la ejecución de una
actividad manual esforzada y dura, tachada por el estrato superior de la po-
blación como una ocupación innoble y deshonrosa. Hay en esta noción his-
tórica de trabajo sobre todo dos datos discrepantes con la idea actual:
primero, la visión seriamente estrecha del trabajo, reduciéndolo a la catego-
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

ría de una actividad manual mortificante o dura; segundo, la actitud de re-


chazo absoluto mantenida por el estrato de los nobles y los caballeros hacia
el trabajo así conceptuado.
A comienzos del siglo XVII, en 1611, el insigne Sebastián de Cova-
rrubias, en su famoso diccionario Thesoro de lengua castellana o española, acepta
la noción tergiversada del trabajo ya consignada, al definir al trabajador como
el jornalero.
Desde la Antigüedad se estableció la diferenciación entre la mayoría del
pueblo obligada a trabajar y una minoría de privilegiados ocupada en tareas
“nobles y honrosas”, como guerrear, rezar o divertirse. La contraposición
maniquea a la que era tan afín la sociedad medieval, tomó en la Alta Edad
Media la forma de una radical escisión entre los ricos, encumbrados como
grandes señores poderosos, y los pobres, humillados y consumidos con el es-
fuerzo exigido por el innoble trabajo.
Con arreglo a la dinámica social la composición de ambos estamentos
ha ido experimentando ciertas modificaciones. Mientras que las variaciones
han sido ligeras en el estamento de los nobles y el clero, excluidos natos del
trabajo, el duro trabajo físico ha recaído, con alternativas, sobre las espaldas
de los esclavos, los siervos, los plebeyos, los jornaleros o los campesinos.
Los esclavos no eran dueños ni siquiera de su persona. Los siervos estaban
desprovistos de derechos. Los plebeyos dependían de la protección militar
dispensada por el caballero feudal. Los jornaleros eran personas asalariadas.
Y los campesinos se encontraban estrujados por los impuestos regios, a los
que muchas veces se agregaban las inclementes exigencias de los grandes se-
ñores territoriales.
En el siglo XIII, Alfonso X de Castilla y León (1221-1284), apodado el
Rey Sabio, en su obra jurídica Las Partidas o Libro de las Leyes, distingue estos
tres estamentos sociales:

— “Los defensores”, o sea, los caballeros, encargados de proteger a la


sociedad.
— “Los oratores”, o sea, el clero, responsable de la salvación de las
almas.

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

— “Los labradores”, o sea, los campesinos, obligados a aportar el ali-


mento necesario para todos.

Esta clasificación tripartita de la población medieval está muy desen-


focada, entre otras razones por la desproporción que significa concentrar en
un estrato la gran masa del pueblo llano y dedicar dos estratos a la reducida
minoría de los privilegiados.
Dos siglos antes, el obispo francés Adalberón de Laón, concretamente
a comienzos del siglo XI, en un poema dedicado al rey de su país, incidía en
el magno error de representar la sociedad cristiana con arreglo a la misma
terna estamental. Consignaba además detalles para colocarlos en orden je-
rárquico como puede apreciarse en la relación siguiente:

— Los oratores, los que rezan: los clérigos ocupan la función social ele-
vada dada su suprema jerarquía espiritual y su conexión con el
mundo divino a través de la plegaria.
— Los bellatores, los que combaten: los guerreros, encargados de pro-
teger a las otras dos clases sociales, han visto realzada su jerarquía
social con la agregación de los caballeros, o sea los combatientes a
caballo, que integran la nueva nobleza de la caballería.
— Los laboratores, los que trabajan: los campesinos en su mayor parte,
encargados de proporcionar a los clérigos y los guerreros el ali-
mento obtenido con su trabajo.

La fórmula tripartita compartida por el obispo de Laón y el rey Sabio


podía satisfacer a los nobles y al clero, pero no se ajustaba al funcionamiento
de la sociedad medieval, porque a la injusta desproporción antes consignada,
se sumaba la grave omisión de dos grandes núcleos de los ciudadanos me-
dievales, como son el sistema gremial y la agrupación de individuos vagos o
marginales. Con su inclusión en el organigrama social, la población medie-
val quedaría distribuida en estos cuatro estamentos básicos funcionales y es-
tructurales:

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

— La inmensa masa de población representada por la mayor parte del


pueblo llano, que dedicaba su vida a la actividad servil o a la dura
ocupación manual.
— El sistema gremial, formado por la agrupación jerárquica del maes-
tro, el aprendiz y los empleados, ejecutores de una actividad ma-
nual compuesta de arte y trabajo físico dulce. Los gremios
artesanales tomaron un gran desarrollo a partir del siglo XIII y su
sentencia de muerte no les llegó sino con el advenimiento de la Re-
volución Tecno-Científico-Industrial, acontecida seis siglos después.
— La agrupación de individuos que rehuían el trabajo, distribuidos
entre los dedicados a actividades marginales, como los pícaros y los
bandidos, y los “enchufados” con tareas domésticas poco exigen-
tes, como los criados.
— Los privilegiados, donde se agrupaban los nobles, los clérigos y los
guerreros, que entretenían su ocio con actividades cortesanas, ecle-
siales o bélicas, todas las cuales eran evaluadas como una ocupa-
ción honorable y digna, ajena al trabajo en sí.

En la conciencia medieval maniquea imperaba la bipartición de los


honorables dotados de gran poderío como clérigos y caballeros. Entre unos
y otros existían fuertes roces y conflictos movidos por la pugna en torno a
la línea divisoria del poder. Por una parte, los obispos y los abades de los mo-
nasterios más importantes asumían el mando en su territorio, como si fue-
ran príncipes o grandes señores. Por otra, algunos príncipes y nobles ejercían
el derecho de conceder prebendas o cargos eclesiásticos. Tamaño cruce de
poderes, atravesando los límites en ambas direcciones, dio lugar a no pocos
conflictos entre el poder eclesial y el político. Estas disputas las resolvía en
última instancia el rey, quien no sólo encarnaba el supremo mando político,
sino el religioso, una vez que había sido divinizado con la unción de los san-
tos óleos.
En la órbita de la religión coaligada con la cultura y el poder social, el
supremo escalón lo ocupaban los monasterios. El monasterio medieval era
el gran centro hegemónico de la época en las esferas de la cultura, el mando

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

político y el espíritu religioso. Incluso el rey encontraba dificultades para


ejercer su poder intramuros.
La mentalidad del monje europeo estaba trufada de grandeza emo-
cional, sólo erosionada por el voto de obediencia. El fraile se sentía en esta
época instalado en la senda de la salvación personal, no lejos del escalón de
la santidad, y veía a los demás como dependientes suyos, ya que su salva-
ción se ligaba a las oraciones que él les dedicase. Llegaba a pensar que su re-
lación directa con Dios era la causa de que el diablo le acosase. El monje no
se arrugaba tampoco en las actividades políticas y sociales: muy solicitado por
todos los estamentos como consejero y mediador en sus conflictos. Su vasta
cultura le permitía ver a otras personas como salvajes o sujetos primitivos.
El monje medieval brillaba especialmente en los campos de la literatura y la
escritura.
El monasterio habitado por estos seres tan cultos y espirituales, y tan
distintos a todos los demás, era respetado por todos como si fuese la ante-
sala del Cielo. Fue además muchas veces la sede donde se organizó la per-
secución del hereje. Su poderío comenzó a sentirse amenazado por el
establecimiento de las primeras universidades, en el siglo XIII.
A partir de los siglos XIV y XV se produjo en España y en algunos otros
países europeos, una crisis transformadora en la actitud cristiana. Una de sus
facetas fue la de dejar de considerar hábitos cívicos pecaminosos la afición
a la lectura o el uso de la limpieza corporal. En consecuencia, con rapidez
descendió el índice del analfabetismo y la posición cultural hegemónica del
clero regular experimentó un brusco declive.
Es curioso constatar que el ocaso del poderío de los monjes se produjo
sincrónicamente con el oscurecimiento del esplendor en España de sus dos
compañeros en la fórmula tripartita: los campesinos y los caballeros.
La agricultura disfrutó una excepcional época de florecimiento du-
rante la Edad Media. Contaba entonces incluso con el respaldo de la cría de
ganado y el pastoreo. Los momentos difíciles del campesinado llegaron con
la dinastía de los Austrias. El quinto de los Austrias españoles, Felipe IV, se
lamentaba en un mensaje de que “el estado de los labradores de España en
estos tiempos está el más difícil y acabado”.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Por su parte, los caballeros feudales estaban habituados a vivir a ex-


pensas de las prebendas entregadas por los campesinos y otros plebeyos, a
cambio de dispensarles defensa armada y acogerles en sus dominios en los
momentos difíciles. Su función se fue volviendo inútil o insuficiente, coin-
cidiendo con la Época del Renacimiento, a partir de que su vetusto instru-
mental bélico era arrinconado por el poderoso armamento estatal. Estaba a
punto de comenzar la Época de los Reyes Absolutos.
Entramos así de lleno en la Edad Moderna con la promesa de una re-
novación a fondo, ilusión compartida por los privilegiados y los miserables.

2.3. La dignificación del trabajo como un signo de


modernidad y causas de su retraso en España

Constituye un notorio signo de modernidad el radical cambio del con-


cepto de trabajo y de la actitud personal ante él, que cristalizó en el inicio del
siglo XIX en la ampliación del campo laboral incorporando a su seno el tra-
bajo manual dulce, los oficios mecánicos y la actividad intelectual, y su acep-
tación como una actividad digna y noble por parte del conjunto de la
población.
En los dos siglos anteriores se había ido debilitando la rotunda dico-
tomía medieval entre los privilegiados ociosos y los trabajadores, bajo el po-
deroso soplo social de la corriente eólica de la homogeneidad, que no dejaba
de musitar una y otra vez: “Todos somos seres humanos”. Era cada vez más
evidente la disposición de los encumbrados a descender de su pedestal para
cumplir obligaciones laborales casi siempre de carácter intelectual y al tiempo
el gradual alivio de los menesterosos al contar con nuevos medios de trabajo
y con ganancias que se iban volviendo sustanciosas.
La unificación de las actividades manuales y las intelectuales en unos
estatutos de trabajo presididos por el principio de considerar digna y noble
a toda actividad laboral, fue el espaldarazo dieciochesco confirmatorio de la
reconciliación del ser humano con toda clase de trabajo.

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

El moderno proceso de dignificación y ennoblecimiento del trabajo


acontecido gradualmente y precipitado de una forma masiva coincidiendo
con el Siglo de las Luces, se atuvo a una dinámica interna, o sea propia, de
curso paralelo con la profunda movilidad histórica moderna de la sociedad
y de la cultura. De este modo, la esfera del trabajo no quedó atrás, conver-
tida en un corrosivo quiste anacrónico, incrustado en un medio sociocultu-
ral mucho más avanzado.
La imposición general de la postura de incorporarse al trabajo consi-
derándolo como una actividad decorosa y honesta contó además con el
apoyo externo prestado por la bendición religiosa impartida por los cristia-
nos reformadores. Especialmente explícitos en este punto fueron los capi-
tanes de la Reforma, Lutero y Calvino. Se apresuró Lutero a realzar el valor
del trabajo como una actividad positiva, convertible en un sendero para la sal-
vación. Calvino fue aún más radical, puesto que se servía del supuesto valor
espiritual del trabajo para justificar su valor material, al definirlo como una
tarea deseada por Dios, mediante la cual se puede acumular riquezas.
Resulta doloroso para un modesto científico como yo mismo, reco-
nocer que ni las ciencias del cuerpo ni las del espíritu aportaron un preciso
apoyo al moderno enaltecimiento del trabajo. Por una parte, la disciplina cien-
tífica específica encargada de adaptar el trabajo a la persona, conocida como
ergonomía, no comenzó a desarrollarse hasta mediados del siglo XX. Hoy sí
que resulta obligado referirse a la espléndida solidez de los principios ergo-
nómicos básicos y a su ambiciosa diversidad, un compendio de normas fi-
siológicas, psíquicas y antropológicas. Por otra parte, la psicosociología
laboral dio las primeras muestras de su nacimiento en el siglo XIX y lo hizo
de la mano de la doctrina psicoanalítica. Este nacimiento no pudo ser más in-
fortunado ya que pronto acaparó el unánime repudio de los patronos y los
obreros. Unos y otros no sólo desconfiaban del acierto de enfocar los pro-
blemas y conflictos laborales a la luz del inconsciente mediante el manejo de
los complejos de castración, el vínculo de Edipo y demás, sino que conside-
raban estas interpretaciones como fantasías elaboradas a espaldas de la rea-
lidad laboral.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Lo que no se le puede negar a la genérica ciencia del trabajo, son sus


iniciativas de orientación y selección profesional, ni su decisiva contribución
decimonónica a convertir el trabajo en una fuente de bienestar psicosocial y
una genuina oportunidad para establecer relaciones interpersonales de con-
vivencia, simpatía o amistad, sin olvidar su utilidad como escala para aco-
modarse en un seguro peldaño social.
La modificación del trabajo, despojándose de los estigmas del desho-
nor y del servilismo, no se atuvo en todos los países inmersos en la Cultura
Occidental a un curso sincrónico. España se distinguió una vez más en el des-
ajuste con el sincronismo general, y en esta ocasión lo hizo en el sentido de
la demora. Cuando ya en pleno siglo XIX había abdicado de su condición
ociosa el cavagliere italiano, el chevalier francés, el gentleman inglés y el herr ale-
mán, con lo que había periclitado en todas partes el fenómeno del dandismo,
el hidalgo español continuaba disfrutando a pierna suelta de la plena ociosi-
dad, si bien algunas veces a expensas de soportar un nivel extremo de mise-
ria económica y alimentaria.
La dilación de la población española en casi una centuria en incorpo-
rarse a la actividad ocupacional de todo tipo sin sentir vergüenza ni desho-
nor, ni dejar de ser un dandy, fue el resultado de una serie de factores
convergentes. La multiplicidad causal por mí aducida puede atraerme el re-
proche de utilizar un recurso dialéctico para ocultar el desconocimiento del
verdadero origen del retraso histórico que estamos comentando. Pues bien:
mi réplica es que los factores copartícipes en la demora están conexionados
entre sí en forma de una densa trama que, en sentido orteguiano, podría de-
finirse como la moderna circunstancia española. Entre ellos no hay ningún agente
ajeno a lo que era entonces la genuina condición del español, como puede
comprobarse en la relación siguiente:

1º. La afluencia de riqueza americana procedente de países que lejos de


ser colonias eran la España de ultramar. Los nobles españoles con-
temporáneos estaban mantenidos por esta ilusión, sin vislumbrar
que en su mayor parte era una riqueza mal administrada o dilapi-

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

dada. Hoy se admite que el 80% de los dos millones de ducados


anuales recibidos en España hacia 1550, iba a manos de banqueros
extranjeros. Castilla se quedaba con menos de la cuarta parte. Por
ello, me inclino a considerar que este dato económico influía sobre
la población española de entonces más como una ilusión que como
una realidad. Llevando este asunto a sus últimas consecuencias, al-
gunos historiadores llegan a lamentar el descubrimiento de América
como lo peor que le podía haber ocurrido a España.

2º. La distribución de la población en tres etnias había acostumbrado


a los cristianos viejos a consagrar su actividad a ritos religiosos o
cortesanos, puesto que de las actividades manuales duras se encar-
gaban los moriscos y las actividades liberales o gremiales las asu-
mían los judíos. Esta jerarquización medieval del trabajo imperante
en España durante muchos siglos tuvo que haber influido sobre el
espíritu de los nobles y la aristocracia en el sentido de multiplicar su
desdén y menosprecio por el trabajo.

3º. El destierro de los judíos y los musulmanes condujo a la sociedad


española a dispersarse en estas tres castas: la de los labradores y los
jornaleros; la de los nobles y los hidalgos, estancados en el ocio; y
el nuevo abanico de gentes que rehuían el trabajo por distintos me-
dios, distribuidos en tres sectores: los pícaros o bellacos, los criados
o lacayos y los bandidos o ladrones.

4º. La deficiente calidad de vida de los labradores y los jornaleros era


tomada por los demás estamentos como una señal demostrativa de
que el trabajo no era un medio válido ni siquiera para salir de la mi-
seria.

5º. La inflación del dúo emocional formado por los sentimientos de


orgullo y de honor en el estamento nobiliario o señorial español

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

superando el nivel alcanzado en otros países. El hidalgo español


no se dejaba tentar por el trabajo por mucho que le acosase la pe-
nuria. El insigne dramaturgo español Lope de Vega, en su comedia
El villano en su rincón, dedica una ingeniosa sátira poética al hidalgo
que lucía blasones y carecía de talegos: «Que es mi casa sola-
riega/mucho más que no las otras/pues que por no tener techo,/le
da sol a todas horas». Sobre el orgullo nobiliario hispánico han in-
cidido varios autores extranjeros.

Para el sociólogo alemán Simmel (1977), la clave del abso-


luto repudio del trabajo por los españoles reside en el orgullo tem-
peramental: «El orgullo característico de los españoles y su desdén
por el trabajo, procedía de que, durante largo tiempo, emplearon
como trabajadores a los moros sometidos; cuando fueron aniqui-
lados o expulsados éstos y los judíos, nos les quedó a los españo-
les más que el gesto de la superioridad, no habiendo ya ningún
subordinado que contribuyese con el necesario complemento. En
la época de máxima grandeza, los españoles declaraban sin rebozo
que querían, como nación, ocupar en el mundo el puesto que en el
Estado ocupaban los nobles, los militares y los funcionarios». Este
criterio de Simmel de adjudicar a los españoles el estereotipo de or-
gullosos es compartido por no pocos historiadores y escritores de
otros países europeos. El historiador Pfand cataloga el hipertrófico
orgullo español no sólo como un fenómeno casticista, realzado por
la sumisión de los moros durante varios siglos, sino como un fe-
nómeno religioso y bélico, «por el descubrimiento, colonización y
apostolado de los territorios americanos, y por las repetidas victo-
rias en los campos de batalla europeos, como las de París y San
Quintín, y la de las aguas de Lepanto». “El qué dirán” ha sido una
de las preocupaciones máximas de los españoles. En algunas capi-
tales de provincia el español rico se sentía avergonzado hasta hace
poco si alguien le veía realizando alguna actividad manual o lle-
vando en sus manos por la vía pública un paquete.

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

6º. La sobreabundancia de criados, sirvientes o lacayos. Las Cortes de


Toledo tomaron en 1559 la decisión de solicitar “menos criados o
lacayos y más peones o jornaleros”. Lope de Vega escritor impor-
tante de varios géneros en el siglo XVII, dedicó a este problema este
chispeante cuarteto: «Si no hubieran los señores/los clérigos y los
soldados/menester tantos criados/hubiera más labradores».

7º. El desconocimiento o el rechazo del mensaje religioso emitido por


los protestantes para alabar la entrega al trabajo por ser una fuente
a la vez de bienes espirituales y de riquezas, punto ya comentado
unas líneas atrás ilustrado con las afirmaciones de Lutero y Calvino.
El sentido positivo del trabajo enunciado por Max Weber como “la
ética del protestantismo” nunca pudo arribar al pueblo español.

8º. La instalación en la patria española de una barrera poco permeable


para las influencias extranjeras, desde el reinado de Felipe II. En la
rígida cosmovisión de este rey español figuraba el principio de pro-
teger a los súbditos cristianos contra las influencias orales y escritas
de la Iglesia Reformada centroeuropea. España se había enrocado
en los dominios de la teología cristina de la Contrarreforma y hasta
la teoría económica de la época, como señala Pierson (1998), estaba
sujeta a la teología.

Ya quedó debidamente reflejado en el punto 5º cómo el cristiano viejo


era un trasnochado con su irresistible orgullo anacrónico que no le permi-
tía hacerse cargo de ninguna actividad manual. Era un orgullo de casta, pero
también orgullo de conquistador bélico, por las hazañas guerreras españo-
las, y orgullo teológico, al considerarse distinguido por encima de los demás,
con la promesa de la salvación eterna. En esta tesitura, lo más probable es
que se reafirmase en su actitud de repudiar cualquier oficio mecánico, in-
cluso viéndolo como cosa del diablo, si se le ofrecía la oportunidad de con-
templar a los grandes señores protestantes utilizando las manos para
trabajar.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Dentro de los otros tres grupos de población española entregados a


la vaguería o la ociosidad, verdaderos objetores laborales, dispuestos a iniciar
cualquier conducta para rehuir el trabajo, el formado por el tropel de ban-
didos o ladrones que asolaba España, era el que llevaba la misma vida ano-
dina o vulgar, que en otros países. En cambio, el mundo de los pícaros y el
de los criados se atenía en la España de los siglos XVI y XVII a unas caracte-
rísticas bastante específicas.
El pícaro, arquetipo de “vago profesional cultivado”, era un insumiso
independiente que se valía del ingenio para engañar y mentir, lo que le ser-
vía para ocultar su postura extranormativa y alcanzar mejor las metas per-
sonales. Aunque no renunciaba a un trato con otras personas, solía hacerlo
con un sentido utilitario, puesto que ante todo se servía a sí mismo. Hacía así
honor a su carácter de sujeto independiente, descolocado y rebelde a la do-
mesticidad. En suma, como postula Maravall (1990), «el pícaro quiere ha-
cerse su vida». El mismo escritor español ha dedicado profundas páginas al
análisis de la relación amo-criado.
En brusco contraste con el pícaro, el criado o lacayo era el arquetipo
de la domesticidad aburguesada. Sabedor de la modestia de su cuna y su linaje
y resignado con su condición servil, depositaba todas sus esperanzas en lle-
var una vida descansada y ociosa a la sombra de su señor, al que solía ser-
vir con absoluta fidelidad. Se satisfacía con que se le diese a cambio de su
servicio, la comida, la cama y el vestuario, sin hacer ascos a alguna que otra
dádiva. Ponía todo su empeño en ganarse la confianza de la familia de su
amo para que se le considerase más como un allegado familiar que como un
asalariado. El criado arquetípico se sentía satisfecho comiendo hasta har-
tarse y trabajando lo menos posible.
Pero había otros criados que se habían “apicarado” dejando de estar
resignados con su destino doméstico. El criado podía volverse insumiso y ad-
quirir la sabia picaresca cuando simultaneaba el oficio servil con la amistad
de algún personaje ingenioso que vivía del engaño y de la mentira. También
podían llegarle los modales pícaros a través de conversaciones, ya que, como
escribe Pierson (1998), la «vagancia se convirtió en un estado de vida, que po-
pularizó la novela picaresca».

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

Entre los criados puros y los criados pícaros se insertaba la modalidad


del criado bufón o gracioso. Era un género de criado que no había sustituido la
sumisión a su amo por la conducta de motivación independiente, sino que
seguía siendo un criado arquetípico, satisfecho con llevar una vida doméstica
llena de holganza y con abundante comida.

2.4. El progreso evolutivo de los métodos de trabajo

Los procedimientos utilizados en el trabajo se han ido modificando a


lo largo de los tiempos, siempre en el sentido del progreso laboral en su
doble magnitud, como un ahorro del esfuerzo humano y como una eleva-
ción del rendimiento productivo.
El descubrimiento del animal como “bestia de carga” fue el notable re-
fuerzo aportado por el periodo Neolítico al sistema de trabajo. El espectacu-
lar salto revolucionario moderno de este sistema aconteció en la Inglaterra
del siglo XVIII cuando se inició la Era Industrial con la incorporación de la
gran maquinaria a los centros de trabajo y el consiguiente avance energético
polidimensional en cascada. Finalmente, el siglo XX sirve de marco a la utili-
zación laboral de la electrónica, instrumentalizada en las formas de la robó-
tica y la informática, al tiempo que se incorporan al trabajo las benéficas
modificaciones inducidas por una nueva disciplina científica denominada er-
gonomía.
Si nos atenemos a los grandes hitos señalados, la evolución siempre as-
cendente del sistema de trabajo queda distribuida en estas cuatro fases:

— Primera fase: se caracteriza porque el ser humano estuvo entregado


a realizar un descomunal esfuerzo físico para sobrevivir, sin contar
con otro instrumental que sus brazos, potenciados con herramien-
tas elementales, como ganchos y bastones, a partir de la época del
Homo faber, el hombre obrero prehistórico.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

— Segunda fase. está señalizado su comienzo hace diez mil años por la
transformación del Hombre Paleolítico, cazador y nómada, en el
Hombre Neolítico, agricultor y sedentario, transformación valo-
rada por el antropólogo alemán Gehlen como la primera gran cri-
sis de la Humanidad. Fue entonces cuando este nuevo hombre
descubre en el animal un apoyo idóneo para descargar sobre él gran
parte de su trabajo y de esta suerte economizar fuerza energética
propia, además de permitirle la realización de tareas inalcanzables
hasta entonces. Para el mejor aprovechamiento de la potencia mo-
triz zoológica, se fueron poniendo en acción una serie de disposi-
tivos mecánicos rudimentarios y máquinas muy simples.
— Tercera fase: es la era de la automatización y abarca los siglos XVIII y
XIX, que fueron el escenario de la nueva incorporación industrial
de las grandes máquinas mecánicas, térmicas y químicas.
— Cuarta fase: es la era electrónica y se extiende a lo largo del siglo XX
como la época postmoderna de los robots y los ordenadores. A la
revolución electrónica se le denomina también revolución digital, en
atención a la tecnología manejada. La tecnología digital se ha acre-
ditado como una especie de sobretecnología.

Las dos primeras fases laborales se comentan por sí mismas. Por ello,
a continuación me limitaré a estudiar la fase científicoindustrial y la fase elec-
trónica postindustrial, o sea en su totalidad la evolución del trabajo en las tres
últimas centurias.
El ser humano comenzó a sustituir de una forma masiva el animal
por la máquina como principal fuente de energía laboral en Inglaterra hace
casi trescientos años. Esta fase laboral de maquinismo y automatización se
cubrió de gloria industrial, científica y social al agregar a la serie de poten-
tes motores mecánicos, una serie de máquinas térmicas, químicas y bioló-
gicas.
La ciencia física experimentó una auténtica renovación en sus princi-
pios, renovación plasmada en el nacimiento en 1824 de la termodinámica, a
partir del trabajo de Sadi Carnot sobre la potencia motriz del fuego. La ter-

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

modinámica, ciencia sustentada sobre el efecto mecánico inducido por el


fuego o la combustión, es decir, la observación de que el calor es capaz de
hacer girar un motor, se distinguió pronto por aportar un nuevo punto de
vista sobre las transformaciones físicas. Esta observación fue un aconteci-
miento revolucionario, ya que hasta entonces el único uso industrial imagi-
nable del carbón era el de servir para calentar a los obreros. A la luz de las
correlaciones energéticas estudiadas como principal tema por la termodiná-
mica, se confirmó el principio de la conservación de la energía, pero con
una modificación sustancial: la energía se conserva, pero sometida a proce-
sos de cambio, algunos de los cuales, según postula el segundo principio de
la termodinámica, pueden ser irreversibles. Estos estados de irreversibilidad,
se englobaron en la nueva noción de entropía.
Como es obvio, el desarrollo de la gran industria se disparó con el im-
pulso proporcionado por una maquinaria cada vez más compleja y poli-
morfa, alimentada por una energía polidimensional, ramificada entre las
acciones mecánica, calorífica y química. En torno a la descomunal prolife-
ración de fábricas, la sociedad occidental tomó la fisonomía de una sociedad
industrial.
Al tiempo, el ser humano se vio descargado de un cuantioso volumen
de trabajo. Aparecieron espacios de tiempo sin tener qué hacer y se elevó la
calidad de vida en su vertiente material, pero no en su sentido existencial o
espiritual. Estaba haciendo eclosión la cultura del ocio y la sociedad de con-
sumo, o sea una doble orientación humana aberrante cuando menos, ya que
la aportación de bienes y de tiempo disponible protagonizada por la pode-
rosa industria pudo haber tomado otra marcha ya en su inicio.
El propio trabajo mecánico se volvió menos ingrato y mejor adaptado
a la persona. En suma, el pueblo decimonónico podía pensar que se encon-
traba en el paraíso. Pero no todo el mundo laboral disfrutaba de estos be-
neficios.
Entre las víctimas de la automatización y la extrema parcelación del
trabajo consiguiente, aparecen en primer lugar los trabajadores dedicados a
un área muy reducida. Se pone además en órbita al superespecialista como
un trabajador que “sabía todo de nada”.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Otras víctimas fueron los obreros relegados a servir a una máquina


mediante la repetición de un comportamiento elemental automático. Su tra-
bajo quedaba así reducido a la forma de un tic perpetuo.
También aparecieron nuevas actividades que no permitían desarrollar
la capacidad de la creatividad. Se extendió el paro laboral al ser suplantado
el trabajador por la máquina. Todas estas secuelas infortunadas de la indus-
trialización que acabo de referir, se han ido amortiguando con el tiempo,
pero sin dejar de seguir dando algunos coletazos.
En la renovada organización del trabajo tecnológica en el siglo XIX se
introdujeron dos lacras de larga vida, aun vigentes hoy: el burocratismo y el
“peterismo”.
La burocracia representa un elemento social necesario. Su existencia
data de las antiguas civilizaciones. Con ocasión de descifrar la escritura je-
roglífica egipcia, una de las sorpresas recibidas fue el alto grado de interés de-
positado en torno a los datos estadísticos administrativos, como la relación
de los elementos de intendencia, el recuento de las pérdidas ocasionadas por
una batalla, etc.
Aquí hablamos de burocratismo o burocratización para hacer notar la
inflación de la burocracia y la pérdida de su carácter de servicio para trans-
formarse en una exigencia. Últimamente se ha instalado en nuestra socie-
dad el lamento de no poder escapar de las garras de la administración.
El “peterismo”, o sea la hegemonía del Principio Peter, fue impuesto en
el medio laboral de la mano del burocratismo. Los autores británicos, ha-
ciendo gala de su fino humor sarcástico, han esgrimido este principio para
hacer notar la tendencia laboral a detener el ascenso progresivo del trabaja-
dor, al llegar a un puesto que desborda su capacidad. Una vez fracasado en
su nuevo cargo, el empleado queda aparcado allí de un modo indefinido. La
consecuencia es el establecimiento de un entramado de funcionarios o tra-
bajadores incompetentes que interfieren la labor realizada por sus compa-
ñeros aptos o capaces.
Durante el siglo XX los avances laborales más importantes se registra-
ron en la electrónica y la informática. La primera criatura electrónica cono-
cida como robot fue patentada en 1954 por un investigador estadounidense.

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

Fue el escritor checo de ciencia ficción Kavel Capek quien acuñó el vocablo
“robota”, con el significado de trabajador esclavo o servil. Este término hizo
singular fortuna y comenzó a aplicarse a máquinas o muñecos capaces de re-
alizar las funciones asumidas por una persona.
La red mundial de ordenadores conocida como internet ha sido la úl-
tima sensacional aportación de la construcción electrónica con tecnología
digital. Este fantástico instrumento de trabajo nos permite navegar por un
mundo virtual, o sea un espacio real ocupado por palabras o ideas de per-
sonas reales pero sin presencia física. Un nuevo mundo, que a algunos les re-
sulta tan fascinante que se vuelven adictos a él1.
A mediados del siglo XX ha emergido la nueva ciencia del trabajo co-
nocida como “Ergonomía”, que, sobre la base mixta de la Medicina y la In-
geniería, pretende alcanzar este haz de objetivos: el bienestar del trabajador,
el aumento de su rendimiento, la disminución de los accidentes laborales y la
prevención de las enfermedades de tipo laboral. Para ello presta una especial
atención a rehumanizar la actividad laboral y su medio ambiente a tenor de
la comodidad y la salud del trabajador.

2.5. El funcionamiento comunitario de la empresa

La empresa se ha convertido en una célula básica de esa economía de


mercado que se ha apoderado de la sociedad actual. La segmentación de las
empresas en entidades estatales y entidades libres, tiene un primordial inte-
rés. Sólo la empresa que dispone de una libertad de acción suficiente, fun-
ciona plenamente como una institución humana, o sea, una comunidad,
entendida como una colectividad presidida por un interés y unos valores co-
munes. A medida que el poder gerencial de la empresa se estataliza, se dis-
persan o disgregan los valores compartidos. Los valores de la empresa
genuina se introducen progresivamente en la mente del trabajador, como

1
Remito a mi estudio sobre adicción a Internet en Las nuevas adicciones. Madrid. Tea ediciones,
2003.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

postulan los expertos canadienses en salud mental laboral Therriault, Streit


y Rhéaume (2004). Por consiguiente, el trabajador de una empresa autónoma
o libre deja de moverse primordialmente por el interés individual del salario
a medida que se mentaliza con el interés productivo común. Ello no signi-
fica que su preocupación individual se desentienda de la ambición personal
de ganar más o merecer un ascenso.
Los intereses empresariales comunes están presididos por el modo de
trabajar, la producción de bienes y la obtención de un rendimiento econó-
mico en relación con el capital invertido. Queda así dibujado el perfil de la
empresa como una comunidad de trabajo, producción y rendimientos. El
trabajo en toda empresa se organiza en torno a estas tres clases de actividad:
la creativa, la directiva y la operativa.
El parangón de la empresa con una gran familia ofrece el gran acierto
de que la familia y la empresa constituyen un sistema abierto. Un sistema, por
tanto, integrado por conductos internos y abierto a otras instituciones aná-
logas y a la macrosociedad. La doctrina sistémica se ha posesionado hoy del
estudio de la familia. La mayor parte de los terapeutas de familia se atienen
al modelo sistémico. Por ello, muchos datos comprensivos sobre la familia
podrían aplicarse a la empresa. Ambas instituciones sociales básicas se nu-
tren de la interrelación comunicante entre sus miembros.
No todo cambio de impresiones ni mucho menos reúne los re-
quisitos de una comunicación. La comunicación es un proceso circular
de intercambio de mensajes transportados por la palabra, o por los ele-
mentos de la comunicación corporal (posturas, mímica y gestos), o por
ambos. La comunicación se constituye como un proceso circular signi-
ficativo, establecido entre dos o más individuos, cada uno de los cuales
asume el doble papel de emisor y receptor.
Cuanto más densa es la circulación de mensajes a través de los cana-
les de comunicación y mayor su riqueza cualitativa conexionando miembros
de distinto estamento, tanto más elevado es el valor comunitario de la em-
presa, y con toda probabilidad, por consiguiente, asimismo su nivel produc-
tivo o el volumen de sus rendimientos.

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

La comunicación circulante por los canales internos de la empresa se


sistematiza en dos categorías: la simétrica, entre individuos de la misma ca-
lificación laboral, y la asimétrica, entre individuos de distinta categoría. Su
respectiva designación como comunicación horizontal y vertical representa
un grave error, ya que por definición toda genuina comunicación exige que
ambos interlocutores estén situados en el mismo plano, aunque el papel co-
municante asumido no sea equiparable y es entonces cuando debe hablarse
de comunicación asimétrica, por ejemplo, entre un jefe y su empleado, o
entre un paciente y su médico.
Hay empresas en las que escasea demasiado el tipo de comunicación
asimétrica. Esta penuria crea malestar institucional y suele traducirse en un
descenso de la productividad o del rendimiento operativo.
En cambio, la comunicación asidua y sistemática entre personas del
mismo nivel laboral suele ser tan densa, que sirve como jugo nutricio para
crear relaciones interpersonales de trabajo, de simpatía o amistad. Precisa-
mente, la relación comunicativa mantenida por el personal de la empresa
entre sí es la plataforma sobre la que se constituye lo que en las ciencias psí-
quicas se denomina un grupo o psicogrupo. Podemos dar por constituido un
grupo psíquico cuando una serie de personas, con un número entre cuatro
y catorce, se reúnen con cierta periodicidad y hablan entre sí. La comunidad
empresarial ofrece un medio muy propicio para que sus miembros se con-
greguen en grupos.
El miembro de un grupo cuando se encuentra reunido con los otros
miembros experimenta una profunda modificación en sus actitudes, ideas y
sentimientos, sobre todo a expensas de dos poderosos influjos: primero, la
integración en el grupo supone aceptar el espíritu del grupo y sus objetivos;
segundo, el jefe o el líder que ha asumido la dirección del grupo posee un
poderoso ascendiente sobre los demás miembros. Por otra parte, el grupo
posee una fuerte dinámica propia que le conduce muchas veces a modificar
sus propósitos iniciales y tomar una senda distinta.
La mayor parte de los grupos emergentes en las empresas pertenecen
a uno de estos tres tipos:

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

— El equipo de trabajo, integrado por personas de la empresa que o com-


parten la misma actividad, o poseen análoga formación laboral, o
desempeñan su trabajo en lugares próximos. La cohesión intragru-
pal obedece a razones de trabajo y su apertura a otros grupos es
franca y puede estar teñida de camaradería o de competitividad.
— La peña de amigos o compañeros, cohesionados entre sí por vínculos de
simpatía, afinidad personal, aficiones o ideología. Suelen ser grupos
mucho menos estables que los equipos de trabajo y con frecuencia
cambian de estructura o tema y ofrecen el riesgo de convertirse en
un grupo cerrado.
— La camarilla, designación que aquí empleo para los grupos cerra-
dos, o sea constituidos a lo largo de cierto tiempo o indefinida-
mente por las mismas personas, sin altas ni bajas. La camarilla o
“capillita” es casi siempre el resultado de una ligazón afectiva densa
entre sus componentes. Su frente exterior suele estar saturado de
agresividad contra los individuos ajenos al grupo o contra otros
grupos.

La dinámica tan viva de los grupos hace que los criterios de cohesión
intragrupal experimenten fuertes modificaciones. De esta suerte el grupo
puede cambiar espontáneamente de temática y hasta de estructura en un
breve periodo de tiempo. Si valoramos el impacto sobre la comunidad cau-
sado por cada uno de los tres tipos grupales, el resultado sería el siguiente:
el grupo de trabajo representa un magnífico apoyo para el conjunto de la
empresa, tanto en sus aspectos humanos como en sus rendimientos y pro-
ductividad; el grupo tipo peña puede significar una gran ayuda suplemen-
taria para la empresa al reforzar la moral y las ilusiones del trabajador,
aunque sus influjos pueden torcerse en función de un líder poco recomen-
dable o por transformarse en un grupo cerrado; finalmente, el grupo tipo
camarilla constituye una amenaza para los demás trabajadores y para la in-
tegridad de la institución empresarial, ya que dada su cerrazón se autoali-
menta de agresividad y después la dirige contra las personas ajenas. Aunque
el foco central de interés inicial para el grupo cerrado sea de significado

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

noble y de altitud de miras, su propia cerrazón le conduce a acumular en su


interior fuertes tensiones pasionales entre sus miembros, que buscan la sa-
lida al exterior en forma de violencia poco discriminada.
Contamos con el antecedente de muchas empresas que se han extin-
guido arrolladas por el estruendoso caudal de violencia fabricado por gru-
pos de presión cerrados. La aparición de un grupo cerrado en una empresa
tiene a veces tal entidad y fuerza, que es como si se hubiese constituido una
segunda empresa, hostil a la otra. Su comparación con el establecimiento de
un cáncer en el organismo humano está justificada y nadie, creo yo, me podrá
reprochar, la falta de precisión de esta imagen biológica. Por ello, la aplica-
ción de medidas preventivas para evitar la formación de psicogrupos cerra-
dos alcanza la entidad de la lucha contra una especie de cáncer empresarial.
La política empresarial preventiva contra la irrupción de grupos ce-
rrados se sistematiza en torno a estas tres pautas: primera, la activación su-
ficiente de los canales de comunicación simétrica y asimétrica; segunda, el
intercambio de personas y temas entre los grupos abiertos ya constituidos;
tercera, el descarte de los trabajadores violentos o pasionales para encum-
brarse como líderes o cabezas de grupo.
Uno de los momentos más delicados de la vida empresarial es el rela-
cionado con la introducción de algún cambio que puede afectar al personal,
al organigrama de la empresa o al estilo de producción. Estos cambios son
hoy más ineludibles que nunca. Y es que al hecho de que todo individuo está
sujeto a cambios, y por eso se dice “somos siempre el mismo pero nunca lo
mismo”, hoy estamos inmersos en un época sociocultural sujeta a profun-
das modificaciones incesantes, que justifican definir a la sociedad contem-
poránea como una sociedad de cambios acelerados. Por lo tanto, una
empresa estática sería considerada hoy como una institución anacrónica.
Al tiempo, resulta inevitable que todo cambio sea acogido con recelo,
desconfianza o temor por parte de los afectados. Para evitar estas reacciones
de inseguridad en el personal de la empresa, que puede llegar a constituir
una oleada de pánico colectivo, los dirigentes están obligados a ofrecer a sus
empleados una información veraz y serena sobre las modificaciones empre-
sariales que se avecinan o rumorean.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El mantenimiento de una información suficiente día a día sobre la


marcha de la empresa puede facilitar mucho las cosas cuando lleguen mo-
mentos difíciles o sea inminente alguna modificación importante funcional
o estructural. Otro asunto de primordial interés para evitar la fosilización de
la empresa es la organización periódica de cursos de reciclaje sistemático o
específico para todo el personal, naturalmente con arreglo a un programa dis-
tribuido en fechas distintas, con objeto de evitar una ausencia laboral masiva
del personal.
La empresa, como ya quedó dicho, es un sistema abierto. Su apertura
preferencial guarda relación con los proveedores y otras empresas análogas.
La relación con empresas de la competencia puede colorearse con matices
distintos, desde la coordinación hasta la enemistad, sin olvidar la rivalidad.
El enfrentamiento interempresarial puede redundar en graves perjuicios fun-
cionales para ambas empresas rivales y embargar con un estrés hipercom-
petitivo a sus correspondientes ejecutivos y dirigentes.
Por todos sus flancos, la empresa presenta una relación de apertura
recíproca con la macrosociedad en la que está inmersa. En la vía centrípeta,
la prestación de una atención suficiente a los cambios sociales para hacerse
cargo de ellos o asimilarlos en la forma conveniente, es una actitud empre-
sarial previsora, imprescindible además para evitar el desfase de la institución.
A la vez, el establecimiento de un filtro selectivo para protegerse contra las
fuentes de violencia sociocultural y el mundo de las drogas, resulta una pre-
caución imprescindible para su propia supervivencia.
Por su parte, la vía centrífuga, ocupada por la publicidad y la propa-
ganda, es la senda idónea para informar en forma debida a los clientes, des-
pertar el interés en otras personas y sobre todo para cultivar el prestigio
social de la institución.
Estamos invadidos ya por la presencia de cambios empresariales re-
volucionarios, a lomos de la nueva tecnología de la información y la comu-
nicación, representada hoy sobre todo por internet. Hay quien cataloga estos
cambios como el acontecer de la tercera revolución industrial.
Aquí vamos a conceder especial atención a la nueva forma de activi-
dad laboral constituida por el teletrabajo (telework), o sea el trabajo a distan-

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Modos de trabajo a lo largo de los tiempos

cia. El trabajo alejado de la empresa, hoy facilitado por el nuevo instrumen-


tal como el ordenador portátil, puede realizarse o en una oficina secundaria,
o en un centro sucursal, o desde un lugar no fijo, o en el propio domicilio
del trabajador. Sus ventajas se concretan en el incremento del rendimiento
productivo y en la disminución del estrés ocasionado por la rigidez del ho-
rario, el desplazamiento, la incompatibilidad con la vida familiar, etc. Por su
parte, el teletrabajador para salir indemne de una actividad que implica la
suspensión de las relaciones interpersonales directas con los jefes y compa-
ñeros, debe reunir ciertas condiciones personales, en especial la capacidad de
autoprogramación, el ejercicio de hábitos disciplinados y la posesión de un
yo suficientemente sólido para acometer por sí mismo la resolución de pro-
blemas y la toma de decisiones, sin sumirse en el desaliento.
El trabajo electrónico en casa es, tal vez, la mayor novedad ofrecida por
el género del teletrabajo. En esta modalidad de teletrabajo, el individuo dis-
pone de la más amplia flexibilidad horaria, siempre condicionada a priori
por la responsabilidad de obtener el rendimiento productivo pactado con la
empresa. A las ventajas e inconvenientes citados para el teletrabajo en ge-
neral, se agregan dos nuevos riesgos importantes que ensombrecen el trabajo
electrónico hogareño: primero, la tentación de divertirse con el ordenador y
convertirse en un cibernauta inveterado o adictivo; segundo, la elevada inci-
dencia del sobrepeso o la obesidad, como resultado de la falta de ejercicio fí-
sico unida al picoteo de alimentos innecesarios.
La sustitución del esfuerzo humano por el manejo de instrumental
electrónico es un fenómeno progresivo, que puede convertirse o en una ame-
naza o en una liberación. Su aspecto amenazador consiste en la disminución
de la cuota de trabajo estable o definitivo. Su efecto liberador se traduce en
la disponibilidad individual de un mayor volumen de tiempo libre. Lo evi-
dente es que nos encontramos ante una creciente reducción masiva de la
cantidad de trabajo humano necesario para hacer funcionar la máquina del
mundo.
El tiempo dirá la última palabra.

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3
LAS CUATRO PARCELAS DE LA VIDA
ACTUAL

3.1. Una clave para la felicidad

El trabajo se ha introducido de lleno en la vida presente por una vía


doble: primero, como una obligación o un deber comunitario y, segundo,
como un derecho personal. Por ello, su práctica se ha vuelto imprescindible
para acceder al corpus de la realidad social y para estimular el proceso de
maduración de la personalidad.
La presencia de la dedicación a un trabajo en el proyecto vital de la
persona resulta hoy un dato constante obligado. No puede concebirse en el
presente la redacción de un proyecto de vida en ausencia del interés o la en-
trega a un trabajo, a no ser que medien circunstancias excepcionales o ele-
mentos discapacitantes.
Con ocasión de ser preguntado acerca de lo que debía de ser capaz de
hacer bien una persona sana, el fundador del psicoanálisis, doctor Sigmund
Freud, respondió con este sabio apotegma: «Lieben und arbeiten» (amar y tra-
bajar). La capacidad de trabajar es hoy un parámetro de salud psicofísica
fundamental, cada vez más valorado por la sociedad. En cambio, la socie-
dad se desentiende mayormente del funcionamiento amatorio. Tal vez sea
esto así, o para respetar la intimidad de la persona, o para evitar introducirse

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

en una problemática compleja, donde se combinan los sentimientos y la


comunicación interpersonal con el placer físico. De todos modos, la capa-
cidad de amar está presente de algún modo en el indicador de salud men-
tal que atiende al desempeño del papel correspondiente en el ámbito
familiar.
Por otra parte, las capacidades de amar y trabajar no sólo coinciden
como referencias o indicadores de salud mental, sino que su puesta en prác-
tica supone emprender una marcha que consolida el estado de salud o de
bienestar. Amor y trabajo representan además un premio de aproximación
a la felicidad o tal vez la felicidad misma.
Como está de moda afirmar que “el fin no justifica los medios”, aun-
que luego este postulado sólo sirva para ser transgredido, parece oportuno
plantearse con gallardía si el trabajo es un medio o un fin. El somero análi-
sis del funcionamiento de la sociedad occidental actual, haciendo abstrac-
ción de elementos ideológicos, denota, desde mi punto de vista, que el trabajo
es, a la vez, un medio y un fin, de modo que es una actividad que se justifica
a sí misma. En cuanto medio, el trabajo es utilizado como un instrumento
válido para muchas cosas: subsistir, insertarse en la realidad, integrarse en la
sociedad, madurar como persona, ahuyentar el sedentarismo y desarrollar
las neuronas. Es tan importante este conjunto de objetivos que eleva la in-
tercesión del trabajo a la categoría de fin en sí mismo. Para no sacralizar el
trabajo, conviene reflexionar sobre el recorte de que no vivimos para traba-
jar, porque hay otros fines en la vida superiores al trabajo que cada uno debe
buscarse o proponerse, pero no por ello se puede prescindir de la verdad ca-
tedralicia de que “vivimos trabajando”.
Con independencia de que el trabajo sea utilizado o vivenciado como
medio, como fin o como ambas cosas, su presencia es casi una realidad cons-
tante, no sólo en el proyecto personal, como ya hemos visto, sino a lo largo
de la propia vida humana. Al niño se le imparte una educación obligatoria
mediatizada por un programa de disciplina marcado por una agenda de tra-
bajo. Se le socializa para que sea un buen trabajador el día de mañana y se le
asedia con la pregunta qué querrá ser de mayor. El adolescente se siente mu-
chas veces confuso cuando se le apremia para que tome una decisión voca-

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Las cuatro parcelas de la vida actual

cional sobre su ruta de trabajo. Cuando la elección presenta dificultades se


recurre a las pruebas de orientación profesional como si fuera la consulta de
la esfinge. El joven se esfuerza en incorporarse cuanto antes al medio labo-
ral y trata de ajustarse a su nuevo ambiente para convertirse en un adulto ma-
duro y estable, o sea, un trabajador experimentado. Al final del ciclo vital, la
jubilación traumatiza a no pocos por vivir su nueva situación como una es-
pecie de muerte social, ya que se les ha arrebatado la práctica del trabajo, tal
vez el único tema sólido de su vida.
El trabajo, visto desde la salud mental, es un módulo de bienestar y
uno de los objetivos vitales, pero no la finalidad primordial de la vida ni su
meta suprema. Al menos, habrá que contar con que el trabajo no ocupa todo
el tiempo cronológico, por lo que resulta imprescindible recurrir a otras ac-
tividades para cubrir la totalidad del día o de la semana. Parece un tanto pa-
radójico que a la vez que el tema del trabajo ha ido escalando posiciones en
el proyecto de la vida, su cuota temporal se ha ido reduciendo a pasos agi-
gantados. Las 70 u 80 horas de trabajo semanal que era el promedio hace al-
rededor de ciento cincuenta años en las grandes industrias y talleres y en el
sector agrícola, fue menguando a menos de la mitad, como consecuencia
del sensible acortamiento de la jornada laboral y de la instauración del des-
canso durante los fines de semana. La reducción de la cantidad del tiempo
empleado en el trabajo se incrementa si se toma como marco de referencia
el mes o el año, al incorporarse a la cuota de asueto la serie de nuevos días
feriados y el periodo anual de vacaciones.
Con todo, en esta progresiva invasión de la holganza que viene acon-
teciendo a lo largo de los tiempos modernos y postmodernos, tal vez lo más
significativo sea el descenso del número total de años de vida dedicados al
trabajo. Hoy como es obvio, se comienza a trabajar más tarde, plazo alargado
aún más con frecuencia por la lacra del desempleo juvenil, mientras el retiro
se ha anticipado, adelantamiento intensificado muchas veces por la opción
voluntaria de la jubilación precoz. A todo ello se agrega el acortamiento del
trabajo diario y semanal, los nuevos días feriados, el mes anual de vacacio-
nes y cuando resulta posible, al menos para el personal docente, el disfrute
del llamado año sabático cada siete años.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Cómo ocupar el enorme volumen de tiempo extralaboral es un tema


acuciante en el presente. La solución más cabal y adecuada puede ser la re-
partición sistemática del día en tres parcelas omnipresentes en la vida hu-
mana: el tiempo del sueño, el tiempo sociofamiliar y el tiempo libre antes
definido como tiempo de ocio. Su denominador común es el apartamiento
del trabajo. Hay programas de vida donde este apartamiento se atiene a una
línea divisoria nítida marcada por el cronos. Pero no siempre ocurre así. El
mantenimiento de la escisión con la práctica del trabajo es una exigencia que
se vuelve bastante difícil o ficticia cuando se trata de un ejercicio profesional
o de una actividad directiva, ya que son ocupaciones que trascienden su es-
tricto tiempo cronológico para infiltrarse por los otros tres territorios. El pro-
fesional y el ejecutivo se entregan de lleno a su específica tarea sin parar
mientes en sustraer horas al sueño, seleccionar a tenor de sus intereses las
amistades y los temas de conversación y aprovechar el tiempo libre para am-
pliar conocimientos. La profesión y el cargo directivo son ocupaciones que
desbordan lo que es el trabajo en sí para convertirse con frecuencia en un es-
tilo de vida.
La distribución tetrapartita equilibrada del tiempo del reloj y del ca-
lendario, o sea, el tiempo objetivo o físico, constituye una norma de salud
mental y, a la vez, cuando las cuatro parcelas se mantienen armónicas, re-
presenta una sólida clave de felicidad. Todo el mundo sabe más o menos lo
que es dormir bien y gozar de un ambiente familiar apacible y de unas ex-
celentes relaciones interpersonales de trato y amistad. El problema aparece
al afrontar la ocupación del tiempo libre. El tiempo libre hoy conceptuado
como tiempo de libertad, en la doble orientación del recreo y de la cultura,
nació como tiempo de ocio. Fue, sin duda, un nacimiento torcido porque el
término ocio daba la falsa impresión del descanso mediante la inactividad,
error que todavía no se ha corregido hoy del todo.
El sistema de vida cuatripartito mencionado ha de estar sometido a
esta doble regulación temporal: por una parte, la orientación disciplinada
normativa, tomada con flexibilidad, a tenor de las indicaciones del tiempo
objetivo, o sea, el reloj y el calendario; por otra, las modificaciones introdu-

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Las cuatro parcelas de la vida actual

cidas en la disciplina horaria por las preferencias personales, ateniéndose así


al tiempo subjetivo o tiempo existencial. Parece evidente, por tanto, que se
trata de un sistema de vida dotado a la vez de regularidad normativa y de es-
pontaneidad personal.
En la esfera de la salud se maneja hoy con particular interés la noción
de la calidad de vida. Esta noción nació en los años sesenta del siglo pasado
en el círculo de los sociólogos y los economistas estadounidenses como la
evaluación del nivel material de vida. Al incorporarse el índice de la calidad
de vida a los criterios de salud mental, su significado se amplió a la ver-
tiente psicoespiritual. Las ciencias psíquicas entienden hoy por calidad de
vida sana el conjunto formado por unos hábitos saludables y libres del con-
sumo de sustancias tóxicas y una situación vital al menos aceptable para el
criterio del observador y la vivencia del sujeto. En el examen de la situación
vital se distribuye la atención en tres focos: el nivel material, el bienestar
psíquico y social y el sentido de la vida, conexionado íntimamente con la li-
bertad y el proyecto. Pues bien, por mi parte vengo proponiendo desde
hace varios años la ampliación del índice de calidad de vida con el paráme-
tro de la distribución equilibrada y flexible del tiempo en cuatro sectores
(trabajo, sueño, familia, tiempo libre) y el análisis del funcionamiento de
cada uno de ellos.
La asociación de un sueño grato y suficiente, una familia armónica y
abierta a la macrosociedad, un trabajo vivido como una actividad propia y un
tiempo libre a caballo entre el divertimento y la cultura, puede ser el desidé-
ratum tetrapartito en los planos del bienestar y la felicidad, y la plataforma
idónea para hacer felices a los demás. La felicidad no se compra pero sí puede
conquistarse con la complicidad de una estrategia que establece una equili-
brada y flexible repartición del tiempo disponible entre los cuatro grandes
capítulos que forman el programa de la vida humana: el amor o la amistad,
la libertad, el trabajo y el descanso.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

3.2. El tiempo de sueño

No puede dejar de llamar la atención que el ser humano pase dur-


miendo aproximadamente el tercio de su vida. Los otros dos tercios corres-
ponden al estado vigil. El ciclo vigilia-sueño es, por tanto, todavía algo
desproporcionado, me atrevería a decir afortunadamente, al tiempo que la-
mento la ausencia de una desproporción todavía mayor.
Tanto por conveniencia natural como por regulación cultural, la noche
es dada al hombre para dormir y el día para estar despierto. Ocurre lo con-
trario en los hábitos de los animales depredadores. He aquí al menos un
rasgo que nos diferencia de los animales especializados en cazar durante la
noche. La cultura impuso al hombre aprovechar la luz solar para sus activi-
dades. El hábito tradicional de fidelidad al ciclo claridad-oscuridad no se mo-
dificó mayormente con el advenimiento de la luz eléctrica.
Tal vez lo más importante al respecto de reservar la noche para dor-
mir sea que la condición natural de la persona aprovecha mejor el sueño
cuando se inicia antes de medianoche. Se ha descrito en una fecha reciente
el síndrome del retardo del sueño que afecta especialmente a los adoles-
centes y los ancianos cuando toman la costumbre de acostarse ya muy en-
trada la noche o al amanecer por propia voluntad, o porque no pueden
dormir a la hora deseada, o por cualquier otro impedimento, y demoran el
levantarse hasta después del mediodía. El sueño sujeto a este emplazamiento
horario notoriamente retrasado es muy poco reparador, suele tener una du-
ración por encima de lo común y se complica con frecuencia con datos psi-
copatológicos como cuadros de ansiedad o depresión o trastornos de
conducta.
El estado del sueño se compone de la combinación de dos ritmos: el
sueño lento, que abarca el 80% del sueño de la noche y proporciona una re-
posición física, y el sueño rápido, que abarca la fracción restante del 20% y
sirve para la restauración psíquica y la organización de la memoria y el apren-
dizaje.

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Las cuatro parcelas de la vida actual

La respectiva denominación de sueño lento y sueño rápido corres-


ponde al tipo de ondas bioeléctricas. El grado de lentificación de las ondas
propias de este sueño lento, juntamente con otras características, permite
distribuirlo en cuatro niveles:

— El estadio I o sueño muy ligero (adormecimiento): cursa con ritmos


alfa lentos (7,5-8 c.p.s.) y actividad theta (4-7 c.p.s.).
— El estadio II o sueño ligero: cursa con ritmos theta, interrumpidos
con ráfagas rápidas. Estos dos primeros estadios abarcan el 50%
de la noche.
— El estadio III o sueño profundo: cursa con ritmos delta (1 a 4 c.p.s.)
y theta (4-7 c.p.s.)
— El estadio IV o sueño muy profundo: cursa con ritmos delta gene-
ralizados. Estos dos estadios de sueño profundo abarcan el 25%
de la noche.

Por su parte, el sueño rápido cursa con ritmos rápidos de bajo voltaje,
un trazado cerebral paradójicamente muy semejante al que se asocia a la ac-
tividad mental durante el estado vigil. Por eso, se le denomina también sueño
paradójico. El nombre de sueño MOR, por el que igualmente se le conoce
obedece a las siglas de Movimientos Oculares Rápidos, un signo habitual
suyo. Esta denominación se maneja más con las siglas inglesas como sueño
REM (Rapid Eye Mouvement). El sueño rápido abarca el 20-25% de la
noche. Su primera presentación ocurre unas dos horas después de haberse
iniciado el sueño, a partir del primer ciclo de sueño profundo. Es una mo-
dalidad de sueño peculiar que puede considerarse como un sueño profundo
acompañado de la aceleración de los ritmos cardiaco y respiratorio, la pre-
sencia de movimientos oculares rápidos, el estado de relajación muscular y
la vasodilatación de los órganos genitales. La mayor parte de los sueños y en-
soñaciones acontece en el marco del sueño rápido.
A lo largo de la noche, el sueño se inicia por un estadio ligero, progresa
después hacia el nivel profundo y entra más tarde en una fase de sueño rá-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

pido. A medida que avanza la noche los periodos de sueño rápido se vuel-
ven más largos y frecuentes, en torno a una duración media de 20 minutos.
La evolución de los diversos estadios del sueño experimenta profundas va-
riaciones según la edad.
Las dos modalidades del sueño obedecen a una regulación rítmica dis-
tinta, asumida por su respectivo marcador o reloj biológico. El regulador
cronológico interno está sujeto en ambos casos a los influjos de agentes ex-
ternos conocidos por ello como sincronizadores, en cuya serie figuran algu-
nos factores psicosociales como la distribución horaria de las comidas, la
hora de acostarse o el tiempo asignado a las relaciones interpersonales o al
trabajo, conjuntamente con ciertos datos ambientales como las variaciones
circadianas o diarias del ciclo día-noche o las oscilaciones de la temperatura
del entorno. Con relación a la influencia externa ejercida por los sincroniza-
dores, el comportamiento de los respectivos reguladores es notoriamente
distinto en el sueño lento y en el rápido. El regulador del sueño lento es muy
débil y se deja modificar fácilmente por la influencia de los sincronizadores.
En cambio, el sueño rápido tiene un regulador muy firme, que ofrece una es-
pecial resistencia al influjo ejercido por los factores externos. Por ello, la mo-
dificación de la hora de dormir influye inmediatamente sobre el ritmo del
sueño lento en el mismo sentido de adelantamiento o retraso, y, por con-
traste, encuentra mucha resistencia en cambiar el ritmo del sueño rápido,
con lo que se establece cierto desfase o desincronización entre los dos com-
ponentes rítmicos del sueño. De aquí se infiere la importante sugerencia sa-
nitaria de procurar iniciar el sueño todos los días a la misma hora.
El adelantamiento de la hora de acostarse suele ser menos nocivo que
la demora. Ello se debe a que el retraso de la hora habitual de dormir impone
al sueño lento el consiguiente retraso y en cambio el sueño rápido al no de-
jarse modificar experimenta una presentación anticipada en el conjunto del
sueño, y esta relativa anticipación suele ejercer una acción depresiva. Debe
tenerse presente a este respecto que el acortamiento del tiempo de latencia
del sueño rápido, o sea el tiempo transcurrido entre el inicio del sueño y la
primera presentación de una fase suya, desciende en el cuadro depresivo por
debajo de su nivel habitual, oscilante entre 90 y 120 minutos. La presentación

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Las cuatro parcelas de la vida actual

adelantada del sueño rápido en el ciclo del sueño global, dicho en otros tér-
minos, el avance de fase del sueño paradójico, constituye el marcador bioló-
gico dotado de mayor significación para confirmar el diagnóstico de la
enfermedad depresiva.
El adormecimiento tiene un significado especial porque supone la rup-
tura con la realidad y la interrupción del estado vigil. Viene a ser como un
espacio transicional donde se sustituye la experiencia de la realidad por el
vacío de la soledad, o sea el contacto relacional con los otros por el recogi-
miento en la intimidad propia. Los niños requieren el arrullo o la canción de
cuna de la madre para tranquilizarse y dejarse invadir por el sueño. En las
demás edades la presentación de alucinaciones, las denominadas alucinaciones
hipnagógicas, es muy frecuente. Esta masiva invasión alucinatoria la he expli-
cado yo mismo en un trabajo reciente como la compensación necesaria para
cubrir el vacío mental impuesto por la supresión de la conexión con el medio
externo, supresión denominada desaferentación en los círculos científicos.
Una vez que hemos aportado información suficiente para denotar que
a todo trabajador le conviene acostarse con regularidad —a la misma hora—
todas las noches, si es posible antes de sonar las doce campanadas, pasa-
mos a revisar a continuación los aspectos cuantitativos y cualitativos del
sueño, con el objeto primordial de distinguir los buenos y los malos dor-
midores.
La necesidad individual del sueño ofrece una amplia variación de unas
personas a otras. El 99% de la población dedica al sueño una cantidad de
horas por día entre cinco como mínimo y nueve como máximo. En la franja
comprendida entre las seis y las ocho horas se encuentra el 70-80% de la po-
blación. Por lo general, la actividad física requiere más tiempo de sueño para
superar la fatiga que la actividad intelectual.
Para calibrar la calidad del sueño se recurre en casos patológicos es-
peciales a la polisomnografía, método que consiste en registrar a lo largo del
descanso nocturno varios parámetros fisiológicos, en especial estos tres: el
electroencefalograma, el electro-oculograma y el electromiograma. Los datos
recogidos por este triple registro permiten conocer con todo detalle la es-
tructura del sueño, es decir, a la vez que ofrecen una lectura directa de las su-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

cesivas fases del sueño y de sus respectivos momentos de presentación, fa-


cilitan el cálculo de la fracción del sueño correspondiente a cada uno de los
cinco estadios.
La evaluación de la calidad del sueño se efectúa en la práctica clínica
diaria atendiendo sencillamente al autoinforme del sujeto, complementado
en algunos casos con el testimonio suscrito por sus allegados. Los datos que
nos permiten concluir si estamos ante un dormidor bueno o malo, no sólo
se refieren al hecho en sí del sueño y de la noche, sino al buen funciona-
miento diurno ya que sobre todo la somnolencia o la falta de atención sue-
len ser la consecuencia de un sueño de mala calidad. Es conveniente precisar
si hay consumo de alcohol, tabaco o café, sustancias que ejercen unos efec-
tos fisiológicos perturbadores sobre las cualidades idóneas del sueño.
He aquí la relación de los datos de significado negativo para la eva-
luación cualitativa del sueño:

— El periodo de latencia del sueño superior a treinta minutos, o sea,


la demora en conciliar el sueño más dilatada de media hora.
— La inestabilidad del sueño reflejada en dos despertares o más.
— La incidencia de pesadillas frecuentes.
— La presentación precoz del despertar definitivo.
— La duración del sueño superior a nueve horas o inferior a seis.
— La impresión subjetiva displacentera sobre el descanso proporcio-
nado por el sueño.
— La somnolencia durante el día o el funcionamiento torpe de la aten-
ción o de la capacidad de vigilancia.
— El uso de medicación hipnótica o hipnofacilitadora.
— El consumo de alcohol, tabaco o café para influir sobre el curso
del sueño o durante el tiempo que precede al momento de acos-
tarse.

Los malos dormidores, o sea, aquellos sujetos que presentan al menos


un rasgo sómnico negativo con cierta intensidad o reiteración deben ser con-
siderados como personas de calidad de vida precaria, que acumulan además

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Las cuatro parcelas de la vida actual

el riesgo de verse implicados en un accidente de trabajo o de circulación. En


la estrategia de prevención de accidentes laborales debería incluirse la inda-
gación de los aspectos negativos del sueño en todos los trabajadores ocu-
pados en una actividad de cierto peligro.
Existe una serie de formas de organización del trabajo que impiden
dedicar la noche a dormir o que obligan a interrumpir el sueño nocturno.
Consiguientemente, estas actividades determinan en una alta proporción de
trabajadores la presentación de un desfase o desincronización de los ritmos
del sueño, a veces complicada con la disminución del sueño rápido. Esta
modificación sómnica encierra una seria amenaza para la salud mental o la
física y muestra una especial tendencia a reflejarse en trastornos de este tipo:
alteración del sueño o un sueño de calidad mediocre, trastorno psicosomá-
tico, actos antisociales, consumo de drogas o farmacodependencia, crisis de
ansiedad o pánico o episodio depresivo. Al tiempo, se establece una signifi-
cativa disminución del rendimiento laboral, una tendencia al absentismo o
una propensión a los accidentes.
Las formas de organización del trabajo que impiden o perturban el
sueño nocturno son el trabajo de noche, el trabajo rotatorio, el trabajo posta,
las actividades de transporte y el servicio de guardias.
El trabajo nocturno supone nada menos que imponer al sujeto un plan
de ordenación temporal al revés, o sea, dedicar al sueño parte del tiempo
diurno y reservar para el trabajo la totalidad del tiempo de la desactivación
nocturna. Resulta especialmente penosa la entrega al trabajo durante el “agu-
jero” de una a tres de la mañana, acorde con su alta afinidad a la fatiga y los
accidentes. Entre los trabajadores nocturnos abundan los malos dormidores,
a causa sobre todo de tener un sueño demasiado corto o un índice bajo de
sueño rápido.
El trabajo rotatorio impone una sucesión de cambios en la estructura
temporal de la vida, que pueden llegar a un nivel de la disociación o la dis-
gregación, como si fuera el tiempo desintegrado del enfermo esquizofré-
nico. Para amortiguar este efecto anarquizante de la turnicidad e imponer
cierta regularidad temporal, resulta aconsejable recurrir al mayor alarga-
miento posible de los turnos, interponiendo entre ellos el intervalo mínimo

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

de seis meses. De todos modos, conviene precisar que hay trabajadores que
se inclinan por optar por la rotación rápida, con un cambio de turno cada 2
ó 3 días.
El llamado trabajo de posta debe su nombre al antiguo servicio de co-
rreos o de carruaje de viajeros caracterizado por el cambio de caballos de tre-
cho en trecho. Esta modalidad de trabajo cíclico persigue el objetivo de
asegurar la continuidad del funcionamiento laboral mediante la intervención
sucesiva de tres o cuatro equipos, que se suceden sin interrupción a lo largo
de una jornada de veinticuatro horas. Durante los fines de semana, el trabajo
posta puede ser suspendido o no. Este tipo de trabajo se encuentra en fase
de requerimiento progresivo. El relevo de estos trabajadores suele atenerse
a distintas normas. La acción nociva de esta modalidad laboral sobre la salud
presenta bastantes analogías con el trabajo por turnos, porque en definitiva
es un trabajo sometido al relevo periódico, si bien se procura reducir la ne-
cesidad de efectivos durante la noche.
Para proteger a los trabajadores nocturnos, rotatorios o cíclicos con-
viene aplicar esta serie de medidas especiales:

— El reforzamiento de la motivación laboral.


