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carga con una visión estética concreta. Saber hacia dónde miran los ojos del pensador
ruso nos mostrará los fundamentos estéticos, así como la noción de belleza y de
experiencia estética, de su pensamiento. Dejando de lado un debate historicista acerca
si la belleza es o no un producto histórico, está claro que la concepción que ha tomado
la humanidad respecto ésta ha variado a lo largo del tiempo. Si queremos identificar la
visión stanislavskiana con alguna teoría de la belleza o la experiencia estética, el
estudio de su historia no nos es contingente.
Tras los senderos del tiempo humano han brotado teorías y definiciones del concepto
belleza en diferentes tierras. La belleza ha surgido hasta en aquellas más racionales y
matemáticas como en las tierras más pasionales y emotivas, y se ha enraizado en la
cultura de la época dando lugar a un arte románico, clásico, romántico, renacentista...
Durante mucho tiempo se ha pensado que la figura del artista debe tratar de
materializar ésta idea, adentrarse en la intangibilidad que supone y dotarla de cuerpo y
materia, siendo su proceso el arte. Pero, en palabras de Berman, todo lo sólido se
desvanece en el aire, y el trabajo del artista ha sufrido y sufre de un largo proceso
metamórfico debido a la reformulación de la belleza. Aún así, encontramos que desde
los albores de la estética hasta hoy día, ha dominado durante mucho tiempo en el
intelecto de la humanidad un teoría que se alzaba y se desplegaba sin cesar, ésta es, la
Gran Teoría de la belleza. Hicieron falta las hachas y dientes de sierra de jóvenes
románticos, que junto con las iniciales críticas, consiguieron desenraizar y destronar la
teoría, pero aún a día de hoy, si prestamos especial silencio, podemos escuchar el eco
de su caída. Pero el estudio de la historia de la belleza también es el estudio de una
dialéctica, pues al dar un paso atrás y contemplar el continuo proceso historiográfico
para definirla, encontramos una contraposición entre una noción objetivista frente una
noción subjetivista. ¿A la hora de decir que algo es bello o estético es porque tiene
alguna cualidad el objeto en sí o porque nosotros le atribuimos esa cualidad? ¿Nos
agradan las obras porque son bellas o son bellas porque nos agradan? Estas preguntas
se adentraban en la espesa niebla del paradigma estético y confundían tanto a
aquellos que situaban la belleza en la obra como a quienes la situaban en la mente.
Por otro lado, antes de exponer los argumentos principales que compartían las
tendencias subjetivistas, nos será de gran utilidad distinguirla del relativismo. Cierto es
que ambas posturas (el subjetivismo y el relativismo) en la estética rechazan que la
belleza dependa y se encuentre en la obra en sí. Pero mientras que el relativismo es
una postura que no admite verdades en el conocimiento (siendo la belleza una
convención o constructo social), para el subjetivismo la verdad se encuentra en la
mente del Sujeto. Es decir, la belleza no aparece en la obra en sí misma, si no que se
nos muestra debido a la relación entre los factores cognitivos o psicológicos del sujeto,
los cuáles la obra artística hacen despertar. Diversas posiciones del relativismo, añaden
al camino del conocimiento de la belleza factores tales como sociales, económicos,
raciales, culturales... una infinidad de elementos que desfragmentan la posibilidad de
alcanzar una definición de belleza universal y eterna. El centro de estudio del
subjetivismo no deja de ser el sujeto. Es cierto que visiones subjetivistas y relativistas
convivían y parten de similares axiomas, y difícilmente se puede crear una frontera
intelectual que diferencie con clareza estas posturas teniendo en cuenta las tendencias
que ha tomado la humanidad respecto a ello a lo largo de la historia.
La Gran Teoría de la belleza sostiene que ésta depende de las proporciones de las
partes, el orden y cómo se relacionan en la obra de arte. A partir de aquí, encontramos
dos principales caminos que atravesarán en la mente de los artistas. El primero
señalaba una armonía de las partes en sentido cualitativo, dando lugar a una definición
mucho más amplia. Por otro lado, encontramos la versión más limitada, con un sentido
cuantitativo, es decir, que la armonía se encontraba en los números. En este sentido,
podemos afirmar que esta concepción de la belleza nació con los pitagóricos.
