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Ética, valores y neutralidad

Es bastante frecuente escuchar la vieja apelación maquiavélica de que lo público y lo privado


son tan distintos como lo son lo político y lo ético. En otras palabras, la ética que reine en la
intimidad privada, si es que lo consigue, y que en lo público se busque ese espacio colectivo
de libertad en el que nadie imponga su moral, dónde reine la máxima del prohibido prohibir y
así cada uno encuentre la felicidad a su manera.
En el fondo, cuando se escuchan estas argumentaciones aparece inevitablemente esta
cuestión. ¿Es que la función de la ética es sólo establecer unos mínimos neutrales para
convivir?. Cuando una sociedad baja el listón de los valores, luego pasa lo que pasa, lo que
vemos a diario. Además, ¿se puede decir seriamente que la ética es neutral? Cuando están
en entredicho los derechos humanos, sea donde sea y sean quienes sean los sujetos pasivos
de los atentados, no hay neutralidad que valga. Tantas veces, detrás de esa “neutralidad
intelectualoide” se esconde un miedo real a la libertad y aparece esa adicción a lo
“políticamente correcto” que lo justifica todo, que tanto daño hace a una sociedad libre y
solidaria.
La tendencia a vaciar de contenido ético la vida pública consigue relajar las cualidades
democráticas y, lo que es más grave, conduce a la paulatina pérdida del sentido de la
dignidad de la persona a favor del poder o del interés particular. Entonces, se parte, como
premisa única, de que la única causa de la acción humana es el interés personal y, por ello, la
ley, nada menos que la ley, se fundamenta sobre el poder, y no sobre la razón. Llegados a
este punto, aparece uno de los grandes problemas de la fundamentación de la ética: el
procedimiento o los principios.
Sí, aunque parezca ridículo, para no pocos lo importante en la ética son los procedimientos y
las técnicas. En definitiva, la posición de poder. Sin embargo, admitir la apertura a la verdad,
la posibilidad de que, a través del diálogo, vayamos acercándonos a consensos de dimensión
ética, es un buen camino. En cambio, pensar que el problema de la diversidad o de la
divergencia de planteamientos se puede resolver por reglas formales o procedimentales es
sencillamente falaz. Las formas, los procedimientos, en definitiva la técnica, deben estar al
servicio de los derechos humanos, de la dignidad de la persona. Cuando se anteponen surge
la fuerza frente al derecho, los votos tantas veces frente a la razón, el dominio de los
poderosos. Hoy, desde luego, no hay más que abrir los ojos, a la orden del día.
FIN Y MEDIOS
El fin no justifica los medios. Es algo bastante claro que, sin embargo, domina la vida de
muchas personas. Sabemos que la violación directa de la dignidad humana nunca puede, ni
debe, justificarse en atención al buen resultado que pueda producir dicha acción. A pesar de
ello, hoy no son pocas las personas que están de acuerdo con planteamientos
consecuencialistas o proporcionalistas de la ética, porque lo importante es la eficacia, la
eficiencia, el objetivo; el resultado que, llegado el caso, “legitimaría” acciones claramente
antiéticas en las que, lo único importante es buscar, como sea, y al precio que sea, el
resultado deseado.
Ciertamente, no hay ética que pueda renunciar a las consecuencias de los actos, porque es
absolutamente imposible definir un acto sin considerar sus efectos. Y no se trata de
convicción o de responsabilidad, sino de la realidad de las cosas. Así de claro.

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