— El alivio de la presión ambiental impactada sobre el trabajador.
— La mejora de sus condiciones de vida.
— La revisión de su estado de salud por los médicos con especial asi-
duidad.
— La compensación de tipo económico o mediante algunos días de
asueto.

Para los servicios de guardia se recomienda que cada noche en vela se


acompañe de un día de reposo laboral absoluto lo más rápidamente posible.
De todos modos, el daño ocasionado a la salud por este tipo de trabajo varía
mucho en función del tema. Las guardias sanitarias constituyen la especie
mejor conocida del trabajo sometido a guardias periódicas. Sus implicacio-
nes nocivas alcanzan una cuota psicopatológica elevada, al reforzarse la des-

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Las cuatro parcelas de la vida actual

compensación rítmica impuesta por la presentación de la jornada de guardia


con el distrés o estrés excesivo ocasionado por la asociación de la prisa y la
sobretensión propia de la responsabilidad clínica.

3.3. El tiempo sociofamiliar

El tiempo sociofamiliar es la parte de tiempo no dedicada al trabajo,


que se halla ocupado por las relaciones familiares y las actividades sociales,
tal como indica su denominación. Esta parcela del tiempo no se encuentra
totalmente deslindada del tiempo entendido como tiempo libre, ya que al-
gunas ocupaciones propias del tiempo libre se hallan incluidas dentro de las
actividades sociales.
El tiempo sociofamiliar es esencialmente un tiempo de encuentro y
comunicación con los demás. Tiene una gran importancia cómo lo cubren
los trabajadores porque este tiempo se contrapone al tiempo de estar solo o
tiempo de solitud. Uno de los análisis más interesantes de esta modalidad de
tiempo consiste en estimar la comparación del porcentaje del tiempo pasado
con otras personas con el del tiempo pasado solo.
Conviene, por otra parte, diferenciar entre solitud y soledad. Soledad
es el sentimiento del que se siente solo y solitud es estar solo. La solitud du-
rante cierto margen de tiempo es recomendable, ya que permite a cualquiera
encontrarse consigo mismo, o sea con sus recuerdos, sus imágenes o sus
experiencias. Desde el punto de vista de la salud mental, la solitud domici-
liaria no es recomendable para nadie. Y si alguien tiene que vivir solo, puede
tratar de neutralizar sus riesgos entregándose a relaciones muy asiduas con
los vecinos o los visitantes.
El tiempo social responde a una necesidad que es la comunicación y
relación con los demás. El ser humano es un animal social. Cuando Aristó-
teles definía al hombre como animal político trataba de hacer notar su con-
dición de ser de polis, de ciudad, de comunicación, de convivencia con los
demás. Este tipo de tiempo nos va a exigir analizar en los operarios ciertos

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

indicadores sociales de salud mental que son el funcionamiento familiar y las


redes sociales.
Antes de introducirnos de lleno en la evaluación del funcionamiento
familiar y social mantenido por el trabajador, resulta imprescindible dedicar
unas líneas, que por fuerza han de ser breves, a la gran crisis actual de la fa-
milia, acontecida en el marco de la cultura occidental. La primera profunda
modificación de la familia se produjo al final del siglo XVIII, cuando se im-
puso en la selección conyugal el sentimiento amoroso como el criterio más
importante. Como no podía ser menos, dado que la familia es un subsis-
tema inmerso en el sistema globalizante integrado por la sociedad, la impo-
sición de los sentimientos sobre el criterio paterno casi absoluto hasta
entonces fue el reflejo sociocultural liberador de la Revolución Tecno-Cien-
tífico-Industrial actualizada desde 1815, a partir de la conclusión de las gue-
rras napoleónicas. El cambio operado entonces en profundidad consistió
en que la actitud humana trascendentalista o sobrenaturalista, en la que la fi-
gura divina en la familia era el padre, fue sustituida por una actitud huma-
nista y empírica, centrada en la criatura humana y basada en la observación
de los hechos.
Este modelo decimonónico de familia paternalista amorosa, larga,
prolífica y con cierto equilibrio de poderes entre el patriarcado y el filiarcado,
experimentó el definitivo coletazo revolucionario a partir de 1965, con el
detonante representado por el descubrimiento de la píldora contraceptiva y
la inmediata liberación de la mujer y su masiva incorporación a los centros
de estudio superiores y a los mercados de trabajo. Con este nuevo cambio
se cerró la metamorfosis de la larga familia patriarcal cepa o de linaje, cali-
ficada así por la fidelidad mantenida por sucesivas generaciones a la casta o
raíz de procedencia, en la familia corta postmoderna de cohesión tan débil
entre sus miembros, que amenaza con extinguirse.
El principal rasgo de la familia postmoderna tal vez sea el de no estar
sujeta a un modelo único. Su notoria diversidad preferencial se distribuye
entre la pareja sin hijos o con uno o dos hijos, el grupo monoparental o la
agrupación de descendientes donde se mezclan los hermanos biológicos

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Las cuatro parcelas de la vida actual

con los medio hermanos o los hermanastros. Hemos de reconocer que la trí-
ada madre-padre-hijos, el núcleo de la familia tradicional, la célula base de la
sociedad teísta de antaño, se ha estrechado y ha transferido su papel social
primordial a la individualidad. Hoy, cada quien funciona muchas veces en la
sociedad más como individuo que como miembro de un grupo familiar. Y,
sin embargo, sería muy conveniente para la salud de la población seguir apos-
tando por el grupo familiar y ayudar a su restablecimiento. Esta ilusión es
más una esperanza que una expectativa, ya que los signos de debilidad de la
institución familiar se agolpan con fuerza, como puede observarse en la su-
cinta relación siguiente: el retraso progresivo del emparejamiento estable,
sustituido por la difusión masiva de la cohabitación juvenil; la notoria dis-
minución de la fecundidad; la tasa de divorcios y separaciones tan elevada
que en muchos países europeos supera el 50%; la pérdida de significación de
la diferencia entre niños nacidos dentro y fuera del matrimonio.
Para efectuar una evaluación del funcionamiento familiar, partimos
de la base de entender por familia la serie de personas que viven juntas.
Por lo tanto, en primer lugar, enfocamos su organización estructural aten-
diendo a cuántas personas conviven con el trabajador, la relación de pa-
rentesco entre ellas y él y su distribución por generaciones o con arreglo
a la edad.
Como indicadores del funcionamiento familiar, nos sirven algunos as-
pectos de la familia fáciles de detectar, como los siguientes:

1º. El tipo de vínculo de la pareja, o sea la naturaleza de la unidad conyu-


gal, manejando como referencias primordiales los tres lazos de
unión siguientes: el amor, la atracción o los sentimientos; el acuerdo
razonable acompañado de cierto índice de satisfacciones mutuas, o
la rutina o la forzosidad en un contexto conyugal conflictivo.

2º. La proporción de enfermos físicos y mentales que están integrados en la es-


tructura familiar, puesto que a medida que la proporción de enfer-
mos se acrecienta, se debilita la consistencia de la entidad.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

3º. El grado de atención dispensada a los niños. Es muy raro que una fami-
lia funcione adecuadamente si no se atienden bien las necesidades
afectivas, intelectuales y materiales de los niños.

4º. El nivel de comunicación entre los distintos miembros de la familia, distri-


buida sobre todo entre dos canalizaciones distintas: los canales fun-
cionantes entre miembros de la misma generación, por ejemplo
entre los hermanos, y los canales por lo que cursa la comunicación
de generaciones distintas, sobre todo entre los padres y los hijos.

5º. El índice de apoyos y de enfrentamientos registrados entre los hermanos,


en la pareja o entre padres e hijos.

6º. La recepción brindada por la familia al equipo de salud mental. Es muy cu-
rioso consignar que la familia recibe tanto mejor a los equipos o
personas que le brindan su apoyo cuanto mejor funciona la fami-
lia, o sea cuanto menor es la necesidad de la intervención de un ex-
perto en salud mental. A medida que la familia va precisando más
una intervención de este tipo, la acogida dispensada a los expertos
y sanitarios se vuelve más desagradable y recelosa

7º. La apertura social de la familia. Toda la familia debe ofrecer suficiente


margen de apertura a la sociedad porque si no puede convertirse en
una entidad cerrada, con lo cual deja de funcionar como una fami-
lia para constituir un clan. Un clan es como un grupo cerrado en el
que sus miembros tratan de apoyarse incondicionalmente unos a
otros en contra de los demás, convirtiéndose así en un psicogrupo
cerrado. Una de las características del grupo cerrado es su propen-
sión a servir de marco a la elaboración de grandes potenciales de
agresividad o violencia contra las personas o las instituciones aje-
nas al grupo.

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Las cuatro parcelas de la vida actual

La teoría más aplicada actualmente a los estudios de psicología y psi-


copatología familiar es la teoría sistémica, que concibe la organización de la
vida humana como un gran sistema distribuido en subsistemas que se inte-
rrelacionan entre sí. Hoy cuando se habla de terapia familiar suele tomarse
como referencia la modalidad sistémica. Desde el punto de vista práctico,
si se modifica un punto del sistema puede modificarse el conjunto del
mismo. Si en una familia se empieza a tratar a un individuo, puede cambiar
la totalidad de la familia, alcanzando muchas veces el cambio global el sen-
tido contrapuesto a lo que se podía esperar desde el punto de vista del giro
individual.
Por su parte, las relaciones sociales se estructuran en un conjunto de
redes sociales. Se distinguen las redes sociales primaria, secundaria y tercia-
ria. La red primaria abarca las personas con las que se tiene más profundo
trato, o sea los amigos íntimos y los familiares con los que se convive. La red
secundaria se compone de relaciones de amistad más superficiales y de fami-
liares más alejados. Y por último, la red terciaria se refiere a las relaciones más
o menos indirectas, o sea compañeros de trabajo, amigos de sus amigos y
vecinos.
Desde el punto de vista de las conexiones sociales, la prioridad consiste
en que el sujeto tenga una red social primaria suficientemente cubierta donde
se incluya al menos un par de relaciones confidenciales profundas. Este dis-
positivo de las relaciones confidenciales representa hoy el elemento social que
más puede proteger contra los estados depresivos. Uno de los mayores fac-
tores de riesgo para la irrupción de un estado depresivo consiste en la caren-
cia de una relación íntima al menos con otra persona. En el análisis de la
estructura sociofamiliar del trabajador es preciso conocer cómo están cu-
biertas sobre todo las redes sociales primaria y secundaria.
A través de los indicadores familiares y sociales mencionados se dis-
pone de información suficiente para indagar la posible presencia de una dis-
función familiar, social o mixta. Cualquier disfunción de esta serie representa
un factor nocivo importante para la salud del trabajador y un agente de es-
trés sobreañadido a la tensión laboral.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

3.4. El tiempo libre

Hay una diferencia sustancial a este respecto entre el trabajo-trabajo y


el trabajo/profesión. El trabajo/profesión llena la vida y se extiende al
tiempo libre, al crear una corriente de ósmosis entre la actividad profesional
y el tiempo disponible. En cambio, la frontera entre el tiempo libre y el
tiempo de trabajo del asalariado o del empleado se atiene a una separación
bastante nítida y absoluta.
El tiempo libre y el ocio son conceptos dispares, en cierto sentido con-
trapuestos, pero coincidentes en su referencia al tiempo no laboral, o sea, el
tiempo disponible enteramente desprovisto de compromisos y obligaciones.
Hoy, en contra de los usos y costumbres, preferimos hablar de tiempo libre
en lugar de ocio puesto que el principal sentido del ocio, captado por la pri-
mera acepción del diccionario de la Real Academia, consiste en la inacción
o la desocupación. El ocio equiparado a la pereza se halla retratado en la fra-
seología popular donde se le presenta como “la madre de todos los vicios”
o como “el dulce no hacer nada” (“il dolce far niente”).
Yo mismo me acuso de haber hablado antaño de algunas variantes
más o menos aberrantes o extraviadas del ocio entre las que figuraban algu-
nas de las modalidades siguientes: el ocio estresante o competitivo; el ocio
dirigido o pasivo; el ocio de consumo o masificado; el ocio vacío o inactivo;
el antiocio, como aburrimiento o soledad, o el contraocio, como evasión o
cultivo de una afición preadictiva.
Si bien el ocio toma un aire de nobleza al constituir el contrapunto del
negocio, ello no le ha liberado de los comentarios adversos que le ha dedi-
cado una pléyade de sabios y pensadores a lo largo de la historia tomándolo
como una perversión vergonzosa o corruptora. Desde Cátulo, que atribuía
al ocio la destrucción de algunas ciudades prósperas, hasta Rousseau, que
consideraba a todo ciudadano ocioso como un bribón. Goethe llegaba a
equiparar la vida ociosa a una muerte anticipada. En definitiva, se ha definido
el ocio como una lamentable manera o de no hacer nada, o de perder o matar
el tiempo, y matar el tiempo equivale a matarse a sí mismo.

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Las cuatro parcelas de la vida actual

El ocio entendido como una desidia desprovista de actividad no sen-


taba bien ni siquiera a los caballos que tiraban de los carruajes por las calles
de París. A medida que estos équidos se aliviaban de su trabajo y disponían
de más tiempo de inactividad, eran más presa del nerviosismo y las descar-
gas motoras en forma de tics.
Por todo ello, el término “tiempo desocupado” tampoco resulta sa-
tisfactorio. Todo espacio cronológico sólo merece encuadrarse en el tiempo
biográfico cuando ha sustituido el vacío por una ocupación. La ociosidad, la
desocupación, el inmovilismo o la vagancia es la forma de vida preconizada
por el pasotismo.
En la Constitución Española, de 1978, se incluye el derecho al ocio. El
artículo 44.3 dice: «Los poderes públicos fomentarán la educación sanitaria,
la educación física y el deporte. Asimismo facilitarán la adecuada utilización
del ocio». Y el artículo 50 consigna lo siguiente: «Los poderes públicos... pro-
moverán su bienestar (se refiere a la tercera edad) mediante un sistema de ser-
vicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda,
cultura y ocio». El derecho al ocio reconocido por las normas constitucio-
nales democráticas debe formularse en realidad como un derecho al diver-
timento libremente elegido.
En cambio, el término “tiempo libre” alude sobre todo a un tiempo de
libertad, un tiempo disponible con licencia de ocuparse uno en lo que libre-
mente haya elegido, concepto neutral por lo tanto donde los haya. El tiempo
libre es reconocido hoy como un atributo fundamental del trabajador, ya
que es, a la vez, un derecho y una necesidad.
Por su parte, la necesidad de relajación, evasión o divertimento se ex-
tiende a todo ser humano incluido en la sociedad industrial. Se ha tomado el
tiempo libre como la única senda posible para librarse de la tiranía cronoló-
gica del trabajo. Pero a la vez ha de verse el tiempo libre como una conquista
del hombre, como una especie de descubrimiento del hombre en cuanto
Homo ludens, descubrimiento que pone en órbita nuestra función lúdica.
No se trata de fabricar sujetos perezosos, sino que hemos de unirnos
al psiquiatra belga Amiel (1985) para entender el tiempo libre en un sentido
ético como un fermento capaz de neutralizar las noxas laborales y facilitar

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

la germinación de actitudes activas y de nuevos intereses: «Saber servirse


bien de las distracciones es una materia de la pedagogía de la vida y de la
salud». Por lo tanto, las repercusiones positivas del tiempo libre sobre la en-
trega al trabajo resulta algo innegable, aunque no siempre sea así.
En el curso de la Revolución Industrial el trabajo y la producción se
alzaron como los ideales sagrados. Decía Huizinga entusiasmado: «Europa
se viste de ropa de faena», lo que no le impidió analizar «en qué grado la cul-
tura misma ofrece un carácter de juego», idea que le llevó a la conclusión de
que la cultura humana brota y se desarrolla en el juego. Con ello reivindicaba
Huizinga el importante papel cultural asumido por el Homo ludens, el hom-
bre que juega, a lo que se agregaba su intervención organizativa en la vida
humana reservando una cuota de tiempo axial para el despliegue de la liber-
tad con un sentido lúdico.
Una vez entendido el tiempo libre como espacio de divertimento o
recreación, tenemos que distinguir los dos significados del divertimento: el
de la fuga o evasión y el de la realización de uno como sí mismo, o sea, res-
pectivamente, el de disfrutar a secas y el de cultivarse. Sobre ello han deli-
berado mucho los filósofos con reflexiones graves, de tanta gravedad que a
veces desorienta. El pensador francés Blaise Pascal (1623-1662) proyectaba
su ideología sobre el modo de cubrir el ocio, hasta el punto de adscribir todo
tipo de divertimento a la tendencia humana a descargarse de la angustia pro-
porcionada por la conciencia de nuestro destino, al tiempo que, paradójica-
mente, interpretaba el malestar del hombre como un fracaso para vencerse
a sí mismo, a causa de «no saber permanecer en reposo en una habitación».
En su línea pesimista habitual centrada en una idea de la humanidad polari-
zada entre la miseria y el aburrimiento, el filósofo alemán Schopenhauer
(1788-1860), fiel a sí mismo, se entregaba con fruición en sus momentos de
holganza a la amargura total para reflexionar sobre la miseria, como repre-
sentación de la morbidez misma, y sobre el aburrimiento, como una de las
primeras causas de enfermedad. En tanto Pascal, con un sentido cristiano
galo, no renunciaba al divertimento con el pretexto de aliviar la angustia oce-
ánica, Schopenhauer, confinado en el nihilismo germano, denotaba desco-
nocer la vivencia de la diversión o del placer.

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Las cuatro parcelas de la vida actual

El sentido del tiempo libre en relación con la actividad laboral, se des-


dobla en estas dos orientaciones: el de ser empleado por el trabajador como
un medio para contrarrestar los efectos estresantes del trabajo y escapar así
de su destino; y el de ser ocupado por actividades conexionadas de algún
modo con la ocupación desempeñada, como si fueran un complemento
suyo, como ocurre sobre todo entre los profesionales, los ejecutivos y los
especialistas.
En torno al tiempo libre se plantean cuatro cuestiones primordiales: la
duración, la distribución, el contenido y las anomalías, asuntos que serán tra-
tados aquí de un modo sucesivo.
La duración del tiempo libre está en función de la duración del tiempo
de trabajo. La legislación de 1986 marcaba en España la duración máxima
del trabajo en una jornada de 8 horas y una semana laboral de 40 horas,
cantidad que hace 100 años se elevaba a sesenta horas. En el presente se
toma como referencia una semana laboral de 30 ó 35 horas, distribuidas
entre 5 días.
A medida que se acorta el tiempo de trabajo, se dilata el tiempo libre.
Si analizamos la moderna historia del trabajo para indagar la identidad de los
factores que han permitido reducir el tiempo de trabajo, nos encontramos
con que tradicionalmente el ser humano desarrollaba todo el trabajo auxi-
liado por las bestias, los llamados animales de carga. En los últimos 150 años
el soporte energético más importante del trabajo corre a cargo de las má-
quinas (motores de explosión, máquinas de vapor, turbinas, etc.). El pro-
ceso de la tecnificación o automatización del trabajo potenciado con el
desarrollo de la ergonomía, ciencia que vela por la salud y el bienestar del tra-
bajador en relación con la organización del trabajo, ha conducido a relativi-
zar el monopolio del interés laboral acaparado por la productividad y ha
permitido abreviar el tiempo de permanencia en la ocupación, de lo que se
ha beneficiado la extensión del tiempo libre.
Si nos remontamos a cualquier época medieval, podemos contemplar
cómo los agricultores organizaban su vida en función de las condiciones cli-
matológicas y la periodicidad de las cosechas y cómo su vida se repartía entre
el tiempo de trabajo y el tiempo de descanso, con un escaso margen para el

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

tiempo sociofamiliar y sin opciones para el tiempo de libre disponibilidad.


Con arreglo a esta perspectiva histórica la aparición del tiempo libre repre-
senta un capítulo del trabajo inédito, incorporado a los programas laborales
como un nuevo derecho del trabajador.
Si bien la magnitud del tiempo libre es función del acortamiento pro-
gresivo del tiempo de trabajo, no se trata de una proporcionalidad estricta o
exclusiva, ya que existen algunas actividades suplementarias que llevan su
tiempo, como las tres siguientes:

1. La gestión administrativa ocupa hoy una gran parte del tiempo de


todo el mundo. El pasaporte, el carné, la tarjeta tal o cual no son do-
cumentos que nos sean dados, sino que debemos tramitarlos a tra-
vés de gestiones burocráticas. La burocracia absorbe en todos los
países un amplio margen del tiempo extralaboral.

2. Los desplazamientos diarios necesarios para acudir al lugar del tra-


bajo deben contabilizarse en realidad como tiempo de trabajo aunque
no sea tiempo remunerado. A este tiempo consumido diariamente se
agrega el tiempo de fin de semana aprovechado por algunos trabaja-
dores para desplazarse al domicilio familiar cuando la ubicación de su
empleo les obliga a vivir alejados de la residencia propia.

3. La dedicación a hacer horas extraordinarias o practicar el pluriem-


pleo, entrega promocionada en general por el ansia de ganar más
para sostener la familia o facilitar el consumo de objetos de capri-
cho. Los numerosos artículos de lujo fabricados por la industria
tratan de sembrar en la población el deseo de adquirirlos. Con ello,
se propaga la necesidad de trabajar más para ganar más y así poder
adquirir cosas superfluas, que satisfacen las tendencias narcisistas o
competitivas. En consecuencia, las quejas por la falta de tiempo
proliferan cada vez más. Montesquieu ironizaba sobre la descorte-
sía de los ingleses, al considerarlos como «unas personas ocupadas

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Las cuatro parcelas de la vida actual

que ni siquiera tienen tiempo para quitarse el sombrero cuando se


encuentran con alguien».

Se partía de la idea de que a medida que el tiempo de trabajo se fuese


reduciendo y el tiempo libre experimentase la correspondiente ampliación,
el paro laboral como problema social podría irse solucionando. Pero el re-
sultado en los países desarrollados ha sido precisamente el contrapuesto, en
forma de un porcentaje de desempleo cada vez más alto. La problemática del
paro no ha encontrado la solución idónea en la reducción del tiempo de tra-
bajo, sino que se remonta a diversas variantes relacionadas con la política
laboral y económica, entre ellas la automatización y el desarrollo tecnológico.
Por lo que vemos, hay ciertos motivos de decepción en las esperanzas
depositadas en torno al tiempo libre, alentadas por una jornada de trabajo
cada vez más limitada: en primer lugar, porque su duración no es tan amplia
como se pensaba; en segundo lugar, porque no soluciona el problema del
paro y, en tercer término, porque se dilapida al ser manejado con una torpeza
verdaderamente inimaginable o al no poder esquivar el ansia de consumo o
de acumular plata. Por eso se dice con humor: “El trabajador siempre se está
quejando, antes se lamentaba de trabajar demasiado y de que no había tiempo
para divertirse, y ahora de que no hay trabajo ni ganas de divertirse”.
La jerarquización del tiempo libre permite distinguir dos categorías: la
del tiempo libre común de cada día o del fin de semana, y la del tiempo libre
extraordinario aportado por los días festivos o el periodo de vacaciones.
Como un tiempo libre especial cabe señalar el ocupado por alguna ce-
lebración festiva organizada por la empresa o por el centro de trabajo. Estas
jornadas festivas compartidas por los miembros adscritos a la misma co-
munidad laboral, se sitúan en la línea del ágape griego al representar una
feliz coyuntura para estimular la integración del trabajador en la empresa y
fortalecer el espíritu comunitario. La oportunidad es única para reanimar no
sólo la comunicación horizontal simétrica, entre unos trabajadores y otros,
sino la comunicación asimétrica, entre los directivos y los trabajadores, con
una circulación asimismo horizontal.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Durante largo tiempo hubo una gran resistencia a las largas vacacio-
nes de fin de semana, el célebre week-end o semana inglesa, ya que se pensaba
que iban a terminar con las ganas de trabajar. En efecto, al principio había
ocurrido algo así, puesto que los trabajadores llegaban el lunes al “tajo”
mucho más cansados que los demás días. Pero esta situación se ha ido nor-
malizando hasta integrarse los fines de semana vacacionales en el programa
de los trabajadores sin debilitar la continuidad del trabajo.
El momento sociolaboral es hoy propicio para que el disfrute del año
sabático (un año libre cada siete años), privilegio de los profesores univer-
sitarios, se convierta en un patrimonio generalizado. Como esta eventuali-
dad puede ser una realidad en el siglo XXI, no está de más ilustrar el
recuerdo del año sabático con un antecedente sacro y otro literario. La sa-
cralidad corresponde a los judíos cuando recibieron la orden de Dios de to-
marse unas vacaciones sabáticas, que debían dedicar a la liberación de los
esclavos, la cancelación de las deudas y el trabajo de la tierra. El genio lite-
rario alemán Johann Wolfgang von Goethe, a consecuencia de su trastorno
psíquico de tipo bipolar, entraba cada siete años en una fase de creatividad
desbordante, acompañada de un erotismo exaltado y el inicio de un nuevo
amor con una mujer joven. El tiempo fragmentado en septenios o ciclos de
siete años ha sido, pues, al tiempo, un patrimonio del Dios judaico y un
feliz jalón en la biografía de Goethe, y ahora podemos estar en vísperas de
universalizarlo.
El contenido para llenar el tiempo libre ha de ser libremente asumido
dentro de las cien mil posibilidades existentes. El tiempo libre es sobre todo
tiempo de libertad. Hay una gran cantidad de actividades para ocuparlo de
un modo satisfactorio. Sobre la base de la libre elección, conviene sujetar su
contenido a estas dos condiciones: en primer lugar, la de ofrecer algún con-
traste con la naturaleza del trabajo, de modo que si el trabajo habitual es muy
sedentario conviene reservar una parte importante del tiempo libre para el
ejercicio físico, desde un paseo hasta una práctica deportiva; en segundo
lugar, la de repartirse con cierto equilibrio entre la actividad física o manual
y la mental o intelectual, y entre el puro divertimento o la evasión y el en-
cuentro consigo mismo o con los otros.

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Las cuatro parcelas de la vida actual

El dato definidor del tiempo libre estriba más en su valencia de liber-


tad objetiva y subjetiva que en el tipo de ocupación: uno puede comenzar y
terminar la tarea cuando quiere y es libre para intercalar pausas o introdu-
cir modificaciones a voluntad. Cuando en el tiempo libre se desarrollan ac-
tividades semejantes a las del trabajo, su específico elemento diferencial es
la libertad sentida y realizada, o sea la libertad como vivencia y como agente
real.
Vamos a entrar ahora en las anomalías que desvirtúan el sentido del
tiempo libre. Pueden distribuirse estas anomalías en tres órdenes: la inva-
sión del tiempo libre por el estrés, el aburrimiento o la pesadilla; su coarta-
ción por la presión ajena, o su ocupación por actividades nocivas para la
salud o para la sociedad.
El tiempo libre en cuanto tiempo de distracción, de entretenimiento,
de recreación, vivido como evasión o como el cultivo de sí mismo en la ver-
tiente corporal o en la vertiente espiritual, implica la desconexión sistemática
con el estrés del trabajo. Pero cuando el tiempo libre no se desprende del es-
trés, sino que es embargado o por las preocupaciones del trabajo, o por la
prisa, o por los compromisos sociales o familiares, deja de funcionar como
tal tiempo libre.
Otra forma de anulación del tiempo libre ocurre cuando se transforma
en tiempo aburrido. Langeweile es la palabra alemana que se traduce por abu-
rrimiento y que significa etimológicamente “tiempo largo”, con lo cual que-
remos señalar que el elemento más importante del aburrimiento es que el
tiempo se hace muy lento, como si nunca terminara de pasar. Conviene dis-
tinguir dos formas básicas de aburrimiento: el aburrimiento individual o en-
dógeno, incubado por una personalidad anómala o que emana de un estado
especial, por ejemplo un cuadro depresivo, en cuyo marco mórbido se ex-
tingue la posibilidad de vivir el tiempo libre, y el aburrimiento reactivo, como
respuesta a unos acontecimientos carentes de interés, cuya presencia en el es-
pacio del tiempo libre sólo puede justificarse como un producto extraño.
Si bien durante el aburrimiento el tiempo se hace muy lento, casi
eterno, en la rememoración ocurre todo lo contrario, ya que la extensión del
tiempo pasado es función de su riqueza en experiencias interesantes. Lo que

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

interesa pasa muy rápidamente y lo que aburre dura demasiado. Pero en los
recuerdos el lapso de tiempo aburrido se vuelve minúsculo al diluirse los
datos sin interés, mientras que el tiempo rico en contenidos interesantes se
expande para poder albergarlos.
El tiempo libre toma la forma de una inaguantable pesadilla en los su-
jetos adictos al trabajo y en los que se refugian en el medio laboral para con-
solarse de sus desventuras sentimentales, familiares o sociales. El trabajo
adictivo o instrumentalizado como refugio o consuelo sigue ocupando la
mente del trabajador la mayor parte del día y anula su disposición para dis-
frutar del tiempo no relacionado estrictamente con la actividad ocupacional.
El tiempo libre queda anulado o destruido cuando es sometido a una im-
posición ajena o a unos contenidos obligatorios. El tiempo alejado del trabajo
organizado por una institución o por un gobierno sin contar con la iniciativa
personal, no puede contabilizarse como un tiempo libre, sino como un tiempo
institucionalizado o gubernamentalizado, en definitiva un tiempo colocado
bajo el mando de los otros. El tiempo libre ha de partir de la actividad perso-
nal, sin sujetarse a un estricto condicionamiento ambiental. En todos los paí-
ses hay una serie de instituciones totalitarias que anulan de modo masivo el
tiempo libre de las personas acogidas en ellas. Así funcionan los internados de
los colegios, los hospitales, los buques de guerra, los cuarteles o las cárceles.
En casi ninguno de estos recintos el tiempo libre es una realidad posible.
Ha habido dos grandes escritores ingleses, Orwell y Huxley, que coin-
cidieron hace algunos años en anunciar mediante un presagio pesimista,
pero con orientaciones distintas, la aproximación de grandes riesgos para la
humanidad en forma de la pérdida de la libertad o de la individualidad. Mien-
tras que Orwell trataba de alertar sobre la organización de la cultura occi-
dental en una forma supercontrolada y dirigida por el big brother (el hermano
mayor), Huxley definía el mayor riesgo del futuro como la construcción de
una mentalidad colectiva uniforme que borrase la individualidad o las pe-
culiaridades del individuo. En tanto Orwell estaba preocupado por la per-
dida de libertad, Huxley localizaba el riesgo social más importante en la
uniformidad o el igualitarismo.

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Las cuatro parcelas de la vida actual

A pesar de que el poder hercúleo del hermano mayor orweliano ha


quedado algo disperso en estas sociedades que llamamos sociedades de con-
trol, su encarnación en forma de grupos de poder es una realidad percepti-
ble. Por otra parte, la masificación —en el sentido del predominio del
hombre masa descrito por Ortega, en forma de una uniformidad mental—
es un proceso colectivo moderno facilitado por la influencia ejercida por la
televisión. En definitiva, ambos presagios han tomado carta de realidad: el
de Orwell mediante las características de las sociedades occidentales super-
programadas y el de Huxley en la forma de la sociedad de masas, doble plas-
mación real que confirma la genial perspicacia futurológica de ambos
grandes escritores.
Con arreglo al mimetismo televisivo, la uniformidad prevista por Hux-
ley se va imponiendo de un modo progresivo. La mentalidad discursiva se ha
transformado en una mentalidad imagen, que, propulsada por la pantalla te-
levisiva, deja de lado las actividades reflexivas para cultivar las afirmaciones
breves, a ser posible divertidas. La cultura tipográfica ha dejado el paso a la
cultura del espectáculo.
La ocupación del tiempo libre por actividades nocivas para la salud
individual o para la armonía de la sociedad despierta cuando menos vivas
sospechas sobre la vigencia de la auténtica autonomía personal. Dedicar el
tiempo alejado del trabajo, por ejemplo, a comportamientos de violencia o
al consumo de drogas, cobra además el significado de una evasión laberín-
tica autodestructora. Y no hablamos sólo de la entrega a las drogas quími-
cas sino al juego de dinero, las compras inútiles, las comidas pantagruélicas
y otras actividades abusivas o adictivas semejantes. No olvidemos que el
ejercicio de la libertad es un valor de salud dotado de un profundo sentido
social.
Análoga catalogación antisanitaria o antisocial cabe aplicar a la ten-
dencia extendida entre adolescentes a dedicar el tiempo libre a la comisión
de transgresiones o actos ilegales, muchas veces en forma colectiva. Tales
comportamientos infantojuveniles pueden entenderse como intentos abe-
rrantes de aproximación al logro de una identidad propia.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

En algunos festejos populares o folclóricos tipo carnaval se aprovecha


la bulla, o para liberar las tendencias reprimidas tomando la senda de la au-
toafirmación y ser más uno mismo, o, por el contrario, para adoptar los com-
portamientos propios de algún modelo ideal y abandonar la identidad propia.
En cualquier caso, las transgresiones inmanentes a unos festejos institucio-
nalizados al modo de los carnavales suelen ser objeto de control guberna-
mental y de limitaciones legales para impedir la aparición de conductas
antinormativas o generadoras de erosión social.
La entrega del tiempo libre personal a los demás constituye uno de los
actos humanos más generoso y sacrificado posible. Afortunadamente, abun-
dan los ejemplos de este tipo de altruismo extremo. Tal vez el caso más rei-
terado en este sentido sea la dedicación de las horas de asueto al cuidado o
a la protección de otras personas o de sus intereses. Según refiere Plutarco
en la Vida de Pericles, este genial estadista ateniense que da el nombre al siglo
V antes de la Era Cristiana, se las arregló para disponer del tiempo libre ne-
cesario para dedicarlo al gobierno de la ciudad a expensas de su tiempo per-
sonal de trabajo. A tal efecto “hizo vender de una vez toda su cosecha anual
y luego compraba en el mercado todo lo que necesitaba”.
El tiempo libre se desvirtúa a sí mismo cuando toma una expansión hi-
pertrófica que absorbe el tiempo de trabajo. La imposición monolítica del
tiempo libre es una trayectoria biográfica registrada, por ejemplo en ciertos
individuos o algunos grupos o asociaciones entregadas al ocio en el sentido
del pasotismo. Un modo de vivir compartido por mentes inútiles y por men-
tes geniales más o menos extraviadas.
El tiempo existencial del vagabundo, un modelo de pasotismo no va
más, está condicionado o impuesto por circunstancias de la vida harto pe-
nosas. Si bien en sus raíces se encuentra algunas veces una filosofía de la vida
dotada de valencias interesantes, el mundo del vagabundo errante se des-
arrolla embargado por la miseria o construido en torno al alcoholismo o a
la psicosis. La mayor parte de los vagabundos lo son sin haber pretendido
serlo, simplemente arrastrados por unas circunstancias biográficas terrible-
mente adversas o infortunadas.

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Las cuatro parcelas de la vida actual

3.5. El tiempo de vacaciones

Al amplio sector de la población que aprovecha las vacaciones para


huir de la vida habitual y dejarse absorber por la vorágine de la circulación
y el ruido en forma de atascos de carretera y un ambiente de voces ruidosas
y música a todo gas, conviene recordarle el elogio poético tributado por Fray
Luis de León cinco siglos atrás al comportamiento digno de la sabiduría:
«Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escon-
dida senda, por la que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido».
Quede claro que para nuestro ilustre fraile se califica como sabio al que sabe
elegir un camino propio y buscar el descanso con arreglo a su interés indi-
vidual, y en la misma medida se aleja del aborregamiento o la masificación.
En nuestra nación, como en los demás países europeos poblados por
una sociedad postindustrial, se halla muy extendido el disfrute de minivaca-
ciones o puentes en forma de un alejamiento del domicilio cotidiano como
si se tratase de una escapada, una fuga o una evasión. La acumulación ma-
sificada de esta conducta a la misma hora y en los mismos lugares es como
la estampida de un gran rebaño, dicho en términos etológicos. Y como el ser
humano es social por naturaleza pero no gregario, experimenta en el seno
de este enjambre/masa una degradación del nivel de la personalidad que fa-
cilita el desbordamiento de las emociones elementales y las tendencias pri-
marias en el marco de una conciencia crepuscular y poco lúcida. La
contemplación de un éxodo vacacional de tal calaña permite al espectador,
por el contrario, afirmar su individualidad y reflexionar sobre la estupidez
humana.
Al comienzo del advenimiento vacacional, ocupado primero por la
tarde de los domingos y después por “la semana inglesa” (week-end), estos
breves momentos de asueto solían vivirse de una forma atosigante y agota-
dora como si hubiera llegado el maná. A consecuencia del cansancio indu-
cido por querer aprovechar cada minuto, el trabajador tardaba en recuperar
la forma varias horas o días. Esta baja forma, de duración muy breve, era la
expresión de la fatiga producida por su entrega descompensada en las cor-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

tas horas de asueto a la diversión. Sobre esta base se llegó a poner en cues-
tión el mantenimiento del “fin de semana” e incluso la utilidad de cualquier
tipo de vacaciones.
Afortunadamente, se impuso el criterio general de atribuir la fatiga del
lunes a un modo inconveniente de disfrutar las vacaciones por unos traba-
jadores o empleados que hacían las primeras lides en actividades recreativas.
De esta suerte no hubo argumentos que oponer a la instauración del mes
anual de vacaciones.
Si bien, como iremos viendo, el tiempo de vacaciones es un tiempo de
ciertos riesgos, mucho más que eso, las vacaciones son el marco donde acon-
tece la sustitución de la actividad ligada al trabajo por, digámoslo en mayús-
culas, una ACTIVIDAD LIBRE, un auténtico tiempo sagrado que no se
puede perder ni disipar, una ocasión de oro para el encuentro consigo mismo
y los demás, para la renovación de los vínculos interpersonales y para el mo-
delado del cuerpo.
El periodo de vacaciones se atiene en su base al espíritu del tiempo
libre, o sea, como un tiempo repartido entre el puro divertimento, la evasión
y el encuentro con uno mismo, y su organización global se extiende a las
tres parcelas extralaborales fundamentales: la asidua compañía de la pareja,
los amigos o familiares; la actividad física suficiente, equilibrada con el des-
canso diurno y la entrega al sueño a la hora acostumbrada; la alternancia de
la diversión o el recreo con la lectura y la actividad reflexiva.
Este reparto del tiempo vacacional entre tareas tan diversas no puede
esgrimirse como pretexto para buscar o aceptar el riesgo connotado por la
modificación de la hora de dormir, por el acogimiento a un plan de aisla-
miento social, por la entrega extremista al agotamiento físico o al sedenta-
rismo o por brindar con una copa a toda hora. El tiempo de vacaciones es
una función en una amplia medida de convivencia con los otros. La apor-
tación ajena a las vacaciones puede deslumbrar con el destello de un nuevo
amor o puede ensombrecerse con la provocación un conflicto interperso-
nal o una ruptura de relaciones muy estimables.
Está comprobado que durante el mes estival de vacaciones se eleva la
morbilidad para la enfermedad depresiva. Este punto sorprende un tanto

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Las cuatro parcelas de la vida actual

porque se sabe que en la curva estacional de la depresión el vértice corres-


ponde a los tránsitos del otoño al invierno y del invierno a la primavera. El
plus vacacional de la incidencia depresiva, no justificada por el factor clima-
tológico o estacional –salvo en casos de calor extremo–, proviene de algu-
nas iniciativas infortunadas como la modificación del horario del sueño o
de las comidas, la vivencia de soledad o de desengaño, la reactivación de los
conflictos interpersonales previos, el sedentarismo o el consumo abusivo de
alcohol u otras drogas. Una presa dócil durante las vacaciones para la en-
fermedad depresiva es el adicto al trabajo, que vive la época de desocupación
con una sensación mortificante de vacío, acosado por los síntomas adictivos
de abstinencia.
La ubicación del disfrute de las vacaciones en la ciudad, el campo, la
playa o la montaña es un asunto que cada quien debe resolver a su modo,
contando, por supuesto, con la opinión de sus allegados y con la orientación
indicada por la presión de las circunstancias.
Al concluir las vacaciones, se produce inexorablemente una crisis
aguda de cambios en el sentido y el estilo de la vida. Cambia todo: la identi-
dad de las personas con las que se trata, el régimen de actividad, el horario
cotidiano, y sobre todo el final del periodo de libertad, sin omitir la restric-
ción de la luz natural y el aire libre y, naturalmente, el retorno a la actividad
laboral.
Tal cúmulo de contingencias mutantes no es un obstáculo superado
por todos. Los que mejor lo superan son los trabajadores motivados y los que
más dificultades encuentran para ello son los afectados por el estrés ocupa-
cional crónico. La reincorporación al trabajo después de una ausencia vaca-
cional plurisemanal, se traduce con frecuencia en la aparición del síndrome
postvacacional, coloquialmente denominado “síndrome del día siguiente”.
La sintomatología del síndrome postvacacional se jerarquiza en dos
niveles: el nivel ligero, de frecuencia avasalladora, que afecta casi al 20% de la
población trabajadora, en forma de malestar físico, como cefaleas y moles-
tias corporales difusas, o trastornos de conducta, en la versión de la irritabi-
lidad/cólera o en la del temor/ansiedad; y el nivel mediano, extendido al 3%
de la población laboral, en forma de una sintomatología equiparable a una

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

depresión parcial breve, focalizada en la anergia o falta de impulsos o en la


ritmopatía con una falta de apetito y un trastorno del sueño.
Entre los medios disponibles para poder asegurarse el retorno al tra-
bajo sin problemas ni sufrimientos sobresalen los tres siguientes: primero, el
disfrute de unas vacaciones equilibradas y sanas, en la línea organizativa ya
señalada; segunda, la táctica de realizar la adaptación al trabajo de un modo
gradual a lo largo por lo menos de una semana; tercera, el estricto cumpli-
miento de las pautas preventivas individuales plasmadas en una plan de vida
activo y regular, una relación comunicativa suficiente con los demás y el es-
crupuloso respeto de la hora de acostarse antes de medianoche.
Cuando la crisis postvacacional se acompaña de sintomatología de-
presiva, el remedio idóneo se inspira en el estudio previo de la situación del
trabajador con objeto de indagar la identidad de los factores determinantes.
El apoyo aportado al tratamiento por la administración de algún psicofár-
maco proserotoninérgico suele tener un resultado muy efectivo.
En definitiva, el afloramiento del síndrome postvacacional, aunque en
sí mismo es un cuadro benigno y transitorio, debe tomarse como un serio
aviso sanitario para revisar la situación ocupacional del trabajador y tratar
de protegerlo contra la irrupción de posibles complicaciones.
Además de las vacaciones de encuentro, encierran elementos de salud
positivos las vacaciones de divertimento o evasión. En cuanto a las vacacio-
nes vividas como un proceso de divertimento, lo que interesa es no permi-
tir a la evasión llegar a un nivel tan profundo que dificulte el retorno a la
realidad real, o sea a la primera realidad. La modalidad de vacaciones orien-
tada hacia el descanso psicofísico permite al sujeto recuperarse de la fatiga
o del agotamiento emocional —una enfermedad de la civilización—. Las
vacaciones programadas con una intención terapéutica se convierten la
mayor parte de las veces en una especie de cura de reposo.
Ni los enfermos ansiosos ni mucho menos los enfermos depresivos
suelen aliviarse con las vacaciones de ningún tipo. Un enfermo depresivo se
agrava cuando se encuentra abocado a unas vacaciones por varios motivos:
el mayor alejamiento de los demás impuesto por un ambiente festivo; la au-
sencia de las pautas laborales utilizadas como fuente de estímulos y de refe-

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Las cuatro parcelas de la vida actual

rencias temporales, o sea la desconexión de la actividad laboral; el brusco


cambio ambiental impuesto por el traslado a otro lugar y otra compañía, y
la brusca modificación del horario. Un respetable contingente de enfermos
depresivos, avalados o no por el criterio médico, han emprendido un pe-
riodo de vacaciones sin retorno, al haberlo utilizado para poner fin a su vida.

3.6. El tiempo de trabajo

Las relaciones del trabajo con el tiempo son profundas y recíprocas:


de un lado, el trabajo se inscribe en la trama del tiempo del reloj y está sub-
ordinado a sus manecillas en cuanto tarea ajustada a un horario y, de otro, la
actividad ligada a un trabajo opera como un sincronizador externo de los
biorritmos y los psicorritmos endógenos del sujeto.
Aparte del tiempo objetivo, antaño orientado por las campanadas de
los templos, y después por los relojes y los calendarios, existe el tiempo sub-
jetivo o existencial regulado por un reloj endógeno de mecanismo neuro-
endocrino, sometido al influjo del gran ciclo solar luz-oscuridad y a la
cronología de ciertos marcadores exógenos representados por los hábitos
psicosociales del sueño, las pautas de alimentación y el horario de trabajo. De
esta suerte, el regulador interno se apoya hasta cierto punto en factores sin-
cronizadores externos, de los que forma parte el tiempo de trabajo.
De hecho, nuestro principal ciclo circadiano (de circa, alrededor, y dies,
día) que es el ritmo vigilia-sueño, sujeto al gobierno ejercido por la rotación
de la tierra, ciclo de 24 horas, tiende de por sí, cuando no recibe el influjo de-
terminante del ciclo natural luz-oscuridad, a prolongarse algo más y llegar a
una duración de 25 horas.
La concepción antropológica de la temporalidad ha experimentado un
profundo cambio a lo largo del siglo XX. Hasta entonces, se venía mante-
niendo una concepción puntiforme, polarizada en un presente puntual en es-
tado de avance incesante, que iba dejando atrás el pasado y siempre
encontraba a su frente el futuro. La única realidad temporal, según esta con-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

cepción, era el presente, ya que el pretérito sería algo que ya no es y el futuro


algo que todavía no es. Un colosal error: ya que en cada momento de nues-
tra vida no sólo aparece el presente sino también el pasado y el futuro: el pa-
sado con su carga de recuerdos y experiencias, y el futuro en forma de
proyectos y perspectivas. No sólo hay un presente-presente, sino un pasado-
presente y un futuro-presente.
Si bien este nuevo enfoque de la antropología de la temporalidad fue
establecido por el excepcional filósofo alemán Martín Heidegger, al pun-
tualizar en el siglo pasado la presencia permanente de tres éxtasis en el
tiempo (dimensiones que salen por fuera de sí mismas), contó con el noto-
rio antecedente de San Agustín, obispo de Hipona, quien ya en el siglo V de
nuestra Era, había distribuido el presente real en tres presentes: el presente
de las cosas pasadas, el presente de las cosas presentes y el presente de las
cosas futuras.
Uno de los preceptos básicos de la salud mental en el orden de la tem-
poralidad es el de disponer de una mentalidad suficientemente amplia en las
tres dimensiones, con una organización polarizada en los proyectos canali-
zados hacia el futuro. La presencia del trabajo en estos proyectos futuristas
resulta hoy imprescindible como uno de los bienes de la existencia más im-
portantes de por sí y una actividad necesaria para mejorar la calidad de vida.
La digna presencia del trabajo en nuestra temporalidad no debe hacernos
olvidar su significado ambivalente: a la vez que es fuente de felicidad, el tra-
bajo puede ser fuente de daños, cristalizados en forma de las enfermedades
del trabajo. Es el futuro la dimensión del tiempo que más nos condiciona y
gobierna, y uno de los contenidos esenciales de ella se adscribe, precisa-
mente, a la actividad ligada al trabajo. La existencia humana está gobernada
por la futurición.
No todas las expectativas del trabajo son siempre animosas. Una de las
mayores amenazas insertas en el futuro es la perspectiva de algún cambio
próximo en la organización laboral. El trabajador que no dispone de una in-
formación suficiente sobre el cambio laboral anunciado como algo inmi-
nente, se siente asaltado por fantasmas de temor o ansiedad o por una actitud
precipitada de protesta o violencia. La mayor parte de estas reacciones po-

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Las cuatro parcelas de la vida actual

dría evitarse mediante la aportación de una información clara y precisa sobre


la reorganización que se está programando, acompañada a ser posible de
una reafirmación de las seguridades que puedan otorgarse. Por otra parte,
todo cambio exige a la persona involucrada un esfuerzo de adaptación. El
conveniente apoyo prestado al trabajador en esa circunstancia puede facili-
tar que el esfuerzo de adaptación alcance una culminación satisfactoria.
Cuando se trabaja en equipo o en un centro empresarial, un requisito
cronológico básico es el respeto a la puntualidad. La falta de puntualidad
rompe la armonía del grupo, entorpece el proceso de trabajo general y crea
sentimientos de hostilidad contra el sujeto retardatario. Por su parte, el ab-
sentismo ha tomado tal entidad mórbida, que algunos expertos laborales
modernos lo valoran de por sí o como una enfermedad del trabajo, o como
un síntoma encuadrado en un trastorno corporal o psíquico patológico.
A continuación vamos a introducirnos de lleno en la problemática del
horario de trabajo. Esta problemática cronológica ofrece dos vertientes sus-
tanciales: la duración del tiempo de trabajo y su distribución a lo largo del
día.
La jornada de trabajo semanal suele oscilar hoy entre las 30 y las 35
horas, cuando en tiempos no muy lejanos oscilaba entre las 70 y las 80. La
reducción de la jornada ha resultado fundamental tanto para permitir la ex-
pansión del tiempo libre como para obtener el rendimiento máximo por
hora de trabajo. Es consabido que con un incremento del 15% sobre la jor-
nada actual, el rendimiento se eleva sólo en un 5%. Este descenso propor-
cional del rendimiento laboral a partir de cierta duración de la jornada de
trabajo es el gran inconveniente implicado en el cumplimiento de horas ex-
traordinarias. Al plus de trabajo no se le puede exigir, por tanto, el mismo
rendimiento por hora que a la jornada ordinaria.
El registro contable de las horas laborales comienza en el momento de
incorporarse al trabajo. Pero la experiencia subjetiva del trabajador se re-
monta al instante de iniciar el desplazamiento al centro de trabajo. Hay tra-
bajadores que cuando arriban a su puesto laboral lo hacen profundamente
estresados por la travesía previa. Por ello, cada vez son más los trabajadores
que procuran tener su vivienda en las proximidades del lugar de trabajo.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Una grave ausencia común en las reglamentaciones del trabajo es la del


trabajo a medio tiempo o tiempo parcial (jornadas semanales de 15 a 20
horas). El trabajo a tiempo completo, o sea el horario normal, presenta un
grave inconveniente para el estado de salud o las circunstancias de vida de
ciertos individuos. Existen cinco agrupaciones de personas que podrían ex-
traer amplios beneficios del trabajo parcial:

— Los jóvenes en curso de formación o perfeccionamiento.


— Las mujeres amas de casa.
— Las personas mayores.
— Los que simultanean el trabajo y el estudio.
— Los enfermos físicos o mentales en trance de rehabilitación.

Un objeto de discusión interminable es la opción por la jornada dia-


ria partida o continua. En muchas empresas se ha adoptado la decisión sa-
lomónica de alternar entre ambas, a tenor de las distintas épocas del año.
La actividad ligada al trabajo cobra el carácter de comportamiento fi-
siológico y natural cuando es una actividad diurna y deja libre para el sueño
las horas nocturnas. Su catalogación como un comportamiento fisiológico
obedece a varias razones, sobre todo estas dos: porque respeta el funciona-
miento del órgano visual que gobierna la conducta del hombre y de otros pri-
mates; y porque la oscuridad actúa en nuestra fisiología con la complicidad
de la descarga de melatonina, la neurohormona inductora del sueño. Al
tiempo, el sistema de trabajar de día y descansar de noche es un comporta-
miento natural por plegarse precisamente al ritmo día-noche, el supremo
ciclo natural cósmico.
Dentro del horario diurno de trabajo se diferencian los partidarios de
iniciar el trabajo madrugando, los trabajadores matutinos o “alondras”, y los
partidarios de efectuar el trabajo anocheciendo, los trabajadores vespertinos
o “búhos”. Generalmente, la inclinación individual por una u otra opción
viene dada por la fijación tempranera o crepuscular del punto más alto al-
canzado en la curva de eficacia por su rendimiento laboral o por su senti-
miento de bienestar.

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Las cuatro parcelas de la vida actual

Si entendemos por individuos matutinos aquéllos que se acuestan y se


levantan temprano, y por vespertinos los que se inclinan por hacerlo tarde,
hemos de catalogar ambos como tipos extremos, entre los cuales se sitúa el
continuum de los intermedios, donde se integra la mayor parte de la población.
Por lo tanto, un 70 a un 80% de la población se muestra neutral en lo tocante
a la tendencia a la matutinidad o a la vespertinidad.
Los horarios de trabajo nocturno o rotatorio son los que exigen al tra-
bajador el máximo esfuerzo de adaptación, por representar una cronología
antifisiológica, antinatural y anticultural. Antifisiológica, porque la ritmici-
dad endógena del ser humano se configura para dedicar la noche al sueño,
coincidiendo con la máxima secreción de melatonina, hormona que inhibe
las actividades endocrinas sexual y tiroidea, lo que demuestra que el ser hu-
mano está hecho, al contrario de los depredadores, para trabajar de día y
dormir de noche. Antinatural, porque va en contra del ciclo solar luminosi-
dad-oscuridad. Anticultural, porque los hábitos y las actividades sociocultu-
rales se vienen desarrollando en su mayor parte a la luz del día.
El trabajador nocturno suele pasar sus horas peores y más pródigas en
sacrificio y en errores entre la una y las tres de la madrugada. La conclusión
del trabajo antes de las seis o las siete de la mañana le permite aprovechar
estas horas matutinas para dormir y beneficiarse con restos del sueño noc-
turno habitual que es más reparador y presenta un alto porcentaje del sueño
rápido o sueño REM. Por lo demás, su sueño durante el día no le va a ofre-
cer el mismo índice de recuperación física y psíquica que el sueño nocturno,
por razón de que está peor organizado y contiene una proporción más es-
casa de sueño rápido. La única ventaja del trabajador nocturno es la de dis-
poner de una mayor capacidad de autonomía y de libertad de movimientos
a lo largo de la noche.
El trabajador por turnos o trabajador rotatorio está sometido a un
cambio periódico de ritmos incesante. Esta inestabilidad rítmica acarrea más
problemas de salud incluso que el trabajo nocturno fijo. Mientras unos rit-
mos personales están programados por reguladores sólidos que no se dejan
influir fácilmente por los agentes externos, como sucede con el sueño rápido,
otros ritmos se modifican dócilmente al compás marcado por los sincroni-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

zadores externos, como es el caso del sueño lento. Por ello, la inestabilidad
de los hábitos cotidianos impuesta por el trabajo rotatorio produce un des-
fase entre unos ritmos y otros, entre los ritmos que se dejan modificar y los
que mantienen su ciclo horario.
La turnicidad laboral, en sus distintas variantes, provoca mayor per-
cepción de fatiga y rebaja la tolerancia hacia las características adversas in-
herentes al puesto de trabajo. Por ello, la turnicidad puede definirse como un
factor laboral determinante de frustración, insatisfacción o estrés, aparte de
la constelación de efectos nocivos semiespecíficos, a los que me referiré des-
pués, conjuntamente con los ocasionados por el trabajo nocturno.
En líneas generales, puede calcularse que la adaptación fisiológica al
nuevo turno exige el plazo de una semana. Por ello, la preservación de la
salud mental del trabajador se siente muy beneficiada cuando los cambios de
turno se alargan a seis meses o un año. La nocividad de la rotación es menor
cuando se verifica entre la tarde y la noche que entre la noche y la mañana,
observación válida por igual para los trabajadores con dos o tres turnos.
La cuota de salud pagada por el trabajo nocturno o el rotatorio es muy
elevada. El trastorno consiguiente suele iniciarse en forma de una ritmosis
o un desfasamiento de los ritmos, que afecta con prioridad a la profundidad
del sueño: la disminución de la profundidad del sueño facilita a su vez el es-
tablecimiento de un estado de fatiga crónica, tanto muscular como mental.
Otra forma de cronopatía laboral inducida por estos tipos antifisiológicos del
horario de trabajo es la inversión del sueño, reflejada en una alternancia entre
la somnolencia cuando se trata de trabajar y el insomnio cuando se pretende
dormir.
El acoplamiento del trastorno del sueño y la acumulación de fatiga
abre las compuertas orgánicas y mentales para la irrupción de trastornos di-
gestivos, sintomatología ansiosodepresiva, abuso de drogas, trastornos de
conducta o disfunción de la vida social o familiar.
Unos trabajadores amenazados por tan serios percances como son los
trabajadores nocturnos y los rotatorios son tributarios de una protección es-
pecial. Entre las medidas de prevención efectivas para ellos sobresalen todas
las que convergen en el reforzamiento de los elementos organizativos y mo-

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Las cuatro parcelas de la vida actual

tivadores de su puesto de trabajo, así como la aportación compensatoria re-


flejada en el salario o en el disfrute de vacaciones especiales.
El ritmo personal varía mucho de unos sujetos a otros. Sus índices más
estimables se registran en el grado de rapidez con que cursan el pensamiento,
las reacciones y la conducta y en el grado de regularidad mantenido en su re-
corrido por estas mismas actividades. El tempo personal, definido en orden a la
rapidez y la regularidad, debe tomarse en consideración especial en relación
a dos momentos: primero, para conseguir una integración acompasada entre
el nivel de aceleración individual media y la cadencia del proceso de trabajo,
o sea la velocidad de ejecución del trabajo; segundo, para formar el equipo de
trabajo con individuos de reloj mental de marcha no muy discordante. La
presencia en el mismo equipo de trabajo de individuos rápidos (taquipsíqui-
cos) y lentos (bradipsíquicos), o de sujetos estables e inestables, es una com-
binación que pocas veces se libra de crear un mal entendimiento interpersonal
o de generar algún estallido de hostilidades o antagonismos recíprocos. En la
práctica, el equipo de trabajo suele adoptar una velocidad de trabajo con-
vencional, siempre algo inferior al punto máximo accesible a todos ellos.
La estructura del tiempo de trabajo se subdivide en ciclos. Un ciclo de
trabajo comprende el trabajo desde el inicio hasta el logro del producto. Hay
ciclos operacionales breves y ciclos prolongados. Los ciclos breves, con una
duración de una o varias horas, o sea en forma de uno o más por jornada,
ofrecen la ventaja de mantener al operario percatado del resultado de su tra-
bajo, y el inconveniente, de cargarle con una actividad monótona y repetitiva.
Los ciclos prolongados, de una duración de semanas o meses, encierran el
riesgo de implicar la pérdida del sentido de la tarea, por lo que es aconseja-
ble en estas circunstancias hacer llegar al empleado datos tangibles sobre el
significado productivo de su actividad. Los ciclos intermedios se sitúan entre
ambos extremos.
Para prevenir la fatiga laboral, sea fatiga intelectual, emocional, senso-
rial, motora o mixta, en cualquier caso un fenómeno fisiológico universal, la
única estrategia disponible es el establecimiento periódico de pausas de des-
canso. Hay dos políticas al respecto: paradas laborales breves con intervalos
de trabajo cortos o detenciones largas espaciadas. Por un lado, la pausa ha-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

bría de alcanzar la frecuencia suficiente para evitar la aparición de fatiga. Por


otro, su prolongación tendría que alcanzar la duración idónea para el logro de
una reposición de facultades suficientemente firme, con objeto de no estar in-
terrumpiendo continuamente el proceso del trabajo. Por tanto, debería regir
al respecto la dialéctica razonable entre estas dos exigencias: la evitación de
la fatiga y la preservación de la continuidad del proceso activo del trabajo.
La programación general del trabajo con relación a la prevención de la fa-
tiga, que es una exigencia primordial, se atiene a estos tres patrones: una pausa
de cinco minutos por hora de trabajo, pauta reservada para trabajos que requie-
ren un gran esfuerzo mental o físico; y como pautas más comunes una pausa de
diez minutos cada dos horas o de quince minutos cada tres horas. Cada vez se
tiende más a organizar las paradas laborales en forma de una distracción colec-
tiva. Hay empresas que tienen reglamentado el establecimiento sincrónico de
los periodos de descanso a una hora fija para todos sus trabajadores.
Como consecuencia del desgaste sufrido en el trabajo aparecen esta-
dos de cansancio, fatiga o agotamiento: el cansancio es un fenómeno local,
la fatiga tiene una extensión más generalizada y desaparece con el reposo, y
el agotamiento, se caracteriza por no dejarse extinguir por el reposo y ma-
nifestarse por una sintomatología más invasiva.
La intercalación de paradas periódicas en el trabajo para evitar la fatiga
y el cansancio es una medida organizativa estructural imprescindible como
ya hemos visto. A la vez, se precisa prestar atención a la detección precoz de
las manifestaciones de fatiga para interrumpir de inmediato el trabajo.
Para la detección de la fatiga laboral nos apoyamos en síntomas (datos
subjetivos) y en signos (datos objetivos). La sensación personal de fatiga es
en la práctica una orientación suficiente. Las molestias más frecuentes sen-
tidas por el sujeto acometido por la fatiga son la falta de concentración, la
irritabilidad, las sensaciones de mareo, los dolores de cabeza, la pesadez cor-
poral, la falta de fuerzas físicas o algún trastorno digestivo. También puede
reflejarse la fatiga en forma de signos directamente accesibles a la percepción
de los otros: las ideas confusas, los movimientos torpes, la acumulación de
errores, el cambio de conducta o el descenso de los rendimientos.

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Las cuatro parcelas de la vida actual

Los datos objetivos de fatiga pertenecen a los dominios del laborato-


rio. Comúnmente, no se recurre a ellos por la dificultad o complejidad que
entraña la metodología. Las pruebas detectoras de fatiga se subdividen en fi-
siológicas y psicotécnicas. En la serie fisiológica los índices más sensibles
para evaluar el estado de fatiga son la elevada concentración de dióxido de
carbono en el aire espirado y la acumulación de ácido láctico en el plasma
sanguíneo. Las pruebas psicotécnicas manejadas para el registro de la fatiga
se muestran muy poco específicas y se subdividen en tests visuales y psico-
motores, entre los cuales destaca por su mayor fiabilidad el registro de los
tiempos de reacción selectiva.
La peculiaridad rítmica más importante de la mujer con relación al
tiempo de trabajo consiste, sin duda, en su sujeción a un ritmo mensual.
Cada vez se conocen más datos sobre las profundas diferencias de la con-
ducta femenina entre la fase preovular y la fase postovular. Estas diferencias
se reflejan en la actividad laboral y muchas veces alcanzan tal magnitud como
si la misma mujer fuese una trabajadora de características distintas en las dos
semanas después del menstruo y en las dos semanas que vienen a continua-
ción y abocan a la pérdida sanguínea menstrual.

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PROBLEMAS DE SALUD MENTAL
EN EL TRABAJO

4.1. Factores del trabajo causantes de desequilibrio


mental

El trabajo representa hoy una actividad imprescindible para el proceso


de maduración de la personalidad y la inserción en la realidad social. Con
relación a la salud mental de la persona, sus efectos no pueden ser más fa-
vorables y defensivos. A la par que la familia, el trabajo constituye un agente
de promoción de la salud mental positiva, cuyo apoyo resulta hoy impres-
cindible en el proceso de la organización de la personalidad en torno a un
proyecto. Además representa un baluarte protector contra la irrupción del
trastorno mental.
El trabajo trasciende los beneficios personales, y opera como una
fuente de copiosos beneficios sociales y productivos, que se agregan a las
ganancias personales apuntadas. El panorama laboral gratificante para la per-
sona, su adaptación social y sus rendimientos laborales, puede invertirse en
alguno de sus puntos positivos cuando el trabajo se contamina con elemen-
tos nocivos para la salud mental. En el momento actual de la cultura occi-
dental, tal contaminación ocurre con cierta frecuencia a causa de un contexto
laboral rígido propio de una especie de organización taylorista, donde la es-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

timación del producto del trabajo acapara más interés que el bienestar del tra-
bajador. Tanto es así que se ha hablado muchas veces de que nos encontra-
mos inmersos en una “sociedad de rendimientos”, en la que el individuo es
valorado a tenor de su productividad.
En estas condiciones laborales presentes atenazadas por la rigidez, la
competitividad y el descuido humanitario, se ha acentuado la incidencia de
alteraciones psíquicas inducidas por el trabajo. El crecimiento de la morbi-
lidad psiquiátrica es, por otra parte, un hecho general. Los problemas de
salud mental han alcanzado en los países occidentales la prevalencia anual
del 20-25% de la población, lo que significa nada menos que en el curso de
un año una persona de cada cuatro o cinco está afectada por una alteración
psíquica.
Estamos ante una auténtica epidemia psicopatológica moderna o
postmoderna ocasionada o activada por factores socioculturales, entre los
cuales ocupa un lugar importante el ambiente laboral, dominado por el
signo taylorista de la organización y de las condiciones del trabajo. La in-
tervención de los factores laborales en la morbilidad psiquiátrica global ac-
tual oscila alrededor de un tercio. Este dato cuantitativo coincide con la
ocupación por el trabajo de la tercera parte de la vida adulta desarrollada en
estado vigil o despierto. El trastorno psiquiátrico representa hoy uno de los
principales procesos mórbidos determinantes de discapacidad. Su inter-
vención es algo mayor en la invalidez laboral de corta duración (el 60%)
que en la de larga duración (el 40%).
La siembra de morbilidad psiquiátrica moderna causada por factores
laborales, proviene de haberse orientado la organización del trabajo hacia la
“taylorización” (prioridad de la producción), orientación facilitada por la tec-
nocracia con la complicidad de la informática. El potencial psicopatológico
del trabajo causa los máximos estragos en las profesiones sanitarias y do-
centes, en los agentes de orden público y en los empleados de las institucio-
nes carcelarias, a causa de la sobrecarga de responsabilidad o riesgo, y
asimismo en el personal de servicios de “cuello azul” y en algunos burócra-
tas y servidores de la administración, por encontrarse su libertad hipotecada
por la exigencia de los superiores y la acumulación de los clientes a la vista.