Pensadores y artistas de la antigüedad, así como Platón, Aristóteles y Vitrucio
aceptaron y ayudaron a fundamentar la teoría de la proporción de la belleza, éste
último, por ejemplo, la defiende apoyándose en el argumento que en la naturaleza
encontramos esta proporción cuantitativa armónica en términos de números.
En aquella tierra de pensamiento sobre la cual brotó La Gran Teoría, albergaba las tesis
que fundamentaban el duradero paradigma estético y, a pesar que a lo largo de la
historia de la humanidad hubieron desviaciones y reformulaciones, encontramos que
ciertos elementos del fértil suelo no variaron. Uno de estos argumentos esqueléticos
sostenía que el camino para percibir la belleza es mediante el intelecto, no mediante
los sentidos. Por otro lado, el papel del número es fundamental y esencial en la
belleza. También, La Gran Teoría se oponía al subjetivismo, de quien recibió constantes
críticas desde sus inicios, pues tal como sostenía Alberti, lo bello no depende del
espectador, sino que algo es bello por sí mismo. Además de situar la belleza con un
gran valor para la vida, también ésta carga con una dimensión metafísica, teorizada en
un primer momento por Platón pero invertida y modificada más adelante por Plotino.
Por otro lado, encontramos a Plotino, pero éste no es la única figura que transforma la
concepción metafísica de la belleza, sí diría la más importante, pues tras ella
escuchamos las voces de otros pensadores. Entre éstas, encontramos unas primeras
huellas de Cicerón (106 a.C. - 43 a.C.), quien expuso que en nuestro interior alberga
una Idea sublime de Belleza. Así, el trabajo del artista residía en posar su mirada hacía
su alma y tratar de reproducir (cabe destacar que nunca logrará igualar su perfección)
ésta idea en el arte. Aquí podemos destacar la influencia aristotélica (quien fue previo
a Cicerón), pues es quien rompe con la doctrina platónica ontológica (y con ello, que el
mundo sensible es una copia de las Ideas) sosteniendo una teoría hilemorfista.
Aristóteles para diferenciar los seres naturales de los artísticos, explica que la forma de
las obras de arte existen en el alma del artista, antes incluso de que tengan materia.
Esta visión la encontramos aplicada en el pensador romano. Por otro lado, la lectura de
Cicerón también fue posible gracias a una nueva visión acerca del arte que se fue
forjando en la época helenística, donde el trabajo de los artistas se veía más
reconocido. Esto a su vez, produjo una mirada de la Antigüedad hacia el arte
dotándolo de superioridad frente la naturaleza, pues aunque en su momento era
necesaria para efectuar su copia, ahora ya era prescindible para la creación de la obra.
Una vez asentado el terreno, nuestro protagonista se sitúa tras la necesidad de buscar
aquello que dota a la belleza, albergada en el alma del artista, de superioridad y
perfección. Para Plotino la mirada del artista a su interior le vierte a los principios que
dieron origen a la naturaleza, y dado que el mundo sensible trata de alcanzar la imagen
ideal a través de la cual fue formada, el artista ha de tratar de mejorar la materia en
base a su contemplación del mundo de las Ideas. Introduciendo un dualismo, el
pensador griego muestra al alma como la condición de posibilidad de la belleza
artística, siendo el ''foco'' que usa las proporciones como medio para transmitirla (pues
sostiene que en la armonía de las partes encontramos la unidad y perfección). Así
pues, esta carga ''esencialista'' que le atribuye Plotino al espíritu artista es la
justificación de la relación de superioridad frente la naturaleza, y su visión
permanecerá durante la Edad Media y el Renacimiento.
Durante la Edad Media, por un lado, la ya señalada teoría de lo adecuado -la cual
relacionaba la belleza en función si logra cumplir su propósito u objetivo- se negó al
advertir que lo bello es objetivo, teniendo un valor por sí mismo, mientras que lo
adecuado es subjetivo, dado que su valor nace por una comparación de utilidad.
Seguidamente, se reformuló la Gran Teoría estableciendo la belleza como un concepto
relacional, pero no entre sus partes, si no de la relación entre objeto y sujeto. Esta
definición vino a manos de San Basilio, quien junto con Santo Tomás de Aquino (''lo
bello es aquello agradable de percicbir''), dotaron al sujeto de partícipe en la belleza.
