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Problemática

El presente es la puerta que nos remite a la inmutable presencia que es la eternidad.

(recordar como nuestra memoria unifica momentos). El tiempo no posee el presente, el paso y el
futuro como momentos que están siendo en el tiempo; por el contrario, el presente, el pasado y el
futuro son momentos de una otra presencia inmutable, el tiempo no sería ni hubiera sido nunca, y
gracias al tiempo mismo, que va haciendo desfilar ante nosotros su instante actual, nos ponemos en
contacto con una presencia viva que es la eternidad.

Los platónicos afirmaban que el tiempo era la imagen móvil de la eternidad, tal vez sea mas aceptable
decir que el tiempo es la participación de la eternidad: una presencia idéntica en la que se distinguen
y oponen todas las especies de la presencia. Estamos inmersos en el tiempo y en la eternidad. El
tiempo es un momento de la eternidad; el momento pasado fue porque siempre es en la eternidad;
si bien ha muerto en cierta manera para nosotros, ha sido siempre y es en la eternidad. Y lo mismo se
diga respecto del futuro: si bien para nosotros, aún no es, no es para nuestro limitado conocimiento,
pero existe actualmente en la presencia de la eternidad; por lo tanto, pasado y futuro son momentos
coexistentes de la eternidad que es presente puro.

En cuanto al presente que nosotros podemos captar fugazmente (ver San Agustín sobre el tiempo -
pág. 60). en los hechos que transcurren, se comporta como una delgada ranura por la que
vislumbramos la eternidad. El hecho histórico singular, en cuanto presente, nos debe permitir ese
vislumbre de eternidad ya que el hecho histórico no es otra cosa que la irrupción de la eternidad en el
tiempo. Y el tiempo conexiona, une los momentos; el tiempo es esa unión misma de los momentos de
la eternidad.

Por lo tanto, en el tiempo histórico presente, está la eternidad. El tiempo histórico implica la
eternidad.

Obsérvese entonces que el presente no es propiamente temporal; más bien lo son el pasado y el futuro
que se desarrollan en el presente que les sirve de base. Lo que verdaderamente tengo delante es la
eternidad aunque apenas pueda vislumbrarla por la ranura de mi presente.

La vida humana, nuestra realidad total, se despliega siempre en una presencia, no en un pasado ni en
futuro, como es obvio; la existencia de la humanidad se desarrolla en una presencia de la que no
puede evadirse aunque quisiera, porque esta presencia es la condición y la causa misma de su
existencia.

EL tiempo es como un despliegue de la eternidad en,el cual los momentos del tiempo se comportan,
como por así decirlo, como eternidad “eparpillée”. El tiempo se mueve por lo tanto en ámbito de la
eternidad. Por eso podemos afirmar que el fin de la historia no puede ser ya temporal, sino
supra-temporal y meta histórico. El fin de la historia significa una como absorción del tiempo
histórico en la eternidad apenas vislumbrada en el presente fugaz.

Es cierto que respecto de nosotros decimos que el fin vendrá, pero, como vimos, el futuro es una
especie de presencia y, como tal, ya está aquí ¿Podemos entonces, nos preguntamos, hablar del valor
escatológico del presente? Creemos que sí, ya que el tiempo histórico, en cada presente, nos muestra
la eternidad; pues si bien todo el tiempo histórico desemboca en la eternidad, ésta está preanunciada,
más aún está en cada presente. Por lo tanto el fin es inminente. Si el fin del tiempo es la eternidad, y la
eternidad ya está presente, el fin es inminente.

La disolución progresiva de la charitas que se ha ensanchado cada vez más en el compo de dominio
de la civitas mundi, tinene su explicación más evidente en el Estado moderno y en la técnica sin alma
que, en gran parte, se han transformado en instrumentos de la disolución de la charitas.

En el siglo XIV Ockam pone en tela de juicio la estabilidad misma del orden presente en cuatno este
orden sólo depende de un acto de la voluntad divina que es voluntad arbitraria. Así, al final de la Edad
Media, la tradición griega que como dijimos , fue asumida por el Cristianismo, es casi definitivamente
resquebrajada, porque el mundo grega era un mundo que reconocía una necesiada intrínseca sin la
cual no puede ser concebido.

También en el siglo XIV y estrechamente unida a la doctrina anterior, se sostiene por primera vez
cierta autonimía de lo que siendo mundano es propio del hombre. En efecto por un lado se lucha por
salvar y reafirmar los derechos de Diosa a una soberanía absoluta; pero por otro, se intenta con los
nomilaistas defender la existencia de un margen de realidad -la de los medios temporales del hombre-
como cosa autónoma.

Como consecuencia de esto, la noción de totalidad y de unidad que era propia de la sociedad
cristinana, desaparece; el camino para la aprición del Estado en el siglo siguiente está preparado, si
entendemos por tal, algo absolutamente secular, en la cual la noción agustiniana y cristiana del amor
Dei que reconoce ante todo sentido social, no tiene cabida. El Estado posterior es exclusivamente
mundano, secular, con una autonomía absoluta perfectamente concorde con las doctrinas que por
entonces afloran acerca de la libertad humana y la omnipotencia divina.

