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CUENTOS Y FOTOGRAFÍAS

DE PELÍCULA

HUGO GRIS

Medellín - Colombia.
Alcaldía de Medellín
Federico Gutiérrez Zuluaga
Alcalde
Santiago Pérez Valencia
Secretario de Cultura Ciudadana
Ramiro Alexander Tuberquia Gómez
Coordinador Programa de Planeación Local y Presupuesto Partici-
pativo
Secretaría de Cultura Ciudadana
Jaqueline María Yepes Corral
Elvia Patricia Pabón Cartagena
Fernando Arcángel Aristizábal Posso
Juan Carlos Vargas Castaño
Equipo convocatoria Estímulos PL y PP Cultura 2019
Secretaría de Cultura Ciudadana
Sergio Alexander Hernández García
Supervisor
Secretaría de Cultura Ciudadana

Esta publicación se realiza con recursos públicos priorizados por las y


los ciudadanos de la comuna 8 - Villa Hermosa, en el marco del pro-
grama Planeación Local y Presupuesto Participativo de la Secretaría
de Cultura Ciudadana del municipio de Medellín 2019.

Distribución gratuita
CUENTOS Y FOTOGRAFÍAS
DE PELÍCULA

HUGO GRIS

Medellín - Colombia.
Hugo Gris Autor

Marco Noreña, Ricardo Gaviria,


Ilustraciones
Hugo gris

Mateo de Lorenzo Aguirre,


Mario López, Jaime Isaza, Kelly
Dittel, Lina Velásquez, Ricardo Modelos de fotografías e
López, Sebastian Arángo, Carlos ilustraciones
Londoño, Juli Rueda, Soledad
Alzate, Angélica Velásquez, Isabel
Orozco, Alejandro González

Mateo de Lorenzo Aguirre Retrato de biografía

Ana Vil Diseño Gráfico

Jennifer Hernández Diagramación

Viviana Díaz Corrección de estilo

Kharen Ramos Editora encargada

Giovanni Reina,
Fabiana Martínez,
Angélica Velásquez, Paula Vallejo, Comité editorial
Anlly Silva, Claudia Salazar

Editorial Manuel Arroyave Impresión

© Hugo Gris
© CNCCS

Distribuido y elaborado por Corporación Nacional de Cine Casa del Sol


cnccs@yahoo.com.com Medellín - Colombia
Primera edición 2019 ISBN XXXX
Todos los derechos reservados. Prohibida, sin la autorización escrita de los titu-
lares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier
medio o procedimiento.
CONTENIDO

35mm

9 La tristeza de los juguetes

59 Jacobo & Margarita

77 40 Botellas vacías

153 Triki triki la tristeza

Contenido transmedia
(escanéelo con su celular)

16mm
CAPÍTULO 1
La tristeza de los juguetes

Sinopsis
El nacimiento de un pequeño ser, su padre, su amigo, sus
juegos, sus sueños y pesadillas, son algunos reflejos de la
infancia que llevan a encontrar el sentido de esta obra.
La Tristeza de los juguetes reflexiona sobre situaciones co-
munes a miles de niños desplazados por la violencia social,
familiar y del estado. Sin embargo, esta reflexión no es
una apología a la violencia, muy por el contrario, alienta
la esperanza, la fuerza infinita que ha hecho del hombre el
amo de las adversidades.
Descripción
La creación de esta obra comienza en el año 1997. Por
aquella época, trabajaba como vendedor de guitarras
puerta a puerta en la ciudad de Medellín. Nuestro grupo,
de tres vendedores y un supervisor, se movilizaba en un
auto cargado de guitarras por todos los barrios de la
ciudad, mis compañeros eran conscientes de la impor-
tancia que para mí tenía cualquier evento visual que se
saliera de lo cotidiano, andaban a la caza de imágenes ex-
trañas para luego informarme, con el fin de que pudiera
registrarlas con la cámara que siempre cargaba en mi
bolso. Fue así como una mañana encontramos la cabeza
sucia de un muñeco que estaba emergiendo de un gran
charco de agua y aceite en mitad de la calle, en un sector
industrial. Procedí a fotografiarla, al hacerlo me di cuenta
de la expresión de maltrato que tenía su rostro, hice va-
rias tomas y, antes de seguir en la ruta de venta, recogí la
cabeza y la guardé en el auto, a pesar de la molestia del
supervisor.

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Hugo Gris

Habiendo agotado el recorrido de la zona y después del


almuerzo, nuestro grupo acordó trabajar el resto de la
jornada en un sector residencial; nos movilizamos hacia
el barrio Castilla, trabajamos allí en la tarde y sobre las
4:00 p.m. - hora en que finalizábamos la labor- uno de mis
compañeros me llamó emocionado. Fui hasta donde él es-
taba parado y pude ver un pequeño cuerpo sin cabeza en-
redado en un matorral, nos sorprendimos de la casualidad
de encontrar el cuerpo de dicha cabeza, y sobre todo de la
distancia aproximada de diez kilómetros que había entre
estos dos elementos. Procedí a guardar en la maleta del
auto aquel cuerpo, esta vez el supervisor no tuvo ningún
reparo, estaba tan sorprendido como nosotros.
En mi casa pasé varios días tratando de encontrar un hilo
conductor para esta serie de casualidades. Me sentía tre-
mendamente atraído hacia este muñeco, tejía hipótesis
sobre su historia, me preguntaba una y otra vez por qué
su estado era tan lamentable; ensayaba con él las distintas
poses de expresión corporal, y en una de esas me di cuenta
de que este juguete raído, maltratado, era la representa-
ción clara de una niñez igual de maltratada. Este hallazgo
me hizo sentir escalofrío e inevitablemente me vi car-
gando, durante casi tres años, el muñeco descuartizado en
una bolsa. Lo llevaba a distintos sitios de la ciudad y en
los escenarios en los que encontraba una similitud esté-
tica con el muñeco, elaboraba la escena y luego la foto-
grafiaba. La verdad, en un inicio no había una intención
clara, solo había una pulsación, un deseo de contar las po-
sibles vivencias de este ser que empezaba a tener una gran
importancia.

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Nacimiento
Padre
Hermanos
Hogar
Sueño
Pesadilla
Despertar
Intimidad
Juego
Amigo
Trabajo
Charla
Represión
Tristeza
Fragilidad
Lucha
Muerte
Tumba
Impotencia
Llanto
Infierno
Rebelión
Renacimiento
Jacobo
&
Margarita
CAPÍTULO 2
Jacobo & Margarita

L a lluvia cae incesante sobre el tejado, los senderos


bifurcados sobre las tejas se llenan de pequeños
riachuelos que se dejan ir en descenso hacia la canoa
principal, en donde todos se encuentran para formar
un único gran caudal que corre hacia el extremo iz-
quierdo de la canoa. Allí el agua desaparece a borbo-
tones por el hoyo oscuro del bajante, el cual atraviesa
el techo pegado a la columna izquierda de la sala en
donde Jacobo, sentado, escribe en su vieja máquina
Remington. Frente a él está la ventana que da a la
calle en el segundo piso de su vieja casa.
Afuera se oye el bullicio de las diez de la mañana en
esa zona céntrica tapizada de autobuses, vendedores
ambulantes, taxis amarillos y transeúntes afanados.
Las manos de Jacobo arrugadas y gruesas, pero no
muy grandes, se mueven seguras sobre el teclado de
la máquina, haciendo sonar intermitentemente su
campana al concluir alguna línea sobre el papel; sus
ojos algo desorbitados parecen fatigados por el llanto,
el insomnio y la soledad; su cabello es largo sobre la
espalda y medio calvo en la parte frontal, su barba
también larga y blanca lo asemeja a un mago de otro
tiempo. Tiene puesta una camisilla blanca y sobre ella
una camisa blanco hueso desabotonada, los puños do-
blados, unos pantalones de paño color café a medio
planchar. No lleva zapatos, sólo unas medias con
pantuflas a cuadros, hechas en tela de cobija.
La casa fue construida en los años 50, sobre un pres-
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Hugo Gris

tante sector residencial de la época, con acabados en


papel de colgadura, cenefas y escoberos de madera
caoba. Jacobo y Margarita la compraron en el año 68,
meses antes de casarse, con un dinero que don Matías,
padre de Jacobo, les regaló por motivo de su matri-
monio. Desde entonces habitaron felices en ella hasta
la muerte de Margarita, a causa de un accidente de
tránsito, en septiembre del año pasado.
Detrás de Jacobo se ven los viejos muebles de la sala,
un poco después se logra ver el comedor acompañado
de una alacena cargada de platos y porcelanas blancas
en poses de danza. En la pared del frente se encuentra,
colgado en distintos marcos, un mosaico de fotogra-
fías que da cuenta de los momentos felices vividos en
compañía de amigos y familiares a través del tiempo,
de las tendencias y la moda que hubo en cada época.
Luego se ve el corredor que comunica a las tres habi-
taciones que hay en la casa: la primera es la habitación
de los huéspedes; la segunda es la habitación de Juan
Sebastián o María Sofía, el hijo o la hija que una vez
esperaron por algunos días, por algunas semanas, por
algunos meses y por todos los años; pero nunca vino,
nunca nació.
La tercera es la habitación matrimonial, cálida, espa-
ciosa, con la mejor vista al cielo. A Jacobo, esta ha-
bitación se le parece tremendamente a ella, inclusive
guarda un poco de su aroma y su perfume; a un lado
de la cama está el tocador, sobre él, las cosas que más

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Jacobo & Margarita

le pertenecieron a Margarita. Y el espejo, ese mismo


que los vio amarse tantas veces hasta envejecer y como
a las flores, el tiempo les fue arrancando la vida, pero
nada pudo hacer con su amor.
Después de las habitaciones viene la cocina, equipada
a la usanza de los años setenta, con uno que otro uten-
silio moderno como la licuadora de mano o molinillo
eléctrico, como le decía Margarita, el mismo que hizo
que ya casi nunca utilizara su vieja Osterizer. El horno,
en el que se hornearon a través del tiempo los pollos
rellenos de verduras, salchichas y arroz en salsa de
soya; la torta de banano que enloquecía a Augusto el
mejor amigo de Jacobo; qué se puede decir de las cos-
tillas acarameladas en almíbar de fresas y cebolla que
fueron el deleite en las fiestas navideñas. Pero todo
esto hace parte del pasado y de esos colores, olores y
sabores en esta cocina, ya no se sabrá.
Ahora solo se ve una montaña de platos arrumados en
un estante, llenos de polvo, en las ollas viven pequeñas
arañas; Jacobo solo usa una olla para cocinar en la que
prepara cada dos días algo de sopa; en otra olleta pre-
para café, té, chocolate y, la mayoría de las veces, agua
de panela. De vajilla solo ha dejado un plato, una cu-
chara y un pocillo, es todo lo que requiere para vivir.
Las moscas rondan cerca de su cuerpo cansado, pasan
por encima de su cabeza calva, una de ellas zumba
cerca de la oreja, otra se golpea en el cristal de la ven-
tana, rebota, se devuelve hasta la cocina, alguna se
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Hugo Gris

posa en el plato, luego se remueve en la cuchara un-


tada de azúcar y café.
Jacobo ha terminado de escribir la última línea de la
carta, señala con el dedo anular la tecla punto y antes
de oprimirla prefiere releer:
Carta a quien pueda interesar, al mundo, a nadie, al
que quizá la encuentre, al que la arroje o la archive
sin leer.
Desde muy pequeño entendí que la vida era corta,
bella pero corta, así lo comprobé a los 12 años, en
los distintos experimentos que realicé con bastantes
mariposas, grillos y hormigas que atrapé en el patio
de la casa de mis padres, y que encerré en un gran
frasco de vidrio que había sacado del estudio de mi
padre; lo guardaba en las noches cubierto, debajo
del cajón de madera, que hacía las veces de silla en
el solar de la casa. En el día, veía a través de sus pa-
redes cómo la vida iba abandonando aquellos seres
que para mí eran míticos. Les temía, los amaba, sin
embargo, me sentía dueño y administrador de todos
los que encontraba a mi paso: las mariposas azules
perdían su color metálico, las hormigas perdían su
velocidad y los grillos se volvían mudos, estáticos,
no saltaban, ni emitían ningún sonido. Antes de
que se secaran y desquebrajaran los cuerpos, los
utilizaba en los dibujos que hacía en mi cuaderno
de matemáticas, con los grillos pintaba el verde
sobre el papel, las mariposas y las hormigas las pe-
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Jacobo & Margarita

gaba directamente sobre las hojas y, con las ramitas


verdes, reconstruía un poquito de la vida que se les
había acabado de perder.
Me sentía triste e insatisfecho al terminar cada di-
bujo, me sentía lejano de la belleza de la realidad;
sin embargo, no podía evitarlo y seguía capturando
y encerrando a cada pequeño ser que encontraba a
mi paso, me parecía normal que murieran los in-
sectos. Hoy a mis 67 años me siento atrapado, como
uno de ellos, en este frasco gigante de la soledad.
Mi vida ha sido tan buena como quise, tuve a mis
padres, rectos y amorosos, tuve a mi hermana mayor
que me amó tanto o más que ellos, hace ya tiempo
que desaparecieron todos. Ahora solo alcanzo a
recordarlos a través de sus fotografías, siempre en
las mismas poses, con sus sonrisas estáticas, tiesas,
congeladas.
Tomé la decisión de ser arquitecto y no médico
como mi padre, por dos razones básicas: la pri-
mera, las ranas; la segunda, las hormigas. Las ranas,
porque al abrir una en el colegio fui incapaz de so-
portar el olor de su sangre y terminé vomitando
sobre ella el jugo de guayaba que me había tomado
en el almuerzo y las hormigas, por la fascinación
que sentí al verlas construir sus túneles, una vez
que metí un hormiguero dentro de un frasco; creo
que por esta razón fui arquitecto. La mayor parte
de mi vida ejercí mi carrera con tranquilidad, con
69
Hugo Gris

la comodidad que producen los buenos oficios, el


deber cumplido y la buena reputación.
Antes de joven, siempre me gustaron los cambios,
ahora los detesto, porque con cada cambio todo
tiende a perderse, se pierde la vida, la juventud, se
pierde el amor, se pierde mi querida Margarita.
Jacobo llora en silencio, en ese momento, una gota
resbala por su mentón, se desprende y cae sobre la
palabra Margarita y, al contacto con el papel, la tinta
se dispersa sobre él.
La tecla de punto se imprime fuerte sobre la hoja, las
pupilas de Jacobo se dilatan, todo le da vueltas rápida-
mente. En su cabeza empiezan a ebullir las imágenes
de ambos, recuerdos de hace 5, de hace 15, de hace 20,
30 y 40 años, Jacobo tiembla, su rostro se enrojece,
su boca se desboca en un mar de baba y saliva im-
posible de contener, sus manos aprietan fortísimo los
brazos de la silla, esta se levanta por momentos del
piso, Jacobo convulsiona repetidas veces hasta que su
cuerpo agotado, arqueado sobre la silla, lentamente
vuelve a reacomodarse, sus ojos fijos en un punto le-
jano, distante.
Después de un rato, reacciona estupefacto y todo al
parecer anda bien, o mejor que eso, todo hace parte
de la absurda normalidad. La máquina, el papel, las
moscas y la palabra Margarita desteñida por el llanto,
secándose con la luz de la ventana sobre la hoja de

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Jacobo & Margarita

papel.
Jacobo levanta la mirada frente a la mosca detenida,
estática, suspendida, sus alas desplegadas no tienen
movimiento; Jacobo trata de espantarla sin hacerle
daño, y el aire provocado por su mano apenas si la
desplaza sin moverla. La mira detenidamente, se
acerca con cuidado, la toma con la punta de los dedos
y trata de moverla (recuerda su infancia y el tacto al
tocar las alas azules de la mariposa) la mosca inmóvil
en el espacio parece anclada al aire. Jacobo estupe-
facto mira alrededor y descubre todas las moscas del
cuarto suspendidas, percibe un silencio total en el
ambiente, espantado se asoma a la ventana y desde
allí puede ver un panorama desolador: todas las cosas,
la calle, los autos, los transeúntes, los pájaros, todos
detenidos, estáticos e inertes, pálidos y fríos, grises
como piedras. Jacobo parado frente a la ventana es
presa del pánico y como un niño asustado se mueve a
través de las moscas, corre hacia la calle, al salir tro-
pieza con el vendedor de lotería frente a su puerta y al
contacto con su cuerpo el hombre se deshace en una
nube de cenizas frente a su rostro. Aumenta el pánico
y el estupor de Jacobo, el llanto y el temor se con-
funden, corre en contravía de los autos, se cuida de
no tropezar con cada ser que encuentra a su paso, va
en dirección al cementerio. El reflejo de Jacobo huye
rápidamente a través de las ventanas de los autos in-
móviles, pasa frente a cada uno de ellos, pasa frente a

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Hugo Gris

las vidrieras de los almacenes y, al hacerlo, su imagen


se ve cambiante, cada vez más erguido, más joven,
cada vez más rápido, cada vez más… De repente, se
encuentra con su rostro que lo mira desde el espejo
que está a la venta en el aparador de la marquetería.
Sorprendido se detiene a mirarse, se toca la cara re-
juvenecida, seca sus lágrimas, se lleva las manos a la
cabeza, mueve el cuello, toma aire, no lo puede creer,
su mirada se llena de una leve esperanza que va au-
mentando conforme se acerca al cementerio. El azul
del cielo lo cubre mientras atraviesa el umbral. Entra
y todas las tumbas están vacías.
Jacobo busca por entre todas ellas afanosamente la
tumba de Margarita, finalmente la encuentra y se des-
ploma al descubrir que es la única ocupada. En ese
momento, se desata desde el fondo de él un alarido
retenido por mucho tiempo, llora como un animal
herido, furioso, desolado y en medio de la niebla del
llanto inconsolable, lo único que alcanza a ver son
los huecos vacíos de las tumbas, lo único que alcanza
a entender es que morir es quedarse detenido en el
tiempo.
De repente, se oye la risa de Margarita, Jacobo gira
rápidamente la cabeza y en medio de la luz del sol
que lo deslumbra, alcanza a entrever la calidez de la
sonrisa de su querida Margarita
“Te estaba esperando, mi amor”.

