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La Espada en La Palabra
La Espada en La Palabra
Y yo soy otro:
Multitud diferente
Defensora
Del fuego”.
Pedro Shimose
INTRODUCCIÓN
UN MOMENTO PARA EL BALANCE
Han pasado nueve años desde que en 1989 recibí la invitación de Ana María de
Campero, entonces directora de Presencia, para escribir una columna semanal en la prensa.
Nunca terminaré de agradecerle esa oportunidad que me permitió dejar en blanco y negro el
testimonio de mi pensamiento, que a lo largo de casi tres lustros ha quedado desgranado en las
ondas de televisión que literalmente se lleva el viento. Fue una disciplina extraordinaria
ordenar ideas y escoger temas para escribir semanal y religiosamente mi columna, que con
mucho acierto Mario Espinoza me ayudó a bautizar como Vertebral. Cuando Anita dejó
Presencia consideré que mi “pase” quedaba libre y accedí a una vieja invitación de Jorge
Canelas para escribir en La Razón y también se me abrió la oportunidad para abrirme a otros
dos grandes periódicos del país, Los Tiempos y El Deber. Ocurrió el 18 de junio de 1995.
Acompañé a magníficos columnistas en magníicos periódicos pero, como siempre, es difícil
soñar siquiera en los caminos de nuestro destino personal. La idea permanente y obsesiva que
acariciamos en PAT de transformar nuestra productora de noticias en una Red de televisión,
terminó por concretarse del modo menos pensado. Fue el propio Jorge quien nos abrió las
puertas de una aventura extraordinaria, compartir con otras empresas específicamente
periodísticas una experiencia en multimedia, que responde a los desafíos de una tarea conjunta
tanto profesional como empresarial, lejos ya de los míticos y añorados tiempos de los lobos
esteparios. De ese modo, en el curso de un par de semanas nuestro intenso trabajo de
preparación de la primera Red Nacional vía satélite en UHF, pasó de la heroica soledad a la
sociedad con uno de los equipos de periodismo más prestigiosos del país. Dos empresas con
cómodo liderazgo en sus respectivas comunidades, El Deber de Santa Cruz, Los Tiempos de
Cochabamba, más dos empresarios de nueva generación, apuntalan a La Prensa, apostando al
fuego interior y a los resultados profesionales de un director de periódicos de excepción como
Jorge Canelas. Por si fuera poco, todos piensan en PAT para completar un escenario que sin
los medios audiovisuales es hoy simplemente impensable. Así, comenzamos a escribir una
nueva historia que se abre en la mitad exacta de este augural 1998.
Cuando escribí mi columna de la semana pasada, lamenté que fuese la número 499 y
no la 500 (maniático conocido, hago un recuento exhaustivo y exacto de mi trabajo), pero hete
aquí que el azar decidió que la 499 no saliera en La Prensa por culpa de los duendes que todo
periodista conoce, aquellos que pueden destrozar una primera plana, embadurnar una buena
foto, alterar el orden de una líneas o impedir la salida del primer número de un gran periódico.
Y es por eso que en increíble coincidencia, la primera columna que escribo en este flamante
medio, es también la número 500 desde aquel no tan lejano 9 de abril del 89 en que escribí
sobre el intenso proceso electoral que terminaría por consagrar Presidente a Jaime Paz
Zamora. Celebro la coincidencia y la conmemoro, porque son más de 1.000 páginas
desgranadas escribiendo sobre nosotros.
Eran los últimos días de gobierno de Víctor Paz Estenssoro. Nos tocó luego vivir tres
gobiernos democráticos, asistimos al dramático y vertiginoso desmoronamiento del
socialismo, a la construcción de la hegemonía norteamericana y a un nuevo momento en la
historia de posguerra. En el país vimos la consolidación de un modelo político económico y el
esfuerzo de la nación por conjugar economía abierta con pago de deuda social. Vivimos las
conmociones de una democracia que se ajusta, que madura y que tropieza. Percibimos la
evidencia de nuestra muchas veces indigna dependencia. Sufrimos el estigma de la coca que se
niega a dejarnos a pesar de todos nuestra esfuerzos, la lucha estéril y equivocada contra el
narcotráfico, la constatación amarga de una justicia que es una verdadera vergüenza, el manto
de corrupción que parece no perdonar nada. Pero constatamos también y a pesar de todo, la
construcción de una sociedad mejor, bastante mejor que la que teníamos antes del 10 de
octubre de 1982. Perdimos a figuras esenciales de nuestra historia política, baste mencionar a
Hernán Siles y Wálter Guevara, o las muertes dramáticas que en algún sentido cambiaron la
historia, pienso en Mario Mercado, Max Fernández y Carlos Palenque. Vimos ríos de gente en
las calles, vivimos la tensión permanente de un país en convulsión, manifestaciones, huelgas,
marchas, amenazas, bloqueos, crucifixiones y lo que es más dramático, muertes, en el esfuerzo
desesperado y ciego por evitar el hundimiento del paradójico estado de 1952. Asistimos a
acuerdos políticos de una magnitud desconocida en un pasado de intolerancia y violencia, a
pesar del transfugio, el oportunismo y la utilización de la política para beneficio personal,
conocimos elecciones transparentes, una constitución moderna y leyes que buscan enraizar la
democracia a nuestra idiosincracia. Fuimos testigos del juicio y condena de la dictadura y de
un dictador como comienzo de un jaque a la impunidad. Vivimos la hora del pueblo a través
de la participación popular, la descentralización, la ley INRA y un inescapable proceso de
capitalización, que es hoy todavía objeto de intensa polémica a través de su resultado tangible
más ingenioso, el bonosol. Supimos de un tránsito pacífico y democrático en el poder,
sistemáticamente el oficialismo entregó el mando a la oposición y al país le pareció lo más
natural del mundo. Ganamos una eliminatoria que parece parte de una ensoñación y abrimos la
copa del mundo de 1994 con el campeón como muy dignos rivales. Hasta un terremoto
sacudió las entrañas de nuestra tierra en el propio corazón del país.
No han pasado todavía diez años desde entonces y hay tanto por recordar y tan intenso,
que uno no puede menos que agradecer el privilegio de ser testigo y aún más, poder aportar
con lo que uno mejor hace a la difícil pero fascinante construcción de este nuevo escenario
boliviano.
Cuando en abril de 1979 me acerqué a radio Cristal, dirigida por Mario Castro, para
solicitar trabajo, no sospechaba que lo que entonces parecía una circunstancia relativamente
pasajera, se convertiría en la actividad más importante de mi vida profesional. Eran años de
aprendizaje y de penurias económicas que me obligaban a complementar mi trabajo como
director de la Cinemateca Boliviana con otras actividades que me permitieran redondear un
salario razonable. Mario me recibió sin pestañear -fue un lunes 23 de abril de 1979-, primero
en programas de corte más bien cultural (me gustaba especialmente uno denominado ¡Cantaré!
en el que presentaba “monografías” de artistas como Serrat, Simon y Garfunkel, Beatles,
Cecilia, Agua Viva o Jethro Tull), que poco a poco fueron canibalizados por la información
general y por el comentario que de las artes pasó a la realidad social y a la política. Terminé
acompañando a Lorenzo Carri en el programa ómnibus “Caminata” que culminaba entre las
12.30 y las 13.15,con el resumen de la media jornada. No podía entonces menos que recordar
mi trabajo con Lorenzo como aprendiz en 1969 en radio Universo, mi experiencia fugaz junto
a Ronny Antelo en el programa “Tiempo” a la medianoche por Méndez en 1974, mi paso por
Universo en 1976 con un programa atrevido que se llamaba Posdata y mis amaneceres ese
mismo año con 25 Minutos con el Mundo y la información internacional en Metropolitana de
Cucho Vargas.
Allí en Cristal, nació el comentario de la noticia tal como lo hice años después en TV.
Era una radio líder con gente como Lorenzo, Mario Espinoza, con quien recorrí y recorro un
intenso y largo camino profesional y Cristina Corrales con quien he coincidido tantas veces en
otros medios. Bajo la batuta de Mario, Cristal hizo e impuso un estilo.
En línea paralela nació un 9 de abril de 1989 esta columna, denominada Vertebral por
el ingenio de Mario Espinoza. Fui invitado por Ana María Campero directora de Presencia y
desde entonces no deje de escribir (creo que he faltado dos veces en diez años), mi firma
estuvo también en La Razón y El Nuevo Día y hoy es acogida en La Prensa, Los Tiempos,
El Deber y El Correo del Sur.
Han sido veinte años para agradecer, para construirme y para ratificar una vez más que
este es un país que me ha dado todo y por el que vale la pena darlo todo. A mi lado han estado
siempre Elvira, Borja y Guiomar a quienes les debo demasiadas horas, lo se, que, espero, el
amor compense
Esta sociedad es hipócrita, doble, mentirosa, maneja dos discursos, dos morales, una
vida en la superficie y otra subterránea que nada tienen que ver entre sí. Todos lo saben y casi
todos se hacen a los distraídos. Los matrimonios son muchas veces una ficción y se
mantienen unidos por bastantes más razones que el amor (la coveniencia, el qué dirán, la
imposibilidad de sobrevivir económicamente sin la pareja). Muchas veces los hijos se vuelven
coartadas en esa trama complicada de desencuentros. Los niños aprenden más de lo que ven
que de lo que les dicen y terminan reproduciendo la misma estructura sin pudor alguno.
Y entonces... ¡Que estalle todo! El matrimonio dejó de ser “hasta que la muerte nos
separe”. Suena más realista y quizás más honesto separarse si las cosas no funcionan.
Quienes se divorcian plantean incluso que la situación de los hijos puede ser mejor a la opción
de vivir el infierno de un matrimonio que es cualquier cosa menos vida de hogar. El
mecanismo de la censura social que frenaba los divorcios en el pasado se hizo añicos ante la
evidencia abrumadora del número de parejas que se separan. Aquello de “los tuyos, los míos
y los nuestros” dejó de ser un buen tema de comedia para convertirse en un hecho tangible.
“Yo vivo con mi mamá que se ha vuelto a casar con fulanito, que ha traído con él a sus dos
otros hijos; mi mamá está esperando un hijo que será mi nuevo hermanito. Visito a mi papá
de vez en cuando, él está saliendo con una novia que tiene unos cuantos años más que mi
hermana mayor”.
Este otro lenguaje, otro mundo, es una nueva estructura en la que las viejas ideas de
familia comienzan a ser sustituidas en serio por un escenario, que hace unas décadas hubiese
matado de un infarto a alguna señora pechoña, o hubiese determinado el fin de la relación
padres-hijos que por la mitad de eso dejaban de hablar hasta la muerte con sus vástagos.
Una nueva ética permite, por ejemplo, aceptar sin prejuicios la opción sexual de
hombres y mujeres que pueden ser hetero, bi u homosexual; cualquiera es válida y es lícita si
está apoyada en una ética de pareja. No hay ninguna razón para decir que no a esta nueva
realidad. Eso pasa por ser más de desprejuiciados y tolerantes, sobre todo respetuosos con el
derecho del otro o la otra.
No me atrevo a dar una respuesta ¿Por conservador? ¿Por realista? Suelo intentar
sentarme del lado más difícil del escritorio –que no es precisamente, y como podría creerse, el
de los iconaclastas- por lo menos para preguntarme por qué las cosas suceden como suceden.
Hemos visto demasiadas catástrofes a costa de las ideas más hermosas; demasiados ríos de
sangre a título de un mundo mejor, como para creer que la revolución –cualquiera que sea- es
la receta indispensable para un mundo más equilibrado y con menos discriminación.
Las constataciones de este tiempo posmoderno sólo permiten una mueca. Quizás por
ello la idea de prueba-error pueda funcionar. El problema es que nosotros y nuestros hijos
estamos en juego, aunque ... ¿Podría ser peor?.
Hace unos días, reunidos en una cena con un grupo de amigos, hablábamos de nuestros
trabajos (el cine y la televisión), de sus perspectivas y de los proyectos comunes. La primera y
terrible conclusión fue que todo debía ser light, no porque a alguien le gustase especialmente
hacer las cosas light (por lo menos de cara a la platea), sino porque ése es el signo de los
tiempos. “Ojalá que en el próximo siglo se pueda recuperar lo esencial y romper con este
celofán vacuo y cargado de estupideces”, dijo uno. ¿O es que ese tiempo de cosas esenciales
no volverá nunca? (nos preguntamos para nuestros adentros).
Fue una ocasión para reflexionar una vez más sobre ese destino (¿de verdad lo es?)
absurdo en el que estamos metidos como en una espiral, y es entonces cuando más execro este
nuevo modelo “mágico” que hemos dado en llamar neoliberalismo y por más que sea cierto
que, vistas las dramáticas y frecuentemente sangrientas experiencias ideológicas de este siglo,
es la respuesta más racional como propuesta político-económica, es tal la cantidad de basura
que acumula en los desvanes que aparece como una propuesta vacía de contenido ético. Se
me dirá que la idea primigenia de Smith era esencialmente una propuesta ética y es verdad,
pero igual que el modelo marxista partía de una premisa ética fundamental en la lucha por la
igualdad y la justicia, los resultados fueron, para decir lo menos, desastrosos.
¿Qué es en el mundo de hoy hacer algo bien hecho? Es hacer algo que funcione, o para
ponerlo de manera más correcta, hacer algo que venda. “Pero es que...” No hay pero que
valga. Vende, vale. No vende, mejor dedícate a otra cosa ¡Fracasado! “Es que el hombre tiene
derecho a pensar, tiene derecho a desarrollar sus posibilidades espirituales, derecho a
reflexionar”. “El único derecho que tiene el hombre, mi amigo, es a comprar, lo demás es
prescindible”. Compras, luego eres. Piensas, luego corres el riesgo de dejar de ser.
Todo es medible en una caja registradora, ésa es en realidad la única medida de las
cosas. En virtud de esa despreciable ecuación, cualquier porquería tiene patente de
legitimidad para el éxito. Esa verdad terrible y despiadada ha convertido a un abigarrado
grupo de fabricantes de dinero, de reyes Midas de pacotilla, en admirados hombres y mujeres
de negocios, los unos por la habilidad con la que amasaron fortunas, cuyo requisito
fundamental era con frecuencia la más absoluta falta de escrúpulos, los otros porque son
jóvenes y prometedores ejecutivos capaces de hacer que la pirámide de dólares siga creciendo
sin límite. Si para eso hay que empaquetar basura concentrada, ¡adelante! De eso se trata. “Es
que eso es lo que la gente quiere hermano”. Todos hemos llegado al convencimiento de que lo
que la gente quiere es mierda. La receta ha sido bastante simple, apelar a las teclas más fáciles
del sentimentalismo, a las más terribles del morbo, escoger aquellos instintos y pulsiones más
fuertes del ser humano, mezclarlas y concentrarlas. En tanto hagas una colección de pecados
capitales, mejor venderás.
Dirá el amigo lector que estas reflexiones no pasan de ser un lloriqueo entorno a
hechos consumados. Es probable que sí, pero creo que hay que dar batalla, hay que pelear
porque la elemental utopía de ser verdaderamente seres humanos sea posible, porque si no
fuera así, casi nada valdría la pena.
NO ERAMOS NOSOTROS
Pero, la realidad fue muy cruel para con nosotros. Los hippies terminaron convertidos
en yuppies, los revolucionarios latinoamericanos en políticos conservadores adscritos al
neoliberalismo, el hombre nuevo quedó como un modelo nostálgico y fue sustituido por el
“hombre viejo” más pragmático que nunca. La teología de la liberación fue cambiada por el
aristocratizante opus dei. La guerra fría terminó con el triste descalabro de la Unión Soviética
y sus satélites y la hegemonía estadounidense impuso el “american way of life” al mundo
entero. Esta generación, la nuestra, se quemó demostrando ser más incompetente que la
anterior, ahogada en la claudicación de casi todas las utopías que postuló desafiante hace tres
décadas.
Pero, además de esta amarga constatación, la otra realidad es que el cambio radical no
pasaba solo por las ideologías y su más o menos intenso mensaje, sino por una revolución
definitiva en la forma de funcionamiento de las cosas y la manera en que esa nueva forma
influirá en las mentes de los seres humanos. Los tres grandes cambios del mundo de hoy han
sido la televisión, la computadora y el internet, el soporte que los ha hecho posibles, el
monstruoso avance tecnológico (vía microchips) traducido en los satélites y la fibra óptica. Si
la televisión era ya una realidad masiva en los sesenta, fue la difusión mundial de la imagen
por satélite en los ochenta y por fibra óptica en los noventa, con acceso a centenares de canales
distintos y desde cualquier punto del globo en forma simultanea, la que la transformó en el
ídolo todopoderoso que es hoy. La masificación de la computadora personal, cuya memoria es
infinitamente superior en capacidad e infinitamente más barata que los gigantescos
dinosaurios de la IBM en los años sesenta, ha cambiado el escenario planetario. Hoy, un niño
puede manejar una computadora que hace treinta años requería una formación académica de
alto nivel. El internet proporciona un volumen de información al que tiene acceso cualquiera
de sus usuarios, que sin moverse recibe más conocimientos que el que haya tenido toda la
humanidad anterior en toda la historia. Finalmente, la idea del entretenimiento a partir de los
juegos electrónicos (tipo nintendo) o la muy próxima realidad virtual (la posibilidad de que
cada uno construya sus propias vidas paralelas que podrán “mejoran la realidad” hasta la
enajenación total), marca otro escenario impensable hace muy poco en la administración del
tiempo del ocio y más allá. Esta nueva sociedad de la imagen, la información y la
comunicación, está cambiando algo fundamental, la estructura del lenguaje. El lenguaje de la
palabra sustituido por el lenguaje de la imagen, el impacto emocional que la imagen tiene es
de una intensidad distinta, el contenido de los mensajes, liberados de los prejuicios y de los
tabús de sociedades antes más conservadoras, ha abierto las compuertas para la circulación
casi irrestricta de señales que van, por ejemplo, hasta el límite de la violencia y el sexo,
convertidos ya en patologías.
Al lado de esta revolución impresionante que vivimos anonadados, está el rutinario día
a día, menos glamoroso, con contradicciones y problemas que se agravan cada vez más, con la
bomba de tiempo de la explosión demográfica y con las cuestiones esenciales no resueltas para
miles de millones de seres humanos. El realismo parece agotar los ideales antes de cualquier
formulación y la estructura política, social y económica de la globalización es implacable. No
es una ecuación en la que la solidaridad y la equidad tengan algo que ver, la ecuación ahora es
eficiencia y resultados, el darwinismo social en su expresión más descarnada.
Los jóvenes de los sesenta fabricaron la infraestructura tecnológica que hizo posible el mundo
que hoy tenemos. La fantasía se hizo real, pero era una fantasía apoyada en el éxito del dinero
y en los resultados técnicos de los juguetes bélicos del mundo nuclear. Es el mundo que
tenemos. Tómelo o dejelo. Si lo deja, cuénteme cómo.
LA LUNA NO ES DE QUESO
Pero para nosotros fue algo fabuloso. Viví la saga espacial entre mis cinco y mis
diecisesis años. Entre el golpe de efecto del Sputnik 1 con la bandera de la extinta URSS, que
dejó a los norteamericanos anonadados y comiéndose la bronca, y el Apolo 11 que terminó por
definir esa loca carrera a su favor. Para un niño que tenía como su tesoro más preciado una
radio a transistores de bakelita color verde alimentada por una pila, con lo que me parecía un
hermoso forro de cuero de cocodrilo, escuchar las transmisiones de la Voz de América
relatando con la emoción de una aventura homérica, la cuenta atrás de los lanzamientos desde
Cabo Cañaveral, era simplemente una experiencia intransferible. Era una forma de estar dentro
de una historia de ciencia ficción hecha realidad. Los locutores decían que en una noche
limpia y estrellada se podría ver la luz titilante de la nave espacial Mercurio de Glenn o de
Cooper, y yo me preparaba en el balcón de la terraza de la casa donde vivíamos en el barrio de
San Pedro para ver pasar ese objeto luminoso que conquistaba el espacio. No se si era verdad
que se podía ver o no, pero yo siempre la veía pasar y la saludaba en sobrecogido silencio.
El momento de inflexión fue la caminata espacial de Ed White en 1965 como parte del
proyecto Gemini. Estados Unidos desarrollo tres etapas, Mercurio para establecer la
posibilidad de orbita exitosa alrededor de la tierra con un solo tripulante, la cápsula espacial
era una inerme campana metálica que hoy miramos como un aparato tan rudimentario que
parece del paleolítico. Geminis, naves de dos tripulantes para desarrollar ensayos de
acoplamiento en el espacio, indispensables en el diseño tecnológico del proyecto lunar. Apolo
que era la nave destinada a nuestro satélite con tres astronautas, el modulo de comando, el de
servicio, el modulo lunar y el cohete impulsor Saturno V que fue entonces la maquina más
poderosa jamás construida por el hombre. Los soviéticos desarrollaron un camino paralelo,
pero paradójicamente, habiendo construido grandes cohetes impulsores para sus misiles
intercontinentales, no pudieron contar a tiempo con el lanzador equivalente al Saturno V. Un
par de pruebas terminaron catastróficamente en su base de Baikonur. Tenían también
problemas con su tecnología de computación para el mando de las naves espaciales. Fue en el
ámbito de la informática donde Estados Unidos sacó una ventaja imposible de alcanzar. Ni
siquiera la muerte en tierra de los tres astronautas del Apolo 1 (Enero de 1967), frenó el
cronograma estadounidense que como Kennedy había predicho puso dos hombres en la luna el
20 de julio de 1969, hace exactamente treinta años. Fue una demostración de capacidad y
desarrollo tecnológico que apenas tiene parangón. Todos los especialistas dicen que eso sería
imposible de repetir hoy, basta decir que volver a colocar un ser humano en la luna está fuera
de toda consideración razonable en el corto plazo.
¿Porqué fue posible entonces en un tiempo tan increíblemente corto?. Los 24.000
millones gastados por EE.UU. en la carrera espacial y el sentido aparentemente absurdo de
una emulación entre patriótica y patriotera de ambos países para demostrar en el espacio las
bondades de sus visiones ideológicas del mundo, es una de las formas más curiosas del
comportamiento humano, la competencia. la violencia implícita o explicita, el insaciable afán
de triunfo, la necesidad de unos de someter a los otros mediante una superioridad material
tangible, el sentido indómito de aventura, la lógica de hacerlo sólo porque es difícil como dijo
Kennedy en su célebre discurso de 1961...esos son los ingredientes de la compleja receta que
ha llevado al hombre a los avances tecnológicos desde que descubrió, azorado, cómo se
dominaba el fuego.
La luna fue una gran desafío, fue una guerra, fue un camino maravillloso de
descubrimiento, fue una idea fija, fue parte de un avance cuyos beneficios disfrutamos hoy. El
uso de nuevos materiales, el desarrollo de las computadoras, el perfeccionamiento de motores,
las telecomunicaciones, son solo algunos de los muchos elementos que dejó ese viaje, pero
aunque no se hubiesen dado, la luna es una prueba del espíritu de los hombres que nunca
estarán satisfechos con lo que hacen y lo que son, que siempre esperan más y dan su vida para
lograrlo. Y por si lo hubieran olvidado, la luna fue también una prueba de sus limitaciones y
su pequeñez, allí están las tragedias del Challenger, del Apolo, de la nave Vostok y la Soyuz,
para recordar siempre que a pesar de todo, somos imperfectos y mortales.
EL SABOR DE LA DESESPERANZA
Da la impresión de que la revolución en los años noventa no se invoca por una causa
justa, sino por falta de causas. Este es el giro más dramático de la sociedad mundial que es a la
vez la sociedad de la desesperanza y de los inservibles.
En los últimos días he visto la película Fight Club (El Club de la Pelea) y he leído dos
novelas escritas por mujeres veinteañeras, la una estadounidense Poppy Z. Brite y la otra
francesa, Virgine Despentes. Los títulos de las novelas son El Arte Íntimo y Bésame
traducido malamente como Fóllame en español, ambas de Grijalbo Mondadori. Si alguien las
encuentra y las quiere leer, le advierto que necesita tanto estomago como el que se necesita
para leer su epígono, American Psycho, un emblema del que ha salido un cine y una literatura
que es espejo de la última década de este milenio que agoniza.
Si este es el cine y la literatura de fin de milenio, es porque hay una generación entera
defraudada, es porque la globalización no permite otra cosa que la desazón colectiva y porque
si a esa realidad le sumamos la otra, la nuestra, la de la extrema pobreza, el panorama se
espesa como el líquido de una ciénaga. Cuando es el propio Hollywood el que deja trascender
esa visión desencantada, más allá de las expresiones puramente “underground”, es que lo que
la gente siente y desea ver reflejado, es ese club de peleas como una forma de confrontarse,
lejos ya de una revolución de masas, con solo la bilis y la bronca individual en pequeños o
grandes gethos que respondan de algún modo (siempre violento) a una vida cotidiana que no
conduce a ninguna parte.
En una hermosa canción titulada “Yo también nací en el 53”, la española Ana Belén
dice “me mata la estupidez de llegar a un fin de siglo distinto del que soñé”. Y dice también,
“Jamás le tuve miedo a vivir. Hay que ver, en todo he sido aprendiz”.
Como yo también nací en el 53, siento que esas palabras reflejan esa mezcla curiosa de
azúcar y sal de este casi medio siglo que he vivido en el que pasamos de las ilusiones más
intensas al desencanto. Me estremecí hasta lo más íntimo con la figura mítica del guerrillero,
con la llegada del hombre a la Luna, con Sargent Pepper’s de los Beatles y creí que nosotros
que lo podíamos todo, que lo subvertíamos todo, éramos los portadores de la antorcha de un
mundo nuevo. Había que cambiar las estructuras injustas de la sociedad que nos tocó para que
el año dos mil América Latina y Bolivia fueran nuevas y más justas. La meta a conseguir era
una curiosa mezcla entre el hombre nuevo del Che y el Cristo histórico y revolucionario del
cristianismo de avanzada.
Recuerdo que mi primer contacto “real” con el siglo XXI fue la extraordinaria película
de Stanley Kubrick, “2001 Odisea del Espacio”. Allí aparecía simultáneamente la frontera del
conocimiento, una hipótesis sobre el pasado y el futuro y el instrumento tecnológico, la
computadora en todo su esplendor y en todo su terrorífico poder: Hal 9000, que podía sentir
como un humano, pensar como un humano y matar como un humano. El hombre no llegará el
2001 a Júpiter y más allá, pero si ha logrado el desarrollo de las computadoras hasta límites
que en algunas cosas superan a la Hal de Kubrick y en otras atisban un incierto futuro (la
mezcla entre biología e informática, promisoria y peligrosa a la vez). Pero, por sobre todo la
película reflejaba un clima frío y distante, el de una humanidad solitaria en el alma
desamparada de cada uno. Era un presagio correcto. No fuimos la generación del cambio, en la
medida en que no fuimos los motores sino las piezas del inmenso motor que es el sistema.
Fuimos aprendices de brujo y los hechos acabaron superándonos, perdimos el control (o
quizás nunca lo tuvimos). Pero no me arrepiento de haberlo vivido, porque estos han sido años
fascinantes, irrepetibles, nos ha tocado el cambio de ola, tuvimos el mismo privilegio y riesgo
que les tocó a aquellos que dominaron el fuego, o comenzaron a cultivar la tierra y
descubrieron su extraordinaria fertilidad, o los que de la mano del vapor se metieron en la
revolución industrial. No lo imaginamos todavía, pero es absolutamente cierto que estamos
mirando y palpado los cimientos de una nueva humanidad, pero no necesariamente una mejor
humanidad, por lo menos no como la concebíamos en esos años sesenta preñados de utopía.
Los vaivenes inconmensurables del avance tecnológico nos han metido en una
montaña rusa. En un par de segundos has pasado un túnel negro, has sentido que tu cuerpo se
aplasta contra el asiento, que te falta el aire que te invade un extraña sensación de euforia y no
has tenido tiempo siquiera de asimilarlo, así de brutal es este salto al vacío, así de incierto, así
de desprotegido.
Quizás, lo que nos diferencia de quienes nacieron en medio de esta pista de baile
saturada de sonidos, sensaciones e imágenes, es que vivimos otra lógica y otra ética,
conocimos el sabor de la esperanza y la solidaridad, el concepto de la palabra prójimo,
crecimos en un mundo donde la palabra humano quería decir otra cosa, y a pesar de todo no
fuimos capaces de transmitirlo, de hacer que esos conceptos fueran verdaderos. Hay quienes
piensan que esas viejas ideas volverán, que es posible creer en una sociedad concebida de otro
modo, lo que no saben es que aún volviendo esas visiones de mundo, volverán en un escenario
radicalmente diferente para el que no se si estamos preparados.
Por alguna razón no acabo de creer que el 2000 abre un nuevo tiempo promisorio, me
cuesta aceptar unas reglas de juego que no me gustan y que parecen inescapables. Haga lo que
haga tendré que sentarme frente a la pantalla de la computadora (o el instrumento que pueda
inventarse en su lugar) y entrar en el internet y navegar en ese mar proceloso que es a la vez la
ventana al futuro y la cadena más perfecta que se haya concebido para una economía basada
en dos reglas implacables, la eficiencia (o la muerte) y el consumo (o la muerte). El homo
sapiens convertido en homo consumens me rebela.
Si una sola mirada pudiera resolver nuestro silencio interior, lo tendríamos todo. Si
pudiera pensar que el nuevo milenio puede entenderse en cosas esenciales y no en efectos
especiales, en una ética del hombre y no en una ética de sus vestidos y su maquillaje, quizás
creería que este siglo que agoniza nos enseño las lecciones principales. Es por eso un fin de
siglo distinto al que soñamos, el único que tenemos, quizás el único posible. Fui un aprendiz,
lo soy aún, probablemente un mal aprendiz en medio de los curiosos y agridulces instrumentos
que han puesto delante de nosotros para encarar los años que vendrán.
Hace algunas semanas, dos adolescentes de clase media de una pequeña ciudad
española asesinaron a su compañera de colegio a cuchilladas. Las preguntas sobre el móvil del
crimen no condujeron a ninguna parte. La víctima era una chica normal, simpática y muy
buena amiga de las asesinas. Interrogadas, las autoras del crimen respondieron con absoluta
naturalidad que “querían saber que se siente al matar a alguien”. Tras el interrogatorio y
mientras eran llevadas a prisión, conversaban y reían como si nada hubiese ocurrido. No solo
no tenían conciencia exacta del crimen cometido, sino que ni siquiera tenían conciencia de las
consecuencias que este crimen les deparaba a sus vidas.
Quizás el cambio más importante entre nuestra generación y la actual haya sido el fin
del moralismo. Las cosas no se plantean ya como antes en una lógica maniquea, basada en
principios éticos claros e inamovibles, y sobre todo fundada en un fin. La idea de que las cosas
deben hacerse en función de un objetivo superior, la identificación de ese objetivo (el fin
último), sea en la vida eterna y la fe en una determinada divinidad, sea en una visión
humanista que compromete al ser humano con el prójimo, sea en el concepto de hacer las
cosas por que la patria así lo requiere, no tienen hoy el peso del imperativo categórico que,
obviamente, no estaba en tela de juicio y no se podía discutir ayer. Hoy se puede y de hecho se
discute.
Uno de los ingredientes más importantes de este siglo iconoclasta ha sido el de unir la
relativización de las cosas con una visión tanto hedonista como desencantada. En las dos
puntas de la estructura social y por razones a veces diametralmente opuestas, el “carpe diem”
latino de la Roma decadente, tiene sentido porque precisamente la vida no parece tener mucho
sentido en la trascendencia. Los marginados de la tierra porque nada tienen, nada esperan,
nada reciben, ni siquiera la oportunidad de ser, pueden perfectamente desarrollar la violencia y
la destrucción propia y ajena. ¿Cuál sería la razón por la que un joven marginal de cualquiera
de nuestras ciudades debiera respetar la ley, debiera dejar de drogarse, o dejar de matar?.
Ninguna que la sociedad pueda esgrimir con un mínimo de credibilidad y coherencia. El
discurso moral no sirve, en tanto la sociedad actúa inmoralmente con el marginado.
Este nuevo tiempo en muchos sentidos perverso y terrible, plantea varias preguntas a
propósito de nuestra visión de la ética, que se estrella dramáticamente con un par de
adolescentes que acuchillaron a su íntima amiga porque querían saber que se siente cuando se
mata.
La idea es que hay que transformar a todos los cibernautas en consumidores, la vieja
premisa del nuevo capitalismo llevada a su más deliciosa expresión, un mundo interconectado
para....vender y comprar, lo mismo da estar en Singapur que en La Paz. Ese mecanismo
perfecto del mercado, hace que usted tenga no los esmirriados cientos de miles de potenciales
consumidores bolivianos, sino ese inmenso océano de cientos de millones que crece sin parar
y que pronto llegará al millar de millones. Es el paraíso de Milton sin Milton.
Todo está claro, o entras o entras. Si no quieres entrar estás obviamente “out”. ¿No será
tiempo de empezar a pensar si de pronto tiene sentido estar out?. Digo, empezar a pensar si
uno tiene derecho a escoger estar muerto en vida. Pero, si 5.900 millones de seres humanos
pueden, ¿porqué no usted?
LP, 28 de noviembre de 1999
Capítulo II
LA NUEVA ÉTICA
Que alguien haya hecho en su vida cosas que ameriten que la historia se ocupe de él, es
ya un juicio de valor sobre la significación que ese personaje tuvo o tiene en el seno de su
comunidad. Que esa significación sea positiva o negativa es otro cuento. No es difícil
encontrar consensos en aquellas figuras realmente relevantes de nuestro pasado a la hora de
escribir sobre ellos, recordarlos, “ponerlos” en la historia. Lo que es mucho más difícil es
valorarlos y lo es aún más cuanto más próximos están a nuestro tiempo. Cuando esas figuras
son protagonistas directos de los acontecimientos actuales, es decir que están vivos y entre
nosotros, el asunto se complica hasta un punto tal que la valoración está fuertemente
condicionada por las pasiones inevitables que se tejen sobre todo en el ámbito de la política
(aunque no es menor la pasión en el terreno de la economía, la vida social o la cultura).
La historia no es un abstracto demiurgo que está sobre los seres humanos y los juzga
con una calidad infalible y eterna. No, la historia es tan maleable, relativa y cambiante como el
carácter de sus creadores: nosotros, hombres y mujeres mortales y falibles de carne y hueso.
No hay juicios definitivos de la historia, no hay palabras únicas y finales, hay opiniones y
juicios que responden a visiones de mundo diversas y debatibles. Eso es lo extraordinario del
asunto, la posibilidad de plantear varias ópticas sobre un personaje y obligar al contraste de
puntos de vista.
Dirá escandalizado el especialista que el trabajo esencial del historiador es reflejar los
hechos de la manera más próxima a cómo ocurrieron, basado esencial aunque no únicamente
en fuentes primarias exhaustivas y obviamente fiables y sobre todo apoyado en el trabajo serio
y honesto de juicio de quien la escribe. Es cierto, se trata de un requisito inexcusable, pero aún
cumpliéndolo rigurosamente, el historiador es libre de emitir juicios sobre esos hechos y sus
gestores y frecuentemente es eso lo que hace.
Lo que hoy se escribe sobre un momento de la historia no es necesariamente lo que se
escribirá dentro de medio siglo o un par de siglos. Puede pasar y de hecho pasa que los héroes
de hoy serán los villanos de mañana. El revisionismo histórico ha sido frecuente, las
tendencias ideológicas dominantes condicionan determinadas interpretaciones, igual que años
después estas se ponen en tela de juicio porque esas corrientes de pensamiento fueron
desechadas o superadas. Cuanto menos libre es una sociedad, más rígida, restringida y
tiránica es la visión oficial de su pasado. A mayor democracia mayores opciones de una
historia sin restricciones, pero también de muchas miradas diversas y encontradas sobre un
mismo asunto. El descubrimiento de nuevas fuentes o de la fragilidad de otras que se tenían
por ciertas, cambia hechos y modifica las circunstancias que los determinaron, transformando
a veces radicalmente las ideas que se tenían sobre algo o alguien.
Esto no quiere decir, sin embargo, que no haya una columna vertebral común basada
en acontecimientos ocurridos y comprobados sin lugar a duda ninguna, por supuesto que no.
Pero esa columna vertebral en la que además ciertos momentos o personajes han mantenido
una imagen de consenso entre los historiadores, puede variar en muchas pequeñas y grandes
cosas que son parte del trabajo dinámico y siempre enriquecedor de las nuevas generaciones
de historiadores.
Es curioso, pero algo que vivimos todos los días de nuestra vida, expresado por un
hombre lúcido como Castells suena como un mazazo, cuando no fue otra cosa que la
ratificación de una realidad dramática e incontrastable. De pronto, sin embargo, el sociólogo
nos equipara a Francia y España, lo que suena como un mal chiste, que para él y por razones
perfectamente lógicas no lo es. Su explicación establece claramente que los procesos de
globalización y de integración económica y progresivamente política, como en el caso de la
Unión Europea, implican inevitablemente una cesión cada vez más importante de soberanía.
En ese contexto el argumento es perfectamente aplicable a la realidad de nuestro país, ya que
estamos en este mundo interconectado y cada vez más dependiente de procesos de integración
regional primero y continental después. El matiz, lo tenemos claro, que marca la diferencia
está en nuestra debilidad intrínseca, que si hace difícil la relación entre España y Estados
Unidos y obliga a Europa a mirar y hacer las cosas en grupo, hace simplemente imposible la
comparación en la relación Bolivia-Estados Unidos.
Pero el tema va más allá de la cuestión obvia, tiene que ver con una decisión
consensuada de estados que aceptan que en la realidad del mundo del siglo XXI no pueden
seguir regidos por normas del siglo XIX, en términos de intercambio, de decisiones, de
negocios, de políticas de producción, aranceles, crecimiento, de diálogos y de integración
económica forzada además por la globalización y el vertiginoso desarrollo tecnológico que ha
cambiado la faz del planeta y que ha trasnacionalizado la economía, no solo por la presencia
de colosos económicos privados, sino de asociaciones multinacionales que operan en segundos
sobre las economías de todo el mundo.
Las palabras cobran sentido en tanto su sonido denota una idea que se asocia con algo
tangible o intangible, que tiene valor para quien la dice en tanto le es funcional (no en el
sentido de uso material, sino intelectual). En la medida en que, por ejemplo, un objeto
desaparece del uso cotidiano, la palabra que lo nomina deja de usarse, o se usa como
referencia al pasado, a la historia.
Cuando este fenómeno se da en el mundo de los valores, las cosas toman un giro
estremecedor. A fuerza de repetir palabras que no dicen nada, o peor que eso, que no
significan nada para quien las dice o para quien las escucha, terminamos por quitarles todo su
sustento, o convertirlas en referentes de una paradojal realidad. ¿Cuál es hoy nuestro código de
valores?, ¿qué quiere decir en él una actitud moralmente correcta?, ¿qué quiere decir ética? Y
no se trata de hacer aburridas consideraciones de perogrullo sobre lo que teóricamente
significan esas palabras-conceptos, quiere decir que en el momento en que de hecho esas
palabras no significan nada, habrán dejado de ser los puntos de referencia del comportamiento
individual y colectivo. Pero ahora, en estos tiempos interesantes que nos ha tocado vivir, no
solo esas palabras han perdido sentido, sino que han sido sustituidas por otras. Escojamos tres
al azar de una jerga variopinta que en el pasado inmediato parecían de exclusivo uso de
tecnócratas más o menos avezados: Eficiencia, rentabilidad, control de calidad. Si antes estos
signos eran parte de un lenguaje técnico para economistas, que explicaban en parte una
corriente económica, hoy parecen haberse convertido en valores en si mismos, pero no en
valores en función de una teoría económica o con relación a lo que expresamente denotan,
sino en valores de una ética, distinta a la ética que nació de nuestro pasado greco-latino, judeo-
cristiano y de la visión humanista de la declaración de los derechos humanos de posguerra. En
otras palabras, parece que comenzamos a vivir un proceso de sustitución de códigos que
suponíamos universales en torno a la honestidad, en torno a la solidaridad, en torno a aquello
que hemos dado en llamar valores humanos esenciales. Resulta que la esencialidad de ciertas
cosas y en particular de ciertos valores está en debate. La eficiencia o la rentabilidad se
convierten en valores y verdades absolutas que justifican o no la vida de una persona, al punto
que su eje ético cambia radicalmente. Las razones son muchas y lamentablemente muy
simples. La relación de premio y castigo no funciona. No es cierto que el seguimiento de una
ética en serio deje nada más que desaliento, porque el comportamiento social se ha vuelto no
solo permisivo, sino que refuerza la inversión y el cambio, porque cada vez es mayor la brecha
entre lo que se predica y lo que se hace. La repetición de las “tablas de la ley” suena cada vez
más al cumplimiento de un rito que a una convicción, y lo más importante, empíricamente el
individuo comprueba cual es la verdadera tabla de valores y que lugar ocupa cada cual.
Pero, a pesar de esas razones aparentemente suficientes para explicar este escenario, el
verdadero centro del asunto está en que la imposición de un modelo político-económico es la
imposición de una filosofía de vida. A pesar de que el discurso de ese modelo se suaviza y se
matiza, es esencialmente implacable en sus reglas y plantea como valores no solo positivos
sino indispensables, aquellos que refuerzan una visión individualista, no solo en función de la
creación de riqueza y el éxito personal, sino como excluyentes de la filosofía de solidaridad y
amor al prójimo. “Esto es una empresa no una casa de caridad”, suele ser una frase
fundamental hoy en cualquier empresa, pero como el nivel de exigencia es tan alto, por los
grados sangrientos de la competencia, igual que en el deporte la única manera de romper
records acaba siendo el consumo de esteroides anabolizantes, la única manera de superar a las
competidores empresariales es con una eficiencia que pasa por la destrucción del escrúpulo y
la filosofía de pulverizar al contrario a cualquier precio (ético). La lógica de la eficiencia y la
rentabilidad pasa necesariamente por plantear la relación con el otro como una guerra con
enemigos, cuyo objetivo es destruir para garantizar la supervivencia, y más para garantizar una
expansión ilimitada que suele convertir los medios en fines. Este no es un código económico,
es un código moral, es un modelo de comportamiento, es una forma de entender la vida, es una
forma de destruir el sentido último de la moral y de la ética tal como se ha concebido a partir
de una filosofía auténticamente humanista. Este es el mundo globalizado del fin de milenio
¡Salud!.
EL HORROR ECONÓMICO
Después de algún tiempo de darle vueltas con escepticismo, leí el libro de Viviane
Forrester titulado El horror económico (Fondo de Cultura Económica, 1998). Coincido casi
totalmente con el desesperanzado punto de vista de la autora en torno a la particular “panacea
universal” que ofrece el nuevo liberalismo, con el agravante de que a más de unas páginas
finales de buenos deseos, la autora no plantea ninguna solución alternativa que me hubiese
podido consolar. Aunque algo repetitiva en sus argumentos la obra me parece de lectura
obligada.
El lector supondrá que estamos hablando de ciencia ficción, que eso no es verdad, pero
lo dramático es que se trata de algo rigurosamente cierto. Concedamos que de manera más
aguda en las sociedades altamente desarrolladas (la autora es francesa), pero perfectamente
aplicable al conjunto del mundo y lo será de un modo cada vez más marcado en la próxima
década. El razonamiento de Forrester es que el modelo imperante es una suerte de dictadura
democrática mundial de las elites, cuyo brazo coercitivo es el modelo económico respaldado y
controlado por el FMI y los grandes organismos financieros mundiales (ningún
descubrimiento, pero algo absolutamente cierto). Ese modelo ha conducido al mundo, merced
a los vertiginosos y definitivos cambios tecnológicos, a una nueva era distinta de todo lo que
conocimos en el pasado, en la que por primera vez la economía virtual se ha convertido en
realidad. La verdadera riqueza no se genera más por el trabajo, ni los bienes materiales y
tangibles, no se basa en grandes empresas siderúrgicas, ni en impresionantes propiedades
inmobiliarias, ni en portentosas minas, ni en grandes plantaciones de soya o trigo. La riqueza
se genera en la combinación de especulación, ingenio (¿O la suficiente falta de escrúpulos?) y
en un conjunto de intangibles de difícil explicación, todo movido por ese implacable y
eficiente motor que es la bolsa de valores. Ya ni siquiera son papeles los que se transan, son
pulsos digitales que recorren el planeta en fragmentos de segundo y pueden hacer que alguien
tenga en ese segundo 5.000 millones de dólares más o menos. Bill Gates, el modelo que
quisieran seguir millones de adolescentes y jóvenes en el mundo, más por archimillonario que
por ingeniero de sistemas, ha decuplicado su fortuna en menos de cinco años sin que
materialmente la producción física de lo que vende haya crecido ni remotamente en esa
proporción. El tema es otro. Usted puede especular en lo bolsa por internet tan solo apretando
teclas, por supuesto sin moverse de su casa. Es otro mundo, es otra historia, es una lógica que
convertida en círculo perverso, genera un resultado único: marginación masiva.
Forrester hace una larga reflexión en torno al futuro de los marginados que viven en los
cinturones de pobreza de las grandes ciudades, que viven del subsidio del estado, que no son
personas en tanto no tienen trabajo, que sobran, que son una carga cada vez más intolerable
que en algún momento hará crisis. En el otro lado, la minoría que vive del sistema y se
enriquece sin cesar, juega a la parodia de que lucha por disminuir las tasas de desempleo,
inventando incluso empleos que nadie necesita para lograr un remedo en una estructura
económica cuya lógica es ya otra.
El mundo de los poderosos no necesita brazos, no depende de materias primas, no le
hace falta la fuerza productiva que fue uno de los pilares que justificaron por ejemplo, El
Capital de Marx. Y según parece, el tiempo de las imposturas se está terminando. Hace unos
días la tierra ha visto nacer a su habitante 6.000 millones. La explosión demográfica ha roto
toda barrera de control y la economía de hoy lo único que necesita es que la mitad de esa gente
desapareciera. La conclusión inmediata es apocalíptica. En algún momento lo que hoy se
disfraza piadosamente saldrá a la luz y vendrá una política mundial de prescindencia y
exclusión activa, que puede ir desde la eutanasia a la simple y sencilla aniquilación a título de
la supervivencia de la especie humana, aquélla, claro, que hoy vive en la cúspide de la
pirámide, lejos de los caducos principios de producción. La ética del trabajo, en suma, ya no
tiene sentido y el modelo, bueno para las minorías y para los cambios tecnológicos que nos
dejan con la boca abierta, es muy malo para responder a este desafío.
El gran drama de Forrester es que la lucidez no alcanza todavía para las respuestas
alternativas a un modelo tan coherente en si mismo y contra el que las viejas recetas del
marxismo y el tercerismo no sirven casi para nada. La conclusión es, hay que decirlo,
aterradora. Por eso el título del libro está tan bien elegido y nos dice tanto de su contenido.
El rasgo esencial y esperanzador, dado el liderazgo que por peso específico tienen
brasileños y argentinos, es una visión universal e integradora de nuestra realidad en la realidad
mundial. Se terminó una concepción de mirar hacia adentro, sustituida por una reflexión sobre
cómo insertarse en la economía mundial, por un lado Europa y Estados Unidos, por el otro la
cuenca del Pacífico y el poder asiático (aunque este último análisis, mediatizado por la todavía
fuerte vocación atlántica brasileña y argentina), y lo más importante, cuando se hablaba de
“nosotros” se hablaba no ya de un país en concreto, sino del Mercosur como una realidad no
solo económica, geográfica y política, sino como una realidad mental. Esa es la diferencia
esencial con el Pacto Andino que nunca entró en el imaginario colectivo, ni siquiera en el de
los conductores de nuestras naciones. Mercosur (creado en 1991) ha hecho la ruta más rápida
en los procesos de integración existentes en el mundo, gracias es cierto, a la riquísima
experiencia de la Unión Europea, pero sobre todo por la dinámica de una nación que es la
indiscutible locomotora regional, el Brasil, que tiene además una elite de reflexión intelectual
y de acción política, con ideas bastante claras de su rol y su responsabilidad.
Esta percepción que reconoce sin prejuicios un mundo globalizado, una economía
abierta, una revolución tecnológica y una hegemonía política mundial, permite ensayar
respuestas en torno a competitividad, nuevo escenario de mercados, opciones tecnológicas y
procesos de conexión con ámbitos regionales mayores (el caso más importante es la
vinculación entre el Tratado de Libre Comercio - TLC - de América del Norte y Mercosur),
pero deja también ver las ambiciosas apuestas de naciones emergentes como Chile, que sigue
jugando a doble mano entre su integración al Mercorsur y su negociación bilateral con el TLC,
con una alta autovaloración.
Por todo ello “América del Sur 2006”, fue una ventana útil para aprender, colocarme
en un lugar más exacto y redescubrir un continente que a veces perdemos en la bruma de
nuestras obsesiones y peleas tan estériles como limitantes.
Si nos dejamos llevar por las percepciones globales sobre la realidad, la conclusión
inmediata es que este es un país sin remedio. La gente tiene en Bolivia una tendencia fácil a
decir siempre que “solo en este país”, “este es el único país del mundo donde suceden estas
cosas”, “qué se podía esperar de nuestra gente”, “es la hora boliviana”, “a dónde vamos a ir a
parar” y un largo etcétera de consideraciones pesimistas y de autoflagelación a los que
estamos tan acostumbrados.
Si era un gobierno militar porque nos daba de palos y porque no nos dejaba hablar, si
era un gobierno civil porque vivíamos en el desgobierno, si era o es un gobierno instalado en
la nueva democracia, porque su política económica era o es desastrosa. En suma, un conjunto
de críticas, lamentaciones y escepticismo que obligan a la reflexión sobre nuestro estado de
ánimo colectivo. Este tipo de expresiones es muy frecuente en muchos países, sobre todo en
naciones pobres y mucho más en naciones latinoamericanas que hacen una especie de sello de
fábrica el quejarse por todo y por nada. Pero en Bolivia tiene características de grave
patología.
La visión negativa sobre nosotros mismos tiene, sin embargo, mucho más que ver con
un subconsciente colectivo herido muy profundamente y desde hace muchos años, cuya
relación no tiene necesariamente vinculación con el sistema vigente o con el gobierno que
circunstancialmente ocupa el poder, es algo más. Es una visión descreída, es una lógica
derrotista, es el convencimiento interior de que este país está condenado a repetir su historia
amarga, sus errores y sus incapacidades. Habría que hacer un examen profundo de las
respuestas íntimas de los bolivianos y confirmar o desmentir la hipótesis de que esa mirada en
color negro tiene matices muy diferenciados entre el occidente y el oriente y ver si es verdad
aquello de que la gente de los llanos (encabezada por los cruceños) es más optimista y tiene
más fe en el futuro que la gente de los valles y los andes en el occidentes (cuya cabeza son los
potosinos). Aparentemente y así lo hemos expresado en un par de columnas, es cierto que en
el oriente del país la actitud es más constructiva, más optimista, más esperanzada en suma.
¿Habrá realmente una diferencia radical ?, se podrá ratificar esa percepción que a primera vista
parece muy obvia.
Haya o no una confirmación sobre este punto, lo que está claro es que en general los
bolivianos no creemos en nosotros mismos y esto no puede revertirse de la noche a la mañana.
No depende de la realidad inmediata, ni de los cambios tangibles que se puedan vivir, depende
de la percepción sobre la realidad y de la opinión sobre esos cambios, porque estos no
producen efectos milagrosos en un tiempo breve. El problema pasa por generaciones
educadas en un determinado sentido, apoyadas en el lloriqueo, la lamentación y la
autocompasión, basadas en el complejo de inferioridad en relación a las naciones vecinas y
dentro de nuestra propia variedad multiétnica y pluricultural.
Si seguimos alimentando este estilo de vida y de pensamiento, será siempre muy difícil
operar cualquier cambio, mucho más si ese cambio es de fondo y requiere mente abierta y
disposición, no solo para aceptarlo sino para trabajar para que tenga éxito.
Hace algunos días fui invitado a dar una charla a un grupo de muchachos de cuarto de
secundaria. Para tener una percepción de algunas de sus ideas y sentimientos, comencé
haciéndoles varias preguntas. Una de ellas era: Supongamos que Bolivia y Chile parten de
cero, en la misma condición de desarrollo económico político y social; ambos países escogen
el mismo modelo económico, cualquiera que sea. Sobre esa premisa les di tres posibilidades:
1. Bolivia logra con el tiempo un mejor resultado que Chile. 2. Ambos logran con el tiempo el
mismo resultado. 3. Chile logra con el tiempo un mejor resultado. Más del 90 % de los chicos
(casi un centenar) respondieron optando por la posibilidad tres, Chile obtiene un mejor
resultado. Cuando les pregunté porqué, las respuestas fueron muy variadas, desde las
inconscientemente racistas, pasando por el “carácter” de los bolivianos, siguiendo por nuestra
indisciplina y falta de responsabilidad, para terminar en la educación y la cultura. La mayoría
se inclinó por decir que nuestra falta de educación nos coloca en desventaja inicial en relación
a Chile.
Pero percibí un trasfondo mayor, más profundo que las respuestas racionales que me
dieron estos inquietos adolescentes. Una auto valoración terrible sobre nosotros mismos, una
sensación consciente o inconsciente que ha hecho que los bolivianos vivamos acompañados
por un fuerte complejo de inferioridad. A Xabier Azkargorta no le faltaba razón cuando en
1993 nos dijo a todos que el mayor problema de los jugadores de la selección nacional era una
bajisima auto estima que además era perfectamente aplicable a la mayoría de los bolivianos.
El técnico español usaba una imagen muy ilustrativa, decía que los bolivianos éramos como
aquel hombre que todas las semanas se lamentaba por su mala suerte, nunca se sacaba la
lotería, juego tras juego veía los resultados y maldecía su sino, hasta que un buen día un amigo
le dijo. “Fulano, no seas sinverguenza, si quieres sacarte la lotería haz algo de tu parte ! Por lo
menos cómprate un número!”.
Nadie puede dudar que la realidad boliviana, el país más pobre y débil de América del
Sur, al lado de dos colosos como Brasil y Argentina, y vecino expoliado por otro que es
además uno de los “tigres” del continente, no es el mejor escenario para la sonrisa, pero no
hay ninguna razón para pensar que nuestras potencialidades nos pueden permitir ser un país
mejor, más armónico, más justo y más desarrollado, sin otra pretensión que ocupar un lugar
digno en el continente sin por ello dejar de ser el país pequeño que somos y que seremos en el
largo futuro.
Lo grave sin embargo, es que en lo más hondo de nuestro espíritu está marcado a fuego
un sello que dice “país de perdedores”. Quizás Jaime Paz hizo muy bien cuando trató de
imponer - sin éxito - el lema del “país de ganadores”. Fue una buena intención, pero
lamentablemente no bastaba con el slogan. Cambiar nuestra mentalidad es una tarea de
generaciones, pero lo grave del asunto es que lejos de cambiar de orientación la estamos
reforzando. ¿Usted cree por ventura que la educación de nuestros hijos ha cambiado un
milímetro en relación a la que recibió usted, o su padre o sus abuelos?. Para nada. Seguimos
con la misma retahíla derrotista del mapa de luto que señala que todos nuestros vecinos nos
robaron…y nos ganaron, de cuatro anécdotas irrelevantes y casi siempre despectivas sobre
nuestra historia, de una narración terrorífica de nuestro pasado colonial que habla de ladrones,
porquerizos, ignorantes y asesinos que destruyeron todo lo que encontraban a su paso, que
habla de un idílico pasado precolonial quebrado sin misericordia y además irrecuperable, que
habla de una democracia, la de hoy, como una suma de corrupción e ineptitud manejada por
una gavilla de ladrones que se autocalifican de políticos. ¿Usted cree que lo que acabo de
hacer es una caricatura exagerada?. No lo es, las cosas en nuestra educación han llegado al
punto de la caricatura. En ocasiones esos rasgos se quedan cortos para retratar el tipo de
referencias que nuestros profesores (con las excepciones obvias y meritorias que
lamentablemente son solo eso, excepciones) hacen de nosotros mismos. La visión de nuestra
historia, nuestro espíritu, nuestra percepción de lo que somos, pasa necesariamente por esa
formación, la de las ciencias sociales, la educación cívica, la educación comunitaria
(inexistente en nuestras familias y en nuestros colegios) y la educación para la democracia.
Sobre la base de esa realidad terrible ¿qué podemos esperar?. Simple y sencillamente
una visión llena de conmiseración y resignada impotencia sobre nuestras posibilidades como
sociedad. Quebrados por un racismo latente o explícito que ni la Revolución de 1952 ha
podido superar, ahogados en una visión estúpida de nuestro pasado, mutilamos nuestras
opciones de futuro. Así, vamos camino al desastre. Si desde que tenemos uso de razón no nos
creemos capaces de construir un país mejor, ¿cómo vamos a encarar esa construcción?.
LO QUE NO SOMOS
Bolivia es un país muy rico que desaprovecha su riqueza. No es cierto, es una nación
con recursos naturales razonables, en un nivel algo menor que el promedio en América Latina,
tiene interesantes reservas de hidrocarburos, pero muy por debajo de Venezuela, Ecuador,
Perú o Argentina, tiene un área forestal significativa, pero muy por debajo de Brasil y Perú,
con el aditamento de la fragilidad de sus espacios cultivables, tiene recursos mineros de
diverso tipo en proporciones relativamente equiparables a sus vecinos.