El espíritu del hombre occidental, si lo identificaomos con el hombre cristiano sobre cuyas espaldas
descansa toda la cultura de Europa, sufre su primera crisis a partir del siglo XIV en la cual se escinde
la conciencia cristiana, es decir, esa conciencia que no se quda en la conisderación providencionalisata
de la hisitoria, sino que se extiende al todo la presencia divina, de tal manera que su mundo es como
un aposento sacro; el mundo del cristiano que sigue siendo en cierto modo el mundo griego, pero
asumido por la Revelación cristiana, se transforma en una especie de aposento seguro, donde todo está
en su lugar, donde todo es conocido y en cuyo centro se sitúa el honmbre, y en el centro del hombre
Cristo.

Hacia el siglo XIV comienza la disolución de este mundo sacro; el lazo de unipin entre los miembros
de la Ciudad que es el agapé cristiano, comienza a diluirse y también se pierde el sentido de totalidad
que tiene el Cristianismo.

Frente a la concepción cristiana de la vida que funbda la cultura de Occidente surge un nuevo tipo de
hombre, el burgués. Dios empieza a perder crecientemene su caracter cristiano. Deja de representar
algo concreto y personal. Se torna crecientemente una especie de divinidad anónima sin verdadera
personalidad, el principio abstracto e incoloro de un mundo por creador del cual siguen pasando, pero
ya no es en realidad su mundo, a saber un mundo en el que siga presente y pueda operar.
En efecto, el mundo del burgués-liberal es de tal naturaleza que, aunque este hombre siga creyendo
firmemente en Dios, ha mutilado su omnipotencia, pues ahora se ha transformado en un Dios alejado
del mundo en el cual deja al hombre un amplio margen de autonomía; ciertos aspectos de la vida
puede muy bien ser regulados por el hombre mismo sin la molesta en innecesaria referencia al Señor
que tampoco tiene por qué dignarse intervenir aquí abajo.

Así nace el mundo del burgués para quien ese mundo se ha secularizado y queda a merced de sí
mismo. Dios ha comenzado a morir. El hombre moderno creerá en Dios pero su relación con El es
cosa privada y nada más que privada. En consecuencia, si esta relación es privada, queda roto el lazo
más poderoso de la sociedad por el cual está fuertemente unido un hombre con otro.

No es necesario insistir aquí cobre la aparición y las cuasa del individualismo de los siglos XVIII y
XIX al que, en realidad, ya nos hemos referido brevemente al hablar del hombre burgués y la sociedad
capitalista (ver si hablé de esto). Pero el individuo político no es más que una etapa que de ninguna
manera está en contradicción respecto de la marcha de la humanidad hacia un supremo despotismo
(explicar); antes bien, la impulsa hacía él y de su seno nacerán los más modernos movimientos de
exaltación de la pura autoridad secular.

Dice Martín Buber que el universo del Cristianismo es una posento seguro, finito y conocido como lo
era para los giregos, pero a diferencia de ellos, el mundo cristianjo está pleno de Dios; en él el hombre
podía moverse como en su casa.

“EL esquema de está imagen del mundo -dice buber-, es una cruz cuyo madero vertical es el espacio
finito entre cielo e infierno, que nos lleva derechamente a través del corazón humano, y cuyo
travesaño es el tiempo finito desde la creación hasta el día del juicio; su centro , la muerte de Cristo,
coincide, cubriendolo y redimiendolo, con el centro del espacio, el corazón del pobre y pecador. En
torno a este esquema se contruye la imagne medieval del mundo: Dante pobló de vida el interior de
ese mundo, pintando la vida de los hombres y de espíritus, pero sus perfiles conceptuales fueron
trazados por Tomás de Aquino”

Falta aún una referencia a la división actual del mundo entre los dos bandos en lucha, Oriente y
Occidente, una de las más certeras afirmaciones acerca del origen de la sociedad capitalista la
encontramos en el manifiesto comunista de Karl Marx.

Dice el gran teórico del comunismos actual que “Cuando las ideas cristianas en el siglo XVIII, se
sometieran a la ciencia, la sociedad feudal reñia el último combate con la burguesía entonces
revolucionaria”, Marx está, pues, bien lejos de afirmar que la burguesía sea esenciamete cristiana; por
el contrario, del texto citado resulta que con ella comienza la destrucción de la sociedad cristiana que
Marx idetifica con als formas feudales; lo que no podía ver, naturalemente, es que esta disolución era
debida a la posición de autonomía que adopta el hombre burgués, por el cual diluye el lazo unitivo de
la socidedad -amor Dei- para remplazaro por otro, amor sui, determinante de la ciudad terrena.

El mismo Marx señala en el célebre Manifiesto conjuntamente con Engels, el hecho innegable de que
“La ”burguesía procrea sobre todo el propio sepulturero” porque el obrero se transforma en el pobre y
este aumenta cada vez más con el aumento de la población y de la riqueza, de lo cual resulta que la
burguesía no puede dominar por mucho tiempo más a la sociedad; pero lo que Marx no sabe es que él
mismo como el sovietismo contemporáneo, a pesar de todas las cariaciones de la doctrina, es producto
de típico de la sociedad burguesa-capitalista; la afirmación marxista de que “La crítica del Cielo debe
ceder su puesto a la crítica de la Tierra” equivale a decir que la civitas terrena debe devorar a la
civitas sancta.

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