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Facultad de Economía

Lic. Economía

Alan Ivan Fabila Cervantes

Recuperación y el crecimiento económico


desequilibrado en la década de 1920.
28/09/2021
Con tal término se designa en Europa occidental a la segunda mitad de la década
de 1920 y en EEUU a toda ella. Fueron años de crecimiento económico y de
transformaciones políticas, sociales y culturales. El crack bursátil de Nueva York de
1929 y el inicio de la crisis de los treinta pudo un abrupto final a esos “felices veinte”.
El Plan Dawes permitió la reestructuración de los pagos en concepto de
reparaciones de guerra por parte de Alemania, aliviando su carga anual. Al
fortalecimiento de las finanzas públicas alemanas, condición necesaria para la
estabilización y el relanzamiento de la economía alemana, contribuyeron también
los préstamos norteamericanos comprometidos en el Plan. Si Alemania pagaba las
reparaciones, aunque en condiciones más favorables, el problema de las deudas
interaliadas entraba en vías de solución.
La economía norteamericana, ahora la más grande y la más rica en términos per
cápita, se encontraba inmersa en una fase expansiva como consecuencia de la
difusión generalizada de las innovaciones resultantes de la Segunda Revolución
Industrial a la producción (acero barato y de calidad, electricidad, maquinaria
agrícola e industrial autopropulsada, etc.) y al consumo de las familias (automóvil,
electrodomésticos, teléfono, etc.). En buena medida, los “felices veinte”
norteamericanos anticiparon pautas de consumo que veremos extenderse, primero,
por Europa occidental en la “Edad de oro” del crecimiento económico de la segunda
posguerra mundial (1950-1973) y, más tarde por el resto del mundo. El dinamismo
de la sociedad norteamericana es también perceptible en otras manifestaciones
(cultura, costumbres, etc.). Pasados los peores años, la República de Weimar se
caracterizó también por una gran creatividad intelectual. A fines de 1924, no
faltaban, pues, motivos para un cierto optimismo. De hecho, el crecimiento
económico de la segunda mitad de los años veinte no se circunscribió a Estados
Unidos.
En este contexto más favorable, en unos algunos países se comenzaron a
considerar seriamente la posibilidad de abandonar los tipos de cambio flotantes –
es decir, no fijos- y retornar a ese símbolo de un pasado mejor representado por el
patrón oro. Anticipándose a la Conferencia de Bruselas (1920), Estados Unidos,
junto a un grupo de países especialmente integrados en su economía (Cuba,
Filipinas, Nicaragua, Panamá) ya había dado ese paso. Pero otros países carecían
de las reservas de oro necesarias para seguir ese ejemplo. A fin de evitar los
problemas que podrían derivarse de ello cuando por fin se hiciese realidad la
ansiada recuperación económica, en la conferencia de Génova (1922), convocada
por la Sociedad de Naciones, se adoptó por primera vez en la historia un sistema
monetario internacional negociado entre numerosos países. Se trataba de una
versión algo modificada del patrón oro clásico. Consistía en admitir como base
monetaria no sólo el oro, sino también divisas convertibles en oro. En la práctica,
éstas fueron la libra esterlina y el dólar. También se permitía a cada país que
adoptase el patrón cambios oro cuando y al tipo de cambio que estimase oportuno.
Esto es, de manera descoordinada. Los efectos económicos del retorno al patrón
de cambios fijos dependieron crucialmente del tipo establecido. En otras palabras,
si se correspondía o no con el de mercado No en todos los casos las decisiones
fueron suficientemente realistas. En el Reino Unido, se estableció una paridad
idéntica a la de preguerra. Ello no fue ajeno al intento de recuperar para la City la
condición de capital financiera del mundo gracias a una divisa fuerte. Sin embargo,
como los precios británicos se habían elevado respecto a 1913, la nueva paridad
sobrevaluaría la libra y haría que sus exportaciones dejasen de ser competitivas en
los mercados exteriores. Para que lo fueran, como nuevamente anticipó Keynes,
sería necesario un reajuste a la baja de precios y salarios. Y así ocurrió. La adopción
de la paridad de preguerra, en 1925, no tardó en ser contestada con la huelga
general de 1926, la primera de la historia británica. Además, el desempleo se instaló
en la economía británica e hizo necesario una ampliación del subsidio a los
desocupados, lo que aumento el gasto público y forzó al Estado a endeudarse.
En Francia, las cosas transcurrieron de modo bien distinto. Retornó al patrón de
cambios fijo en 1926, pero a una paridad muy inferior a la de preguerra. Con una
divisa claramente infravalorada, las exportaciones francesas crecieron, efectuando
el consiguiente efecto de arrastre sobre el conjunto de la economía francesa y
favoreciendo el aumento de las reservas de oro. En 1930, casi la totalidad de países
con economías de cierta importancia habían retornado al patrón oro. Una
importante novedad político-económica de los años veinte es el creciente papel
económico del Estado respecto a la época del laissez faire prebélico. Anticipando lo
que ocurrirá en versión ampliada en la segunda posguerra mundial, el gasto público
tendió a aumentar, particularmente en sus capítulos más sociales (pensiones,
desempleo, salud, educación y vivienda). En una muestra en la que figuran las
economías más avanzadas, el gasto público pasó de representar el 11% del PIB en
1870 al 13% en 1913 y 1l 23% en 1937. El relanzamiento de la actividad económica
en la segunda mitad de los veinte tuvo lugar en un contexto internacional menos
proclive a los intercambios que el del período 1870-1913. Esta orientación des
globalizadora del período de entreguerras incluso en su fase de “normalización” se
observa en las cifras del comercio internacional: éste, en 1913, había crecido al
3,4%; en 1926-1929, lo hizo al 2,2%. La drástica contracción de las migraciones
desde 1914 no deja de ser otra manifestación de una economía internacional menos
globalizada. Sin embargo, no por ello ésta dejaba de depender del flujo de capitales
desde los Estados Unidos a Europa y, especialmente, a Alemania. Dichos flujos
alcanzaron magnitudes considerables. Los países de Europa central y oriental
también se beneficiaron de ellos, aunque en menor cuantía. Inglaterra y Francia
también invirtieron en el exterior, pero, a diferencia de los que había ocurrido hasta
la Primera Guerra Mundial, mucho menos que Estados Unidos. Otras áreas del
mundo, el Imperio Británico y América Latina, seguían a cierta distancia a Alemania
y a Europa central y oriental como destino de los movimientos internacionales de
capital. El entramado trabajosamente construido durante la difícil posguerra
comenzó a resquebrajarse cuando, desde 1928, los inversores norteamericanos,
atraídos por la burbuja financiera que estaba expandiéndose en la Bolsa de Valores
neoyorquina, comenzaron a dejar de invertir en el exterior. La mayor crisis
económica de la historia del capitalismo no tardaría en hacer sentir sus efectos.
Referencia:

• Margaret B.W. Graham (2010). "Entrepreneurship in the United


States, 1920 - 2000" en David S. Landes, Joel Mokyr y William J.
Baumol (editors). The Invention of Enterprise. Entrepreneurship
from Ancient Mesopotamia to Modern Times. Princeton:
Princeton University Press, pp. 401-442.

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