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CAPÍTULO 3
40
Botellas Vacías
PRIMERA PARTE
EL NIÑO MUY FLACO
40 Botellas vacías

CUCHARA INTERPLANETARIA

Se llamaba Maggi, mamá la servía todos los días al


almuerzo y yo tenía que comerla así no me gustara.
Me parecía una sopa triste, amarillita, desabrida, con
letritas que no decían nada naufragando en el plato;
entonces me daba por pensar que las letritas eran se-
res estelares provenientes de la constelación Platón,
y que había que rescatarlas rápido y llevarlas a una
caverna segura antes de que se enfriara la sustancia
líquida y amarilla que las mantenía vivas. Mandaba mi
cuchara interplanetaria comandada por el audaz capi-
tán mano derecha y él solito se encargaba de poner a
salvo a todos los seres amarillitos que encontraba a su
paso. Los llevaba hasta el hoyo cálido más conocido
como la Vía Boca, por donde todas las cosas entra-
ban siempre con una forma y nunca se sabía qué pa-
saba dentro, pero salían por otro hoyito convertidas
en otra cosa que antes no podía decir, pero ahora sí,
salen convertidas en mierda.
Una vez yo estaba comiendo con mi mamá, ella había
prácticamente acabado, cuando de repente se le vi-
nieron las lágrimas, y por su carita rodaron unas gotas
negras color pestañina. Se paró de la mesa y se fue
a encerrar en su cuarto, yo me asusté mucho porque
al principio pensé que estaba enferma, luego pensé
que quizá había visto cerca de la mesa una cucaracha
y, como ella les tenía mucho miedo a estos insectos,

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Hugo Gris

siempre que veía una le daban ganas de llorar. Revisé


por todas partes, inclusive por debajo de la mesa, y no
había rastro de bicho alguno; entonces quise revisar
en su plato para ver si tenía algo dentro y nada, ni
siquiera había sopa, solo había un poquito de caldito
amarillo en la cuchara con las últimas cuatro letras,
–S- -O– -L- -A-
Y no había ningún insecto.

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40 Botellas vacías

MAGGI
Se llamaba Maggi, como la sopa, tenía siete o quizá
ocho años; bailaba conmigo en clase de danza, ahora ya
casi no la recuerdo, no logro enfocar bien sus detalles,
solo estoy seguro de que su pelo era lacio, negro, y que
siempre terminaba fastidiándome en los ojos cuando
nos tocaba bailar cumbia y hacíamos ese paso en que
ella debía ir moviendo la cabeza de un lado al otro para
mirarme, para mirarla, para mirarnos, y yo llevaba las
manos a la espalda. Tenía que sonreír a cada encuentro
de nuestros ojos sin importar lo mucho que me fasti-
diaran sus pelos, digo, sus cabellos que olían a manzanas
en mi rostro, sí a manzanas y algunas veces a fresa. Qué
cosa extraña que desde mi infancia se relacionen los
olores, las frutas, con el cabello o el cuerpo de alguna
mujer.
Maggi siempre me resultó extraña, quizá por ser la pri-
mera niña que había estado tanto tiempo cerca de mí,
no sé por qué; pero me daba rabia cuando se rozaban
accidentalmente nuestros brazos en la línea divisoria
del pupitre, siempre terminaba con escalofrío, con los
vellos parados, y la piel de gallina y además, sin saber
por qué, mirándola de reojo; mientras ella como si nada
seguía escribiendo en su cartilla, sin mirarme ni siquiera
de reojo, y si acaso levantaba su barbilla, era para de-
letrear del tablero la lección, nunca vi que sus vellos o
su piel se tornaran como la mía. Estaba seguro, había
llegado a una conclusión, yo era alérgico a Maggi, pero
ella a mí no.
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Hugo Gris

LA MAMÁ DEL NIÑO MUY FLACO

Mamá siempre se levantaba tarde en las mañanas, su


rostro era el de un animal descompuesto. Se levan-
taba con unas ojerotas, quizá se debía a la pestañina
que se le regaba mientras dormía, o con la almohada
mientras lloraba o vomitaba en su bacinilla; y es que
mamá siempre estaba haciendo una de estas cosas, yo
me pregunto ahora cómo es posible que aun cuando
sonríe se vea tan niña, tan inocente. Mamá siempre
fue bella, vanidosa, egoísta, orgullosa. Mamá siempre
se portó como una mujer joven, yo no entendí mucho
de ella en mi infancia, para mí era la que debía querer,
pero la odiaba y le temía; era la que debía odiar, pero
la amaba y esperaba todas las noches en la falda en
donde la dejaba el colectivo, para ayudarla a bajar
por la calle empinada. No porque fuera vieja o torpe,
más bien porque era joven y llevaba tacones de seis y
media pulgadas con tapa de cuero negro y venía un
poco borracha.
Mamá nunca se fue y me dejó solo, mamá siempre
se quedó aprendiendo conmigo a ser solos y tristes;
nunca entendimos nada, nunca supimos de dónde
provenía la vida y hasta dónde iría con nosotros,
éramos dos pequeños animalitos enjaulados por el
paisaje. A mis siete años, recién se había separado de
su penúltima equivocación y nos quedamos a gusto
viviendo solos, y parecía contenta y volvió a su trabajo

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40 Botellas vacías

en la cantina y se compró mucha ropa y muchos cos-


méticos y muchos zapatos de tacones puntiagudos y
gigantes, con carteras que les hacían juego; a mí tam-
bién me compró ropa nueva y ese burrito de plástico
que tenía ruedas y cargaba una carretilla de colores
que yo llenaba de tierra y piedritas. Y ya no llevaba
más arepa con huevo, ni más chocolate frío al colegio,
me daba plata para gastar y ya no quise más cambiar
de lonchera con Maggi.

EL CABEZÓN

Además de ser cabezón tenía pecas y por eso le lla-


mábamos banano. Al principio se portaba bien con-
migo, hacíamos la tarea juntos y, en los descansos, ju-
gábamos fútbol o nos guardábamos el puesto en la fila
de la tienda del colegio; pero desde que se volvió el
novio de Maggi, todo había cambiado y se portaba di-
ferente, más agresivo, distante, más competitivo más
provocador. Una vez yo necesitaba que me prestara la
tarea, porque no la había hecho la noche anterior, mi
mamá había estado indispuesta todo el día y la noche
y yo me la había pasado corriendo a la tienda por un
alkaseltzer, por una ginger o un limón, en todo caso
no había hecho la tarea. Entonces apenas entré en el
salón me le acerqué, él estaba con Maggi y con otras
niñas y niños del grupo, entre ellos estaba Michael el

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Hugo Gris

Vampiro Burlón, y le dije: “Ey Cabezón, digo, Banano


¿me vas a prestar la tarea?” y él me miró furioso porque
ya no le gustaba que le dijeran banano, mucho menos
cabezón; y todos dijeron “¡Cómo le dijo! ¿banano?” y
otro grito “¡Cómo! ¿banano cabezón?” y entonces Ba-
nano me gritó levantándose: “¿Cómo me dijiste?” y yo
sonreí nerviosamente: “Banano” y provocado por los
otros fue capaz de tumbarme con una zancadilla que
no esperaba. Yo me levanté sacudiéndome los panta-
lones y le dije: “Pero Banano ¿qué te está pasando?”
entonces me dijo: “No me digas banano” - y volvió a
empujarme contra el tablero - “¡oíste!”.
Yo me di cuenta de que la cosa iba en serio y me fui
enojando “Listo, listo pelao, no es para tanto, fresco,
yo no le vuelvo a hablar” y hasta ahí llegaron las ta-
reas juntos, los partidos de fútbol en el descanso, la
guardada del puesto en la tienda del colegio, y otras
cosas más que no sabré nombrar, y antes de irse con el
grupo de niños me dio una última mirada fría, fría de
vencedor, y todos lo rodearon y se fueron abrazándolo
y diciéndole: “bien Banano, bien”.

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SEGUNDA PARTE
EL MARINERO
40 Botellas vacías

POPA-CADERA-POPA

Había una vez un hombre que usaba una gorra de lana gris
como de marinero, el hombre era muy flaco y tenía debajo
de su gorra la cabeza rapada. Al hombre muy flaco le gusta
el café, fumar Lucky y uno que otro tabaquito de mari-
huana y miel que, de vez en cuando, compra en las cuevas
de Barrio Triste que linda con el Edificio Inteligente. El
hombre de la gorra de lana gris piensa en las cosas que se
le fueron, mientras sigue trazando a mano alzada sobre el
pedazo de balso que ya casi tiene forma de – popa –cadera
- popa, y no sabe por qué ella, una mujercita que no debe
pasar de los veinticinco, se le sigue yendo cada vez que la
recuerda. Cree que a lo mejor el problema debe estar pre-
cisamente ahí, en la erección sin motivo que lentamente
se va encajando entre las piernas, mientras la ve dormida,
tirada en la cama boca abajo, con una pierna un poco más
arriba que la otra. Al hombre que usa una gorra de lana
gris como de marinero le gusta: “Me gusta olerla de los
pies a la cabeza, sentir a qué huele la unión de sus piernas;
a veces he creído que hueles a navío olvidado en el fondo
de una soledad desconocida; otras veces te he sentido un
olor distinto, como si de pronto presintiera la presencia,
el olor de otro marinero”.
Es curioso, pero el hombre muy flaco parece no darse
cuenta de que, mientras trabaja en sus barcos, cae en una
trampa de la mente, y es así como va trabajando. Entre
tanto sus manos disminuyen la velocidad de sus movi-
mientos, él siente que el tiempo lo abandona, siente que el
amor es algo que no se hace con el cuerpo.

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Hugo Gris

“Explicame dónde te encuentro cuando no estás, contame


a qué se parecen tus sueños, decime si necesitas de la pre-
sencia de algún humano para existir o por lo menos para
pensar que existes, ¿de verdad es alegría tu alegría? ¿De
verdad es tristeza tu tristeza? ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo
lo lograste? ¿Me puedes enseñar? Aún me sobran deseos
y piezas inconclusas que no me encajan en ninguna parte.
Pienso de qué color son las cosas que no fueron, qué forma
tienen y cómo serán”.

92
40 Botellas vacías

EL MAR INEXISTENTE

El hombre de la gorra de lana gris se ha convencido y


piensa:
“El mar no existe, el hecho de que algo exista fuera de mi
conocimiento no es prueba fehaciente de su existencia.
Para que haya existencia debe haber conciencia de la
misma, por ende, algún conocimiento así sea falsamente
infundado. Entonces el mar no existe; pero un momento,
tengo que dejarme de güevonadas, si no existe no hay
forma de nombrarlo, de imaginarlo azul, espumoso, ru-
giendo rabioso, de imaginar la cosquilla a la altura de la
entrepierna; mientras me hundo en esa tibieza y me toca
la cara, me humedece la ingle, las orejas, las mejillas, la
nuca. Y paso la lengua por los labios y me saben a sal, a
almeja, a tenaza de cangrejo, a pluma de alcatraz.
Es mentira,
¿a quién trato de engañar?
El mar existe y también existe ella,
pero el mar es más fácil de olvidar.”

93
Hugo Gris

LA NIETA

El hombre muy flaco se acuerda de un niño muy flaco que


vivió en el barrio Manrique, que piensa en un hombre
muy viejo que muere pescando, y que está en el recuerdo
de una niña que es su nieta, la que piensa y trata de jugar
con él dentro de ese mundo invisible que desaparece antes
de los 5 años. Y el hombre muy viejo le dice, mientras le
toma su pequeño brazo: “Pisingaña, ju-ga—re-mos—a—
la—a-ra-ña, con una mano, con la otra, con el pi-i-e…” La
niña sonríe, la madre que está a su lado piensa que es para
ella esa sonrisa que tanto le gusta. Se quita la prenda, que-
dando en topless para broncearse, mientras siente sobre
ella una mirada extraña, busca alrededor de la piscina;
pero nadie la observa en este momento. La sensación per-
siste hasta que por fin cae en la cuenta de que la mirada
que siente es la del lector, que está leyendo la historia de
un hombre muy flaco, que se acordó de un niño muy flaco
que vive en el barrio Manrique, fue así como pausada-
mente el lector llegó hasta la página 94 línea 18 en que
logra verle el pecho a la mujer de la piscina, que se siente
fastidiada por su observación. En este caso, el escritor le
propone al lector que de común acuerdo den paso a la
siguiente línea, olvidando lo que pasó, y que siga el resto
de la historia.
El hombre de la gorra de lana gris recuerda un niño muy
flaco que vivió en el barrio Manrique, mientras sigue colo-
cando todas las partes del barco que va encajando dentro
de la botella.

94
40 Botellas vacías

TIBURÓN

El hombre muy flaco ha terminado la proa que le faltaba


al barco, lo ha dejado a un lado de los otros barcos que se
encuentran anclados a las botellas. Los barcos son como el
alma visible de todas las botellas vacías que ha conocido
este marinero. Filadas sobre la mesa rústica, manchada de
pegante, licores, quemaduras de colillas, carcomida por
los cortes del bisturí, el escalpelo y las agujas que a diario
usa para su oficio. El ritual del cigarrillo le es necesario,
una vez que ha concluido alguno de sus barcos, se acuesta
en su catre que está al frente, le gusta quedarse mirando la
pared de un color azul extraño que hay detrás de la mesa,
mientras se lanza desde el humo del cigarrillo al mar de sus
recuerdos. Y piensa en la vez en que tú estabas con él, y él
se estaba ahogando en esa corriente azul y espumosa, tibia
y salada, además tenía miedo, muchísimo miedo, porque
el tiburón que había en el agua tenía más de seis metros y
muchísimos dientes; entonces tú dijiste: “Mejor nos acos-
tamos, vayamos ya a dormir” que si quería podía hacerte
el amor, que esa película de tiburón III ya estaba dema-
siado repetida y aburrida, que no pensara más por hoy en
zambullirse en el mar, en perseguir, en cazar con su arpón
tiburones de seis metros con muchísimos dientes; que
fueran a la cama, que se zambullera en ti, que arponeara
tu ballena rosa una y otra vez hasta hacerla sangrar, me
dijiste que te mirara como al mar, que mirara tu risa, que
era azul, que tus pezones eran salados como el mar, que tu
boca era tibia como el mar y, que si quería, que te temiera,
porque eras más peligrosa, aunque él no lo creyera, que un
tiburón de seis metros con muchísimos dientes.
95
Hugo Gris

CONEJO

El hombre de la cabeza rapada duerme con el sol sobre


los ojos, por un momento, siente el vaivén del barco y es-
cuchar el grito de despedida de un viejo marinero polaco,
a sus espaldas, lo pone un poco nervioso. Siente que algo
que definitivamente no sabe cómo nombrar, está cam-
biando demasiado rápido.
Esto le da la idea de que tal vez lo que siente es su miedo
de vivir y sueña, sueñ, sue, su, s… “¿otra vez con miedo ma-
rinerito de agua dulce, otra vez?” dice el marinero polaco
que ya casi está fuera del barco.
El hombre de la cabeza rapada entreabre los ojos, por
momentos tiene la idea de que esa sensación es placidez,
“Qué rico”, sueña, mientras se mueve sobre el barco que
navega apaciblemente en el mar Mediterráneo.
Y a eso del mediodía en el sueño, o mejor dicho a las 8:00
a.m. en su despertar, siente la sed que un momento antes
sintió en el barco; trata de alisarse la pereza un tanto abo-
chornado por su sueño, por abrir los ojos en aquel cuarto
en el que se ha dormido la noche anterior, en vez del barco
en el que se sueña hace un instante, hace un momento.
Se levanta hacia el baño, se sienta en la tasa, mientras
orina y defeca, piensa:
“El hombre que no sabe se lamenta de no saber, y el que
sabe, de su estúpida conciencia”.
Abre la ducha y, mientras enjabona todo su cuerpo, mur-
mura este poema que leyó en alguna revista en altamar y

96
40 Botellas vacías

que se le ha quedado en la memoria.