Los tres factores esenciales que el país debe encarar si quiere pensar en el futuro con
realismo, son en primer lugar y con ventaja el cultivo de su recurso fundamental, los
bolivianos y sus cerebros que, como decía Castells, son las computadoras más poderosas del
mundo. Sin esa visión cualquier otra reflexión sale sobrando, léase ducación y salud. El
segundo factor tiene que ver con el aislamiento, pero no solo el aislamiento físico, sino con el
aislamiento mental, producto de una actitud históricamente comprobada de encuevamiento
como dijo Luis Alberto Sánchez. Mirada mezquina sobre nosotros mismos y sobre los demás,
de prevención y poca flexibilidad ante el cambio, de creer que el mundo comienza y termina
en el ámbito provinciano de nuestras fronteras nacionales, ahora que el mundo es una sola
entidad globalizada (para bien o para mal). Aislamiento en todos los sentidos que debe
romperse, cambiando la orientación de nuestra educación, destruyendo nuestros complejos,
resolviendo el tema de nuestro enclaustramiento marítimo por la vía de un acuerdo nacional
genuino y realista, más allá de las utopías nostálgicas, que nos devuelva un acceso soberano al
Pacífico, pero que por encima de todo nos devuelva la capacidad de no temerle al mundo, no
presumir que todo lo que el exterior pretende con nosotros es destruirnos. No somos tan
importantes. El tercer y último factor es entender el nuevo tiempo no como una maldición sino
como una realidad a la que hay que adaptarse, sin que eso implique cesión de identidad, ni
destrucción de todo lo bueno que tenemos como nación, sino simplemente una cesión (de
hecho ya en vigencia) de aquellas competencias y soberanías que exigen los procesos
integracionistas, además de hacer compatible la modernidad (que tanto escuece como palabra)
con la permanencia de aquellos elementos que nos hacen distintos y que nos permiten
identificarnos entre nosotros.
Camacho cree, y tiene razón, que Bolivia es una más de tantas naciones, con problemas
similares, con desafíos parecidos, con perspectivas que permiten un moderado optimismo,
nada particularmente excepcional en el contexto al que hago referencia en esta columna. La
conclusión no es, ¡qué pena!, estamos condenados a la mediocridad, sino por el contrario, no
hay nada que permita pensar que estamos condicionados para el desastre .Podemos ser más,
crecer, desarrollarnos económicamente. En muchos sentidos es un punto de vista que me
obliga a reformular o cuando menos a repensar, algunas ideas más bien escépticas que sostuve
en este mismo espacio hace algunos años.
Hace tiempo que vengo reflexionando sobre un tema que me obsesiona, ¿Porqué
damos vueltas como el burro alrededor de la noria en un círculo perverso sin salida?. Hace un
par de días escuche un editorial de Eduardo Pérez cuyo enfoque me pareció muy lúcido. Decía
Eduardo que el problema principal del país no es la extrema pobreza, ni la gran corrupción,
sino nuestra mentalidad anclada en el siglo pasado.
La política del no, se ha convertido en una forma mecánica de actuar en Bolivia, bajo
ciertas ideas preconcebidas que se han convertido en nuestras propias coartadas. Un par de
ejemplos: A título de defensa de la educación fiscal y gratuita, escondemos ignorancia,
mediocridad, ineficiencia, cuando no franca corrupción traducida en ganar salarios de no hacer
nada o casi nada, garantizar una pega de por vida, por muy mal paga que sea. A título de
defensa de los recursos naturales, disfrazamos una mafia de control sindical y prebendas,
ademas de un peso específico política y partidariamente hablando que desaparecerían en un
nuevo escenario de inversión privada externa e interna y de mecanismos de libre empresa.
¿Si podemos hacerlo difícil porqué tendríamos que hacerlo fácil? Es la pregunta del
empleado público y del funcionario del sistema judicial, enredados en un nido de corrupción
que garantiza ingresos ilegales, que desaparecerían si los mecanismos se simplifican y
transparentan. Hemos asumido que los bolivianos somos impuntuales, corruptos e ineptos y
que es en esa lógica que debemos movernos. ¿Hora puntual?. No, ¡por favor!, dejaríamos de
ser bolivianos si llegáramos a tiempo a nuestras citas.
Aprenda a decir sí, señor. ¿Yo? ¿Decir sí? ¿Porqué pues?. No a todo, todo está mal,
toda iniciativa nueva es sospechosa. “Seguro este me quiere mamar” es el razonamiento
recóndito de una sociedad que recela hasta de su propia sombra y que no solo desconfía del
prójimo sino que desconfía de si misma.
Una sociedad que no es capaz de entender que esta lógica auto destructiva, que hace
que nadie pueda sacar la cabeza porque miles están esperando con una guadaña para
cortársela, amenaza el futuro, porque ese es el sustrato de nuestro espíritu, que beben nuestros
hijos en la casa y en la escuela. Es el entramado de los derrotados, desconfiados y resentidos.
Si un boliviano busca un pasaje de la historia para recordar, escogerá noventa y nueve veces a
Melgarejo dándole cerveza a su caballo Holofernes y una sola a Andrés de Santa Cruz
aprobando los primeros códigos de un país libre de América del Sur.
La modernidad no ha llegado porque aún las medidas de transformación que han sido
sin duda cruciales en los últimos años, no han tocado nuestras cabezas ni nuestras almas.
Seguimos con el sello -parece que indeleble- de ese viejo estado que no es más, pero sobre
todo de esa vieja imagen que terminamos por creer, de que estamos lisiados para el éxito.
Eduardo Pérez tiene razón, el peor problema de Bolivia es una mentalidad ahogada en una
centuria pasada o quizás más.
BOLIVIA EN POSITIVO
Todos los días, sin excepción, los medios de comunicación nos encargamos de recordar
lo mal que van las cosas, lo terrible que es la corrupción, lo estancada que está la economía, lo
gris que parece el futuro, lo pequeños que somos en el mundo, lo terriblemente pobres que
somos y la profesión de mendigos que tenemos desde el Presidente hasta el último ciudadano.
¿Dónde está el otro mensaje?. ¿Somos la terrible porquería que nos empeñamos en
retratar cotidianamente?. ¿Somos la patria del fracaso que aparece por todos los rincones?. Me
impresionó mucho una entrevista con el vicepresidente Quiroga publicada hace algunos días,
uno de cuyos títulos en recuadro decía que el país había sido construido a las patadas. No lo
creo, me parece que esa visión es parte de una mirada errada sobre nosotros mismos, que
termina por avergonzarnos.
Ese es también el país, ese es el Sí a Bolivia que nos negamos sistemáticamente a dar,
esa es una opción (no la única, por cierto) para que en nuestras escuelas, además de llorar
mapas de luto y reunirnos para lamentar el mar perdido, seamos capaces de enseñar a los niños
que hay muchas razones por las que podemos estar orgullosos de ser bolivianos, sin contar
fábulas ni mentiras, ni inventar Suizas inexistentes, simplemente estableciendo una visión
equilibrada de nuestros errores y nuestros aciertos, y entender la epopeya que fue para muchos
bolivianos y bolivianas, verdaderos constructores de la nación. Solo así podremos superar lo
que viene con éxito, sin vergüenza de nosotros mismos, sin complejos de culpa y de derrota,
sin sentido permanente de frustración. ¿Por qué no pensar de verdad Bolivia en positivo?
¿Cuan cierto es esto en nuestro país?. Bastante, aunque quizás con la salvedad de la
coexistencia de dos mundos paralelos, el urbano y el rural. El uno, o adocenado o en el camino
de la emulación de esos patrones culturales, el otro ajeno, inmerso en si mismo, cerrado en la
pobreza y la marginalidad, pero aún vigoroso en su cultura. Hablemos del 57 % del escenario
urbano de Bolivia. Igual que el tango o el bolero fueron los grandes fenómenos de los cuarenta
y parte de los cincuenta, de Elvis a esta parte, el rock, y sus infinitas variantes se metieron en
nuestra piel y se hicieron parte de nuestro pasado común. Enfundados en más o menos
ajustados jeans, terminamos en el círculo de las hamburguesas. La clase alta boliviana tiene a
Miami como su referencia más inmediata, a partir de los supermercados y sus productos (en
general residuos de la producción gringa), a partir de los soñados viajes a Orlando de sus hijos,
a partir de un estilo de vida copiado de Coconut Grove o de Bal Harbour. El cine que vemos,
sea el escaso de los cines o el de los video clubes, es abrumadoramente norteamericano. El
drama es que, como siempre, lo que termina por sedimentar no es el extraordinario aporte al
arte, la ciencia, la tecnología y la educación, que han hecho los Estados Unidos en este siglo,
sino el producto superficial y masivo para el gran consumo. Ir a Harvard es hoy como pensar
en Salamanca en el siglo XVIII, aunque -hay que decirlo- buena parte de los retoños de la
pequeña burguesía local terminen en alguna perdida y mediocre universidad del medio oeste.
Sea como fuere, estamos ante un nuevo escenario en el que las referencias a la música
pentatónica del altiplano, o las reflexiones parnasianas de Tamayo, o el indigenismo de
Guzmán de Rojas, son mucho menores que la música de Kurt Kobain o el ritmo de Café
Tacuba, o la línea melodramática de “Simplemente María”. Toda generalización es peligrosa,
cierto. Hay ámbitos en los que se produce cultura de un rango mucho más alto que el
mencionado aquí, sí, pero nadie puede negar que el interés de los jóvenes de hoy en el cine de
Sanjinés o sus secuelas es mucho menor que hace unos años. Nuestro cine, nuestra literatura,
nuestra plástica, están hoy mucho más cerca de referencias universales. ¿Y Lara, por ejemplo?.
Buena pregunta. Es el impacto de estos patrones lo que me preocupa, es la concepción de una
estética general y masiva uniformada para abajo, lo que plantea las preguntas sobre el futuro,
sobre un cambio de modelos culturales. Quizás la valoración de mejor o peor, sea puramente
subjetiva, o esté peligrosamente contaminada de elitismo, puede ser, pero es absolutamente
evidente que la globalización de la cultura, fuertemente contaminada de los modelos
estadounidenses, está cambiando severamente nuestro escenario.
Inevitablemente uno tiende a proyectar en los demás sus deseos, sus patrones de
comportamiento, sus valores y sus cánones de estética, sobre la idea de que esos patrones son
los correctos, son una forma de verdad más o menos absoluta. La historia boliviana es una
constante tensión entre visiones y valores que no son necesariamente compartidos de manera
global y que no responden a un mismo tronco. A lo largo de los siglos se han confrontado
universos radicalmente distintos, no sólo en tanto occidente se impuso en América a la fuerza,
sino en la medida en que el producto de ese encuentro dramático no fue la aniquilación de un
mundo a manos de otro, sino, por el contrario, fue la convivencia de dos mundos que, según
cómo y cuándo, coexistieron sin tocarse, se mezclaron de manera parcial, lucharon con diversa
suerte y generaron un mundo mestizo más o menos integrado, de acuerdo a la región donde
ese fenómeno no se produjo, dependiendo siempre de la fuerza de los pueblos que estaban
asentados desde antes de la llegada de Colón.
Nadie puede negar en Bolivia la fuerza y presencia de pueblos andinos y del oriente
cuya impronta ha marcado a fuego nuestra realidad, tampoco se puede olvidar el
impresionante caudal creativo del proceso de mestizaje étnico y cultural del país, pero esa
realidad no nos puede hacer perder de vista que desde la instalación de España en nuestro país,
el manejo del destino nacional estuvo generalmente en manos de una élite que, además de
responder a determinados intereses económicos, estaba educada en la raíz occidental de
nuestra cultura, sus patrones tenían mayoritariamente relación con modelos europeos y sus
ideales, influidos por una lengua y una religión, inclinaban la balanza hacia una idea del
mundo con su centro en Europa. A pesar de ello, el período colonial dejó un testimonio de
fusión y creación de una cultura nuestra que puede relacionarse con el nacimiento de un
proceso de identidad propia (Arzans en la escritura, los textiles hijos del mundo prehispánico,
la mitología y utopías americanas producto de dos mundos diversos, Sica Sica, Copacabana o
Manquiri en arquitectura, Araujo en música). Paradójicamente el período colonial fue capaz
de establecer una vinculación mucho más viva entre la cultura oficial y la otredad, que la que
surgió después de la independencia.
A partir de los años sesenta y setenta el crecimiento vertiginoso de una red urbana
nueva, con colores, olores y sabores, con procesos de decoración, de moda, de uso de los
espacios exteriores e interiores, dejó como resultado que el mundo “puro” de los estetas que
cantan a occidente fue invadido, cambiado y desnaturalizado por el pueblo, cuyo melange
estético es difícil de descifrar. A pesar de esa realidad incontrastable se erigen los defensores
del buen gusto, de la verdadera belleza, de lo que debe hacerse y lo que no, de lo que está bien
y lo que está mal. Una cierta mentalidad colonial, un cierto aire soberbio, una extraña
conciencia de poseer la verdad absoluta, única (y occidental), es el tufillo que queda detrás de
las admoniciones que olvidan que, tal como están las cosas, es tiempo de preguntarse en qué
medida éste no es un juego absurdo, en el que una minúscula minoría pretende imponer
criterios de belleza a una gran mayoría en medio de un monumental equívoco, ya que
hablamos idiomas distintos, pensamos distinto y tenemos patrones y valores distintos.
La realidad mestiza de nuestra cultura no parece pasar por los cánones directamente
heredados de Grecia, Roma y el Renacimiento italiano; tiene sí esas raíces (las más débiles),
pero también otras con otros criterios de color, proporción y uso del espacio. Insistir en
construir una ciudad más o menos posmoderna, más o menos idealizada de nuestro pasado
prehispánico e hispánico, pero siempre sobre bases racionalistas, puede conducirnos a una
gran frustración. Quizás es tiempo de entender nuestra cultura no desde la dimensión de la
élite “culta” sino desde la óptica cotidiana impregnada entre otras muchas capas culturales de
aymarismo. ¿Qué es lo que la mayoría quiere? ¿Cómo aplicarlo de manera sensata? ¿Cómo
vivir sin encorsetar a la gente en el escenario de los supermercados y los macdonalds? Quizás
una ciudad-mercado, de espacios abiertos, de vida común diferente a París o Nueva York, sea
una respuesta más racional que el continuo rasgarse de vestiduras de un código estético que
sólo funciona en las cabezas cartesianas de quienes lo promueven.
LA CULTURA DE LA VULGARIDAD
Que las calles principales de nuestras ciudades estén trasegadas de orines y escupitajos
producto de la más absoluta carencia de respeto por el prójimo y de una falta total de
educación ciudadana, que pintarrajear las paredes ajenas -sea con propaganda política, graffitis
amorosos o signos obscenos- se haya convertido en parte de nuestra actividad cotidiana, que
cada vez parezca menos necesario saludar con educación y mostrar buena voluntad al vecino;
son todos síntomas de deterioro, no de modernidad ni de democracia. Permitir a la mayoría el
acceso a la cultura, al ocio, a todos los ámbitos de las ciudades sin restricción, está bien, pero
degradar por ello las relaciones de solidaridad, responsabilidad colectiva, sentido de servicio
comunitario, es una verdadera desgracia.
A estas alturas pensará el lector que me ha venido un ataque insólito de pudor. No.
Creo en la libertad de elección, creo que los adultos tenemos derecho a escoger lo que
miramos, leemos y escuchamos, tenemos derecho si queremos optar a ello, a la pornografía y a
la prostitución y a la opción sexual que decidamos. Lo que comienza a ser preocupante es el
exhibicionismo de los medios de masas, el deterioro de los rangos de gusto, de sentido común,
de respeto por los demás y por uno mismo que ésta tendencia irrefrenable está generando en
nuestras sociedades. La consecuencia obvia es una pérdida creciente de sensibilidad, una
celebración de lo grotesco. Aquella frase tan contundente de Les Luthiers al referirse a la
televisión de que “el que piensa pierde”, puede aplicarse a una gran parte del entretenimiento y
el ocio de la sociedad, cada vez más próxima a la brutalidad, a la explotación obsesiva del
mundo genital y la obscenidad, que se refleja en el tipo de humor corrosivo e implacable.
Hemos pedido llamar a las cosas por su nombre, hemos buscado romper con la hipocresía y
“tomar el toro por las astas”. Todos muy sinceros, pero la sociedad sigue funcionando igual o
peor, la hipocresía sigue viento en popa, con la única diferencia de que ahora las blusas y los
calzones son transparentes. No acaba uno de ver si se ha ganado mucho con el cambio, o si por
el contrario no estamos encalleciendo nuestras relaciones y aunque parezca una tontería
decirlo, nuestros valores importantes.
La calidad de vida de nuestras ciudades ha caído, las tensiones suben a medida que
crecemos, y empeoramos en algo esencial, la relación interpersonal, el hecho de saber que
tenemos al lado al prójimo. En ese contexto, la posición aparentemente “demodé” de Mansilla,
es un llamado de atención ante un mundo que ha decidido voluntariamente fondear no solo
aquello reprobable de las elites, sino también el cultivo de determinadas formas externas, que
reflejan inevitablemente posiciones de espíritu y aún ciertos elementos éticos que, ahogados,
perecerán inevitablemente en una masificación para peor. Porque nadie puede negar que los
concursos vacíos, con grititos que parecen más de retardados que de personas inteligentes, con
“sketchs” cuya vulgaridad podría poner en figurillas a quien quiera escoger cual es peor,
reflejan un evidente deterioro de los niveles de exigencia de la sociedad, o mejor, la puesta en
evidencia de que el gusto de las mayorías no tiene nada que ver con la reflexión estética que
prima en el pensamiento de siglos, expresado por las grandes figuras de la filosofía universal.
Verdad de perogrullo que no por obvia deja de ser deprimente.
Pero quizás el mayor drama sea el estigma sobre las lenguas nativas. Mientras la
cultura y la lengua quechua-aymara sean despreciadas, mientras hablar esas lenguas sea
motivo de vergüenza frente al mundo castellano, mientras sea lengua de empleadas domésticas
de cocina y de entre casa, mientras quien habla aymara prefiera no reconocerlo, mientras el
castellano sea un símbolo de status, serán los propios padres de familia quechuas y aymras los
que pedirán una educación exclusivamente en castellano. Ese es el tema más terrible de todos.
El reconocimiento del otro no solo en la Constitución sino en la vida cotidiana. Aún nos falta
mucho camino por recorrer para lograrlo.
En este contexto, la ciudad de El Alto juega un rol muy particular, por su dimensión y
su gravitación cada vez mayor en el país, puede convertirse en el vértice de dos rutas, la
confirmación de que las lenguas nativas van camino a su destrucción (tendencia plenamente
confirmada por el censo de 1992 en comparación con los de 1950 y 1976), que han reducido
en más de un tercio porcentual la presencia lingüistica del quechua y el aymara en el mapa del
país, o por el contrario dada su magnitud un escenario de permanencia del aymara. No se trata
de un conflicto artificial entre “modernistas” y “retrogrados·”. A estas alturas está claro que
parte de la riqueza esencial de una cultura es su lengua y es política mundial la preservación
de ese patrimonio lingüistico, está claro también que el destino de Bolivia es, en cuanto a
lenguas, el castellano como vehículo universal de comunicación interna y de comunicación
con el mundo, está claro en consecuencia, que de lo que se trata es de fomentar un bilinguismo
que no empobrezca ni al aymara ni al castellano. El desafío es complejo y tiene que ver con
todo el sistema educativo. La Paz por su peso específico en Bolivia y en la región andina,
debiera encarar con más seriedad de la que hasta hoy, una política de gran escala con relación
al aymara como parte de la reforma educativa, pero como una iniciativa regional que tenga
sentido.
La decisión del Concejo Alteño, es un paso muy importante, pero que puede quedar en
agua de borrajas si se limita a una resolución y cuatro papeles. Debiera ser el modelo piloto de
muchos municipios que con diversas lenguas tienen el mismo problema, o mejor la misma
riqueza de lenguas. Establecer criterios de traducción exacta de documentos, trabajar
intensamente con la grafía del aymara, uniformar ese concepto de grafía de cara al futuro y
difundir algo fundamental, la lengua escrita, mientras el aymara sea solo una práctica oral
estará en neta desventaja en relacion al castellano. El plantemiento de instituciones que como
la academia de la lengua se preocupa por preservar y enriquecer el castellano, debiera
concebirse para el aymara, igual que el de bibliotecas y de programas de radio y televisión no
solo en aymara, sino sobre el aymara.
La Alcaldía Alteña da un paso que las circunstancias le obligan a dar, que sea parte de
un proceso de fortaleza de una cultura tan importante como la aymara, que sea un modelo, que
sea una mirada al futuro largo de nuestras culturas originarias.
LP, 1º de agosto de 1999
MATRIMONIO KOLLA: EL SEXO QUE ASUSTA
“!Torito quinceañero caraju!” grita con los pantalones a medio subir un hombre del
norte de Potosí que vuelve corriendo al círculo donde se desarrolla una fiesta de matrimonio
en la región, tras haber tenido relaciones sexuales al aire libre y en pleno día con una de las
invitadas. Esta es una de las escenas de la película “Matrimonio Kolla” que ha desatado una
polémica cuya trascendencia ha sido relativamente modesta, pero que me parece muy
importante, no tanto por los valores intrínsecos del video en cuestión como por el tema, su
tratamiento y lo que representa.
La primera reacción ha sido la de los pocoateños que se han sentido ultrajados por el
argumento del filme cuyo tema excluyente es sexual. La cinta es, en una hora y media, una
danza interminable de carácter ritual y expresamente concebida para la celebración del
matrimonio, que incluye el baile, la comida frugal, el consumo ilimitado de alcohol y un solo
objetivo de casi todos los invitados, tener relaciones sexuales indiscriminadas en la propia
fiesta, que comienza a pleno día y termina en la madrugada siguiente (por lo menos en la
cronología del filme). Los protagonistas hablan exclusivamente en quechua, se emborrachan
hasta casi el embrutecimiento, usan de manera sostenida un lenguaje procaz explícitamente
sexual y tienen relaciones carnales más de media docena de veces, sin importar su condición
de pareja, su edad o su diferencia económica. Sin excepción, todas las relaciones tienen un
carácter de uso, la cópula un par de minutos y el desahogo casi animal. Los hombres tratan a
las mujeres como objetos y las comparan casi siempre con animales. El director se permite
introducir elementos ajenos y hasta caricaturescos, cuando órganos sexuales “autónomos·”
flotan en una habitación y se introducen en el sexo de una mujer ansiosa de ser poseída o
cuando del órgano masculino salen físicamente rayos al acercarse al cuerpo de una mujer,
marcando los momentos más grotescos de “Matrimonio Kolla”. Pero si lo pensamos bien,
probablemente el lenguaje, el alcohol y la cosificación son también parte de la cultura
occidental y mestiza en la que vivimos. ¿Porqué entonces el impacto?.
Cualquiera de las dos posiciones permite entrar en un escenario al que nunca nos
quisimos acercar. Abre el debate sobre visiones de mundo distintas, sobre concepciones
culturales muy poderosas y sobre tradiciones que establecen comportamientos y patrones
distintos, muy lejos de los impuestos a partir de una visión cultural, la urbana semi occidental
que, insisto, de pronto reproduce de modo más o menos sofisticado todos los elementos que
nos parecen brutales en “Matrimonio Kolla, desde el lenguaje soez, hasta el machismo,
pasando por un elemento inevitablemente animal en la relación sexual, aún en aquella cuyo
punto de referencia central es el amor. De igual modo, es la interpretación y práctica de lo que
llamamos amor, lo que se expresa de un modo distinto en una cultura y en otra. Alejemonos de
“Matrimonio Kolla” y preguntemos sobre nuestros parámetros de juicio. ¿Son racistas también
en esta perspectiva?. ¿Cómo valoramos la violencia abierta, frente a la violencia encubierta?.
¿Nos limita el mito del “buen salvaje” y la mala conciencia, desde los resabios pequeño
burgueses de la solidaridad con nuestros compatriotas de otras culturas?. ¿Hemos inventando
una fábula idealizada de los valores indígenas, como contrapeso de cuatro siglos de
irracionalidad de juicio más o menos disfrazada?.
Creo que es tiempo de aceptar nuestro terrible y peligroso desconocimiento del otro y
lo deleznable de nuestros instrumentos de análisis. Pero a la vez, creo que es necesario
terminar con nuestros complejos de culpa y ser capaces de mirar al otro como igual, aún para
desnudar su realidad íntima, tanto como es necesario desnudar la nuestra llena, probablemente
igual que la suya, de tabús, complejos, excesos y peligros, o por supuesto, de rasgos
extraordinarios de placer en la ecuación integral de nuestros cuerpos y nuestras almas cuando
de sexo se trata.
LAIMES Y QAQACHACAS
¿Es otro mundo?. ¿Es un mundo congelado?. Es una realidad separada, autónoma en su
lógica, excluida de este siglo y de todos los siglos.
Laimes y Qaqachacas reprodujeron un ritual centenario, más allá de la república y de la
colonia, nacido en un tiempo en el que las cosas se concebían de otra manera, pero alimentado
y quizás modificado en algo por el transcurso de nuevas reglas de juego, a partir de la
presencia de la corona española y del nuevo estado independiente.
En este universo extremo, en esta subversión definitiva de todas las reglas que el
mundo de hoy asume como intocables, en esa ruptura de algunos tabúes esenciales, volvemos
a mirar el espejo de un estado incapaz de acercarse a sus ciudadanos, de unos ciudadanos que
no lo son, de un cielo que no se ve y de un infierno cotidiano. Los ayllus cada vez más
enredados en este ovillo sangriento, están a no más de una hora y media de una carretera
asfaltada y en unos meses más vivirán a veinte minutos de esa carretera que une Oruro y
Potosí. No están como podría pensarse en el “lado oscuro de la luna”. Pero es como si
estuvieran allí. El estado no interviene ni para resolver los problemas de extrema pobreza, ni
para garantizar la paz, ni para nada. Y es muy probable que después de este shock nacional,
volvamos todos a olvidarnos de esa terrible realidad.
El problema es que estas reflexiones son absurdas en la medida en que una vez más
hablamos de un estado que no existe como tal ni ejerce soberanía ni influencia en toda su
heredad. Lo grave es que no lo hace porque prescinde, porque su lógica excluyente no cesó el
52 como podría creerse, porque la idea de comunidad no es extensiva a todos, sino meramente
teórica. Si el estado existe, dónde está en estos ayllus desolados por la violencia que ellos
mismos generan y que nosotros alentamos desde fuera con el olvido y el desprecio.
Para acercarse al problema, primero hay que entenderlo, pero no en la óptica del racionalismo
con aires de suficiencia, ni en la del culturalismo entre paternalista y solidario, sino en la
responsabilidad de una sociedad para con sus partes. El imperio de la ley aquí es el imperio de
la vida, y eso es mucho más que asegurar el cese de las masacres mutuas. Es el desafío que el
estado boliviano no es capaz de resolver desde que nació como idea creadora.
Los cruceños que son los más avispados de todos los bolivianos, se vienen quejando
desde hace mucho tiempo de que no reciben un monto acorde a su verdadera población, en
tanto dicen - no sin razón - que su índice de crecimiento es el más alto del país y que hoy su
población es mucho mayor que la registrada en 1992. Pero como el referente es el último
censo, hasta el próximo no queda más que ir a llorar al cuartito. Ni cortos ni perezosos
planificaron una inteligente operación de marketing nacional con el apoyo de la prestigiosa
Universidad Privada de Santa Cruz. De acuerdo a los cálculos de la UPSA, el pasado jueves
19 de marzo (día del padre para mayor gloria) nació el cruceñito número 1.000.000. Podía
haber sido el cruceño un millón alguien recien llegado vía flota a Santa Cruz, o alguien
acomodado aterrizando en Viru Viru, pero como de lo que se trata es de contar a alguien que
llegó para quedarse, un recien nacido tiene mucho más valor simbólico. Se trató además de un
niño nacido en un centro hospitalario público, hijo de dos inmigrantes collas (orureños), un
verdadero retrato de la ciudad que es hoy, como lo fue La Paz hasta no hace mucho, un
verdadero crisol de la nación. El INE tardó menos de un soplo en salir al paso objetando la
validez científica del cálculo. Los argumentos parecen válidos. Nadie puede negar además que
el INE maneja la información sobre la base del censo que realizó el 92 y sobre la evolución
censal desde 1950. La diferencia entre un cálculo y otro es de 60.140 habitantes. Digamos que
no es algo tan terrible que elimine el valor emblemático que con un olfato de imagen
envidiable, han promovido lo cruceños de cara al país. Por otra parte, nadie les sacará de la
cabeza que su ciudad tiene ya un millón de almas y el niñito camba - colla que acaba de nacer
será siempre el cruceño un millón.
Esta polémica ha puesto otra vez en el tapete la evidencia del vertiginoso crecimiento
de la población urbana en Bolivia, que para el año 2000 representará el 64 % del total (contra
57 % el año 92). Pero, contra lo que podría creerse no es Santa Cruz la ciudad que más crece
de entre los grandes centros urbanos. El Alto tiene una tasa de crecimiento superior al 9 %
anual, contra algo menos del 7 % de Santa Cruz. De ese modo, el área metropolitana La Paz -
El Alto suma ya 1.300.000 habitantes, frente a casi 1.000.000 de Santa Cruz de la Sierra. Pero
lo más importante; en 1992 La Paz tenía 713.378 habitantes; en 1998 tiene 762.857, El Alto en
1992 tenía 405.492 habitantes y hoy tiene 534.466. Mientras La Paz ha crecido en 49.479
personas, El Alto lo ha hecho en 128.974. La tendencia está a la vista, en unos pocos años El
Alto tendrá mayor población que La Paz. El núcleo urbano más pobre del país, el que se
despliega en las condiciones más adversas (a 4.050 mts. sobre el nivel del mar en pleno
altiplano), uno de los que está peor administrado y que menos recursos recibe
proporcionalmente por tributos, es el que más explosivamente crece. Aunque ambas ciudades
sean una mancha urbana indivisible y núcleos interdependientes, el efecto socio - económico
no solo sobre La Paz, sino sobre la región y sobre Bolivia puede ser dramático.
Hay también otros elementos interesantes en las cifras proyectadas del INE. Por
primera vez dese 1976 una nueva ciudad supera los 200.000 habitantes, se trata de Oruro que
aunque con crecimiento lento, sigue siendo el cuarto conglomerado urbano de Bolivia. A su
vez Tarija se convierte en la séptima ciudad en superar la barrera de los 100.000 habitantes.
Finalmente, Cobija casi duplica su población en menos de seis años, al pasar de 10.000
habitantes en 1992 a 18.000 en 1998, lo que la coloca por primera vez entre las veinte
ciudades mayores del país.
Si bien es cierto que hay un proceso migratorio muy importante al oriente, del que sin
duda Santa Cruz es el principal imán, no lo es menos que La Paz - El Alto y Cochabamba
ciudad, son dos polos de atracción muy importantes que siguen marcando un rango de relativo
equilibrio con Santa Cruz, sino en términos absolutos occidente - oriente, sí en términos
relativos que establecen una distribución diferente a la hiper concentración de centros urbanos
como Santiago, Buenos Aires, Lima, Montevideo o Asunción en relación al resto de sus
respectivos países.
Un comentario que hice sobre una marcha organizada por los empresarios privados de
Santa Cruz en la tercera edición de P.A.T. el pasado 13 de Septiembre, desató una polvareda
digna de mejor causa.
En general las críticas publicadas en la prensa y de viva voz a quien escribe, se apoyan
en dos tópicos que se han convertido en una chapa de orgullo para algunos sectores cruceños.
El primero, que Santa Cruz no le debe nada al resto del país y el segundo que le debe menos
todavía a los diferentes gobiernos que, parece entenderse, solo gobernaron para los collas.
Todo lo que es Santa Cruz, dicen, se lo debe exclusivamente a sus hijos, su capacidad, su
tesón y su mirada visionaria. Lo saludable de esta polémica es el debate, que las ideas se
combatan con ideas y que las críticas se hagan con el lenguaje, el mejor instrumento de
nuestra inteligencia y no como en el pasado en base a las amenazas y los palos.
Empezare por decir que soy un convencido de que si alguna región del país es positiva
y cree en si misma, es Santa Cruz. Más que eso, el espíritu cruceño debiera servir para que el
resto de los departamentos tomen el ejemplo de una sociedad cuya dinámica y capacidad de
trabajo y de uso adecuado de las oportunidades históricas, la ha colocado a la vanguardia del
país. ¿Quién podría dudar hoy del rol que Santa Cruz tiene ya como primer departamento
económico de Bolivia y locomotora de la nación en su ingreso al siglo XXI ?. Es una realidad
de la que como boliviano me siento orgulloso. Y como me siento con todo el derecho de
elogiar y felicitarme por el crecimiento de una parte de mi país, me siento con el mismo
derecho de criticar lo que me parece errado o excesivo. Esa es parte esencial de nuestra
democracia.
Otro tema que me parece más que debatible es aquel que determinados sectores de
Santa Cruz (especialmente logias y fraternidades) han transformado en una verdad intocable.
Ninguna sociedad en el mundo puede negar su deuda histórica, esa negación no contribuye a
una visión integradora, no solo de la nación boliviana sino del propio ser latinoamericano.
Nadie crece aislado del mundo. La realidad de un centralismo secante y una visión
andinocentrista que la elite poderosa de Bolivia tuvo, no puede hacer olvidar elementos de la
Bolivia de ayer y la de hoy que contribuyeron al crecimiento cruceño, igual que otros muchos
elementos mantuvieron postergada injustamente a esa región. El rico pasado colonial del que
Santa Cruz se enorgullece hoy, las misiones de Chiquitos, estuvo ligado a dos ejes económicos
Paraguay-La Plata y la audiencia de Charcas a través de un mecanismo comercial de
intercambio que benefició a ambas partes. Negar la importancia del plan Bohan diseñado en
1942, la construcción de la carretera Cochabamba-Santa Cruz en el periodo 1943-1955, el plan
de diversificación económica del MNR (diseñado en 1955), la inversión en YPFB en la década
de los años cincuenta (con una parte de las divisas por exportación de minerales), el plan
decenal de 1961 que hacía un énfasis notable en la agroindustria y la colonización de tierras
bajas y finalmente la política de créditos y de inversión pública del gobierno de Bánzer, sería
no solo miope, sino también injusto. Sería tan injusto como negar las luchas de identidad
regional de Ibañez en el siglo pasado, el trabajo visionario de intelectuales e industriales
cruceños y la sacrificada conquista de las regalías en el final de los años cincuenta (con el
costo de sangre que eso supuso), paso fundamental para el crecimiento económico de Santa
Cruz, tierra bendecida por extraordinarios recursos naturales. La etiqueta del centralismo hace
olvidar a veces políticas explícitas y positivas de diversas gestiones para apoyar el crecimiento
del oriente que era, no debemos olvidarlo nunca, el desarrollo de Bolivia. Hoy además
talentosos cruceños contribuyen a la gestión de gobierno y los cambios (que se podrán elogiar
o criticar) que se están desarrollando. Aceptar esto no significa negar el mérito gigantesco de
los hijos de la tierra camba en su propio éxito, que hoy es más evidente que nunca, por eso
Santa Cruz es el crisol que ayer fue La Paz, por eso aymaras, quechuas, chapacos, indígenas
orientales llegan a la capital cruceña incesantemente, no solo porque hay oportunidades de
trabajo sino porque son bien recibidos, ¿quién puede dudarlo?.
Santa Cruz toma la posta que La Paz llevó por diferentes razones a lo largo de casi
todo el siglo XX. La obligación de la elite cruceña es comprender que se acabó el tiempo de la
reivindicación regional. Es el tiempo de pensar lo nacional ,de saberse con la responsabilidad
mayor en el país. La bandera que fue útil ayer, es ya insuficiente. Ahora les toca pensar en
Bolivia porque la historia impone esa responsabilidad. El salto del provincianismo a la nación
culminará una ruta histórica irreversible y buena para todos.
Una muy sabrosa polémica entre Carlos Dabdoub y Freddy Pando (El Deber) a
propósito de la identidad cruceña, a partir del número de habitantes “originarios” y “foráneos”
en Santa Cruz de la Sierra, me hizo pensar sobre cómo se construyen las sociedades y sobre
todo, como evoluciona una sociedad cuando se convierte en un polo de desarrollo y un imán
del crecimiento.
Cuando una ciudad sufre un cambio tan impresionante como Santa Cruz y pasa de
42.746 habitantes en 1950 a 950.000 (INE) en 1998, es decir más del 2.000 % en medio siglo,
o para ponerlo más gráficamente multiplica veintidos veces su tamaño, mientras en ese mismo
período La Paz-El Alto multiplica solo por cuatro su tamaño, se produce una modificación que
quizás solo pueda compararse en nuestro país con la que vivió Potosí en el siglo XVII, cuando
la ciudad del Cerro Rico, llegó en pocas décadas a ser una de las cinco mayores urbes del
mundo. Pero, hecha esa relativa salvedad, nunca en la historia de Bolivia una ciudad
importante, cuyo peso específico tenga un efecto significativo sobre el total del país, ha
crecido en esas magnitudes. Esta es en consecuencia, una experiencia nueva. Podría pensarse a
la hora de la comparación, en las explosiones demográficas producto de la migración europea
de principios de siglo de ciudades como Buenos Aires, pero este es un caso sobre todo de
migración interna. En ese contexto, podría preguntarse por qué una preocupación sobre la
identidad cultural. ¿Es tan dramáticamente distinto el boliviano que llega a Santa Cruz de
aquel que vive allí hace generaciones?. La respuesta tiene que ver con los hechos objetivos y
con la percepción que el cruceño tiene de si mismo, pero tiene que ver sobre todo con el shock
de crecimiento que es a la vez un shock de madurez.
La Paz, que tuvo durante casi dos siglos ese rol de liderazgo y de cabeza de la nación,
afrontó ese mismo choque, con la diferencia de que la presencia indígena fue siempre su rasgo
dominante. El mundo aymara es en esencia el mundo de La Paz, es la ciudad más india de
América. Aún y a pesar de los serios problemas raciales y de la confrontación ideológica que
implicó, la ciudad terminó por asumirse en sus rasgos cobrizos, en sus polleras y en su veta
profundamente india. Descubrió el camino del mestizaje en un pasado colonial y en su
realidad de hoy, otra vez teñida de aymara con el crecimiento inmenso de El Alto, todo a
pesar de su clase dominante (bien teñida de sangre india, por cierto).
Para Santa Cruz el tema tiene una veta distinta, las lenguas de los Andes no le eran
familiares y hoy son parte de una cultura dinámica en la ciudad. En el cuarto anillo se come un
excelente fricasé paceño, Wilstermann y Bolívar tienen hinchadas en Santa Cruz que más allá
del Tahuichi se traducen en petardos de celebración cuando uno de ellos gana la final de la
Liga. La saya terminó siendo aceptada en el antes hermético carnaval cruceño. El 16 de julio
se celebra en Santa Cruz con desfiles, homenajes y fraternidades....Pero los hijos de los
inmigrantes se sienten cruceños, se quieren asumir cambas de verdad, se hacen al calor, al
tono de voz y al estilo desenfadado más rápìdo que volando. La ciudad aprende velozmente lo
que es ser cosmopolita.
A la par que aparecen elementos del mundo andino, el poder cultural cruceño
reconstruye su propia historia. El complejo arqueológico de Samaipata, las misiones de
Chiquitos y su música, el festival Sombrero de Saó, la intensa actividad teatral o plástica, la
explosión de los medios de comunicación cruceños, son parte de una cultura viva, en la que el
mestizaje (étnico y cultural) es un paso adelante, nunca un paso atrás. Santa Cruz es hoy una
marmita en ebullición. La ruptura de los complejos de la elite no será fácil, quizás no se dará
nunca, los mecanismos de las logias seguirán funcionando, ocurre en toda sociedad, pero la
irrupción del nuevo entramado social es inevitable, necesaria y positiva. La identidad camba
se verá reforzada, igual que el altiplano recogió la doble veta indígena y española. El viejo
discurso regional que sirvió para hacer de Santa Cruz lo que es hoy, no sirve más. Santa Cruz,
está descubriendo en estos años magníficos algo que quizás nunca nadie vivió en Bolivia, un
horizonte de crecimiento que está cambiando al país entero. No solo tendrá que readecuar sus
ideas la vieja elite camba, eso sería lo de menos, todos los bolivianos estamos obligados a
pensar al país de otra manera a partir de esta historia fascinante que se esta escribiendo en la
tierra fundada por Ñuflo de Chávez, lo que es sin duda extraordinario, porque es un momento
de esperanza de caminos abiertos y no de túneles oscuros sin salida.
Estamos en el límite de la enajenación colectiva, sobre todo aquí en las alturas, en las
que la única frase posible parece ser “el último que apague la luz”. No hablamos sólo de
Potosí u Oruro, hablamos de la sede de gobierno. La ciudad que crece demográficamente a un
promedio cercano al 5 % anual (prorrateado el crecimiento de El Alto y La Paz), que se
transforma a partir de una dinámica de construcción pocas veces vista en el pasado, que sigue
representando con mucha ventaja el mayor aporte en impuestos, que representa una gran parte
del movimiento financiero nacional, que ha abierto rubros de exportación no tradicional
absolutamente novedosos y rentables (como el oro trabajado, por ejemplo), que sigue a la
vanguardia de la educación y la cultura, que ha dominado el escenario de la Liga del fútbol
profesional (quince de veintiún campeonatos obtenidos por clubes paceños), se mira a si
misma con conmiseración, con un pesimismo rayano en la estupidez, con una actitud de
ciudad derrotada frente a si misma. La Paz, no sólo no está derrotada, sino que tiene, a poco de
cumplir 100 años como sede de gobierno, un importantísimo papel que jugar en el país por
muchas razones que pueden prolongar su contribución a lo largo de los casi dos siglos de vida
republicana.
Los paceños hemos decidido decir siempre no y rendirnos ante problemas cuya
magnitud está a la altura de nuestra capacidad, con vacíos de liderazgo indiscutibles, pero que
tenemos perfecta capacidad de llenar y con opciones económicas que, me lo comentaba
Romero, no pueden haber desaparecido por el solo hechos de que el oriente -en muy buena
hora- despertó para hacer de Bolivia un país más equilibrado y balanceado. Si Bolivia vivió
por más de cuatro siglos y medio con más del 80 % de la población en las alturas, si pudo
alimentarse de los productos cultivados a más de dos mil metros, si edificó ciudades
extraordinarias e hizo cultura y economía y patria a la sombra del macizo andino, ¿porqué arte
de birbiriloque a partir del año 2000 esas realidades y potencialidades desaparecerán? ¿Se secó
la tierra, las montañas no tienen más minerales, el hombre y la mujer de lo Andes carecen de
creatividad, no vencimos esos obstáculos antes, no podemos seguir venciéndolos hoy?.
Es tiempo de que el estado boliviano revise su política para con el occidente, lo que no
quiere decir en absoluto que deje de apoyar con fuerza a las otras regiones de Bolivia, pero
hay una cierta lógica consciente e inconsciente de tirios y troyanos de “cerrar el negocio” en
las alturas y bajar al nuevo Shan Gri La. La tarea es común, de los collas y de un estado que
parece entregado y obnubilado por las brillantes gemas del este. Entre el extremo del olvido
del pasado a todo lo que no fuera andino y la peligrosa prescindencia fatalista de hoy,
debemos encontrar un punto intermedio.
Pero probablemente el desafío pasa otra vez por nosotros mismos, sobre todo por un
empresariado que está viviendo el cuarto de hora del ensueño. Occidente es parte de una
nación con potencialidades notables que debemos explotar. ¿Será posible que los collas
aprendamos a decir si? ¿Será posible que volvamos a creer? ¿Será posible que reconozcamos
nuestras propias capacidades inextinguibles hasta hoy?. Más allá de si nos gusta o no el
alcalde, más allá del lloriqueo en el que vivimos como profesión. Si por algo nos conocen hoy
es por llorones y derrotistas. He decidido a partir de hoy negarme a la autoconmiseración y al
autoflagelamiento, lo que no quiere decir negar la autocrítica, siempre y cuando seamos
capaces de construir a partir de ella.
Es cierto que sus hijos hacemos muchos esfuerzos por echarla abajo, por destruir sus
hermosas montañas, por colgarnos de sus laderas hasta vencerlas, por vivir unos encima de
otros hasta quedarnos sin lugar, por especular con las pocas áreas verdes que aún quedan hasta
ahogar sus esmirriados pulmones, por pelearnos día y noche en las calles atestadas de
automóviles hasta perder los nervios, por construir barrios nuevos tan densos y tan estrechos
como en el pasado. Pero no es menos cierto que esta es una ciudad viva, dinámica, hirviente,
que crece sin cesar, que es un polo de atracción de migración, que está en permanente cambio,
a cuyo amparo se ha desarrollado la ciudad de El Alto que es parte de La Paz, integral e
indivisible.
La Paz es la ciudad andina más importante de América, no solo por su tamaño que toca
ya el millón y medio de almas, sino por la fuerza de su cultura, por la impronta aymara, por su
resultado mestizo, por sus características peculiares en las que dos mundos no solo se tocaron
y construyeron juntos, sino que conviven lado a lado, cada cual con parte de su alma propia y
parte de su alma mezclada.
La Paz fue y es aún ciudad capitana porque en esta tierra se selló la independencia en
la batalla de Ingavi, aquí se resolvió el cambio radical de la Revolución de abril, en La Paz se
gestaron los más importantes movimientos populares y este fue el escenario principal de la
recuperación democrática. Es una tierra hechizera e inolvidable que marca a fuego, aún para el
disgusto. Es un cono de luces volcado desde el cielo, o un salto sin límite a la nieve eterna de
la montaña tutelar, o un acerado espejo de agua en las alturas del Titicaca, o verde sin límite
descolgado de los Andes y extendido hacia el norte. Fue cuna de hombres de leyenda
creadores de imperios como Manco Kapac, testigo de rebeldes como Pizarro y Carvajal y
madre del más grande paceño de la historia, el Mariscal Andrés de Santa Cruz, hijo de una
india de la nobleza incaica y un hidalgo español.
Estos cuatrocientos cincuenta años son un buen momento para reflexionar, pero con
optimismo, no en la lógica de los derrotados a la que nos hemos mal acostumbrando en los
últimos años.
“Dime un solo lugar de esta ciudad en el que puedas sentirte feliz de estar, que te
parezca hermoso, que te de paz, en el que puedas disfrutar genuinamente. Dime uno solo que
sea más bello que antes, que se haya mejorado o que haya nacido recientemente”. Estas
reflexiones que me espetó Eduardo Berdegué, me cayeron como mazazos mientras mirábamos
los techos de la ciudad desde mi oficina, y ciertamente plantean una de las más terribles
realidades de esta ciudad entrañable y amada, que se va disolviendo ante nuestros ojos para
dar lugar a ese duro y abigarrado amontonamiento de ladrillos en bruto, bloques de cemento,
calaminas herrumbradas, callejuelas y callejones cada vez más estrechos, con un solo vértice
común, el desorden infinito y el estrangulamiento implacable que aún no termina de
pasmarnos.
¿Cómo se puede querer una ciudad en la que no hay espacios comunes para disfrutar,
lugares donde salir a hacer ejercicios o montar bicicletas, parques amplios donde se pueda
pasear en medio del silencio y la tranquilidad, entornos que tengan verde y agua, que inviten a
sentarse y disfrutar el paisaje inmediato y el paisaje grande del entorno?.
El termino área verde, si hay suerte y esa área originalmente pensada sobrevive, es en
La Paz casi siempre un descampado, salpicado de escombros de construcción, detritus
humanos y uno que otro árbol despistado. Las plazas, espacios minúsculos y frecuentemente
ridículos, son unas cuantas “vermas” de cemento que deben “proteger” el pasto, un par de
toboganes metálicos, algún columpio y un par de tuberías lanzadas como al descuido para que
jueguen los chiquillos.
En una ciudad donde el espacio es oro concentrado, nadie quiere ceder nada, todos
queremos ganar hasta el último centímetro. Todo, en consecuencia, entra en la lógica de las
alasitas, calles muy angostas, aceras muy pequeñas o inexistentes, avenidas que cuando son
relativamente anchas (en La Paz no hay una sola gran avenida) son rápidamente secuestradas
por los muros perimetrales, que a más de robar metros al municipio, es decir a la misma
ciudad, a nosotros mismos, acaban por convertirse en interminables serpientes sin un poco de
espacio. Y en esa lógica de la miniatura, Paradójicamente los grandes y deprimentes edificios
que crecen y crecen sin parar, sin ton ni son, sin misericordia para la luz y para el calor.
Nuestras avenidas de juguete son inmensos callejones llenos de viento y de sombras que en
invierno nos hielan hasta el tuétano.
La gente asalta los espacios públicos todos los fines de semana y se echa a dormir en
las jardineras de las avenidas, come choclos, alguna “patita”, muchas naranjas o mandarinas y
deja el saldo, mas el de sus necesidades corporales in situ. Estamos mal educados, somos
pobres, decimos no tener opciones y reproducimos una lógica de la depredación que está
transformando una de las ciudades más bellas y excepcionales de América Latina en el
escenario de un asalto de vándalos.
Me temo, muy a mi pesar, que Eduardo tiene razón y que apenas podré mencionarle
uno o dos sitios que aún se salvan (¿El alto de las animas o el jardín botánico, podrán ser, por
ejemplo?). No se si aún estamos a tiempo de recobrar los pasos perdidos.
A fuerza de repetir el disparate estamos todos acabando por creérnoslo. “La Paz es una
ciudad y El Alto es otra”. Esa falacia monumental está distorsionando peligrosamente nuestra
visión, no solamente del mencionado ámbito urbano, sino del conjunto de las cifras del país.
Algún regionalista despistado creerá probablemente que el afán de insistir en que La Paz y El
Alto no son dos ciudades separadas tiene que ver con el deseo de hacer aparecer esta área
metropolitana (1.300.000 almas en cifras redondas), como con mayor población que Santa
Cruz, algunos de cuyos círculos interesados afirman equivocadamente que ya llegó al millón
de habitantes, cuando de acuerdo a las proyecciones del INE está en los 960.000. Cualquier
paceño sensato pagaría por tener la mitad de la población actual y contar con una ciudad más
humana, mejor equipada, con un tráfico más razonable y con una calidad de vida mejor.
Asumir el crecimiento demográfico como un simple motivo de “orgullo” es una chiquillada.
El asunto es mucho más complejo. Si bien el error monumental de crear El Alto parece
irreversible (sería bueno establecer con nombres y apellidos la responsabilidad política de tal
desatino), lo que no podemos seguir alentando es la idea de que son dos entidades
independientes entre si.
¿Porqué La Paz y El Alto son una sola cosa?. Por la simple y sencilla razón de que una
ciudad no vive sin la otra, y podría morir víctima de la otra. La intensa migración campo-
ciudad tiene que ver con la expectativa de trabajo generada por La Paz. Una buena parte de los
alteños estudian en la universidad Mayor de San Andrés y trabajan en la hoyada. La economía
de ambas ciudades está íntimamente relacionada, igual que su infraestructura de
comunicación, su sistema de transporte - qué mejor ejemplo que el mal llamado aeropuerto
Kennedy -, también lo están sus servicios de agua, luz y teléfonos, al punto que son las
empresas paceñas las que proveen esos servicios a El Alto. Los medios de comunicación, el
espacio de entretenimiento, las áreas verdes que en El Alto son inexistentes o se reducen a
inmensos espacios de tierra zarandeada por el viento, para terminar en sus equipos de fútbol
favoritos, los gloriosos nombres de Bolívar y The Strongest, son todos comunes.
Si los paceños creen que se han desligado de un lastre con la separación jurídica están
muy equivocados, el polvorín social que es hoy El Alto puede convertirse en el mayor
problema no solo de La Paz sino de Bolivia, en un plazo muy corto. El futuro de La Paz y su
calidad de vida depende estrecha y dramáticamente de lo que ocurra en El Alto. Seguir dando
la espalda a esta evidencia es suicida. Los paceños y alteños estamos obligados a tomar el toro
por las astas. La idea de la “metropolización” puede ser una salida, pero hay que ir más lejos,
necesitamos un gobierno municipal que esté por encima de las dos ciudades y que pueda aunar
concejos y plantear políticas comunes de prioridades, inversión y finacimiento para grandes
proyectos que busquen respuestas al núcleo urbano que crece más rápidamente en Bolivia y
que a diferencia de Santa Cruz, no crece con recursos humanos formados, sino por el contrario
con los más desamparados en educación, ingresos económicos y opciones de trabajo.
Pero, por favor, terminemos con la esquizofrenia. El mismo cuerpo y el mismo cerebro
de una persona no puede llamarse y actuar a la vez como Juan Pérez y Pedro Gómez. Eso es lo
que de manera irracional hacemos con La Paz y El Alto. ¡Todavía estamos a tiempo!.
LR, 3 de mayo de 1998
SOBRE EL SUPUESTO ESTADO TERMINAL DE CHUQUIAGO
Hay una curiosa paradoja en esta ciudad en la que se mezcla la desazón, la derrota, el
“apaga y vámonos”, con una eclosión de poder y fuerza que no se detiene y que se traduce
mejor que en ningún otro momento y lugar en la desafiante fiesta del Gran Poder. Para la elite
que concibe y desea la ciudad de un cierto modo, vivimos la oscura noche del caos. La ciudad
es un caos porque crece, porque vive, porque tiene una intensidad que no se habría soñado
hace apenas medio siglo. Una vez más la realidad del abigarrado mundo mestizo se impone
sobre la teoría cartesiana, estética y conceptual de los señores que pensaron la ciudad como la
ciudad no será.
En la medida en que no hemos sido capaces de abrir los escenarios para todos, en tanto
el Gran Poder y su fascinación apenas pasa una tarde por año por nuestras calles principales,
en tanto creemos que los vendedores ambulantes de la calle 21 y del paseo del Prado son
intrusos, no seremos capaces de entender que el proceso de futuro debe modificarse
radicalmente. La ciudad se construye contra si misma y se destruye todas las noches. ¿Cuál es
el orden que queremos? ¿Cuál y como se expresa esa mejor calidad de vida? ¿Desde donde y
cómo se hace la ciudad?. ¿Cuando hablamos de nosotros, quienes somos “nosotros”?.
Me peleo todos los días e insisto en que -¡por supuesto!- La Paz no se nos muere, La
Paz vive, no nos gusta (no les gusta. ¿No les gusta?) esta forma de vida, esa es otra historia.
¿La alcaldía se muere? quizás si, pero por favor no juguemos a la tontería de decir que se
muere por culpa del Chaza, se muere por la desvergüenza de una década de votos
equivocados, cambios, enjuagues, arreglos, negocios y negociados de los que casi nadie sale
bien librado. Si el Chaza se va, no vendrá ningún mago a cambiar un escenario por otro.
Tratemos de entendernos, de saber quienes somos y que tipo de sociedad es esta, antes
de pontificar sobre un futuro incierto, porque cada cual lo concibe de un modo distinto, o
quizás porque los menos seguimos un deseo que tiene muy poco que ver con la tela de araña
pacientemente construida desde hace siglos. Por eso, como somos intencionadamente
ignorantes de nuestros padres y nuestros abuelos, por eso, porque seguimos con la estúpida
cantaleta de que el pasado colonial fue el tiempo del horror y de la oscuridad, estamos
encerrados en el horror y la oscuridad.
Hace unas pocas décadas, el destino de la llajta era tan incierto como el de un barco
desguazado por la tormenta. La razón parecía obvia, Santa Cruz se había interpuesto en el
camino. La vocación cochabambina de segunda ciudad de Bolivia, forjada en función de su
importancia en el ámbito agrícola, su aporte al pensamiento, la política y la cultura, las
benignas características de su clima, su particular ubicación geográfica, pareció quebrarse
definitivamente por dos hechos cruciales. El primero fue la Revolución de 1952 y el proceso
de reforma agraria que golpeó particularmente a Cochabamba, por la simple razón de que allí
se estructuraba el sistema más coherente de producción agrícola de hacienda y quizás el
sistema más fuertemente relacionado entre ciudad y campo, a partir del concepto de la
tenencia de la tierra. La destrucción del sistema hacendatario cochabambino, desestructuró el
tejido social fuertemente estratificado y rompió el “alimento” de crecimiento y sentido mismo
de la burguesía urbana. Fue el comienzo de un largo proceso de decadencia, que algunos
pensaron era irreversible. El segundo hecho fue también producto del 52 –vía construcción
del primer camino asfaltado del país, la ruta Cochabamba-Santa Cruz- y el proceso de
diversificación económica. La siembra germinó al despuntar los setenta con el “boom” de
crecimiento cruceño que no se detiene hasta hoy. Para 1976 La Paz tenía 635.000 habitantes,
Santa Cruz contaba con 255.000, contra 205.000 de Cochabamba que en 1950 doblaba a Santa
Cruz (81.000 habitantes contra 43.000). La gran ciudad oriental sería la encargada de generar
un balance y contrapeso con el poderío andino representado por La Paz.