Bajo los cimentos teológicos y religiosos que ramificaban el pensamiento filosófico de
estos autores alzó el vuelo la idea mortal para la Gran Teoría, que no existe belleza sin
sujeto.
TODO SE DERRUMBA
Las teorías que encontramos En la Ilustración, ya no se buscaban unas reglas del arte,
sino cuales son las bases psicológicas de los fenómenos estéticos.
El
Prólogo de Cromwell
A toda historia se le puede establecer un inicio con ojos y rostro, nombre y apellido,
voz y mirada. Es innegable, que el comienzo de este relato se remonta a incontables
lugares y momentos que asfaltaron el largo camino de la belleza, el teatro y la
experiencia estética, para que un joven moscovita, apasionado de las artes escénicas,
pudiese construir los cimientos de su sistema de actuación. Aún así, si tuviésemos que
dotar de ojos y rostro, nombre y apellido, voz y mirada, el comienzo de esta historia,
sería sin lugar a duda la actriz Eleonora Duse.
Pero para entender la fascinación del pedagogo ruso ante la actuación de Eleonora
Duse debemos dar un paso atrás y contemplar el escenario, al igual que en una obra
de teatro, de la historia del arte escénico, y dónde se posiciona nuestro protagonista
en escena.
En 1830, más de tres décadas antes del nacimiento de Stanislavski, se publica la obra
La paradoja del comediante de Denis Diderot. El ilustre autor francés hizo florecer a lo
largo del siglo XIX toda una corriente de actitud escénica a la que atacó Stanislavski. En
la obra de Diderot, se desarrolla el oficio del comediante, pues acorde con el autor, la
sensibilidad es un obstáculo para el actor. El talento del actor y la actriz no se
encuentra en las emociones, si no que la belleza de su oficio consiste en la imitación
física y expresiva de la realidad. Diderot, como buen producto de la Ilustración, usurpa
al actor y a la actriz de sentimientos e impulsos del corazón, enfriando al artista
mediante una técnica actoral racionalizada. No todo son daños hacia el arte escénico,
Denis Diderot también asienta unos pilares centrales en el devenir de los métodos de
actuación; la imaginación y la memoria. Pero la labor de su pensamiento engendró a
muchos defensores, así como Benoît Coquelin, del arte de la representación, una
postura que mecanizaba al artista, alienándolo de su naturaleza orgánica creadora y
mostrando una actuación mecánica. La paradoja se produce cuando el fin del arte es
emocionar al espectador y la única forma de dar lugar a ello es sin que el artista se
emocione. Solamente un actor o una actriz que se aíslen del papel y reflexionen la
razón de sus sentimientos será capaz de calcar la exterioridad de la realidad y de las
emociones. A diferencia drástica de Stanislavski, Coquelin niega la faceta de creador en
el artista, el actor o actriz debe limitarse a imitar la actitud del personaje y las
herramientas de las que dispone son la memoria y la imaginación.
Esta técnica teatral llevó a llenar el escenario de figuras y cuerpos vacíos y sin vida que
su trabajo consistía en satisfacer el ojo humano. La atención en escena no se
encontraba en la comunicación interactoral, si no en el patio de butacas, donde se
hallaba el Sujeto emotivo del arte; el espectador. Alejando al artista, no tan solo del
papel, sino además de sí mismo, el arte de la representación recurre a
convencionalismos y clichés. Encontramos que Stanivlaski responde así a Coquelin:
El objetivo del arte es crear la vida del espíritu humano del papel y transmitirlo
externamente. Para esto último se requieren un desarrollo muscular del cuerpo del
actor y la actriz, mientras que para lo primero Stanislavski sistematizará su
psicotécnica. Nuestro pedagogo teatral apuesta por las emociones auténticas,
evocadas por el subconsciente, como elemento central para hallar la forma exterior
del arte escénico. En el arte de la representación, por otro lado, el arte se define a la
hora de impresionar al público, y el actor y actriz recurren de este modo a acciones
físicas para simular una emoción auténtica, a este tipo de emociones Stanislavski las
llamará emociones teatrales.