“Te acuso de todo lo bueno que está pasando, / te acuso
de las nubes blancas, del cielo azul, de la esperanza que
tengo en la cabeza, / de la necesidad maravillosa de te-
nerte, de la angustia que siento al buscarte. / Es como si
un lobo necesitara de una liebre escurridiza para ser feliz.
/ Corre conejito, yo sabré alcanzarte, / y antes de comerte
te daré muchos besos, / mejor dicho, tragarte será un acto
de amor”.
Sale de la ducha, toma uno de los dos pantalones de jean
que tiene colgados en un gancho metálico, sostenido a un
clavo de acero en la pared; coge su leñadora verde de la
silla e intenta vestirse. Pero hay algo en ese gesto decidido
de ponerse la ropa, que hace que de nuevo ella venga a
asomarse a su recuerdo. Quizá todo esté en sus ojos, en
el hecho de mirarlos, de descubrirse del otro lado del es-
pejo observándose como ella lo haría, “La Ella que fuera,
no la que es, la que fuera, no la que es”. El hombre de la
leñadora verde siente un poco de escalofrío, mientras va
abotonando los botones amarillos de su camisa.

97
Hugo Gris

EL OLVIDO

“El olvido está lleno de seres que he querido querer, tengo


mi propio purgatorio en donde las almas justas que en
algún momento fueron injustas, se pierden en el olvido;
allí ningún desvelo mío ayudará a su recuerdo ido.
En mi presente, no recuerdo con gusto aquello que no
poseo.
Cuando los seres y las cosas se van es porque es el mo-
mento de hacerlo.
Así pues, no lamento los puentes derrumbados, el árbol
cortado o la montaña en llamas, soy un maestro en la pér-
dida. Sólo me cuesta tener”.
Se remanga su camisa y se encuentra con unas gotas de
pegante seco sobre la manga derecha. Se pone la gorra de
lana gris, toma el bolso negro que está a un lado de la mesa
y lo llena de botellas cada una con su barco, sólo deja una
de las mejores para llevar en la mano.

“He de dejar tranquilamente que te vayas,


Quiero que seas parte del paisaje.
Quiero mirarte mientras te marchas,
mirarte a un metro, a cinco, a quince, a cien.
Basta, ahí dejo de mirarte.
Voy a voltearme pensando que esto es un tiempo,
un momento estático, una fotografía…
He de dejar tranquilamente que te vayas,
quiero pensar que, a cien metros, aún eres parte del pai-
saje.”

98
40 Botellas vacías

CAMUS

El hombre de la gorra de lana gris camina por la calle en


busca del transeúnte inesperado que vendrá en cinco mi-
nutos a comprarle un barco. Sabe que el único dilema es
adivinar, casi desprevenidamente, cuál de todos los que
pasan es; adivinar, por un gesto imperceptible, a cuál de
todos es al que le interesan sus historias de marinero en
tierra. En ese momento, ve a esa mujer de caderas grandes
envuelta en su falda larga azul bacinilla, va comiendo una
manzana grande, roja, pasa rápido, rapidísimo, cruza la
calle y él quiere mirarla más de tiempo y más de cerca.
Entonces la sigue para verla contorsionar esos músculos
de la cadera. Piensa en cómo acercarse, en qué decirle, le
gustaría llegar contándole que en un futuro muy próximo
las mujeres de faldas azul bacinilla podrán hablar con
hombres desconocidos, sobre el sabor de las manzanas y
el tamaño de sus senos; pero que dejando a un lado el fu-
turo podrían empezar este presente hablando de cosas sin
importancia, qué tal los barcos o la poesía. Y fue precisa-
mente de poemas y cuentos que empezó a hablarle y, en el
semáforo que hay antes de llegar al otro parque, la detuvo
un momento y le recitó un poema corto que llevaba mar.
Ella sonrió y le dijo que era bello, que a ella también le
gustaba la poesía, que a ella también le gustaba el mar.
Acto seguido, le dijo que era casada; él le preguntó qué
grado de infidelidad había en que le leyera un descono-
cido, en caminar algunas cuadras con él. Ella sonrió y le
dijo que ninguno; entonces él aprovechó y sacó ese cuento
de Camus que tiene en la memoria, ese que habla de una

101
Hugo Gris

mujer que casi llega a serle infiel a su marido una noche


en que escapa sola de la habitación del hotel y llega hasta
la playa, llena de excitación y temor porque la viole un
desconocido, y finalmente, se siente sofocada en su temor
y sola se desnuda y camina hacia el agua hasta que el mar
la sacia, la penetra. Luego vuelve al cuarto y su marido
finge dormir, ella se siente de alguna forma apenada, y él
la presiente de alguna manera infiel.
Y la mujer de la manzana supo reírse y al hombre de la
gorra de lana gris le gustó que lo hiciera; le dijo entonces
que le gustaría que ella y él viviesen una infidelidad de
palabras, de versos, de caminar alguna calle juntos; ella
aceptó e intercambiaron teléfonos “seguramente nos ve-
remos” pensó. Quiero escribirle algo, me gustaría empezar
diciéndole que, en un futuro muy próximo, las mujeres
que usan falda azul bacinilla podrán hablar con hombres
aún desconocidos, del tamaño de las manzanas y del sabor
de sus senos; pero no creo que para ella sea conveniente,
mejor algo sencillo, ya sé, que lleve mar; voy a empezar di-
ciéndole que el mar es esa agüita azul espumosa, que tiene
arena en su recuerdo.

102
40 Botellas vacías

FÉNIX

El hombre muy flaco se distrae con otra mujer muy joven


de jeans ajustados que lleva de la mano a un niño de cuatro
años, al parecer su hijo; y aparte del cuidado necesario al
cruzar la calle, todas sus demás atenciones son para él, el
pequeño de cabellos negros, sonrisa embriagadora y una
inocencia casi detestable.
“Las mujeres no pueden evitarlo, miran a los niños con
esperanza, con la misma esperanza que perdieron de los
hombres. Por eso y por otros motivos un poco más di-
vertidos, prefiero, sin importar el referente de la cédula,
seguir siendo un niño. Tengo una forma de volar un tanto
rudimentaria, me lanzo desde cualquier parte a cualquier
cosa sin pensarlo mucho, a veces sin ni siquiera pensar en
el cuerpo. Si algunos piensan que volar es evitar estrellarse
y caer, yo pienso todo lo contrario, pienso que volar es
buscar caer, intentar estrellarse, lograr fraccionarse en
miles de pedacitos, casi como el Ave Fénix que renace de
las cenizas. La diferencia es que yo no pretendo renacer,
yo quiero ser la ceniza, la ceniza liviana, tibia que se es-
parce con el viento”.

103
Hugo Gris

SABINA

El hombre muy flaco camina por el barrio Belén ven-


diendo sus barcos. Decide ir a saludar a Sabina, la señora
de setenta años que conoció la vez en que recorrió este
mismo sector.
De ella recuerda poco, lo que no olvida es que en principio
lo cautivó; todas esas pequeñas casas, hechas de cartón
paja, cartulina con paredes pintadas en vinilo blanco y te-
chos de cartón industrial.
Los muebles eran pequeños, en madera de balso, colo-
cados en los corredores de cada casa y, al lado de ellos,
materas miniaturas repletas de musgo. En otras casitas,
había jardines hechos en paja seca, con cercas de alambre
dulce y, esparcidos en el paisaje, había varios rebaños de
ovejas custodiadas por perritos de plástico.
Los caminos eran alumbrados por postes hechos con pin-
chos de madera y bombillos coloridos de una vieja insta-
lación navideña.
Era un pueblo a la orilla de un espejo roto. Y todo esto
ocurría en pleno mes de julio. Ella, Sabina, lo había hecho
sola con sus manos, como si intentara invocar otro tiempo,
otra navidad, ahí en la sala de su casa.
El Marinero recuerda la forma en cómo ella habló de su
labor, el orgullo y la fuerza con que dijo:
- Es que a mí me gusta hacer pueblos, para eso tengo las
manos que dios me dio.

104
40 Botellas vacías

También recuerda que en ese momento sintió que debía


decirle:
“Si yo pudiera sumar nuestros años los repartiría equitati-
vamente y te pediría que me permitieras hacer un muelle
a la orilla de tu pueblo blanco; no, no construiría un sólo
barco más, tan sólo haría un pequeño bote en el que saldría
cada mañana a pescar los camarones, los peces y las ostras
que luego comeríamos juntos a la hora del almuerzo”.
El hombre muy flaco se asoma a la ventana de Sabina, se
asusta al ver la sala vacía, la llama unas cuantas veces:
- Señora Sabina, doña Sabina… Sabina.
Nadie responde. El hombre de la gorra de lana gris, con
desgano, se aparta de la ventana, hace conjeturas, trata de
adivinar qué es lo que sucede y luego del segundo paso pa-
rece haber escuchado la voz, un tanto apagada, de Sabina,
y él se confunde, pensándola un recuerdo.
“Amo este mundo tal como es, perpetuo e indomable,
amo mi voz, las fábulas que salen de mi boca, ese viento
que puede ser tu nombre, que puede ser tu pelo, tu boca,
tu falda, tu adiós.
Amo quererte cerca cuando no estás, y que no estés, a
quién le importa que no estés si al fin y al cabo es ahí
donde te necesito, lejos, lejos, para llamarte”.

107
Hugo Gris

PALOMAS DE PAPEL

“Tú haces parte de las cosas virtuales, sin indicio de verifi-


cación, que definen el ánimo de lo intangible.
Virtuales son entre otras cosas:
El pez a través de la pecera,
las mujeres desnudas que aparecen en televisión,
la nube blanca en el cielo azul,
una sensación corporal, la alegría, la tristeza.
El amor, el apego, la compañía, la comunicación, la iden-
tidad social, el yo, el carácter.
Somos según quien nos presencie.
Somos hijos, hermanos, nietos, padres, amigos, enemigos,
patronos, empleados. Algunas veces cuando nadie nos ve,
somos nadie.
Virtual es el conocimiento que depende de lo desconocido.
Virtual es la falta que me haces, las ganas que me dan de
llorar, virtual es la fe que recojo de tu cielo virtual”.

- A ver ¿qué pasa? ¿quién es? -responde Sabina.


Mientras el hombre muy flaco la ve acercarse envuelta en
la oscuridad del corredor. Viene lenta, cansada, sola entre
la penumbra y el recuerdo; va tanteando la pared del co-
rredor que la lleva hasta la sala y la ventana.
El hombre muy flaco estático, no dice nada, no responde,
quiere estar seguro de que sea ella, para Sabina él es una

108
40 Botellas vacías

sombra que trata de reconocer.


Sabina pronuncia:
- ¿Quién es? ¿Qué necesita ¿Qué se le ofrece?
Vuelve a preguntar, mientras se acerca a la ventana, el
hombre en silencio sonríe y le dice:
- ¿Se acuerda de mí doña Sabina? ¿Se acuerda de mí? Soy
el de los barcos en las botellas.
Ella lo mira a través de sus lentes, y por entre la catarata
blanca que tiene en cada ojo aumenta el irreconocimiento
del extraño que tiene frente a ella. Solo por un reflejo
formal que toda dama conserva para con los hombres
“cuando una piensa que este puede ser un verdadero caba-
llero” y, muy a su pesar, por el dolor de la artritis y otros
bemoles propios de la edad, Sabina responde:
- ¡Ah! ¡ah! ¿cómo me le va?
El hombre muy flaco sonríe entusiasta:
- Bien doña Sabina ¿cómo está?
- Yo… ahí me ve, vieja, sin fuerza ya para nada.
- No diga eso Sabina que usted todavía se ve viva, con
fuerza.
- Viva sí, pero de pura terquedad; porque Dios bendito así
lo quiere, él es el que me da la fuerza para seguirme levan-
tando cada mañana, porque si por mi fuera, jejej bendito,
no sería capaz de hacerlo sola.
Y el marinero pregunta:
- Sabina y cómo va el negocio de los pueblos, mire, ya

109
Hugo Gris

vendió todo, no le queda ni una sola casa, eso está muy


bien.
A lo que sabina le responde:
- Ay mi hijito, si supiera lo que pasa, vendí las últimas
casitas hace tiempo, mire mis manos, la artritis ya no me
da tregua ni para coger las tijeras, no soporto ese dolor
que me provoca trabajar con ellas; lo único que alcanzo a
hacer son palomitas de papel bond, que me compran los
vecinos a doscientos pesos para ayudarme; pero vaya que
se me ocurra cortar cartón o cartulina, esa noche yo no
duermo, no me da tregua este dolor en las manos. De esas
casitas de cartón era que yo vivía, la gente me daba hasta
dos mil pesos por cada una de ellas, pero en cambio estas
palomitas…
Se metió las manos en el delantal, sacó en cada mano una
palomita de papel de ojitos arrugados
-… estas palomitas de papel no le gustan tanto a la gente,
las compran solo por lastima de una vieja como yo.

El hombre muy flaco no sabe qué decir, sólo alcanza a ofre-


cerle el billete de dos mil pesos que tiene y quiere darle.
Toma una de las palomas de papel y, mientras Sabina se la
pasa por la ventana, este la toma de la mano y le dice:
- Las palomas de una mujer hermosa valen más de dos mil
pesos –y con cara de falso enojo - ¡que esta sea la última
vez que regalas tu trabajo!
Sabina sonríe, mientras lo reconoce:

110
40 Botellas vacías

-Sí, usted es el de los barcos ¿cómo le ha ido? ¿Cierto que


mis palomitas no están tan feítas?
El hombre de la gorra gris sonríe y, como sabe que a ella
aún le gustan los piropos, le dice:
- ¡Ay Sabina! Si estas palomas blancas son de papel, es
porque el cielo azul son sus manos.