Pero la historia tiene sus vueltas. El nuevo sistema económico, la particular realidad
del Chapare con relación a la producción de coca, la reconversión de la vocación económica
tradicionalmente agrícola (que no su sustitución) por una fuertemente industrial, el
surgimiento de un nuevo horizonte de petróleo y gas, la recuperación de un sentido de destino
regional por la vía de liderazgos concretos (por muy polémicos que puedan ser) y una
dimensión empresarial nueva a partir de la última generación de recambio, han permitido a
Cochabamba, no solamente recuperar un sentido de futuro con optimismo, sino reubicarla en
lo que hoy se conoce como el eje troncal. La región y la ciudad en particular, cumplen un rol
de equilibrio fundamental en el país, en tanto han logrado un reparto más balanceado de la
economía, el sistema financiero, la inversión y las oportunidades, de igual modo el desarrollo
demográfico del eje, tiene una lógica distinta.
El propio tema de la coca es una curiosa paradoja entre el lastre y la ventaja. El lastre
del estigma en una zona que se vincula al narcotráfico y la corrupción. El inevitable clima de
violencia y por momentos de guerra interna. Por el otro lado, una inyección económica que
fue clave para un despegue urbano en el que algo tiene que ver el masivo mercado paralelo de
la coca de los ochenta y la inversión (desarrollo alternativo) en un espacio geográfico con la
mejor infraestructura rural del país. Pero sería absurdo asumir que la coca tiene que ver con el
renacimiento de esa ciudad que es hoy, bella en sus avenidas y jardines, racionalmente
organizada para disfrutar de una calidad de vida que no tienen ni Santa Cruz, ni La Paz. Un
espacio urbano grato para la vida, que cada día tiene más ventajas de una ciudad relativamente
grande sin sus terribles desventajas.
No todo es miel sobre hojuelas. Cierto espíritu de bajar la cabeza al vecino se vive aún.
La mitología de Misicuni sin abrir espacios a otras opciones, los absurdos enfrentamientos por
el agua entre cochabambinos y quillacollenos, sumados a los problemas de una región que
reclama con razón y entre otras cosas, sobre una carretera a Santa cruz que es una vergüenza,
son ejemplos de problemas grandes y pequeños por resolverse.
VIAJE AL SUR
La crónica del viaje, igual que el ensayo, parecen géneros enterrados por el tiempo y
las exigencias de un ritmo nuevo, en el que en el mejor de los casos lo que cabe, más que una
crónica, es un “jet lag”. Pero, si una columna como esta es una buena excusa para
contrabandear alguna forma de ensayo, por qué no intentar la crónica de esta pequeña aventura
cuyo destino final será el CHACO BOLIVIANO.
Recorrí la carretera La Paz-Cochabamba hace dos años. La corte de los milagros del
tramo Cayhuasi-Confital sigue inalterable, sólo que ahora es sobre una cinta de asfalto, pero
allí están las mujeres potosinas con sus hijos de dos y tres años arrodillados como en la
portada de una iglesia mestiza con el lluchu mugriento extendido, allí están también los perros
famélicos a la espera de un mendrugo de pan. Inaugurada hace menos de un año, la carretera
está de nuevo en obras en la región Confital-Quillacollo, lo que está muy bien pues el estado
de este tramo era ya más que lamentable. Probablemente la historia no terminará nunca, pues
como tardamos décadas en hacer nuestros caminos, cuando una etapa concluye la otra está tan
mal que casi hay que volver a hacerla.
Esa Bolivia está a punto de hundirse y desaparecer para siempre tras el golpe mortal
propinado por el cataclismo de la Revolución de 1952 que se encargó de destruir una clase
hasta sus cimientos. Los testimonios aún sobrevivientes se hunden en una sociedad rural
semianalfabeta a la que no hay lazo alguno que la ligue con esas hermosas casonas de estilo
cuyas paredes se desploman sin que a nadie se le mueva un músculo.
Después está Aiquile, pueblo grande y más dinámico que la amodorrada Totora.
Aiquile tiene una imponente iglesia de dos torres de principios de siglo que habla de tiempos
mejores (en estos pedazos del país parece que siempre hubo tiempos mejores). El camino a
Sucre no es una lágrima, periodista de ser la Joya del Nilo. Más de 100 km. al borde del río
Chico, son un testimonio en pequeño de las sinuosidades yungueñas. Tráfico casi nulo, salvo
al comenzar la noche en que los camiones salen a la ruta (dizque porque de noche las llantas se
gastan menos).
La llegada a la capital es deprimente como casi todas las entradas a nuestras ciudades,
no sólo porque los barrios marginales son modestos (y sucios hasta lo indecible), sino porque a
los alcaldes parece que el tema de los ingresos y salidas les trae sin cuidado, a pesar del tráfico
y a pesar de los pesares. Pero Sucre es Sucre, con monumentos de primer orden. Basta San
Felipe Nery para quedarse sin aliento, el claustro y las cubiertas, su blancura irreal, su silencio,
son simplemente impresionantes. Y la catedral y la arquitectura republicana y su palacio de
gobierno cuyo interior está tan venido a menos y sus parques y su Rotonda y su Guereo (que el
propietario no se compadece en restaurar o cuando menos pintar). Sucre tiene estilo, aunque
el crecimiento de los últimos años amenaza con tragarse a la hermosa ciudad Patrimonio de la
Humanidad con el mal gusto que parece habernos contagiado a todos, desde los humildes
campesinos devenidos en ciudadanos, hasta los poderosos arquitectos de la burguesía, todos
atrapados en la lógica del adefesio y el mamarracho, que destruye sin misericordia nuestro
pasado (el terrible, el admirable, el violento, el real, el único que tenemos).
Pero sin duda, el descubrimiento más notable de este viaje es la carretera Sucre-Potosí.
Es tan buena que no parece verdad. Impecable en su trazado, bien señalizada, con un paisaje
hermoso. Son 150 km. que parecen de otro país. Una obra admirable. Superior en calidad a
otros tramos asfaltados que conocemos, particularmente mejor que el eje troncal aún
inconcluso La Paz-Santa Cruz. Un chiche en el corazón de la Bolivia de Occidente.
Cuando se llega a Cinti se llega a la uva y a la tierra morada, a los ríos de quebrada y al
comienzo de un verde cuyos tonos no se pueden contar. Es el mundo del singani y del vino.
En San Pedro se yergue una hacienda desde la que se miran las viñas y los cerros que
envuelven el valle. Otra vez ronda el aire de otro tiempo (¿mejor?) que se nos escapa de las
manos casi irremediablemente. Camargo y Villa Abecia son menos señoriales que Totora o
Aiquile, pero probablemente más vivos. Llegamos a Sama en la noche, la famosa cuesta nos
recibió con una niebla impenetrable y amenazadora y tras ella las luces de Tarija.
El camino a Yacuiba (en buen estado) nos descubre los prolegómenos del paisaje
chaqueño. Al divisar Entre Ríos desde una colina, se aprecia un valle cálido y benigno. En
Palos Blancos (tenemos una tendencia a repetir nombres en diversas partes del país) la
temperatura supera los 37 grados (a la gente del Chaco le encanta decir que “ayer estuvimos
en 42 ó 45 grados” con la misma facilidad que los yacuibeños dicen que su ciudad supera los
60.000 habitantes). Desde allí se emprende el ascenso de la famosa cordillera del Aguaragüe
y en su cumbre se divisa la inmensa y hermosa llanura chaqueña que se pierde en Argentina y
Paraguay. A partir de Campo Pajoso, la tranca, llega el asfalto y a poco Yacuiba. La ciudad es
un hervidero, de una dinámica impensada, tanto como su desorden y su suciedad. Su
crecimiento supera toda previsión y es con Puerto Suárez la frontera más activa y sorprendente
de Bolivia. La calidez de la gente del Gran Chaco es no sólo notable sino abrumadora. Es una
región orgullosa de sus características y sus costumbres, y por diferenciarse se sienten
distintos hasta de los tarijeños de la capital. Sobre Yacuiba la influencia Argentina es
demoledora. La moneda corriente es el peso argentino y todos los precios se marcan con éste.
Costó salir de Villamontes por tanta generosidad y cordialidad en tan poco tiempo (dos
coroneles de policía, Nallar y Zugel, el uno con su hermoso esfuerzo de la Policía Rural
Montada y su visión optimista y sencilla de la vida y el otro con su amable paciencia y guía
esmerada del pueblo que fue escenario de excepción de la guerra, merecen estas líneas
especiales).
Y ahora el camino al norte, hacia Santa Cruz de la Sierra pasando por Camiri, con una
impecable carretera asfaltada hasta la capital petrolera que termina como siempre en una
infame entrada de tierra a la ciudad, borrando la buena impresión de la obra caminera. Sólo
queda un tramo de algo más de 250 km. para unir por asfalto Pocitos con Arica y para ligar
dos países tan distantes, el del eje troncal y el otro tanto o más verdadero que aquél.
El salar de Uyuni es el espejo del otro lado del mundo, es el paisaje más sobrecogedor de
una ruta que comienza como un mar espectral en la cumbre de las montañas. Llegamos allí en
unos días extraños en los que se mezclaron las tormentas de agua que hacen que parezca un
inescrutable océano blanco y los grandes pedazos que mantienen aún su sequedad habitual.
Sentimos la tormenta y nos envolvió el viento y vimos también al frío sol de la madrugada
alumbrar la isla del Pescado y la de los Pescadores y pudimos trepar la colina de tierra en el
corazón mismo de la sal, en medio de los cactus gigantescos y en flor. Centenares de plantas
erizadas de espinas de formas perfectas, deslumbran la imaginación del viajero. Desde la colina
mas alta de la isla de los Pescadores, el infinito con agua y sin ella, con un viento sostenido
aunque mas leve que el que nos recibió en el atardecer del día anterior. Es difícil entrar en el
fondo de este paisaje que abruma, cuesta encarnarse y sentirlo, es tan intenso, tan distinto, que
solo cuando se recuerda el silencio absoluto de sus entrañas o sus fuerzas desatadas, puede uno
estremecerse de nuevo con sus imágenes.
Cuando el viaje al sur ha comenzado con una intensidad tan grande, con una belleza tan
absoluta, es difícil prever algo mayor, algo que pueda volverte a colocar en los umbrales de la
sorpresa, pero este episodio que había comenzado en las alturas notables de la ciudad de Potosí,
siempre nueva en sus secretos, desde la negrura de sus socavones y el Tata Cajcha (Señor de los
mineros) o el Tío, de profundo escarlata (señor y guardián de las profundidades y dueño de sus
riquezas), hasta el azul añil de las columnas perfectas del convento de Santa Teresa o la gran
rueda de madera tajibo del recientemente restaurado ingenio de San Marcos, señalaba una de las
rutas mas inesperadas y tremendas que pueda ofrecer la magnífica geografía boliviana.
El puesto militar de Colcha K es el primer contacto después de la difícil salida del salar
anegado en medio de una cortina de agua y los nervios ante la posibilidad de quedarse o
hundirse en la sal. El comandante de la unidad intenta desprenderla del tufillo que le quedó
después del confinamiento de varios políticos y sindicalistas en el último estado de sitio. Al
lado de camiones y equipo automotor desguazado y ruinoso, media docena de invernaderos
(como prefiero llamarlos recordando la tradición decimonónica) recuperan temperaturas
tropicales y permiten el cultivo de tomates, zapallos, rábanos y lechugas de tamaño
asombroso. Es el verdadero orgullo de los uniformados que pelean con el viento y el
aislamiento. Después Chiguana, con un minúsculo puesto militar con reclutas azorados que no
saben muy bien qué hacer cuando pasan vehículos que rompen la rutina del turismo manejado
desde Uyuni y San Pedro de Atacama (Chile). El último punto habitado es San Juan con una
pequeña iglesia de reciente data en el centro de un cementerio y de allí en más la geografía
imponente en medio de la nada. El ascenso a los 4.000 metros es lento y penoso por las
condiciones más que precarias del camino. No hay un ser humano, no se vuelve a ver a nadie,
ni una casa, ni un pastor, ni un caminante, nadie.
La secuencia de las lagunas rompe apenas el tono gris negro de la saga montañosa de la
cordillera occidental, en este punto que con precisión se llama cadena volcánica o cordillera de
los volcanes. Los restos de intensa actividad en un pasado remoto están allí, metro a metro;
es un horizonte rocoso y cambiante. De allí en más la nada, la soledad total, la sal, la tierra negra
y el rosario de lagunas desgranadas en la altitud con una única vida visible, la de las hermosas
pariguanas blancas o rosadas o casi coloradas, de picos blanquinegros y patas de diferentes tipos,
con la elegancia de señoras de alcurnia que abren las alas tímidamente al sentir la cercanía de
los jeeps y vuelan sobre el agua, casi tocándola, o caminan a zancadas rítmicas como en una
marcha y juegan y se persiguen y comen, mientras intentamos capturarlas con las cámaras. El
escenario son lagunas como la Hedionda (por su penetrante olor azufrado), o la de Chilviri, o la
de otras tantas hasta contar media docena de espejos de agua en esa ruta del fin del mundo, en el
punto más extremo y más intenso de nuestro intenso país.
Al amanecer del otro día llegamos a la cumbre de la travesía, en el límite de los 5.000
metros de altura , en uno de los días de la creación, con un microclima congelado para
recordar la fuerza sobrecogedora del centro de la tierra. Nos acercamos al ruido de las entrañas
de los cerros. Allí funciona una fantasmagórica mina de borax que aprovecha el vapor níveo y
azufrado del subsuelo volcánico. Tocando el azul en medio de grandes tanques comidos por el
ácido, trabajan unos cuantos obreros, vencidos por el amarillo y el blanco del producto que
operan, ensordecidos y rodeados de polvo. Salimos de esa nube interminable para encontrar la
tierra literalmente fundida por el calor del magma. A solo cuarenta kilómetros de la laguna, la
boca del infierno. Los ojos volcánicos se abren y se cierran, el piso es blando como esponja,
llama al miedo. El humo nos envuelve y solo se oye el ruido del borboteo de la tierra fundida
de color oscuro, o gris, o casi rosado, saltando como agua que hierve. En contraste, el ingenio
humano. La experiencia de dominar la energía geotérmica que hace ENDE nos permitió ver
uno de los pozos que llegó a más de 1.300 metros de profundidad y que aprovecha la fuerza
geológica. Cuando los técnicos abrieron una de las válvulas de escape, el sonido era
insoportable (teníamos orejeras para el efecto), el piso vibraba y el chorro de vapor parecía
interminable.
De esas cumbres encerradas en el límite del aire volvimos al desierto que desciende
hasta los 4.500 mts. Ni una sola brizna de verde en contraste con el arco iris de los ocres
cobrizos, rojos, violetas y amarillos de los cerros que encierran codiciados minerales. En el
fondo del inmenso paisaje “las damas del desierto”, gigantescos pedrones negros solos en el
océano de arena, como caminando. Era el nuevo preludio de otro espectáculo. En la raya del
horizonte una cola de agua ¿La laguna verde?. Mereció una respuesta enigmática de Don Tito
Ponce, el conductor de los viajeros. Unos minutos después, como escondida para ello apareció
el verde profundo y lechoso del agua, más allá de la descripción, más allá de la sorpresa, todo
en la base misma del volcán Licancabur. Era el último eslabón preparado para quitarnos el
aliento, para exigirnos otro silencio sobrecogido. Desplegada entre los tonos incontables de la
tierra, esa masa de agua más que la esmeralda coronada de olas de espuma blanca barridas por
el viento, remataba la soledad. Ni un ave, ni un átomo de vida, nada más que la montaña, el
estruendo del viento y su color.
Desde la perfecta escultura del portal de San Lorenzo a los pies del cerro Rico, hasta el
Licancabur, recorrimos, en el mágico ámbito de Potosí, el camino increíble del otro lado del
mundo. Uno de los paisajes más bellos e intensos que me haya tocado ver y vivir.
Del centro del circulo nacen dos túneles. En uno de ellos, de unos cuatro metros de
diámetro, trabajan seis hombres, los más con trajes plásticos amarillos, otros con sus trajes de
rojo fosforescente. Sujetan un gran taladro que perfora la tierra para meter la dinamita y
avanzar. Por un momento parece un cuadro salido de otro mundo, las pequeñas figuras en
medio del negro con sus trajes brillantes, rodeados de polvo y agua, el ruido hace imposible
hablar. En un fragmento de segundo traslado mis ojos al espacio, vuelve a mi mente la
imagen de los astronautas en 2001 Odisea del Espacio, han encontrado en la Luna, debajo de
la superficie, el monolito que es la sabiduría, la conciencia y la inteligencia. Pero estamos aquí
a un centenar y medio de metros debajo de la superficie terrestre en la obra del túnel de
Misicuni. Este gigantesco pozo es algo así como la mitad del camino entre las dos bocas, la de
Calio y la de la bocatoma que, se supone, algún día será cubierta por casi un centenar de
metros y millones de litros de agua de un lago artificial que sustituirá el desolado paisaje de
puna que hoy rodea los rios Serqueta y Titiri de los que nace el Misicuni. El pozo es el lugar
más espectacular pero no el más complejo del famoso y polémico túnel, finalmente en él se
trabaja mediante métodos convencionales, aunque con algunas notables adaptaciones criollas
de tecnología apropiada para el lugar.
Por el lado de Calio que es donde saldrá el agua para alimentar mediante tuberías agua
potable y riego y mediante caídas, energía eléctrica, está una de las dos TBMs, en castellano
MPTs (Maquina perforadora de túneles), un mecanismo que hace homenaje al aparentemente
interminable ingenio humano, capaz siempre de inventar soluciones para cualquier problema y
para encarar cualquier desafío. La MPT (una sola de ellas cuesta diez millones de dólares) es
una maquina que literalmente hace el túnel, en un diámetro de tres metros y medio que se
alinea mediante un rayo laser, tiene casi trescientos metros de longitud. Su “cabeza” es un
gran círculo, una gran rueda en la que funcionan 24 discos de acero que girando a alta
velocidad trituran la roca. Todo el material excavado va a una cinta transportadora que saca el
desmonte, lo deposita en unos vagones que son arrastrados por una locomotora de 25
toneladas hasta la salida del túnel. La MPT es manejada por un operador que está a sesenta
metros de la cabeza y que dirige la maquina mediante cuatro cámaras de televisión que le
muestran diversos ángulos de la excavación. Cada metro de túnel es acompañado por un
sistema de ventilación por turbina -una gran serpiente de polietileno que se despliega en la
parte superior del túnel- tubería lateral para extraer el agua -la humedad es una constante en
todo el terreno-, cableado de alta tensión para alimenta al MPT e iluminar el camino, tendido
de rieles para el transporte de hombres y extracción de desmonte, serchas metálicas que
estabilizan el gran agujero, además de un sistema de contención de las paredes superiores por
chorros de concreto o por inyección y “perneado” (pernos que se clavan a la roca).
La MPT tiene una coraza metálica de protección en sus primeros seis metros, un par de
gigantescos pistones que la impulsan y dos brazos que presionan las paredes laterales y
estabilizan su estructura para poder perforar. Pero los accidentes geológicos y la calidad de la
roca (en buena parte de tipo IV y V, es decir altamente arcillosa, a veces plena de lodo, uno de
los motivos que la constructora aduce para anular el contrato, pues índica que le ocultaron
precisamente esa información) complica severamente el trabajo. Los discos se traban por la
arcilla y a veces en una horas pierden radicalmente su forma original y se tornan inservibles. A
veces se producen grandes derrumbes y se abren gigantescas bóvedas encima de la maquina.
Ese es el momento de detenerse, los operarios, arrastrándose debajo de la compleja maquinaria
sacan los desechos a mano, uno de ellos entra por una minúscula ventana a revisar o cambiar
los discos. El inmenso gusano excavador está a merced de una circunstancia imprevista y debe
parar.
Algo parecido ocurre en el lado de la boca toma. El ingreso al túnel (casi tres
kilómetros), se hace en una carro tirado por una locomotora. Solo el ruido del aparato, el
traqueteo de las rieles, la humedad pegada al cuerpo a pesar de los trajes plásticos, las luces
mortecinas que señalan el camino, el inmenso tubo amarillo encima de nuestra cabezas y el
agua por todos lados. Es una sensación extraña e imponente.
Más allá de la polémica, de las buenas y malas razones (que las hay), de preguntarse si
algún día ese sueño increíble de hacer de Misicuni una verdad y no un mito, uno queda
sobrecogido por el esfuerzo del hombre, por su ingenio, por su empeño sin límites para
derrotar los imposibles, porque es capaz de dominar los elementos, porque a pesar de su
tamaño insignificante en esta tierra maravillosa, puede emprender y de hecho emprende
grandes aventuras.
Hasta antes de 1952 la construcción del imaginario colectivo boliviano no pasaba por
la idea de una nación mestiza, a pesar de que el debate sobre la esencia misma de nuestra
nacionalidad había sido propuesta de modo explícito por algunos de los grandes intelectuales
bolivianos, aquellos que a decir de Leonardo García Pabón forman parte del canon boliviano
(los autores que forman la columna vertebral de la literatura del país).
A través del canon de García podemos volver a discutir sobre nosotros mismos,
nuestra alma y el espejo en el que tememos mirarnos. Resolver el enigma es central para ver
un nuevo día con menos complejos y menos lastres sobre nuestras castigadas espaldas.
Quien puede dudar de que a Alcides Arguedas le importaba Bolivia, tanto que dedicó toda
su vida intelectual al país, tanto que influyó de una manera decisiva en parte del pensamiento
nacional de la primera mitad de este siglo, tanto que su obra fue el caleidoscopio a través del cual
nos miraron intelectuales americanos y europeos con lo que ello tiene de bueno y de malo.
Es quizás por ello y como paradoja primera, que su mayor obra de creación Raza de
bronce, es una de las novelas esenciales de la literatura boliviana y americana en el género
inaugurado por Clorinda Matto que se llamó indigenismo. Este Arguedas miró el mundo andino
desde la óptica del hacendado, con la influencia magnifica del estilizado modernismo en la forma
(algunas de sus páginas son de una belleza sobrecogedora, a pesar de sus críticos que dicen que
en general escribía con bastantes defectos) y con la carga ideológica de quien mira desde fuera
una realidad que lo lacera. El otro Arguedas, José María, retrató el mundo quechua desde dentro,
desde su propio idioma y de sus pulsaciones, los dos redondean un momento de la historia de los
Andes y de las ideas que generaron una revolución y varios movimientos guerrilleros que
intentaron modificar el horizonte indio de América Latina.
Alcides Arguedas era un intelectual desesperanzado que acabó por creer que la solución
autoritaria que ensayaba Europa en los veinte y treinta, era la respuesta a un peligroso
desquiciamiento en un caso y a la desorganización genésica en el otro. Su visión es
inevitablemente amarga, recurrente en el círculo de retratar a protagonistas incapaces de resolver
los desafíos esenciales de cualquier nación, escéptico incluso con los organizadores del país que
hasta 1839 intentaron rescatar el ideario de una América unida.
Es una inactualidad curiosa esta de Arguedas, académica quizas, pero -no nos
engañemos- aquellas descarnadas definiciones del indio, el blanco y el cholo que recrea en Raza
de bronce y define en Pueblo enfermo, son parte inherente de una ideología que ha completado
la suma de complejos más notable que se pueda hallar en país latinoamericano alguno. Si esa
visión racial por la negativa terminó por encasillarnos en tres estamentos y si de ellos, el crisol era
la suma de los defectos sin casi aderezo de virtudes, terminamos por convencernos de lo poco que
se podía esperar de nosotros. En ese sentido este sigue siendo un país profundamente arguediano.
Un país de cholos de m... y de indios de m..., lo dicen muchos de nosotros sobre nosotros mismos
y si no lo dicen lo piensan.
Es una visión de la sociedad que difícilmente se puede suscribir, lo que no nos impide
reconocer en este hombre una gran valentía, una gran capacidad de decir con honestidad lo que
pensaba, sin callarse nada, sin temor a las bofetadas de algún impulsivo Presidente o a la
excecración de una nueva elite intelectual seducida por lo vientos del cambio revolucionario en la
dirección del marxismo o del nacionalismo.
En cierto modo Arguedas creyó siempre que su destino era el de Catón, una suerte de
conciencia de la sociedad, una especie de vate privilegiado (o condenado) que mira desde la roca
que el barco está próximo a encallar y lo advierte a todos quienes quieran oírlo. Se sentía superior
a su medio, se sentía obligado a reprender y orientar, pero no fue capaz de entender que era
indispensable un mínimo de flexibilidad, un camino de matices que nos salvaran y a él mismo, de
una mirada apocalíptica que terminó por hacerle perder la perspectiva de las cosas, más aún en la
distancia física de Bolivia que escogió para escribir.
En las últimas semanas y a propósito de una pregunta de La Prensa sobre los libros
cruciales de Bolivia, me dio la impresión de que buena parte de la gente que habla de esos
“clásicos”, o lo hace de memoria o se refiere a un vago recuerdo de lecturas de adolescencia o
de juventud. Uno de esos libros, pensé, es La Creación de la pedagogía nacional de Tamayo.
Yo mismo apenas tenía un brumoso panorama de su contenido leído hace ya tantos años. Una
relectura de esta obra capital del pensamiento boliviano, me condujo a una profunda desazón.
La razón básica de ello es la constatación de que muchas cosas en el país parecen congeladas
en el tiempo.
Por un lado, a la vuelta del siglo, hay dos miradas distintas en torno a nuestro futuro, la
andina que sigue girando en torno a los mismos parámetros debatidos a principios del XX y la
visión de los llanos con eje en Santa Cruz, que demuestra que la “desandinización” del país,
implica también una lógica distinta, en la que el tema de la cultura y la educación tiene en el
mundo quechua y aymara un ingrediente importante pero no esencial. Nuestro futuro no pasa
necesariamente por los Andes, puede ser un razonamiento plenamente válido en los próximos
cincuenta años. Por otro lado, es sobrecogedor constatar que muchas de las reflexiones
tamayanas, más allá de su sesgo genetista, están aún vigentes porque el país no ha resuelto
consigo mismo ni el tema de la educación, ni el tema de una sociedad realmente integrada, ni
el tema de la identidad. Peor que eso, muchos de los paisajes rurales del occidente boliviano -
salvo techos de calaminas en vez de paja, camiones, bicicletas y aparatos de radio- son
exactamente los mismos que vio Tamayo en 1910. El proceso de avance de una sociedad no se
puede resolver en el mero ámbito de la teoría, se confronta con una realidad tangible. Esa
realidad ha cambiado poco o nada en lo esencial, las condiciones para el desarrollo humano de
quienes quizás pasaron de objeto a sujeto en el debate, pero que siguen como objeto por la
discriminación, desatención y postergación crónicas. Tan pobres, desnutridos y atrasados
como entonces. Cuando pasamos de los libros a los seres de carne y hueso, el panorama de
esta parte del país es desoladora.
Leer a Tamayo en este caso, es una constatación de que muchas de las cosas de las que
el escribía parecen haberse quedado como fotografías congeladas en el tiempo, testimonio
vivo de nuestra incapacidad.
EL “CHUECO”
“Se puede decir que yo nací embajador” me dijo hace trece años socarrón, desafiante,
soberbio, cuando le pregunte sobre su larga estancia en Europa al amparo de varios gobiernos,
dictaduras militares incluídas. ¿Barrientos?. ¡Barrientos era un gualaycho de la política!. Me
espetó sin más ni más. Cómo no, si el general de aviación se había cargado la Revolución sin
miramientos.
Eran años en que la política se alimentaba del rencor, de golpes bajos, de cárcel y
exilio. La ideología era amor excluyente y odio definitivo, sin un solo y pequeño ápice para la
tolerancia. ¿Democracia?. Seamos sinceros, Céspedes no creía en la democracia occidental y
liberal, no. Esa era la democracia del imperialismo que sojuzgaba a las naciones pobres y
dependientes, la antinomia no era democracia-dictadura, era nación-antinación. Su crítica es
total para Washington y sus “lacayos” como para los tres “barones” del estaño. El Dictador
Suicida y El Presidente Colgado, no son en puridad libros de historia y lo son sin ninguna
duda. ¿Objetividad? ¿La de la gran burguesía que vende la patria? preguntaría Céspedes sin
ceder un milímetro. Para entender su pensamiento estas dos obras son fundamentales, en ellas
igual que en Nacionalismo y Coloniaje, está la esencia del razonamiento nacionalista, teñido
sin duda ninguna de fascismo, pero capaz de generar su propia propuesta, tan inaprensible
como práctica. Por eso derrotó irreversiblemente al ortodoxo marxismo minusválido de ideas
propias por el secante efecto de la ingerencia de la metrópoli ideológica.
“Chueco” le dijeron toda su vida, no solo por su manera de caminar, sino quizás
también por su manera de razonar y por el implacable y tortuoso camino a través del cual
pulverizaba a sus adversarios. No se rindió nunca, cómo iba a rendirse quien solo conocía una
forma de vivir: pelear. ¿Generoso? No. No se puede ser generoso en la guerra y no perdonó.
En su última intervención pública para agradecer una condecoración, comenzó a contar una
anécdota sobre su sordera, creímos todos que finalmente el anciano nonagenario había perdido
el pleno dominio de sus facultades mentales. Contó que viajó a Nueva York y le dijeron que su
sordera no tenía remedio. Fue a Moscú y le dijeron que no volvería a oír nunca más. “En lo
único en lo que se pusieron de acuerdo Estados Unidos y la Unión Soviética fue para joder al
Chueco Céspedes”, sentenció.
Fue condescendiente con la modernidad tanto como disfrutó una cómoda embajada en
París con su peculiar estilo criollo, años después de la caída del MNR. No era ya el joven que
peleó a brazo partido por el gobierno de Villarroel y por la construcción revolucionaria del 52
. Sus grandes batallas ideológicas perdieron vuelo y se volvieron entuertos personales. Pero
jamás dejó de defender sus ideas, podía darse el lujo, se había ganado un lugar en el
periodismo y en la política como para permitírselo. Defendió el capitalismo de estado, aún
después del capitalismo de estado; los recursos naturales y el carácter estratégico de las
empresas del estado, aún después de la caída del muro y la entronización del thacherismo. A
pesar de ello, toleró el 21060 de Paz Estenssoro, porque finalmente Paz es Paz, un viejo
compañero de camino, pero no pudo con Goni. Terminó muy rápido rompiendo con el
Presidente y su modelo y fustigó a muerte el “neoliberalismo”. Quizás ese no sea el Chueco
para la historia.
Pero detrás del político, detrás de los enconos y de las interminables noches de
redacción en La Calle y los viajes y las fatigas y la clandestinidad y la violencia de la
turbulenta historia boliviana, quedó el gran escritor, el creador genial al que la pequeña
dimensión que Bolivia tiene en el concierto internacional, le jugó la mala pasada de aislarlo en
nuestra mediterraneidad. Bastó un solo libro su Sangre de Mestizos. El suboficial Miguel
Navajas, la Coronela, el sargento Cruz Vargas, Poñé el camba chiquitano, el Pampino, Niqui,
la irrepetible Paraguaya y los dos descabezados, son simple y sencillamente parte
imprescindible de la alucinante literatura continental, la serie de narraciones más abrumadora
que se haya escrito sobre esa terrible e ignota guerra sudamericana, incluido Roa Bastos.
Después el Chueco escribió Metal del Diablo, Trópico enamorado y Las Dos Queridas del
Tirano, pero no pudo llegar nunca más de manera totalizadora al descarnado retrato de la
condición humana, del hombre abandonado, solo e impotente en el corazón de su alma
sedienta.
Confirmar este dato es probablemente uno de los mayores aportes del libro El Paraíso
de los Pájaros Parlantes de Teresa Gisbert. Bajo el ala de un título sugestivo y maravilloso, la
autora nos hace navegar por un mundo fascinante de desmesura, de erudición, de complejos
entramados para colonizar la mente del otro y de curiosos enamoramientos, de dioses que
combaten en el tablero del ajedrez celeste, que se comen unos a otros y que se prestan,
clandestinos, sus colores, sus poderes y sus misterios.
El marbete de hispanismo que alguna vez recibieron Mesa y Gisbert, queda aquí
enterrado (empezó a serlo con dos obras cruciales: Iconografía y Mitos Indígenas en el Arte-
1980 y Arquitectura Andina-1985). Las fuentes documentales, las alucinantes historias del
Tacqui Oncoy de los dioses indios recuperados, o del Paraíso de León Pinelo, o del santuario
de Manquiri inspirado en el templo de Salomón, son elementos de un nuevo rompecabezas.
En la helada puna andina, a 4.000 metros, casi en el cielo, en esta remota tierra tan lejana del
mar Mediterráneo, florece el Paraíso y los loros son aves mágicas que hablan y las sirenas
charango en mano, reviven el universo y lo mueven con la música como lo había pensado
Platón. Es un tiempo de encuentros e inserciones. Irónicamente, los extirpadores de idolatrías
están a su vez contagiados
-hombres del renacimiento al fin- por la mitología pagana de Grecia y Roma. Sin saberlo
propician un matrimonio centenario entre la Virgen y la tierra, entre la Mamita del Lago y el
profundo y oscuro ídolo Copacabana, entre Santiago y el señor del rayo Illapa (venerado por
los indígenas a pesar de ser el santo mata indios). En ese momento histórico en que Bolivia fue
más universal que nunca después, se construye el magnifico escenario teatral de la fiesta
callejera que hoy vemos pasar mágica en el carnaval o el Gran Poder. El Tío (Deo, Dios) de la
mina, corre por las calles en medio de música de vientos (tan mestiza como la fiesta) para
prosternarse y ser derrotado por los ángeles y por la Señora del Socavón (la misma mujer del
Apocalipsis que aplasta al dragón). Parte del mundo nuevo está en la encontrada visión de la
muerte barroca (polvo eres y en polvo te convertirás), en los cuadros de las postrimerías o en
la adoración del anticristo. En todos están el inca, los indios, los mestizos, están como parte
viva aquellos que son protagonistas verdaderos de la sociedad colonial. El cacique Guarachi,
indio por supuesto, fue entonces un gran terrateniente, tenía su propio escudo de armas y sus
haciendas harían palidecer de envidia a los señores feudales del liberalismo republicano.
El mundo intelectual del XVII y el XVIII es tan rico, tan fascinante, tan ecuménico,
que desnuda la mediocridad y pequeñez de miras de la mayoría de los intelectuales de la
primera República y quizás más allá. El sentido de inserción en las reflexiones de Occidente
del que el virreinato del Perú era una curiosa pero importante parte activa, colocaba a Charcas,
a Potosí o La Plata, mucho más cerca de las grandes metrópolis de lo que estuvimos nunca
como sociedad.
El descubrimiento de Teresa Gisbert tiene que ver con el lenguaje que hasta hace muy
poco era una simple relación taxonómica. La pintura, la estatuaria, la arquitectura, los tejidos,
la cerámica, encierran la esencia de la lengua transmitida, la rosa de los vientos de un mensaje
que solo buscamos en la lectura, por cierto extraordinaria pero insuficiente de las crónicas.
Este lenguaje revelado comprueba sin equívocos que el papel de los indios y los mestizos en el
mundo colonial, fue mucho más importante y esencial de lo que jamás nos atrevimos a esperar
y sobre todo a aceptar.
En ese contexto, discrepo del subtítulo de la obra que reza La imagen del otro en la
cultura andina, válida solo para la última parte dedicada a los judíos, los negros, los orientales
y los masones. El indio no es, no puede ser el otro, pues de hecho es el eje referencial que
contamina y modifica el discurso occidental y su propio imaginario. Lo más notable de esta
saga es precisamente la actitud de los españoles que llegaron con su bagaje medieval y
humanista, con la cruz cristiana y sus utopías. Inevitablemente, sin quererlo, por su propia
formación, terminaron seducidos por los ídolos que habían ido a extirpar. A pesar del padre
Ortiz y su inmolación en el corazón del incario rebelde, a pesar de la sangre y la violencia que
fue mucha, se trabó un juego de paradojas y de contrarios que hizo este país, sus símbolos, sus
creencias más íntimas, sus miedos, su grandeza y su miseria.
El paraíso de los Pájaros Parlantes es un viaje a nuestra semilla, hermoso por lo que
descubrimos, por sus mundos yuxtapuestos, de Collasuyo y Antisuyo y de Jerusalén
recobrada. Es una poderosa linterna para alumbrar un pasado que estamos empecinados en
negar, que es parte de ese terrible complejo de derrotados y de impotentes, que nuestra
estupidez colectiva todavía esta labrando en las huellas de nuestros hijos.
"Los españoles abandonaron la metrópoli, no con afán de quedarse en las nuevas tierras,
sino con la ilusión de regresar cargados de botines de oro y plata. Como algún autor o historiador
manifestó, vinieron a "hacerse la América", con intenciones anticristianas de inicua explotación
de los aborígenes. No vinieron a civilizarlos, los embrutecieron a través de la injusta e inhumana
explotación. Los españoles, en el trajín de sus andanzas, mezclaron su sangre con los nativos,
dando origen a la raza mestiza".
Así comienza el capítulo titulado "Poder político y colonial de España" (pag.29) del libro
Estudios sociales para 7mo. de primaria de la editorial Don Bosco, publicado en 1994 y que usan
nuestros niños en varios colegios. Me encontré con el, cuando repasaba con mi hija la materia de
ciencias sociales para uno de sus exámenes parciales.
Estoy lejos de pretender que la conquista española fue la mayor bendición que nos pudo
caer, como aún sostiene algún hispanista trasnochado, y más lejos todavía de pretender olvidar la
razón esencial de todo imperio a la hora de someter a otros pueblos, que es la de tomar para si,
imponer su modo de ver el mundo y sacar el mayor beneficio posible de las tierras y los pueblos
dominados sin medir costos humanos, pero me resisto a que se siga insultando mi inteligencia y
deformando la de mis hijos con textos como el citado.
Solo la mala fe expresa, o quizás peor, la ignorancia, o más terrible todavía, la absoluta
falta de un elemental sentido de autovaloración, pueden justificar semejante despropósito en un
texto para la educación de niños de 12 años.
Curiosa forma de venir para irse inmediatamente, tuvieron esos señores que
permanecieron desde 1492 hasta 1898 dominando colonias americanas (en el caso de Bolivia
estuvieron desde 1535 hasta 1825, por casi trescientos años). Curiosa forma de venir para irse
tuvieron quienes fundaron las ciudades sobre las que se construyó el nuevo mundo americano (de
las 30 principales ciudades de Bolivia hoy, más de la mitad fueron fundadas por españoles).
Para no hablar del resumen fulminante del texto de marras sobre el mestizaje, como una
sucesión interminable de violaciones o seducciones como parte del "trajín de sus andanzas".
Como para sentirse orgulloso de ser mestizo....
Una simplificación de mala caricatura como la de este texto, deja una marca indeleble en
generaciones y generaciones que siguen abominando de su pasado, como el historiador Cortéz
"porque la esclavitud no tiene historia". Lo notable del caso es que los autores desmienten toda su
breve y lapidaria introducción en las páginas siguientes, en las que hablan de la organización
colonial, de sus leyes, de las obligaciones y derechos de los habitantes de América, de los críticos
del sistema en ese mismo momento histórico (paradigmático Las Casas, ejemplo del único
imperio de su tiempo que se cuestionó a si mismo sus derechos) y de los métodos adoptados del
incario que pervivieron en el virreynato o se modificaron a efectos del interés metropolitano.
El día en que nuestros textos escolares recuerden ese pasado de modo integral, con sus
horrores (que los hubo y graves) y sus logros (que los hubo y muy importantes), la mente
acomplejada de nuestros hijos comenzará a cambiar. Porque al lado de los indios explotados sin
misericordia en las minas, están las misiones jesuíticas y su obra utopista como quizás no la hubo
en la historia de occidente. Al lado de los violentos encomenderos, están los científicos como el
padre Barba, o los compositores como Zípoli, o los pintores como Holguín. Al lado de los
agricultores trabajando a destajo y bajo el peso del tributo (conocido por ellos desde el incario),
están los nativos creadores de fabulosas portadas de piedra que recogen la tradición prehispánica,
o los mestizos como Arzans y su inigualada historia de Potosí.
Terminemos con esos lugares comunes que nos están destruyendo y que solo entienden la
interpretación de nosotros y nuestro pasado por la negativa, la lamentación y el masoquismo
disfrazado.
¿Qué tipo de conocimiento queremos para nuestros hijos? ¿Qué tipo de educación les
estamos dando?. Olvidemos por un momento (y reconozco que es mucho olvidar) el
desastroso erial que es nuestro sistema educativo, no solo por su concepción -a pesar de los
denodados esfuerzos de la reforma -, sino sobre todo por la lamentable calidad de nuestros
educadores y por la irregularidad crónica de su funcionamiento. Intentemos por un momento
pensar en el futuro.
Mi hija, que está en primero de secundaria, me comentó hace unos días que se había
armado un gran revuelo en su curso porque alguien (por segunda vez en un par de semanas) se
había robado la almohadilla con la que se borra la pizarra. El profesor, harto del asunto decidió
suspender la clase hasta dar con el culpable. La historia de la almohadilla me hizo reflexionar,
me percaté de que pizarrón y almohadilla siguen siendo la columna vertebral del aula, igual
que hace diez años y que hace cincuenta y que hace cien. Mientras, el mundo corre en un
proceso de aceleración científica como no se ha visto nunca. En un cuarto de siglo se han
hecho más cambios tecnológicos que en toda la historia anterior, los más importantes en el
mundo de la comunicación que es el que está más estrechamente relacionado con la educación.
El televisor y la computadora son probablemente los dos símbolos definitivos de ese cambio
que además no está sino en los umbrales de modificaciones que amenazan con trastornar de
manera definitiva el destino de los hábitos humanos.
¿Porqué no una materia sobre ficción y realidad?, que tenga la capacidad de analizar
cuál es la diferencia entre el mundo que el niño ve desde que accede al televisor y lo que
ocurre en la vida cotidiana, en qué medida es posible establecer una diferencia que permita al
chico distinguir una cosa de la otra, igual que saber exactamente la distancia entre la muerte
como episodio de una aventura casi siempre violenta, resultado irrelevante y además
reversible, y la realidad de la muerte para siempre. ¿Porqué no una materia sobre educación
sexual y comportamiento sexual, un debate a fondo sobre las actitudes del adolescente ante el
desafío de su sexualidad que incluya aborto, planificación familiar, vida de pareja, relaciones
prematrimoniales, homosexualidad y otros?. ¿Porqué no una materia sobre ética, desde la
formación esencial de valores, hasta casos concretos de corrupción e hipótesis sobre las
actitudes de cada cual ante ejemplos específicos?. ¿Porqué no una materia sobre democracia
en la vida cotidiana, estudio de la constitución, derechos y deberes del ciudadano,
funcionamiento de los poderes del estado, instituciones de la democracia, partidos políticos,
práctica electoral, etc.? .¿Porqué no una materia sobre educación vial, orden y reglas para
peatones y conductores, normas y transgresiones? ¿Porqué no una materia sobre religiones,
datos esenciales sobre las grandes religiones del mundo, el cristianismo y sus variantes,
libertad de conciencia, la religión como componente de la cultura y la identidad de una
sociedad, tolerancia e intolerancia religiosa?. ¿Porqué no una materia sobre juegos de
computadora, modelos y procedimientos de diseño de computación, sobre programas y su
actualización, la importancia de la computadora en el mundo de hoy, su impacto en la
economía, en las ciencias y en el ocio, el internet y cómo navegarlo, su uso como instrumento
de conocimiento y comunicación?. ¿Porqué no una materia sobre la cultura de la juventud, los
grandes movimientos generacionales y de género en los últimos cincuenta años, la música, la
literatura y el cine de jóvenes y para jóvenes, la contracultura, los movimientos rebeldes en
países ricos y pobres promovidos por jóvenes?. En suma ¿Porqué no flexibilizar la educación
y llevarla a aquellas cosas que son inherentes a nuestra vida, que nos interesan y que nos
ayudarán a formarnos mejor para afrontar una realidad cada vez más complicada, y cada vez
menos clara a la hora de tomar actitudes y tomar partido por uno u otro camino?.
Nuestro curriculum educativo está demasiado esclerotizado y, sobre todo en los cuatro
cursos de secundaria, demasiado ligado al mundo convencional de ideas y cosas que no son
vigentes, cuando los cambios nos obligan a enfoques más dinámicos y más adecuados a lo que
hoy es parte de la preocupación de los jóvenes y de toda la sociedad. Que las cosas que
aprendan en lo teórico les sirvan para la vida, y que además las materias clásicas se orienten a
desafiar la inteligencia y la creatividad, que el debate sea más protagonista, que los chicos
vean que tiene sentido estudiar una u otra materia, más allá de lograr una buena nota, que los
instrumentos nuevos se usen con la misma intensidad que el pizarrón.
Hace un par de días mi hijo mayor, Borja Ignacio terminó su largo y engorroso trámite
para obtener su brevet (o licencia de conducir como se dice hoy). Lo hizo siguiendo todos los
pasos que la ley establece. Primero, nada de ponerse a manejar antes de los 18 y menos tener
acceso al auto de papito para salir a vueltear por San Miguel y sus inmediaciones, rodeado de
amigos. Segundo, tomar clases en una auto escuela autorizada. Tercero, pasar clases teóricas y
dar examen en Tránsito para obtener la licencia. De entrada, le pareció un camino demasiado
largo e inútil, considerando que sus mejores amigos y sus primos comenzaron a manejar entre
los trece y catorce años, y sacaron el auto sin límite ninguno a partir de los quince. En la
eventualidad de ser “pescados” por un policía, resolvieron el problema con unos pocos pesos
(que no han ganado con su esfuerzo), o en el peor de los casos acudieron a papá para que los
saque del apuro. A los dieciséis la mayoría tenía su brevet “en regla”, sin haber siquiera
asomado la nariz por el tránsito como no sea para la foto de rigor. El caso es que Borja
emprendió el camino. Fue a una autoescuela que le juró que era reconocida por la policía.
Cuando llegó con su certificado ante el oficial encargado, éste le dijo que ni hablar, la única
escuela reconocida es la del Automóvil Club. Paciencia y buen humor, otras dos semanas de
autoescuela. Llegó finalmente con su “título” a las clases teóricas, citadas a las 9.00 de la
mañana. Las más de las veces las clases comenzaban nueve y media y las menos se aprendía
algo de teoría. Dio su examen, en precario espacio tomado a duras penas en medio del tráfico
diario en la plaza Villarroel, porque el Tránsito no tiene un espacio especial para los exámenes
prácticos. Aprobado su examen, le tocó el trámite burocrático de sacar la licencia. A la quinta
visita con el “falta un papel”, “no tiene este valor”, etc., me dijo: “papi, acompañame tú para
apurar el trámite” (en el interin, hay que reconocerlo, la única plata que dio ingenuamente sin
respaldo, fueron 10 bolivianos a un policía en una de las oficinas de valores). Mi presencia
eliminó la cola y le ahorró quizás un par de visitas más a las atestadas oficinas. Finalmente
obtuvo su licencia. Mi hija Guiomar, sobre la base de un “ya pues papi”, intenta convencernos
de que sus amigas ya están manejando y “ya has visto, si igual no más te dan brevet si
compras”.
Mi hijo hizo el servicio pre-militar. Seis de sus casi treinta compañeros de curso lo
hicieron con él, el resto apelará al procedimiento ya conocido de comprar la libreta, lo que por
otra parte es un muy interesante ingreso para las Fuerzas Armadas.
En este escenario ¿Cómo les cuento a los dos que hay que cumplir la ley? ¿Cómo les
cuento que tiene sentido cumplirla? ¿Cómo les cuento que esta es una sociedad que avanza y
que está mejor que en el pasado?.
Los chicos de hoy beben en la casa, en el colegio y en los medios masivos, no solo
grandes cantidades de alcohol (que se expende libremente sin restricción alguna de edad), sino
también una imagen de desazón, de escepticismo y de absoluta falta de credibilidad en sus
instituciones y en sus gobernantes. Han aprendido desde la cuna que el método que funciona
es el del uso del poder, el de la coima, el de aprovechar la oportunidad lo mejor que se pueda,
en suma, en usar el poder, servirse de él y no servir a los demás a través de él.
Lo grave es que no hay muchos indicadores que nos permitan cambiar esa percepción,
en parte porque la corrupción es un problema real, en parte porque nos encanta magnificarla,
nos encanta acusar sin fundamento, nos encanta hacernos eco del rumor. No nos gusta separar
el grano de la paja y pretendemos además, muy sueltos de cuerpo, descargar en los políticos
todos los males que son nuestros propios males y nuestros propios pecados de corrupción.
Lo más preocupante es que no hay ningún indicador que nos haga pensar que la
próxima generación vaya a ser diferente, porque la estamos educando para que reproduzca
exactamente los viejos vicios sociales que nos aquejan. No enseñamos modelos, no tenemos
ideales o espejos que admirar y en los que reflejarnos. No porque no los haya, los que hay en
nuestra historia y en nuestro presente los olvidamos o los empañamos con toda intención.
Nuestros maestros y nosotros periodistas, nos regodeamos en la escoria y la basura, sin
reconocer a los muchos bolivianos y bolivianas que han hecho y hacen cosas importantes por
su país.
¿Historia circular?. ¿Historia cíclica?. Más allá de las importantes teorías a propósito
del devenir de la historia, es sobrecogedor anotar algunas de las coincidencias y repeticiones
del proceso histórico boliviano en los umbrales del cambio de siglo.
Progresivamente en ese periodo se fue haciendo cada vez más evidente que el natural
liderazgo político de La Paz, apuntaló el cambio de ejes de poder económico plata-estaño, sur-
norte (Potosí-Sucre a Oruro-La Paz), lo que terminó provocando la famosa Revolución
Federal. En octubre de 1898 una reunión del congreso en Sucre dio lugar a la ley de
radicatoria, que fue la excusa para la rebelión paceña que con la bandera del federalismo
incendió el país. Los paceños de la mano de las huestes aymaras de Zárate, luego reprimidas y
destruidas, derrotaron a Fernández Alonso y las milicias chuquisaqueñas, el 10 de abril de
1899 en el combate del segundo Crucero. La Paz tomó el poder, se hizo de la sede de
gobierno, abandonó el federalismo y comandó al país como ciudad capitana durante
prácticamente todo el siglo XX.
Progresivamente se fue haciendo cada vez más evidente en este periodo el cambio de
eje, pero a diferencia de 1898-1899 de manera pacífica. No es ya el cambio de sede de
gobierno y traslado formal del poder político, sino un cambio de poder económico e
implicitamente político. Santa Cruz toma el lugar de liderazgo que La Paz ostentó por una
centuria. La minería es progresivamente sustituida por la agro industria, la ganadería y la
explotación forestal. Cambia el destino de la migración y el desplazamiento es ahora de oeste
a este. La nueva tierra prometida está debajo de los 2.500 metros en los llanos orientales. No
se necesitó una tormentosa reunión de congreso, ni una nueva ley de radicatoria, pero
exactamente un siglo después de que los goznes dieron vuelta, el fenómeno se repite y Santa
Cruz se apresta a tomar la posta del liderazgo nacional en el comienzo del nuevo siglo. Esto
cambiará radicalmente la visión de nosotros mismos, no solo desde el punto de vista socio-
económico, sino también cultural. La visión andinocéntrica será sustituida y el concepto de
mayorías y minorías étnicas, culturales y sociales será ciertamente otro.
¿Historia cíclica?. ¿Historia circular?. ¿Es que no hay nada nuevo bajo el sol?. En todo caso es
una constatación fascinante de un periodo, la vuelta de un siglo y un destino nacional, del que
probablemente podamos sacar muchas enseñanzas, la más importante aquella que pone en tela
de juicio los mundos y los tiempos, los modelos y las ideologías inmutables.
El 10 de abril de 1899, hace exactamente 100 años, se libró la batalla del segundo
crucero (en las inmediaciones de Paria-Oruro) entre las tropas constitucionales de Severo
Fernández Alonso, a la sazón Presidente del país y las federales del Cnl. José Manuel Pando.
Ese episodio cerró uno de los momentos más trascedentes de la historia republicana de
Bolivia, que se había abierto seis meses antes en una turbulenta sesión parlamentaria
desarrollada en la capital de la República.
Esta guerra civil, la más importante de las confrontaciones internas de Bolivia, está
lejos de parecerse a tantos intentos de cambio de gobierno que vivimos en el pasado. La larga
tensión entre el norte (La Paz) y el sur (Chuquisaca), tenía que ver con la evidencia de un
liderazgo demográfico, económico, de gravitación geopolítica y de desarrollo de las elites, que
hacían de La Paz la primera ciudad del país, situación que se dio desde el comienzo de la
República. El peso específico de La Paz, está probado por el hecho de que la sede gobierno,
itinerante muchas veces, (Oruro y Cochabamba), había estado casi tantos años en La Paz como
en Sucre durante el siglo XIX.
La Paz resolvió por la vía de las armas el impase producido cuando los parlamentarios
capitalinos aprobaron y el Presidente promulgó una ley que obligaba al ejecutivo a radicar de
manera permanente en Sucre. Ostentar la capitalía tenía entonces una significación definitiva.
El tema se resolvió ambiguamente, una solución salomónica que dejó de hecho una capital
formal, Sucre y una capital real, La Paz. Pando no se atrevió a ratificar la decisión de la junta
federal (instalada en La Paz el 12.12.1898), que una vez ganada la guerra decretó (14.10.1899)
que La Paz se convertía en capital del país e, igual que con el federalismo, postergó el debate
hasta nunca.
Pero está claro que Zárate, los caciques Lorenzo Ramírez, Juan Lero, Cruz Mamani o
Feliciano Willka, no tenían ni a Pando, ni a La Paz, ni al federalismo en su mira. La
reivindicación de la tierra a través de (valga la irónica paradoja) títulos otorgados por la corona
española, y probablemente un concepto de territorio que se sobreponía al concepto
republicano de Bolivia tal como la entendemos, aprovecharon un momento excepcional para
organizar un levantamiento que incendió los departamentos de La Paz, Oruro, Cochabamba y
Potosí. El sistema de colonialismo interno de la Bolivia oligárquica fundada en 1880, no solo
había prescindido del indio, lo había explotado por la vía del tributo, expoliado por las leyes
de exvinculación, sino también lo había marginado en una suerte de apartheid mucho más
riguroso que el sistema colonial español. La respuesta tuvo una intensidad que estuvo a punto
de escaparse de las manos de José Manuel Pando y los federales. Ese proceso de exclusión,
muchas veces sazonado de vidas indígenas, encontró una respuesta sangrienta e implacable en
dos episodios, el más conocido el de la masacre de Ayo Ayo del 24.1.1899. 27 oficiales del
escuadrón Sucre que quedaron heridos después de la derrota de la batalla de Cosmini, fueron
salvajemente asesinados por un contingente de indios. Mucho más terrible fue la masacre de
Mohoza de 1.3.1899, en la que 130 soldados y oficiales del escuadrón Pando del ejército
federal paceño, fueron asesinados en una noche de horror por huestes indias al mando de
Lorenzo Ramírez, por si hubiese alguna duda sobre el lado del que peleaba el pueblo aymara.
“La indiada”, como la bautizó la prensa de la época, buena como carne de cañón para
la política del “usese y tirese”, a la que las tropas constitucionales hostigaron y abusaron sin
mayor contemplación, tenía su propio objetivo, su propia visión de nación y de sociedad y a
punto estuvo de rebasar al ejército de los “k’aras”. Finalmente, Pando cortó de raíz el
problema. Igual que había entrado lado a lado con Zárate a paso de triunfador después del
triunfo de Paria, decidió su prisión, igual que la del aguerrido líder de Peñas (Oruro) Juan
Lero. Ocurrió el 23 de abril de 1899. Lero murió en prisión a los 60 años. Zárate fue muerto en
su Sica Sica natal, cuando era trasladado para ser juzgado por la masacre de Mohoza. Fue el
fin de una épica trágica, pero no el fin de una historia que para el mundo indígena tendría en
1953 un momento culminante.
Cien años después de finalizar la Guerra Federal en los campos de Paria, es difícil
abstraerse de la personalidad de tres de los grandes protagonistas de este momento decisivo
para la construcción del siglo XX boliviano.
José Manuel Pando fue, que duda cabe, uno de los grandes estadistas de la República.
La imponente figura de Montes terminó por desplazarlo a un injusto segundo lugar como
paradigma de la era liberal. Pando era un hombre de férrea personalidad, de ideas claras y
decisiones incontrastables. Un político de olfato, con el grado suficiente de frialdad y cinismo
que le permitiera moverse en aguas procelosas. Paceño, senador por Chuquisaca, votó a favor
de la ley de radicatoria y combatió a los chuquisaqueños hasta ganarles la Guerra Federal. Se
alió con los indígenas, usándolos hasta que los necesitó para luego deshacerse de ellos, cosa
parecida a lo que los líderes indígenas buscaron hacer con la elite liberal. Pero su régimen tuvo
el agravante de profundizar la expoliación de tierras después del triunfo del 99. Esa alianza fue
posible en virtud de su fuerte vinculación con un sector del país al que cultivó desde mucho
antes de la guerra
- más de una vez los indios vivaron a Pando con gran algarabía en las afueras de La Paz en los
años noventa-. Tuvo a su vez la amplitud de miras para darse cuenta de que era inconveniente
convertir a La Paz en capital. El riesgo de un mayor desangramiento nacional era evidente, por
eso, sin dudar se impuso a la eufórica junta revolucionaria de la que era parte. Nunca creyó en
el federalismo, pero solo lo desalentó cuando su poder era indiscutible. Pando llevó a los
federales al triunfo militar, con disciplina y el apoyo de las fuerzas indígenas, que a pesar de
ello estuvieron a punto de sobrepasarlo. Explorador valiente, consolidó para Bolivia el
departamento que llevaría su nombre. Combatió con toda su fuerza y talento en la guerra del
Acre, perdida ante una superioridad abrumadora del enemigo, y gobernó con un sentido
práctico un país al que contribuyó a modernizar.
