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​Sueño lúcido

Daniela Ariza

Te veo, sentantada en el patio con las manos posando tus rodillas, calma y a
veces ausente en un tiempo y en un lugar que solo tú conoces.
Madre de sangre ajena, te observo sentada a la par del mediodía
contemplando la soledad, o diciendo una plegaria, en el jardín regando las
plantas, o viendo desde el umbral de la puerta el continuo ajetreo de las
vidas.
Grande mujer, hacedora de improbabilidades, deleitas cuando estás en la
cocina haciendo magia constante, y plasmas a modo de arte la presurosa
cotidianidad.
Oigo tu canto cuando crees que nadie te escucha, y observo atenta como
cuando era pequeña, la frágil mirada de la compasión, acompañada desde
siempre por una mancha de sufrimiento. Cargaste la presión de tu época y las
consecuencias de decisiones no siempre propias, padeciste, viste padecer, y
el corazón se me ha roto de solo saberlo, pero aún así, fuiste y eres la guía
constante y el ejemplo inmediato.
Te sigo sintiendo a pesar de la ausencia, y a pesar de todo, quedas en el
tiempo y en la eternidad, en el silencio y en el vacío donde tus cosas
perduran y tu aroma difícilmente se va.

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