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Hugo Gris

SINCERAMENTE SOLO

El hombre muy flaco ha caminado todo el día, no ha conse-


guido vender un solo barco, sabe que el mundo mercantil
es tan variable como el clima en altamar y él es un hombre
acostumbrado a beber de su sed en los climas secos.
“Lanzo las piedras al acantilado desde el borde del abismo,
soy yo el que despierta aturdido de todas sus torpezas; me
propongo olvidar el que he sido, siento la necesidad de
dejar todo aquello que fui en paz. Tomo el estiércol pro-
ducido por las vivencias pasadas, me unto la mano y, sobre
mi rostro, dibujo una sonrisa”.
El hombre de la gorra de lana gris no quiere caminar más,
ha concluido por hoy su jornada de trabajo. Se acerca a un
bus de la ruta 301 circular que pasa frente a la universidad,
y lo deja a tres cuadras de su casa.
Pregunta al conductor:
- ¿Vecino me va a colaborar llevándome por la puerta de
atrás?
El conductor responde:
-No se puede papá
Mete el cambio y el bus arranca; el hombre muy flaco se
queda sin pronunciar un “muchas gracias” en los labios,
se siente extrañamente agredido con el ruido potente del
motor, por la fuerza imperiosa de la máquina; esculca
entre los bolsillos de su pantalón y tiene las monedas justas
para comprar, en el mercado que hay camino a casa, un

112
40 Botellas vacías

falso pan francés, el cual le gusta comer con mantequilla


de ajo, un poco de pesto y mucho vino dulce. Sabe que si
compra el pan tendrá que caminar, lo hace contento. Se le
ocurre ir de paso a la universidad, a ofrecer en las distintas
facultades los barcos que no han de comprar y piensa “tal
vez corra con la suerte de encontrar en humanidades a
alguno de mis amigos o por lo menos a un conocido que
me pueda proveer un poco de marihuana”.
Y estando en la universidad, encontró a una mujer cerca
de la cancha de fútbol, que todos llaman con justa razón
“Aeropuerto” por ser la zona en la que se pueden presen-
ciar los mejores despegues de la ciudad. Estaba fumando
esa hierbita que tanto le gusta; él se acercó a ofrecerle uno
de sus barcos y ella, dentro de su intuición infinita, le dijo
que no podía comprárselo, pero que si quería podía que-
darse a fumar; él sonrió y se sentó a su lado y, en medio
de la traba, ella le preguntaba si todavía quedaba sobre la
faz de la tierra un solo hombre que fuera capaz de amar
a una mujer. Él no supo qué decir. “Nunca soy demasiado
bueno con los conceptos generales, lo que sí pude hacer
fue pensar en qué mujer había amado yo, y descubrí que
de Claudia amé el primer beso, que de Gladys la forma en
que me abrazaba su sexo, que de Ana amé sus pezones ro-
sados, el cabello de Adelaida, la piel de Ángela, la risa y la
mirada de Fanny, la complicidad de Carolina, las historias
de Matilde, los gemiditos de Dana y Cala, los labios vagi-
nales de Eliana, la risa de Lucia por teléfono, la tristeza
de Beatriz cuando se le murió la tortuga, la negativa de
salir que me dio Yolima porque prefería irse el jueves para
el convento, también he amado la cadera de Adriana, sus

113
Hugo Gris

vellos dorados, como también la forma en que Paola me


acaricia o la forma en que Nubia no me mira. Claro que
he amado y amado a la mujer que no necesita un nombre y
un número que la referencie; pero lo que más he amado de
todas ELLAS, es que han sabido mirarme y entender como
lo que finalmente soy, un hombre sinceramente solo, y en
la compresión más pura han decidido marcharse.”
Entonces el hombre de la gorra de lana gris aspiró profun-
damente tratando de dejar escapar muy despacio esa úl-
tima bocanada, miró a la mujer fijamente a los ojos y dijo:
la verdad es que, aunque he vivido mucho, no tengo nada
claro con respecto al amor, sólo estoy dispuesto, dispuesto
a aprender. Ella sonrió y al levantarse se le acercó tanto
y tan despacio que él pudo sentir la diferencia entre su
aroma y su perfume, luego se marchó diciendo que podía
quedarse con la patica de marihuana; entonces él le dijo:
- ¿Y vos podés decirme si hay por lo menos una sola mujer
que pueda amar a un hombre?
Ella siguió caminando, quizá no alcanzó a escucharlo.

114
40 Botellas vacías

PAMELA

El hombre de la gorra de lana gris ha logrado verla, mien-


tras está parado en la fuente haciendo barcos de papel. Al
hombre muy flaco le gusta.
-Me gusta verlos navegar al antojo del viento, verlos como
tiemblan.
Mientras él también tiembla viendo como ella mueve los
hombros, la espalda y cadera en un solo antojo, entonces
el hombre que usa una gorra de marinero piensa:
- ¿Será posible que no se hunda, será posible que no me
hunda, será posible hundirme en esa oscuridad de ca-
bellos, en ese mar de aromas que envuelve su cintura y
amenaza con inundar la cadera, las piernas y otros lugares
menos conocidos de ese pueblo de cosas llamado Pamela?
…Pamela, como la chica aquella de guardianes de la bahía,
que era rubia y tenía unos senos grandísimos y un video en
internet en el que aparecía succionando perversa e intensa
a su amante, mientras él la filmaba en su embarcación.
Pamela, el sueño húmedo y salado de cada noche de todo
marinero. Pamela como las chicas malas y sexys que apa-
recen en televisión.
Pero esta Pamela es un tanto distinta, es colombiana, tiene
la piel trigueña, el cabello canelo, mestizo, se viste de mu-
chos colores, su falda está repleta de soles en tejido Wayuu
y lleva un chal de abuelita. Además, le dio por ser antro-
póloga en un país que vive, sin darse cuenta, en el pasado,
plagado de lagartos de derecha y dinosaurios izquierdistas.

117
Hugo Gris

Pamela, una diva desconocida, la tantas veces buscada en


las calles de Hollywood por un director neurótico, está
aquí frente al hombre muy flaco que usa una estúpida
gorra de lana gris debajo de un sol de 30º y que en nada se
asemeja a un guardián de playa californiana. Él solo sabe
mirarla mientras corrige el rumbo, quizá equivocado, de
uno de sus barcos de papel.

FRESAS Y CEBOLLAS

El hombre muy flaco pasa cerca de un teléfono público-


recuerda la manzana, la mujer y su sonrisa- lo descuelga
y saca del bolsillo de su camisa el número, lo marca y del
otro lado contesta la mujer, mientras cocina en un sartén
caliente los ajos laminados, que se sofríen en la mante-
quilla que rápidamente se derrite; luego caen los cascos de
la cebolla blanca, con dos cucharadas de agua y otro poco
de mantequilla, se tapa para que el vapor despegue cada
uno de los trozos y, en el momento en que esto sucede, las
fresas desnudas sin las hojitas verdes caen, hmm, y todo se
baña en almíbar rojo.
Y entonces el hombre muy flaco pronuncia:
- Hasta hace unos días para mí no significaba nada tu
nombre, solo sabía que existían dos palabras, mejor dicho,
dos sucesos grandiosos: el Mar y la Luz ¿cómo poder vivir
sin ellos? Nadie podría. Por eso no me juzgues si se con-
mueve mi cuerpo ante tu presencia, no he sido yo quien lo
ha planeado, ni siquiera lo hubiera pensado antes, y digo

118
40 Botellas vacías

pensado porque uno solo puede pensar en cosas ciertas,


las cosas que aún no son ciertas uno solo puede imaginár-
selas, como en este momento yo la imagino escuchando
estas palabras con una pequeña sonrisa, con una mirada
un tanto maliciosa, mejor dicho, haciéndose la seria.
Trato de imaginarla de múltiples maneras, con eso y con
su nombre es que últimamente me distraigo, bueno, dios
no quiera que lo que me imagino llegue a suceder, ojalá no
suceda; pero si llegara a suceder, ojalá pase muchas veces,
muchas, muchísimas.
- Pero esto todavía no sucede, es pura y liviana imagi-
nación, por eso si su marido está a su lado en este mo-
mento, la invito a que lo ponga en el teléfono, que yo en
los mejores términos quiero explicarle lo siguiente: “Entre
ambos no hay ninguna rivalidad, no hay ninguna molestia,
simplemente pasa que entramos a la larga lista que com-
parte un gusto infinito por una misma y exquisita mujer y,
al menos por los gustos, debemos respetarnos”.
- Me place decir que quiero saber más, desde sus pies hasta
su nombre, para suponer qué relación tiene mi nombre y
mi existencia, con ese primer significado con el que la ha
nombrado la naturaleza.
Y el hombre muy flaco solo escuchó algo lejano, quizá un
suspiro y luego, el tono grave de la bocina que se cuelga, le
hizo un nudo en la garganta.

119
Hugo Gris

FALSO PAN

El hombre muy flaco llega hasta la entrada del edificio,


sube con un poco de prisa las escaleras que lo conducen a
su apartamento, la correa del bolso se ensarta en el tubo
del pasamanos, pierde el equilibrio, abre los brazos y el
falso pan francés sale por los aires asomando la punta de
su orgullo fuera de la bolsa de papel. La botella que con-
tiene el mejor de sus barcos se estrella contra las primeras
baldosas del corredor que conducen a su puerta.
El hombre muy flaco recupera el equilibrio de su cuerpo,
se quita la gorra molesto, queriendo maldecir, respira
hondo mientras se queda estático, tratando de encontrar
una fisura que le permita salir de su propia molestia y frus-
tración. Quiere aprender a aceptar que todo se rompa de
una buena vez, en el desequilibrio absoluto que envuelve
la vida y, mientras se agacha a recoger el barco que aún
sigue pegado a un pedazo de vidrio roto, ora:
“Mi misión es perder de todas las formas y esperanzas, solo
así podré cumplir mi cometido ¿Y cuál es ese cometido
que puede cumplir un hombre que ya no tiene nada? El
único: ganar, ganar de todas las formas y esperanzas”.
Despega delicadamente el barco, se lo mete en el bolsillo
izquierdo de su leñadora verde, es allí donde decide aco-
modar las cosas que no le caben en el corazón, coge el
pan que está en el suelo y lo lleva bajo el brazo, abre la
puerta, entra al cuarto y descarga todo sobre la mesa de
trabajo, también los barcos que tiene dentro del bolso;
por último, escoge una de las botellas vacías que guarda

120
40 Botellas vacías

en la caja de cartón que está debajo de la mesa. Entonces


saca el barco del bolsillo de su camisa y se sienta a desar-
marlo con mucho cuidado para no ir a romper ninguna de
las partes, lamenta el hecho de tener que destruirlo todo
para meterlo por la boca de la botella, preferiría hacer
uno nuevo; pero no tiene la suficiente madera de balso y
los pedacitos que quedan son solo recortes que poco servi-
rían para modelar. El hombre muy flaco sonríe pensando
en el halo absurdo que envuelve cada tenencia suya.
Lo último que desarma y mete es el mástil amarrado con
los hilos de cáñamo a los que atará de nuevo las velas
blancas y rojas de su barco. Busca en la mesa la pinza con
la que habrá de reacomodarlo todo y no la encuentra,
mira al suelo para verificar que no esté caída, se levanta
de la silla, va hasta el catre y levanta la cobija que quedó
revuelta desde la noche anterior.

121
Hugo Gris

RECUERDO IMPERFECTO

“Vos sos un recuerdo imperfecto, siempre te falta algo,


una mano, una ceja, el ombligo, las leves puntas de tus
senos, el suave tacto de tu piel; otras veces te has atre-
vido a venir sin orejas ni nariz, me pongo triste, tristísimo
cuando llegas sin labios, cuando llegas sin ojos, me pareces
una ciclope miope, una oruga dormida llena de nostalgia;
en cambio, cuando no venís, sé que andas por ahí, sin mí,
pero completa, sin mí tus labios y tus gestos, sin mí tus
ojos y silencio, sin mi tus manos y tus nalgas; sin mí, com-
pleta, intacta, completamente vos”.

Y el hombre, que no encuentra la pinza ni las razones


para que todo desaparezca, siente varias sensaciones: se le
nubla la mirada y hay una sensación líquida, tibia, salada
bajando por los costados de su rostro, luego se humedece
por sí sola la nariz, además la saliva se vuelve espesa, quizás
un poco amarga y definitivamente salada. El hombre muy
flaco- que hace dos minutos el lector vio con una cobija en
la mano y que sigue revolviendo, buscando, extendiendo,
revisando- cada vez que mira hacia la cama lamenta que
ella hubiera desaparecido. Y siente la certeza de que la
pinza ha decidido desaparecer junto con ella, levanta la
cabeza y complicado sonríe al lector, que ya sabe que lo
observa y le dice: “¿A donde fue a parar la pinza? ¿Se siente
brillante? ¿Está aburriéndole la lectura? ¿Ha sentido algo?
Porque yo ya no siento nada, yo soy un personaje since-
ramente solo al igual que usted; pero tal vez no deba leer

122
40 Botellas vacías

esta última línea, tal vez usted no sea consciente, tal vez
usted se sienta tan seguro como el escritor que desconoce
estas palabras que yo ahora comento”.
El hombre muy flaco y solo, el personaje, el que durante
el resto del libro no le va a querer volver a hablar, a no ser
que usted demuestre algo de solidaridad “y me cuente lo
que pasó con la bendita pinza, dígame: ¿sabe dónde está?
¿Sabe por qué se habrá perdido? Olvídelo, disculpe por
atreverme a decir estas cosas, es solo una pinza, una pinza
nada más… no tengo derecho a hacer tanto alboroto por
ese tipo de cosas”.

125
Hugo Gris

DIENTES FLOJOS

El hombre muy flaco decide tirarse sobre el catre con


la botella de moscatel en la mano derecha y el falso pan
francés en la izquierda, quiere comer un poco para luego
descansar. Muerde el pan y por un instante tiene la sen-
sación de tener flojos los dientes, luego humedece el pan
dentro de su boca con dos tragos de vino y otro más para
que llegue hasta el estómago, y la mirada de sus ojos deam-
bula por la mesa en busca de la botella que tiene las partes
del barco aún desarmadas, revisa con los ojos una a una las
botellas y se siente orgulloso de la belleza de sus barcos.
Se acuerda que de niño hacía aviones y barcos de papel, le
da gusto que ahora sean de madera y dice para sí mismo:
“en el futuro serán de metal, de grandes cascos de acero y
estarán anclados en altamar y llevarán capitanes blancos
en el puesto de mando y hermosas millonarias rubias y
morenas sobre las barandas, en los camarotes, en el res-
taurante, en el bar, y la piscina estará llena de turistas en
tangas y bikinis, las más preciosas mujeres, todas cansadas
de sus maridos millonarios, todas ansiosas de conocer a
un marinero latino, moreno, muy flaco; capaz de soñarlas
a cada una de ellas después de soñar a cada uno de sus
barcos” y la imaginación espumosa y líquida del hombre
muy flaco se ve alimentada por la pared de color azul ex-
traño… y sueña, sueñ, sue, su, s… profundamente.

126
40 Botellas vacías

HOMBRE MUY GORDO

Había una vez un hombre muy flaco soñando que cami-


naba sobre las tablas del muelle de Puerto Colombia. Se
dirigía hacia la punta, quería ver desde allí el amanecer,
para sentir un poco del frío que se siente en altamar.
Se alejó caminando de la brisa, se subió al muelle lleno
de ecos azules y, mientras se acercaba al extremo que ras-
guña el mar, pudo percatarse de la sombra que iba amane-
ciendo allí, en la punta del muelle de Puerto Colombia. La
sombra de un hombre muy gordo que no se movía, que está
contemplando estático la raya amarilla detrás de un gris
enfermizo. El hombre muy gordo estaba allí desde siempre*,
pero el hombre muy flaco no podía saberlo, quizá por eso
se asustó un poco, dio la vuelta y se marchó.

*Homenaje al escritor colombiano Alberto Duque López y su obra


“Muriel mi Amor”.

127
Hugo Gris

CICATRIZ

El hombre muy flaco se siente desfallecer, se siente men-


guado por una extraña fuerza, por un poder que proviene
de otra parte, de otro ser. El hombre muy flaco se siente
in-recordado, solo, ajeno a cualquier ser que se haya en-
contrado en su existencia, se siente como una prueba vi-
viente del olvido y su crudeza. Cierra los ojos, recuerda su
tacto, el de ella, y siente que la piel de todo su cuerpo se va
volviendo la más grande de todas sus cicatrices.

128
40 Botellas vacías

JEEP AMARILLO

El hombre muy flaco se da cuenta de que todo en él va


cambiando y, sin que nadie lo diga, se da cuenta de que
todo, día a día, va muriendo: muere la noche, muere la
tarde e incluso la mañana, mueren sus barcos, las histo-
rias, los temores e incluso los rencores, nada queda sobre
la faz de la tierra. Todo pasa, incluso la felicidad, sabe que
gusta del amor, sabe que ama el amor; pero no sabe si le
interesa conservarlo, ni siquiera sabe cómo darlo y mucho
menos dónde conseguirlo. Se pregunta si el amor será
todas aquellas cosas que en algún momento fueron im-
portantes y que no recuerda ya. Cosas lejanas o un tanto
difusas, algo parecido al jeep amarillo de plástico que
de niño le alegraba tanto, algo cercano como su abuela
Celina o la madre, mujer con la que aprendió a amar, un
ser auténtico, sincero.
Por eso al hombre muy flaco le gustan las cosas francas,
soporta la verdad como la mejor de las mentiras y dis-
tingue que de pronto las mentiras son todas aquellas cosas
que no sonaron lindas con ninguna excusa.