Durante las siguientes páginas desarrollaremos la teorización del arte escénico, no tan
solo la actuación, de Konstantin Stanislavski, a fin de salvar el esqueleto estético sobre
el cual sistematiza.
LA PSICOTÉCNICA
Es cierto que, como hemos dicho anteriormente, las emociones se alzan como eje
central para el arte en Stanislavski, pero no en cambio para su sistema, pues tenía muy
claro que no podemos estimular los sentimientos de la nada. Esto quiere decir, que no
creamos emociones por sí mismas. Es por eso que a lo largo de la obra veremos
numerosas prácticas teatrales que reflejan la estimulación del subconsciente mediante
un adecuado uso de la conciencia.
Nuestra conciencia debe valerse de unas herramientas para lograr crear vida en
escena, para ello, el pedagogo ruso nos pide que dejemos de lado la mentira teatral y
actuamos de forma natural. Lograr la naturaleza de la acción es dotar de fundamento,
motivo y propósito a ésta, dando lugar una acción verdadera. Así pues, las acciones
que cimientan el arte teatral deben dotar a la escena de vida interna ( los motivos,
fundamentos...) y de vida externa (las acciones).
>> En escena siempre hay que hacer algo<<. Pero no por ello significa actuar siempre
con una actitud activa, las actitudes pasivas en escena también pueden reflejar y
condensar sólidas razones internas del personaje. Es por ello que todo lo que se hace
en escena debe hacerse para algo, han de haber unos deseos, objetivos...
>> Toda acción en el teatro debe tener justificación interna y ser lógica, coherente y
posible en la realidad<<. Stanislavski introduce un elemento crucial en la conciencia del
artista en el proceso de crear la experiencia estética adecuada; la utilidad en la acción.
Por otro lado, encontramos las acciones creadoras, las cuales no surgen con el objetivo
de ser realizadas si no a causa de los acontecimientos en escena (de la misma forma
que no estamos tristes con el fin de experimentar la tristeza, si no a causa de lo
sucedido). Son los estados emocionales, provenientes de la naturaleza orgánica
creadora, lo cuáles tratan de externalizarse en el mundo mediante la acción.
Encontramos que los motores de las acciones creadoras son las emociones, el
subconsciente, inalcanzable directamente para nosotros. Pero por otro lado, las
acciones verdaderas, son manejadas por la conciencia, y ésta debe valerse de
herramientas que afecten de forma indirecta a la naturaleza orgánica creadora. Para
ello, relata Stanislavski, hacemos uso del ''sí'' y de las ''circunstancias dadas'', los cuales
nos ayudaran a crear el estímulo interno.
Las circunstancias dadas, al igual que el ''sí'', son un invento de nuestra imaginación
que ayudan a crear el estímulo interno, pero, a diferencia de éste no dan lugar a la
creación, si no que fundamentan al ''sí''. Son la época, el tiempo, el lugar, el ruido, los
sonidos, el clima... todo un seguido de elementos de los que nos es necesario el ''sí''
para creer en la posibilidad real de estos. El actor y actriz tan solo llegará a la
verosimilitud y autenticidad de las pasiones si sabe conjugar adecuadamente estas dos
herramientas de forma consciente, entonces actuará el Yo existo, del cual hablaremos
más adelante.
Al igual que otros pedagogos teatrales a los que criticaba, Stanislavski admite la
importancia de la imaginación para la creación artística. Pero mientras que Coquelin la
usaba para justamente distanciar al artista de la escena y de sus emociones (éste debía
centrarse en imitar el personaje situado en su imaginación), el autor ruso promueve el
uso de la imaginación para crear elementos (como el ''sí'') que ayuden a estimular la
vida interna del artista. La imaginación es necesaria para el actor y actriz en orden de
volverse creadores, pues con ella crean los antecedentes del personajes, nuevas
circunstancias dadas...
La psicotécnica nos empujará hacia la correcta actitud escénica. Antes de salir a escena
debemos ''calentar nuestro aparato de creación'', mediante una relajación muscular,
un trabajo de atención (concentrarse en un objeto) el cual nos ayudará a que la
voluntad cree tareas y hacer aquella más atrayente.