Pero ¿Qué del federalismo?. La idea federal no era nueva en 1899, se había expresado
desde la década del 70 del siglo pasado a través de Mendoza de la Tapia o Ibañez, para
mencionar solo dos ejemplos, pero no se había enraizado como una corriente con opciones
hasta el nacimiento de la junta federal de Pinilla, Reyes y Pando. La batalla contra el
centralismo y un concepto parecido al de las autonomías, era una reivindicación lógica en una
nación concebida desde y para el centralismo. La oportunidad notable de coincidir la
exigencia con una región cuyo peso específico permitía el éxito por las armas, como de hecho
lo logro, se enfrentó a una circunstancia muy fuerte, la desesperación liberal por tomar el
poder y la subalternización de ese objetivo partidario de la idea que sirvió como bandera
central de la lucha. Pero, si se hace un seguimiento de los debates de la convención de Oruro
de octubre del 99, los argumentos a favor y en contra del federalismo (expuestos con seriedad
y profundidad), esgrimidos en ambos bandos casi exclusivamente por liberales, muestran una
división de ideas no resuelta hasta hoy. La base de los argumentos era muy similar a los que se
plantearon en los años noventa de este siglo para resolver una descentralización sin plena
autonomía. La sombra de una polonización, la historia con relación a nuestros vecinos, las
guerras perdidas y las intenciones de anexión de la primera mitad del XIX, generaron un
trauma nacional en torno a nuestra integridad como nación. Esto envenenó un debate que
debiera volver a encararse con lógica del siglo XXI, que si no conduce al federalismo, podría
buscar un sistema de autonomías bajo el criterio español.
La primera conclusión es, sin embargo, que el abandono del federalismo no fue tan
simple como una traición descarada de un ideal, sino como una reflexión comprensible en el
contexto de esos días sobre el futuro del país.
Un notable trabajo titulado Los años del cóndor del periodista Francisco Roque
Bacarreza, recupera un período crucial de la historia de Bolivia, los años de 1952 y 1953
correspondientes al movimiento de cambio que transformó irreversiblemente el país.
Muchas veces se ha dicho que la Revolución fue traicionada, que se "vendió" a los
gringos, que se hizo poco menos que por la fuerza y contra la voluntad de los líderes
movimientistas que la condujeron. Lo que en estas páginas se confirma es que la Revolución
sobrevivió en gran medida gracias a una política pragmática de acercamiento a Estados Unidos,
sobre la idea de convencer a esa nación de que era un proceso de cambio bajo los moldes
occidentales aprobados por EE.UU. en medio de la turbulencia de la guerra fría.
El MNR llegó al poder en 1952 en un momento en que se vivía una realidad muy clara en
la minería. La producción estaba en descenso, la ley del mineral, especialmente el estaño, había
agotado las cabezas de alta ley y no contaba con tecnología que permitiera un adecuado
aprovechamiento de las colas y desmontes, mostrando un rezago tecnológico global preocupante
aún para la gran minería que, sobre todo Patiño, había transnacionalizado y diversificado sus
inversiones fuera de Bolivia. El precio bordeaba 1,25 U$ por libra fina, pero el gobierno de
Ballivián no había logrado una negociación que se acercara siquiera al 1,20 U$ con EE.UU, y por
si fuera poco este país terminaba la acumulación de reservas estratégicas que superaban las
130.000 toneladas de estaño. Un año y medio después del ascenso de Paz Estenssoro al gobierno,
el fin del conflicto de Corea terminó por desbaratar las expectativas sobre las necesidades de
occidente de compra del mineral, además de reabrir otra vez las puertas a la producción asiática y
marcar el desplome de los precios de 1,21 U$ a un límite mínimo de 0,70 cts. de U$ por libra. El
costo de producción superaba generosamente la cifra de venta del mineral.
Esa era una realidad más allá de cualquier especulación sobre si la medida de la
nacionalización en si fue buena o mala. Al MNR le tocó bailar con la más gorda y la más fea.
El gobierno de Paz no podía elegir, tuvo que negociar con Estados Unidos para
sobrevivir. Eso implicó convencer a Washington de que el gobierno no era pro-comunista y que
además estaba dispuesto a indemnizar a las empresas nacionalizadas y particularmente a los
accionistas estadounidenses (minoritarios en la empresa de Patiño y participantes de la torta
precisamente para sensibilizar al gobierno norteamericanos contra el MNR).
La tarea emprendida por Andrade, embajador en Washington, Walter Guevara ministro
de RR.EE. y el Presidente Paz, se refleja en este libro de un modo notable, igual que el giro de la
opinión estadounidense, primero en el gobierno de Truman y luego en el de Eisenhower.
Roque pinta muy bien el intenso cabildeo en Washington y en La Paz, la tarea ímproba de
Andrade y la firmeza en el momento crítico de Guevara y Paz. Una lucha desigual que terminó
convenciendo a Estados Unidos de que Paz no era Arbenz y Bolivia no era Guatemala.
Visto el drama desde adentro, uno puede comprender porqué la revolución boliviana
terminó atada a los créditos y las condiciones de Estados Unidos y cómo muy probablemente sin
ellos el proceso de cambio de la sociedad boliviana no se hubiese podido hacer, simplemente el
MNR no hubiese podido garantizar su permanencia en el poder a mediano plazo.
Juzgar hoy las relaciones de ese momento con la primera potencia del mundo es muy fácil
y ligero, hacerlo con los instrumentos que nos da Roque, obliga a una reformulación de ciertos
preconceptos e ideas simplistas. Es difícil a pesar de todo un juicio exculpatorio de lo que fue un
camino de inevitable dependencia, pero cuando menos Los años del cóndor permiten ver desde
dentro lo difícil que fue lograr el apoyo de Estados Unidos y el talento que demostraron tres de
los principales líderes del MNR para lograrlo.
La Bolivia de 1971 era, sin duda, un país dividido hasta lo indecible. Sin espacio para
el diálogo, sin lugar para la tolerancia, con ideas profundamente arraigadas en la conciencia
colectiva. Era un tiempo en el que se pensaba que la única solución para el cambio era la
violencia revolucionaria. Desde la izquierda no era posible concebir la nación con matices,
era o ellos o nosotros. Desde la derecha la conservación del orden establecido era también de
vida o muerte; la ecuación era exactamente la misma, o ellos o nosotros. Los bolivianos
habían abierto una brecha insalvable que los condujo inevitablemente a la violencia.
Juan José Torres fue un protagonista sin poder. Las ideas progresistas de un ejército al
lado del pueblo que venían del Perú de Velasco y de la propia experiencia guerrillera de
Ñancahuazú, fueron prendiendo en el General que terminó por jurar el mando ante el pueblo
(no había ocurrido antes, no volvió a ocurrir después). Pero Torres no tenía ni el respaldo, ni el
programa que le permitieran aplicar una línea de cambio hacia un nuevo orden. Era víctima de
las fuertes tensiones dentro de las FF.AA. capturadas desde mediados de los sesenta por la
doctrina de seguridad nacional y formadas en un anticomunismo rabioso. Era víctima
también del voluntarismo de un movimiento popular conducido por sectores extremos que
pretendían la revolución total. La tesis socialista de la COB y la revolución universitaria de
1970 condujeron a la Asamblea Popular, la máxima expresión de revolucionarismo en
América Latina fuera de Cuba. Pero era un castillo en el aire, sin base, sin un sustento real
que permitiera el salto, un salto que se hubiese visto aprisionado por el cruce ideológico, las
contradicciones entre los líderes de diferentes tendencias que llevaban el carro en distintas
direcciones, en una competencia de ultrismo que hoy día parece salida de la ficción, hasta que
lo hicieron perder definitivamente el rumbo. El general Torres estaba condenado a naufragar
porque le tocó vivir el vórtice de un huracán irrefrenable.
El coronel Banzer, en cambio, estaba destinado a una historia de más largo aliento, no
sólo por la circunstancia que lo hizo cabeza del movimiento subversivo, sino por el uso
notable que hizo de sus réditos en la hora de la democracia. Es curioso, pero en la óptica de
hoy el golpe sangriento que cobró tantas vidas, que apresó a tanta gente, que exilió a tanta
otra, que clausuró libertades y se enfrentó al movimiento obrero, no perseguía otra cosa que la
continuidad del modelo político-económico de la revolución nacional entronizada por el
pueblo. Más allá del desarrollismo, más allá de la feria de créditos y el endeudamiento
externo, Banzer apuntaló igual que el MNR en los 50, el poder del estado. La economía se
estatizó aun más, la planificación económica se hacía desde el gobierno y la empresa privada
no era otra cosa que un apéndice de esa pesada y poderosa estructura. El estado rector,
empresario, dueño de vidas y haciendas de los bolivianos, prolongaba el 52. Igual que
Barrientos, Banzer hizo capitalismo de estado con el signo de la fuerza militar y de espaldas a
los sectores populares por los que se construyó el modelo de la revolución de abril, e igual que
sus antecesores tuvo parecidos aciertos y errores, Su lógica económica no se apartó un
milímetro de la doctrina del MNR (Paz y su partido no estuvieron de gratis en el poder entre
1971 y 1974).
Pero el golpe no se explica en la historia reciente por lo que representó desde el punto
de vista del modelo en vigencia, se explica como el momento más dramático de una Bolivia
polarizada y se recuerda por las heridas que quedaron en el camino (muchas ya cerradas, otras
abiertas para siempre). Fue una página más de la saga dolorosa de una patria demasiado
acostumbrada a la prepotencia, a la sangre y al dolor.
El recuerdo del 21 de agosto nos demuestra una vez más lo terriblemente relativo de
los valores que parecen absolutos en un determinado momento histórico. Y no hemos
necesitado esperar cien años para comprobarlo. Muchos de quienes se mataban y se odiaban
entre sí terminaron aliados, pero más que so, muchos de quienes defendieron un modelo
revolucionario radical terminaron en las filas de la economía de mercado y quienes impusieron
el modelo estatista desde el gobierno (coincidencia que en 1971 tenían los dos bandos
enfrentados hasta el odio y la muerte), sin admitirlo terminaron abjurando de él y
adscribiéndose a la nueva corriente liberal que desmoronó poderosas ideologías en el mundo
entero.
Hoy, Banzer, Paz Estenssoro, Paz Zamora, Aranibar, Eid y muchos otros son tambiénv
recordados por el lugar que ocuparon en ese episodio. Pero seguro que ninguno imaginó ni en
sus mejores (¿o peores?) sueños, las cosas que les tocaría escenificar en años recientes,
muchas veces paradójicas, otras dramáticas o terribles, alguna vez también casi heroicas…
Lo que el golpe del 71 logró fue la preservación del viejo orden, evitando el cambio
revolucionario al socialismo. La valoración del hecho revolucionario queda aquí totalmente al
margen. El 71 no fue una revolución, porque la revolución produce necesaria e
inevitablemente un cambio. Más allá de su origen, su metodología y el tiempo de su
consecución, debe marcar un trastocamiento definitivo del orden anterior por una nuevo, en lo
político, en lo social y en lo económico. Nada de eso ocurrió en 1971 (a pesar de la cita de
Sartori), lo que no puede hacernos perder de vista su importancia decisiva para la actual
realidad. No fue un golpe más, es cierto, fue el proyecto coherente de un grupo de poder
político, económico y social por preservar un diseño de nación que derrotó los movimientos
revolucionarios utópicos acelerados por el espejismo cubano y la presencia del Che en el país.
La postura visceral de Kieffer en torno a Paz, el MNR y todas sus secuelas, le impide
comprender el profundo parentesco entre Banzer (cara militar del nacionalismo del 52) y Paz,
ya que su proyecto del 71 era hijo del ejecutado por el MNR. El FPN no fue casual, respondía
a una identidad ideológica y una comunidad de ideas e intereses en un momento en que el
nacionalismo revolucionario era profundamente cuestionado y combatido desde las trincheras
del marxismo. Por eso, es perfectamente entendible el posterior Pacto por la Democracia
MNR-ADN y ,en cambio, fue insólito el pacto MIR-ADN. En un caso se habla del
reencuentro de viejos socios que habían co-gobernado, en el otro se habla del victimador y la
víctima, de dos visiones encontradas en guerra a muerte en el pasado que se unen. La omisión
que hace Fernando del tema MIR durante la dictadura es flagrante, sus pocas menciones son
tangenciales y minimizan la significación generacional que tuvo el MIR en su lucha frontal
contra el septenio.
No se puede pedir a un militante generosidad para con los adversarios, pero Fernando
debe tener para si que si utilizará la mitad de la vara con que mide a Banzer para medir a
Marcelo Quiroga, Paz, Lechín u Ovando, hubiese logrado un mínimo equilibrio de juicio que
su libro ciertamente no tiene. El apéndice final que incluye en extenso la justificación de voto
por Banzer Presidente en el parlamento en 1997, es un verdadero banquete digno de agradecer.
Las piruetas vergonzosas de los excomandantes revolucionarios, exsecretarios de la COB,
exdirigentes sindicales y exmarxistas (todos ellos “exenemigos mortales de Banzer) votando
por el General, es tan aleccionadora como patética.
Estamos ante un libro valioso, que consagra a Fernando Kieffer como investigador
serio, a la par que como un fundamentalista irredento. Es una paradoja que hace el libro muy
entretenido. Eso, si el lector es capaz de entenderlo así, cosa que no siempre ocurre.
El partido de Banzer se fundó con los peores augurios del mundo y terminó por darle
un mentis a quienes apostaban por su fracaso. Nació en la derecha para defender la figura de
un exdicartador y terminó en el centro como parte de un proceso de modernización que
redimió al exdictador en las urnas. El paraguas de protección ante un juicio de
responsabilidades planteado con lucidez por Marcelo Quiroga Santa Cruz, se transformó en
parte de un proyecto histórico esencial para la nueva democracia boliviana.
Difícilmente se podrá creer que ADN nació por vocación democrática y que el
entonces expresidente Banzer la tenía cuando creó el partido. La democracia, como todo, se
vive no se predica y Hugo Banzer vivió en un país de intolerancia en el que la democracia tal
como hoy la entendemos e intentamos practicar era una palabra vacía (tanto en la izquierda
como en la derecha) para la gran mayoría de los actores políticos. Lo que tanto Banzer como
su partido entendieron rápidamente, es el sentido de oportunidad. Entre 1979 (23 de marzo) y
1981 (enero), todo era demasiado precario como para arriesgar posiciones definitivas. El
General jugó a dos bandas, por un lado el mecanismo de la democracia con dos resultados
electorales notables (tercer lugar en 1979 y 1980, con 12 % y 16 % respectivamente), por el
otro el contacto permanente con los cuarteles y la colaboración con la dictadura (expresamente
en el régimen de García Meza), práctica a la que no estuvieron ajenos partidos tan importantes
como el MNR y el MNRI, cuya presencia en el golpe de Natusch fue abierta. Cuando la
irracionalidad del gobierno de García Meza era imposible de ocultar, Banzer dio un paso al
costado y a partir de entonces la democracia fue su único referente.
Un elemento clave para su proyección política fue el rédito de siete años de estabilidad
económica y lealtad de importantes sectores de la clase media y alta del país (menos, pero
también algunos de los estratos populares), que siempre creyeron que el golpe del 71 era
indispensable y que Banzer salvó a Bolivia del caos, garantizando además estabilidad y
sentido de futuro. Ese fue el secreto del éxito. La lealtad del 20 % de los votantes que terminó
por ser su inamovible base democrática. En el peor momento se hizo 12 % (1979) cuando el
recuerdo de la férrea dictadura y la violación sistemática de derechos humanos estaba todavía
muy fresco, en el mejor momento se hizo 30 % (1985), cuando el desastre de la hiperinflación
y la carencia casi total de gobierno lo convirtió en la opción ideal de orden y vuelta a la
estabilidad. Fue precisamente esa elección el Rubicón democrático de Banzer. Con
inteligencia no cedió a la tentación de reivindicar, tanques mediante, su triunfo por mayoría
relativa, después de que el congreso por primera vez en la historia, le dio la presidencia al
segundo. Y no faltaron válidos que se lo pidieron con vehemencia. Fue el mayor acierto de su
vida, como lo fue casi tanto aliarse a Paz Estenssoro en un pacto muy parecido al de 1971 pero
con las cabezas invertidas, que permitió al país vencer el desastre económico y canalizar la
democracia que el sufrido Presidente Siles nos había dejado como su herencia más preciada.
Es en el período 1985-1989 que ADN se probó exitosamente como partido de estructura y de
organización. Pero ADN nunca pudo cumplir una de las premisas de su discurso, todavía
usada hoy, aquello del partido de nuevo cuño. El viejo modelo movimientista fue, como para
el MIR, el espejo para mirarse en sus peores defectos pero no demasiado en sus virtudes.
Caudillismo, prebendalismo, uso del poder como botín político, corrupción, fueron moneda
corriente (no exclusiva, es verdad) de una estructura partidaria que no pudo cambiar una forma
de hacer política que parece condenarnos hasta hoy.
Son veinte años de historia fundamental para nuestra política, veinte años de un legado
aún vigente que marcó a fuego la Bolivia posrevolucionaria.
Con el título de Grandes frustraciones del Siglo XX, Fernando Cajías pública en la
revista Domingo de La Prensa (26.9.99), un artículo en el que hace una aproximación a lo que
define como tres momentos fundacionales del siglo XX, que identifica con tres partidos
políticos, el Liberal el MNR y el M IR, para llegar a la conclusión de que los tres fueron un
fracaso, lo que en su interpretación explica en buena parte el que continuemos como uno de
los países más pobres del mundo.
Me parece una visión demasiado pesimista, pero en virtud de los resultados que hoy
tenemos, bastante próxima a la realidad. Hace falta sin embargo una mirada menos
desesperanzada de los resultados históricos y un reconocimiento de logros significativos que el
autor apunta al comenzar su trabajo, pero que en el contraste con las ideas desarrolladas se
diluye.
La valoración de una generación se mide no por sus “podría o pudo ser” sino por lo
que fue o lo que es. Sin desmerecer la importancia del MIR en la historia reciente, es
absolutamente imposible intentar siquiera una comparación con la trascendencia y gravitación
de liberales y movimientistas en la construcción buena o mala de la Bolivia del siglo XX.
Vistos los resultados además, es perfectamente posible preguntarse si el peso específico del
MIR es o no superior al de ADN. La prueba de fuego de ambos partidos vendrá cuando
resuelvan la sucesión de su liderato histórico. A diferencia del p. Liberal y del MNR, adenistas
y miristas solo tienen a Hugo Banzer y Jaime Paz como figuras esenciales, en segundo plano
Oscar Eid y en veremos Jorge Quiroga. Las diferencias y las distancias son muchas como para
pretender que el MIR pueda concebirse como un momento fundacional de Bolivia en el siglo
que termina.
Guillermo Bedregal ha escrito casi una treintena de libros sobre la realidad política de
Bolivia, algunos de ellos muy importantes para entender una de las corrientes centrales del
pensamiento y la acción política en el país. Su último libro Víctor Paz Estenssoro El Político,
Una Semblanza Crítica, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México, recupera
una línea de trabajo intelectual inaugurada por Carlos Montenegro con Nacionalismo y
Coloniaje.
Es interesante reflexionar en torno a los aportes hoy ya imprescindibles que han hecho
los políticos e intelectuales del MNR como Montenegro, Céspedes, Guevara o Bedregal, en la
construcción de un pensamiento que intente plasmar las ideas centrales del nacionalismo
revolucionario, la corriente fundamental para entender la construcción de Bolivia en la
segunda mitad del siglo XX.
Cuando uno recorre ese periodo histórico se percata de que el MNR lo llenó casi todo,
a partir de una condición de flexibilidad absolutamente excepcional para adaptarse a los
requerimientos históricos. Aquello de que el MNR encarnó a Bolivia tiene mucho de
verdadero, pero no para hacer la apología, sino para entender que ese partido reflejó en buena
medida las grandezas y miserias de la sociedad boliviana, o en muchos sentidos fue
alimentando esa sociedad con sus grandezas y miserias.
Quizás el franco alineamiento en las ideas centrales del nacionalismo, hace que el libro
no logre aprehender adecuadamente el matrimonio con el nuevo liberalismo que surge a partir
de 1985, en la medida en que una cierta contradicción en los términos -dadas las tesis políticas
del autor- no alcanza para justificar el giro actual de su partido.
Quizás no es todavía el tiempo de los juicios definitivos, pero este y otros tantos
ejemplos de nuestro pasado y del universal conducen a chocar siempre con esa paradoja que es
el ser humano en la que parecen imposibles los grandes cambios sin hecatombes y en la que
los grandes líderes toman decisiones que hoy no podemos justificar y a veces ni siquiera
explicar.
Paz Estenssoro es en el libro de Bedregal una figura grande, pero es sobre todo el
hombre en su circunstancia, no como un peón, sino como la reina del ajedrez con toda su
encarnizada fuerza y con sus riesgosas debilidades.
Una vez más, los escritores del nacionalismo revolucionario entre los que también se
cuentan con diversos matices Almaraz y el primer Zavaleta, marcan el paso de una
interpretación crítica y distinta de nuestra historia. En algún momento le respondieron
desafiantes a la historia oficial, pero probablemente hoy son ya parte de la historia oficial.
"...¡Hernán Siles Zuazo ya está en el poder!". ¿Cuanto le costó el poder a Hernán Siles?.
Solo él y los seres que más lo quisieron lo saben. Luchador, una palabra que han usado
centenares de veces para definir a uno de los hombres claves de la revolución nacional. Fue, qué
duda cabe un luchador empedernido, hasta la tozudez, como fue valiente y afrontó a cara
descubierta los desafíos de una vida política turbulenta, azarosa y muchas veces injusta, cuando
sufrir en carne propia no era una frase, sino una cruda y lacerante realidad.
Siles fue parte de una generación privilegiada, aquella que estaba destinada a cambiar
para siempre el rumbo y la faz de Bolivia. Como sus compañeros, se ganó a pulso el lugar que le
cupo en la historia. ¿Fue hombre de pasiones?. Sí en la política. Discreto en cambio, e
inescrutable en su vida privada, tanto que guardó siempre celosamente sus pensamientos más
íntimos. Tuvo amigos de toda la vida y también enemigos de toda la vida. Juan Lechín le criticó
siempre aquella frase del 52: "vencimos, volvimos y perdonaremos" ¿Perdonar qué? se ha
preguntado tantas veces el líder sindical, pero esas palabras retratan al hombre, como lo retrata la
decisión de entregar la presidencia a Paz Estenssoro en 1952, sin los meandros ni las maniobras
de una apuesta personal que hubiese sido perfectamente posible entonces.
Pero quizás el destino jugó con el a dos manos. En una mano la historia democrática de
Bolivia lo ha respaldado siempre, probablemente porque adivinaba que en la hora de la verdad él
se jugaría por el futuro democrático del país. Como candidato vicepresidencial junto a Paz
Estenssoro ganó las elecciones de 1951 por mayoría relativa. Fue el primer boliviano elegido por
voto universal con una abrumadora mayoría en 1956. Ganó sucesivamente las elecciones de 1978
(que un fraude monumental le escamoteó), 1979 y 1980. Nunca perdió una elección en su vida y
dejó a cambio hasta el último jirón de su prestigio en los cimientos de la democracia que hoy
vivimos
En la otra mano, ya Presidente bebió más la hiel que la miel. En 1956 le tocó la dura
responsabilidad de pisar sobre la tierra después de la ilusión de los grandes cambios que
descalabraron la economía. En un camino sin opciones, escogió la racionalidad que lo abandonó
un cuarto de siglo después. Contra viento y marea sujetó la economía descarriada y venció la
inflación mayor que el país había conocido hasta entonces. Eso le costó el marbete de derechista,
la pelea terrible con Chávez y Lechín, la ruptura con la COB e incluso la primera y célebre huelga
de hambre de un Presidente de la nación. Le tocó también mancharse de violencia en cuartel
Sucre y Terebinto y en su gobierno se inmoló -¿o fue inmolado?- el más carismático líder
conservador de la Bolivia moderna, Oscar Unzaga de la Vega.
Pero Siles, igual que sus viejos compañeros, era gente de otra dimensión y de otra talla.
Volvieron todos como el ave Fénix y se apoderaron otra vez de la historia. Su tiempo estaba lejos
de haber terminado. A la vuelta del desengaño del 64 y tras el abrazo de Lima que solo fue eso,
una abrazo, abrió la saga de un nuevo y pequeño partido aliado a la izquierda nacional, el MNRI.
Sin el pecado del golpe del 71 fue el hombre para la nueva democracia, aquel que los jóvenes
miristas buscaron y encontraron para el "entronque histórico". La aventura fascinante de la UDP
y su extraordinaria capacidad para derrotar en las urnas a la dictadura y encarnar al pueblo real en
una saga admirable de más de cuatro años, terminó en la amargura de 1985.
Hernán Siles fue un hombre solitario entre 1982 y 1985, enredado en los entuertos de sus
aliados,la inmadurez del MIR, la debilidad de su propio partido, el cálculo exasperante del PC y
en los errores de partida (desdolarización entre ellos). El pueblo le cobró su promesa de los 100
días y muy pronto todos perdieron el rumbo. La solución del 82 fue buena para salir del desastre
militar pero hirió de muerte al gobierno. Con minoría en el parlamento y cerrado a cualquier
aproximación con Paz Estenssoro, prefirió el martirologio. Lo acosaron todos con la misma
irracionalidad. La oposición MNR-ADN bloqueó todo, lo que fuera y donde fuera. Los
empresarios privados asumieron una actitud casi sediciosa, los trabajadores lanzados a la batalla
por el socialismo solo tejido en sus mentes, pídiéndolo todo, cuando no había nada que dar. Es
posible que en ese trance al Presidente le faltara la energía para intentar detener un derrumbe que
amenazaba con un real vacío de poder, pero en ese juego tan difícil Siles capeó el peligro mayor,
el del fin de una democracia que apenas nacía (el secuestro e intento de golpe de 1984 así lo
demuestra) resignando un año de su mandato. Jugó todo lo que tenía y más por respetar los
derechos de sus conciudadanos y los respetó hasta el último minuto de su gobierno. Por eso y aún
ante la evidencia de un colapso económico como pocos en nuestra historia, Siles mantiene su
figura gigantesca al haber tejido con paciencia y en soledad las bases de la democracia de la que
hoy gozamos.
No parece casual que hay estado signado por el 6 de Agosto, día de la patria. Fue
Presidente por primera vez ese día en 1956. Le entregó tres veces la presidencia a Víctor Paz su
compañero y enemigo de toda la vida, dos de ellas un 6 de Agosto, dejó para siempre la
Presidencia y su Bolivia del alma un 6 de Agosto, y un 6 de Agosto le tocó morir lejos de la
patria.
¿Fue justo el destino con Walter Guevara?. ¿Es justo o injusto el destino con los
hombres?. A la hora del balance en el momento de su muerte se mide su exacta dimensión. Como
todos los hombres centrales de la Revolución Nacional se puede tejer y destejer una trayectoria de
grandeza y miseria y como a todos se le puede marcar aciertos y errores, pero lo que queda claro
es que fue un hombre que hizo historia, que contribuyó a construir una nueva nación, que se jugó
en varias ocasiones de su vida y que, como les ocurrió a la mayoría de los políticos del pasado
inmediato, sufrió en carne propia los amargos tragos de la persecución, la restricción de la
libertad y el exilio. Eran tiempos en que no bastaba con expresar ideas y combatir ideas, el signo
de la intolerancia marcó nuestra política y a los hombres que la ejercitaron. No hubo demasiado
espacio para la compasión y si mucho para la intolerancia. Esa marca de dos vías selló
fuertemente a la política y a la historia bolivianas.
Emblema, junto a sus compañeros, de una nueva generación que realmente subvirtió el
viejo orden, fundó el partido decisivo de la segunda mitad de siglo y estuvo en el gabinete junto
al joven militar que preludiaba la Revolución.
Guevara conjugó el rol del teórico y del activista, del intelectual y el protagonista directo
y quizás en el balance, el político resintió al intelectual. Si bien ha hecho aportes definitivos en el
diseño de las líneas que siguió la Revolución en los cincuenta, probablemente el tiempo dedicado
a la actividad pública no le dejó espacio para escribir y plasmar de manera más amplia y profunda
su pensamiento. Su Manifiesto a los ciudadanos de Ayopaya es ya y desde hace muchos años
una obra imprescindible para comprender la realidad boliviana pre-revolucionaria y entender
también los desafíos (un programa en los hechos) que se debían encarar después del cambio. Su
radiografía de la realidad rural boliviana y su enfoque de los problemas agrarios, fueron
determinantes pero no excluyentes en ese texto breve pero definitivo. Guevara diseñó luego,
junto a un equipo, el plan económico de la Revolución que se publicó en la primera mitad de la
década de los años cincuenta, en el que se establecían las metas básicas de la política económica
del MNR.
El reciente trabajo de Francisco Roque Los años del cóndor, retrata la vigorosa defensa
que hizo como ministro de RR.EE. del primer gobierno de Paz Estenssoro, de los intereses de
Bolivia frente a los Estados Unidos en un momento en el que se decidía la viabilidad o
estrangulamiento del proceso de Abril. Le tocó luego como ministro de Gobierno de Hernán Siles
Zuazo afrontar la grave responsabilidad de los acontecimientos de cuartel Sucre y Terebinto, que
lo dejaron a él y al entonces Presidente Siles con el San Benito de una violencia que los sectores
opositores, sobre todo cruceños, no les perdonaron nunca.
Quizás le quedó en el alma la amargura de no haber alcanzado el lugar que sus talentos
permitían adivinar, probablemente no tuvo la agudeza y el sentido de oportunidad de sus otros
compañeros en esta saga apasionante, pero el destino no fue injusto con él. Le reservó el lugar
que le tocaba, el único posible, el que él mismo construyó en el largo camino de servidor de su
patria.
Solo el Gral. Bánzer ha podido cruzar esa línea y construir su historia en dos
dimensiones. El 21 de julio de 1978 salió del Palacio con lágrimas en los ojos, no pudo lograr
la salida grande de entregar el mando a un Presidente electo, se lo impidió el mismo hombre
que debía recibir la banda de sus manos. Parecía el final justo para quien había llegado al
Palacio Quemado por la fuerza. Pero Bánzer era más, bastante más que un general bueno
para dar ordenes en dictadura, demostró habilidad y dominio político - a veces nos olvidamos
que tuvo a su diestra al Dr. Paz y que cuando no lo necesitó más lo envió al exilio-. Supo
administrar la derrota en 1985 y entendió la oportunidad que le daba la democracia, la tomó
sin pedir otra cosa que el reconocimiento de una sociedad que no olvidaba las violaciones a los
derechos humanos, la cárcel y el exilio. Sin Bánzer no había pacto por la democracia y sin
pacto no había triunfo sobre la hiperinflación, en un momento crítico de nuestra historia.
No es fácil de explicar, ni siquiera es fácil de asumir desde la óptica de quien cree que
la democracia es un valor logrado con mucho sacrificio. No lo es porque ejercieron el poder
sin límites, sin la ley de leyes, coartaron la libertad y no trepidaron en usar la violencia - aún
conociendo las razones que surgen de la realidad de un país dividido (el de los 70), en el que
no hubo ni tiempo ni ganas para la tolerancia y el perdón por ninguna de las partes en conflicto
-, pero es la realidad. Hugo Bánzer ganó legítimamente el derecho de volver a la silla
presidencial y fue capaz de formar una coalición, no solo para gobernar con mayoría, sino para
hacerlo con el más amplio margen que haya tenido nunca Presidente alguno en una
democracia genuina en nuestro país.
El Cóndor de los Andes es, qué duda cabe, la más alta condecoración y el mayor
reconocimiento de la nación a un ciudadano. Juan Lechín es a todas luces una de las figuras
más relevantes de la historia boliviana del siglo XX y es uno de los hombres cuya trayectoria
de servició a una clase social y a la más importante organización sindical de la república, tiene
tal trascendencia que merece sobradamente recibir tan alto galardón. ¿Pero era Hugo Banzer la
persona más indicada para colocárselo en el pecho?.
Lechín nació a la vida política en la década de los años cuarenta, trabajó en las minas
de Patiño, fue subprefecto de Uncía y poco después secretario ejecutivo de la naciente
Federación de Mineros. Se vinculó al MNR y fue uno de los gestores de la lucha
revolucionaria que llevó al gobierno a Paz Estenssoro, del que fue ministro de minas por casi
dos años. Entre 1960 y 1964 fue vicepresidente de la república en el segundo gobierno de
Paz. Pero su tarea fundamental la hizo como secretario ejecutivo de la COB desde su
fundación hasta su renuncia definitiva a la actividad pública en 1987. El periodo 1952-1956,
uno de los más increíbles de la historia, fue el de la clausura del colegio militar, la formación
de milicias populares, el veto obrero y el poder minero en Comibol. Lechín fue uno de los
protagonistas centrales de todos esos episodios. Por todo ello, una de las vetas más ricas de su
historia personal está fuertemente ligada al MNR del que fue una de las cuatro figuras
centrales, pero desde que en 1963 oficializó su ruptura con ese partido (creó el PRIN) hasta su
confrontación radical con Siles Zuazo y la UDP, con el Paz Estenssoro del 21060 y con
Sánchez de Lozada finalmente, el MNR se convirtió en una especie de bestia negra contra el
que arremetió siempre sin contemplaciones.
La lectura benévola del acto acaecido en palacio, es que se trata de una demostración
de un país que hoy vive civilizadamente y que es capaz de reconocer el mérito de sus
principales personajes, que el gesto del Presidente muestra ese espíritu (cuyo antecedentes más
notable y resobado es su alianza con Jaime Paz). La indispensable lectura crítica es que no
parece que sea este Presidente el más indicado para darle el Cóndor de los Andes a alguien
que estuvo en su antípoda ideológica y que fue su enemigo declarado en varios frentes, el
político, el económico, el sindical y el militar (la institución que Banzer ama sobre todas las
cosas). Que un gobierno rabiosamente liberal condecore a uno de los más virulentos enemigos
del liberalismo, es una paradoja y una ironía para quien entrega la condecoración y para quien
la recibe, pero lo que sonó absolutamente excesivo -aún asumiendo el concepto indiscutible
de los obvios merecimientos del galardonado- es que el Presidente Banzer dijera que Lechín
fue también su maestro y que él se cuenta entre sus discípulos. El sentido elemental del pudor
debiera indicar a quien reprimió sin contemplaciones a los trabajadores a lo largo de su primer
gobierno, que lo único que cabía (si cabía) era un sobrio y discreto discurso de circunstancias
sin referencias personales que los hechos desmienten de manera categórica. En su primer
gobierno por el carácter antiobrero y por el encono personal y público que le tenía a Lechín, y
en el segundo por la defensa a ultranza de una flexibilización laboral a la que un Lechín activo
y vigoroso hubiese repudiado sin concesión alguna. Está muy bien que esta sea una sociedad
civilizada y está muy bien que en vez de torturas haya condecoraciones, pero el respeto a la
historia a los hechos muchas veces sangrientos, debe exigir a los personajes públicos mantener
el decoro y no apelar a la frase de efecto que no solo no es verdadera, sino que es un mentís a
los cientos de miles de bolivianos que lucharon por un sociedad en la que creían y que nada
tiene que ver con esta que hoy tienen.
Uno de los grandes riesgos del país en que vivimos es un trastoque tal de valores que
todos creen que pueden hacer y decir impunemente lo que les parezca hasta que se pierda todo
sentido de los principios éticos elementales, sin los cuales el agua transparente no se distingue
de las aguas servidas.
El Ché no nos importa por lo que fue, ni por lo que no pudo ser, sino por lo que
reflejados en su espejo quisiéramos ser. No nos gusta el mundo que tenemos, ni esta sociedad,
ni estos valores. Pensamos entonces, treinta años después, en el hombre de la boina negra y la
estrella solitaria y los ojos de infinito y la melena al viento y la certidumbre en el rostro, y nos
subyuga el ícono, nos enamora el mito, nos embruja una imagen que se forjó sobre la base de
la santidad revolucionaria. Si católico, el Che hubiese sido sin duda consagrado santo.
En todos quienes queda la admiración por este hombre excepcional queda la nostalgia
de un mundo perdido en su propia equivocada construcción. El universo ideológico marxista,
el pasaporte más directo a la utopía, enfrentado a la dura realidad terminó en uno de los
desastres históricos más terribles de que se tenga memoria, pero sobre todo quienes no
vivieron bajo el sistema socialista de gobierno y lo propugnaron siempre como solución para
nuestras sociedades, quedaron anclados en la ilusión de que esta nueva triquiñuela del
capitalismo es un mareo de perdiz y que tarde o temprano podremos aplicar el verdadero
socialismo, el solidario, el de la equidad y la justicia, no el aparato burocrátrico y
esclerotizado que conocimos sobre tantas atribuladas naciones en este siglo .
“El Ché soñaba otro socialismo, soñaba en el verdadero hombre nuevo, el Ché peleó
por un mundo sin imperialismo. El Ché…” el hombre se hizo mito y habitó entre nosotros. Y
en estos tiempos de orfandad y de soledad, de materia pura y dura, de un obsceno culto al
éxito y a la forma, en medio de la frivolidad y los músculos, en el celofán del hedonismo sin
apenas unos jirones de espíritu, es perfectamente entendible que la figura del revolucionario
latinoamericano funcione como un referente, sino al realismo, por lo menos a la integridad
personal, a la capacidad de creer, de luchar por lo que se cree y de morir…¡Patria o muerte,
venceremos!. Muerte. No vencieron.
Ernesto Ché Guevara fue un gran derrotado. Lo derrotó por encima de todo la historia.
La rueda no se movía en la dirección que el predijo. Los pueblos hambrientos del mundo no
fueron al encuentro de la utopía socialista. Lo derrotó la hija más preciada de sus primeros
combates, Cuba. La nación que el ayudó a liberar de la tiranía terminó casi en escombros a la
vuelta de cuarenta años, sumida en una dictadura que no ha sido capaz de resolver los desafíos
esenciales de una sociedad moderna y que no ha podido además, entregar a su sociedad un don
cuyo precio - está cada vez más claro - no se mide en calorías, ni en las letras del alfabeto: la
libertad. Lo derrotó, finalmente, en el escenario militar el ejército del país más pobre del
continente sudamericano.
Pero el Ché vive, a pesar de esas derrotas terribles e incuestionables, a pesar de que es
imposible sostener mínimamente la vigencia de un sistema político, social y económico, que
no solo no fue justo, que no solo fracasó estrepitosamente en lo económico, sino que además
terminó en dictaduras implacables. ¿Porqué? Quizás porque nos fascinan los hombres puros y
transparentes y Guevara lo era. Pero igual que era implacable consigo mismo, lo era a la hora
de establecer las reglas de un juego, el de la revolución, en el que no hay espacio para las
contemplaciones. Es: “o ellos o nosotros”. Pero además, porque el Che y sus hombres, los de
Sierra Maestra y Ñancahuazú, eran todavía unos románticos. Su gesta poco tiene que ver, con
todo lo dura y radical en sus propios códigos, con la espiral de sangre y de locura desatada por
Sendero Luminoso o el MRTA o las propias FARC colombianas, enzarzados en la
consecución de un espantoso genocidio que estuvo a punto de destruir sociedades enteras.
“¡Ay carajo!”, gritó. Fue la última frase de su vida, se dobló sobre si mismo
instintivamente, pero era tarde. Un par de segundos después estaba tirado al borde de la acera
en un mar de sangre. La bomba que llevaba en su regazo había estallado, en un instante un
giro equivocado del mecanismo de relojería le costó la vida. Los dioses, sus dioses, le jugaron
una mala pasada. ¿Estaba escrito?, ¿Era su sino?. “Cada quien construye su propio destino”
¿Será?.
Antonio Arguedas fue un hombre extraño, coqueteó su vida entera con una línea
imaginaria que dividía la épica del esperpento. El momento más importante que le tocó vivir
pudo ser parte de una genialidad rocambolesca y se convirtió en un yeso patético y mal
acabado. Cuando una parte del mundo tenía los ojos puestos en el Che y estaba convencida de
que era uno de los grandes héroes de la utopía, Arguedas le permitió a Fidel Castro sacar un as
de la manga y enrostrarle a Estados Unidos y al gobierno de Bolivia, un guantazo para
empañar la euforia que generó la derrota y la muerte del Che. Por lo menos el líder
revolucionario tuvo el consuelo de recibir las manos del “condottiero” y de ser él quien
publicase y prologase el más famoso diario de combate del siglo XX. El ministro de gobierno
de René Barrientos, su hombre de máxima confianza y, suponemos, de la CIA, se escabulle
con el más preciado de los botines de guerra y se lo entrega al enemigo. ¿Apostó a ser héroe?.
Su insólito retorno a Bolivia, su extraordinaria e inverosímil historia contada a los periodistas,
el papel supuesto o real de doble agente, su temporal desaparición del escenario político, se
convirtieron en una leyenda tragicómica. La cantidad de cosas oscuras que quedaron después
de este dramático episodio, es todavía parte de un rompecabezas inconcluso de nuestra
historia, uno de tantos agujeros negros en los que los protagonistas de uno y otro bando dieron
sus propias versiones y como casi siempre, la mezcla de lo dicho de buena y mala fe, dejó un
gran vacío que nadie sabe si alguna vez se llenará.
Arguedas era un curioso engranaje de la historia, una pieza fallida dirán muchos,
quizás si, pero una pieza a través de la cual las cosas pasaron de un determinado modo y no de
otro. Los griegos no estaban descaminados cuando concibieron el entramado de sus dioses y
los hilos que los dioses (concebidos por los hombres para explicar el mundo paralelo al de la
razón), han tejido en la vida de los seres humanos. El azar, lo impensado, lo que en un
segundo es un estallido, un respiro, una intención y que cambia el camino, lo tuerce o lo
endereza, construye o destruye la vida de millones. Los caminos de la oscuridad, el corazón de
las tinieblas que diría Conrad.
Antonio Arguedas me estremece por todo esto y porque casi siempre nuestra visión del
personaje es parcial, prejuiciada, se acerca a una de las puntas de un ovillo de muchas puntas.
A veces incluso, uno piensa que la mediocridad no tiene un espacio en la historia, a veces se
juzga y se califica. A veces, muchas más de las pensadas, la mediocridad termina por ahogarlo
todo o casi todo.
Tenía una mirada profunda, tanto como extraviada, tenía una cierta capacidad de
seducción que, dicen, con los años se convirtió en un oscuro motor de sus intenciones. Caminó
los últimos metros de su vida con una bomba en la mano y estalló, como estalló con él el
enigma. Estará por siempre indisolublemente ligado al Che, como tantos otros y finalmente,
después de haber renunciado al heroísmo, terminó envuelto en la bruma trágica de los
enemigos del guerrillero, como ellos en un mar de sangre.
Luis García Meza planeaba quedarse veinte años en el gobierno, así lo dijo sin que se
le moviera un pelo a poco de haber asaltado el poder. Este lunes se cumplirían veinte años de
esa locura que duró solamente un año y diecisiete días. Fue suficiente para asesinar a Marcelo
Quiroga Santa Cruz, a los ocho jóvenes dirigentes del MIR, a Carlos Flores y Gualberto Vega.
Una vez más un nombre es un desafío para quienes nunca perdieron el alma de
dictadores, para quienes aborrecen el pasado porque les recuerda su propio barro, para quienes
derrotados en el alma quieren disfrazar sus miedos y sus fantasmas con imprecaciones. No
importa si Marcelo fue socialista o no, importa que Marcelo fue quien, a nombre de millones,
les dijo cosas que no querían oír, los derrotó siempre porque no solo era más lúcido y, más
inteligente que ellos, sino porque era largamente más hombre que ellos, no el “hombre”
caricatura de los machistas armados, sino aquel capaz de entender la humanidad y su sentido.
Han pasado veinte años Marcelo, quizás sus ideas vuelvan algún día a enseñorearse de
esta sociedad, quizás no, lo permanente, lo indeleble es su condición de símbolo. Símbolo de
todo aquello que quisiéramos para las generaciones futuras, la grandeza de una vida
transparente y creadora, el sino de una muerte que enterró para siempre a sus asesinos.
El sistema nunca vio con muy buenos ojos que Max irrumpiera en dos de sus puntas
fundamentales, la gran empresa y la política, pero los hechos se impusieron y Max se instaló en el
centro mismo del "establishment" criollo. Ni el ímpetu amenazante del embajador Robert
Gelbard y el veto norteamericano negándole sistemáticamente la visa de ingreso al "paraíso"
pudieron sacar a Max del juego.
Un día hace casi diez años, organizó una fiesta en el Hotel Sheraton de La Paz e invitó a
"todos", solo faltó el Presidente Paz Estenssoro; fue su entrada en sociedad como flamante
Presidente de la CBN. Sentó a su diestra al Vicepresidente y a su siniestra a los políticos más
importantes del momento. El humilde trabajador de la Gulf, el laborioso camionero, el astuto
distribuidor de cerveza, comenzaba a transitar el camino de la consagración como el hombre
principal de una de las empresas más conocidas y más poderosas del país.
La media sonrisa despectiva de sus pares se congeló con el paso de los años. Los anuncios
sucesivos de descalabro, los rumores de dineros oscuros, las presunciones de que finalmente el
globo estallaría dejando un reguero desastroso, fueron sistemáticamente desmentidos con un
crecimiento vertiginoso (con créditos como crece cualquier empresa en cualquier parte del
mundo) que hizo que por primera vez en años los accionistas de la cervecería recibieran
dividendos, con nuevas plantas y la multiplicación de productividad que hizo desaparecer la
imagen languideciente que tras la crisis económica tenía la CBN. Max demostró en diez años que
estaba donde estaba por mérito propio y la calificación de gran empresario que le concedían a
regañadientes, quedó acuñada en hechos.
Alguien, en algún momento le hizo creer que una cosa iba de la mano de la otra, lo tentó
con la política y la presidencia y lo lanzó al ruedo (lo velaron como si lo hubiese sido en el hall
del Palacio). Y tan bueno como empresario fue malo como político. Entendió la política a partir
de su promesa a Dios y la Virgen (que cumplió religiosamente) de que si alguna vez se hacía rico
devolvería parte de esa riqueza a su pueblo en obras. "Max obras" fue verdad y a la hora de su
muerte descubrimos la clave de lo que parecía pura demagogia. Era una promesa, era una forma
de pagar (lo que no se sentía tan obligado de darle al estado) su éxito. Max hacía lo que hacía por
el gusto de hacerlo, porque así entendía servir. Su óptica de la política era ingenua y no
sintonizaba con la compleja y zigzagueante mecánica de nuestros avezados políticos con varias
batallas en las espaldas. No se rodeó precisamente de la mejor gente (salvo excepciones) y nos
imaginamos que oportunistas y aprovechadores le sacaron ingentes cantidades de dinero a título
de necesidades del partido. Un partido que no fue capaz de vivir con aire propio porque el
caudillismo era una norma y él mismo asumía UCS como su propiedad, lo que por otra parte era
estrictamente cierto. Se alió con el MNR y nos hizo vivir una de las alianzas más pintorescas de
las que tengamos memoria, manejada con la habilidad movimientista que terminó por aceptar el
temperamento cambiante y errático del jefe ucesista y sus adjetivos a cambio de lo importante,
los votos y los apoyos necesarios en los momentos necesarios.
Max fue un hombre sencillo, sin demasiada elaboración y muy lejos de los niveles de
reflexión intelectual y formación cultural de los paradigmas de quienes a veces pretendemos una
sola lectura de los hombres. Pero cuando el pueblo (más allá de cualquier tópico y frase hecha) se
vuelca a las calles a tocar el ataúd y a llorarlo con lágrimas del alma, descubrimos que a Max lo
querían de verdad, porque era uno de ellos, que jamás los olvidó y que estuvo sin cesar a su lado,
que hizo porque quiso hacer, que sirvió porque quiso servir. Y ese rasgo no lo entendimos sino
hasta esa tarde trágica de Uncía en que su pueblo peleó con los fierros calcinados y retorcidos del
avión para rescatar su cuerpo y lo bañó simbólica y realmente de cerveza, símbolo de la fiesta y la
celebración, de la challa a la madre tierra y del liquido purificador de la ceremonia.
Max fue por eso un hombre excepcional, de carne y hueso, con su grandeza y sus
miserias, hijo notable de esta tierra a la que volvió en olor de multitud. Probablemente él y
ciertamente nosotros, no soñamos nunca cuan verdadero y conmovedor fue el adiós que le dio su
gente que lo amó tanto como él los amaba desde aquellos años duros de la pobreza y el sacrificio,
en los que le juró a la Virgen de Urkupiña que devolvería uno a uno los favores recibidos.
Las apuestas arriesgadas pueden conducir a resultados inesperados. El jugador que las
hace no puede quejarse luego. Carlos Palenque se acostumbró desde sus primeros escarceos
con la comunicación de masas a apostar fuerte, a forzar las cosas hasta peligrosos puntos de
no retorno. Como en todo juego ganó y perdió y hasta ahora en la suma de costo beneficio, la
ruleta política le ha sido favorable. ¿Hasta cuando?.
El espectáculo que los bolivianos hemos vivido en la semana que termina, nos puso
ante la insólita situación de vivir un problema conyugal mezclado con una ruptura política;
más que eso. De manera increíble asistimos el pasado 11 de septiembre a una declaración
pública de amor y desamor en medio de llanto abundante y rostros desencajados de los
protagonistas, mucho más cerca de una exitosa telenovela mexicana, que de un cuestión
ideológica en la que las ideas mas que sobre el amor, la lealtad y la pasión, debieran haber
girado sobre democratización interna, verticalismo o movimiento generacional. ¿Porqué el
escenario se colocó en el ámbito de la vida privada y no en el de la política? ¿Fue casual ?
¿Fue inevitable?.
Por razones de estrategia política (muy bien concebidas por cierto), Carlos Palenque
acuñó una relación mesiánica e iluminista entre el pueblo y él, como móvil de su debut en
política. Así fabricó el concepto de que llegó a la política tras un mandato expreso e
intransferible de la multitud que espontáneamente reunida en la plaza de San Francisco, le dio
el mandato de llegar a la presidencia de la República. El craso y torpe error que cometió el
gobierno de Paz Estenssoro al clausurar el sistema RTP fue el regalo más preciado para un
hombre al que ciertamente el trabajo meramente comunicacional le quedaba estrecho.
CONDEPA apeló desde el primer día a los sentimientos, a las pasiones, a las pulsiones
primarias de una comunidad pobre, reflejada en la cultura aymara mestizada y encholada por
la dinámica de la ciudad. La relación paternal y algo más de Palenque, atada por el
compadrazgo (compartir la paternidad, asumirla poco a poco, sustituir al padre verdadero,
transformarla de lo individual a lo colectivo) estableció una relación estrecha en la que
además, el Compadre se relacionaba a través de la Tribuna del pueblo escuchando, dando
soluciones, estableciendo una mediación hasta entonces imposible entre el pueblo olvidado y
el poder (la manipulación inteligente de este mecanismo rindió unos frutos absolutamente
notables).
Con el paso de los años Palenque perfeccionó este discurso simbólico. Él y Monica
representaban la quintaesencia de los valores andinos, nada se podía hacer individualmente, la
pareja era la representación de una tarea compartida y de una complementariedad muy cara a
la espiritualidad originaria. “Monica y yo somos más verdaderos que cualquier otro político
porque reflejamos la realidad cotidiana”, dijo más de una vez el Compadre. La lectura
subyacente terminó por ahogar la idea idealizada. Monica era complementaria de Carlos, no
su igual, a ella le tocaba el papel de esposa dependiente y obediente al marido. Esa
interpretación de Carlos Palenque la conocimos después.
Carlos Palenque apostó triple con Monica, arriesgó más allá de lo que él mismo
estaba dispuesto a dar y cuando le cobraron la apuesta, no quiso pagar.
Carlos Palenque jugó siempre al filo, electrizó el amor y el odio sin posibles tonos
intermedios, encontró su destino del único modo posible. Murió en el vértice y el pueblo que
lo amó respondió como sólo responden desde las entrañas las multitudes ciegas por la pasión y
el sentimiento. Como un rayo en medio de la tormenta, su muerte dejó paralogizada a La Paz.
Entre las montañas que lo vieron crecer y apoderarse de las almas de los más humildes quedó
congelado su corazón, y se convirtió, como él siempre había querido, en un mito. Si hubiese
podido escoger habría escogido la muerte que tuvo, en olor de multitud, más allá de las
razones, más allá de la valoración de su turbulenta vida, más allá de las armas que usó siempre
sin medir consecuencias. Se enamoró desde muy joven de los aplausos y los vítores, se
enamoró también del poder y cultivó ese amor apasionado hasta exprimir la última gota de su
miel y de su hiel.
“Hola tocayo”, me decía cuando estaba dispuesto a pedir cuentas o hacer reproches y
acusar. “Hola tocayo” me decía para pedirme un favor con su voz perfecta y su medida de las
cosas, siempre tamizada por el poder. Consiguió lealtades a toda prueba como la de Adolfo
Paco o Remedios Loza, que bebían de su sombra. Consiguió también convencer a los pocos
apóstoles de la nación revolucionaria que su mensaje era un camino, el camino para recuperar
la historia de la historia, igual que dejó en la estacada a quienes pretendieron un solo pedazo
del espacio que fuera mayor del que él quería dejar.
Fue implacable con aquellos a quienes consideró sus enemigos usó todo su poder para
enfrentarlos y destruirlos. En ese universo de blancos y negros creó Conciencia de Patria,
sobre las ideas del estado del 52 en la nostalgia de una nación desmoronada en sus propias
contradicciones. No tuvo reparos en hacer de su tribuna y de sus medios la de su propio
partido y alimentó un culto a la personalidad inherente a las ideas clásicas de un caudillismo
sin contrastes, próximo a la deificación. Con esos métodos capturó al pueblo andino, a los
hombres y mujeres hijos del mestizaje, pobres y sin educación, con la fuerza de la voz y la
esperanza de un paraíso que construirían todos desde las raíces mismas de esta tierra de las
alturas.
Carlos fue un hombre trágico que lo quiso todo y lo perdió casi todo, salvo ese amor
irracional y permanente de aquellos a los que alimentó durante casi tres décadas, dándole voz
a los sin voz en una toma y daca de extrañas manipulaciones que era sin embargo el
cumplimiento religioso del compadrazgo. Comprometió el favor de quienes favoreció en la
lógica de la reciprocidad que se hizo la base de un discurso emotivo más que intelectual. Fue
el Compadre y será el Compadre en las estampas del futuro. Y probablemente, como ocurre
con el Gral. Barrientos, su tumba estará siempre llena de flores y de oraciones, de mujeres –
siempre mujeres- que llevarán su foto en el regazo como si fuese un santo o un talismán, como
esos santos extraños del universo latinoamericano, como Eva y el Che... Y en el fondo,
quienes fueron a expresar formalmente su sentimiento a los salones del edificio municipal,
pero que en privado brindaron por su muerte, pensarán, amargos, que no pudieron llegar nunca
a estas cotas extrañas de simbiosis con la gente que buscaron siempre, sin entender que los
caminos al alma de las masas son tan insondables como terribles.
Carlos encontró su destino del modo descarnado que los hombres que se enamoran de
las masas lo encuentran casi siempre, en el momento exacto de la consumación, ni un minuto
antes, ni uno después, como en los actos de amor, con un solo clímax irrepetible y definitivo
como la muerte.
¿CUANDO FUE LA ÚLTIMA VEZ QUE VIERON A ALGUIEN TAN AMADO POR
SU PUEBLO ?
Penúltima estación, el ataúd llega al sistema RTP. Sus hombres y mujeres más
próximos quieren despedir al alma que se escapa ya del canal de televisión y de la radio. Se
abre la tapa del cajón y tras el vidrio, sobrecogedor, está el rostro algo abotagado de Carlos
Palenque. Ese adiós del núcleo de los íntimos se convierte en ceremonia masiva que se
transmite en directo por radio y televisión. Aparece en pantalla el cierre de la última tribuna
libre, el Compadre desea buen fin de semana a sus seguidores y anuncia su retorno para el
Lunes. No podrá ser nunca más....Sin embargo, como en una alucinación, la tribuna libre se
hace otra vez con el cuerpo de Carlos Palenque presente. Más allá de la muerte, el rito
cotidiano se reproduce y el compadre Paco y la comadre Remedios hacen de nuevo la trilogía
de todos los días y llorando le hablan al cadáver para contarle cuanto lo quieren, cómo les
duele su muerte, para pedirle como cientos de miles de personas que desfilaron en una romería
sin fin por casi tres décadas, esperando ser escuchados y ser consolados. Y están seguros de
que Palenque los consolará aún desde la profundidad de su silencio definitivo.
