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Buffy

the Vampire Slayer


La Cazadora Perdida

Parte Dos

TIEMPOS OSCUROS
CHRISTOPHER GOLDEN

Una serie de novelas originales basadas en la famosa serie de televisión creada por
Joss Whedon
PRÓLOGO

Separada.

Buffy fue lanzada hacia delante, no impulsada desde atrás sino jalada,
arrancada, tirada con fuerza, dolorosa y bruscamente dentro de un abismo negro y
rojo. Se sentía como si sólo su rostro hubiera sido separado, tirado más y más lejos
dentro del piélago de negro infinito delante de ella, pero el resto dejado atrás, todo el
peso de esa carne y sangre y hueso que le proporcionaba la imagen que tenía de sí
misma. ¿Qué era ella?

Mente, corazón y alma. Rostro. Ojos, oídos y boca. Palabras.

Remolinos rojos penetraban la interminable sombra aterciopelada a su


alrededor, relampagueando detrás mientras era arrastrada. Como si el universo
mismo estuviera herido y sangrando.

Vagamente, en la niebla que parecía abarcar su mente, una oscura certeza la


sobrecogió.

Esa no era una visión. De algún modo, su espíritu había sido separado de su
cuerpo y ahora estaba en una travesía. Viajando. Lanzado fuera de control hacia algún
insondable punto en la distancia.

Buffy sintió su mente escurriéndosele, se sintió a sí misma cerrándose como si


estuviera siendo succionada a través del vórtice… y succionada… y succionada.
Arrullada dentro de una especie de hibernación, consciente y ya insensible a lo que la
rodeaba.

Entonces, sorpresivamente, tuvo cierta sensación de que el vórtice no era


interminable, de que el abismo no era infinito. En alguna parte más adelante había
una barrera, un muro, y había sido lanzada hacía él, ligada a la colisión. Perforó la
oscuridad más adelante pero todo se había puesto negro ahora, como si estuviera
ciega. Pero ciega o no, podía sentirlo, intuir su proximidad mientras era arrojada en
un curso hacia el impacto inevitable.

Colisión.

El agua fría salpicaba su cara.

Conmocionada, Buffy se quedó mirando sus dedos extendidos ante ella, la


mugrienta y resquebrajada porcelana de la pileta y el agua corriendo del grifo.
Instintivamente levantó la vista hacia un espejo sobre la pileta pero no había uno.

“Por supuesto que no hay uno. Ellos lo sacaron el primer día”, pensó. Regresó
en un instante a ese momento, cinco años atrás, cuando Cara de Payaso y Bulldog la
habían arrojado en esta celda la primera vez, golpeada, sangrando y apenas
consciente. “Ellos no querían que te cortaras las muñecas”.
Igual que un animal arrinconado Buffy giró sobre sí misma y sus ojos se
lanzaron hacia el cuarto. La celda. Barras en las dos altas ventanas que apenas
permitían un poquito de luz del exterior. Tres metros de muros de piedra alrededor.
Una puerta de acero con remaches metidos dentro de ella y ninguna manija o
picaporte o incluso cerradura de ese lado.

“Construido para mí. Esto fue construido para mí”.

Sus manos fueron a los lados de su cabeza y apretó sus ojos cerrados. Luego
los abrió del todo y contempló a su alrededor, abrazándose con fuerza. Buffy sabía
cosas. No sabía cómo, pero sabía.

Imposible.

Pero ineludiblemente cierto.

Había estado ahí, en esa celda, por mucho tiempo. Reticente, temerosa de lo
que pudiera encontrar, miró sus manos de nuevo. Rugosas, manos ásperas, con
líneas que nunca habían estado allí antes. Se estiró, sintió su cuerpo, se miró a sí
misma.

No estaba más delgada que antes. Sino más rígida. Más tensa. Onduló los
músculos como recordaba haber visto en las revistas y la televisión cuando
mostraban mujeres que habían participado de las olimpíadas, cuya única vida era el
ejercicio, el esfuerzo excesivo, el deporte.

Pero no había nada deportivo en esto.

El cuerpo de Buffy era firme y peligroso. Sentía eso, incluso en la forma en


que se movía. Se sentía como un arma.

Acumulando polvo.

Esa celda. Días sin fin y noches en soledad, con sólo esas cuatro paredes y la
forma cruel en que forjaba su cuerpo en esa cosa de acero. Los vampiros con los
rostros tatuados y llamas anaranjadas en sus ojos la alimentaban, la mantenían viva,
pero nada más. No hablaban, ni siquiera amenazas o burlas. Sólo la afinación de su
cuerpo la mantenía sana, esa atención fija en el día en que pudiera escapar.

Y en un tiempo, incluso ese foco se borroneaba y había sólo la rutina del


ejercicio. Esperanza de ciego.

“Estos no son mis recuerdos. No pueden ser mis recuerdos. Recuerdo ayer. Ellos
atraparon a Giles. Camazotz está cazando en Sunnydale. Lucy Hanover vino a mis
sueños y Willow la invocó y…”

Buffy volvió a mirar fijo sus manos. Y esas eran sus manos. Tal como los
recuerdos de ese cuarto —mes tras mes volviéndose íntima con esas cuatro paredes,
comiendo el horrible lodo blando con que la alimentaban y esperando por un
resquicio— tal como aquellas reminiscencias eran suyas.

Líneas en sus manos.

Cinco años desde que había sido puesta en esa habitación.

—No —susurró—. Es imposible.

—¡No! —gritó.

Con un rugido de furia y odio surgiendo de su pecho, Buffy corrió a máxima


velocidad hacia la puerta. Aunque su cuerpo seguía siendo un extraño para ella,
adoraba la forma en que se movía. Fluido, poderoso y mortal. Lanzó una patada
vertical a la puerta de acero, estrellándola con suficiente brusquedad como para
hacerle rechinar la mandíbula, entonces cayó al suelo y se golpeó ruidosamente
fuerte la cabeza contra el piso de piedra. La adrenalina gritó en ella y dejó de lado el
dolor. Con un golpe rápido estaba sobre sus pies, y pateó y golpeó con los puños la
puerta con el eco de sus propios gruñidos en el cuarto como única compañía.

Pasaron varios minutos. Se fue deteniendo, respirando pesadamente.

La adrenalina mermó. La molestia en su cráneo y el dolor en sus nudillos


ensangrentados, devastados eran reales. La piel sobre sus puños estaba en carne
viva. Buffy levantó las manos para tocar la parte posterior de la cabeza, donde había
golpeado el piso, y sus dedos volvieron marcados con sangre.

Sanaría rápidamente. Después de todo era la Cazadora. Pero las heridas eran
reales. Eso era real.

Al mismo tiempo su mente reculó con el horror de esos pensamientos, al


mismo tiempo que examinaba su cuerpo y sus alrededores sentía que su recuerdo
de la batalla con Camazotz se volvía más tenue. Desesperada por salvar a Giles
habían invocado a Lucy Hanover. Lucy a su vez había llamado a una entidad conocida
sólo como la Profetisa, quien prometiera a Buffy una visión del futuro, una visión
que podría ayudarla a prevenirlo y salvar la vida de Giles.

La Profetisa la había tocado.

Pero esto no era una visión.

Cualquier cosa que hubiera hecho la Profetisa, de alguna forma ella ya no


tenía diecinueve años. Buffy Summers tenía veinticuatro, al menos. Tal vez
veinticinco. De alguna manera, la entidad había separado su espíritu de su cuerpo
ese día, años atrás, y lo había metido en el futuro, en este cuerpo.

Sus recuerdos de ese día se esfumaban ya. Aunque sabía en su corazón que
de alguna manera eso había pasado sólo momentos antes, lo recordaba como si
hubiesen pasado años. Pero había un espacio en blanco allí también… un periodo de
días que no recordaba del todo… el tiempo durante el cual había sido capturada.
Existía un hueco en su memoria entre el toque de la Profetisa y el día en que Cara de
Payaso y Bulldog la tiraron dentro de su celda.

Por más de cinco años se había preguntado qué había pasado en ese espacio
muerto en su memoria, ese apagón.

“No. No soy yo. No he estado aquí. Nunca pasó”, se recordó a sí misma. Y sin
embargo ya no había ninguna duda de que eso era real. Podía sentir cada músculo,
cada arañazo, cada sensación. Ese era su propio cuerpo, su propia vida, y no obstante
de alguna forma su mente de diecinueve años de edad había adelantado
rápidamente dentro de un cuerpo más viejo, de un futuro oscuro, horrible.

Y todo lo que podía hacer era deambular por la celda. Trabajar su cuerpo.
Entrenar para el día en que los vampiros bajaran la guardia.

Los días pasaban. Entrenaba y dormía y se lavaba y entrenaba. Ellos le traían


comida antes del amanecer y después del anochecer, siempre armados, siempre en
grupo de tres o más. La hacían pararse en la esquina más lejana, temerosos de
tenerla demasiado cerca, como si fuera un animal salvaje.

Eso la hacía sonreír.

***
Quizá dos semanas más tarde, trajeron a la chica.

Estaba oscuro cuando la arrojaron dentro de la celda, magullada y sangrando


pero consciente. Viva. La chica era una trigueña, oscura y exótica. Italiana, tal vez,
pensó Buffy. Alta, pero joven. Incluso a través de la sangre, cuando miró hacia arriba
con sus ojos desafiantes, enloquecidos, Buffy pudo ver que era solo una niña. No más
de dieciséis, tal vez menos.

Por un momento Buffy sólo pudo quedarse de pie mirándola fijo, cinco años
sin contacto humano habían construido un callo sobre su corazón y su alma. Era dos
personas en una, dos Buffys al mismo tiempo, la endurecida prisionera y la joven
guerrera. Entonces, súbitamente fue como si la parte de su mente que aún tenía
diecinueve simplemente despertara. Fue como si hubiera estado congelada en ese
cuerpo desde el momento en que se había dado cuenta de lo que le había pasado.

Ahora se estaba descongelando.

El hielo derritiéndose fuera de su verdadero ser.

Buffy fue hacia la chica, bajando los brazos para tocarla. —¿Estás bien?

Los ojos de la chica entonces cambiaron. Parpadeó y su boca se abrió con una
expresión de absoluto aturdimiento.
—Oh, mi Dios —susurró la chica, su voz quebrándose—. Tú eres… eres ella,
¿no es cierto?

—No te sigo.

La chica se retiró, poniéndose de pie despacio, con dolor, y la miró fijo. —Tú
eres Buffy Summers. He visto fotos.

—¿Si? ¿Cómo luzco?

Golpeada, sangrante, la chica de todos modos se rió a carcajadas. Un sonido


discordante, pero igualmente bienvenido. —Como el diablo —dijo—. Te ves como el
diablo.

—¿Quién eres? —preguntó Buffy.

Pero pensó que ya sabía la respuesta.

—August.

Buffy frunció el ceño. —¿Eres un mes?

—Es mi nombre —dijo la chica, molesta. Enjugó la sangre de debajo de su


nariz pero igual siguió sangrando—. Soy la Cazadora ahora.

Buffy cerró los ojos. Sacudió la cabeza para aclarar su mente. Sintió una
pequeña indecisión en sus pies. Demasiadas preguntas. Pero si esa chica era una
Cazadora, qué significaba eso para…

—¿Faith?

August asintió. —Seis meses atrás. Ellos trataron por años de capturarla, la
forma en que ellos… la forma en que lo hicieron contigo. Si no fuera por ella tendrían
la Costa Oeste completa ahora, tal vez más. Al menos es lo que mi Vigilante dice. La
capturaron fuera de L.A., escuché.

Cautelosa, quizá incluso un poco asustada, la chica le dio una cuidadosa


mirada a Buffy. —¿Has estado aquí todo el tiempo? ¿Todo este tiempo?

“No. Recién llegué aquí. Un par de semanas atrás. No se supone que esté aquí”.
Fueron los primeros pensamientos en su cabeza, pero incluso mientras
parpadeaban en su mente, supo que no eran realmente ciertos.

—Todo este tiempo —le dijo Buffy. Le dio la espalda y empezó a pasearse por
el cuarto—. Y ahora tengo compañía.

—Pero no has intentado…


Buffy giró sobre sí misma para enfrentarla, casi gruñendo. —Cada día. ¿Qué
diablos piensas que soy? Soy la Cazadora.

—Tú eres una Cazadora —corrigió August—. Ni siquiera la más importante.


No desde hace un largo tiempo. El Consejo sólo te llama ahora la Cazadora Perdida.
Ni siquiera por tu nombre.

Buffy tomó eso. En su mente intentaba volver al momento en que sabía era
ella en verdad, donde su mente le pertenecía. Su alma… donde su alma había sido
empujada fuera, dentro del aquí y ahora, y su cuerpo dejado atrás. Secuestrado.

¿Qué había pasado entre entonces y ahora? ¿Dónde estaban todos? ¿Qué
había pasado con Giles?

—¿Cuánto territorio controlan? ¿Camazotz y los vampiros? —preguntó.

August pareció profundamente perturbada. Miró fijo la puerta de acero,


después giró para mirar a Buffy, cubriéndola con su estatura.

—¿Bien? —la incitó Buffy.

—Sunnydale. Algunas otras ciudades. Tal vez cincuenta kilómetros a la


redonda.

—¿Y nadie sabe?

—Nadie cree —le dijo August—. Nadie quiere creer. Es así como ganan.
Control manipulado. Venden la ilusión de que todo es normal. Repleto de humanos
deseosos de ayudar por una porción del poder.

—Dios —graznó Buffy.

—Entonces ¿No hay modo de salir de aquí? —preguntó August, con su voz
tomando una especie de quieta desesperación, como si una parte de ella se hubiera
rendido—. ¿Has intentado todo?

—Cinco años es un tiempo largo —le dijo Buffy—. Tal vez con dos de nosotras
ahora sea diferente, pero me imagino que sólo mandarán más guardias para
traernos la comida.

—Entonces supongo que no tenemos ninguna chance —dijo August con


suavidad. Sus ojos se llenaron de humedad y los limpió con amargura. Después tomó
un respiro y se estabilizó con una expresión sombría en su rostro.

—De nuevo, no te sigo —le dijo Buffy.

August la miró fijo como si fuera estúpida. —Ellos te capturaron porque


finalmente tomaron decisiones inteligentes. Si no matas a la Cazadora no habrá otra.
Te mantienen aquí… —señaló rápidamente alrededor, alzando sus brazos cerca de
la histeria—. Nos mantienen aquí y nunca habrá otra Cazadora.

Buffy se quedó mirándola. —Tienes un don para declarar lo obvio.

—¿Sólo estás dejándolos hacer? No hay nada para detenerlos desde que se
propagaron, aún más ahora. —August se mordió el labio, sacudió la cabeza y se
abrazó a sí misma como si intentara negar los pensamientos que estaban llenando
su cabeza.

—Es malo. Verdaderamente lo es —dijo Buffy, oyendo el dolor en su propia


voz. La desesperación—. Pero hasta que se vuelvan estúpidos, o bajen la guardia, no
hay nada que podamos hacer.

August empujó un mechón de su cabello corto, negro, detrás de las orejas. No


podía descubrir sus ojos grises, de hierro, para mirar a Buffy.

—Hay algo que puedo hacer —dijo suavemente.

Con una ceja elevada Buffy la estudió. —¿Qué es? ¿Qué puedes hacer?

Finalmente, August encontró su mirada. Sus suaves ojos se habían


endurecido de nuevo. Ojos enloquecidos, desafiantes. Ojos fríos y decididos.

—Puedo matarte.
CAPÍTULO 1

Puedo matarte.

Los muros de piedra de la celda devolvieron el eco de las palabras, y luego


descendió el silencio. Ningún sonido vino del corredor más allá de la puerta de acero.
La única cosa que Buffy Summers podía oír era su propia respiración suave, y la de
la chica de dieciséis años parada frente a ella. La que había dicho aquellas palabras
imposibles.

Buffy se tensó, los músculos tirantes agrupados, y se elevó sobre la punta de


los pies. Cinco años había estado en ese cuadrado de quince pies, una cámara de roca
y metal construida con el expreso propósito de mantenerla dentro. Cinco años había
afilado su cuerpo hasta que fue un muelle helicoidal, un escalpelo, un látigo… todo
eso y más. Cuando los vampiros venían a traerle comida, ropa o ropa de cama, venían
en masa, con pistolas paralizantes, y las usaban. De todas las veces había tratado de
escapar y fracasado, de todos los sueños que había tenido de combate, nunca había
imaginado que la siguiente amenaza que enfrentaría provendría de otra Cazadora.

La chica, August, percibió la alarma en Buffy, y su postura se alteró un tanto,


sutilmente. Aunque más joven, la chica de cabello oscuro era más alta que Buffy, y
probablemente pensó que era una ventaja.

—No estás pensando con claridad —dijo Buffy, con un gruñido en su voz. La
había usado tan poco en los años recientes. August pareció estremecerse, casi
zumbar con energía igual que un cable de alta tensión. Se humedeció los labios con
la lengua.

—Mi pensamiento está perfectamente claro, Summers. Es tu cabeza la que no


está bien atornillada aquí. Mira alrededor. Eres un animal de zoológico. Te
mantienen como a un tigre en una jaula, y tú los dejas.

De nuevo, sus palabras hicieron eco en la piedra fría. Las dos jóvenes mujeres
empezaron, con lentitud, a moverse, a dar vueltas, mirándose una a otra, buscando
vulnerabilidades. En el fondo de su mente, una voz le gritó a Buffy que detuviera esa
locura, que no dejara que pasara. Era la voz de su yo más joven, de algún modo
implantada dentro de este cuerpo de veinticuatro años. Pero las dos mentes eran de
ella, y así habían empezado a fundirse. Las dos eran una. A pesar de la reluctancia
que sentía, Buffy sabía que sólo un tonto se dejaría expuesto a un ataque. Era simple
precaución ser cautelosa de la amenaza de August. La chica, la joven Cazadora, tenía
una desesperación en sus ojos que decía que podía hacer cualquier cosa.

—Por más de tres años intenté escapar cada vez que la puerta se abrió —dijo
Buffy—. Al principio me aturdían. Después de un tiempo decidí en cambio
estudiarlos, tratar de imaginar la psicología de mis carceleros. En seis meses supe
todo de ellos, sus vulnerabilidades, lo que funcionaría para distraerlos. Sólo de
escuchar y observar. Dos días antes de que planeara escapar, todos fueron
reemplazados. Alguien sabía. Alguien entendió lo que estaba haciendo.
—Es exacto mi punto —dijo August torvamente. Sacudió sus manos mientras
miraba a Buffy con odio—. Eres una mascota. Tu amo te conoce demasiado bien.

Buffy se congeló. —No tengo un amo.

—Mira alrededor. Podrían tener una de esas pequeñas ruedas de hámster


aquí. O un Habitrail.1

Buffy retrocedió un poco y mantuvo a la chica en su visión periférica, luego


de hecho miró alrededor. Aunque el cuarto era de piedra fría, había varias alfombras
tiradas en el piso. Un bastidor de plástico sobre el que se apilaban los jeans,
camisetas blancas, y los buzos que le suministraban; todos los buzos de la U.C. de
Sunnydale, que era todo lo que los vampiros le darían. Algún tipo de broma, estaba
segura. Estaba su cama de marco de metal, todo soldado para evitar que usara partes
de ella como arma, y una mesa de acero atornillada al piso. Nada de madera, por
supuesto, pues la madera se podía astillar, y la madera astillada podía matar a sus
captores.

—No veo lo que tú ves. Me necesitan viva —dijo Buffy—. Agua y comida, ropa.
August sacudió la cabeza. La expresión en su rostro podría haber sido desprecio si
no fuera por la tristeza.

—Todo este tiempo, sin embargo. Si te diste cuenta de que no podías escapar,
podías haber encontrado una forma de obligarlos a matarte. Podías haberte matado,
si eso no hubiera funcionado. Haber destrozado la pileta de porcelana, usarla para
cortar tus muñecas, desangrarte aquí en el suelo. Pero no lo hiciste. ¿Por qué no lo
hiciste?

Buffy sacudió la cabeza. —¿Esa es tu solución? ¿Qué te enseñó el Concejo? Soy


la Cazadora. Cuando esté afuera, habrá un infierno para pagar.

Aunque había estado en guardia, lo absurdo de los desvaríos de August había


hecho que Buffy se detuviera por un momento sorprendida.

August se movió. Con un solo, fluido movimiento, tan rápido que Buffy apenas
tuvo tiempo de reaccionar, se paró dentro del espacio entre ellas y restalló un revés
salvaje. El golpe se incrustó en la mejilla de Buffy, pero ella rodó con él, se volvió en
un instante y se preparó para otro ataque. No vino ninguno.

En cambio, August sólo estaba de pie y la miraba, el rostro enrojecido de


rabia. Las lágrimas empezaron a rodar por su cara.

—¿Cómo puedes ser tan arrogante? —demandó August. Una mecha de su


pelo había caído cruzándole los ojos pero no la movió—. Tú eres una Cazadora, no
la Cazadora. No eres tan importante. La única cosa que importa es que haya alguien
afuera para combatirlos.

1
Serie de tubos de plástico traslúcidos que se usan para emular el hábitat de animales como ratones y
hámsters (N. de T.).
»¿Una vez que salgas, habrá un infierno para pagar? Es lo que dijiste. Ya es un
infierno allá afuera, Summers. ¿Puedes ayudarlos?

Un escalofrío pareció tejer zarcillos congelados por todo el cuerpo de Buffy.


Aunque la idea la horrorizaba (todo lo que August estaba sugiriendo hacer) también
había una especie de verdad cruda y primitiva. ¿Era arrogante pensar que era más
valiosa viva que muerta? Simplemente por estar viva, le había dado a sus captores
lo que querían. Sin embargo, la idea de hacer cualquier otra cosa…

Sacudió la cabeza. —No. Escucha. Ahora que estamos aquí, encontraremos un


modo. Antes de que se den cuenta de cómo contenernos a ambas.

August se rió amargamente y enjugó una lágrima. —¡Has estado aquí cinco
años! No podemos salir, Buffy. La única forma de que haya una nueva Cazadora,
afuera, combatiendo a la oscuridad, es que una de nosotras muera. Si no estás
dispuesta a hacer lo que hay que hacer… yo lo haré.

El seco arrastre de sus pies sobre el suelo de piedra era un susurro


espeluznante. Las dos Cazadoras empezaron a dar vueltas de nuevo, y aunque ella
rechazaba la misma idea de lo que estaba pasando, no podía negarlo. Era una oscura,
cruel ironía, una pesadilla hecha realidad. Su garganta estaba seca, pero sentía el
poder de su cuerpo, los tendones y músculos moviéndose con gracia y precisión.

—No quiero matarte, August. Pero no voy a dejar que me mates tampoco. —
La cara de la chica se oscureció aún más. Lágrimas frescas saltaron a sus mejillas. La
adolescente debajo de la fachada de la Cazadora se reveló.

—¡Maldita seas! —Lloró August, las palabras opresivas con el peso de su


dolor y pena—. ¿Crees que quiero esto? Tengo gente a la que amo afuera. Muriendo
cada día, tratando de evitar que los vampiros se expandan. Alguien tiene que
protegerlos.

—Encontraremos un modo. Puede tomar un poco de tiempo…

Pero la conversación había terminado. August la miró fríamente, ahora, y


enjugó la última lágrima de sus ojos enrojecidos. Presionó sus labios con angustia, y
tembló una vez, luego se quedó quieta. La chica se dejó caer en una posición de
batalla que a Buffy le era del todo familiar. Había sido la primera que Giles le
enseñara cuando asumiera como su Vigilante.

—August…

—Silencio —le espetó la chica.

August saltó hacia ella con una patada giratoria apuntando directamente a su
cabeza. Aunque Buffy la vio venir, había estado preparada para eso, fue sólo instinto
lo que la salvó del golpe. Lanzó la cabeza a un lado, esquivando la patada por escasa
media pulgada. Con su mano derecha, atrapó el tobillo de August y revirtió la
dirección de la patada, haciendo girar a la chica en el piso. El hombro de August
chocó con la dura piedra, pero al mismo tiempo que Buffy se movía sobre ella, la
chica giró, balanceó el pie y barrió las piernas de Buffy. Cuando caía, Buffy giró y
lanzó su cuerpo hacia adelante. Agachó la cabeza, entró en una vuelta que la llevó a
través del cuarto, luego saltó sobre sus pies sólo a centímetros de la cama. August ya
estaba allí. Mientras Buffy se elevaba, la Cazadora más joven encajó una patada
lateral a su pecho. Buffy no pudo evitarla. Algo en su pecho se rompió y todo el aire
salió de sus pulmones. Se estrelló en la estantería plástica que sostenía su ropa y se
astilló y despedazó debajo de ella. Su caja torácica rechinaba de dolor cuando se
movía, pero Buffy rodó contra el muro, en medio de los pedazos de los estantes. Un
fragmento de plástico perforó su costado, pero ignoró el dolor lacerante, tan
superficial comparado con el ardor en su pecho cuando respiraba. La boca todavía
estaba en esa línea sombría, los ojos rojos con las lágrimas que caían y no caían,
August optó por una simple patada. Buffy había contado con que creería que su
pecho lastimado había hecho que se agazapara contra la pared para hacerse menos
vulnerable. August era joven. Había comprado.

Con una mano abierta, detuvo la media patada y empujó hacia atrás a August.
Afirmada contra la pared, Buffy tenía el suficiente apoyo para hacerla caer. Con la
fortaleza mejorada de la Cazadora, empujó a la Cazadora más joven con tal fuerza
que hizo que August flameara en el aire, incapaz de girar fuera de la caída. Su cabeza
chocó con el filo de la mesa de acero mientras bajaba.

