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Un milagro en la Navidad

Iba a ser su primera salida con los Txistularis. Habían ensayado durante todo el mes. Adeste
fideles, Ator Ator, Campanitas del lugar, Los campanilleros, Ya viene la vieja. Le hacía mucha
ilusión comenzar a salir con todo el grupo, aunque ya llevaba ensayando con todos ellos desde
hacía varias semanas. Estrenaría el uniforme oficial, desde las abarcas, los calcetines de lana,
pantalón azul, camisa blanca con el escudo, chaqueta, y txapela negra sobre la cabeza. Y el
pañuelo de cuadros bordado, oficial en estas ocasiones. Intentaba disimular su nerviosismo,
pero también la euforia que se disparaba en su interior. Apenas se permitía aflorar su ilusión,
aunque era notoria su disposición, y su intento de no desentonar de sus compañeros. Su mano
izquierda apretaba sólidamente el txistu, mientras las partituras descansaban en la bandolera,
por si las necesitase en algún momento. Nunca había estado en un Centro de Ancianos, así que
se dejó conducir hasta el lugar donde harían la actuación, sin hacer comentarios, ni apenas
fijarse en los lugares por los que transitaban. El salón de actos estaba abarrotado. Sin apenas
verlos, supo que había muchos ancianos, también familiares de éstos, y trabajadores del
Centro. Un redoble del atabal precedió al fagot, dando paso a los primeros compases del
tamborilero. El bombardino marcaba el ritmo, el violín hacía volar las notas sobre el mástil, el
fagot resaltaba los graves, el atabal señalaba los pulsos, y los txistus silbaban a voces,
perfectamente compenetrados, con armonía y sonoridad. Cada frase musical finalizaba con un
golpe del triángulo, que aportaba pinceladas de calor a la melodía. Y entonces lo vió. En una
silla de ruedas, junto a la pared, con los ojos cerrados, encogido y sumido en su mundo
interior. Don Arcadio, su profesor de literatura, aquel que había transformado a aquellos niños
distraídos, nerviosos, molestos, insolentes en ocasiones, hasta convertirlos en enamorados de
los libros, y en algún caso, creativos en el mundo de la cultura. Sin que nadie advirtiese su
sorpresa, dejó de tocar, casi paralizado por la emoción, y con disimulo, lentamente, dio
algunos pasos atrás, y apenas percibido por sus compañeros, fue rodeando a su grupo, hasta
acercarse al anciano, que no parecía tener conciencia de lo que sucedía a su alrededor.
Algunos ojos fueron conscientes del movimiento del txistulari, y le fueron acompañando en
aquel ejercicio de aproximación hacia el anciano. El txistulari se sentó en una silla vacía a la
espalda del anciano, juntó sus manos a las de éste, y mientras le miraba con fijeza, se acercó a
su oído, y le susurró: “Mi infancia son recuerdos, de un patio de Sevilla, y un huerto claro,
donde madura el limonero. Mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos
casos que recordar no quiero”. Mientras recitaba, el anciano había abierto los ojos, y esbozaba
una sonrisa que semejaba felicidad. Apenas fue un instante, pero como si de un terremoto se
tratase, dos cuidadoras se aceraron y le dijeron: ¿Qué le has hecho? ¿Qué le has dicho? ¿Cómo
has conseguido eso? ¡¡¡No es posible, no es posible!!!; ¡¡¡Padece alzheimer en grado 7, no
responde a los estímulos, pero le has hecho abrir los ojos y sonreir!!! ¡¡¡Dílo, dílo!!!
Atropelladamente les explicó que no había hecho nada, sino recitar un poema que el anciano
le había enseñado, siendo su profesor de literatura, y que, dado que hacía mucho tiempo que
no lo veía, había sentido el impulso de acercarse y sorprenderle con aquellos versos que tanto
le gustaban. “Mi, mi, miii, mi, mi, miii, mi, sol, do, re, miii….”, los txistularis interpretaban
“Dulce navidad”, mientras las cuidadoras le decían, que habían presenciado un milagro, y
tendría que enseñarles a contactar con aquel anciano al que cuidaban todos los días.

Eguberri eta Urte Berri on/Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo


Eguberri eta Urte Berri On

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