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“¡Louis!”
“¿Sí?”
“Te ves muy bien de verde”
Escuché tu risa y juré que pude ver cómo te volviste a sonrojar.
“Nunca me has visto en otro color”
“Lo sé… Aun así, el verde se te ve muy bien”
Sacudiste tu mano en el aire para despedirte, y entraste a la biblioteca.
Por alguna razón supe que tuviste un buen día.
Me alegra haberlo causado.
…
Conversamos toda la tarde en central park.
En la noche te acompañé a casa.
Ahora sabía más cosas sobre ti:
Tenías veintiún años.
Te gustaban los atardeceres.
Odiabas el aguacate.
Tenías un perro llamado Clifford.
Te habías criado en estados unidos, pero naciste en Inglaterra.
Te gustaba la música clásica tanto como te gustaba el rock pesado.
Tu película favorita era ‘Titanic’.
Reías cuando veías a alguien caerse, y te sentías culpable por eso, pero no lo
podías evitar.
Te gustaba el origami y andar en patineta.
No soportabas el frío.
Tu libro favorito era ‘El olvido que seremos’, pero con el que más habías llorado
era ‘Bajo La Misma Estrella’.
No te gustaba hacer ejercicio.
Coleccionabas flores que después secabas entre las páginas de tus libros y las
usabas como separador de estos.
Tocabas el piano.
Te parecía irritante la voz de Jena Parker, tu compañera en clase de anatomía.
Tu primera pareja en secundaria había sido un desastre completo.
Vivías solo.
Tu familia estaba en California.
Me hiciste reír un buen rato cuando me contaste a cerca de la broma que le hiciste
a tu vecina, cuando tenías 15 años.
Tu mejor amigo se llamaba Liam Payne.
Te daban miedo la oscuridad y las ratas.
Te gusta el helado de metas y chocolate.
…
Recuerdo que después de un tiempo, encontrarnos en central park se había vuelto
parte de nuestra rutina diaria.
Algunas veces fuimos al zoológico.
Lo siento, se que lo odiaste, pero no pude evitar reírme cuando ese loro graznó al
lado tuyo y gritaste asustado.
Después llegó San Valentín,
Fuimos a la obra de teatro de danza abstracta a la que tanto querías asistir, al final
me dormí en mi asiento, era lo más aburrido que había visto, pero tu lo disfrutaste,
y por lo tanto también lo disfruté yo.
A veces te dormías en el metro, entonces yo te cargaba en mi espalda hasta llegar
a casa.
Otra cosa que enserio me gustaba de que fueras pequeño.
En Halloween debatimos sobre qué disfraz elegiríamos,
Me golpeaste el hombro cuando dije que tu podía ser E.T. y yo Eliot,
Y cuando propusiste disfrazarnos de Harley Queen y el Joker, insistí en que era
muy poco original.
Llegamos a la conclusión de que el disfraz de Emily y Víctor de ‘El cadáver de la
novia’ era muy costoso.
Y también consideramos disfrazarnos de las gemelas malvadas de ‘El resplandor’,
pero lo descartamos cuando nos dimos cuenta de lo ridículo que era.
Al final no decidimos un disfraz, y nos quedamos en casa viendo películas de
terror y realitys latinoamericanos.
…
Pasaron dos años.
Todo fue mágico.
Éramos muy felices.
En la mañana desayunábamos juntos, y después nos íbamos en auto al trabajar.
Nuestro auto era pequeño y rojo. Tú lo habías elegido.
Yo te dejaba en el museo en el que trabajabas
Y yo me iba a mi estudio de música.
Ganábamos buenos salarios, habíamos podido viajar por el mundo y comprar un
nuevo apartamento.
En las tardes volvíamos a encontrarnos, a veces te invitaba a cenar, otras veces
paseábamos por el parque, y otras veces íbamos directamente a casa y veíamos
películas hasta dormirnos.
Los fines de semana hacíamos la limpieza de la casa y salíamos de fiesta en la
noche.
Recuerdo que a ti te gustaba cortar mi cabello cuando ya estaba muy largo.
El día de mi cumpleaños me horneaste un pastel de chocolate, el cual quemaste
en la base, no tenía ni siquiera forma de pastel, y la crema era demasiado dulce.
Sobre este escribiste con glaseado verde ‘FeLiZ CuMpLeAñOs’ con letras
deformes.
La cocina no era lo tuyo.
Sin embargo, fue el mejor pastel que he comido en mi vida.
Todo porque tú lo hiciste.
Poco a poco aprendiste a cocinar sin quemar las cosas. Estabas muy feliz por eso.
En nuestro tiempo de casados me di cuenta de muchas más cosas que te
caracterizaban:
Tu tenías la extraña costumbre de siempre dejar un libro abierto y volteado al
revés el algún lugar de la casa. Y te enojabas cuando encontrabas las páginas
dobladas y arrugadas.
Amabas el color rojo, pero odiabas los zapatos rojos que te había obsequiado tu
tía en navidad.