Aunque se impulsó sobre manos y rodillas, August era demasiado lenta,


demasiado vulnerable. Buffy estaba parada, frustrada, buscando alguna manera de
detener esa pelea antes de que terminara de la forma en que August quería.

Ella era más fuerte que esa chica. Probablemente más rápida también. August
había sido Cazadora por seis meses, quizá entrenada por un año o dos antes de eso.
Buffy había sido la Cazadora más de tres años antes de que fuera capturada y había
trabajado su cuerpo sin piedad en el ínterin, no sólo con ejercicio, sino haciendo
sombra2 y con unas kata3 de artes marciales que había ideado a partir de varias
disciplinas que había estudiado antes.

Pero estaba tratando de razonar con una chica al borde de la locura, una
Cazadora arrastrada más allá de la racionalidad por el mundo en el que vivía. A Buffy
le molestaba profundamente pensar en lo desesperante que debían estar las cosas
para arrastrar a August a esto.

Nada de eso importaba, ahora.


La chica quería matarla. A fin de evitarlo, para razonar con ella, debería
incapacitar a la joven Cazadora, al menos.

Observó a August cautelosamente, sus ojos muy abiertos, implorando. —No


debería ser así.

2
En el entrenamiento de boxeo “hacer sombra” es pelear con un oponente imaginario a manera de práctica
(N. de T.).
3
Palabra de origen japonés que describe una detallada coreografía de movimientos practicados en pares o
en soledad. En las artes marciales no japonesas el concepto correspondiente es “forma” (N. de T.).
August se sacudió el golpe de la cabeza. No iba a levantar los ojos para mirar
a Buffy, sólo se acuclilló ahí por un momento sobre manos y rodillas. —No. No
debería —acordó—. Pero lo es.

Silenciosa, un rápido relámpago, August se disparó desde el suelo y se lanzó


hacia Buffy. Fue el movimiento de un animal, sin fineza, sin precisión, pero funcionó.
August usó su mayor estatura y peso para embestir a Buffy contra el muro de piedra.
El impacto le sacó el aire de los pulmones de nuevo, y el fuego de dolor en su pecho
de sus costillas rotas llameó aún con más intensidad.

August restalló su mano abierta hacia adelante en un golpe de palma que se


metió en el hombro de Buffy con bastante precisión, dislocándolo con un fuerte
estallido y una lágrima agonizante. Puntos negros nublaron la visión de Buffy, pero
sabía que sólo era el dolor.

El dolor era un viejo y familiar amigo, por ahora.

La despertó.

La molestó.

Pero antes de que pudiera reaccionar, August le dio un rápido golpe en la


cara. Su nariz se rompió y la sangre empezó a manar.

El siguiente golpe nunca la tocó. Buffy esquivó y el puño de August golpeó la


pared de piedra. Algo en su mano se rompió con un audible chasquido, pero August
sólo gruño suavemente.

—Eso es. No tienes más tiros gratis —gruñó Buffy. El fuerte sabor a cobre de
la sangre tocó sus labios, su brazo dislocado colgaba flojo a su lado, pero Buffy saltó
hacia August con un cabezazo. Atontada August se tambaleó hacia atrás. Sujetó con
cuidado su puño derecho, luego intentó girar en una patada alta.

Buffy la esquivó, estrellando su palma en la parte alta del pecho de August, y


volteándola. La cuchillada en su costado no la ralentizó, ni su hombro dislocado o su
nariz rota.

—Levántate —le dijo Buffy. —Detén esto. Si tengo que hacerlo, te romperé
los dos brazos, pero no quiero tener que alimentarte por los próximos meses.

August la miró más allá de la razón. La chica enloquecida se levantó de un


salto de nuevo, de vuelta a una posición de batalla, a pesar de su puño destrozado.

—Maldita seas —susurró Buffy.

Con un grito de angustia, August lanzó un golpe con su mano buena. Buffy lo
capeó, pero la chica siguió de largo, intervino en su golpe, más allá de Buffy, luego
llevó su brazo hacia atrás y le disparó un codazo en la parte de atrás de la cabeza.
Furiosa, Buffy se tropezó hacia adelante y después giró a ver a August
arremetiendo de nuevo. La mesa de acero estaba detrás de ella. Buffy brincó sobre
ella, evitando el ataque de August. Después pateó la mano dañada de la chica y
August chilló de dolor y trastabilló.

Las lágrimas brotaron de nuevo en el rostro de August. Se quedó un momento


parada, jadeando, mirando a Buffy. —Nos necesitan, ¿no lo entiendes?

—No de este modo —dijo Buffy con suavidad. —No así.

—No quiero parar —juró August—. Una de nosotras va a morir. Buffy sólo
sacudió la cabeza en señal de negación y sujetó su brazo dislocado contra su cuerpo.
August se precipitó hacia la mesa. Buffy se zambulló en el aire, ejecutó un salto
mortal sobre la cabeza de la chica y aterrizó sobre ambos pies. En un movimiento
fluido, disparó una patada ascendente en la cabeza de la Cazadora más joven. August
trató de esquivarla. Fue un escaso segundo demasiado lenta.

No hubo tiempo para que Buffy ni siquiera intentara abortar el ataque. La


patada atrapó a la otra chica en el costado del cuello, justo donde la mandíbula se
une con el cuello. Con un chasquido húmedo, su columna vertebral se rompió justo
arriba, y su cuerpo cayó hacia atrás con la fuerza de la patada y rodó en un montón
a través del piso de piedra. August no se movió, ni siquiera un espasmo, Buffy supo
que estaba muerta.

—Oh Dios no —susurró Buffy.

Lágrimas calientes vinieron a sus ojos, pero su pena rápidamente fue


sobrepasada por la rabia. —Maldición, ¡no! —gritó—. ¡No! ¡No! ¡No!

Con su mano buena se cubrió los ojos, girando en un pequeño círculo. Era una
pesadilla. No podía ser. Pero el dolor furioso en su hombro y el gusto a cobre de su
propia sangre en sus labios, era real. La chica frente a ella, August, una Cazadora,
estaba muerta. Eso era real.

—¿Cómo? —susurró—. No se suponía que fuera así. Estúpida niña… Pero no


estaba segura de si esa última parte estaba dirigida a August o a ella misma. Era
cruel, sin duda. Todo este tiempo sola, luego finalmente contacta no sólo con otro
ser humano, sino con una persona que era parte de la misma misión. Y ahora esto.

Sus lágrimas se sentían frías en sus mejillas comparadas con el calor de su


sangre. Buffy se arrodilló junto a August y corrió una mecha de su cabello de sus
finos rasgos italianos, y sólo la estudió por un momento. Se preguntó si ella misma
había parecido tan joven.
Un nuevo odio brotó dentro de ella, con un filo más afilado que cualquier cosa
que hubiera sentido en años. Ellos le habían arrancado a Giles, Camazotz y sus
hordas de vampiros. La habían apresado. Pero nunca habían sido capaces de
arrebatarle siquiera una pizca de su esperanza y fe. Hasta ahora.
Apretó los dientes, una violenta oleada de adrenalina hizo que rebotara
levemente sobre sus pies. Usó su mano buena para arrastrar a August cerca del
frente de la celda, a sólo unas pulgadas de la puerta. La golpearía cuando se abriera.

En donde el cuerpo de August había yacido, se arrodilló, tomó aire, y golpeó


su nariz rota con una mano abierta. Dejó escapar el grito de dolor, y cayó un poco.
Luego se inclinó y dejó que la sangre fluyera sobre el piso. Después de un par de
minutos, enrolló la espalda de su camiseta y sintió la herida punzante dejada en su
costado por el plástico roto que la había empalado. La herida ya había empezado a
sanar. Buffy empleó su uña para abrirla.

De nuevo, sangró.

Pero la pérdida de sangre no la debilitó. Pues no era su propia sangre la que


la impulsaba ahora, sino el odio por su enemigo, igual a nada de lo que había sentido
antes. Su mundo había sido gris por tanto tiempo que no podía recordar casi nada
más. Gris y entumecido y sin vida.

Tenía color de nuevo. El mundo era carmesí como su sangre, y negro como el
corazón de un vampiro. Se permitió sólo un minuto más para recuperarse, para
respirar lentamente. Después se puso de pie y fue a la pileta, todavía sujetando con
cuidado su brazo dislocado. Se sentó en el suelo. Con cierta dificultad, se las ingenió
para envolver ambas manos alrededor del caño que bajaba debajo de la pileta. La
mano fuerte sobre la débil, sosteniéndola en el lugar, plantó sus pies contra la pared
debajo la pileta, tomó aliento, y empujó tan fuerte como pudo.

Un ángulo complicado, pero había suficiente fuerza detrás de él para encajar


el hombro de vuelta en la articulación. Se sentía como si alguien se estuviera
muriendo por separar los huesos con un cuchillo dentado. Buffy podía haber
detenido el grito mordiéndose el labio. No lo hizo.

Su boca se abrió y chilló fuerte y largo, soltando todo el dolor y la miseria que
había aguantado dentro. De algún modo se las ingenió para pararse y tambalearse
hasta la estantería de plástico despedazada. Tomó con fuerza una pieza astillada, la
trajo hacia su piel, e hizo un largo, limpio corte horizontal a través de su garganta.

Siseó a través de sus dientes apretados, porque el corte picaba, pero era
superficial. Nada vital fue alcanzado. Después de su hombro, era casi nada.

Estremecida por el dolor y su torbellino emocional, se bamboleó hacia el


lugar donde se había hecho sangrar. Un pequeño charco de su sangre estaba ahí en
la piedra. No lo suficiente, a sus ojos, pero tendría que serlo.
Dejó caer la daga plástica al piso un pie adelante, luego se acostó sobre su
costado, la mejilla derecha ya pegajosa en donde tocaba el borde del charco de su
sangre.

Maddox irrumpió por el pasillo con un cigarrillo apretado firmemente en sus


labios y un aturdidor de dos pies sujeto en su mano derecha. Uno de los guardias —
un novato llamado Theo que era prácticamente un recién nacido— lo seguía igual
que un cachorro.

—¿Qué crees que está ocurriendo, Maddox? —gorgeó Theo excitado—. Hubo
gritos y todo. Sonó bastante sucio. Tuvimos una seria pelea de Cazadoras, creo. Me
hubiera encantado ver eso.

—Veremos.

Dieron vuelta una esquina y Madoxx vio a otros cuatro guardias adelante, los
dos que se suponía debían estar en la puerta, y otros dos que probablemente habían
venido del nivel superior cuando empezó la conmoción.

—¿Qué demonios está pasando? —reclamó Maddox.

—Te lo dije Maddox —dijo Theo, sonriendo—. Se están despedazando allí.


Cuando dijiste pongan a la chica nueva ahí, fue la última cosa que esperaba.

Con un gruñido, Maddox se congeló. Se volvió a mirar a Theo. —¿Quién te


engendró?

Theo pestañeó. —Um, Harmony.

Maddox suspiró. —Por supuesto que fue ella.

Luego tocó el pecho de Theo delicadamente con el aturdidor. El vampiro se


sacudió con fuerza y tembló mientras la electricidad subía a través de él. Sus ojos
estaban muy abiertos, blancos contra el negro tatuaje. Maddox pensó que se
avergonzaría. Theo cayó al piso, sacudiéndose un poco. Abrió la boca y escupió un
poquito de baba ensangrentada con la punta de la lengua, que se había mordido. Con
un suspiro, Maddox giró hacia los cuatro guardias. Ellos eran vampiros apropiados,
los ojos crepitaban de naranja, el rostro torvo, para nada perturbados por lo que
habían visto. O al menos, no lo revelaban si había sido así.

—Recuérdame matar a Harmony —dijo.

Los otros asintieron con la cabeza, a una, en silencio.

—¿Están listos?

Cada uno de ellos desabrochó una vara similar a la que sostenía Maddox, sólo
más pequeña y más portátil. Maddox podía oler la sangre dentro del cuarto, la
esencia colándose debajo de la puerta de acero. Eso lo asustó. Era responsable por
lo que pasaba dentro de esa celda.

Ansioso, hizo gestos a los guardias. —Abran la puerta.

El que estaba al frente, Brossi, miró una vez a Maddox. Aparte de Maddox, era
el único que había estado ahí desde el principio. Ellos dos habían sido parte del
grupo que había capturado a Buffy Summers en primer lugar. Sabían de lo que era
capaz.

La puerta misma era un testimonio de eso. Había tres cerraduras,


equidistantes una de otra. Cada una controlaba un pestillo de hierro de una pulgada
de grosor que, cuando acoplaba, se cerraba en una cubierta metálica, que se
enchufaba en el centro de la pared de tres pies de espesor que enmarcaba la puerta.
Había dos pernos más en la parte de arriba y abajo de la puerta, aunque estos no
tenían cerraduras. A Brossi le tomó unos segundos destrabar la puerta, luego
desenganchó los tres cerrojos principales. Dudó por un momento, giró a mirar a
Maddox, y luego su cara cambió, la frente brotando en la brutal apariencia del
vampiro. Sus colmillos se alargaron y corrió la lengua sobre ellos. Maddox tenía más
control que eso, pero no culpaba a Brossi por sentirse amenazado. Cada vez que
abrían esa puerta, dos veces al día, tenían que estar preparados para una pelea. Justo
cuando pensaron que Summers había sido apaleada hasta la sumisión, era cuando
más probablemente atacaría de nuevo. Cuando había sido instruido de poner a la
chica nueva en la misma celda, Maddox se había negado rotundamente. Era sólo
buscarse problemas. No había dudas que iba a hacer el momento de la alimentación
más difícil.

Pero esto era lo último que había esperado.

—Cuidado —le dijo Maddox a los guardias.

Brossi cerró de golpe los pernos en la parte superior e inferior de la puerta,


deslizándolos abruptamente fuera de sus envoltorios metálicos. No había modo de
hacerlo en silencio, así que optó por hacerlo rápido. Los otros guardias con sus
aturdidores se congregaron detrás de él, con los rostros tatuados sin expresión, sólo
con el fuego brillante de sus ojos que delataban su ansiedad. Maddox dio un paso
detrás de ellos, pero a una respetuosa distancia. No es que fuera un cobarde. Todo
lo contrario, de hecho. Si eso era una farsa y las dos Cazadoras los mataban a todos,
le correspondería a él detenerlas.

—¡Vamos! —ordenó Maddox.

Brossi empujó la puerta con su hombro, tenso por un ataque. La puerta de


acero se movió ocho o nueve pulgadas, luego golpeó una obstrucción con un golpe
sordo. El guardia vampiro dio medio paso hacia atrás y se preparó para defenderse.
Nada pasó, y después de un momento empujó de nuevo la puerta, poniendo su peso
detrás de ella, y la abrió lentamente mientras la obstrucción se deslizaba fuera del
camino.

—¿Qué diablos es eso? —preguntó Maddox, tratando de ver sobre los


hombros de los guardias. Medio dentro de la puerta, Brossi echó un vistazo atrás
rápidamente—. La chica nueva. Está caída. Maldiciendo sonoramente, Maddox hizo
a un lado a los otros y se movió detrás de Brossi. Era su trabajo no sólo mantener a
las Cazadoras prisioneras, sino vivas. Maddox espió sobre el hombro de Brossi,
tratando de ver más adentro en el cuarto para asegurarse de que Summers no estaba
esperando. Luego volteó y miró a los guardias a su alrededor.
—Atrás. Cualquiera de ellas que llegue a la puerta, atrápenla. Rompan algo,
quemen algo, lo que sea, pero no les tengo que decir qué pasará si matan a una de
ellas. —Le dio a Brossi un codazo—. Inmovilízala.

La mirada de Maddox pasó a la forma inmóvil de la Cazadora adolescente en


el piso, luego de nuevo al cuarto. La puerta todavía estaba parcialmente abierta, y no
podía ver a Summers en ninguna parte. Sin embargo, ella está allí. Un
estremecimiento de miedo pasó a través de él. Había algo en la mujer que siempre
le había provocado un poco de horror. Era cálida y suave como todos los humanos,
y sin embargo había algo casi inquietante en ella, casi místico. Había una promesa
en sus ojos cada vez que lo miraba; una promesa de desquite.

Brossi extendió su brazo a través de la puerta abierta, aturdidor en mano.


Maddox retrocedió un poco, sólo en caso de que la puerta se cerrara violentamente,
con su propio aturdidor eléctrico preparado. Mientras Maddox observaba, Brossi
marcó a la Cazadora caída con el aturdidor. La electricidad la atravesó con un
crepitar y el olor del cabello chisporroteando. La chica no dio más que un respingo.
No hubo ninguno de los espasmos musculares que trae la electrocución.

—Maldición, —susurró Maddox. —La cagué.

La chica lucía muy golpeada. Había habido una rueda de artillería dentro de
esa celda. Una Cazadora estaba muerta. ¿Pero la otra?

—Voy a entrar, Summers. ¡Mantente lejos de la puerta! —llamó dentro de la


celda. Luego indicó a Brossi con la mano que se corriera del camino y pateó la puerta
con toda la fuerza que pudo juntar. Algo se rompió en el cadáver en el piso cuando
la puerta se estrelló con él, pero se deslizó abriéndose otro medio pie.

Justo lo suficiente para que Maddox viera a Buffy Summers yaciendo en un


charco de su propia sangre, amoratada y golpeada, con la garganta hendida, los ojos
muy abiertos y fríos y mirándolo directamente.

—¡No! —gritó Maddox. Golpeó el aire, luego arremetió contra la puerta con
un puño con un sonido metálico y ni siquiera sintió dolor. —¡Maldición, no!

Furioso, y lleno de terror mientras empezaba a preguntarse qué destino le


esperaba ahora, Maddox entró a las zancadas en el cuarto. Su aturdidor colgaba del
costado. Atónito, miró alrededor a la estantería plástica destrozada, a las ropas
desparramadas. Desde la distancia, examinó el pedazo de plástico astillado que
obviamente había sido usado para cortar la garganta de Buffy.

—Maddox, ¿cómo…? —empezó Brossi a preguntar.

Sus palabras se desvanecieron cuando Maddox lo miró. —La chica nueva


cortó la garganta de Summers. Summers rompió su cuello antes de morir.
—No sé, —dijo Brossi lentamente. —Mejor mantente lejos de ella. Dale unos
cuantos voltios antes de estar demasiado cerca.

Maddox dudó. Luego estudió los ojos de la Cazadora, los ojos hechizantes que
le habían prometido muerte tantas veces. No había nada ahí, ahora. Eran igual que
canicas empañadas. La forma en la que yacía, la boca medio abierta, la sangre de la
herida en su garganta se había acumulado contra sus labios. Eso fue lo que convenció
a Maddox. Ese lado entero de la cara, su cabello, su nariz, yacían en sangre, y con la
boca abierta de ese modo, si estuviera viva, bueno… habría sido capaz de saborearla.
Su propia sangre. Igual que un vampiro.

Su pecho no se movía. Sus ojos eran muertos fragmentos de hielo. Pero era
ese detalle el que lo convenció.

Todavía Maddox fue cauteloso mientras se acercaba con su aturdidor. Los


ojos seguían produciéndole escalofríos. La punta de la picana se arrastró hacia los
ojos de la mujer, pero no hubo más que un sobresalto. Sólo por seguridad aplicó el
aturdidor contra el hombro de ella. El cuerpo se sacudió levemente, pero había visto
eso antes. La electricidad que brotó a través del cuerpo era suficiente para hacer eso.
El cabello de la cabeza de la mujer muerta tembló en incluso flotó un poco con la
estática.

—Está muerta —dijo Maddox desesperado—. ¿Qué diablos voy a hacer


ahora? Estaba por pinchar sus ojos cuando se le ocurrió algo. Maddox se dio vuelta
y miró a Brossi.

—¿O no lo está? —dijo sonriente—. Quiero decir, él nunca viene aquí


¿verdad? Sólo volveremos a cerrar de nuevo, dejándolas aquí.

La expresión de Brossi era grave. —Cuando la nueva Cazadora aparezca, él lo


sabrá.

—Podemos habernos ido para entonces —replicó cortante Maddox—. Es un


mundo grande. Brossi sacudió la cabeza, sacando toda la tensión de él. En el
corredor, los otros guardias tenían los ojos desorbitados al darse cuenta de su
destino. Uno de ellos, Haskell, desapareció luego, sus pasos hacían eco en el
corredor. Por un momento Brossi giró en esa dirección, después volvió a considerar
a Maddox.

—No hay un “cualquier parte” lo suficientemente lejos —dijo—. Se terminó,


Maddox.

—¡Jamás quise este trabajo! —espetó Maddox, su voz reverberó en la celda.


Su mente daba vueltas, giró de nuevo hacia Summers. La furia y el miedo se alzaban
en su interior, Maddox balanceó la pierna y pateó el cadáver. Su bota produjo un
sonido seco en la carne… moviéndola. Como si fuera parte de su propio movimiento,
ella se cerró sobre sí alrededor de la pierna, gateando a medias hacia arriba, y lo
golpeó en la rodilla. Maddox gritó.
Mientras caía, sintió cómo le arrancaba el aturdidor de las manos, y entonces
Buffy Summers, la Cazadora, se paró sobre él, su resurrección fue tan súbita como la
de un vampiro, pero mucho más impactante para él. A pesar del dolor de su pierna
rota, él sonrió. No estaba muerta.

—¡Maddox! —gritó Brossi.

—¡No la maten! —rugió Maddox.

Los otros guardias, en contradicción con sus órdenes previas, empezaron a


entrar en la celda. Todos parecían moverse en cámara lenta en comparación con la
Cazadora, y cada uno tenía una especie de mirada vacía, aterrorizada en sus ojos.
Ella no los culpaba. Summers había sido sólo una cautiva para ellos, pero en todo ese
tiempo, nunca habían subestimado cuán peligrosa era.

En otro tiempo, Camazotz había mantenido oculta la existencia de la


Cazadora a sus cachiqueles, pero eso había cambiado luego de que la capturaran.
Todos habían oído cuentos de las Cazadoras ahora, y sabían que Summers estaba
entre las más peligrosas que habían vivido jamás. Para su comunidad, la chica
encerrada en ese calabozo a medida se había vuelto casi mítica.

Ahora la habían visto muerta. Había recibido un golpe del aturdidor y apenas
había reaccionado. Había perdido una gran cantidad de sangre. Era casi como si lo
que estaban combatiendo fuera el horrible espectro de la Cazadora, más que mera
carne y sangre. No una mujer, sino un espantajo tan terrible que incluso las criaturas
de la oscuridad le temían.

Apenas habían podido mantenerla enjaulada todo este tiempo.

Y ahora tenía un arma.

En la mortecina luz del cuarto de piedra, Maddox alcanzó la mesa de metal y


luchó por levantarse. La Cazadora se movió tan rápido que apenas pudo mantener
sus ojos sobre ella. En definitiva, habría sido mucho mejor si hubiese tenido una
estaca. Brossi fue electrocutado y luego decapitado. Los otros dos fueron
desarmados antes de que los quebrara, Maddox sólo podía mirar. Entonces vino por
él.
CAPÍTULO 2

La euforia se disparó a través de Buffy mientras se precipitaba corredor abajo hacia


una señal roja encendida de salida. El signo en sí —una indicación de que ese lugar
había sido originalmente usado por humanos— hacía toda la escena casi irreal, y se
sintió mareada con su libertad.

Libertad.

Pero todavía no era libre. Sus captores habían mantenido una capucha sobre
su cabeza cuando la habían traído aquí años antes, por lo que no tenía idea de qué
rodeaba el edificio en el que estaba. Las cosas estaban mal. Era todo lo que había
sabido de August, pero era suficiente para poner sus nervios de punta. Los
pensamientos sobre August la sobresaltaron y tragó en seco. La náusea se agitaba
en su estómago y la bilis subía por el fondo de su garganta. La chica había forzado su
mano, e incluso entonces Buffy había hecho todo lo que había podido para evitar
matarla, pero August estaba muerta. Cuando pensó en eso, y las cosas que había
tenido que hacer para fingir su muerte, sus pies empezaron a ir más lentos. Buffy no
podía permitirse aminorar el paso.

Tomó una bocanada profunda, recuperó de nuevo el paso, y en silencio


maldijo a los vampiros por no tener nada de madera alrededor. La pata de una silla,
cualquier cosa, le habría hecho posible hacerlos polvo sin sentir demasiado como si
hubiera sido una masacre.

En su mente, vio un rápido relámpago de sí misma cerrando de un portazo la


enorme puerta de acero sobre el cuello de Maddox, cercenando su cabeza. El rocío
de polvo que había resultado era bienvenido, pero a pesar de sus años de haber
odiado a su carcelero, no había triunfo en eso.

Tampoco había habido ninguna simpatía. Lo que la crispaba era que las
muertes que les había causado a los guardias habían sido tan íntimas. No había
querido tener esa cercanía con los no muertos. Nunca. Eran abominaciones, cosas
sucias; una verdad que había empezado a entender más y más durante su cautiverio.
Su vocación era eliminarlos, pero era un trabajo sucio.

