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La siguiente guía corresponde al dominio lector que será trabajado los días jueves de manera
independiente por cada niño de 8:30 a 9:30 horas.
La supervisión de la práctica de los textos será de responsabilidad exclusiva del apoderado.
Método de trabajo:
Esta guía cuenta con 4 textos correspondientes a cada semana del mes de septiembre.
Los textos fueron seleccionados acorde a la edad del estudiante.
El envío de los videos de los estudiantes leyendo será los días jueves de 9 a 18 horas según
las indicaciones conocidas. Ante cualquier cambio se avisará con tiempo.
Recuerda ir leyendo diariamente los textos e ir anotando el resultado de tu último ensayo en la siguiente
tabla.
Dos hombres con cara de pocos amigos delante de una sucursal bancaria... Seguro que no habían ido
allí a pedir un préstamo ni a pedir información sobre cómo conseguir una cubertería nueva ingresando
diez millones de euros en una cuenta a plazo fijo.
Al cabo de pocos segundos...
–Eh, estos dos hombres han entrado en el banco–dijo Rosalía, que estaba cerca de la ventana–. ¡Y
ahora salen a toda velocidad!
–¡Tenemos que averiguar quiénes son! –dijo Carmen con tono enérgico.
–¿Y qué quieres hacer? ¿Salir y preguntarles si son unos gánsteres? –preguntó Rosalía.
Pero cuando Carmen tomaba una decisión, nada podía pararla. Empezaba a oscurecer y los dos
hombres vestidos de negro se confundían con el paisaje. La farola de la calle parpadeaba y el viento
soplaba cada vez con más fuerza. Un ambiente que no invitaba a salir de casa. Pero Carmen ya
estaba fuera, señalándoles con su bastón...
hí estaban todas las muñecas de Eva: grandotas, chiquitas, flacas…, pero con grandes cabezas y ojos
inmensos. Y la muñeca que caminaba, toda vestida de rojo, hasta con una capucha roja en la cabeza.
Tol se acercó a ella y comenzó a quitarle la ropa. Un saquito protestó:
–¿A la muñeca? –protestaron sus zapatitos rojos–. ¡La muñeca es nuestra, no puedes llevártela!
–Tengo que hacerlo –dijo Tol–. La necesito para salvar a mi hermano, que está fuera de la casa.
–¿Fuera de la casa nuestra muñeca? ¿Con un calcetín loco? ¡Estás soñando! ¡Nunca vamos a ir fuera
sin los humanos!
Entonces Tol encontró lo que había estado buscando: el botón que ponía en marcha a la muñeca que
caminaba.
Pulsó el botón y la muñeca empezó a moverse. Caminaba como un robot, sí, pero caminaba. Y
entonces, toda su ropita, asustada, comenzó a desabotonarse. Como por arte de magia, en unos
segundos, del vestuario de la muñeca solo quedaban unos zapatitos rojos y sus calcetines.
Tol se enrollaba en el cuello de la muñeca como si fuera una corta bufanda multicolor, entraron con
ella en la habitación de Bruno. Cuando llegaron frente al ropero, Tol gritó:
Ahí estaban todas las muñecas de Eva: grandotas, chiquitas, flacas…, pero con grandes cabezas y
ojos inmensos. Y la muñeca que caminaba, toda vestida de rojo, hasta con una capucha roja en la
cabeza. Tol se acercó a ella y comenzó a quitarle la ropa. Un saquito protestó:
–¿A la muñeca? –Protestaron sus zapatitos rojos–. ¡La muñeca es nuestra, no puedes llevártela!
–Tengo que hacerlo –dijo Tol–. La necesito para salvar a mi hermano, que está fuera de la casa.
–¿Fuera de la casa nuestra muñeca? ¿Con un calcetín loco? ¡Estás soñando! ¡Nunca vamos a ir fuera
sin los humanos!
Entonces Tol encontró lo que había estado buscando: el botón que ponía en marcha a la muñeca que
caminaba.
Pulsó el botón y la muñeca empezó a moverse. Caminaba como un robot, sí, pero caminaba. Y
entonces, toda su ropita, asustada, comenzó a desabotonarse. Como por arte de magia, en unos
segundos, del vestuario de la muñeca solo quedaban unos zapatitos rojos y sus calcetines.
Tol se enrollaba en el cuello de la muñeca como si fuera una corta bufanda multicolor, entraron con
ella en la habitación de Bruno. Cuando llegaron frente al ropero, Tol gritó:
–¿Qué hace, don Leandro? –Protestaba don Elías–. ¿Es que se ha vuelto loco? ¡Suélteme! ¡Déjeme
en el suelo ahora mismo!
Pero el ministro de Defensa, desoyendo las órdenes del presidente, se lanzó escaleras abajo, camino
del sótano. Tomó a continuación otra escalera, que les condujo al segundo sótano. Y, por fin,
descendieron hasta un tercer sótano, súper secreto, donde se encontraba el refugio antiatómico del
palacio presidencial.
–¡Buf! ¡Arf…! Creo que… ¡buf, buf! ya estamos a salvo– dijo don Leandro, casi sin respiración,
mientras cerraba la gigantesca puerta de acero de casi un metro de espesor.
–Sí. Ha ocurrido –confirmó el ministro de Defensa, tapándose la cara con las manos–. ¡Es el fin de la
humanidad!
–Cielos… ¿Quiere usted decir… que algún insensato ha lanzado un ataque atómico? ¿Que se ha
producido el holocausto nuclear? ¿Que ha estallado la Tercera Guerra Mundial?
–¡Explíquese de inmediato!
–¿Quéee…?
–¡Así es! –Exclamó don Leandro, mesándose los cabellos–. ¡Sanguinarias alienígenas extraterrestres
dispuestos a dominar el mundo! ¡Como en las películas antiguas!