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Problemas de salud mental en el trabajo

Las alteraciones psíquicas ocasionadas por factores perturbadores co-


nexionados con el trabajo son inespecíficas. En su mayor parte se agrupan
en los siguientes casilleros nosográficos: cuadros de ansiedad o fóbicos, en-
fermedad depresiva, procesos psicosomáticos, consumo de drogas, enfer-
medades adictivas químicas o sociales y trastornos de conducta. Ante
cualquier enfermo afecto de una de estas formas de enfermedad, resulta
preciso dedicar una especial atención a la posible intervención causal o con-
causal de algún factor relacionado con el trabajo. Anteriormente, la psico-
patología laboral era un tratado de enfermedades supuestamente específicas,
con títulos tan llamativos como éstos: “la locura de los aduaneros”, “la neu-
rosis de las telefonistas y las mecanógrafas”, “la paranoia de las institutrices”,
denominaciones que son hoy una pura anécdota histórica.
Los factores de riesgo para la salud mental conexionados con el am-
biente laboral se reagrupan en cuatro sectores:

— Datos intrínsecos del trabajo o el trabajo en sí mismo: la ausencia


de autonomía, la monotonía, la supresión de la iniciativa o de la
creatividad y otros.
— La organización del trabajo: el papel o rol ambiguo o conflictivo, el
profundo desnivel entre la formación laboral o la capacidad y la ac-
tividad desempeñada en cualquiera de ambos sentidos, la demanda
excesiva o la sobrecarga, la inseguridad del empleo y otros.
— Las relaciones interpersonales: la rivalidad, la hostilidad, la conflic-
tividad, el rechazo, el “mobbing”, el acoso sexual y otros.
— El contexto laboral: el piramidalismo o la gestión autoritaria, las
consignas rígidas, la ausencia de informaciones o de comunicación,
el trato despersonalizante y otros.

Hoy, en la clínica médica de cualquier especialidad se ha dejado de


pensar en la causalidad única, lineal y estática, que atribuía el proceso pato-
lógico a un agente aislado, o sea, la conexión entre una causa y un efecto. Esta
idea de la causalidad monovalente se ha sustituido por una causalidad múl-
tiple y circular o dinámica, o sea, por una parte, la intervención de varios

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

factores de riesgo, llamados así porque casi nunca ninguno de ellos es im-
prescindible y, por otra, se cierra el círculo al ejercer el efecto una acción re-
troactiva dinámica sobre los factores causales.
El circuito lógico formado por los factores causales y su efecto se com-
plementa con el tercer agente: el terreno personal sobre el que inciden los
factores nocivos y su capacidad para ejercer una estrategia defensiva o des-
plegar una actividad de adaptación.
La capacidad tanto para afrontar las circunstancias laborales adversas,
como para esgrimir una defensa adecuada ante ellas o para adaptarse, es una
función que varía en consonancia con las características del individuo y de
su situación en el trabajo. A medida que es más consistente el yo, que se dis-
pone de una personalidad más equilibrada y que la situación en el trabajo
está presidida por la vivencia de apropiación, se acrecienta la efectividad de
la capacidad individual para desplegarse ante los elementos desfavorables
con flexibilidad y acierto, como una actividad de afrontamiento o lucha, un
mecanismo de resistencia o defensa o una resignación adaptativa.
Naturalmente, entre los trabajadores hay por lo menos un 10% que
están afectados por alteraciones psíquicas ya antes de haber efectuado su in-
corporación al trabajo. Algunos de ellos perciben elementos laborales ad-
versos sin un fundamento objetivo o magnifican los existentes. En cualquier
caso, el sujeto con una personalidad desequilibrada o con sintomatología
psiquiátrica previa tiene una proclividad especial para sentirse perturbado
por datos laborales comunes como consecuencia de proyectar su sintoma-
tología sobre el entorno. Este dato es especialmente abrumador entre dos
clases de personas que se quejan de mobbing o acoso moral: por una parte, la
hipersensibilidad generada por un sentimiento de inferioridad se alimenta
de la sensación de no recibir un trato adecuado; por otra parte, la sintoma-
tología paranoide se agrupa precisamente en torno a la convicción de ser un
objeto de alusiones o de burla para los demás.
Las alteraciones psíquicas atribuidas a factores laborales nocivos que
han desbordado la capacidad personal de resistencia, pueden gestarse a tra-
vés de una dinámica diversa, cuyos mecanismos operativos más importantes

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Problemas de salud mental en el trabajo

son los siguientes: la alienación, la frustración, el hiperestrés, las insatisfac-


ciones o incomodidades y la agresividad, cuyas dos formas hoy en el cande-
lero son el mobbing y el hostigamiento sexual. Entre estos mecanismos se
insertan vínculos de solapamiento o de asociación. Abundan las escuelas
científicas que sobrevaloran un mecanismo determinado en detrimento de
los demás. Hay algunos entusiastas de la frustración, la alienación o el estrés
que han perdido la neutralidad científica o el rigor de observación. Para la te-
rapia y la comprensión del trabajador con síntomas psiquiátricos es tan im-
portante la captación acertada del mecanismo patogénico como la
conveniente identificación de los factores laborales responsables. La estrate-
gia terapéutica se constituye atendiendo a esta terna etiológica: los factores
causales, el mecanismo patogénico y la personalidad del sujeto.
La situación laboral psicopatológica se refleja en tres clases de sínto-
mas:

— Síntomas intrapersonales, a los que ya nos hemos referido al co-


mienzo de este apartado.
— Síntomas sociales o interpersonales, como el aislamiento, el rechazo
de los otros, el conformismo, la rebeldía o la conflictividad.
— Síntomas laborales, como el descenso del rendimiento, el aumento
de los errores, la propensión a los accidentes, el absentismo o la
falta de puntualidad.

La génesis del accidente laboral no se debe siempre al fallo de la má-


quina o a la omisión de los recursos preventivos precisos por la causa que sea,
sino que concurre también el factor humano, en forma, por ejemplo de una
distracción ocasional o de un error en el manejo de los pulsadores o los man-
dos. Los factores accidentógenos humanos se acumulan en los trabajadores
afectos de un trastorno psiquico, de origen laboral o extralaboral, así como
en el perfil de personalidad conocido como personalidad accidentógena. De
antiguo se ha venido hablando en este sentido del hábito traumático inhe-
rente al individuo impulsivo o inestable.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Por otra parte, resulta imprescindible recordar en este lugar que la ca-
talogación de la enfermedad profesional corresponde sólo a la dolencia pro-
ducida a consecuencia del desempeño del trabajo. Quedan excluidos por
tanto del catálogo de las enfermedades profesionales todos los procesos pa-
tológicos determinados por factores ajenos al trabajo. Dentro de su agrupa-
ción ocupa un campo dilatado la patología psiquiátrica. Conviene al respecto
tener siempre en mente la distinción fundamental entre trastornos mentales
patológicos laborales y los sufrimientos personales incubados en el ámbito
laboral que no se adscriben a un tipo determinado de enfermedad.
El impacto sobre el individuo ocasionado por los vectores laborales
perturbadores es función en una alta medida de las características de su per-
sonalidad. La distribución de los individuos al respecto ocupa un amplio es-
pectro comprendido entre los polos de la personalidad vulnerable y la
personalidad resistente o incluso resiliente. (Se llama modernamente resi-
liencia a la reacción positiva mantenida por un individuo sometido a la acción
de un estresor o de cualquier otro tipo de agente ambiental perturbador).
Si de entrada me he pronunciado por culpabilizar del crecimiento de
la psicopatología laboral moderna al retorno al taylorismo clásico, en forma
de una organización de trabajo competitiva y que atiende más al nivel de
productividad que al bienestar del trabajador, resulta lógico que oriente la
estrategia laboral preventiva del trastorno psiquiátrico a anteponer el interés
por el individuo a la preocupación por la productividad.
Mientras no se señale un tope infranqueable en este sentido, es pre-
visible que los estragos psicopatológicos ocasionados por la desbordante
competitividad entre trabajadores de la misma empresa o de centros distin-
tos, seguirán ateniéndose a una curva de frecuencias ascendente.
Una pauta protectora espontánea importante de carácter colectivo es
la formación de una ideología defensiva contra el elevado riesgo inherente a
ciertas formas de trabajo, sometiendo el peligro a una subestimación, una tri-
vialización o una negación. El resultado es que los trabajadores, por ejemplo,
en una mina o en un centro atómico, se conducen como si la seguridad es-
tuviese garantizada, siempre que no se descuide la aplicación de las medidas
preventivas pertinentes contra los accidentes.

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Problemas de salud mental en el trabajo

La recuperación del trabajador problema exige casi siempre un replan-


teamiento de las relaciones interpersonales, en la dirección de los vínculos de
simpatía, compañerismo o camaradería y amistad. En la psicosociología la-
boral, como apuntan los psiquiatras franceses Maisonneuve y Lamy (1993),
brotan los sentimientos positivos entre los trabajadores como el producto de
una afinidad electiva entre ellos.
El trabajador elige a sus compañeros preferidos, en primer lugar, entre
los que pertenecen a su misma clase social; en segundo lugar, entre los que
poseen la misma calificación laboral o formación profesional que él; y, en
tercer lugar, entre los que comparten algunos de sus rasgos personales bá-
sicos, factor que, en cambio, asume un papel más significativo en la germi-
nación de vínculos interpersonales positivos por fuera de la esfera laboral.
Y es que hasta en la elección de los compañeros y los amigos, el entorno la-
boral tiene peculiaridades propias. En cualquier caso, el vínculo positivo in-
terpersonal se refuerza cuando se procesa como un influjo dinámico de
reciprocidad, tomando así la forma de una actitud amistosa mutua.

4.2. El trabajador alienado

“Alienar” es un vocablo jurídico tradicional que significa vender, ceder


o enajenar y, en sentido personal, volverse uno extraño a sí mismo o enaje-
narse (alienus, extraño).
En el siglo XIX la gran popularidad o sacralidad alcanzada por la pala-
bra “alienación” se debió a haber sido extraída del contexto jurídico por los
filósofos y los psiquiatras, independientemente unos de otros.
En el campo de la filosofía, Karl Marx (1818-1883) convirtió el con-
cepto de trabajo alienado o enajenado en una de las piezas básicas de su doc-
trina, donde se alzaprima el valor de las relaciones económicas de producción
como la base estructural, nada menos que del pensamiento, la cultura y la his-
toria. Marx entendía el trabajo alienado o enajenado como el trabajo despo-
jado de la propiedad de sus productos.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Esta especie de usurpación o desposeimiento laboral fue encumbrada


en la ideología marxiana como el dato socioeconómico sustantivo respon-
sable del dominio ejercido por el capital sobre el trabajo, una relación eco-
nómica de producción distorsionada, que, a su vez, serviría de elemento
estructural básico conjuntamente para el modo individual de pensar, para la
evolución histórica de la cultura y para la escisión de la sociedad en clases.
Para Marx, la oposición entre el capital y el trabajo tomaba la forma radical
del trabajo enajenado, es decir, un trabajo que, víctima del capital, dejaba de
ser propietario de sus productos.
A diferencia de la teoría de la alienación marxiana, en la que se presenta
a la alienación con un perfil objetivo socioeconómico, la psiquiatría se ha
ocupado de la alienación subjetiva o psíquica. Frente a la tesis del trabajo
alienado de Marx, se desarrolla en la psiquiatría la investigación empirico-
práctica sobre el hombre alienado. Surge así el concepto de alienación per-
sonal, sin conexión inmediata, por tanto, con el postulado de Marx de la
alienación socioeconómica.
La psiquiatría decimonónica, como también ocurriera paralelamente
en el campo filosófico coetáneo, amplió tanto el concepto de persona alie-
nada que lo valoró como nexo común a todo tipo de enfermedad psíquica,
en el sentido de que la persona afectada por un trastorno mental dejaba de
ser la misma que antes o sufría una alteración de la identidad o continuidad
del yo y se volvía un individuo extraño de sí mismo. Al psiquiatra se le lla-
maba alienista —término en desuso hoy—, en tanto en cuanto era el médico
especialista para el tratamiento de los enfermos alienados.
En el manual de psicopatología laboral dirigido por los científicos fran-
ceses Decours, Veil y Wisner (1985), publicado hace una veintena de años,
se introduce la noción de alienación laboral, en la que el alienado no es el tra-
bajo sino el trabajador. Se define al trabajador alienado como aquél que deja
de ser él mismo en la situación de trabajo, por razón de sentirse extraño o
diferente, a causa de las circunstancias laborales. En esta perspectiva, apelo
a mi óptica propia para identificar la extrañeza personal en cuanto dato sus-
tantivo del trabajador alienado, como una degradación mortificante del hom-

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Problemas de salud mental en el trabajo

bre en situación de trabajo, integrada por un proceso de resquebrajamiento


deshumanizado que abarca la identidad, la razón pensante, la libertad inte-
rior, la iniciativa y la expresión libre de la creatividad. El trabajador alienado
es, pues, ante todo un trabajador bloqueado y desmotivado, que se convierte
en un extraño de sí mismo, al sufrir una especie de mutilación antropológica
durante el ejercicio de su actividad ocupacional.
La figura contrapuesta del trabajador alienado es el trabajador moti-
vado y sensibilizado por su entrega al trabajo, actividad que realiza como
una ocupación propia.
El trabajador alienado, cuya figura me propongo introducir aquí por
vez primera, no es propiamente un enfermo mental, aunque sí corre serio pe-
ligro de serlo. Está embargado por un bloqueo psíquico parcial para todas las
cuestiones de trabajo. Y este bloqueo no se manifiesta obligatoriamente por
la vía habitual de la semiología psicopatológica clásica. Por ello, este estado
al no estar integrado por síntomas propiamente psiquiátricos, constituye un
trastorno menos demostrativo, pero no por ello menos anulador y profundo.
Su nota específica es que la alienación del trabajador obedece casi siempre a
la acometida de una organización de trabajo mortificante o deshumanizada.
El trabajador alienado encierra un gran potencial de agresividad con-
tenida. La contención absoluta de la agresividad se refleja en una conducta
de sumisión incondicionada. Cuando la personalidad previa del trabajador no
es nada pasiva o masoquista, la sumisión se tiñe de irritabilidad o de violen-
cia. Un gran caudal de la agresividad emergente en el medio laboral en forma
de relaciones de descontento o actos de violencia, proviene de las vivencias
de alienación laboral. Como lo advierte el título de un trabajo del psiquiatra
francés Philippe Godard (1985), el tránsito “de la alienación a la violencia”
es una amenaza que no cesa. La violencia generada por el estado laboral de
alienación se distribuye entre una forma relacional continua más o menos
mitigada o tensa y unos accesos explosivos intermitentes. En definitiva, la
conducta del trabajador alienado oscila, según los casos y los momentos,
entre la plena sumisión y la protesta, sin abandonar nunca la propensión a
liberarse de la cólera contenida mediante una explosión de violencia.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Con arreglo a mis observaciones, la tipología del trabajador alienado


se sistematiza en varios grados, que van desde el alienado máximo, grado 4,
hasta el alienado más periférico, grado 1. Su definición al tiempo cuantitativa
y cualitativa se establece en consonancia con la índole del elemento laboral
alienante. En síntesis, desde mi óptica la tipología del trabajador alienado se
sistematiza en esta escala tetrapartita:

■Grado 1: el trabajador pagano, que paga por culpas ajenas con el pre-
cio de la humillación o la explotación como si fuera un chivo
expiatorio. Cuando se habla de explotación empresarial, in-
mediatamente se piensa en un salario insuficiente, lo que se
justifica por razón de que el lenguaje predilecto de la em-
presa es el lenguaje económico, a lo que se agrega la ten-
dencia de la reivindicación de los empleados a inclinarse
hacia una formulación económica. Todo ello no obsta para
que muchas veces el factor alienante explotador más corro-
sivo radique en la esfera personal en forma de un trato hu-
millante o unas exigencias injustas o desorbitadas.

■Grado 2: el trabajador marioneta, que se siente un muñeco manipulado


por sus jefes. Las medidas generales de vigilancia rigurosa o
el control minucioso realizado por un capataz inflexible,
sobre todo cuando observa sin ser observado, un elemento
organizativo laboral que siembra el desconcierto y el temor
entre los empleados, y que conduce a los más pusilánimes a
entregarse ciegamente a hacer lo que él cree que los mandos
esperan de él.

■Grado 3: el trabajador robot, que se siente convertido en un autómata


a fuerza de repetir la misma maniobra elemental como si
fuera un tic laboral. El desempeño de un trabajo simple o
fraccionado, monótono y repetitivo, transmite al operario
una experiencia asfixiante de su individualidad, que puede

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Problemas de salud mental en el trabajo

reducirlo a sentirse una criatura preprogramada o roboti-


zada.

■Grado 4: el trabajador objeto, caracterizado por sentirse cosificado por


una relación interpersonal de dominación absoluta. Tal re-
lación autoritaria es propia de empresas piramidales organi-
zadas al estilo tayloriano con el fin de alcanzar como sea una
rentabilidad máxima.

El trabajador alienado experimenta una liberación que puede ser su-


ficiente para extraerle de su estado de alienación cuando se reorganiza el
trabajo con la corrección del específico factor alienante operativo en su
caso. Muchas veces lo que determina la alienación es una causalidad hí-
brida o mixta. Por ello, para liberar a un trabajador alienado conviene pres-
tar una atención sistemática a los cuatro órdenes de factores causales
señalados.
La estrategia preventiva contra la alienación laboral sigue asimismo
una orientación tetrapartita:

1º. La política laboral ajustada a los principios de justicia y equidad, en


especial en las esferas moral y económica, con exclusión de las pre-
ferencias morales arbitrarias y los privilegios personales.

2º. La sustitución de unas normas rígidas e inflexibles por la táctica de


dejar un cierto margen de maniobra a la interpretación personal de
las consignas recibidas.

3º. La transformación de los trabajos robotizantes en nuevas activida-


des que sean más satisfactorias. Cuando ello no sea posible, el tra-
bajador podrá dejar de sentirse robotizado si se le facilita un cambio
periódico de ocupación, un curso de reciclaje, un apoyo emocional
comunitario o una información acerca de la significación de su
tarea.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

4º. La estructuración organizativa del centro de trabajo en torno a la


identidad del trabajador, configurada como un sistema fluido y elás-
tico, con una amplia apertura comunicativa entre los directivos y
los empleados.

No existe ninguna medida que abogue por el desarrollo en los traba-


jadores del sentimiento de autonomía y de la capacidad de iniciativa y crea-
tividad, que no tenga una efectividad desalienante o antialienante. En el
mismo sentido operan todas las mejoras introducidas en la organización o
en el ambiente de trabajo, o la expectativa de un ascenso.
La autoprotección del trabajador frente a la alienación se atiene a este
emblema: vivir el trabajo como una creación y no como un sometimiento.
Una ocupación anuladora de la personalidad por sí misma, o por medio de
una estricta organización autoritaria, o por un sentido disciplinario alienante,
o por unas exigencias arbitrarias e injustas, constituye más un reclamo para
la defensa individual o en último extremo para el abandono laboral que para
la adaptación resignada. Las pautas de defensa individual contra los facto-
res alienantes ofrecen un margen de amplia coincidencia, mutatis mutandis,
con las reacciones autoprotectoras frente a las frustraciones laborales o el
distrés ocupacional.

4.3. El trabajador frustrado

Las exageraciones de la escuela estadounidense dirigida por Dollard


han llevado a interpretar como frustración todo género de insatisfacciones
o sobrecargas emocionales. En el otro polo están los partidarios de recono-
cer al estrés como el fenómeno omnipresente en el trabajador insatisfecho,
contrariado o tenso.
Para evitar llamar frustración o estrés a cualquier tipo de fenómeno la-
boral displacentero, es preciso atenerse a un mínimo de rigor conceptual.
Del estrés nos ocuparemos en otro capítulo. Aquí nos dedicaremos a revi-
sar el concepto de frustración.
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Problemas de salud mental en el trabajo

La frustración consiste en la experiencia de displacer o disgusto oca-


sionada por la imposibilidad de alcanzar un deseo o realizar una tendencia
o un proyecto, a causa de impedirlo un obstáculo que puede residir en el
propio individuo o fuera de él. La frustración es, por tanto, un fenómeno un
tanto complejo, integrado por tres datos concatenados entre sí: la privación
de un deseo o un propósito, la interposición de un obstáculo y la respuesta
en forma de un sentimiento de displacer, un disgusto o una contrariedad.
La mayor parte de los deseos y expectativas laborales que no pueden
cumplirse se relacionan con los temas siguientes: el aumento de salario, el
logro de un premio o una distinción honorífica, el ascenso o el cambio de
tipo de trabajo. Entre ellos destacan la expectativa del ascenso defraudada
y el aumento de la retribución no confirmado como los dos temas labora-
les frustrantes que más abundan.
El displacer o disgusto propio de la frustración se dispone en una am-
plia escala de grados, desde una leve contrariedad hasta una sensación de
hundimiento o derrumbe personal. Sobre cualquier experiencia de esta ín-
dole se construye la dinámica de la frustración en forma de una cadena de
sentimientos e ideas en torno al objeto no alcanzado, que culmina en una re-
acción o una toma de decisión. Las reacciones a la frustración se subdividen
en dos tipos contrapuestos: conductas adecuadas o positivas y conductas in-
adecuadas o negativas.
La reacción más adecuada inmediata consiste en imponerse un cierto
plazo de espera con objeto de percatarse mejor de la situación y del carácter
del obstáculo frustrador. Esta espera ha de cumplir el mínimo margen de
tiempo que sea suficiente para tener una idea clara de las características de
la barrera interpuesta, y a la vez no ha de extenderse más de lo conveniente,
en forma de aplazamiento y aplazamiento, ya que la prolongación excesiva
de la demora aboca inevitablemente al tobogán progresivo que conduce a los
miedos o las fobias.
Una vez que el sujeto frustrado se ha percatado suficientemente de las
peculiaridades de la situación adversa, su decisión oportuna se mueve entre
estas tres opciones: primera, cuando se vislumbran expectativas favorables
para ello, la superación de la dificultad por medio del pensamiento o la habi-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

lidad sin apelar a la violencia ni al comportamiento pasional; segunda, la mo-


dificación de la meta deseada; tercera, la resignación y el abandono del deseo
inalcanzable. La alternativa se plantea, pues, entre la lucha contra el obstá-
culo y el abandono resignado, siempre contando con la solución intermedia
de optar por dirigir las expectativas hacia un objeto suplente más accesible.
Las reacciones a la frustración inadecuadas se agrupan en conductas
infantiles, agresivas y evasivas.
Las reacciones infantiles consisten en una regresión o retroceso de la
personalidad al producirse el afloramiento del niño que todos llevamos
oculto en nuestro interior. El afloramiento de rasgos infantiles en el traba-
jador puede conducirle a una rebeldía obstinada inútil o a una sumisión y de-
pendencia sin sentido, más o menos como si fuese el niño malo o el niño
bueno, respectivamente.
Las reacciones agresivas se disparan en forma de una conducta vio-
lenta psíquica o física. La violencia puede proyectarse sobre los directivos o
los compañeros responsables de no haberle permitido alcanzar sus deseos,
o tomar la senda extraviada de ir contra personas totalmente ajenas al ori-
gen de su contrariedad. El dicho “pagan justos por pecadores” se cumple en
una elevada proporción de las reacciones agresivas desenfocadas puestas en
marcha por una frustración. Este tremendo desenfoque reactivo denota la
frecuente ceguera de la violencia humana.
Las reacciones de evasión conducen al mundo creado por las fantasías
propias o a la irrealidad construida con el uso de drogas. El recurso de las
fantasías o los ensueños permite obtener una compensación inocente que
sólo a la larga puede volverse contra el sujeto. La entrega al alcohol o a otras
drogas para olvidar las penas y las contrariedades, en cambio, representa la
forma de usar sustancias químicas más asediada por el riesgo de conducir a
la adicción o a síntomas de intoxicación.
Conviene precisar que la frustración del trabajador, o sea la privación
de un deseo o una tendencia con relación al trabajo es una incidencia pun-
tual acontecida en el contexto laboral. De modo que el displacer puntiforme
producido por esta privación se elabora en el marco de una situación labo-
ral. Si el trabajador frustrado dispone de unas relaciones armónicas con los

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Problemas de salud mental en el trabajo

mandos y los compañeros y se siente motivado por el desempeño de su ocu-


pación, el grado significativo de la frustración será muy rebajado. Lo con-
trario sucede cuando existen relaciones interpersonales tensas o conflictivas
o el trabajador está desmotivado.

4.4. El trabajador insatisfecho

Aunque sea una obviedad escandalosa debo decirlo para mayor clari-
dad: el trabajador afectado por una frustración, una alienación, un distrés o
una violencia, que son las noxas laborales específicas más frecuentes, está
embargado por un sentimiento displacentero que toma en cada caso una no-
tación sintomática de cierta especificidad. Aparte de los agentes laborales
responsables de la frustración, la alienación, el estrés desbordante o la vio-
lencia, existen elementos laborales que ocasionan un descontento o un ma-
lestar hacia la ocupación desempeñada, sin ningún aditamento específico.
Esta sensación de descontento o malestar que invade al sujeto muchas
veces en la situación de trabajo, no se debe al no poder realizar un deseo,
como ocurre en la frustración, ni a una sobrecarga emocional, como ocurre
en el distrés, ni a una quiebra en el sentimiento de familiaridad de sí mismo,
como ocurre en la alienación, ni a una amenaza personal, como ocurre en los
fenómenos de violencia.
Los elementos provocadores de una insatisfacción ocupacional pura e
inespecífica, en forma de una sensación de descontento o malestar, consti-
tuyen el contexto laboral más propicio para la germinación de las otras noxas
laborales mencionadas y la multiplicación de sus efectos. En la práctica nos
vamos a encontrar con la existencia de un cierto solapamiento entre los ele-
mentos laborales nocivos, de suerte que algunos de ellos son polivalentes y
universales, y según los casos y las circunstancias pueden limitarse a provo-
car un estado de descontento laboral o extender su acción en forma de una
frustración, un distrés, una alienación o una amenaza.
El síndrome de la insatisfacción laboral atenaza al trabajador como si
hubiese caído en una trampa y le hace sentirse descontento o insatisfecho
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

hacia su empleo y hasta puede erosionar su motivación en el trabajo. Si el tra-


bajador no abandona entonces el empleo es o porque se agarra a la esperanza
de corregir los elementos responsables de la insatisfacción, o porque no le
queda otro remedio para no quedarse sin sustento.

1. Defectuosa organi- Ambigüedad en la definición del rol o la tarea.


zación del trabajo Contradicciones en las consignas.
Relación hostil con la máquina o el instrumental
(erótica del trabajo negativa).
Problemas de horario.
Pausas de descanso demasiado cortas o tardías
(excesivo desgaste).
Equipo de trabajo insuficiente.
Falta de personal.
Temor al fracaso.

2. Falta de incentivos Sentido del trabajo ausente.


Remuneración económica mediocre.
Gratificación emocional negativa o ausente.
Escala de ascensos cerrada.

3. Entorno laboral di- Contaminación química (sustancias tóxicas,


sarmónico humos).
Contaminación física (ruidos, luz velada, poca ven-
tilación).
Contaminación psíquica (espacio reducido, local
incómodo).

4. Relaciones interper- Carencia de información sobre las decisiones


sonales incongruen- generales.
tes Vínculos tensos con unos o con otros.
Sustitución del compañerismo por la competitivi-
dad.

Figura 4.1. Factores más sobresalientes en la


determinación del síndrome de insatisfacción laboral

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Problemas de salud mental en el trabajo

Los incordios laborales responsables del síndrome de insatisfacción o


descontento hacia la ocupación desempeñada se distribuyen entre la defec-
tuosa organización del trabajo, la falta de incentivos laborales, la contami-
nación del entorno laboral y las relaciones interpersonales incongruentes.
Cada serie agrupa una colección de múltiples datos incordiantes, de los que
recogemos en la sinopsis adjunta sólo los más representativos. La interven-
ción asociada de varios agentes perturbadores es un hecho casi constante.

4.5. El ruido en el ambiente de trabajo

El ambiente de trabajo atronador o ruidoso es un importante agente


perturbador laboral, al que vamos a conceder aquí un apartado indepen-
diente para su estudio, en atención a sus peculiaridades y sus especiales com-
plicaciones psíquicas y orgánicas.
El ruido es el elemento sensorial más hostil a la comunicación inter-
personal. No sólo apaga u oscurece la palabra hablada sino que ocupa el ór-
gano auditivo, que es el órgano de la comunicación humana por excelencia.
El diálogo entre dos o más personas se vuelve imposible cuando incide un
ruido de una intensidad igual o superior a 70 decibelios (dB). Conviene es-
pecificar que un decibelio es la intensidad de estímulo más baja que puede
captar el oído humano.
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, el ruido
puede producir alteraciones importantes a partir de los 65 dB. Sus efectos
perturbadores locales sobre el oído empiezan con los 80 dB. Los ruidos su-
periores a los 100 dB pueden determinar una sordera pasajera súbita y desde
los 120 dB, que es la intensidad del ruido generado por una taladradora,
existe el riesgo de una sordera irreversible. La estampida superior a los 170
dB puede ocasionar con una alta probabilidad la rotura inmediata de la mem-
brana timpánica.
Las alteraciones extraauditivas determinadas por un ambiente ruidoso
pueden hacerse notar ya con 50 dB y en individuos especialmente hiper-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

sensibles hasta con una intensidad menor. Los estímulos sonoros se vuel-
ven más incómodos y perturbadores cuando su fuente productiva se halla
en la proximidad del sujeto o cuando su aparición no es continua sino in-
termitente.
Hay sujetos especialmente hiperestésicos o sensibles para el ruido. El
genial escritor checo Franz Kafka tuvo problemas para encontrar una habi-
tación para dormir sin sentirse perturbado por los ruidos de la calle o por el
murmullo del pasillo. Una notoria hipersensibilidad para el ruido suele ser
signo de una anomalía de la personalidad.
La exposición habitual del trabajador a ruidos superiores a los 80 dB
puede acarrearle la destrucción de las células sensoriales del oído interno y
como consecuencia la pérdida del oído progresiva. La hipoacusia incipiente
tarda en detectarse, porque al principio sólo afecta a la percepción de los es-
tímulos de frecuencia alta y respeta el registro de la palabra hablada.
Los ruidos superiores a los 70 dB no suelen pasar inadvertidos para el
sistema nervioso vegetativo, puesto que activan la secreción de catecolami-
nas, que son las sustancias encargadas de transmitir la estimulación en el sis-
tema vegetativo simpático. A través de este mecanismo pueden aparecer
modificaciones fisiológicas, como la elevación de la tensión arterial, la ace-
leración del ritmo cardiaco o el entorpecimiento de la actividad de los órga-
nos digestivos.
Los efectos perturbadores del ruido sobre la actividad mental se ex-
tienden desde la provocación de ansiedad o irritabilidad hasta la inhibición
del pensamiento o el bloqueo de la reflexión.
El ruido es como la melodía del estrés, o sea, el agente sensorial de
acompañamiento que potencia el estrés multiplicando su acción perturba-
dora orgánica y psíquica. El ambiente estridente o ensordecedor es la clase
de entorno laboral más influyente para bloquear la comunicación y susti-
tuirla por tensiones de violencia.
El antídoto ambiental del ruido industrial no es el silencio absoluto,
sino una sonoridad ambiental armónica entre los 40 y los 50 dB, que puede
ser cubierta por el tono de la conversación común o por una dulce música
tenue. Los medios de defensa del trabajador contra el ruido se distribuyen

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Problemas de salud mental en el trabajo

entre procedimientos de insonorización ambiental y protectores individua-


les del oído, desde elementos simples a mano como algodones hasta los ar-
tilugios más efectivos como los cascos y los auriculares. Si existe una
intolerancia para el uso de estos últimos dispositivos protectores en forma
de dolor de cabeza o sensaciones de presión difíciles de tolerar, se impone
la medida de trasladar al trabajador a un destino laboral menos ruidoso.

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5
EL ESTRÉS OCUPACIONAL
CRÓNICO

5.1. La cultura de distrés

La noción de estrés ha cobrado tal popularidad en el campo de la Me-


dicina y entre el gran público, que con razón cualquier persona digna puede
sonrojarse si a estas alturas es presa de vacilaciones y dudas cuando trata de
explicar este fenómeno, anclado hoy con fundamento en el vértice de la ac-
tividad sociosanitaria. En estas páginas se tratará de ofrecer una visión trans-
parente del tipo de estrés hoy más sobresaliente, el estrés ocupacional crónico
con sus causas y sus consecuencias.
Se entiende por estrés la sobrecarga de temor o ansiedad que experi-
menta un sujeto cuando opera sobre él una enérgica presión externa. Tam-
bién podría definirse como la respuesta emocional y corporal a un
acontecimiento infortunado o una situación de agobio. Este fenómeno se
compone de un binomio: por una parte, el estrés propiamente dicho, inte-
grado por la intensa experiencia emocional interior; por otra, la sobreexi-
gencia o sobreestimulación externa, el agente determinante del estrés, el
factor de estrés, agente conocido como el estresor. Todavía hay científicos
de “campanillas” que confunden el estrés con el estresor y, consiguiente-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

mente, incurren en el desvarío de definir este fenómeno emocional como “la


reacción al estrés”.
El ser humano ofrece la peculiaridad de que el estresor puede corres-
ponder no solo a una realidad evidente, sino a una realidad contaminada de
imágenes temerosas, subjetivas o incluso a algo imaginario que podría acon-
tecer. La reacción ofrecida en este último caso constituye un estrés simbó-
lico, que es un tipo de estrés específico del ser humano.
Aunque el concepto de estrés proviene de la física, a mediados del
siglo pasado se incorporó a las ciencias sociales y de la salud en forma de un
fenómeno de amplitud biopsicosocial. Su catalogación como un fenómeno
biopsicosocial está justificada: primero, la experiencia de estrés es un registro
verificado en el campo mental de la conciencia; segundo, como estresor suele
operar un factor externo interpersonal o social; tercero, el dispositivo del que
se sirve el estresor para provocar el estrés es en una amplia medida un me-
canismo biológico neuroendocrino. No cabe duda, por tanto, de que el fe-
nómeno del estrés tomado en su conjunto constituye una magnitud
biopsicosocial. Una magnitud que ocupa uno de los capítulos más desco-
llantes en las modernas ciencias de la salud y cuya presencia debe ser objeto
de evaluación en todo trastorno emocional o psíquico.
Los antecedentes del estrés como fenómeno inherente a la vida hu-
mana y como objeto de estudio científico encierran un especial interés. Ade-
lantemos que si bien el estrés como fenómeno humano ha existido siempre,
su descubrimiento científico se ha producido en la Época Tardomoderna.
La experiencia de estrés ha sido una constante desde el comienzo de
la Humanidad. El ser humano nunca ha podido librarse de este asiduo acom-
pañante. Su cese se produce sólo con el acabamiento de la vida. El único
lugar con un nivel cero de estrés es la atmósfera silenciosa del cementerio.
A despecho de esta continua presencia prehistórica e histórica del es-
trés, su irrupción ha tomado una forma tumultuosa y masiva en la cultura oc-
cidental a partir de la revolución científico-industrial, o sea, a lo largo de los
dos últimos siglos. Dentro de la gama de estreses, hay que distinguir dos gra-
dos extremos: el grado tenue de estrés que opera como un estímulo conve-
niente o necesario para vivir, denominado euestrés por sus efectos positivos,

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El estrés ocupacional crónico

plasmados en forma de una activación del sistema individual de alerta, y el


grado excesivo o desbordante, conocido como distrés o hiperestrés, dotado de
una especial propensión para abocar a alteraciones patológicas tipificadas
sobre todo como trastorno de ansiedad, agotamiento emocional o cuadro
depresivo. En Medicina, cuando hablamos del estrés a secas solemos refe-
rirnos al distrés o hiperestrés.
Me he permitido bautizar en anteriores publicaciones la cultura occi-
dental contemporánea como la cultura de distrés en relación a albergar una po-
blación fustigada por varias sobrecargas emocionales con una energía como
hasta aquí nunca había sucedido. La actual cultura de distrés se caracteriza por
estar integrada por los siguientes vectores estresantes:

— El vacío dejado por el declive personal de los valores tradicionales,


encabezados por la belleza, la justicia y la verdad, y su suplantación
por disvalores como el poder, la imagen, el prestigio o el dinero, ha
supuesto el desmonte del más poderoso escudo defensivo indivi-
dual imaginable contra el estrés.
— El agobio de la prisa, o sea, el estrés del tiempo, impuesto en su
mayor parte por el afán de incrementar los recursos propios para
poder dar satisfacción al ansia de consumo, mediante la adquisición
de artículos de capricho o de tercera o cuarta necesidad.
— La infiltración de la modulación competitiva en las relaciones in-
terpersonales, al haber sido contaminada o avasallada la camarade-
ría por el aguijón de la rivalidad.
— La sustitución del espacio natural plácido y bucólico, con una alta
densidad de vegetación, por un metacosmos artificial de por sí ás-
pero e inclemente, invadido por motores, cemento o metales y so-
brecargado de ruido, la melodía del estrés.
— El modo de vivir inestable y sujeto a un proceso incesante de cam-
bios acelerados, impuestos por el asombroso avance de la tecnolo-
gía, que conducen a cada quien a un continuo sobreesfuerzo de
adaptación personal para no sentirse desbordado por los nuevos
acontecimientos.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

No me duelen prendas para entregarme a reconocer que la coalición


formada por los cinco vectores hiperestresantes mencionados puede inter-
pretarse casi como un discurso apocalíptico. Afortunadamente, esta cons-
trucción quíntuple se refiere sólo a la cara negativa de la cultura actual. En
el otro costado cultural se acumula una serie de elementos positivos carac-
terísticos de nuestro tiempo. Es ésta la primera ocasión en la historia en que
se puede hablar de una cultura de alta civilización humanitaria, una cultura
que engloba a todos los seres humanos, sin encumbrar a los reyes como dio-
ses ni despojar de su condición humana al más miserable de los mortales. Su
entramado social está tejido por una ideología laica, obedece al gobierno de
un sistema democrático parlamentario y ofrece una disponibilidad de servi-
cios de salud y educación jamás registrada anteriormente. Nos encontramos
además en la primera ocasión histórica premiada con el disfrute del inmenso
beneficio aportado por una respetable cuota de tiempo libre.
Los datos socioculturales medio apocalípticos actuales trufados no
sólo de distrés sino de violencia, encuentran un afortunado contrapeso en la
plataforma humana presente ocupada por el binomio razón/libertad. Vivi-
mos, pues, un tiempo peculiar, presidido por la tensa polaridad dialéctica
entre el encuentro razonable del hombre consigo mismo y dos monumen-
tales aberraciones en forma del diluvio de estrés y del protagonismo de una
violencia brutal.
La noción del estrés se remonta a la física cuando hace más de dos si-
glos esta ciencia comenzó a utilizar el vocablo inglés stress para designar el
desplazamiento del cuerpo elástico por fuera de su línea de equilibrio, pro-
pulsado por una enérgica presión externa. Se conjugaban ya en esta noción
los dos elementos conceptuales básicos del estrés que se han esgrimido siem-
pre: la resistencia del objeto y la acción de la fuerza o el apremio desde fuera.
Una visión esquemática del estrés lo reduce al efecto de una sobrecarga de
presión o tensión generada desde el entorno.
El año de 1936 constituye una fecha gloriosa para el encuentro del es-
trés con la Medicina. Fue en ese año cuando un investigador canadiense,
Hans Selye, natural de Hungría, residente en Montreal, dio carta científica al
fenómeno del estrés, con ocasión de describir “el síndrome de estrés bioló-

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El estrés ocupacional crónico

gico” como la respuesta fisiopatológica inespecífica o común a diversos


agentes nocivos de tipo físico, químico o biológico, como traumatismos, in-
toxicaciones, infecciones o hemorragias. Después confesaría el genial cien-
tífico en su libro The stress of my life (1977) que si hubiese dominado mejor la
lengua inglesa no habría usado el vocablo stress.
El síndrome de estrés biológico se hizo más popular en los círculos
médicos como síndrome general de adaptación, ya que su curso completo se
sistematizaba en tres fases sucesivas:

1ª La reacción o fase de alarma o periodo de choque, a base de una


descarga de catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), con mani-
festaciones de nerviosismo como taquicardia, aumento de la tensión
arterial o de la frecuencia respiratoria, temblores, hipersudoración
o insomnio.
2ª La fase de resistencia, sustentada por la estimulación del sistema
neuroendocrino, con una masiva liberación de ACTH y cortisol,
sustancias del eje hipofiso-adrenal consideradas como las hormo-
nas del estrés y la depresión. La elevación excesiva de la tasa plas-
mática de ambas hormonas constituye un factor de riesgo para la
aparición de la disfunción cognitiva a partir de la edad de 50 años,
a causa de sus efectos adversos sobre el cerebro.
3ª La fase de agotamiento, culminada por la aparición de alguna de
las llamadas enfermedades de adaptación (úlcera péptica, colon irri-
table, enfermedad coronaria, hipertensión arterial, etc.).

En esta concepción trifásica del proceso de adaptación puntualizaba


Selye que la noción de stress se refería al estado del organismo, mientras que
debía llamarse stressor al agente agresivo exterior.
El lector será conmigo indulgente si me tomo aquí la libertad senti-
mental de recordar que mi primer libro de psiquiatría, publicado en 1954, El
sistema hipófisis-suprarrenales en la clínica neuropsiquiátrica, versó sobre el síndrome
de estrés biológico o síndrome general de adaptación, visto desde la clínica
neurológica y psiquiátrica.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

La noción de estrés es asumida después por la ciencia de la salud


como un fenómeno prioritario biopsicosocial. Su énfasis se traslada desde
la fisiopatología, el campo de investigación del sabio canadiense, a la psico-
patología, en forma de una sobrecarga de temor o de ansiedad provocada
por un acontecimiento ambiental agudo o por una situación (crónica) en-
tendida como la interconexión entre la personalidad y el entorno. La ines-
pecificidad de la respuesta, o sea, la presentación de la misma reacción ante
toda clase de estímulos que era un punto esencial en la originaria descrip-
ción fisiopatológica de Selye, quedó muy limitada por el reconocimiento de
la influencia patoplástica ejercida por los elementos específicos del agente
provocador externo y del perfil de la personalidad del sujeto.
Uno de los pioneros en la renovación del concepto de estrés, Lazarus
(1966), definía el estrés psicológico como la transacción entre la persona y
su ambiente y planteaba como nuevos problemas el porqué un individuo
percibe o no un acontecimiento o una situación como estresante y cómo es
su estrategia de adaptación. Quedaba así subrayada la intervención activa
del individuo estresado, a diferencia del punto de vista mantenido por la
doctrina biológica previa.
Una precisión fenomenológica importante consiste en definir con
rigor el contenido del estrés. Este contenido suele atenerse al tema del acon-
tecimiento o de la situación estresante. Veremos más adelante cómo hay
cierta correspondencia entre las cualidades del estrés, por ejemplo el estrés
de la responsabilidad, el del aburrimiento o el de la creatividad, y el tipo de
trabajo. El contexto emocional del estrés, sobre el que medran los temas ci-
tados u otros, se distribuye entre el miedo, el temor y la ansiedad, los tres sen-
timientos de alarma más importantes y afines entre sí. La diferencia entre el
miedo y el temor, es la presencia en el miedo de un objeto más concreto y
preciso. El objeto del temor es algo más ambiguo. La ansiedad se distingue
de ambos por su tendencia a difundirse entre todos los contenidos de la
conciencia y plasmarse en la sensación de que de una manera imprevisible
e incontrolable va a sobrevenir algún acontecimiento terriblemente perni-
cioso. La ansiedad se acompaña menos de la acción defensiva que el miedo
o el temor, lo que resulta lógico dada su pulsación inhibitoria o bloqueante.

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El estrés ocupacional crónico

La base fisiológica del estrés de ansiedad ha mantenido el mismo es-


quema hormonal que en la doctrina de Selye, pero subordinándolo a la in-
tervención de los sectores del cerebro emocional, en forma sobre todo de
una inhibición de la corteza prefrontal, el cerebro de la libertad y la razón,
y un activación del hipocampo, la amígdala y ciertas estructuras subcorti-
cales. De tal suerte, el sustrato neurobiológico del estrés se ha vinculado al
sistema límbico o cerebro emocional, en forma de una inhibición de su
porción cortical y una exaltación de sus sectores subcorticales. Lo que en
la mente de Selye era una base fisiológica general, hoy se considera una
combinación de mecanismos neurobiológicos que funcionan en interrela-
ción recíproca con las hormonas hipofisarias, en un organismo invadido
por la descarga de catecolaminas. Lo que quedó definitivamente reafirmado
fue la catalogación del grupo formado por la hormona ACTH hipofisaria,
el cortisol y otros corticoides y las catecolaminas, como las hormonas del
estrés.
La hiperactividad del sistema hormonal hipofisocorticoadrenal o sis-
tema corticotropo inducida por los estresores laborales con la consiguiente
presencia plasmática excesiva del cortisol constituye uno de los resortes in-
hibidores del funcionamiento del sistema neuro-inmune.
Con un enfoque sobre los tres ejes del estrés, el biológico, el psicoló-
gico y el social, puede construirse la línea de investigación de los fenómenos
de estrés. La profesora de enfermería canadiense Marie Anderson (2004) se-
ñala los cinco puntos de pesquisa siguientes:

1º. La intervención de agentes externos de naturaleza diversa: física,


química, biológica, mecánica y sobre todo psicosocial.

2º. Las características personales del sujeto.

3º. Los indicadores de estrés: datos somáticos, psíquicos y comporta-


mentales.

4º. Las variables moderadoras: apoyo social y redes sociales.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

5º. Las consecuencias sobre la salud del individuo: trastornos psíqui-


cos, orgánicos o laborales.

La incorporación del estrés al trabajo se inscribe en el paradigma po-


sitivista de la interacción estímulo-respuesta, enfoque útil para analizar la
salud mental del trabajador.

5.2. Modalidades de trabajo estresante

Entre los sucesos o situaciones estresantes, o sea, en el conjunto de los


estresores hay que distinguir los protagonizados por el propio sujeto, califi-
cados como acontecimientos biográficos, y la incidencias ocurridas a través
de un mecanismo ajeno a él, por tanto con una índole extrabiográfica. Un
ejemplo aclaratorio: la muerte de un ser querido es un hecho extrabiográfico
y, en cambio, el accidente de circulación sufrido por un conductor es un
hecho biográfico. De todos modos, todo estrés notable tiene una trascen-
dencia biográfica y se incorpora a la vida del sujeto influyendo sobre ella.
El estrés ocupacional, como todo tipo de estrés, se subdivide en dos
versiones evolutivas: el estrés agudo y el crónico.
El estrés agudo se caracteriza por tener un comienzo definido, una
alta intensidad y una duración breve, y obedecer a un infortunado aconteci-
miento de la vida (en inglés, life-event). Los sucesos del trabajo agudos más fre-
cuentes son el despido, el traslado de destino, el cambio de programación o
de tarea, el accidente o el choque personal. Precisemos aquí que dentro de
las incidencias catastróficas las que ejercen efectos más devastadores sobre
la salud mental individual y colectiva son las perpretadas por el propio ser hu-
mano tipo terrorismo, después se alinean los accidentes tecnológicos u ocu-
pacionales y por último los desastres naturales.
La experiencia del estrés agudo suele configurarse como una reacción
de ansiedad o de otro sentimiento de alarma (miedo, temor, terror, pánico)
y acompañarse de una alteración transitoria de la conciencia en forma de

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El estrés ocupacional crónico

una pérdida de lucidez o de un estrechamiento crepuscular. No se le regatea


a la experiencia timérica el grado de estrés traumático o de vivencia traumá-
tica cuando se experimenta con mucho calado personal como una especie de
aniquilación interior centrada en las convicciones más íntimas y los valores
personales, o como un bloqueo mental, o tal vez en forma de la sensación
de estar fuera del mundo o instalado en una vida sin sentido. Dos tercios
largos de las personas adultas, por tanto más del 70% de la población adulta,
ha pasado en su vida al menos un episodio traumático agudo, como puede
ser el duelo, la grave pérdida económica, el accidente de tráfico, la violencia
física o sexual o la catástrofe natural o provocada.
El riesgo más inminente del estrés agudo es el de conducir a un estado
depresivo en los seis primeros meses. Su secuela predilecta, al cabo de este
tiempo, es un cuadro integrado por la ansiedad, el trastorno del sueño y la re-
viviscencia del suceso estresante, cuadro descrito anteriormente como neu-
rosis traumática y rebautizado por los psiquiatras estadounidenses como
síndrome de estrés postraumático. Este síndrome afecta casi a un tercio de los
sujetos psicotraumatizados y puede acompañarse de un cambio degradante de
la personalidad. Aunque la mayor parte de las personas se adaptan y superan
el acontecimiento infortunado en el periodo de los tres meses subsiguientes,
casi todos los afectados quedan marcados con un antes y un después jalona-
dos por la huella vivencial perenne del trauma. Ya lo había advertido el filó-
sofo: “El sufrimiento pasa, lo que no pasa es haber tenido el sufrimiento”.
La vida laboral está expuesta a acontecimientos determinantes de un
estrés agudo, de los que ya hemos citado algunos, como el cambio de em-
presa o el despido del trabajo. En la actualidad los trabajadores occidentales
atraviesan una época de especial exposición al estrés agudo impuesto por el
rápido cambio de trabajo en un contexto social sujeto a modificaciones ace-
leradas e imprevistas, o sea, el reflejo laboral de la cultura de distrés. La in-
novación tecnológica está hoy siempre al acecho y su advenimiento crea
dificultades de adaptación a los trabajadores.
Aparte de la serie de los sucesos infortunados y de las incidencias de
alarma responsables del estrés laboral agudo, los elementos integrantes de la

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

ocupación propia son los máximos responsables del distrés crónico genuino.
Por ello cuando se habla simplemente de distrés o hiperestrés ocupacional
suele tenerse en la mente el estrés ocupacional crónico. El estrés crónico se
caracteriza por un comienzo insidioso o indefinido, una intensidad variable
y una duración larga en forma de una persistencia continua o una repetición
con breves intervalos. A diferencia del estrés agudo, promovido por un
hecho aislado o fortuito o un acontecimiento circunstancial de la vida, el es-
trés crónico está accionado por una situación de agobio o sobreexigencia, o
sea, un estado de interconexión sobreexigente entre el individuo y su am-
biente. El estresor tiene, pues, una configuración razonablemente diferente
en ambos casos: viene a ser una emergencia o un suceso en el estrés agudo
y una situación en el crónico.
El estrés agudo repetido a causa de la acumulación de microtraumas es
asimilable por sus consecuencias y la evolución de sus síntomas a una situa-
ción estresante, o sea, a un estresor crónico. No debe olvidarse que el impacto
de microtraumas familiares sobre el niño es el factor determinante funda-
mental de las clásicas psiconeurosis.
Toda situación de trabajo encierra el riesgo de estar contaminada por
una fuente de estrés o distrés de dos clases distintas: la variedad inespecífica,
extendida más o menos a toda clase de ocupaciones, y la variedad grabada
con la impronta del tipo de trabajo. La función de fuente de estrés univer-
sal, compartida en distinto grado por todo tipo de trabajo, es asumida por
los estresores siguientes:

1º. La defectuosa organización del trabajo, que repercute en forma de


una sobrecarga de tareas, unas demandas contradictorias, una falta
de cometido concreto o una insuficiente delimitación de las com-
petencias.

2º. Las relaciones interpersonales tensas, crispadas o conflictivas con


los compañeros de trabajo o la presencia de un jefe autoritario, im-
pulsivo, inestable o poco competente.

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El estrés ocupacional crónico

3º. Las relaciones profesionales problemáticas o de rivalidad con


miembros del mismo equipo, tal vez agravadas por la confusión de
los respectivos roles o funciones.

4º. La ausencia de unas relaciones fluidas con la administración y la di-


rección o la falta de participación en la gestión empresarial,omisión
que no sólo aleja al trabajador del espíritu de la empresa, sino que
siembra en él un ánimo de recelo por creerse sometido a decisio-
nes arbitrarias o por temor a perder el empleo.

5º. La remuneración del trabajo insuficiente, factor algunas veces agra-


vado bien por el trato moral recibido, bien por constituir un salario in-
justo al ser cotejado con la retribución asignada a otros trabajadores.

6º. El ambiente autoritario de la empresa, cuyos factores propios como


el piramidalismo, el hermetismo o la rigidez del mando pueden con-
ducir a la siembra de un estrés colectivo.

7º. El lugar de trabajo agobiante, a causa del espacio insuficiente, la


falta de seguridad, la ubicación demasiado alejada de la vivienda o
las condiciones locales desfavorables respecto a la ventilación, la
temperatura o la humedad.

8º. La irregularidad cronológica en forma de desajustes de horario, so-


brecarga de horas extra, cambios de ordenación de jornada más o
menos arbitrarios, a los que cabe agregar los graves inconvenientes
inherentes a los tipos del trabajo nocturno o por turnos.

9º. El esfuerzo para satisfacer al tiempo a los jefes, los compañeros y


los clientes, o el sentimiento de responsabilidad para que se cum-
pla con todo rigor el plan laboral trazado, o cualquier exigencia de
alta competitividad.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El estrés o distrés puede extenderse dentro de la empresa en forma de


un estrés colectivo, ateniéndose a la propagación por contagio o mimetismo
al influjo del ambiente empresarial. Mientras que el grado del estrés indivi-
dual guarda una íntima relación con rasgos personales del trabajador, en es-
pecial con la motivación laboral, el estrés colectivo proviene en su mayor
parte del ambiente autoritario de la empresa y mantiene una íntima relación
con la tipología del trabajador alienado, revisada en un capítulo anterior.
Como muestra la Tabla 5.1., el estresor ocupacional específico toma un
tema preferente diverso en las formas de trabajo más distresantes, si bien
no con tanta precisión como indica la propia tabla, que no pasa de ser un
cuadro sinóptico orientativo. A este respecto conviene señalar que con
mucha frecuencia los estreses poseen una temática híbrida o mixta.
En contra de la exclusiva adscripción del estrés a los niveles de trabajo
superior, error tradicional, no puede considerarse el estrés ocupacional como
un apremio reservado para los grandes empresarios, los directivos, los yup-
pies o los altos ejecutivos, sino que se extiende a todo el abanico laboral.

Tabla 5.1. Tipos de estrés ocupacional y formas de trabajo


más estresantes*

● Estrés de la competitividad: empresarios, directivos, jefes.


● Estrés de la creatividad: escritores, artistas, investigadores.
● Estrés de la responsabilidad: médicos, enfermeras, controladores aéreos.
● Estrés relacional: servicio en contacto directo y continuado con la gente como
el de los asistentes sociales, los profesores o los vendedores.
● Estrés de la prisa: periodistas.
● Estrés de la expectativa: servidores del orden.
● Estrés del miedo: trabajos de alto riesgo (minas, industrias químicas, centros nu-
cleares, fuerzas del orden, prisiones).
● Estrés del aburrimiento: trabajos parcelarios, repetitivos o uniformes.
● Estrés de la soledad: ama de casa.

*Alonso-Fernández, F: Nuevas adicciones. Tea Ediciones, Madrid, 2003.

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El estrés ocupacional crónico

En el ambiente de las ocupaciones amenazadas por el estrés del miedo


o el temor, tal como ocurre en algunas actividades de alto riesgo, como la mi-
nería, la industria química o la construcción, suele funcionar una especie de
código colectivo que oculta el riesgo y proporciona al trabajador la sensación
de encontrarse instalado en un ámbito seguro. Así se obtiene seguridad a
expensas de ocultar la realidad. Cuando sobreviene un accidente se desvela
la cruda cara de la situación, y al menos durante una temporada emerge la
presión de un profundo respeto colectivo al riesgo.
El tipo de estrés analizado en la Tabla 5.1. que más puede atraer la
atención del lector es el estrés del aburrimiento en su doble versión: de un
lado, por poder ofrecer el vacío de estímulos responsable del tedio o el abu-
rrimiento como fuente de estrés; de otro, por concentrarse en trabajadores
no especializados ni siquiera cualificados. Este último dato es incuestionable,
lo que sí merece ser revisado es si el estrés puede alimentarse o generarse por
una falta de estímulos.
En realidad, el trabajo repetitivo y uniforme realizado, por ejemplo, en
una cinta mecánica en cadena requiere un esfuerzo especial del trabajador
para concentrar la atención, adaptarse al ritmo del trabajo y mantener la pos-
tura y la motórica adecuada. La pesadez de esta actividad mecánica repeti-
tiva experimenta un considerable alivio mediante intercambios de trabajo
periódicos, y la sensación de estar perdiendo el tiempo puede corregirse me-
diante el refuerzo del sentido del trabajo o con la evidencia del resultado
final. Por otra parte, esta especie de “tic laboral” se ha esgrimido como
muestra contra la automación laboral, lo que no deja de ser cuando menos
un juicio parcial o precipitado. La sustitución de un trabajo sobreestimu-
lante por otro más automatizado y aburrido, puede tener el significado iró-
nico de reemplazar un agente de estrés por otro, tal vez todavía más
poderoso.
Dentro de la Tabla 5.1., la forma de trabajo estresante supercampeona
corresponde a las tareas que implican la presencia de un estresor relacional,
tareas definidas como ocupaciones desempeñadas en contacto directo cons-
tante con el público atendido. Así se trabaja en los centros sanitarios, los

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

servicios sociales y las instituciones de enseñanza. Este personal de servicios


suele desempeñar muchas veces el trabajo en las peores condiciones posibles,
al tiempo sometido al riguroso agobio de la institución y al incesante apre-
mio de los usuarios o los clientes.
El doble estresor ocupacional es una experiencia propia de la mujer
sometida a la vez al estrés del empleo y a la obligación de realizar la mayor
parte del trabajo doméstico por no contar con una pareja más colaboradora.
La entrega al trabajo fuera del hogar ha significado una verdadera libera-
ción para la mujer, anteriormente confinada como ama de casa en el espa-
cio doméstico y condenada a la soledad. Pero ahora cuando se ocupa al
tiempo de un trabajo extrafamiliar agobiante y de las tareas del hogar, la
mujer experimenta la sobrecarga de un estresor doble, “un regalo” envene-
nado producto de la severidad de su jefe de trabajo o de la desidia egoísta
de su pareja.
La incorporación habitual al trabajo de los nuevos artilugios tecnoló-
gicos, como el ordenador portátil, ha conducido al registro de un nuevo tipo
de estrés denominado “tecnoestrés”. La sobretensión puede provenir, en
estos casos, bien de una falta de habilidad para hacerse con la nueva tarea,
bien de dificultades inherentes al propio material tecnológico, bien de un
ansia desmedida para revisar los datos o el correo electrónico.
El estresor laboral crónico puede reforzarse o amortiguarse con la ex-
periencia proporcionada por el ambiente familiar y las relaciones sociales.
Una vida familiar armónica es valorable en principio como un baluarte an-
tiestrés.
El modo de pasar el tiempo libre actúa sobre la fuente del estrés en sen-
tido positivo o negativo. El corte de la conexión con el trabajo para evadirse
con un divertimento o entregarse a una actividad cultural, permite aminorar
o neutralizar la fuente laboral del estrés. La incidencia de insatisfacciones o
frustraciones en el propio ambiente laboral actúa reforzando o complicando
la situación ocupacional estresante. Un dato práctico de alto interés consiste
en que algunos empleados llegan a su centro de trabajo con un alto nivel de
estrés, a causa de la demora o de las penalidades implicadas en el desplaza-
miento.

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El estrés ocupacional crónico

La situación de trabajo sobreexigente o tensa responsable del estrés


ocupacional crónico, es una trama de interconexión entre la personalidad
del trabajador y el ambiente laboral. El registro del estrés es función, pues,
de variables del individuo y de su ambiente. El papel jugado por el perfil de
la personalidad es tan profundo, que podría acogerse, mutatis mutandis, a la
sentencia del sabio fisiólogo Claude Bernard: «El microbio no es nada, el te-
rreno lo es todo».
El estrés ocupacional crónico se incuba en el modo personal de per-
cibir y vivir las dificultades ambientales, es decir, el estresor. El impacto es-
tresante del ambiente sobre el sujeto se verifica en función de las
características de su personalidad, al modo de una transacción entre el indi-
viduo y su ambiente.
Los dos perfiles de personalidad más vulnerables al estresor laboral
corresponden a la personalidad hiperambiciosa, dispuesta a alcanzarlo todo
y que no renuncia a nada y, en el otro costado, la personalidad insegura e hi-
persensitiva que, presionada por la baja autoestima, precisa de un exceso de
tiempo para poner a punto su programación o se hunde en el desánimo ante
cualquier dificultad. Aunque ambos tipos de personalidad ocupan polos
energéticos contrapuestos, su cohabitación dista de ser una rareza, puesto
que la hiperambición o la hipercompetitividad muchas veces son trazos per-
sonales desarrollados con un sentido compensatorio para la autoestima de-
ficitaria, el sentimiento de inferioridad o el descontento del sujeto consigo
mismo. La personalidad hiperluchadora y la insegura convergen además en
poseer un alto grado de vulnerabilidad para el fracaso: la primera porque
tiene tal hambre de triunfos que no puede vivir sin el éxito y la segunda por-
que necesita el aliciente del éxito para no hundirse en el cuestionamiento de
sí misma.
Hay personas y familias especialmente resistentes a los acontecimien-
tos adversos y a las situaciones difíciles. Para nombrarlas se ha acuñado el tér-
mino resiliencia con objeto de expresar la alta capacidad individual o familiar
para enfrentarse a acontecimientos traumáticos o circunstancias hostiles y
salir del trance con un estado fortalecido. El individuo resiliente se crece
ante la adversidad.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Los factores laborales crónicos específicos o inespecíficos que en com-


plicidad con el perfil de personalidad determinan el síndrome de estrés ope-
ran con el concurso de ciertos factores sociodemográficos, como la edad, el
género, el estado civil y las circunstancias familiares. Aquí me voy a ocupar
sólo del papel asumido por el género femenino.
El género femenino es más vulnerable para el estrés que su oponente, por
razón de su biología y su personalidad. La ritmicidad mensual neuroendocrina
es uno de los elementos biológicos que incrementa la vulnerabilidad femenina
para el estrés, vulnerabilidad por lo general en progresión ascendente de la fase
preovular a la postovular, con su escalada suprema en los tres o cuatro días que
preceden al inicio menstrual, sobre todo cuando está presente la disforia pre-
menstrual. La personalidad femenina ofrece en el 70% de las mujeres unas con-
diciones afectoemocionales idóneas para multiplicar en su interior la percepción
y la resonancia de la situación laboral estresante. Los dispositivos sociales tam-
poco se muestran favorables para respaldar a la mujer. A este respecto, ya hemos
mencionado la duplicación del estrés en muchas mujeres modernas empareja-
das o casadas que tienen una ocupación extradoméstica.
Si bien el distrés no respeta a ningún escalón laboral, su incidencia es
más frecuente entre los directivos y los jefes de taller o de servicio e incluso
entre los capataces que entre los obreros cualificados o no cualificados.
La incidencia del síndrome de estrés hace estragos en las filas del equipo
sanitario, los profesores, los asistentes sociales, los policías y en general todos
los trabajadores que prestan servicios directos a otras personas. La alta mor-
bilidad de estas profesiones para el síndrome de estrés no debe de hacernos
olvidar el papel asumido por los factores extralaborales (familiares, sociales,
sentimentales o económicos) o por el índice personal de vulnerabilidad.

5.3. El síndrome de estrés

El distrés que arraiga en el individuo como un fenómeno crónico, gra-


dualmente conduce a la aparición de una serie de síntomas clínicos psíqui-

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El estrés ocupacional crónico

cos, vegetativos o conductuales, acompañados de ciertos datos analíticos y


de alteraciones de la actividad laboral. El conjunto de esta serie de manifes-
taciones de salud negativas constituye lo que se viene llamando el síndrome de
estrés. El proceso de instalación de este cuadro clínico, inducido por la pre-
sión de un poderoso estresor laboral, tiene una duración entre uno y cinco
años.
El núcleo de este síndrome está integrado por el agotamiento emo-
cional. El agotamiento, a diferencia de la fatiga, no se deja reponer por el des-
canso. La falta de fuerzas emocionales en el estadio inicial se traduce en el
sujeto estresado por hastío, desilusión o desmotivación hacia su ocupación
habitual, como si le hubiese abandonado el interés por el trabajo. Esta ca-
racterística inicial del síndrome de estrés se encuadra en la sensación de ha-
berse quedado sin combustible energético, característica que inspiró la
metáfora del “síndrome del quemado” (burnout) y las designaciones de “sín-
drome de desmotivación laboral” o “síndrome de desgaste profesional”. En
realidad, la instauración del síndrome de estrés suele estar precedido durante
una temporada por el desgaste o la desmotivación laboral.
El agotamiento emocional se extiende con cierta celeridad a las esfe-
ras cognitiva o intelectual, psicomotora y física, y se convierte así en un ago-
tamiento global del trabajador estresado.
El cuadro de estado del síndrome de estrés o síndrome de burnout
abarca los cinco apartados siguientes:

— Los síntomas nucleares que constituyen al tiempo la avanzadilla de comienzo:


la apatía, en forma de pérdida de interés o de motivación, la aste-
nia (fatiga precoz) o la adinamia (falta de energías permanente).
— Los síntomas mentales de tipo neurasteniforme: ansiedad, irritabilidad,
agresividad, labilidad afectiva, falta de concentración, fallos de me-
moria, lentificación del pensamiento o actitud hipocondríaca.
— Los síntomas físicos funcionales: dolores de cabeza y otras sensaciones
dolorosas, malestar general, trastornos del apetito en sentido ano-
réxico o hiperfágico, dispepsia y otros síntomas digestivos, acele-
ración cardiaca, disregulación del sueño en forma de insomnio

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

nocturno e hipersomnia diurna, inhibición sexual traducida en las


mujeres por la instauración de frigidez y en los hombres al princi-
pio por falta de apetencia y después por disfunción eréctil u or-
gásmica.
— Los datos analíticos: la elevación de las tasas plasmáticas de colesterol,
ácido úrico, glucosa y cortisol y el descenso funcional de los meca-
nismos inmunoprotectores (disminución de los linfocitos T y B y
de las citocinas, o sea de los dispositivos inmunitarios de tipo celu-
lar y humoral).
— Las alteraciones de la actividad laboral: el rechazo del trabajo, la dismi-
nución del rendimiento, la acumulación de errores, la propensión
a los accidentes, el absentismo o la falta de puntualidad o incluso
los brotes de violencia verbal o pasiva contra los compañeros de
trabajo o los clientes. El agotamiento emocional implicado en el
síndrome de estrés se acompaña, por tanto, de los signos desmoti-
vadores propios del agotamiento emocional.