La sensación de malestar en su estómago remitió algo, pero un sabor débil,


amargo, permanecía en su boca. Sacudió la cabeza una vez para aclarar su mente,
entonces empujó la puerta al final del pasillo. Se abrió demasiado, habría golpeado
contra la pared si no la hubiera atrapado lo suficientemente rápido. Una pausa
momentánea para cerciorarse de que no había nadie cerca, y luego empezó a subir
unas escaleras frente a ella. Un largo pasamanos de roble estaba atornillado a la
pared. Buffy se detuvo a medias y lo azotó con una rápida patada que lo rajó en dos.
Las mitades colgaban, desgarradas en sus anclajes. Otra patada, apuntada a una de
las mitades, y una astilla de roble de quince pulgadas de largo traqueteó por las
escaleras. La Cazadora la tomó con fuerza y continuó subiendo.

Era demasiado gruesa. No podía sujetarla rodeándola por completo. Pero


debería hacerlo. Ciertamente lo haría.
Había una puerta en la cima de las escaleras. Mientras corría hacia ella, se
empezó a abrir. Un vampiro sacó la cabeza hacia el hueco de la escalera con
curiosidad depredadora, sus fosas nasales se curvaban mientras husmeaban el aire.
El tatuaje negro extendido a través de sus rasgos, las alas de murciélago
extendiéndose hacia sus mejillas hacia la fina barba, hacía que el fulgurante fuego
naranja de sus ojos sobresaliera de un modo fantasmagórico, allí en el hueco de la
escalera en penumbra. Aquellos ojos de fuego fantasmal se abrieron mucho cuando
la divisaron. —Oh, mierd…—Buffy pivoteó y pateó la puerta. Esta sonó contra su
cabeza y el vampiro trastabilló hacia el corredor. Ella arrastró la puerta abierta y lo
persiguió.

Aunque detectó cierta alarma en él, el vampiro la enfrentó sin vacilación. —


¡Está afuera! —aulló en el corredor vacío— ¡La Cazadora está afuera!

—Chismoso —carraspeó Buffy.

Inexpresiva, le dio un revés. Él trató de bloquear el golpe, pero ella era


demasiado rápida. Más rápida que nunca antes. Había pasado un largo tiempo desde
que había luchado con algo más que sombras, e iba a tomar algo de tiempo
acostumbrarse, pero estaba casi a su mayor poder ahora. La provisional estaca de
roble centelleó hacia abajo e hizo un enorme agujero en su pecho. El vampiro se hizo
polvo.

Desde una esquina le llegó el sonido de pies corriendo. Sus ojos se cerraron
por un momento: tres, no, cuatro de ellos. Aunque la estaca se sentía bien en su
mano, y aunque quería eliminar a todos sus captores, sus prioridades empezaron a
imponerse por sí mismas. Primero entre todas ellas estaba simplemente salir,
escapar, ver el cielo de nuevo. Respirar aire fresco. Buffy voló corredor abajo, lejos
de sus perseguidores. La estructura en que estaba parecía haber albergado oficinas
alguna vez, pues había puertas y ventanas de vidrio que miraban al interior a lo largo
del pasillo. Cada oficina estaba oscura y sin vida dentro. El corredor mismo no tenía
ventanas exteriores, sin embargo. Por lo menos no ahí.

Adelante, doblaba a la derecha. Buffy dio vuelta a la esquina justo cuando


escuchaba gritos detrás de ella. Los vampiros la habían visto. Aunque eso estaba
bien. Prácticamente podía oler el exterior ahora. Nada se interponía en su camino.

Incluso mientras ese pensamiento saltaba por su cerebro, miró hacia arriba.
Al final del pasillo frente a ella, la estructura se abría en un amplio vestíbulo. La
puerta era toda de vidrio. Las paredes en cada lado de la puerta eran de vidrio. Todo
estaba pintado de negro.

Un par de vampiros de pie bloqueaban la puerta, cruzados de brazos. No


parpadearon mientras se aproximaba, ni siquiera intentaron la arrogante sonrisa
amenazadora que antaño los de su especie habían dominado con maestría. Pero
Buffy recordaba todo muy bien, cómo funcionaba esta especie de vampiros, estos
sirvientes de Camazotz. El dios-demonio que era su amo los había entrenado para
ser silenciosos y valientes. Sin embargo, ella había visto miedo en los ojos tatuados
de los que había asesinado en su celda, y sabía que estaba ahí en ellos.
—Pueden correrse de la puerta, o pueden ser la puerta —les dijo torvamente.
Al unísono desenrollaron sus brazos y se prepararon para luchar con ella. Detrás,
Buffy escuchó más gritos mientras sus perseguidores podían verla de nuevo.
Adelante, los centinelas parados firmes, los ojos crepitantes de energía.

Buffy se precipitó de cabeza sin romper la zancada. Estaba a tres pies de


distancia cuando la embistieron. La Cazadora se congeló en el lugar, ambos
centinelas cayeron. Buffy saltó, girando en una patada que los atrapó en la
mandíbula y los envió hacia atrás hacia la puerta de vidrio ennegrecida.

En el instante antes de que el vidrio se destrozara, ella estampó el astillado


pasamanos de roble a través del corazón del otro. Mientras se hacía polvo, su
compañero atravesaba la puerta de vidrio. La oscuridad se desvaneció, y la luz del
día se derramó adentro.

El sol.

Una sonrisa resbaló por los rasgos de Buffy al tiempo que observaba al otro
centinela luchando con sus pies entre pedazos de vidrio negro y tratando de entrar.
Empezó a humear, y luego a quemarse, y justo después de que hubiera alcanzado la
sombra, explotó en una nube de pavesas y ceniza. La Cazadora se paró con calma
afuera, en la luz del sol, con las zapatillas aplastando el vidrio estrellado. Después
giró, bañada en la luz, y miró a los vampiros cara de murciélago que se habían
precipitado hacia ella desde adentro. Todos se habían detenido a escasos diez pies
de la puerta, evitando la peligrosa salpicadura del sol que se desparramaba por el
piso.

En otra época, Buffy los habría provocado, habría dicho algo gracioso. Ya no
se sentía graciosa. Con un floreo, hizo un gesto obsceno, giró y se fue caminando.
Pero sentía sus ojos ardiendo sobre su nuca.

El edificio en el que había estado era una oficina de tres pisos sin nombre o
insignia en el frente, y sin cartel. Sólo el número de la calle, 157.

Era un hermoso día en el sur de California, el tipo de glorioso día en el que


ella siempre había dado por sentado crecería. Esto era, después de todo, lo que
California era. Sin embargo, hoy, se reveló. Los pájaros cantaban. Un gorrión se
deslizó cruzando la calle frente a ella. La brisa traía dulces aromas, como de
primavera, aunque no estaba segura de qué estación era.

Libre.

Aunque Buffy sabía que tenía que actuar de inmediato, imaginar la


configuración del terreno, encontrar a sus amigos y descubrir que horror había
vuelto tan salvaje a August, por momentos estaba sobrecogida simplemente con
estar de nuevo afuera. Tuvo que cubrir sus ojos o mirar al piso los primeros minutos,
tan desacostumbrada estaba a lo brillante de la luz del día.
El alivio surgió a través de ella igual a nada que jamás hubiera sentido. Junto
con él vino un sentimiento de poder, como si una cierta batería mucho tiempo
muerta dentro de ella se estuviera recargando.

La calle en la que estaba, estaba flanqueada por edificios anónimos como el


del que había escapado. Aburridas carcasas corporativas. Mientras caminaba a las
zancadas hacia una intersección adelante, frunció el ceño. Algo no estaba bien.
Incluso afuera, algo estaba intensamente mal.

Desconectada como había estado por tanto tiempo, le tomó un momento


juntar todo. Un ominoso sentimiento descendió sobre ella. Entonces lo supo. No era
la presencia de algo espeluznante, sino una ausencia. La ausencia de vida, de bullicio,
incluso de tránsito. Los pájaros eran la única actividad a la vista. Muy perturbada,
empezó a correr de nuevo. En la intersección, echó un vistazo a ambas vías junto a
una calle salpicada con fachadas de tiendas de moda y negocios de sándwiches.
Aunque no había estado allí desde poco después de haberse mudado a Sunnydale,
Buffy reconoció el pueblo. Estaba en El Suerte, quizá a quince minutos de casa.

La esperanza se elevó dentro de ella de nuevo, acentuada por la aparición,


lejos en la calle, de varios autos que cruzaban hacia otra intersección. Entonces, lejos
a su izquierda, un motor captó su atención. Giró a ver un utilitario deportivo
circulando entre los negocios. Se detuvo abruptamente frente a una sandwichería y
el conductor, un hombre de mediana edad en un traje bien hecho, salió y miró a su
alrededor. La divisó, frunció el ceño, luego se apresuró hacia la tienda.

Momentos después volvió a emerger, trayendo varias bolsas de plástico que


ella presumía estaban llenas de sándwiches y bebidas. El único pensamiento de
Buffy era el de casa, el de volver a Sunnydale. Rápidamente, trotó cruzando la calle
para atrapar al hombre antes de que pudiera irse.

—¡Hey! —llamó.

Con los ojos desorbitados, la miraba con alarma. Buffy aminoró el paso,
preguntándose si sería alguna clase de paranoico.

—¿Por qué no estás trabajando? —demandó él, con la mirada barriendo la


calle arriba y abajo como si temiera que pudiera ser visto hablando con alguien que
remoloneaba.

—Umm, ¿día libre? —Buffy se encogió de hombros—. ¿Sabe dónde puedo


tomar el autobús a Sunnydale? —Él se rió, pero fue un sonido minúsculo, casi como
si estuviera tosiendo—. ¿Qué eres, algún tipo de loca? ¿Quién es su sano juicio
querría jamás ir allí? —De nuevo echó un vistazo alrededor—. Mejor que salgas de
la calle, querida —Entonces se metió de cabeza en el utilitario y trabó las puertas
incluso antes de arrancar el motor, como si temiera que ella pudiera intentar robarle
el auto. Un momento después, se fue. Buffy le gritó, pero él ni siquiera miró al espejo
retrovisor.
Furiosa ahora, giró hacia la sandwichería, determinada a obtener respuestas.
Cuando echó un vistazo a la puerta, sin embargo, vio a un hombre de cabello oscuro
con un fino mostacho girando una llave en la cerradura. Él se apartó de la puerta
cuando sus ojos se encontraron, como si no quisiera ser visto. Luego cerró las
persianas que colgaban de la puerta, y no lo pudo ver más dentro de la tienda.

—¿Qué diablos está ocurriendo con ustedes? —gritó Buffy.

Pero la había llenado un profundo temor, una horrible sensación de que sabía
exactamente lo que estaba mal con ellos. Era imposible, por supuesto. Un pueblo
entero no podía estar aterrorizado así. Pero lo estaba. El súbito chillido de una sirena
la sobresaltó. Buffy giró para ver un auto de policía andando lentamente hacia ella.
Rodó despacio junto a ella. Dos policías saltaron fuera con el motor aún andando y
empezaron a caminar hacia ella. Empezaron a alargar hacia sus armas.

—Disculpe, señorita Summers, pero vamos a tener que pedirle que venga con
nosotros —Señorita Summers. Sabían quién era. La estaban buscando. Su sospecha
de momentos anteriores se había vuelto realidad. La gente aterrada de estar en las
calles, la policía buscándola. No había sido la única cautiva en El Suerte. Los
vampiros mantenían al pueblo entero prisionero. Los dos oficiales de policía sacaron
sus armas y la apuntaron.

—Señorita Summers.

—No lo creo —replicó Buffy—. No es como si ellos quisieran que me mataran


—Uno de los policías, un tipo alto, de rostro oscuro con ojos tristes, se veía
extremadamente incómodo. Su compañero era un hombre corpulento de piel
pastosa y anteojos gruesos.

Cara pastosa sonrió. —Podemos dispara a ambas rótulas, tal vez a sus
hombros. Se recuperará, pero dolerá como el demonio. De una forma u otra, vendrá
con nosotros.

Buffy suspiró. —No lo creo. Gracias por el paseo, sin embargo —Cara pastosa
se veía confundido. Con un movimiento simple, fluido, Buffy hizo un espiral en el
aire hacia él y pateó el arma de su mano, destrozando sus dedos en el proceso. Él
soltó un grito incluso mientras el hombre alto disparaba. Buffy seguía en
movimiento, sin embargo, y la bala silbó dejando atrás su mejilla, lo suficientemente
cerca para que pudiera sentir el cambio de presión de aire sobre su piel.

Entonces el hombre alto se quedó mirando su mano, atónito de que su arma


de algún modo hubiera desaparecido. Buffy se la mostró, luego la tiró sobre su
hombro. Mientras la veía cruzar el aire, ella lo golpeó lo suficientemente fuerte como
para hacerlo girar. Se tambaleó como una secuoya talada encima de su compañero.
Las campanas de alarma continuaban disparándose en su cabeza, pero no tenían
nada que ver con los policías. Estaban prácticamente olvidados ya. Todo lo que podía
pensar era en la reacción del hombre sándwich en el utilitario deportivo cuando le
había mencionado Sunnydale.
¿Quién en su sano juicio querría ir allí?

Él vivía en El Suerte, un prisionero de los vampiros que dirigían el pueblo, y


pensaba que la idea de alguien yendo a Sunnydale era una locura.

Guedejas de hielo se desparramaron por su cuerpo, envolviendo su espina y


curvándose en sus entrañas. Con el rostro sombrío fue al auto de policía y se deslizó
en el asiento del conductor. Mientras lo ponía en cambio vio su reflejo en el espejo
retrovisor.

La conmoción la atravesó.

Por un momento, se vio a sí misma a los diecinueve. Después la ilusión se


esfumó y vio la manera en que en verdad lucía, la dura línea de su mandíbula, el corte
desastroso de su largo cabello rubio, las arrugas en las comisuras de los ojos y boca,
la mirada furiosa de sus ojos. Era asombroso, después de tanto tiempo, ver su propio
reflejo. Vio que no sólo habían cambiado el mundo, también a ella. Buffy los odió aún
más por eso.

En su mente veía de nuevo la imagen de ella misma a los diecinueve. Como se


suponía que debía ser. Nada de esto tenía sentido que estuviera pasando. Por un
breve momento, casi había olvidado eso. Sin embargo, de nuevo la voz de su yo más
joven se elevó dentro de ella, tomó el control.

Tengo que volver. Tengo que arreglar esto.

Las palabras significaban tantas cosas. Lo que fuera que hubiera pasado aquí
y ahora, tenía que hacer algo por eso, cierto. Pero esa era la prioridad de la Buffy
mayor. Dentro de su cuerpo también había una chica fuera de tiempo, una
universitaria que sólo quería ser normal. Una joven mujer a la que un fantasma le
había dicho que cometería un error que tendría resultados catastróficos. Ella no
podía ayudar pero pensó que vivía entre esos resultados incluso ahora.

Tengo que volver, reflexionó de nuevo. Averiguar lo que hice mal, encontrar
una vuelta atrás, y detenerlo. Nunca se le ocurrió imaginar si eso era posible. Después
de todo, el ser llamado La Profetisa de algún modo había lanzado al espíritu de su yo
más joven hacia adelante a habitar su futuro cuerpo. Si eso era posible, tenía que
haber un modo de revertir el proceso.

Por el momento, sin embargo, tenía que averiguar cuán lejos se había
extendido la influencia de los vampiros, y detenerlos. Era lo que había hecho, lo que
era. La Cazadora. Antes de que La Profetisa la tocara, enviándola adelante en el
tiempo, Buffy había estado determinada a dedicarse por completo a ser la Cazadora,
y también a tener una vida por su cuenta. Cien por ciento Cazadora, cien por ciento
Buffy. Una tarea imposible, pero había logrado cosas imposibles antes. Sin embargo,
esa lucha había frustrado a los que estaban cerca de ella, y quizá indirectamente la
condujeran a la situación actual. Si no hubiera hecho semejante desastre nunca
habría estado en la posición de tener que confiar en La Profetisa, nunca habría
terminado aquí. Una sombría sonrisa cortó su melancolía. Pues en este futuro no
tenía que preocuparse de tratar de vivir dos vidas a pleno, llenando dos papeles. Las
coas que habían compuesto la vida de Buffy Summers parecían haberse roto,
dejando sólo este monstruoso paisaje en el que regían los vampiros. Nadie
necesitaba más a Buffy. No necesitaba vivir dos vidas… sólo una. Sólo era la Cazadora
ahora. Había libertad en eso, y se sentía bien. Los nudillos se blanquearon cuando
agarró el volante, aceleró y corrió fuera de El Suerte, camino a Sunnydale. Pronto,
ellos sabrían que había tomado el auto. Su única esperanza era que no se dieran
cuenta de a dónde se dirigía.

Aunque intentaba no hacerlo, Buffy se preguntó qué había sido de su madre


y sus amigos, de la vieja pandilla. No sólo ahora, sino entonces. Willow, Oz, Xander y
Anya. Sin mencionar a Giles, e incluso Angel. ¿Qué les había pasado ese día, después
de que La Profetisa la había lanzado fuera de su cuerpo?

En el pasado…

Era difícil respirar. Willow miró alrededor, al dormitorio que compartía con
Buffy, y tiritó. Era un cuarto bastante grande, pero se sintió claustrofóbica por
primera vez. Oz estaba sentado junto a ella, y se alargó para apretar su mano como
consuelo. Xander y Anya también estaban ahí. Más bien una multitud para su
pequeña invocación, en el cuarto oscurecido, con las persianas bajas. Pero incluso
en la oscuridad, la cosa que brillaba en el medio del cuarto junto a Buffy, era aún más
oscura. Le hacía pensar en agujeros negros, el modo en que se arremolinaba,
aceitosa y negra, ahí en el aire, un desgarrón en la tela del mundo.

Willow había invocado a Lucy Hanover, el fantasma de una Cazadora hacía


tiempo muerta, que ahora ayudaba a las almas perdidas en el otro mundo. El
fantasma había escuchado predicciones horrendas de esa cosa llamada La Profetisa,
y había aceptado tratar de traerla para que comunicara esas profecías de manera
más precisa. Pero ahora que eso estaba ahí, Willow sólo quería envírala de regreso.
Sólo con su presencia hacía que su piel se erizara como nada que hubiera sentido
antes. Y ahora parecía flotar más cerca de Buffy; o quizá, más acertadamente, parecía
consumir el espacio entre ellos, culebrear a través de la realidad mientras se
acercaba a ella.

¡No! Pensó Willow. Buffy, ¡no dejes que se acerque! Pero de algún modo había
perdido la fuerza para gritar. El espectro de Lucy Hanover seguía presente, flotando
cerca de la ventana, observándome, procediendo mientras Buffy le hablaba a La
Profetisa. Las palabras de la entidad los dejaron atónitos a todos.

—El futuro ahora no puede prevenirse. El mecanismo de relojería ya está


marchando —dijo, la voz como una blasfemia susurrada. —Pero puedo mostrarte mi
visión, compartir contigo la escena, a fin de que puedas ver lo que está viniendo y quizá
prepararte mejor para eso.

Buffy se echó para atrás y miró a Willow. En silencio, le urgió a la Cazadora a


que dijera no. Con ansia, Willow se mordió el labio. El fantasma de Lucy Hanover
alargó las manos fantasmales hacia Buffy como si quisiera ayudarla. Pero ya estaba
muerta. Esa era toda la ayuda que podía ofrecer. Buffy se sentó derecha y miró fijo a
La Profetisa, la fluctuante presencia negra en el cuarto. —Muéstrame.

Willow sacudió la cabeza lentamente, advirtiendo, pero Buffy no la vio. Aún,


de algún modo, se sentía incapaz de hablar.

—Sólo debo tocarte y podrás ver.

—Hazlo —la instruyó Buffy.

La resbaladiza, trémula forma de La Profetisa reptó hacia ella. El desgarro en


la tela del mundo se extendió hacia ella, dedos igual que guedejas acercándose.

Finalmente, Willow sintió que algo aflojaba dentro de ella, como si el apretón
de alguna fuerza odiosa finalmente se hubiera relajado.

—Buffy —, dijo con cautela—. Quizá no sea una buena idea —. Pero era
demasiado tarde. La Profetisa tocó a Buffy. Y Buffy gritó. Los ojos de la Cazadora se
desorbitaron y se quedó mirando fijo como si estuviera teniendo una visión de un
horror inenarrable. Su boca permanecía abierta pero el grito derrotado, chillante
murió en sus labios. Su pecho empezó a hacer un gran esfuerzo, y Buffy empezó a
hiperventilarse.

—¡Buffy! —lloró Willow.

Corrió hacia su mejor amiga y la agarró con fuerza justo cuando empezaba a
caer, floja. Con rabia, y temiendo por ella, Willow echó un vistazo al cuarto. Oz estaba
junto a ella, Xander y Anya detrás, mirando con preocupación.

Aparte de eso el cuarto estaba vacío.

—¿A dónde… adónde fueron? —inquirió Willow con suavidad.

Los otros miraron también alrededor, aparentemente igual de


desconcertados.

—Es igual que una clarividente incorpórea —murmuró Xander—. Ofrece el


ominoso futuro, luego salta del pueblo antes de que empiecen a rodar las preguntas.

—Voy a abrir las persianas ahora. He tenido suficiente oscuridad por hoy —.
Dijo Anya en un tono cortante. Cuando las persianas estuvieron arriba, y la luz del
sol entró, Willow se sintió un poco mejor. Buffy seguía respirando, aunque sus ojos
estaban cerrados y estaba pálida. Su piel se sentía demasiado fría. Pero estaba viva.
Y era la Cazadora.

—¿Qué piensas que está pasando? —preguntó Oz.

Willow tragó en seco. —Bueno, espero estar equivocada. Y me molesta


pensar cómo a menudo me siento de esa manera. Pero especulo que lo que sea del
futuro que esa cosa le mostró a Buffy, fue demasiado para ella. Pienso que está en
algo así como en shock.

—Momento. Detente pelirroja —dijo Xander—. Ella es la Cazadora. ¿Cómo


podría algo ponerla en shock con sólo verlo?

—Pienso que depende de lo que vio —señaló Oz.

Anya alzó sus manos con exasperación. —¡Mira! ¿Por qué siempre pasan
estas cosas? —Se reunió con Xander, con un pequeño puchero en sus labios. —¿Por
qué vivimos aquí? En todo el mundo, ¿este es el lugar en el que quieres vivir? ¿No
podemos alejarnos del inminente apocalipsis?

—Tú podrías —dijo Willow tristemente, aún mirando los pálidos rasgos de
su mejor amiga. —Pero eso no te salvaría de lo que viene.

Por otro momento, Willow acunó con ternura a Buffy en sus brazos. Luego,
con una premura que le produjo un respingo, la Cazadora abrió los ojos. Su piel
seguía fría y blanca, pero sus ojos eran tan fieros y determinados como siempre.

Fieros y determinados… y sin embargo también había algo más allí.

—¡Buffy! —lloró Willow.

—¡Ves! —dijo Xander—. Está bien.

Buffy se sentó y se sacudió de encima las manos de Willow. Se estiró como un


gato, como si estuviera probando su cuerpo para ver si había sido lastimado de
cierto modo. Flexionando sus dedos, se quedó mirando sus manos como si fueran
una maravilla recién inventada. Luego se puso de pie con cuidado, un poco fuera de
balance. Casi colapsa, y Willow pensó en un potrillo evaluando sus patas por primera
vez.

—Estás bien ¿no? —preguntó Xander dubitativo.

La Cazadora miró alrededor. Una astuta sonrisa cruzó sus rasgos por un
momento y luego desapareció. Fue al armario, sacó una chaqueta negra de cuero,
aunque estaba demasiado cálido afuera para el abrigo.

—¿Buffy? —inquirió Willow—. Vamos. Sé que nos quieres proteger, pero


somos parte de esto. Es nuestro futuro también. ¿Qué viste?

Mientras se deslizaba dentro de la chaqueta, Buffy giró a considerarlos. No


había emoción en su rostro ahora. Sus ojos titilaban con algún tipo de luz, como si
proviniera del interior.

—Todo estará bien —dijo, con una peculiar articulación en su voz.


—Tú no está bien —le dijo Willow—. Vamos. Date sólo una hora de descanso.
Luego resolveremos qué hacer con lo de Giles. Tendrás que hablarnos, Buffy.
Dejarnos ayudar. —Pero Buffy sacudió la cabeza—. No hay nada que puedas hacer.

—Entonces estás yendo por Giles sola, ¿después de todo esto? —recriminó
Xander. Sonaba enojado y Willow no lo culpaba.

—No te concierne —dijo Buffy con aspereza.

Con eso, la Cazadora giró y dejó la habitación, sin molestarse en cerrar la


puerta detrás de ella.

—Grandioso —suspiró Xander—. Otra vez está con eso. La omnipotente


chica Cazadora. Haciendo todo por sí misma.

—No sé —dijo Willow lentamente, mirando fijo la puerta medio abierta. Oz


se movió furtivamente a su lado. —¿Qué es lo que no sabes? —le preguntó,
frunciendo las cejas.

—No sé qué pensar de eso —dijo—. Esto es algo más. Algo nuevo y aterrador
de tamaño familiar. O, está bien, sólo podría ser paranoia Willow. Pero estoy
pensando que La Profetisa tocó a Buffy. Posiblemente más que sólo una Visión
maestra de la Condenación.

—Había una vibra siniestra alrededor de esa cosa —acordó Anya—. Pero
¿qué piensas que era exactamente? Willow miró fijo a la puerta. —Recuerdan la
parte en la que dije “no se´”?