131
Hugo Gris

ULISES

El hombre moreno y flaco que tiene la cabeza rapada


se excita con el frío del amanecer que entra por la ven-
tana abierta de su cuarto, y sueña, sueñ, sue, su, s…
profundamente.
Se sabe un seductor seducido, se sabe como el escritor es-
crito por otro, como el verdugo con la cabeza en el ca-
dalso, nada más gracioso que los primeros pasos del ma-
rinero que por primera vez arriba a tierra, como si de
pronto Ulises se hubiera quedado tejiendo en el puerto,
mientras Penélope se va a navegar con otros marineros.
Cómo sufre Ulises con la idea de Penélope ebria, en otro
puerto, en otra noche, en otro marinero. Ulises suspira,
mientras teje con sus manos las palabras que sueña y que
murmura y desteje al amanecer. Desde el interior de una
de las botellas que el hombre muy flaco tiene ancladas a la
mesa rústica y la pared azul extraño, va amaneciendo con
la luz que sale de la ventana abierta de su cuarto y sueña,
sueñ, sue, su, s… profundamente.

132
40 Botellas vacías

CONCLUSIÓN

El hombre muy flaco ha concluido que esa conclusión que


el escritor y algunos lectores concluyen que del personaje
principal de un libro o un capítulo (como en su caso) se
debe concluir que nunca concluya algo, lo tiene sin la
misma conclusión y concluye:
-Eso es un tema por concluir entre el escritor y el lector,
mejor dicho, yo como personaje me reservo el derecho a
mis propias conclusiones.

133
Hugo Gris

GATA BLANCA

El hombre que está casado con una mujer a la que le gustan


las manzanas, acaricia el gato y piensa: “…nunca sabré
nada de este gato, nunca sabré a donde va en las noches,
ni qué hace con los demás gatos, aunque intente seguirlo
nunca seré lo suficientemente constante como para darme
cuenta de tanto detalle ¿qué sentirá mientras lo toco, por
qué su lomo se eriza? ¿Por qué cambian de color rápida-
mente sus ojos? A veces, parece que estuviese decidido a
atacarme, a rasguñarme la cara; pero finalmente una có-
moda cobardía lo atrapa, apenas si se roza el dorso entre
mis piernas y luego salta a la ventana y se va maullando
con otros gatos sobre los techos y solares de esta pequeña
ciudad”.
Cierra la ventana del cuarto y cansado se recuesta al
lado de su mujer, la besa en la nuca, le lame la espalda y
sus dedos aprietan sus pezones. Desesperado se deshace
de la tela que lo separa del vientre falsamente dormido,
sinceramente incandescente y piensa: “nunca sabré nada
de esta mujer”, mientras ella sueña, sueñ, sue, su, s…
profundamente.

134
40 Botellas vacías

ALFILERES

Prendo la veladora roja como vengo haciéndolo desde


hace seis días.
Abro la llave, lleno el faltante del vaso con agua. Me arro-
dillo y toco el vidrio del cuadrito rojo, amarillo, carne,
ánima sola, solita, rondada de fuego y encadenada. Y su
cara de ánima sola, de ánima muda se parece a la mía.
Entonces tomo la foto tuya que recorté de un viejo carnet
de la biblioteca pública y la chuzo una y mil veces.
Con alfiler en la sien, para que me pienses.
Una y mil veces con alfiler en los ojos, para que me veas.
Una y mil veces con alfiler en la boca, para que me nombres.
Una y mil veces con alfiler donde empiezan tus brazos y
termina la foto, para que me abraces.
Una y mil veces con alfiler en tu pecho, para que me
sientas.
Y te invoco una y mil veces, ánima sola, solita, sin mí.
Rodeada de juegos y desencadenada.
Y me pienso en tu mente con los ojos cerrados, con la boca
entreabierta, con los brazos abiertos.
Y un alfiler clavado entre la blusa roja y mi seno pálido.
Es que yo ya no sé si ha de servir esta vieja receta que me
dio Clarisa, solo sé que desde hace seis días prendo la vela-
dora roja, abro la llave, lleno el faltante del vaso con agua,

137
Hugo Gris

me arrodillo, toco el vidrio del cuadrito rojo y de otros


colores y chuzo tu foto una y mil veces.
Entonces te nombro y entonces te rezo.

138
40 Botellas vacías

CASI PRESENCIA

Y en uno de los estados del sueño, llega a sentir un poco


seca la garganta y la punta de un órgano hinchado roza su
vientre incandescente.
El hombre de los ojos cerrados y la garganta seca no puede
evitar acariciarse, lento, despacio, en otros instantes
aprieta un poco más fuerte.
Esa manía suya de huir en los momentos en que le falta,
además de la saliva, el mismo aire. Ese morirse desangrado
al lado de una imaginación que se disfraza de recuerdo. El
hombre dormido mira a su imaginación soñar.
-No he de decir nada mientras desnudo tu recuerdo, no
quiero que tiemble ante mí tu falsa presencia. No debo
hacer ninguna pregunta difícil, porque al sentirte descu-
bierta podrías desaparecer y ya no habría ni siquiera un
rastro borroso de ti.
…Shisss, shisss, shisss… duerme, duerme tranquila mi casi
niña, mi casi recuerdo, shisss, shisss… mi casi presencia.

139
Hugo Gris

VOLVER

El anciano muy flaco se da cuenta de que quizá todo


aquello que relee es puro invento. Un algo impreciso que
nunca existió.
Sus historias, sus amores, sus tristezas y aventuras son
cosas imaginarias, buena materia de cuentos y relatos, que
ni siquiera tiene a quien contar.
A nadie le importan las historias de un viejo o su falsa
memoria.
Solo le queda suspirar, mientras toma del brazo a su pe-
queña nieta; solo le queda esa leve humedad en los ojos
mientras juega a pellizcarla, a decirle:
- “Pisingaña jugaremos a la araña, con la mano, con la otra,
con el Pi-i-e”.
Mientras la letra de un tango se repite en su cabeza:
“…Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo pla-
tearon mi sien…”

140
40 Botellas vacías

EL MUELLE

El hombre de la cabeza rapada se acomoda en la tibieza de


su lecho y siente por un momento la sensación fría y dura
del vidrio de la botella rozando sus brazos, su mejilla, su
mentón y el dolor por la postura incómoda de su espalda
lo obliga a reacomodarse tantas veces que, en uno de esos
movimientos, se descubre sentado al lado de los pedazos
de balso que había desarmado antes de acostarse. Fasci-
nado en el interior de la botella, se siente agradecido por
la realidad en que se convierte su sueño y piensa: “La rea-
lidad está formada de la misma materia sublime que com-
pone el sueño”. Mira a través de las paredes de cristal de la
botella que envuelve todo el paisaje oscuro de su cuarto y
la boca de la botella se le hace un orificio tremendamente
parecido al ojo de buey que podría encontrar en el cama-
rote de algún barco.
Vuelve a mirar, en las piezas de madera, las marcas produ-
cidas por el corte con escalpelo y bisturí, detalla la propor-
ción, el grosor según el tamaño y la forma, revisa detenida-
mente los puntos de ensamble y empieza a unir una a una
las partes mejorando el ajuste y otros detalles que, hasta
entonces, jamás había podido tener en cuenta. Y aunque
al escritor le parece un tanto difícil la narración de dicha
construcción, a él se le hace tremendamente fácil, inclu-
sive, aprovecha los espacios de vacilación que tiene el es-
critor para mejorar la comodidad interior del barco. Es así
como se construye un camarote, con una cama que tiene
en la cabecera una concha y un caballito de mar en cada
uno de los lados y, con un pedazo de la misma cinta roja
143
Hugo Gris

que utiliza para la construcción de las velas, se hace una


sábana, también construye con fragmentos de balso una
mesa, una silla y otros utensilios de madera, un vaso, una
cuchara, un compás y algo parecido a un arpón. Sale a la
proa y la luz del paisaje sigue siendo verde botella, no sabe
ni le interesa qué hora es, como tampoco el día o dónde
se encuentra, solo sabe que tiene ahora el deseo inmenso
de no regresar a aquel cuarto en que se quedó dormido. Y
es así como, con los últimos pedazos, construye sobre la
superficie verde y cristalina un pequeño muelle, un punto
de referencia al cual no regresar. Una vez terminado, sube
a la proa de su barco, desabotona el botón superior de
su leñadora verde, interna su mano derecha en el costado
izquierdo de su pecho, ahí cerquita al lugar donde guarda
todas las cosas que ya no importan o puede olvidar. Saca
un silbato plateado, lo toma y silba con toda su fuerza, a
todo pulmón. Y el barco desencalla, avanzando sobre ese
horizonte verde.

144
40 Botellas vacías

AL FINAL DEL MAR

Encontrarás lo mismo que aquí.


Una canción romántica, unos cuantos tragos fuertes, una
música cercana.
Y al final, la alegría aparecerá antes de despedirse. Eso me
dijo ella o eso me imaginé que quería decirme, con esa
forma suya de no tocarme, de no verme, de no respirarme.
Y aún, antes de desaparecer, alcancé a pensar:
- Con que así es que se sienten los hechos, se sienten como
recuerdos.
Cómo saber aquellas cosas que no se piensan, que no se
saben, que no se desean o se disfrutan, que ni siquiera se
imaginan. Cómo querer conservar una presencia que no
se tiene.
Qué más te puedo dar; sino mi corazón completo, una pa-
labra roja, visceral, profunda. Qué más puedo ofrecerte,
sino mi corazón completo.
Al final del mar el sueño, la sensación de extrañeza al des-
lizarse por un tobogán que está arriba en la montaña y que
desciende por encima de múltiples cabezas y termina en la
mitad de la pista de este bar, hasta entonces desconocido.
Es pleno medio día (y tú y yo) queremos despertarnos al
lado de la muchacha con la que tanto nos queremos, a
pesar de este sueño en que uno la siente. ¿Cómo renun-
ciar a este sueño donde te espera alguien que pensaste tu
amigo, sabiendo que ese pensamiento se ha diluido y no

145
Hugo Gris

volverá jamás? En todo caso, esto es solo un sueño, sería


cómico que alguien se angustiara, sería absurdo que al-
guien quisiera no despertar.
Kikiriki, kikiriki…
El hombre muy flaco sabe que este amor que siente lo
acompañará hasta el fin. Sabe que ha aprendido a amar a
otro, quizá como nunca será capaz de amarse a sí mismo.

146
TERCERA PARTE
FALSOS CAPÍTULOS

Los siguientes capítulos son para ser descartados a voluntad del


lector. Si lo desea, siga la línea de corte y arme su propio barco.
Hugo Gris

TO-GA

La nieta del anciano muy flaco se da cuenta de que nunca


lo ha olvidado, le parece que aún le está pellizcando el
brazo; mientras va leyendo la vieja carta:
“Tú eres una niña especialista en desarmar gatos, primero
les cortas las uñas de las patas y los pies, luego les lames
los bigotes mientras, despacito, les vas haciendo un nudo
en la colita, les acaricias las orejas y la cola, te sobas desde
el cuello hasta las piernas y luego, cuando el gato ya está
arrullado por la cómoda pereza en que se convierte el
amor (pereza de salir, de tu mamá, de la mía; pereza de
todos, porque me siento como un gato en tu presencia) te
vas si quieres, pero recuerda que un gato desarmado ya no
es un gato; puede ser un Toga, o un To o un Ga, o quizá
un T-g-o-a, entonces si dejas el gato desarmado alguien lo
puede convencer de que este gato es un simple sueño que
cuatro letras juntas tienen de un animal.
Que rivaliza con otro animal que se le dice perro. El mismo
que el escritor moreno y flaco carga en la conciencia desde
el día en que, accidentalmente, lo envenenó con un fungi-
cida para ratas.
Perro de la misma raza del que está ahora sentado al lado
de la nieta, que se ríe con la sensación que le provocan las
palabras: “…Pisingaña jugaremos a la araña…con la mano,
la otra, con el pie…”

148
40 Botellas vacías

SIN TELÉFONO
Y sueña, sueñ, sue, su, s… profundamente el marinero muy
flaco que el hombre moreno y flaco buscó quedarse sin te-
léfono casero, para no imaginar que ibas a llamarle o que
en algún momento le ibas a no llamar, pensó:
-Yo puedo vivir sin teléfono, con la idea de que llamaste
en algún momento o que, si bien no lo haces, si no marcas
estos siete números que también le pertenecen a tu his-
toria, a tu vida, a tu pasado y a tu memoria, será entonces
porque alguien te cuente que, en este momento, estoy in-
comunicado, que no se sabe si fue que cambié de número
o de casa.
Entonces la imaginación del hombre moreno y flaco enfila
sus alas hasta pensar que tú suspiras, que tú piensas:
-Ya no lo puedo llamar, pero sé que en este momento me
piensa, me escribe al yo leerme en esta
página.
Entonces el marinero muy flaco sueña que el hombre mo-
reno y flaco se siente compungido y dispuesto en su senti-
miento a cosas más íntimas que el llanto.
El hombre moreno siente que escribir es una forma có-
moda de callar, de llorar, de vivir, de reír invisiblemente
sus sentimientos. Y una vez que se rompe esa máscara
masculina, renace en él una sonrisa en la misma máscara,
un poco más femenina que de costumbre, pero también
un poco más fuerte.
Y es así como el marinero muy flaco sonríe mientras sueña,
sueñ, sue, su, s… profundamente.
149
Hugo Gris

LECTOR CULPABLE

El escritor moreno y flaco tiene una pésima puntería, sin


embargo, le apunta a la abeja que está volando sobre la
mesa del computador encima de su taza de café. Ocioso ha
convertido la servilleta en una bala blanca de papel, cierra
el ojo izquierdo, apunta la visión del derecho en una línea
imaginaria que pasa por el ángulo que marca la unión de
su dedos índice y pulgar, lleva el aire hasta su estómago;
mientras la abeja sigue volando frente a la pantalla, lanza
con firmeza y falla.
Al parecer, algo alertó a la abeja. El escritor piensa que
quizá lo que la espantó fue uno de esos gestos que algunas
veces tiene el lector.

150
40 Botellas vacías

FALSO FINAL

El escritor moreno y flaco se pregunta cómo quiere vivir,


se pregunta si sería buena idea decidir quedarse solo para
no molestar a nadie con su falta de buenas costumbres y
piensa:
-Al fin y al cabo, lo que el ser humano alcanza a hacer es
querer al otro desde la distancia que dictan las diferencias.
El escritor muy flaco desconfía de su capacidad de comu-
nicar amor, no sabe cómo transmitirlo, se admite como
refugiado en el amor, su única certeza es el deseo de saber
lo que es el amor y se pregunta:
- ¿Será que ese montón de cosas que uno a veces hace con
alguien para no saberse solo tienen que ver con el amor?
¿Será que servirá de inicio en esta historia? O ¿acaso será
el final?

151
CAPÍTULO 4
Triki triki
la tristeza
“La redención es el castigo”
Hugo Gris

H acía ya un tiempo se le veía desmejorado, tal vez era


porque cuando son-re-Í-a-a sus colmillos se mos-
traban a media asta. No era el mismo PII que yo había co-
nocido aquella noche de hallowen del año pasado. Ahora
recuerdo con nostalgia qué tanto nos divertimos esa vez.
Yo había estado toda la tarde inquieto, con ganas de hacer
algo distinto, no sé, sollarme un viaje diferente, algo así
como follar con una tipa en los ascensores de la Goberna-
ción hasta que nos pillaran los celadores o algún marica
guardaespaldas de algún marica político. Eso o algo dife-
rente, cualquier cosa distinta a ver pasar las filas y filas de
pelaítos disfrazados de los personajes infantiles de moda;
porque la verdad sea dicha, esos maricas Flower Rangers
ya me tenían mamado, tanto que me alejaron por un buen
tiempo, bueno… por algunas semanas; está bien, lo con-
fieso, por cuatro días. Solo fueron cuatro días en los que
estuve sin ver la TV, pero eso para un tipo como yo ya es
bastante. Saben, yo no tengo muchos amigos, solamente
las malas compañías que me ofrecen los canales; pero
esa noche no quería quedarme frente al televisor viendo
ningún marica programita, así ofrecieran mostrarme los
últimos destapes de la Grisales o los primeros desnudos
para la TV de la París ¡nooo! Esa noche me tiré a la calle,
me mezclé con los niños, con la gente, con los buses, con
los taxis y las motos, con el triki (viene una hermosa nena)
triki (mírame bombón) halloween (vamos mírame) quiero
dulces para mí (eso, yo quiero tu dulce, tu agrio) y si no
me das (vamos dámelo) te corto la nariz (se ha ido y ni
me miró). Seguí caminando hasta llegar a la Avenida del
Río, me dirigí al norte hacia la terminal de transportes.