Un cuadro de esta enjundia ofrece amplias coincidencias clínicas con


la neurosis de ansiedad y se solapa con la depresión larvada. La distinción
diagnóstica es importante. De todos modos, la salida natural del síndrome de
estrés, según observaciones personales, es abocar a una forma de depresión
incompleta, polarizada en el estado de anergia, entendido como una falta de
energías o impulsos. Desde esta perspectiva vengo calificando el síndrome
de estrés comouna antecámara de la depresión.
El enfermo sumido en un estado de depresión anérgica se queja sobre
todo de apatía o de falta de interés por todo. Se reconoce a sí mismo como
una persona aburrida, cansada o carente de ilusiones, pero no como un en-
fermo depresivo, ya que no experimenta los elementos propios del humor
depresivo, como la tristeza, la desesperanza, la amargura, el dolor moral o la
visión pesimista de la vida. El depresivo anérgico reduce sus actividades,
abandonando antes las de tipo festivo que la obligación laboral. Con fre-
cuencia se siente solo. Por lo general no se libra de sufrir la alteración del

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El estrés ocupacional crónico

sueño y de la conducta alimentaria, dato que patentiza la tendencia del cua-


dro anérgico a acompañarse de algún síntoma ritmopático.
El trastorno fundamental del enfermo depresivo anérgico consiste en
la conjunción de un déficit de energías físicas (astenia o adinamia, trastornos
sexuales y digestivos) y de energías psíquicas (apatía, aburrimiento, falta de
concentración y por consiguiente déficit de la memoria reciente, pensamiento
torpe, pérdida de actividad, obsesiones o cavilaciones en círculo).
El síndrome de fatiga crónica, tan de moda en la actualidad, no es nada
más ni nada menos la mayoría de las veces que una depresión anérgica. El
mundo del enfermo depresivo anérgico está dominado por la vivencia glo-
bal de falta de energías psíquicas y físicas. Esta vivencia se atiene a una es-
cala jerárquica de tres grados: en el grado ligero prevalece la falta de impulsos
o ilusiones en forma de apatía o desgana; en el grado intermedio, se agrega
a la experiencia anterior el registro terriblemente mortificante del apaga-
miento de los sentimientos o de la ausencia de la sensibilidad para los estí-
mulos externos, como si fuese un estado de anestesia o indiferencia; y en el
grado intenso, lo que domina en las entrañas del sujeto es la sensación de va-
ciamiento o paralización psíquica, en forma de una vivencia nihilista o de
bloqueo (Tabla 5.2.)

Tabla 5.2. Modos de vivir la anergia.

Grado ligero: Apatía o desgana.


Grado intermedio: Anestesia o indiferencia.
Grado intenso: Nihilismo o vacío.

El síndrome de estrés como tal o ya transformado en una depresión


anérgica puede complicarse con la patología social y orgánica siguiente:

— La creación de una desarmonía familiar, la activación de la violen-


cia doméstica o la separación conyugal.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

— La tensión interpersonal en el trabajo, en forma de aislamiento o de


roces más o menos violentos con los compañeros o con los jefes.
— El abuso de alcohol o de otras drogas, o la automedicación abu-
siva.
— El trastorno digestivo, desde la úlcera gastroduodenal hasta brotes
de colitis.
—El trastorno cardiovascular, como la hipertensión arterial o el sín-
drome coronario.
— La acometida de alguna afección oportunista dado el descenso fun-
cional de los mecanismos neuroinmunitarios.

El curso espontáneo de la depresión anérgica conduce con cierta ra-


pidez a la extensión de la depresión a las otras dimensiones de la depresión
en los dos tercios de los casos. De esta suerte, la depresión polarizada al
principio en la anergia se vuelve más completa al incorporar a su cuadro clí-
nico la sintomatología propia del humor depresivo, la discomunicación y la
ritmopatía. El cuadro de la depresión anérgica generada por el síndrome de
estrés, se reparte al final en la proporción nivelada del 33% entre estos tres
estados depresivos:

— La depresión anérgica, por tanto, una depresión unidimensional.


— La depresión bi o tridimensional, cuadro integrado por la sintoma-
tología depresiva correspondiente a dos o tres dimensiones res-
pectivamente, entre las cuales siempre figura la anergia.
— La depresión completa, integrada por la sintomatología encuadrada
en las cuatro dimensiones, por cuyo motivo también se la califica de
depresión tetradimensional.

La recuperación de la depresión anérgica exige un tratamiento anti-


depresivo un tanto especial, en el que no puede faltar la administración de
un psicofármaco activador del sistema noradrenérgico y la reorganización
socioterapéutica del plan de vida.

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El estrés ocupacional crónico

De un modo global y directo podemos establecer que el nivel elevado


de estrés, o sea el distrés, incrementa la vulnerabilidad individual para los
trastornos siguientes: cuadros de ansiedad, episodios depresivos, cambio en
los hábitos de vida (alimentación y sueño), consumo de drogas, elevado
riesgo de enfermedades digestivas y cardiovasculares, incremento de la inci-
dencia de las enfermedades infecciosas y del cáncer a causa de la reducción
de la competencia inmunitaria o elevación del índice de mortalidad.
El sustrato biológico del síndrome de estrés se desdobla en mecanis-
mos centrales y mecanismos periféricos. El sustrato central del síndrome
de estrés se ubica en el cerebro emocional, la porción del cerebro que in-
terviene en la génesis del estrés. El mecanismo periférico más importante
consiste en el descenso del funcionamiento del sistema psiconeuroinmune,
lo que se traduce en una baja producción defensiva de anticuerpos. El papel
de vehículo transportador de mensajes perturbadores recíprocos entre el
cerebro y el sistema neuroinmune lo viene asumiendo en una amplia media
el cortisol, una hormona corticoadrenal que alcanza en el plasma sanguíneo
una tasa excesivamente elevada en ciertos momentos evolutivos de algunos
episodios depresivos y del síndrome de estrés.
La prevención del distrés o estrés excesivo no consiste en la desres-
ponsabilización ante el trabajo ni en el cultivo de la actitud del pasotismo.
Estas orientaciones quedan descartadas desde el inicio como iniciativas con-
traproducentes.
El trabajador dispone de varias medidas puntuales para protegerse a sí
mismo contra el estresor laboral. Las medidas más accesibles y efectivas se
sistematizan en las tres estrategias siguientes:

1ª. Afrontar el factor de estrés o estresor, o sea la incidencia o la si-


tuación negativa, mediante una evaluación cognitivoemocional, tác-
tica conocida con las designaciones de afrontamiento, coping (en
inglés) o faire face (en francés). El afrontamiento del problema se
inicia dedicando tiempo y esfuerzo a su conocimiento por la vía de
la lógica racional y la afectividad buscando explicaciones razona-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

bles sobre un contexto de reflexión y de entendimiento con otras


personas sustentado por el diálogo. Entre sus recursos comple-
mentarios figuran sobre todo estos dos: de un lado, el manejo del
sentido del humor en la medida conveniente, para uno mismo y
para los demás; de otro, el mantenimiento de la conducta habitual,
sin dejarse desalentar ni desanimar, sino con el aguante propio de
una persona madura.

2ª. La desconexión periódica de la actividad laboral mediante el em-


pleo adecuado del tiempo libre, en las direcciones de la actividad fí-
sica, el puro divertimento o el cultivo espiritual para poder evadirse
del problema. Para basarse en esta orientación defensiva es muy
importante o imprescindible disponer de aficiones o hobbies. La ca-
pacidad desconectadora juega un papel tan importante en la géne-
sis y el desarrollo del estrés, que permite presentar a las personas
carentes de algún vivo interés extralaboral como víctimas propi-
cias para el distrés ocupacional, más propicias incluso que algunos
compañeros suyos agobiados con un nivel superior de sobretensión
laboral.

3ª. El apoyo sociofamiliar de tipo personal o emocional. Este respaldo


interpersonal puede ser proporcionado por los familiares, los ami-
gos o los compañeros de trabajo. La reunión con otras personas
para analizar en frío la situación estresante, además de aportar un
increíble alivio relajante y una amplificación del campo de la con-
ciencia, facilita la liberación de emociones mediante la palabra ha-
blada, o sea, una acción de catarsis, que es como una purificación
mental.

Estas tres estrategias, el afrontamiento o trato directo con el problema,


la desconexión o evasión y la apoyatura interpersonal, suelen combinarse de
forma conveniente, y cada una de ellas puede desarrollarse con arreglo a
pautas distintas. El adiestramiento en técnicas de relajación, de afirmación de

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El estrés ocupacional crónico

sí, de meditación o de comunicación interpersonal puede prestar una ayuda


suplementaria a cierto tipo de sujetos para organizar la defensa estratégica
conveniente.
La reorganización del trabajo con el doble propósito de aligerar la
sobrecarga emocional inmanente al mismo y abrir nuevos canales de co-
municación entre los directivos y los empleados, es la medida básica para
la prevención empresarial del estrés colectivo. El concurso benevolente de
la empresa para ayudar a resolver en cualquier empleado esa magnitud biop-
sicosocial que es el distrés, representa una acción de gran valor sanitario
preventivo que a la larga o a la corta transmitirá un impacto positivo al es-
píritu de la empresa y a su productividad. En caso de alarma colectiva, la
empresa ha de encontrarse dispuesta al lanzamiento de una estrategia de-
fensiva institucional.
La estrategia de vida antiestrés, o sea, la prevención del estrés a largo
plazo, se deja guiar por el postulado de que la persona cualificada de robusta
o vigorosa (hardy) se distingue, en relación precisamente a su robustez o
vigor, por poseer un tampón o un cojinete que le protege contra el mazazo
del estresor. Para estimular el fortalecimiento del vigor de carácter puede
prestar una especial ayuda el cultivo de los indicadores individuales de salud
mental personal y social incluidos en la relación siguiente: la organización
de la vida en torno a un proyecto; la fijación de la autoestima en un nivel
equilibrado; el desarrollo de la vida con un amplio soporte sociofamiliar; el
grado de actividad física suficiente; el refuerzo o la consolidación de la mo-
tivación hacia un trabajo libremente elegido, y una calidad de vida satisfac-
toria en los planos objetivo y subjetivo. No se trata con ello de encorsetar
las preferencias personales o de coartar la libertad individual, sino de ofre-
cer una programación amplia y abierta que cada quien puede rellenar a su
estilo.
Por lo general, el tratamiento del trabajador distresado exige como
medida previa el apartamiento temporal total o parcial del trabajo habitual.
No será sino después de haberse evaluado de un modo detenido su estado
clínico, que se iniciará el tratamiento con la medicación precisa y la guía psi-
cosocial oportuna.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Los medicamentos más manejados son los principios vitamínicos E y


C, al menos una molécula antidepresiva, la regulación del ritmo circadiano
mediante la melatonina o preferentemente un agonista suyo o un producto
ansiolítico suave. La identidad de estos psicofármacos variará ampliamente
a tenor de la etapa evolutiva en que se encuentre el enfermo distresado y de
la presencia o no de otros trastornos asociados o comórbidos.
Por su parte, la guía psicosocial orientativa para estos enfermos se dis-
tribuye en dos vertientes: en la vertiente psíquica, la ayuda principal consiste
en la comprensión emocional de su personalidad y la reorganización de su
situación laboral valiéndose para ello de una serie de entrevistas para escu-
char y comprender al trabajador. En la vertiente social la tarea más impor-
tante estriba en propulsar la actividad reorganizativa en la planificación y el
sentido de su vida, tarea sistematizada en estas cuatro unidades: el trabajo, el
descanso, la convivencia sociofamiliar y las actividades libres. Naturalmente,
la prioridad de este reajuste global corresponde a la debida ordenación de las
relaciones del sujeto distresado con su ocupación y el entorno laboral.
Para no dejar ningún cabo suelto conviene que, cuando sea preciso, el
laborante se mentalice sobre la orientación defensiva efectiva contra el es-
tresor agudo mediante estas dos pautas de lucha: primero, la relativización de
la importancia del suceso, con ayuda del sentido del humor, sabiendo que las
cosas siempre nos parecen de inmediato más graves de lo que en realidad
son; segundo, la superación, sin dejar interrumpir la continuidad en su pro-
grama vital, ni modificar el horario cotidiano, ni dejarse llevar a una ruptura
de su estilo de vida.

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6
LA DEPRESIÓN
EN EL ÁMBITO LABORAL

6.1. La era de la depresión

Se dispone de datos suficientemente fidedignos para afirmar que la


presencia de la depresión —enfermedad denominada en tiempos anteriores
melancolía— ha sido constante a lo largo de la Historia de la Humanidad.
A partir de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, acaecida en 1945,
se ha registrado un notable incremento en la incidencia de la depresión, de
modo que en las generaciones nacidas desde esa fecha la frecuencia de esta
enfermedad se ha duplicado.
Entre los factores responsables de esta duplicación ultramoderna de
la morbilidad depresiva sobresalen los siguientes:

— El ocaso de los valores tradicionales.


— La desmembración de la familia.
— La acumulación de situaciones sociales depresógenas, como el dis-
trés crónico, el aislamiento, el sedentarismo y la falta de regulari-
dad en las costumbres o la presencia de cambios acelerados en el
modo de vivir.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

— La masificación del consumo de drogas legales o ilegales.


— La amplia utilización de ciertos medicamentos, entre cuyos efectos
secundarios figura el de facilitar la aparición de la depresión.
— El alargamiento de la vida humana, ya que la presa más propicia
para la depresión son las personas mayores o los ancianos.

Y si hablamos con toda legitimidad de que estamos inmersos en la Era


de la depresión es para señalar no sólo la actual frecuencia desorbitada al-
canzada por este trastorno, sino a causa de su trascendencia social, econó-
mica y laboral, y además como testimonio de que la propia sociedad
occidental contemporánea es corresponsable de esta morbilidad depresiva
creciente.
En la población general mayor de 15 años se contabiliza en el año
entre un 6 y un 8 por ciento de enfermos depresivos, índice llamado tasa
de prevalencia anual. En esta línea existe en el mundo cerca de 500 mi-
llones de enfermos depresivos, entre los que figuran unos tres millones
y medio de españoles.
La expectativa de depresión a lo largo de la vida, índice llamado tasa
de prevalencia global, oscila entre el 20 y el 25 por ciento, lo que significa que
por cada cuatro o cinco personas que nacen, una será afectada por la de-
presión al menos una vez en el curso de su vida.
La palabra depresión proviene del latín deprimere y significa hundimiento
o abatimiento. Lo que se hunde en la depresión es el plano vital del ser hu-
mano, ese estrato de la personalidad que ocupa una situación intermedia
entre los estratos somático o corporal y psíquico o mental, y que se infiltra
por ambos. La vitalidad es como una especie de encrucijada entre lo psí-
quico y lo corporal.
Según mis propias investigaciones, la depresión está integrada por cua-
tro dimensiones, cada una de las cuales corresponde al hundimiento de un
vector o función de la vitalidad.

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La depresión en al ámbito del trabajo

VECTOR FUNCIONAL DIMENSIÓN DE LA


DE LA VITALIDAD DEPRESIÓN

Estado de ánimo Humor depresivo


Energía de impulsos Anergia (falta de impulsos)
Sintonización con el ambiente Discomunicación
Regulación de los ritmos Ritmopatía (desfase de los ritmos)
*Alonso-Fernández, F: Las claves de la depresión. Cooperación Editorial, Madrid, 2ª edición, 2001.
Figura 6.1. Correspondencia entre los vectores de la vitalidad y las
dimensiones del estado depresivo.

Mientras que la depresión completa es tetradimensional, puesto que


conlleva sintomatología de las cuatro dimensiones, la depresión incompleta
puede ser uni, bi o tridimensional, a tenor de que en su cuadro clínico estén
presentes los síntomas de una, dos o tres dimensiones. El hecho corriente es
que el cuadro depresivo se inicie por una sintomatología parcial y al acen-
tuarse gradualmente se vaya volviendo más completo, o sea más extenso. Es
como si el hundimiento de uno de los vectores vitales arrastrase al declive a
los otros a partir de alcanzar cierto grado el descenso propio.
La depresión acredita su primordial filiación vital al ser un trastorno
psicofísico que, por tanto, engloba síntomas psíquicos y síntomas somáticos.
Habitualmente dominan en el mundo del enfermo los trastornos psíquicos.
El primer plano clínico de la depresión es ocupado por síntomas somáti-
cos, como dolores de distinta localización, fatiga, trastornos digestivos u
otros, sólo en la serie de las depresiones ligeras o atenuadas, denominadas
en los círculos científicos “depresiones somatotropas larvadas”.
Para elaborar el modelo vital de la depresión tetradimensional me basé
en el estudio de una casuística de enfermos depresivos mediante el método
fenomenológico-estructural, prestando especial atención a la observación
de los cuadros clínicos donde no se hallaba presente el humor depresivo,
puesto que para el criterio estadounidense no hay depresión sin la presencia
de los elementos del ánimo depresivo. A despecho de esta radical diferencia
de criterio con el patrón estadounidense, el modelo estructural tetradimen-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

sional de la depresión ha alcanzado cierto predicamento por todos los con-


tinentes del mundo, donde es conocido como el “modelo español”. A esta
luz, la depresión abarca varias enfermedades y se define como el síndrome
depresivo vital, entendiendo por síndrome un conjunto de síntomas común
a varias enfermedades.
El concepto del síndrome depresivo vital se funda en estos cuatro ejes
o planos:

1º. Eje semiológico: el espectro sintomatológico de la depresión distri-


buido en cuatro dimensiones, según ya hemos referido.

2º. Eje etiológico: las causas fundamentales de la depresión y la categoría


de la enfermedad depresiva correspondiente, se consignan en la Fi-
gura 6.2.

CLASE DE ENFERMEDAD
CAUSAS
DEPRESIVA

Herencia Depresión endógena


Ansiedad neurótica Depresión neurótica
Situación en la vida Depresión situativa
Trastorno corporal Depresión sintomática o
somatógena

*Alonso-Fernández, F: Las claves de la depresión. Cooperación Editorial, Madrid, 2ª edición, 2001.


Figura 6.2. Clases de enfermedad depresiva.

3º. Eje patogénico: la causa fundamental de la depresión llega a deter-


minar la aparición de un cuadro depresivo, una vez que provoca
una alteración neuroquímica, alteración catalogada como factor
patogénico, o sea un eslabón causal consecuencia de la causa fun-
damental. Los neurotransmisores más involucrados en la depre-
sión son, según los conocimientos actuales, la noradrenalina, la
serotonina, la dopamina y la acetilcolina.

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La depresión en al ámbito del trabajo

4º. Eje terapéutico: para el logro de una respuesta rápidamente favora-


ble se precisa la normalización del estado neuroquímico mediante
los medicamentos o psicofármacos adecuados, cuya acción debe
respaldarse en todo caso con el tratamiento psicosocial pertinente
y tener una prolongación suficiente en plan de terapia preventiva
con objeto de evitar las recaídas y las recidivas.

El modelo estructural tetradimensional de la depresión ofrece cuatro


pistas distintas para el diagnóstico. Es suficiente la presencia de un trastorno
suficientemente intenso y sostenido en cualquiera de ellas, aunque sea ex-
clusivamente en una sola, para sospechar que nos encontramos ante una en-
fermedad depresiva. (Figura 6.3.).
Humor depresivo Desvalorización o subestimación propia en
forma de ideas de inseguridad, inferioridad o in-
dignidad.
Tristeza e incapacidad para experimentar placer
o alegría.
Disminución del apego a la vida (dolor moral o
dolor por vivir).

Anergia Apatía, aburrimiento o indiferencia.


Disminución de la actividad habitual (primero
se corta con las distracciones y después con el
trabajo).
Fatiga general o cansancio precoz.
Discomunicación Retraimiento o timidez.
Sentimiento de soledad.
Abandono de las lecturas, la radio o la televi-
sión.
Ritmopatía Dificultad para conciliar el sueño.
Pérdida del apetito o del peso.
Sensación de que el tiempo pasa más lento y las
horas se vuelven más largas.

Figura 6.3. Sintomatología básica para la detección de la depresión.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El acto primordial para la detección del síndrome depresivo es la en-


trevista con el enfermo, ilustrada con los informes transmitidos por sus alle-
gados. Para la identificación diagnóstica de la clase de enfermedad depresiva
y el subdiagnóstico de su tipo semiológico, se dispone de la aplicación de
una prueba específica estandarizada. La única prueba genuina española pa-
tentada que reúne estas condiciones es el Cuestionario Estructural Tetradimen-
sional para la Depresión (CET-DE, Alonso-Fernández, 1986, ediciones Tea).
Los resultados obtenidos en la aplicación de esta prueba se plasman en
un perfil gráfico denominado “depresograma”.

6.2. Situaciones laborales depresógenas

Vamos a entrar aquí en la cara negativa del trabajo. La actividad del


trabajo ocupa hoy un lugar importante en la vida de la mayor parte de las per-
sonas adultas como fuente de bienestar y como vía para la integración social.
Ello no obsta para que algunas veces, la situación en el trabajo se vuelva
mortificante o penosa, hasta el punto de ser capaz de intervenir como causa
o concausa de un trastorno mental. En una proporción de trastornos men-
tales algo superior al tercio de la morbilidad psiquiátrica global intervienen
los factores laborales en forma de un acontecimiento infortunado o una si-
tuación mortificante.
La serie de factores primordiales específicos de la ocupación laboral
que intervienen en la causalidad de la depresión, en especial la clase de de-
presión que se define como depresión situativa, se distribuye en situaciones
laborales y acontecimientos de la vida laboral. A diferencia del aconteci-
miento de la vida (el life event de la psiquiatría anglófona), que es un hecho ais-
lado que incide sobre el individuo, la situación es un estado de cierta
continuidad que engloba la interacción entre el entorno y el individuo.
Los acontecimientos de la vida negativos abren en el lapso del tiempo
subsiguiente al momento de su irrupción un periodo de seis meses muy pro-
clive a la presentación de un episodio depresivo. Por su parte, todas las si-

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La depresión en al ámbito del trabajo

tuaciones penosas o mortificantes encierran una acción depresógena, o sea


una tendencia a abocar a la depresión, unas más que otras. El tipo de situa-
ción de aislamiento ambiental o interpersonal, que cursa con un fuerte sen-
timiento de soledad, se encuentra a la cabeza de las situaciones depresógenas.
A continuación destacan por su fuerte acción depresógena las situa-
ciones de duelo o de pérdida, las situaciones de sobrecarga emocional o de
sobreesfuerzo y las situaciones sujetas a cambios rápidos o intensos. Las cua-
tro modalidades de situación depresógena por excelencia que acabamos de
enumerar comparten la cualidad de estar íntimamente correlacionadas con
una dimensión del cuadro clínico depresivo (esquema). Este especial im-
pacto sobre un parámetro de la vitalidad suele traducirse al comienzo del
cuadro depresivo en forma de un predominio de la sintomatología unidi-
mensional correspondiente.

MODALIDAD DE VECTOR DE LA DIMENSIÓN


SITUACIÓN VITALIDAD DEPRESIVA
DEPRESÓGENA IMPACTADO AFECTADA
Situaciones de duelo, pérdida Estado de ánimo Humor depresivo
o inseguridad
Situaciones de sobreesfuerzo Impulsos Anergia (falta de impulsos)
o sobrecarga emocional
Situaciones de aislamiento Comunicación Discomunicación
o soledad
Situaciones de inestabilidad Regulación de los Ritmopatía
ritmos

Figura 6.4. Correspondencia respectiva entre la modalidad de situación


de vida más impactante en un sentido depresivo y la respectiva dimensión
del cuadro depresivo afectado inicialmente.

Las cuatro modalidades de situación dotada de más fuerte impacto de-


presógeno tienen una amplia representación en el mundo laboral, según
vamos a revisar a continuación.
La situación de duelo o de pérdida se relaciona en el mundo del tra-
bajador con la ausencia persistente o definitiva de algún camarada a causa de

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

la marcha voluntaria, el despido, el traslado, el fallecimiento o la enfermedad.


Se engloba también en este tema situativo la pérdida del puesto de trabajo
propio que conduce al llamado paro laboral secundario, situación que será ana-
lizada en otro capítulo. La amenaza de la pérdida del empleo o la inseguri-
dad en el mismo, alentada por el rumor empresarial o por el despido de otros
trabajadores, cuyo efecto alarmante se acrecienta cuando se relaciona con
amigos o compañeros de equipo, siembra sombras de pesimismo en el su-
jeto y puede hacerle caer en la depresión.
La sobrecarga emocional es el dato definidor de la situación laboral
de distrés ocupacional crónico, una modalidad de situación que conduce con
mucha frecuencia a la depresión a través del agotamiento emocional. Tam-
bién actúa en este sentido el sobreesfuerzo exigido por el sobretrabajo.
Ambas vías convergen en abocar a la depresión a través del hundimiento
energético de los impulsos.
La falta de una comunicación suficiente con los compañeros o con los
jefes es el origen más frecuente de una situación de aislamiento laboral. Un
ambiente de trabajo dominado por el autoritarismo, la descalificación, la
brusquedad o la falta de compañerismo, se convierte en un lugar de desen-
cuentro que hace difícil el mantenimiento de unas relaciones interpersona-
les armónicas y siembra por doquier el aislamiento o la sensación de soledad.
Tanto la carencia de estímulos ambientales como la mortificación implicada
en la soledad, son elementos situativos depresógenos de primer orden.
La sujeción del trabajo a un horario irregular o a cambios frecuentes
de tareas es una situación laboral ritmopática que connota un alto riesgo de-
presivo. Por ello, los procesos de cambio laboral deben acometerse tomando
ciertas precauciones preventivas.
En la práctica se requiere analizar cómo el sujeto ha vivido la situación
que le ha conducido a la depresión, ya que muchas veces su determinación
depresógena ha cursado a través de varios factores puntuales que se combi-
nan y refuerzan recíprocamente. En el contexto de la situación de trabajo de-
presógena bulle con fuerza en muchas ocasiones la falta de motivación
laboral, o sea la sensación de realizar un trabajo de un modo más o menos
forzado.

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La depresión en al ámbito del trabajo

El sedentarismo es un factor situativo propio de un estilo de vida aso-


ciado con un alto riesgo para la depresión y que se refuerza con la compli-
cidad del modo de trabajar con escasa movilidad. La neutralización de la
nocividad encerrada en el trabajo sedentario es fácil de corregir, mediante la
dedicación de una hora de asueto en días alternos a la actividad física (paseo,
marcha, carrera).
Puede sorprender al lector el hecho de que la incidencia de la depre-
sión se incrementa al sobrevenir un éxito profesional. En términos genera-
les se viene hablando de la “depresión de la fortuna“. El término es equívoco,
ya que en la génesis de la depresión no participa la experiencia de la fortuna
en sí, sino alguna de sus implicaciones como la sobrecarga de responsabili-
dades o la imposición de un radical cambio de vida.
La incidencia de la depresión situativa psicosocial de la que hemos ve-
nido hablando se acumula en el tipo de personalidad anancástica o perfec-
cionista. Este tipo especial de personalidad se detecta con cierta facilidad por
su afán de hacer las cosas de un modo inmejorable o insuperable, esfuerzo
traducido en una constelación de datos físicos, psíquicos y morales, desde la
escrupulosidad higiénica y el ansia de limpieza, hasta un alto nivel extremo
de autoexigencia respaldada con un sentimiento de culpa, sin olvidar su amor
al detalle y a la puntualidad, y algunas veces la presencia de actos compulsi-
vos repetidos como el lavado de manos, la minuciosa corrección de los datos
escritos o el supercontrol de las luces encendidas, el gas o las puertas.
Los estudios epidemiológicos señalan que los tipos de trabajo más
azotados por la morbilidad depresiva corresponden al personal de servicios
sociales, docentes y sanitarios. Este personal laboral se caracteriza por tra-
bajar de modo permanente en relación directa con el público beneficiado
con su actividad profesional. La presencia continua de los clientes resulta a
menudo una fuente de agobio estresante difícil de soportar.
Los acontecimientos de la vida infortunados, también denominados es-
tresores agudos, abren una expectativa de alto riesgo para la depresión durante
los seis meses subsiguientes como plazo mínimo. En una casuística global de
enfermos depresivos especialmente investigados en este aspecto, se encon-
tró en el plazo de seis meses anteriores al inicio de la depresión una serie de

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

sucesos infortunados o calamitosos tres veces superior a la media registrada


en la población general.
La cuestión o tema del suceso o acontecimiento puede operar sobre
el sujeto con relativa independencia de los trazos de su personalidad y se
distribuye en ocho unidades de vida: el centro escolar o académico, la fami-
lia, el amor o el matrimonio, el círculo de amistades, la salud, el trabajo, las
finanzas, los hobbies o el divertimento o una mezcla de elementos diversos.
Conviene especificar que el individuo se deprime más fácilmente ante suce-
sos adversos que son como acontecimientos biográficos, por guardar con él
una relación de dependencia, que por los generados por factores totalmente
ajenos, sucesos definidos como acontecimientos extrabiográficos.
El riesgo de depresión máximo se registra a lo largo del primer mes de
acaecido el suceso y después va disminuyendo, y su curso es función de la
manera de reaccionar o adaptarse. La debida reacción de enfrentamiento al
acontecimiento, sin dejarse modificar los hábitos de vida, constituye en estos
casos el comportamiento idóneo para reducir el riesgo depresivo.
Las situaciones laborales depresógenas no sólo intervienen como
causa fundamental o crónica en las depresiones situativas, sino que partici-
pan como agentes provocadores de episodios depresivos en la depresión
endógena. Los episodios depresivos que son el resultado conjunto de la dis-
posición genética y de la situación constituyen la modalidad mixta de de-
presión definida como depresión endosituativa.
La depresión neurótica, arraigada en la personalidad insegura, hiper-
sensible y de baja autoestima, resulta provocada o agravada por factores la-
borales de sentido humillante o despreciativo. Los efectos más impactantes
o destructivos para una personalidad con problemas de autoestima, provie-
nen del trato inadecuado recibido de los otros. Lo más hiriente para estas per-
sonas hipersensibles son las expresiones de violencia momentánea o la
relación de poco aprecio. El empleo sometido al cumplimiento de tareas de
nivel inferior a la formación del sujeto, o sea el subempleo, puede convertirse
en la tragedia oculta de la vida para este tipo de personas.
La tasa de incidencia depresiva en una población circunscrita puede
utilizarse como una especie de índice en la escala bienestar/malestar colec-

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La depresión en al ámbito del trabajo

tivo. A medida que el grado de bienestar de la población mejora, disminuye


la depresión y viceversa. El ambiente laboral no es una excepción a este res-
pecto. En los estudios de evaluación de la empresa debería registrarse la tasa
de incidencia anual de la depresión como un índice significativo de la mar-
cha de la empresa como institución comunitaria.
Ante el enfermo depresivo se debe ser especialmente cauto para no
tomar como factor psicosocial depresógeno, lo que es realmente el producto
de la sintomatología depresiva, o sea no confundir la consecuencia con la
causa. Con frecuencia el propio sujeto atribuye a anomalías de su carácter o
al ambiente conflictivo la determinación de la depresión, cuando en realidad
esa percepción es el producto de su óptica depresiva.
La construcción de un baluarte defensivo de la salud mental y al
tiempo un escudo protector contra la irrupción de la enfermedad psíquica,
es una obra verificada en el seno de una familia armónica, al dictado de una
actividad satisfactoria primero escolar y después laboral. Por ello, no resulta
sorprendente el registro de una correlación positiva entre al acto suicida –
recordemos que en más de los dos tercios de los actos suicidas el protago-
nista es un enfermo depresivo– y la inestabilidad del empleo, contabilizado
por el escaso tiempo de permanencia media en el mismo puesto laboral o
por el amplio número de empleos asumidos a lo largo de la vida. Por tanto,
existen dos datos laborales presentes en mayor medida significativa entre
los suicidas que en la población activa general: la escasa duración del puesto
de trabajo y el cambio frecuente de empleo. En la práctica, el análisis del
significado de la inestabilidad laboral debe verificarse con esta doble refe-
rencia: como probable dato sintomático de un trastorno mental y como fac-
tor de riesgo para un acto suicida.

6.3. El enfermo depresivo ante el trabajo

El registro o prevalencia anual del episodio depresivo y del trastorno


bipolar entre los trabajadores es del 6,5–7 % y del 1–1,5 %, respectivamente.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

En presencia del estado depresivo se eleva vertiginosamente el índice de ab-


sentismo o de descenso del rendimiento laboral. Con la aplicación del trata-
miento adecuado y el logro de la mejoría sintomática consiguiente que puede
ser aparentemente total, se produce una sensible mejoría en el entorno la-
boral pero muchas veces insuficiente. Esta falta de recuperación laboral plena
puede atribuirse tanto a la persistencia de un estado depresivo ligero resi-
dual como a una falta de ajuste del trabajador a la ejecución de su actividad
laboral. Para ayudar a los trabajadores a recuperar el desempeño laboral pleno
o su capacidad productiva total se precisa recurrir al concurso de un esfuerzo
mancomunado atendiendo al tiempo a perfeccionar la terapia que se viene
aplicando al trabajador y a prestar una intervención de apoyo para facilitar
la reintegración en el trabajo mediante la orientación estratégica propia de los
sistemas de rehabilitación.
La óptica de la depresión impone una visión del mundo radicalmente
distinta de la auténtica personal. A través de ella el enfermo depresivo toma
con frecuencia decisiones importantes relacionadas con los sentimientos, la
economía o el trabajo, de las que se arrepiente una vez restablecido. No son
escasos los individuos recuperados de la depresión que se sienten acongoja-
dos por actos realizados en plena efervescencia depresiva, tales como la rup-
tura de pareja, la venta de una propiedad o el cese en el puesto de trabajo.
En la esfera laboral, el enfermo depresivo acosado por ideas de inuti-
lidad o invalidez trata muchas veces de desprenderse definitivamente de su
puesto de trabajo mediante una renuncia, una prejubilación o un traslado. En
función de esta lamentable experiencia repetida, los terapeutas de la depre-
sión hemos asumido como una norma socioterapéutica rutinaria básica, la
de comprometer al enfermo y a su familia a no tomar decisiones acerca de
cualquier asunto personal o familiar de cierto relieve hasta el momento de
haber alcanzado la remisión del cuadro depresivo un grado casi total.
Cuando el enfermo depresivo recorta su actividad cotidiana, obligado
por la apatía o por el estado de fatiga, prescinde antes de las diversiones que
del trabajo. Esta prioridad obedece a que en un ambiente festivo se multiplica
su sufrimiento moral al sentirse un extraño entre personas alegres o felices
y al tiempo encontrarse perdido o sin saber qué hacer, al estar desprovisto

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La depresión en al ámbito del trabajo

de referencias externas y sujeto enteramente a su propia iniciativa. La anhe-


donia, o sea la incapacidad de experimentar alegría o placer, conduce al de-
presivo asistente a una festividad a sentirse excluido como si fuera un
forastero de otra galaxia. El ambiente de trabajo, en cambio, le aporta no
sólo el consuelo perceptivo de encontrarse en un espacio familiar y entre
sus compañeros de fatigas, sino el estímulo de su ocupación, que le sirve de
guía conductual, sin necesidad de apelar a su exánime iniciativa.
El acompañamiento, la familiaridad espacial, la estimulación ocupa-
cional, el horario de la jornada o la tonalidad de una obligación exenta de pla-
cer o euforia son, en definitiva, los datos vividos por el depresivo como
ventajosos en el entorno de trabajo con relación a cualquier otro lugar. Por
ello, abundan los enfermos depresivos que mantienen un especial apego al
trabajo y sólo lo abandonan cuando optan por recluirse en la cama.
La decisión del depresivo de tomar un periodo de vacaciones o de
descansar del trabajo con el pretexto de distraerse o viajar, resulta incom-
patible con su abominación de la festividad y el divertimento y, sin embargo,
es una opción adoptada por él con cierta frecuencia. La solicitud de un par
de semanas de vacaciones o de un periodo de descanso no obedece, casi
nunca en realidad, a la intención del enfermo depresivo de divertirse, sino a
un propósito de fuga o escapada, o sea, un cambio de espacio motivado por
la vaga idea de ahuyentar el horrible sufrimiento que le acompaña a todas
partes. Una vez arribado a su destino, la extrañeza del entorno, el alejamiento
de los seres queridos y el tiempo vacío de referencias, son datos que caen a
plomo sobre el depresivo y agravan su estado. En esta coyuntura el riesgo
de suicidio sube muchos enteros. En consecuencia, no es de extrañar que
hayan sido muchos los enfermos depresivos que se fueron a unas vacacio-
nes sin posible retorno.
Ante el requerimiento de baja laboral por parte de una persona que
puede estar afectada por una depresión, los familiares y los médicos deben
adoptar una actitud de alerta y estudiar a fondo el estado de salud del solici-
tante, sobre todo en el sentido de la detección de un cuadro depresivo. La
petición de baja laboral formulada por un enfermo depresivo encierra de
por sí dos graves riesgos: primero, el de reactivar con el alejamiento tempo-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

ral del trabajo el agravamiento de la sintomatología; segundo, el de repre-


sentar una medida contraproducente o antiterapéutica, ya que el marco idó-
neo para el tratamiento del enfermo depresivo es su entorno habitual.
Para los expertos en el tratamiento de la depresión, la concesión de la
baja laboral temporal debe efectuarse con un criterio muy restrictivo y res-
paldarse con recomendaciones sobre el nuevo plan de vida, entre ellas la pre-
cisión de un acompañamiento familiar asiduo.
El porcentaje relativamente alto de enfermos depresivos con discapa-
cidad laboral permanente es una noticia muy desagradable y hasta difícil de
encajar, dado que la sintomatología depresiva remite con un tratamiento ade-
cuado en más del 90% de los casos en un plazo de dos meses. Las revisio-
nes que he podido realizar me mantienen en la sospecha de que más del 50%
de las estimaciones de discapacidad para el enfermo depresivo son suscep-
tibles de corrección o al menos podrían haberse evitado.
Tal cúmulo de discapacidades equivocadas está basado en su mayor
parte en un error diagnóstico o terapéutico. Como factor de apoyo subsi-
diario o puntual opera con frecuencia la expectativa del sujeto ante el logro
de una ganancia secundaria, o su resistencia a reincorporarse al medio labo-
ral como un mecanismo de autoprotección o de evitación.
La psiquiatría tradicional había manejado con profusión el concepto
de “neurosis de renta”. La actitud reivindicativa se convierte algunas veces
en el principal o único soporte de la vida personal. Por ello, en algunos casos,
los peritos, aun a sabiendas de que los argumentos reivindicativos carecen de
veracidad o de consistencia, optan por apoyar la concesión de la indemni-
zación solicitada, con una intención terapeútica.
La estimación de discapacidad permanente para un enfermo depre-
sivo puede estar justificada, excepcionalmente, por la presencia de alguno
de los datos siguientes:

— La edad próxima a la jubilación.


— La personalidad límite o ciclotímica.
— La situación social de abandono.
— El tipo especial de trabajo, sobre todo si es de alto riesgo.

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La depresión en al ámbito del trabajo

— La asociación con una enfermedad cardiovascular, un infarto car-


diaco, un mal de Parkinson o tal vez una diabetes tipo I o una hi-
pertensión arterial.
— Ciertos cuadros depresivos parciales fármacorresistentes domina-
dos por la anergia o la discomunicación.
— La comorbilidad psiquiátrica en forma de trastorno obsesivo-com-
pulsivo, esquizofrenia o alcoholismo.

La depresión está cerca de alcanzar el número uno en el ranking de la


patología de todo género responsable de la ausencia prolongada en el trabajo.
Este ascenso de la depresión discapacitante puede comenzar a reducirse. Es-
tamos ante un problema dramático, con la solución a nuestro alcance. A me-
dida que el conocimiento de la depresión se difunda y que se reduzca el 40%
actual de enfermos depresivos que o no reciben ningún tratamiento o se les
aplica un tratamiento incorrecto, la amplitud del sector de la depresión dis-
capacitante se precipitará hacia abajo en las alas de una psiquiatría com-
prensiva y eficiente.
El lector se habrá fijado en que los cuadros depresivos más ligados a
la discapacidad son los dominados por la anergia o la discomunicación. En
tanto la anergia o vacío de impulsos conduce a los últimos escalones de la in-
actividad, la discomunicación comporta un estado de aislamiento inexpre-
sivo. Su radical común es el bloqueo de la creatividad, que es uno de los
parámetros presentes en toda actividad ocupacional.
El enfermo depresivo es incapaz de crear algún producto artístico,
sea literario, musical o pictórico, cuando se encuentra invadido por la aner-
gia o por la discomunicación. El contraste lo ofrece el enfermo depresivo
embargado por un estado de ánimo melancólico y con escasa o nula sinto-
matología anérgica y discomunicante. Al no encontrarse bloqueado, da libre
expresión a su sufrimiento intenso impregnado de humor depresivo y, con-
siguientemente, su producción artística toma una tonalidad negra de aflic-
ción o tormento. Al tiempo, el enfermo depresivo experimenta cierto alivio,
más o menos pasajero, como si la expresión de su arte fuera una catarsis
emocional.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Entre los numerosos ejemplos de grandes obras artísticas teñidas por


el atormentado sufrimiento depresivo, se encuentran las creaciones geniales
siguientes:

— Los Nocturnos y los Preludios, de Chopin.


— El gusto por la nada, poema de Baudelaire.
— El delirio filosófico, artículo de Larra.
— El pesimista arrepentido, una pequeña novela de Ramón y Cajal.
— Las pinturas negras, de Goya.
— La melancolía, grabado de Durero.
— El pensador, escultura de Rodin.

Queda constatado que no puede seguirse presentando al Homo depres-


sivus como el contrapunto del Homo imaginativus. Entre los errores científicos
que han ensombrecido el adecuado conocimiento del mundo depresivo, ha
venido ocupando un lugar de honor la exhibición de la producción creativa
como si fuera un criterio excluyente del diagnóstico de depresión.

6.4. La condición depresiva femenina y su declive a


causa del trabajo extradoméstico

Todo el mundo conoce que la depresión, dicho con propiedad el sín-


drome depresivo, es más frecuente en el género femenino que en el mascu-
lino, en la proporción de dos a tres por uno. Este dato epidemiológico abre
dos grandes incógnitas:

1ª. ¿A qué clase de influencias o maleficio se debe esta desproporción


de morbilidad depresiva tan alta entre los dos géneros humanos?

2ª. ¿Participan tal vez los factores laborales en volver a la mujer más
vulnerable para la depresión?

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La depresión en al ámbito del trabajo

La superpoblación depresiva femenina se establece a partir de los 15


años y se mantiene hasta los 70. Entre ambas edades el índice entre la de-
presión masculina y femenina es de 1 a 2,5. Por fuera de estos límites cro-
nológicos, o sea en la depresión infantil y la geriátrica, la proporción entre
ambos géneros es tan equilibrada como 1 a 1.
Vamos a considerar la prevalencia depresiva femenina en relación con
las cuatro clases o categorías de enfermedad depresiva: la depresión endó-
gena, la situativa, la neurótica y la somatógena o sintomática. Su respectivo
concepto ya quedó especificado en un apartado anterior, en este mismo ca-
pítulo. En el círculo de la depresión endógena o genética la incidencia de la
depresión es equiparable entre hombres y mujeres. Dentro de este círculo
existe la agrupación de los depresivos bipolares (con episodios depresivos y
maníacos) denominados cicladores rápidos, por presentar el ciclo depresión-
manía más de dos veces al año, donde se registra un predominio femenino
de 3 a 1.
Las categorías del síndrome depresivo sobre las que incide un rotundo
predominio de morbilidad femenina son la depresión neurótica y la situativa.
La acumulación de mujeres en la depresión neurótica se debe a que el te-
rreno propio de esta afección es la personalidad neurótica caracterizada por
la inseguridad en sí misma y la hipersensibilidad, y este tipo de personalidad
abunda más en la población femenina. Por su parte, la depresión situativa
está mucho más extendida entre las mujeres, a causa de que el 70% de ellas
son más afectadas por el impacto de las situaciones depresógenas por anto-
nomasia, que son las de duelo, estrés crónico, aislamiento y cambios de vida
bruscos, o tal vez se defienden peor ante ellas.
Más de dos tercios de las mujeres muestran una especial vulnerabili-
dad para las cuatro modalidades de situación depresógena señaladas:

— Para el duelo ocasionado por la pérdida de un ser querido, a causa


de su volcado interés afectivo por las personas, contrarrestado en
el 70% de los hombres por la imposición del interés dirigido hacia
los objetos, como podría ser el puesto de trabajo.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

— Para el estrés crónico, por razón de su mayor propensión a entre-


garse a un estilo de indefensión renunciando a afrontar el problema
estresante.
— Para el aislamiento, porque su necesidad vital de comunicación em-
pática constituye una exigencia irrenunciable.
— Para los cambios bruscos de las circunstancias de la vida, a causa de
un profundo apego a las raíces y a la estabilidad, hasta el punto de
haberse descrito “la depresión por la mudanza” como un trastorno
femenino específico.

Por último, la incidencia de la depresión somatógena o depresión oca-


sionada por un trastorno corporal muestra una ligera inclinación hacia la
mujer. Este predominio se explica por la mayor frecuencia alcanzada en la po-
blación femenina por los problemas crónicos de salud física con sintomato-
logía dolorosa.
Si salimos de las explicaciones puntuales para estudiar en su conjunto
las causas responsables del predominio global de la morbilidad depresiva en
la mujer, en la proporción de 2,5 a 1, tenemos que apelar a factores de los
órdenes biológico, psicológico y social.
Entre los factores biológicos responsables de la especial vulnerabilidad
femenina para la depresión sobresalen estos tres:

— El nivel más bajo de la tasa cerebral de los neurotransmisores, sobre


todo de la serotonina y las catecolaminas.
— El predominio funcional del hemisferio cerebral derecho, el cere-
bro de las emociones y las fantasías, que es precisamente el hemis-
ferio más comprometido en el estado depresivo.
— La interacción neuroendocrina obligada a soportar la caída de las
hormonas estrogénicas en las tres fases fisiológicas específicas de
la vida genital femenina: el premenstruo, el postparto y la preme-
nopausia, tres momentos dominados por la alta morbilidad de-
presiva.

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La depresión en al ámbito del trabajo

Los factores psicológicos o de personalidad que contribuyen a crear la


mayor proclividad femenina para la depresión, se sintetizan en los tres si-
guientes:

— En la vertiente interna, la floja consistencia de la autoestima.


— En la vertiente externa, la polarización en la dependencia por la
interacción personal.
— En el plano organizativo, por el predominio en la proporción de 3
a 1 de la organización límite de la personalidad, organización ca-
racterizada por la débil integración personal y la imposibilidad de al-
canzar unas relaciones emocionales estables.

Los factores sociales que concurren en convertir a la mujer en una


presa propicia para la depresión forman una constelación cristalizada en
torno a una instalación en la vida harto desventajosa con relación al asen-
tamiento masculino. Desde que en 1960 se puso en órbita la píldora con-
traceptiva se produjo un vertiginoso proceso de liberación o emancipación
de la mujer que redujo en un grado considerable las diferencias sociales
existentes de siempre entre ambos géneros humanos. Con la masiva incor-
poración femenina a los centros universitarios y al mercado de trabajo se
nivelaron un tanto las grandes diferencias sociales mantenidas hasta en-
tonces.
El moderno ascenso social de la mujer se refleja de un modo especial
en su actividad ocupacional. El destino laboral clásico reservado para la ma-
yoría de las mujeres era el oficio de ama de casa. Un oficio duro, ingrato e
impregnado de factores depresógenos: el estrés económico, al tener que ajus-
tar la administración del hogar a la cantidad mensual entregada por su cón-
yuge; el aislamiento casero, convertido en un estado de solitud a partir del
momento en que los hijos abandonaban el nido; el sedentarismo en un es-
pacio alejado del aire libre; la carencia de un horario regular propio, al en-
contrarse siempre pendiente de adaptarse a las conveniencias de los demás.
En consonancia con esta acumulación de factores situativos depresógenos,

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

el ama de casa ocupaba una de las posiciones sociodemográficas más azota-


das por la depresión.
Cada vez hay más mujeres que realizan una actividad extradoméstica
con regularidad. Varias profesiones se han feminizado de un modo invasivo,
como las de abogado y médico, por citar dos de las más concurridas por la
mujer actual.
La vivencia de la mujer cuando comienza a traspasar a diario el umbral
del hogar para cumplir su obligación extradoméstica laboral, se tiñe de li-
bertad, satisfacción, seguridad o apertura comunicativa. Una serie de ele-
mentos vivenciales equiparables a los signos de un renacimiento personal.
La incorporación en bloque de la mujer al desempeño de trabajos
extradomésticos en estos últimos cincuenta años, no sólo ha dado un
vuelco favorable a su modo de vivir, sino que se refleja en el descenso del
índice depresivo mujer-hombre de 3:1 a 2:1.
Al tiempo se han producido cambios sustanciales de diverso signo
en la estabilidad del hogar, el bienestar de la pareja y el desarrollo de los
hijos. La estabilidad familiar ha descendido y la proporción de separacio-
nes y rupturas familiares resulta cada vez más abrumadora. La pareja mas-
culina se siente muchas veces como si le hubieran movido la silla y en su
afán de recuperar la hegemonía patriarcal perdida recurre con frecuencia
a la coacción o a la violencia. En cambio, el desarrollo infantil se ha dejado
encauzar sin motivos de alarma, mucho mejor de lo previsto, por el trato
cariñoso dispensado por otras personas en las ausencias obligadas de la
madre.
Cuando la mujer comprometida con una ocupación extradoméstica,
no dispone de apoyos adecuados para el cuidado de los niños y del hogar, se
puede sentir sobrecargada por una doble jornada laboral. Una sobrecarga
de esta magnitud no le permite disfrutar apenas de tiempo libre para sacu-
dirse un tanto el asedio de las continuas preocupaciones estresantes. Apre-
sada con continuidad por este estrés crónico, sin salida posible, la mujer
moderna de la doble jornada es afectada a la larga por el trastorno depresivo
con una tasa de incidencia más alta incluso que la que asolaba al ama de casa
tradicional.

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La depresión en al ámbito del trabajo

Si la actividad ocupacional extradoméstica de la mujer no ha brillado


todo lo que debiera como situación de bienestar se debe a la subsistencia de
la discriminación laboral negativa, reflejada en ciertos signos como el abuso
de los contratos temporales, la prescripción arbitraria de cláusulas para faci-
litar el despido, el salario inferior en un 10-20% al masculino, la limitación
de los ascensos laborales o su escasa presencia en los puestos directivos. En
la misma línea de la menor valoración del papel laboral de la mujer, persis-
ten algunos elementos de desequilibrio social entre ambos géneros, algunos
de los cuales serán corregibles, aunque es de temer que haya otros que no lo
sean por ser consustanciales con la naturaleza femenina.
La mujer especialmente propensa a caer en las garras del cuadro de-
presivo se distingue por poseer dos o tres factores de los siete que señalamos
a continuación:

— La pérdida de la madre, por alejamiento o muerte, antes de la edad


de 11 años.
— La separación, el divorcio o la relación conflictiva con la pareja.
— La convivencia con tres o más hijos menores de 14 años.
— La carencia de actividad profesional o de trabajo exterior.
— El nivel socioeconómico bajo.
— La falta de un apoyo social suficiente.
— La ausencia de una relación confidencial al menos con otra per-
sona.

Lo que a propósito de esta serie de factores de vulnerabilidad interesa


resaltar es el reconocimiento de la actividad profesional o del trabajo ex-
tradoméstico como una conquista de nuestro tiempo que hace a la mujer
postmoderna menos vulnerable a la depresión, que el sacrificado cumpli-
miento del papel tradicional de “santa” ama de casa.
Esta mutación acontecida en el ámbito laboral, se extiende a todos los
dominios de la vida, por cuyo motivo, con una perspectiva global, debe atri-
buirse la relativa protección adquirida por la mujer moderna ante la depre-
sión al conjunto de su proceso de liberación. Una liberación que se viene

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

reflejando en una emancipación femenina creciente para estudiar, trabajar, di-


vertirse o cultivarse, y con un énfasis muy particular en la relación de pareja.
Si en todas las unidades de la vida se ha producido una metamorfosis, en el
plano de la pareja el cambio ha sido realmente revolucionario. La tarea de la
seducción clásica por parte masculina ha sido sustituida por una relación
más simétrica desde el inicio, al modo de un encuentro.
Hablar de revolución sexual no representa ninguna exageración. La
mujer liberada ha adoptado en el plano erótico el patrón masculino. La mas-
culinización de la mujer se plasma en una tendencia a seguir la línea de la se-
xualidad compulsiva, que antaño era el eje del comportamiento masculino.
En este sentido se han borrado los límites entre las mujeres “respetables” y
las libres o libertinas. Al tiempo el hombre se ha tenido que plegar a esa
nueva situación, aproximándose a los comportamientos tradicionales de la
mujer. En aquel sector de la población masculina que no se ha incorporado
a la nueva situación de pareja un tanto feminizante, es donde se reclutan los
responsables de los brotes de violencia contra la mujer.
El resultado del proceso de la liberación moderna de la mujer es la fe-
minización de la estructura de pareja, innovación patentizada en estos tres
rasgos de abrumadora actualidad:

— El vínculo de pareja saturado de una afectividad de cariño o ter-


nura.
— La relación presidida por una comunicación interpersonal amplia.
— El ejercicio de una psicosexualidad plástica, volcada sobre activi-
dades independientes de la reproducción, como la maniobra hete-
romasturbatoria o la sexualidad oral.

La pareja de hoy se nutre de la satisfacción psicosexual recíproca, un


elemento que había dejado de lado el clásico amor romántico. La seducción
masculina es un juego que ha perdido sentido. De esta suerte, la conexión de
las parejas es interdependiente y convergente. Para poder ejercer este papel
simétrico con relación a su pareja, muchas veces incluso con cierto brío de
dominación, la mujer precisa disfrutar de una autonomía económica sus-

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La depresión en al ámbito del trabajo

tentada por el desempeño de un trabajo extradoméstico. La actividad labo-


ral es, por tanto, la faceta de la vida que proporciona a la mujer actual la clave
indispensable para acceder a su nueva condición de mujer liberada o eman-
cipada y al tiempo disponer de un cierto escudo defensivo contra la enfer-
medad depresiva. Pero se impone en este punto una notable distinción
sociocultural.
Entre las mujeres que trabajan en el exterior sólo las situadas en un
nivel sociocultural cómodo disponen de mayor capacidad de resistencia que
el hombre ante el impacto de los estresores inherentes a la vida profesional.
Las otras, las albergadas en una capa social desfavorecida, se encuentran en
una situación de riesgo tanto a causa del soporte de una doble carga laboral
como por el obligado descuido de los deberes tradicionales en el seno del
hogar o de la familia.

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7
EL ADICTO AL TRABAJO

7.1. El mundo del adicto al trabajo

El adicto al trabajo es una figura de la patología humana propia de los


tiempos tardomodernos. Fue a finales del siglo XX cuando hizo eclosión de
un modo llamativo la serie de adicciones sociales, cuyos objetos adictivos
son el alimento, el sexo, la compra, el juego, la televisión y el trabajo, a los
que después se agregaron el ejercicio físico, la conducta de riesgo, internet y
los teléfonos móviles o celulares. Estamos ante los objetos preferidos por el
ser humano para entretenerse. A partir de transformarse una afición o un pa-
satiempo en una necesidad irrefrenable, puede comenzar a hablarse de con-
ducta adictiva patológica, es decir, adicción mórbida o enfermedad adictiva.
En la década de los 70 del siglo pasado, comenzó a circular en el pue-
blo norteamericano el neologismo workaholism, producto de la unión de work
(trabajo) y aholism (alcoholismo), traducido como adicción al trabajo o labo-
roholismo. Quedaba así plasmado en la terminología el parecido del com-
portamiento laboroadictivo con la conducta alcohólica.
La adicción es en cualquier caso el trasvase de una afición personal al
campo patológico, en forma de una necesidad. La necesidad adictiva, a di-
ferencia de la afición o el pasatiempo, no sólo no es controlable por el su-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

jeto, sino que lo domina y lo convierte en una marioneta. La clave patológica


adictiva originaria y fundamental se concentra, pues, en la relación de sub-
ordinación del sujeto con un objeto que se ha apoderado de su voluntad
libre. El dominio totalitario del objeto sobre el individuo es ejercido atrope-
llando la capacidad de autocontrol en estas dos secuencias: primera, como
un tremendo impulso o un gigantesco deseo que no se deja refrenar ni ahu-
yentar; segunda, como la plasmación del deseo en una conducta exterior. La
entrega al juego, la compra, el trabajo, etc., se acompaña de una profunda sa-
tisfacción psíquica y biológica que denominamos recompensa adictiva, sobre
todo en forma de una descarga de dopamina en el sistema mesocorticolím-
bico, denominado por este motivo sistema de recompensa.
El trabajo como objeto adictivo tiene varias peculiaridades respecto a
las demás adicciones sociales. Destacan estas seis notas diferenciales:

1º. El enganche adictivo ocupa la mayor parte del espacio biográfico


del sujeto. La vertebración de la existencia del laborohólico se ve-
rifica en torno a su adicción, de un modo más continuo o extenso
que en las otras adicciones sociales. La laboroadicción constituye
la adicción social más absorbente por ser precisamente la menos
puntual.

2º. El adicto al trabajo no sólo obtiene una recompensa adictiva de un


modo directo al realizar el impulso ocupacional, sino indirecta-
mente por medio de una remuneración económica, unas palabras
de estimación, un elogio de imagen o un reconocimiento empresa-
rial, o sea, un placer indirecto en los cuatro casos, y es que el adicto
al trabajo consagra un denodado esfuerzo laboral al logro de una
compensación personal en forma de dinero, éxito, prestigio o
poder.

3º. Contrariamente a las demás adicciones sociales, asediadas por pre-


juicios adversos y mal consideradas, la adicción al trabajo disfruta
de copiosos refuerzos sociales y personales, aportados por la so-

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El adicto al trabajo

ciedad actual configurada como una sociedad de producción y con-


sumo, o si se quiere como una cultura del trabajo. La ejecución del
trabajo se mueve así en una aparente atmósfera de virtud, proscrita
para los demás objetos sociales adictivos.

4º. La anosognosia o falta de capacidad para reconocer la enfermedad


adquiere un particular arraigo profundo en las enfermedades adic-
tivas, llamadas por eso enfermedades de la negación. Pues bien, el me-
canismo de negación de la enfermedad adictiva toma su mayor
porfía en la adicción al trabajo.

5º. La tendencia de las enfermedades adictivas a pasar inadvertidas du-


rante un largo periodo de tiempo, por lo general varios años, lo que
les ha valido la denominación de enfermedades invisibles. Resulta que
este ocultamiento toma su longitud record en la adicción al trabajo.
Su detección suele demorarse hasta el momento en que hacen
irrupción algunas de sus complicaciones más graves como el acci-
dente coronario.

6º. La adicción al trabajo representa una de las adicciones sociales más


dura y la única que puede conducir a la muerte a través de una evo-
lución inexorablemente progresiva.

El adicto al trabajo sacraliza la actividad laboral como el único fin de


su vida. Su radical básico es la necesidad compulsiva y descontrolada de tra-
bajar, asociada con el desinterés por las demás actividades o aspectos de la
vida. En consonancia con este radical, el laboroadicto ofrece una serie de
comportamientos peculiares: se siente desazonado, descompuesto, vacío o
irritable en los días festivos; se disgusta cuando le llaman los amigos; pres-
cinde de las celebraciones familiares o las olvida; siente como una pérdida de
tiempo las diversiones y hasta las horas dedicadas al sueño. A este conjunto
de rasgos se asocia una excesiva dedicación de tiempo y esfuerzo al trabajo
y una actitud laboral sui generis. Su reputación de maniaco del trabajo se

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

vuelve incuestionable, aunque el propio sujeto racionaliza su entrega ocu-


pacional presentándola como una muestra de sacrificio y abnegación.
Son los familiares suyos las primeras personas que pueden detectar o
sospechar la existencia de su ligazón compulsiva con el trabajo, pero no sue-
len seguir esta pista sino que piensan en otras causas para explicar su des-
pótico comportamiento en el hogar. Más tarde, su comportamiento en el
trabajo, al implicar muchas fricciones y conflictos con los compañeros y más
aún con los subordinados, despierta gradualmente la opinión generalizada de
que su entrega ocupacional no es tan generosa como se pensaba, sino que
está dictada por un interés personal.
La unidad de vida que suele alterarse con mayor precocidad al sobre-
venir la entrega adictiva al trabajo es la vida familiar. La salud mental del
cónyuge y de los hijos del laboroadicto se resiente al no poder contar con
la comunicación cordial con el cabeza de familia y no encontrar una expli-
cación razonable para sus prolongados momentos de ausencia o sus inopi-
nadas descargas de cólera en el contexto de un trato rígidamente autoritario.
Así mismo la relación del adicto al trabajo con sus subordinados se
vuelve más o menos pronto tiránica y absorbente. El subordinado de un jefe
laboroadicto puede echarse a temblar: además de ser objeto de un trato
cuando menos áspero, será culpabilizado de los errores que se produzcan y
tendrá que resignarse a escuchar reproches incesantes por dedicar a su tarea
escaso interés o muy poco tiempo.
La apariencia de unas relaciones personales gratas y comunicativas con
los compañeros y con los jefes tarda algún tiempo en diluirse. Durante una
temporada, la entrega desmedida al trabajo del laboroadicto puede ser in-
cluso una motivación de estima para los que trabajan con él y para sus su-
periores. Gradualmente, se va desvelando en el ambiente de trabajo la
motivación de la conducta laboroadictiva como una senda egocéntrica en-
caminada al logro individual de riqueza, prestigio o poder.
Al cabo de cierto tiempo, el mundo del adicto al trabajo es embargado
por el distrés o estrés excesivo y sus manifestaciones. Contrariamente a los
trabajadores distresados habituales, el adicto al trabajo mantiene una rela-
ción de tan profunda afinidad con el estrés, que muy bien podríamos cata-

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El adicto al trabajo

logarlo como un adicto al distrés. A medida que se acrecienta la sintomato-


logía del distrés se redobla su entrega al trabajo: se cree totalmente impres-
cindible; elabora fantasías sobre el mejor modo de orientar el trato con el
jefe; se esfuerza en encontrar una solución para los problemas de la empresa,
reales o imaginarios; es presa de pesadillas oníricas en torno a sus posibles
errores laborales; a la vez, teme no ser indispensable para los demás y per-
der el puesto de trabajo o el nivel laboral.

7.2. Evolución progresiva del enganche adictivo al trabajo

La marcha progresiva de la adición al trabajo suele atenerse a la orde-


nación jalonada en las cuatro secuencias registradas en la tabla adjunta.

Tabla 7.1. Los cuatro estadios evolutivos propios de


la adicción al trabajo

Estadio inicial: comportamiento despótico con la familia y los sub-


ordinados y entrega total al trabajo persiguiendo un interés personal.
Estadio del cuadro de estado: síndrome de estrés asociado con el
descenso de la capacidad laboral, pronto convertido en un estado de-
presivo anérgico.
Estadio de las complicaciones: trastornos psicosomáticos, adicción
o abuso de drogas (alcohol, tabaco, cannábicos, anfetaminas u opiá-
ceos), adicción social (sobre todo al juego o al sexo) o automedicación
anárquica estimulante por el día y sedante por la noche.
Estadio final: cuadro cardiológico o cerebrovascular.

En la primera secuencia, la manifestación más relevante es la de dedi-


car todo su tiempo al trabajo y prodigar a las personas que dependen de él
un trato brusco y autoritario.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

En la segunda secuencia, concomitante con el descenso de su rendi-


miento laboral, se erosionan las relaciones con los jefes y los compañeros y
aparece el cuadro clínico del síndrome de estrés, que el propio adicto trata
de corregir recurriendo a la automedicación o a las drogas.
En el mismo segundo estadio, el síndrome de estrés, integrado por sin-
tomatología psíquica, vegetativa, analítica y laboral, comentado por extenso
en el capítulo dedicado en exclusiva al estrés, adopta con relativa prontitud
la forma de una depresión anérgica. El cuadro clínico de este estado depre-
sivo parcial está integrado por elementos de apatía y astenia. El sujeto no se
siente triste sino habitualmente cansado, agotado o aburrido. El rendimiento
laboral experimenta un profundo descenso y se acumulan los errores y la
propensión a los accidentes.
La tercera secuencia está cubierta por la aparición de otras adicciones
químicas o sociales y de trastornos psicosomáticos sobre todo digestivos, al
tiempo que se acentúa la sintomatología depresiva y en una alta proporción
de casos el estado depresivo se vuelve total, o sea, tetradimensional.
La progresión culmina en algunos laboroadictos en la cuarta secuen-
cia, caracterizada por la presentación de una crisis coronaria aguda (una an-
gina de pecho causada por un trombo lábil o un infarto de miocardio
determinado por un trombo extenso y duradero), un accidente cerebrovas-
cular o incluso una muerte repentina. Puede mantenerse la sospecha de que
en el 20% de los enfermos coronarios interviene como la causa fundamen-
tal de su cardiopatía isquémica la adicción al trabajo instalada en una fase
evolutiva muy avanzada. La plataforma para la irrupción de una enfermedad
coronaria aguda (angina, infarto) no puede ser entonces más propicia, dada
esta conjunción de factores de riesgo: el género masculino, la obesidad o el
aumento de masa corporal, el sedentarismo, la conducta alimentaria hiper-
fágica, el estado mental integrado por el síndrome de estrés o la depresión
anérgica, la hipertensión arterial, la aceleración del ritmo cardíaco (por des-
carga adrenérgica), el aumento del colesterol global, la elevación de las lipo-
proteínas de baja densidad, el exceso de triglicéridos, la tasa de glucemía
diabética o diabetoíde, el abuso de fármacos o drogas, el consumo de tabaco
o un programa de vida inadecuado o irregular.

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El adicto al trabajo

La adicción al trabajo debe considerarse como un estado de serio


riesgo cardiovascular para la incidencia del infarto o el reinfarto de corazón.
El lazo causal entre el estrés y la patología cardiovascular es conocido de an-
tiguo. Se remonta cuando menos a 1892, año en que el famoso médico Osler
describió al enfermo coronario como un “hombre presionado y ambicioso“.
Sesenta y siete años después, en 1959, los médicos estadounidenses Fried-
man y Rosenman, individualizaron el patrón de conducta tipo A, caracteri-
zado por la hiperactividad y la hiperirritabilidad, como el modo de ser
emocional y comportamental más vulnerable para la enfermedad coronaria,
también denominada cardiopatía isquémica.
La sinopsis mental y comportamental del sujeto predispuesto a la en-
fermedad coronaria se ajusta en líneas generales a los rasgos de la enferme-
dad laboroadictiva, según he dejado patente en mi libro Las nuevas adicciones
(2003).
Con una perspectiva de conjunto, se perciben dos perfiles sociales par-
ticularmente propensos a la incidencia de la cardiopatía isquémica, y se da la
coincidencia de que ambos se adscriben en una amplia medida a factores
adictivos: por una parte, el de la adicción al alimento en forma de bulimia o
de hiperfagia; y por otra, el de la adicción al trabajo, cuyo fuerte estrés ocu-
pacional crónico se inclina por girar hacia un cuadro depresivo anérgico. La
alta incidencia de cardiopatía isquémica o ataque cerebrovascular en el adicto
al trabajo es el resultado del frecuente acoplamiento de la fatiga física o el
agotamiento emocional con los factores mencionados de riesgo cardiovas-
cular. Como después veremos, la muerte por sobretrabajo denominada ka-
roshi entre los japoneses, se desarrolla sobre una constelación de factores
similar, acompañada de la desorbitada entrega a la actividad laboral y la falta
de descanso.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

7.3. El perfil psicosocial del trabajador laboroadicto

Si la población de Occidente se desliza hoy con tanta facilidad por el


tobogán de las adicciones sociales se debe en amplia medida a ciertos ele-
mentos sociológicos como los siguientes: la crisis de valores morales y el de-
clive de la comunicación interpersonal, actuando como una deslizante
plataforma de fondo; y la configuración comunitaria presidida por una so-
ciedad programada y de riesgo y la acumulación del estrés existencial o la-
boral, asumiendo el papel de factores puntuales detonantes. Esta alta
propensión occidental tardomoderna a las adicciones permite considerar
que estamos inmersos en una civilización adictiva. Una civilización que en su
carácter de figura poliédrica no deja de presentar al mismo tiempo caras re-
fulgentes positivas, como las siguientes: el sistema de gobierno democrático,
la nivelación socioeconómica, el alto nivel material de vida, el haz de dere-
chos humanos individuales y la ampliación de la libertad cívica, y sobre todo
el despliegue del binomio razón/libertad, según dejé patente en mi libro El
hombre libre y sus sombras (2005).
La actitud de autocontrol consciente que impone a todo el mundo la
sociedad occidental contemporánea, genera como rebote la contratendencia
individual a relajarse, gratificarse o evadirse, con lo que se entra en una di-
námica propicia a la caída en el enganche adictivo a un objeto placentero o,
como en el caso del trabajo, a una actividad alzaprimada hoy como la tarjeta
de crédito personal. Una civilización que facilita el enganche adictivo a tra-
vés de estas dos secuencias: la proliferación del distrés, suscitada por el es-
fuerzo desplegado para seguir el programa de vida exigido y mantenerse
autocontrolado, y la contratendencia dirigida al logro de una gratificación
rápida, bien merece la denominación de civilización adictiva.
A medida que la cultura ha entronizado el trabajo de un modo pro-
gresivo, con el despliegue de la Revolución Científico-Industrial laica, a par-
tir de 1815, cuando concluyen las guerras napoleónicas, surge el contexto
ambiental propicio para la germinación de la conducta laboral adictiva. Ha
sido, pues, el tipo de cultura que podemos denominar “cultura de trabajo”,
con su implicación en forma de una “sociedad de producción y consumo”,

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El adicto al trabajo

el marco sociocultural favorable para llevar a algunos trabajadores, en una


proporción próxima al 5%, a transformar su ocupación en una tarea adictiva.
La ruta instrumental seguida por la llamada civilización adictiva para
facilitar el surgimiento de la adicción al trabajo es algo distinta de la que de-
termina la aparición de las demás adicciones sociales. Para el adicto al trabajo,
la recompensa no es el trabajo en sí, sino su impacto en los sectores de la eco-
nomía personal, la imagen propia o el posicionamiento social, o sea, dicho
crudamente, el salario, el prestigio o el poderío. A diferencia de los otros
adictos sociales, que se sirven del alimento, el sexo y demás, para escapar del
distrés existencial u ocupacional, el laboroadicto conquista la recompensa
mediante la desenfrenada entrega a su tarea laboral, engarzándose así de un
modo recíproco el distrés y el comportamiento adictivo. La adicción al tra-
bajo está tan vinculada a la necesidad del distrés ocupacional, que bien po-
dría denominarse “adicción al estrés”.
Sobre el contexto sociocultural que acabamos de revisar, opera la etio-
logía multifactorial de la adicción al trabajo, distribuida en factores de riesgo
integrados en los órdenes siguientes: los antecedentes familiares, los datos so-
ciodemográficos, la situación vital y familiar, el tipo de trabajo y el perfil de
personalidad y sus anomalías (Figura 7.1).