—Bueno, tendremos un ojo sobre ella. Veremos de lo que se trata —sugirió


Xander—. Willow asintió con la cabeza, profundamente perturbada, y temerosa por
Buffy. No sabía si el futuro estaba siendo como La Profetisa lo había predicho, pero
tenía una sensación de zozobra de que estaba siendo feo, de una menara u otra.
Mientras conducía a lo largo de las casi desiertas calles, Buffy estaba helada
por los cambios que había visto a su alrededor. Unos pocos autos pasaron de largo,
y algunas tiendas estaban abiertas, pero muchas otras estaban tapiadas. La pista de
patinaje justo fuera de la I-17 había sido parcialmente destruida por el fuego, y el
estacionamiento estaba agrietado e invadido de vegetación. No había patinadores,
ni corredores, ni ciclistas. Aparte de esos pocos autos, la única gente que había visto
fueron un par de indigentes asaltando un basurero detrás de un restaurante chino
que aparentemente seguía operativo, y desordenaron una cerca rota detrás del lugar
cuando se dirigió hacia ellos. Buffy decidió que quizá era mejor entrar al pueblo en
silencio, quizá incluso de manera invisible. Ellos estaban buscando el auto, después
de todo. Buffy abandonó el auto de policía de El Suerte en el lote invadido de maleza
que alguna vez había sido el restaurante de servicio desde automóviles Twin de
Sunnydale.

Rodó por el pavimento agrietado, cuatro pies de maleza cepillando la parrilla


del auto. Apagó el motor, hizo una larga inspiración, y recostó su frente sobre el
volante por un momento. Un movimiento leve, y ella se sobresaltó ante el súbito
dolor de la nariz rota. Junto con sus otras heridas, había empezado a sanar
rápidamente. Eso era parte de ser la Cazadora. Pero seguía estando muy dolorida.
Resuelta, abrió la puerta y bajó, luego vaciló. Dentro del auto patrulla había una
escopeta aprisionada en una abrazadera entre los asientos. Habría sido una cosa
simple golpearla y llevársela con ella. Miró dentro del auto y observó el tambor
brillante del arma. Entonces sacudió la cabeza. Lo que necesitaba era una ballesta.
Quizá incluso una espada. Pero después de todo este tiempo sospechaba que los
escondrijos de armas en el departamento de Giles y en la casa de su madre, sin
mencionar en su dormitorio en la U.C. de Sunnydale, habrían sido limpiados.
Inclusive si estuvieran ahí, los cachiqueles, los vampiros seguidores de Camazotz,
probablemente estarían vigilando esos lugares en caso de que regresara. Sin esas
armas, sin siquiera un cuchillo, debería fabricar algunas estacas burdas,
provisionales, y esperar a que fuera suficiente.

Dejó el auto donde estaba y empezó a andar de regreso al camino. Después


de un momento hizo una pausa y miró atrás, a la estructura de concreto en el lado
más lejano del lote que alguna vez había servido tanto como cañón de proyección y
puesto de concesión. En otro tiempo, como cualquier estructura abandonada en
Sunnydale, habría sido un nido de vampiros de primera clase y otras criaturas de la
oscuridad. Mejor asegurarse, pensó.

Con un trote liviano, cruzó el lote sin intentar esconderse. Si alguien estaba
adentro del edificio, ya la habrían visto. La puerta de metal estaba oxidada y colgaba
de sus goznes. El cielo era azul como un huevo de petirrojo, el viento susurraba a
través de la cizaña crecida del lote, la luz del sol pintaba el mundo a su alrededor con
matices brillantes. Pero la belleza del día terminaba en la puerta oxidada. El bostezo
del lugar casi parecía tragarse la luz del sol. Dentro estaba la oscuridad
impenetrable. Nada se movía.

Pateó la puerta suelta que se estrelló en el concreto del interior. Hizo una
pausa por un momento, después se deslizó en la oscuridad. Le tomó un instante para
que sus ojos se ajustaran. Parpadeando, se aventuró más lejos en el ahora gris,
polvoriento interior del edificio.

Nada. Algo se arrastraba en las paredes, pero eso era todo. Era poco más que
una tumba para varias generaciones de ratones. Había mostradores de vidrio
astillado en los que alguna vez se había ofrecido la concesión de bocadillos. Vacíos
ahora.

Con la cabeza ladeada, Buffy escuchó, buscando algún sonido que no


representara roedores. Convencida de que estaba sola, giró para irse y entonces lo
pensó mejor. Escaleras arriba, en la cabina de proyección, probablemente
encontraría mobiliario de algún tipo. Y sería más fácil convertirlo en estacas que
forjarlas de ramas caídas de árboles, en particular cuando no tenía nada con qué
tallar. Lo suficientemente segura, en la cima de la escalera, en la caja de un cuarto
donde el proyeccionista alguna vez hizo su trabajo, encontró una pequeña mesa y
varias sillas de madera, las patas de las cuales serían satisfactorias para sus
propósitos. Buffy cruzó hacia la mesa, arrastró la silla más cercana, y se congeló
atónita ante la vista de lo que yacía ahí.
Una ballesta.

Más precisamente, su ballesta, la que Giles le había dado cuando empezaron


a entrenar juntos por primera vez. Junto a ella, una tarjeta color hueso doblada con
dos palabras impresas limpiamente en el frente: Para Buffy. La duda la inundó y
miró alrededor ansiosa, de pronto segura de que debía haber un error. Alguien había
estado allí —de otro modo ¿cómo se explicaría la presencia del arma?

Sin embargo, sus sentidos lo confirmaban. Estaba sola.

Tentativamente, alargó la mano y levantó la ballesta, estudiándola con


detenimiento para asegurarse de que no había cables que se accionaran u otra
trampa involucrada. No había. Sólo la ballesta, y sobre la silla opuesta a esa, un
pequeño carcaj que contenía virotes.

Profundamente inquieta, con miles de preguntas en su cabeza, Buffy destrozó


una de las sillas, golpeó las patas y las convirtió en media docena de estacas
utilizables, y las cargó bajó un brazo junto con el carcaj. En la otra sostuvo la ballesta.
En alerta, con la piel escociéndole mientras buscaba alrededor alguna señal de otra
presencia, huyó escaleras abajo y salió al sol. Con el cielo azul arriba, se sintió un
poquito mejor, pero no mucho. Ese era un misterio que la perturbaba
profundamente. Alguien sabía o al menos sospechaba que encontraría su camino
hacia este lugar, o había estado aquí justo cuando ella llegó y dejó estas cosas para
que las encontrara.

Y todo a lo largo del lote, las sombras proyectadas por los árboles cercanos y
los remanentes de las pantallas del auto cine habían crecido más. La tarde estaba
menguando, y la noche estaba a sólo unas pocas horas delante. Buffy se apresuró de
nuevo hacia el auto de policía. Abrió el baúl, y se alivió de encontrar un bolso de lona
que había pertenecido a uno de los oficiales de policía. Había pantalones de gimnasia
de algodón y un buzo ahí, así como un enorme par de zapatillas. Vació la ropa, arrojó
las armas en el bolso, luego se anotició de una pequeña caja de bengalas y también
las tomó. Lanzó el bolso sobre su hombro y rumbeó, no para el camino, sino para la
cerca articulada en la parte lejana del lote. Ahora sentía como si hubiera ojos sobre
ella. La ballesta estaba casi tibia en su mano. Saltó la cerca y salió con destino a una
región de bosques que la conducirían a la usina eléctrica, desde la cual podría
marchar al final dentro de Hammersmith Park, y luego a los patios traseros de la
residencial Sunnydale.

Mantente fuera de la calle, se dijo a sí misma.


CAPÍTULO 3

Si el silencio en El Suerte había sido surreal, las desoladas calles de Sunnydale eran
demasiado reales. Mientras Buffy se abría paso a través de los callejones traseros y
de las salidas de incendios, ciñéndose a las sombras para mantenerse fuera de la
vista, una constante corriente de alarma y aborrecimiento corría a través de su
cuerpo. Su pueblo se había convertido en una abominación.

Los parques estaban arrasados, las estatuas destruidas. Cada pocas cuadras
dejaba atrás una fila de edificios o casas que habían sido quemadas por completo,
dejando una cáscara achicharrada. Era inquietante ver algunas tiendas y mercados
aparentemente prósperos, mientas tantos otros negocios habían sido saqueados, las
ventanas destrozadas en el frente, una segura señal de lo que encontraría dentro.
Tres veces había entrado a tales negocios, y cada vez había resultado lo mismo.
Consignaciones Christabel, El carretón de flores y Pizza Quarryhouse. Cada tienda
había sido despedazada, desguazada y destrozada, pero obviamente había pasado
tiempo atrás y una gruesa capa de polvo, inmaculada por las pisadas de un único
intruso, yacía sobre todo. En la parte de atrás de cada uno de esos negocios, Buffy
descubrió los restos de los propietarios, tan descompuestos que no había modo de
decir cómo habían muerto. Sólo podía asumir que los vampiros los habían matado.

Y sin embargo los otros, las tiendas que seguían funcionando, eran
igualmente perturbadores, pues Buffy sabía que sus propietarios debían estar
cooperando con los vampiros, sirviendo tanto a los humanos que seguían viviendo
en Sunnydale como a los monstruos que gobernaban.

Con cada cuadra que dejaba atrás, el humor de Buffy se volvía incluso más
sombrío. Las preguntas acerca del destino de su madre, y de sus amigos, forzaban
por salir de su mente, pero Bufy las empujó de regreso. Antes de que pudiera ayudar
a alguien, tenía que saber exactamente cuál era la situación, con qué estaba lidiando.
Alguien había estado allí, en el Twin Drive-In. Sabían que estaba viniendo hacia aquí.
Sin embargo, no había modo de que se arriesgara pasando junto a su casa.

Hasta cierto punto, a pesar de su horror ante la devastación que había


ocurrido en algunos lugares del pueblo, le perturbaba más profundamente cuando
veía que otros negocios y hogares parecían acentuadamente bien preservados. El
centro estaba desierto, y sin embargo muchos de los negocios en realidad seguían
teniendo las luces encendidas. Curiosa, forzó la puerta trasera del Espresso Pump.
Las máquinas zumbaban quedamente, los ventiladores seguían funcionando, las
luces rojas parpadeaban en las máquinas de café, listas para trabajar. Avanzó a
través de la tienda a oscuras hacia la puerta del frente y miró las horas de trabajo
fijadas. Había cuatro palabras impresas allí: Abierto toda la Noche. Lo
suficientemente simple, pero creaban más preguntas. El Espresso Pump seguía en
operación, como la mayoría de los bares que había visto, así como las tiendas de
video, un par de pequeños mercados y el cine Sun. Pero ¿eran manejados por
vampiros o humanos? ¿Habían quedado muchos humanos?

Mientras se abría paso alrededor del pueblo, había visto varios coches de
policía circulando lentamente por las calles desiertas. Probablemente buscándome,
había pensado. Pero también había visto algunos otros vehículos, incluidas dos
furgonetas grises sin ventanas traseras y con los parabrisas ennegrecidos. Justo
dentro del Espresso Pump, Buffy dio un paso atrás de la puerta cuando vio otra de
esas furgonetas grises viajando lentamente. Parecía demasiado silenciosa, casi como
si estuviera rodando sin motor. Ridículo, por supuesto. No había escuchado nada
debido al zumbido de las muchas máquinas dentro del café. Pero no obstante era
extraño.

Un auto se detuvo frente al cine Sun cruzando la calle. Buffy sólo estaba un
poco sorprendida de ver a una pareja de mediana edad ojerosa bajando juntos.
Dieron vuelta hacia el baúl, del que recuperaron un trío de grandes latas de película.
La revulsión onduló a través de ella cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando.
Esas personas eran colaboradores. Lo que había en las latas eran películas que
habían sido traídas para ser proyectadas para los vampiros que ahora poblaban
Sunnydale. Tal vez no tenían elección, pensó Buffy. Pero sabía que todos tenían una
chance, la gente que seguía viva en este pueblo. Algunos de ellos podrían no estar
cooperando con los vampiros, sino más bien paralizados por el miedo, demasiado
aterrorizados para luchar. La gente que permanecía en Sunnydale se podría haber
agrupado y matado a sus amos, o simplemente huir mientras el sol estaba alto.
Algunos probablemente habían huido. Pero Buffy sabía que debería ser cuidadosa.
Ya fueran colaboradores o simplemente regidos por su miedo, no se podía permitir
confiar en nadie que aún estuviera aquí.

El pueblo entero pertenecía ahora a los monstruos, una enorme guarida para
los vampiros que había conocido como cachiqueles, los sirvientes de Camazotz. Con
esto como epicentro, estaban construyendo un reino, incluso un imperio. Su control
se extendía al menos hasta El Suerte, probablemente más lejos. Buffy necesitaba
respuestas.

Tan pronto como la pareja de humanos hubo desaparecido dentro del teatro,
Buffy volvió de nuevo al callejón detrás del Espresso Pump. Con el bolso de lona de
armas colgando de su espalda, se movió con agilidad a través de los lugares ocultos
de Sunnydale, siempre alerta de ojos vigilantes. Incluso no se podía confiar en los
humanos de allí, tanto así era cierto ahora.

La marcha era lenta debido a la necesidad de ser casi invisible, pero en veinte
minutos se encontró en una calle de depósitos, fábricas y edificios de oficinas que
corría paralela a la calle donde estaba el Bronze. También había otros bares ahí, y de
acuerdo con la norma sería capaz de atrapar a un humano durante la luz del día.

Respuestas. La necesidad de oírlas de los labios de un humano vivo,


respirante era fuerte. Su instinto, y sus propios recuerdos del lugar, le habían
sugerido que este sería un buen vecindario para empezar. Si eso no funcionaba,
trataría en la Universidad, o simplemente entraría en una de las casas que parecían
seguir ocupadas.

Había ocurrido que las escaramuzas iniciales que había tenido con los
cachiqueles todos esos años atrás habían sido en el puerto, pero le tomaría
demasiado ir hasta allí. Tenía un par de horas, probablemente menos, antes de la
oscuridad. Si era posible, quería estar fuera de Sunnydale para entonces. De otro
modo necesitaría un lugar seguro para usar como base, y no tenía idea de por dónde
empezar. Buffy se escurrió entre un enorme contendor de basura y la pared de
ladrillo de un depósito. Quince pies sobre el suelo había una escalera de hierro que
conducía al techo. Sin vacilación, extendió sus manos contra el ladrillo de un lado y
el cajón de metal del otro y gateó hacia arriba entre los dos. Los músculos ondeaban
como cables en sus brazos.

Con un empujón a la pared, aterrizó sobre el tacho de basura, balanceándose


sobre la tapa. Buffy brincó desde su sitio y ambas manos se cerraron alrededor del
último peldaño de la escalera. Con los pies contra el edificio, se impulsó hacia arriba
y luego fue gateando mano sobre mano hacia el techo. Agachada, corrió a lo largo del
techo hacia la esquina opuesta, desde donde podía ver la calle que corría frente al
Bronze, así como el callejón junto al edificio en el que estaba. La decepción la
desinfló. La calle debajo estaba vacía de movimiento de cualquier tipo. Una perdida
botella de cerveza, empujada por el viento, rodaba cruzando el pavimento con un
tintineo de vidrio. Por lo demás, todo era silencio. Por diez minutos o más, Buffy se
sentó allí en el borde del techo. Desde esa altura, podía ver casi hasta el puerto al
este, el sol resplandeciente en la cima del cine en el centro hacia el norte, y hacia el
sur, los techos de las casas en los vecindarios residenciales.

Era como si el pueblo entero hubiera sido asesinado, drenado por un


vampiro. Sin embargo bullía de amenaza, como si en cualquier momento sus ojos se
pudieran abrir, ardiendo en naranja, y se levantaría con los colmillos rechinando,
sedientos de sangre.

Ansiosa, Buffy rebotó sobre sus pies y miró una y otra vez los matices más
profundos de azul en el horizonte y las largas sombras de la tarde en la calle.

—Tengo que largarme de aquí —susurró.

Casi como si fuera una señal, el sonido de un motor distante vino hacia a ella.
Buffy se agachó incluso más y echó un vistazo furtivo calle arriba y abajo. Un
momento después vio la misma furgoneta gris —u otra exactamente igual—
moviéndose hacia ella.

Con un pequeño chirrido de los frenos, se detuvo frente al Bronze. Hubo una
pausa y después la bocina sonó dos veces y el pasajero abrió la puerta.

La figura que emergió de la furgoneta hizo que sintiera escalofríos, aunque el


sol brillaba cálidamente sobre ella. No podía ver si era mujer u hombre, pero estaba
vestido con un traje plateado de radiación que lo cubría de la cabeza a los pies. Sólo
las negras antiparras sobre sus ojos rompían el plateado sin fin. No había ni una
pulgada de piel visible. Vampiro, pensó, y al instante supo que era cierto. La luz del
día se reflejaba en los pliegues del traje plateado, pero el monstruo estaba a salvo
dentro de ese atuendo protector.
El conductor de la furgoneta volvió a sonar la bocina y la puerta frontal del
Bronze se abrió de un golpe. Un humano alto con el cabello negro salió del club, con
las manos en el aire.

—¡Está bien, está bien! ¡Mantén tu camisa puesta! —estalló.

El vampiro rodeó la furgoneta y abrió la puerta trasera. Por lo que Buffy podía
ver desde ese ángulo, no había nada dentro. Entonces el hombre volvió al Bronze y
gritó dentro.

—¡Muévanse! Vamos niños. Cada uno tiene que tomar un turno. —Casi de
inmediato seis personas más salieron del club, todos en los años finales de
adolescencia, principios de los veinte. Tres hombres, tres mujeres. Una de las chicas
empezó a sollozar y a vacilar, incapaz de trepar a la furgoneta con los otros. El
hombre de cabello oscuro fue hacia ella, le sostuvo la cara en sus manos y le susurró
algo que la hizo ponerse rígida, con los ojos desorbitados. Después de eso fue
mansamente a la parte de atrás de la furgoneta y subió. El vampiro regresó al frente,
entró y entonces el vehículo se alejó. Por un momento, el hombre de cabello oscuro
se quedó mirando. Después fue a la puerta del Bronze y la cerró con llave antes de
caminar hacia un flamante Mercedes convertible estacionado junto al camino entre
varios otros autos.

Entro y encendió el motor. Después se tomó un instante para inclinar la


cabeza para atrás y mirarse en el espejo, inconforme con su cabello.

Lo que hizo que Buffy lo reconociera.

—Oh, dios mío —susurró—. Parker.

La última vez que lo había visto él era un estudiante universitario de primer


año. La había seducido, usado y luego pretendido que no había hecho nada malo.
Ahora era cinco años mayor, y Parker Abrams no sólo estaba colaborando con los
vampiros, parecía estar disfrutándolo.

—Hijo de puta —murmuró Buffy con rabia.

Retrocedió del borde del edificio ocho o diez pies, hizo una pausa, y echó a
correr a toda velocidad. Con un gruñido de esfuerzo y furia, saltó el estrecho callejón
abajo. El hueco era más ancho de lo que había juzgado y extendió su cuerpo hacia
adelante, convirtiendo su salto en una zambullida. Buffy consiguió cruzar con
espacio de sobra, golpeó el techo del Bronze y aterrizó dando una vuelta a carnero.

Sin una pausa, se puso de pie y corrió a lo largo del edificio para clavar los
ojos en el auto de Parker. El Mercedes se deslizaba en reversa, pero se movió sólo
dos pies mientras intentaba sacarlo de entre otros dos vehículos.
Estaba justo debajo de ella.

Buffy saltó en el aire, con su cabello zumbando detrás mientras caía derecho
hacia abajo, con el bolso de lona arrastrado como una paracaídas sin abrir. Aunque
sólo duró uno o dos segundos, la caída le pareció extremadamente lenta. Parker
había girado el volante y puesto el auto en cambio de nuevo, e incluso mientras caía
él empezó a deslizarse hacia adelante con lentitud, dolorido seguramente cuando
tumbó el paragolpes del auto frente a él.

Sus botas azotaron el capó del Mercedes con un sonido audible. El impacto la
hizo castañetear los dientes y encogerse sobre sus rodillas.

Parker gritó con sorpresa y temor y por un momento olvidó que estaba
conduciendo. El paragolpes del Mercedes golpeó suavemente contra el coche frente
a él.

Él no se dio cuenta. Sólo se quedó mirándola —Qué… —murmuró—. Quién…


—los ojos de Parker se abrieron y ella supo que la había reconocido—.

—Oh Jesús. Tú.

Buffy se levantó del abollado capó y agarró la parte de arriba del parabrisas
del convertible. Parker asió el volante, lo giró tan lejos como pudo, y apretó el
acelerador. De nuevo rebanó el paragolpes del otro auto, pero Buffy se lanzó sobre
el parabrisas dentro del asiento del pasajero.

—¡No! —chilló Parker.

Junto a él ahora, Buffy lanzó su mano derecha y la cerró sobre su garganta,


apretando.

—Detén el auto.

Parker clavó los frenos. —Buffy, por favor —carraspeó con voz ronca, sus
ojos errando con desesperación, buscando en las calles.

Le revolvió el estómago que pensara que podría esperar que aún hubiera
vampiros por allí, que lo protegieran de ella.

—Me recuerdas. Sabes quién soy. Déjame hacerte una pregunta, ¿sabes lo que
soy? —Ahogándose, se las ingenió para jadear un “sí”. Sus ojos estaban sobre ella, y
Buffy se quedó mirándolo con fijeza hasta que Parker desvió la mirada. Ella liberó
su garganta y él empezó a masajearla, casi lloriqueando. Cuando se dio vuelta para
traer el bolso sobre su falda, él se sobresaltó.

—Voy a hacer preguntas. Tú vas a conducir. Si pienso que estás mintiendo te


romperé el cuello. ¿Alguna duda acerca de lo que quiero decir? —demandó.

Él vaciló. Luego sonrió, como si se aliviara. Sus ojos tenían la chispa que la
habían encantado alguna vez. —Buffy —dijo cordialmente—. No tienes que
amenazarme. Con las fosas nasales curvadas, giró a mirarlo. —Sacaste ventaja de mí
una vez, Parker. Pero eso fue hace mucho tiempo. ¿Luzco como esa chica para ti
ahora?
Acobardado, la inspeccionó, luego sacudió la cabeza.

—Te partiré —prometió—. Sólo conduce.

—¿A dónde?

Sus pensamientos se lanzaron en varias direcciones. No había modo de saber


cuán lejos se había extendido la influencia de Camazotz. Pero estaba segura de que
no había manera de que una ciudad del tamaño de Los Ángeles hubiese podido ser
invadida. Si hubiera sido el caso, ellos no tendrían todavía aquí su base en Sunnydale.

—Al sur —dijo.

Parker condujo.

Un auto pasó en otra dirección. Ella lo observó para asegurarse de que Parker
no intentaba hacerle señales al conductor, probablemente otro colaborador de
camino a abrir algún negocio que serviría a los vampiros. Las sombras se habían
hecho más largas. El cielo en el horizonte occidental había empezado a oscurecerse.
El anochecer era inminente.

—Más rápido —instruyó Buffy.

—Tus deseos son órdenes.

—Imagino que eres bastante bueno con esa respuesta —gruñó Buffy—.
¿Cuánto hace que ellos tienen el control aquí?

—¿En Sunnydale? Van para cuatro años, supongo. Empezó en pequeño al


principio, algunas personas aquí y allá desaparecían. Entonces los policías y los
profesores en la universidad empezaron a actuar raro. El nuevo alcalde también.
Clases nocturnas. Conferencias de prensa de tarde. En algún punto hubo los
suficientes de ellos para sólo arrebatar el pueblo. Después de eso, hicieron todo en
una noche. El solsticio de invierno, ¿sabes? La noche más larga del año. —El viento
parecía casi helado mientras golpeaba alrededor del convertible.

—¿Cuántos hay allí?

Parker se encogió de hombros. —Ni idea.

—Mis amigos. Mi madre. ¿Qué pasó con ellos?

—Nunca conocí a tu madre. Y no he visto a Willow o a ese otro tipo desde esa
noche. —Buffy dio un respingo, herida por su ignorancia. Quería con tanta
desesperación saber qué había sido de sus amigos. Pero Parker no podía ayudarla.

—¿Qué tan lejos se extiende su influencia?


—Escuché que convirtieron al gobernador. Pero es sólo el principio de los
planes para el estado del rey. Igual que hizo aquí, va a convertir a los oficiales y a la
gente en el poder, luego construirá un ejército suficiente para tomar todo el estado
de una vez. Ahora mismo es sólo alrededor de aquí. Sunnydale es como la zona cero,
con quizá treinta millas cuadradas en su control. Sin embargo, es listo. Mantiene a
los otros pueblos funcionando, incluso tiene gente en algunos de ellos que piensa
que nada ha cambiado, ni siquiera saben que los vampiros han tomado las riendas.
Idiotas. Los chupasangre se siguen reproduciendo. Es sólo cuestión de tiempo. —
Sus palabras la dejaron pasmada y la enfurecieron.

—Esas personas, esas que les entregaste a los vampiros ¿quiénes eran? —
Parker tragó lo suficientemente fuerte como para que ella lo escuchara. Se crispó un
poco—. Son… como yo. Jugamos juntos, vivimos muy bien. Pero todos tenemos que
tomar turnos en la guarida. Ellos… nos usan. Beben, todo lo que quieran. Sólo una
noche. Luego nos arrojan de regreso hasta nuestro turno de nuevo. —La bilis subió
hacia el fondo de la garganta de Buffy y su estómago convulsionó. Casi vomita allí en
el auto. Su nariz se arrugó con disgusto. Entonces recordó algo más que él había
dicho.

