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EL HOMBRE TECNOLOGICO (EL HOMBRE – MAQUINA)

En la actualidad vivimos tiempos en los que todo es incierto, relativo, no hay nada seguro:
no hay verdades vigentes, todo suena posmoderno. Las ideas y creencias milenarias en que
descansaban las sociedades occidentales parecen haberse evaporado, ocupando su lugar
nuevas ideas y creencias, en ocasiones fugaces. muy pocas de ellas se han ido desarrollando
al compás de las nuevas tecnologías y acrecentándose con una crisis global en diferentes
planos, lo cual nos lleva a vivir tiempos difíciles, en el que ya no sabemos exactamente
cómo será, el papel que nos tocará desempeñar en un futuro , si es que hay alguno
reservado para nosotros a futuro . Ya estamos inmersos en el cambio de era, en un periodo
de transición hacia un nuevo orden todavía no consolidado. La erosión de los valores
culturales, éticos y jurídicos ha dado paso a la prioridad en favor de aquellos de carácter
estético y económico. Hoy nos encontramos ante una nueva modernidad, que no deja de
parecerse a la vieja en elementos tan cruciales como el individualismo y el capitalismo
radicales y feroces, insertos en un contexto tecnológico que determina una nueva
concepción del ser humano. Este radical cambio surte efecto sobre la nueva imagen del
hombre tecnológico que opera en el terreno de una modernidad ampliada, rupturista con lo
mejor de nuestro pasado, siendo uno de sus escenarios paradigmáticos la manipulación
genética.  La presencia destacada de uno de los “ismos”, el tecnologismo que refleja una
imagen del hombre con una faz desvirtuada y decadente, que muestra la posibilidad de
soñar con mundos mejores y a la vez, contribuye a mostrar la peor imagen. Una posibilidad
que no puede más que generarnos una actitud de sospecha ante un presente engañoso y un
futuro incierto que vislumbra una nueva imagen del hombre, particularmente en el ámbito
(bio)tecnológico, aunque no solo en el campo en el que cobra especial relevancia la lucha
por revitalizar un concepto de naturaleza humana más acorde con el respeto por el ser
humano y no uno como el actual que empobrece, por medio del transhumanismo, las
relaciones humanas. Actualmente, el hombre tecnológico se encuentra inserto en una
modernidad ampliada consistente en una época caracterizada por varios de los rasgos de la
vieja modernidad, como el individualismo y el capitalismo radicales y feroces, dentro de un
contexto tecnológico. De un lado, radical, por el giro extremo y abrupto que se ha
producido en la relación del ser humano con la tecnología; de otro, feroz, por lo despiadada
y agresiva que se ha vuelto la relación del ser humano con el mercado. Se ha hecho patente
la vieja dicotomía del estás conmigo o estás contra mí. El ser humano parece que tiene que
decidir si situarse en una posición favorable a la tecnología y al capitalismo, o pasar a
convertirse en uno de sus enemigos. Suscribir una postura crítica frente al mal uso y a la
clara dependencia de la tecnología o a la obsesiva mirada hacia el economicismo no
significa que reneguemos de la tecnología o dejemos de participar del bienestar que procura
en ciertas parcelas estar insertos en el capitalismo; al contrario, consiste en poner de relieve
la crisis que acontece en el tratamiento de las relaciones humanas. Esto se traduce en una