Siempre dejabas las puertas de las encimeras abiertas de par en par, y yo siempre
me golpeaba la cabeza con ellas.
Intentabas hacer ejercicio conmigo, pero después de cinco minutos te agotabas y
te marchabas de mal humor a la cocina.
No podías ir a la cama sin beber una taza de té, y tal vez esa era la razón por la
que reías y conversabas mientras dormías.
Y todas esas conversaciones era los secretos que te guardaba, aunque no
tuvieran ningún sentido.
Nunca te gustó cómo sonaba tu voz en las grabaciones y, por lo tanto, el mismo
mensaje, tenía que ser descartado una docena de veces antes de que lo enviaras.
Te parabas de puntitas para alcanzar las cosas altas de la casa, y cuando te
compré un taburete, te enojaste y reclamaste que o eras tan bajito… Y sin
embargo es uno de los objetos que más usas a diario.
Te gustan los programas tontos que presentan en Home & Health.
Te gustan las notas de amor cursis y con brillantina, y los bebés te parecen
adorables.
Usas la chaqueta de cuero que te di cuando nos conocimos solo cuando te sientes
triste, y como nunca admites en voz alta cuando te sientes mal, es mi forma de
saber que debo abrazarte con más fuerza.
Dibujas en las esquinas de las servilletas.
Tienes un sentido del humor enorme, desde que te conocí una de las cosas que
más me has hecho hacer es reír hasta el cansancio. Te encanta hacerme quedar
como tonto con tus chistes sarcásticos.
A mi también me divierte cuando lo haces.
Amas bailar...
No te vi en una semana.
Nunca había bebido tanto alcohol en toda mi vida.
Cuando volviste a casa esperé sentir la esperanza que siempre sentía al ver tus
ojos,
Pero en estos solo había desilusión y tristeza.
Sentí como mi corazón se volvió pedazos cuando me di cuenta que el universo
que tenías en tu mirada, se redujo a un cielo opaco y nublado, y todo por mi culpa.
Tu corazón también se había vuelto pedazos cuando tiré el jarrón con tus
girasoles.
Te acercaste a mí.
Pero ya no sentía esa mágica electricidad.
Pusiste dos cosas en mis manos, sin decir nada te comenzaste a alejar.
Cuando estabas abriendo a puerta te volteaste hacia mí.
El mundo se detuvo y se sacudió violentamente.
Los dos derramamos un par de lágrimas saladas.
Y entonces hablaste por última vez.
“Necesito que firmes esos papeles para el jueves… Yo… Necesito el divorcio…
Fuimos muy felices. Gracias por todo… Adiós… Harry.”
Fue la última vez que pronunciaste mi nombre.
Tu voz se quebró como un cristal fino.
Y tus lágrimas brotaron como el agua de una represa que acabada de ser
destruida.
Destrocé tu alma.
Y con eso me destruí a mí mismo.
Quise perseguirte.
Quise abrazarte por la espalda y recordarte lo mucho que te necesito.
Quise disculparme.
Quise arrodillarme ante ti, tan solo para que te quedaras.
Pero no pude moverme.
Mis piernas pesaban como yunques de hierro, mi voz se había vuelto un susurro
“Louis…”
Intenté llamarte. Lo único que escuché fue el sonido del elevador cerrarse.
Te había perdido.
Había roto mi juramento.
Bajé la mirada con dificultad, sabía lo que había en mis manos.
Tu anillo de compromiso, y un sobre con papeles de divorcio.
Caí de rodillas sobre el suelo.
No dormí esa noche…
…
Tus últimas visitas a casa eran cuando yo me encontraba en el trabajo.
Tomabas tu ropa y tus pertenencias.
Cada día te llevabas algo que te pertenecía.
Cada día que llegaba del estudio había desaparecido una parte de ti.
Cada día me costaba más subir por el elevador, por que sabía que cuando abría la
puerta de nuestro antiguo hogar, otro de tus recuerdos se había ido contigo, y que
jamás lo volvería a ver.
Cada que llegaba al apartamento, un pedazo de mi alma desaparecía junto con
tus cosas, y cuando lo hacía, dolía más que cualquier cosa que haya llegado a
sentir en mi vida.
La lenta tortura duró una semana.
Tus cuadros coloridos ya no estaban. Ni tu ropa. Ni tu perfume. Ni tus libros. Ni tus
flores. Nada.
Las encimeras permanecían cerradas, la cocina ya no olía a comida quemada. El
televisor ya no presentaba realitys. Ya no había notas de amor sobre mi mesa de
noche.
Te vi desparecer.
El miércoles ya nada tenía sentido.
El jueves firmé los papeles por la mañana.
Sentí como el bolígrafo quemaba mis manos al sostenerlo.
Sentí como mi firma rasgaba mi piel.
PD: Profe, hice este dibujo ya hace un tiempo, me inspiré en este para escribir
esta historia, solo lo quería poner para que lo vieras :).
PD 2: esta canción también me sirvió te inspiración, por si quieres escucharla mientras lees:
https://www.youtube.com/watch?v=DOOk4oCmQuk