—Rey. ¿Qué es eso? ¿Camazotz tiene a todos llamándolo “el rey” ahora? No
era suficiente ser el dios de los murciélagos? —Parker de verdad se rió entre dientes
y sacudió la cabeza—. De verdad has estado lejos ¿verdad Buffy? —Buffy frunció el
ceño—. ¿Qué diablos se supone que significa eso?

Pero él no respondió. La tarde había oscurecido el cielo oriental de un


púrpura amoratado, aunque hacia el oeste seguía siendo de un azul claro. Quedaban
minutos para la verdadera noche.

Adelante estaba la intersección con Royal Street, que corría a lo largo del
norte de Hammersmith Park, a un cuarto de milla de la casa de su madre. La luz
estaba en amarillo. Parker empezó a disminuir la velocidad.

—No te detengas.

Pero él sólo sonrió. Alarmada, Buffy giró para ver una furgoneta gris que
venía a toda velocidad detrás de ellos.

—¡Vamos! —le gritó.

Adelante, una segunda furgoneta bajaba a toda velocidad por Royal Street.
Sus frenos chirriaron mientras se detenía con un temblor, bloqueándoles la vía
frente a ellos. La furgoneta detrás zigzagueaba, cortándoles la retirada.

Furiosa, Buffy asestó un codazo al costado de Parker, que lo golpeó en el


lateral de la cabeza. El auto estaba encerrado por delante y por detrás. Resignada a
pelear, recelosa de la oscuridad entrometida, agarró su bolso y saltó para ponerse
de pie sobre el asiento. Metió las manos en el bolso y extrajo la ballesta, encajando
un virote en su lugar. Lanzó una mirada a Parker y vio que estaba atontado, pero
consciente. Él buscaba el volante y la palanca de cambios.
Con un gruñido, Buffy lo pateó en la cabeza y él se desplomó sobre el volante.
La bocina del auto empezó a berrear incesantemente.

Delante de ella, cuatro vampiros en trajes plateados descendían de la


furgoneta. Otros tres emergieron del vehículo detrás de ella.

Siete. Había enfrentado peores disparidades.

El cielo pareció volverse más oscuro en el espacio entre un parpadeo y otro.


Le pareció que la miraban ojos ominosos desde las ventanas de cada edificio a su
alrededor. Pensó en la casa de su madre, tan cerca y sin embargo tan
imposiblemente lejos, y trató de no pensar en lo que encontraría si se atreviera a ir
allí.
En la esquina había un lugar de café y rosquillas al que su madre y ella habían
ido cientos de veces. Su presencia familiar casi parecía burlarse del modo en que ella
sabía que debía ser el mundo. El alma de diecinueve años que compartía una doble
existencia con su contraparte más vieja dentro de ella, se retrajo incluso más lejos
dentro.

—¡Vengan! —chilló, indignada, preparada para hacer pedazos ese feo nuevo
mundo y reconstruir el viejo, incluso si tenía que hacerlo sola.

Los cuatro vampiros frente al Mercedes empezaron a caminar hacia ella.


Buffy se rió misteriosamente y disparó un virote al del frente. Él explotó en una
erupción de polvo dentro de su traje de plata, y el traje se arrugó en el suelo, vacío.
Buffy había puesto otro virote en la ballesta en un instante. Luego los vampiros
empezaron a remover sus lentes y capuchas. Ya estaba lo bastante oscuro, y era
como si quisieran que los viera, que se diera cuenta de que no le temían. Ella podría
matarlos, parecían estar diciendo, pero estaba en territorio enemigo, rodeada ahora,
y con más en camino. Buffy disparó de nuevo, pero esta vez el vampiro que era el
blanco se movió rápidamente, esquivando el dardo. Puso otro, preparada para hacer
fuego, mientras uno por uno se quitaban las capuchas. Con una áspera inspiración,
reconoció a dos de los vampiros frente a ella. Uno era una mujer con el cabello punk
teñido de verde, el rostro cubierto de colores chillones, maquillaje rojo y blanco. El
otro era un hombre feo que siempre parecía acompañarla. Aunque Buffy no había
sabido sus nombres reales, durante sus escaramuzas —años atrás— había
empezado a pensar en ellos como Cara de Payaso y Bulldog.

Ellos sabían, pensó. Sabían dónde estuve, todo el tiempo. No podía ser
coincidencia que de todos los vampiros en Sunnydale, estos dos fueran los que la
habían capturado. Con el rabillo del ojo Buffy captó movimiento detrás de ella.
Alerta, lista para defenderse, giró para ver que los otros tres habían empezado a
aproximarse también. Ya se habían sacado las capuchas y los lentes.

Los conocía a todos.

La rubia, chispeante Harmony había estado en su clase de secundaria. La


chica muerta gesticulaba casi tímidamente, con una dulce, estúpida sonrisa en su
cara. Pero Harmony no le preocupaba. Eran los otros dos los que le hicieron maldecir
sonoramente.

Spike y Drusilla.

Willow estaba sentada en su dormitorio en medio de un círculo de velas


blancas, sus flamas arrojaban un enfermizo fulgor amarillo sobre las paredes,
sombras titilantes de cosas que no tenían forma. Estaba oscuro afuera, pero las
nubes absorbían las estrellas.

Algo le impedía invocar a Lucy Hanover. Lo había intentado por más de una
hora. Ahora se mordió el labio y combatió la desesperación que amenazaba con
abrumarla.

—Lucy, por favor —susurró Willow en las sombras burbujeantes—. Necesito


ayuda. Eres la única que podría tener respuestas. Por favor.

Con toda su alma y corazón se tendió hacia la oscuridad, en un éter espiritual


que mentalmente había palpado varias veces antes. Algo frío tocó su espalda y se
sobresaltó de miedo y conmoción.

—¿Lucy?

A un tiempo, las velas se apagaron, el humo que flotaba en el aire desde cada
una de ellas refulgía en la oscuridad. Las columnas de humo parecían alcanzarse
unas a otras, para trenzar una red de humo, para girar y tejerse juntas en un
horrendo rostro sombrío, una cosa gruñona, con cuernos, cuyos ojos parecían
negros pozos sin fondo.

—Noooooo… —gimió con dolor y rabia.

Aunque las ventanas estaban cerradas, un súbito viento arreció a través del
cuarto y el humo se disipó. Willow tiritó mientras la temperatura caía
precipitadamente. Parpadeó, buscando algún signo de esa malevolente presencia.

Lucy estaba ahí, flotando medio pie sobre el suelo. Su forma espectral parecía
incluso más pálida que nunca, el fantasma de un fantasma. Willow susurró su
nombre y el espíritu sonrió débilmente.

—Estoy aquí, amiga Willow —dijo Lucy, su voz etérea trémula.

—¿Qué fue eso?


—La criatura era un comedor de almas. Mi voluntad demostró ser demasiado
fuerte para ella, pero ha estado impidiendo mis intentos de alcanzarte. Me atacó aquí
en los Caminos fantasmas, en el momento justo antes de que La Profetisa le mostrara
a la Cazadora el futuro. Temo que puede no haber sido una coincidencia. —Willow se
desmoronó, una mano sobre la boca, y apretó sus ojos. Sólo por un momento. Luego
se puso de pie, determinada, y enfrentó al fantasma.
—Tienes que ayudarme a comprende lo que está pasando —dijo—. Desde
esa noche, Buffy ha sido todo reproches. Al principio pensé que quizá estaba sólo
dejándonos de lado, que ella iba a hacer todo a lo Llanero Solitario, voltear a
Camazotz ella sola y traer a Giles.

Algo rodó por el estómago de Willow y se estremeció.

—Ni siquiera estaba tratando, Lucy. Vivo aquí. La veo. Va a la mitad de sus
clases, y está mirando sobre su hombro todo el tiempo, paranoica, como si a cada
segundo, hola ¡emboscada! Pero es la Cazadora. Tiene emboscadas todo el tiempo.
Son una consecuencia lógica. Y por lo usual no durante el día. Es como si sólo no
fuera ella. —hizo una pausa, un escalofrío trepó a través de ella. Cuando miró hacia
arriba vio que el fantasma de la Cazadora muerta la contemplaba con tristeza,
bamboleándose un poco en el cuarto ensombrecido.

—¿Lucy?

—¿Dónde están tus amigos? ¿Ellos están de acuerdo?

—Definitivamente. Han pasado dos días y Buffy no ha hecho nada sobre Giles,
así que vamos a hacer algo nosotros. Oz está rastreando el barco, y Xander y Anya
están obteniendo algunas armas del departamento de Giles. Vamos a ir esta noche a
salvarlo, con o sin ella.

—Por supuesto ayudaré lo mejor que pueda —acordó Lucy—. Pero ¿qué hay
con Buffy? Tus palabras han levantado una terrible sospecha. Pienso que es mejor
encontrarla y poner esa sospecha a prueba incluso antes de intentar el rescate que han
planeado.

Willow vaciló. Una voz susurrante en el fondo de su mente le dijo que ya era
demasiado tarde para Giles. Pero no quería escucharla. Estaba determinada a
encontrarlo y traerlo de vuelta con vida. La última cosa que quería hacer era esperar
otro día.

—Vamos a ir por Giles en la mañana —dijo—. No sé qué hacer con… —Una


llave traqueteó en la cerradura. La puerta se abrió y Buffy entró. Willow retuvo el
aliento en la garganta cuando vio el aspecto endurecido, oscuro, de su amiga
cruzando el rostro de la Cazadora.

—Buffy —susurró Willow.

—No —dijo Lucy Hanover, su voz como una brisa susurrando entre los
árboles—. Esa no es Buffy Summers.

Willow le lanzó una mirada al fantasma, luego de nuevo al portal. Sacudió la


cabeza, no entendiendo. Buffy le lanzó una mirada dura al espíritu insustancial de la
antigua Cazadora, luego sonrió desagradablemente. Era la sonrisa lo que convenció
a Willow.
—Oh, dios mío.

Buffy cruzó hacia su cama, se agachó, se metió debajo y recuperó un bolso de


excursión. Willow sólo podía mirarla, congelada con la conmoción y la congoja.

—Es La Profetisa —dijo Lucy—. Sea lo que sea, la criatura ha tomado la forma
física de Buffy.

La Cazadora empezó a abrir cajones y a tirar ropa en el bolso. —Fue una


tontería de mi parte pensar que sería capaz de quedarme aquí. Aunque habría sido
más conveniente, es más simple empezar de nuevo. Willow sólo pudo mirar cómo
cerraba el bolso, pero tan pronto como La Profetisa empezó a moverse hacia la
puerta, ella hizo lo mismo bloqueándole la salida. El miedo y el descreimiento fueron
suplantados dentro de ella por una especie de rabia distinta a cualquier cosa que
hubiera conocido. Sacudió la cabeza, apretando con fuerza la mandíbula.

—No te vas a ir —dijo Willow—. No hasta que traigas de vuelta a Buffy. Una
expresión frágil, severa se instaló sobre el rostro de Buffy, y Willow se preguntó
cómo podía no haberse dado cuenta del cambio en su mejor amiga. Esa cosa frente
a ella no era Buffy.

—Muévete, bruja.

Willow echó un vistazo a Lucy, esperando que el fantasma pudiera tener


algún medio de remover a La Profetisa. Pero el espectro sólo flotaba, un alma
neblinosa y nada más. No podía ayudar. Willow tragó en seco y empezó a inscribir
símbolos arcanos en el aire con sus dedos. Sus labios se movieron en silencio
mientras celebraba un hechizo que pudiera encerrarlas a todas en el cuarto.

Con una risa gutural, La Profetisa le dio un revés a Willow, que se tambaleó
hacia atrás y se desplomó sobre el escritorio antes caer al suelo.

Mareada, se puso de pie a la rastra.

Pero la puerta oscilaba abierta y La Profetisa se había ido. Buffy se había ido.

Y si Willow no la alcanzaba, jamás sabría en lo que de verdad se había


convertido su mejor amiga.

La bocina del auto seguía berreando. Parker, inconsciente, estaba


desplomado sobre el volante y Buffy no podía perder ni un momento deslizándolo.

Spike y Drusilla.

—Bueno, bueno, Dru, mira lo que tenemos aquí —dijo Spike alegremente,
jactándose como un gallo mientras daba unos pasos hacia el auto. Su cabello estaba
más largo ahora, casi desgreñado, lo que le daba un aspecto más feraz—. Esa útil
chica Summers, ¿no es así? Pienso que ahora es una mascota hogareña. Un suave
gatito. Los ojos enloquecidos de Drusilla se abrieron e hizo pequeños movimientos
de arañar en el aire, luego se lamió los labios.

—Ooh, amo a los gatitos. Sabemos qué hacer con los gatitos, ¿o no, Spike? —
Había un deseo sanguinario en los ojos de Spike—. Oh, ciertamente lo sabemos,
querida. Ciertamente. Harmony miraba fijo a Drusilla. —Tú no lastimas a los gatitos.
Dime que no lastimas gatitos. Dru parecía conmocionada. —Sólo cuando tengo
hambre. No soy un monstruo. A Buffy le tomó sólo un segundo calcular las
posibilidades. Esos tres detrás de ella, tres más en el frente. El Mercedes de Parker
estaba encerrado por ambos lados. Seis de ellos. Había matado a seis antes de eso.
Más que eso, de hecho.

Pero no a esos seis.

Harmony y el extraño no sería un problema. Pero Buffy sabía por experiencia


que Cara de Payaso y Bulldog eran lo bastante difíciles. Spike y Drusilla, sin embargo,
eran el clavo final. No estoy lista. No ahora. El mundo había cambiado y tenía que
encontrar su lugar en él. Al mismo tiempo que otro mundo la aguarda en el pasado,
un lugar… un hogar… del que estaba desesperadamente necesitada. Tenía que
volver allí.

¿Qué le había dicho Faith, tanto tiempo atrás? La primera regla de la cacería:
no mueras. Una vez que la decisión estuvo tomada, Buffy actuó en un instante. Dio
vuelta en redondo, disparando un dardo a Spike. Él lo tomó en el aire, y luego la miró
enojado como si hubiera herido sus sentimientos.

Buffy esquivó al inconsciente Parker, quien se deslizó de la bocina. Abrió la


puerta, luego usó su prodigiosa fuerza para empujarlo al pavimento. Su bolso cayó
en el asiento junto a ella con la ballesta, y se alargó en busca de una de las estacas
que había hecho. Los vampiros vieron que intentaba huir, y se abalanzaron hacia el
auto.

—¡Maldición Buffy! Nunca te tuve por una cobarde —le espetó Spike—. Estoy
decepcionado. Buffy puso al Mercedes en reversa y apretó el acelerador. Spike y
Drusila habían aprendido a ser rápidos. Era parte de la razón de que hubiesen
seguido vivos tanto tiempo. Se dividieron, cada uno eludiendo al auto con una
zambullida en direcciones opuestas.

Harmony de pie congelada detrás del auto, su boca se abrió como si estuviera
ofendida de algún modo. El Mercedes la golpeó ruidosamente, propulsándola hacia
atrás con todos los caballos de fuerza que tenía. El auto se estrelló de costado en la
furgoneta con Harmony en el medio. Hubo un crujido enfermizo y ella gritó, un
chillido tan salvaje y agonizante que parecía que estaba siendo degollada. Buffy giró
el volante hacia la derecha para evitar atropellar a Parker, redujo un cambio, y
aceleró de nuevo. Spike y Drusilla se habían puesto de pie y se abalanzaba hacia ella
de cada lado, pero los neumáticos del Mercedes giraron, dejando un parche de
caucho negro sobre el pavimento, y el auto dio bandazos hacia adelante, alejándose
de ellos.
Detrás de ella, Harmony daba tumbos en el suelo, la parte de arriba y de abajo
de su cuerpo sólo conectada por jirones de carne y una columna vertebral aplastada.
Su torso superior se crispaba como si estuviera teniendo un ataque, pero sus piernas
seguían yaciendo.

En el espejo retrovisor, Buffy captó un atisbo de Spike y Drusilla corriendo


hacia su furgoneta. El Mercedes corrió rodeando un lado de la furgoneta enfrente,
pero los otros tres vampiros ya estaban allí, viniendo por ella. Buffy levantó la
ballesta en su mano derecha, apuntó al que no había reconocido, y disparó incluso
mientras él saltaba hacia el auto. El virote encontró su marca y el monstruo se
pulverizó, los ojos naranja resplandecientes lo último en desintegrarse.

Buffy tiró la ballesta vacía en el asiento trasero mientras Cara de Payaso


saltaba en el capó del Mercedes en el último momento posible. Luego Bulldog saltó
sobre el baúl y se arrojó en el asiento trasero. La Cazadora maldijo en voz alta.

Su mano derecha aferró la estaca que yacía junto a ella.

Con toda su fuerza, pisó el freno.

Cara de Payaso salió volando del capó y rodó sobre el pavimento, incluso
mientras Bulldog era arrojado en el asiento de adelante. El vampiro con la cadena
en el rostro se golpeó la cabeza contra el tablero, pero luchaba por enderezarse.
Buffy golpeó la estaca a través de su corazón y él implotó, desparramando polvo
sobre todo el tapizado. Aceleró de nuevo. Justo cuando Cara de Payaso se estaba
levantando, Buffy pasó sobre ella. El auto se meció cuando condujo justo sobre la
vampiresa, y luego estuvo lejos, dejándolos atrás. Spike y Drusilla le daban caza en
la furgoneta, pero no tenían esperanza de atraparla. No en el Mercedes. Cara de
Payaso no estaba muerta. Buffy lo sabía. Pero tres de seis no estaba mal para una
chica que sólo estaba tratando de huir. Quizá debería haberme quedado, pensó. Pero
dejó de lado la idea. Prioridades. Una pocas millas y una vuelta a la izquierda la sacó
de vista, y había perdido a Spike y Drusilla. Mientras conducía por la oscuridad, con
las luces de la calle relampagueando por su rostro, mantuvo un ojo sobre otras
furgonetas grises, o cualquier vehículo que pudiera intentar meterse en su camino.

Había conseguido marcharse pero no era libre. No hasta que hubiera viajado
más allá del área controlada por Camazotz. Y tenía la sensación de que eso no iba a
ser fácil.
CAPÍTULO 4

Las casas en Redwood Lane le recordaban a Buffy dolorosamente el vecindario en


donde había vivido durante la secundaria. Jardines muy bien cuidados, un puñado
de árboles —aunque ninguno de ellos eran secuoyas4— y una minifurgoneta o
utilitario en cada entrada de automóviles. Había abandonado el Mercedes tres calles
atrás, y se había movido furtivamente casa por casa, inquieta por lo silencioso que
estaba. Ninguna voz alta, ninguna radio. Las pocas luces dentro apenas se veían a
través de las cortinas y las persianas cerradas estaban corridas en cada ventana.

Seis millas desde el centro del pueblo y aún nadie se atrevía a respirar lo
suficientemente fuerte como para atraer la atención de los vampiros.

A media cuadra, Buffy se detuvo frente a una imponente casa de estilo


español, y puso su espalda contra el estuco justo junto a la ventana del costado.
Desde dentro apenas podía oír un televisor. En la entrada de autos había un sedán
Volvo, quizá de tres o cuatro años de antigüedad. Vaciló sólo un momento. Luego se
escurrió hacia la parte de atrás de la casa y a lo largo del patio hacia la puerta trasera.
Una pesada puerta de madera, no una corrediza de vidrio. Eso era bueno. Menos
ruido. Buffy pateó la puerta y los tres cerrojos en ella astillaron el marco con un
desgarro de madera. Se abrió de golpe, el sonido haciendo eco en la noche. Sólo
esperaba que, bien encerrados en sus hogares, nadie lo hubiera oído.

—¡Oh dios, no! —lloró alguien dentro de la casa.

Buffy se precipitó a través de la cocina y entró a la sala donde una pareja


ojerosa en sus entrados cuarenta se acurrucaban en una esquina junto al televisor.

—Cómo… ¡no te invitamos! —le espetó el hombre, con pánico. Pensaban que
era un vampiro.

—No —dijo Buffy, ambas manos arriba mientras se aproximaba a ellos—.


Sólo siéntense cerca, ahí, y no los lastimaré. Juro que no lo haré. Cooperen, y quizá
incluso pueda sacarlos de aquí —La miraban como si fuera una loca.

—¿Dónde está el teléfono?

—¿Qué quieres decir con sacarnos de aquí? ¿No estás tratando de irte, o sí?
—dijo horrorizada la mujer.

—¿Se quiere quedar? —preguntó Buffy— ¿Dónde está el teléfono?

—En la pared de la cocina —dijo el hombre— Pasaste junto a él. Pero por
favor no hables con nadie de esto en nuestro teléfono. Te escucharán. Pensarán que
estamos involucrados —Buffy ya había empezado a volver a la cocina, pero hizo una
pausa ante esas palabras. Giró para contemplarlo de nuevo.
—¿Qué quiere decir con “ellos” escucharán?

4
Redwood en inglés es “secuoya”, de ahí el nombre de la calle (N. de T.)
—Ellos escuchan —replicó la mujer.

Con un suspiro Buffy sacudió la cabeza. —Por supuesto que lo hacen. No


pueden tener a cualquiera filtrando secretos sangrientos, ¿o sí? Calma, no pueden
escuchar cada teléfono veinticuatro horas al día. Los tienen aterrados porque nunca
saben cuándo están escuchando. Mire, de todos modos no importa. Nos habremos
ido para el momento en que lleguen aquí —Los consideró con cuidado— Soy Buffy.
¿Cómo se llaman?

La pareja intercambió una mirada cansada, asustada. La mujer se paró


primero, seguida por su esposo, pero mantuvieron la distancia.

—Soy Nadine Ross. Este es mi esposo Andrew.

—Gusto en conocerlos. Disculpen por la puerta. Vengan a la cocina. Buffy


encabezó la marcha, y los Ross la siguieron—Tomen asiento —dijo haciendo un
gesto hacia la mesa del desayuno. Ellos deslizaron las sillas y se quedaron mirándola
ansiosamente mientras levantaba el tubo.

Hubo un extraño chasquido antes del tono de marcar.

Buffy se quedó mirándolo un segundo. De todos los números telefónicos que


sabía de memoria, la mayoría de ellos serían inútiles ahora. El de su madre. Los
números de todos sus amigos en Sunnydale. Pero había otros dos, uno que había
usado sólo unas pocas veces, y otro que nunca había marcado, sin embargo sabía
ambos de memoria.

El primero era un número en Los Ángeles. El número de Angel. Conteniendo


la respiración, Buffy marcó, pero el número estaba fuera de servicio. Cerró los ojos
y sostuvo el teléfono contra su frente. ¿Dónde estás Angel?

—Por favor —susurró la mujer detrás de ella.

Ignorándola, Buffy marcó información para Los Angeles. Preguntó por el


número de Investigaciones Angel, pero la operadora dijo que no había dirección bajo
ese nombre. ¿Wesley Wyndam-Pryce? De nuevo, sin dirección. ¿Cordelia Chase?

Fuera de la lista.

Decepcionada como estaba, este último poco de información desplegó una


pequeña chispa de esperanza en el pecho de Buffy. Podía estar fuera de la lista, pero
Cordelia tenía un número de teléfono. Alguien en este insano mundo, alguien que
conocía seguía vivo.

Apretó un botón con el pulgar para desconectar el teléfono, luego esperó por
un nuevo tono de marcar. Había sólo otro número al que podría pedir ayuda. Era
una secuencia larga. El tiempo podría haber ocasionado que parte de ella cambiara.
Debido a que sólo lo había memorizado, pero nunca usado, temía que pudiera
haberlo hecho de manera equivocada.

Su pecho subía y bajaba más rápido mientras golpeaba los números. Sentía
los ojos de las personas cuyo hogar había invadido, y se movía incómoda bajo su
mirada espantada, acusadora. En alguna parte del otro lado del Atlántico, un
teléfono empezó a sonar. Buffy dejó salir un estremecido suspiro de alivio cuando el
pequeño sonido alcanzó sus oídos. Hubo un chasquido cuando la llamada fue
respondida.

—¿Sí?

La voz era británica. Buffy nunca había escuchado un sonido tan agradable.

—Esta es Buffy Summers.

Una pausa, una áspera inspiración. —Eso no es gracioso. ¿Quién es?

—¿Quién demonios está ahí? —le espetó, furiosa y frustrada—. ¡Ponga a


Quentin Travers al teléfono! —Otra pausa—. Dios santo, ¿realmente es usted, no es
así? Mi nombre es Alan Fontaine, señorita Summers. Quentin Travers está muerto.
¿Dónde está usted?

—Detrás de las líneas enemigas y de camino al sur —dijo— ¿Puede


ayudarme?

—Aguarde.

Escuchó un sonido amortiguado y supuso que había puesto una mano sobre
el teléfono. Se podían oír voces apagadas, y un momento después Fontaine volvió a
la línea.

—¿Conoce Donatello’s? ¿Un restaurante italiano justo al lado de su autopista


1-0-9? —Buffy pensó, encontró una vaga reminiscencia del lugar—. Creo que sí.

—Ese es el límite. Podemos tener un equipo de extracción esperando por


usted. Una hora —Una hora, pensó Buffy. Una sonrisa cruzó su rostro. Una hora y
luego podría empezar a dar sentido a este insano mundo, este horrible futuro.

—Si no estoy allí significa que estoy muerta —replicó—. Oh, y esta línea está
pinchada. Podría haber un comité de bienvenida esperando por mí y su equipo.

—Una hora —repitió Fontaine—.Y ¿Buffy?