FACTORES DE RIESGO PARA EL ENGANCHE


ADICTIVO AL TRABAJO

A) Antecedentes familiares
· Edad
B) Datos sociodemográficos · Género
· Nivel socioeconómico

C) Situación vital y familiar


D) Tipo de trabajo y rango jerárquico
E) Perfil psicodinámico de la personalidad
F) Anomalías psíquicas

Figura 7.1. Etiología multifactorial de la adicción al trabajo.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Si se desarrolla el concepto de factor de riesgo es porque no existe


una causa unívoca determinante de por sí del trastorno. La aparición de la
conducta adictiva se vuelve más probable a medida que los factores de riesgo
son más intensos o numerosos, existiendo entre ellos un influjo de poten-
ciación recíproca.
Entre los antecedentes familiares más correlacionados con la adicción
al trabajo se hallan la infancia desamorosa, la relación conflictiva con los
progenitores, los problemas económicos, la presencia de casos de adicción
química o social, incluso la propia adicción al trabajo, dato que nos lleva a re-
cordar la transmisión de las adicciones a través de la convivencia, sin pasar
por alto la influencia hereditaria vinculada sobre todo a los genes que regu-
lan la codificación de los receptores de dopamina.
Por tanto, la acumulación de diversos trastornos adictivos en la misma
familia puede deberse al contagio por mimetismo de persona a persona o a
un mecanismo genético. En el gen regulador de la codificación de los re-
ceptores dopaminérgicos existe un alelo responsable de la disfunción dopa-
minérgica que facilita la eclosión de una conducta adictiva. Esta disfunción
suele desdoblarse en dos secuencias: primera, un funcionamiento dopami-
nérgico basal deficitario; segunda, una reactividad dopaminérgica exagerada
a ciertos estímulos exógenos. Tal disfunción dopaminérgica, basal y reactiva,
toma su sede en un sector del cerebro conocido como el sistema mesocortico-
límbico.
Entre los datos sociodemográficos precursores de la adicción al tra-
bajo sobresalen estos dos: el género masculino y la edad adultojuvenil. La
adicción al trabajo ha constituido hasta tiempos muy recientes una enfer-
medad exclusivamente masculina. Hoy en día no es así: cada vez hay más
mujeres enganchadas con esta adicción. Con una rapidez inusitada hemos
pasado de la proporción de veinte hombres adictos al trabajo por una mujer
al índice de cinco a una. Por otra parte, la adicción al trabajo comienza a fra-
guarse en el límite entre las edades de la juventud y el inicio de la vida adulta.
Si bien se concentra en la clase social acomodada, o sea, entre los niveles so-
cioeconómicos medio y alto, con frecuencia se inicia en personas modestas
que con rapidez alcanzan un estatus de cierto relieve, puesto que los candi-

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El adicto al trabajo

datos a la adicción al trabajo suelen obtener sus primeros ascensos profe-


sionales con relativa facilidad.
La situación vital de soledad o vacío existencial es una plataforma idó-
nea para que el sujeto entregue todas sus ilusiones y afanes al desempeño del
trabajo cada vez con mayor acento pasional. Los problemas familiares ocupan
una presencia constante en el adicto al trabajo como causa o como conse-
cuencia. La búsqueda de refugio en el trabajo para evadirse de una situación
familiar conflictiva o frustrante es una postura que comporta un alto riesgo
adictivo. Lo que sí puede darse por seguro es la profunda repercusión nega-
tiva de la adicción al trabajo sobre la vida familiar o sobre la relación de pareja.
El poder adictivo varía ampliamente entre unos trabajos y otros. El
tipo de trabajo más proclive al enganche adictivo corresponde al propul-
sado por el estrés de la competitividad, o sea, una abrumadora tensión de ri-
validad mantenida con los compañeros de la misma empresa o con los
trabajadores de otros centros. El grado de saturación del espíritu de la com-
petitividad varía de arriba abajo. De aquí que la mayor incidencia de la adic-
ción al trabajo se registre entre los directivos y los empleados de rango
medio o alto. Esta polarización adictiva hacia los puestos laborales distin-
guidos se debe asimismo a que la carga proporcionada por la responsabili-
dad sobre otras personas es una copiosa fuente de estrés. Para los directivos,
la obligación de acudir a muchas reuniones, algunas veces interminables,
puede representar uno de los estresores más mortificantes. Para los cargos
intermedios, el estresor relacionado con la responsabilidad les llega por los
dos extremos: por arriba, tal vez en forma de una falta de apoyo por parte
de la dirección o a través de la ausencia de participación en la toma de de-
cisiones; por abajo, al tener que encarar una responsabilidad sobre el per-
sonal, muchas veces sin disponer de información suficiente.
Por otra parte, los temas del estrés laboral menos adictivos son los re-
lacionados con el miedo, el aburrimiento o el resentimiento. Lo que suele ins-
pirar esta serie de trabajos vividos con una emoción negativa es la aversión
o el rechazo.
El teletrabajo, entendido como el trabajo ejecutado en un lugar ale-
jado de la sede laboral, es una forma de trabajar aislada e independiente que

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

incrementa el riesgo del enganche adictivo, sobre todo cuando se realiza en


el propio hogar. Este alto potencial adictivo se debe no sólo a su carácter de
actividad enclaustrada y solitaria, sino a la dificultad para marcar en el en-
torno hogareño la línea horaria divisoria entre el tiempo dedicado al trabajo
y los espacios reservados para el ejercicio de las ocupaciones libremente ele-
gidas y para las relaciones con los amigos y la familia.
La adicción a internet, bautizada como ciberadicción, es polifacética. La
mayor parte de las veces constituye una forma especial de enganche a las
prácticas sexuales o a la búsqueda de pareja. Sólo en casos contados, la ci-
beradicción se desarrolla aparte del cibersexo refiriéndose al juego, a la com-
pra o al trabajo, tomando en este último caso la forma de una búsqueda
excesiva de información. De todos modos, la tasa de incidencia del ciber-
trabajo adictivo toma cierta elevación en el marco del teletrabajo.
El minúsculo sector de cibernautas constituido por los hackers o pira-
tas de la red, dedicados al manejo de internet para efectuar penetraciones ile-
gales y perpetrar manipulaciones o secuestro de datos, está muy carcomido
por la patología psiquiátrica comenzando por la propia adicción a internet y
el abuso de drogas, sin olvidar los trastornos de la conducta alimentaria, las
crisis de ansiedad, los episodios depresivos o los brotes paranoides.
Entre los políticos, el enganche adictivo a su ocupación habitual es
bastante frecuente. La actividad política es una forma de ocupación que re-
tiene los rasgos más adictógenos propios del trabajo: un alto estrés de lucha
competitiva y el aporte de una clamorosa recompensa en forma de popula-
ridad, prestigio o poder.
El afán del político por ocultar o disimular el enganche adictivo forma
parte de la espectacular escenografía política. El apegamiento adictivo al
cargo sólo queda desvelado con claridad a través de la reacción ansiosa o la
crisis personal generada por el abandono obligado de la actividad habitual a
causa del cese o de la derrota electoral.
En la amplia galería de perfiles psicodinámicos de adictos al trabajo distingui-
dos por el psiquiatra estadounidense Rohrlich (1992) sobresalen como los
más representativos y mejor definidos, en mi opinión, los cinco siguientes:

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El adicto al trabajo

— El trabajador hiperambicioso, entregado a una despiadada lucha para


promocionarse a base de éxitos y popularidad.
— El trabajador supercompetitivo, necesitado de obtener triunfos sobre
los demás en la escala de los rendimientos laborales, y tal vez tam-
bién en otros aspectos de la vida mediante el despliegue de una ac-
tividad incesante.
— El trabajador culpabilizado, que, organizado como una mentalidad
masoquista, vive la sobrecarga de trabajo suplementario como una
especie de expiación o gratificación punitiva válida para redimirse
de su automortificación culpable.
— El trabajador inseguro, que busca en la aprobación de los jefes la
oportunidad para ascender en los órdenes de la autoestima y la au-
toafirmación.
— El trabajador aislado y solitario, que, desprovisto de vínculos de amis-
tad y lazos familiares de cierta solidez, encuentra en el entorno pro-
fesional, a través de las relaciones profesionales acumuladas en torno
a las jornadas de trabajo, la ansiada experiencia de acceder a una inter-
acción de amistad personal en una comunidad abierta y responsable.

El radical que caracteriza a cada uno de estos cinco perfiles se en-


cuentra en los límites de la patología, como si fuera al menos una actitud
prepatológica:

— El trabajador hiperambicioso, pendiente tal vez de alcanzar un as-


censo profesional importante, se mueve al compás dictado por un
radical narcisista egocéntrico.
— El trabajador supercompetitivo, precisado de mantener con conti-
nuidad una hiperactividad beligerante, reproduce la conducta ocu-
pacional propia de los sujetos hipertímicos o hipomaníacos un
tanto disfóricos.
— El trabajador culpabilizado, buscador de la redención mediante el
autosacrificio, obedece a una constelación remanente predepresiva.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

— El trabajador inseguro, ansioso de autoafirmarse con la aprobación


o el apoyo de los directivos o los compañeros, no es ajeno al núcleo
del carácter hipersensitivo neurótico.
— El trabajador aislado, incapaz de tener contacto emocional con los
demás, se deja identificar como un personalidad alexitímica, defi-
nida por su incapacidad para expresar por la palabra emociones
propias, con el aditamento de una vida imaginaria escasa o nula.

Es digno de ser resaltado que entre estos perfiles se registran múltiples


combinaciones. La combinación más evidente es la de surgir la desbordada
ambición personal como una compensación de la inseguridad de sí mismo
o de la baja autoestima.
Entre las anomalías psíquicas intervinientes como factores de riesgo
para el enganche adictivo al trabajo, sobresalen los trastornos de personali-
dad. En realidad, como quedó señalado, existe una correspondencia entre
cada uno de los perfiles de personalidad proclives a la laboroadicción y un
radical implantado en las fronteras de la patología. A la luz de estos radica-
les queda patente que los trastornos de personalidad más predispuestos a la
fijación adictiva en el trabajo son la personalidad narcisista, la hipertímica,
la depresiva, la neurótica y la alexitímica, sin dejar de lado la personalidad lí-
mite, caracterizada por su escasa integración y su máxima dificultad para es-
tablecer relaciones emocionales estables.

7.4. Rasgos diferenciales entre al adicto al trabajo y la


persona muy trabajadora

La figura laboral contrapuesta al adicto al trabajo es la del trabajador


alienado, ese trabajador que en su situación ocupacional cotidiana se siente
despojado de su identidad o extraño a sí mismo y convertido por la acción
de los mandos o los compañeros en otro individuo. Su nueva identidad to-
mada al socaire del trato recibido de los demás puede consistir en un objeto,

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El adicto al trabajo

un robot, una marioneta o un chivo expiatorio, según quedó consignado en


un capítulo anterior.
Librémonos desde ahora de incurrir en el grave error de equiparar a
la persona modelo de trabajador con al adicto laboral. Hay dos notables di-
ferencias esenciales entre ambos: en primer lugar, el trabajador por gusto
disfruta al máximo con su trabajo y con su productividad, en tanto que el la-
boroadicto está movido por unas implicaciones psicosociales de tipo eco-
nómico, afectivo o relacional, o sea el ansia de dinero, de estimación o de
poder; en segundo lugar, sólo el trabajador adicto se muestra incapaz de di-
vertirse mediante actividades recreativas, y de entretenerse con cualquier
tarea ajena a su actividad laboral. Como oportunamente señala el psicólogo
español Echeburúa (1999), no toda dedicación intensa al trabajo revela la
existencia de una adicción: «Las personas muy trabajadoras, pero no adictas,
disfrutan con el trabajo, son muy productivas, le dedican mucha energía y en-
tusiasmo y tratan de equilibrarlo con la dedicación del tiempo libre a la fa-
milia, las relaciones sociales o las aficiones». Los moralistas de antaño
seguramente hablarían del trabajo como virtud en un caso y como vicio en
el otro, con objeto de dedicar su respeto sólo al trabajador virtuoso. El tra-
bajador virtuoso o diligente trabaja para vivir, en tanto que el adicto al tra-
bajo consagra su vida al culto del trabajo (Figura 7.2.).
Para que no falte un caso evidente de adicción al trabajo que sirva de
ejemplo accesible a casi todo el mundo, voy a exponer las características de
Richard Nixon, que fue presidente de Estados Unidos de América. Consti-
tuye un típico ejemplo de político adicto al trabajo, con un perfil narcisista
de hiperambicioso, un servidor narcisista de sí mismo. En el centro escolar
se le conocía por “Ricardito el mentiroso”. Su dificultad para las relaciones
amorosas le mantuvo virgen hasta la edad de 27 años. Movido por el resorte
de la ambición de poder logró casarse con la hija de Eisenhower, glorioso ge-
neral y presidente del Estado. Siempre preocupado por el acaparamiento de
autoridad y la conquista de fama, no se abstuvo de efectuar un registro so-
noro de sus actividades, como si cada minuto suyo fuera el ombligo del
mundo. Su falta de escrúpulos morales le llevó a descabalgarse como modelo
ético y convertirse en un descarado defraudador del Fisco. La falta de lazos
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

afectivos con sus colaboradores fue la salsa de cultivo para germinar la trai-
ción por ambas partes. Los biógrafos le presentan como un hombre sin ami-
gos. Su incapacidad final para retirarse de la vida pública, cuando ya había
sido despojado de la presidencia del Estado de un modo nada decoroso y
digno, le condujo a esforzarse en reaparecer en el panorama nacional con-
vertido en escritor de temas políticos.

PERSONA MUY TRABAJADORA ADICTO AL TRABAJO


Similitud Gran afición al trabajo Similitud
Diferencias Diferencias

1. Disfruta con el trabajo Realiza el trabajo muy estresado


2. Su sentido del trabajo es el Actúa movido por el ansia de
logro de productividad dinero, prestigio o mando
3. Respetuoso con la ética Carente de escrúpulos morales
4. Trato amistoso hacia los Trato autoritario hacia los
subordinados subordinados
5. Distribución equilibrada Prescinde de la familia y de los
del tiempo amigos y no sabe divertirse
6. Vive de modo positivo Cualquier alejamiento del trabajo
las fiestas y las vacaciones le disgusta y le irrita y hasta puede
producirle el síndrome de abstinencia
(síntomas psíquicos y físicos)

* F. Alonso-Fernández: Las nuevas adicciones. TEA Ediciones, Madrid, 2003.


Figura 7.2. Rasgos diferenciales entre la persona muy trabajadora y el
adicto al trabajo.

Al acompañarse la adicción al trabajo de una entrega laboral casi per-


manente, ya que el sujeto laboroadicto lo necesita para alcanzar las recom-
pensas que van a llenar su vida, puede confundirse esta conducta con el
trabajo excesivo impuesto por las circunstancias, pero no adictivo. Desde
Japón se ha tocado el timbre de alarma últimamente sobre el grave problema
social del karoshi, denominación adjudicada a la muerte precoz ocasionada
por el exceso de trabajo. A tenor de lo que han escrito desde allí Hosokawa
y colaboradores (1982), este caudal de trabajo excesivo se vive por los japo-

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El adicto al trabajo

neses como una imposición y no como un trabajo adictivo y la muerte se


debe a «las nocivas condiciones de trabajo fisiológicas que conducen a un es-
tado de sobrefatiga física».
Las víctimas de esta muerte laboral repentina o inesperada propia de
los japoneses son en la mayoría de los casos hombres (95%), con una escasa
presencia femenina (5%). Aunque la mayor parte de los afectados son di-
rectores y gerentes, hay una nutrida representación de otras actividades la-
borales, particularmente marineros y taxistas. La muerte les suele llegar entre
los 40 y los 60 años, en forma de fallo cardiaco agudo, insuficiencia cardiaca,
infarto de miocardio o del cerebro o hemorragia cerebral o subaracnoidea.
Si cotejamos lo que ocurre en Japón en relación con la muerte por el
karoshi y los fallecimientos precoces o inesperados ocasionados por la adic-
ción al trabajo y sus complicaciones en el mundo occidental, índice que llega
al 20% de las muertes coronarias o las muertes súbitas registradas entre nos-
otros, la primera impresión es que en todas estas muertes, tanto en las de los
japoneses como en las de los occidentales, participa como factor básico el
desempeño de un trabajo excesivo. Lo que diferencia a unos y a otros es que
el exceso de trabajo letal viene impuesto por la empresa en el país de Oriente,
y tiene un carácter adictivo y una motivación personal en las sociedades oc-
cidentales. Con relación al detonante mortífero que opera en unos y otros
existe cierta similitud: mientras entre los orientales actúa sobre todo la so-
brefatiga física, reforzada con el agotamiento emocional inducido por el
temor estresante a la pérdida del empleo, la reducción del sueño y el consumo
abusivo de tabaco y alcohol, la amenaza mortal proyectada sobre los occi-
dentales laboroadictos radica en las complicaciones de la adicción al trabajo,
o sea el síndrome de estrés, la enfermedad depresiva, el abuso de alcohol,
drogas o medicamentos y el trastorno psicosomático circulatorio o cardiaco.
Ha comenzado a circular en los medios científicos occidentales la es-
pecie de que el karoshi tiende a extenderse a todos los países industrializados
y que debería ser reconocido oficialmente como un accidente del trabajo, lo
cual encierra la grave ligereza de no pararse a reflexionar sobre los dos im-
portantes rasgos diferenciales señalados entre los trabajadores japoneses y los
occidentales. Para evitar tal indiscriminación habría cuando menos que re-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

conocer las características desiguales entre unos y otros, partiendo de la base


de que esta especie de «guerrero de los negocios» (business warrior) japonés
está vertebrado por un perfil laboral transcultural cuasi específico. Un per-
fil de trabajo impuesto por la rígida cultura económica que domina en el des-
garrado Japón de la posguerra.
Según el criterio de Kozakaï (1997), la sobreincidencia del karoshi en
el Japón no se debe a la mentalidad propiamente nipona, sino al sistema sa-
larial que se ha consolidado en el país, o sea, el modelo japonés de produc-
ción. Cada cual puede pensar que si este sistema se ha consolidado allí, ha
sido gracias a encajar a la perfección en la mentalidad japonesa. La ideolo-
gía del trabajo basada en la fidelidad en la empresa y en la actitud competi-
tiva, exige un espíritu de autodisciplina y sacrificio de un grado casi sólo
concebible en los pobladores de la tierra del sol naciente.
La fidelidad a la empresa está alimentada desde la propia dirección de
la empresa nipona con préstamos a bajo interés y largo plazo, con lo que el
trabajador queda enganchado a sus jefes, y también desde fuera, ya que el
abandono de su puesto de trabajo hace muy difícil al empleado encontrar
trabajo en otro lugar. La competitividad interna exige sacrificios y esfuerzos
tremendos (trabajar horas suplementarias sin remuneración, renunciar a una
parte de las vacaciones pagadas, aceptar un destino alejado de la familia
mantenido durante algunos años), con la expectativa de que toda promoción
interna es posible, o sea que la jerarquía laboral está abierta a un ascenso in-
definido. Este sistema, como el lector puede inferir, está presidido por el
interés de salvaguardar el gran capital, o sea la plutocracia. Lo más infortu-
nado es que tal sistema es muy propenso a mundializarse.
Este deshumanizado modelo de producción, nutrido del espíritu tay-
lorista más crudo y duro, ha sido bautizado por sus apologistas como “la
producción ligera” para resaltar la alta calidad del producto y el bajo costo
de la producción y elogiarlo por estimular la libertad del trabajador para con-
vertirse en un operario multicualificado y multifuncional. Pura engañifa. Si
el trabajador japonés no accede a someterse al trabajo más estresante cono-
cido, definido por su vertiginoso ritmo, su larga duración, sus pausas breves
y su ciclo repetitivo, o no está dispuesto a sacrificar su vida familiar en aras

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El adicto al trabajo

de la ganancia empresarial, ese trabajador poco complaciente dormirá muy


pronto en el paro laboral perpetuo.

7.5. Remedios para la adicción al trabajo

El adicto al trabajo es un enfermo de recuperación muy difícil. Sus di-


ficultades comienzan con una gran resistencia a ponerse en tratamiento por-
que no se reconoce a sí mismo como enfermo. Se resiste incluso a aceptar
una ayuda o el apoyo de otras personas. Por ello, hay que aprovechar cual-
quier desfallecimiento somático o psíquico para tratar de convencerlo a este
respecto. Todo enfermo coronario debe contemplarse desde esta perspectiva
con la finalidad de verificar si en la génesis de su cardiopatía participa la adic-
ción al trabajo, y en caso afirmativo aprovechar la coyuntura para asociar al
tratamiento cardiaco la estrategia conveniente para la terapia de la adicción
laboral.
Hay dos escollos fundamentales que se oponen al tratamiento de los
adictos al trabajo: se refiere el primero de ellos a resistirse a aceptar el inicio
del tratamiento; el segundo viene dado por una conducta del sujeto rígida o
anárquica que le impide efectuar un adecuado seguimiento de las prescrip-
ciones terapéuticas y adaptarse a la remodelación de su estilo de vida. Si se
llega a vencer ambos escollos, se afianza la expectativa de obtener un resul-
tado terapéutico favorable.
El tratamiento del adicto al trabajo se sistematiza en una intervención
triple: la farmacología se encargará de aportar productos de estos tres tipos:
estimulantes del sistema serotoninérgico, productos antiadictivos (naltre-
xona, acamprosato, topiramato, fluoxetina en dosis alta) y sustancias facili-
tadoras del autocontrol; la psicoterapia, con una técnica comprensiva híbrida
integrada por las modalidades cognitivo-comportamental, adleriana y exis-
tencial y, finalmente, la socioterapia, para conducir a una distribución ade-
cuada del tiempo y a una reorganización del plan de vida, en cuya tarea puede
colaborar alguna asociación de autoayuda como la denominada «agrupación
de laborohólicos anónimos».
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

La comprensión del enfermo laboroadictivo escuchándole y tratando


de captar sus motivaciones y conexiones de sentido lleva al enfermo a com-
prenderse a sí mismo e incluso a automentalizarse considerándose como un
enfermo apresado por una conducta adictiva patológica.
El diseño del tratamiento varía mucho de unos individuos laboroa-
dictos a otros, en función de la personalidad, del ambiente, de la fase evolu-
tiva de la adicción y del tipo de complicaciones. Pero lo que sí puede indicarse
como válido para todos es que sin un profundo cambio del estilo de vida la-
boral, el tratamiento nunca alcanzará un punto de efectividad suficiente. Por
ello, hay que dedicar una especial atención a confeccionarle una agenda de
actividades ajenas al trabajo, como la dedicación a la familia y a los amigos,
el paseo o el deporte, algún pasatiempo, la lectura o la participación en actos
culturales.
A la larga se debe prestar una atención especial a su estado cardiaco,
dado el alto riesgo del trabajador adicto a sufrir una enfermedad coronaria,
riesgo que se acentúa en estos enfermos al compás del estrechamiento pro-
gresivo de las arterias que suministran oxígeno al músculo del corazón co-
nocido como miocardio.
El retorno al trabajo después de un ataque cardíaco depende de las li-
mitaciones fisiológicas y médicas impuestas por el infarto de miocardio
mismo, pero también de los rasgos primordiales de la personalidad y del es-
tado mental. Si bien la mayoría de los enfermos con isquemia coronaria
aguda muestra después de recuperarse una disposición favorable para retor-
nar al trabajo y evitar así el menoscabo de su estatus profesional y econó-
mico, y el cardiólogo suele fijar el plazo conveniente de baja necesaria para
su rehabilitación física entre seis y dieciocho semanas, el planteamiento de la
reincorporación ocupacional se modifica cuando está presente la adicción al
trabajo.
Ante un enfermo coronario recuperado en cuyos antecedentes figura
la adicción al trabajo, lo cual puede detectarse por lo general sólo si se efec-
túa una indagación especial con el concurso de un psiquiatra experimentado
en adicciones, debe prestarse una especial atención a la actitud del trabaja-
dor y a su circunstancia antes de decidir si procede o no el retorno a la acti-

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El adicto al trabajo

vidad laboral. La duda que hay que dilucidar es muy grave ya que se debate
entre estos dos polos: de un lado, prolongar la baja y aprovechar la perma-
nencia en el medio familiar para iniciar el tratamiento de la adicción laboral
y sus posibles complicaciones; y de otro, aprobar la inclinación del sujeto a
reintegrarse al trabajo con cierta precocidad, tal como resulta conveniente
para la recuperación física. La primera alternativa es la salida ideal para el
tratamiento de la adicción al trabajo y el comienzo de un nuevo estilo de
vida, pero esta pauta deja de ser recomendable cuando el sujeto no tolera la
prolongación del alejamiento laboral sin experimentar un fuerte sufrimiento
emocional.
Entre ambos extremos existen otras alternativas, como la incorpora-
ción al trabajo a media jornada, después de una baja de ocho a doce sema-
nas, opción que puede ser suficiente para la rehabilitación cardiaca y a la vez
para establecer un estilo de vida protector contra la adicción al trabajo.
Tychey y colaboradores (1997) han comprobado que el aplazamiento del re-
torno al trabajo supone algunas veces un incremento del riesgo emocional
de nuevas complicaciones somáticas o incluso de muerte, por lo que sugie-
ren estimar en estos casos la reanudación laboral precoz como una medida
imprescindible para el trabajador adicto. La descarga de una parte significa-
tiva de las tensiones afectivas mediante el comportamiento ocupacional
puede representar en algunos adictos al trabajo una pauta protectora. El tra-
bajador adicto privado de esta descarga tensional interior puede sumirse en
una situación de riesgo somático más importante para la recidiva del acci-
dente coronario o la irrupción de la muerte imprevista, que si por el contra-
rio se le permite reincorporarse al trabajo con cierta precocidad.
En la delicada decisión creada en torno al destino laboral del sujeto
después de haber sufrido un ataque cardiaco, no se puede prescindir de so-
pesar diversas variables individuales, sobre todo la actitud del enfermo, os-
cilante entre el desmedido entusiasmo para reincorporarse y la reserva
impuesta por el temor a precipitar con ello otro ataque, así como la presen-
cia de un estado ansioso o depresivo, la asociación con el abuso de alcohol
u otras drogas o cualquier otro tipo de adicción. El asunto es tan complicado
que está abierto en cada caso a reflexiones clínicas personalizadas.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Al tiempo de iniciarse el tratamiento del adicto al trabajo, resulta obli-


gado efectuar una detallada indagación para tratar de detectar sintomatolo-
gía expresiva del síndrome de estrés o del estado depresivo y de sus posibles
complicaciones, como el abuso de alcohol o de otras drogas y el trastorno
psicosomático. En caso de comprobarse la presencia alguno de estos tras-
tornos, habrá que agregar el tratamiento específico correspondiente a las
medidas generales señaladas para corregir la adicción al trabajo.

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8
PROBLEMAS CREADOS POR EL
ALCOHOL Y OTRAS DROGAS EN EL
LUGAR DE TRABAJO

8.1. Clases de drogas

Por droga se entiende hoy toda sustancia química que usada sin me-
diar una indicación médica por lo general, con objeto de obtener una modi-
ficación inmediata del estado mental o de la conducta, es capaz de ocasionar
un enganche aditivo mórbido o patológico. Antaño a las drogas se les lla-
maba productos toxicomanígenos, denominación sustituida después por la
de productos adictógenos o adictivos.
En el sentido castellano popular actual, la droga es, por tanto, una sus-
tancia química que acumula esas tres características:

— El frecuente uso, independiente de lo que es una prescripción te-


rapéutica o medicamentosa.
— La acción prevalente en forma de la modificación del estado men-
tal, con un carácter holista o localizado al menos en algunas de sus
funciones, como la percepción, el estado de ánimo, el pensamiento,
la visión del mundo o el comportamiento. Por eso son conocidas
estas moléculas como sustancias psicotropas o psicoactivas.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

— La capacidad patológica para aprisionar a la persona al cabo de una


administración más o menos repetida mediante una ligazón adictiva
patológica.

Toda sustancia que reúne estos tres criterios debe incluirse en el catá-
logo de las drogas, a despecho de que, en la otra vertiente suya, pudiera con-
tar con alguna aplicación terapéutica. Y es que hasta casi resulta raro que
una genuina droga no posea alguna virtud especial que justifique en cierto
momento su indicación clínica o sanitaria o la comercialización farmacéutica
de algún principio activo suyo.
La distinción entre drogas duras y drogas blandas, en relación a la in-
tensidad de los efectos tóxicos y su potencial adictivo, es más bien una fala-
cia que ha servido para confundir. Lo que se ha llamado droga blanda era en
cualquier caso una droga fuerte enmascarada con “piel de oveja”.
La clasificación de las drogas, por su efecto, en sustancias depresivas,
estimulantes, alucinógenas y psicodislépticas o disreguladoras, no merece
mucha consideración, ya que en los efectos de toda droga lo que prevalece
es, en definitiva, el desequilibrio mental.
El conjunto de las drogas constituye un sistema global abierto a la so-
ciedad y distribuido en dos series o subsistemas distintos:

— Las drogas institucionalizadas o legales, que disfrutan de un amplio


margen de libertad normativa para el cultivo o la producción, la
distribución, la venta y el consumo. Las más importantes entre nos-
otros son el alcohol y el tabaco.
— Las drogas clandestinas o ilegales, prohibidas por la ley penal en
los aspectos de la producción, el tráfico y la venta, sin que esta pro-
hibición legal afecte al consumo, al menos en la legislación española.
Entre ellas sobresalen los productos cannábicos, los opiáceos, las
anfetaminas y la cocaína.

La diferencia entre unas y otras obedece muchas veces más a datos


coyunturales que a un argumento lógico. En efecto, lo lógico sería que las

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

drogas menos peligrosas fueran las institucionalizadas, en el orden de ser las


menos tóxicas y las menos adictivas. Pero los hechos no son así.
El privilegio institucional disfrutado por el alcohol y el tabaco, ambos de
efectos muy tóxicos y dotados de una poderosa capacidad adictiva, no se debe
a la favorable calificación de sus riesgos para la salud en la escala global de las
drogas, sino a la coyuntura de haberse incorporado su uso a las sociedades eu-
ropeas cuando la cultura occidental era todavía casi virgen en esta materia,
tanto en el uso de las drogas como en el conocimiento sobre ellas. Hoy, el ta-
baco y el alcohol ocupan un lugar estratégico en la tradición, la economía, los
hábitos sociales y el estilo de nuestra cultura. Por ello, su deslegalización es
casi impensable. La dificultad o imposibilidad de deslegalizar una droga, una
vez que la sociedad la ha incorporado al plano de sus usos y costumbres, per-
mite explicar la injusta posición permisiva ocupada por el alcohol y el tabaco.
Por otra parte, el contraste entre la menor toxicidad o el más bajo
poder adictivo de algunas sustancias comercialmente prohibidas frente a los
efectos del alcohol y del tabaco no es un argumento sólido para abogar por
su legalización. Sobre todo por estas dos razones: porque el uso de la nueva
sustancia legalizada se expandería con la máxima rapidez a todos los estra-
tos de la población, como ha ocurrido con el alcohol y el tabaco convir-
tiéndose en drogas de consumo masivo, o sea, como dice el profesor
portugués Da Fonseca, “drogas de masas”; y porque a medida que en el
mismo contexto sociocultural se eleva el número de drogas disponibles, se
acrecienta el volumen de riesgos en progresión geométrica, como conse-
cuencia de la potenciación sinérgica o multiplicadora de sus efectos, aportada
por el uso de las nuevas asociaciones químicas posibles.
La moderna “reina de las drogas en Occidente”, es el título otorgado
—sin intención de herir a la monarquía, por supuesto— a la bebida alco-
hólica por ocasionar mayores percances sanitarios y socioeconómicos que
todas las demás drogas juntas. Se entiende por bebida alcohólica toda mo-
dalidad de líquido bebestible que contiene una proporción de alcohol etílico
igual o superior al uno por ciento. La sustancia común a todas las bebidas
alcohólicas y al tiempo su principal elemento psicoactivo es el alcohol etí-
lico o etanol.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Los intereses de la industria vitivinícola consiguen una y otra vez ocul-


tar los graves daños ocasionados por la bebida alcohólica a las sociedades oc-
cidentales. En nuestro país se ha llegado a considerar el alcohol como un
alimento en los manuales de bromatología, cuando más bien es un antiali-
mento. Las 7’1 calorías que produce el gramo de alcohol son utilizables ex-
clusivamente para el metabolismo basal. Por eso se les llama despectivamente
“calorías vacías”. La desfavorable influencia ejercida por el alcohol sobre el
metabolismo energético se asocia con la alteración de la absorción alimen-
taria responsable de cuadros de avitaminosis.
Hay tres clases fundamentales de bebida alcohólica:

— Las bebidas fermentadas, obtenidas por la transformación del azú-


car contenido en una fruta (el vino) o un cereal (la cerveza) en al-
cohol. De la fermentación alcohólica no puede surgir una bebida
con más de 12º de alcohol. Cuando la bebida fermentada sobre-
pasa esta titulación es que ha sido sometida a una maniobra de adi-
ción de alcohol puro o destilado, como ocurre con los vermuts y los
aperitivos (15 a 25º) y los llamados vinos generosos o fortalecidos
(12 a 20º).
— Las bebidas destiladas o aguardientes, generadas por la destilación
de una bebida fermentada. Entre ellas merecen citarse el coñac o
brandy (38 a 42º), la ginebra y el aguardiente (40 a 50º), el whisky
(47 a 52º) o el ron (45 a 70º).
— Los licores, producidos por la mezcla de alcohol destilado con otros
elementos, por lo general agua, azúcar y sustancias aromáticas.
Como los representantes más caracterizados figuran la serie de los
anises, el benedictine, el curaçao y el chartreuse (todos ellos entre
25 y 50º).

En las últimas décadas se han introducido las bebidas alcohólicas de


diseño, conocidas como “alcorrefrescos” o “alcopops”. Su rasgo común es
el de enmascarar el gusto del alcohol con un sabor dulce o afrutado. Se pre-

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

sentan al consumidor en botes o en vasos de cartón, algunas veces camu-


flados, como si no fueran productos alcohólicos, y hasta con un envase ilu-
minado con dibujos infantiles.
En cualquier caso, las bebidas alcohólicas no son soluciones de alco-
hol puro, sino mezclas extremadamente complejas. Aparte de la distinta gra-
duación de alcohol, existen entre ellas profundas diferencias cuantitativas y
cualitativas, a tenor de sus componentes naturales y de sus adictivos y con-
taminantes.
En algunas bebidas alcohólicas, como el popular ajenjo (licor prepa-
rado con unas gotas de esencia de absenta o ajenjo), la acción tóxica del al-
cohol etílico se vio desbordada por la más potente nocividad ejercida por
otros productos. El consumo de este licor alcanzó en Francia a lo largo del
siglo XIX un éxito sin precedentes. La fuerte toxicidad del ajenjo en compli-
cidad con la acción tóxica del alcohol, era potenciada muchas veces con la
adición de un alcohol desnaturalizado. Lo que se vendía antaño como ab-
senta o ajenjo era una combinación química compleja que podía provocar
crisis convulsivas o delirio agudo.
Las drogas suelen actuar en el cerebro sobre los receptores de los neu-
rotransmisores o disponer ellas mismas de neurorreceptores específicos. El
caso más evidente de esto último ocurre con los opioides. Por ello se ha co-
menzado a hablar de opioides endógenos y opioides exógenos, o sea, los
productos de este tipo fabricados por el organismo y los administrados desde
el exterior. Esta dicotomía se ha extendido últimamente a distinguir los can-
nabinoides endógenos y los exógenos.
En cualquier caso, las diferencias entre los neurotransmisores y las
drogas son rotundas: en tanto las drogas son sustancias exógenas que llegan
al cerebro en una cantidad elevada e inmediatamente invaden una amplia re-
gión cerebral, los neurotransmisores son elaborados en el propio cerebro,
siempre en cantidad ligera, y se concentran en un sector electivo.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

8.2. Los efectos de las drogas sobre la actividad laboral

La pregunta clave que nos acomete en este punto es doble: 1/ ¿Cómo


influye la droga sobre el trabajador?; 2/ ¿Será posible en alguna ocasión me-
jorar la actividad laboral merced al efecto de una droga?
Para conocer el impacto del consumo de una droga sobre la actividad
laboral, es preciso resumir antes, aunque sea con brevedad, los efectos psí-
quicos de los seis tipos de drogas más importantes: los opioides, los canná-
bicos, las anfetaminas, la cocaína, el alcohol y la nicotina. Descartamos el
consumo de drogas intravenoso, porque por lo general sus efectos agudos
invalidan, al menos de momento, la posibilidad de toda actividad laboral.
Por consiguiente, restringimos nuestro estudio exclusivamente a los efectos
inducidos por la administración oral o por inhalación.
Los efectos del uso de una droga no sólo dependen de la dosis admi-
nistrada, de la vía de introducción y de la antigüedad del consumo, sino de
otras variables ajenas a la droga en sí, como la edad, el género, la personali-
dad, la situación y el estado mental y físico. Vamos a sistematizar a conti-
nuación la acción de cada familia de drogas en forma de efectos agudos o a
corto plazo y efectos crónicos o a largo plazo.
Los opioides se distribuyen en productos naturales, como la morfina,
sintéticos, como la metadona e, intermedios, como la heroína. En general,
los efectos agudos de los opioides más representativos como la morfina, la
heroína o la metadona, se acoplan en torno a la apatía, la somnolencia o la
letargia, la reducción de la actividad física o el estrechamiento de la con-
ciencia. Consiguientemente, el estado mental resulta alterado en sus distin-
tos planos funcionales: disminuyen la agudeza de la percepción y la
coordinación y la destreza de la psicomotricidad; varía el estado de ánimo en
un sentido placentero o displacentero; descienden o se bloquean la atención,
la memoria y la capacidad de aprendizaje, así como el pensamiento, el razo-
namiento y la capacidad de abstracción. Este conjunto de alteraciones men-
tales deficitarias es evidente, por ejemplo, cuando un enfermo recibe una
dosis terapéutica aguda de morfina. Al repetir la administración, los efectos

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

se van volviendo más ligeros en función del desarrollo de una progresiva to-
lerancia. Después de una reiterada administración de opioides suficiente-
mente intensa, los efectos agudos tienden a encronizarse, sin que se haya
comprobado la aparición de un deterioro cognitivo permanente o irreversi-
ble de cierto relieve.
Los efectos agudos más importantes y comunes de los productos can-
nábicos se concentran en el descenso de la atención, la memoria reciente y
remota o la capacidad de aprendizaje. Cuando la acción toma un grado más
invasivo, aparecen trastornos de la percepción espacial y de la destreza psi-
comotora, que se reflejan en la comisión de importantes errores en el ma-
nejo de máquinas y en la conducción de vehículos. Este conjunto de
alteraciones aparece asimismo en sus efectos crónicos, sin asociarse con un
declive cognitivo sostenido o asiduo.
Las anfetaminas y la cocaína comparten una acción aguda psicoesti-
mulante o despertadora, que ha sido muy utilizada con la pretensión de re-
forzar o acelerar la ejecución del trabajo mental o físico. Todo lo positivo que
se consigue con el uso de ambos géneros de droga es aplazar la presentación
de los signos de fatiga. Si bien la actividad psicomotora se acelera al princi-
pio, al tiempo se vuelve más desordenada y sembrada de errores. Con la ad-
ministración repetida, la acción crónica cuaja en forma de una alteración
progresiva de la atención, la memoria y la capacidad de aprendizaje, aso-
ciada con un ligero trastorno del pensamiento, el razonamiento o la capaci-
dad de abstracción. El consumo muy prolongado o repetido de anfetaminas
o de cocaína, así como la administración de una dosis aguda tóxica de estos
productos, provoca a menudo un cuadro delirante, cuyas modalidades más
representativas son el delirio alucinatorio de persecución y el delirio para-
sitario externo.
La nicotina, según la mayor parte de los fumadores, tiene efectos po-
sitivos sobre los procesos del pensamiento y de la psicomotricidad, involu-
crados en muchas tareas laborales. Muchos fumadores no se detienen en
esta apreciación sino que aseguran que ellos fuman en muchas ocasiones
para concentrarse mejor y elevar su rendimiento cognitivo laboral. Esta ex-
periencia de los fumadores sólo es válida para ellos. De modo que no es que

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

en realidad la nicotina mejore la atención y la actividad cognitiva, sino que


este efecto positivo de la nicotina en los fumadores debe interpretarse aten-
diendo a la recompensa adictiva o a la supresión de los síntomas de priva-
ción o abstinencia. De aquí que lo riguroso sea afirmar que la administración
de nicotina mejora el rendimiento cognitivo cuando el fumador habitual ha
sido privado de esta sustancia al menos durante doce horas. Resulta evi-
dente que la nicotina, en cambio, no refuerza la actividad cognitiva en los no
fumadores. Los efectos de la nicotina a largo plazo sobre la atención suelen
ser negativos por facilitar la aparición de distracciones, con la complicidad
de la toxicidad inducida por el monóxido de carbono. En cambio, sus efec-
tos prolongados sobre la memoria, el aprendizaje, el pensamiento y la abs-
tracción son muy sutiles e impredecibles. Por otra parte, cualquier actividad
ocupacional que requiera una atención sostenida o un proceso cognitivo rá-
pido y efectivo, puede ser afectada temporalmente por la supresión de la ni-
cotina.
En principio, el alcohol etílico produce un efecto excitante y desinhi-
bidor, que se traduce en euforia, disminución de la fatiga, reducción del su-
frimiento o del displacer y a la vez inquietud, locuacidad y supresión de
inhibiciones, como si fuera una inyección de energía ciega o desorganiza-
dora. En efecto, el cuadro alcohólico inicial se compone de un notorio des-
orden mental, extensivo a las representaciones y las ideas, los sentimientos
y los impulsos, de cuyo desorden no se libran las actividades básicas de toda
clase de trabajos, como el ajuste de la percepción a la realidad, la capacidad
de autocontrol mental o la fina regulación de los movimientos. Esta serie de
modificaciones mentales aparece a partir de una alcoholemia de 0’20-0’30 gr
por mil. A partir de la tasa de 0’6, 0’8 o antes se instaura la obnubilación de
la conciencia, definida como un estado global de oscuridad mental y torpeza
psicomotora, cuadro acompañado cuando menos por la confusión de ideas
y la torpeza y lentitud de movimientos.
La declaración de algunos brillantes escritores alcohólicos como Fitz-
gerald y Truman Capote sobre su necesidad de beber para escribir no puede
cargarse al haber del efecto farmacodinámico propio del alcohol, sino que
corresponde a la impulsión incontrolada de beber experimentada por el al-

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

coholadicto, premiada con la recompensa de una relajación placentera des-


pués de haber ahuyentado la ansiedad. A medida que se va estableciendo la
intoxicación alcohólica crónica, constituida por el deterioro cognitivo y per-
sonal, que puede llegar a ser irreversible, desciende con rapidez la capacidad
creativa, sin dejarse reactivar por un trago de alcohol. El alcohol opera, por
tanto, como una musa traicionera o vindicativa, que con presteza exige un
precio desproporcionado para amortizar el crecimiento de la inspiración re-
gistrado con los primeros tragos. No representa ninguna exageración la acu-
sación formulada contra el aguardiente de haber aniquilado más escritores
que todos los editores del mundo juntos.
El recurso de usar drogas para ocultar los signos de fatiga, aliviar el
dolor de espalda o de otro sector corporal, aplazar la necesidad de dormir o
activar la creatividad, conduce inexorablemente al incremento de los riesgos
y las contingencias desfavorables, con independencia de que se alcance o no
de momento el efecto buscado. Hemos de concluir a este respecto, que tanto
los trabajos manuales como los intelectuales encuentran sus condiciones per-
sonales habituales idóneas en un estado espontáneo o natural de equilibrio
o tranquilidad, libre a la vez de fenómenos de fatiga y de la influencia de
toda clase de drogas o sustancias tóxicas.
La reducción de la capacidad de trabajo o del rendimiento productivo
inherente al consumo de cualquier droga se refuerza con el negativo im-
pacto laboral ocasionado por otros factores individuales, como la situación
sociofamiliar conflictiva o los rasgos de una personalidad poco equilibrada
o estable. Las limitaciones laborales toman un mayor grado de gravedad
entre los adictos que entre los meros consumidores y no olvidemos que
todas las drogas comparten la amenaza de esclavizar a la persona con un
enganche adictivo.
La esencia de toda adicción patológica es un vínculo de subordinación
absoluta del individuo a un objeto químico o a un comportamiento social.
La droga se convierte en un tirano y el sujeto, en un siervo. Tal grado de ser-
vidumbre, comparable al de un infante hacia su madre, se entiende mal si no
se acepta la presencia de un cierto grado de regresión infantil en el sujeto
adictivo.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

La falta total o parcial de capacidad laboral del sujeto que se halla


bajo la influencia de una droga se refleja en los aspectos del trabajo si-
guientes: baja productividad, absentismo, falta de puntualidad para la llegada
o adelantamiento para la marcha, acumulación de errores o fallos, tenden-
cia a los accidentes y faltas de disciplina. Por lo general, el deterioro del
rendimiento, conjuntamente con los otros aspectos señalados, suele seguir
un curso progresivo y se respalda con la debilitación creciente de la moti-
vación laboral. A partir de su inicio, la degradación laboral inducida por las
drogas no suele detenerse hasta alcanzar un nivel profundo o una incapa-
cidad absoluta.
El vertiginoso descenso laboral por el que se desploma casi inexora-
blemente el consumidor de drogas abusivo o adictivo, puede sistematizarse
en cinco grados:

— El desajuste laboral, reflejado en el bajo rendimiento y en el in-


cumplimiento de los horarios.
— El absentismo laboral, en forma de ausencias repetidas o prolon-
gadas en el centro de trabajo.
— La inestabilidad laboral, patentizada en los frecuentes cambios en
el puesto de trabajo.
— La degradación laboral, evidenciada por la torpeza laboral en todos
sus extremos o la acumulación de errores y fallos.
— La incapacidad laboral, que implica el obligado apartamiento del
trabajo con un carácter forzoso o voluntario.

El volumen de las alteraciones laborales inducidas por el consumo de


drogas en España se debe en una proporción superior al 90% al consumo
de bebidas alcohólicas y a la adicción al alcohol. Está suficientemente com-
probado que más del 30% de todos los accidentes laborales se relacionan
con el consumo de alcohol. El coste económico de la adicción al alcohol en
España ocasionado por el déficit de productividad oscila en torno a los tres
mil seiscientos millones de euros (seiscientos mil millones de pesetas).

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

Aparte de las complicaciones laborales mencionadas, el consumo de


drogas ejerce un impacto muy perturbador sobre el clima social del centro
de trabajo, en forma de frecuentes conflictos con los compañeros y los jefes
e incluso mediante comportamientos de violencia. Cuando el consumidor es
adicto, su conducta es absorbida en gran parte por el afán del proselitismo.
Por esto, se mantiene que la adicción a las drogas es un proceso contagioso
o mimético a través de una interacción personal asidua. Los riesgos para la
salud física de los otros trabajadores pueden ser directos, lo que ocurre con
el tabaco al transformarlos en fumadores pasivos, e indirectos, al exponer-
los a lesiones provocadas por los fallos o los errores. Conflictos, violencia,
proselitismo y riesgo de accidentes son los cuatro géneros de conducta an-
tisocial presentada con mayor asiduidad por los consumidores abusivos de
drogas o los drogadictos.
La peculiar conducta del consumidor de drogas ilegales suele ocasio-
nar la pérdida de confianza o el rechazo de los jefes y los compañeros. Dados
los efectos de las drogas sobre la motivación laboral, la actividad del trabajo
y la aceptación de las normas, no puede producir extrañeza la irrupción de
una ruptura final. Consiguientemente, la exposición del usuario de drogas o
del drogadicto al despido o al traslado a una categoría laboral inferior no
deja de ser un hecho frecuente.
A despecho de que los defectos de la actividad laboral unidos a un
comportamiento social no deseado en el lugar de trabajo motivan que el
consumidor abusivo o adictivo de drogas sea objeto de un rechazo habitual
por parte de muchos de sus jefes y sus compañeros, este rechazo está sujeto
a dos importantes variantes. Por una parte, siempre pueden estar presentes
personas que se identifiquen positivamente con el consumidor de drogas
conflictivo, entre otras posibles razones, porque a ellos mismos les puede
agradar gratificarse con la administración de alguna droga. Por otra parte, no
es nada rara la reacción de apartarse del problema mirando para otro lado,
con la justificación o de no querer mezclarse en la vida privada de otro, o de
no estimar la presencia de anomalías en el comportamiento del trabajador re-
probado.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El trabajador que abusa de las drogas ilegales en secreto y que man-


tiene largo tiempo un comportamiento adecuado en el centro de trabajo y
unos rendimientos productivos que no dejan nada que desear, es un perfil se-
creto o invisible de consumidor de drogas abusivo o adictivo cada vez más
frecuente. Su mayor tasa de incidencia se concentra en los estratos altos del
organigrama laboral. Las drogas predilectas para estos consumidores clan-
destinos, casi siempre empleados de alto nivel o directivos, son las anfeta-
minas y la cocaína, a causa de poseer una acción psicoestimulante y de
permanecer su uso largo tiempo sin ser detectado.

8.3. Los tipos de ocupación laboral que predisponen


a la adicción al alcohol

Un bebedor se transforma en enfermo alcohólico a partir del mo-


mento en que queda enganchado por la adicción al alcohol. Entre el bebe-
dor y el alcohólico existe la profunda diferencia cualitativa de que el primero
actúa con libertad para consumir alcohol o no, en tanto que el otro se entrega
a la bebida conducido por el ansia adictiva, que es un deseo incontrolable.
La conversión de un bebedor en enfermo alcohólico, tema tratado por
mí mismo por extenso en otro lugar1 , constituye un proceso de metamor-
fosis cualitativa desarrollado casi siempre en forma gradual y poco percep-
tible. El hecho de que se opere o no esta transformación en un bebedor
común –lo que ocurre en el 15% de los bebedores, uno de cada seis o siete–
está sujeto a la influencia de una colección de variables heterogéneas que in-
tervienen a título de factores de riesgo. Ninguno de ellos es imprescindible
ni suficiente y entre sí se potencian recíprocamente. Cuantos más estén pre-
sentes y mayor sea su magnitud, más inminente será el riesgo del bebedor
para transformarse en un alcohólico. Entre estos factores de riesgo se en-
cuentran algunos elementos laborales. No obstante, es el desempleo la va-
1
Alonso-Fernández, F. La conversión de un bebedor en enfermo alcohólico. En Los secretos del alcoholismo.
Madrid. Ed. Libertarias, 1998, págs. 123-136.

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

riable conexionada con el mundo laboral dotada de mayor fuerza para que
el bebedor sea atrapado por la adicción al alcohol.
Hay varios tipos de ocupación laboral donde el establecimiento de la
adicción alcohólica ocurre en una proporción que desborda la tasa de alco-
holismo registrada en la población general adulta. Los tipos de trabajo dis-
tinguidos por implicar un riesgo adictivo especial para el alcohol se
mencionan en la relación siguiente:

— Los directivos o empleados de alto nivel, sometidos al distrés de la


competitividad.
— Los médicos y los profesionales sanitarios, así como los controla-
dores aéreos o las fuerzas de policía, por razón de estar muy aco-
metidos por el distrés de la responsabilidad.
— Los mineros, los obreros de la construcción u otros trabajadores en
industrias peligrosas, a causa del distrés del miedo.
—Los marinos, especialmente los marinos pescadores, los viajantes
de comercio o los conductores de vehículos profesionales, presio-
nados por la sensación de soledad, movilizada por el alejamiento
periódico o prolongado del medio familiar.
— Los peones o los trabajadores menos cualificados, acosados por el
distrés de la penuria económica o aburridos por la monotonía la-
boral.
— Los empleados de la industria vitivinícola y de hostelería, así como
otros trabajos relacionados directamente con la producción, el
transporte o la venta de bebidas alcohólicas.

Esta relación de ocupaciones de algún modo alcohófilas deja bien claro


que hoy el alcoholismo, o sea la adicción alcohólica, se encuentra en todas
las categorías socioprofesionales, desde el peón al director, desde el trabaja-
dor subalterno más modesto hasta el directivo de rango de excelencia. Este
dato tiene asimismo vigencia en la población general adulta, si bien con el
matiz constatado de inclinarse, la mayor densidad alcohólica hacia el estrato
socioeconómico bajo.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

La adicción al alcohol se concentra en los dos extremos empresa-


riales: en el polo de los excesivamente presionados con la entrega al trabajo
y en el de los abrumados por una tarea laboral cotidiana monótona o abu-
rrida.
El papel desempeñado por el sufrimiento mental ocasionado por el
trabajo en la aparición del alcoholismo debe ser valorado conjuntamente con
la intervención de otros factores de riesgo, en el contexto de la biografía del
sujeto. El bebedor más propenso a caer en las garras de la adicción es el que
busca en el alcohol una modificación de su estado en sentido placentero,
como la anulación de las sensaciones mortificantes de soledad, de fracaso o
de inferioridad, o la defensa relajante electiva contra un distrés que no con-
sigue aliviar de otro modo. Por ello, todos los factores laborales que reacti-
van las vivencias de soledad, fracaso o inferioridad o generan distrés, actúan
como agentes de propulsión del alcoholismo. Simplemente, el grado de in-
satisfacción por el trabajo se correlaciona con el nivel de la tasa de inciden-
cia del alcoholismo.
La coalición entre la presión de un estresor laboral y el abuso de alco-
hol proviene de que ambos elementos se potencian mutuamente. Resulta in-
negable la recíproca relación entre el consumo de alcohol y la situación
laboral de estrés, sobre todo, como quedó señalado en la relación de traba-
jos consignada, cuando la temática estresante se refiere a la competitividad,
la responsabilidad, el aburrimiento o el miedo.
Hay también factores ocupacionales físicos que facilitan la aparición
del alcoholismo, tales como la precariedad de las instalaciones, el equipa-
miento defectuoso, la exposición a altas temperaturas, la permanencia conti-
nua o asidua en un local cerrado con escasa ventilación o la estancia larga en
un ambiente cargado de partículas armosféricas. Su relación con el alcoho-
lismo cursa por la vía indirecta de estimular la sed e incitar a calmarla mediante
la bebida alcohólica. Tanto el calor como el frío son agentes manejados con
frecuencia por los consumidores para justificar la acción de beber.
El desempeño de una ocupación vinculada al manejo de cualquier tipo
de bebida alcohólica, suele correlacionarse con el incremento de la inciden-
cia del alcoholismo. Es lo mismo que ocurre, mutatis mutandis, con los pro-

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

fesionales de la salud en relación con el abuso de los medicamentos. La dis-


ponibilidad del producto incrementa, ipso facto, el uso del producto.
Entre las diversas formas de distrés ocupacional alcohófilo, el distrés
más cuidadosamente enmascarado y oculto es el condensado en torno al
miedo. En realidad, en las industrias y trabajos de alto riesgo, lo que trata de
ocultarse entre los trabajadores, como si fuese una ideología pactada, es la
asociación de su tarea habitual con una amenaza de accidente alta e inmi-
nente.
La función de esta ideología defensiva colectiva contra el miedo con-
siste en ocultar los peligros y los riesgos inherentes a la organización del tra-
bajo que se está realizando. Consiguientemente, los trabajadores actúan
como si el riesgo físico real no existiese y algunas veces desafiándolo con un
alarde propio de una postura machista.
En el grupo de trabajadores sometidos a un trabajo peligroso, a des-
pecho del baluarte defensivo construido con la mencionada ideología de
ocultación del riesgo, sobrevienen momentos de indefensión o de desfalle-
cimiento, cuya aparición puede ser espontánea o activada por la irrupción de
un accidente infortunado. Los trabajadores instalados en esa coyuntura en-
cuentran en la bebida alcohólica su mejor remedio para restablecer la ente-
reza y liberarse del desánimo y al tiempo rehuir el silencio impuesto por la
ideología defensiva y entregarse a una catarsis verbal. De aquí que el alcohol,
por su acción ansiolítica, euforizante y desinhibidora, sea particularmente
apreciado por el grupo de trabajadores expuestos a un alto riesgo.
El análisis de la multicausalidad responsable de que un bebedor se
transforme en un enfermo alcólico, al ser apresado por el enganche adic-
tivo, conduce a una sistemática de factores de riesgo, en la que casi todos
ellos se adscriben al medio sociofamiliar o al medio laboreconómico. El in-
flujo de los factores laborales o profesionales alcanza mayor importancia en
la determinación del alcoholismo masculino que en la del alcoholismo fe-
menino.
Por ello, son los varones alcohólicos los que con mayor frecuencia se
detienen a referir su historia sobre los estresores esencialmente laborales,
tales como el conflicto con los compañeros, el desacuerdo con el patrón, la

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

pérdida de responsabilidad profesional, el cambio de trabajo, la excesiva pre-


sión ocupacional, la falta de motivación o la dificultad financiera. En cam-
bio, las mujeres alcohólicas clásicas apenas incluían datos laborales entre los
acontecimiento traumatizantes más o menos responsables de su entrega des-
controlada al consumo de alcohol, y al tiempo ponían énfasis en los acon-
tecimientos familiares, tales como, la ruptura de la pareja, la muerte de un
hijo, el embarazo no deseado o la insatisfacción sexual o amorosa.
Mis propios estudios sobre la personalidad prealcohólica me llevan a afir-
mar que la diferencia señalada entre hombres y mujeres es sólo relativa y que
la intervención de los diferentes factores estresantes no puede valorarse como
una especie de relación de causa-efecto. Tanto los estresores profesionales como
los familiares inciden sobre una personalidad femenina o masculina un tanto
vulnerable ante los impactos proporcionados por vivencias de soledad, deses-
peranza o fracaso. Esta especie de fragilidad específica suele habérsela propor-
cionado la relación anómala con los padres durante la época infantojuvenil.
La diferencia más notoria entre la determinación del alcoholismo mas-
culino y del femenino venía consistiendo en que el varón iniciaba su adicción
al alcohol ya en la adolescencia, antes de abandonar el medio familiar, y en
cambio la mujer la mayor parte de las veces iniciaba su historia de adicta al
alcohol algunos años después, por lo general tras haber sufrido un vínculo
de pareja frustrante o traumático. Era como si la mujer desolada en el medio
familiar propio no se hundiese en el consumo de alcohol sino que agrupaba
fuerzas para superar sus conflictos mediante una unión de pareja estable.
La situación socioprofesional de la mujer ha cambiado desde su in-
corporación masiva al trabajo exterior. El trabajo extradoméstico ha intro-
ducido en el mundo de la mujer al tiempo vivencias de liberación y nuevos
elementos de riesgo adictivo. Tales elementos de riesgo toman distinto cariz
y poder en su influjo sobre la mujer a tenor de que ésta ocupe un nivel so-
ciocultural medio o alto o un nivel desfavorecido. En ambos casos se ha
abierto un nuevo frente en el mundo femenino: el frente ocupado por la im-
plementación del trabajo profesional, una nueva experiencia que a algunas
mujeres les alivia la vida y a otras les sobrecoge o mortifica.

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

Por una parte, la mujer con una instalación desfavorecida se encuen-


tra ahora asaltada al tiempo por preocupaciones y estresores del orden fa-
miliar o doméstico y del orden profesional o laboral, y su fuerza de arrastre
hacia la adicción alcohólica puede ser ahora familiar, laboral o mixta. Por
otra parte, la mujer instalada en un cómodo estrato socioeconómico dispone
de dos vertientes compensatorias entre sí, de modo que las tensiones o trau-
mas registrados en el marco de la familia pueden aliviarse ahora con la rea-
lización de una actividad profesional satisfactoria, y recíprocamente. El
premio de la independencia femenina no ha englobado todavía del todo los
distintos niveles sociales de la mujer trabajadora.
El argumento más empleado para mantener una actitud negativa ante
el enfermo alcohólico e incluso justificar su despido en el trabajo, es consi-
derarlo un “enfermo voluntario”. Una y otra vez se arguye que bebe porque
quiere, al tiempo que se aduce esta argumentación para negar al enfermo al-
cohólico el estatuto de enfermo y, por consiguiente, identificarlo como una
persona depravada o viciosa.
El argumento inicial es válido pero no su significado. “Bebe porque
quiere”, es cierto, pero también lo es “bebe porque no puede no querer”.
Dentro de la voluntad existen dos alas: el ala estimulante y el ala inhibidora.
La voluntad actúa con libertad cuando las dos alas funcionan equilibrada-
mente. En las adicciones, el desequilibrio es máximo con relación al objeto
adictivo: el deseo es arrollador, irrefrenable o gigantesco y el autocontrol un
completo fracaso. Una voluntad tan desequilibrada es una voluntad que ha
perdido su coeficiente de libertad, una voluntad-no-libre.
En definitiva, el enfermo alcohólico bebe por propia voluntad pero
sin libertad, y la pérdida de libertad es el denominador común de todo pro-
ceso mental patológico.
En cuanto a los tipos de trabajo más vinculados al consumo de otras
drogas, suelen citarse casi los mismos que hemos registrado aquí como los
más propicios para el desarrollo de la adicción al alcohol. Ésta coincidencia,
se explica porque los trabajadores buscan en las drogas el efecto de reducir
la tensión emocional, facilitar la relación social o aumentar la seguridad en

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

sí mismos, gama de motivos asímismo omnipresentes en la conducta alco-


hólica.

8.4. El sistema preventivo de las empresas públicas y


privadas frente al consumo de drogas

La reglamentación que regula el comportamiento laboral en la em-


presa no debe pasar por alto la necesaria normativa en relación con los pro-
blemas creados por las drogas en el lugar de trabajo, sobre todo con un
propósito preventivo. El conjunto de estas cláusulas preventivas se desdo-
bla en una vertiente dedicada a la detección de los aspirantes usuarios de
drogas a ocupar un puesto de trabajo en la empresa y la otra centrada en la
prevención sanitaria física, mental y laboral de sus empleados.
Para verificar este programa de combatir el consumo de drogas en el
medio laboral a través de una doble orientación, se precisa constituir un
grupo de trabajo serio y competente, en el que esté representada la dirección,
el personal y la organización sindical, agrupándose en torno a los expertos
del servicio médico y de la asistencia social. Si la ocasión es propicia, podría
integrarse en el equipo algún colaborador del voluntariado o de las asocia-
ciones de ex alcohólicos, alcohólicos anónimos o antiguos bebedores.
Toda política de empresa en materia de prevención sanitaria se esta-
blece en torno a la cooperación entre la dirección, los sindicatos, los emple-
ados y la medicina de trabajo.
El planteamiento de la defensa sanitaria y social de la empresa en este ca-
pítulo preventivo, después de ocuparse de prohibir el consumo de drogas en el
centro de trabajo, tiene como un objetivo primordial la protección preventiva,
diagnóstica y rehabilitadora contra la enfermedad constituida por la adicción a
una droga. Hoy nadie puede arrebatar al drogadicto el estatuto de enfermo,
porque su condición patológica está más que suficientemente acreditada. Por
ello, no puede seguirse manteniendo como antaño que este trastorno, si reper-
cute negativamente en el trabajo, puede ser causa de despido legal.