154
Triki triki la tristeza

Necesitaba saber que algunos estúpidos se estaban mar-


chando, sentirlos idos, tristes, porque sin conocernos me
dejan la ciudad cada vez más sola, solamente sola, para mí.
Necesito soñar, creer que estos que están aquí abordando
como corderos mansos los thermokines*, eran los últimos
individuos que habitaban la ciudad, mi ciudad. Y yo es-
taba aquí presente despidiéndolos a todos, con mi sonrisa
de ¡gracias por visitarnos! Y por favor, no se molesten en
regresar. Pero ¡mierda! me bajé del vuelo apenas vi llegar
como diez buses al tiempo, llenos, cargados, repletos de
gente ¡Ah! De esa gente que ya se había ido antes y que
ahora les daba por regresar, justo ahora como si yo estu-
viera de humor para recibimientos. No ¡A la mierda todo!
Yo mejor me voy de aquí.
Salí del Terminal de transportes malhumorado, por un
momento estuve estático sin saber a dónde ir. Miré hacia
el frente, y ahí estaba el puente peatonal; subí despacio
las escaleras y todo mi cuerpo se sintió envuelto por un
viento frío, casi helado. Me dieron ganas de orinar ¡claro!
pensé, por qué tengo que aguantarme las ganas de orinar
¡jejeje! Saqué a Federico me está molestando y empecé a
orinar plácidamente sobre los techos de los autos que pa-
saban a más de 80. ¡Ah! Lástima que en esta ciudad sean
tan escasos los convertibles, me hubiera gustado miarme
sobre la cabeza de algún burgués y, mientras lo hago, gri-
tarle: “¡Ey, maricón! ¿Te gusta mi-arte?”.

*Termoking era una marca de autobuses para viajes interdepartamentales


(nota del autor)

157
Hugo Gris

Terminé de cruzar el puente peatonal y quedé parado al


frente de la morgue, al lado del cementerio Universal; en-
tonces me pareció que era una buena idea pararme a la
entrada de la morgue, uno nunca sabe, tal vez me gane
el chance y vea entrar a uno de esos tipos conocidos que
siempre he querido ver muerto. Bueno… muerto, muerto
del todo, no; pero por lo menos sí agonizando o con las
tripitas afuera, aunque sea por un ratico. Pero nada, todos
los que alcanzaba a ver detrás de la malla eran descono-
cidos y estaban bien muertos. No sé cuánto tiempo estuve
ahí parado, lo cierto es que cuando trataba de irme in-
mediatamente pasaban esos tipos de delantalcito blanco
hueso con un nuevo cadáver y ¡había unas caras de muerto!
Como para matar de la envidia a cualquier pelaíto de esos
que se había disfrazado de zombi o engendro ¡Cuáles
muertos vivientes, cuál hombre lobo, cuáles brujas! Si aquí
todo es original, fresquito y de parte muy asiada. Se me
ocurrió entonces una idea para el halloween del próximo
año, conseguirme una cámara fotográfica prestada y una
autorización del director de la morgue, claro está, yo par-
tiría con él las ganancias. Hacer un poco de publicidad y
¡chas-pun!, que se nos llene la morgue de miles de pelaítos
disfrazados de lo que quieran, zombis, monsters, brujas,
payasos, muñecas y hasta Flower Rangers; eso sí, todos
obligarán a sus padres para que los traigan a la morgue
a hacerse tomar las fotografías más sensacionales de ha-
lloween, al lado de muertos frescos y verdaderos, desfigu-
rados en accidentes de tránsito o abaleados de un barrio
popular. Yo mismo escogería los difuntos más originales
para que esas fotografías lleguen a ser un recuerdo para
toda la vida ¿No? je jeje...

158
Triki triki la tristeza

Pero las ideas de pequeño comerciante se me fueron al


traste cuando vi pasar el cuerpo, que digo, el rostro de una
pelaíta como de 19 años, con una carita de amor conocido.
Era Angelita la nena esa de Simón Bolívar, la que había
sido novia mía hasta los 14. Qué falla verla así tan dor-
midita, como tan quieta, como tan muertita; pero menos
mal yo... ya no la quería, porque a la final que me hubiera
dolido; sólo fue un momento, la entraron rápido y ya no
la vi más. Me pregunto si ella ahora tendrá alguna con-
ciencia de su estado ¡ah! ojalá que siga siendo la misma
inconsciente que conocí, peleaba por todo la Angelita,
ojalá que güevonee tanto a la muerte como a mí, hasta
que la muerte la deje como yo tuve que dejarla ¿o será
que la muerte resulta con más paciencia que yo? ¡Ah! qué
maricada, otra vez se me está llenando la cara de góticas
saladas, amargas las maricas góticas, debe ser el formol
lo que huele tan parecido a la tristeza. ¡Ah!, este es otro
puto sitio como para sentirse desgraciadamente vivo, yo
mejor me voy de aquí antes de que me sienta culpable de
seguir siendo; antes de que me dé por comerme las uñas,
los años, los recuerdos, me voy antes de que se me instale
en el alma la ausencia de Angelita, me voy antes de que me
coma el llanto.
Seguí caminado y dentro de mí se encendió la W.H.P.
Melancohol-Recuerdo ¡YEAH! Emisora clandestina que
funciona en el cerebro, tocando ese tema que dice BO-
YS-DON`T-CRY, eso, los chicos no lloran, no deben llorar,
yo soy un chico; no debo llorar, BOYS-DON`T-CRY, mal-
paridas lágrimas entiendan YO-NO-DEBO-LLORAR,
no debo-llo-rar, schiii, schiii... Lo único bueno de todo

159
Hugo Gris

esto es que si me averiguo el sitio en que la van a enterrar


podré visitarla cuando quiera, sin que me acuse de inva-
dirle el espacio ¡Ah! qué maricada, a la final, estando en
planos distintos nos entendemos más.
Seguí caminado por la misma acera; pero esta vez en di-
rección contraria, hacia el sur. No pretendía volver aún,
sólo quería dejar de irme, porque me parecía que, si seguía
rumbo al norte, yo-vería la tristeza sobre todos, y quién
quiere ese olor a azufre sobre su cabeza.

Llegué hasta la esquina y creo yo que ya estaba lloviendo,


lo cierto es que mi rostro lo tenía bien mojado y mi nariz
estaba más húmeda que la de un perro. Es que esa es la
güevonada cuando uno olfatea la tristeza, todo se pone
húmedo, a la final esa es la misma tristeza de los paña-
litos desechables, el mismo olor a melancoholía que hace
sangrar cada mes a las mujeres, el mismo empañamiento
en los ojos de las ventanas de invierno. Me paré en la es-
quina a esperar que el semáforo cambiara; pero el semá-
foro no cambiaba, seguía siendo el mismo cíclope tricolor.
No pasaba ningún auto, simplemente quería tomarme ese
tiempo para cruzar, para dar ese otro paso proveniente de
otros tantos que nunca llegué a pensar. En ese momento,
sentí sonidos de rejas detrás de mí, me volteé lentamente
a mirar la entrada del cementerio y vi un tipo con los pies
enredados entre el umbral y las rejas, estaba colgado boca
abajo, con los ojos cerrados y los brazos cruzados, ves-
tido todo de negro con una cara de marioneta deprimida
brutal. Esa fue la primera vez que vi a PII.

160
Triki triki la tristeza

La verdad es que si esa noche no hubiera conocido al loco


de PII, a la final habría terminado en el Guanábano su-
mergido en un parche bien Melrose Place -NO FUTURO.
Yo le iba a gritar algo así como güeva marioneta de la deso-
lación, pero el PII abrió su boca melancohólica, me miró y
me apuntó con su dedo, diciendo, casi gimiendo “un soli-
tario”, luego se apuntó con su dedo a la cabeza (parecía un
suicida) y dijo “dos solitarios”. Y entonces yo sentí que la
voz se le moría, que chimbada tan sentimental, de haber
sabido que este puto día iba a ser así de cursi, me hubiera
puesto calzoncillos rosados. Traté de no reírme, pero no
pude evitarlo, él volvió a mirarme fijamente y también
se rio a carcajadas; jaja-jaja-jiji-jeje-ja... y ya ninguno de
los dos podía parar de reírse. Que voleo de caja tan teso,
yo me agaché de la risa para reírme je-je-je. Cuando de
pronto lo vi parado a mi lado apoyándose en mi hombro
y todavía riéndose; ahí fue cuando a mí se me quitó la
marica risita, porque yo no vi que se bajara de la reja la
güeva marioneta de la desolación ¡qué susto tan hijueputa
me dio! Él se dio cuenta de que me asusté, pues, yo no fui
evidente ni le dije nada; pero él se dio cuenta, lo vio en
mi cara o lo sintió en mi silencio repentino, yo no sé. Nos
quedamos callados con un suspenso todo película- cartel
negro con letras rojas- mirándonos a los ojos. Cuando de
nuevo abrió su boca melancohólica y dijo: 89, y yo dije:
¿89 qué? 89 maricas risitas, je-je-je, y otra vez empezó el
voleo de caja, que cosa más bacana. Él se reía de mis ma-
ricas risitas, mientras las contaba y yo me reía de su cara
de Farsa Sésamo en ruinas, a las dos de la mañana.

163
Hugo Gris

Yo no sé cómo ni a qué hora nos fuimos para su casa, lo que


sí sé es que no nos fuimos solos, nos llenamos cada peda-
cito de la lengua de recuerdos, de ausentes, de las maricas
facturitas que el tiempo nos clava en la espalda, de sus
chinches oxidados por la sangre. Me ponía trascendental
la güeva marioneta de la desolación, en fin. PII me habló
de Transilvania y se quejó de que en las películas de terror
no les hicieran justicia a los bares, mucho menos, a los
bellos paisajes que posee. Trató de desmitificar la creencia
que yo tengo de que todos sus habitantes nacen con col-
millos y que se alimentan de sus madres, no del pecho, si
no de la yugular; pensó que estaba bromeando y, de mo-
mento, ignoró mi comentario, ¡Bahh! qué importa, a la F
yo sigo pensando todavía lo mismo. Ya me imagino a las
madres blanquísimas, con sus hijos también blanquísimos
y sus cuellos larguísimos al destape, y los pequeños succio-
nándolos ¡con un gusto! Aquí los de la leche se mueren de
hambre y las vacas felices en las praderas sin nadie que les
joda las tetas, y los senos de las madres, bellísimos siempre
erguidos, vírgenes, perpetuos, nada que ver con las tetas
en plomada que se ven en las salas de maternidad de esta
ciudad.
PII me habló de su depresión televisiva y dijo que se sentía
solo entre los muertos; tal vez era por eso por lo que ya
casi nunca entraba al cementerio, simplemente se colgaba
de las rejas hasta que se le encalambraran las piernas, en-
tonces se convertía en murciélago y volaba por toda la
ciudad hasta altas horas de la madrugada. En las mañanas,
antes de acostarse, pensaba seriamente en el suicidio, to-
maba en sus manos una estaca hecha en una aleación de

164
Triki triki la tristeza

tungsteno y plata que le compró a un indigente en el Cam-


balache, ponía la punta en su pecho y empezaba a herirse
de a poquito, hasta las 5:48 a.m. hora en que casi siempre
amanece y sus manos, con todo su cuerpo, se vuelven de
trapo, para simplemente dormir, y la estaca caía al suelo
hasta la próxima depresión. Se preguntaba qué podría
pasar un día de esos en que amanezca más tarde, “tal vez
lo haga - me decía - la vida es una simple novedad de la
muerte, y a la inversa también funciona.”
Yo le hablé de todos esos sentimientos maricas que me
joden el alma, de mis depresiones antes y después del
Pérez, de la alcantarilla, le hablé de las pepas, de los pepos.
Yo me sentía bien bacano hablando con el PII, después de
todo, la marioneta era él, entonces quise contarle otras
cosas mías, no sé… quería ver la expresión en sus ojitos de
marioneta muerta, mientras le relataba. Empecé a narrar
entonces, esa historia mía con una peladita llamada Des-
nuda ¿sí sería así cómo se llamaba? En fin, esa, la que me
regaló una botellita llena de alcoholemias, casi me mata
de cirrosis la puta botellita. Yo le dije ¿sabes qué PII? a mí
eso del amor me vale mierda, es más, yo creo que eso es
una enfermedad de transmisión sexual más peligrosa que
el SIDA e incluso más denigrante. La cosa es que por esos
días yo andaba bien infectado, infectado de todo, de ges-
ticos, de vocecitas, de gemiditos, de sensaciones que me
recorrían la boca, los codos, las orejas. Sí PII ¡esa peladita
me había pegado amorrea! Había que hacer algo para li-
brarme de todo eso, se me encendió entonces la W.H.P.
Melancohol-Recuerdo ¡YEAH! Tocando ese tema que
dice: “Litros de alcohol corren por mis venas mujer, no

165
Hugo Gris

tengo problemas de amor, lo que me pasa es que estoy loco


por libar…” ¡Eh, las guevas! Pensé, apaguemos la HPcita
esa; pero a la F yo en el fondo sabía que lo que necesi-
taba para librarme de todo eso era convertir este cuerpo
cansado en un SUPERDROGOALCOHOLQUIMISTA,
para combatir con toda mi SUPERVULNERABILIDAD
a todos esos recuerdos, villanos inmensos, sólidos, que me
rodeaban el alma y dejarlos convertidos en simples goticas
saladas ja-ja-ja... Así más nunca podrían dañar a nadie y
FaFa-FaFÁ…FaFÁ.
Y dicho y hecho. No sé cuánto tiempo tardé, lo cierto del
caso fue que la noción de las cosas cambiaba rápidamente
en mi interior. Los recuerdos se fueron convirtiendo en
un papel tapiz color mierda que me recubría el estómago,
todos kitsch, recuerdos maricas, dizque siguiendo la misma
rimita que ella usaba, que dizque la pulga tiene pelos en la
...Y yo como una güeva siempre preguntando ¿en dónde?
y ella respondía en la, en la... mano, entonces yo me reía
como tonto y de nuevo preguntaba ¿en dónde más tiene
pelos la pulga? Y ella respondía con su cadencia infantil,
la pulga… la pulga... tiene pelos en la... en las... y yo ¿en
dónde? y ella en las ... en las piernas... Y yo preguntaba de
nuevo ¿en dónde más tiene pelos la pulga? y ella respondía
algo así como, yo no sabo. Entonces había que besarle las
manos, las piernas, la cara, había que abrazarla con fuerza,
para que me enseñara todas esas pequeñas partes que había
olvidado mencionar, para besarlas, para babearlas un po-
quito, para estar más cerca de su instinto tibio húmedo
y rosadito, mucho más cerca de su risita, de su gemidito
infantil. Y me miraba fijamente a los ojos, mientras decía

166
Triki triki la tristeza

huelo a sexooo y tengo mucho fríooo; entonces yo me des-


hacía lentamente entre sus piernas, a veces, sin ni siquiera
alcanzarme el tiempo para darle un beso. Me volvía una
agüita blanca, espesa y todos mis deseos se llenaban de un
olorcito muy parecido al del blanqueador, ese que usan las
viejas cuando les da por limpiarlo todo. Sí, esa peladita
me hacía oler a indio limpio, a límpido, a JGB y se me des-
hace la cosita, ¡ah! Yo confieso ante dios padre que he fo-
llado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión, por
mis ganas, por mis ganas, por mis malditas ganas por eso
ruego, ah, ah, ah, Santa María siempre virgen... ahh a los
ángeles, uhh y ahh los santos para que intercedan por mí
ohh ante Dios... ahh vuestro señor...uhh para que me con-
cedan...ihh el placer ahhehhaahaaaaaaahheternooooooo-
hahhahhehhehhihhihhohhuhhjahh.
Ahora entendés PII por qué es tan necesario el olvido.
Los bares están llenos de hombres que nunca han podido
olvidar, tan IN–sólitos todos pegados a las mesas ba-
beando las bocas de las botellas, cerrando los ojos para
vernos con ellas y algunos con ellos, uno nunca sabe quién
es maricón. El marlborito danzando de la mano a la boca,
de la boca a los dedos y de nuevo a la boca, para mor-
derle el filtro, quiero que sangre un poco de nicotina, lo
enveneno con la lengua untada de cerveza, lo embriago
para que se consuma un poco más lento sin el ansia de un
cigarrillo principiante, ah, lástima que para A-prender se
tenga que acabar el malparido. A la final, todo sería mejor
si se pudiera vivir como cigarrillo, ya me imagino a al-
guien perdiendo la cabeza para encender la mía, luego ese
calorcito bajando lentamente por todo el cuerpo y alguien