El Compadre fue una entidad compleja en lo humano que, lo sabemos todos, odió con
intensidad y atacó sin medir consecuencias, pero que amó más allá de quien se cree el cuento
para alimentarse a si mismo, de manera real a quienes pasaban sin aparente final por el espacio
de su tribuna. Pero es la lógica del desamparo la que más nos estremece, es la actitud del
derrotado que solo puede acceder al entramado social a través de mediadores superiores, de
padres, de protectores, de quienes tienden la mano y dan dádivas, de quienes no solo entienden
su llanto y su dolor, sino de quienes son capaces de compartir el destino amargo que el
inconsciente colectivo heredó de la derrota implacable de Cajamarca en 1532.
No fue una relación entre iguales, fue un aferrarse desesperado a la figura del padre,
del jefe, del elegido para montar el potro del poder y para ser capaz de doblegar a la casta
dominante, porque fue capaz de conquistarla (o confrontarla) y de moverse en el mismo rango,
con ostentación, elegancia y cierto lujo. Igual que Max, Carlos Palenque irrumpió en el
escenario cerrado del poder para abrirlo a los desamparados. En este caso la reciprocidad del
compadrazgo volvió a la vieja y extraña relación del “Tata” que acepta apadrinar al hijo del
colono para darle la ilusión (solo la ilusión) de que asegura con su poder la vida frágil del
oprimido.
Solo así se puede entender este universo de santidad, estas apariciones de rostros en las
piedras de las casas humildes ratificando que Carlos Palenque más que mito, más que santo, es
una deidad de quienes están cansados de una racionalidad occidental que no les sirve, que no
les ha dado otra cosa que resignación. El j’acha uru que prometió el Compadre era de algún
modo una esperanza, atada siempre al poder absoluto e incontrastable de un hombre que
encarnaba una ilusión y un imaginario colectivo, pero que era en si mismo el poder absoluto
legitimado por la adhesión ciega de quienes quisieron rescatarlo de la muerte física cuando lo
habían trasladado al panteón de las huacas y de las vírgenes, a las que se reza y se enciende
cirios, convencidos una vez más de que la resignación es una rueda interminable, a pesar de la
promesa de que ha comenzado un nuevo ciclo de medio milenio de luz.
Palenque representó una resurrección de ideas que los vientos de la historia barrían sin
consideración bajo la tormenta liberal. Era una opción no prevista en un escenario que
aniquilaba al estado revolucionario del 52, era una voz y una figura nacida de la comunicación
y del populismo más cerrado, a la que como una vasija hueca se llenó de las ideas de un
izquierda nacional que se negaba a morir. El discurso de Palenque era, sin embargo, coherente
con su pasado (un padre movimientista), con su estilo (la sintonía con los más pobres) y con
sus carencias (una gran intuición pero escasa formación ideológica). Como otras veces, el
azar, los desatinos de un gobierno y una gran vocación de poder, se conjugaron en una
personalidad cuyas cualidades histrionicas y capacidad emocional para acercarse a los
problemas esenciales de los marginados con voz inteligible, eran prácticamente perfectas para
tan arduo cometido.
El Compadre murió a mitad del camino, como algunos otros políticos, intelectuales y
empresarios, fue partido por el rayo inmisericorde que suele estallar en las alturas andinas y
descabezar los pocos arboles que desafían el horizonte. Mordaz e implacable en la crítica del
poder, no pudo demostrar su capacidad en el gobierno. El caso más dramático es la castigada
ciudad de El Alto, la más aymara, la que más fiel le fue siempre, la que lo amó hasta el delirio
como se pudo ver y vivir en su entierro casi surrealista. El Alto votó por el Compadre siempre
y Condepa administró y administra la alcaldía alteña en medio de un mar de corrupción e
ineficiencia probadas con el paso de uno y otro alcalde, destituciones forzados por los hechos,
pliegos de cargo y negocios no aclarados que no condicen con el kimsacharani que el
Compadre blandió para “huasquear” a los corruptos cuando era candidato presidencial en
1989.
Nació así una turbulenta relación de Condepa con su principal socio ADN, en el seno
de una coalición que se remece con una frecuencia que alarma. Desde que la Comadre
Remedios alzó su copa de champagne para brindar con el Gral. Banzer, la pregunta de fondo
es ¿Qué queda de la furiosa postura antiliberal de Palenque y los ideólogos que la sustentaron
con mayor radicalismo? ¿Qué, por ejemplo, de la posición intransigente en contra de la
capitalización?. Hoy, que el gobierno de manera absolutamente legitima, amplía el horizonte
capitalizador y lo orienta hacia la privatización pura y dura, hoy que continúa la inversión
significativa de transnacionales que explotarán nuestros recursos minerales, hoy que las reglas
de juego de la economía no han variado un milímetro en una lógica que Palenque siempre
definió como perversa y empobrecedora de nuestra sociedad, el partido que legó el Compadre
se mantiene en la coalición con más de uno de sus militantes ocupando puestos claves,
precisamente en las reparticiones del estado encargadas de temas tan sensibles como el
minero. El único de los grandes partidos de Bolivia que se marcó como norte la lucha sin
tregua contra el modelo, está hoy sentado (no muy cómodamente es cierto) a la diestra del
Presidente Banzer, seguidor confeso del modelo inaugurado en 1985 y definido
estructuralmente en 1993, fiel creyente además en la privatización y en las inversiones
transnacionales.
Nadie puede dudar que Remedios Loza no es Carlos Palenque y que obviamente no
tiene su dimensión, pero tampoco se puede olvidar que ya en 1989 Palenque pactó con Banzer
y Paz Zamora para bloquear la presidencia de Sánchez de Lozada, a pesar de haber fustigado
al General acusándolo de tener las manos manchadas de sangre y a Jaime acusándolo de
coautor de la hiperinflación. También es cierto que poco antes de su muerte, un encuentro
suyo con Banzer hacía presumir una alianza pre electoral para volver a cerrarle el camino al
MNR. Aún los discursos más radicales acaban por doblegarse ante la realidad. En este
contexto de descarnado realismo, es difícil saber si quienes conducen a Condepa podrán llegar
a buen puerto. Pasadas las brumas de la muerte de su líder indiscutible (cuya conciencia del
mito que terminó por ser realmente, era abrumadora), se aprecia un complicado mecanismo
prebendal, una escasa claridad de liderazgo y una ruptura muy evidente entre participación en
el gobierno y el viejo discurso condepista. Los hechos obligan a los condepistas a moderar sus
palabras, a matizar sus ideas, a adornar su presencia precaria en una alianza con la que quizás
acaben rompiendo. Es en estos hechos donde se aprecia claramente la ausencia de un liderazgo
que Carlos Palenque ejerció con la crudeza de un dictador, pero con mucha mayor claridad en
los objetivos, más allá de lo peligrosos que estos pudieran ser. Y no parece que una voz
clonada que suena a amarga caricatura pueda recuperar esa presencia tan poderosa.
Quienes soñaron una forma de poder en septiembre de 1988, están hoy compartiendo
otra forma de poder en un rompecabezas complejo en el que desde el primer día fueron más o
menos marginados. La historia sin embargo, no podrá olvidarse del Compadre, porque igual
que Belzu o Barrientos, el hombre tenía una fuerza interior tan grande que fue capaz de marcar
a fuego a una generación de bolivianos del Ande que lo recibieron como al “Tata” más de un
siglo atrás, sin límites, sin líneas capaces de dividir lo razonable de lo increíble. Hoy, todavía
centenares de miles de paceños no terminan de despertar de esos años que en muchos sentidos
parecen un sueño desmesurado e imposible.
EL 21060 Y EL FUTURO
El camino lo marcan y lo obligan a seguir la (s) gran (des) potencia (s). Lo que
elegimos es el ritmo de nuestros pasos, no la dirección, ni las condiciones del viaje. El 21060
fue en ese contexto una trompeta pionera del cambio de rumbo latinoamericano en
democracia. Paz puso la casa en orden y nos devolvió a todos con la estabilidad, el sentido de
futuro, la opción de pensar más allá de la sobrevivencia de hoy, que la hiperinflación había
generado como síndrome de una terrible devastación económica encarnada en todos nosotros.
Sobre esta realidad incontrastable, destruidos por la historia los focos de rebelión sobre
la base elemental de la destrucción de su punto de referencia, alimentación y subvención, las
respuestas en el corto y mediano plazo (sobre el largo plazo no hay apuesta posible, ni mundo
incambiable, ni modelo indestructible), la única respuesta coherente con sentido de
modernidad (más allá de la etiqueta deplorable que hoy tiene la palabra), con una combinación
racional entre modelo liberal y obligación social, entre democracia de elites y democracia
popular, entre exclusión y participación, ha sido la planteada por la gestión de Sánchez de
Lozada. La premisa inicial fue la adscripción ideológica activa al modelo imperante, la
segunda premisa fue la propuesta de inserción en ese modelo de nuevos y esenciales
elementos que respondieran a los requerimientos reales de la gente. Lo que ese programa
aplicado en la anterior gestión no pudo resolver, es la ampliación de la torta a repartir.
La gran revolución de Bolivia no pasa por el modelo, pasa por una conciencia nacional
de cambio en elementos que con uno u otro sistema funcionan o no funcionan de acuerdo a
como encare el país determinadas prioridades. La rosa de los vientos aún no encontrada tiene
que ver con el motor real de nuestra economía. ¿Hacia donde apuntar?, producción de valor
agregado, la industria mediana, la industria pesada, el comercio, la intermediación, el país
bisagra.... Estas respuestas tienen poco que ver con el 21060, cuyo éxito histórico, a pesar de
este mundo gris y detestable, está fuera de toda duda.
MODELOS Y MODELOS
El gobierno de Paz Zamora planteó desde el primer día su vocación liberal. “Achicar
el estado para agrandar la nación” dijo Paz Zamora en su discurso inaugural, más claro agua.
El decreto 22407 buscaba sustituir el 21060, no lo pudo hacer, la trascendencia del decreto de
Paz E. alcanzaba todavía entonces, pero la línea hacia la privatización estaba tendida. Paz
Zamora y el acuerdo Patriótico intentaron ir a la privatización y a la reforma del sistema de
pensiones. Las pensiones fueron apenas retocadas y la privatización no se encaró salvo
pequeños amagos. Sea por falta de convicción o por falta de capacidad, las ideas francamente
liberales del entonces Presidente, su ministro de Planeamiento y el equipo de gobierno, se
quedaron en eso,en ideas. Alcanzó para estabilizar la economía y gracias, la prueba de fuego
de la Lithco dejó al gobierno en la cuneta.
Será saludable en todo caso que jefes opositores como Hugo Bánzer y Jaime Paz no hagan
demagogia, ambos no solamente son liberales ideológicamente, sino que en el gobierno
practicaron políticas liberales (Bánzer lo hizo con los dos Paz). Que no pudieran hacer lo que
quisieron (privatizar las principales empresas del estado) es solo imputable a su capacidad de
gestión de gobierno. Venir con frases como la que usó Jaime Paz de “relocalizar el 21060”
cuando era candidato en 1989 cuando el 21060 fue la columna vertebral que le permitió
continuar con la estabilidad, está bien para la platea, pero no para quienes analizan la realidad
de las perspectivas de los próximos gobernantes. Gobierne Bánzer, Paz Zamora, Palenque o
Periquito, la economía abierta y la democracia son dos premisas inamovibles. La participación
popular y la reforma educativa son dos triunfos populares intocables, igual que la
descentralización. La capitalización y reforma de pensiones implican compromisos no
reversibles con inversionistas extranjeros amparados por la ley y la seriedad del estado
boliviano. Esa es la realidad, más allá de la retórica. El 97 se avanzará sobre lo hecho, además
pasado el circo electoral Bánzer y Jaime volverán por sus fueron, es decir su profesión de fe
liberal, de la que han dado muestras inequívocas a lo largo de la última década.
Humanos al fin, estamos esperando al enemigo a la vuelta de la esquina, listos para poner
la primera zancadilla. En 1989 el canto de victoria les tocó a los liberales, que miraron
complacidos el desmoronamiento del muro de Berlín con todo lo que ello simbolizaba. Fue un
golpe muy duro, uno de los reveses históricos ejemplarizadores de este siglo, pero no fue el fin, ni
siquiera la resolución de un viejo conflicto ideológico, ni la coronación de una evolución social
como cantó Fukuyama, fue ni más ni menos que el doloroso cierre de una página y el comienzo
de otra.
En el vertiginoso mundo de hoy, los enemigos mutuos tendrán que esperar cada vez
menos para ver pasar el cadáver del rival delante de su portal. La aceleración demencial de los
ritmos de la era posindustrial, obligan a respuestas más urgentes y a cambios cada vez mayores
en menor tiempo en todos los ámbitos, y el de la llamada ingeniería social no es una excepción.
El cacareado modelo de la pareja Reagan-Thatcher se cuestiona severamente a menos de una
década de su instauración. Parece una exageración si miramos la cuestión en el marco de los
países más desarrollados y quizás lo sea, pero nadie puede discutir que en América Latina una ola
cada vez mayor y con razones muy atendibles se alza con serias críticas a la aplicación de
políticas liberales y sus resultados.
Empecemos por decir que a pesar de la velocidad de las cosas, suena a prematuro lapidar
una experiencia que está en pleno desarrollo y cuyos frutos, buenos y malos, apenas comienzan a
vislumbrarse. Pero tenemos que aceptar que determinados excesos y cierta ortodoxia ciega, han
conducido a la ampliación de la brecha entre la máxima concentración de riquezas, su sistema de
distribución y las vastas franjas de extrema pobreza, no solo no resuelta sino agudizada. Pero ese
no es el fondo de la discusión.
Plantear las cosas mediante la simplificación de dos opciones únicas y concluir que el
fracaso de ambas nos ha dejado sin piso, es olvidar la evolución de las ideas dentro del nuevo
modelo. Y en este tenor no hay nada mejor que apelar a la práctica, a la experiencia cotidiana que
vivimos aquí, en nuestro país, para intentar entender la falsa disyuntiva de quienes enterraron
muy alegremente el andamiaje teórico-ético del marxismo y quienes aplauden la supuesta
ineficacia del liberalismo. Hoy por hoy, el axioma de un mercado abierto y su consecuencia, la
libertad económica, es inamovible y es además la dirección explícita de la globalización mundial.
Pero hasta ahí es una constatación neutra. Vayamos más lejos, este principio es más deseable que
el de economías controladas y centralizadas; lo que no quiere decir deificación de la sabiduría
intrínseca del mercado para la asignación de recursos, ni genuflexión a un principio inamovible
con sus secuelas de monopolio e hiperconcentración de riqueza.
Esto prueba que nadie con un mínimo de inteligencia puede atarse a un dogmatismo
suicida. Bolivia ha intentado y aplicado respuestas mucho más allá del estrecho marco del rigor
neoliberal, porque simplemente es posible, en el marco de un determinado modelo económico,
ensanchar sus miras e insertar aspectos tan importantes como la diversidad dentro de una
sociedad no solo de mayorías.
Los sectores más recalcitrantes del cruceñísmo pretenden que el crecimiento de ese
departamento es ajeno a las políticas de Estado. A estas alturas nadie puede discutir que fue
la combinación de esa planificación y acción estatal, recursos humanos incluidos, junto al
fuerte empuje y conciencia regional de una élite inteligente y visionaria de Santa Cruz, lo que
permitió el resultado notable que ha colocado hoy a ese departamento a la cabeza del país.
Ese proceso consciente de orientar la dirección del crecimiento y apoyar a los sectores
potencialmente más prometedores a la ve que secularmente olvidados, fue una de las grandes
y positivas tareas que ese Estado nos dejó. Pues bien, hoy el Estado tiene la obligación la
urgencia de definir una política planificada en torno al futuro del occidente boliviano.
Pretender que las fuerzas del mercado distribuirán riqueza y crecimiento en Potosí, Oruro,
regiones de Chuquisaca y La Paz es un absurdo, se requiere de un plan con políticas concretas
de incentivo a la inversión privada, así como inversión pública en infraestructura que permita
respuestas a aquellas regiones que por siglos nos alimentaron y hoy agonizan. Se trata de una
tarea inmediata en la que las ideas mediocres y conservadoras no sirven. A la par que un
trabajo intenso en saneamiento básico, nutrición y educación orientado nítida y
preferentemente a estas regiones, labor directa del Estado, se debe ofrecer condiciones claras
de juego a la vez que muy ventajosas a los inversionistas locales y extranjeros. Por ejemplo,
una liberación total de impuestos por –mínimo- una década; costos fijos de pago por tránsito a
los camiones que traen y llevan mercadería a y de Chile y Perú de acuerdo a tonelaje, etc. El
tributario será probablemente el ingrediente más importante de una política de atracción de
capital. La creación de zonas francas con todas las facilidades (no zonas francas en el papel
sino en los hechos), políticas de incentivo a determinados núcleos urbanos que puedan ser
imanes de población por sus características y ventajas comerciales. Nada de lo dicho aquí es
el invento de la pólvora, estas ideas giran en muchos ámbitos, de lo que se trata es que éstas, o
determinadas medidas lanzadas de manera errática, parcial o incompleta, se transformen en
una estructura coherente, conscientemente dirigida y energéticamente ejecutada desde el
gobierno, que comience a aplicarse lo más pronto posible. En vez de genéricos saludos a la
bandera a través de listas de enunciados más o menos obvios, parte esencial de un plan de
gobierno de la actual gestión debiera ser un trabajo serio de planificación, para salvar del
desastre a un área del país que está en un momento crítico, no muy lejano de aquellos años
horribles de sequía y peste previos a la guerra del Pacífico.
Es en esto donde queremos ver la mano del Estado, su tarea, vocación y obligación de
planificar. Ciertas líneas maestras del crecimiento y del desarrollo no son producto del
“sacrosanto” libre mercado sino, como lo demostró el propio Estado boliviano hace casi cinco
décadas, hijas de un sentido de equilibrios y balances que sólo el poder de un gobierno puede
lograr.
LR, 4 de enero de 1998
NACIÓN Y MODELO
¿Cuál fue la propuesta alternativa?. El estado liberal, cuya característica es un ideal tan
abstracto y tan amplio que parecería que casi no conlleva compromisos. Las ideas de libertad,
de democracia y de economía, presumen por filosofía, la inexistencia de postulados concretos
y de cartas magnas que establezcan una línea inequívoca desde el punto de vista ideológico.
La constitución liberal es neutra porque, forzando las cosas, el estado liberal es neutro. No es
necesario a estas alturas ser un sagaz analista para darse cuenta de que esa neutralidad es en
realidad una toma de posición sobre la economía, la libertad y el individuo.
¿Es imposible construir una idea de nación en un país dependiente, renunciando a las
premisas de una lucha por la liberación y una independencia económica entendida en la lógica
nacional revolucionaria?. ¿El estado liberal, de democracia representativa, economía abierta y
reconocimiento de la multiculturalidad, puede ser una base racional de concepción de estado y
de identidad?. La respuesta a estas preguntas (dada de modo contundente en la experiencia
histórica de varias naciones del mundo) es crucial para definir la naturaleza del debate que
tenemos pendiente.
Pero el programa original del llamado “plan de todos” se amplió a una serie de temas
tan importantes como el trípode sobre el que el MNR ganó el proceso electoral de 1993, así
llegó la reforma de la constitución (culminando un proceso político iniciado en el anterior
gobierno), la descentralización administrativa, la aprobación de la ley de hidrocarburos (como
introito a la capitalización de YPFB), la ley INRA que estaba absolutamente fuera de
programa, que terminó convertida en una ley de tierras y finalmente el “paquetito” de la
reforma de pensiones. Esto para hablar de las leyes estructurales, aquellas destinadas a
cambiar la realidad de la sociedad boliviana en aspectos fundamentales. Entraron al
parlamento y fueron aprobadas también otras leyes en diversos ámbitos.
En base a una vieja lógica que había tenido en el pasado sus más y sus menos, los
dirigentes de los movimientos populares se aprestaron a dar batalla y la dieron. La idea era una
guerra al todo o nada en la que no había posibilidades intermedias, había que derrotar las leyes
“malditas” y “antipopulares”. Se usaron viejos métodos y se inventaron otros nuevos. Se
ensayaron todas las huelgas habidas y por haber, se intensificó el proceso de movilización
callejera, se llegó a cotas de violencia con pocos antecedentes en democracia, se apeló a las
crucifixiones y sobre todo a las marchas que habían tenido dos antecedentes importantísimos,
uno emotivo la marcha por la vida, otro efectivo la marcha por el territorio y la dignidad.
Hombres y mujeres de sectores populares se manifestaron, bloquearon calles, gritaron
consignas, lanzaron piedras, fueron gasificados y golpeados por la policía, se crucificaron,
pararon sus actividades, hicieron huelga de hambre blanda, con cuarto intermedio, escalonada,
masiva, seca, marcharon a La Paz desde varios puntos del país, arribaron a la ciudad, se
concentraron en San Francisco cuantas veces fue menester. Pero todo fue absolutamente
inútil, el gobierno aprobó todas las leyes que se propuso aprobar.
Ocurre que el Presidente de la República es uno de los políticos más testarudos de los
que se tenga memoria, cuando una idea se le mete en la cabeza no ceja hasta concretarla y
hasta ahora ha llevado adelante todos los aspectos fundamentales de su propuesta
programática de 1993. Desde luego, olvidó piadosamente las promesas que formaban parte de
la retórica (no exenta de demagogia) de sus etapa electoral (medio millón de empleos, rebaja
de impuestos y alguna otra lindura de la que no volvió a hablar).
El estilo presidencial se fue redondeando. Además de las bromas causticas, la obsesión
personal por manejarlo todo, las maratónicas sesiones en las que el mandatario pasaba de
ejecutivo a legislador corrigiendo hasta la última coma de cada ley (quién lo diría con el
castellano bastante esmirriado que usa al hablar), el conocimiento enciclopédico de la
constitución política casi artículo por artículo, la exasperante administración de los problemas
en fila india (nada se hace hasta no terminar con cada uno en sucesión lineal), nos
encontramos con una personalidad a la que cuando algo se le mete en la cabeza no deja de
avanzar hasta que consigue su objetivo. Es probable que cualquier otro mandatario hubiese
echado pie atrás (le ocurrió por ejemplo a Jaime Paz cuando la presión en contra de la Lithco
lo hizo desechar la concesión del salar de Uyuni a la mencionada empresa) ante presiones
menores que las que vivió él a lo largo de su mandato.
Aquí cabe preguntarse si la testarudez presidencial debe aceptarse como una virtud o
como un “emperramiento” caprichoso. La respuesta, es obvio, solo cabe en función del filtro
de cada quien. Desde la óptica sindical y de oposición, desde la mirada crítica de algunos
medios y teóricamente de acuerdo a los resultados de sondeos y encuestas (que la próxima
elección presidencial confirmará o desmentirá), vivimos momentos negros de predominio
capitalista y neoliberal, de una política pro empresarial y de saqueo masivo de nuestros
recursos que empobrecerá aún más si cabe al país. Goni es la punta de lanza de una línea
antinacional que busca destruir la nación. Para quienes ven las cosas de otro color (¿rosado ?),
se trata del cambio estructural más importante desde 1952 en el camino de la modernización,
en el de la inserción de Bolivia en el mercado internacional y en el de transformar la
mentalidad de la sociedad. Un nuevo país sin el lastre del estado perdedor y con las
perspectivas de un beneficio social directo a través de sistemas más eficientes hacia el
ciudadano, así como un potencialidad de generación económica a través de inversión masiva y
crecimiento económico que inevitablemente traerá más empleos y mejores salarios.
El debate entre ambas miradas será interminable y como siempre será resuelto por la
historia, igual que la historia resolvió los supuestos teóricos e ideales del proceso
revolucionario de 1952, para no hablar de los ensayos conservadores y liberales de la
república oligárquica si queremos bucear en el pasado.
Lo que está claro es que los dirigentes de los trabajadores pueden ensayar todos los
métodos que quieran y protestar hasta el infinito, sin efecto alguno en las decisiones del
Presidente. Las dos medidas pendientes, ley de pensiones y capitalización de YPFB se harán
“de todas todas”. A no ser que alguien invente la catástrofe que sea capaz de mover de sus
trece al hombre más testarudo del país, cosa que vistos los antecedentes parece más que
improbable.
Cuando un hijo tiene éxito en las notas escolares, el padre orgulloso le dice a su mujer
“¿has visto que buenas notas se ha sacado mi hijo ?”. Cuando el mismo muchacho llega en
estado inconveniente, el mismo padre encolerizado le dice a la esposa “otra vez tu hijo ha
llegado borracho”. Ese es el modo en que la visión subjetiva de las cosas establece el mérito,
la responsabilidad o el reproche, con una tergiversación consciente o inconsciente de la
propiedad. Algo parecido ocurre en la sociedad. Se dijo por ejemplo que las medidas de
cambio del 52 eran patrimonio del pueblo boliviano, no de un partido político. El costo de esas
transformaciones, corrupción, violencia, fraude, sí eran patrimonio exclusivo del partido que
gobernó entonces. Quienes criticaban las medidas se las endilgaron en su integridad desde el
primer día al partido que las “perpetró” y el protagonista de esos cambios por supuesto
cacareaba a los cuatro vientos la significación de la Revolución de la que se arogaba autoría
exclusiva.
Ahora que las medidas se han concretado se constatan dos cosas, por una lado el
pueblo se apropia de ellas y hace bien, es legitimo, el gobierno escuchó la demanda, la aplicó
y la hizo efectiva. El pueblo, las verdaderas bases, asumen el tema como propio y se
encargaran, no ya el gobierno sino ellos mismos de que nadie eche marcha atrás. Por el otro,
quienes estuvieron del otro lado de la acera esperando que el gobierno se cayera de bruces en
el intento, hoy que las leyes se aprobaron y funcionan buscan hacerse un lugarcito para salir
en la foto aunque sea a empujones. Sobre la Descentralización y la Reforma Educativa está el
testimonio evidente de que la anterior gestión toco el tema y avanzó sustancialmente en él. Les
toca parte del mérito sin duda, salvo un par de pequeños grandes detalles. La razón por la que
la descentralización no salió antes es porque el anterior gobierno no se atrevió a llegar hasta el
final, ante el temor de enfrentarse con los comités cívicos. Dejó la ley a medio camino, como
otras muchas medidas en las que escogió entre la pelea, el costo político, el desgaste, la
decisión corajuda y la tranquilidad de las aguas mansas, prefirió las aguas mansas. El actual
gobierno encaró la descentralización sin temor y le dio un ingrediente esencial, la vinculó con
la democracia municipal y con el voto popular sin poner en riesgo la unidad, sin escuchar el
canto de sirena del voto directo por departamento que nos ponía a un paso de una incógnita
federalización. En el caso de la Reforma educativa el asunto tiene más bemoles todavía. La
aprobación de la Reforma costó muchísimo, tuvo un efecto negativo de imagen como producto
de la guerra campal callejera, estado de sitio, huelgas de hambre y una confrontación nacional
de tal magnitud que se requirió de una voluntad de hierro para no rendirse. Pasado el huracán,
cuando el asunto comienza a funcionar es muy cómodo decir “¡Eh, un momentito, nosotros
comenzamos el trabajo !”.
En cuanto a la Participación Popular, igual que el POR, FSB, el PIR y otros que
alegaron que ellos también hablaron de reforma agraria y de nacionalización de las minas
antes del 52, hoy algún partido dice que su programa tenía ya la Participación Popular en
agenda, que el gobierno les robó la idea. “Por sus hechos los conoceréis”, dice la palabra de
Dios, así de simple.
Las medidas son de todos, cierto, pero alguien las ideó e implementó. Alguien se jugó
el pellejo contra viento y marea para hacerlas realidad. Alguien, paradoja, tuvo que pelear
contra los representantes del pueblo para aprobar medidas que luego el pueblo asumió con
energía como propias. Se demuestra una vez más qué poco entienden los dirigentes a sus
bases, qué engañosas son las batallas y las frases incendiarias. Todas los consultas que se han
hecho a la gente sobre la Reforma Educativa la colocan como la más popular y aceptada de las
hechas por el gobierno (más aún que la Participación Popular, su medida “estrella”), como
para tomar nota de la ficción de las guerras “santas” que organizan pequeños partidos y
dirigentes que responden mucho más a su ideología congelada y a su visión particular del país
que a los genuinos intereses de la gente.
Valga subrayar también que a veces la soberbia (la palabra más socorrida para juzgar al
gobierno) de los autores de las medidas, les hace perder de vista que estas hoy son del país y
que hacen mal en escuchar poco, no aceptar críticas y creer que son dueños intransferibles de
esas leyes. Solo escuchando críticas con mente abierta lograrán mejorar estas medidas
esenciales que por momentos van más lentas o con más tropezones de lo esperado, por la
testarudez a veces mezquina de algunos de quienes las hicieron y hoy las administran.
La guerra del Chaco terminó convertida en la defensa del petróleo porque la ineptitud de
la conducción militar de la contienda llevó las cosas al punto increíble de que un territorio que
jamás había estado en discusión estuviera a punto de ser tomado por los paraguayos. La
capitalización no implica una enajenación del patrimonio nacional, porque precisamente una de
las características que la diferencia de la privatización pura y dura es que el 50 % del patrimonio
de la empresa queda en manos no ya del estado en un genérico abstracto, sino en la de todos los
bolivianos a través de acciones individuales de los mayores de 21 años que abren un fondo de
pensiones.
Estos dos ingredientes, no los únicos de este encendido debate, son un ejemplo de cómo
pueden distorsionarse las cosas hasta reducirlas a frases, slogans y diatribas que calan muy
profundamente en el alma del ciudadano común que solo recibe estos conceptos masticados,
manipulados y convenientemente digeridos.
No deja de ser notable las insistencia de los opositores moderados que en un afán de
diferenciarse del gobierno apuestan a esquemas como los contratos de riesgo compartido que
carecen del alcance de la capitalización. Y no es muy difícil percibir la diferencia cualitativa entre
esa idea (por otra parte ya vigente hoy) y la que conlleva la propuesta gubernamental. Aquí no se
trata solamente de resolver la necesidad urgente de inversión fresca que se destine
específicamente a la empresa capitalizada, sino generar dos consecuencias complementarias:
ahorro interno e inversión social. La condición de que el 100% del dinero sea invertido en YPFB
es un rasgo que asegura el buen destino del dinero con el beneficio adicional de una
administración profesional y eficiente a cargo del capitalizador, cuyo interés de éxito es igual o
mayor que el propio estado. Pero lo más importante es que el ingrediente de inversión social no
pasa por la posibilidad aleatoria de que el dinero pase por el TGN y de este salga un presupuesto
para, por ejemplo, salud y educación. Conocidas son las necesidades desesperadas e
interminables de dinero que tiene del TGN para pagar desde sueldos hasta deficits, como para
creer que la plata va a destinarse a tales fines. La propuesta de un fondo de pensiones permite el
uso de esa plata para inversión social directa, porque implica un volumen de ahorro seguro (las
acciones no se entregan en efectivo sino que se depositan obligatoriamente en fondos
individuales de pensiones) que además beneficiará a la hora de su jubilación a todos los
bolivianos mayores de 60 (o 65) años. De ese modo, un campesino que jamás ha recibido un
centavo de jubilación porque no es un asalariado cotizante, o una empleada doméstica, o una
vendedora callejera, serán beneficiarios de un dinero que como parte del estado les pertenece y
que nunca habían recibido de nadie y menos del estado.
Sobre esa premisa que es parte incuestionable de nuestra realidad es que debe resolverse
el debate sobre la capitalización. Si no se dan respuestas válidas a todo estos desafíos,
mantendremos las cosas en el nivel en el que están: marchas callejeras impulsadas por quienes
hacen de las frases leyes divinas y quienes prefieren la nostalgia de un revolucionarismo
históricamente en cuestión, en vez de discutir los asuntos medulares.
Hemos llegado a un punto peligroso en la lógica de pensar que la batalla parte al país en
dos, quienes están con la capitalización y quienes están en contra. Razonamiento que trae como
consecuencia inmediata, la falsa disyuntiva de que cualquier crítica al proceso capitalizador es un
intento de desestabilizar la principal medida del gobierno, o una forma solapada de buscar su
desastre. Peor que eso, algunos funcionarios oficiales empiezan a pensar que todo procedimiento
es bueno con tal de viabilizar un proceso de por si difícil, complejo y enfrentado a serias reservas
de sectores importantes de la nación.
Plantear las cosas así conduce a una postura peligrosa, la del autoritarismo, la de creer que
el indudable capital de legitimidad que representó el voto popular y la necesidad de una
modernización del estado, da derecho a montarse en una topadora e ir "p'alante" sin
contemplaciones.
No olvidemos que el objetivo básico del proceso debe ser el beneficio inequívoco del
país. Esta verdad de perogrullo viene a cuento porque no vaya a ser que la suma de concesiones
para lograr el objetivo, termine por regalar a las empresas capitalizadoras la gallina de los huevos
de oro y dejar a Bolivia mirando de palco lo bien que funcionan las transnacionales en nuestro
territorio y el poco beneficio que nos dejan a la hora de las sumas y restas.
Pero allí no acaba la cosa. El Presidente ha dicho y tiene razón, que uno de los bienes más
preciados que tiene el país en el proyecto del gasoducto es el lugar estratégico que ocupamos
geograficamente, que convierte a Bolivia en un eje de transito y distribución energética no solo al
mayor consumidor real y potencial del continente, Brasil, sino también a otros mercados como
Chile y Paraguay. Hablando claro, si bien la venta de gas boliviano a Brasil es buen gancho para
un inversionista externo, lo verdaderamente atractivo es la función de tránsito de gas de
Argentina y Perú lo que realmente convierte el emprendimiento en más que interesante. A nadie
se le escapa que la ecuación enérgetica de la región ha variado de modo dramático con la
confirmación de las reservas de Camisea en el departamento del Cuzco en el Perú. Camisea sola
tiene más reservas de gas que toda Bolivia. Basta con ese dato. Está además en pleno desarrollo
tras un contrato ya concretado entre Fujimori y una de las más grandes transnacionales en el
rubro. Saber que su destino es Brasil no requiere de mucho ingenio y pensar que Bolivia es el
lógico camino para llegar, tampoco.
Esa posición estratégica es un patrimonio que tiene un valor concreto. ENRON quiere
ejercer el control sobre esa llave. El derecho al manejo del gas que vendrá del Perú y la
Argentina. ENRON lo quiere y no se ruboriza en exigirlo, muy bien, es su derecho pretenderlo,
pero es también derecho de Bolivia analizar las ventajas y desventajas de una hipoteca, a nuestra
entender demasiado cara como para justificar la asociación con la mencionada empresa. En pedir
no hay engaño, tampoco en negarse a aceptar el pedido. Bolivia debe plantarse en la defensa de
aquellos elementos que son esenciales para justificar una inversión sin regalarse en el largo plazo.
Adicionalmente a la necesidad de condiciones iguales de competitividad en los
potenciales capitalizadores de YPFB, se debe negociar con el mismo vigor que se usó con el
Brasil, socio poderoso y muy fuerte, con la ENRON socia probablemente más poderosa y fuerte
todavía. Siempre queda rondando la frase del miedo "!Qué viene el lobo!", lease, si no lo
hacemos así todo el contrato se va al hoyo. Son riesgos que se corren en la negociación y a estas
alturas probablemente menores que en el pasado.
La ley INRA (del Instituto Nacional de Reforma Agraria), es el primer gran paso legal
para modificar y modernizar (poner al día digamos mejor) aquel célebre decreto del 2 de Agosto
de 1953 promulgado por el primer gobierno del MNR. Sobre su aprobación se ha abierto un
debate nacional en el que, como no podía ser de otra manera, los campesinos han tomado rol
protagónico, generando la idea de que no hay voluntad poara llevar adelante un proyecto de ley
largamente discutido y varias veces consensuado. En realidad, las agrupaciones campesinas y los
sindicatos campesinos no quieren quedar desmarcados en cuanto a imagen y quieren ligar la
aprobación de ley a un gran movimiento de masas, para dar la idea de que esa movilizaicón fue el
detonante para su aprobación. La verdad no es exactamente esa, pero probablemente en el futuro
se recordará la aprobación de este instrumento como producto de una marcha más de las varias
que el país ha vivido en la última década, desde que en 1986 partiera la marcha por la vida que
marcó el dramático final de una etapa de la historia sindical y minera de Bolivia.
Lo importanmte es que la ley se aprobará abriendo un nuevo espacio en un sector tan vital
como el agro. El proyecto es de manera inequívoca, favorable al pequeño agricultor y
profundamente respetuoso de las características culturales de las principales etnias nacionales.
Reconoce por supuesto las comunidades y su estructura interna jerárquica, económica y de
propiedad. La dotación de tierras a los campesinos y colonizadores es gratuita, en cambio los
empresarios tendrán que pagar para adquirir tierras. La reversión de tierras de latifundio por no
estar trabajadas o ser maltratadas o no tener títulos legitimos, se hace sin indemnización, en
cambio no se puede revertir la tierra del pequeño propietario. Los campesinos no pagan
impuestos sobre la tierra, en cambio los empresarios sí y si no pagan por dos años consecutivos se
les revierte la propiedad. El derecho a la propiedad indígena está por encima de la adjudicación a
empresarios y de las concesiones forestales. Se elimina la subasta de tierras (que recuerda tanto
las medidas de Melgarejo, Frias y Campero). Se crea un tribunal agrario nacional independiente
del poder ejecutivo y una superintendencia agraria, además de una comisión agraria con
participación campesina. Estos elementos centrales de la ley ampliamente favorables a las
comunidadaes indígenas, no dan pie a equivocación sobre la orientación que ésta tiene. Se podrá
debatir algunos aspectos y algún artículo en concreto, sobre todo desde la muy discutible
perspectiva de aquellos que creen que hay un cierto tufillo de las medidas liberales del siglo
pasado, pero no se puede dudar del gran cambio hacia adelante que significa.
La postura de los campesinos y la enésima marcha que se busca organizar, puede dar un
necesario impulso para su aprobación, pero la ambiguedad que muchos dirigentes muestran, la
poca claridad de sus observaciones al proyecto, la inserción de una agenda que trasciende
largamente la propia ley INRA, hacen pensar que detrás hay un interés político y antioficialista
específico, porque una vez más (ocurrió con la participación popular), las iniciativas de la
coalición de gobierno le ganan de mano a una dirigencia sindical poco preparada para aceptar
esta nueva realidad histórica. Es la paradoja de determinado sindicalismo y oposición partidista
que sigue mirando al gobierno a través del prisma deformante que lo etiqueta como neoliberal,
mientras en los hechos medidas fundamentales de cambio como la que tratamos ahora, nada
tienen que ver con ese marbete absolutamente insuficiente para juzgar lo que está realizando está
gestión, incluso en el tema de la privatización, que en su versión local tiene un ingrediente social
que se podrá discutir y debatir hasta el hartazgo, pero siemrpre sobre la base de su idea central
que la diferencia nitidamente de la propuesta privatizadora tradicional.
La ley INRA se aprobará, no cabe la menor duda de ello, quizás con algunos cambios,
quizas depués de algún remezón social, quizás después de una gran marcha, lo importante es que
abre un nuevo horizonte en el agro boliviano que necesitaba urgentemente un cambio después del
agotamiento de la ley de reforma agraria que cumplió ya su ciclo histórico.
Los cambios que se están produciendo en este cuatrienio, en medio de las batallas
campales ideológicas y de las otras, que no cesan ni cesarán, dibujan un nuevo país dentro de un
concepto de modernidad que no es ni el de Fukuyama, ni el de los ortodoxos que hablan del
idiota latinoamericano.
Si vale la sugerencia, en este caso quienes debieran organizar una marcha son los
empresarios agroindustriales.
Cuesta recordar un movimiento social de tal magnitud tan carente de sentido como
este, tan acompañado de desinformación por ignorancia o mala fe. Una iniciativa encarada por
la nación, capaz de buscar consensos a través del diálogo, tras arduas negociaciones y trabajo
compartido de años, se convirtió en un instrumento para la intolerancia en manos de dirigentes
que están a ojos vistas buscando la construcción de su propio proyecto político partidario para
1997, que apuestan a las próximas elecciones y no tienen inconveniente en convertir una
reivindicación social, económica y étnica en una plataforma para la demagogia y la mentira.
La marcha de los últimos días fue un gran engaño, a sus propios protagonistas y al país,
porque se hizo basada en medias verdades o mentiras. ¿O es cierto lo que dijeron los oradores
en San Francisco que se pretende imponer impuestos sobre la tierra del campesino, que es el
camino para el retorno del patrón, que la propiedad sobre la tierra está en entredicho ?.
Entre las paradojas más crueles de esta historia, quienes de verdad se oponen a esta
ley, los empresarios del oriente, miran sonrientes y desde la tranquilidad de la bella capital
oriental este desbarajuste en los atribulados Andes, cómo los dirigentes de los campesinos y de
los colonizadores les refuerzan gratuitamente una posición dura que es una de las razones
centrales por las que la ley no ha podido entrar a debartirse en las cámaras, porque los
intereses empresariales son poderosos (y es legítimo que igual que un sector mayoritario
exprese sus puntos de vista, ellos también lo hagan, es su derecho democrático). Es difícil
creer que después de la sangrienta experiencia de siglos pasados, terminemos en esta locura de
una marcha masiva contra una ley que como pocas veces favorece plenamente a esas mayorías
y respalda inconscientemente la postura de los patronos.
La lección viene otra vez de los indígenas del oriente, de personas con la madurez y la
responsabilidad étnica primera de luchar por los intereses de aquellos a quienes se representa.
Marcial Fabricano y la CIDOB marcharon, negociaron y lograron la certeza de que sus
pedidos iban a ser incluidos en la ley y se mantienen vigilantes hasta su aprobación. Igual que
en 1991, con coherencia, sin cartas bajo la manga, sin intereses políticos mezquinos que
terminan por achatar la dimensión de los personajes y los movimientos que comandan, la
CIDOB dio una muestra de lo que es posible cuando la base de la sociedad exige participar y
participa.
Un terrible sabor amargo queda de esta marcha incomprensible, de esos hombres y mujeres
heroicos a su modo que llegaron aquí tras unos flautistas de Hamelin sin escrúpulos,
adornados por la orquesta de voces que sin molestarse en leer una línea del proyecto de ley
INRA, suscribieron afirmaciones irresponsables y frases de efecto que amplificadas en el eco
poderoso e implacable de los medios, terminaron por alimentar el principio de un incendio que
afortunadamente no cundió.
Pero la firma de Sánchez de Lozada y Cardoso tiene una increíble historia, por la larga,
por lo difícil, y por la cantidad de oportunidades perdidas por diversas razones. A la hora de la
paternidad sobran padres, de los buenos y de los inventados. Ahora, la política es capaz de
convertir el defecto en virtud, o de pasarse rápidamente de la buena memoria a la amnesia, son
los gajes del tiempo preelectoral.
Sería una necedad, sin embargo, el fácil olvido. Los más memoriosos remontan esta
historia al final de los años treinta, cuando recién creada YPFB se habló de un proyecto
compartido entre Bolivia y Brasil, pero eso no fue otra cosa que un antecedente, lleno de
ilusiones y buenas esperanzas. La historia de verdad de este azaroso gasoducto comenzó en
1974 con dos generales Banzer y Geisel. Fue en mayo de 1974 cuando ambos gobernantes
firmaron un documento de intenciones tan ambicioso que si se hubiese cumplido tendría
mayor envergadura e ingresos que los que tendrá el que se hizo realidad el pasado 4 de
septiembre. El volumen de gas era mayor e incluía una serie de polos de desarrollo
binacionales con una inversión adicional a la estrictamente relacionada con el gas, que hubiese
potenciado a las zonas fronterizas de ambas naciones de un modo espectacular. Pero la carta
de intenciones fracasó, eso es incuestionable. Tan verdadero es esto, que han pasado 22 años
desde entonces para recomponer de lo que quedó de esa frustración. ¿Por qué fracasó el
esfuerzo de los dos gobiernos militares de esa época? Porque el general Banzer no se atrevió a
estrellarse contra una línea de oposición muy fuerte en el país. En la superficie de esa
oposición se identifica a la llamada izquierda nacional, cuyo mentor más enérgico era (y es,
aunque menos) el actual senador condepista Andrés Soliz. Pero no nos engañemos: Soliz y su
grupo eran la punta de un iceberg ideológico cuyas raíces más profundas tocaban a toda la
izquierda, a los viejos partidos del nacionalismo revolucionario e importantes sectores de las
Fuerzas Armadas. Eso es algo que a veces se olvida. Banzer no se arredró ante un minúsculo
grupo de defensores de nuestros recursos naturales, sino ante sus propias dudas nacidas de la
tradición nacional revolucionaria de los 50 que tenía en Almaraz, Quiroga Santa Cruz,
Perelman y otros intelectuales y políticos un profundo sustrato ideológico. La etapa Ovando-
Torres no pasó sin dejar ideas y raíces en el seno militar (que vivía todavía la proximidad de la
experiencia velasquista peruana). Bolivia perdió en el camino varios miles de millones de
dólares que hubiesen alimentado su economía si el proyecto se hubiese hecho, pero eso es ya
historia-ficción.
Escuché en los últimos días varias intervenciones coléricas en las que ciudadanos de la
más diversa extracción se expresaban indignados en contra del gobierno, el principal partido
del ejecutivo y los parlamentarios del oficialismo que aprobaron con diligencia sin par la ley
de pensiones. “Hay que chaquear de raíz al MNR”, “el MNR debe desaparecer de Bolivia”,
“tenemos que enterrar hasta el último movimientista”, “la próxima semana las FF.AA. tienen
que amotinarse en contra de la ley de pensiones que afecta a su fondo complementario”, “en la
amanecida, como rateros los diputados oficialistas han aprobado la ley de pensiones”, “yo
estoy muy molesto porque sin ningún sentimiento para nuestros padres y abuelos estos
calientabancos han decidido dejar sin el pago de pensiones a los jubilados, ¿qué van a hacer
ahora, de que van a comer ?”. Algún noticiero radial comentaba que los trabajadores
“espectaron con lagrimas en los ojos, los puños rabiosos cerrados, indignados el
funcionamiento del rodillo parlamentario que sin conmiseración con el pueblo aprobó la ley de
confiscación de pensiones”. Ante tal compendio, recordé expresiones muy parecidas que se
escucharon cuando la aprobación de la ley de hidrocarburos y cuando se aprobó la ley INRA.
“Paredón para Sánchez de Lozada” llegó a decir algún oyente enardecido en un programa
radial de participación colectiva.
¿Existe una relación racional entre estas expresiones y la realidad ?. ¿Plantea la actual
situación de cambios estructurales que vive el país, una secuencia de hechos que amerite
semejantes frases ?. Los ciudadanos que afirman que se produce un despojo y que poco menos
les están robando el trabajo de toda una vida, no hacen otra cosa que reproducir lo que los
políticos de oposición y los dirigentes sindicales dicen y los medios de comunicación publican
o emiten. Tanto ésta como otras leyes aprobadas por el actual gobierno, han sido combatidas
como si se tratase de la última guerra mundial. Sistemáticamente las leyes han sido
promulgadas y sistemáticamente los opositores han dicho una tras otra que “ésta si es la madre
(o la abuela, o la bisabuela) de todas las batallas”. En todos los casos la lucha se hacía “hasta
las últimas consecuencias y dando la vida si es necesario”. Contra lo que pueda pensarse la
guerra más dura la dieron los maestros contra la reforma educativa que hoy es la ley más
popular de acuerdo a las “sacrosantas” encuestas (el vigor movilizador, agitador y eficiente del
trotskismo para estos menesteres está fuera de toda duda), hasta obligar al ejecutivo a
promulgar el estado de sitio y prolongarlo por seis meses. De allí en más la guerra bajó de
intensidad, aunque la percepción colectiva es siempre frágil y apela a la impresión inmediata,
por ello parece que “ésta vez si” la situación es la más grave. En este combate estéril, lo único
que quedó fue el testimonio de que la oposición intentó sin éxito reventarle el programa de
gobierno al Presidente y la COB peleó a sabiendas de que la tenía perdida.
Uno puede (y algunas veces debe) estar en desacuerdo con determinadas medidas,
pensar por ejemplo que la propuesta de ley de pensiones del gobierno no esta bien concebida,
por el duopolio, por las excesivas ventajas para las AFPs, por que la compensación a los
aportantes “sandwich” no es justa. Son elementos debatibles sin duda, pero lo que no se puede
es decir que el antiguo sistema es mejor. Un sistema quebrado, corrupto, ineficiente y
restringido (cualquier cosa menos universal) no puede mejorarse, debe cambiarse
inevitablemente. Daría la impresión de que Bolivia es el primer país en el mundo que
experimenta un nuevo sistema de pensiones. Todos sabemos que no lo es. Que en países como
Chile hay problemas, sí, pero nadie en Chile piensa que lo que se hizo fue un error,
simplemente se ven algunas desventajas del sistema, se trabaja para corregirlas, pero se
evidencia que la eficiencia y la multiplicación del ahorro interno, son elementos más que
suficientes para justificar el salto. Magnificar las dificultades de las experiencias vigentes en
otros países, olvidando los beneficios estructurales del cambio es simplemente mala fe. No se
puede olvidar además que el gobierno, aquejado del mal de la soberbia hasta grados a veces
exasperantes, ha hecho cambios de timón importantes, ocurrió en la reforma educativa, ocurrió
en la ley de hidrocarburos, ocurrió en el contrato con al ENRON y en la ley INRA para poner
algunos ejemplos. Prueba de la necesidad de una oposición dura. Sí, mientras no se de la falsa
impresión de que los cambios son una guerra de aniquilación contra el país. Salvo sectores
minoritarios, nadie duda de la necesidad de un achicamiento del estado, la necesidad de una
reforma educativa a fondo, una participación popular que democratice decisiones y fondos de
manera más justa y una ley que priorice y beneficie a campesinos e indígenas en el manejo y
propiedad de la tierra. Todos estos instrumentos se dieron en esta gestión y contra todos sin
excepción se alzaron voces acusatorias y condenatorias hasta la blasfemia.
La desproporción de juicio sobre lo hecho hasta ahora es muy evidente, sobre todo en relación
a la mayoría de los ciudadanos susceptibles de recibir los mensajes apocalípticos que no tienen
relación alguna con la verdad. Derecho a discrepar siempre, pero afirmar que lo que se ha
hecho en estos cuatro años es destruir con alevosía el país, es no solo exagerado, sino que
lleva consigo una buena falta de honestidad intelectual.
Cuando un asunto tan elemental como la posesión legal de una mina por parte de sus
legítimos dueños se convierte en un drama de sangre y en un episodio de violencia como no se
vivía en el país desde hace décadas, algo muy grave está pasando . ¿Qué puede explicar la
muerte de varias personas como producto de terribles enfrentamientos entre fuerzas policiales,
mineros y campesinos del lugar ?. Las buenas razones no son suficientes. Porque no alcanzan,
porque parece claro que hay un fuerte componente emocional y político que si bien no se ha
tomado a la ligera en el pasado, demuestra con estos acontecimientos ser mucho más hondo y
de consecuencias mucho mayores que las que aparecen en una primera mirada a la cuestión.
Pero en la otra cara de la medalla está una realidad que no se puede ni se debe soslayar.
Hay interés económico de por medio. Capataces, pequeños productores, cooperativas o seudo
cooperativas, explotan minerales y los venden sacando beneficios apreciables. La llegada de
los legítimos propietarios y la explotación sistematizada y racional termina con ese negocio
tangencial impensable en el futuro. Si el estado boliviano y su gobierno aceptan que vivimos
bajo la ley de la selva, la imagen internacional y la seriedad de nuestra voluntad de recibir
inversión externa queda más que en entredicho. No es sensato, ni con los mejores argumentos
del mundo, dar por buena la intervención de una mina, aceptar la existencia de territorios de
nadie, donde trabajadores y campesinos se arogan propiedades que no les pertenecen
bloqueando toda opción de cumplir las normas vigentes. El caso de Mineracao Taboca es
ilustrativo, los empresarios brasileños se hartaron y se fueron ,no les dejaron entrar a un centro
con el que habían suscrito un contrato de riesgo compartido, finalmente no invirtieron nada
¿Cual es la realidad de ese centro minero hoy ?. La de la pobreza de siempre. Ni inversión
extranjera, ni inversión propia ni nada. Lo único garantizado por quienes se negaron a recibir
extranjeros es la miseria.
La tan execrada capitalización (eje de quienes hablan del modelo oligárquico) unió dos
eslabones, la reforma de pensiones que busca hacer más eficiente el tratamiento de los fondos
de cada trabajador, sumado al concepto de generación de ahorro interno y el bonosol que
ahora todos aplauden - sin ruborizarse quienes lo criticaron sin piedad y dijeron o pensaron
que nunca se haría efectivo o que es un derroche del estado -. Es curiosa la esquizofrenia en
este punto, la capitalización está mal y el bonosol esta bien. No señores, o ambas cosas están
mal o ambas están bien, porque no hay bonosol sin capitalización. Pero vayamos más lejos.
Aceptando que haya contratos que puedan discutirse o que sean demasiado favorables a los
inversionistas (el caso de la Enron obligó a correcciones que finalmente se hicieron por
presión de la oposición), estamos hablando de una inversión neta de 1600 millones de dólares,
la mayor que se hay hecho de una sola vez en nuestra historia. Ahora resulta que todos están
de acuerdo en la necesidad de inversión externa y más aún, en la necesidad de privatizar
nuestras empresas, pero esta forma es un desastre. Quizás era mejor enajenar el 100 % de
nuestras empresas como propuso sin ambages ni posibilidad de equívocos el gobierno del
Acuerdo Patriótico, dos de cuyos socios serán gobierno el próximo 6 de Agosto. ¡Por favor!,
tengamos un poco de coherencia, criticar por entreguista la capitalización después de haber
propuesto la venta total de nuestro patrimonio, sin distingo entre los potenciales compradores,
abriendo puertas a los extranjeros que, por otra parte son los únicos que realmente tienen el
dinero para encarar semejantes montos, es de una falta de seriedad y honestidad intelectual que
llama la atención.
Pero aquí no termina la historia. La ley INRA es otro salto cualitativo de notable
dimensión, no solo porque resuelve de manera racional el problema de la tierra, establece
impuestos que antes los empresarios no pagaban y ratifica la liberación de impuestos para los
pequeños productores, sino que reconoce por primera vez conceptos de gran valor histórico
como las comunidades originarias, territorios indígenas y diversas formas de propiedad de
vieja tradición que antes no estaban en consideración del sistema jurídico oficial. El sentido de
la ley INRA es evidentemente favorable para los más débiles y desprotegidos en este rubro.
Por si fuera poco, el gobierno ha impuesto el seguro materno infantil para el periodo crítico de
la maternidad y el seguro para los ancianos. Los eslabones más débiles de la cadena reciben
una protección directa del estado que jamás habían recibido en el pasado.
Y resulta que hay que darle un giro de preocupación social al estado en el futuro porque la
insensibilidad del que se va es terrible. Lo que ocurre es que en este país hay demasiados canta
mañanas y pocos que se atreven a decir las cosas por su nombre. Cuando los hechos son tan
contundentes no vale ningún pudor. Lo que ésta gestión deja en inversión social y
preocupación por los más pobres, es mucho más que la suma de varios gobiernos del pasado.
Terminemos con la cantaleta cínica de frases hechas y tergiversación malintencionada de la
verdad. Que el próximo gobierno haga lo que tiene que hacer, sin montarse en un historia
falsificada de lo que ha hecho esta gestión, cuyo mérito principal es precisamente haber
luchado por un sistema de economía abierta con particular interés en el hombre boliviano,
demostrando que es posible la preocupación social sin romper el modelo. Por eso, hablar de
neoliberalismo es una sandez como otras muchas que venimos escuchando - cada vez con
menos paciencia - en los últimos años.
Las dos ideas maestras del programa fueron la Capitalización - Reforma de Pensiones
y la Participación Popular - Descentralización. La primera estableció una combinación
inteligente entre la necesidad de achicar el estado, devolver el motor de la inversión productiva
a la empresa privada, pero resolver además el concepto de la jubilación y sus graves déficits
para el estado. No vale la pena volver sobre un tema que he desarrollado en columnas
anteriores, baste decir que la Capitalización garantizó inversión directa en las empresas
capitalizadas, uso eficiente del 50 % en manos de los bolivianos para impulsar la Reforma de
Pensiones y el pago de uno de los aportes más extraordinarios que haya hecho gobierno
alguno a los ancianos del país, el bonosol. Este proceso se complementó con los seguros de
maternidad, vejez y muerte, lo que establece claramente la vocación de apoyo a los sectores
más vulnerables de nuestra sociedad. El nuevo estado requería de un nuevo aparato de
regulación y por ello la creación del sistema de regulación sectorial con la aparición de las
superintendencias.
La idea de la Participación Popular y la Descentralización fue otro salto revolucionario.