LA ACTITUD ESCÉNICA
MEMORIA EMOCIONAL
>> Mas no piense en perseguir la antigua perla, que no volverá jamás, como la alegría
de la infancia, o el primer amor. Procure crear cada vez una inspiración nueva y fresca
para el presente. <<
Pero no siempre encontramos una atmosfera a nuestro alrededor, dónde se hallen los
estímulos externos (coherentes con la esencia de la obra) que nos den paso a
emociones y sentimientos. Es por ello, que tenemos aferrarnos al poder creador de la
imaginación y hacer uso del ''sí'' y ''las circunstancias dadas''.
ACCIÓN Y VERDAD
No hay ningún camino directo que a la verdad. La verdad tomará forma como
dirección del camino, igual que nuestro subconsciente guía nuestras acciones y
nuestros sentimientos crea vida y arte en escena. No hay verdad sin acción.
En la realidad, la verdad viene por sí sola, pero en la ficción, entre diálogos de guión y
vestuarios de camerino, para que ésta surja es necesario que exista en nuestra
imaginación (e.i. imaginándonos lo que podría existir) y tan solo de esa forma
podremos trasladarla a escena mediante la acción. Esto nos dice que por una parte,
para alcanzar la verdad hay que actuar bajo el plano de la vida de la imaginación y tan
solo mediante la psicotécnica conseguimos que los productos de la imaginación
existan. Por otro lado, hablamos de verdad en el terreno de la acción, porque para
dotar de verdad a lo ficticio debemos mirar a nuestras acciones (ya sean físicas o
psicológicas, como reflexionar con una mismo) y preguntarnos si éstas contienen la
autenticidad de la vivencia, es decir, se busca la verdad del sentimiento.
Ya hemos hablado del proceso de justificación, dónde el y la actriz dan una razón
interna, mediante el ''sí'' y ''las circunstancias dadas'', para poder llegar al sentimiento
verdadero. Es la relación de nuestros productos de la imaginación con nuestras
acciones las que dan lugar a otros elementos indispensables que debemos ofrecerles al
espectador si queremos que vea veracidad en los sucesos que ocurren. Estos son la
lógica y la continuidad, los cuales despiertan la verdad en escena y dan lugar al Yo
existo. Nuestras acciones deben ser pues, lógicas y continuas con los elementos
imaginarios, y esto implica una mayor concentración del actor o la actriz en lo
imaginario. Así pues, relacionándolo con el apartado anterior (véase actitud escénica),
el y la artista deben ser capaces de conjugar su imaginación y su atención para que sus
acciones provengan de la naturaleza orgánica creadora.
La mayoría de acciones en la obra se componen por palabras, y si el actor actúa bajo el
dominio de su vida personal y no bajo la del personaje, éstas darán lugar a una
comunicación interrumpida. Nuestro pedagogo ruso busca una comunicación en la que
los actores tienen que preocuparse por el sentido y el subtexto de los diálogos, y no
tan solo por el efecto (así como en la actuación mecánica). Además, la comunicación
debe tener sentimiento y emoción provenientes del Sujeto, estos serán unos u otros
dependiendo del objeto (puede ser imaginario, real, existente...). Hasta ahora, nos
hemos referido a la comunicación como la acción escénica verbal, pero en el
escenario, aparte de una comunicación directa entre actor a actor también surge una
comunicación indirecta entre público y actor y viceversa (mediante los aplausos, las
risas...). Pero también puede haber comunicación si palabras, acciones rellenadas por
silencios y miradas que hablan. El sujeto artístico puede transmitir a través de sus ojos
y su cuerpo sus deseos interiores al objeto de la comunicación. La capacidad de crear
una atmosfera en la que se lean tus sentimientos y engulla en su emotiva niebla, no
tan solo al otro actor, sino también al público, se denomina irradiación. La irradiación
es la forma de comunicación corporal más potente y artística, es importante no
confundirla con una simple tensión muscular, pues la irradiación no puede forzarse,
nace de la contingencia de la palabra como medio para comunicar el mundo interior
del artista.