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

Lo que sí está justificado es evitar la incorporación a la empresa de


candidatos que ya están afectados por una enfermedad drogadictiva, o que
son especialmente propensos a ella. Esta cautela proporciona a la comuni-
dad empresarial una protección en los órdenes sanitario, laboral y de segu-
ridad. En el orden sanitario, al evitar el contacto cotidiano con enfermos
instalados en una actitud proselitista, contaminados con cierto índice de con-
tagiosidad o convertidos en traficantes de drogas. En el orden laboral, por-
que es consabido el deterioro de la capacidad de trabajo impuesto por el
abuso o la adicción a las drogas. Y en el orden de seguridad, en atención a
varias razones, entre las que destaca la especial propensión de los drogadic-
tos a los accidentes laborales y a los comportamientos de violencia.
La triple protección mencionada se cubre suficientemente con la eva-
luación previa de los candidatos en este triple aspecto: el estado de salud so-
mática y psíquica, la aptitud laboral y el índice de peligrosidad. Entre las
pruebas sanitarias a las que han de someterse los candidatos a acceder a un
empleo, figura a menudo la detección del consumo de drogas ilegales me-
diante la determinación analítica en la orina. Después de una prolongada
controversia, dada la colisión de intereses entre el derecho a la intimidad del
candidato y la prevención de la salud de la comunidad laboral, se ha aceptado
por consenso la práctica de estas pruebas siempre que sus resultados se man-
tengan en la más estricta confidencialidad. Por otra parte, la detección del
consumo de alguna sustancia ilegal es un dato sanitario importante, que no
adquiere su significado final en el sentido de exclusión o no del candidato,
hasta calibrar el hallazgo en el contexto de los resultados obtenidos en el
examen sanitario, laboral y conductual.
El interés por preservar la salud comunitaria se ha impuesto también
en otros aspectos. Así hoy nadie discute la medida de proteger a los no fu-
madores contra el tabaquismo contraído en ciertos espacios de uso colectivo.
En consecuencia, el permiso para fumar ha podido reducirse al fin a ciertos
puntos de la empresa, sometidos al conocimiento de todos.
Para sistematizar las intervenciones preventivas imprescindibles en el
tema de la drogadicción en los empleados, es conveniente atenerse a la línea

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

habitual de distribuir las pautas de prevención en tres escalones: la preven-


ción primaria, la secundaria y la terciaria.
La prevención primaria, la prevención por antonomasia, se propone
reducir la incidencia de la adicción a las drogas en la población trabajadora
mediante un programa que tiene estas dos vertientes: la exclusión de la
oferta de drogas en el ambiente de trabajo y la reducción de su consumo.
La orientación encaminada a excluir el ofrecimiento de drogas en la
propia empresa, se desarrolla sin contar con el concurso de estas dos pau-
tas utópicas legales de signo contrapuesto: la deslegalización del alcohol o la
legalización de las drogas consideradas hoy clandestinas. La deslegalización
del alcohol, según la experiencia materializada en los años veinte del pasado
siglo en Estados Unidos, suprime el comercio legal del alcohol a costa de
ocasionar una grave crisis sociocultural y económica donde medra a sus an-
chas la inmoralidad y el gangsterismo. Las aspiraciones preventivas en este
aspecto se cubren sustituyendo la ley seca por la “ley sueca”, la ley que fun-
ciona en Suecia desde mediados del siglo pasado mediante normas que pro-
híben el consumo excesivo e inadecuado del alcohol.
Hay ciertos casos donde la supresión del consumo de alcohol debería
ser absoluta: los jóvenes por debajo de los veinte años, las mujeres embara-
zadas, los mayores de 75 años y una amplia gama de enfermos somáticos y
psíquicos. A los trabajadores se les aplica también la prohibición de beber al-
cohol a lo largo de la jornada de trabajo y durante las horas previas. En con-
secuencia, es raro encontrar hoy un bar instalado en una empresa que
despache alcohol. Este dato supone un avance preventivo importante con-
seguido no hace mucho tiempo. No sólo se ha conseguido excluir la oferta
de alcohol en el marco de los centros de trabajo, y por tanto el consumo du-
rante al menos la jornada laboral, sino que la Unión Europea recomienda que
los puntos de venta de bebidas alcohólicas se instalen alejados de las gran-
des industrias o empresas.
En cuanto a la legalización de las drogas clandestinas, su efecto inme-
diato sería el de abrir las puertas incondicionalmente al comercio de estas
sustancias y con ello extender el consumo de un modo masivo a millones de
individuos. De tal suerte, se convertiría toda droga en una “droga de masas”,

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

agudo título adjudicado al alcohol por el profesor de psiquiatría portugués


Da Fonseca, utilizando una reminiscencia orteguiana, Aunque respeto la opi-
nión de los que propugnan la legalización de las drogas en un sentido gene-
ral, no dejo de criticarla porque entiendo que suele basarse más en una
ideología emocional que en un conocimiento del tema. La mayor parte de los
especialistas mantiene una postura opuesta a la legalización.
Es inexcusable que el mantenimiento de una política de drogas pro-
hibitiva se acompañe de una actividad pedagógica formativa e informativa
sistemática que comience en los centros escolares y tome continuidad en los
centros de trabajo. Las intervenciones breves en la línea de esta orientación,
intercaladas en las campañas de promoción de salud practicadas en la em-
presa se complementan con el consejo personal impartido por el servicio
médico o social.
Una cuota elevada del consumo de drogas se sigue basando en la cu-
riosidad o en la desinformación, lo que no deja de ser un sarcasmo para la
efectividad de la actividad preventiva enfocada sobre la demanda de drogas.
Más que de falta de efectividad de las intervenciones, habría que hablar en
muchas ocasiones de ausencia de intervenciones programadas, lo cual es un
dato si cabe todavía más lamentable.
Un ámbito laboral libre de los efectos de las drogas representa un es-
pacio favorable para la salud y la seguridad de todos, así como para los fines
de la comunidad empresarial.
Pasemos ahora a la prevención secundaria, o sea, la prevención que se
propone detectar al drogadicto con la máxima precocidad posible, con ob-
jeto de iniciar inmediatamente la intervención terapéutica.
La detección precoz ofrece múltiples ventajas sanitarias y laborales,
como puede lógicamente pensarse. En el campo de las drogadicciones la
prevención secundaria tiene incluso mayor relieve de lo común porque la
percepción habitual de una enfermedad de este tipo suele demorarse de-
masiado. La adicción al alcohol, por ejemplo, permanece oculta largo tiempo
y no comienza a ser tratada hasta que la enfermedad lleva un curso de 10 a
15 años. Por eso se ha calificado a la adicción a la droga como una enfer-
medad invisible.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El servicio médico, aparte de la detección de signos de consumo de


drogas en los exámenes individuales y a través de la conducta (labilidad emo-
cional, impulsividad, conflictos con los compañeros, quejas sobre su rendi-
miento, puntualidad o asistencia, comisión de errores) se puede apoyar en
campañas de detección masiva mediante la aplicación de cuestionarios y
pruebas analíticas.
Los marcadores biológicos analíticos del abuso de alcohol más sensi-
bles y específicos son los tres siguientes:

— El aumento de la enzima plasmática gammaglutamiltransferasa,


mencionada habitualmente por las siglas GGT.
— El incremento del volumen globular medio (VGM) de los hematíes.
— La presencia sanguínea de la proteína transferrina con un déficit en
carbohidratos.

El acoplamiento de estas tres pruebas permite alcanzar unos índices


de sensibilidad y especificidad entre el 70 y el 75%.
A tenor de la tipología de enfermos alcohólicos, elaborada por mí
mismo, en tres grandes tipos: el alcoholómano, el bebedor excesivo regular
y el bebedor enfermo psíquico, existe un criterio diagnóstico precoz para
cada uno de ellos:

1º. Todo individuo que ingiere alcohol para desinhibirse o que se em-
briaga con alguna frecuencia es muy sospechoso de ser un alcoho-
lómano, aun en el caso de que no sea un bebedor habitual.

2º. La suspensión brusca de alcohol impuesta a un bebedor habitual


suele reflejarse en el alcohólico bebedor excesivo por una modifi-
cación importante en su estado mental y su conducta, sea de signo
favorable (por librarse de la impregnación de alcohol), sea de signo
desfavorable (al ser mortificado por los síntomas de abstinencia o
por el ansia de alcohol).

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Problemas creados por el alcohol y otras drogas en el lugar de trabajo

3º. Toda asociación del hábito de beber habitual con una alteración
psíquica debe suscitar la sospecha de que se trate de un alcoholismo
sintomático, o sea, un alcoholismo codeterminado por un trastorno
psíquico.

La detección de la adicción a una droga clandestina exige antes iden-


tificar a los consumidores. Para ello suele recurrirse al cribado o screening me-
diante la indagación de los correspondientes metabolitos en las muestras de
orina de la población de trabajadores, sin descuidar, por supuesto, el exa-
men clínico periódico de los empleados juntamente con su estimación con-
ductual y laboral. Las drogas detectadas a través de las orinas suelen ser los
opiáceos, los cannábicos, las anfetaminas, la cocaína y la fenilciclidina como
representación de los alucinógenos. La realización de un examen analítico de
muestras de orina en todos los empleados o trabajadores de la empresa bus-
cando residuos metabólicos de drogas es un método que no ha conseguido
afirmarse, por oponerse a ello la posible vulneración del derecho a la inti-
midad y las ingeniosas trampas urdidas para desvirtuar un resultado posi-
tivo u ocultarlo. Para la instauración de esta medida de detección no ha sido
suficiente, cerrar el compromiso por los servicios médicos de mantener los
resultados en la más estricta confidencialidad. Es muy importante que los
médicos sepan mantener en este punto una actitud adecuada que no impli-
que la invasión de la intimidad.
Aunque se han conseguido grandes avances en los tests de laborato-
rio, el diagnóstico de la adicción al alcohol o a otras drogas sigue basándose
en el juicio clínico. Por otra parte, el programa de pruebas de detección de
drogas no es lo mismo, a diferencia de lo que algunos directivos empresa-
riales sostienen, que el programa preventivo del consumo.
A este respecto hay que insistir en no sobrevalorar la detección de dro-
gas en la orina. Este dato refleja sólo que el trabajador se ha administrado o
le han administrado esta sustancia, pero su presencia no proporciona de por
sí ninguna información decisiva sobre la existencia de un cuadro tóxico o
adictivo.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Finalmente, vamos a ocuparnos de la prevención terciaria, la actividad


consagrada a dirigir la evolución del proceso terapéutico, hasta culminar en
la reinserción laboral del enfermo adictivo en las mejores condiciones posi-
bles, con evitación de recaídas y recidivas. La vacilación entre practicar el
tratamiento sin abandonar el trabajo o con una baja provisional, así como la
decisión sobre la reincorporación posterior al trabajo, son problemas que
muchas veces pueden resolverse recurriendo a la fórmula “apto condicional
bajo la supervisión médica”. En cualquier caso, se debe prestar una especial
atención a la dificultad encerrada en la reintegración al trabajo habitual por
constituir un serio obstáculo para el logro de la rehabilitación social del dro-
gadicto.
El adecuado tratamiento del drogadicto engloba el uso de medica-
mentos, la comprensión psicoterapéutica y la reorientación socioterápica del
programa de vida. Podemos distinguir tres etapas sucesivas en la recupera-
ción del drogadicto sometido a un tratamiento del estilo mencionado: la pri-
mera, la de ser un drogadicto sin droga, una especie de “alcohólico seco”; la
segunda, la de ser un drogadicto abstinente voluntario y, la tercera, la de ser
un drogadicto rehabilitado, una persona tan recuperada en su plenitud, que
muchas veces alcanza un nivel de indicadores de salud mental superior a
todo la registrado con anterioridad a lo largo de su vida. Llegar a ser un en-
fermo drogadicto rehabilitado, un ex drogadicto auténtico, equivale casi a
volver a nacer, una meta cada vez más accesible.

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9
LA SALUD MENTAL DE LOS MÉDICOS Y
OTROS PROFESIONALES DE LA SALUD

9.1. El espíritu de la medicina

Los términos salud y salubridad se derivan de la palabra “sal”, la ma-


teria utilizada por la humanidad tal vez desde sus albores como condimento
y sustancia conservante. Dadas estas excelentes cualidades suyas, se ha eri-
gido la sal a lo largo de los tiempos como el símbolo de la amistad y el mo-
tivo de ofrenda sagrada a los dioses. Nuestra pluma genial, Cervantes,
hablaba de los idiotas como “caletres de poca sal”.
Desde la perspectiva psicosocial, la ocupación sanitaria es una de las
actividades profesionales más duras y de mayor riesgo para la salud. El pro-
fesional de la salud, sea médico o paramédico, permanece día tras día entre-
gado con ilusión y sentido de responsabilidad, de un modo directo, al
cuidado de los enfermos con objeto de conseguir su restablecimiento y pro-
tegerlos contra el riesgo de agravamiento o de muerte. El riesgo para la salud
propia se concentra en la esfera emocional por el impacto de los agentes es-
tresantes y se extiende al contagio de procesos contagiosos de diverso estilo.
Están en juego la salud y la vida de otro y por ello los profesionales
médicos y paramédicos que se siente orgullosos de su cometido no regatean
sacrificios en aras de un deber sustentado por un compromiso de máxima

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

responsabilidad. Es la autoexigencia de la responsabilidad puesta en vincu-


lación directa con la preservación del bienestar y la vida de un paciente. La
medicina de todos los tiempos y de todos los lugares del mundo se ha regido
por tres orientaciones básicas: la de mitigar el sufrimiento, la de preservar la
vida y la de proteger la libertad.
La actividad médica o paramédica se desempeña como una práctica del
altruismo concreto personalizado, al servicio de la salud o la vida del otro que
se halla presente, acompañado de un alto nivel tensional de entrega y servi-
dumbre. La práctica del ejercicio sanitario engloba, pues, tres características
fundamentales: el sentido en forma de una dedicación altruista, el contacto
directo asiduo con el enfermo en cuanto medio y el fin configurado como
la prestación científica o técnica de un servicio de salud. Tamaña entrega a
una servidumbre al otro fue considerada durante largo tiempo como una
especie de sacerdocio. Esta consideración sacerdotal encerraba una inten-
ción de halago hacia el médico y además el recordatorio de que las socieda-
des poco evolucionadas han sido los chamanes o los ministros de la religión
los encargados a la vez de la salud del cuerpo y del alma, o sea, de la pro-
blemática sanitaria y de la religiosa. En la cultura occidental el deslinde ab-
soluto de la Medicina con relación a la Religión tiene una antigüedad de al
menos seis centurias. Tenemos que retroceder muy atrás para poder mante-
ner la equiparación de la función médica con la función sacerdotal.
El espaldarazo para la conversión plena de la Medicina en una ciencia
laica —perdóneseme el pleonasmo— no llegó, sin embargo, hasta el siglo
XIX, cuando el empirismo en forma del estudio de los hechos en sí se impuso
al trascendentalismo, que no permitía prescindir de una referencia sistemá-
tica al poder sobrenatural.
Dentro de los tres radicales señalados en la ocupación profesional sa-
nitaria: el altruismo, la presencia del otro y la sobrecarga de responsabilidad,
el primero señalado toma el rango de una esencia médica universal. El al-
truismo es una palabra acuñada en el siglo XIX con el propósito de poner de
relieve cómo por fuera de la caridad religiosa puede existir una entrega al
otro, una especie de otredad laica. El altruismo impregna la prestación de los
servicios de salud. El médico es un dispensador científico-técnico de aten-

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

ciones de salud al prójimo presente. Así como la presencia directa del otro
y la sobretensión de la responsabilidad son la dualidad estresora casi especí-
fica del estrés ocupacional crónico propio de los sanitarios, factores que se
vuelven, por tanto, en contra de los propios sanitarios a partir de cierto grado
según veremos después, la actitud altruista no posee una contrapartida ne-
gativa.
La actividad sanitaria desempeñada por los médicos, las enfermeras, los
cuidadores y los auxiliares a los que se agregan otros escalones profesiona-
les, algunos de ellos últimamente creados, converge en la prestación de un
servicio de salud de índole científica o técnica a una persona enferma que
precisa ser ayudada o atendida. El interés altruista por el otro ocupa una po-
sición primordial en la motivación y la implementación del acto médico o pa-
ramédico.
Por ello, no puede extrañarnos que el rango de la personalidad más
contrapuesto a la función sanitaria sea el del egotismo, o sea un narcisismo
hipertrófico. En mi primera lección sobre la Psicología Médica, asignatura del
segundo curso de la licenciatura en Medicina, procuraba yo mismo estimu-
lar el traslado a otra Facultad Universitaria de todos los alumnos que no se
sintiesen capaces de anteponer el interés de los demás en materia de salud
al suyo propio. No sé si esta advertencia mía habrá tenido cierto impacto in-
mediato o tardío. Pero sí sé que estaba muy legitimada. He conocido a algu-
nos médicos clínicos incapaces de dedicar tan sólo de 15 a 20 minutos a
escuchar a uno de sus enfermos.
El altruismo como marca esencial positiva de la actividad sanitaria
exige la permanencia en la frontera del tú-yo, donde el yo se desvive por el
tú. Pero esta desvivencia o entrega ha de efectuarse sin absorber al otro ni
ser absorbido por él. Una cuestión de límites de identidad entre uno y otro
de interés primordial. En un polo se sitúa la actitud sanitaria absorbente y
despersonalizante para el enfermo que proyecta sobre él las propias ideas
del terapeuta con el propósito de cambiarlo dominándolo. El otro extremo
es la sede de la actitud clínica insegura, caracterizada porque se deja absor-
ber por el enfermo. En ambos casos existe un serio problema de vivencia
profesional identitaria, por demasiado crecida o por demasiado menguada.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El estudiante de Medicina suele atravesar en sus estudios universitarios


un primer ciclo en el que se convierte en una víctima de la ansiedad y la hi-
pocondría (preocupación exagerada por la salud propia) como consecuen-
cia de su identificación con el enfermo. En esta fase, su posición psíquica más
próxima al enfermo que al médico, es propicia no sólo para dejarse inclinar
por los sufrimientos convividos hacia una actitud ansiosa o hipocondríaca,
sino para deslizarse hacia una actitud crítica contra los profesionales de la
salud, algunas veces de una manera despiadada. Las corrientes de la antime-
dicina y de la antipsiquiatría recibieron una transfusión de energías protes-
tatarias de los estudiantes estancados en una asignatura o aniquilados con la
muerte académica. A medida que el alumno avanza en sus estudios, el mo-
delo asumido por la identificación de su personalidad se va decantando, de
un modo cada vez más resuelto, por el profesional de la salud.
El médico en curso de especialización, el conocido actualmente como
MIR, se inicia en el disfrute de la entrega vocacional al ejercicio de la Medi-
cina, si bien con el contrapeso de verse encarado con la dureza que tal ejer-
cicio comporta, dependiendo mucho el modo de vivir ambos factores del
apoyo encontrado en sus profesores y tutores, aunque con no poca fre-
cuencia se sentirá acometido por ráfagas de hipocondría o ansiedad. Su per-
sonalidad suele seguir la línea de un proceso de maduración afectiva y
emocional acelerado, en virtud de la conjunción de estos dos factores inau-
gurales: la conciencia de funcionar con un rol social importante y la retri-
bución económica que le permite liberarse de la dependencia de sus
progenitores.
La referencia profesional primordial de todos los médicos y demás
personal sanitario se encarna en el médico por antonomasia, entendiendo
por tal el dedicado al ejercicio clínico de la profesión, o sea el encargado de
la asistencia directa de enfermos, como médico generalista o como médico
especialista en una rama médica o quirúrgica.
La diferencia estadística entre los médicos y los cirujanos apunta que
éstos suelen ser más firmes, autoritarios o duros. La verdad es que la dedi-
cación quirúrgica exige ya esta condición previa y después con el paso del

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

tiempo la conciencia de autoridad o de dedicarse a una actividad que modi-


fica el destino de las personas se acentúa progresivamente.
Por consiguiente, las especialidades quirúrgicas son las preferidas por
los estudiantes más seguros de sí mismos y más resistentes para los aconte-
cimientos penosos. En el quirófano no se dispone muchas veces de tiempo
para reflexionar con calma o consultar otras opiniones. En esta coyuntura la
toma extrema de una decisión se plantea no pocas veces como la exigencia
de un acto autoritario que no admite dilación o aplazamiento.
El espíritu de la Medicina está sujeto a una oscilación pendular entre
el paternalismo del profesional sanitario y la autonomía o independencia
del enfermo. Antaño prevalecía el paternalismo, o sea la autoridad afectuosa
del médico, y también la de la enfermera, el auxiliar o el cuidador. Cada uno
de ellos “mandaba” en su nivel asistencial. Hoy, antes de actuar se requiere
contar con la opinión informada del enfermo.
En los dos polos se han producido exageraciones lamentables. An-
taño, el terapeuta empeñado en alzaprimar el mantenimiento de la vida del
enfermo como la prioridad absoluta, incluso en las condiciones técnicas y vi-
tales más precarias y dolorosas, incurría en actividades que han merecido la
designación de “encarnizamiento terapéutico”. En el otro costado, la extre-
mosidad en el manejo del postulado conceptuado como consentimiento in-
formado o en la aplicación del principio de autonomía conduce a aceptar la
decisión del enfermo sin más, o sea sin analizar su motivación y sin pararse
a reflexionar si se trata de una postura circunstancial o mediatizada por uno
de estos elementos: la vivencia de la enfermedad, fantasías mágicas negras,
la ansiedad clínica o social o el estado depresivo. La solicitud de eutanasia
está la mayor parte de las veces condicionada por la sensación de soledad,
la amenaza fantasmagórica de un sufrimiento pavoroso o el terrible dolor
moral depresivo.
El altruismo, o si se prefiere la presencia de la otredad, ocupa en cual-
quier caso el primer plano de todo acto sanitario. A esta hegemonía se deben
subordinar los intereses personales relacionados con la remuneración, el es-
tatus social y la esfera científica. El acto sanitario ejecutado desde un interés

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

del ego en el primer plano se descalifica cuando menos como una conducta
profesional bastarda o adulterada por la egolatría.
La Medicina europea ha dejado de ser una profesión masculina. La
proliferación de las mujeres médicos sobrepasa la paridad. Por ello puede
hablarse de que en las últimas décadas se ha producido en los países occi-
dentales la feminización de la Medicina. Este proceso forma parte de la in-
corporación masiva de la mujer a la cultura, el mundo del trabajo y las aulas
universitarias, cambio sintomático propio de la emancipación de la mujer.
La emancipación femenina se disparó en 1960, a partir del descubrimiento
de la píldora contraceptiva que fue su detonante. En la actualidad, la sanidad
española cuenta con el 70% de mujeres entre sus profesionales sanitarios, lo
que la sitúa como el sector de la Administración Pública que dispone pro-
porcionalmente de mayor participación femenina.
Con el predominio de la presencia de la mujer en el recinto hospitala-
rio o clínico, la actividad sanitaria, ya de cierta índole femenina por sus adi-
tamentos afectivos tiernos y actitud altruista, se ha feminizado todavía más.
En esta perspectiva no podemos hablar de cambio de espíritu sino simple-
mente de refuerzo y consolidación de la actitud médica tradicional. Los en-
fermos se muestran hoy muy satisfechos con las mujeres médicos al sentirse
atendidos con un contacto más cordial y comunicativo y disponer de una
franja horaria más amplia.

9.2. Los factores psicosociales positivos y negativos


de la actividad sanitaria

La actividad sanitaria ha experimentado en los últimos tiempos una


modificación profunda en sus dos parámetros clínicos básicos: la práctica
tecnicocientífica y la relación terapeuta-enfermo.
En los aspectos científicos y técnicos se ha producido una tremenda
expansión del saber y de la efectividad. En el remoto antaño se sabía muy
poco y se podía también poco. En un antaño próximo ya se podía más de lo

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

que se sabía. Hoy, ambas dimensiones del quehacer existencial, la del cono-
cimiento tecnocientífico y la de los resultados favorables empíricos, han ex-
perimentado una crisis de desarrollo gigantesco. Se puede mucho y se sabe
mucho. Resulta muy difícil calibrar si se sabe más o menos de lo que se
puede. Nos encontramos, por tanto, por primera vez en la Historia, ante una
Medicina enriquecida con un cuerpo de saberes científicos denso y profundo,
por mucho que sea todavía lo que se ignora, y una efectividad inimaginable,
traducida en unos excelentes resultados terapéuticos generales y en una im-
predecible prolongación progresiva de la expectativa de salud y de vida.
Vayamos al otro parámetro, el de la relación médico-enfermo. Su cam-
bio consiste en haber pasado del paternalismo o la beneficencia, una espe-
cie de dictadura cariñosa del médico, a polarizarse en el respeto a la
autonomía del enfermo, siempre que éste disponga de capacidad suficiente
para asentir o no a la indicación terapéutica. Al tiempo, la entrega confiada
del enfermo al cumplimiento de la indicación médica, un imperativo antaño,
se va volviendo cada vez más recelosa y en ausencia de una atmósfera de
confianza se vuelve muy difícil el ejercicio de la Medicina. Además, la im-
punidad jurídica tradicional del médico se ha resquebrajado dejando paso al
asedio de la reclamación legal de daños y perjuicios, con razón o sin ella. En
el marco de la sanidad pública, la relación médico-enfermo se ha desperso-
nalizado, al realizarse sin contar el médico con un margen de tiempo sufi-
ciente para escuchar al enfermo con el debido detenimiento. Y no sólo la
despersonalización concierne al enfermo, sino también al médico o a cual-
quier técnico de la salud, al actuar desde el anonimato.
No ha habido ninguna profesión tradicional que haya experimentado
en los últimos tiempos un vuelco a la vez tecnológico y psicosocial equipa-
rable al dado por la Medicina. Por un lado, la tecnocracia amenaza oscure-
cer o ahuyentar el espíritu de la Medicina. Por otro, la adversa actitud social
ante los médicos, en fase creciente, ha cristalizado en una masiva violencia
que será objeto de estudio en el Capítulo 12.
La autoexigencia de siempre de la responsabilidad clínica está conta-
minada hoy en algunos actos médicos delicados o de dudoso resultado por
el miedo a la responsabilidad jurídica: el médico ha abandonado su sede en

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

las alturas al modo de un “dios de bata blanca” para hundirse en la masa po-
pular transformándose en una codiciada presa para la explotación ajena, al
alcance del tramposo de turno.
Los dos parámetros clínicos básicos señalados convergen en un dato
muchas veces postergado, en aras del cientifismo o el tecnicismo y el auto-
nomismo. Se trata de la necesidad de prestar la debida atención a los aspec-
tos subjetivos o personales de la dolencia. Infortunadamente, el desarrollo
de esta vertiente de la Medicina como medicina personal o subjetiva se en-
cuentra demasiado descuidado. La Psiquiatría representa en este frente de ac-
ción el baluarte más firme del que dispone la Medicina actual acosada por la
prisa y la tecnificación. En la Psiquiatría reside el paradigma de la comuni-
cación con el enfermo y la actitud comprensiva hacia su sufrimiento.
La sobreabundancia de estresores agudos múltiples e intensos, más o
menos específicos, es en mi opinión, la característica que más abruma y al-
tera a los médicos, las enfermeras, los auxiliares o los cuidadores. En la mayor
parte de los tipos de trabajo la aparición de factores de estrés agudos ocurre
de tarde en tarde y casi siempre en relación con circunstancias excepciona-
les como un accidente, un problema de despido o una reorganización labo-
ral. El trabajo sanitario está sometido, en cambio, de un modo reiterativo al
“chaparrón” traumático o sobrecogedor proporcionado por la desfavorable
evolución de un enfermo a su cuidado en forma de un agravamiento ines-
perado o una muerte súbita o imprevista. El médico machacado una y otra
vez por acontecimientos de horror se siente abrumado con un sentimiento
de impotencia, inseguridad o temor.
El acontecimiento agudo estresante que con la temática mencionada
gravita sobre el médico de una manera reiterada, alcanza la categoría ma-
ligna de vivencia traumática cuando la emoción despertada se vuelve difícil
de controlar o se acompaña de un estado de bloqueo mental o de una im-
portante modificación de la conciencia en forma de pérdida de la lucidez o
de estrechamiento crepuscular. La emergencia inesperada negativa en rela-
ción con el curso seguido por el enfermo termina convirtiéndose en un
hecho casi habitual en la vida del médico o de la enfermera.

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

El estresor específico que impregna la ocupación sanitaria con un ca-


rácter sostenido crónico consiste en la sobretensión de responsabilidad sus-
citada por el cuidado de la salud o la preservación de la vida del enfermo.
Este factor asume el papel más importante en la determinación del desgaste
del profesional de la salud, ensamblado con la incesante incidencia de las
emergencias agudas ya comentadas y reforzado con la sobrecarga de tareas
o el agobio creado por la demanda de atenciones reclamadas por los enfer-
mos o por sus familiares.
Esta constelación de factores de estrés emana de una actividad sanitaria
desarrollada en forma de un contacto asiduo y superresponsable con per-
sonas apresadas por el dolor, el sufrimiento o el riesgo vital. En este clima
de sobretensión emocional específica, proliferan los estresores más univer-
sales o inespecíficos, como las circunstancias organizativas desfavorables, la
falta de reconocimiento social, el conflicto entre las personas o la ambigüe-
dad de los roles. Completan el negro panorama estresante del ejercicio sani-
tario estos dos aspectos profesionales sustantivos: la escasa retribución
económica en proporción al nivel formativo y horas de dedicación, y la so-
brecarga de tareas.
El contacto permanente con las personas atendidas ya es de por sí un
factor de coacción o agobio estresante de gran envergadura, factor com-
partido por los profesores y los servicios sociales, precisamente las ocupa-
ciones más azotadas hoy por el desgaste profesional o el agotamiento
emocional. Este dato estadístico permite identificar el contacto profesional
continuado con el público como el estresor ocupacional más agobiante e in-
timidador. Cuando en 1974 el psiquiatra Freudenberger en la revista Journal
of Social Issues acometió por primera vez la descripción del “trabajador que-
mado”, lo hizo basándose en una casuística de empleados de servicios asis-
tenciales que se sentían con la energía consumida o quemada a causa de estar
desarrollando su labor en relación directa con las personas objeto de su aten-
ción profesional. Conviene especificar al respecto que el profesional de la
salud por antonomasia es el que trabaja en contacto directo asiduo con los
enfermos.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

A medida que los enfermos asistidos son más graves, incurables, ter-
minales o con mayor incidencia de mortalidad, se multiplica el riesgo del
desgaste o del agotamiento entre los médicos, las enfermeras y el sector asis-
tencial restante. Por ello, los más amenazados por estos cuadros clínicos pro-
ducto del distrés, tanto en el sentido del desánimo profesional como en el del
agotamiento emocional, son el personal que atiende el servicio de oncolo-
gía o la sección de cuidados paliativos.
La abrumadora presencia de la prisa o de la imprevisible sobrecarga de
tareas, más la actitud de disponibilidad permanente y el carácter doliente ex-
tremo de unos enfermos en trance de muerte, en el marco de un trabajo re-
gulado por turnos o con una franja horaria irregular, convierte a las unidades
de urgencias o de cuidados intensivos en los servicios clínicos que ocupan
el segundo lugar entre los más amenazados por el estresor inductor del des-
gaste o del agotamiento, o sea entre las actividades clínicas de alto riesgo. El
riesgo toma un cariz especial en los equipos médicos móviles de urgencia,
a causa de su frecuente exposición al espectáculo de cadáveres mutilados o
desfigurados y del sometimiento a unos desplazamientos dramáticos.
Hay algunos equipos de urgencia, como las unidades coronarias,
donde al estrés causado por la asidua presencia de muertes súbitas, se agrega
una actividad especializada un tanto repetitiva. Las unidades asistenciales de
alto riesgo profesional se van multiplicando progresivamente para acoger
enfermos en situación límite, como la unidad de diálisis o la unidad de tras-
plantes.
Para el psiquiatra, el mayor factor de sobresalto son los brotes de vio-
lencia. El ámbito clínico psiquiátrico es el que acoge la tasa más alta de ma-
nifestaciones de violencia protagonizada por los enfermos.
Los malos resultados terapéuticos, potenciados con la cronicidad evo-
lutiva, las recaídas o la muerte inesperada, son vividos por el sanitario con
una abrumadora sensación de impotencia, fracaso o inutilidad y un descenso
de la autoestima. Esta penosa experiencia puede crearle al profesional de la
salud la sospecha o la convicción de que está realizando un trabajo inútil, a
lo Sísifo, como si su única misión fuese la de ayudar a morir al enfermo o
consolar a sus familiares.

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

Los médicos de empresa ofrecen la particularidad de estar sometidos


a la presión ejercida nada menos que desde cuatro costados: los asalariados,
los representantes de los sindicatos, el jefe de personal o la misma dirección
de la empresa y los organismos sociales. El médico de empresa se enfrenta
además con la dificultad de tener que realizar su cometido en una institución
que no guarda ninguna relación con el campo sanitario propio.
Los miembros de los equipos médicos más susceptibles de ser afec-
tados por el agotamiento emocional o el desgaste personal con la consi-
guiente pérdida de ilusiones o motivación, son las enfermeras. Sobre ellas
gravitan con especial potencia estos tres estresores: la interacción íntima y
continua con los enfermos y sus familiares, la sobrecarga del trabajo o el
horario irregular y la falta de autonomía, o sea, la dependencia de las indi-
caciones del médico. Dada además la relativa ambigüedad de su papel pro-
fesional, los conflictos con los médicos y los auxiliares se producen con
relativa insistencia. La predicción sobre el estado de salud ocupacional de las
enfermeras se basa en la evaluación de los tres estresores señalados.
La contabilidad estadística permite confirmar que abundan las enfer-
meras que renuncian al empleo o piden el traslado por sentirse desprovistas
de una vivencia de autorrealización suficiente o por ser objeto de un trato im-
petuoso por parte de los médicos.
El cuidado de las personas ancianas se destaca por ser el trabajo asis-
tencial que comporta mayor sobrecarga física y mental. A despecho de que
la asistencia de una persona mayor puede realizarse con el concurso aso-
ciado de familiares y cuidadores, el cuidador profesional de una persona de
edad está sometido a unos requerimientos físicos y emocionales especiales,
en función del grado de dependencia física y de deterioro cognitivo: tienen
que ayudarle continuamente a desenvolverse en su vida diaria, superando
las limitaciones impuestas por su discapacidad funcional, y a la vez condu-
cirle en el plano emocional como si fuese su segundo yo. Esta es la activi-
dad sanitaria que exige la mayor dispensación de energías físicas y mentales,
sin obtener a cambio la gratificación de una mejoría gradual de la persona
asistida. El porcentaje de alteraciones de la salud mental (desgaste o agota-
miento) o física (problemas musculares sobre todo) alcanza entre los cuida-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

dores de personas ancianas un nivel tan alto, que da base para incluir esta
ocupación entre las profesiones de alto riesgo.
El ejercicio de la Medicina en el medio rural adquiere un grado espe-
cial de dureza. El propio marco ambiental muestra algunas limitaciones im-
portantes, como la infradotación de recursos y servicios y la mayor densidad
de la población de edad. La actividad médica rural se desarrolla como una
expectación permanente, abierta todo el día “de turbio en turbio” y hasta du-
rante la noche “de claro en claro”. El médico rural se encuentra además ex-
puesto a la continua comprobación o vigilancia de los demás y al
requerimiento de los vecinos como si estuviese instalado en un escaparate
o fuese prisionero de su ambiente. Alejado del hospital y de la colaboración
de otros médicos, es víctima propiciatoria para el sentimiento de soledad o
la añoranza del trabajo en equipo. Además, la expectativa de una urgencia
que desborda su preparación científica no le permite en ningún momento
sentirse seguro ni despojarse del miedo a la incidencia imprevisible.
La mejor pauta defensiva para el médico rural es el alejamiento perió-
dico de su ambiente, proporcionado por un periodo de vacaciones. Reme-
dio idóneo asimismo para todos los profesionales de la salud profundamente
embargados por factores ocupacionales estresantes. La acción de los distin-
tos estresores específicos o inespecíficos, agudos o crónicos, que pueblan
con un alto grado de densidad el ámbito sanitario clínico, varía en función
de las características del individuo, su situación vital y su calidad de vida.
Los perfiles de personalidad insegura o hipersensible y obsesiva o per-
feccionista ofrecen la máxima vulnerabilidad para que los estresores clíni-
cos puedan producir con celeridad el desgaste profesional, el agotamiento
emocional o la depresión anérgica. La incidencia de estos tres cuadros clíni-
cos englobados en el ciclo del estrés sobreviene muchas veces con el con-
curso de una predisposición personal. Por otra parte, está por describir el
perfil de personalidad que podría considerarse invulnerable para las sobre-
tensiones y las sobreexigencias específicas o inespecíficas que saturan la ocu-
pación sanitaria.
El impacto psicofísico del estresor no acontece de un modo inmediato
o directo sino que se modifica ampliamente en función del modo de reac-

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

cionar del trabajador estresado. El profesional sanitario, al contar con la ven-


taja de disponer de una formación intelectual superior o media y un nivel ma-
terial de vida bastante satisfactorio por lo general, se encuentra en posesión
de las condiciones propicias para adoptar una reacción preventiva que le
libre de sucumbir en el desgaste o la quema, el agotamiento o la depresión.
En el plano individual la solución más recomendable para el distrés
sanitario se encuentra en alguna o algunas de las opciones siguientes:

1º. El encaramiento directo con el factor ocupacional estresante, tra-


tando de solucionarlo después de haber tomado el tiempo sufi-
ciente para acumular información y hacer una evaluación global de
la situación sometiéndola al tiempo a un ejercicio de autocrítica. El
conjunto de esfuerzos cognitivos y comportamientos que el indi-
viduo utiliza para hacer frente al problema fuente de estrés se en-
globa en la noción anglosajona del coping o el afrontamiento.

2º. La búsqueda de la ayuda emocional de otras personas o del apoyo


interprofesional, prestado por el jefe del equipo o por los colegas.
Cualquier tipo de soporte emocional, profesional o social brindado
por la familia, los amigos, los compañeros o la institución puede
ser una estrategia preventiva válida, aunque no siempre suficiente.

3º. El distanciamiento o la evasión del foco del conflicto, sobre todo


mediante la desconexión periódica del trabajo entregándose a
algún divertimento preferido. Además de este recurso puntual, la
mejora del estilo de vida mediante la entrega al ejercicio físico sis-
temático, la ocupación adecuada del tiempo libre o el manteni-
miento disciplinario de un horario regular, permite adoptar un
programa cotidiano muy positivo para mantenerse enhiesto ante
un trabajo abrumador o sobretensionado. El descuido de la cali-
dad de vida por parte de los sanitarios es proverbial. Entre estos
descuidos sobresalen la inclinación al sedentarismo y el hurto de
horas al sueño.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

La defensa conjunta de los miembros del equipo sanitario o su pro-


tección al nivel de institución contra los factores estresantes puede tener va-
rias orientaciones: mejorar la organización del servicio o tomar la iniciativa
de reorganizarlo; hacer cumplir el estatuto de enfermo no sólo en el capítulo
de los derechos sino también en el de sus obligaciones; clarificar la función
de los respectivos roles; disponer de un espacio laboral confortable y se-
guro, o facilitar la participación de los miembros del equipo en las decisio-
nes directivas o administrativas. La utopía de trabajar menos y ganar más
dinero puede servir en este sentido como una referencia utópica de aproxi-
mación.
Ambas estrategias, la individual y la del equipo, pueden seguirse si-
multáneamente.
La particular dureza del trabajo médico o paramédico se neutraliza un
tanto al constituir una actividad del tipo de una profesión. El trabajo profe-
sional se vive como una conducta propia, o sea como una actividad de auto-
rrealización integrada en el proyecto personal. El desempeño del trabajo
sanitario en el marco de un hospital, vertebrado en equipos o en unidades fun-
cionales, proporciona a los profesionales de la salud el influjo reconfortante y
reasegurador transmitido por el espíritu de grupo o de comunidad, conside-
ración que algunas veces se extiende a la conexión con una sociedad científica.
Tenemos, por consiguiente, que si bien el trabajo sanitario constituye
una actividad de alto riesgo y hasta peligrosa por sus implicaciones emocio-
nales, al tiempo proporciona la protección específica de integrarse en la vida
del médico o el paramédico al modo de una profesión de servicio. Mas una
profesión de servicio sometida a convivir con la enfermedad, el dolor, el su-
frimiento y la muerte.
Las gratificaciones inmediatas del profesional sanitario surgen de la
convivencia con los personajes tétricos mencionados en forma de la mejo-
ría de un enfermo grave, una vida arrebatada a la muerte, una sobrevivencia
asegurada o cualquier otra forma de un éxito terapéutico. Una profesión por
excelencia altruista y con un planteamiento del dilema vida o muerte obtiene
su premio más cotizado en el aliento proporcionado a la vida ajena y el in-
cremento de un grado de bienestar psíquico, físico o social.

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

El duro ejercicio de la Medicina cuenta con la protección dispensada


por tres maravillosas hadas protectoras: una, la realización como una profe-
sión y por tanto como una actividad de privilegio interconexionada con los
otros tres espacios de vida: el de la libertad, el de la convivencia sociofami-
liar y el del descanso; dos, la interacción laboral, personal o científica con
otros compañeros de corporación o la integración en el marco de una insti-
tución y, tres, la inmensa gratificación de disfrutar momentos de ganar el
pulso a la enfermedad o a la muerte, en forma de un placer donde el tera-
peuta se encuentra fundido en espíritu con el enfermo restablecido.

9.3. La incidencia de los trastornos mentales en los


médicos y los paramédicos

La salud de las personas que se ocupan de velar por la salud de los


demás es un asunto visto con enorme interés desde diversos planos. En el
plano popular se ha tratado de evaluar el nivel de competencia del médico
para proporcionar salud a los otros a partir del estado de salud de los pro-
pios sanadores. En el plano de la picaresca se han puesto en órbita con una
intención descalificadora ciertas imágenes sarcásticas o caricaturescas, como
la del traumatólogo cojo, el otorrino sordo o el psiquiatra delirante. La in-
quietud acerca del estado de salud de los profesionales médicos o paramé-
dicos se ha extendido a sus propias filas.
Para preservar la salud propia, los médicos disponen en principio de
dos grandes ventajas: primera, tener a su alcance una cierta especial facilidad
para acceder a los centros de salud e incluso a los servicios clínicos de alta
especialización; segunda, poseer amplios conocimientos sobre la medicina
preventiva y la patología médica. Este doble posicionamiento, teórico y prác-
tico, permite ahora a los médicos, en efecto, alcanzar una expectativa de vida
más prolongada que el resto de la población.
Desde el trabajo sociodemográfico firmado por los médicos estadou-
nidenses Emerson y Hughes, publicado en 1926, se sabe que los médicos dis-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

frutan de un promedio de vida más largo que la población general. El signi-


ficado de este dato se enturbió un tanto al considerarse que pudiera estar
más basado en el estatus socioeconómico medio o alto del médico que en el
estilo de vida dictado por los conocimientos profesionales. Precisamente, en
los Estados Unidos, la figura de un médico con estrechez económica era in-
concebible. Por ello, se convirtió el profesional de la Medicina en una presa
predilecta para los tramposos y los estafadores, con el pretexto de haber in-
currido en mala praxis.
Ciertamente, algunas veces el médico pone en riesgo su salud, en con-
tra de sus conocimientos, por ejemplo, cuando cae en la adicción a cierto
medicamento, punto sobre el que volveremos. El peso positivo de los co-
nocimientos científicos luce en la preservación de la salud física y social. El
nivel de la salud somática o corporal de los médicos es muy superior al de la
población general, al revés de lo que ocurre en la salud mental. La morbili-
dad psiquiátrica, en cambio, es responsable nada menos que del 50% del ab-
sentismo laboral en que incurre el personal sanitario.
Yo mismo vengo distinguiendo cuatro parámetros en la calidad de
vida, lo que es una distinción higienista de sentido práctico. Los paráme-
tros de la calidad de vida sistematizados en forma del nivel material y el
nivel espiritual o sentido de la vida muestran en los médicos unas caracte-
rísticas mucho más favorables que las registradas en otras profesiones; en
el tercer índice de la calidad de vida, representado por unos hábitos orde-
nados y sanos en la alimentación, el sueño y el consumo de fármacos y
drogas, el médico muestra en líneas generales una conducta muy poco sa-
ludable y demasiado inclinada al sedentarismo, la vida irregular o el abuso
de psicofármacos o de alcohol; en su último aspecto, la calidad de vida se
segmenta en cómo vive el sujeto su situación actual, o sea el grado de sa-
tisfacción de vida en relación con las expectativas alcanzadas, el nivel de
bienestar extraído del presente y las ilusiones para afrontar el futuro, en
cuyo marco el médico es presa de una tonalidad de vida displacentera e in-
quieta, a causa de una sobretensión de responsabilidad, el sobresalto ince-
sante causado por la evolución de sus enfermos o el agobio extenuante del
trabajo.

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

El alto índice de factores estresantes presentes en la actividad sanita-


ria hace que entre los médicos se extienda de un modo inusitado el llamado
síndrome de desgaste profesional o síndrome del quemado, reflejado en la pérdida de
motivación o en la falta de ilusiones o de entusiasmo con relación al trabajo
habitual.
El médico desgastado o desmotivado es un profesional aburrido o
desilusionado, que se siente perturbado o molesto por la presencia de sus en-
fermos, encuentra dificultad para entregarse al trabajo, añora un cambio de
profesión y tal vez comienza a dormir mal. Al tiempo se vuelve menos efi-
ciente y cumplidor en sus actos terapéuticos y se deja llevar por la inclinación
al absentismo. El síndrome de desgaste profesional afecta en algún momento
de su vida al 40% de los médicos y las enfermeras y al 36% de los auxiliares.
A mi modo de ver, el síndrome de desgaste profesional puede supe-
rarse y desaparecer o, por el contrario, servir de entrada para conducir al
agotamiento emocional o síndrome de estrés. A medida que los síntomas
del desgaste se van acentuando, se produce su transformación gradual en el
síndrome de estrés, síndrome que alcanza su incidencia más alta entre los
trabajadores sanitarios, los profesores y otras profesiones que comparten
con las dos mencionadas, la prestación de un servicio específico a personas
con las que se mantiene un contacto directo continuo. Conviene señalar
que en las profesiones sanitarias, al igual que en todas las demás ocupacio-
nes laborales, no existe una enfermedad específica.
El síndrome de estrés o de agotamiento emocional, ya revisado en el
capítulo de este manual donde se estudia el distrés o estrés excesivo, com-
prende una amplia serie de síntomas posibles, distribuidos entre datos psí-
quicos, físicos, analíticos y laborales. Naturalmente, todos los síntomas no
están siempre presentes y se combinan entre sí de diversas formas. Entre
los síntomas más habituales sobresalen la astenia, la irritabilidad, la cefalea,
el insomnio, las molestias gastrointestinales y el descenso de productividad.
La progresión del agotamiento emocional suele conducir a un cuadro de-
presivo dominado por la anergia o la falta de impulsos.
Los estudios epidemiológicos psiquiátricos sobre los sanitarios, parti-
cularmente los médicos, coinciden en registrar una tasa de incidencia de los

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

trastornos psíquicos significativamente más elevada que la captada en la po-


blación general en estos cuatro capítulos: los cuadros de ansiedad, el sín-
drome depresivo, el alcoholismo y la dependencia para los productos
farmacológicos. En cambio, el índice de morbilidad de la esquizofrenia y
otras psicosis es sustancialmente más bajo entre los médicos que en el con-
junto de la población.
Puesto que hay una diferencia significativa entre la patología de los
médicos y la de los no médicos con relación al trastorno de ansiedad, el sín-
drome depresivo, la adicción alcohólica y la toxicomanía medicamentosa, la
interpretación epidemiológica se debate entre adscribir esta sobrerrepre-
sentación psicopatológica de los médicos al ejercicio profesional o a una es-
pecial vulnerabilidad de su personalidad remontada a los tiempos premédicos
y que supera a la de los otros individuos de su mismo sector socioeconómico.
También podría ser que la solución fuera admitir una colaboración causal
entre los factores de ambas series.
El trastorno de ansiedad respaldado con fenómenos fóbicos u obse-
sivos afecta a un respetable contingente de médicos ya antes de iniciar su ac-
tividad profesional, al formar parte de su personalidad hipersensible previa.
En cambio, el síndrome de estrés postraumático, cuadro ansioso antes de-
nominado neurosis traumática, se produce como consecuencia del impacto
de una vivencia traumática ocupacional aguda, proporcionada por lo gene-
ral por un ataque físico u otra forma de violencia, tema que será objeto de
amplia revisión en el Capítulo 12.
Por lo que se refiere a la depresión, si bien se imponen en el primer
plano las abundantes noxas depresógenas implicadas en la actividad clínica,
no puede postergarse por ello el papel asumido por la personalidad prede-
presiva anancástica, asimismo frecuente entre los médicos. Para el psiquia-
tra suizo Pierre Schneider (1980), la incógnita es que todavía no se dispone
de conocimientos precisos y fiables sobre la personalidad del médico, laguna
que sigue siendo identificada como un terreno movedizo, cambiante o des-
conocido. Varios autores insisten sobre la alta frecuencia de los trazos de ca-
rácter obsesivo entre los médicos, algunos de ellos de carácter general como
el perfeccionismo, la escrupulosidad o la exagerada precisión, y otros cata-

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

logables como rasgos encuadrados en una especie de “compulsión terapéu-


tica”, como la continuada comprobación compulsiva de la presencia de erro-
res en las recetas o en los planes terapéuticos y la necesidad obsesiva de curar
a sus enfermos.
La sobreabundancia de cuadros depresivos entre los sanitarios co-
rresponde a las antes llamadas depresiones reactivas, que actualmente se
distribuyen, como ha quedado bien especificado en mis libros La depresión
y su diagnóstico y Claves de la depresión, en las categorías de depresión neurótica
y situativa. Su etiología fundamental corresponde en la primera entidad se-
ñalada a la personalidad previa insegura y obsesiva y en la segunda a la si-
tuación en que se halla el sujeto. Por lo que se refiere al último factor
venimos distinguiendo cuatro modalidades básicas de situación depresó-
gena: la pérdida dolorosa de una persona o de un objeto, el agotamiento
emocional, el aislamiento o la inactividad y el desarraigo o cambio brusco
en los ritmos. Cada una de estas cuatro modalidades de situación incide en
el orden respectivo sobre una de las cuatro dimensiones que integran la es-
tructura de la depresión: la pérdida dolorosa de un enfermo, tal vez agravada
con el sentimiento de culpa, sobre el estado de ánimo depresivo; el agota-
miento emocional, sobre la anergia o falta de impulsos; el aislamiento, sobre
la discomunicación, y el cambio de vida brusco o el desarraigo, sobre la dis-
regulación de los ritmos.
La serie de noxas psíquicas depresógenas más importantes involucra-
das en los trabajos sanitarios queda identificada en la relación siguiente: el
alto índice de responsabilidad, la sobrecarga de trabajo, la pérdida de seres
queridos, la comunicación con los enfermos que impone el cierre a su pro-
pio mundo, el horario irregular y variable. Como vemos, una serie de noxas
que se adscriben a las cuatro modalidades de situación depresógena enu-
meradas.
Conviene recordar que la teoría de la causalidad lineal ha sido reem-
plazada por la de la causalidad circular. La relación causa-efecto se entiende
hoy como un influjo circulante entre ambos exponentes. El ambiente no
opera por una vía unidireccional sobre una personalidad pasiva, sino que se
produce entre ambos, ambiente y persona, una relación circular, una inter-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

acción feed-back. Por ello, las influencias alcanzadas por los factores depre-
sógenos situativos implicados habitualmente en el trabajo sanitario depen-
den en una amplia medida de las condiciones de la personalidad del sujeto
sobre el que inciden y del modo de reaccionar al correspondiente impacto.
El radical común de las noxas laborales depresógenas ya mencionadas,
es la provocación de una alta sobrecarga emocional, o sea que todas las noxas
mencionadas son estresores o agentes determinantes de la ansiedad impli-
cada en el estrés. Este hilo del discurso se conexiona con el cuadro descrito
al principio de este apartado como síndrome de desgaste o desmotivación.
Cuando este cuadro presente se agrava, lo que ocurre al menos en la mitad
de los casos, su agravamiento conduce al síndrome de estrés o síndrome de
agotamiento emocional, por lo que su elemento básico de pérdida de ilu-
siones para el trabajo puede considerarse como la clave del estadio inicial
del síndrome de estrés.
Ya hemos mencionado que el agotamiento emocional provocado por
los estresores alcanza entre los sanitarios una frecuencia más alta que la
mayor parte de las demás profesiones o trabajos. Alguna vez se ha apuntado
que en este punto los médicos sólo son superados por los escritores e igua-
lados por los profesores. El cuadro del agotamiento emocional laboral se
compone de síntomas psíquicos, somáticos, analíticos y laborales, presidi-
dos por la experiencia propia del agotamiento, teñida a veces por el hastío.
Si bien este cuadro ansioso-apático puede complicarse con trastornos
psicosomáticos digestivos o cardiovasculares y con el abuso de drogas o de
medicamentos, su salida evolutiva propia, según yo mismo he podido de-
tectar mediante investigaciones clínicas personales, sigue el camino de trans-
formarse en una depresión anérgica, o sea un cuadro depresivo caracterizado
por la falta de energías o la pérdida de los impulsos que se impone en el sa-
nitario con la sensación de apatía, indiferencia o aburrimiento, acompañada
de este cortejo sintomatológico: pérdida de atención, inhibición del pensa-
miento, somnolencia diurna e insomnio nocturno, pérdida de actividad psi-
comotora y trastorno funcional digestivo o sexual.
Los efectos psíquicos propios de los factores ocupacionales estresan-
tes integran, por lo tanto, un ciclo sistematizado en tres estadios evolutivos:

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

el desgaste o la desmotivación, el agotamiento emocional y la depresión anér-


gica (Figura 9.1.).

SÍNDROME DE DESGASTE PROFESIONAL

50% 50% SUPERACIÓN

SÍNDROME DE AGOTAMIENTO EMOCIONAL

50% 50% REMISIÓN

DEPRESIÓN COMPLETA 30% DEPRESIÓN ANÉRGICA


(TETRADIMENSIONAL)

Figura 9.1. Esquema: ciclo evolutivo de los efectos psíquicos determina-


dos por los agentes estresantes ocupacionales.

La tasa de prevalencia de la alcoholadicción entre los médicos es 2,5


veces más alta que en la población general. La desproporción por sexos al-
canza todavía mayor relieve entre los médicos femeninos que entre los mas-
culinos, ambos referidos, como es lógico, a la población femenina y
masculina general, en la que hay una mujer alcohólica por 3-4 hombres al-
cohólicos. De siempre ha habido como una cultura médica del alcohol,
como si fuera una deuda de gratitud contraída por la medicina hacia el uso
tradicional de alcohol al estilo de una panacea. Ello motiva que haya existido
una gran resistencia científica a reconocer la acción del alcohol como un
agente tóxico. Y, sin embargo, hoy ha quedado definido el alcohol como una
sustancia tóxica psicotropa con una gran capacidad adictiva.
Los hospitales españoles han sido los últimos centros de trabajo que
han renunciado al despacho de bebidas alcohólicas. El ambiente médico al-
cohófilo es muy propicio para que el médico busque la evasión en el alco-
hol cuando se siente acosado por los sentimientos de soledad, las
frustraciones, las insatisfacciones, los momentos de desesperanza o los sín-
tomas depresivos, todos ellos muy presentes en su vida profesional, sin des-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

cartar tampoco la alegría artificial brindada por el alcohol para la celebración


de éxitos.
El diagnóstico de adicción al alcohol aplicado a un médico suele ser
objeto de ocultación por los compañeros —con equivocada actitud de amis-
tad—, con lo que su tratamiento se inicia muchas veces con mayor dilación
de lo acostumbrado, tal vez cuando el trastorno resulta relevante a los ojos
de todo el mundo, con lo que su desprestigio personal resulta inevitable y la
rehabilitación más difícil.
Uno de los grandes problemas psiquiátricos del momento actual es la
comorbilidad alcoholismo/depresión. Tal acoplamiento comórbido invade
hoy las filas de los médicos, y en general la de los sanitarios. En esta co-
morbilidad alternan entre sí el alcoholismo y la depresión como el trastorno
primario.
Conviene dejar bien dilucidada la inclinación de los expertos en cues-
tiones de alcohol y drogas a incluir a los médicos y al personal de las insti-
tuciones hospitalarias en el sector de las ocupaciones laborales con mayor
riesgo en cuanto al consumo de drogas y alcohol. Ya hemos visto en el ca-
pítulo dedicado al estudio del alcohol y otras drogas, cómo el tipo de trabajo
ejerce muchas veces una acción determinante. Una de las áreas laborales más
propicias al consumo abusivo de alcohol y otras drogas es la que engloba a
los trabajadores del sector de la salud.
En contra de lo previsible, dada la información preventiva conocida y
la experiencia personal acumulada al respecto, el personal sanitario no se en-
cuentra especialmente protegido ante el abuso de fármacos o moléculas me-
dicamentosas. El personal de las clínicas y los hospitales incurre en mayor
proporción de lo esperado en un consumo abusivo o adictivo de ciertos me-
dicamentos.
Me resulta grato recordar aquí que uno de los primeros trabajos pu-
blicados en la bibliografía internacional sobre la adicción a la metadona fue
un artículo mío ilustrado con una pequeña casuística de enfermos adictivos
a esta sustancia, todos ellos profesionales de la salud. Su denominador
común era haber recurrido a la autoadministración parenteral de la meta-

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

dona buscando su gran efectividad como sustancia antiálgica, presentada a


la sazón como un producto no dependígeno ni adictivo.
El empleo de los medicamentos psicoactivos o psicotropos alcanza
entre los médicos una proporción cinco veces superior a la registrada en la
población global. Las sustancias más consumidas son los analgésicos y des-
pués los tranquilizantes. Y los profesionales que más incurren en este con-
sumo son los anestesistas y los urgentistas. De todos modos, la incidencia
profesional de la autoadministración de la medicación psicotropa suele guar-
dar una relación proporcional con el nivel de desgaste profesional o de ago-
tamiento laboral. Una abrumadora deducción elemental de la acumulación
del abuso de medicamentos entre los profesionales de la salud, a despecho
de sus conocimientos y su preparación, es que la oferta crea la demanda o
que la disponibilidad del producto incrementa el consumo del mismo. Para
frenar esta tendencia puede ser muy útil la pauta de renunciar por parte de
los profesionales de la salud a la automedicacion. Pero su pauta preventiva
más radical sería la de neutralizar el estrés profesional y yugular por tanto la
extensión del ciclo del estrés entre los sanitarios.
El barómetro de salud de los médicos generalistas denota en Francia
que el 24,8% de los médicos ha consumido medicamentos psicotropos a lo
largo de un año. Los usuarios se distribuyen así: el 1,1% de los médicos lo
usaban todos los días; el 1,5%, varias veces por semana; el 6,5%, varias veces
por mes, y el 15,7%, raramente.
Sobre el consumo de drogas ilegales por los sanitarios, las investiga-
ciones epidemiológicas apuntan datos de incidencia y prevalencia suma-
mente variables, unas veces por debajo de la media global y otras por encima.
Algunas veces la dispersión de los resultados comunicados por diversos tra-
bajos alcanza una franja de amplitud desorbitada. Así tenemos que la pro-
porción de médicos consumidores de productos cannábicos oscila según la
bibliografía que he podido consultar entre el 3% y el 30%.
La resistencia inicial de los médicos españoles a abandonar el hábito
de fumar ha alcanzado un grado extremo, con un significado entre la rebel-
día y la ridiculez. Hasta 1990 el médico español no sólo era el médico euro-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

peo más consumidor de tabaco (el 40%) sino que su tasa no bajaba del pro-
medio registrado en la población trabajadora activa. Algunos colegas apare-
cían con el cigarrillo en la boca en la propia pantalla televisiva para
recomendar que no se fumara. Las personas inocentes pensaban que lo ha-
cían por distracción. Afortunadamente, hoy sólo fuman en España uno de
cada diez médicos, con lo que la tasa de prevalencia del tabaquismo del 10%
se ha situado entre nosotros a un nivel occidental. La desbandada del aban-
dono de tabaco entre los médicos españoles ha sido efectiva, aunque un
tanto tardía.
Distintos trabajos denotan un alto índice de suicidios entre los médi-
cos. La tasa de suicidios registrada entre los médicos es de dos a tres veces
más elevada que en la población general. El volumen más alto de suicidios
dentro de los distintos sectores médicos se produce entre los psiquiatras y
los anestesistas, y en algunos estudios se extiende esta triste distinción a los
oftalmólogos, los odontólogos y los anatomopatólogos.
Sobre los suicidios del personal sanitario gravita la duda entre el papel
determinante desempeñado por las vivencias distresantes profesionales y el
influjo ejercido por posibles rasgos de personalidad previos. Con un enfo-
que ecléctico se puede concluir que las profesiones sanitarias implican un
factor especial de riesgo para el suicidio, si bien sólo para ciertas personas.
La proporción entre el suicidio consumado y el no consumado (ten-
tativas, intentos, actos suicidas frustrados) alcanza un índice especialmente
elevado entre los médicos. Esta alta implementación del acto suicida consu-
mado puede deberse no sólo a la firmeza de la determinación adoptada sino
también a que los conocimientos del médico sobre las técnicas autodes-
tructoras y el manejo de los medicamentos le permite eliminar errores para
obtener el fin letal pretendido. Sea lo que fuere, la elevada tasa de suicidio
entre los médicos se acompaña de una tasa relativamente baja de intentos de
suicidio.
Siempre que se habla de estadísticas de suicidio tenemos que referir-
nos a la ocultación. Pues bien, esta ocultación toma todavía mayores pro-
porciones de lo habitual en el suicidio de los médicos, forma de muerte con
frecuencia reemplazada por la de accidente o por causa de muerte descono-

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La salud mental de los médicos y otros profesionales de la salud

cida. Por lo tanto, puede suponerse que el índice de suicidios entre los mé-
dicos, aunque superior al global y al de otras profesiones, está calculado to-
davía algo por lo bajo.
El porcentaje de suicidios es más alto entre los médicos femeninos
que entre los masculinos. Mientras que el índice de suicidio entre las muje-
res médicos alcanza un valor de 3 ó 4 veces más alto que el de la población
femenina general (3-4:1), el de los médicos masculinos es sensiblemente
idéntico al de los datos generales del mismo espectro de edad (1,1:1) y lige-
ramente superior al del sector masculino del mismo nivel económico.
La diferencia de suicidio entre hombres y mujeres médicos se puede
imputar al mayor influjo sobre ellas de la soledad y además a su doble res-
ponsabilidad, para la profesión y para el hogar. El mayor riesgo suicida para
el médico femenino incide sólo al comienzo de la profesión y durante el pe-
riodo medio de su vida.
La tasa de suicidios particularmente elevada entre los médicos es un
dato que guarda una correspondencia directa con la elevada morbilidad para
el síndrome depresivo y el alcoholismo. En líneas generales puede admitirse
que el 80% de suicidios toma su base en uno de ambos trastornos o en los
dos: aproximadamente en el 60-70% está presente la depresión y en el 20-
30%, el alcoholismo. En el condicionamiento o provocación de la exigua
fracción suicida restante la influencia causal más sobresaliente podría pro-
venir de una adicción química o constituir una respuesta directa inmediata a
un grave fracaso clínico o a un importante error terapéutico.
La mortalidad por accidente de tráfico, enfermedad cardiovascular o
cirrosis hepática alcanza entre los médicos un nivel excepcionalmente alto.
Mientras que la excesiva letalidad por cirrosis debe imputarse al consumo
de alcohol, la sobremortalidad cardiovascular y vial obedece al influjo de los
elementos ocupacionales estresantes agudos y crónicos acumulados en la
ejecución del trabajo clínico o sanitario.

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10
LA SALUD MENTAL
DE LOS PROFESORES

10.1. La situación vital del docente y su perfil personal

La función propia del docente, el enseñante o el profesor impone una


vida no sólo sacrificada sino amenazada seriamente por riesgos para la salud
mental. La acumulación de factores psicosociales negativos o desfavorables
convierte la docencia en una categoría socioprofesional de riesgo para la
salud.
Dentro de los tres pilares básicos presentes en el modo de vivir la ocu-
pación laboral: la estimación sociocomunitaria o el reconocimiento de los
demás, la retribución económica y la satisfacción personal, los dos primeros
suelen tener un rotundo signo negativo en la ocupación docente, según ve-
remos después.
La grandeza del profesor consiste en vivir con profunda satisfacción
personal su nobilísima función específica, tal vez la más noble de todas las
ocupaciones posibles. El profesor trata ante todo de transmitir sus expe-
riencias o saberes a otro mediante una actividad que lejos de ser seca o ás-
pera, se desarrolla en el marco de una cálida sincronización con el enseñado,
lo que apunta hacia la formación de su carácter. Formar e informar es el sine
qua non de la misión del profesor.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Para encontrarse en condiciones de cumplir con dignidad su augusta


misión, el profesor ha de acumular previamente conocimientos suficientes
mediante el estudio y la reflexión. Esta vertiente egotista de la docencia po-
larizada en el enriquecimiento de la personalidad propia y en el marco de
una labor de autoperfeccionamiento, culmina en la disposición altruista a la
entrega de conocimientos, experiencias y elementos formativos a los ense-
ñados, los alumnos o los discípulos sin pedir nada a cambio. La actividad
docente es, pues, mixta, egotista y altruista, y suele asociarse con un sentido
de autorrealización, en forma de lo que se entiende como una profesión, o
sea una ocupación laboral vivida como algo propio que se extiende a las
otras esferas de la vida, sobre todo el tiempo libre y el tiempo sociofamiliar.
Los otros dos pilares básicos del trabajo ya mencionados, la remune-
ración y la estimación social, muestran un cariz decididamente adverso en la
profesión de la enseñanza. Una retribución escuálida o irrisoria, más que in-
suficiente, ha sido el pago recibido por el docente en sus diferentes niveles,
a lo largo de los tiempos, siempre con una tendencia a la mejora a medida
que avanza la modernidad, pero sin llegar a alcanzar un aumento de grado
suficiente.
Con mayor énfasis en el nivel primario y a medio camino en el profe-
sorado secundario, el bajo nivel de prestigio social del enseñante ha tenido
escasas excepciones, comenzando por la falta de estimación del patrono, el
Estado o la institución privada. A la imagen social desvalorizada del profe-
sor, se agregan los comentarios críticos procedentes de los alumnos y sus
progenitores en la sociedad contemporánea. El profesorado por antono-
masia se ejerce mediante una interacción personal enseñante-enseñado, pro-
fesor-alumno o educador-educando. Este contacto asiduo directo con las
personas beneficiarias del servicio es en toda ocupación de este tipo un fac-
tor estresante, que no permite siquiera tomarse un momento de respiro o
relax, ni una pausa de relajación en el ámbito donde acontece la interacción.
Hoy asistimos a la rebelión en las aulas. No se escucha al profesor sino
que se le cuestiona, tomando como referencia segura el comentario del per-
sonaje mediático, la frase transmitida por la televisión o el dato detectado
en internet, por parte de unos alumnos hostiles y unos padres acusadores.