167
Hugo Gris

chupándose con un ansia el humo de mi filtro, tal vez sea


una rubia de boca roja apretándome de él, y una y otra vez
introduciéndome en su boca, sí sí, síí, trágate mi humo,
sí, sí trágatelo, trágatelo, trágatelo, trágatelo, trágate...
uh...lo, soy cigarrillo, soy cigarrillo, soy cigarrilloooo, me
ahúmo, me ahúmo, soy humo en tu boca rubia preciosa ,
rubia... hijueputa; llévame en tu aliento, te quiero. Quiero
perforar tu pulmón.
Finalmente, pude doblar la resistencia de mi cuerpo, es-
taba sobriamente mareado. Había llegado a ebrilandia, en
ebrilandia todo era ruedas, chorro, hongos, peyote y anti-
alcanfor; era un mundo perfecto para vivirlo con la mente
alucinada y el cuerpo bien eréctrico. Aquí se podía hablar
de cualquier cosa, nada era importante ni mucho menos
trascendental; todos los viernes, sábados y domingos, las
ruedas junto con los hongos, el chorro y los peyotes ju-
gaban al juego del caos-existencial, que consistía en ir de
bar en bar y de parche en parche, reclutando seudo-en-
fermos de realidad, para patearles las cabezas, los nervios,
los resentimientos mariquitas de todos aquellos que aún
conservaban la visión dolorosa de la realidad, plegada a
sus recuerdos. Al final de la noche, todo iba bien y el mar-
cador quedaba: Alucinaciones 10 - Recuerdos 0.
En ebrilandia había lo que algunos llamamos el estado
azul; entonces todos nos la sollábamos y un pasecito por
aquí un y pasecito por allí y la fuma y la rueda y el pe-
yote y los ácidos y el chorro, todos cogiditos de las manos
jugando a nuestro alrededor y a la rueda rueda de pan y
canela, dame más perico y andáte pa´ la escuela y si no
quieres ir, acuéstate a dormir o quédate a follar. Entonces

168
Triki triki la tristeza

la fiesta casi siempre terminaba en una de esas casas cer-


canas al centro, sí, una de algún man o de alguna pelaíta
que decía, ah, mirá, mis papas se fueron para la finca hasta
el domingo, así que mi casa está sola, si quieren nos vamos
para allá ¿bien? Y todos decíamos bien, entonces llegamos
a la puta casa todos prendos después de haber caminado
como veinte cuadras.
Llegamos con ganas de mear, con ganas de botar la tapa
y algunos con ganas de echar un polvo; y Claudita o Mar-
celita o Adrianita y hasta Betty por allá y Claudita o Mar-
celita o Adrianita y hasta Betty por acá, con cualquiera y
en cualquier parte; en la pieza de doña Margarita y don
Francisco, o en la sala cuando todos estuvieran devorando
lo poco que quedaba en la cocina, o en el baño, o en la
cocina cuando todos estuvieran repartidos en la sala y el
balcón, o en la pieza de Santiagüito, el niño de la casa; o
en una puta acera cuando nos toque ir a la dos de la ma-
ñana a buscar un puto estanquillo abierto para comprar
más chorro y más cigarros. En cualquier parte, lo impor-
tante era tirarse un polvito para volver a sentirse inmortal,
aunque sea por un ratico. ¡Ah! a la F lo aburridor de todo
era tener que ponerse a hablar mierda y además tener que
escuchar la mierda que hablaba Claudita o Marcelita o
Adrianita y hasta Betty, la conversación empezaba más o
menos así:
-Yo pienso que sentir es muy importante, porque, quiero
hacer un paréntesis…
y yo :(
- la comunicación se siente más allá de las hor-monas

169
Hugo Gris

porque todos queremos, entre comillas...


y yo :(
- ser tocados por el otro; pero no llegamos más que al re-
flejo de nuestro vacío...
y yo: (
Y luego, la descarada preguntaba
- ¿Y vos que pensás?
Como si me hubiera quedado algo por pensar, entonces yo
me quedo siempre callado; mientras ella, Claudita o Mar-
celita o Adrianita y hasta Betty, se quería morir de la cu-
riosidad, entonces yo :) sabía que el mal había sido hecho y
que mi silencio lentamente iría diluyendo la acidez de sus
fronteras. Entonces ella, Claudita o Marcelita o Adrianita
y hasta Betty, se me acercaba un poquito, todita callada,
sin más mierda en su boca, con una sonrisita de ¿por qué
no habla? ¿Qué estará pensando? este man debe estar cre-
yendo que yo soy una güeva, ojalá me meta la lengua y
luego los dedos, y luego ...
Y luego yo :) la entendía simplemente en su silencio y le
metía la lengua y luego los dedos y luego...
Pero esa noche no quería quedarme hablando mierda,
todo me hastiaba, me hastiaba el ruido, la noche, todos
esos pelaítos y pelaítas play, teteritos-negros, todos re-
ligiositos idolatrando a sus demonios adolescentes, co-
mentando la mierda de las revisticas hechas de fotocopias
de otras revistas igual de oscuritas; pero en inglés, y es
que parece que el Coco o Satán, como cariñosamente le
llaman, hablara solo inglés; porque la mayoría de grupitos

170
Triki triki la tristeza

musicales y tunitas satánicas de este puto país hacen sus


letras en inglés, y que el Coco por allí y que el Coco por
allá y todos los adeptos, traficantes de huesos y gatos ba-
beados, esperan la venida gloriosa del Coco... ¡Bah! pura
mierda. En grupitos así nunca falta el obeso estudiante de
psicología que sueña tener algún día su propia hit-glesia
satánica, apoyada en los preceptos del cirquero LaVey; ni
la vieja que se cree bruja por haberse aprendido de me-
moria el marica manual que viene con las cartas del tarot,
dizque generación X, pura mierda, pura náusea. Entonces
dije, voy por cigarros, salí del parque y ya no quise volver.
Bajé por la calle Maracaibo todo mareado con la náusea
viva, con el visor borroso y un pasito todo tun- tun. Me
sentía como una güeva ebria, llena hasta el escroto de
orines fétidos y delirantes; había que hacer algo para li-
brarme de todo eso. Llegué hasta la cuadra del viejo teatro,
le hice la seña de rigor al flaco que expende la droga frente
a la entrada y enseguida se me dejó venir, trayendo en su
mano un rico gramo de ese delirio blanco que quita el
cansancio, que quita el hastío, e inhibe la rasca y el deseo
momentáneo de llorar, de recuerdos, de mujeres. Ahora
todo estaría mejor, porque yo en ese momento ya era el
señor Pérez.
Llegué hasta la carrera Bolívar, ahí cerquita al teatro María
Victoria y en la acera no cabía una puta más. Recuerdo
que una de ellas trató de agarrarme la mano, que papito
venga pichemos que yo a usted no le cobro; pura mierda,
yo ya me sé esa vuelta, esa loca lo que quería era robár-
seme la ropa, la chaqueta y lo poquito que aún tuviera, y
es que a la F la noche estaba mala, estaba enferma, no pro-

173
Hugo Gris

vocaba ni follar. En el momento en que traté de zafarme


de la putica que quería agarrarme, quedé muy de frente a
otra pelada, yo retrocedí un paso y mi nariz rozó los olores
de su pelo y ese olorcito me era bien conocido. Sí, era el
de ella, el de Desnuda, la miré a los ojos y ahí estaba ella
también mirándome, diciéndome, la pulga, la pulga tiene
pelos en.…en y yo otra vez como una güeva ¿en dónde?, y
ella con una voz enronquecida -en el culo, papito-. Puto
marica dizque haciendo la mímica de la pulga, dizque ro-
zándome la nariz con su mismo olor, le metí tres patadas
al malparido y salí corriendo y gritando ¡conmigo no te
metas maricón! Y como un montón de maricas, putas y
chirretes todos solidarios se me vinieron encima; tuve que
apurarme a coger el primer carro que pasaba, me monté
en un colectivo de esos pequeñitos que parecen neveritas
blancas y que funcionan a altas horas de la noche en los
barrios populares, no estoy muy seguro; pero yo creo que
este iba hasta Granizal. Lo cierto del caso fue que, para
colmo, me tocó en el rincón de la última banca, ahí pe-
gado a la ventanilla que dice:

Y ahí fue en donde ya no pude más, estaba totalmente ma-


reado, de seguro la trotada me había empeorado y eso que
dicen que el deporte es salud, bah!, pura mierda, bueno;
pero yo, en esos momentos, no estaba como para pensar en
deportes, estaba mareado, como diría alguien en sus cinco
sentidos, vuelto mierda y para colmo el bombillito del co-
lectivo era todo rojo, y la música vallenata aumentaba mi
náusea... Dizque “una hebra de cabello adorna mi alma…”,
pues que se limpie los dientes con ella y deje de joder el

174
Triki triki la tristeza

maricón, y para acabar de ajustar, el grupo de pasajeros


era un mosaico triste, decadente, colorido, y además, muy
oloroso. A mi lado iba una puta con una cara de travesti
brutal o tal vez podría haber sido un travesti con una cara
de puta brutal, no sé, no podría saberlo, de lo que si estoy
seguro era de su olor a brandy-Channel-cigarrillo.
- ¿Cuánto vale el polvito? - 10 mil pesos papito, más lo de
la pieza - Vamos pues y me lo mama. - Claro papito esa
es mi especialidad, me cancela por favor ya el servicio. -
Hágale pues, ¡ah, no! usted está muy borracho y no se va a
venir y yo ya me tengo que ir - Vieja hijueputa ya te pagué
malparida y te tenés que quedar hasta que yo me, me ven,
me veen, ah, ¡gaaa!... - ¿Ya se desarrolló? -Aja.
También había un tipo que olía a betún Cherry, a cepillo
de madera, a paño húmedo y pelos de caballo. Y de las
sillas de adelante, se desprendían otros olores o, más bien,
huelores, huelía a sangre bajo la suela de algún zapato,
huelía a pata de vareta escondida en un bolsillo de la bi-
lletera, huelía al fin del mundo, chunchurria y cansancio;
y la luz roja y el maquillaje corrido del travesti que pa-
recía una puta, y el ruido del motor y una hebra de cabello
adorna mi alma y una puta lágrima bajando por la mejilla
rosada de la puta que parecía un travesti y la náusea y el
olor a sangre bajo de la suela de algún zapato y el vasito
vacío de chunchurria tirado en el suelo de alguna banca y
la luz rojita y las luces blancas del alumbrado público. La
puta, el mareo, la naúsea, una hebra de cabello adorna mi
alma, los pedacitos de chunchurria en alguna boca, la luz
roja dentro mis ojos y el olor a semen goteando por entre
las piernas de esta mártir que parece travesti que parece

175
Hugo Gris

prostituta, y la rimita ridícula dándome vueltas en la ca-


beza: la pulga, la pulga tiene pelos en, en… y yo como una
güeva me quiero vomitar. En ese momento, un loco de los
de adelante hizo parar el colectivo y se bajó en la esquina,
yo aproveché y me senté en el puesto que él había dejado y
saqué la cabeza por la ventanilla para no estar más dentro
de este caos-colectivo; pero ya estaba jodido (la pulga, la
pulga tiene pelos en, en, en las manos…) y detrás de mí el
olor de la luz roja, del llantico de esa virgen que era marti-
rizada cada noche por tener cara de puta y vestirse de tra-
vesti, y el olor a sangre bajo de la suela de mis zapatos y el
vasito vacío y esa boca sucia de chunchurria y el aliento de
todos rozándome el cuello y una hebra de cabello adorna
mi alma, negro marica que se motile el alma y la naúsea
y la pulga tiene pelos y no resisto más, estoy que me, que
me vomi-touhgoooh-guaah... Entonces empezó a salir de
mi boca un líquido verde espeso, era la bilis del recuerdo
con que yo iba regando las calles de esta ciudad maldita,
y cada plastica de vómito al contacto con el suelo tomaba
su forma, la de ella, la de Desnuda desnuda y empezaba a
decir la pulga, la pulga tiene pelos en, en, en… Y en esas,
pasaba un taxi que venía detrás del colectivo y no la veía
como yo la podía ver y le pasaba por encima, y entonces
ella gritaba y todo su cuerpecito verde, de vómito vino de
manzana que no era manzana, quedaba esparcido en el
asfalto, y yo seguía vomitando haciendo plasticas de re-
cuerdos, y ella seguía con el cuento de los pelos. A veces,
corría para no dejarse arrollar de algún auto; pero de nada
le servía porque ellos no la veían y, finalmente, la alcan-
zaban y la dejaban arrolladita en el asfalto. ¡Ah! qué tris-
teza tener que olvidarla así, pero ¿quién la mandó a irse

176
Triki triki la tristeza

con ese muchachito que parecía una mezcla enferma de


varios programitas maricas? Porque todo lo que decía so-
naba a Highlander, a Hombres de acero, a Aventuras en
pañales y a los recuerditos cagados de Los Años maravi-
llosos; y aparte de las mismas tres pataditas marciales que
cada noche practicaba, lo único que mal hacía era cantarle
al oído todas esas cancioncitas cursis de los 80´s, en una
pésima pronunciación, dizque Mama and come home,
dizque Cherry, dizque Hotel California; pero ni modo de
culparlo, yo a la F hubiera hecho lo mismo, después de
uno estar dos años en el ejército participando en masacres
paramilitares, asesinando a humildes campesinos, yo tam-
bién me hubiera quedado interiormente en los 80´s, en los
años maravillosos, cantándole a la pulga Please don’ t go.
No recuerdo donde me dejó el colectivo, de lo que sí estoy
seguro es de que me sentía mucho mejor, no sé qué; pero
algo había olvidado.
PII me invitó a que me quedara, si quería, unos días en su
casa. Me dijo que tenía que despejarse un poco la cabeza;
porque él también andaba inundado de vampiras depre-
siones, pero que a él eso de las pepas, los hongos y el pe-
yote ya no le sollaba mucho. Me dijo, con los siglos uno
aprende que la sobriedad es el estado más alucinante, no
hay nada más irreal que la realidad, Walter, recuérdalo. Yo
le dije que fresco, que siempre lo iba a recordar; también
le dije que podía contar conmigo para que le cuidara la
casa, que fresco que yo le sacudía el sarcófago, y él se rió
a carcajadas y me dijo que él no usaba sarcófago si no una
gran caja de marioneta, pero que igual le parecía bien que
fuera yo quien se la cuidara. Me tenía confianza el PII, y

179
Hugo Gris

yo no quería decepcionarlo.
A la mañana siguiente lo despaché rumbo a Río de Janeiro
envuelto en una de sus cajas, allá él se iba a divertir de
lo lindo. Ya me lo imagino en pleno carnaval, contando
garotas, contando teticas y nalgas y ombligos y hasta las
maricas carrozas; nada que ver con las güevonaditas que
le tocaba contar en Farsa Sésamo; dizque ponerlo a contar
rayitos, cebritas o numeritos del uno al cinco y todo eso
para después echarlo, ¡bah!, pura mierda. Además, en Río
lo iban a recibir unos amigos gitanos que tenían un circo,
el circo del Hombre Lobo, bacano también conocerlos.La
casa de PII quedaba en el barrio Prado y era una de esas
viejas mansiones de principios de siglo, era grandísima de
dos plantas y un sótano inmenso, también tenía un gran
solar en el que había, además de una piscina, un árbol de
naranjas verdes de Elit y sobre las ramas del árbol había
un gato muerto y petrificado. A la F lo malo de todo era
que la piscina tenía baldosín rosa y una estúpida forma de
corazón, y eso no le quedaba nada bien a un tipo como PII.
Él había comprado la casa con la plata de una herencia que
había pleiteado por varios años en los tribunales, hasta
ganarse el derecho de ser reconocido como hijo legítimo
del príncipe Vlad Tepes. PII me contó que lo más compli-
cado de todo fue encontrar el tipo de sangre primario del
príncipe, para luego compararlo con el suyo y demostrar
así la verdad ante los maricas tribunales; porque si bien
es cierto que él nunca se ha chupado a ningún humano,
cuando niño se chupó muchas porquerías, entre ellas va-
rias ratas y algo de eso queda siempre en la sangre. PII era
hijo ilegítimo del príncipe Drácula y de una bruja mate-