—¿Sí?

—Estoy encantado de que esté viva.


Él colgó, y antes de que pudiera hacer lo mismo, Buffy escuchó una serie de
rápidos chasquidos del otro lado. Aunque sabía que no había modo de que los
vampiros pudieran monitorear todas las llamadas todo el tiempo, la llenó una
certeza atroz de que habían escuchado al menos parte de esta llamada. Una hora.

Colgó el teléfono y giró hacia los Ross. Ellos se sobresaltaron y no pudieron


sostenerle la mirada.

—Las llaves del Volvo. Ahora.

Andrew Ross se sacudió un poco mientras se levantaba para enfrentarla, con


la cara cada vez más roja. —Sólo un maldito segundo. Quizá me asustaste. Diablos,
derribaste a patadas una puerta con tres cerrojos. Pero no te voy a dar mis llaves.

—¿Está bromeando? —preguntó Buffy, maravillada— No voy a dejarlos a


ustedes aquí. Vienen conmigo.

—Nos matarán —siseó Nadine, escandalizada.

Andrew cruzó sus brazos desafiante. —No nos iremos a ninguna parte. Buffy
se quedó mirándolos con la boca abierta. Después de un momento, sacudió la cabeza
atónita. —Está bien, miren, no los voy a obligar a que vengan. La última cosa que
necesito es luchar con la gente a la que estoy tratando de ayudar. Y quizá tienen
razón, quizá estén más seguros aquí hasta que el nido sea destruido. Pero necesito
su auto, y lo voy a tomar. Ahora, las llaves.

—Ello… ellos pensarán que te ayudamos —tartamudeó Andrew. Con un


suspiro, Buffy cruzó el cuarto y lo derribó de un golpe. Retiró el puñetazo, pero
dejaría un horrible moretón. Andrew gimió mientras caía sentado en el linóleo.
Nadine sólo los miraba a ambos.

—Ahora no pensarán que ayudaron por elección. No tengo tiempo para ser
amable. Deme las llaves. Nadine se precipitó a través de la cocina y tomó su cartera,
rebuscó en ella y extrajo un llavero. Se las arrojó a Buffy haciendo un ruido metálico.

—Volveré —les dijo Buffy.

La pareja sólo la miraba, Nadine con su bolso apretado a la defensiva frente a


ella y Andrew sobre el suelo, con una mano sobre el moretón que crecía con rapidez
en su rostro.

—¿Qué anda mal con ustedes? Quiero ayudar.

—Nadie puede ayudar—susurró Nadine.

—¿Esto es ayudar? —le espetó Andrew—. Vete al infierno.

—Este es el infierno —les dijo Buffy sombríamente—. Y ya he estado


demasiado. Me largo de aquí. Fue a la puerta del frente y corrió a las zancadas a
través del jardín hacia el Volvo. Mientras conducía, Buffy intentó no pensar en los
Ross y en el miedo que les impedía siquiera tratar de escapar. Su destino, Donatello’s,
estaba a más o menos nueve millas de distancia. Si los vampiros habían escuchado,
sabían a dónde iba. La única ventaja que tenía por el momento era que no sabían lo
que estaba conduciendo, y que ella conocía los caminos. Había media docena de vías
para llegar a donde estaba yendo. La parte difícil era adivinar correctamente cuál de
ellas la llevaría allí con vida.

Después de la graduación de secundaria, Xander Harris se había aislado al


sótano de la casa de sus padres y había tenido una serie de trabajos sin posibilidad
de promoción, no porque no pudiera hacer nada más, sino porque estaba agobiado
por una depresiva ambivalencia. Sólo no tenía idea de lo que quería hacer después.
Todo lo que sabía era que no quería sentarse en otra aula mientras viviera. Y,
mientras pasar el rato en el espacio apretado y húmedo que llamaba departamento,
mientras sus padres peleaban escaleras arriba, no era su acuerdo ideal de vida, tenía
un cierto encanto en el área de las finanzas personales.

Aún así, sabía que había más que hacer en la vida para él. Sólo que no podía
darse cuenta de lo que podría ser. Pensar sobre eso le daba dolor de cabeza, pero
una vez que empezaba era imposible cerrar el flujo de pensamientos. Irónico, pensó,
dado que su novia estaba acurrucada desnuda debajo de las sábanas, medio dormida
con su cabeza en su pecho y una pierna sobre su torso.

—Mmm —ronroneó Anya.

Xander suspiró. Entre su descontento general con el modo en que su vida


avanzaba y el hecho de que a pesar de su voto de rescatar a Giles, Buffy no había
hecho una maldita cosa para alejarlo del demonio Camazotz, apenas podía
concentrarse en Anya. Buffy estaba actuando tan raro que todos iban a ir por Giles
esa noche, a rescatarlo ellos mismos. Él y Anya incluso habían hecho una intrusión
útil a la antigua en la casa del ex-Vigilante para recolectar las armas que necesitaban.
No es justo, pensó con malhumor.

Sus ojos se agitaron cerrados. Anya se acurrucó más cerca y Xander sintió que
al fin empezaba a relajarse. Aunque sabía que Willow y Oz debían aparecer en la
próxima hora, dormir parecía ser su único escape de la confusión y la congoja que lo
asediaban.

¡Bamm! ¡Bamm! ¡Bamm!

Sus ojos se abrieron de golpe y se quedó mirando el cielo raso por un minuto,
preguntándose si habría soñado el golpe. Anya no se había inmutado en absoluto.
Luego vinieron de nuevo, un áspero golpeteo en la puerta que daba al patio trasero,
la puerta que la gente usaba si querían visitarlo. Willow había llegado temprano.
Anya se movió, gimió un poco, y un ojo se abrió. —Haz que se vayan o arrojaré
viruela sobre ellos.

Xander sonrió inseguro. —Ya no eres más un demonio, mi amor, ¿recuerdas?


Ella suspiró. —Hay momentos…
Pero Anya no terminó el pensamiento. Xander salió de la cama se metió en
unos pantalones de gimnasia y una remera mientras iba hacia la puerta. Tan pronto
como abrió una rendija, Willow empujó y entró. Tenía un enorme moretón rojo en
el lado de la cara, y sus ojos se veían enloquecidos.

—Xander, tenemos que encontrar a Buffy. No es Buffy. Creo que está tratando
de dejar el pueblo y tenemos que detenerla.

Oz la seguía a un paso más lento. Xander se quedó mirando a Willow por un


segundo, luego miró a Oz. —Hey —dijo Xander—. Hey, ¿qué es todo esto sobre que
no es Buffy?

Oz asintió con la cabeza. —Poseída, aparentemente. Ladrón de cuerpos,


imagino. Anya se sentó en la cama, con las mantas apretadas hasta la garganta, y
lanzándoles dardos con la mirada a todos ellos. —Llegaron temprano. Willow le
lanzó una mirada, luego puso los ojos en blanco y miró de nuevo a Xander. —Vamos.
Ensilla. No vamos a dejar que esto pase. Si Buffy —o quien sea que la secuestró— se
nos resbala, nunca volveremos a traer a nuestra amiga.

—Okay, okay, sólo necesitamos vestirnos. Pero ¿qué hay con Giles? Quiero
decir, no es que esté deseando entrar pavoneándome5 a la guarida del antiguo dios
murciélago con una muchedumbre de vampiros corriendo por el lugar, pero alguien
tiene que sacarlo.

Oz levantó una ceja. —¿Pavoneándote?

Willow entonces rodeó a Xander, pero no había rabia en sus ojos, sólo miedo
y una tristeza persistente. —¿Confesión? Siempre tuve un poco de esperanza de que
nuestro plan se filtrara a Buffy y que ella se sintiera culpable y fuera a hacer el
rescate ella misma. Aparentemente ya no está en las cartas. Ni siquiera quiero
pensar en Giles ahora mismo, Xander. No puedo, porque entonces recordaré como
estoy pensando, ey, probablemente esté muerto, y no puedo manejar ese dolor. Me
paralizaría, ¿entiendes?

Era como si, con Buffy y Giles fuera de la acción, Willow sólo hubiera dado un
paso hacia el plato.6 Estaba a cargo, de repente, y Xander estaba sorprendido con lo
bien que él se sentía con eso.

—Pobre Giles —dijo Anya—. Es culpa de Buffy, lo sabes. Si ella no hubiera


sido tan engreída…
—Si Giles sigue vivo tenemos que rezar para que aguante hasta la mañana, —
continuó Willow—. Lo que quiera que sea esa cosa que arrebató a Buffy, Lucy
Hanover la está siguiendo. Siguiéndola a… ella. Ahora mismo, esa es nuestra

5
En inglés dice sashaying que literalmente es “pavonearse, caminar de una manera afectada” pero también
el sashay es una figura de baile en la que los bailarines se rodean haciendo pasos laterales. (N. de T.)
6
Siguiendo con las alusiones deportivas de nuevo se alude al baseball en esta oración. Dar un paso hacia
el paso es la acción que efectúa el bateador en el momento de esperar a que le lancen la pelota. Ya antes,
cuando Buffy era Buffy, la pandilla le había sugerido “relevarla en el turno de bateo” para que pudiera ir a
terminar sus tareas de la universidad. (N. de T.)
prioridad. Vamos a encontrar una forma de expulsar a esa cosa de Buffy. Tú y Oz
tienen que sostenerla el tiempo suficiente para que haga el hechizo, pero…

Xander levantó una mano. —Un momento7 —interrumpió—. Algún espíritu


maligno ha tomado las riendas de la poderosa figura de Buffy la Cazadora, y se
supone que nosotros la contendremos a ella. Willow le lanzó una mirada desdeñosa.

—Sólo decía —añadió Xander tranquilamente—. Personalmente, no me


gustaría perderlo.

En su camino al sur, Buffy pasó a través de Citrus Beach, un diminuto villorrio


muy de moda con una única cuadra de bistrós y tiendas frecuentadas sólo por los
ricos y sus parásitos. En ese aspecto, no había cambiado.

Mientras conducía a lo largo de la asolada Citrus Beach, Buffy bajó la


velocidad del Volvo y espió por la ventanilla. Las veredas hormigueaban de vida
nocturna, recuas de cachiqueles borrachos, con sus tatuajes negros de origen
brillando como faros delanteros salpicándolos de lado a lado. Se sentaban en las
áreas exteriores de cenar en los bistrós, servidos por camareros humanos, muchos
de los cuales tenían los ojos desorbitados, aterrados, aunque otros se veían
atontados, fatigados. Los vampiros erraban por las calles en jaurías como
parranderos del Mardi Gras8, lanzando silbatinas a los autos que pasaban.

Sin embargo, no eran sólo vampiros. Por cada grupo de no muertos, había
humanos también. Hombres y mujeres que actuaban servilmente sobre los
cachiqueles o los miraban como perros falderos obedientes. Buffy divisó a un
hombre con una correa, su cabeza estaba afeitada como una bola, vestido sólo con
unos andrajosos jeans y lleno de obscenos tatuajes que habían sido grabados en su
piel, presumiblemente por sus amos.

Entre el gentío avistó también a varios demonios.

Debería detenerme, pensó. Estas personas…

El pensamiento se disipó. Primera regla de la Cacería. Buffy aferró con más


fuerza el volante, sus nudillos se pusieron blancos, pero se mantuvo manejando,
incluso aceleró. Varios de los cachiqueles le aullaron cuando pasó, con sus rostros
bestiales de vampiros desplegados para que el mundo los viera. Buffy rememoró a
los otros de su tribu a los que había conocido, los asesinos ceñudos, silentes,
mortales. Estos no tenían nada que ver con los otros, y se preguntó por qué.

Preguntas. Demasiadas preguntas en su cabeza.


Un par de vampiresas rubias vestidas con pantalones de cuero rojo ajustado
y remeras haciendo juego empezaron a moverse hacia la calle frente a ella. Había
amenaza en sus miradas y en su paso, y Buffy tuvo que acelerar y virar alrededor de

7
En castellano en el original (N. de T.)
8
El Martes fértil, el día del carnaval católico celebrado en Nueva Orleáns (N. de T.), característico por el
desenfreno y la aglomeración de gente disfrazada deambulando por las calles.
ellas. Chequeó el espejo retrovisor y vio a una de las gemelas hacer un gesto, pero
no la persiguieron.

Incluso así no disminuyó la velocidad.

Ahora, más que nunca, quería poner a Sunnydale, Citrus Beach y a los
cachiqueles detrás de ella. Las luces del pueblo relampaguearon en su rostro, pero
pronto viajaba en la oscuridad de nuevo. El camino serpenteaba hacia el sur,
alejándose de Citrus Beach.

Volveré, pensó, un juramento silencioso para cada uno de los que siguieran
vivos detrás de ella. No pasaría mucho antes de que tuviera a la vista la Autopista
109, pero Buffy no se atrevió a ir por ese camino. Era más que probable que los
cachiqueles estuvieran esperando emboscarla allí. En cambio, dijo una pequeña
plegaria para no perderse, y tomó por la izquierda por un camino secundario que
pensó, al final, la llevaría en una tortuosa desviación, dentro de un cuarto de milla
de su destino.

Por algunos minutos, condujo en silencio, sin siquiera la radio por compañía.
Los pocos vecindarios y las estaciones de servicio dieron paso a los árboles de ambos
lados del camino. Una elegante curva se elevaba alrededor y a través de espesos
bosques, y Buffy empezó a alarmarse. No recordaba un bosque en su camino y no
podía permitirse estar perdida.

Sigue andando, se dijo a sí misma. Al sur. Sólo fuera de aquí. Una pocas millas
más. El Volvo subió la cresta de la colina. El camino se curvaba de nuevo y empezaba
su descenso por el otro lado. Había unas pocas casas entre los árboles, pero tenían
luces adentro. No había salido de su territorio todavía, pero esas luces le dieron
esperanza.

Los faros delanteros bañaron los árboles, entonces el camino se enderezó. En


la oscuridad adelante, había tres autos estacionados en ángulos extraños,
bloqueando el paso completamente.

—Maldición —susurró Buffy, allí al resplandor del tablero. Instintivamente


se estiró para apagar los focos, pero se detuvo. Era demasiado tarde. Ellos habían
estado vigilándola, la habían visto venir desde antes de que ella los notara. Su mente
dio vueltas. Los cachiqueles debían haber colocado barricadas a lo largo de cada ruta
al sur. Estaba a un par de millas del restaurante de donde se suponía encontraría al
equipo de extracción. Su pie dejó el freno. Casi antes de que supiera lo que estaba
haciendo, Buffy apretó el acelerador. Su cinturón de seguridad se apretó, sus manos
aferraron el volante, y apuntó la trompa del Volvo derecho al punto en el que dos de
los autos de adelante se tocaban parrilla con parrilla. ¡No mueras! chilló una voz
alarmada en su mente.

Estoy trabajando en eso, replicó en silencio.


Los vampiros aparecieron de detrás de los autos. Las puertas se abrieron y
otros se apearon. Desde el bosque circundante a la barricada, aparecieron otros,
moviéndose lentamente hacia el camino. Los dedos de Buffy se flexionaron en el
volante. Los focos delanteros parecían hacerse más brillantes, delineando a cada uno
de ellos, y el motor rugió a medida que le imprimía velocidad.

Buffy sonrió burlonamente.

Estaba yendo a más de sesenta cuando el Volvo se estrelló en la barricada.


Buffy fue arrojada hacia adelante, el cinturón de seguridad la sujetó, magullándola,
rompiéndole una costilla, luego la bolsa de aire brotó en su rostro y la empujó contra
el asiento. Hubo un chirriar de metal igual a nada que hubiera escuchado antes, un
despedazarse de vidrios mientras el Volvo embestía a los dos autos, apartándolos,
aplastando al menos a un vampiro.

El paragolpes del Volvo había colapsado, el rugoso metal retorcido había sido
empujado hacia abajo y había perforado una cubierta. Esta estalló y el auto giró de
costado, luego volcó. Buffy se golpeó la cabeza contra la ventanilla del conductor tan
fuerte como para romperla mientras el Volvo rodaba hacia la línea de los árboles, y
por un momento, estuvo inconsciente. Cuando sus ojos se abrieron escuchó gritos
de dolor y furia. Sus costillas dolían, y sentía como si alguien hubiera martillado un
clavo dentro de sus sienes. Apretó los ojos, luego se enjugó la sangre de la cara. Era
una sorpresa encontrar que el auto había vuelto a descansar del lado correcto. La
bolsa de aire presionaba a Buffy contra el asiento, pero alcanzó un largo pedazo de
vidrió y la perforó. Mientras observaba a través del vidrio destrozado, los vampiros
empezaron a apiñarse alrededor de los vehículos en ruinas que habían usado para
su barricada. Era una carnicería de acero y fibra de vidrio. Los focos delanteros de
un auto que estaba mayormente intacto brillaban en destellos aceitosos de gasolina
que se escapaba de los otros dos autos arrasados. Los cachiqueles parecieron
aturdidos por un momento, como si no tuvieran idea de cómo proceder. Luego, entre
ellos Buffy vio surgir a una pálida criatura, de cabello negro azabache, con un
insustancial vestido de noche agitándose a su alrededor.

Drusilla.

Quizá treinta yardas la separaban de ellos. Los otros estaban deslumbrados,


pero en un momento vendrían por ella, rodeando el auto, demorándola. Contó al
menos una docena. Si no se movía con rapidez sólo por la cantidad podrían
retenerla.

Su pecho dolía con cada inspiración, pero Buffy construyó un muro entre ella
y ese dolor. No había tiempo para eso. Con los gritos de los vampiros en sus oídos y
la imagen fantasmal de Drusilla surgiendo de los escombros quemados en su mente,
se soltó de su cinturón de seguridad y se abalanzó hacia el bolso de lona que yacía
en el piso. Sus dedos se cerraron alrededor de la correa y trató de abrir la puerta.
Estaba atascada por el choque.

Lanzó el bolso por la ventanilla rota, luego trepó, los diminutos pedazos de
vidrio apuñalaron la parte de atrás de sus piernas. La herida que se había hecho en
el costado mientras peleaba con August ese día más temprano —parecía
interminable para ella ahora— se abrió de nuevo.
—¡Olfatéenla, cachorros! —chilló Drusilla con su voz cantarina, afónica de
deseo—. Igual que canela y nuez moscada. ¡Una cacería de zorro, ahora! Una pizca
de su temeridad para el primero que la haga gritar, ¡pero guarden los ojos para mí!

Buffy se estremeció, pero no podía apartar la vista de la mirada enloquecida,


desorbitada, de Drusilla. Ellos pensaron que iba a huir.

No más carreras.

En cambio, Buffy caminó a las zancadas resueltamente cruzando el


pavimento hacia ellos. Los vampiros habían empezado a correr hacia ella, pero
hicieron una pausa confusos cuando ella no huyó. Incluso Drusilla ladeó la cabeza,
lo que la hacía parecer rota.

—¿Qué es esto? —inquirió la lunática en una voz infantil.

—¿Esto? —Buffy metió una mano en el bolso de lona y sacó una baliza—. Esto
es por Kendra. Encendió la baliza, luego la arrojó rodando por el pavimento en el
charco de gasolina que se desparramaba por el camino debajo de los autos y
alrededor de los pies de los vampiros. Hubo un segundo en el no pasó nada, y todos
los ojos giraron hacia la baliza llameante.

Buffy corrió a toda velocidad hacia la línea de los árboles.

Con el sonido de una enorme bandera flameando en el viento, el combustible


se encendió en una hoja de fuego. Los vampiros gritaban mientras el fuego los
engullía. Entonces el primer tanque de combustible explotó, y la fuerza golpeó el
pecho de Buffy como el trueno de los fuegos artificiales el 4 de julio multiplicado mil
veces. Fue arrojada en el sotobosque al borde de los árboles, donde se mantuvo con
la cabeza abajo.

Los otros dos autos explotaron en rápida sucesión y los trozos en llamas de
sus carrocerías se incrustaron en el pavimento alrededor. Buffy sentía el calor
incluso a través de la ropa, y sus brazos se sentían como si se hubiese quemado al
sol. Sangraba por docenas de pequeñas heridas, y dolía como si hubiera sido bien
apaleada.

Pero estaba viva.

Se puso de pie, echó un vistazo sorprendida de encontrar el bolso aún


apretado en su mano, luego examinó la conflagración delante de ella. Gran parte de
los vampiros habían sido incinerados. Del otro lado del infierno podía ver a cuatro o
cinco de ellos corriendo por el camino en la otra dirección. Un súbito movimiento,
mucho más cerca, atrapó su atención. En medio del resplandor de los escombros
ardientes alrededor, Drusilla giraba en un loco ballet de fuego, sus brazos al aire
como una niña pequeña, su cabeza hacia atrás. El cabello de la vampiresa había sido
achicharrado y su cuerpo entero estaba en llamas, sin embargo, ella danzaba y reía
con una voz alta, salvaje, perturbadoramente bella.
Entonces estalló en un remolino de ascuas ardientes, ceniza y fragmentos
calcinados de hueso… y luego fue sólo polvo, girando aún, volando y a la deriva en el
cielo nocturno como papel picado.

—Por Kendra —susurró la Cazadora.

Volteó y correó hacia los árboles, aún de camino al sur.


CAPÍTULO 5

El interior de la furgoneta de Oz olía a pino. Cuando su banda, Dingoes Ate My Baby,


tenían una gira, por lo general él terminaba llevando al resto de la banda o un
montón de su equipo de ida y vuelta. No uno sino tres cartones de aromatizante
colgaban del tablero para combatir el olor de músicos sudorosos y cerveza.

A Willow le gustaba la esencia de pino. La confortaba, del modo en que todo


lo concerniente a Oz lo hacía. No era un tipo grande, ni uno particularmente fuerte,
pero era determinado como una piedra. Ella no tenía dudas para nada de que él
siempre estaría allí para cuidarle la espalda.

Mientras Oz conducía hacia la estación de ómnibus de Sunnydale, Willow le


echaba un vistazo de tanto en tanto. En el suave resplandor del tablero, su rostro era
inexpresivo como siempre, pero sus ojos era vivos, intensos y lleno de una fiera
tenacidad. El simple hecho de tenerlo allí con ella la hacía pensar que todo era
posible. Salvarían a Buffy.

Tenían qué.

Anya y Xander habían estado silenciosos en el asiento trasero, pero ahora


Xander se cambió adelante.

—¿A dónde crees que está yendo? —preguntó.

Willow sacudió la cabeza. —No sé. Si supiéramos quién es… lo que es… pero
no sabemos. Y nos hemos quedado sin tiempo para investigar.

—¿Importa a dónde está yendo? —preguntó Anya—. Son casi las diez en
punto. No hay muchos autobuses saliendo esta noche. El expreso a L.A., el transporte
al aeropuerto, y probablemente uno a Las Vegas. Siempre hay uno a Las Vegas. Para
los jugadores y los juerguistas.

Lentamente, Willow se giró a considerarla interrogativamente.

Anya se encogió de hombros. —Abandoné el pueblo apurada una o dos veces.

—Pero volviste —dijo Xander suavemente, y deslizó un brazo alrededor de


ella. Cuando las farolas sobre el estacionamiento de la estación de autobuses se
vieron, Oz se recostó hacia adelante y apagó los faros delanteros. Frenó y estacionó
en el bordillo antes de apagar el motor.

—¿Cómo haremos esto? —preguntó.

Willow hizo una inspiración tranquilizadora, un poco crispada por su súbita,


no deseada promoción a chica líder. Buffy se suponía que era la jefa, Giles el
estratega. Pero no están aquí, se dijo a sí misma. Eres tú, ahora.
Auto-consciente, se tocó con cautela el moretón en el costado de la cara
donde esa no-Buffy le había pegado. Dolía más que el otro, el que se estaba
esfumando en donde su mejor amiga accidentalmente la había golpeado días antes.
Se preguntó qué era eso, pero pensó que lo sabía. El nuevo dolía profundamente,
hasta el fondo de su corazón.

Otra inspiración, mientras forzaba los momentos por venir dentro de una
semblanza lógica en su mente. Lucy Hanover se les había aparecido mientras
estaban investigando y les había dicho que la cosa que había secuestrado el cuerpo
de Buffy había ido a descansar a la estación de autobuses, en donde estaba ahora
sentada esperando el arribo de su autobús.

—Tenemos que asumir que Buffy… que no voló en los pocos minutos en que
el fantasma de Lucy estuvo con nosotros. Si ella sigue aquí, dentro de la estación, voy
a probar el hechizo desde el estacionamiento, lejos de las ventanas. Anya me
ayudará. Puede ser que sienta que estoy tratando de expulsarla. Es cuando entran
ustedes muchachos. —dijo Willow, mirando a Oz y a Xander y viceversa—. Si corre,
tienen que detenerla. Controlarla lo suficiente para que termine mi hechizo.

Xander se aclaró la garganta. —Pero dijiste que como no sabes que es esa
cosa, ni siquiera estás segura de que vaya a funcionar. ¿Qué pasa si no?

Anya le sonrió. —Bueno, ustedes dos serán brutalmente golpeados, por


supuesto. Esa cosa tiene todos los dones de Buffy como Cazadora. Aunque, del lado
brillante, Willow y yo pensamos que ambos son increíblemente valientes. Xander no
le devolvió la sonrisa. —Intentaré recordarlo durante la golpiza. Por un momento,
los cuatro amigos parecieron hacer una inspiración colectiva. Luego, al unísono, se
deslizaron fuera de la furgoneta tan silenciosamente como fueron capaces y
empezaron a caminar hacia la estación de autobuses. El estacionamiento estaba
demasiado bien iluminado para que sólo lo cruzaran sin llamar la atención. Una
cerca de eslabones corría por todo el perímetro.

