102 CARA/ Y CARETA/
1872, héroe de Chile, del Perú y del Bra-
sil, ya había pasado los ochenta años cuan-
do cerró los ojos para siempre en la tierra
chilena que regara con su sangre de liber-
tador.
El general Las Heras (1780-1866), la
lanza legendaria del Pacífico, murió a los
86 años en Buenos Aires, contando los re-
cuerdos de su existencia fabulosa de gue-
rrero.
José de San Martín, el héroe de los hé-
roes, cuyos atroces sufrimientos físicos des-
criben los historiadores, cuando emprendía
y realizaba la epopeya, dejaba de existir a^
los 72 años. Fué el milagro del genio y la
voluntad.
El almirante Brown (1777-1857), cu-
bierto de terribles heridas, nublada su razón
por los padecimientos sufridos en su glo-
riosa existencia, ya había cumplido ochenta
años cuando sintió que llegaba la muerte.
Juan Martín de Pueyrredón (1777-1850),
el héroe de las invasiones inglesas, el pri-
mero de los gobernantes argentinos, uno de
los patriarcas de la Revolución de Mayo,
alcanzó a conocer a tres generaciones.
El general Gervasio E s p i n o s a (1796-
1865), uno de los últimos sobrevivientes del
ejército de los Andes, pi.saba los umbrales
de los ochenta años cuando dejó de existir
en Buenos Aires.
Manuel Escalada (1796-1871), el capi-
tán y hermano político de San Martín, a
quien acompañara desde San Lorenzo has-
ta la eterna partida de la patria, falleció a
los setenta y siete años, en la ciudad de sus
abuelos.
El general Necochea (1794-1868), lla-
mado el Murat argentino, héroe de cua-
renta combates, murió a los setenta y cua-
tro años.
El vicealmirante Bartolomé Cordero, que
hizo sus primeras armas bajo las banderas
de Brown en la toma de Montevideo (1814),
vivió hasta 1892. Era, a sus 93 años, la
reliquia viviente de la escuadra argentina,
como lo fué después el almirante Martín
Gueirico, fundador de la escuadra naval,
que falleció, hace poco más de un lustro, a
la misma edad.
El general José Matías Zapiola (1780-
1874), una de las primeras lanzas del ejér-
cito de los Andes, el héroe de las cargas de
Chacabuco, de Maipú y de otros veinte com-
bates, contaba 94 años cuando se apagó su
existencia gloriosa. Fué uno de los últimos
capitanes de San Martin, con Espejo, Es-
]iinosa y Frías.
El general Carlos María de Alvear (1789-
1853), una de las figuras más novelescas y
arrogantes de nuestra historia, el héroe de
Ituzaingó, era más que sexagenario cuando
dejó de existir en Estados Unidos, donde
representaba a su patria desde los primeros
tiempos de Rosas.
Juan Bautista Alberdi (1810-1884), el
pensador y civilizador grandioso, el forja-
dor de patria, contaba 74 años cuando la
muerte apagó la luz de su genio, en la ciu-
dad de París.
El general Ángel Pacheco (1795-1869), el
teniente de San Martín que debía ser con el
tiempo la primera espada de la Federación,
había pasado los 70 años cuando lo sor-
prendió la muerte.
José María Paz (1791-1854), que, según
relata en sus memorias, temblaba de fiebre
y escupía sangre durante las marchas épi-
cas de Tucumán y Salta, el vencedor de Fa-
cundo, el prisionero de Rosas, el héroe de
Caa-Guazú y Montevideo tenía 63 años al
morir. Vivió para ver realizado su sueño de
guerrero y de patriota: la caída de Rosas,
a quien combatiera con diversa fortuna.
Magdalena Giiemes de Tejada (1787-
1866), la famosa hermana del general Giie-
mes, de quien fuera heroica consejera y ani-
madora durante los terribles años de la
guerra del norte, al llegar a los 80 años, en
vísperas de su muerte, aun relataba la ago-
nía del célebre caudillo, ocurrida 45 año.''
antes.
Mariquita Sánchez (1786-1868), viuda de
Thompson y casada en segundas nupcias
con el caballero francés Mendeville, "la ma-
drina de la patria", en cuyo salón famoso,
que permaneció abierto desde las invasiones
inglesas hasta la guerra del Paraguay (cer-
ca de 60 a ñ o s . . . ) , se cantó por primera vez
el Himno Nacional, cerró para siempre su>
ojos en su quinta de San Isidro a los 82
años de edad.
Justa Cañé de Somellera, la viuda de Flo-
rencio Várela (nacida ~én 1815 y fallecida
en 1910), a los 95 años, era el último so-
breviviente femenino de las grandes y trá-
gicas épocas de la patria. Murió narrando
a sus descendientes sus recuerdos del tiem-
po de Rosas.
Elisa, la tierna novia de Rivera Indarte,
que tantos apasionadon romances y madri-
gales le escribiera durante los días de •»
emigración (1845-1850), falleció en 1925
en un pueblito de los alrededores de Bue-
nos Aires, casi centenaria.
Dolores Lavalle de Lavalle, la hija del
héroe desventurado, nacida en 1831, dejó d^
existir a los 93 años, recordando los día*