falta de respeto e, incluso, de desprecio hacia el ser humano. Tampoco hay que dejar de
lado que la relación del ser humano con el individualismo y el capitalismo resultan, de
momento, inevitables en las sociedades altamente desarrolladas, aunque nosotros sí
podemos decidir hasta cierto punto cómo y de qué manera nos relacionamos con ambos, de
acuerdo, entre otros elementos, con el estatus en el que nos encontramos y al margen de
actuación que cada uno posea dentro del sistema. No es cuestión de pretender que
adinerados abogados, artistas, banqueros, deportistas, empresarios, por citar algunos
ejemplos, vivan de forma miserable o con considerables restricciones en sociedades
similares a la nuestra, sino con sobriedad de acuerdo con el estatus social en el que se
encuentran y, por supuesto, no a costa del sufrimiento de los demás. Decir esto es un
planteamiento idealista, pero puede dar qué pensar sobre una forma de actuar. En estos
momentos nos encontramos en la era del hombre tecnológico, yendo más allá del hombre
meramente económico, propiciada entre otros factores por las nuevas tecnologías y formas
de comunicarse en red, así como por el crecimiento del individualismo capitalista aparejado
a situaciones de mayor bienestar no debidamente universalizado. El hombre tecnológico,
convertido en individualista y capitalista, queriéndolo o no, utiliza las posibilidades que le
otorga la comunicación y se sirve del capitalismo, ejerce de comunicador y de mercenario,
a través de una vida que otorga más posibilidades de hacer, pero no necesariamente mejor,
es un hombre casi aislado, individualista en el fondo y colectivista en las formas; esto es,
tremendamente comunicado, pero poco comunicativo. por tanto, no se puede entender el
hombre sin referencia a la tecnología, sus ropajes son -nos guste o no- inevitablemente
tecnológicos. La importancia cada vez más creciente de las nuevas tecnologías informáticas
supone una manifestación de fenómeno contrario a la entropía, lo que aumenta las
posibilidades de comunicación entre los seres humanos y favorece la unidad del género
humano con un mínimo de coste energético. Eso significa que, en buena medida, se
produce una relación ambivalente: por un lado, el hombre se alimenta de la tecnología y,
por otro, la tecnología se alimenta del hombre. Una retroalimentación de tal calibre en un
primer momento nos enriquece, al aumentar nuestras posibilidades de hacer cosas con los
beneficios que ello conlleva, pero sumado nos empequeñece y nos embrutece en relación
con el trato hacia nuestro semejante. Este panorama contribuye a crear una “Tierra plana”
en la que una buena parte estamos conectados de una u otra manera y en mejor o peor
medida, gracias a las nuevas tecnologías lo que también nos convierte en “seres humanos
planos”. En términos más claros: el estar comunicados con gente de medio mundo también
ha hecho que no haga tanta falta comunicarnos personalmente con nuestros semejantes,
empobreciendo el diálogo cara a cara. La imagen del nuevo hombre es tecnológica e
individualista, cimentada en los pilares del relativismo cultural imperante, más perjudicial
que el relativismo sería la negación del posliberalismo por su indiferencia hacia el prójimo.
Sus perversas consecuencias nos han llevado, con ayuda de la tecnología, a una situación de
decadencia en la forma de relacionarnos con nuestros semejantes. 