Ambos son descentralizadores, pero el primero es además un camino efectivo para una
inversión masiva en el área rural, la más retrasada y la que tiene peores indicadores sociales en
el país, al punto de tener cifras más parecidas al Africa más pobre que a nuestros vecinos
latinoamericanos. El salto que esto implicó en cifras es elocuente, pues permitió pasar de una
inversión directa en el campo de algo más de 60 U$ per capita año en 1993, a 140 U$ en 1996.
Pero la idea va más lejos, trae un cambio de mentalidad y de responsabilidades, no es una
inversión vertical desde el estado central a las provincias, es una distribución equitativa basada
en la realidad demográfica que queda en manos de los interesados a través del municipio y los
concejos de vigilancia (lo que adicionalmente fortalece la democracia municipal). El desafío
es terminar con la idea del estado paternal que da todo y al que se le pide todo, ahora derechos
y responsabilidades se han trasladado a la región, lo que la dinamiza económicamente pero
también desburocratiza la gestión. La consecuencia inmediata fue la generación masiva de
empleo (más de 5.000 proyectos con la Participación Popular, dieron lugar cuando menos a
100.000 trabajos directos) y abrieron la gestión directa de recursos. Este segundo aspecto es
clave, la capacitación de cuadros para gestión administrativa regional y microregional es un
imperativo. Capacidad de gestión es el gran cuello de botella de esta nueva realidad que
determinará problemas, errores, corrupción y otras secuelas entendibles que deben resolverse
en un plazo corto. La descentralización administrativa a través de las prefecturas y consejos
departamentales, cierra el círculo de una nueva realidad que perfila un país radicalmente
distinto.
El gobierno apuntaló estos ejes con un sinnúmero de leyes, desde las grandes como la
reforma educativa que con todos sus problemas es una respuesta para modificar nuestro talón
de Aquiles (que no se tocaba desde el código de la educación de 1955), hasta un conjunto de
instrumentos legales esenciales. La ley INRA (ciertamente una nueva ley de la tierra con una
visión integral del tema económico, social y cultural), la ley forestal, la ley de hidrocarburos y
el código de minería. En el ámbito de la Justicia el ministerio creado por Sánchez de Lozada
hizo aportes sustanciales como la fianza juratoria y el cambio de concepto en relación a los
delitos económicos. La subsecretaría de género impulsó y promovió la aprobación de la ley
contra la violencia en la familia.
Bolivia recordará este gobierno y su Presidente porque encararon con inteligencia y valentía
cambios indispensables y demostraron que el cliché del neoliberalismo es mezquino e
insuficiente para definir la propuesta más interesante en América Latina de conjugar economía
abierta y política social viable en un país pobre. Han sido, que duda cabe, cuatro años para la
historia.
EL PLAN DE TODOS II
Las metas sociales son muy claras, reducir la mortalidad materna y la mortalidad
infantil a la mitad y reducir en un 50 % el número de bolivianos que viven por debajo del
umbral de la pobreza. No hay muchos secretos para lograrlo, depende del crecimiento
económico, buena administración, austeridad y equilibrio fiscal (aunque es cierto que es
mucho más fácil de decir que de hacer). En ese contexto, el cargo mayor que le hace Banzer a
Goni es precisamente el costo de las reformas estructurales (costo inevitable por otra parte)
que él cuantifica en 340 millones de dólares por año, otras fuentes hablan de no más de 250
millones, sea como fuere se trata de un hueco que pone en problemas al tesoro y que no tiene
muchas salidas para resolverse. Terminada la historia de las donaciones o créditos para tapar
huecos fiscales, solo queda la vía de los impuestos y la del precio de los hidrocarburos, o la
combinación de ambos. Para el 98 el gobierno presentará un presupuesto que inevitablemente
contemplará alguna de esas salidas. La más suave, la ampliación del universo impositivo,
puede pensarse en el mediano plazo pero no en el corto. Es en este punto donde comenzará la
verdadera confrontación gobierno-sociedad, con el costo político inevitable. Será bueno por
eso esclarecer la magnitud del costo de la reforma de pensiones y analizar si en efecto el
anterior gobierno desarrolló una política graciosa y concesional a los inversionistas y si fue
así, corregir los términos de esos contratos en lo relativo a regalías por ejemplo.
Otra ironía es el plan de privatización que incluye todo lo habido y por haber que
todavía está en manos del estado (también las empresas que controlan las FF.AA.). No
sorprende, es coherente con la línea del modelo; lo que no puede dejarse de lado es que uno de
los socios de este programa es Condepa, que no se cansó de hablar del gobierno vende patria
de Sánchez de Lozada. Ahora se privatiza sin más, no queda nada para el estado, ni siquiera el
50 % que marcó la capitalización con su ingrediente de inversión social-bonosol como
aditamento. Lo mismo vale para ideólogos, intelectuales y dirigentes sindicales que se
sumaron a Banzer para revertir el gobierno “desnacionalizador” de Goni. Como adelantamos
en las elecciones, sin por ello inventar el agua tibia, Banzer seguiría al pie de la letra el
proceso de reducción estatal y de privatización de todo, sin volver atrás un milímetro en la
capitalización. El plan así lo ratifica. Nos gustará mucho conocer las justificaciones y
malabarismos de quienes adelantaron que Banzer frenaría las políticas “antipatrióticas” de su
antecesor.
Algunos temas puntuales son también dignos de destacar. Parece inteligente la idea de
apoyar con medidas concretas las exportaciones (no exportar impuestos) a través de
mecanismos que fueron desechados en el pasado inmediato. En cambio, es preocupante lo que
dice de una ley esencial, “Evaluar y modificar la ley INRA para crear un ordenamiento
jurídico que confiera seguridad a la tierra como requisito para atraer nuevas inversiones”. Eso
huele de lejos a beneficiar al empresariado agroindustrial que jamás aceptó las reglas
racionales de juego planteadas por la ley, aquí vale la pena citar al Presidente que criticando a
su predecesor dijo que hizo reformas de pocos que beneficiaron a pocos, ojalá este no sea el
caso. En el sistema regulador el gobierno insiste en crear un cuerpo colegiado. A estas alturas
la discusión puede ser adjetiva, lo sustantivo es que las superintendencias se están
desmoronando, están aisladas y las señales del ejecutivo distan mucho de ser de las mejores y
de generar confianza. Este es uno de los aspectos más críticos que peor se están manejando en
el actual gobierno. El énfasis en la lucha frontal contra la coca, que deberá ser erradicada en
los próximos cinco años, igual que un deseo de culminar la reforma del sistema judicial del
país, son quizás dos de las tareas más importantes de esta gestión.
Con matices, estamos ante “El Plan de Todos II”, lo que ratifica un país que caminó hacia su
institucionalización, que es cada vez más sólido en su estabilidad política y económica, que ha
sido capaz de ir a la modernidad con un modelo de economía abierta, cuya ortodoxia fue rota
con imaginación por la gestión de Sánchez de Lozada. El Presidente abomina del “iluminado”,
del “potentado” y de sus tecnócratas, pero no le ha quedado otro remedio que ser el
abanderado de la administración de las líneas maestras del programa de ese “iluminado”.
El señor Presidente no ha podido superar el complejo de la dictadura. Quizás eso confirme que
su cambio político tuvo más que ver con el sentido de la oportunidad que con el de la
verdadera convicción. Le enerva que critiquen esos años, no lo puede soportar, pero tiene que
hacerlo, por lo menos mientras ostente el cargo más alto con el que una democracia honra a un
hombre. No es una concesión que nos hace, es su obligación como servidor público.
En los últimos días, era previsible, el tema Pinochet ha arrastrado con fuerza al
Presidente de la República en las dolorosas y complejas rutas de su pasado dictatorial.
El Gral. Banzer equivocó a mi entender la forma de encarar el tema. Pretender como lo hizo
que él no sabía nada de la Operación Cóndor, fue la invitación para que quienes perdieron a
sus hijos, hermanos o esposos en tan terribles días, salieran a la palestra golpeados por lo que
con toda lógica entendieron como una actitud cínica. Hombres y mujeres de Bolivia y
América Latina fueron apresados, torturados, exiliados y desaparecidos (es decir asesinados)
durante la dictadura de Hugo Banzer Suárez. No son inventos, no son acusaciones mal
intencionadas, no son slogans de la izquierda marxista, son hechos oficiales y probados. El
Presidente no puede pretender que esos muertos no están muertos, que esos torturados no
fueron torturados. Hace un par de días, como una señal, un compañero de mi promoción llegó
a Bolivia como empresario. Vive en Venezuela y gracias a Dios rehizo su vida. Fue apresado y
torturado en el gobierno de Hugo Banzer, estuvo dos años preso (1975-1976), me mostró las
cicatrices de sus muñecas producto de quien sabe cuantos días con esposas que le marcaron la
carne para siempre. Recuerdo perfectamente el titular de primera página de Presencia que
registró su apresamiento hace veintitres años, y la certeza que tuvimos por muchos años que lo
habían matado. Finalmente fue exilado a Venezuela y nunca más volvió a vivir en su patria.
No me gusta la truculencia, pero es un ejemplo próximo que conocí muy de cerca, para
terminar con aquello de la amnesia súbita.
Si el Presidente hubiese hecho lo que correspondía, es decir aceptar que en su régimen
se violaron derechos humanos, explicar el contexto histórico, expresar su pesar y pedir perdón
por lo ocurrido, para respaldar luego sus palabras con sus últimos casi veinte años de
demócrata, otro hubiese sido el resultado. Lo indignante es constatar que a pesar de todo,
puede más la actitud prescindente y casi soberbia de no pedir perdón por todo lo que se hizo
mal, sobre todo cuando se segaron vidas humanas en el ejercicio del poder. El nacionalismo
cristiano fue la bandera del Presidente en esos tiempos. El cristianismo habla del acto de
contrición y el pedido de perdón de quien ha pecado. Sería coherente aplicar la rectea
completa y no solo parcial.
Los ministros de estado y los jefes de los partidos de la coalición optan por la fácil,
respaldar a fardo cerrado al Primer Mandatario. Lo hacen mal y además bastante tarde. Se
meten la historia en el bolsillo y solo apelan al Banzer demócrata. Nadie objeta a ese Banzer,
más que eso, es un ejemplo de contribución democrática, es una demostración de que el
cambio para mejor fue posible, es una muestra de legitimidad a través del voto (ganó dos
elecciones) y de sentido de la historia en pactos fundamentales, sobre todo el Pacto por la
Democracia que permitió salvar a Bolivia del desastre económico. Esas son manzanas, pero
las manzanas no se pueden ni se deben mezclar con las peras que son de las que estamos
hablando en este caso. Ni el Presidente, ni los ministros, ni los partidos de la coalición
gobernante (entre ellos el Mir, que con una sangre fría alucinante avala los crímenes de la
dictadura de la que fue la principal víctima y se suma a una amnesia vergonzosa y carente de
la más mínima ética) pueden burlarse así del pasado.
La operación Cóndor, los muertos, presos, torturados y exiliados, fueron una realidad
que con ese nombre o sin nombre alguno, existió como parte de una dictadura y como parte de
una sociedad de dictaduras que cooperaron mutuamente para “combatir la subversión”,
ejerciendo terrorismo de estado. Eso no se menciona en una línea de los documentos que
hablan de las manzanas. No mezclemos los frutos, porque los buenos todos los elogiamos, los
malos exigen cuando menos la reparación moral del reconocimiento, ya que los juicios de
responsabilidades prescribieron a efectos de la legalidad constitucional de nuestro país. Si
somos tan buenos para recordar nuestros éxitos, seamos buenos para reconocer nuestros
graves errores. No pretendo que Hugo Banzer reniegue de sus siete años, que también dejaron
cosas positivas y que respondieron a un momento histórico polarizado, maniqueo y violento
desde la derecha y desde la izquierda. Pretendo que a fe de hombre el Presidente sea capaz de
asumir lo que hizo integralmente, no solo aquello que le sonríe del pasado.
Seamos valientes todos para mirar el pasado, terminemos con las mentiras, con el
cinismo, con el intento absurdo de borrar la memoria. La memoria no se puede borrar porque
se escribió con sangre. Quienes sufrieron directamente probablemente podrán perdonar pero
jamás podrán olvidar.
Cada paro, marcha, bloqueo o concentración, se hizo y se hace por diferentes razones,
pero debajo de todas ellas está el profundo malestar de un pueblo que siente demasiado pesado
el costo de la recesión económica, del alza de los carburantes y los precios del transporte, el
alza de las tarifas de los servicios públicos y el encogimiento paulatino de sus salarios. A esto
se suma la evidencia de que no se generan nuevas fuentes de empleo, por el contrario están
disminuyendo. El cuadro de situación como puede verse es desalentador, más todavía si
comprobamos que de lucha contra la pobreza nada. Mientras el modelo no pueda responder
ese desafío principal, las cosas no caminarán mejor.
Por otra parte, a pesar de que algunos analistas creen que la teoría de que el secreto de
todo está en la ampliación de la torta a repartir es insuficiente; sin el crecimiento de esa torta
es poco o nada lo que podemos hacer. Es una verdad de Perogrullo que no se ha podido
desbaratar, menos aún por un simple enunciado. Para que esa torta se amplíe Bolivia debe
crecer a un promedio del 6 % o más a lo largo de una década. La realidad es que el promedio
de la década de los noventa fue algo más de la mitad que eso. No sirve, no es suficiente. Ni
crecemos lo que debemos, ni el gobierno tiene ideas en torno a como encarar el desafío de la
pobreza. Su apuesta más arriesgada es el diálogo nacional II, que no está mal como idea, pero
corre el grave peligro de quedar como un encuentro para paliar malas conciencias como pasó
con el primer diálogo. En su favor está una organización más seria, encuentros desde las bases
y desde las regiones y la presión que significará el Foro Jubileo 2000 organizado por la iglesia
católica. El problema es que el ejecutivo ha dado muestras de muy pocas cosas, y entre ellas
no está precisamente la de llevar adelante acciones claras en casi ninguna dirección. ¿Por qué
arte de magia, sería ahora capaz de aplicar lo que salga del diálogo?. El informe de desarrollo
humano en Bolivia dice que es esencial escuchar a la gente, darle espacios para que expresen
sus requerimientos, tomar en cuenta lo que cree que debe hacerse en su comunidad y la visión
que tiene del bienestar y del futuro. El diálogo pareciera apuntar en esa dirección y eso está
bien.
Mientras tanto el malestar crece como la espuma, y como ocurre siempre en estos
casos, todo exceso es posible, el descontento se canaliza por la vía de las peticiones
imposibles, las acciones vandálicas y los ultimatums, en la lógica de la batalla al todo o nada,
de las amenazas cargadas de dramatismo con el “hasta las últimas consecuencias” como
rubrica permanente. El caso de Cochabamba es el ejemplo más dramático de cómo puede
llevarse a una comunidad al absurdo. El mito de Misicuni terminó por abrir la ruta al
despeñadero. Cuando Gonzalo Sánchez de Lozada planteaba la pregunta que entonces parecía
incluso ofensiva de “¿Quieren Misicuni o agua?”, estaba adelantando lo que terminó por ser
una cruel realidad. La demagogia, las promesas desmedidas y las acciones cuyas
consecuencias tarde o temprano llegan (alza de tarifas, por ejemplo), condujeron a este
aparente callejón sin salida en el que, por si fuera poco, está en juego un contrato con un
inversionista extranjero que se ha hecho cargo de la distribución de agua, y pone en cuestión la
fe y confianza del estado ante una comunidad internacional más bien escéptica sobre Bolivia y
que no ve en nuestro país precisamente el lugar más atractivo del mundo para invertir.
En la otra punta, sin embargo, está la cruda realidad de la gente que recibe el golpe de
esas alzas sobre sus espaldas. En la lógica aséptica de las cifras grandes, la racionalización de
costos y su referencia con los beneficios y la eficiencia de los nuevos dueños de los servicios,
empresas privadas casi todas extranjeras, hay poco que discutir (aunque bastante más de lo
que esas empresas quisieran), pero esa racionalidad no le sirve a la mujer común que tiene que
pagar todos los meses las facturas de agua, luz, teléfonos, la garrafa de gas y los minibuses o
micros que la llevan a ella y su familia de su casa al trabajo. Esa es la brecha imposible, esa es
la cruda realidad que permite todos los excesos y coloca las cosas siempre en el límite.
Este gobierno, como en general los gobiernos del modelo, está entrampado en una ruta errática
y con muy pocas opciones, con el agravante de que por lo menos antes se hicieron propuestas
y se aplicaron estrategias propias para encontrar respuestas, algunas de ellas con buenos
resultados, otras en incógnita, pero ahora, salvo uno que otro intento aislado, todo lo que
encontramos son reacciones tardías y tímidas ante la fuerza y la terrible realidad de los hechos.
Por primera vez desde que el modelo comenzó a aplicarse en 1985, se ha producido
una sensación muy profunda de que esto no funciona. Poco fuera que lo piensen y lo digan
quienes han estado desde el primer día en contra del 21060 y del programa de gobierno del 93,
eso es perfectamente explicable. También puede entenderse la desesperanza y escepticismo
del ciudadano de a pie que mira impotente como su bolsillo se encoge mes a mes. Lo más
grave y que ahora ocurre, es que quienes creyeron en este nuevo estado construido
diligentemente en estos años, comienzan a preguntarse si realmente el esfuerzo valió la pena.
En ese contexto es que el escenario del futuro se hace negro por varias razones. La
primera pero no única, es el lamentable desempeño de un gobierno sin liderazgo, sin destino
conocido, sin capacidad de iniciativas para enfrentar los problemas y para demostrar que es
viable una esperanza y envuelto, por si todo lo anterior fuera poco, en una espiral de
corrupción.
La tercera tiene que ver con una inversión de valores morales que si se aplicara en la
vida real, por ejemplo en un barco, harían que este escorara tanto que estaría inevitablemente
destinado a hundirse. La percepción general de la sociedad boliviana de que estamos podridos
hasta los tuetanos, es el cáncer más peligroso de todos, porque se transmite a todo el
organismo y se percibe desde que los niños entran en sociedad, es decir desde que van a la
escuela. Si esta realidad no cambia y si de manera urgente no hacemos algo para cambiar
hechos y sensaciones, nuestro destino es más que incierto.
La cuarta tiene que ver con razones estructurales que no se debe descuidar. Este mismo
paquete de medidas y cambios estructurales (sobre todo los aplicados en el periodo 1993-
1997) en otra realidad económica y social, en otro mercado, hubiese redituado de manera
geométrica. Las condiciones que han cercado a Bolivia en una camisa de fuerza, las mismas
que en muchos sentidos nos anclaron en época del viejo liberalismo (mucho más miope,
excluyente e insensible que este), en la del nacionalismo revolucionario y lo hacen hoy con el
nuevo liberalismo. El cerco de nuestras exportaciones, las dificultades de vertebración, los
altos costos de producción y transporte, el deficiente sistema educativo, el enclenque sistema
de salud, la terrible brecha campo-ciudad, el pequeño mercado crónicamente deprimido, son
algunas de las razones de fondo que ningún esquema ideológico ha sido capaz de superar.
LA AUTORIDAD EN ENTREDICHO
Uno de los rasgos más dramáticos del gobierno de la UDP fue el desmoronamiento del
principio de autoridad. La constatación de que el gobierno del Presidente Siles era débil, por
una curiosa mezcla de resquebrajamiento interno y genuina vocación democrática, condujo al
conjunto de la sociedad a la gimnasia de la huelga, el paro, el bloqueo, la manifestación... Los
dos momentos más ilustrativos cuanto tristes de esa etapa, fueron el paro de cincuenta y un
días del Banco Central, que incluyó un cable del sindicato de trabajadores del Banco al FMI
indicándole que desconocerían cualquier acuerdo firmado por el entonces ministro de finanzas
con esa institución; el segundo fue el corte de suministro de energía eléctrica y agua potable
por unas horas al palacio de gobierno y a la residencia presidencial, obra de los sindicatos
respectivos.
La recuperación de la majestad del poder del estado y del principio de autoridad, fue
uno de los logros de la gestión de Paz Estenssoro, que fue un legado mantenido con más o
menos éxito hasta ahora.
En los últimos meses, sin embargo esa idea esencial de una democracia con orden y
con un principio de autoridad claro, está comenzando a erosionarse peligrosamente. El
antecedente de la UDP es un referente inexcusable en la hora presente, no por una
comparación que no es pertinente, sino porque nadie desea que lo llegue a ser. Lo que ahora
vivimos es una combinación de hechos objetivos y percepciones subjetivas sobre lo que ocurre
en el mando de la nación. La actitud del Presidente, la de su gobierno, lo que ocurre en los
diferentes ministerios, los hechos que se pueden ver día a día, van alimentando un archivo que
la gente no pasa por alto. Cuando se comprueba sucesivamente que las decisiones no llegan a
tiempo, o simplemente no llegan, que muchas de las que llegan se cambian tan rápidamente
como se habían dictado, que la presión funciona, la gente saca conclusiones y actúa en
consecuencia.
No se trata aquí de pretender que la lógica de las huelgas, las tomas, las
manifestaciones y los bloqueos apareció en 1997, en absoluto, es parte de una tradición
histórica surgida a partir de 1952 y sobre todo alimentada por el poder combativo de la Central
Obrera Boliviana y sus métodos de lucha, que en varios momentos de nuestra historia reciente
llegaron a puntos de verdadero desquiciamiento. Pero la confrontación tuvo etapas distintas en
democracia, una de ellas la UDP, otra comienza a ser esta que vivimos. Como ocurre con los
seres humanos, uno mide al otro y avanza en la medida en que lo dejan. La señal más evidente
se dio en el estado de sitio con el motín policial. Cuando una fuerza armada delibera, altera la
Constitución y desconoce un principio esencial de su funcionamiento y de su estructura. A
partir de ese dato comenzó una espiral de desafueros que no se relaciona exclusivamente con
las pulsetas entre sociedad y gobierno, tiene que ver también con otras instancias de la
autoridad que es progresivamente cuestionada.
Pero lo grave es cuando quienes cometen actos ilegales tienen como punto de
referencia los incumplimientos que hace el gobierno de los propios convenios que firma. Eso
ocurrió con el paro de gasolineras que no recibieron la comisión acordada por parte de YPFB.
Los comunarios de Tiahuanacu tomaron el centro arqueológico porque las autoridades no les
pagaron nunca el porcentaje que les correspondía después de un convenio. Si la palabra no se
cumple, se rompe un ingrediente básico de la relación bilateral y multilateral, eso que
pomposamente se llama “la fe del estado”. Nadie cree a nadie y además, en la apuesta de
presionar, la relación costo-beneficio es alentadora para quienes ejercitan la medida.
En el estamento uniformado se produjeron nuevos amagos de motín en la policía y en una
guarnición de la Fuerza Aérea en Trinidad, alegando malos tratos y abusos a los conscriptos.
Las universidades estatales se han convertido en un campo de nadie. Del Alto a San Simón,
pasando por San Andrés, son escenario no de la excelencia académica, sino del campeonato de
exigencias. ¡Universidad autónoma! ¿con qué plata? ¿ con qué profesores? ¿ con que
infraestructura?, ¿con que currículo?. ¡Por favor!, eso no interesa, interesa una universidad ya.
Esto va mal, sobre todo porque a pesar de las voces de alerta que se escuchan desde hace
varios meses, muy poco ha cambiado en el escenario de un ejecutivo paralizado y sin tono
muscular alguno.
Suele decirse que a confesión de parte relevo de pruebas, es lo que ocurrió el viernes
pasado en ocasión de la convocatoria del Presidente al Diálogo II. Jaime Paz dijo entonces,
con la tranquilidad de actitud que le es característica cuando lanza frases para la platea, que el
no aplicó el modelo liberal sino el de economía social(¿?) de mercado. Aludió al integrismo
liberal (léase el del señor Sánchez) y luego afirmó categóricamente que estaba en contra del
Hipic II, pero que como ya se hizo no le quedaba más remedio que aceptarlo, pero que esta
negociación le ha cerrado a Bolivia las puertas del crédito internacional, y que por añadidura
se trata de apenas 80 millones de dólares al año, es decir poco menos que nada. Dijo también
que en su gobierno se logró una reducción de la deuda por otros métodos que no cerró las
puertas del crédito ni abrió las de la mendicidad internacional a la que Bolivia se ha
acostumbrado. Terminó diciendo, al mejor estilo del endogenismo condepista y de quienes
propusieron vivir solo de chuño y charque, que Bolivia no necesita de la ayuda internacional
para salir de la pobreza. El único modo de superarla –terminó- es lograr mayor productividad
y poner el brazo como él (un par de horas a la semana de cara a los medios de comunicación
masiva, carretilla en mano en la ciudad de El Alto) trabajando por el país.
Esta vez el Lic. Paz no necesitó que el Lic. Sánchez saliera a desmentirlo, fue tal el
tamaño de las afirmaciones, que lo hizo apenas un par de minutos después de la apasionada
intervención del expresidente en el hall de palacio, el mismísimo vicepresidente de la
República en el mismo lugar, pero no habló como segundo mandatario sino como exministro
del Lic. Paz. Dijo primero que no es cierto que el Hipic le cierre el crédito a Bolivia y que al
revés de lo que dijo el Lic. Paz, es un programa que se logró en virtud de los esfuerzos
realizados por Bolivia de honrar su deuda, desmintió tajantemente al exmandatario en relación
a las razones de la negociación de la deuda en su gobierno, que se explican -.dijo-. porque
simplemente Bolivia no podía pagar. Remató Quiroga subrayando que no es cierto lo que dijo
el Lic. Paz con relación a que el Hipic cierra las puertas del crédito con la banca, recordando
que ese es un problema (el no acceso al crédito) que data de 1990 y que no ha cambiado hasta
hoy. Que recordemos, el Presidente en 1990 era el Lic. Paz, no el Lic. Sánchez, ni el Gral.
Banzer. La categórica descalificación no la hizo Carlos Sánchez, la hizo Jorge Quiroga,
subsecretario primero y ministro después en el gobierno de Jaime Paz.
El expresidente cae muy fácilmente en la demagogia y en la frivolidad en sus
declaraciones, asumiendo que las frases de efecto lograrán el objetivo de diferenciarlo de su
detestado adversario Gonzalo Sánchez y de su hoy incómodo socio Hugo Banzer (que asumió
con bastante mejor espíritu la grave incomodidad de contarlo entre sus aliados cuando el
embajador Kamman le advirtió que ir con los miristas era escoger el camino más difícil).
Todos sabemos que esto es parte de una campaña presidencial que el MIR siempre hace con
mucho tiempo de antelación. Es probable que está actitud le de réditos electorales, pero
quienes tenemos la obligación de buscar la verdad y separar el grano de la paja de lo que
hacen y dicen nuestros políticos, no tenemos porque comulgar con ruedas de molino.
La otra perla de Jaime es que él no aplicó el modelo. Aplicó el modelo con el cuidado
de un esmerado alumno, su gestión fue tan liberal como cualquiera de las otras tres gestiones
desde 1985. La propuesta privatizadora del MIR que no se llevó a cabo por defecto, era clara y
así la explicitó Samuel Doria Medina cuando era ministro de Planeamiento de Jaime Paz. Se
podrá discutir sobre los aciertos y errores de la capitalización, pero es moralmente incorrecto
criticar en esencia la venta de nuestras empresas cuando el proyecto mirista incluía entonces
esa opción, y cuando los ministros miristas de Comercio Exterior del Presidente Banzer han
llevado adelante la venta pura y dura de las refinerías y lo han intentado hacer con Vinto, para
poner los ejemplos más ilustrativos.
Si Jaime Paz es tan bueno para lapidar la capitalización y el modelo cada vez que
puede, que tenga la gentileza de irse de la actual coalición de gobierno (tan rabiosamente
liberal como sus antecesores) y de instruir a sus parlamentarios que impugnen la ley de
capitalización, lo otro, lo que hace ahora, es simple y sencillamente palabrería.
Mal que le pese a Jaime, es tan parte del modelo como el que más, su gobierno fue liberal y en
algunos casos bastante más ortodoxo que el de Sánchez y él, como la social democracia
mundial ha girado con pocos matices a la economía de mercado. Vale recordar además que la
poca inversión social directa y preocupación por la extrema pobreza que se hizo en Bolivia, no
se hizo precisamente en las gestiones que compartieron el MIR y la ADN.
Pero después de esta enésima batalla campal que vivimos, esta vez a propósito de la
capitalización de YPFB, vale la pena detenerse un momento en el camino y preguntarse si en esta
ruta vamos bien. Y parece que la respuesta obvia es que no solo no vamos bien, sino que vamos
muy mal.
Ese derecho los bolivianos no solo lo conocen muy bien, sino que lo aplican a rajatabla y
hasta el exceso. La prueba de que no hay límites cuando se quiere protestar la dió el gobierno del
Dr. Siles Zuazo al que los manifestantes cercaron literalmente hasta pulverizar su gobierno y
obligarlo a la reducción de un año de su legitimno mandato constitucional. He abundado varias
veces en columnas anteriores sobre la labor desestabilizadora de la oposición de entonces que,
por otra parte, difiere muy poco de lo que los políticos hicieron en los gobiernos sucesivos con la
misma falta de escrúpulos, con la diferencia de que Siles Zuazo cometió el error de creer que se
podía gobernar sin el parlamento, es decir con minoría en las cámaras.
Todos los años sin excepción, esta feria de las protestas se ha sucedido con diferentes
grados de crudeza. En la UDP, las cosas llegaron al paroxismo. Una huelga general en serio (de
las que ya no hay más) paralizó Bolivia entera por 15 días, los trabajadores del ramo le cortaron
la luz y el agua al palacio y a la casa presidenciales, el Banco Central paró 51 días y por si fuera
poco el sindicato del Banco le mandó un cable al FMI diciendo que no acataría las ordenes del
ministro de finanzas en lo tocante a eventuales acuerdos con ese organismo.
Pero las cosas no variaron mucho con Paz Estenssoro, lo que varió es la postura del
gobierno. Por eso, vivimos dos estados de sitio y un confinamiento de dos centenares de
dirigentes al norte del país. Como respuesta, huelgas de hambre y marchas (la de la vida de los
mineros estuvo a punto de hacer estallar un polvorín que afortunadamente no estalló). El
gobierno de Paz terminó con los crucificados en los mástiles de la UMSA que entonces
conmovieron a la ciudadanía hasta las lágrimas.
Con Jaime Paz Zamora tuvimos tantas o más huelgas. Recordemos lo más significativo.
Los grandes protagonistas fueron los maestros trotskistas, una huelga de hambre dura de cuatro
maestros llevó las cosas a combates callejeros de gran calibre y un estado de sitio. Los maestros
paran sistemáticamente desde hace una década, interrumpiendo las clases en un promedio de un
mes calendario por año, los años más benignos han tenido suspensiones de algo menos de 20
días, los peores de más de 45 días.
Con Sánchez de Lozada las cosas se complicaron, si cabe, más todavía. A los reclamos
salariales estacionales que se llevan a cabo desde tiempos del Dr. Siles, pero con regularidad
matemática desde que el parlamento aprueba el presupuesto de la nación, se sumaron las batallas
campales contra las reformas estructurales del llamado "plan de todos". En este ámbito las cosas
han llegado a puntos realmente graves. En los temas de reforma educativa, capitalización de
YPFB y problema de la coca, la violencia callejera superó todas las cotas previamente conocidas.
Si por un lado la democracia no ha erradicado totalmente la violación de los derechos humanos y
más de una vez las autoridades se exceden en la represión, por el otro, los manifestantes han
provocado violencia lindante con la delincuencia común y han amparado actos de vandalismo
puro y duro.
El costo para el país de este enfrentamiento absurdo del todo o nada, nos mantiene
produciendo poco, hundidos en el escepticismo y con poca fe en el futuro. Ese es un daño terrible
para generaciones condenadas a educarse mal o no educarse en medio de un país que avanza a
pesar de si mismo.
Los Trabajadores han decidido otra vez estrellarse contra el modelo, contra el
gobierno, contra la ideología imperante, una vez más mediante el recurso del radicalismo. Si
los hombres simbolizan formas de lucha e ideas, Edgar Ramírez está, sin duda en la trinchera
de los que no aceptan medias tintas. Por algo el apodo de “Huracán”. Nunca ha trepidado en
decir las cosas más duras, sin ningún matiz que pudiera confundirlo con alguna concesión
“pequeñoburguesa”. Eso de guardar las formas o de matizar no es de revolucionarios. Aquí de
lo que se trata es de luchar y vencer, no de transar.
Sobre esa particular lógica es que Ramírez derrotó en toda la línea a Oscar Salas. A
Salas le tocó una etapa muy dura, tanto como la de sus antecesores desde que se instauró el
21060, pero a pesar de ello el dirigente comunista dio una lección de coherencia y honestidad,
infrecuentes, cuando lo fácil es subirse a la cresta de la ola y navegar sobre las banderas de los
slogans y de las frases grandilocuentes. Salas intentó plantear con seriedad las
reivindicaciones obreras y confrontarlas en el límite de una negociación posible con el
gobierno. Evitó las tentaciones delirantes y evitó los gestos teatrales, por ello pasó en medio
de dos fuerzas que terminaron por aplastarlo, la posición nítida del gobierno y sus políticas,
sin apenas margen para la negociación o las cesiones y las exigencias que iban desde los
trotskistas enloquecidos por las ideas de la revolución permanente y de la coyuntura que está
siempre al borde de hacer caer al gobierno y los variopintos partidos de la izquierda radical
desplazados del juego político grande.
Este razonamiento, será calificado por los revolucionarios de salón como una manera
reformista de frenar el verdadero rol de cambio de la COB. Así están las cosas. Ramírez no
concederá nada, seguirá pensando en el todo o nada, la receta que aprendieron los dirigentes
desde las épocas célebres de don Juan Lechín. Por si hubieran dudas, la estructura de la centra
l obrera no se modificó un ápice, con una minería debilitada y con un gremialismo poderoso,
con Evo y sus muchachos controlando el movimiento campesino y marcando más influencia
que los hombres del socavón. Las elecciones siguen basadas en dirigentes mineros como
únicos candidatos a la secretaría ejecutiva y una distribución absolutamente inequitativa en
relación al verdadero nivel de fuerzas y poder objetivo de las diferentes sectores en la
sociedad.
Seguimos en esa curiosa dicotomía entre realidad histórica y voluntarismo. Edgar Ramírez es
un ejemplo más de que la COB ha decidido vivir su propia historia, crear su propia imagen de
la realidad y luchar su revolución socialista, más allá del bien y del mal. Sea. Ya lleva una
década en el empeño y lo único que ha hecho es perder. No parece importarle.
La actitud del ampliado no es otra cosa que un lamentable encubrimiento que marca
una lógica inaceptable para una organización que ha alimentado su vida desde los principios
que impulsan el cambio. La autoridad moral para denunciar y acusar no la da otra cosa que el
ejemplo, si no se hace lo que se dice, lo que se dice no vale un pimiento. Lo que el ampliado
ha dejado como señal a los propios trabajadores es que está en el mismo universo de aquellos
a los que dice combatir, en la lógica de que todo es posible y todo es justificable, porque
también entre los trabajadores hay intocables e impunes.
Lo más lamentable de todo es que se haya hecho un montaje teatral para dar una
imagen de interés en desentrañar irregularidades, que solo sirvió para guardar las formas. Se
recibieron declaraciones de denunciantes y denunciados, se convocó al tribunal de honor y se
contó, lamentablemente, con la presencia de una figura histórica de gran respeto para el país
como es el caso de Simón Reyes, cuya imagen, para decir lo menos, quedó bastante deslucida,
pues su papel parece simplemente haber contribuido al montaje de una escenografía
absolutamente vacía. Nada sirvió de nada, salvo, claro para las frases más manidas de los
sistemas corruptos, cuando no tienen nada consistente para decir que pueda justificar lo
injustificable.
Una vez más, por si fueran pocas ya, la Central Obrera Boliviana se equivocó, pero
esta vez se equivoca en una cuestión esencial, la moral. Porque aún y a pesar de las
incontrastables evidencias de los hechos, de la realidad histórica, de la correlación global de
fuerzas y de los nuevos aires de la economía mundial, uno puede explicar que determinados
principios ideológicos esenciales, cuya base especialmente ética ancle a los dirigentes desde
hace más de un década en una postura rabiosamente contraria al sistema vigente. Es un tema
que explica gran parte de su fracaso, pero que le deja a los dirigentes un último espacio de
carácter moral que los salva. Pero cuando además de todo, ese único espacio se tira al tacho de
la basura para salvar el pellejo de unos cuantos dirigentes seriamente cuestionados por sus
irregularidades en ejercicio de sus funciones, las cosas entran en un plano de grave y quizás
irremediable descomposición.
Los actuales dirigentes cobistas no están a la altura del desafío histórico, no son ni la sombra
de los polémicos pero sin duda irrepetibles dirigentes del pasado. No han sido capaces de
responder a los retos de este particular y difícil momento, no han sido capaces de modernizar
las estructuras de la institución, no han sido capaces por lo menos de mantener el espacio de
credibilidad que da una acción justa y sin contemplaciones con la corrupción, solo han sido
capaces de llevar a la clase trabajadora a una sucesión interminable y lamentable de derrotas.
No es lo que los trabajadores de Bolivia se merecen, no es lo que una COB cargada de luchas
y sangre en pro de la libertad de los bolivianos se merece. Ojalá que esta caída por el
despeñadero se detenga, en bien de los trabajadores y del país. Para que no haya intocables e
impunes en ninguna parte.
Una cierta lógica del absurdo conduce nuestro comportamiento colectivo en la difícil
relación que tenemos con el estado. Formados como estamos en la escuela del estado padre-
patrón, lo hemos asumido como el depositario de todas las responsabilidades y de todas las
obligaciones. El estado ha cambiado su rol, nosotros no hemos cambiado nuestras cabezas.
Nadie puede poner en duda que el primer número de nuestra agenda nacional –como el
del mundo entero- es el de la corrupción, más aún si una organización internacional
independiente nos ha colocado como subcampeones mundiales después de Nigeria (que por lo
menos tiene el privilegio de un campeonato olímpico en fútbol para compensar), con criterios
de valoración que me gustaría mucho conocer en detalle, pus no debe ser muy sencillo valorar
minuciosamente a casi 200 países. Pero ahí estamos, sino subcampeones, peleando los
primeros lugares.
Igual que “la hora boliviana” está la moral boliviana, y eso parece descargarnos de
responsabilidad, si fuéramos suecos o suizos, quizás, pero somos bolivianos...
La sociedad tiene que ser capaz de terminar con el cuentito y afrontar la realidad,
nadie niega que el ejemplo debe comenzar por quienes nos gobiernan, nadie niega que se debe
ser implacable con los servidores públicos porque su responsabilidad es doble, pero nadie
puede negar tampoco que es tiempo de mirar el conjunto, de no engañarnos a nosotros
mismos, de establecer una nueva moral desde el momento en que comienza nuestra educación,
de lo contrario reproduciremos el fenómeno, pues de lo que nuestros políticos han bebido, de
lo que han visto cotidianamente, del ejemplo de sus padres y de su familia, es que sale su
propio código de valores y en consecuencia su forma de actuar diariamente.
Pero por sobre todo, no nos hagamos a los distraídos, es una responsabilidad de todos
y que no se resuelve por el mecanismo fácil de decir “los corruptos son ellos”.
LR, 18 de enero de 1998
ALGO HUELE MAL…
¿Porqué ocurrió?. Porque no somos una isla en un mundo cada vez más enloquecido en
el cinismo y el materialismo, porque estamos atrapados en un círculo vicioso de cine, radio,
televisión e internet que retroalimentan, sexo, violencia, éxito fácil, muerte y sangre sin
límites, amparados en que no hacen otra cosa que reflejar la realidad, porque solidaridad,
responsabilidad, compromiso con el prójimo, sentido de comunidad, son palabras asfixiadas
por el pragmatismo, la corrupción y el escepticismo, porque nuestros hijos viven en un castillo
encantado en medio del país más pobre de América del Sur, porque no conocen ni por el forro
la dramática realidad de nuestra sociedad, porque no tienen ni la menor idea de lo que
significa ganar lo que se tiene, porque están acostumbrados a dar más ordenes de las que
reciben, porque se saben protegidos y se saben impunes, porque saben que pueden comprar
alcohol a los 13 años, llegar borrachos a su casa, manejar el auto de papá y mamá sin brevet y
sin la edad legal, porque no tienen obligaciones de cumplir su responsabilidad con la sociedad
(por ejemplo el servicio militar), porque están acostumbrados al poder de su familia que hacen
extensivo al suyo propio, porque si un desafortunado agente detiene a un jovencito sin brevet y
lo lleva al tránsito, corre el serio riesgo de una prepotente gritoneada de un padre energúmeno,
que por añadidura puede ser diputado o ministro.
Si el único trayecto que hacen nuestro hijos es su casa - San Miguel - Aeropuerto de El
Alto - Los Tajibos o Miami Beach - Orlando, dificilmente entenderán alguna vez algo de esta
compleja sociedad, tampoco será fácil entenderla si los únicos quechuas y aymaras que
conocen son los empleados que les tienden la cama o les sirven el almuerzo.
¿Pero es que solo estos jóvenes “bien” de jeans Gap o Armani y de United Colors of
Benetton, son proclives a estos juegos de locos y pandilleros?. Claro que no, las pandillas
marginales de El Alto, o de Cochabamba o Santa Cruz, están envueltas en violencia, drogas y
alcohol en grados similares o mucho más graves que los hechos comentados. El problema
atraviesa todos los estratos sociales del país, aunque por razones muchas veces muy distintas.
Pero a doble privilegio, doble responsabilidad (moral, porque la legal debiera ser igual para
todos). Si somos noticia como figuras públicas cuando hacemos política o vida profesional, si
somos sujetos de la “fichocracia” en bodas y cócteles, también lo somos en igual proporción a
la hora de la página roja. Es que Mamani que aparece en el “Telepolicial”, tiene pocas
posibilidades de que alguien vaya a la oficina del director del medio a reclamar nada sobre su
aparición despiadada ante cámaras.
Pero miremos debajo del agua. La sociedad boliviana estaba esperando a la vuelta de la
esquina a la “crema” del país, a la élite dirigente para pedirle cuentas y echarle en cara
responsabilidades. Porque Dante y Santa Bárbara y las coimas y la avenida 6 de marzo en el
Alto y la protección política y los diputados que se protegen entre si y la lógica de “todo se
puede”, ha colmado la medida a todos y ha llevado también, en un extremo tan negativo como
el de la total impunidad, a una suerte de peligrosa e irracional caza de brujas que comienza a
parecerse al 21de julio de 1946, aunque solo sea desde el punto de vista de la expresión de
deseos.
Es posible y necesario encontrar un espacio de reflexión como producto de este nuevo exceso
de una sociedad de excesos. Intentémoslo todos, por un futuro del que también dependemos
todos.
¿Qué imagen tenemos de nosotros mismos?. ¿Será real aquella del ventilador prendido en la
que la conclusión es que estamos con la porquería hasta el cuello?. ¿Es el retrato de la
sociedad boliviana el que pretenden Kieffer, Landívar o Diodato?.
No creo que esta feria de excesos en la que las acusaciones vuelan, las contra
acusaciones reptan y los desmentidos estallan, conduzca a otra parte que no sea mezclar a
todos en un tacho de basura del que quedará muy poco en claro.
Que el principal partido de gobierno se vea enlodado por esta lista de prontuariados,
que unos y otros estén en plan de sacarse los ojos, que la lógica sea demostrar quien es más
corrupto que el otro, que el pan de cada día sea acusar al enemigo de insanía mental, que se
tenga que utilizar al eje y gestor de los casinos clandestinos como portavoz para desprestigiar
al contrario, es una muestra palmaria del grado de descomposición interna que vive ADN, no
solo porque en este mar de basura la hipótesis razonable es que algo de verdad hay, sino por la
absoluta incapacidad para manejar con un mínimo de coherencia y disciplina a una
organización política, cuya máxima autoridad se convierte en azorado espectador de una
batalla, varios de cuyos tiros apuntan directamente a su cabeza, o conducen inevitablemente a
agravar la imagen de suma corrupción que se le atribuye cada vez con más frecuencia.
Todo parece diseñado para confundir las cosas, para mezclarlas de tal manera que sea
imposible separar el grano de la paja, para curarse en salud a costa del descrédito cada vez
mayor de un sistema que hace aguas porque pone en evidencia una alarmante ausencia de
ética, porque los ciudadanos vemos impotentes que no hay un escenario creíble de
administración de justicia. Los medios de comunicación podemos ayudar, pero tiene que
terminar esa idea incorrecta de que nosotros somos los llamados a hacer justicia, no tenemos
ni el derecho ni la capacidad de erigirnos en jueces, y es bueno que nos demos cuenta de ello
de una buena vez.
Yo no se si a Fernando Kieffer le parece muy bien meterse en la misma bolsa que
personas sobre quienes pesan (también) graves acusaciones y están en la cárcel o fuera de ella
por la simple razón de que les protege su inmunidad parlamentaria. Da la impresión de que no
valora demasiado algo que cuesta mucho labrar, la credibilidad y el respeto de los demás que
se construye a lo largo de toda una vida. Investigar y desterrar la corrupción, me parece, no
pasa por esta colección de perlas turbias que nos regalan personas que no son las más
indicadas para ser adalides de nada.
En todo caso, me niego a aceptar que este panorama deprimente, envilecido y bastante
miserable, sea el retrato de nuestra sociedad. Si no somos capaces de construir espacios
comunes en los que creamos, instituciones representativas y transparentes, escenarios donde se
administre justicia de verdad, no somos capaces de lo más importante, merecer una sociedad
justa e igual para todos.
Que la política es un arte (virtud, disposición e industria para hacer alguna cosa), no
cabe la menor duda. Si aceptamos la definición del diccionario de la Real Academia que dice
que: la política es el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los estados;
entenderemos que los políticos que hacen de ella un arte, se ocupan de proponer una forma de
gobierno que ayude a la nación a mejorar su actual situación, que busque el bienestar de todos
y que lo conciba como un servicio a la comunidad.
Pero ocurre que los políticos, los nuestros y los ajenos, se pasan la mayor parte de su
vida útil intentando montar el potro, o mejor, intentando desmontar al contrario para montar
ellos, o montados ya, mantenerse encima la mayor parte del tiempo y mientras –algunos lo
hacen- meter la mano en la faltriquera a ver que saca para provecho personal. Esta gimnasia
además de agotadora es estéril para las ideas y lo que es peor termina por confundir medios
con fines, porque aunque es cierto que si no se monta el potro no hay buena idea, por seria y
extraordinaria que sea, que se pueda aplicar, no lo es menos que los políticos utilizan la mayor
parte de su talento y de su esfuerzo en maniobras de táctica, a veces del tono más mezquino
que se pueda imaginar. Negociando cuotas de poder, pulseando para que determinada medida
se apruebe a cambio de tal o cual prebenda, buscando un equilibrio por precario que sea entre
rivales de uno y otro bando (la mayor parte de las veces dentro del propio partido, por aquello
de que los adversarios están afuera y lo enemigos dentro). Obligados como están a
diferenciarse del contrario, aunque su ideología sea exactamente la misma, esgrimen los más
insólitos argumentos para justificar sus posiciones, para criticar hoy lo que hicieron ayer, para
justificarse o para descalificar. Cuando viene una elección de jueces, o calificación de méritos
de coroneles, o designación de embajadores, se negocia, se da y se recibe a cambio, se ejercita
el poder en su sentido más pequeño y miope, pero más eficiente desde el punto de vista del
beneficio personal. Los votos se ganan en base a promesas (que suele llevarse el viento), pero
también en base a compromisos que implican el pago de facturas. Los “compañeros” del
partido llegan después de una elección a exigir el pago de esas facturas, los parientes se
acercan y exigen un cargo y por supuesto lo obtienen. Cada político tiene su parcela y la
defiende con uñas y dientes, y busca agrandarla a la vez que tiene –dentro de ese complejo
mecanismo de “cadena alimenticia”- que ajustarse a los requerimientos de sus superiores
jerárquicos.
Lo que vale para un individuo, vale también para un partido. “Qué me das a cambio de
mis votos, qué callas a cambio de mi silencio”. “No levantes mucho la voz porque te puede
caer”. Las coaliciones son parte de un entramado en el que más allá de los programas (cuando
los hay), valen los espacios de poder, los porcentajes, los “territorios” que cada uno logra y
defiende con uñas y dientes.
Ese es el descarnado escenario real para tirios y troyanos, para quienes están dentro de
la partidocracia y para quienes más o menos cabreados, tienen que entrar en este esquema
para poder jugar el juego. En política se tragan sapos porque ese es el mecanismo de su
funcionamiento, porque lo que está en juego es el poder, hasta que el poder lo es todo y
entonces morimos.
En este escenario ¿Cuando tienen tiempo los políticos para ejercer el verdadero arte de
la política? ¿Cuantos y quienes se pueden diferenciar realmente porque son estadistas?
¿Cuantos piensan de verdad en el futuro y se preocupan de legislar, de proponer, de aprender
de los errores y de los aciertos?. ¿ Cómo puede un hombre de estado repartir su tiempo entre la
batalla pequeña de lo cotidiano, que debe librar si quiere sobrevivir como político, y el tiempo
intenso, importante para generar ideas y ser creativo, para prepararse individualmente y
preparar a su partido para la tarea esencial de gobernar con programa y con idoneidad?.
¿Cómo puede un partido separar el grano de la paja y escoger a los mejores, además de
contentar a los militantes que no son necesariamente los mejores para gobernar?.
¿Qué entonces?. Una absurda lamentación en torno a este callejón sin salida?. No, quizás una
reflexión para quienes con la soltura que les caracteriza resuelven la papeleta con la crítica
exitosa, popular y rentable al sistema de la partidocracia, de su mugre y de toda su cola
detestable. Es el mecanismo de nuestra propia naturaleza que, (con el denominativo que se
prefiera) es parte inherente del sistema político independientemente de su estructura
conceptual, y que solo puede mejorarse desde dentro. Los políticos son corruptos en tanto la
sociedad es corrupta, en tanto el sistema facilita la corrupción, en tanto la estructura mental y
moral de la sociedad es permeable a ese tipo de comportamientos, agudizados por la vitrina
de la política.
En Bolivia, como en otras muchas naciones, la guerra se está perdiendo por las dos
puntas. Por un lado, es evidente que la formación ética es cada vez más débil, la línea entre lo
que se debe y no se debe se confunde con aquella que define lo que se puede y no se puede. El
éxito se ha convertido en un valor en si mismo y los medios para obtenerlo pasan cada vez con
más frecuencia por la ilegalidad. Es cada día más difícil convencer a los niños y a los jóvenes
de que hay un camino mejor que el de la coima, la charlada, la avivada, el dinero fácil y la
acumulación ilimitada de bienes materiales en desmedro de los bienes del espíritu, que se
miran como ridiculeces pasadas de moda. Por otro, está claro que a pesar de los esfuerzos
importantes (ley Safco, por ejemplo), los mecanismos legales para cerrar el inmenso abanico
de oportunidades de delinquir no son suficientes, o se aplican incorrectamente. Los viejos
nidos de corrupción como las aduanas, para mencionar el caso arquetípico, siguen viento en
popa a toda vela, más allá de los discursos y las buenas intenciones. Tampoco parece que los
corruptos (los que dan y los que reciben) sean sancionados adecuadamente. En este tema se
han hecho algunos intentos reales como la prisión para algunos banqueros responsables de
malos manejos en sus instituciones, pero más de uno salió libre o escapó sin más. La
percepción general es todavía que la corrupción goza de impunidad, es intensa en los círculos
de los poderosos y está socapada y es ejercitada desde el gobierno (cualquiera que sea).
En este contexto es que vuelve a la palestra un informe de una institución privada
denominada Transparencia Internacional, que en 1997 colocó a Bolivia en el segundo puesto
mundial de la corrupción (eran los últimos días de gobierno de Goni) y hoy la coloca en el
puesto número diecisiete. Una mejora sustancial de dieciséis puestos que, a pesar de todo,
mantiene al país en el lote de las naciones más corruptas de entre ochenta que han sido
calificadas. Pero ¿Cuáles fueron los parámetros que uso Transparencia?. Encuestas genéricas
de percepción de la propia gente del país y valoraciones subjetivas en base a una determinada
coyuntura, en la que eventualmente puede estar en el tapete algún escándalo más o menos
grande. Es un trabajo que equivale a cómo califica la gente a su propio país. Eso es válido si
asumimos un elemento de comparación. Cuando alguien responde sobre el actual gobierno, lo
hace en comparación al anterior, o en relación a sus compromisos electorales, pero cuando
alguien juzga la corrupción no lo hace en relación a Nigeria, o Suecia, o Perú. En términos
generales nadie duda que Dinamarca sea un país más honesto que Camerún (el más honesto y
el más corrupto, de acuerdo al informe de Transparencia), pero la tabla es inevitablemente
subjetiva y en ese contexto Bolivia podía igual estar en el puesto veinte, en el doce, o en el
siete, aunque probablemente no en el puesto cincuenta o setenta (cuanto más abajo en la tabla,
más honesto).
Solo un incauto, o un ingenuo podría creer que Bolivia subió dieciséis puestos en un
año y no porque el gobierno de Banzer sea mejor o peor que el de Sánchez de Lozada, sino
porque simple y sencillamente no hay ningún indicador, absolutamente ninguno que
demuestre ese cambio. La corrupción de hoy es más o menos la misma de hace un año, y
probablemente más o menos la misma de hace diez. Porque la corrupción no cesa o aumenta
por una expresión de deseos, sino por instrumentos concretos que la frenan. Dado que los
valores éticos no han cambiado un milímetro de un año a esta parte, más allá de decretos de
buenas intenciones (igual que el decreto de la felicidad de los niños), no hay razón tangible
para ese cambio. Si hablamos de reforma al código de procedimiento en este gobierno,
hablamos de reforma al código penal y otras varias leyes en esa dirección del anterior. Por el
contrario, las denuncias de corrupción se multiplican, el tema de las aduanas ha vuelto al
tapete, el escándalo del LAB y el fallo de la Corte Suprema está en un momento álgido y la
gente sigue en los juzgados asistiendo al mismo espectáculo de “aceiteado” que desde tiempos
inmemoriales se vive en nuestra justicia.
Hay muchas ideas a propósito del sentido de la guerra mundial contra el narcotráfico.
Personalmente creo que es una guerra que se pierde sistemáticamente porque está mal
planteada. A estas alturas hablar de despenalización o legalización de las drogas, dejó de ser
una locura delirante para convertirse en una opción en el debate al futuro. Es algo muy simple,
cuestión de resultados. Hoy hay más drogadictos que ayer. A mayor consumo mayor
producción. Mientras alguien demande droga habrá siempre alguien que la produzca. Hay
además una evidencia incontrovertible, está en la naturaleza humana desde tiempos remotos la
tendencia a usar estimulantes para alterar el comportamiento por diversas razones y con
diferentes objetivos, pero como una constante que no ha cambiado nunca.
Bolivia tiene que darse cuenta de que el discurso de los dirigentes cocaleros no es
verdadero en tanto oculta esa realidad y oculta también la inevitable relación de algunos
sectores de producción de la hoja con el narco. Por si fuera poco, está el daño ecológico que
genera este proceso productivo y la invasión a parques nacionales como Carrasco e Isiboro
con coca ilegal.
Mientras la batalla por la opinión pública no se gane, será muy difícil ganarla en el Chapare,
menos todavía si la FELCN sigue sujeta a acusaciones de violación de derechos humanos
(muchas con fundamento, otras menos como parte de una estrategia para descalificarla). Es
tiempo de derrotar el discurso victimista que con tanto éxito esgrime el H. Morales, e insistir
sin tregua en llamar a las cosas por su nombre. La ley se ha hecho para ser cumplida y quien la
infringe o quien llama a que se infrinja debe ser sancionado de acuerdo a la dimensión de su
delito…Tan simple y tan complicado como eso.
El caso Diodato y la reciente visita de Barry Mccaffrey, han vuelto a poner en el tapete
la muy mentada y poco leída ley 1008. En la conferencia de prensa ofrecida a un grupo
restringido de periodistas, José Gramunt y yo le preguntamos al Zar antidrogas su opinión
sobre el caracter inconstitucional de algunas partes de la ley. El general norteamericano hizo
un par de quites elegantes y nada más, pero me abrió el apetito. Una revisión posterior y
detallada del texto, me obligó a reconocer un error importante de apreciación en torno a un
instrumento legal que se aplica muy mal, pero que ha sido corregido en sus evidentes aspectos
inconstitucionales. Ocurrió el 2 de febrero de 1996 en el gobierno de Sánchez de Lozada por
iniciativa de su ministro de Justicia René Blattmann. La mencionada ley (nº 1685) en lo
referente a la ley 1008, deroga los artículos 87, 105 y 106, deroga partes del artículo 121 y
modifica los artículos 95,101, 107, 109 y 126. Todos ellos contrarios a la Constitución o a los
principios de nuestra economía jurídica.
