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La historia de las semillas

Dos semillas estaban juntas en el suelo primaveral y fértil.


La primera semilla dijo:
—¡Yo quiero crecer! Quiero hundir mis raíces en la profundidad del suelo que me
sostiene y hacer que mis brotes empujen y rompan la capa de tierra que me cubre…
Quiero desplegar mis tiernos brotes como estandartes que anuncien la llegada de la
primavera… ¡Quiero sentir el calor del sol sobre mi rostro y la bendición del rocío de la
mañana sobre mis pétalos!
Y así creció.
La segunda semilla dijo:
—Tengo miedo. Si envío mis raíces a que se hundan en el suelo, no sé con qué puedo
tropezar en la oscuridad. Si me abro paso a través del duro suelo puedo dañar mis
delicados brotes… Si dejo que mis capullos se abran, quizá un caracol intente
comérselos… Si abriera mis flores, tal vez algún chiquillo me arrancara del suelo. No,
es mucho mejor esperar hasta un momento seguro.
Y así esperó.
Una gallina que, a comienzos de la primavera, escarbaba el suelo en busca de comida
encontró la semilla que esperaba y sin pérdida de tiempo se la comió.
MORALEJA: A los que se niegan a arriesgarse y a crecer los devora la vida.

Con el paso del tiempo…


A los 4 años: ‘¡Mi mamá puede hacer cualquier cosa!’
A los 8 años: ‘¡Mi mamá sabe mucho! ¡Muchísimo!’
A los 12 años: ‘Mi mamá realmente no lo sabe todo….’
A los 14 años: ‘Naturalmente, mi madre no tiene ni idea sobre esto’
A los 16 años: ‘¿Mi madre? ¡Pero qué sabrá ella!’
A los 18 años: ‘¿Esa vieja? ¡Pero si se crió con los dinosaurios!’
A los 25 años: ‘Bueno, puede que mamá sepa algo del tema….’
A los 35 años: ‘Antes de decidir, me gustaría saber la opinión de mamá.’
A los 45 años: ‘Seguro que mi madre me puede orientar’.
A los 55 años: ‘Qué hubiera hecho mi madre en mi lugar?’
A los 65 años: ‘¡Ojalá pudiera hablar de esto con mi mamá!’

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