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La salud mental de los profesores

La masificación de las clases favorece la circulación de rumores aje-


nos a la materia enseñada entre el alumnado y la emisión de comentarios
contra el docente y sus opiniones. A esta actitud protestataria antidocente
de los alumnos se suman con fervor los progenitores y demás familiares de
los alumnos.
Los conflictos familiares unidos a la incapacidad educativa de los pa-
dres, aleación hoy más frecuente que nunca, a causa de encontrarnos en una
época de crisis referida al tiempo a la pervivencia de la familia y a la interre-
lación entre individuos de distintas generaciones, sobre todo entre padres e
hijos. La crisis familiar y generacional se transmite a los centros escolares de
múltiples maneras. Una de ellas es la idea de extrapolar la función educacio-
nal familiar a las aulas como si fuera una obligación académica.
Acabo de dibujar la modalidad de interacción enseñante-enseñado per-
cibida desde una actitud empírica actual, con la finalidad de remarcar cómo
la atmósfera de cordialidad que ha presidido habitualmente el ámbito disci-
pular o escolar se rompe con una inusitada frecuencia en los tiempos mo-
dernos mediante una actitud supercrítica o incluso un comportamiento de
violencia. Algunos años atrás, prevalecía hasta un punto extremo la autori-
dad o el prestigio del enseñante. Ocurría lo contrario de hoy, lo que tam-
poco representaba una actitud discente o discipular idónea, ya que se tenía
en mente la imagen de un “profesor que lo sabe todo”. Asimismo, la rela-
ción con los padres no estaba cargada de tensión como ocurre en la actua-
lidad. La postura de los progenitores de intentar justificar por sistema la
conducta de sus hijos y culpabilizar al profesor es un acontecimiento actual
casi desconocido anteriormente.
El profesor que no cuenta con la buena disposición del alumnado y
con la colaboración por parte de los padres se puede desorientar con rela-
ción a su específico rol, sintiéndose transformado en un polemista o en un
guerrero de la palabra.
Sólo la impregnación de la actividad escolar o académica por la cultura
del esfuerzo y el prestigio puede extraer del caos actual a la enseñanza preu-
niversitaria en nuestro país. Profesores y escolares deberían converger en
arribar a la meta del prestigio a través de una dedicación personal suficiente.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El enseñante encauzado por ésta vía se ganaría el respeto de sus alumnos día
a día sin mayores dificultades.
El sentido profundo de la vida del alumno sólo puede recuperarse a
medida que se restablezca en los centros escolares el esfuerzo por obtener
un nivel medio alto y un grado de competencia suficiente —sin recaer en una
educación elitista—, tras haberse cultivado la afición a la lectura compren-
siva, o lo que es lo mismo, la comprensión de lo que se lee. El razonamiento
crítico, sin menospreciar la memorización, es el instrumento número uno
en el que también convergen el enseñante y sus discípulos idóneos.
Si la actitud protestataria irracional del alumno siembra el distrés o es-
trés masivo en el campo mental del profesor, no ocurre menos esta reper-
cusión cuando el distrés se apodera del estudiante durante la adolescencia.
En cambio, el adolescente con un nivel de estrés académico moderado dis-
pone de una fuente ventajosa para sí mismo proporcionada por el interés
cognitivo y al tiempo transmite al profesor un estimable incentivo.
Entre los niveles de estrés del enseñante y sus alumnos se establece
un circuito de interacción recíproca, tipo feed-back, al modo de un sistema
unitario cuasi cerrado. El profesor puede sentirse perturbado no sólo por
el registro directo del distrés que asola al alumno, sino también a causa del
rendimiento escolar y el trastorno de la adaptación psicosocial del alum-
nado, alteraciones muy frecuentes en el adolescente distresado. Por tanto,
queda así consignada la acción desequilibrante del alumno hacia el profe-
sor.
El agobio estresante de tipo personal impactado sobre el enseñante
se complementa con unas condiciones de trabajo a menudo superexigentes
de por sí. El horario sin límites distribuido entre la labor preparatoria y la
franja horaria de las clases constituye la actividad docente habitual. Cuando
la docencia es ejercida por una mujer casada o emparejada el sobreesfuerzo
exigido por su profesión se vuelve aún más abrumador, al tener que repar-
tir su tiempo disponible con el quehacer doméstico, cuya realización sigue re-
cayendo hoy en su mayor parte sobre las manos femeninas. De esta suerte
la profesora es muchas veces actora de una doble jornada, una desventaja
considerable con relación al profesor. Según algunos datos estadísticos, la

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La salud mental de los profesores

sobrecarga de la doble jornada ejerce un influjo particularmente estresante


sobre las mujeres de 32 a 42 años.
Lo que padecen ambos del mismo modo, profesoras y profesores, es
la irregularidad organizativa, especialmente distorsionante en lo relacionado
con la confección del programa de la disciplina correspondiente. El asiduo
cambio de programas, sometido muchas veces a un criterio que peca de ar-
bitrario, puede conducir al enseñante a una postura de desconcierto o in-
culcarle la convicción de ser incapaz de cumplir su cometido.
La relación interpersonal sobre la que se monta la actividad docente in-
formativa y formativa ha de ser acometida por el enseñante con cordialidad,
entusiasmo, flexibilidad y sociabilidad o sintonía con los demás. Para el cum-
plimiento efectivo de la labor docente tiene casi tanta importancia el perfil
de la personalidad como la competencia académica. El rol del profesor sólo
puede ser asumido con dignidad plena por personas que poseen un nivel de
autoestima equilibrado y suficiente.
La autoestima es un índice que condensa la actitud hacia sí mismo o
resume el autoconcepto en forma de una evaluación o valoración personal.
Tal índice oscila en una escala entre los límites de la aprobación y la des-
aprobación, la opinión favorable y la desfavorable.
El bajo nivel de autoestima es la traducción de una opinión desfavo-
rable en extremo de sí mismo o de la falta de autoaceptación. En la psiquia-
tría clásica se ha considerado a la autosubestimación como un rasgo de la
personalidad neurótica, asociado a la inseguridad de sí mismo, la escasa es-
tabilidad emocional y la hipersensibilidad hacia la crítica.
La personalidad neurótica básica puede optar por varios caminos de
vida, entre ellos como los más destacados el refugio en la soledad, el estan-
camiento en una postura de inhibición y vergüenza o la entrega a una hi-
percompetitividad individualista y autoritaria. Una persona incapaz de
aceptarse a sí misma es incapaz de aceptar a los demás. Los expertos en pe-
dagogía prefieren a los profesores con autoconceptos positivos, entre los
que sobresale como una referencia básica el nivel de autoestima equilibrado.
Pues bien: infortunadamente, el personal docente muestra una corre-
lación positiva con el bajo nivel de autoestima. Esta correlación obedece a

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

una doble dirección: primera, la predisposición de las personas con una es-
casa aceptación de sí mismas a sacrificarse entregándose a los demás, me-
diante un rol de docencia, entrega que puede obedecer a un mecanismo
compensatorio buscando en la relación con los demás el reconocimiento
que ellos no se adjudican a sí mismos, o sea la compensación personal en
forma de una explícita aceptación social; segunda, la desfavorable situación
psicosocial del docente que hemos dibujado puede ocasionar el hundimiento
de la autoestima de un individuo medio como consecuencia del escaso re-
conocimiento tributado por los demás y de la posición socioeconómica de-
gradada. En una palabra, la falta de aceptación de sí mismo puede intervenir
como causa en la inclinación vocacional docente o ser una consecuencia de
la dura actividad profesoral.
El contingente de profesores, como les ocurre a otras personas, que se
desentienden de sí mismos para entregarse a cumplir su deber profesional e
integrarse en la interacción enseñante-enseñado sin obstáculos por su parte,
hacen con ello un alarde de carecer de problemas en el concepto de sí mismo.
La aceptación de sí mismo permite a uno desentenderse de su persona: “No
tengo tiempo para pensar en mí mismo”.
En cambio, la autosubestimación se convierte en un problema per-
sonal central del que emana un torrente de autocríticas, un incesante ejer-
cicio comparativo desventajoso con los demás o una conducta tensa o
ansiosa en el trato con los otros. Uno de los mejores retratos psicológicos
de la persona que adolece de subestimación de sí misma, fue dibujado por
el psicoanalista disidente Alfred Adler partiendo del sentimiento de infe-
rioridad.
La personalidad básica insegura de sí misma e hipersensible, estado
también conocido como neurosis de carácter o neurosis asintomática, es el
terreno predilecto para el surgimiento de la sintomatología neurótica an-
siosa, fóbica o hipocondríaca y el terreno específico para la aparición de la
depresión neurótica, un cuadro descrito por los psiquiatras estadounidenses
como “distimia”. Dado que la correlación estadística positiva mantenida por
la figura del profesor con la autosubestimación o la falta de aceptación de sí
mismo se debe en su mayor parte a la fuerte inclinación vocacional por la do-

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La salud mental de los profesores

cencia mantenida por personas que no se aceptan o tratan de afirmarse en


sí mismas, se entiende por qué alrededor del cincuenta por ciento de los en-
señantes que precisan ayuda terapéutica posee una historia clínica con ante-
cedentes neuróticos o depresivos registrados antes de haber iniciado la
carrera docente.
La infausta relación del enseñante con la salud mental viene, pues, mar-
cada por el dato de que existe un alto porcentaje de enseñantes que ingre-
san en una profesión tan difícil con un perfil de personalidad “frágil” o
incluso ya acometidos por un trastorno psíquico.
La estrategia de la prevención psiquiátrica primaria sobre los profeso-
res se desdobla en dos vertientes: una, la selección inicial del profesorado y
la otra, la situación del profesor en pleno ejercicio docente.

10.2. El trastorno mental entre los profesores

Las enfermedades psiquiátricas ocupan el lugar número uno en la mor-


bilidad de los profesores de muchos países, entre ellos el nuestro. Existen
problemas de salud mental en el 30% de nuestros enseñantes. El trastorno
psíquico profesoral acredita en los órdenes de la causalidad y la evolución la
categoría de enfermedad profesional o laboral en un amplio sector de los
profesores afectos de una enfermedad mental.
Los títulos de enfermedad mental más frecuentes en los profesores
que en la población general adulta y que en otros grupos testigos, o que en
otras categorías socioprofesionales, son los siguientes: el síndrome de es-
trés; la enfermedad depresiva; las reacciones de ansiedad y los fenómenos fó-
bicos; los trastornos psicosomáticos, y la sintomatología paranoica o
paranoide.
Aunque no figura en esta lista el abuso de fármacos o de drogas ile-
gales o legales, es preciso considerar que entre los profesores existe un so-
breconsumo de medicamentos tranquilizantes, muchas veces en plan de
autoadministración.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El síndrome de estrés o de agotamiento emocional suele estar prece-


dido por el síndrome de desgaste o desmotivación. El profesor quemado ha
perdido la motivación y la satisfacción por su trabajo y se encuentra des-
contento, desilusionado y con falta de energías, como consecuencia de su si-
tuación profesional poco digna o grata. El 50% o más de los profesores que
atraviesan este trance se recuperan más o menos espontáneamente. El por-
centaje restante aboca al agotamiento emocional propio del síndrome de es-
trés, estudiado en otro capítulo de este libro.
Este cuadro clínico de agotamiento emocional tiende a abocar a una
modalidad de depresión incompleta denominada depresión anérgica, cuyo
dato fundamental, como indica su denominación, es la falta de energías o
impulsos. Acorde con su causalidad localizada en la situación profesional,
esta depresión queda incluida en la categoría de la depresión situativa. La de-
presión anérgica impone su canon al sujeto haciéndole sentirse invadido por
la experiencia de la apatía, el aburrimiento, la indiferencia o la astenia, ex-
periencia acompañada de la queja de fallos de memoria o de atención, falta
de actividad psíquica y motora, pensamiento torpe, ideas obsesivas, tras-
tornos digestivos o disfunción sexual. Por lo general, está presente también
en este cuadro depresivo primordialmente anérgico cierto trastorno de los
ritmos, sobre todo el ritmo sueño-vigilia, en forma de somnolencia por el
día y dificultad para dormir durante la noche.
En un tercio de los casos la depresión anérgica en cuanto salida evo-
lutiva del síndrome de estrés, se incrementa hasta constituir una depresión
más o menos completa, caracterizada por la agregación de síntomas adscri-
tos a las otras dimensiones depresivas: el humor depresivo, la distorsión de
la comunicación y la disregulación rítmica.
Otra vía de alto riesgo para hacer caer al enseñante en la depresión es
la del hundimiento de la autoestima a partir de la ansiedad neurótica o hi-
pocondríaca. El binomio formado por la autosubestima y la ansiedad opera
como un agente provocador de la enfermedad depresiva, que ha sido defi-
nida por mí mismo como depresión neurótica. Su sintomatología suele ser tri-
dimensional abarcando las dimensiones del humor depresivo, la anergia y la
ritmopatía. La depresión neurótica suele respetar la capacidad de comuni-

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La salud mental de los profesores

cación. El neurótico se aferra a mantenerse comunicado con los otros en


cualquier trance, con lo que consigue al menos no sentirse tan solo y al
tiempo no cesar en la búsqueda de aceptación social.
El índice de prevalencia puntual o anual de la depresión en los ense-
ñantes es del 15%, el doble del registrado en la población general adulta. Ta-
maña sobretasa depresiva profesoral corresponde a las categorías de
depresión denominadas depresión neurótica y depresión situativa, como ya
se desprende de los comentarios anteriores. Las otras dos categorías de en-
fermedad depresiva, la depresión endógena y la depresión somatógena, no
aparecen entre los profesores con una frecuencia superior al índice de inci-
dencia en la población general.
Las dos categorías de depresión prevalente entre los profesores, la de-
presión situativa y la depresión neurótica, son susceptibles de ser evitadas
mediante una estrategia preventiva específica. La actividad defensiva contra
los estresores o agentes estresantes es la estrategia preventiva básica contra
el ciclo patológico del estrés, a saber:

Síndrome de desgaste

Síndrome de estrés

Depresión anérgica

Las maniobras protectoras contra el estrés se distribuyen en tres orien-


taciones: primera, el afrontamiento y la resolución del factor estresante; se-
gunda, el distanciamiento del agente estresante mediante la desconexión
periódica con el trabajo y la entrega a la actividad cultural o física predilecta;
tercera, el apoyo social o emocional mediante conversaciones acerca del pro-
blema con otras personas en un clima de confidencialidad. Han quedado
descritas con mayor detalle estas pautas defensoras contra la acometida del
distrés en un capítulo anterior.
Por su parte, todo individuo con un perfil de personalidad dominado
por los problemas de autoestima o la no aceptación de sí mismo, es suscep-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

tible de profunda modificación mediante un plan de psicoterapia individual


breve, inspirado al tiempo en la doctrina adleriana y en la comprensión afec-
tiva, tarea acompañada de la estabilización emocional mediante el uso de la
medicación adecuada.
Por lo general, son suficientes ocho o diez sesiones para conseguir un
ascenso normalizador del nivel de autoestima y con ello el alejamiento del
riesgo de la depresión neurótica. La mejoría de carácter alcanzada se seguirá
cuidando a la larga mediante el reciclaje psicoterapéutico oportuno.
Cuando se nos presenta el profesor enfermo con una autosubestima
ya cuajada en un estado depresivo, conviene intentar la corrección terapéu-
tica del cuadro mixto en dos etapas sucesivas: en la primera se tratará de
conseguir el alivio o la curación del cuadro depresivo, y una vez que este ob-
jetivo se vaya alcanzando gradualmente el tratamiento se complementa con
una psicoterapia de estilo mixto, existencial y adleriano, con objeto de co-
rregir la falta de autoaceptación y la inseguridad de sí mismo.
La reacción de ansiedad de los profesores se halla a flor de piel, presta
a manifestarse ante cualquier contrariedad, frustración o sobreexigencia pro-
fesional que exceda del límite habitual. Tal ansiedad medio reactiva y medio
neurótica se constituye a menudo como un síntoma nuclear de la neurosis
de ansiedad o la neurosis histérica. En los profesores, la ansiedad neurótica
tiene especial propensión a cristalizar en forma de fobias. La actitud super-
crítica de los alumnos en el aula, reforzada con el apoyo tácito o manifiesto
de los familiares, suele generar un sentimiento de temor o fobia a dar la
clase, una figura fóbica que brillaba por su ausencia cuando la oscilación
pendular de la interacción profesor-alumno se inclinaba por la autoridad del
profesor.
Los trastornos somatomorfos complican con frecuencia el normal
funcionamiento digestivo o cardiovascular normal de los profesores. Las dis-
pepsias o la anomalía del tránsito intestinal están a la orden del día. Lo mismo
que las oscilaciones de la tensión arterial y la aceleración del pulso (taqui-
cardia). Este conjunto de trastornos vegetativos se adscribe casi siempre,
según los casos, a la ansiedad o la depresión.

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La salud mental de los profesores

El trastorno de la palabra en forma de afonía o disfonía suele reflejar


una reacción de agotamiento muscular local, sobre la base de una laringitis
o un pólipo de cuerdas vocales. La persistencia de una dificultad expresiva
de este tipo carente de una justificación orgánica, debe hacer sospechar la in-
tervención de un mecanismo histérico.
Lo mismo que hemos dejado patente entre el personal sanitario, no
existe un trastorno específico en los enseñantes. En la psiquiatría dominante
en la charnela entre los siglos XIX y XX, figuraba la “paranoia de las institu-
trices”, cuadro descrito por el psiquiatra alemán Ziehen pensando que se
trataba de un trastorno profesional específico. La institutriz a la sazón era un
personaje que se integraba en la vida familiar de personas ricachonas que te-
nían un nivel cultural medianejo o bajo y que la trataban como si fuera una
sirviente, o sea, por debajo de lo que requería su estatus profesional. Consi-
guientemente, la institutriz, una mujer joven por lo general, se sentía humi-
llada y fuera de lugar.
A partir de esta situación de aislamiento sociofamiliar y de indignidad,
la joven institutriz desarrollaba en la línea de los casos observados por Zie-
hen “una paranoia”, o sea lo que otro psiquiatra alemán posterior, nada
menos que el genial Ernst Kretschmer, llamaría “delirio sensitivo de auto-
rreferencia” para definir la mortificación del enfermo al sentirse el objeto
central de las preocupaciones, la conversación o los gestos de los otros, siem-
pre con un sentido degradante, difamatorio o calumnioso. El propio Krets-
chmer se encargó ya de desvirtuar la supuesta tonalidad ocupacional
específica de este cuadro clínico, al resaltar su frecuente presencia en diver-
sas especies de trabajo, y en general en toda situación personal dominada
por la humillación o la vergüenza.
A despecho de su inespecificidad ocupacional, la paranoia sensitiva o
autorreferencial en forma de creencias de sentirse objeto de calumnia, difa-
mación o burla para los demás, fenómeno reflejado en supuestas palabras o
en gestos, constituye una entidad mórbida afín con la profesión docente. La
mayor parte de estos cuadros paranoicos o paranoides queda englobada en
una forma especial de depresión conocida como depresión paranoide.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Un considerable porcentaje de las personas que se quejan de acoso


moral o mobbing protagonizado por los compañeros de trabajo, son en reali-
dad víctimas de un delirio paranoico sensitivo sintomático de una enferme-
dad depresiva. Los cuadros clínicos de la depresión paranoide suelen originar
un gran aislamiento social y encierran una alta peligrosidad para sí mismos
y para los demás.
El mantenimiento de la disposición paranoide sensitiva entre los pro-
fesores actuales es un dato confirmatorio de que la situación del enseñante
sigue adoleciendo, mutatis mutandis, de los indignos rasgos socioprofesiona-
les registrados en la figura de la institutriz clásica, en lo tocante al insufi-
ciente reconocimiento social, el deficiente nivel material de vida o el trato
humillante e injusto.

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11
ALTERACIONES PSÍQUICAS INDUCIDAS
POR LA FALTA DE TRABAJO

11.1. Situación del parado laboral y sus modalidades

Antaño, el trabajo estaba conceptuado como un sacrificio colmado de


sufrimientos y como una actividad obligatoria para las clases sociales más
desfavorecidas. Hoy, el azote proviene muchas veces de la falta de trabajo,
por razón de que a partir del siglo XIX, con el advenimiento de la Revolución
Cientifico-Técnico-Industrial, el significado de la actividad laboral ha dejado
de ser un martirio reservado para los desfavorecidos o los miserables para de-
venir una necesidad o una obligación para todos, y al tiempo un derecho y
un deseo con una extensión globalizada.
El radical subjetivo más frecuente e importante de la situación de paro
laboral hoy día es el sentimiento de mortificación referido más o menos a la
vez a la privación de un derecho, el derecho al trabajo, fuente de la inde-
pendencia económica y el reconocimiento social, y a la frustración del deseo
de trabajar. El parado laboral se encuentra privado del ejercicio de una di-
mensión sustancial de su vida y frustrado por no poder cumplir el compro-
miso contraído a voluntad propia consigo mismo y con los demás para
aportar algo productivo. Tamaña asociación de una privación y una frustra-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

ción en una sola pieza se ha equiparado en términos psicoanalíticos a un es-


tado de castración.
En sentido estricto, la situación de paro laboral se caracteriza por la ca-
rencia de un empleo estable o regular, en contra de la voluntad propia, sin
intervenir factores de discapacidad o problemas de salud física o mental. En
su vertiente subjetiva, el parado se siente invadido por experiencias displa-
centeras en las que se combina el despojo injusto (la privación) y la impo-
tencia aniquiladora (la frustración). En la vertiente objetiva, el paro es un
estado social que excluye a una persona capacitada o sana de la vida laboral,
o sea una especie de marginación socioeconómica o destierro a la inactivi-
dad de un individuo en perfectas condiciones físicas y mentales.
Ambas vertientes están sujetas a importantes limitaciones y contra-
puntos. La experiencia del parado puede corresponder incluso a una sensa-
ción placentera de liberación al encontrarse alejado de un trabajo mortificador
o distresante. En los datos objetivos, el nivel socioeconómico del parado
puede mejorar por distintas contingencias, como la percepción del subsidio
del paro respaldado más o menos con la realización de un trabajo subterrá-
neo.
Estas excepciones no deben conducir casi nunca a desvirtuar la trágica
serie de modificaciones subjetivas y objetivas implicadas en ese amenazante
fenómeno psicosocial moderno que es la falta de una ocupación regular re-
munerada.
A partir de los años treinta del siglo pasado, con motivo de la grave de-
presión económica acontecida en Estados Unidos, comienzan a publicarse
cuidadosos trabajos científicos sobre las repercusiones del desempleo sobre
la salud. Tras atravesar una etapa colectiva cubierta por el desconcierto y la
desesperación, la población se sumió en una forma de vivir aburrida, laxa,
lenta y vacía de planes y proyectos. Se perdió la capacidad para la organiza-
ción del tiempo y hasta para vivenciarlo: en consecuencia, las ilusiones, la
planificación, el apresuramiento y el hábito de la puntualidad dejaron de
tener sentido.
A partir de entonces la tasa de paro nacional se ha convertido en el
mundo occidental en un indicador socioeconómico de interés palpitante. Y

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

a la vez en un marcador de salud mental. En este último aspecto, el timbre


de alarma lo pulsó Estados Unidos cuando en 1982 puso de relieve que cada
aumento del 1% de paro repercutía en el país originando 60.000 muertes,
2.000 suicidios y 6.000 ingresos en hospitales psiquiátricos. Sin habernos
apercibido del todo, vivimos sumidos en la civilización del trabajo, donde se
nos reconoce y evalúa a tenor de nuestro rendimiento laboral, habiendo pa-
sado a un segundo plano el valor de los vínculos sociales, tales como la co-
hesión familiar y la solidaridad cívica, los valores sociales más encumbrados
en las sociedades preindustriales. En aquel tiempo resultaba inconcebible
que una persona por el hecho de estar sin trabajo corriera un serio riesgo de
perder a la pareja o a los amigos.
El paro laboral se ha instalado en los países industrializados como una
endemia masificada, en torno a una tasa oscilante entre el 5 y el 15% de la
población activa. Aparte de las consecuencias del paro en sí mismo, se cierne
sobre los trabajadores el temor a poder entrar en el paro. La sombra ame-
nazadora del paro se ha erigido como una alarma social a todos los niveles
en los países industrializados.
De la perspectiva sombría del paro no se libran ni los estudiantes. He
podido comprobar a través de estudios personales cómo la mayoría de los
alumnos universitarios toman conciencia del temor de no encontrar trabajo
ya al iniciar el primer curso de licenciatura. Algunos estudiantes se sienten es-
timulados con esta dificultad vislumbrada en el horizonte y redoblan su es-
fuerzo competitivo. En el otro polo, proliferan los adolescentes que, por el
contrario, tratan de calmar su desánimo con la evasión, el pasotismo, la vio-
lencia o a la contracultura.
Tomemos nota de que el paro no sólo actúa de por sí, constituyendo
un hecho desequilibrante de la salud física y mental de millones de ciudada-
nos, sino que está presente como una sempiterna amenaza sombría que no
abandona la mentalidad del estudiante o del trabajador perturbando su es-
tabilidad emocional. Una especie de nubarrón en el horizonte colectivo
cuando menos.
Nada más cambiar la postura de la humanidad ante el trabajo aco-
giéndolo como una obligación y un derecho, producto de una especie de

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

pacto social, allá en los albores del siglo XIX, comenzó a vislumbrarse que no
había trabajo para todos. La innovación tecnológica, primero en forma de la
automatización y después por la vía de la electrónica, comportó la sustitu-
ción de mucha mano de obra por máquinas automáticas.
Norber Wiener, el inventor de la cibernética, hacía una predicción apo-
calíptica en 1950, si bien con una nota de humor: “Recordemos que la má-
quina automática, aparte los sentimientos que podemos atribuirle, es el
equivalente económico exacto del trabajo de esclavos. Cualquier mano de
obra que compita con mano de obra esclava deberá aceptar condiciones eco-
nómicas esclavistas. Está perfectamente claro que esto acarreará una situa-
ción de paro, en comparación con la cual la recesión actual e incluso la gran
depresión de los 30 parecerá un chiste”.
El fenómeno de la globalización socioeconómica, como apunta el pro-
fesor de psiquiatría de Oporto Antonio Da Fonseca, es objeto de evalua-
ciones muy diversas: desde estimarlo como una forma de contribuir a una
mejor calidad de vida de los desfavorecidos, hasta atribuirle efectos agra-
vantes sobre el desequilibrio social y la incidencia del paro laboral.
El alargamiento de la esperanza media de vida ocasiona una prolon-
gación de la vida laboral, con lo que quedan menos puestos de trabajo para
cubrir y las posibilidades de ascenso en el empleo serán menores. Por primera
vez en la historia de la humanidad estamos viviendo la presencia de una so-
ciedad tetrageneracional, la sociedad de la longevidad. El proceso de libera-
ción de la mujer, con su incorporación masiva al mundo del trabajo, ha
contribuido asimismo al ascenso de la tasa de paro laboral.
Las estrictas ideologías se enzarzan en discusiones sobre las causas
de la incidencia del paro y proponen distintas pautas para combatirlo. Los
partidos políticos durante la etapa electoral trasmiten a todo ciudadano la
esperanza de un empleo estable y regular y apuntan para ello posibles so-
luciones. Por doquier se acusa al “liberalismo salvaje” inducido por el ca-
pitalismo como el sistema ideológico responsable de la problemática del
paro y del subempleo, sin dejar por ello de reconocerle algunos méritos.
El paro representa un desafío al que deben hacer frente los sistemas po-
líticos.

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

Mi modesta contribución en esta línea es haber distinguido dentro del


paro laboral dos modalidades existenciales y sociales radicalmente distintas,
con ocasión de pronunciar la conferencia inaugural en el IX Congreso Mun-
dial de Psiquiatría Social, en la Universidad de la Sorbona. Partía mi diserta-
ción de establecer una notoria diferencia vivencial y conductual entre el joven
que nunca ha encontrado trabajo y el adulto que ha perdido su puesto labo-
ral. Desde entonces vengo catalogando la primera modalidad como paro
primario y la segunda como paro secundario.
El impacto principal del paro primario incide como un obstáculo serio
o irreparable sobre la maduración de la personalidad del joven y convierte a
éste en un ser dependiente de la familia. El adulto que se queda sin trabajo,
o sea el parado secundario, está expuesto a la depresión ocasionada por la si-
tuación laboral vivida como una pérdida o a la entrega al abuso del alcohol
para evadirse de una situación que le resulta insoportable.
Las dos categorías primordiales del paro laboral se contraponen, pues,
en sus vivencias y en sus riesgos para la salud mental.
Una modalidad especial de paro, la tercera en discordia podemos decir,
es la del enfermo mental, que, en trance de rehabilitación social, no en-
cuentra una colocación. Su facilidad para encontrar trabajo, o sea el índice
de empleabilidad, disminuye con relación a las personas sin problemas de
salud por dos serias razones: primera, porque el enfermo o ex enfermo
tiende a acumular algunas limitaciones psíquicas o de capacidad de reacción;
segunda, por la influencia de los prejuicios descalificantes y la estigmatiza-
ción negativa sobre el modo de considerar a este tipo de pacientes. Para su-
perar ambos obstáculos, el real y el arbitrario, se debía contar con una serie
de ocupaciones especiales, desde actividades a media jornada hasta “traba-
jos terapéuticos” en empresas ad hoc. La ejecución de una faena laboral sis-
temática ocupa un lugar central en el proceso de reinserción social de los
enfermos. Cada vez abunda más el contingente de personas que han tenido
un problema de salud mental y se ven condenados a transformarse en va-
gabundos. Si, por el contrario, no son abandonados en ese trance por el
apoyo social, se recurre a darles una asignación benéfica como discapacita-
dos convirtiéndoles en personas dependientes, prescindiendo de luchar por

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

su prioridad que es la reinserción social mediante el desempeño regular de


un puesto laboral adecuado.
Estoy sugiriendo un cambio de enfoque radical: ante el enfermo men-
tal en curso de rehabilitación social lo prioritario es evaluar su capacidad, en
lugar de su discapacidad, y esforzarse en buscarle un empleo adecuado, por
muy especial que pudiera ser. Éste es el camino idóneo para ayudarlo a re-
construir su identidad social.
Una figura de “trabajador sin empleo” que se aparta en principio del
parado genuino, afanado en la búsqueda de trabajo, es la persona que re-
chaza una oferta de colocación. El rechazo puede obedecer a considerar el
puesto laboral ofrecido como un trabajo inadecuado o impropio para él.
Este tipo de rechazo, avalado por una estimación sensata compartida por
otras personas, encaja en el concepto genuino de paro laboral, mantenido ac-
tualmente por la Organización Internacional del Trabajo, como la carencia
involuntaria de una ocupación adecuada.
El rechazo de trabajo que parte de una persona sin empleo fijo puede
obedecer también a motivos ilegítimos o espurios. La agrupación de parados
voluntarios aparentes o falsos parados se revela como muy heterogénea.
Dentro de ella sobresalen estos tres perfiles:

— El de los aprovechados o farsantes que no están dispuestos a renunciar


al paro, con objeto de beneficiarse con el subsidio correspondiente,
o de disponer de tiempo para realizar un trabajo sumergido.
— El de los marginados o los delincuentes, que mantienen una postura
asocial presta a vivir sin el desempeño de un trabajo regular.
— El de los sujetos contraculturales configurados como pasotas o pí-
caros, que, situados en la línea tradicional del “caballero”, siguen
menospreciando el trabajo como una forma de vida indigna o mu-
tilante. Los pasotas laborales continúan anclados en la postura
cultural medieval de rechazar el trabajo en nombre de la hidalguía,
la dignidad o el decoro. En España el hidalgo aguantó más tiempo
sin incorporarse al mundo del trabajo que el caballero en otros
países.

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

Frente a los parados aparentes o falsos que están sin trabajo por una
decisión voluntaria cabalgando entre la rufianería y la hidalguía, se alinean los
parados encubiertos o enmascarados, parados reales sin parecerlo, ya que
consumen su vida trabajando en una ocupación marginal o miserable, im-
pregnada de pobreza. El psiquiatra venezolano Carlos Rojas engloba en el
género del “trabajo precario” una gama de actividades muy amplia: el sub-
contrato, el trabajo ocasional, el clandestino, el domiciliario, el ambulante o
callejero, el pluriempleo, y en general un conjunto de actividades o trabajos
que poseen escasa significación social o carecen en absoluto de ella. La pre-
cariedad laboral se extiende además a los empleos contratados a muy corto
plazo, es decir, por debajo de seis meses, un terrible azote que soportan pre-
ferentemente los jóvenes y los que han caído en el tobogán de la carencia de
un empleo regular o estable.
La situación del subempleo, es decir, la ocupación de un lugar de tra-
bajo en un nivel inferior a la aptitud real, está hoy muy extendida y tiene su
problemática propia, distinta desde luego a la del paro o el desempleo. El es-
tado de subempleo suele vivirse como el grado de discrepancia registrado
entre el nivel de prestigio o jerarquía del puesto ocupado y el que corres-
ponde al nivel formativo o educacional del individuo. Sobre todo al princi-
pio, el subempleo puede hacer descender la autoestima y disipar la ilusión
ante el trabajo en la población autóctona. A medida que pasa el tiempo, siem-
pre que las circunstancias laborales sean favorables, el subempleado va sin-
tiéndose como si fuera un empleado común.
El inmigrante, en cambio, acepta desde el principio el subempleo
como una ocupación legítima. Esta aceptación se instala entre la resignación
impuesta por el deseo de acomodarse al nuevo país y la esperanza de apor-
tar una salida laboral de mayor decoro el día de mañana a sus hijos.
Una modalidad especial de paro es la del desempleo intermitente o
repetitivo, ocasionado por lo general por el desempeño de una colocación a
temporadas. Hay empresas que por razón de su interés crematístico o por
la imposición de dedicarse a un trabajo a temporadas contratan empleados
durante un plazo de tiempo limitado o estacional. El parado intermitente,
perteneciente en su mayor parte al personal burocrático femenino, tipo se-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

cretaria, o al trabajo en la hostelería o en la industria turística, suele adaptarse


bastante bien a los ciclos de inactividad forzosa a temporadas.

11.2. El joven en paro laboral

El joven parado primario es el que no ha llegado nunca a ocupar un


puesto de trabajo regular o estable. Su situación se diferencia poco de la del
joven que ha entrado en el desempleo después de una corta experiencia la-
boral. Para englobar ambas situaciones vamos a enfocar el tema como el
joven parado laboral, en lugar de referirnos sólo al joven parado primario.
El joven desprovisto de ocupación laboral, desde siempre o tras una
breve experiencia, desconoce del todo o casi del todo la actividad del trabajo
en sí, en cuanto grato compromiso con la sociedad o cumplimiento de un
rol comunitario y sus implicaciones, en forma de un reconocimiento social
y de una remuneración económica que le permitiría el acceso a una conducta
independiente por vez primera en su vida.
El esfuerzo productivo propio del trabajo ofrece al organismo juvenil
la ventaja de proporcionar una salida digna al caudal de energías físicas y
mentales y ejercitar las habilidades o dotes personales. El vigoroso desarro-
llo psicofísico del joven precisa hoy el concurso de la estimulación o la exi-
gencia impuesta por el desempeño de una ocupación laboral.
La identidad personal encajada en el ámbito social se conquista en las
sociedades industrializadas a través del cumplimiento de un rol laboral. El
joven trabajador se siente a la vez una persona con un rol y un miembro
pleno de la sociedad.
La base económica obtenida con el trabajo permite al joven estrenar
un modelo de vida independiente y dirigida por sí mismo, sin contar con la
tutela inmediata de los progenitores. Por tanto, el desarrollo psicofísico o el
ejercicio de las dotes personales, la identidad social y la independencia con-
ductual forman el trípode de beneficios básicos que el joven va a encontrar
en el cumplimiento de un trabajo con cierta estabilidad y regularidad.
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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

El joven que busca empleo por vez primera y no lo encuentra con ra-
pidez suficiente, se estanca en el desarrollo de su personalidad o incluso ex-
perimenta una regresión. Para calificar su proceso personal de fijación o de
regresión podemos servirnos de los índices de maduración siguientes:

— La inmadurez afectiva, identificada como la falta de seguridad para ac-


tuar sin depender de otras personas. Esta incapacidad de adoptar
comportamientos independientes contribuye al rasgo de carácter
más extendido entre los jóvenes parados primarios y los desem-
pleados precoces.
— La inmadurez emocional, que se refleja en la incapacidad de controlar
las emociones propias y contenerlas en el interior, impidiendo que
tomen una expresión exagerada o excesiva en la vertiente externa
de la psicomotilidad.
— La inmadurez espiritual, que se traduce en la imposibilidad de elabo-
rar una concepción realista y objetiva del mundo y de la vida.
— La inmadurez sociocultural, que no permite al joven aceptar las leyes,
ni el orden suprapersonal de carácter social, cultural o político, ni
reconocer los valores de los demás y desarrollar con ellos relacio-
nes armónicas.

Resulta hoy muy difícil, por tanto, adquirir una personalidad global-
mente equilibrada y madura en todas sus escalas si no se dispone de una
experiencia de vida proporcionada por un trabajo remunerado y estable. Lo
que se impone, por el contrario, es una especie de bloqueo biográfico. La de-
tención del proceso de maduración o individuación (la integración del su-
jeto consigo mismo y con el ambiente) suele complicarse con algunos
puntos de regresión personal o de retroceso a los hábitos anteriores. No
son pocos los jóvenes con manos caídas, que se entregan a la prestación de
pequeños servicios domésticos, sin renunciar al disfrute del desayuno en la
cama ni a la entrega prolongada a la evasión televisiva. El riesgo de la eva-
sión marginal y el consumo de drogas comienza a rondarles.
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El joven desorientado por la falta de trabajo, carece de un soporte


temporal activo y se recluye en un presente pasivo fofo o linfático. Queda
así a merced de los estímulos ambientales que le llegan. La falta de expecta-
tivas le impiden proyectarse hacia el porvenir. Tamaña deficiencia de la or-
ganización de la temporalidad marcha emparejada con una espacialidad
confinada en el ámbito doméstico. Las dos dimensiones existenciales bási-
cas del ser humano, el tiempo y el espacio, se despliegan en una amplia me-
dida a expensas de la segmentación del tiempo según los objetivos laborales
y mediante las interacciones personales mantenidas en el espacio de la em-
presa. Este despliegue no es posible sin contar con un empleo.
Una existencia juvenil bloqueada, presentista y sujeta a la domestici-
dad del hogar familiar, es una presa fácil para la irrupción de un trastorno
de la personalidad, un cuadro neurótico o una conducta inadaptada o mar-
ginada.
Sobre esta base, el desarrollo de la personalidad del joven puede tomar
la vía aberrante del carácter neurótico (inseguridad e hipersensibilidad), la
personalidad psicopática (inestabilidad, impulsividad, falta de sentido social)
o el trastorno límite (defectuosa integración interna y externa). Los cuadros
neuróticos (ansiedad, fobias) dominan con frecuencia el escenario del joven
parado. La conducta inadaptada o delictiva es otra vía transitada con fre-
cuencia por los jóvenes carentes de actividad ocupacional. La inactividad la-
boral ocupa un lugar importante entre los factores de riesgo que conducen
al abuso de drogas o que estimulan la conducta asocial.
El joven apresado por la inactividad, confinado en el hogar y despro-
visto de las referencias organizativas del tiempo suministradas por la reali-
zación de un trabajo, puede liberarse en una amplia medida de esta situación
límite agobiante mediante el mantenimiento de una vida activa, sustentado
por el cumplimiento de tareas con ilusiones de futuro, como pueden ser el
reciclaje o el perfeccionamiento profesional, la matriculación en un master
o la preparación para una ocupación diferente. El recurso de cambiar el
modo de vivir acorde con un presentismo pasivo o fofo por una espera ac-
tiva e ilusionada, puede representar la tabla de salvación existencial y sanita-
ria para el joven que no termina de encontrar un puesto de trabajo estable.

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

La sociedad contemporánea está incurriendo en una grave contradic-


ción con los jóvenes. Por una parte, se les exige un nivel adecuado de ma-
durez afectivoemocional y, por otra, se les bloquea el acceso a un puesto de
trabajo que es el único camino posible para lograr la estabilidad emocional
y la independencia afectiva y convertirse en una persona madura. Habría que
organizar adecuadamente la ordenación laboral para que no falte al trabaja-
dor neófito, en ningún caso, un puesto de trabajo satisfactorio o adecuado.

11.3. El adulto desempleado

En tanto el impacto vivencial y los efectos inmediatos inducidos por


no conseguir el primer empleo (paro primario) o de haberlo perdido con ce-
leridad recaen en exclusiva sobre el individuo en edad juvenil, en forma de
un bloqueo emocional o de una grave interferencia para la maduración de la
personalidad, el despido de la empresa representa para el adulto el inicio de
una grave crisis familiar psicosocial y económica. La perturbación personal,
relacional y financiera afecta a todo el grupo familiar cuando el cesante es un
adulto casado o emparejado. Con ello queda denotado cómo el paro prima-
rio concentra sus efectos devastadores en el individuo juvenil desocupado y
el paro secundario, en cambio, crea una situación colectiva de crisis, que en-
globa al trabajador, su mujer y sus hijos.
Cuando el despido laboral se produce de un modo inesperado o im-
previsto, el suceso opera como un trauma psíquico sobre el trabajador. Este
trabajador traumatizado entra en una fase de choque emocional, caracteri-
zada por la actitud de desorientación y la tendencia a la incredulidad o a la
negación del cese. Al cabo de unas semanas o meses, tras haber atravesado
una fase de ansiedad y temores, modulada con comportamientos infantiles
o de violencia como respuesta a la frustración de haber perdido el empleo,
comienza a imponerse una reacción de adaptación, alimentada por la ilu-
sión de introducir innovaciones en su vida o de lograr un nuevo puesto de
trabajo. A medida que la falta de ocupación regular se prolonga más allá de
los doce meses, lo que permite hablar de desempleo largo, se va apoderando
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

del sujeto la sensación de un duelo irreparable y se van disipando las espe-


ranzas de poder reorganizar la situación vital.
El adulto vive el despido ante todo como una especie de duelo o pér-
dida de un objeto amado, complicado con un descenso del nivel de autoestima
o incluso un sentimiento de culpa al responsabilizarse del percance sufrido. La
situación de duelo genérico representa la situación más depresógena cono-
cida. Su potente potencial depresógeno se refuerza con la autosubestima o el
sentimiento de culpabilidad, y en suma, con la autodesvalorización personal.
El individuo desempleado comienza además a vivir de un modo dis-
tinto. No puede sostener su plan de vida anterior. Se ha invertido su califi-
cación pasando del rango de trabajador al de asistido. Este cambio de forma
de vida puede comportar la irrupción de los elementos depresógenos si-
guientes: el estrés económico, el aislamiento o la falta de contactos sociales,
la escasa actividad física o el sedentarismo y el desarraigo o la mutación en
la organización de sus hábitos de vida.
Es como si se hubiesen desencadenado de una vez, en una maniobra
conjunta, todas las “furias” que se distinguen por su potente acción provo-
cadora de una enfermedad depresiva. De aquí que la tasa de prevalencia de
la depresión se dispare entre los adultos desempleados que no saben o no
pueden reaccionar y se sumergen en brazos de la pasividad. La situación glo-
bal del desempleado es en realidad un compendio de factores depresóge-
nos: el duelo, el estrés, el aislamiento, la inactividad o el desarraigo.
Si quisiéramos destacar la identidad de los factores presentes con
mayor arrastre o fuerza en el adulto que ha perdido el empleo, podría ha-
blarse de una situación mixta de duelo y desarraigo. El desarraigo está aquí
representado por el refugio en el pasado, bajo la presión de una especie de
ideología de vergüenza o culpa, ideología, desde luego, objetivamente injus-
tificada.
La situación vital dominada por la sensación de una pérdida irrepara-
ble y por un descenso brusco en el modo de vivir, en la que se siente apre-
sado el adulto despedido del trabajo, tiende a extenderse a su pareja y demás
familiares. La amenaza de la enfermedad depresiva se ha introducido, por
consiguiente, en el seno de la familia.

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

El riesgo de conducta suicida entre los desempleados se acentúa sen-


siblemente cuando la falta de una ocupación regular y estable se prolonga
más de un año. El desempleo del adulto interviene como un factor predis-
ponente para el acto suicida, que va tomando mayor potencia y efectividad
a medida que la inactividad laboral se prolonga, en función de la acentuación
progresiva de sus nocivos efectos psíquicos, interpersonales y sociales. Esta
constelación suicidógena de acentuación progresiva se nutre de diversos fac-
tores: ciertos elementos del carácter, como la falta de autoestima, la ver-
güenza o la culpa o la carencia de proyectos; la irrupción de un episodio
depresivo; la adicción al alcohol, el alimento o el juego; la acumulación de
tensiones emocionales familiares en forma de discusiones o comporta-
mientos de violencia; el aislamiento social, o las estrecheces materiales o fi-
nancieras.
La sobrerrepresentación del acto suicida entre los desempleados
cuenta en ocasiones con el concurso previo de un estado depresivo o de una
personalidad insegura y vulnerable. Este precario estado mental previo del
desempleado puede, además, haber servido a la empresa como pretexto o
justificación para haber tomado la decisión de cesarlo.
Por lo tanto, el aumento de la incidencia de suicidios entre los traba-
jadores que llevan en el desempleo un periodo superior al año no guarda re-
lación causal directa con la falta de trabajo, sino que es el resultado de los
efectos del desempleo (relación causal indirecta) y además de una persona-
lidad previa a la vez vulnerable y propensa a quedar excluida del trabajo. El
famoso escritor francés André Guide mantenía que cuanto más débil es el
ser más difícil le resulta el cambio.
Los sentimientos de desconsuelo, desesperanza o fracaso que ator-
mentan muchas veces al trabajador despedido son una constelación afecti-
voemocional difícilmente soportable. La presión ejercida por un sufrimiento
difícil de soportar y con la ruta de salida hacia la ilusión anulada por la des-
esperanza, encuentra una escapatoria de emergencia en la entrega al mundo
de evasión proporcionado por el alcohol.
La elevada prevalencia de la adicción al alcohol o el abuso de drogas
registrada en la población desempleada se explica en su mayor parte por la

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

intervención del desempleo como factor determinante de la entrega al alco-


hol y no a la inversa. Por ello, en algunos países como Noruega, la estrate-
gia de la defensa de la población contra el alcoholismo pone un especial
énfasis en la reducción del desempleo.
Los adultos asolados por la inactividad laboral encuentran su segundo
máximo riesgo adictivo en los objetos sociales, sobre todo el juego, el ali-
mento o la televisión. La asociación de la ludopatía adictiva y la adicción al
alcohol hace estragos entre los adultos atribulados por la falta prolongada de
empleo.
La crisis de la familia acometida por la interrupción de la fuente eco-
nómica primordial a causa del despido laboral del cabeza de familia, oscila
entre la superación y la dispersión o el drama. Los miembros adultos com-
parten el riesgo de la depresión y hasta pueden caer en ella antes que el tra-
bajador cesante.
Los niños mayorcitos pueden verse obligados por la restricción eco-
nómica impuesta por el desempleo a abandonar sus estudios escolares para
cuidar de los hermanos pequeños o realizar actividades laborales domésti-
cas o extradomesticas, y así aliviar de algún modo la desesperada situación
económica familiar. Un niño en edad escolar obligado a acometer las tareas
propias del adulto es inexorablemente afectado por el proceso de la falsa
maduración de la personalidad, que culmina en unos cimientos personales
resquebrajados por la inseguridad y la hipersensibilidad.
Una estructura de familia débil o conflictiva no resiste el embate de la
decepción o la escasez de recursos ocasionada por el desempleo. En estas
condiciones la ruptura de la pareja o la dispersión familiar es un punto final
muy probable.
Las consecuencias o implicaciones del desempleo que acabamos de
revisar no aparecen de un modo fatal o inexorable. Su surgimiento se pro-
duce con la complicidad involuntaria del propio desempleado, en forma de
la adopción de una actitud pasiva o una reacción defensiva débil o inade-
cuada.
El comportamiento reactivo maduro o adecuado ante el despido y el
consiguiente desempleo viene dado por la defensa personal mediante una

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

estrategia de afrontamiento (coping). Con esta actitud se puede manejar la


nueva situación con un pensamiento razonable sin abandonar en lo posible
los hábitos de vida o modificándolos lo menos posible, con la innovación de
reservar un tiempo suficiente a la búsqueda de un nuevo empleo.
La mejor defensa de la salud mental contra el desempleo y sus riesgos
y amenazas, es continuar con la organización de un plan de vida activo man-
tenido con la ilusión de encontrar pronto una nueva ocupación. Si la opor-
tunidad no llega, habrá que plantearse el cambio de área laboral o la
realización de tareas de perfeccionamiento dentro del campo laboral propio.
La reacción defensiva ante la pérdida del empleo entraña casi tantas
dificultades como el duelo por una persona querida, si bien en cualquier
caso es algo diferente. Mientras que el remonte de una pérdida personal
irremediable cursa ineludiblemente por la vía de la resignación, la pauta de-
fensiva ante la pérdida del empleo se mueve entre la superación y la reor-
ganización.
La capacidad del desempleado para defenderse mediante un compor-
tamiento de afrontamiento o superación, animado con la ilusión de encon-
trar un nuevo empleo, sin abandonar sus hábitos y entretenimientos, es
función de una serie de variables, que pueden sistematizarse como factores
individuales (edad, género, personalidad) y factores circunstanciales (trabajo,
familia, economía). En este conjunto de variables se encuentra la clave para
entender por qué a unos sujetos el desempleo les produce un trastorno men-
tal y a otros no.
Los influjos nocivos del paro secundario, según ya hemos visto, va-
rían en función de la edad. Para los jóvenes, la pérdida del empleo puede
equipararse con el paro primario. Y a partir de cierta edad, aproximadamente
desde los 50 o los 60 años, los efectos del desempleo pierden fuerza de por
sí al asimilarse a una especie de jubilación anticipada.
Las diferencias entre hombres y mujeres con relación al desempleo
eran antes monumentales. Eran los tiempos en que el trabajo extradomés-
tico de la mujer era un lujo o una mera actividad complementaria de las fae-
nas domésticas. La falta de un empleo exterior no encerraba para ellas un
significado importante. Por lo tanto, los influjos nocivos del desempleo ape-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

nas afectaban a las mujeres. A medida que la mujer se ha ido incorporando


al mercado laboral, los efectos o riesgos del desempleo se van volviendo
coincidentes en ambos géneros. Hasta la diferencia registrada hoy entre mu-
jeres casadas y solteras, es casi como un duplicado de la percibida desde
siempre entre hombres casados y solteros.
Una estructura personal estable y organizada en torno a un proyecto
vital, dotada de unos indicadores de salud mental satisfactorios, como la ca-
lidad de vida y otros, representa casi una garantía para que el desempleado
elabore una reacción defensiva idónea, sin dejarse arrastrar por los aconte-
cimientos hacia la pasividad tal vez con la complicidad de un sentimiento de
vergüenza o culpa.
Los efectos nocivos de la carencia de trabajo sobre la salud mental del
desempleado se aminoran considerablemente cuando se dispone de un con-
junto sociofamiliar estable o firme y una base económica lo suficientemente
sólida para poder seguir llevando un nivel de vida suficiente. La reserva eco-
nómica y el soporte sociofamiliar son dos variables que influyen notable-
mente en un sentido preventivo contra los riesgos del paro. De todos modos,
aunque la fuente financiera esté asegurada, el desempleo no deja de ser una
situación de alto riesgo para la salud mental.
Tal riesgo se acrecienta a medida que el puesto de trabajo perdido es
altamente valorado. El sufrimiento ocasionado por el paro es mucho más
grave cuando concierne a un trabajo que se venía realizando con interés y
motivación, o sea, como una actividad propia. Cuando, por el contrario, el
paro incide sobre una ocupación monótona, tediosa o falta de atractivo, o su-
jeta a una sobretensión emocional tremenda, o sometida a unas relaciones in-
terpersonales conflictivas, el alejamiento del trabajo puede constituir para el
desempleado y su grupo familiar un motivo de alivio o liberación.
Los efectos psíquicos y orgánicos de la inactividad laboral tienden a
incrementarse a medida que se prolonga el estado de desempleo. Algunas
pautas de funcionamiento del sistema inmune, como ciertas formas de re-
actividad de los linfocitos, comienzan a alterarse al cabo de algunos meses
de permanecer sin empleo. La tasa de incidencia de las alteraciones psíqui-
cas de distinta modalidad inducidas por la pérdida del empleo en la edad

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

adulta, en especial la enfermedad depresiva monopolar y la adicción al al-


cohol, se va elevando progresivamente a medida que transcurre el tiempo,
sobre todo a partir de traspasar la barrera de los doce meses, que es el límite
convencional admitido para comenzar a hablar de desempleo largo.
La reincorporación al trabajo del desempleado es un proceso condi-
cionado sobre todo por estas tres variables: el mercado de trabajo, el nivel de
competencia laboral del sujeto y su perfil de personalidad.

11.4. El jubilado

La jubilación se define como la retirada del empleo remunerado a par-


tir de cierta edad, por lo general entre los 65 y los 70 años.
Al principio de la cultura del trabajo, se llamaba jubilado a la persona
que se le premiaba con la retirada de su ocupación laboral habitual y se le re-
conocía el derecho a vivir desde este momento sin trabajar. Tal modo de en-
tender la jubilación, como una especie de licenciamiento laboral, era motivo
de júbilo o alborozo para la persona premiada. La aplicación de esta medida
se reservaba para los enfermos, los discapacitados o los que no querían se-
guir trabajando por una razón personal.
A medida que el trabajo se ha venido convirtiendo en una actividad por
entero imprescindible para mantener una vida digna, decorosa y estimada
por la sociedad, la retirada laboral, desde comienzos del siglo XX, ha pasado
de ser un derecho individual a constituir inexorablemente una obligación so-
cial que debe cumplirse al llegar a cierta edad. El cambio ha sido radical. En
tanto antaño era uno el que se retiraba, desde hace más de cien años a uno
lo retiran por prescripción legal a causa de la edad avanzada y el supuesto es-
tado de decadencia consiguiente. La retirada jubilosa y alborozada solitaria
quedó así suplantada por la exclusión laboral forzosa, o sea la pérdida del
puesto de trabajo con sus implicaciones sociales por razón de la edad. La
evolución de la palabra “jubilación” condujo a la pérdida del significado la-
tino del término, vinculado a una exaltación jubilosa, y comenzó a enten-
derse como una expulsión o un repudio.
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

A la postre, el proceso de la jubilación ha perdido su significado eti-


mológico positivo para aparecer como el corte obligatorio con el trabajo, el
apartamiento inexorable y definitivo de la vida laboral, al modo de una rup-
tura biográfica. La biografía desplegada en gran parte como la dedicación a
una vida de trabajo, queda interrumpida o rota a partir de cierta edad por im-
ponerlo así la legislación laboral. Muchas personas viven ahora ingenuamente
el impacto de la jubilación legal en sí como una grave herida narcisista y el
resultado como una pérdida de identidad personal o como una muerte so-
cial. De repente, de la noche a la mañana, al cumplir la edad de la jubilación,
se modifica radicalmente el estatuto social y económico de la persona en un
sentido de degradación o destitución.
Hagamos un balance razonado de la jubilación despojándonos de ex-
presiones apocalípticas. Es cierto que la jubilación impone un cambio brusco
en la integración social del individuo y en el modo de vivir implicando al-
gunos factores negativos como los siguientes: la inactividad física y mental,
el descenso de los recursos económicos o la ausencia de un rol social. Pero
la presencia de estos importantes factores perturbadores no puede servir de
pretexto para la ocultación de algunos factores ventajosos.
Entre las ventajas ofrecidas por la jubilación, destacan las dos si-
guientes: primera, la mayor disponibilidad de tiempo, o sea la multiplicación
de la parcela del tiempo libre; segunda, la liberación de cumplir una progra-
mación fija o atenerse a un horario preestablecido, innovación que avala un
importante ascenso en grados de libertad. El trabajador jubilado debe, pues,
afrontar la organización de una cuota de tiempo libre superior a la que hasta
aquí nunca había disfrutado, y además planificarse él mismo a base de sus
distracciones preferentes o con la creación de un mundo interior. La jubila-
ción abre el camino para ocuparse en lo que siempre se ha apetecido y para
desarrollar los valores humanos fundamentales en un clima de libertad. Sólo
aquellos jubilados carentes de distracciones o preferencias lúdicas y de escasa
inquietud espiritual, pueden seguir manteniendo que la jubilación representa
la pérdida de identidad y la extinción social.
El balance de la jubilación se resume en un descenso de los ingresos
económicos y una monumental ampliación del tiempo libre. “Pierdes dinero

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

y el rol social y ganas tiempo y libertad”. Una ecuación que cada uno va a vi-
virla a su modo, aunque regulada en definitiva por el resultado de interrela-
cionar estos tres elementos:

— El esfuerzo de adaptación a la restricción económica.


— La renuncia satisfactoria o traumática a la fijación al puesto de tra-
bajo.
— La dedicación del amplio margen de nuevo tiempo libre disponible
a actividades lúdicas, formativas o culturales, en el marco de una or-
ganización de hábitos cotidianos dispuesta por uno mismo con un
criterio independiente.

Cuanto mayor haya sido la compenetración mantenida con el trabajo


y cuanto menor el significado otorgado a las actividades extralaborales, la
fuerza traumática del trance de la jubilación se acrecienta progresivamente.
Lo contrario ocurre cuando el jubilado ha venido haciendo una vida más
atraída por las distracciones y la cultura que por el trabajo en sí. La jubila-
ción es, por tanto, una vivencia oscilante según los individuos entre el trauma
psíquico y la exaltación feliz. Aunque hemos resumido la tonalidad vivencial
de la jubilación en una gama entre ambos polos, muchas veces esta tonali-
dad toma un significado complejo, contradictorio o ambivalente. Esto úl-
timo ocurre, por ejemplo, en los jubilados que viven con intensidad al tiempo
las dos caras de la jubilación, la positiva y la negativa. Hemos de reconocer
que la ecuación formada por el descenso de los recursos económicos y el
enorme incremento del tiempo libre, no es fácil de manejar y representa ya
de por sí un riesgo para la salud mental. Este riesgo resulta muy aminorado
en el gran contigente de jubilados que consideran sus ingresos como una
cantidad adecuada a sus necesidades. Por otra parte, la jubilación tiene sus
características propias y en ningún caso puede equipararse a un periodo de
vacaciones.
Ante la expectativa impuesta de la jubilación, las posturas se dispersan
entre el anhelo por alcanzarla cuanto antes y el temor o la aprensión ansiosa
por el inminente cese de la ocupación laboral.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El abandono definitivo del trabajo habitual impuesto por la jubilación


implica, por el momento al menos, una ruptura o interrupción del equilibrio
familiar, sobre todo cuando el jubilado es hombre. El nuevo desequilibrio im-
puesto por el cese laboral del varón se refleja en forma de una visible mo-
dificación en el funcionamiento de la pareja y la dinámica de la familia: en
general para peor (el 80%) y algunas veces para mejor (el 20%).
La degradación de la armonía de la pareja se elabora a partir de re-
chazar la mujer la presencia constante del hombre al lado suyo o en el hogar.
Este rechazo femenino puede deberse a varias razones: a sentirse con falta
de libertad para seguir con su programa habitual de vida o ver a sus amigas
cuando le viene en gana; a aburrirse con él; al sometimiento de sus movi-
mientos dentro o fuera de la casa y sus salidas al control de él, o a su per-
manencia la mayor parte del tiempo consumida viendo la televisión sin
comunicarse con ella. Estos motivos de rechazo cuentan muchas veces con
el antecedente del malestar sentido por la mujer durante los fines de semana,
o sea cuando su pareja estaba en casa acompañándola. A menudo se con-
firma la sospecha de que la desarmonía de la pareja venía de lejos, explicán-
dose su mantenimiento oculto o latente por ocupar la dedicación laboral el
centro de interés de ambos.
En la mayoría de las relaciones de pareja beneficiadas con la jubila-
ción, este efecto positivo se debe a vivir la mujer la presencia constante de
su compañero con placer por uno de estos motivos: dejar de estar la casa
vacía; compensar la ausencia o la marcha de casa de los hijos; aportar sim-
patía, cariño o una comunicación estimulante.
Queda constancia, por tanto, de que entre las mujeres de los trabaja-
dores jubilados se producen las reacciones más dispares: desde la inmensa sa-
tisfacción por la mayor proximidad física y personal de su pareja hasta una
intolerancia ansiosa hacia su presencia con la sensación de encontrarse so-
metida a una continua vigilancia o a un control agobiante.
Aunque la jubilación no tiene por qué causar por sí misma un declive
de la salud física o mental, lo que ocurre la mayor parte de las veces, lo cierto
es que para algunos trabajadores representa el inicio de una progresiva de-
cadencia física o psicomotora.

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

Entre las alteraciones psíquicas inducidas por la jubilación sobresale la


enfermedad depresiva monopolar. La situación del jubilado agrupa algunos
elementos de vida muy depresógenos:

— La vivencia de pérdida de la identidad social encierra un gran poder


para abatir el estado de ánimo.
— La gran tensión emocional subyacente al distrés económico agota
los impulsos y conduce a la anergia.
— El debilitamiento de la actividad psicosocial o de los lazos inter-
personales facilita el establecimiento de la distorsión o el bloqueo
de la comunicación.
— El profundo cambio súbito en el modo de vivir es un factor deter-
minante de la disregulación de los ritmos.

Existe, por tanto, una estrecha afinidad de correspondencia entre los


elementos estructurales de la jubilación y los vectores vitales hundidos en el
estado depresivo (estado de ánimo, impulsos, comunicación, ritmicidad). La
aparición del cuadro depresivo en el trabajador jubilado resulta además fa-
cilitada por su avanzada edad cronológica, en cuyo marco se asocia un cere-
bro empobrecido en sustancias neurotransmisoras con factores involutivos
depresógenos, tales como la debilitación energética, el pesimismo en el otoño
de la vida o el aislamiento sensorial o social.
El jubilado está además expuesto a otros riesgos psicopatológicos,
aunque más remotos que el de la enfermedad depresiva, como los siguien-
tes: la reacción de ansiedad, la reactivación de cuadros anteriores neuróticos
o psicóticos y la adicción a sustancias químicas o a elementos sociales, sobre
todo el alcohol o el juego.
La retirada del trabajo supone algunas veces un factor de alivio o cu-
ración para ciertos trabajos estresantes que pueden llegar a convertirse en un
martirio, como la actividad pedagógica. Dado estos elementos positivos, re-
sulta comprensible que en ciertos enfermos depresivos muy bien seleccio-
nados sea conveniente la adopción de una jubilación anticipada para activar
la recuperación psíquica.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Para alentar la vivencia placentera propia de una jubilación dichosa o


al menos ahuyentar su brusca instauración amenazante o traumática, se ha
propuesto cambiar el sistema vigente de cese laboral con arreglo a alguna de
las medidas siguientes:

— La preparación para la jubilación facilitada a los trabajadores a


punto de jubilarse, durante los cuatro o cinco años previos en los
órdenes emocional o personal, laboral y administrativo, mediante
un plan de socialización anticipatoria, un programa de prejubila-
ción para complementar la información realista sobre este nuevo
tramo de la vida y una gama de opciones para la utilización del
tiempo libre.
— La retirada gradual y progresiva del trabajo, con lo que se evita el
choque traumático de encontrarse excluido de un día para otro.
— La aplicación del corte de la actividad laboral con un criterio flexi-
ble, en una edad variable, en consonancia con el estado físico y
mental del trabajador.
— La ocupación sistemática del jubilado en trabajos de carácter vo-
luntario, a los que accede contando con la amplia información apor-
tada por los servicios administrativos.

En el sentido de esta última vía, en relación con la entrega a un nuevo


programa laboral, cuenta sobre todo el esfuerzo por parte del propio indi-
viduo. Frente al gran contingente de trabajadores incapaces de reorganizar
su modo de vida, se alinean los artífices de una “jubilación dinámica”, en la
que la práctica del deporte, los lazos sociales, los viajes o las nuevas obliga-
ciones, no permiten casi nunca “tener tiempo”. Lo que no cabe duda es que
los individuos que siguen trabajando después de la jubilación disfrutan de
mejor salud y de una posición económica más holgada, están más conten-
tos de la vida y se sienten más satisfechos.
La llamada jubilación temprana o previa, que marca el cese del trabajo
entre los 50 y los 65 años, no deja de ser un campo muy polémico tanto en
los aspectos de salud como en los estrictamente laborales. Por una parte,

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

ofrece un plazo de varios años de ventaja con relación a la jubilación habitual


para el proceso de planificación y realización de los nuevos proyectos perso-
nales. Por otra, se ha convertido en una pauta de presión empresarial para
retirar antes de tiempo a los trabajadores de más edad, salvando el escollo
ilegal representado por la jubilación obligatoria antes de los 65 ó 70 años.

11.5. El síndrome postvacacional

En lugar de síndrome postvacacional, el popular síndrome del día si-


guiente, debería hablarse de un desajuste laboral sistematizado en varios aco-
plamientos sintomáticos.
Ya desde algún tiempo antes de disponer todo trabajador del derecho
a un periodo de vacaciones anual, se había observado que los primeros días
de la incorporación al trabajo después de un corto periodo de ausencia (mi-
nivacaciones) se asociaba a menudo con un estado de malestar y un rendi-
miento laboral por debajo del nivel habitual. Precisamente, este dato fue
aducido como un inconveniente para introducir de un modo definitivo el
descanso de fin de semana al estilo del inglés week-end. El argumento de que
los trabajadores llegaban los lunes como cansados o con pocas ganas de tra-
bajar, fue manejado para propugnar que el asueto de las tardes de los sába-
dos era contraproducente para el trabajo y para el trabajador. Pero el
argumento se anuló sin más al comprobarse que a medida que este disfrute
vespertino se fue volviendo habitual, sus efectos negativos desaparecieron.
La dificultad de reanudar el trabajo, o sea, el reencuentro con la acti-
vidad productiva o de servicio habitual después de un periodo de dos a cua-
tro semanas de vacaciones, se ha extendido en la sociedad postmoderna en
forma del cacareado síndrome postvacacional. En realidad, esta dificultad
de readaptación laboral ha existido probablemente siempre, pero era tomada
al principio como un proceso vergonzante que convenía ocultar. Lo que sig-
nificaba antes una ignominia o era tomado como una señal de vaguería, se
ha erigido ahora en un motivo de presunción o engreimiento por parte del
trabajador.
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

En el presente se ha vuelto manifiesto que un elevado porcentaje de


trabajadores de todos los niveles encuentran dificultades subjetivas para re-
encontrarse con el trabajo después de un “parón “ laboral durante algunos
días disfrutando de un “puente” o tras varias semanas englobadas en el pe-
riodo estival de vacaciones. El salto del periodo vacacional a la implementa-
ción laboral representa un brusco cambio en un abanico de dimensiones
amplio: pérdida de libertad, sometimiento a un estricto horario, retorno al
trabajo naturalmente y alejamiento del aire libre.
El malestar general, teñido de malhumor, que invade a cerca de un
20% de trabajadores al llegar de nuevo al trabajo, es una reacción de adap-
tación física o psíquica al trabajo efímera que se extingue seguramente en
tres o cuatro días, una crisis pasajera por tanto en forma de moderadas mo-
lestias somáticas o emocionales. El toque de alarma asistencial debe reser-
varse para un reducido sector de trabajadores, no más del 3%, por razón de
la intensidad de sus síntomas o de su persistencia más allá de un par de se-
manas.
Los cuadros de inadaptación laboral postvacacional precisados de asis-
tencia se distribuyen en cinco modalidades principales:

— La conducta agresiva o irritable hacia los compañeros o los clien-


tes, como respuesta a la frustración ocasionada por haber tenido
que cortar el periodo de vacaciones. Afecta sobre todo al perfil de
personalidad impulsiva.
— La intensa ansiedad psíquica movilizada por las preocupaciones del
trabajo y el temor más o menos fóbico hacia la responsabilidad pro-
porcionada por el desempeño de su ocupación. Aquí se encuentra
una prevalencia de la personalidad insegura o hipersensitiva.
— El estado depresivo parcial o focalizado constituido por un humor
bajo o por la falta de energías (anergia), estado construido sobre la
añoranza de las vivencias vacacionales o sobre el agotamiento de la
energía de la impulsividad. El perfil de personalidad más apresado
por la eclosión de esta depresión situativa parcial es la personalidad
anancástica, caracterizada por el hiperperfeccionismo.

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Alteraciones psíquicas inducidas por la falta de trabajo

— La descompensación de los ritmos, llamada ritmopatía, a causa del


desajuste entre el horario de vacaciones y el laboral, en cuya agru-
pación sistemática figura en primer lugar el trastorno del sueño y en
segundo lugar el trastorno alimentario. Y es que el sueño y la ali-
mentación son las dos figuras rítmicas básicas del ser humano. Este
tipo de desajuste cronológico se dispara en la personalidad inesta-
ble a causa de su tendencia a la irregularidad horaria o su dificultad
para organizar el tiempo.
— El cuadro somatotropo de índole depresiva o ansiosa que, dominado
por los dolores de diversa localización, el cansancio, el trastorno di-
gestivo o las palpitaciones, prolifera entre los hipocondríacos.