180
Triki triki la tristeza

mática llamada Henea, tal vez por eso era la fijación de PII
con los números, en fin.
El único favor que muy seriamente me pidió PII fue el de
que, por ningún motivo, fuese a organizar dentro de su
casa una fiesta PUNK, yo le dije que fresco que en esta
ciudad nunca habían existido verdaderos PUNKS, y él me
repitió qué pilas, que ni siquiera con imitaciones, y yo le
dije que fresco, que todo bien, que se fuera tranquilo.
Tardé como dos días en reconocer toda la casa, había
muchas colecciones de objetos encontrados, entre ellas
una colección completa de cabezas y pedazos de mu-
ñecas, había otra de zapatos de borrachos y una más de
peines que habían sido usados sólo por hombres calvos
ya carentes de esperanza. Y en el sótano, además de una
colección de pintura hecha a base de pedazos de toallas
higiénicas, había una gran bodega de vino y estaba toda
llena je, je, je… de un vino negro llamado Madruva, probé
una botella y era un poco dulce para mi gusto; pero más
adelante, de algo han de servir.
Me quedé encerrado varios días en la casa sin ganas de
salir, poco a poco, fui sintiendo una depresión brutal y
yo con lo alegre que siempre he sido. Así fue como me
di cuenta de que estaba tomando la costumbre de contar
cualquier objeto que encontraba, los cuadros, las cortinas,
las ventanas, las arañas, los platos, las cucharas y hasta las
botellas de vino que había en el sótano. Todo lo contaba,
lo ordenaba por grupos, lo guardaba, lo sacaba y de nuevo
lo volvía a contar; me sentía enfermo entre los objetos
agrupados, me sentía solo; entonces me di cuenta de la ne-
cesidad de PII por establecer grupos, guardándose la ab-

181
Hugo Gris

surda esperanza de encontrar cabida en uno de ellos; qué


barbaridad, ya estaba hablando igualito que PII. ¡No, a la
mierda, esto hay que solucionarlo! Se me ocurrió entonces
que el vino siempre es un buen remedio para recuperar la
identidad, bajé al sótano y subí hasta la piscina en grupos
de diez las 1050 botellas de vino Madruva que había en la
bodega, eran exactamente 105 grupitos de botellas repar-
tidas de a diez o 210 grupitos repartidos de a cinco botellas
o 350 en grupitos de a... ¡no! a la mierda todo, yo me voy a
enloquecer. Quité entonces el tapón de la piscina y esperé
que se vaciara lentamente, mientras tanto, destapé la pri-
mera botella de Madruva y traté de leer la etiqueta; pero
nada pude entender estaba escrito en rumano y yo que
perdía siempre inglés cuando estaba en esa jaula de co-
legio Vicarial. La piscina terminó de vaciarse en la primer
botella y entonces procedí a taponarla de nuevo y empecé
a vaciar una por una las botellas de vino, tardé como dos
botellas más, lo cierto del caso fue que para el momento
en que la piscina ya estaba llena, yo ya podía leer la eti-
queta que estaba en rumano, la leía claro, en la etiqueta
de atrás veía una leyenda que decía algo así como: “Este
vino fue producido en 1854 con las mejores uvas negras de
Transilvania, nuestro vino es por excelencia la bebida de
la sobriedad y nuestras uvas son estrictamente clasificadas
y cuidadas en nuestros campos de producción, adornados
por crucifijos incandescentes que se prenden en las largas
noches de nuestra querida Transilvania, en las que deam-
bulan los más pequeños vampiros, finos amantes de la uva.
Y todo eso para que llegue hasta su mesa la Madruva y
tenga la más exquisita experiencia de esta dulce y oscura
sobriedad.”

182
Triki triki la tristeza

¡Hijueputa! si en verdad este vino ensobriese, estoy jodido


¡bah! pura mierda. Y una vez estuvo la piscina llena
me empeloté de una y me tiré a ella, a dejarme bajar, a
dejarme llevar por esa corriente negra, oscura, dulce de
la sobriedad, sí, sí, estaba empezando cada vez a estar
más sobrio, y vueltita a la piscina nadando de pecho y
vueltita a la piscina nadando de espalda, y vueltita al estilo
mariposa y traguemos vino, más vino y de repente, sentí
un calor impresionante y luego el frío y luego calor ¡Uh!
qué sobriedad, sentí todo el frio del lado oscuro de la luna,
todo el calor del sol dentro de mi cuerpo, qué sobriedad,
qué sobriedad, cierto loco qué sobriedad ...
- ¡Conteste pues, lector marica!
Pero a la F tanta sobriedad más me iba deprimiendo y el
solle del inicio ya no estaba, me dio por pensar cosas güe-
vonas como quién soy, de dónde vengo, a dónde quiero ir,
qué voy a hacer con mi vida, qué planes tengo para el fu-
turo, pensar en trabajar, en estudiar, ser productivo para
este puto sistema, no las güevas así cualquiera se deprime.
Y de un momento a otro, ya estaba otra vez pensando
en Desnuda desnuda, en Angelita desnuda, en Claudita,
en Marcelita, en Adrianita y hasta en Betty, desnuda; y
yo aquí solito sin poderme incluir en el conjunto de sus
piernas, en ese paréntesis rosado que siempre me deja
la cosita como un simple signo de interrogación, quiero
conjuntos, quiero conjuntos, conjunto mi mano sobre sus
senos; conjunto mis dientes, sus dientes paréntesis, bocas;
conjunto jadeo en el jadeo; conjunto vacío, solo el silen-
cio.¡Qué mierda! Me estaba muriendo solo, sólo muriendo
y ya no pude más y quise ahogarme en esa piscina triste,

183
Hugo Gris

en esa piscina negra, en esa piscina dulce y abrí la boca y


me dejé llegar hasta el fondo y el vino entraba rápido y los
borbollones quemaban mi garganta, quise por un instante
salir, sólo salir; pero mi cuerpo estaba pesado, quieto, no
tenía ya fuerzas para nadar, tampoco veía nada, el fondo
estaba oscuro y era una muerte dulcemente sobria, sin
recuerdos, ni rabia, sin tropel o prisión; era una simple
sobredosis de realidad.
De repente sentí una gran corriente, como si alguien o algo
hubiera caído dentro de la piscina, entonces sentí miedo,
un miedo terrible; porque no sabía quién o qué cosa me
halaba del cuello. Perdí el sentido por unos momentos y
lo último que recuerdo es mi cabeza estrellándose contra
el pasamanos rosa de la piscina.
Cuando por fin desperté tenía el visor todo borroso y me
dolía la cabeza. Lentamente, de a poquito, fui recupe-
rando la nitidez en la visión, ahí fue cuando en verdad me
asusté; por un largo rato me creí totalmente muerto, to-
talmente frito, como si hubiese sido invitado a una fiesta
de pijamas preparada por dios; porque frente a mí había
un mansito con una carita toda lindita y estaba vestido
con una malparidita túnica blanca, blanquísima, como la
ropa blanca en las propagandas de detergente; y con unas
alas inmensas, negras como de gallinazo, pero no olía a ga-
llinazo. Sí, eso que estaba sentado a mi lado era una gallina
celeste o un ángel, como diría mi agüelita; qué vaina y yo
que pensaba que se habían extinto antes que los dinosau-
rios, los pegasos, los dragones, las doncellas, las libélulas,
los unicornios y las abejas, o mejor aún, pensé siempre
que eso era pura mierda, que nunca existieron, o será que

184
Triki triki la tristeza

estoy alucinando, qué maricada este malparido vino es tan


fuerte que no se tiene ni la duda de la alucinación.
De pronto, me voltié a mirar a la piscina, porqué el ángel
ese también la estaba mirando y la superficie del vino es-
taba toda llena de pedazos de alas y hábito blanco. Me dio
risa y pensé: no, no, hmm, qué malos hábitos tienen en el
cielo je, je, je, me voltié y lo miré de nuevo y los pedazos
de hábito que aún tenía puesto seguían cayendo, caían sus
plumas y los pedazos de tela blanca. ¡Uy! Pensé, PII me va
a matar dónde se dé cuenta que le metí a la casa un ángel,
¡ah! pero quién lo manda a no ponerle reja al patio, con
esta marica inseguridad. Me concentré más en lo que en
ese momento le estaba ocurriendo al ángel, que ya estaba
desnudo, totalmente en cueritos y temeroso, con frío, y
entonces le dije para que se relajara: Tranquilo Yavé que
yo no soy maricón. Él no dijo nada, sólo me miró calladito,
entonces me dieron ganas de mirarle el cuerpo, de saber
qué tan grande tenía la polla un ángel y le miré en donde
supuestamente debía de tener la polla, y la güeva esta no
tenía nada, pero nada de nada. Entonces le dije: ¡Ey!, vos
no tenés nada, ni polla, ni güevas, ni tetas, ni chocha, oíste
¿vos entonces qué sos? y él o ella o quién sabe qué puta
cosa, se sintió apenado o apenada o quién sabe qué puta
cosa, y agachó la cabeza por un momento tiritando de frío.
Yo esperé a que levantara el rostro para verle el cuello y al
hacerlo, me fijé detenidamente y no tenía eso que llaman
la nuez de Adán, y mirándole bien a la cara, era como de
niña linda por lo menos más linda que todas aquellas que
yo conocía. De repente dentro de mí, se encendió como
una llama negra, una extraña y maligna convicción, me

185
Hugo Gris

sentí seguro de trasformar a mi antojo su cuerpo con sólo


quererlo; entonces quise intentarlo y le apunté con mi
dedo, mientras él o ella temblaba. Yo sentí la seguridad
de poder contar en su pecho dos senos, dos hermosos,
erguidos y duros senos, como los de las madres de Tran-
silvania, blancos con sus pezones rosaditos y pequeños; y
el angelito o la casi angelita temblaba de angustia viendo
cómo se estiraba y abultaba su pecho.¡Y yo :) je jeje!
Después sentí el deseo de contar sobre su vientre, un
lindo juego de labios carnosos velludos, vírgenes, listos
para destilarme la savia de los días. Adiós a la masturba-
ción, y así fue. Y el antes ángel o no sé qué puta cosa, se
había convertido en mi angelita, y yo con esta sobriedad
ya quería amarla, jadearla, enseñarle por qué no estamos
felices cuando pensamos en la muerte y es que aquí en la
tierra follamos porque sí, follamos por qué no ¿tiene un
mal trabajo? folle, tire ¿Tiene algún marica problema fa-
miliar? tire, ¿Tiene algún problema económico? Tire, tire
porque sí, tire porque no, tire por si las moscas, porque
uno nunca sabe y la vida irá mejor, aunque sea por un
ratico. Y eso era lo que yo en ese preciso momento necesi-
taba, necesitaba tirar, libar, follar, pichar, culear, copular
de todas las maneras, con todos los sinónimos y en todos
los tiempos; hagámoslo ya: presente perfecto, hagámoslo
otra vez, dentro de un ratico: futuro perfecto; y cuando
nos dé risa acordándonos de que rico lo hicimos: pasado
perfecto, sin nadita de pretérito.
Pero la Angelita no pensaba lo mismo, apenas hice el
amagué de acercármele para quererla un poquito, ya es-
taba corriendo como una loca de un lado al otro de la

186
Triki triki la tristeza

piscina, y yo detrás de sus nalguitas rosaditas, talladitas


por las piedras del borde de la piscina. Y la muy paranoica,
en medio de su huida, resbaló y fue a dar directo al mar
de Madruva dulce, se aporrió feo, porque creo haber visto
que su cabeza pegó con el borde rosa de baldosín; ¡ah, las
güevas! Yo ya no pienso mojarme, ya me dio frío, que salga
como pueda, al fin y al cabo, por mucho que la transforme
siempre será un puto ángel y los ángeles, se supone, son
inmortales, en cambio a mí me da gripa y, si se me com-
plica, hasta tuberculosis y hasta ahí llego ¡no las güevas!
Además, con lo nerviosa que es, le deben sentar bien unos
cuantos traguitos de Madruva y que se la solle y que no se
deje güevoniar de nadie y que, si le da la gana, hoy llegue
tarde al cielo. Que se sienta por una puta vez en su vida
querida, sudada, babeada, deseada y quién sabe, hasta de
pronto colmada, colmada de caricias, de olores, de esa
fragancia dulce que debe tener ahora en su sexo. En este
momento, dentro del vino, la unión de sus piernas debe
estar oliendo a ballena borracha, a navío olvidado a las
orillas de un mar negro, de un mar dulce ¡eh!, yo mejor la
saco porque mi cosita ya empezó a sentirse como la única
palmera erguida que queda bajo el cielo de esta isla lla-
mada soledad. ¡Uy! esta Angelita es una mala influencia,
con sólo verla ya estoy hablando todo cursi y rosadito o
será que el marica baldosín de la piscina es subliminal. La
saqué como pude, pero antes de lograrlo, nos tocó tragar
a los dos, un buen rato, vino. Estaba pesadito el cuerpo de
la angelita, casi no la saco de la piscina, y nos quedamos un
buen rato de espaldas, boca abajo, tratando de recuperar
la respiración, tratando de que el aire se oyera fuerte y así
se asustara el silencio. La tomé de la mano y su cuerpo lo

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Hugo Gris

sentí tibio, y entonces ella me miró sin temblor, con una


sonrisita toda sobria, cómplice, querible, y me dieron y
te dieron ganas de besarnos Angelita y lo hicimos, y te
dieron y me dieron ganas de estrecharnos y lo hicimos, y
me agaché a besar la unión de tus piernas y era cierto, olías
a ballena borracha, a navío encontrado; y besaste la copa
de mi palmera solitaria, y dijiste que no sabías a qué olía,
a qué sabía el aceite de coco, pero que te parecía que olía,
que sabía cómo a eso, y no tuve más miedo de hablar tan
rosadito, y no tuviste más miedo de que te abrasara tanto,
tan fuerte, tanto.
Y tu :) = (: Y yo…
En este encuentro sin espera. Y en el preciso momento
en que mi palmera blanca y solitaria le hacia la venia a tu
navío encontrado a la orilla de un mar negro, pero dulce,
me dolió la espalda y me dolió la vida, y me sentí como
un maldito pegaso acuchillado, me dolía, me dolía, no sé
por qué pero los dos temblamos al tiempo; no sabes por
qué, pero los dos miramos al tiempo la superficie negra de
la piscina y ya no estaban los pedazos de alas, los pedazos
de plumas, ni tampoco vimos el hábito blanco que, para
entonces, ya no podía serlo tanto. Y me miraste llorando
y te miré putamente triste, sabías, sabía lo que estaba pa-
sándome, sentías puesto sobre mi cuerpo tu hábito blanco
que para entonces no lo era tanto, y yo sentía y sabía de
ese peso inaguantable de tus alas ¡oh mi ángel! Angelita, y
sobre mi espalda batían su fuerza y no querías, y no quería
que me dejaras ir; pero era inútil, yo ya era un ángel y
tú la más bella niña enamorada, enamorado, enamorados
de lo imposible, lloramos, gritamos, maldijimos juntos a

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Triki triki la tristeza

nuestro dios, pero ni así pude desplomarme.


Creo que esta marica sobriedad fue mi último sueño.

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“Nosotros, los discípulos de la oscuridad, aprendimos de
la oscuridad el deseo natural de ser luz”.
Quiero agradecer a las personas que con sus diversos aportes
hicieron posible este libro:

A los participantes del Club Literario de la CNCCS, pues su


presencia fue fundamental para el enriquecimiento narrativo
del texto.

A Tania Rincón Henao, Alejandra Larrea Bolívar, Johana Otál-


varo Giraldo, Astrid Sánchez Aguirre y Lexx Liebermann por
su apoyo para que esta obra saliera a la luz.

Muy amorosamente a mi madre y mi abuela por sus bendi-


ciones; a Jennifer Hernández por su complicidad, tenacidad y
entrega.

Se me quedan muchos nombres por fuera, pero a todos aquellos


que nos han acompañado a soñar en la creación, gracias.
Este libro se terminó de imprimir en
Medellín, el día 31 de octubre de 2019.

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