Es cierto que el espíritu de la ley 1008 (aprobada el 19 de julio de 1988 en el gobierno
de Paz Estenssoro), partía de la presunción de culpabilidad. El ejemplo más dramático de ello
era su artículo 101 que le daba al juez la potestad de calificar los hechos con criterio propio, y
apartarse del requerimiento fiscal solo en aquellos casos en que se pueda inferir mayor
gravedad de los hechos (es decir para perjudicar al acusado) y no al revés. El otro elemento
terrible se daba en su artículo 109, en el que se establecía que no procede el beneficio de
libertad provisional. También se manejaba arbitrariamente el concepto de jurisdicción y se
eliminaba el derecho de apelación.
Blattmann impuso el respeto a la Carta Magna con las modificaciones a los artículos citados,
recuperando la presunción de inocencia, el derecho de libertad provisional, el respeto a la
jurisdicción y el derecho de apelación, entre lo más destacable. Lo que de hecho ha eliminado
o por lo menos reducido casi totalmente el espíritu abiertamente inconstitucional que tenía la
1008. Es probable que haya todavía algunas cosas que cambiar, pero en honor a la verdad, el
trabajo fundamental ya se hizo.
El título VIII tiene que ver con la inserción de Bolivia en el mundo para tareas de
cooperación, tratamiento de penas en el extranjero, convenios y extradición (ampliada
posteriormente en una convenio específico con EE.UU). Los anexos incluyen cinco listas de
sustancias peligrosas (estupefacientes y psicotrópicos) y precursores, cuyo uso y tráfico está
expresamente prohibido.
De todo esto se deduce que tenemos la tendencia bastante alegre de hablar sobre presunciones
y comentarios generalizados que acaban por convertirse en “verdades”. Que la ley es
draconiana, lo es, que es inconstitucional, salvo demostración en contrario, con las
modificaciones mencionadas, no. Que se aplica mal, por supuesto que sí, como otras muchas
leyes del país, pero que se sepa una ley mal aplicada no es una mala ley.
La cuestión ha vuelto a salir a la palestra por el caso del ex - Presidente Paz Zamora a
partir de un enfrentamiento directo y desafortunado entre él y el Presidente Sánchez de
Lozada, pero tiene una larga y penosa historia que no se puede olvidar. En una recordada
entrevista con el periodista estadounidense Peter Jennings, Jaime Paz siendo Presidente
respondió con la verdad ante una pregunta de Jennings sobre si era cierto que el embajador
de Estados Unidos podía vetar un nombramiento del Presidente boliviano en cargos de
decisión del gobierno. Jaime dijo que si. Más claro agua. ¿Hizo bien ?. Simplemente dijo la
verdad. El hecho es que el único gobierno que se puso a tiro para hacer pública de manera
lamentable nuestra dependencia desde la reapertura democrática, fue el suyo. Paz Zamora
cometió dos errores políticos muy graves que en buena parte le han costado su via crucis (al
que todavía le quedan varias estaciones) con los Estados Unidos. El primero fue el testarudo
nombramiento de Faustino Rico Toro a la cabeza de la FELCN, desatando una tormenta que
le costó la cabeza a Rico Toro, al comandante de la policía Felipe Carvajal y al entonces
ministro del Interior Guillermo Capobianco. El segundo fue la aprobación del decreto de
arrepentimiento en la gestión ministerial de Carlos Saavedra. Lo que en su momento pareció
una solución inteligente para eliminar los carteles locales del narcotráfico, fue en los hechos
una salida de oro paras los capos del narco que a cambio de su entrega recibieron dos cosas,
penas de un levedad que mueve a la risa (entre cuatro y seis años con beneficio de extramuro
incluido) y la seguridad de que no volverán a ser juzgados otra vez por el mismo delito.
Negocio redondo. Eso no será olvidado por el departamento de estado.
Aquí cabe una reflexión elemental, Washington sabe, como lo sabe Jaime Paz, como
lo sabe el gobierno boliviano, como lo sabemos todos, que hay una sola razón para ese retiro
de visa (que se hizo extensiva a Oscar Eid, Carlos Saavedra, Guillermo Capobianco y
Edith Paz Zamora), la percepción estadounidense de que el ex-mandatario estuvo vinculado
a un narcotraficante. Es el tráfico de drogas y no otra cosa el móvil del retiro definitivo de la
visa. Parece increíble que el candidato y su compañero de fórmula insistan en que no hay
ningún problema entre Paz Zamora y Estados Unidos.
Esa verdad no borra el hecho lamentable de que el país esté debatiendo la vigencia de
sus candidatos a partir de un veto norteamericano y en ese contexto la intervención
obviamente electoralista del Presidente, debe cuando menos llamar a la reflexión. Somos
dependientes, Estados Unidos mete la nariz y bastante más en lo que le parece en este país,
pero adicionalmente nosotros hacemos lo imposible por mostrarlo al mundo con una falta de
sentido de la autoestima que da calambre. Jaime pone su granito de arena poniéndose por
segunda vez a tiro. Afortunadamente Curtis Kamman no es Robert Gelbard y la falta de
sentido de respeto por nosotros mismos, ha sido respondida con tino y prudencia por el
embajador de los Estados Unidos que ha dicho lo correcto. No hay veto contra ningún partido
ni candidato, formal y oficialmente no puede haberlo, sería un escándalo que lo haya (aunque
lo haya), pero - y aquí el pero - las palabras de Kamman nos vuelven a la realidad pura y
dura : “hay problemas de algunas figuras que en el pasado han tenido vínculos con
narcotraficantes”. “La posición de Estados Unidos es firme. Tenemos leyes sobre
situaciones de gente que ha tenido vínculos con narcotraficantes que quieren entrar en
Estados Unidos y hacer algún negocio. Estas leyes son la reflexión de la opinión política
de nuestro congreso y de nuestro pueblo”. Obviamente el señor Kamman no se estaba
refiriendo a Roberto Suárez Gomez.
Jaime Paz tomo la decisión personal de ser candidato a la presidencia a sabiendas de todos los
elementos mencionados y de los grandes riesgos que ello implica para él y para el país. Es una
decisión impecable e inobjetable desde el punto de vista de las leyes bolivianas y sus derechos
ciudadanos. Él tiene derecho a ser elegible y el ciudadano derecho a votar por él. Pero lo que
el ex- dignatario no puede esperar es que todo le sea un lecho de rosas y lo que ni él ni sus
acompañantes pueden pretender, es contarnos que entre él y Estados Unidos no hay ningún
problema, ni pueden pretender tampoco que en la eventualidad de ser Presidente de la
República o aliado del próximo gobierno, no se produciría ningún problema entre Bolivia y
Estados Unidos, porque simple y sencillamente eso no es cierto y Jaime Paz lo sabe mejor
que nadie.
Si Jaime Paz creía que el tiempo cura las heridas, ésta última semana ha tenido
oportunidad de comprobar con crudeza que en su relación con los Estados Unidos nada ha
cambiado desde que Washington le quitó su visa. La despedida de la embajadora Donna
Hrinak ha sido muy elocuente para los miristas y para el gobierno. La embajadora se va
dejando muy en claro que el “camino más difícil” que Curtis Kamman le advirtió que tomaría
a Hugo Banzer cuando decidió aliarse con el MIR para co-gobernar, sigue siendo muy difícil.
El ministro Fortún no tuvo otra alternativa que salir a la palestra y decir que se acabaron las
reuniones oficiales con Oscar Eid, una forma elegante de pedirle al líder mirista que se
abstenga de visitar palacio y fotografiarse con el Presidente. Varios medios de comunicación
expresamos nuestra opinión de que un hombre que ha sido sentenciado inapelablemente a
cuatro años de cárcel por encubrimiento al narcotráfico, está inhabilitado moralmente para
ocupar un alto cargo en un partido político, más todavía si ese partido es parte esencial del
sistema democrático.
A Oscar Eid le ha tocado el bolillo más difícil, no solo por la sentencia, sino porque le
costó cuatro años de su vida. Eid pagó su admirable lealtad a Jaime Paz, porque cualquiera que
sea el análisis que queramos hacer, la relación de Eid con Chavarría (que murió antes de ser
sentenciado, dejando la condena de su esposa como testimonio sustitutivo y prueba de su
relación con el delito) solo tiene sentido por la relación inicial de Jaime Paz con el “Oso”. Es
bueno recordar además que a Oscar Eid no lo metieron en la cárcel por vincularse con un
narco para mejorar su estatus personal o comprarse autos de lujo o departamentos en Miami,
lo condenaron por relaciones con un supuesto narco que entregó bienes, servicios y dinero a su
partido político, el MIR y fue con dinero del MIR (¿o del gobierno?) que Eid pagó los gastos
médicos y las flores (nada inocentes) que le envió al enfermo cuando estaba internado en una
clínica. Porque ahora parecería que Oscar Eid y MIR son entidades separadas y desvinculadas.
Fue como dirigentes políticos de un partido que actuaron todos los ciudadanos involucrados en
este tema, no como personas individuales. Es bueno que los dirigentes miristas lo tomen en
cuenta cuando evalúen una eventual reestructuración de su partido, que debió hacerse ya en
1994. El MIR ha jugado con fuego demasiadas veces y con demasiada sangre fría como para
que todo le salga gratis. No parece casual que tantos dirigentes de primer y segundo nivel de
un solo partido político acaben en la picota del escarnio que los norteamericanos han
inventado, a falta de mecanismos locales eficientes en el ámbito judicial.
Sea como fuere, la debilidad de nuestro sistema judicial es tal, que se ha creado un nuevo
rango de sanción jurídica, moral y social, cuyo instrumento más poderoso es la visa de ingreso
a los Estados Unidos de América. Ese es el tamaño patético de nuestra debilidad y nuestra
incapacidad, porque -todos lo sabemos-, la indignidad igual que la dignidad se ganan y Bolivia
se ha ganado con creces este trato que Estados Unidos nos da. No hay ni cómo ni porqué
quejarse. Recuperar la dignidad será tarea muy difícil. Para probarlo basta con seguir de cerca
la próxima fiesta del béisbol que ha organizado la embajadora para despedirse del país. Una
invitación a tan notable acto y una foto con la señora Hrinak se cotiza más que la onza troy en
el mercado de Londres.
Considere esta historia. Ex policía prontuariado en un país muy desarrollado pero con
un grave problema de organizaciones mafiosas, llega a pequeño país subdesarrollado con una
mano delante y otra detrás, se casa con la sobrina de uno de los políticos más influyentes del
lugar y en menos de una década se convierte en próspero y popular empresario, reconocido
además como capitán honorario de las fuerzas armadas de la pequeña nación de marras. En el
ínterin, como en cualquier guión de película de acción, nuestro personaje es un eximio
paracaidista, hábil instructor de grupos militares de élite, despreocupado manipulador de
sofisticadas armas propias y ajenas y creador de un emporio de casinos, casas de juego y
locales de máquinas tragamonedas, primero públicas y luego clandestinas.
A medida que avanza la investigación que hará que la acusación inicial de tráfico de
drogas se haga oficial y coloque al “héroe” de esta historia bajo la jurisdicción de la
implacable ley antidrogas del pequeño país, diseñada básicamente por la gran potencia; parte
de la privilegiada cúpula social de la ciudad de residencia del hasta hace poco exitoso
forastero, se indigna y presiona para la libertad de algunos de los presos, queridos miembros
de esa sociedad. Pero la presión del poderoso país es inequívoca.
Por si faltaran ingredientes para esta historia que parece escrita por Le Carre, al
Ministro de Justicia del pequeño país no se le ocurre mejor idea que asistir al habeas corpus de
uno de los detenidos, el más apreciado de los forasteros residentes en la pujante ciudad
tropical escenario de la historia, quien es liberado para ser poco después apremiado por la
justicia. El Ministro –es público- tiene simpatía por este ciudadano y repudia abiertamente la
acción realizada en este caso por los fiscales. Menos de veinticuatro horas después, el
Presidente destituye aparatosamente al Ministro que sacó los pies del plato.
La cereza del pastel corre a cargo de los más cercanos familiares del mandatario del
pequeño país (incluido uno de sus hermanos), que expresan en rueda de prensa su apoyo
incondicional al hábil paracaidista y regente de juegos ilegales, protestan por su detención y
exigen un proceso justo, infiriendo que el que se acaba de abrir no lo es.
Vista desde adentro la historia podría entenderse haciendo varios zigzags, podría
explicarse que, dijo el Ministro de la Presidencia, nadie escoge a sus parientes, podría incluso
pensarse en una parte de la sociedad cruceña entiende que los procedimientos que quieren
demostrar las implicaciones de Diodato y sus amigos con el narco son forzados. Pero si nos
detenemos por un momento y nos ponemos a mirar este guión cinematográfico inverosímil
sino fuera rigurosamente tomado de la realidad, acabaríamos aceptando que éste es el caso de
un típico país bananero, no sólo por los nexos que la historia muestra explícitamente y
aquellos otros que ésta lleva implícitos, sino por el elemento inequívoco de la extrema
dependencia de Bolivia de los Estados Unidos. Y otra vez, como tantas en el pasado, nos
encontraríamos con una respuesta elemental. Parece probarse que los bolivianos somos
incapaces de administrarnos seriamente en el tema de la lucha contra las mafias del
narcotráfico y que necesitamos de la presión y acción estadounidense para frenar la expansión
mafiosa en el país.
Este último razonamiento sería muy coherente (aunque terrible) si efectivamente las
acusaciones de narcotráfico fueran probadas, cosa que hasta ahora sigue en veremos. Si el
círculo se cierra de modo contundente, quedará claro que esta madeja de varias puntas encierra
todavía varios nudos potencialmente explosivos. Sólo queda esperar.
¿DIGNIDAD NACIONAL?
Pero, aún sabiendo todo esto, reconozcamos que el último embajador, el señor
Kamman ha hecho un esfuerzo genuino por manejar tan delicados temas con discreción y
respeto, intentando en lo posible no mellar la dignidad de nuestro país, como sí lo había hecho
con un entusiasmo inusitado Robert Gelbard y con una ingenuidad incontinente Charles
Bowers. Esta vez la embajada ayudó, pero nuestros políticos no se dieron por enterados.
Washington tiene todo el derecho del mundo de quitarle la visa de ingreso a Estados
Unidos a quien le parezca, tiene incluso el derecho de dejar caer como quien no quiere la cosa,
la razón por la que retira esa visa. En los casos que nos ocupan esa razón es una supuesta
vinculación con el narcotráfico. Esa es una cosa, otra muy distinta es que los políticos
bolivianos conviertan esa cuestión en asunto de estado. No es que no nos percatemos de la
gravedad de esa señal, pero parece cuando menos hipócrita ampararse en el veredicto
norteamericano sin atreverse a tomar el toro por las astas. Si un político o un partido deben ser
objetados por otros políticos y por los ciudadanos , debe ser no por lo que crean los gringos,
sino por lo que creamos nosotros. La confrontación debe darse en el ámbito de la justicia
boliviana y de una ética social razonada en nuestro país. Si uno o más políticos deben ser
cuestionados por su vinculación con el narco, deberá ser independientemente de si tienen visa
o no. ¿Ingenuidad otra vez?. Se dirá que es obvio que la falta de visa quiere decir (vease sino
el caso Samper), actitud estadounidense implacable para el personaje y por extensión el
partido y el país que lleve al gobierno a los vetados. Sea, pero no desplazemos la esencia
moral de nuestro razonamiento y protejamos nuestra dignidad. ¿Cómo?. Debatiendo el
problema en función de nuestra realidad y no de la presión ajena. Es que una cosa es
inseparable de la otra…de acuerdo, será (fue) el ciudadano quien con su voto establezca el
margen de riesgo. ¿Sobre la base del veto?. No, sobre la base de la integridad moral del
candidato y su cuestionamiento más allá del veto.
Desde hace varios años nuestros gobernantes y legisladores nos han puesto en una
circunstancia indigna de una nación que se respete a si misma y se han acostumbrado tanto,
que ya no distinguen siquiera la elemental obligación de guardar las formas. Ojalá que este
sainete termine pronto y volvamos todos a ordenar las ropas y sentarnos a discutir con un
mínimo de decoro frente al poderoso vecino del norte.
Lo más terrible de todo es que como bolivianos tenemos que sentir la humillación y
tragar la indignidad de una relación entre Estados Unidos y Bolivia que es la relación entre el
patrón y el pongo. Pero, seamos claros, no es que estemos descubriendo hoy que somos una
nación dependiente sujeta a las políticas de organismos internacionales en economía y a la de
los Estados Unidos en un amplio rango de nuestra política y en la totalidad de nuestra
estrategia de lucha contra las drogas, erradicación de coca, lucha contra el crimen organizado
y seguridad interna. El caso boliviano no es único ni mucho menos. Lo que constatamos otra
vez es que con ventaja es el más lamentable del continente por culpa de una relación mal
llevada.
Porque lo triste de todo esto es que el gobierno nacional ha hecho todos los meritos
para que con no poca torpeza la embajada de Estados Unidos diga que parece que Bolivia ha
decidido tener vínculos con la mafia y haya dejado claro que exige que el ministro Jorge
Landivar se vaya a su casa, como lo hizo también en el caso de Carlos Subirana. El asunto
Diodato, oscuro como aún es, puso en evidencia extrañas relaciones entre el poder
gubernamental (desde el más alto nivel hasta estratos intermedios) y alguien que cuando
menos, dirigió casinos clandestinos y organizó un sistema de “inteligencia” para el Presidente
Banzer y cuando más, pudo tener ligazón con el narcotráfico. Fueron esas relaciones, fueron
los claros mensajes de Diodato: “Yo he cumplido con el Presidente”, fue la intervención
abierta de un ministro de Justicia en un caso muy delicado, fue el zigzag presidencial en sus
apreciaciones sobre las supuestas relaciones de Diodato con el narcotráfico, fueron los
aparentes miedos a las revelaciones del acusado, fueron los lazos familiares (que serían lo de
menos) y las relaciones de negocios entre sectores del poder político y el italiano. Es bueno
recordar que cuando se habla de Marino Diodato (independientemente de si tenía que ver o no
con tráfico de drogas), no se habla precisamente de un menonita sino, según Washington, de
un miembro del clan de Santa Paola y de acuerdo a evidencias obvias, de alguien ligado a
actividades ilegales.
Si las altas esferas de gobierno se hubiesen abstenido de estas tortuosas relaciones, nos
hubiésemos ahorrado esta nueva humillación que nos recuerda la vivida en abril de 1991 que
dio pie a que titulara mi columna (17.3.91) “Este país tan solo en su agonía”, tomando el
nombre de uno de los más estremecedores poemas de nuestra literatura contemporánea, obra
de Gonzalo Vázquez Méndez. Fue cuando el embajador Robert Gelbard obligó a Jaime Paz
Zamora a destituir a Guillermo Capobianco, Faustino Rico Toro y Felipe Carvajal.
Estoy muy lejos de justificar por ello la forma atrabiliaria de actuar de Estados Unidos,
su prepotencia y su falta de la más mínima delicadeza, pero quien se mueve en un chiquero, no
se ofenda cuando alguien le llama la atención porque está sucio de pies a cabeza y lo obliga a
limpiarse y vestir con un mínimo de decoro.
Estoy indignado y avergonzado como ciudadano. Otra vez, como en 1991, un gobierno que se
equivoca de manera sistemática en este tema nos obliga a ver que vivimos de rodillas, no ya en
las grandes políticas económicas o en la lucha contra las drogas, sino en asuntos turbios,
enredados, llenos de agujeros negros, en medio de la mafia, el juego clandestino, la
intervención de líneas telefónicas y otros asuntos de parecida sordidez. Lo escribió Vázquez
hace ya 35 años y vale hoy: “En este mi país nacido para el tiempo y la esperanza hoy le queda
tan solo / su huérfana ternura/ su mestiza humildad / su carne desgarrada y dolorida...”.
LP, 12 de marzo de 2000
SEXTA PARTE
JUZGAR Y SER JUZGADO
Capítulo XVIII
¿JUSTICIA PARA TODOS?
En la mesa pertinente del diálogo nacional convocado por el gobierno, uno de los
temas centrales de debate fue el de las reformas a la Constitución. Por una lado se planteó la
larga lista de requerimientos de cambio en su texto, una suerte de pliego petitorio en el que
cupieron tal cantidad de propuestas que no solo implicaban cambios en por lo menos dos
tercios del texto constitucional, sino que muchos eran contradictorios entre si. Por el otro, se
llevó la discusión a aspectos conceptuales sobre la base de que no se puede partir del supuesto
de que a título de respetar los mecanismos de reforma que la Constitución establece, cada
legislatura recibe una lista de pedidos y sigue cosiendo partes en la colcha constitucional. A
estas alturas es indispensable formularse la pregunta. ¿Necesitamos un cambio de fondo, una
nueva Constitución?. El peligro es creer en la refundación constitucional permanente como
ocurrió en el pasado, hasta llegar a superar los quince textos. El otro peligro es la construcción
de un Frankenstein que termine por ser peligrosamente incoherente.
La historia constitucional boliviana nos ha dejado varias lecciones. Las dos principales,
que la mayoría de nuestras constituciones han sido producto de regímenes de facto que se
institucionalizaron a través de “nuevas” cartas magnas, algunas de ellas con la coherencia que
da un modelo impuesto sin debate ni búsqueda de consenso. La segunda, ya planteada por
hombres del talento de Ciro F. Trigo o Tomás Elío, que en realidad no se puede hablar sino de
uno (Elio) o como mucho tres grandes textos constitucionales a lo largo de nuestra vida
republicana. Sin desconocer el valor histórico de la constitución bolivariana (1826), la base de
nuestra carta magna se trabajó entre 1831 y 1839 sobre la base de los conceptos del sistema de
tres poderes y el presidencialismo, en las vertientes de la constitución de Estados Unidos y la
Revolución Francesa. Aunque desde el punto de vista de su trascendencia y vigencia la gran
constitución liberal boliviana es la de 1878-1880, nacida en un régimen de facto pero
ratificada con pocas modificaciones por la convención del 80, quintaesencia del modelo
democrático oligárquico conservador-liberal, vigente hasta 1938. El otro texto fundamental es
precisamente el de 1938, que inserta la idea de la democracia y su responsabilidad social, la
fuerte preeminencia del estado y su visión contraria al individualismo secante, que por ello fue
la columna vertebral de las constituciones posteriores de 1961 y 1967, vigente hasta hoy.
La propuesta franca en esa dirección por parte de uno de los consultores invitados al
Diálogo, Carlos Gerke, es precisamente que Bolivia sea coherente con el modelo de país que
ha escogido y que adecue su Constitución a esa nueva realidad. Eso es lo que en términos
comprensibles para todos se dice cuando se habla de una “Constitución neutra”, es decir
aquella que elimine los regímenes especiales, particularmente el económico y social. Eso de la
“neutralidad” es un disfraz para meter el neoliberalismo de contrabando, dicen quienes creen
que una Constitución con la orientación de la del 67 defiende los intereses de la mayoría, de la
solidaridad y del sentido social del estado. En realidad no es un disfraz, es una propuesta
abierta para adecuarse a lo que está construyendo Bolivia en todos los ámbitos, dice el
proponente.
Una Constitución “neutra” tiene algunas ventajas dignas de ser consideradas. Se ajusta,
ya lo hemos dicho, al nuevo estado. Abandona la tendencia de nuestra carta magna al
reglamento o a la ley específica y se transforma en un marco filosófico y conceptual
absolutamente general. Garantiza una vigencia de muy largo plazo al no entrar en detalle en
orientaciones ideológicas específicas (sí lo hace en el marco conceptual), que responden a
modelos cuya vigencia fue más perecedera de lo que se podía suponer (caso del capitalismo de
estado, por ejemplo) y además ajusta de una manera mucho más clara la defensa de los
derechos y garantías ciudadanas. Fortalece la idea de la libertad y sus implicancias e introduce
el concepto de Estado de Derecho que es diferente a la idea de un estado amparado en la
legalidad sobre un sistema jurídico específico. El ejemplo es obvio, Hitler construyó un estado
con sus leyes y su propia lógica jurídica, pero no un estado de derecho, pues el estado no
respetaba ni reconocía los derechos humanos fundamentales, el ciudadano estaba sometido a
leyes que vulneraban sus garantías fundamentales.
Sea como fuere, no se puede postergar más un debate de fondo sobre la Constitución que
queremos, que tiene que ver con el estado que queremos. En ese contexto hablar de una
Constitución “neutra” es parte de un debate insoslayable.
Es tan largo el camino que tenemos que recorrer que parece que nunca podremos llegar.
Es tan largo el camino recorrido que parece increíble comparado con la mala experiencia de
nuestro pasado. Cualquiera de las dos expresiones vale para interpretar lo que se ha hecho en esta
gestión de gobierno para mejorar nuestro cuestionado sistema judicial.
¿Cuales son los pasos fundamentales que se han dado?. El más importante, la creación del
ministerio de Justicia que cuando nació parecía un elegante saludo a la bandera y que de la mano
del ministro René Blattman, se ha convertido en un verdadero motor del cambio en un ámbito
que parecía intocable, vinculado a la aplicación de la ley y a sus procedimientos. La eliminación
de la prisión por deudas fue un avance significativo que terminó con una forma anacrónica de la
administración de justicia, fue seguida de la ley de fianza juratoria que además de establecer la
libertad bajo palabra, reduce la posibilidad de retardación de justicia, restringe la detención
preventiva, favorece a los menores de 18 años y elimina un rasgo inconstitucional de la ley 1008,
referido a la presunción de inocencia y la independencia de criterio de los jueces en relación a los
fiscales.
Solíamos decir en el pasado y con mucha razón, que en la justicia boliviana solo condena
a los pobres y que los ricos se la compran. En los últimos tres años este panorama ha cambiado a
puntos que en el pasado apenas si se podían imaginar. Destacados miembros de una dictadura,
empezando por el dictador, están en la cárcel cumpliendo una condena fallada por la Corte
Suprema. Un altísimo dirigente político está en prisión hace más de un año acusado de relaciones
con el narcotráfico. Poderosos empresarios de la banca y la economía del país están en la cárcel
acusados de estafas y malversaciones. Figuras centrales del narcotráfico están presos, unos ya
condenados otros en pleno desarrollo de sus respectivos juicios. Un prominente militar ha sido
extraditado a los Estado Unidos acusado de vinculaciones con el narcotráfico y junto a él otros
acusados también han seguido ese camino. Terroristas autores de atentados y secuestros están
presos en espera de juicio.
Es una realidad que demuestra con hechos, no con palabras o declaraciones retóricas que
la impunidad está terminando, que no basta con ser rico y poderoso para escapar de la justicia y
para gozar de carta blanca para hacer cualquier cosa vulnerando la ley. Estos signos que no
siempre son valorados en su exacta dimensión, demuestran una voluntad de cambio que se
expresa en la realidad y que además nos toca a todos. No es solo una nueva Corte Suprema, una
nueva ley de organización judicial o del ministerio público, una reforma constitucional que
contempla el tribunal constitucional y el defensor del pueblo, que pueden parecer elementos de la
superestructura que no ayudan al ciudadano común a sentir que la justicia se administra mejor.
Los casos mencionados y las leyes promovidas por el ministro Blattman, son avances tangibles
que favorecen a los más desposeídos, a los más abandonados hasta hoy en esa maraña que es
nuestra justicia.
Por eso, nuestra justicia igual que Jano, el dios pagano, tiene dos caras, pero hoy por lo
menos las tiene, antes solo tenía una, la del horror y el descrédito. Lo que aún queda muestra el
tamaño del desafío. Pero ya que hablamos de justicia, seamos justos, a pesar de todo hemos
vivido cambios impensables, y eso debe ser destacado, porque se vio voluntad política de hacerlo
y valentía para encararlo a pesar de tantos bolivianos que se empeñan en decir NO a cualquier
cambio, sea de la naturaleza que sea.
Mientras no haya una justicia que funcione no habrá de verdad una democracia. Justicia
para todos, esa es la premisa que debemos alcanzar.
El secreto de una democracia es que en ninguna circunstancia use los mismos métodos
de quienes combate. Su permanencia en el tiempo está ligada a la existencia real de un estado
de derecho y a un respeto real de los derechos de todos, incluidos aquellos acusados o autores
de delitos, por muy graves que estos sean.
Nadie duda que el caso del narcotráfico demanda una legislación especial que
contemple penas muy duras para criminales de tal magnitud, pero creo que es tiempo de
volver a poner sobre el tapete la discusión de aquellos puntos de la ley 1008 que contradicen la
Constitución, porque ningún delito por monstruoso que sea, puede ser tratado por una ley que
pase por alto la carta magna que, hay que recordarlo, está en consonancia con los derechos
fundamentales de los seres humanos reconocidos por todas las naciones del mundo.
No se puede plantear una lógica en la que la importancia de la lucha contra los narcos
esté por encima de los derechos fundamentales de la persona, no se puede dividir a la sociedad
en dos sobre la base de que cualquier observación a procedimientos, abusos y excesos de una
ley que está por debajo de la constitución y sobre todo de los funcionarios que la aplican, se
interprete como una militancia solapada a favor de los delincuentes. Quizás peco de ingenuo,
pero creo que es el único ejercicio posible. Nuestros valores esenciales se prueban en el
riguroso cumplimiento de la ética en los momentos más críticos, cuando hay mayor presión
sobre una sociedad y sobre un individuo. La lección suprema de una comunidad es
demostrarse a si misma que es capaz de actuar con justicia contra el peor de los criminales y
respetar los derechos precisamente de aquel que los violó sistemáticamente, lo que quiere
decir exactamente que lo que se debe aplicar con él no es ni más ni menos que la ley.
Quien sabe que nada tiene que temer en torno a actividades ilícitas, no debe trepidar en
exigir que la ley se respete en toda circunstancia y que se ponga en tela de juicio aquella que
conceptualmente pase por alto la constitución. Equivocarse con un inocente es más grave que
equivocarse con un culpable, el primer daño es irreparable, el segundo sí se puede reparar.
El caso Diodato nos pone una vez más a prueba, no tengamos miedo al desafío, que nadie
embargue su voz por miedo a no poder visitar Disneyworld. Igual de implacables para luchar
contra el crimen organizado, debemos serlo para respetar los derechos de todos, incluso
aquellos que pertenecen al crimen organizado.
LA CAZA DE BRUJAS
Si bien es cierto que en los últimos años, precisamente los de la democracia, hemos
logrado dos cosas importantes, la denuncia y puesta en evidencia de los actos de corrupción y
algunas acciones que han puesto en la cárcel a personas acusadas y condenadas por
corrupción, en más de una ocasión personas poderosas, no lo es menos que el tamaño de la ola
es tal que cubre casi totalmente los esfuerzos para revertir la tendencia.
Eso quiere decir que no podemos, sobre la idea previa de que alguien es un
delincuente, condenarlo antes de ser juzgado, o llevar adelante un proceso que conduzca
mañosamente a la condena de alguien porque se ha decidido que alguien tiene que pagar por
una acción delictiva para redimir a la sociedad desesperada por castigar la corrupción.
Tampoco es justo condenar, por ejemplo, a alguien por asesinato si su crimen es una agresión
violenta.
Los ciudadanos y muy especialmente los periodistas, tenemos que comprender que por
mucho que estemos convencidos de que alguien es un ladrón y un sinvergüenza, por mucho
que tengamos las pruebas de que lo es, ese (o esa) ladrón (ladrona) tienen los mismos derechos
que nosotros y tienen sobre todo el derecho a un juicio justo, lo que quiere decir un juicio que
se apegue en la forma y en el fondo a lo que la Constitución y las leyes específicas que en cada
caso se apliquen, mandan. Eso aún considerando lo mucho que con toda razón nos desagrada
el delincuente y la urgencia que vemos de que los corruptos acaben donde deben, en la cárcel.
Sucede con frecuencia que una ley nos parece insuficiente, que es demasiado benévola
o absurda, puede ser que lo sea, pero mientras la ley esté vigente hay que respetarla en su
totalidad y no aplicarla solo en aquello que nos conviene, por mucho que alguna vez pueda
incluso favorecer a un delincuente. El acusador y el acusado tienen mecanismos que se pueden
usar para favorecer su causa y el que usen esos mecanismos, que se respete su derecho a
usarlos, es parte del respeto a las reglas de un juego en el que va la credibilidad de un sistema
que debe funcionar del mismo modo para todos. La modernización de los procesos, el cambio
de filosofía en nuestro derecho penal, el paso de a la oralidad y otros aspectos, son cambios
que podrán hacer más eficiente el sistema, pero que deberán aplicarse cuando entren en
vigencia y no antes.
El más terrible de los asesinos tiene una ley que lo protege, no para salir libre, sino
para ser juzgado adecuada y justamente. Este es un aspecto que debemos tener claro, la ruptura
de los diques en cualquier dirección es una garantía segura para un sistema judicial injusto. Si
la impunidad es terrible, lo es también el uso arbitrario y dictatorial de la ley para hacer una
supuesta campaña de moralización. Los inquisidores implacables que buscan chivos
expiatorios para sentar precedente y que están dispuestos a hacer cualquier cosa para condenar
a los acusados, son tan detestables como los corruptos y los protectores de corrupción.
Mientras no seamos capaces de entender que el estado de derecho y su vida depende del
estricto cumplimiento de la ley en todos los casos y para todos por igual, cualquier esfuerzo
por destruir la corrupción será vano. Aunque no nos guste, también los más terribles
delincuentes tiene derechos. Eso es exactamente aplicar la idea medular de la democracia de
que todos somos iguales ante la ley.
¿LEGALIZAR EL ABORTO?
80.000 abortos al año, o 70.000, o 90.000, no se puede precisar la cifra porque hablamos
de clandestinidad. La cifra cuando es tan increible no importa, importa el hecho tangible y terrible
de que en Bolivia se suprime la vida de centenares de miles de niños cada año y como
consecuencia también centenares y quizás miles de vidas de mujeres, a las que se les practica el
aborto. Ese es el hecho, incontrovertible y descarnado.
El secretario nacional de salud fue valiente y puso el dedo en la llaga. "El aborto es en
Bolivia un problema de salud pública. Tal como están las cosas su legalización sería una
respuesta" dijo más o menos. Y se desató la tormenta. Bien desatada, porque nos obligó otra vez
a reflexionar, a considerar una realidad a la que le damos la espalda con el fácil expediente del
escándalo. Más de uno de los escandalizados ha sido protagonista de un aborto directa o
indirectamente, pero es de buen tono excecrar la sola mención de la idea.
La Iglesia Católica, como no podía ser de otra manera, salió a la palestra inmediatamente
y ratificó una posición radical contraria al aborto, a la que se sumaron otros sectores y también
denominaciones cristianas entre las que se destaca Ekklesía.
La cancha está rayada y si bien un debate es posible, las posibilidades de modificar una postura
son poco menos que nulas.
Pero vayamos más lejos todavía, un aborto porque se trata de una madre que vive en la
pobreza absoluta, que ha tenido más de media docena de hijos, la mitad muertos antes de cumplir
los cinco años (y no es un caso extremo, es un caso típico del área rural boliviana). ¿No es una
circunstancia que debe cuando menos reflexionarse?. Si esa mujer hubiese podido escoger no
embarazarse y saber como hacerlo, esta consideración sobraría.
En la ruta de la cruda realidad es más que frecuente el aborto como producto de relaciones
pre-matrimoniales. Muchas veces este se practica por menores de edad sin conocimiento de los
padres y se realiza en "comandita", los amigos se acuotan para pagar el aborto con el lema de
"hoy por ti mañana por mi". Otra ruta característica es el aborto practicado por mujeres
abandonadas por su pareja, o porque la relación fue cirucnstancial, o porque se desconoce el
padre, o por el prurito, no poco importante, de no ser "madre soltera".
Si me pregunto como periodista ¿quién me eligió para estar donde estoy?, tengo opción
a dos respuestas, la primera es: nadie me eligió, la segunda es: usted me eligió, usted que me
lee, que me ve o que me escucha, usted me da la legitimidad incuestionable. Sobre esa
segunda respuesta muchos comunicadores van lanza en ristre llevándoselo todo por delante.
Ahora que está tan de moda execrar la política y los políticos, sus métodos y su morar,
constatamos que si alguien está desacreditado en la sociedad democrática es político. Por ello
es extraordinariamente rentable contribuir a esa labor de demolición sobre la lógica de un
mecanismo perfecto, aquel que se alimenta a sí mismo y que crea una nueva deidad, la deidad
democrática por antonomasia, el pueblo.
¿Es que alguien puede cuestionar aquella premisa clásica de que la democracia es el
gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo? Claro que no, lo que es bueno analizar es
cómo se expresa ese pueblo. Los mecanismos constitucionales hablan de una democracia
representativa, elegimos a quienes nos representan y legislan o gobiernan a nuestro nombre,
ellos (los políticos)nos representan. Pero en el mundo de hoy el mecanismo parece mezquino,
insuficiente, paradójicamente cuando nos acercamos a los 6.000 millones de seres humanos, el
criterio de la democracia directa nacido en la pequeña Grecia se intenta aplicar nuevamente.
Hay muchos caminos para encontrar o exigir la democracia directa, independientemente de si
son prácticos y posibles, o no. Bolivia discute y, más que eso, practica sistemas de
participación que hagan más directa su democracia. Las nuevas leyes y sobre todo la idea de
que nada es posible sin consensos y que los consensos deben responder a la consulta a todos
los grupos de interés en relación a cualquier ley que se vaya a aprobar (el caso de la ley INRA
es francamente aleccionador en el buen y en el mal sentido de esta práctica), muestran hasta
qué punto Bolivia ha trascendido de laguna manera la línea restrictiva del texto constitucional
pensando en la sociedad decimonónica occidental en que se inspiró.
Pero aún esos mecanismos no son suficientes. La aparición, hace ya muchas décadas,
de las encuestas como un procedimiento de consulta sistematizado, comenzó a cambiar la
percepción sobre las limitaciones de la consulta popular y la decisión inmediata en base a esa
consulta. Cuando las encuestas llegaron al punto de que un determinado hecho juzga en
minutos y la opinión sobre él se conoce en minutos, se ha revolucionado el concepto de
opinión pública. Las encuestas se han convertido en los grandes estrategas de la política. El
candidato no hace su programa si previamente éste no ha sido compulsado en grupos focales o
a través de encuestas representativas. Las virtudes o defectos de los personajes públicos se
delínean en función de encuestas y se moldea el estilo, personalidad, el carácter, el rostro y el
programa de ofertas electorales del político a imagen y semejanza de ese cada vez más
poderoso pueblo preguntando, contado y tabulado por los grandes manipuladores, quienes
diseñan y piensan las encuestas. Instrumentos cada día más perfectos y poderosos a los que
parece hacer poca mella la evidencia de errores monumentales (como en las elecciones de
Francia y España, para no hablar de los errores no de poca monta en nuestros procesos
electorales).
“Qué Dios detrás de Dios la trampa empieza...”, como escribió Borges en un poema
sobrecogedor, el círculo perfecto de retroalimentación ha llegado, yo pregunto, oriento la
encuesta, ustedes responden, yo interpreto la encuesta y hablo a nombre de todos ustedes.....
Son las nuevas aristas del poder en este fin de milenio.
LR, 13 de octubre de 1996
MÁS REFLEXIONES EN TORNO A UNA NUEVA DEIDAD
Este veleidoso juez que es la opinión pública cuyo carácter hoy es el de un dios
intocable y casi perfecto (lo de casi por el pudor que todavía tienen quienes asumen que hay
un supremo creador encima de todos nosotros), juzga y condena o absuelve, entroniza o execra
sin miramientos a las figuras públicas y todos nos rendimos con pleitesía ante su veredicto
inapelable, pero, como se verá, no inamovible. Las encuestas, los instrumentos excelsos del
nuevo arte de este nuevo evangelio, que son la voz del pueblo traducida en números y
estadísticas van esparciendo la buena o la mala nueva según a quien le toque, cada vez con
mayor intensidad y con mayor celeridad. Casi no hay semana que no conozcamos el resultado
de alguna encuesta que nos ayude a entender a ese conjunto archiperfecto (o casi) que es el
pueblo (aquí y en Madagascar).
Es interesante analizar por ejemplo el veredicto popular sobre las últimas tres
presidencias bolivianas. La de Víctor Paz calificada como la de mayor progreso del país (aquí
cabrá, supongo, una visión de largo plazo del personaje que gobernó Bolivia por doce años y
seis meses en cuatro periodos presidenciales). La de Jaime Paz Zamora como la
administración más honesta y la de Gonzalo Sánchez de Lozada como la más impopular (con
el agravante de ser una de las tres con más baja calificación del continente). El resultado es
además producto de un sondeo a nivel latinoamericano que nos permite comparar a los tres
personajes mencionados y sus gobiernos con otros de América Latina.
Pero este pueblo encuestado es además de casi perfecto, veleidoso. Porque queda claro
que en 1993 no opinaba así. Entonces, por razones que no viene al caso analizar ahora, el
gobierno de Jaime Paz Zamora se reputaba como el más corrupto de la última década. Tan es
así que el candidato del oficialismo perdió estrepitosamente la elección presidencial, entre
otras varias razones por el peso lapidario de la corrupción que se le atribuía al gobierno. En
menos de un cuatrienio el juez ha cambiado de opinión y lo califica del más honesto de los
últimos años. Probablemente si la encuesta se hacía en 1989 el Presidente Paz Estenssoro no
habría parecido como el autor de nuestro mayor progreso dadas las repercusiones altamente
sensibles del 21060 y quizás si la encuesta se hace en el año 2002 la popularidad de Sánchez
de Lozada , no será la misma (para peor o para mejor, cabe la duda). Pero ¿A quién le importa
lo que opine el pueblo en el año 2002?, lo que importa es lo que opina ahora. ¿Y a quién le
importa lo que opinaba hace cuatro años?, lo que importa es hoy.
Es interesante esta conclusión, la divina voz popular solo interesa hoy y hoy dejará de
importar mañana. Con esa lógica hemos inventado un mecanismo perfecto de fotografías de
un instante a las que damos valor demoledor e incuestionable ¡por un instante!. El invento de
la verdad instantánea es otra de las novedades de este mundo desenfrenado al que no le
interesa nada en profundidad, que es capaz de quemarlo todo antes de darse cuenta siquiera de
lo que tuvo entre las manos. El sentido de la permanencia o de la trascendencia se han
convertido en valores absurdos que no le interesan sino a un puñado de nostálgicos o de
soñadores. Esta es una sociedad inmediatista, alimentada por administradores de la inmediatez
que consagran como verdades absolutas opiniones tan veleidosas como los intereses
coyunturales o las sensaciones materiales del día. Sobre esa base de memoria frágil y poco
proclive a la reflexión, quienes hoy lapidan una gestión o un protagonista político, mañana
(lease en la próxima elección) votarán por él y lo consagraran igual que hoy lo hunden,
dependiendo el cambio de alguna inteligente pirueta formal y retórica extraída de la lectura de
las propias encuestas que lo incineraban.
En este contexto gobernar para las futuras generaciones es un intento absurdo de locos
o de megalómanos (¿o quizás de visionarios ?). Si mañana nuestros hijos o nietos estarán
mejor gracias a una u otra medida de hoy es algo que le toca debatir a historiadores, lo que hoy
importa es evitar el bloqueo o el paro de mañana, contentar las exigencias que
sistemáticamente dan cuarenta y ocho horas de plazo y que amenazan con llegar hasta sus
últimas consecuencias (que por supuesto nunca llegan). Esta lógica demencial de deificar las
opiniones tan efímeras como las palabras que las transmiten, tan cambiantes como el tránsito
de las expectativas de voto de los candidatos hoy y los resultados que obtendrán mañana, tan
insustanciales como una visión subjetiva e inmediata cuya memoria con suerte se remite a un
par de meses atrás, termina por conducir a la sociedad a través de encuestas y sondeos que han
perdido su valor funcional para adquirir un valor mítico. Así, han sido transformadas de
instrumentos útiles de información y reflexión en directivas de carácter imperativo sobre lo
que el pueblo quiere y lo que el político debe hacer so pena de convertirse en la némesis de ese
nuevo dios colectivo y anónimo que somos todos y no es nadie. Encuestas y sondeos de
opinión son las nuevas armas nucleares de la comunicación.
Dios nos ampare de esta terrible realidad inmisericorde, en la que los propios
promotores de su funcionamiento han decidido entregarse a su poder narcótico y olvidarse del
lugar que ocupan y deben ocupar.
Todavía se vive en Estados Unidos el impacto del mayor fiasco periodístico que haya
sufrido CNN en su historia. Para inaugurar su alianza informativa explícita con la revista
Time, CNN estrenó un programa de periodismo investigativo en horario de máxima audiencia.
El primer impacto fue un reportaje ciertamente explosivo sobre el supuesto uso de gas sarín
por parte del ejército de Estados Unidos en la guerra de Vietnam. ¿El objetivo?, nada menos
que sus propios compatriotas, soldados norteamericanos desertores en Laos.
A poco de lanzarse el trabajo conjunto entre la revista y la red de TV, empezaron los
golpes, desde el prestigioso Gral. Collin Powell, hasta medios colegas como Newsweek
criticaron el trabajo, pero lo más grave, demostraron que la afirmación básica de la
investigación no era cierta. No hubo tal uso de gas sarín. El principal testimonio, un oficial ex-
combatiente, se contradijo. Un documento esencial llegó en fotocopia y el código del gas no
era fácilmente legible, la confusión de una letra fue clave.
CNN no despidió a los periodistas que hicieron el trabajo por deshonestos, sino por
haber cometido un grave error que le costó el bien más preciado que tiene, credibilidad. Si
uno, a pesar de haber intentando cumplir las cinco premisas se equivoca, situación que puede
darse, aunque debiera ser por haberlas cumplido la excepción, está obligado a reconocerlo
públicamente, sin falsas actitudes de suficiencia o de “si reconozco mi error me debilito”, tan
frecuentes en la lógica de muchos periodistas.
En tanto, las lecciones del periodismo de los Estados Unidos me siguen pareciendo muy
ilustrativas, porque más allá de sus defectos que no son pocos, siguen probando una alta
capacidad de autoanálisis y de búsqueda de la excelencia tanto profesional como ética.
LA PELIGROSA AUTOCOMPLACENCIA
Estamos cada día más convencidos de que somos los buenos de la película, que gracias
a nosotros la democracia se fortalece y que sin nosotros la corrupción, el desparpajo y la
inmoralidad no tendrían freno. “Si las comisarias de turno solo sirven para quemar a los
ciudadanos, si los tribunales solo resuelven casos aceitados por dinero, a los únicos a los que
el ciudadano puede acceder es a los medios”. Somos valientes, esforzados, paladines de la
investigación y de la denuncia, la espada de la verdad y de la justicia tremola en nuestras
manos...Demasiado bonito para ser totalmente cierto.
Si un político desesperado intenta contratacar a los medios, lo más probable es que esté
cavando su tumba más profundamente. La razón es muy simple, el mango del sartén está en
nuestras manos. El poder excesivo es peligroso y, ojo, es un poder que está repartido de
diverso modo. En los grandes empresarios que de pronto corren el peligro de un borrachera de
poder, que les haga pensar que son los árbitros de nuestra política y actuen en consecuencia,
en los “formadores de opinión” que desde nuestros curules electrónicos estamos empachados
de dar sermones y definir lo bueno de lo malo, el de los editores de prensa que se han
enamorado de los periódicos como guías prácticas de denunciología, el de los reporteros que
confunden el micrófono con una ametralladora y el de todos, que nos hemos convertido en
jueces sumariantes.
Hay buen periodismo en Bolivia, claro que si, pero hay también periodismo mediocre y
malo. Hay periodistas que dicen que nuestros medios parecen boletines parroquiales al lado de
los de otros países, no estaría tan seguro. Lo fundamental sin embargo, más allá de ese tipo de
valoraciones, es administrar nuestro trabajo con responsabilidad. Investigar no es recibir una
filtración interesada y publicarla, investigar es hacer un seguimiento minucioso de fuentes,
cruzar información, confirmarla, certificar la responsabilidad de esas fuentes y luego hacer
conocer la noticia. Disparar primero y apuntar después es peligroso, aunque igual que la
demagogia populista reditua en política en lo inmediato, reditua también en periodismo, el
tema en debate es el costo ético y creo también el de credibilidad en el largo plazo.
Entender que al otro lado están seres humanos que pueden ser irreparablemente
dañados si uno se equivoca de buena o de mala fe, es vital a la hora de valorar un titular o una
noticia. En la medida en que seamos capaces de hacer un trabajo responsable, nos
equivocaremos menos y en la medida en que nos equivoquemos menos, tendremos que
rectificar menos, pero si hay que rectificar estamos obligados a hacerlo, y ese es un trago que
no nos gusta mucho. A algunos colegas les cuesta menos un baño en el Choqueyapu que una
rectificación pública.
Hay colegas que piensan que el sistema político está tan podrido que necesita una
demolición total. Hay mucho de cierto en que se trata de una estructura fuertemente
contaminada, pero toda generalización es peligrosa e injusta. Sobre la necesidad de
demolición, no soy muy amigo de las soluciones por el desastre. El sistema debe ser capaz de
resolver sus deficiencias por si mismo, de lo contrario no creería en él. El papel de los medios
no es demoler, sino construir.
Cada tanto el país amanece con la terrible noticia de niñas violados y/o asesinados en
circunstancias tan estremecedoras que surge una verdadera ola de indignación, que se
transforma en clamor colectivo y un espíritu de vindicación que se inspira en la vieja ley del
Talión.
Veamos otra cara de la medalla. Hace algunos años la respuesta de los productores de
entretenimiento en torno a su supuesta responsabilidad en la creciente e indiscriminada
violencia era radical, los medios solo reflejan las cosas que ocurren, son una respuesta a la
realidad que vive la sociedad. Pero nadie puede discutir que en los últimos años los niveles de
violencia han crecido en nuestra sociedad de manera muy significativa y las razones que lo
explican tienen que ver con el crecimiento espectacular de las grandes ciudades. Tasas de
crecimiento urbano de entre el 4 y el 9 % anual, son parte de un boom de población sin
antecedentes históricos. Estos procesos generan hacinamiento, alta densidad, lo que aglutina
cinturones de pobreza, desempleo, falta de educación y el largo etcétera de la miseria que
antes estaba dispersa y ahora se concentra en núcleos urbanos, que son de hecho explosivos
generadores de violencia. Estas causas básicas se aderezan con el acceso a medios masivos
que antes no existían o estaban restringidos. La televisión, el video y los tilines han
multiplicado exponencialmente el acceso colectivo a los mensajes que comentamos.
Originalmente los medios masivos fueron un efecto, pero una vez en marcha el
engranaje, no se puede negar que pueden haberse convertido en aceleradores de determinados
patrones de comportamiento y de un encallecimiento de nuestros espíritus y conciencias ante
la cotidianeidad de la muerte, la sangre y las conductas más extremas de comportamiento
sexual. A nadie se le escapa que detrás de los medios privados hay un objetivo de lucro. A
nadie se le escapa tampoco que los medios tenemos una responsabilidad social y ética. Qué se
produce, qué se exhibe, qué se publica, es parte esencial de esa responsabilidad. Es tiempo de
preguntarnos si los medios masivos (de la que es fundamental la producción importada en más
del 95% de los Estados Unidos) no hemos pasado el límite de la racionalidad en los grados
de violencia desenfrenada que mostramos o publicamos todos los días. Es tiempo de
preguntarnos si no estamos mostrando indiscriminadamente cualquier cosa sin un límite
horario y sin una consideración particular a los menores. Es tiempo de preguntarnos si
determinado tipo de temas repetidos hasta el hartazgo, no ponen su cuota parte en esta espiral
de violencia y sobre todo de insensibilidad ante comportamientos individuales y colectivos
que afectan al otro. Cuando menos, cada uno de quienes tenemos control directo o indirecto en
el uso de ese material para su difusión masiva, debiéramos hacernos preguntas esenciales a
tiempo de tomar decisiones.
Vuelvo a subrayar que soy contrario a cualquier prohibición, defiendo a muerte la libertad de
expresión en cualquier ámbito, pero estoy convencido de que el uso de esa libertad requiere de
la edad adecuada y la formación psicológica y madurez suficientes. Requiere de seres
humanos libres que consientan libremente acceder a ese material. Pero soy también contrario a
la absoluta irresponsabilidad en el uso de esa libertad. Difícil línea divisoria, como en general
es muy difícil juzgar y valorar el complejo comportamiento humano.
¿Quién secuestró a Samuel Doria Medina?. ¿Es un grupo político, son delincuentes
comunes?. ¿Importa mucho?. A efectos de la investigación por supuesto que si, a efectos de los
momentos dramáticos que vive el secuestrado, su familia y todos quienes valoramos al personaje,
no.
A ese contexto hay que sumar La penetración del narcotráfico cada vez más creciente,
que le está dando a la sociedad boliviana un ingrediente nefasto del que no está fuera este
comienzo del "todo vale" en cualquier dirección.
¿Y la vida de Samuel?. ¿Vale la vida?. Nuestra certeza ética, nuestra esperanza, nuestro
deseo íntimo es que si, pero parece que en este carrusel en el que estamos atrapados, la vida vale
cada vez menos. Es tal vez la constatación más amarga de la modernidad. Las pruebas que el
mundo contemporáneo nos da son estremecedoras, y aquí cualquier móvil se parece, finalmente
uno u otro camino terminan por hacerse idénticos.
En un trance como este, es con la vida que se enfrentan -en su sentido más trascendente-
el secuestrado y los secuestradores. De la respuesta que quienes se lo llevaron hace un par de
noches den, depende un destino. Curioso e injusto privilegio que se arrogan, ser árbitros de una
vida, árbitros también para poner en vilo el destino de quienes más quieren a este hombre.
Curioso y terrible designio de escogerlo a él y desechar a otros y de cargar en el alma, de hoy en
más, esa responsabilidad. Curioso trance el de asumir el riesgo propio, el de la propia vida junto a
la de él, pensando quizás en la impunidad, o en la justificación histórica, o en una determinada
ética del cambio que todo lo permite, a pesar de las lecciones implacables del pasado, que aún en
el supuesto del éxito de tan loca aventura, nunca dejan incólume a quien decide por la vida de los
demás.
Ojalá el país entero, incluidos los secuestradores, fuera capaz de aprender la dramática
lección del secuestro de Jorge Lonsdale. ¿Qué quedó de aquello, sino la muerte que no ofrece
coartadas ni salidas de última hora? ¿Qué de aquellos hombres que creyeron en el camino de la
revolución? ¿Qué de esas vidas que creyeron jugarse por un futuro mejor?. Solo una constatación
más de un sacrificio inútil, injusto y devastador.
Jorge Gumucio, junto a sus compañeros de infortunio, es una víctima, una más de un
mundo desquiciado que ha sofisticado sus mecanismos de terror y dolor a título de las ideas
más nobles y más maravillosas. El hombre tiene una especial predilección por transformar en
sangre su más hermosas utopías ,pero sobre todo tiene una habilidad especial para convertir en
infiernos inenarrables los sistemas por los que lucho y dejó centenares, o miles o a veces
millones de vidas. La más terrible de las constataciones es la de la inutilidad de tanto sacrificio
y tantas promesas destrozadas y tanto dolor para nada. El MRTA no es una excepción como
no lo es la ETA o Sendero Luminoso, o cualquier grupo terrorista que circula por el mundo
matando a nombre de las ideas de un mundo mejor y más justo, para no hablar de los profetas
de la verdad divina que siegan vidas convencidos de que son el brazo de Dios que les
garantiza un lugar de privilegio en el cielo, en el particular de cada uno.
Esta locura no es de hoy, no es de este siglo que algunos miran con pavor como el peor
de todos, pero que es, igual que en el pasado ,el producto de nuestra compleja mente,
paradójica y preferencialmente violenta. Porque si alguna constancia nos deja la historia es
que el impulso por la violencia es el más fuerte de los que nos acompañan desde los tiempos
en que la mente humana comenzaba a salir de ese limbo nebuloso para convertirse en el
instrumento mayor de nuestro poder y el eje que nos permitió el dominio absoluto sobre la
tierra.
Lo dramático del caso es que estas reflexiones no ayudarán a Jorge a resolver el dilema
de su vida, pendiente de las razones de Cerpa Cartolini y su comando. Peor que eso, en este
rompecabezas insensato, no hay ningún elemento que contribuya a encontrar una solución
razonable para las vidas inocentes de los hombres que acompañan al comandante emerretista
en su tortuoso camino a la historia. Esta partida de ajedrez es insensata porque plantea
premisas imposibles. Cerpa le exige al Perú la liberación de presos condenados o acusados por
actos de terrorismo, le pide subvertir el orden establecido, pasar por alto el sistema, jurídico y
revocar la memoria, olvidar la responsabilidad directa en crímenes de diverso tipo de quienes
él cree que deben ser liberados. Una lógica especial además, en la que se prescinde de la
responsabilidad común de otros tantos condenados y acusados de terrorismo de otra
organización y de otros presos y acusados de acciones delictivas de diverso carácter, lo que es
en si mismo un valoración ética coja, un principio que no resiste su propia construcción. Es
una petición insostenible en sus dos puntas, la una buscando romper el sistema jurídico
establecido y la otra sectaria, como casi todas las acciones de quienes han reivindicando a
nombre de las ideas marxistas y sus innumerables derivaciones, una nueva sociedad.
