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Autoras/es: Inés Dussel 1
(Fecha original del artículo: 1993 *)
Uno de los representantes más destacados de esta corriente fue Víctor Mercante (1870-1934). Egresado
de la Escuela Normal de Paraná, estuvo al frente de dos escuelas normales de provincias y se dedicó más
tarde a la investigación psicopedagógica en la Universidad de La Plata. Escribió numerosos textos de
pedagogía, libros de texto para alumnos y tratados científicos sobre una nueva disciplina, la paidología.
Fue un positivista ortodoxo, que buscó estructurar una pedagogía científica, asentada en bases
psicológicas y biológicas y basada en la observación de miles de niños y adolescentes. También produjo
importantes aportes a la renovación curricular de planes, programas y textos. Su fidelidad a la ortodoxia
positivista lo relegó, hacia el final de su vida, a un lugar menor dentro del campo pedagógico, como
último representante de una corriente que se desvanecía.
La paidología
Años más tarde, Mercante profundizó su investigación e intentó crear una nueva disciplina que englobara
la psicología educativa. La paidología delimitaba como campo el “estudio del alumno”, esto es, el niño
en situación de aprendizaje escolar. El Laboratorio de Paidología, abierto en 1915 junto con la Facultad
de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, se alejaba de las “influencias
wundtianas” por una parte en su búsqueda de las series más que de los individuos, y por otra, en el énfasis
pedagógico. Disponía del Colegio y la Escuela de aplicación de la Universidad Nacional de La Plata que,
a juicio de Mercante, eran sobre todo “anexos experimentales” que le proporcionaban más de 3.000
sujetos de estudio y experimentación — una cifra única en el mundo, a decir del autor.
El laboratorio constaba de una tabla para medir la abertura de los brazos, antropómetros para medir la
altura; craneógrafos, dinamómetros y espirómetros para medir la capacidad pulmonar; instrumentos (la
mayoría alemanes) para medir los espectros sensoriales; láminas y tests para medir la memoria, el juicio,
el razonamiento, la atención y la afectividad. Como se ve, convivían una psicología basada en la anatomía
y la fisiología, como lo eran la craneología y la frenología del siglo XIX, y otra más autónoma, aunque
ambigua, que se centraba en el estudio de los equilibrios dinámicos del individuo en el ámbito intelectual,
volitivo y afectivo(…)
El Laboratorio fue un centro de producción pedagógica muy importante durante las primeras décadas del
siglo. Allí se leían e introducían en la Argentina las obras de Binet, Hall, Freud, Claparède y Piaget.
Mercante mismo viajó a Roma y Ginebra para entrar en contacto con colegas. Su nivel de actualización y
vinculación con la producción de otros centros científicos sorprende todavía hoy. Sin embargo, después
del retiro de Mercante, el Laboratorio entró en una crisis profunda y nunca volvió a recuperar la vitalidad
que lo habían caracterizado en sus inicios.
En la Argentina de la señorita de ayer a la seño de hoy han tenido lugar múltiples y complejos
procesos sociales que incluso han cambiado la relación entre docentes, alumnos y padres.
La presencia femenina en las aulas desde los inicios de la educación pública en nuestro país
ha sido mayoritaria. Como la mujer básicamente era o debía ser madre, los mandatos liberales
de principios del siglo XX, con la anuencia de la Iglesia Católica, aceptaba que las mujeres
trabajaran en esa suerte de segundo hogar que era la escuela, desempeñándose como una
Hace casi cien años, según el Censo Nacional de 1914, había 20.730 mujeres trabajando en
las escuelas. Ser una maestra normal tenía un cierto prestigio, la tarea estaba
telefonista, y sobre todo, estaba mejor visto El precio que las señoritas debían pagar por esa
buena imagen era altísimo. De hecho, en 1923, el Consejo Nacional de Educación obligaba a
costumbres y en la mano ejecutora a través de las restricciones explícitas de las fantasías más
. Patricia Rolón
Por María Guerrero Menéndez
Hacia 1923 en la provincia de Buenos Aires para ser “señorita” (léase docente)
debían cumplirse los siguientes requisitos que imponía el Consejo Nacional de
Educación (1):
1. No casarse. Este contrato quedara automáticamente anulado y sin efecto si la maestra se casa.
3. Estar en su casa entre las ocho de la tarde y las seis de la mañana, a menos que sea para atender una
función escolar.
5. No abandonar la ciudad bajo ningún concepto sin el permiso del presidente del Consejo de Delegados.
6. No fumar cigarrillos. Este contrato quedara automáticamente anulado y sin efecto si se encontrara a la
maestra fumando.
7. No beber cerveza, vino ni otras bebidas espirituosas. Este contrato quedara automáticamente anulado y
8. No viajar en ningún coche o automóvil con ningún hombre excepto su hermano o su padre.
12. No usar vestidos que queden a más de cinco centímetros por encima de los tobillos.
Fregar el suelo del aula al menos una vez por semana con agua cliente y jabón.
Encender el fuego a las siete, de modo que la habitación esté caliente a las ocho cuando lleguen los
niños.
Limpiar la pizarra una vez al día.
Sobre este punto, Simone de Beauvoir en “El segundo sexo” señala: “Tampoco hay ahí
ningún “instinto maternal” innato y misterioso. La niña comprueba que el cuidado de los hijos
corresponde a la madre, y así se lo enseñan; los relatos oídos, los libros leídos, toda su
imperiosamente”.
Sin embargo, la feminización de la educación no fue algo natural, sino más bien
una decisión política. La idea era “abaratar costos” y lo dijo el mismo Sarmiento
luego de crear instituciones para la formación docente: “La educación pública será
menos costosa con ayuda de las mujeres”. Lo que Sarmiento denominó “ayuda” yo lo
denomino trabajo mal pago. De todas formas para algunas mujeres, la posibilidad
de acceder a una de estas instituciones educativas significaba salir del hogar
aunque sea por algunas horas, y este acto formaba parte de una experiencia de
liberación femenina.
La docencia históricamente fue y es una tarea muy feminizada. En 1909 en las
Escuelas Normales del país había inscriptas 4.189 estudiantes mujeres y sólo
885 estudiantes varones. No obstante, estos números cambian cuando se trata
de puestos jerárquicos: se observaba un desproporcionado y elevado número de
varones en puestos de dirección y supervisión, y un gran número mujeres
maestras (de menor jerarquía y en consecuencia menor salario). Antes de 1930
ni una sola mujer había sido nombrada en el cargo de supervisora de
distrito.
No resulta llamativo entonces que durante el período comprendido entre 1856 a
la fecha, sólo dos mujeres hayan ocupado el cargo de Ministra de Educación
de la Nación, a saber: Decibe, Susana Beatriz (Abril de 1996 a mayo de 1999
Presidente: Carlos Saúl Menem) y Giannettasio, Graciela María (7 de enero de
2002 al 25 mayo de 2003. Presidente: Eduardo Alberto Duhalde).
En la actualidad es notorio que por más formación académica que adquiera una
mujer, le es casi imposible acceder a espacios de poder y de toma de decisiones,
aún acreditando vasta aptitud para el cargo. Una posibilidad para resolver esta
inequidad, sería consensuar un cupo tanto a nivel ministerial, provincial como
distrital, para finalmente romper con el techo de cristal.
Es urgente que nos quiten esa paradójica carga de “señorita virgen pero madre”.
Debemos ser reconocidas como profesionales con un salario real y acorde al
aporte cultural que brindamos a la sociedad desde nuestra labor.