Xander iba a la cabeza, e hizo una pausa señalando hacia la cerca. —


Tendremos que rodearla. —susurró— ¿Alguien notó que no hay autobuses? Esa es
una buena cosa, pienso. La estación de colectivos estaba bordeada de este lado por
un complejo corporativo de oficinas. El camino que conducía a los edificios
oscurecidos tenía también luces, pero estaban lo bastante lejos para que los cuatro
fueran capaces de escurrirse a lo largo de la parte externa de la cerca eslabonada en
relativa oscuridad. Hicieron todo el camino rodeando la parte de atrás de la estación,
luego escalaron la cerca y se dejaron caer en el estacionamiento. La parte de atrás
de la estación era de ladrillo simple, sin ventanas que la interrumpieran, sólo una
puerta trasera de salida que Willow pensó probablemente fuera usada para
mantenimiento.

Afuera, al descubierto, las luces del lote los iluminaban, ella se sintió expuesta
y vulnerable. Con una bolsa de artículos que había recolectado de su propio alijo y
del departamento de Giles, corrió a través del lote hacia el muro trasero. Los otros
la siguieron con velocidad. Cuando alcanzaron la estación, el fantasma de Lucy
Hanover apareció de repente entre ellos. En las deslumbrantes luces sobre sus
cabezas, el fantasma de la Cazadora muerta brillaba, apenas allí, como si su forma
hubiera estado tejida con telarañas.
—¿Ella sigue aquí? —preguntó Willow.

—En efecto —confirmó Lucy—. Espera dentro, ansiosa y furiosa. Creo que
puede sentirme vigilándola.

Willow se paró ante el fantasma, consciente de que los otros no se acercarían.


Aunque raramente lo mencionaban, ni siquiera Xander, siempre se sentían
profundamente perturbados por la presencia de Lucy.

—No importa lo que pase ahora, ni siquiera hubiéramos tenido una chance
de salvarla sin tu ayuda. —dijo Willow—. Gracias.

—Ojalá pudiera hacer más —susurró el espectro en su voz espeluznante.

—Estate a la espera. Podrías tener tu chance. Si no podemos expulsarla, va a


depender de ti asegurarte de que no trate de invadir a nadie más.

Lucy asintió con la cabeza y simplemente revoloteó allí, la solidez de su forma


fluctuaba como si la brisa la desestabilizara. Willow volvió con sus amigos,
sonriendo alentadoramente, luego colocó con delicadeza la bolsa en el suelo.
Mientras buscaba y sacaba el contenido de la bolsa, echó una mirada a Oz y Xander.

—Vayan a cada lado. Sólo estén listos. Pero no pasen por las ventanas. No le
den la oportunidad de que los vea.

Ellos obedecieron sin otra palabra. Willow estuvo tentada a besar a Oz una
vez antes de que se fuera, para la suerte, pero se había ido demasiado rápido para
que ella actuara por impulso, y no se atrevió a llamarlo de vuelta. Una pequeña
ampolla de aceite de rosa blanca consiguió llegar intacta, a pesar de los empellones
que había sufrido la bolsa. Willow embadurnó un poquito en su frente, garganta y
muñecas, luego le hizo señas a Anya para que hiciera lo mismo. Tan rápido como
pudo, tomó un pequeño cono de papel de construcción negro y colocó un trozo de
incienso dentro, luego repitió el proceso cuatro veces. Willow dibujó un círculo de
poder a su alrededor, y una estrella en el centro, después colocó el incienso en cada
uno de las puntas de la estrella. Con un profundo suspiro, se sentó con las piernas
cruzadas en el centro del círculo y miró a Anya.

—Adelante, enciéndelos —dijo.

Anya cumplió con rapidez, usando largos fósforos de madera para prender
fuego al papel y al incienso que estaba en él. Las pequeñas flamas llamearon en
seguida, el papel ardió, y el incienso en cada uno empezó a humear.

—Ajenjo —observó Lucy Hanover.

—Artemisia —corrigió Willow, usando un nombre más moderno para la


hierba en el incienso.
—Lo que estás intentando es peligroso, amiga Willow —la previno Lucy—. Si
no conoces el nombre del espíritu que estás tratando de expulsar puedes tener éxito
sólo en arrastrarlo dentro tuyo más que sólo expelerlo de tu amiga.

Willow hizo una pausa.

—No nos dijiste eso —dijo Anya, alarmada de repente—. Deberíamos haber
usado un hechizo diferente.

—Sí, con todo ese tiempo extra que tuvimos para investigar —replicó Willow
cortante.

—Pero… ¿qué si eso pasa? Si esa cosa sale de Buffy y entra en ti, nadie más es
lo suficientemente bruja para quitártelo.

Willow estaba tocada por la preocupación de la chica, en particular a la luz de


la ocupación de Anya como demonio. Pero no tenía una respuesta satisfactoria.

—Si me posee, Buffy irá a rescatar a Giles y él lo resolverá.

—No si está muerto —murmuró Anya.

Willow la hizo callar, cerró los ojos para calmarse, inhaló las emanaciones de
la artemisia que se estaba quemando a su alrededor. —Potencia infernal, tú que
llevas perturbación al universo, tú que te has entrometido en la carne de los vivos,
te llamo.

Como había sido instruida, Anya desparramó calamita en polvo alrededor del
círculo.

—Exurgent mortui,9 sombra o demonio, deja tu morada sombría dentro de la


carne viva y regresa al mundo espiritual —continuó Willow—. Anya colocó una
rama de avellano sobre el pavimento, apuntando desde el círculo mágico hacia el
muro de ladrillo de la estación. El humo que se elevaba del incienso ardiente pareció
hacer una pausa en el aire, y luego flotó al unísono en una línea a lo largo del camino
señalado por la rama de avellano.

—Vuelve al mundo de los espíritus —repitió Willow. Como si fuera sólo su


voluntad y no el poder del hechizo, pudo sentir la magia aguijoneando el cuerpo de
Buffy. En el ojo de su mente, podía visualizar el interior de la estación de autobuses
como si la estuviera viendo de verdad.

El humo de incienso es invisible ahora, pero habitado por el hechizo que Willow
había arrojado, y funcionaba contra la carne de Buffy, en su boca, fosas nasales y
orejas, en círculos, como tentáculos alrededor de la cosa que había poseído el cuerpo
de la Cazadora.

9
En latín en el original. La traducción es algo así como “muerto te requiero” en este caso es una frase
genérica que se utiliza para abrir rituales de exorcismo. (N. de T.)
Buffy se puso tensa. Sus ojos se abrieron de golpe.

Afuera, bajo el brillo de los postes de alumbrado, Willow se puso rígida en el


centre del círculo mágico.

—Uh-oh, —masculló.

—¿Uh-oh? —demandó Anya, alarmada—. ¿Qué significa uh-oh? Ambas


miraron hacia donde Lucy Hanover había estado observándolas, pero el fantasma se
había ido súbitamente. Willow sabía que ella estaría, pues en ese último momento
había sentido que Lucy estaba tratando de ayudarla empujando a la entidad
invasora fuera del cuerpo de Buffy.

Pero habían fallado. La cosa la había percibido, y la había repelido.

—¡Vamos! —estalló.

Anya estaba justo detrás de ella mientras corrían rodeando el costado de la


estación de autobuses justo a tiempo para ver a Buffy —o a lo que fuera que usara
su cuerpo— abriendo la puerta lo suficientemente fuerte como para hacer pedazos
el vidrio. Xander estaba allí, sólo unos pocos pies adelante, y saltó hacia ella. La culpa
surgió dentro de Willow, pues Xander había sido lastimado seriamente sólo unos
días antes.

Aún, no tenían elección.

—Tenemos que ayudarlo —dijo Willow.

Pero era demasiado tarde. Buffy lo golpeó una, dos veces, luego giró y lo
golpeo tan fuerte que Xander salió volando de la vereda de concreto hacia el
estacionamiento. Oz vino corriendo rodeando el frente de la estación entonces, pero
no había nada que pudiera hacer. Nada que nadie pudiera hacer. Willow había
sabido desde el principio que si su hechizo fallaba, estarían perdidos.

—¡No vamos sólo a dejar que tomes su cuerpo y te vayas! —gritó Willow
enfurecida, con las lágrimas empezando a fluir de sus ojos.

La cosa que era Buffy se congeló, giró y la miró, casi amablemente. —No tengo
elección —dijo—. Y ustedes tampoco. Traten de restringirme y los mataré a todos.
—La media docena de personas que había adentro de la estación de autobuses
estaba de pie justo dentro de la ventana panorámica ahora, observando la acción
que se desenvolvía. Willow fue del rostro de Buffy al de la gente adentro. Podía
arrojar un hechizo sobre ellos más tarde para hacerlos olvidar. Pero ahora, no podía
pensar sobre lo que ellos verían.

—Si no puedo detenerte, puedo lastimarte —dijo Willow, enjugando sus ojos.
Rezó ahora para que ese dolor expulsara a la cosa.
Con un solo gesto su moderada habilidad mágica intensificada por la
adrenalina se aceleró dentro de ella, Willow hizo que todos los vidrios rotos
levitaran desde el suelo. Con un golpe de muñeca envió los cientos de pedazos
sesgando el aire hacia Buffy, que esquivó los que pudo, y gritó mientras los otros se
metieron en ella.

La bestia que vivía en ella ahora miraba a Willow con los ojos enrojecidos,
furiosos. —Si te hubieras apartado, habrías vivido.

—Eso no habría sido vivir —dijo Willow, resistiendo el miedo que se erguía
dentro de ella entonces. Sintió la presencia de sus amigos a su alrededor—
Derríbenla ahora, o la perderemos para siempre. Juntos, los cuatro se abalanzaron
sobre Buffy.

Con un sonoro estallido, se fue toda la energía en la estación de autobuses y


el estacionamiento. El lote quedó en la oscuridad, el interior del edificio oscuro como
la brea. Hubo gritos de alarma de los viajeros dentro. Willow y los otros flaquearon,
manteniendo su distancia en un círculo alrededor de Buffy en un extraño
enfrentamiento.

—Will —empezó Xander— tú…

—No fui yo —dijo ella rápidamente.

—Alguien cortó la electricidad —añadió Anya.

Oz se movió hacia Willow, aun manteniendo sus ojos sobre Buffy, como todos
los que estaban ahí. —O voló el transformador en la calle —sugirió.

Dentro de la estación, la gente empezó a gritar. Alcanzaron a ver sangre


salpicando el vidrio. El movimiento captó la atención de Willow hacia la izquierda, y
luego a su alrededor. Una banda de vampiros afluía a través del estacionamiento
hacia ellos. Otros se escurrían lentamente fuera de la estación de autobuses, con las
manos cubiertas de sangre de los viajeros muertos.

—¡No! —gritó Buffy, exasperada—. ¿Qué has hecho? —se burló de Willow—
. Él me ha encontrado.

—En efecto —vino una culebreante voz desde el interior oscuro de la


estación—. Lo he hecho. Con el seco susurro de alas destrozadas que batían el aire
inútilmente, una criatura que Willow sabía debía ser el dios murciélago Camazotz se
paró en el lote. Apuntó a Buffy con una larga garra afilada.

—Ella es mía. Maten a los otros.

Buffy se agachó en el interior oscuro de una estación de servicio abandonada


y espió hacia la calle, hacia el restaurante italiano Donatello’s. El lugar era todo de
estuco blanco, vidrio y bronce, la clase de lugar en donde los chicos locales de
secundaria habrían tenido su baile de graduación si sus clases hubieran sido lo
suficientemente pequeñas. La perturbaba encontrar que el restaurante estaba
abierto para negocios.

Había irrumpido en la estación de servicio casi veinte minutos antes y había


encontrado telarañas almacenadas en los rincones más oscuros. La heladera portátil
en el frente todavía estaba atiborrada de gaseosas, y los anaqueles debajo del
mostrador del cajero seguían cargados de barras de caramelo.

No había saqueadores en el territorio de los cachiqueles.

Sin embargo, el lugar estaba oscuro, ni siquiera el zumbido de la electricidad


para indicar que volverían a la vida. Buffy sospechaba que podría ser usada para
reponer combustible ahora y de nuevo, cuando los vampiros la necesitaran. Pero
igual que tantos otros negocios en la región que ellos habían reclamado, sus
propietarios o habían sido asesinados o habían huido. Buffy sospechaba que lo
segundo era lo que se acercaba a la cuestión.

Y en efecto, estaba cerca. Donatello’s estaba quizá a doscientas yardas por la


carretera, y la mancha de los no muertos no había caído sobre ella. Espantoso y
extraño, pensó. Parker había dicho que la expansión de los vampiros había sido
metódica, pero las pequeñas cosas le trajeron el hogar más que cualquier otra cosa.

Mientras observaba, tardíos comensales emergieron del restaurante. Incluso


a la distancia, un abismo aparentemente insalvable entre ellos, podía oír el eco de
sus risas como la hoja fría de una cuchilla en sus entrañas.

Aunque de algún modo se las había ingeniado para combinar a dos personas
dentro de ella, los dos espíritus, las dos Buffys… no estaba negando que había de
hecho dos. Para la Cazadora mayor, que había pasado tanto tiempo como prisionera,
ese vislumbre de normalidad era la primera pista de felicidad que había visto en más
de cinco años. Para la Buffy más joven, era doloroso recordar todo lo que había
perdido por ser arrojada en ese futuro oscuro, malévolo.

La arrastraba con un encanto magnético. Su corazón se moría por cruzar la


barrera invisible que marcaba la frontera del territorio cachiquel. La tentación de
simplemente correr era enorme. Pero le había dicho al Vigilante en el teléfono que
esperaría por el equipo de extracción que le había prometido enviar, y sabía que era
sensato hacerlo. Particularmente dado la media docena de autos estacionados a cada
lado del camino entre la estación de servicio abandonada y Donatello’s.

Aunque en verdad no podía ver el interior de aquellos vehículos


ominosamente silenciosos, las pavesas de cigarrillo ardían dentro de tres de ellos, y
había al menos una docena de vampiros que hacían guardia alrededor de los autos,
esperándola. Incluso una cuenta conservadora les daba a ellos más de veinte contra
uno, y sospechaba que si intentaba cortar alrededor de la intersección desviando
detrás de los edificios y dentro de un vecindario, podrían tener exploradores
buscándola allí.
No importaba. Habían escuchado la conversación telefónica. Sabían que
estaba viniendo. Sabían que la oposición estaba viniendo por ella.

En algún punto.

Pasó otra hora y la paciencia de Buffy se desmoronó. Con cuidado, se escurrió


de la oscuridad de la estación de servicio y corrió agazapada hacia las silentes
bombas de combustible. Eso la había llevado sólo a unas doce yardas más cerca de
su meta, pero era algo. En un minuto o dos, iba a tomar la ballesta y las estacas
provisionales del bolso de lona y caminaría justo por el medio de la calle hacia el
restaurante.

Cuando el impulso que estaba tirando de ella, el anhelo de ser libre no pudo
ser retrasado un segundo más, salió de detrás de las bombas y empezó a correr. Ellos
eran lentos. Había contado nueve en su cabeza antes de que empezara el griterío,
antes de que las puertas de los autos se abrieran y más vampiros saltaran fuera.
Había sido demasiado conservadora. Eran tantos que no podía contarlos de un
simple vistazo, e iba a tener que pelear con ellos mano a mano. Con todos ellos.

Debería haber esperado al equipo de extracción, pensó Buffy. Pero era


demasiado tarde, y se maldijo por su impaciencia. Había pasado por demasiado para
acabar con un estúpido error, su propia impaciencia y arrogancia. No es la primera
vez que me meten en problemas, pensó, mientras su yo más joven le recordaba su
conflicto con Willow y Giles sólo días antes, y sin embargo tantos años atrás. Días,
años, eran uno y lo mismo. No, no es la primera vez. Pero quizá sea la última.

Del otro lado de la calle, la puerta del conductor del último auto se abrió y
Spike se apeó. Un cigarrillo encendido colgaba de su boca. Su rostro estaba
deformado, el semblante del vampiro dentro de él, y en contraste con la furiosa rabia
de los otros que correteaban preparándose para luchar con ella, él caminaba con
calma alejándose del auto, su chaqueta flameaba detrás de él.

Los otros tenían espadas, hachas, algunos incluso tenían armas de fuego a
diferencia de la aversión usual de los vampiros por tales cosas. Spike estaba
desarmado. Muerto, el rostro tan pálido como su cabello decolorado, parecía flotar
a lo largo de la calles hacia ella como la guadaña de la Muerte misma, deslizándose
hacia ella. Spike levantó una mano y el resto se congeló, esperando su orden. Dio una
larga chupada al cigarrillo y luego tiró la ceniza.

—La mataste. Spike ni siquiera la miraba cuando hablaba. Un sabor amargo


en la boca, Buffy sintió el odio emergiendo en ella tan poderoso como nada que
hubiera conocido jamás. Permaneció en silencio, mirándolo hasta que al final Spike
giró a encontrar su mirada.

—Estaba bailando cuando murió —le dijo Buffy. Una sonrisa titiló en la
comisura de su boca—. Pensé que te gustaría saberlo.

Spike dio otra larga calada, luego miró a un puñado de vampiros a su derecha.
—Mátenla.
—Pero no se supone que nosotros… —replicó vacilante una de las
criaturas—. Quiero decir…

—Oh, maldita sea. Cierto, entonces, atrápenla y tráiganmela. Ellos se


movieron al unísono, corriendo, y saltando y barrenando hacia ella, una manada de
lobos y sabandijas. Buffy se mantuvo firme, levantó la ballesta, e hizo polvo al
primero desde veinticinco yardas de distancia. Calzó y apuntó y lanzó dos veces más,
matando a ambos objetivos, antes de que estuvieran demasiado cerca para la
ballesta.

Cayó con estrépito en el pavimento cuando se precipitaron en masa sobre


ella, y ella sacó del elástico trasero de sus jeans la estaca. Esto era eso. Cinco años de
sombra y kata privada, de ejercicio y furia.

Buffy empezó a moverse. Vinieron a ella y ella fluyó en una danza de la


muerte, pateando y empujando y dando vueltas, usando su cantidad en su contra,
atrayéndolos para mantener a los otros lejos, masacrándolos en una nube de sus
propios restos cenicientos. Las armas de fuego brotaron y una bala pasó rozando su
hombro. La sangre caliente se derramó por su espalda, pero no la hizo más lenta. La
punta de una espada pinchó su costado, justo debajo de la caja torácica, pero estaba
fluyendo, en movimiento, y su propietario estuvo muerto antes de que pudiera
lastimarla más. Entonces Buffy tuvo la espada. La estaca fue olvidada. La espada
relampagueó y los vampiros murieron y ella se ahogó en la carne flotante, de copos
de nieve, la lluvia nuclear de no muertos cazados. Eso le escocía los ojos y la forzaba
a contener la respiración.

Otro disparo de arma de fuego.

Una bala atravesó su espalda.

Un garrote cruzó la parte de atrás de su cabeza.

Buffy se tambaleó. Cayó sobre sus rodillas, la espada ondulando en sus


manos. Spike de pie ante ella, con un hacha en sus manos. —Tanto para no matarte
¿eh? —le preguntó con dulzura. El cigarrillo firmemente apretado en sus labios, su
punta brillaba encendida, él gruñó—. Tu turno, Buffy. Veamos si bailas.

Los demás se retiraron, pero ninguno de ellos se atrevía a desafiar su acción.


Aturdida por la pérdida de sangre, Buffy aún era capaz de adivinar que había matado
a más de una docena de ellos. Eso era bueno. Era algo.

Pero no iba a mantener sin romper la primera regla de la Cacería. Spike irguió
el hacha de batalla y Buffy supo que iba a morir. La hoja brilló a la luz de la luna y
alguien cerca, probablemente en el estacionamiento del restaurante, escuchaba el
eco de varias personas, humanos normales, gritaron alarmados ante la escena
grotesca, macabra que se estaba representando en la calle. Pero ellos estaban del
otro lado del borde. No había nada que pudieran hacer. La hoja cayó hacia ella. Los
otros vampiros parecían retirarse incluso un paso más. Parecía haber más de ellos
ahora, como si hubieran llegado otros, refuerzos. Buffy trató de levantar la espada.

Spike sonrió.

Entonces sus ojos se desorbitaron y sus labios se abrieron y el cigarrillo cayó


por el extremo ardiente sobre su boca. Su cuerpo tembló un poco y dejó caer el hacha
y trastabilló hacia ella. Buffy apuntó la hoja de la espada hacia él y lo tajeó
atravesando su abdomen, empalándolo.

—¡Mátenlos! —gritaron los vampiros.

Eso despertó a Buffy. ¿Matar a quiénes?

Hizo a un lado al gimiente Spike y luchó por levantarse. Los cachiqueles más
cercanos a ella atacaron. Aunque estaba herida, lenta, aún dio vueltas y decapitó al
más cercano, que explotó en polvo. Con un codazo, hizo retroceder a un segundo. El
tercero la agarró de atrás, empezó a ahogarla, después también empezó a temblar
locamente.

Esta vez sintió una oleada de electricidad pasar del vampiro a ella. El golpe
hizo que cada músculo de su cuerpo se contrajera y doliera, hizo que sus ojos se
abrieran de par en par y sintió como si hubiera mordido una hoja de aluminio. El
vampiro se derrumbó ante sus pies, y Buffy miró arriba para ver a un hombre de
rostro sombrío de pie frente a ella con un arma de electrochoque. Una larga cicatriz
en forma de luna creciente marcaba el lado izquierdo de su cara, cortando en la
barba erizada de su mentón. Su cabello negro era demasiado largo, colgando como
una cortina que casi ocultaba sus ojos.

Había sido ese hombre el que la había salvado.

—Gracias —carraspeó Buffy mientras se liberaba de la electrocución. Él


volvió a electrocutar al vampiro caído, el arco azul de electricidad del arma en el
cachiquel sobre el suelo. Mientras lo hacía, ese grave guerrero lleno de cicatrices, se
sacudió el cabello de su rostro y la consideró con urgencia en sus ojos tristes.

—Tenemos que irnos —dijo él.

Buffy se congeló, mirándolo, sin respirar. El gozo y la tristeza se estrellaron


dentro de ella cuando reconoció al hombre.

—Xander —susurró—. Oh, dios mío. Xander.

—Teneos que irnos —replicó severamente, sin siquiera el parpadeo de una


sonrisa. Aunque ella sangraba ahora de tantas heridas, se puso de pie, sostuvo la
espada en alto y lista, y asintió con la cabeza—. Vamos, entonces.

Los vampiros estaban alrededor de ellos, pero estaban siendo arrastrados


hacia atrás por otros hombres y mujeres con armas de electrochoque y ballestas. Sus
números se fueron deteriorando incluso mientras Buffy seguía a Xander, ese
hombre triste, ensimismado que ella había conocido alguna vez… en una carrera
hacia el límite invisible. En el estacionamiento del restaurante, ahora vio un par de
sedanes negros y un transportador militar de tropas que no había estado antes allí.
Los motores rugieron, los focos delanteros relampaguearon, y más autos llegaron a
toda velocidad desde el norte, desde el territorio vampiro. Ellos se movían de
costado y los cachiqueles con tatuajes de murciélago, con los ojos anaranjados de
linternas de Jack ardiendo, se amontonaban con armas en la mano.

—Vamos, vamos ¡lleven a la Cazadora a la seguridad! —gritó una imperiosa


voz femenina detrás de ella. Buffy giró, vio que el equipo de extracción seguía
luchando, pero ahora retrocediendo. La orden había venido de una mujer con el
largo cabello rojo atado en una cola de caballo. La pequeña mujer levantó sus manos,
gesticuló frenéticamente en el aire, y chilló algo en latín que Buffy no entendió. Tres
vampiros a varios pies de ella se volvieron de vidrio y otro miembro del equipo los
destrozó. La voz de ella seguía reverberando en la mente de Buffy.

—Willow —susurró para sí.

—¡Vamos! —estalló Xander, agarrándola del brazo.

Ella se liberó, mirando atrás al comandante del equipo de extracción.


Entonces, la mujer giró, y Buffy vio su cara. Willow Rosenber a los veinticuatro años,
determinada, muy a cargo. Cuando vio a Buffy mirándola, sonrió.

Buffy le devolvió la sonrisa.

Pero cuando el grupo recién llegado de cachiqueles se abalanzó en la refriega,


la atención de Willow volvió a la pelea. Uno de ellos era Cara de Payaso, el blanco
maquillaje fantasmagórico en la oscuridad. Buffy quería volver, ayudar, pero Xander
la agarró con más fuerza de la que hubiera jamás imaginado.

—No. No estamos aquí para ganar. Estamos para sacarte.

Por un largo, último momento, Buffy observó. Willow prendió fuego a un par
de vampiros simplemente tocándolos. Luego gritó un nombre que Buffy conocía.

—¡Oz!

Del medio de la disputa vino un súbito aullido que hizo que el cabello de la
nuca de Buffy se erizara. Entre los vampiros, uno de los miembros del equipo cambió
en un instante. En la confusión, Buffy no lo había notado. Ahora no había dudas de
que era él. El hombre lobo enfurecido, su negro hocico resplandeciente, sus orejas
crispadas, los dientes rechinando al aire mientras cargaba hacia el grupo que se
aproximaba. Cara de Payaso lideraba y el hombre lobo se irguió sobre sus patas
traseras, agarró a la vampiresa y le arrancó la cabeza.