El desajuste postvacacional precisado de atención especializada mul-


tiplica su incidencia en dos grupos de personas: primero, las que se en-
cuentran a disgusto con su empleo, abrumadas por la gran cantidad de tarea
o por los conflictos laborales o afectadas por el ciclo del síndrome de estrés
(desgaste, agotamiento emocional o depresión anérgica); segundo, los que
malgastan sus vacaciones dejándose absorber por la entrega masiva a mo-
mentos de evasión activados con la administración de alguna sustancia quí-
mica.
La estrategia preventiva prescribe evitar el tránsito brusco de las va-
caciones al trabajo. Resulta muy conveniente suavizar la brusquedad del cam-
bio regresando a la vivienda un par de días antes o iniciando la adaptación
al trabajo gradualmente. Al tiempo debe contarse con un antes y un des-
pués. El “antes” se refiere a un disfrute de vacaciones equilibrado con un
sentido híbrido de divertimento y de encuentro consigo mismo y con los
demás. La sensación del deber cumplido proporciona arrestos para incor-
porarse al trabajo con ánimo crecido y creciente. El “después” consiste en
atenerse desde el primer momento de la vuelta al “tajo” a un régimen de
vida sistemático marcado por la recuperación de los hábitos de siempre (ac-
tividad física suficiente, reinicio inmediato de las relaciones con los compa-
ñeros, recuperación de los ritmos de alimentación y de sueño).

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12
LA VIOLENCIA EN EL LUGAR DE TRABAJO

12.1. Las causas y las posibles consecuencias de los


hechos violentos acontecidos en el ambiente
laboral

En las tres últimas décadas los hechos o incidentes de violencia en el


lugar de trabajo (workplace violence) o violencia ocupacional (violence at work) han
experimentado un notable incremento en frecuencia y magnitud. La ciencia
ha reaccionado ante esta emergencia y, consiguientemente, una temática poco
tratada en los sectores científicos ha pasado a ser un objeto preferente de re-
visión o investigación.
Tanto los estudios de investigación como los informes de diversas or-
ganizaciones nacionales e internacionales emitidos desde diferentes países se-
ñalan que las modernas o postmodernas sociedades se han vuelto más
violentas y que este cambio se refleja asimismo en el ambiente de trabajo.
El nivel de violencia psíquica y física varía mucho a tenor de los cen-
tros de trabajo. Son los sectores educativos y sanitarios los más contamina-
dos por la violencia y ello ha llegado a tal nivel que bien puede hablarse,
como aquí haremos, de “la victimización socioprofesional en los centros

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

sanitarios y escolares”. A poca distancia de ellos se encuentran los servicios


sociales. A continuación, con niveles de violencia considerablemente más
bajos que los anteriores, aunque todavía a una altura asaz elevada, se hallan
la banca, el transporte, los hoteles y los restaurantes, los empleados de la
administración pública y los oficinistas en general. El temor de ser víctima
de una agresión constituye casi un fenómeno habitual entre muchas espe-
cies de trabajadores.
En sus últimos boletines la Organización Mundial de la Salud no sólo
ha reconocido la violencia como un problema creciente de seguridad en las
sociedades occidentales sino que lo considera como un indicador de salud
pública. En una posición central de la tarea de preservación de la salud so-
cial se ha instalado la predictividad de la violencia activa, para lo cual pode-
mos servirnos de distintos parámetros que después precisaremos así como
de la presencia de la comisión de un delito previo.
El homicidio acontecido en el lugar del trabajo ha dejado de ser una
rareza. En los Estados Unidos, según datos del National Institute for Oc-
cupational Safety and Health referidos al lugar de trabajo, más de veinte per-
sonas son asesinadas por semana, y los ataques físicos y los abusos sexuales,
ambos mediante el empleo de la fuerza corporal, y no digamos los actos de
violencia psíquica como los insultos, las amenazas, la intimidación o el acoso,
se producen con mucha asiduidad.
El ser humano ha dado tales horribles muestras de violencia en los úl-
timos tiempos que plantea la duda de si el Homo Sapiens Sapiens ha experi-
mentado una involución transformándose en el Homo Sapiens Brutalis o, por
el contrario, tal plus de violencia está promovida por factores coyunturales
como la proliferación de un armamento cada vez más mortífero, la multi-
plicación de las imágenes televisivas violentas o el imperio de la ideología de
violencia que invita a luchar desde el principio por “las malas” para conse-
guir cualquier cosa, o la crisis de la familia. Lo cierto es que el clima con-
temporáneo se ha vuelto en diversas culturas muy propicio para el
aprendizaje de la violencia, a través de la imitación o el modelado. La vio-
lencia se propaga con tremenda facilidad al ser una de las conductas más
sensibles al mimetismo. Un mimetismo producto de la imitación indiscri-

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La violencia en el lugar de trabajo

minada algunas veces y un mimetismo referido a personas “famosas” o de


algún modo significativas, tomadas como modelo, en otras ocasiones.
Cada acto de violencia laboral es el resultado de una interacción entre
diversos factores. La causalidad de la violencia se adscribe, por tanto, al orden
multifactorial. Como factor de fondo opera a menudo la insatisfacción en el
trabajo o en el modo de ser atendida la clientela, el estresor agobiante sobre
el empleado o cliente o la situación de alienación laboral, y como detonante
una experiencia de frustración o un miedo real o imaginario. Por otra parte,
cada centro de trabajo ofrece al respecto diversas particularidades.
En líneas generales, la multicausalidad de la violencia laboral se con-
densa en el perfil de la personalidad hiperagresiva, el trastorno de persona-
lidad de diverso cuño, el estado mórbido depresivo, hipertímico o psicótico,
el consumo abusivo o adictivo de alcohol u otras drogas, las cualidades es-
tresantes del ambiente del trabajo y la sectorización de la empresa en psico-
grupos cerrados.
Antes de revisar uno a uno estos factores, conviene dejar precisado
que en el aspecto sociodemográfico, las dos características más propias del
individuo violento se adscriben a una edad entre 20 y 40 años y a una rotunda
prevalencia masculina. De todos modos, cada vez hay que relativizar más la
observación de que el agresor es casi siempre un hombre.
Cuando la violencia toma una presencia reiterada y una forma delic-
tiva o grave suele hablarse de peligrosidad, con la intención de incorporarla
a una categoría legal. El manejo del índice de peligrosidad sirve para evaluar
el riesgo de la persona, sin o con un historial delictivo, para cometer nuevos
delitos. Tanto la predicción de la violencia como la de la peligrosidad encie-
rra una valoración de riesgo que exige un proceso de estudio individual im-
plementado con cierto rigor.
La predicción de la actividad violenta es una estimación cuya mayor
evidencia, sin prescindir de los datos aportados por la entrevista individual,
se centra en la constatación de antecedentes personales de actos de violen-
cia, dato que se refuerza con el posible acompañamiento de alguna de las
características directas o indirectas propias del individuo hiperagresivo. Re-
flejamos estas características en el perfil siguiente:

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

— El hogar de origen, roto o privado de afecto.


— La presencia de violencia familiar o de antecedentes infantiles de
haber sido objeto de trato violento.
— La conducta violenta infantil o preadolescente, que es uno de los
predictores más fuertes de violencia adulta.
— El biotipo atlético.
— El pensamiento directo y concreto, o sea el pensamiento operacio-
nal y rotundo.
— La tendencia al apasionamiento o al fanatismo.
— La conducta muy influida por uno de estos tres rasgos: la atimia o
pobreza afectiva, la impulsividad o el descontrol emocional y la pro-
pensión a explosiones coléricas o iracundas.

El trastorno de personalidad más susceptible para perpetrar actos de


violencia se reparte entre estos cinco tipos: la personalidad psicopática o an-
tisocial, la personalidad de organización límite, la personalidad narcisista aso-
cial, la personalidad paranoide o la personalidad explosiva.
Entre las alteraciones psíquicas más susceptibles de incurrir en estos
actos de violencia sobresalen la depresión disfórica o paranoide, el estado hi-
pomaniaco, la esquizofrenia de forma autística o paranoide y el abuso de al-
cohol o de otras drogas. Por otra parte, la excesiva participación de los
enfermos depresivos registrada en algunas estadísticas sobre conductas de
violencia laboral se debe a la elevada incidencia de suicidios.
Para entender mejor la relación entre el abuso de drogas y la conducta
violenta conviene sistematizar los efectos mórbidos de las drogas en tres
mundos distintos:

— El mundo dominado por la liberación neuroquímica de la violen-


cia, propio de los de los bebedores abusivos o adictivos.
— El mundo nirvánico oscilante entre la apatía y la impulsividad pura
y ciega, encarnado en los heroinómanos y los usuarios de otros pro-
ductos opiáceos.

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La violencia en el lugar de trabajo

— El mundo psicodélico, caracterizado por distorsionar la realidad a


expensas de la fantasía, presente en los consumidores reiterados de
cannabis o de alucinógenos.

Mientras que el mundo de los bebedores habituales y de los adictos


al alcohol se desarrolla sobre una plataforma de liberación de impulsos con-
tenidos, el mundo que más sorprende es el de los drogadictos a opiáceos,
al fluctuar entre momentos de dulce apatía y otros cubiertos por la impul-
sividad destructora, sin guardar estos actos impulsivos ninguna relación con
el síndrome de abstinencia. La singularidad de la violencia ocasionada por
el consumo de alcohol es que es una violencia de aparición inmediata y de
índole química o tóxica, o sea una violencia fulminante generada por el im-
pacto de la molécula del alcohol sobre los niveles superiores del cerebro, lo
que permite la liberación de los niveles subcorticales. En cambio, la vio-
lencia que hace irrupción en el mundo nirvánico o en el psicodélico se in-
cuba en una amplia medida en la calle, al calor de la conflictiva relación
mantenida con los traficantes o potenciada por la inmersión en una ideo-
logía contracultural.
Entre las alteraciones neuroquímicas más susceptibles de conducir a
un acto de violencia sobresalen el déficit funcional del sistema de la seroto-
nina, eslabón patogénico presente con mucha frecuencia en los estados de-
presivos; la inhibición del sistema sedante gabérgico, propia de la conducta
impulsiva en general; el exceso en la actividad del sistema de dopamina, que
es el eslabón neuroquímico conocido más relevante en las psicosis esquizo-
frénicas, o la excesiva descarga de noradrenalina, elemento responsable en
una amplia medida de la agitada conducta hipertímica.
En el ambiente de trabajo sobresalen como factores determinantes de
violencia propia y ajena los defectos organizativos, la presencia de conflic-
tos interpersonales o la parcelación estructural de la gran empresa en grupos
cerrados, o sea, grupos constituidos siempre por las mismas personas y con
una comunicación escasa o nula con las personas no adscritas al grupo o
con otros grupos. La compartimentalización de la industria o la empresa en

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

grupos más o menos herméticos representa la siembra de focos de violen-


cia antagónicos entre sí, prestos a enfrentarse unos con otros o a proyec-
tarse contra los trabajadores que mantienen su individualidad o incluso
contra la sociedad en general.
La frustración del trabajador o del cliente y la disputa cliente-emple-
ado o entre empleados o clientes son las incidencias de mayor presencia
como detonantes de la irrupción del hecho violento. El análisis de estas in-
cidencias responsables de la descarga de violencia permite detectar en su ini-
cio la aparición de una herida narcisista ocasional, que el empleado o el
cliente no es capaz de encajar adecuadamente, tal vez a causa de unas carac-
terísticas de personalidad inadecuadas para ello.
En el capítulo de las posibles consecuencias de la violencia, se ha pa-
tentizado el dato de que el mayor riesgo de ser heridos o muertos a causa de
la violencia desencadenada tras el disgusto de un empleado o un cliente se
proyecta sobre los directivos, los jefes o los encargados del centro laboral y
sobre el personal subalterno femenino.
La violencia ocupacional tiene un alto coste, ya que además de su di-
recta repercusión sobre la productividad y el posible caudal de horas perdi-
das a causa del absentismo, las molestias ocasionadas o el tiempo consumido
por los litigios penales o civiles suele ocasionar un impacto en la salud de los
trabajadores alentada por una atmósfera de temor, indignación u hostilidad.
Una atmósfera muy propicia para la cristalización de una alteración psíquica
mórbida, como veremos a continuación. Conviene tener presente que la res-
puesta emocional a un acto de violencia más generalizada entre los trabaja-
dores es el temor o el miedo acompañado de un sentimiento de impotencia
o de indignidad.
El acto de violencia aislado opera como un estresor agudo sobre los
individuos implicados, suscitando un desequilibrio mental dominado por la
ansiedad o el temor, o una transitoria desorganización de la conciencia en
forma de confusión mental. Sus secuelas predilectas corresponden al sín-
drome de estrés postraumático y la alteración del sueño.
La repercusión clínica de la violencia laboral recurrente o crónica se
plasma en un síndrome de estrés o agotamiento emocional, como vía pre-

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La violencia en el lugar de trabajo

ferente para después abocar a un estado depresivo o ansioso, sin olvidar la


frecuente aparición de alteraciones psicosomáticas digestivas o cardiovascu-
lares.
El mobbing, hostigamiento o acoso moral en el trabajo es una forma de
violencia específica reiterada, un especie de mecanismo de victimización des-
velado en nuestra sociedad últimamente en toda su magnitud, que se refleja
en las víctimas por medio de un estado inicial de desconcierto. Al descono-
cer si se trata de un error o el acoso es un producto de la casualidad o real-
mente constituye un acto intencional, el hostigado se ve sumido al principio
en un mar de dudas. Una vez que capta la intención del otro o los otros de
causarle un daño personal o laboral por medio de una provocación reiterada
sistemática, puede comenzar a ser afectado por un síndrome de estrés pos-
traumático, cuadro antaño conocido como neurosis traumática. Este cuadro
ansioso tiene la peculiaridad de acompañarse de unas crisis de ansiedad o
pánico en las que el sujeto puede experimentar la reviviscencia de alguna
manifestación del acoso en forma de un recuerdo obsesivo o incluso como
si tuviera una presencia real.
En definitiva, toda forma de violencia recurrente o crónica del pú-
blico o de los empleados crea un clima de miedo o temor en el ambiente y
ocasiona un considerable descenso del índice de satisfacción por el trabajo,
lo que aminora la productividad, al tiempo que puede conducir a las vícti-
mas del acontecimiento de violencia al desequilibrio mental en forma de
crisis de ansiedad, agotamiento emocional, estado depresivo o estrés pos-
traumático.
Los costes de todo tipo ocasionados por la violencia laboral se tradu-
cen, por tanto, en una pérdida económica para la empresa o el grupo de tra-
bajo, y en un atentado contra la salud mental del trabajador. Su posible
impacto inmediato, además del efecto lesivo corporal, se distribuye entre el
absentismo, el cambio de destino, la irrupción de un accidente, el estado de
discapacidad transitorio o la reacción de temor u hostilidad. Entre los efec-
tos indirectos o retardados sobresalen la reducción de la satisfacción laboral
y del bienestar y la aparición de cuadros de desequilibrio personal o de en-
fermedad psíquica. Hay modernos estudios publicados que denotan la exis-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

tencia de un cierto paralelismo entre la caída de la satisfacción o de la moti-


vación por el trabajo y el nivel de violencia registrado en el local laboral o en
el espacio adyacente.

12.2. Las formas y categorías de violencia laboral, con


especial atención al mobbing profesional

Los diversos grados de violencia acontecida en el lugar de trabajo com-


parten el dato de haberse elevado en una proporción alarmante a lo largo de
las últimas décadas, desde la simple amenaza verbal hasta el homicidio o el
suicidio, encontrándose en el puente entre ambos polos el insulto, la injuria,
la intimidación, el ataque corporal, los golpes o cualquier figura de agresión
física, sin omitir la invasión del ambiente laboral por un nuevo perfil de vio-
lencia reiterada, denominado mobbing o acoso moral. En realidad, la escalada
de la violencia es un proceso social generalizado, en el que participa con mu-
chos enteros el espacio laboral. El ambiente de trabajo no se ha resistido a
la invasión protagonizada por la conducta de violencia que impregna la so-
ciedad contemporánea.
En el lugar de trabajo la violencia abunda en sus tres formas primarias:
actos de violencia directa, actos de violencia indirecta o actos de violencia
contra sí mismo.
Con arreglo al eslabón inicial o al motivo de comienzo, la violencia se
sistematiza en estas ocho categorías:

— La violencia defensiva, que aparece como respuesta a un ataque fí-


sico o a una amenaza en cuanto acto promovido por el miedo, el
temor o la ansiedad.
— La violencia reactiva, iniciada como reacción a una frustración casi
siempre constituida por la imposibilidad momentánea de conseguir
un deseo o acceder a una meta.
— La violencia expresiva, movilizada por un sentimiento maligno o
una emoción agresiva, tal como la cólera o la ira, el odio, el resen-
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La violencia en el lugar de trabajo

timiento, los celos, la venganza, la envidia, la indignación, la burla


o el desprecio.
— La violencia terrorista que, perpetrada a sangre fría, trata de reper-
cutir sobre personas distintas de la víctima diana para infundirles
miedo, temor o terror.
— La violencia lucrativa, asimismo implementada por lo general a san-
gre fría, buscando una ganancia material inmediata, como ocurre en
el atraco.
— La violencia antinormativa, a veces aparentemente sin sentido, di-
rigida por la intención de rebelarse contra las normas.
— La violencia psicopatológica, que obedece por lo general a un deli-
rio que distorsiona la realidad o un modo de reaccionar con vio-
lencia inusitada por un individuo afecto de enfermedad mental.
— La violencia tóxica, que es el efecto inmediato del consumo de una
droga, por lo general el alcohol.

Hay escuelas psicológicas que han tratado de universalizar los modos


de concebir la violencia. Sobre todo ha ocurrido esto con una famosa escuela
contemporánea que ha englobado la violencia como si fuera siempre el pro-
ducto de la respuesta a una frustración. La concepción pluralista de la vio-
lencia se muestra más acorde con los hechos. Entre las ocho formas de
violencia aquí referidas se producen frecuentes combinaciones o transfor-
maciones. De esta suerte podemos hablar de una categoría híbrida que en-
globa dos o más mecanismos distintos o de una categoría mixta cuando la
violencia es propulsada por la asociación de dos o más móviles. Por otra
parte, una conducta de violencia iniciada, por ejemplo como defensiva,
puede adoptar en la secuencia subsiguiente las características de una moda-
lidad distinta.
El mobbing (mob =acosar o atropellar), vocablo traducido por acoso
moral, representa una conducta violenta reiterada que no fue tipificada
hasta los últimos tiempos y que puede encajar en el tipo de violencia ex-
presiva — el acosador está movido por un sentimiento de hostilidad— o en
la modalidad de violencia utilitaria o lucrativa —cuando el acosador busca

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

ante todo que el acosado abandone el puesto de trabajo—. No debo silen-


ciar que algunos autores se inclinan por definirla como “una forma de te-
rrorismo psicológico”, sin advertir que la intimidación o atemorización de
terceras personas no suele estar presente aquí ni como motivo ni como
meta. En cambio, no parece inadecuado definir el efecto del acoso o del
hostigamiento ocupacional como una especie de “psicoterror laboral”.
Por acoso moral o psíquico se entiende hoy una situación en la que una
persona o varias se dedican a ejercer una violencia psicológica acentuada, de
forma sistemática y recurrente (una media de una vez por semana), durante
un tiempo prolongado (una media de seis meses) sobre otra persona en el
espacio familiar, escolar o laboral, con la finalidad de intimidarla, destruir su
reputación u obtener una ganancia como puede ser la de obligarle a aban-
donar su empleo, tal vez con objeto de colocar a un amigo o a un familiar
en su lugar.
El acoso moral no es un hecho nada raro en el medio laboral, aunque
no se ha introducido como un tema científico hasta hace veintidós años. Se
puede estimar que entre el 5 y el 6% de los trabajadores son victimizados por
el acoso moral en su puesto de trabajo. Aparte de esta prevalencia puntual,
el índice de la población trabajadora que ha sufrido alguna vez acoso moral,
o sea su prevalencia global, se eleva hasta alrededor del 15%.
Aunque las formas reagrupadas en el acoso moral o sexual no son
nuevas, lo cierto es que hasta hace 22 años —concretamente en el año 1986
en un trabajo de Leumann— no han sido registradas como una construcción
social específica dotada de una expresión clínica polimorfa y objeto de una
sanción jurídica.
Es curioso que los antecedentes del acoso psíquico o moral se en-
cuentren en relatos literarios infantiles. Sus muestras más evidentes son la
“Cenicienta”, de Perrault, cuento publicado en 1697, y “El patito feo”, de
Andersen, publicado en 1835. Algunas observaciones sobre las conductas
animales descritas por los etólogos Lorenz y Tinbergen, hacia 1960, apun-
tan en la misma dirección.
El acoso moral en el trabajo se atiene la mayoría de las veces al tipo ver-
tical (70%) partiendo del superior jerárquico de la víctima. La fracción res-

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La violencia en el lugar de trabajo

tante se reparte entre el tipo horizontal (20%), o sea de igual a igual, y el tipo
jerárquico invertido o mixto (alrededor del 10%). Su incidencia es mucho
más frecuente en los centros de trabajo público que en los privados.
Se ha llegado a distinguir 45 modalidades prácticas distintas de acoso
moral en el trabajo, de las que pueden servirnos de referencia las cinco pau-
tas siguientes:

— Impedir a la víctima expresarse.


— Aislar a la víctima de sus colegas o de sus relaciones sociales.
— Atacar la dignidad o la reputación de la víctima.
— Desacreditar a la víctima en su trabajo.
— Comprometer la salud de la víctima mediante exigencias despro-
porcionadas o recurriendo a instalarla en un local inadecuado, tal
vez carente de ventilación, sin aire acondicionado o desprovisto de
calefacción.

El vehículo conductual utilizado suele ser la expresión verbal o gestual


en forma de miradas, humillaciones, insinuaciones, insultos, gritos, amena-
zas o exigencias injustas, sin renunciar siempre del todo al empleo de la vio-
lencia física o sexual.
El diagnóstico de acoso laboral exige comprobar que el fenómeno de
interrelación acosador-acosado cumple los criterios diagnósticos propios re-
cogidos en este enunciado: “Un sufrimiento infligido en el lugar de trabajo
de manera persistente o sistemática, por una o varias personas a otra, por los
medios relativos a las relaciones personales, la organización o las condicio-
nes de trabajo, manifestando una intención consciente o inconsciente de
dañar o de destruir”.
Aparte del diagnóstico positivo mencionado, es preciso descartar la
presencia del síndrome de acoso moral falso, donde el supuesto acoso real
está suplantado por la falsa alegación de ser objeto de una campaña de des-
prestigio o persecución. Esta falsa queja puede ser emitida por un trabajador
sin escrúpulos, una personalidad de organización límite, una personalidad
neurótica hipersensible con un nivel bajo de autoestima o un enfermo men-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

tal afecto de un delirio de autorreferencia en un contexto depresivo, hiper-


tímico o psicótico.
Entre las denuncias por acoso moral hay al menos un 20% de casos
donde la existencia del auténtico acoso queda excluido. Este 20% de falso
hostigamiento moral está cubierto en su mayor parte por personas que con-
funden sus síntomas neuróticos o delirantes con una persecución del jefe, de
los compañeros o de los subordinados.
En el acoso moral resulta siempre imprescindible estudiar el vínculo
entre el hostigador y el hostigado y la personalidad de cada uno de ellos. La
finalidad que persigue el hostigador varía entre la intimidación, la desestabi-
lización o la destrucción psíquica y la exclusión del trabajo. La persecución
de la víctima puede hacerse de una manera prolongada o no. Pero la finali-
dad primordial casi siempre se mantiene en la sombra. El proceso se presenta
como un asedio persecutorio a una persona, con el objetivo inmediato de
desestabilizarla. El proceso de desestabilización personal puede ser la meta
perseguida o tan sólo el trámite para conseguir un beneficio propio.
La personalidad del hostigado suele jugar un papel capital, no tanto en
la atracción de la hostilidad de otros, aunque siempre conviene tener pre-
sente este dato, como en el grado de vulnerabilidad para facilitar la labor in-
timidante o por el contrario poseer la capacidad suficiente para oponer
resistencia a la maniobra hostil sistemática manejada por el autor del acoso.
En este sentido, un sujeto sensible, frágil, inseguro de sí mismo y con bajo
nivel de autoestima representa una “fruta madura” para el hostigador. El re-
sultado final siempre está muy influido por la fortaleza psicológica del hos-
tigado, aunque también por la posición de superioridad jerárquica ocupada
por el hostigador y asimismo muy influido por la personalidad de éste.
La motivación profunda y auténtica del fenómeno del acoso es muy
variada: la incompatibilidad personal entre el acosador y el acosado; la per-
sonalidad anómala del hostigador proclive a incubar sentimientos negativos
hacia sus colaboradores; la estrategia de excluir al trabajador de la plantilla,
inspirada o alentada algunas veces por la política de empresa.
El engarce entre el hostigador y el hostigado constituye un proceso
dinámico sujeto a muchas alternativas. Al principio el hostigado puede en-

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La violencia en el lugar de trabajo

contrarse totalmente desorientado, sin saber a qué atenerse: duda entre si


ciertamente se va contra él o todo es producto de la casualidad o del error.
El hostigado, una vez percatado de la situación, suele mostrar una con-
ducta oscilante entre la pasividad y la reacción defensiva. Si dispone de una
personalidad firme y bien organizada, hasta puede conseguir que el hostiga-
dor abandone su actitud persecutoria, sintiéndose defraudado o vencido.
Si el hostigado adopta una actitud pasiva, o una postura de recogi-
miento, o una conducta de retirada o evitación, será muy difícil librarle de
experimentar alteraciones psíquicas o psicosomáticas (sobre todo trastornos
digestivos o cardiocirculatorios, o un descenso de la actividad del sistema
neuroinmune). La gama de alteraciones psíquicas que entonces pueden
hacer irrupción se condensa en su mayor parte en estos cuatro cuadros clí-
nicos:

— La descompensación de la personalidad, en sentido neurótico, con


acentuación de la inseguridad de sí mismo y el hundimiento de la
autoestima.
— La depresión neurótica, es decir, la depresión facilitada por la neu-
rosis de carácter previa, alteración calificada como distimia en la
jerga psiquiátrica estadounidense.
— El síndrome de estrés o agotamiento emocional, con tendencia a
abocar a un estado depresivo anérgico.
— El síndrome psicotraumático, cuya sintomatología coincide por
completo con el estado de estrés postraumático. Este cuadro era
conocido ya de antiguo y se le denominaba neurosis traumática. En su
sintomatología predomina la ansiedad y el trastorno del sueño, con-
juntamente con la nota específica de sufrir crisis diurnas o noctur-
nas en las que se revive con profunda ansiedad el trauma psíquico
responsable. La reviviscencia traumática ansiosa puede llegar a ex-
perimentarla el sujeto como si en ese momento estuviese siendo
acometido por un acontecimiento agresivo real, o sea, una crisis
donde la realidad traumática rememorada se revive como si fuera
una realidad presente.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

12.3. La prevención de la violencia en el campo del


trabajo

La estrategia preventiva para la violencia laboral se atiene a la línea ge-


neral de la política sanitaria preventiva distribuida en estos tres niveles:

— La prevención primaria: la evitación de la violencia mediante la men-


talización organizativa de los factores determinantes de ella y las
medidas instrumentales protectoras correspondientes.
— La prevención secundaria: la detección precoz de los indicios de vio-
lencia en el individuo o en el ambiente y la reacción contundente
ante cualquier estallido o incidente violento.
— La prevención terciaria: el sistema de reinserción social aplicado a las
víctimas y a los perpetradores de la violencia.

Al lector no especializado sólo le interesan las medidas de la preven-


ción primaria y la secundaria, puesto que la tarea de la reinserción o rehabi-
litación social en la que se polariza la función terciaria, es cuestión reservada
para los especialistas clínicos y los criminólogos.
Toda estrategia de prevención de la violencia o de defensa contra la
misma, debe sujetarse a dos limitaciones muy importantes: primera, el pro-
ceso que se trata de evitar o sofocar es exclusivamente la violencia, o sea la
agresividad maligna, por lo que es preciso exigir un respeto absoluto para
la agresividad positiva, la agresividad distribuida entre la creatividad y la
competitividad; segunda limitación, en el plan de toda estrategia contra la
violencia hay que poner un especial cuidado en no incurrir en una iniciativa
o respuesta contaminada de brusquedad, fanatismo o incluso violencia, tal
vez disfrazada con la hipocresía del pacifismo a ultranza.
En toda empresa es necesario incluir en el dosier de la institución un
programa de prevención de la violencia. El plan preventivo primario, dedi-
cado a cercenar las raíces de la violencia constituye la actividad prioritaria
sólo cuando dentro de la empresa comienzan a proliferar los comporta-

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La violencia en el lugar de trabajo

mientos violentos, puesto que el foco preventivo habitual se localiza en la


lucha directa contra la violencia, lo que constituye una tarea propia de la pre-
vención secundaria.
El éxito del bloque de las medidas empresariales que tratan de evitar
al trabajador las frustraciones, el distrés ocupacional y en general la insatis-
facción en el trabajo, supone nada menos que la supresión de la plataforma
institucional de la violencia. Aunque su logro no sea accesible de un modo
total, esta meta debe figurar siempre en el dosier de la empresa, al menos
como una preocupación primordial que vela al tiempo por evitar la violen-
cia institucional, preservar el bienestar o la salud de los trabajadores y pres-
tar una amable atención a las personas que acuden del exterior.
La sectorización estructural de la empresa en grupos, equipos de tra-
bajo o departamentos puede servir de eje a la mentalización organizativa de
la empresa no contaminada en sí por la violencia, siempre que estas agru-
paciones sean abiertas, o sea, que estén presididas por la comunicación in-
terna y dispongan de una amplia circulación en forma de una renovación
periódica de sus miembros y de una relación cordial y comunicativa con
otros grupos o sectores.
La formación de grupos cerrados “al modo de capillitas” debe evi-
tarse a toda costa porque es casi raro que no acaben convirtiéndose en un
foco de violencia proyectada contra las personas ajenas al grupo, contra otros
grupos internos o externos o contra la misma institución.
El funcionamiento de la comunidad empresarial distribuido en cana-
les de comunicación interpersonal horizontal simétrica y asimétrica, pro-
porciona una trama contra la incubación o la germinación de la violencia
institucional. Hablo de comunicación horizontal simétrica y asimétrica por-
que el verdadero diálogo comunicante a base de alternar entre la recepción
o la escucha y la expresión o el habla, ha de ser horizontal. La comunicación
vertical pierde la esencia dialógica. Un jefe y un empleado han de hablar
entre sí como dos personas situadas al mismo nivel. Por ello se excluye de la
comunicación la circulación vertical. Lo que ocurre es que la comunicación
horizontal puede ser simétrica, entre dos personas del mismo grado jerár-
quico, y asimétrico, entre dos personas con distinta función o jerarquía.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

Por mucho que se insista en este punto nunca será suficiente: la co-
municación es un magnífico antídoto contra la violencia, tal vez su antídoto
más efectivo.
La prevención primaria de la violencia de tipo organizativo, a cargo
de la institución, se sistematiza en las pautas siguientes: la neutralización de
las noxas laborales generadoras de frustración o insatisfacción; la disminu-
ción o extinción de los factores ocupacionales distresantes; la segmenta-
ción estructural de la empresa en forma de equipos de trabajo abiertos; el
funcionamiento de la empresa enmarcado en el diálogo o la comunicación;
la estimulación para la participación en la tarea proyectada sobre todos los
trabajadores; la imposición de un tope al desarrollo de la competitividad
entre los trabajadores de la misma empresa; por último, un elemento de
primordial importancia, la atención al cliente con presteza, cordialidad y
competencia. Con el cumplimiento de esta serie de exigencias razonables,
toda institución de trabajo no sólo puede afianzarse en una posición inac-
cesible a la violencia, sino que puede aspirar a convertirse en una auténtica
comunidad asentada sobre una urdimbre de vínculos de compañerismo y
amistad.
La prevención primaria de carácter organizativo, que acabamos de revi-
sar, exige en los centros de trabajo demasiado expuestos a la violencia que llega
de fuera, la adopción de un abanico de medidas instrumentales razonables para
proteger la salud y la seguridad de los empleados. He aquí las tres medidas bá-
sicas en el orden de los dispositivos de seguridad para protegerse contra la vio-
lencia exterior y desactivar con su presencia a los violentos potenciales:

— El apostamiento de un servicio de custodia, con la dedicación de


una especial atención a las áreas clave del centro de trabajo.
— La instalación de un sistema de alarma.
— La creación de plantillas de vigilancia.

Los dispositivos de detección precoz de los potenciales psíquicos vio-


lentos o de sus indicios conductuales atienden a la vez a la observación de
las relaciones interpersonales de los empleados entre sí o con los clientes, y

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La violencia en el lugar de trabajo

la conducta individual de unos y otros. La forma de comportarse de los clien-


tes asiduos toma de por sí y por sus efectos miméticos una importancia pri-
mordial. El primer signo de alarma puede ser la actitud de temor o
desaprobación adoptada por un empleado o varios ante el modo de mani-
festarse un compañero o un cliente, o el registro de cualquier muestra indi-
vidual de intransigencia, fanfarronería o fuerza encarnada en un trabajador
o en un cliente.
En ambos casos pueden utilizarse como referencia para identificar o
no como peligroso al sujeto sospechoso, el perfil del individuo hiperagresivo
o los rasgos de la personalidad anómala, recogidos en el primer apartado de
este capítulo, o los efectos del consumo abusivo de una droga.
La evaluación de la peligrosidad del empleado o del cliente es un ín-
dice predictivo cada vez más objeto de atención en el propio centro de tra-
bajo. Esta valoración se vuelve archiimprescindible en empresas que
requieren un alto nivel de seguridad o que entrañan un papel de responsa-
bilidad pública. En ambos casos representa un grave error la aceptación de
un riesgo de violencia. Ante cualquier individuo detectado como violento o
con altas sospechas de serlo en un ambiente laboral de alto riesgo o tras-
cendencia pública, la decisión de alejarlo temporalmente del lugar de trabajo
ipso facto está de sobra justificada.
La evaluación predictiva de la violencia laboral se está erigiendo en
uno de los índices más atendidos a la hora de seleccionar a los trabajadores.
Un problema especial a este respecto es el de los drogadictos.
La postura de dar como no apto al drogadicto en activo cuando aspira
a un puesto de trabajo debe acompañarse de un informe confidencial, en el
que, respetando el anonimato, se precisa su diagnóstico para que el intere-
sado pueda optar por dirigirse al organismo sanitario idóneo para comenzar
el programa terapéutico de recuperación. El aspirante que es consumidor
de drogas aunque no adicto es tributario de una postura más flexible e indi-
vidualizada, sobre todo con relación a centros de trabajo que no sean de alto
riesgo o de resonancia pública. En algunos casos cabe aplicar a estos usua-
rios de drogas ilegales no adictos la calificación flexible de “apto condicio-
nal bajo supervisión médica”.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

La detección del consumo abusivo o adictivo de drogas en un traba-


jador ya incorporado como tal a la empresa, representa un dato que puede
cobrar un significado capital en los órdenes colectivos de la seguridad (con-
flictos, agresiones), la salud (proselitismo) o la productividad (absentismo, ac-
cidentes, etc.). Con vistas a dispensar una justa protección a estos tres ejes
laborales, sobre todo el de la seguridad, se ha impuesto el derecho institu-
cional a practicar exámenes analíticos de detección de drogas o de sus me-
tabolitos entre los trabajadores sospechosos de consumir alguna sustancia
adictiva o tóxica.
El adiestramiento del personal laboral para el reconocimiento de los
signos externos de violencia (excesiva aproximación física hacia otra per-
sona, tensión muscular extrema, expresiones de fanfarronería, etc.) mediante
sesiones de entrenamiento, se ha vuelto una faceta preventiva muy reco-
mendable o imprescindible. Todos los procedimientos válidos para identifi-
car la violencia potencial resultan de suma utilidad preventiva. A este
respecto, convendría establecer como obligación reglamentaria para los em-
pleados la de informar cuanto antes a la dirección sobre los incidentes de vio-
lencia acaecidos en su presencia o en su territorio laboral.
Cualquier manifestación de violencia no debe ser pasada por alto. La
intervención contundente y firme de la dirección laboral ante un estallido de
esta naturaleza, no sólo es preciso para sofocar el incidente sino para fo-
mentar a la larga el rechazo colectivo o individual de la violencia. La sensa-
ción de inseguridad, en cambio, favorece la comisión de nuevos ataques.
En caso de un acontecimiento criminal o de un suceso de violencia or-
ganizada o lucrativa, la conexión con la comisaría de policía o con los servi-
cios jurídicos ha de establecerse con presteza de un modo sistemático. La
reacción debe atender tanto a aportar la solución favorable del incidente,
como a la demostración pública de que la ley funciona debidamente para
proteger los derechos del trabajador o del visitante.
La detección de víctimas en potencia sirve de jalón inicial para des-
plegar una doble labor: por una parte, facilitar a estos individuos un aseso-
ramiento preventivo, con objeto de evitarles ser objeto de posibles abusos,
y por otra, prestarles apoyo social y emocional y protección física.

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La violencia en el lugar de trabajo

Las víctimas del acoso moral son personas tributarias de estas tres ac-
ciones defensivas: primera, el apoyo contra los acosadores; segunda, la eli-
minación del ejercicio de acoso, y tercera, el tratamiento a tenor de su estado
mental, sin omitir el fortalecimiento terapéutico de la autoestima personal.
La liberación de las garras del acosador constituye en sí un trámite laboral
que puede precisar el concurso de un servicio jurídico especializado.

12.4. La victimización socioprofesional en los centros


sanitarios y escolares

En los establecimientos sanitarios y en las aulas escolares se ha mul-


tiplicado en los últimos tiempos la violencia en una proporción que des-
borda en una medida abrumadora el incremento de violencia registrado en
la calle, en el hogar o en otros centros de trabajo. La ola de la violencia la-
boral y extralaboral que invade la sociedad occidental contemporánea vuelca
su cresta más empinada sobre los profesionales de la salud y los profesores,
precisamente durante su horario laboral, sin excluir otros recintos donde
transcurre su vida. La extremada sobrerrepresentación sanitaria y escolar en
el sector de las víctimas de violencia laboral, permite hablar de la victimiza-
ción socioprofesional de los sanitarios y los enseñantes. Unos y otros tienen
en común el desempeño de las dos actividades ocupacionales más nobles y
altruistas, cuyo ejercicio los convierte en víctimas preferentes de la violen-
cia de los demás. Son como el pimpampún para la descarga de violencia de
la moderna sociedad occidental.
El proceso de victimización profesional específica compartido por
los sanitarios y los profesores se debe menos a las correspondientes carac-
terísticas de su respectiva actividad profesional, que al asiduo contacto di-
recto con unos clientes en situación energética presta a la descarga violenta.
La actividad diaria de la enseñanza escolar y el cuidado de los enfermos se
desarrolla en relación presencial con los potenciales ofensores, en ausencia
de elementos disuasivos o protectores y en circunstancias de extremada vul-
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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

nerabilidad. El agresor se siente invitado al ataque por el estado de inde-


fensión de su próxima víctima y la tranquilizadora sensación de impunidad.
La casi totalidad de las agresiones verbales o físicas contra el personal
sanitario o pedagógico es perpetrada por los enfermos o los estudiantes o
por sus acompañantes o familiares. Su escenario habitual comprende el lugar
del trabajo y sus alrededores.
La defectuosa organización, los errores del personal, la demora en el
cumplimiento del horario, la falta de cohesión en el equipo de trabajo o la
presencia de conflictos interpersonales entre los sanitarios o los profesores
son factores que provocan tensión emocional en los beneficiarios y sus alle-
gados o los colocan en la línea de precipitarse a una conducta agresiva.
La selección del miembro del equipo clínico o docente por parte del
atacante para descargar sobre él su violencia verbal o física, puede obedecer
al azar, simplemente por el hecho de encontrarse en las inmediaciones del
agresor en ese momento, o a factores discriminantes centrados en el colo-
rido negativo de la relación interpersonal entre ambos o en ciertas caracte-
rísticas de la víctima. Es conocida la existencia de algunos profesores,
médicos o enfermeras que son más propensos que sus compañeros a ser
objeto de violencia.
Hay tres clases de personas sanitarias o docentes que suelen recibir
más ataques durante el desempeño de su trabajo que los demás: los in-
oportunos o imprudentes, los tímidos o vergonzosos y los arrogantes o vio-
lentos. Por el contrario, los capacitados para esgrimir una defensa
argumentada serena disponen al tiempo de un margen de autocontrol sufi-
ciente para aguantar o desactivar la descarga de malhumor o la protesta in-
opinada, por cuyo motivo son los menos atacados. Cuando el agresor está
en plena efervescencia dispuesto a estallar, la actitud idónea por parte de las
personas próximas, es la de esperar, sin tratar en general de intervenir. Los
consejos u otros intentos de apaciguamiento exarceban por lo general las
manifestaciones de violencia del sujeto malhumorado o protestatario que
está fuera de sí.
Si se tercia, puede seguirse la fórmula transmitida por mis amigos de
Andalucía válida para estos casos: “quitarse de momento de delante”, pero

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La violencia en el lugar de trabajo

sin abandonar el caso y recurriendo si fuera posible al concurso del sistema


de seguridad. Ciertamente, en todas las latitudes se recomienda ante una
amenaza física la retirada siempre que sea posible.
El factor de indefensión personal constituye un atractivo para la vio-
lencia del atacante, como lo demuestra que en las instituciones clínicas o es-
colares el 75% de las víctimas son mujeres y que proporcionalmente el riesgo
de las mujeres para ser atacadas alcanza un nivel mucho más elevado que en
el hombre. Por tanto, es obvio que la violencia de género en forma de ata-
ques contra la mujer también está presente en el ámbito laboral.
Además de los sucesos de violencia más frecuentes y los de mayor
trascendencia que son los protagonizados por los beneficiarios o sus allega-
dos en contra del personal clínico o docente, se registran ataques de igual a
igual, o sea, los enfermos entre sí o los escolares entre sí, tal vez con la par-
ticipación en la refriega de los respectivos familiares.
Alrededor del 25% de los ataques verbales o físicos protagonizados
por los enfermos o sus familiares en el espacio clínico, se dirigen contra otros
enfermos. En los centros escolares, la mayor parte de la violencia de alumno
contra alumno permanece cada vez menos oculta. No puede pasarse tam-
poco por alto la existencia de una violencia vertical, de arriba abajo, de sa-
nitario contra enfermo o de profesor contra alumno, hoy activada por un
estado de distrés, según veremos después.
El motivo inmediato del ataque al sanitario suele relacionarse con la de-
negación o la demora de un certificado preciso para la dispensación de un
beneficio económico, o con la dificultad para la expedición de la receta de
un determinado medicamento, o con el retraso en la intervención diagnós-
tica o terapéutica, o con el resultado del tratamiento o con el plazo de espera,
a menudo en el marco de una falta de comunicación entre los cuidadores
sanitarios y los enfermos y sus acompañantes. En los establecimientos psi-
quiátricos el motivo conflictivo más operante es el rechazo violento del tra-
tamiento por parte del enfermo. Los servicios de pediatría son muchas veces
el escenario de incidencias de violencia protagonizadas por un niño, un pre-
adolescente o un adolescente, y dentro de su espacio no son escasos los con-
flictos de violencia entre el personal asistencial y las madres de los niños.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

La constatación numérica de que el sector sanitario engloba trabajos


muy azotados por la violencia, viene dada por el asombroso dato de que
entre el 60% y el 80% de los trabajadores de este sector han sufrido ataques
físicos o serios incidentes de violencia. En el personal de ambulancia, el por-
centaje llega hasta el 85%, y en el equipo psiquiátrico, ¡al 95%!.
Dentro del equipo clínico, es el personal de enfermería, en su mayor
parte del género femenino, la categoría profesional más castigada por las
amenazas y la agresión física de los enfermos o de sus allegados. Se calcula
que el 75-80% de la violencia registrada en el ámbito clínico se proyecta con-
tra las enfermeras y las auxiliares. Son los enfermos los autores principales
de los actos agresivos, seguidos por los familiares. Y por si esta concentra-
ción de la violencia clínica en el círculo profesional de las enfermeras no
fuera demostrativa del alto riesgo de esta profesión sanitaria, se encuentra la
alta proporción de enfermeras que han sufrido expresiones violentas contra
ellas emitidas por los médicos. Finalmente, el 20% del conjunto del equipo
sanitario declara haber sido víctima ocasional de la agresión verbal protago-
nizada por la dirección del centro.
La victimización sanitaria es un hecho nada baladí por dos motivos:
primero, porque la violencia verbal suele ser reiterativa; segundo, porque la
violencia física está sumamente extendida hasta el punto que ha afectado al-
guna vez a más de la mitad de los trabajadores sanitarios. En una clínica ca-
nadiense dedicada a las urgencias psiquiátricas el 42% del personal declara
haber sufrido al menos una agresión física en el curso del último año.
Los centros clínicos en cuyo ámbito alcanza la violencia su nivel má-
ximo son los dedicados a la psiquiatría, a las urgencias generales o a los cui-
dados intensivos, o aquéllos servicios con un índice de sobremortalidad
como los especializados en cancerología. Un caso de exposición particular
a la violencia engloba a los que practican medicina general.
Según encuestas realizadas en el Reino Unido entre médicos genera-
listas, del 25 al 59% de ellos sufren al año alguna agresión verbal y del 1 al
11% alguna agresión física. A estos índices se agrega los ataques sexuales
contra los médicos femeninos. Los actos de violencia más graves suelen ocu-
rrir durante la consulta y durante las visitas de noche. Los autores suelen ser

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La violencia en el lugar de trabajo

hombres menores de 40 años, que actúan bajo la influencia de las drogas o


el alcohol (27%), la ansiedad (25%), el trastorno mental incontrolado (20%),
la longitud de la espera (10%), un duelo reciente (5%) u otra causa (13%).
El perfil de los agresores de médicos y sanitarios no es único ni espe-
cial y se concentra en las variables siguientes: la hiperagresividad o hiperim-
pulsividad, la delincuencia común, la personalidad psicopática o asocial, el
desequilibrio afectivo depresivo o hipertímico, el síndrome psicótico y sobre
todo el estado influido por el alcohol u otras drogas.
Vamos a analizar aquí los datos epidemiológicos evaluados en los ser-
vicios psiquiátricos ambulatorios u hospitalarios, que, por constituir el sec-
tor clínico donde la violencia alcanza un nivel más elevado, son los más
estudiados en la bibliografía internacional, a despecho de la contrastada pre-
paración del personal para hacer frente a los comportamientos violentos.
El trámite del ingreso del enfermo en el centro hospitalario o de la ad-
misión por vez primera en el centro ambulatorio, o sea su primer encuentro
con el equipo terapéutico, se destaca como el momento más expuesto a la
violencia. La mayor parte de los actos de violencia ocurren al inicio de la
asistencia, sorprendiendo a sus víctimas. Esta reacción violenta inusitada se
inicia a menudo como un rechazo al tratamiento o una oposición al ingreso
hospitalario.
La proporción de enfermos prestos al ataque contra los clínicos que
les atienden oscila en los servicios psiquiátricos de internamiento alrededor
del 10% y en los servicios abiertos no llega al 5%. Aunque no existe un per-
fil típico del enfermo agresor, sí pueden señalarse los rasgos paranoides en
forma de un delirio de autorreferencia de perjuicio o persecutorio como el
complejo sintomático que combina la distorsión de la realidad con el mayor
potencial agresivo. Por lo demás, hombres y mujeres de todas las edades y
de diversos diagnósticos están sujetos a la pérdida de control perdiéndose en
la senda de la violencia. Los individuos más inclinados a actos de violencia
son los afectados por un importante trastorno de la personalidad, así como
los hipertímicos, los esquizofrénicos paranoides, los alcohólicos o los dro-
gadictos en líneas generales. A esta serie de categorías diagnósticas pertene-
cen también los propensos a atacar a otros enfermos.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

El índice contable de la victimización del clínico profesional es impo-


sible de establecer en cifras válidas para el conjunto de los establecimientos
psiquiátricos. Con arreglo a los índices registrados en distintos centros, la
prevalencia global de violencia varía nada menos que entre el 2 y el 100%.
No son raros los centros psiquiátricos donde resulta difícil encontrar un
miembro del personal que no haya sido victimizado. Lo contrario resulta
bastante menos común. Esta extremada diversidad a tenor de las clínicas o
los hospitales denota que la victimización global de los profesionales de la
psiquiatría está ligada a factores del propio centro. Intervienen al respecto
tres variables de suma importancia: el estrato socioeconómico o la estirpe
cultural de su clientela, el tipo de enfermos que suelen ser asistidos en el
centro y el nivel de competencia del personal.
En tanto la influencia ejercida por las dos primeras variables se tra-
duce directamente en un descenso o un incremento en el nivel de violencia
personal o familiar aportada desde la calle, la mejor o peor preparación del
personal interviene como factor fundamental en todo lo que acontece en la
propia clínica y en sus aledaños. La prestación desde el primer encuentro de
una orientación asistencial adecuada al enfermo recién recibido, acompa-
ñada de la detección precoz del potencial de violencia en el enfermo o en sus
familiares, permitirá tomar las medidas cautelares adecuadas para evitar el
afloramiento de la violencia. De este modo, un equipo psiquiátrico bien con-
juntado y de alto nivel técnico será gratificado con una tasa de victimización
mucho más ligera que la registrada en otros centros con personal peor pre-
parado.
También influyen en la selección para ser victimizado los rasgos del ca-
rácter o los errores cometidos, aspecto al que ya me he referido líneas atrás
y cuya intervención se confirma aquí al existir un sector minoritario de psi-
quiatras víctimas de ataques reiterados. Puntualmente, se señala que más del
50% de los psiquiatras impactados por la violencia física había incurrido en
algún error, o se había inhibido en la toma de medidas de anticipación ante
una provocación, o había adoptado una reacción inadecuada a una amenaza
física. A este respecto está confirmado que los psiquiatras jóvenes son los
más atacados no sólo a causa de su menor experiencia para defenderse con

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La violencia en el lugar de trabajo

los medios adecuados, sino por ocupar la primera línea asistencial y sobre
todo por ser percibidos por el potencial agresor como más vulnerables.
Dentro del estamento profesional psiquiátrico, los más a menudo ata-
cados son las enfermeras y las auxiliares, a causa, sin duda, de su prolongado
contacto con los enfermos, sin omitir la ominosa influencia ejercida por el
hecho de pertenecer en su mayor parte al género femenino. El registro con-
table cuidadoso verificado en algunas clínicas psiquiátricas muestra este re-
parto de la violencia: el 60% contra las enfermeras; el 20%, contra las
auxiliares; el 10% contra los psiquiatras, y el 10% restante contra los demás
estamentos sanitarios (cuidadores, porteros, personal administrativo).
El daño físico proporcionado al personal clínico por los ataques de
los pacientes es de grado leve en más del 90% de los casos. El daño psíquico
o personal alcanza una resonancia individual o colectiva mucho mayor y se
extiende desde la siembra en el lugar del trabajo o en alguna persona aislada
del miedo, la ansiedad o el pánico, la irritación o la hostilidad, hasta conver-
tirse en una importante fuente de insatisfacción tensa para el trabajo, sin
omitir el riesgo de abocar al síndrome de estrés, a un cuadro postraumático
o a un episodio depresivo. No son escasas las enfermeras, los auxiliares, los
cuidadores o los porteros que han abandonado su ocupación sanitaria a causa
de padecimientos psíquicos ocasionados por los actos de violencia sufridos
en el espacio laboral.
Ante la delicada situación sanitaria actual de máxima exposición a la
irrupción de la violencia, se impone con toda urgencia la iniciativa de adop-
tar medidas de seguridad para proteger la integridad física y psíquica del per-
sonal asistencial. Estas medidas deben ser compatibles con las necesidades
terapéuticas de la clientela. El propio equipo sanitario dispone de una for-
mación suficiente para orientar de un modo conveniente la estrategia pre-
ventiva, sin excluir servir de guía a la repartición del personal de seguridad y
a la instalación de los dispositivos técnicos necesarios.
Pasemos ahora a ocuparnos de la violencia en las aulas. La moderna
alarma social despertada por la violencia ha invadido de un modo masivo los
centros escolares. El problema más grave despertado por la violencia en los
últimos tiempos en estos centros se desarrolla en una doble vertiente: la

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

violencia vertical ascendente, alumno contra profesor, y la violencia hori-


zontal, alumno contra alumno, sin que se haya producido el cese total del
abuso de siempre protagonizado por el profesor malhumorado o incom-
petente contra la dignidad del alumno.
El vertiginoso ascenso de la violencia de los estudiantes contra los pro-
fesores, o sea los alumnos contra los enseñantes, no sólo engloba las cate-
gorías del insulto, la calumnia, las malas contestaciones, el desafío u otras
expresiones de violencia verbal o gestual, sino el ataque físico. La agresión
corporal del alumno al profesor ha dejado de ser un hecho inusitado o sor-
prendente.
Además, se ha convertido en una forma de violencia común, algunas
veces aplaudida por los propios familiares, la actitud o conducta de hostili-
dad del alumno contra el docente de turno en forma de comportamientos
que tratan de herir, molestar o provocar al profesor como la falta de pun-
tualidad, el absentismo, el desinterés, la apatía o la franca desobediencia. Los
familiares actúan muchas veces como cómplices de esta conducta escolar de
provocación o desafío y el apoyo prestado por esta complicidad a la rebelión
del alumno, aboca algunas veces al enfrentamiento de la familia con el pro-
fesor. De esta suerte, los sucesos de violencia entre el personal docente y la
familia del alumno se han incrementado considerablemente.
La violencia de alumno contra alumno se atiene casi siempre a la forma
intragénero, o sea, muchacho contra muchacho, o chica contra chica. Así
como las disputas y las peleas entre ellos son muy frecuentes, la violencia in-
tragénero femenina permanece estacionaria en sus rasgos cuantitativos y cua-
litativos. De esta suerte, suele seguir conformándose como una actitud de
hostilidad sin llegar a una conducta de franca violencia. Finalmente, la vio-
lencia de muchachos contra chicas es poco frecuente, pero cuando ocurre al-
canza el grado de un comportamiento brutal, a veces tan brutal como la
violación de una chica por una manada de cinco o seis muchachos.
Siempre se ha dicho que los niños son crueles —aunque lo sean casi
siempre inconscientemente— para los defectos físicos o mentales de otros
niños, lo cual denota que el acoso moral escolar siempre ha existido. Últi-
mamente se estima que el 20% de los escolares, o sea uno de cada cinco,

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La violencia en el lugar de trabajo

sufre acoso por parte de sus compañeros a lo largo de todo el curso. Las
conductas de acoso sufrido por niños o niñas en las aulas toman distintas
expresiones, siempre en forma reiterada: insultos, motes, chillidos o gritos,
falsas acusaciones, gestos de burla o desprecio, prohibición de jugar o de
hablar. El niño acosado en el centro escolar es en realidad un alumno ex-
cluido, en trance de sufrir una distorsión de la personalidad o un estado de
ansiedad o depresión.
En la victimización de un niño o un adolescente por el acoso de sus
compañeros, la figura del profesor no siempre permanece ausente. No ra-
ramente el enseñante participa indirecta o directamente en el acoso. El se-
ñalamiento de la víctima es una tarea asumida por el profesor nervioso e
inestable en no raras ocasiones, mediante algún comentario hiriente o des-
calificador que sirve a los demás niños como incitación para iniciar el pro-
ceso de victimización de un compañero sometiéndolo a partir de ese
momento al hostigamiento moral asiduo. En otras ocasiones la elección del
niño víctima está condicionada por algún rasgo suyo, por ejemplo, la con-
dición de nuevo en la clase o cualquier notoria peculiaridad suya de carácter
físico, étnico o sociocultural o el carácter retraído o pusilánime o cualquier
especie de fragilidad personal.
El muchacho que opera como un cabecilla del grupo hostigante —el
acoso escolar suele tener una protagonización colectiva— se distingue por
mantener una personalidad erigida sobre un funcionamiento egocéntrico o
narcisista o un trastorno de la conducta. Todo niño o preadolescente cabe-
cilla de un hostigamiento encierra una especial propensión a convertirse el
día de mañana en un delincuente.
Uno de los informes más completos sobre las consecuencias posibles
del acoso escolar es el publicado por el equipo pedagógico francés formado
por Braudbas, Jeunier y Stilhart (2007). Entre las posible consecuencias sobre
la salud del acosado sobresalen por su frecuencia, según los autores men-
cionados, los dolores físicos, el trastorno digestivo, el malestar general, la
sensación de fatiga, el sentimiento de miedo o ansiedad, las crisis de deses-
peración y el trastorno del sueño (sobre todo pesadillas y despertares). Al
tiempo se imponen ellos la conducta de evitación al sentirse excluidos y ame-

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

nazados, y a la vez la actitud negativa con relación a los adultos y al centro


escolar, lo que se traduce en un índice alto de absentismo y un notable des-
censo del rendimiento académico. Las diferencias con respecto a la edad y
el género alcanzan un nivel muy significativo.
Por otra parte, la violencia de un directivo contra un profesor contra-
tado, en forma de acoso moral, es un proceso nada raro. Su extensión se ha
multiplicado por razón de la falta de satisfacción que se ha adueñado de la
profesión de enseñante, profesión mortificada tanto por la insuficiente re-
muneración económica como por el prestigio social de escasa solidez y la
conducta rebelde de los alumnos.
En la determinación de la violencia escolar contra los profesores,
que es la forma de violencia que más ha impactado en los últimos tiempos
con su masiva emergencia, interviene una multicausalidad. La edad más
propicia para enfrentarse con el profesor con comportamientos de vio-
lencia pasivos —como la actitud de hostilidad— o activos, en sus diversas
manifestaciones verbales o físicas, oscila entre los 13 y los 19 años. Se trata
de una edad que abarca las etapas inicial y media de la adolescencia, que
es la fase de la vida humana con mayor acumulación de signos de rebeldía
y violencia. El tránsito de niño a hombre, que es el proceso definidor de
la adolescencia, ha pasado de ser una crisis, resuelta en 2-3 años, como
ocurría antaño, a constituir la segunda fase de la vida humana, precisa-
mente la fase más conflictiva. Durante la adolescencia se combinan un só-
lido desarrollo biosexual con los signos de inmadurez afectivoemocional
y social y la identidad personal contradictoria, ambigua o indefinida. El
resultado de esta combinación antagónica registrada en la personalidad del
adolescente, se deriva con mucha frecuencia hacia el cauce de violencia
proyectada contra los adultos, sobre todo los padres y los profesores. Para
comprender al adolescente hay que tomar en consideración sus abundan-
tes fijaciones infantiles y su tendencia al rechazo del mundo de los adul-
tos recurriendo a mecanismos de represión, negación o proyección.
Aunque la adolescencia femenina siempre ha sido mucho más plácida
que la masculina, cada vez permanece menos cerrada a la invasión de la vio-
lencia.

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La violencia en el lugar de trabajo

La crisis de la familia actual interviene como uno de los más impor-


tantes factores que estimulan la violencia infantojuvenil, sea directamente
como un contexto de violencia, sea indirectamente por omitir el aprendizaje
del autocontrol. La mayor parte de los muchachos destacados como violen-
tos proceden de familias rotas o desestructuradas, o que funcionan sin la ar-
ticulación ofrecida por la comunicación intrafamiliar suficiente.
La incorporación de un muchacho a una pandilla suele traducirse en
un incremento de su potencial de violencia. El espíritu de las pandillas in-
fantojuveniles se alimenta de violencia grupal y violencia individual.
Otros importantes factores causales de la violencia juvenil se encuen-
tran en la influencia desplegada sobre ellos por la televisión, los videojuegos
o internet, así como por el clima tenso que preside la sociedad de los adul-
tos y la extensión alcanzada en todas las edades por el consumo de drogas.
El sistema preventivo específico más importante de la violencia esco-
lar se distingue por centrarse en la creación de centros de apoyo y en la de-
dicación de un tiempo suficiente por parte de los profesores a hablar con los
alumnos y con sus familiares.
Los profesores y los sanitarios disponen por su parte de una especial
oportunidad proporcionada por la relación de superioridad mantenida con
los escolares o los enfermos, respectivamente, para distorsionar su relación
con ellos en forma de autoritarismo o por medio de la dispensación de malos
tratos. La relación pedagógica o clínica impregnada de una tonalidad bronca
o francamente violenta encarnada en el jerarca de turno es un hecho que se
remonta a una tradición muy lejana.
Bastante tiempo atrás se llegaba a utilizar el maltrato clínico o escolar
en algunos momentos como si fuese un remedio terapéutico o educacional.
Se pensaba o se decía, de un lado, que así los enfermos “pondrían más de su
parte” y, de otro, que era “el modo de acostumbrar a los muchachos a la du-
reza de la vida que vendría detrás”. Ambos alegatos son racionalizaciones in-
sostenibles en todos sus puntos. El maltrato dispensado por el profesor o el
sanitario a las personas que están bajo sus cuidados, además de ser un hecho
injustificable en el plano moral, genera probables efectos muy nocivos para
el bienestar y la salud del maltratado.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

La mayor parte de estas lamentables incidencias de violencia autorita-


ria descargada sobre las personas objeto de cuidados directos provenían an-
taño de la incompetencia profesional o del desequilibrio emocional.
Hoy, a estas dos grandes entradas profesionales de la violencia rela-
cional o interpersonal se ha agregado la acción del distrés. El profesor o el
terapeuta embargado por el distrés, muchas veces causado por episodios re-
currentes que deben ser considerados como una situación de cronicidad más
que como una repetición de acontecimientos agudos, se deja acometer por
el cambio sorprendente de pasar de la idealización del enfermo o del esco-
lar a contemplarlo con una visión absolutamente negativa. Comienza el pro-
fesional de la salud o de la enseñanza distresado sintiendo debilitarse su
interés por las personas que están bajo su cuidado y al tiempo creerse objeto
de abuso por ellos. En la siguiente etapa sobreviene una actitud de impa-
ciencia e irritabilidad, coloreada de pulsiones agresivas.
Los dos estadios comentados del profesional de la salud o de la ense-
ñanza distresado corresponden sucesivamente a las dos formas clásicas del
maltrato proporcionado a los enfermos o a los escolares, maltrato casi siem-
pre verbal o pasivo. En la primera etapa el maltrato suele ser indirecto me-
diante olvidos, descuidos o retrasos, o una actitud de indiferencia,
distanciamiento o arrogancia. En el nivel posterior las cosas se agravan al
imponerse el maltrato directo o activo mediante comentarios hostiles, des-
calificaciones, expresiones molestas, insultos u otras formas de ataque ver-
bal o gestual.
Los lazos entre el estado de distrés y el maltrato sobrevenido como
consecuencia suya han emergido en los últimos tiempos con una fuerza po-
derosa y una evidencia que permite comprender y entender algunos com-
portamientos destemplados o insólitos, de los que no está libre ni siquiera un
profesional prestigioso y equilibrado. Muchos conflictos de comunicación
con los enfermos o con los alumnos, obedecen a este mismo origen.
Finalmente, hay que permanecer alerta en contra de una falsa acusa-
ción de malos tratos contra los profesionales de la salud o de la enseñanza.
Como contraste de este dato, prolifera la incidencia de malos tratos reales
no percibidos como tales por parte de sus víctimas.

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La violencia en el lugar de trabajo

El acto violento sintomático de distrés contra los alumnos o los en-


fermos revierte sobre su autor incrementando el sufrimiento emocional im-
plicado en el distrés o agravando el estado emocional depresivo con un
sentimiento de culpa o la adjudicación de autorreproches. Por lo tanto, con-
viene afirmar que la descarga de violencia no alivia de ninguna manera la
sobretensión propia del síndrome de estrés, sino todo lo contrario. Con-
viene disipar lo antes posible el mito de que el comportamiento violento
puede servir en alguna forma para remediar el estrés y facilitar la adaptación
ambiental.
En cambio, el profesional de la salud o la enseñanza protagonista de
los actos de violencia durante su actividad profesional a instancia de la in-
competencia o el desequilibrio emocional, puede servirse en algunos casos
de la descarga violenta como una especie de actividad enmascarante, como
una conducta compensatoria o como una catarsis emocional sádica.
No son raros los sujetos neuróticos inseguros que, como el psicoana-
lista disidente Alfred Adler puso de relieve, compensan su sensación abru-
madora de autoinsuficiencia mediante la humillación de los demás o el
ejercicio de un poder autoritario, caprichoso o sádico. Por su parte, los pro-
fesionales incompetentes no vacilan algunas veces en prodigar un compor-
tamiento hostil o dictatorial hacia los niños o adultos que dependen de sus
cuidados para enmascarar su incompetencia o tratar de liberarse de ella pro-
yectándola en una forma descalificatoria sobre los otros, especialmente las
personas que dependen de ellos.

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¿Por qué trabajamos? El trabajo entre el estrés y la felicidad

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Índice onomástico

Adalbéron de Laón, 27 Lazarus, R.S., 116


Adler, Alfred, 236, 299 Lope de Vega, Félix, 34, 35
Alonso-Fernández, F., 122, 137, 138, 140, Lorenz, Konrad, 278
174, 192 Luis de León, Fray, 77
Amiel, R., 67 Lutero, Martin, 31, 35
Andersen, 278 Maisonneuve, J., 97
Anderson, Marie, 14, 117 Maravall, J.A., 36
Baudelaire, Charles, 150 Marx, Karl, 7, 12, 97, 98,
Bernard, C., 125 Nixon, Richard, 173
Calvino, 31, 35 Ortega y Gasset, José 7, 24, 75
Capek, Kavel, 41 Orwell, George, 74, 75
Capote, Truman, 188 Osler, William, 166
Carnot, Sadi, 38 Ovidio, Publio, 9
Cátulo, Cayo Valerio, 66 Pascal, Blaise 68
Cervantes Saavedra, Miguel de, 205 Pélicier, Yves, 14
Chopin, Fréderic, 150 Pericles, 76
Covarrubias, Sebastián de, 26 Perrault, Charles, 278
Da Fonseca, Antonio, 183, 201, 246 Pfand, L., 34
Decours, 98 Pierson, P., 35, 36
Durero, Albert, 150 Platón, 3
Emerson, 220 Plutarco, 76
Eolo, 9 Ramón y Cajal, Santiago, 150
Felipe II, 35 Rhéaume, 42
Felipe IV, 29 Rodin, Auguste, 150
Fitzgerald, Scott, 188 Rojas, Carlos,11, 249
Freud, Sigmund, 8, 15, 49 Rosenman, R.H., 165
Freudenberger, Herbert, 213 Rousseau, Jean-Jacques, 66
Friedman, Milton, 165 San Agustín, 82
Fromm, Eric, 6, 21 Santo Tomás de Aquino, 2
Gehlen, Arnold, 38 Schneider, P., 222
Godard, Philippe, 99 Schopenhauer, A., 68
Goethe, Johann Wolfgang von, 66, 72 Selye, Hans, 114, 115, 116, 117
Goya y Lucientes, Francisco de,150 Simmel, G., 34
Guide, André, 255 Sísifo, 9, 214
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, 16 Streit, U., 41
Heidegger, Martin, 10, 82 Therriault, P-Y., 42
Hosokawa, M., 174 Tichey, 179
Hughes, 220 Tinbergen, N., 278
Huizinga, J., 68 Veil, C.E., 98
Huxley, Aldoux, 74, 75 Weber, Max 35
Kafka, Franz, 108 Wiener, Norber, 246
Kozakai, T., 176 Wisner, A., 98
Kretschmer, Ernst, 241 Zeus, 9
Lamy, L., 97 Ziehen, T., 241
Larra, Mariano José de, 150

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