Ya hemos visto que un requisito fundamental para la acción escénica es dotarla de vida
interna (mediante un objetivo, razón, finalidad, propósito...), y para ello hacemos uso
de la psicotécnica. Pero a la hora de lograr nuestro objetivo, el artista debe valerse de
la adaptación, es decir, los medios que tiene a su alcance para lograr su propósito. Es
por ello que en toda forma de comunicación el sujeto necesita de adaptaciones,
porque éstas nos permiten transmitir nuestros sentimientos. No basta con las palabras
(en caso que la comunicación sea verbal), al actor y a la actriz también le harán falta
una serie de cualidades para que se muestren sus deseos internos (un control de la
voz, del cuerpo...).
En una obra, aquellas acciones necesarias para el desarrollo de ésta, coherentes con el
personaje, atrayentes para el artista, bien definidas y con contenido, con un propósito
y ayudan a expresar el estado interno del personaje se denominan tareas. El objetivo
principal del espectáculo siempre será transmitir los sentimientos, ideas, deseos del
dramaturgo y autor al espectador, y ésta es la supertarea. Es el propósito por el cual
nació la obra, el objetivo de todas la tareas (formadas lógica y coherentemente) para
llegar a ella. Definir la supertarea de la obra conlleva orientarla y darle una dirección,
el artista debe ser capaz de extraerla y encontrarla de forma análoga en su interior
para así poder transmitirla. Es en este instante cuándo Stanislavski reflexiona acerca la
modernización de una obra. Muchas lecturas superficiales acerca el autor en este
ámbito se han apresurado a asegurar que, según el pedagogo teatral ruso, la única
figura capaz de modificar una obra es la del dramaturgo, provocando un retroceso
creativo. Claramente, nuestro pensador no considera al autor o autora de la obra
como el único ''ser creador artístico'', allá donde haya imaginación, habrá creación del
arte. La supertarea se sostiene por unas tareas de la obra, unos procesos necesarios
lógicos y coherentes que si son modificados inadecuadamente, la tendencia de la obra
y del artista a alcanzarla puede ser dañado. Pero esto no implica que no se pueda
modernizar y modificar, Stanislavski apuesta por la posibilidad que, retocando
elementos de la obra, la acción transversal (de la que hablaremos en adelante) pueda
dirigirse a la vez hacia la supertarea y hacia la nueva tendencia, sin que la naturaleza
orgánica de la obra se haya visto dañada.
Para Stanislavski es crucial el sentimiento, que dota de veracidad en las acciones del
actor y actriz, pero dado que no llegamos a éste de forma directa, es trabajo de la
mente estimularlo con la imaginación (mediante el ''sí'' y ''las circunstancias dadas'').
Por otro lado, la voluntad son los deseos capaces de crear las tareas, y por tanto se
deberá ejercitar una voluntad que pueda dirigir los deseos de forma conveniente.
Ahora que ya tenemos los elementos de las fuerzas motrices internas (de la vida
psíquica), es necesario construir una línea ininterrumpida en su uso. Al igual que una
vida real, que no es interrumpida, la vida del personaje tampoco puede serlo, el artista
debe evitar detener el sentimiento, pensamiento o voluntad de éste y asegurar la
continuidad en la vida del espíritu humano. Cuando el o la actriz consigue prolongar las
fuerzas motrices internas actúa conforme la acción transversal, que además de crear la
vida del espíritu humano del personaje, consigue transmitir y realizar la supertarea.
Stanislavski nos muestra que la naturaleza orgánica del ser humano tiene la propiedad
de la creación subconsciente (esto es, la unión de la vida del personaje y de la del
actor), la cual le permite crear vida en escena (con el Yo existo). Las emociones, la
inspiración, los sentimientos... se encuentran almacenados en la parte subconsciente
del artista, inaccesible de forma directa, pero sí alcanzables indirectamente. Es aquí
cuando toma protagonismo la parte consciente del actor, mediante la psicotécnica y el
uso de los demás elementos desentrañados en éstas últimas páginas. Antes hemos
hablado de la actitud escénica, y nos hemos referido a ella como todo el trabajo
consciente del actor para alcanzar la vida del espíritu humano, pero en realidad, en el
arte verdadero, la actitud escénica del actor consiste en obrar conforme las leyes de la
creación de la naturaleza orgánica, actuar de forma subconsciente.
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