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4 JUEVES

SAN CARLOS BORROMEO. Obispo.

Tu rostro, Señor, yo busco…

En el canto al evangelio, contemplamos a Jesús recriminando a las ciudades en donde más


ha manifestado su poder. A quien mucho se le da, mucho también se le exige. Jesús invita
a descansar a su lado a quienes están cansados y agobiados: en ÉL encontrarán alivio (Mt
11, 28). Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré, dice el
Señor.

Jesús responde a las críticas de los fariseos y letrados con tres parábolas: la oveja perdida,
la moneda perdida y el hijo pródigo. Con ellas justifica su opción por los pecadores y
revela el auténtico rostro de Dios: la misericordia (Lc 15,1-10). Habrá alegría en el cielo por
un solo pecador que se arrepiente.

Memoria de san Carlos Borromeo, obispo que, nombrado cardenal por su tío materno, el
papa Pío IV, y elegido obispo de Milán, en Italia, fue en esta sede, un verdadero pastor fiel
preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo. Para la formación del claro
convocó sínodos y erigió seminarios, visitó muchas veces toda su diócesis con el fin de
fomentar las costumbres cristianas y dio muchas normas, para bien de los fieles. Pasó a la
patria celeste en la fecha de ayer (1584).

La memoria de san Carlos Borromeo, reclama, especialmente, en la Iglesia de Milán, la


imagen del “pastor vigilante”, del “obispo generoso”, del próvido reformador. En tiempo
de grave crisis -en la noche oscura del mundo-, él ha renovado su Iglesia, consumando
todas las propias energías, y sacrificando por ella, en un celo infatigable, la propia vida.
Pero, el santo es una presencia permanente e inspiradora.

La contemplación de la belleza del Señor en el templo da al creyente el valor que necesita,


para mantenerse en el buen camino y no temer las dificultades (Sa1 26). Pidamos a san
Carlos que sea custodiado en esta Iglesia particular, y en la Iglesia universal, el amor
apasionado, por el Señor y por los hermanos, la dedicación total al anuncio del evangelio,
la austeridad y el desprendimiento de los bienes terrenos y una sincera piedad. Son los
signos de que una Iglesia está viva y que, en nuestra comunidad, san Carlos -la fúlgida
gema de los pastores- permanezca con su espíritu y con su oración.

Como en el salmo responsorial, contemplemos la acción de Dios en nuestras vidas y


pidámosle confianza incondicional en ÉL, que nos ayuda en nuestro camino, y la fortaleza,
para nunca rechazarle o despreciarle (Del salmo 26,1.4.13-14). El Señor es mi luz y mi
salvación.

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