El materialismo de la edad moderna nos describe al hombre como una máquina,


comparable a una compleja máquina mecánica. Cabe entonces imaginar que una máquina
no-biológica pueda constituir un ser pensante como lo son los seres humanos, e incluso
cabría pensar en la posibilidad de codificación de una mente humana real para su posterior
trasvase a un sustrato artificial. Considero que estas últimas posiciones son más propias de
amantes de la ciencia ficción que de una cultura humanista seria. Se ha entendido que la
integración hombre - maquina es un tipo especial de relación entre el sistema humano y el
sistema mecánico, en el cual se evidencia parcial o totalmente una disolución de los límites
entre ambos sistemas y en donde a raíz de esta disolución se puede decir de ellos que son
cierto grado homogéneos. Cabe decir que el hombre – maquina ha perdido su objetivo
principal que es ayudar al hombre mas no hacer al hombre dependiente de esta y dejar que
las maquinas desarrollen el trabajo que se puede hacer manualmente, al implementar mas
maquinas que hombres se ve afectado el pensamiento emocional ya que el hombre se centra
en solo acomodarse en la implementación de estas y no buscar nuevas formas de desarrollo.
Estos mecanismos tecnológicos son útiles pero no de forma esencial ya que estos robots o
maquinas no poseen sentimientos y sus productos no son esfuerzo de sus manos si no de un
programa que les ordena y ejecutan, el hombre se esfuerza y crece emocionalme cada vez
que ve su producto final. Es importante rescatar que estos mecanismos son de gran
atracción para el aprendizaje; es una nueva metodología usada para atraer y captar atención
que a su vez buscan hacer crecer en conocimiento para un buen uso, creación, manejo e
implementación que influye en cada persona para un buen avance en el desarrollo. Pero al
hablar de principios se da entender la responsabilidad de cada persona para hacer prevaler y
ayudar a un bien común sin repercutir o ver de forma errónea los aportes de las mismas
culturas o los resultados del uso de estos mecanismos tecnológicos. A mi forma de ver
concibo que estamos volviendo a la sociedad burócrata es decir mínimo de autonomía y
máximo de dependencia, dependencia hacia las maquinas porque así de forma mínima
tenemos algún artefacto tecnológico que nos atrapa con atención. En cualquier caso, una
cosa parece clara: la simulación por ordenador de cualquier tipo de materia no es la materia
misma. Una simulación por ordenador de una estrella no emite luz ni calor, y del mismo
modo tampoco ofrece calor humano (en términos materiales) ni voluntad de vivir una
máquina que hipotéticamente pueda contener toda la información sobre el ser humano y
simular sus respuestas. Con el transcurrir de la historia, la modernidad ha tenido ese anhelo
de llevar a la cúspide el hombre, las ciencias y la técnica, sin embargo nos hemos dado
cuenta, de manera desgarradora, que todos aquellos proyectos modernos nos han llevado a
la deshumanización y a un individualismo encolerizado. considero que la tarea del
modernismo se ha vuelto en cierto aspecto denigrante hacia el hombre, pues ha puesto,
como ya mencioné, en la cúspide las ciencias y la técnica en vez del hombre mismo, donde
la especialización o focalización en un solo aspecto, nos llevó a olvidarnos del todo y a
secularizar todo lo que está frente a nosotros. El hombre ha ido perdiendo su calidad de
hombre, de un ser sensitivo, emotivo, racional, entre tantas otras características y se ha
convertido en máquina, preocupándole muy poco lo que sucede a su entorno, olvidándose
completamente de que es un ser que habita en un constructo que llamamos sociedad, donde
se vive, se enseña y aprende del resto.

Además, es necesario destacar que era el mismo hombre el que otorgaba sentido a su vida o
por lo menos intentaba buscarlo. Sin embargo, hoy por hoy, al ser hijos de la época
moderna hemos perdido ese afán por buscar lo absoluto y preguntarnos hacia dónde vamos,
pero la pregunta sobre el sentido de la vida se amplía aún más cuando nos preguntamos de
dónde provenimos, ya que solo tenemos en claro el presente y al parecer hasta eso se nos ha
esfumado dejando que la parte se vuelva más importante que el todo, así como en el caso
del individualismo exacerbado que se vive en estos días, pues ya la masa, la humanidad en
sí ha dejado de preocuparle al propio hombre, importándole solamente él, lo suyo y quizás
los suyos. Al convertir este mundo de la ciencia como el único válido, se proclama un
crudo positivismo del conocimiento y una ruptura de las ciencias con el mundo
significativo para el hombre en su vida cotidiana, lo que quiere decir que no solo decapita a
la filosofía sino también a todas las ciencias humanas. Por eso es muy importante tener en
cuenta que “los dispositivos artificiales que simulan las capacidades humanas, en realidad,
carecen de calidad humana” a la hora de orientar su regulación de uso y la investigación
misma, hacia una interacción constructiva y equitativa entre los seres humanos y las últimas
versiones de las máquinas: Las máquinas de hecho, se propagan en nuestro mundo y
transforman radicalmente el escenario de nuestra existencia. Si conseguimos tener en
cuenta estas referencias, también en los hechos el extraordinario potencial de los nuevos
descubrimientos puede irradiar sus beneficios a cada persona y a toda la humanidad”.
Debemos de tal manera colocarnos en el camino emprendido con firmeza por el Concilio
Vaticano II, que solicita la renovación de las disciplinas teológicas y una reflexión crítica
sobre la relación entre la fe cristiana y la acción moral”.

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