¿Oz? Pensó Buffy, horrorizada por lo salvaje que era. La bestia dentro de él
había sido liberada a la orden de Willow, aunque la luna no estaba llena.
Empezó a atacar a otros, usando las poderosas mandíbulas y garras para
despedazarlos, pero entonces Willow gritó para que todos retrocedieran. El equipo
de extracción obedeció al instante. Xander tiró del brazo de Buffy, y luego ella estaba
corriendo hacia el estacionamiento del restaurante, con la mente dando vueltas, casi
desmayada. Era demasiado para ella.

Entonces fueron a uno de los sedanes. Xander la empujó en el asiento trasero,


después saltó al frente y lo puso en marcha. A través de las ventanillas ahumadas
Buffy observó a los vampiros dándoles caza, pero sólo por unos pocos segundos. El
equipo se cargó en el transporte militar en el otro sedán, y los vampiros se
detuvieron como si también se les hubiera ordenado retroceder.

La puerta del pasajero se abrió y Willow se dejó caer en el asiento junto a


Xander.

—Spike —dijo Buffy—. ¿Te encargaste de él?

—Desapareció —replicó Willow—. Siempre salva su propio culo primero.


Entonces le echó una mirada a Xander.

—Vámonos.

Él obedeció al instante, arrancándose del estacionamiento del restaurante


con el otro sedán y el transporte de tropas cerrando detrás. Mientras se iban, Buffy
estiró el cuello para mirar por la ventanilla trasera. Los vampiros que habían
sobrevivido también se estaban retirando. Habían trepado a sus autos, tanto
aquellos que habían estado de centinelas como los que habían llegado más tarde, y
empezaron a volver por el camino por el que habían venido, como si la carnicería
jamás hubiera ocurrido, como si la gente en el estacionamiento no hubiera sido
testigo de algo horrible. Un auto no se había movido. Parecía apuntarlos, los faros
delanteros con las luces altas. Estaban a varios cientos de yardas ahora, pero Buffy
podía distinguir la forma de un hombre parado frente al coche, su cuerpo delineado
por las ásperas luces, iluminado desde atrás por lo que parecía más un agujero negro
en el aire que un hombre, una cosa de oscuridad pintada sobre la faz del mundo.

Quienquiera que fuera estaba de pie, calmado y los observaba irse.

Buffy tiritó, allí en el auto, con esas personas que alguna vez habían sido sus
amigos pero que a quienes ahora apenas conocía. Cuando dieron vuelta a una
esquina y la figura oscura se escurrió de la vista detrás de ellos, pensó en la
sensación que había tenido en la caseta de proyección en el auto-cine. Pensó en la
ballesta que había sido dejada allí, sólo para ella.

Los dos espíritus que coexistían dentro de ella estuvieron exultantes en


simultáneo. Buffy era libre. Sin embargo, de algún modo sintió su miedo incluso más
vivamente que antes, y un terrible espanto nació dentro de ella.
CAPÍTULO 6

Willow sintió que se congelaba en el lugar, allí en el estacionamiento a oscuras de la


estación de colectivos de Sunnydale. No sabía si los vampiros seguidores de
Camazotz habían cortado la energía, o si el apagón era una simple coincidencia, pero
sabía que al final no importaría. Los vampiros competían por cruzar el
estacionamiento de ambos lados, quince, quizá veinte. Silenciosos como fantasmas.
El aire nocturno crepitaba con amenaza. La mitad de los que estaban más cerca de
Buffy formaron una especie de semicírculo alrededor de ella, incluso mientras su
amo, el dios murciélago Camazotz, brincaba hacia ella con sus pies hendidos. Lo que
fuera que hubiera poseído a Buffy, estaba claro que la cosa estaba huyendo de
Camazotz. Ahora que la había encontrado, el demonio planeaba destruirla. Buffy
moriría para que Camazotz pudiera destruir a la entidad que habitaba su cuerpo.
Camazotz se movió para atacarla. Buffy bloqueó la embestida, luego soltó una dura
patada a su parte central que tiró hacia atrás al dios murciélago.

—Hice un largo camino para tomar el cuerpo de la Cazadora —le espetó la


cosa dentro de Buffy—. Ahora verás por qué.

Los vampiros alrededor de ella se movieron, pero Camazotz les gruñó y ellos
retrocedieron. El otro grupo de vampiros se abalanzó hacia Willow, Oz, Xander y
Anya, que se mantuvieron firmes, aunque no tenían armas. Xander y Oz ya habían
sido apaleados por la Cazadora. Incluso si hubieran estado frescos para la lucha, y
esos fueran vampiros normales —que, dados sus rasgos tatuados y los ojos
llameantes anaranjados, y el modo en que sus cuerpos parecían echar chispas con
energía, ciertamente no lo eran— incluso entonces las probabilidades habrían
estado contra ellos.

Con una simple palabra, murmurada y un movimiento de las manos, Willow


dibujó sobre el calor en el aire a su alrededor, y un muro de fuego de repente
resplandeció, ardió en el pavimento, una barrera de flamas rabiosas que hizo que los
predadores se detuvieran. Justo entonces, parecían como alguna especie de animal
antiguo, esas criaturas que miraban fijo a través de la pared de flamas, sus
parpadeantes ojos de fuego puramente malignos dentro de la brea negra de los
murciélagos tatuados en sus caras.

—¡Bien hecho, Willow! —chilló de alegría Xander—. ¡Quémalos! Pero ella


sabía que no tenía el dominio de la magia para poder hacer eso. Se había arriesgado
poniéndose a ella y a sus amigos en llamas con el hechizo que acababa de lanzar.
Willow le echó una rápida mirada a Buffy. Estaba en movimiento, pateando, dando
puñetazos, desviando golpes, pero Camazotz ya la había cortado y sangraba de
varias heridas.

No había elección. No tenían ninguna oportunidad. Willow giró hacia sus


amigos. —¡Corran! —ladró.

—¿Qué hay de Buffy? —preguntó Oz, parado junto a ella.

—Volveremos por ella.


Con eso, Willow giró y corrió hacia la calle junto al estacionamiento, hacia la
cerca del otro lado de la cual estaba estacionada la furgoneta. Oz iba justo detrás de
ella, pero Xander y Anya se quedaban un poco atrás, ralentizados por la paliza que
Buffy le había dado a Xander. Willow miró a Oz. —Ve por la furgoneta. Arráncala.
Trae las armas. Él corrió incluso más rápido, y ella volvió a ayudar a Anya con
Xander. Detrás de ellos la barrera de fuego había disminuido y los vampiros la
cruzaban, aun alarmantemente silenciosos. Willow deseo que gritaran o hicieran
amenazas. Quietos como eran, los cachiqueles hicieron que su boca se secara y su
piel picara de temor frío.

—¡Willow, nos están alcanzando! —gritó Anya, petulante y asustada—. ¡Algo


más de fuego sería agradable!

Pero Willow no dijo nada. Era difícil para ella concentrarse ahora, y
necesitaba enfocarse para hacer magia. Sin la camioneta, sin armas, morirían. Simple
como eso. Su magia podría protegerlos brevemente, pero no sería suficiente. Y si ella
podía mantenerlos a salvo hasta el amanecer, ¿qué sería de Buffy?

—¡Willow! —gritó Anya.

—¡Sólo corre! —replicó cortante Willow.

Ellas estaban corriendo, con los brazos de Xander sobre sus hombros,
ayudándolo a tenerse en pie y seguir en movimiento.

—¡Sólo vayan! —dijo Xander—. ¡Las alcanzaré!

Willow le lanzó un vistazo, vio todo en sus ojos en ese único momento, su
miedo y coraje, y su determinación. Pero sabía que Anya no lo dejaría atrás, y
tampoco ella. Fue cuando Xander se detuvo. Simplemente plantó los pies y las
empujó alejándolas. Antes de que Willow o Anya pudieran decir nada, había vuelto
a enfrentar a los cachiqueles, que estaban acercándose ahora. Uno de ellos, quizá el
más hambriento, se había adelantado a los otros. Xander se agazapó en una postura
de pelea. —Entonces, vamos, hijo de… —el vampiro saltó sobre él, arrojó a Xander
fuerte contra el pavimento. Su cabeza golpeó el suelo con un thunk audible que
parecía hacer eco en el silencio. Anya gritó su nombre. Pero Willow no podía hablar,
no podía gritar. Los vio venir, sonriendo torvamente ahora. Vio al que estaba sobre
Xander mientras agarraba su cabello y dejaba caer sus colmillos hacia su garganta.
No surgió ni una palabra de ella, pero había algo, una rabia oscura que apenas podía
controlar. Sus manos se crisparon, luego azotó el aire como si fuera el objeto de su
bronca. El vampiro sobre Xander explotó en llamas, chillando en agonía en su
inmolación. Las ropas de Xander empezaron a arder y él también chilló de dolor
mientras el calor chamuscaba sus manos y su rostro.

Anya pateó al vampiro y empezó a golpear las ropas encendidas de Xander.


En un instante las flamas se apagaron.
—No son tan silenciosos ahora —dijo Willow al cachiquel en llamas. Él la
miró, el tatuaje negro ampollado, y luego se desintegró en una bocanada de pavesas.
Los otros que corrían hacia ellos vacilaron cuando vieron eso, y Willow se giró para
enfrentarlos, las manos elevadas, lista para una pelea. No estaba segura de cómo
había conseguido localizar ese hechizo, sabía que casi había matado a Xander, y
estaba lejos de estar segura de poder controlarlo de nuevo.

Pero ellos no sabían eso.

—¡Entonces, vamos! —les espetó.

Lo que vino entonces fue el rugido de un motor surgiendo a través de la


oscuridad detrás de ellos. Los focos delanteros los atravesaron y la furgoneta de Oz
entró en el estacionamiento.

Anya le abrió paso a Xander hacia las puertas traseras, abriéndolas, y luego
lo ayudó a entrar. Los cachiqueles de pie allí, miraban nerviosamente a Willow, pero
entonces comenzaron a acercarse.

—Willow —la voz de Oz la llamaba de detrás—. ¡Al suelo! —ella se arrojó


acurrucada en el pavimento. Dos de los vampiros fueron golpeados en el pecho con
los virotes de la ballesta. Uno se hizo polvo, pero el otro no había sido acertado en el
corazón y en cambio gruñía de dolor, apretando el dardo de madera en su pecho.

Willow volteó y corrió hacia la camioneta. Oz se asomó por la ventanilla


lateral del conductor con una ballesta y disparó de nuevo. Anya estaba en la otra
ventanilla, colocando un virote tras otro.

—¡Vamos! —dijo Willow—. ¿Podemos irnos, por favor?

Oz se metió en la furgoneta, la puso en cambio, y la hizo dar vuelta justo


cuando Willow corría hacia la parte de atrás. La puerta trasera estaba abierta y ella
se zambulló dentro, luego la cerró detrás de ella. Xander sentado, la cara
contorsionada de dolor, recostado contra el costado de la furgoneta.

—Aguanta —le dijo.

—Buffy —murmuró a través de los dientes apretados—. No podemos sólo


dejarla.

—No lo haremos —prometió Willow. Luego llamó a Oz—. Atropéllalos. Ve


por Buffy.

—Estoy en eso —replicó Oz mientras pisaba a fondo el acelerador.

La furgoneta se meció mientras aplastaba a varios de los cachiqueles. Willow


se movió hacia adelante, entre los asientos a tiempo para verlos hacerse pedazos
bajo las ruedas de la camioneta. Ellos atacaron los costados, y al menos uno
consiguió llegar al techo y sostenerse.
La furgoneta corrió hacia la estación de colectivos y pasó haciendo surcos a
través de varios de los cachiqueles que se habían congregado como espectadores
alrededor de la pelea de Camazotz con Buffy.

No estaban muertos, pero algunos al menos estaban fracturados y fuera de


combate. Oz dijo su nombre y el corazón de Willow se rompió. Su novio sentía cosas
muy profundamente, pero su expresión y el tono casi nunca revelaban esos
sentimientos. Sin embargo, ahora, con las dos sílabas de su nombre, comunicaba
demasiado. Horror, pena, el deseo de protegerla de la escena que se estaba
desarrollando ante ellos.

Willow se hundió contra los asientos, su corazón rompiéndose.

Como si fueran actores en un escenario, apuntados por los faros delanteros


de la camioneta, Camazotz sostenía a Buffy a dos pies del suelo, sus pies pateando
inútilmente debajo de ella. Uno de sus zapatos se había salido. Mientras Willow
observaba, con las lágrimas empezando a correr por su cara, Camazotz tiró de Buffy
hacia él. Una larga lengua viperina salió de la boca del dios murciélago y se deslizó
dentro de la garganta de ella. Era obsceno, una intrusión íntima, un ataque violento
tan depravado como si hubiera sido una cuchilla. La lengua del demonio empujó
entre los labios de Buffy y ella se atragantó y silenció. Sus ojos rodaron hacia arriba.
Willow y los otros lo vieron todo, una grotesca escena frente a ellos. La camioneta
se sacudió mientras más vampiros la atacaban. La ventanilla del pasajero se astilló.
Las puertas traseras se abollaron. Su corazón estaba roto, pero incluso un horror
mayor amenazaba con romper el espíritu de Willow. Pues entendió con perfecta
claridad que habían llegado demasiado tarde. No les quedaba nada que hacer. La
ventanilla del pasajero saltó en pedazos. Anya gritó mientras los vampiros la
alcanzaban. Oz disparó un virote a uno de ellos.

Willow ni siquiera lo miró. Sus ojos estaban aun clavados en Buffy y


Camazotz. De pronto, la lengua del dios murciélago empezó a reptar hacia atrás,
pulgada a pulgada fuera de la garganta de Buffy. Las alas muertas, achicharradas en
la espalda de Camazotz se agitaron obscenamente, como el meneo de la cola de un
perro. El fuego anaranjado que chisporroteaba en sus ojos y aquel de sus siervos
ahora parecía llamear por todo el cuerpo de la cosa, como si estuviera pasando
electricidad a través de él.

Buffy se puso rígida en manos de Camazotz, mientras de repente una cosa


oscura, retorcida, aceitosa empezó a escurrirse de sus labios abiertos, arrastrada
fuera por la lengua inquisitiva del dios murciélago. Era una cosa evanescente, un
fantasma oscuro de alquitrán hirviendo, una nube oscura y temblorosa.

Willow lo había visto antes. La Profetisa.

De algún modo Camazotz estaba desprendiendo a la entidad de Buffy.

Un par de brazos surgieron a través de la ventanilla del pasajero, agarraron


a Anya por el hombra y el cabello y empezaron a jalarla hacia afuera. Su hombro se
cortó con el vidrio roto y gritó. De repente Xander impulsó una mano desde la parte
de atrás y aplastó un crucifijo en el brazo del vampiro. Él empezó a humear y a
quemarse y la camioneta se llenó del olor a carne podrida cocinándose. El vampiro
retrocedió, pero había otros esperando.

Buffy colgaba flácidamente en las manos de Camazotz mientras su lengua


arrancaba a la cosa negra dentro de ella.

—No podemos ganar esto —estalló Anya—. ¡Tenemos que irnos!

—No sin ella —insistió Willow—. Oz, atropéllalos a ambos. ¡A Camazotz y a


Buffy!

—Pero Willow… —empezó Xander.

—Ella sobrevivirá. Tiene que. Pero es la única manera de comprarnos unos


pocos segundos para sacarla de aquí.

—¿Y qué si no sobrevive? —preguntó con calma Oz. Willow no respondió.

En el asiento trasero del sedán, Buffy cambió dolorosamente sobre el asiento,


su sangre se pegaba en la tapicería de cuero. Willow, hermosa y confiada, la
observaba con gran curiosidad desde el asiento de adelante. Xander manejaba y no
dijo nada, ni siquiera giró su cabeza.

—¿Me atropellaste? —preguntó, atónita Buffy. Gran parte de la historia que


Willow estaba contando (de la noche cinco años atrás cuando habían tratado de
salvarla de Camazotz) la abrumaba—. No recuerdo nada de eso.

Willow le ofreció una breve sonrisa. —No eras tú misma, Buffy. Primero
fuiste poseída por Zotziloha, y luego estuviste inconsciente.

—¿Zotzil quién? —preguntó Buffy.

El sedán cortaba la oscuridad. Pero era una oscuridad iluminada de postes de


alumbrado y negocios y casas, un lugar donde la gente real vivía fuera del control de
los vampiros. A través del parabrisas, Buffy vio adelante una iglesia enorme,
decorada, sus vitrales brillaban en la noche. La animaba saber que todavía había
gente que tenía fe en algo.

—Zotziloha era la esposa de Camazotz. La conociste como La Profetisa. Era


una diosa incorpórea, un demonio sí, pero malvada como su compañero. Ella huyó
de él, pero sabía que al final la atraparía. Que fue el motivo por el que te poseyó.

—Entonces ¿él la sacó? —preguntó Buffy.

—Es un modo de decirlo.

Y entonces ellos me capturaron, y me encerraron todo este tiempo, pensó Buffy.


Pero la otra Buffy dentro de ella tenía más preguntas, y otras prioridades. Durante
todo el trayecto que había hecho para alejarse de los vampiros, las prioridades de
las dos personas habían sido las mismas, y había sido simple para ellas coexistir.
Ahora, sin embargo, estaban divididas de nuevo.

—Recuerdo haber recobrado el sentido mientras me estaban llevando a mi


celda —dijo Buffy, con voz baja—. Pero nada antes de eso.

Incluso mientras decía esto, la Buffy más joven dentro de ella sabía que ya no
era tan simple como regresar a su propio tiempo. Dado lo que Willow le había dicho,
sabía que su espíritu —el espíritu de Buffy a los diecinueve años— al final sería
devuelto al tiempo y al cuerpo al que se suponía habitaba. Pero no sabía cuándo.
Cualquier día, cualquier hora, cualquier minuto, no podía saber cuándo. Esta entidad
Zotziloha había sido echada de ella esa noche cinco años antes, y su espíritu había
regresado. Pero ahora, en este futuro oscuro, no podía simplemente esperar a que
eso pasara. A menos que pudiera encontrar la forma de que su espíritu desplazado
regresara a su tiempo correcto anterior, antes de que La Profetisa, Zotziloha,
poseyera su cuerpo, entonces este futuro no podría evitarse.

—Dios, me duele la cabeza —susurró Buffy. Luego miró a Willow. Había una
vacilación entre ellas, una incomodidad que había creado el estar apartadas cinco
años. Pero Willow seguía siendo su amiga, y Buffy sabía que tenía toda la ayuda que
necesitaba, la mayor aliada que pudiera pedir—. Tú y yo tenemos un montón de
cosas de las que hablar, Will.

—Sí —convino Willow—. Y pronto. Tienes un montón de cosas de las que


ponerte al día, tengo mucho que contarte. Un montón de eso malo. Pero por el
momento… —volteó a mirar de nuevo por el parabrisas—. Llegamos. El cielo se
había ido iluminando mientras conducían, y ahora el horizonte oriental era brillante
y azul. El sedán entró en una calle sin nombre. Una línea de árboles había sido
plantada a lo largo del camino. Siguieron hasta que llegaron a un edificio que lucía
como un hospital o un complejo de oficinas, los otros vehículos iban cerca detrás. El
transporte de tropas los pasó, entró en un gran estacionamiento junto al edificio,
pero los dos sedanes estacionaron justo en frente entre otros autos.

—Esta es la base —dijo Willow.

Buffy se quedó mirando el frente del edificio. —Gran operación. Los tres
descendieron del auto. Sin una palabra o una mirada, Xander comenzó a andar hacia
el edificio, pero Buffy y Willow se quedaron atrás, caminando lentamente lado a
lado. Después de un momento, ambas mujeres hicieron una pausa. Buffy y Willow
giraron a mirarse. La Cazadora estaba abrumada de la emoción, una liberación de la
desesperación contra la que había luchado durante tanto tiempo. Willow se mordió
el labio, una pequeña sonrisa torciendo sus labios, y luego se abrazaron. Mejores
amigas, demasiado tiempo apartadas, habían levantado muros a su alrededor con la
esperanza de que estarían juntas de nuevo. Buffy seguía sintiendo cierta distancia
entre ellas, sabía que les tomaría tiempo sentirse a gusto de nuevo una con otra.

Pero era un comienzo.


Después de un momento, se separaron. Buffy empezó a caminar hacia el
edificio, pero se detuvo de nuevo mirando con curiosidad a esa mujer en que se había
convertido Willow.

—Sé que tenemos un millón de cosas de qué hablar (no tienes idea) pero
¿sabes lo que me está molestando? Si todo lo que quería Camazotz era que su esposa
volviera, entonces ¿por qué me capturó después? ¿Por qué molestarse por mí?
Podría sólo haberme matado e ido a casa. Toda esta cosa conquistadora, quiero
decir, ¿qué tiene que ver con perseguir a su esposa?

Los ojos de Willow se abrieron mientras Buffy hablaba. Cuando sólo el


silencio colgó entre ellas, Willow puso una mano sobre su boca como si temiera a las
palabras que pudieran salir. Después de un momento, sacudió la cabeza.

—Dios, Buffy, lo siento. Yo… no se me ocurrió que no sabías. —Zarcillos


helados de espanto estrujaron el corazón de Buffy—. ¿No saber qué?

—Nadie ha visto a Camazotz por años. Si sigue vivo, probablemente sea un


prisionero como lo fuiste tú.

Buffy frunció el ceño. —No entiendo.

La furgoneta se mecía adelante y atrás mientras los cachiqueles intentaban


volcarla. Anya alzó un crucifijo en frente de su ventanilla rota. Willow miró a través
del parabrisas y vio a Camazotz retraer su lengua. La cosa negra, viscosa que había
extraído de la garganta de Buffy ondulaba al final de la lengua del dios murciélago.
Buffy estaba floja en sus manos pero al menos la cosa estaba fuera de su cuerpo.
Camazotz succionó la temblorosa cosa negra dentro de su boca y la tragó entera. Las
alas marchitas del dios murciélago se agitaron poderosamente y tiró hacia atrás su
repelente cabeza y rió, los dientes como agujas relampaguearon a la luz de las
estrellas.

—Atropéllalo —dijo Willow, el estómago agrio de disgusto—. ¡Vamos! Oz


puso la camioneta en cambio y estaba por acelerar cuando llegó un suave golpe en
la ventanilla del conductor.

Todos miraron a la vez hacia ese lado, sorprendidos por el ruido sutil en
medio de la violenta cacofonía alrededor de ellos.

Giles estaba de pie junto a la furgoneta, justo fuera de la ventanilla de Oz. Ya


no usaba anteojos, y sus ojos resplandecían brillantes con la flama anaranjada. No
tenía tatuaje en la cara, pero cuando les sonrió, Willow vio la pálida silueta de
colmillos.

Algo se desmoronó dentro de ella entonces. —No —susurró, sacudiendo su


cabeza con desesperación—. ¡No, no, no!

—Giles —dijo Anya—. Es un…


—No puedes ganar —dijo Giles amablemente, lo bastante fuerte para hacerse
escuchar a través de la ventanilla—. Sólo puedes morir. Sin embargo, no te
preocupes. Buffy vivirá. No soñaría con matarla a ella. Con eso se alejó de la
furgoneta y caminó a las zancadas hacia Camazotz. A través de la ventanilla estallada
de Anya escucharon a Giles gritarle al dios murciélago.

—¡Cuidado con ella! No lo olvides, si la matas, otra surgirá en su lugar. La


única manera de derrotar a la Cazadora es enjaularla. Si no podemos mandarla al
Infierno, traer el Infierno a la Tierra es la siguiente mejor cosa.

Camazotz vaciló, pero luego de un momento la dejó caer al suelo. Giles hizo
señas a varios otros, quienes la recogieron, y después se retiraron en la noche, más
allá del alcance de los focos de la furgoneta, llevándose a Buffy con ellos.

En un momento, la furgoneta holgazaneaba en el estacionamiento, y ellos


estaban solos salvo por los viajeros muertos dentro de la estación de autobuses.

Habían sido dejados vivos, pero Willow sabía que no era debido a que el
monstruo que alguna vez había sido su amigo se preocupara por ellos. Era porque
eran una idea tardía. Con la Cazadora como prisionera, ellos no le importaban. En
absoluto.

—Oh, cielos. Giles —dijo Oz, con voz sosegada.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Xander—. Estamos muy cagados.


Willow empezó a llorar, allí en la parte de atrás de la furgoneta, dando grandes
sollozos que parecían ser arrancados de ella. No creía que alguna vez fuera capaz de
detenerse.

Buffy se quedó mirando a Willow, con los ojos como platos. Nunca había
sentido tanto frío. De todo lo que había visto y escuchado en ese horrendo futuro,
este era el golpe más duro de todos. Se mordió el labio, las lágrimas escurriendo por
las mejillas, y sacudió la cabeza lentamente.

—No, Willow. Oh, no —susurró—. No Giles. Para Willow, esa noche estaba
cinco años en el pasado. Y sin embargo el dolor seguía atormentando sus ojos. Atrajo
a Buffy hacia ella de nuevo, sosteniéndola por un largo momento. De repente Buffy
se separó.

—Giles —dijo la Cazadora, enjugando sus ojos—. Giles es un vampiro. Willow


hizo una pausa, luego desvió la mirada—. No sólo un vampiro —dijo—. El más
brillante, el más malvado, el vampiro más peligrosamente organizado que jamás
haya vivido. Él es su líder. Su rey.

Continuará…

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