Pero la reflexión teórica sobra cuando en el lugar del Presidente peruano la respuesta
solo puede ser una : No a la amenaza, no al chantaje de la fuerza, no a una exigencia que
ningún estado puede aceptar. Si el pedido no tiene valor sustentable en condiciones de diálogo,
lo tiene menos sobre la base de la pistola en la sien, con la única diferencia de que la pistola
puede ser activada, aunque solo sea para dar el testimonio final de la sinrazón, de la
inmolación tan anhelada en el subconsciente de quienes se sienten predestinados al heroísmo,
con el agravante de que esas vidas podrán, en la lógica del sin sentido, ser una alimento
adicional para quienquiera este convencido de que el MRTA es parte de una cruzada por un
Perú mejor (muertes y ligazones con el narcotráfico incluidos).
Y Jorge en el centro del huracán, igual que sus compañeros de infortunio, sin voz, sin
decisión, con un solo derecho, la paciencia y la esperanza, con una sola constatación, la de su
vida de hoy. Igual que él y los rehenes peruanos y el embajador japonés, desperdigados por el
mundo, hoy mismo, hay miles de seres humanos inocentes que tienen su destino hipotecado a
las fuerzas de la locura, disfrazadas siempre de buenas razones, revestidas de causas justas.
Le he dado muchas vueltas a este tema hasta convencerme de que así fue, así es y así será en el
largo futuro que nos toca sobre el planeta, sin cambios dramáticos en una u otra dirección.
Este tiempo sombrío es el mismo tiempo de siempre, el único que conocemos, el único en el
que sabemos vivir, al lado (por si las dudas) de gestos y actos de solidaridad y amor sin
límites, al lado de sacrificios maravillosos por la vida. Sirve de consuelo (o algo más). Jorge
debe saber que estamos con él, que lo tenemos presente, no se si vale, pero es lo único que
tenemos para dar. Quizás en el balance sorprendente y frágil en el que nos movemos hay
tiempo para la luz. Quizás una señal de ello sea precisamente que Cerpa, a pesar de sus
razones y de su causa ha preferido esperar y que Fujimori, a pesar de sus certezas ha sido
paciente también. Pero si algo es cierto es que nadie podrá devolverle a Jorge Gumucio y a los
hombres que atraviesan esta terrible aventura en la residencia del Japón en Lima, la libertad y
la mente limpia que tenemos quienes podemos amanecer todos los días en nuestra casa, con
los nuestros, dueños de nosotros mismos. Espero como quienes más lo quieren, poder
estrecharlo en un abrazo y hablar con él con la sabiduría que le da el cautiverio, de la sinrazón
de los hombres a nombre de las causas justas.
El Presidente Fujimori nos ha planteado una ecuación muy curiosa: los logros
históricos de una gestión de gobierno le otorgan al mandatario licencia para matar. La
democracia es, en esa lógica, un instrumento maleable en función de objetivos superiores.
Pero, la verdadera y vieja premisa de que el poder total corrompe totalmente, acaba por
demostrar que los objetivos superiores de la nación se confunden hasta perderse en los
objetivos personales de un hombre que, sutilmente primero y abiertamente después, pasa de
ser un Presidente democrático a un mesiánico dictador apañado en un tenue ropaje
democrático, sujeto apenas con unas débiles pinzas que se desprenden cada vez más y que
amenazan con hacer caer toda una estantería que no soporta ya el menor análisis.
En 1992 Alberto Fujimori dio un golpe de estado y salió airoso, más que eso, lo dio
respaldado por una abrumadora mayoría de los ciudadanos. La razón que lo explica es muy
simple, el Perú afrontaba uno de los momentos más dramáticos de su historia, muy parecido al
episodio negro de la ocupación chilena en plena guerra del Pacífico. Sendero Luminoso había
llevado las cosas a un punto muy crítico, no solo por su fuerza real y sus golpes demoledores,
sino sobre todo porque había minado lo más importante, la moral de la nación. Los peruanos
estaban a punto de ser derrotados sicológicamente, de rendirse a la evidencia de que el país no
tenía futuro. La crisis económica agudizada por Alan García y el descrédito dramático de los
partidos y los políticos como su consecuencia más visible, redondeaban un escenario que le
permitió a Fujimori dar ese golpe con el que recompuso las estructuras de poder en función
suya. Lo que hizo entonces fue construir una hegemonía personal. Un hombre sin partido que
ganó sorpresivamente una elección, que tuvo que armar un frágil esquema partidario sin
ideología clara, sin estructura organizativa alguna, estaba obviamente inerme en el largo
futuro. Fujimori se alió entonces con el poder militar, el más importante e incontrastable en un
país en el que tras el embate de Sendero era la única referencia cierta (incluidos sus excesos en
la guerra sucia contra los terroristas).
Sobre esa alianza, a partir de 1992 se produce una estrategia de demolición implacable
de la institucionalidad peruana. Se destruye el parlamento en base a mayorías logradas en
función de prebendalismo ante el vacío total de las viejas estructuras partidarias, se copa el
poder judicial, viejo subordinado del ejecutivo, esta vez a grados de sujeción total. La
reelección de 1995 producto de la reforma constitucional fujimorista es una triquiñuela dentro
de un texto personalista y que trasunta autoritarismo, que se redondea descarnadamente con la
segunda reelección. En este camino queda enterrado un tribunal constitucional que es
descabezado en cuanto expresa su oposición a semejante arbitrariedad. La estrategia se cierra
con el amordazamiento de los medios de comunicación.
Todo este proceso fue posible por el peso gigantesco de dos logros fundamentales, las
espadas ganadoras del Presidente, la estabilización económica y el crecimiento y expansión
del aparato productivo peruano por una lado y la derrota espectacular y prácticamente
definitiva del terrible dragón senderista. La patética imagen de Abimael Guzmán tras las rejas
y con traje a rayas, es un momento crucial en la historia reciente del Perú (a la que se suma la
toma de la embajada japonesa en Lima). Tanto, que es de esos réditos que vive Fujimori y
sobre ellos que construye su personal sistema autoritario.
Con Vladimiro Montecinos tras la espalda (la bestia negra de la oposición peruana), el
“Chino” se comió sin rubor alguno la libertad de prensa y lo hizo, como otras muchas cosas,
con el retorcido estilo en el que las formas, aunque sea las más superficiales todavía se
guardan. Basta leer los titulares de algunos periódicos para presumir que se vive un ambiente
de plena libertad. Pero el gobierno destruyó a canal 2, le quitó la nacionalidad a su dueño, que
tuvo que salir del Perú más o menos a la fuerza. Luego copó este canal como otros, a partir de
una cooptación de sus socios, de reactivación de juicios coactivos, de administración (léase
supresión o concesión) de publicidad gubernamental, mediante la subvención de la prensa
amarilla (llamada Chicha en Lima) que se encarga de espantosas campañas de descrédito de
los opositores. Hasta “Laura de América” jugó para la reelección de Fujimori en una
lamentable y grotesca acusación de adulterio y paternidad no aceptada del candidato Alejandro
Toledo.
Sea como fuere, el daño está hecho. Fujimori piensa “después de mi el diluvio·” y es
ciertamente un diluvio el que se abatirá sobre un Perú con la democracia casi destruida,
instituciones desmanteladas, envilecimiento de la práctica política, daños graves contra los
medios de comunicación, al punto que habrá que comenzar casi de cero a forjar una estructura
que permita a los peruanos un modelo realmente democrático, de alternabilidad y de
pluralidad que garantice esperanza en que es posible gobernar con sensatez y respetando la
voluntad popular.
Nadie duda de la popularidad que aún tiene el “Chino”, que envidiarían muchos de sus
colegas, pero esto no es necesariamente un concurso de popularidad, ni que se sepa la
democracia es un sistema de doble cero que otorga licencia para matar ni, eso es fundamental,
de Mesías insustituibles que lo pueden todo. Es posible un Perú sin Fujimori, es a estas alturas
y sin desconocer sus méritos, indispensable un futuro sin Fujimori.
En 1960 Cuba era el tercer país mejor ubicado de América Latina en su índice de
mortalidad infantil, con 87 niños muertos antes de los cinco años por cada 1000 nacidos vivos,
apenas detrás de Uruguay (56) y Argentina (75). Sus indicadores socioeconómicos generales
ubicaban a Cuba también entre los cinco países con mejores condiciones en Latinoamérica, y
en algunos índices como el mencionado, entre los tres países con mejores condiciones
sociales.
Por su parte, Chile era el noveno país en mortalidad infantil con 142 niños muertos,
casi el doble que Cuba, estaba por debajo de Uruguay, Argentina, Cuba, Panamá, Venezuela,
Costa Rica, Paraguay y México. En términos generales Chile estaba algo por encima de la
mitad de las 20 naciones latinoamericanas.
Hoy, Cuba ocupa el primer lugar y Chile el segundo. Cuba tiene 8 niños muertos por
cada 1000 y Chile 12, ambos en ese rubro con cifras del primer mundo (Suecia y Noruega
tienen 4). Los dos países tienen parecida esperanza de vida al nacer, 75.7 años Cuba y 74.9
Chile, el alfabetismo es 95,9 % en Cuba y 95,2 % en Chile, la tasa de matricula educativa es
72 en Cuba y 77 en Chile, el acceso al agua potable es 93,5 % en Cuba y 91 % en Chile, el
acceso a servicios de salud es 100 % en Cuba y 95 % en Chile. Adicionalmente, podemos
decir que estos índices son muy parecidos en otras tres naciones: Costa Rica, Uruguay y
Panamá que forman el círculo de los cinco países con mejores indicadores sociales de la
región. En 1960 esos cinco países eran Uruguay, Argentina, Cuba, Panamá y Venezuela. Hoy
Argentina ocupa el sexto lugar y Venezuela el sétimo.
Se trata de una constatación más que interesante que demuestra dos cosas, que Cuba
hace mucho mejor marketing de sus logros sociales (indiscutibles, por otra parte) que sus
pares como Chile o Costa Rica por ejemplo, que han obtenido resultados parecidos o incluso
mejores pero sin tanta repercusión. La segunda, es que esos logros se han conseguido en el
mismo tiempo pero con modelos económicos, políticos y sociales radicalmente distintos. El
uno en el socialismo más ortodoxo, el otro en el capitalismo que fue desde la economía mixta
hasta la de libre mercado. Cuba ha vivido bajo un sistema de dictadura política y partido único
en el marco del comunismo, Costa Rica bajo una democracia plena y Chile dos tercios del
tiempo en democracia y un tercio bajo una dictadura militar de derecha.
A la vuelta de cuatro décadas los resultados son muy parecidos en lo que más importa,
las condiciones de vida y el bienestar de una sociedad. Mientras Cuba mejoró en 11 veces sus
indicadores, Chile multiplico por 12 esa mejoría. Una primera conclusión es que el avance
logrado con políticas de alfabetización, inversión en salud y educación, tiene que ver con el
punto de partida de cada país. Mientras Cuba tenía en 1960, 87 niños muertos de cada 1000,
Haití tenía 294 de cada mil. El punto de partida no era el mismo. Mientras Cuba estaba a la
cabeza de América Latina, Haití era el país más pobre. Una segunda conclusión es que en
condiciones iguales los países han avanzado de modo muy parecido, independientemente de
su modelo político. Si uno tuvo y tiene la desventaja del bloqueo con relación a los otros, tuvo
a su vez la ventaja de un soporte directo de la Unión Soviética por tres décadas, precisamente
aquellas en que logró los indicadores sociales que hoy comentamos.
Como apunte comparativo, vale aquí decir que en desarrollo humano Bolivia está hoy
por encima de Honduras, Guatemala, Nicaragua y Haití, pero en mortalidad infantil solo está
por encima de Haití. Mientras Chile ha mejorado 12 veces ese índice, Bolivia solo lo ha
mejorado 3.2 veces, apenas ha ido más rápido que Uruguay (2.9) y Haití (2.3). Chile galopa,
Bolivia trota cansinamente. Con el agravante de que nosotros requerimos urgentemente
romper ese círculo de pobreza. En 1960 se nos morían 282 niños, hoy 85, a Chile se le morían
en 1960 142 y hoyse le mueren 12. Para llorar.
Como puede verse no todo es como se vende. Más de un país capitalista de esta región podría
comenzar a publicitar mundialmente sus logros sociales en las últimas cuatro décadas sin el
menor rubor.
Una de las cosas más terribles de la memoria es que, a pesar de los esfuerzos por
borrarla, de vez en vez sale a flote como esos cadáveres fondeados en medio de un río, que
aparecen en una orilla como horrible testimonio de un crimen. El juez español Baltasar Garzón
fue el artífice de recuperar la memoria de los crímenes del régimen de Augusto Pinochet, y
quien puso a todo Chile en una confrontación eléctrica en torno a una de las figuras más
importantes y más admiradas y odiadas de su historia.
Pero se trata además de una suma de ironías a las que la historia es tan proclive. La
relación de Gran Bretaña con Chile fue siempre muy estrecha y privilegiada, por inversiones,
intereses, influencia económica y cultural (baste recordar en lo que nos toca, que en la guerra
del Pacífico fue un inglés protegiendo intereses británicos, Mr. Hicks, el que soliviantó a los
antofagastinos para arrebatarle su heredad a Bolivia). Pero lo fue más todavía en la guerra de
las Malvinas. Pinochet era tan dictador como Galtieri y ambos procesos se alimentaban de los
mismos principios de “nacionalismo cristiano” rabiosamente anticomunista, ambos usaron
métodos parecidos para exterminar no solo las ideas marxistas sino los cerebros que las
portaban, ambos eran solidarios para pasarse mutuamente información antisubversiva y
detener personas en sus territorios para luego entregarlos a sus colegas a efectos de que estos
torturaran y eventualmente asesinaran a sus connacionales. Pero de ahí a ser solidarios en la
guerra contra los ingleses en defensa de la soberanía de las Malvinas, había una distancia
infranqueable. Pinochet actuó en contra de la Argentina porque en él primó el chauvinismo, el
tema Beagle, los permanentes conflictos fronterizos, la vieja rivalidad y sobre todo una lógica
agresiva y expansionista de Chile probada frente a todos sus vecinos, a la que se sumaba una
altanería ejercitada varias veces (la carta del canciller Koning a Bolivia es un buen ejemplo).
Como bien dice la agradecida Margaret Thatcher en su indignada carta publicada en el Times,
el general que no había trepidado en permitir (y probablemente ordenar) el asesinato del
boliviano Jorge Ríos Dalenz, uno de los máximos líderes del MIR boliviano, en el
ensangrentado estadio Nacional de Santiago junto a decenas de chilenos y latinoamericanos
que se opusieron real o supuestamente a su régimen, salvó la vida de muchos británicos al
apoyar con información, bases de helicópteros y otras acciones aún no del todo conocidas, al
ejército de su majestad que hundió el Belgrano con más de 450 marineros y tomó la capital de
las Malvinas a sangre y fuego, con un saldo de centenares de jóvenes casi niños argentinos
muertos en un desigual combate.
Me parece justo que Augusto Pinochet esté detenido y espero que sea juzgado, por la
misma razón que deseo que se administre justicia ante la comisión de cualquier delito, porque
es la única forma de establecer normas de conducta para mis hijos y los hijos de mis hijos. Lo
que no acabo de entender del todo es si esta nueva realidad no nos deparará situaciones
arbitrarias contra los más débiles y si no hemos abierto una puerta por la que puede entrar
hasta un elefante.
Por si fuera poco, aquí en Bolivia tenemos nuestros propios demonios que además tocan al
Presidente Banzer democráticamente elegido. Hagamos un balance sin mentiras y sin
cobardías, recordando que los hechos y la responsabilidad por crímenes contra los derechos
humanos no los borra una trayectoria democrática por inteligente y exitosa que sea, como no
se los borra a Víctor Paz Estenssoro por fundamental que haya sido para la historia del país.
Quizás muchas cosas se pueden y se deben perdonar, pero la historia me ha enseñado que ni se
pueden ni se deben olvidar. Solo así podré creer que respetar los derechos de mi prójimo es
una de las razones supremas que justifican mi paso por la vida.
Hace algunos días se publicó el resultado de una encuesta que indica que para nosotros el
vecino más importante es Argentina. La encuesta no descubre nada, confirma una verdad
presente desde que Bolivia es Bolivia. Nuestros dos vecinos mayores son Brasil y Argentina, el
uno un verdadero continente en el que todo tiene dimensiones de mastodonte, el otro un país
grande con un notable pasado y una serie de preguntas pendientes en su presente. A pesar de ello,
Argentina tiene una ventaja esencial sobre Brasil en su influencia en el continente, el idioma. Si
Brasil hablase castellano la historia de América Latina habría sido sin duda otra.
Buenos Aires es una ciudad fascinante, siempre lo fue y nunca perdió ese ángel que es la
suma cosmopolita y culta de un estilo construido sobre todo en la primera mitad de este siglo. El
centro porteño es de una belleza sobrecogedora en su arquitectura. La Avenida Saenz Peña para
tomar un ejemplo, es el retrato perfecto de una oligarquía culta que pudo construir una ciudad no
solo a imagen y semejanza del mejor París academicista, sino con las dimensiones como para
acuñar su propia personalidad. Porque finalmente lo europeo en Buenos Aires fue menos postizo
que en otras muchas capitales latinoamericanas. Esa ciudad es el testimonio de una clase y de una
apuesta histórica en grande que se truncó en algún momento, quizás porque finalmente Argentina
no podía olvidarse de la otra realidad y, claro, Jujuy o Chubut son también parte de la nación que
a veces Buenos Aires olvidaba.
Cuando uno piensa en Bolivia se da cuenta que la construcción del estado-nación por
estos lares fue una tarea titánica que se justifica con la propia existencia del país. En cambio,
cuando uno piensa en Argentina no puede menos que encarar a sus conductores y preguntarles
cómo fue posible que con esa tierra pródiga como pocas no solo en América sino en el mundo,
con una población uniforme etnicamente producto de una migración masiva muy importante en
el cambio de siglo, con un nivel de instrucción envidiable desde comienzo del novecientos, con
personalidades de relevancia continental en todos los ámbitos del quehacer, Argentina no sea una
potencia como lo fue en la década de los años veinte.
Hay muchas interpretaciones para explicar esta paradoja de una sociedad que pelea por
dejar de ser del tercer mundo cuando podría ser tranquilita y sin muchos problemas una nación
industrializada como cualquiera de las principales potencias europeas. Desde la óptica
conservadora todas las lanzas apuntan al general Perón. ¡Perón, Perón que grande sos! cantaban y
aún cantan los descamisados y sus hijos. Ese enigmático hombre que electrizó de la mano de
Evita a millones de argentinos es, según muchos, el autor del descalabro vía dilapidación de
reservas, nacionalizaciones y gastos que desfondaron el equilibrio fiscal. En la otra mano está su
intensa política social, el fortalecimiento de una clase media con poder de ahorro y de consumo y
una política de control estatal de las riquezas. Parece excesivamente simplista descargar el fardo
en el peronismo. El Perón del que hablamos fue derrocado en 1955. Han pasado cuarenta años
desde entonces, tiempo más que suficiente para distribuir mejor las culpas de una historia
dilapidada....
Los argentinos se preguntan siempre porqué tienen tan mala prensa en América Latina,
quizás porque se mal acostumbraron a sus años de vacas gordas en los que miraron siempre por
encima del hombro a sus vecinos (la guerra de las Malvinas reubicó en sus mentes el mapa
continental). "El país del verso" suele decirse y nadie puede negar que los maestros en el arte de
hablar son ellos, pero a veces esa virtud se convierte en una tentación para fungir de "chanta" que
usan más de lo que debieran. Sobra decir que los habilidosos futbolistas del Río de las Plata son
expertos en hacer tiempo, protestar, pelear y sobrar en la cancha. Cuando la diferencia era de siete
goles eso funcionaba por peso propio, ahora es más difícil tolerar actitudes que, parece absurdo,
son tan importantes cuan importante es el papel de embajadores de su patria que hacen los
equipos y los jugadores que juegan fuera de sus fronteras. Pero está claro que a cada país le toca
un tópico y ese es el tópico que les cae injustamente a todos los argentinos.
Argentina es hoy un país más realista consigo misma que hace unas décadas, ha tenido
que soportar demasiados golpes como para no serlo y ha pasado hoy al extremo de una
autocrítica sangrienta que no hace justicia con ella. Porque, a pesar de todo, su potencialidad
envidiable en muchos aspectos sigue intacta. Menem haría bien en aceptar con menos soberbia
las críticas a un modelo que con sus virtudes tiene una miopía en lo social que estremece, como
harían bien sus críticos en aceptar que la estructura del modelo debe corregirse pero no puede
borrarse en el contexto de una realidad internacional que no da margen para grandes
malabarismos.
Vuelvo a Buenos Aires, a su noche bullente, a su intensa vida cultural, a su hermoso perfil
urbano, a sus librerías atestadas y a su vigor y personalidad inconfundibles. Si algún lugar es
entrañable para pensar vivir allí, es Buenos Aires. Se dice siempre desde el lugar que uno ocupa.
No se si ese es el Buenos Aires que miran y viven cientos de miles de inmigrantes bolivianos que
fueron a encontrar un destino mejor en esta ciudad, tan difícil y cruel como cualquier capital
cuando se respira desde la marginalidad. "No llores por mi Argentina", reza la opera Evita,
verdadera para quien contempla la historia de un país que lo tenía y lo tiene todo y que nadie sabe
porque navega todavía en un mar proceloso.
Alguien dijo que el gasoducto al Brasil nos ha colocado por fin en el mapa del mundo.
De hecho nuestra vinculación con el Brasil es ahora literalmente física y tiene que ver con un
producto esencial como el gas que hace que el gigante nos mire de vez en cuando, nos meta en
el contexto de una estrategia económica internacional, le preocupen (y se meta) nuestros
asuntos y le interese (mucho) nuestra economía. “Mire, me dijo un funcionario de Petrobras, el
gas es peor que la cocaína, produce una adicción de la que uno no sale más. Es lo que ocurrirá
con San Pablo de aquí a un lustro”. Para Bolivia es una buena noticia, por eso se ha abierto
una sociedad de interés común y por primera vez realmente importante entre un gigante y un
enano (para verificar el apelativo basta recordar que la revista Veja tituló hace dos semanas,
“El enano enojado” una nota sobre los reclamos de Uruguay en su tortuosa relación con
Brasil), uno de los varios enanos -algunos más chicos que otros- que rodean las fronteras
brasileñas con excepción de Argentina, Vezuela y quizás Colombia.
Los brasileños que hacen todo a lo grande, se miran en el espejo de Estados Unidos y
Europa y -claro- se lamentan. Isto é comparaba a la “pequeña” Petrobras, la empresa más
grande del país con mucha ventaja, con los grandes monstruos transnacionales
estadounidenses. El resultado es que mientras la Exxon factura 155.000 millones de dólares al
año, Petrobras “apenas” factura 14.000 millones, algo así como once veces las exportaciones
totales de Bolivia. Expresan también su preocupación porque mientras Brasil tiene un PIB de
606.000 millones de dólares, México tiene ya un PIB de 574.000 millones, la diferencia que es
hoy de alrededor de 30.000 millones, era hace cinco años mayor a 100.000 a favor de los
brasileños, los mexicanos crecen a un ritmo más de dos veces mayor al Brasil y exportan ya
más del doble que estos, lo que puede hacer que en cinco años México supere a Brasil como la
economía más poderosa de América Latina. Or cierto, ambos están ya muy cerca de contarse
entre las diez economías más grandes del mundo. Como apunte valga recordar que el PIB de
Bolivia es algo menor a 8.000 millones de dólares.
Pero no solo de intangibles vive un país. En pleno mar abierto en la cuenca de Campos,
cerca de Macaé una pequeña población próxima a Rio, Petrobras ha desarrollado el más
ambicioso proyecto de exploración y explotación petrolera de la historia del Brasil. En menos
de veinticinco años, más de cuarenta plataformas (algunas fijas, otras flotantes), extraen más
del 70 % del total del petróleo brasileño. Con tecnología de punta, propia y adaptada, la
empresa posee el record mundial de perforación en mares profundos, 1.800 metros de agua.
Sobre un total de 1.300.000 barriles diarios, las plataformas extraen más de 900.000. De ser un
productor marginal, Brasil se ha convertido en el cuarto productor de las américas, aunque aún
con un déficit de 500.000 barriles para cubrir su consumo que es de 1.800.000 barriles, pero
estiman cubrir la brecha hasta el 2005, todo desde el mar. Una sola de esas impresionantes
plataformas de más de 20.000 toneladas de peso, extrae más de 100.000 barriles por día, casi
el triple de la producción total de Bolivia. En medio de un viento cortante se mueven como
pesados elefantes, apoyadas en dos flotadores submarinos, cuatro patas circulares y varias
anclas en el fondo del mar, que las mantienen en el sitio, chupan sin cesar petróleo, agua y gas
asociados que alimentan parte de la energía que consume el gigante.
En ese escenario, no es muy difícil entender que Fernando Henrique Cardoso quiera
liderar América Latina, o cuando menos América del Sur. La reunión (una cumbre a la que
prudentemente los brasileños han preferido nombrar con modestia), a despecho de Fox y los
mexicanos a los que su exclusión les dio una pataleta, puede dar algunos pasos importantes. Si
de la reunión de Brasilia nace realmente el libre comercio y un proyecto de integración física
por carreteras, el encuentro y el liderazgo habrá valido la pena. Allí también Bolivia tiene
mucho que ver, posee la peor infraestructura carretera del continente y está a la vez en un
lugar clave e imprescindible geográficamente para esa integración.
La pregunta que los mexicanos ya están respondiendo con relación a su gran vecino y que
puede valer para nosotros es si estar tan cerca de Brasil y tan lejos de Dios es un buen o un
mal asunto.
Tuve ocasión de escuchar a Hugo Chávez en los actos de conmemoración del trigésimo
aniversario de la Corporación Andina de Fomento, la tercera entidad financiera más
importante para el continente, con sólido prestigio internacional y al mando de un boliviano
que como Enrique García fue capaz de cambiarle la cara, el alma y el destino, para hacerla lo
que hoy es, un orgullo de la región andina.
El comandante tiene 46 años y toda la energía del mundo, es una mezcla de intenso
predicador cristiano y Fidel Castro posmoderno, e igual que Fujimori, sabe que entre el
discurso incendiario y los hechos hay un trecho que probablemente no quiere recorrer. Pero,
¿quién podría jurarlo?. Hoy por hoy, el país va camino hacia una polarización que en el
mediano plazo podría ser peligrosa. En un extremo un pueblo que haría cualquier cosa por
Chávez, en el otro quiénes o porque son una elite de poder que se siente real o potencialmente
afectada, o porque miran las cosas de un modo racionalista que no parece compatible con las
boinas rojas, temen que este sea un camino populista al despeñadero. El margen de juego de
Chávez está en los resultados que logre para el ciudadano de a pie y en la capacidad de capear
el temporal sin medidas radicales que afectarán inevitablemente a los más pobres, medidas que
en una visión desapasionada parecen inescapables.
Más allá de los excesos, que los hubo, los hay y todavía los habrá en gran cantidad,
más allá de si finalmente el escándalo lo lleva a la destitución de su cargo o no, se sigue
presentando el debate en torno a qué es exactamente lo que se está juzgando en este caso. El
argumento que defienden quienes pretenden que el asunto no tiene que ver con una “liason”
sexual, es que lo que se juzga aquí es una mentira de Clinton ante un jurado y eventualmente
obstrucción de justicia e instigación a mentir. Sí, objetivamente esa es la acusación del fiscal
independiente Kenneth Starr. Pero ¿Pueden separarse ambos aspectos?.¿ Puede la opinión
pública mundial discernir entre una cosa y otra?. Obviamente no. La gente piensa en la
relación clandestina del Presidente, en la situación de su esposa Hillary, en la mentira
presidencial para salvar el pellejo que terminó por llevarlo casi a un callejón sin salida, y no en
menor grado en el vestido manchado de semen y como se manchó. Pero por añadidura, ahora
que apareció el informe de Starr ante el congreso y que además se puso a disposición del
mundo entero por Internet, uno no sabe si está ante una acusación por perjurio o ante un relato
erotico-porno con el protagonista más increíble del mundo, el Presidente de los Estados
Unidos conversando con un congresista mientras la señorita Lewinsky le acariciaba los
genitales con la boca. Es insólito escribirlo, leerlo y escucharlo, pero es exactamente de eso
que estamos hablando. Son esos detalles escabrosos los que priman a la hora del impacto
emocional de una opinión pública, que accede a una información que hace apenas unos años
se hubiese considerado simple y sencillamente delirante.
¿Donde está la relevancia del tema?. En que Clinton puede ser destituido, para
empezar, pero tiene que ver sobre todo con un turbio y ambiguo juego de doble moral muy
anglosajona y muy burguesa. Bajo el manto de un severo puritanismo, cierto en determinados
estratos, se mueve una sociedad acosada por el materialismo y el hedonismo, por la pérdida
casi total de valores y puntos de referencia, que reproduce un comportamiento en superficie y
otro subterráneo, del que ni éste ni otros presidentes de los Estados Unidos escapan. Que el
señor Clinton sea un compulsivo sexual (cosa que parece bastante evidente a la luz de su
prontuario en esta materia) no nos puede hacer olvidar a sus antecesores en el cargo, muchos
de ellos con amantes de larga data o con afaires más o menos espectaculares. Aún en esa
comparación Kennedy sale ganando (quién osaría comparar a la divina Marilyn Monroe con la
vulgar Lewinsky). Probablemente una buena parte de los congresistas que decidirán la suerte
del Presidente han mentido en temas políticos y de los otros, y muchos deben sostener
relaciones clandestinas de diverso tipo, lo que ocurre no solo en Estados Unidos, sino en todos
los congresos y en todas las sociedades del mundo. Clinton apostó a la frivolidad en su vida
privada, apostó mintiendo a salir del paso de un asunto relativamente menor (caso Paula
Jones) y perdió. Le tocó a él como pudo haberle tocado a cualquiera.
Si fuera cierto que lo que está en juego es un principio y que la base de la acusación es
el perjurio, el enfoque del fiscal, de los medios y de los políticos en Estados Unidos, no
hubiese tomado el giro de show de página amarillista que ha tomado. Aún en esto la sociedad
del consumo inmisericorde no puede consigo misma y termina enredada en una repetición
morbosa y casi enfermiza de detalles entre pornográficos y obscenos, con el añadido del mal
gusto consecuente. Por si las dudas, la señorita Lewinsky considera un par de ofertas (entre
dos y seis millones de dólares) por hacer pública su historia, aunque me temo que el fiscal
Starr le ganó de mano.
Me sigue pareciendo mucho más sensata la postura de los países latinos, que hacen una tajante
separación entre vida privada y pública (salvo cuando esta atañe directamente a los asuntos
públicos). El caso Miterrand es ilustrativo, a su muerte aparecieron en escena la esposa, la
amante y los hijos de ambas. Muy pocos franceses cambiaron un ápice su juicio sobre su
mandato, ni éste se vio afectado por las relaciones privadas en su acción de gobierno. El tema
desde el punto de vista de la ética puede ser tan o más grave que el affaire Clinton, pero eso,
creemos en nuestros países, no nos atañe a nosotros, sino a Madame Miterrand y los suyos.
Eso es más saludable, más equilibrado para el estado y para los intereses de la nación, que esta
desesperada caza de brujas en una sociedad medio enloquecida, situación que no parece vaya
a cambiar porque nos enteremos de dónde y cómo hacían el amor el hombre más poderoso del
planeta y su amante de ocasión.
La OTAN fue creada en medio de la guerra fría, con el auspicio y participación directa
de los Estados Unidos para garantizar la defensa de Europa Occidental ante la eventualidad de
un ataque masivo de la Unión Soviética, una de las dos grandes superpotencias de entonces.
Irónica y paradójicamente, su primera actuación bélica se produce a tiempo de cumplir
cincuenta años de existencia contra una pequeña nación de Europa, despedazada por un largo
desangramiento interno, que no tiene capacidad alguna de resistir militarmente a la mayor
maquinaria de guerra jamás concebida por el hombre. ¿Porqué se produce esta situación que a
primera vista parece simple y sencillamente demencial?.
Yugoslavia había logrado por fin desde 1945, cobijar etnias diversas como serbios,
croatas, eslovenios, bosnios y montenegrinos; minorías de húngaros, albaneses y turcos. Un
mosaico de religiones como católicos, ortodoxos (serbios y orientales) y musulmanes;
minorías de judíos y protestantes. Otro mosaico de lenguas como el serbocroata, croata,
esloveno y macedonio; y lenguas minoritarias como el albanés, húngaro, turco, cíngaro y
vlach. En 1990 agrupaba a seis estados federados y una población de casi 22 millones de
habitantes. Hoy es un país despedazado en el que quedan dos estados (Serbia y Montenegro),
otros cuatro se han independizado y tiene la mitad de su población original, algo más de 10
millones de personas. Milosevic incendió los Balcanes. A lo largo de casi una década, impulsó
acciones de “limpieza” que enfrentaron etnias, religiones y países, recordando algunos de los
métodos de genocidio de la segunda guerra mundial.
La visión (de viejo e inevitable cuño fascista) de una nación serbia dominante como eje
de este complejo entramado, llevó a Yugoslavia a la destrucción, la violencia y la sangre. Con
acciones de obvio tinte racista, asesinatos casi masivos, violaciones sistemáticas a mujeres de
otras etnias y religiones y una estrategia del terror, Milosevic y un importante grupo de poder
político serbio, abrió una brecha cuyas heridas tardarán mucho tiempo en cicatrizar. Si bien es
cierto que la violencia en Bosnia fue de todas direcciones y el ultrismo tiene varias puntas, no
lo es menos que el papel principal lo llevaron las fuerzas militares serbias.
Que el remedio está a punto de ser peor que la enfermedad, es cierto, que los “errores”
de la OTAN –que alardeaba de su tecnología casi infalible- son éticamente inadmisibles, que
la política de guerra aérea parece volver a ser un fracaso, que hasta ahora lo único que ha
logrado es unir a los yugoslavos en torno al desaprensivo Milosevic, son todas razones que no
pueden hacernos perder de vista que el dilema de las naciones industrializadas, no podía
resolverse por la pasiva aceptación de un infierno en los Balcanes provocado –no lo
olvidemos- por un autoritario extremista del nacionalismo ultramontano y racista.
La nueva realidad mundial ha hecho aparecer escenarios impensables hace unos pocos años.
Es un círculo vicioso en el que la intervención de las grandes potencias se considera un
atentado a la soberanía. Su inacción, una vergonzosa lavada de manos (recuérdese el caso de
Ruanda y Burundi). Por otra parte plantea dudas en torno a los móviles de una guerra. La cosa
no es tan simple, ni es tan blanco y negro como podía pensarse en una mirada superficial del
problema. Las limitaciones morales evidentes que impiden a la OTAN desencadenar una
guerra total, pueden conducir esta experiencia sino al desastre, a una salida de compromiso
para salvar el honor, que pone sobre el tapete una vez más lo difícil que es arbitrar un conflicto
de esta naturaleza y lo increíblemente fácil que es en este mundo que parece no haber
aprendido nada del holocausto de la Segunda Guerra Mundial, llevar a una sociedad a un
proceso de destrucción absurdo e insensato.
Vivir y morir. Morir que es el acto más íntimo e intransferible, el momento más
importante de cualquier ser humano, de hecho se convierte en un acto público, en un pedazo
del espectáculo de este mundo de locos en el que damos vueltas sin cesar.
Hace algún tiempo murió Isaac Rabín, primer ministro israelí, víctima de un
fundamentalista judío. Su muerte conmocionó al mundo si….pero no llegó a los adolescentes
que no saben nada de política, ni al común de la gente que quizás escuchó su nombre por
primera vez en esa trágica ocasión. La muerte de Lady Di en cambio, detuvo la información
del mundo y tocó a todos. Diana era un ícono de este tiempo, un símbolo del glamour y del
morbo que el consumismo universal colocó a través de la televisión y de las llamadas revistas
del corazón, en las casas y en las mentes de miles de millones de seres humanos. Su muerte
nos volvió a poner a todos ante nuestra fragilidad. Bella, rica, enamorada y Princesa……El
cuento de hadas del siglo XX, casi del XXI que no terminó en final feliz. La carroza, un
Mercedes Benz 600 de última tecnología se estrelló contra la fría e impenetrable pared de un
túnel subterráneo (el Túnel del Alma reza su nombre premonitorio, como siempre en estos
casos en los que las ironías del destino dan pie a un toque estremecedor) y la princesa y el
hombre de sus últimos sueños fueron aplastados por el concreto y el hierro retorcido.
Diana se hizo mito y - ocurre con frecuencia - casi santa. De pronto, los jefes de estado
y las grandes personalidades la recordaron por su extraordinario trabajo en favor de los
desposeídos, de los enfermos con SIDA, de las víctimas de las minas antipersonales. Cuando
la vimos repetida una y otra vez en las imágenes de la televisión, nos dimos cuenta de que
realmente la princesa hizo una gran labor como embajadora de buena voluntad, pero no era ese
ciertamente el rasgo que la hizo una celebridad. Diana representó como en su tiempo lo había
hecho Jackie O, esa magia intransferible e infrecuente de quien lo tiene todo. La tímida
jovencita que se casó en la boda del siglo hace 16 años con el heredero de la corona por
antonomasia, estaba destinada a cambiar el derrotero de la acartonada monarquía británica,
envuelta - y Diana con ella - en una sucesión interminable de escándalos y desaguisados que
contradecían la tradicional flema inglesa para mostrar la despiadada y bastante miserable
prensa sensacionalista británica, y la insólita vida de una familia que terminó por convertirse
en la telenovela más interesante y picaresca que le tocó espectar al público de todo el mundo.
Fue, por si fuera poco, el sueño y el maniquí de grandes modistos y asistió un mes antes de
morir al funeral de otra víctima de una muerte absurda, la de otro ícono de estos años
decadentes, Gianni Versace.
Pero además, esta historia sustituyó los dragones malignos, las brujas y las hechicerías,
por la prensa del corazón y sus malhadados caballeros negros, los paparazzis que terminaron
por acorralar a Diana, quien buscaba un minuto de intimidad al lado del afortunado playboy
egipcio Dodi Al Fayed. No importa ya si el cochero de la princesa estaba borracho y si entró a
la escalofriante velocidad de 196 km. por hora al túnel del Alma (aún asumiendo que sea una
exageración, está claro que iba a bastante más de 100 km. por hora). Lo que importa es que en
la feria del desquiciamiento, quedó claro que todos nos alimentamos de un negocio impiadoso
en el que como siempre, los millones son los que cuentan. La princesa fue amada por el
mundo gracias a que el mundo la conoció a través de centenares de miles de páginas,
fotografías, portadas, titulares e imágenes que la siguieron durante su vida. Los medios, sobre
todos los especializados en historias del corazón y en escándalos, se alimentaron del cuerpo y
el alma de Diana hasta vampirizarla totalmente y se enriquecieron con ella. Fotógrafos y
periodistas trabajaban y ganaban de ella. Los consumidores disfrutamos el morbo de su
historia personal. De ese modo entramos a juzgar a Carlos y sus orejas de elefante,
escuchamos sus diálogos eróticos con Camila Parker Bowles. La princesa tuvo - como en los
cuentos - su némesis, Camila, enérgica mujer, amante impertérrita del heredero (todavía
improbable) de la corona, fue odiada por rival y por fea. El toque patético final fueron las
confesiones públicas de Carlos y Diana por separado, ante el banquillo de la opinión mundial
frente a la incandescente pantalla de la televisión. Allí confirmaron las mutuas infidelidades
que los medios habían comentado hasta la saciedad, o la bulimia de ella, o la descarnada
soledad de él. Todos pagaron el precio.
La tragedia de Diana es la de una época que está dispuesta a venderlo todo. El cierre
perfecto de este escenario prostituido es el de los “paparazzi” fotografiando los cuerpos
destrozados, dos aún con vida…El primer reflejo no fue socorrer a las víctimas, sino apretar el
disparador, la opción no era difícil; una buena foto de ese momento podía valer más de un
millón de dólares. Después, todos nos rasgamos las vestiduras, pero todos esperamos la tapa
de las revistas con la foto de la princesa moribunda dentro de la carroza real retorcida y
aplastada.
La muerte de Diana fue el espejo de nuestras propias miserias, de un sistema que lo tritura
todo, que necesita de estas historias para seguir adelante. A pesar de todo Diana, que no pudo
entregarse a la muerte en la respetuosa soledad que merece cualquier ser humano, estaba
destinada a ser princesa y a marcar una época y un estilo. Quizás tuvo también oportunidad de
ser feliz aunque fuese solo algunas veces en sus azarosos, legendarios y tan cortos treinta y
seis años.
Con una ingenua y divertida risa, una joven estudiante boliviana recién llegada a Berlín
me decía: “ ¿Puede creer que aquí salen camiones a lavar las calles todos los días?”. Ella
todavía no acaba de creérselo, como es difícil de creer la cantidad de grúas (más de mil sin
duda) que son el símbolo de la construcción de la nueva y a la vez vieja capital alemana.
Un cierto aire imperial tienen las reformas del Reischtag (el parlamento) con la
atrevida cúpula transparente diseñada por un inglés, igual que el gran complejo Kohl ha
querido para sede de la Cancillería, al lado del parlamento cruzado del río Speer. Pero ojo,
aquí hablamos de hectáreas removidas y construidas desde cero, igual que túneles y nuevos
espacios urbanos, igual que la Plaza de Potsdam, entregada a las hazañas de diseño de
arquitectos que están dispuestos a mostrar su talento en los edificios de grandes
transnacionales como Mercedes Benz y Sony, en algunos casos con discutibles resultados
estéticos.
Lo que importa sin embargo, es que Berlín cambia de rostro para su nuevo rol alemán,
europeo y mundial.
Pero Berlín son muchos Berlines y todavía en el este, está el testimonio de la vieja
ciudad socialista, con las heridas de la guerra en sus fachadas nunca renovadas y con la
decadencia de sus espacios habitables hasta grados increíbles. 40 años después, cayó el muro
y se levanto el telón. Del otro lado del escenario todo eran muecas. Durante cuatro décadas
los gobernantes del RDA les dijeron a sus ciudadanos que estaban en el camino correcto.
Como no los convencieron demasiado, levantaron una pared para dejar claro que allí no había
opción, era socialismo o socialismo. En ningún país de Europa del Este como en Alemania
Oriental, la evidencia del fracaso del modelo fue tan patente y descarnada. Una sola razón lo
explica: había un espejo para mirarse, había otra Alemania, había una mitad al otro lado que
escogió otro camino y había llegado, tanto que cuando se habló de reunificación, en realidad
lo que se hizo fue una anexión pura y simple, no cambia otra cosa.
Recuerdo la última vez que vi el muro, fue en 1988 y tuve que subir a una tarima a lado
de la horrible pared para ver el otro lado, luego crucé y pasee por la casi desierta avenida Bajo
los Tilos y subí a la torre de televisión, el orgulloso símbolo del progreso ficticio de la RDA.
Entonces, éramos capaces de debatir sobre las bondades, ventajas y desventajas de uno y otro
sistema. Cuando se ha desnudado hasta los huesos lo que la RDA tenía para mostrar, me
pregunto todavía cómo era posible que tuviéramos la ingenua moral para debatir sobre ambos
modelos, cuando uno de ellos había levantado un muro físico para dividir una nación y coartar
de la manera más brutal cualquier opción de sus ciudadanos no ya de escoger sistema, sino de
cruzar al frente para visitar a un hermano o a una madre. Pero las ideas son capaces, que duda
cabe, de justificarlo todo.
Hoy, siete años después de la unificación eufórica entre banderas alemanas a la sombra
de la mítica puerta de Brandenburgo, los alemanes orientales saben que al otro lado no estaba
el paraíso y que el capitalismo tiene también cuotas de terrible intensibilidad. Y los del Oeste
se dieron cuenta de que el precepto básico de su carta fundamental, la reunificación, no salía
gratis. Alemania emprendió una experiencia inolvidable cuanto traumática. Sólo un país
inmensamente rico como éste podía darse este lujo de responder a su propio desafío histórico.
Solo por eso, Helmut Kohl es parte de la historia mayor de Alemania, como también pero por
otras irónicas y contradictorias razones, lo es Gorbachov, o peor, los recuerdos amargos de
apellidos como Ulbricht o Honecker. Pero aun a un país rico, la unidad le ha costado
desempleo (18% en el este, 11% en el oeste), obvias e injustas diferencias salariales en ambas
Alemanias, un déficit tan gigantesco que los planes de la moneda única europea se le hacen
cuesta arriba a sus propios propugnadores y un costo impositivo excesivo a gusto de los
alemanes occidentales. La Treuhand (la empresa encargada de la privatización literal de
Alemania Oriental), se encontró con un desafío nunca encarado por nación alguna. Centenares
de miles de empresas fueron cerradas o privatizadas según el caso. Era tal el colapso de la
infraestructura industrial, que no sólo no pudo competir tecnológicamente, sino que en seis
meses de Alemania Federal cubrió la totalidad de requerimientos de Alemania del Este.
Desmoronando el mercado común socialista, se acabó su mercado natural y el sentido de su
existencia. Un botón de muestra: Los del este fabricaban los Trabant, unos autitos con
motores de dos tiempos que aún en los años 60 hubieran sido impresentables. La fábrica
obviamente cerró la producción a las pocas semanas de la reunificación. Lo notable fue que
como el cacharrito en cuestión perdió mercado de manera fulminante, entre 1990 y 1991 la
gente ofrecía dinero a quien quisiera aceptar uno, pues costaba más pagar a la grúa para
llevárselo como chatarra. Finalmente muchos optaron por quemarlos en las aceras, donde
quedaron como ilustrativos cadáveres de un sistema. Hoy los Trabis son rarezas, y dentro de
poco serán motivo de nostálgica colección.
Nos acercamos al día D en esta historia kafkiana que Bolivia tiene que afrontar. El pecado
del que se nos acusa es que más del 65 % de nuestra población vive a más de 2.500 metros de
altura s.n.m. y que su principal ciudad esté a 3.600 mts. de altitud.
La batalla por la altura se veía venir, Y las razones médicas no eran precisamente las más
socorridas. Se incubó cuando el mediocre equipo uruguayo de 1977 perdió en el estadio
"Libertador Bolivar" en La Paz por 1 a 0 y confirmó su escaso nivel empatando apenas con
Bolivia en Montevideo 2 a 2, lo que le valió quedar fuera del mundial de Argentina. Era
demasiado para los rioplatenses de una y otra banda. En el 89 los uruguayos pasaron raspando,
desplazaron a Bolivia apenas por gol diferencia tras su derrota en La Paz por 2 a 1, y clasificaron
para Italia. El 93 volvió la pesadilla para la celeste, perdió en La Paz 3 a 1 y Bolivia volvió a
dejarla fuera. Pero los uruguayos se olvidan que en 1961 empataron en La Paz, ganaron en
Montevideo y se fueron a Chile. Olvidan que el 77 Bolivia le ganó 3 a 1 a Venezuela en Caracas,
olvidan que en el 89 le ganamos a Perú en Lima y olvidan que en el 93 empatamos 1 a 1 con
Ecuador en Guayaquil y le ganamos a Venezuela 7 a 1 en Puerto Ordáz, estableciendo un récord
no superado, la mayor goleada de la historia del fútbol sudamericano propinada por una selección
nacional en calidad de visitante.
Nuestra ventaja lícita (porque la altura es una ventaja, no cabe duda) es igual que la
ventaja lícita de los 40 grados, 98 % de humedad relativa, niveles de polución superiores a los
tolerados por la OMS/OPS, horarios escogidos por las duras condiciones ambientales. Todas
forman parte de la realidad ambiental universal que determina el lugar geográfico en el que se ha
desarrollado cada nación. Unos juegan en medio de la nieve y/o a temperaturas de varios grados
bajo cero, otros en calor sofocante, algunos en medio del "smog" más terrible, otros en altitud.
Sin contar la población asiática que vive en la altura, solo en América Latina alrededor de
65 millones de personas vivimos en lugares por encima de los 2.000 mts. En más de 4.000
partidos del campeonato de la Liga entre 1977 y 1995 (19 años), 65 % de ellos en ciudades de
altura, no se ha registrado un solo caso de problemas cardíacos, cerebrales o pulmonares, ni se ha
producido una sola hospitalización vinculada a problemas generados por la altitud. Está probado
tras las experiencias de los mundiales (1970 y 1986), los Juegos Olímpicos (1968) y los Juegos
Panamericanos (1955 y 1975) disputados en México, además de los Juegos Bolivarianos,
especialmente los de La Paz en 1977, que la práctica del deporte en la altitud no implica ningún
riesgo de salud para los deportistas, y que si en algunos deportes aeróbicos (entre los que no
está especialmente el fútbol que es mixto) se produce una disminución de rendimiento de entre un
10 y 15 %, disminuciones similares se producen cuando los atletas practican deportes en
condiciones ambientales ya mencionadas de calor, humedad o polución.
“La Paz va”. Así de corto y así de simple. No salió Blatter sino su segundo de a
bordo. Era el cierre de una larga agonía tejida el 12 de diciembre de 1995, en una noche
parisina, que pareció poner punto final a la realidad de una ciudad que fue escenario de fútbol
internacional durante 65 años.
Nos habíamos comido las uñas desde las 9.05, cuando Havelange y su séquito entraron
al "sacrosanto” recinto donde delibera el Comité Ejecutivo de la FIFA. Aséptico y funcional
como mandan las reglas. Media hora antes estuve en el centro del salón esperando que un
parsimonioso suizo instalase la proyectora de diapositivas. Cuando encendió la luz del aparato
y apretó los mandos, el equipo no funcionaba. Sonreí para mis adentros. Ni aun en Zurich, ni
aún en la sancta sanctorum de la todo poderosa FIFA las cosas son perfectas. Pero luego vino
el pánico. “No puede ser que no funcione”. Le pregunté si no era posible intentar el carrousel
de las diapositivas a mano. Me miró como un europeo serio mira a un latinoamericano
desorganizado y me dio un no categórico “Is very dangerous” me dijo. Tras un par de
minutos de forcejeos logró hacer correr el carrousel. Pero estaba escrito que las transparencias
no se usarían. Salí de la sala cuando entraba Josep Blatter con su sonrisa de circunstancia.
Era el tiempo de la espera después de los febriles cabildeos (o el febril Lobby como se
estila decir en los días que corren) que la delegación boliviana sin excepciones desplegó en
Zurich, la ciudad más aburrida del mundo como la describen muchos dirigentes del fútbol
sudamericano, más efectos a las luces de neón, la intensa actividad de la música de boleros,
que a las atracciones históricas, artísticas y bucólicas de esta pequeña urbe centroeuropea. La
altura se peleó en los pasillos del hotel Saboy copado por dirigentes del fútbol mundial. Se
ganó después de meses en los que la política fue importante, se ganó porque al Presidente
Sánchez de Lozada se le metió entre ceja y ceja que no se podía abandonar la arena de la
política internacional, más allá de las rabietas de la FIFA que nos sacó una tarjeta amarilla
cuando primero Chirac y después Menem y luego Cardoso y Wasmosy y Fujimori y siempre
Chirac, afirmaron que vetar La Paz era una majadería y le pidieron a Havelange en todos los
idiomas que la FIFA deje de hacer majaderías.
Se ganó porque Bolivia trabajó unida, porque José Saavedra dedicó todos sus esfuerzos
para hacer posible una defensa coherente y seria, se ganó porque el Instituto de Biología de la
Altura apoyó, de la mano de Mario Paz Zamora, el sustento científico de Bolivia. Se ganó por
el esfuerzo de gobierno y oposición en la Comisión de Defensa de la Altura. Guido Meruvia y
Ronald MacLean estuvieron cuando se los necesitó. Estuvo el expresidente Guido Loayza,
estuvieron dos cambas que jugaron de collas, el presidente de la Liga "Chelelo” Añez y un
hombre cuyo excepcional conocimiento del fútbol continental como el que tiene Romer Ozuna
se puso al servicio de la causa de Bolivia.
Fue la aventura de un pequeño país en medio de la batalla entre dos colosos, Japón y
Corea, que disputaban la sede de la Copa del Mundo del 2002. Mientras Bolivia sacó limpia a
La paz, japoneses y coreanos dividieron honores. Quien quedó algo cabizbajo por ello fue
Havelange que a pesar de sus deseos tuvo que aceptar, por primera vez en Copa del Mundo,
que dos países organicen el torneo conjuntamente. Cuando el Presidente de la FIFA le terminó
de responder a Toto Arévalo ratificando la “liberación” de La Paz, un pequeño grupo de
bolivianos aplaudimos en un salón lleno de ojos rasgados que apenas respiraban esperando el
veredicto de la FIFA.
“Todo está digitado”. “Eso está ya cocinado”. “La FIFA jamás da un paso atrás”.
“Hay demasiados intereses de poderosos sudamericanos y mundiales en juego”, no se
cansaron de recordarnos los pájaros de mal agüero. Lorenzo Carri me dijo, en cambio: “No
me pidas razones, pero estoy seguro de que podremos jugar en La Paz”. Tuvo razón, pero la
tuvo porque trabajamos desde el primer día para revertir la decisión, porque como hormigas
metimos cuñas en todos los frentes, porque no nos dejamos estar.
Pero si queremos dejar de ser ingenuos, es indispensable que conjuntamente el gobierno y
la FBF FINANCIEN una comisión médica integrada por médicos del IBBA y los más
prestigiosos especialistas internacionales en la materia, para elaborar un informe exhaustivo y
definitivo sobre los efectos de la altura en el fútbol. Informe que Bolivia debe tener listo en un
tiempo razonable para estar adecuadamente preparada para el futuro. La cuestión no termina
aquí, hay muchos a los que jugar en La Paz les disgusta. Este triunfo es un gran paso, pero,
creo, no cierra la polémica ni la guerra. Quizás la diferencia es que en el futuro será más
difícil que las restricciones se refieran exclusivamente a la altura. Se ha logrado colocar a la
altura en la misma dimensión que el calor, la humedad y la polución, como uno más de los
factores ambientales que deben ser tomados en consideración a la hora de hablar de ventajas, y
eso es ya un gran salto, pero dormirse sería suicida. Si vale la reflexión, es indispensable
organizar ese trabajo desde mañana; no hacerlo puede ser de una absurda negligencia de
nuestra parte.
En voz baja algunos amigos se me acercan para decirme que está muy bien eso de
defender el fútbol en la altura, “pero que la altura afecta, afecta hermano....cuando yo vuelvo
de un viaje estoy sonado”, comentan.
Pero visto lo ocurrido hace unos días con la llegada de Joseph Blatter (Sepp para sus
íntimos), aparentemente toda la parafernalia técnica, histórica y médica prolijamente
preparada por la Federación Boliviana de Fútbol, era innecesaria. “No soy un convertido, sino
un convencido en este tema” dijo el número uno de la FIFA. Proclamó a los cuatro vientos que
La Paz es una ciudad FIFA donde se jugaron y se jugarán partidos organizados por esa
federación y le entregó a Juan del Granado un banderín para simbolizarlo. No se cansó de
sonreír, bromeó con el presidente de la federación, con el burgomaestre y con el Presidente
Banzer, pero sobre todo, se emocionó muy intensamente al bajar del avión en EL Alto al
recibir el homenaje de los alteños organizado por José Luis Paredes. Tomó por lo menos
cuatro tazas de mate de coca, recordando que no podía arriesgarse a un control antidoping
después de hacerlo y también pidió un whisky con cola antes del almuerzo. Subió y bajo
escaleras en dos palacios (el consistorial y el de gobierno) sin hacer la menor demostración de
fatiga y bromeo con Michel Platiní (adusto y malhumorado la mayor parte del tiempo) a
propósito de la necesidad de dar pasos muy cortitos mientras estuvieran a esta altura.
Michel Zen Ruffinen, secretario ejecutivo y Jerome Champagne, asesor del presidente,
tuvieron el tiempo suficiente para susurrar que el tema de la altura está resuelto y que en todo
caso, a quien tenemos que preguntarle sobre el asunto es a nuestros dos grandes vecinos del
este y del sur y no a los ejecutivos del fútbol en la lejana Zurich. El uno, Ruffinen, estaba
encantado con el diseño y la calidad de un abrigo de alta costura de Beatriz Canedo. Jerome
Champagne, una suerte de cerebro político del presidente Blatter, buscaba desesperado un kilo
de quinua por expreso pedido de su esposa. “No quiere joyas, quiere la maravillosa quinua que
un boliviano nos hizo descubrir hace algunos años”. No estoy muy seguro si la consiguió en
tan poco tiempo, pero si tengo claro que el estilo de estos hombres que manejan presupuestos
multimillonarios de un deporte-espectáculo que se ha convertido en un fabuloso negocio, es
más fresco que lo que pudiera pensarse, dados los antecedentes. Aunque quizás estos vientos
de cambio no hayan llegado para los dirigentes de viejo cuño como el presidente de la
comisión médica, el belga Michel D’hooge que sigue aferrado a los códigos del pasado, entre
los que se cuentan una testarudez a prueba de cualquier argumento por serio que este sea,
característica que según Mario Paz Zamora es muy propia de los valones.
Blatter vino, se empapó de Bolivia y se fue. El dice que todo está resuelto. Parece que si, pero
creo que a pesar de todo, debemos velar las armas. La idea de un trabajo conjunto entre
médicos de la FIFA y médicos bolivianos del IBBA y de la federación ecuatoriana, que surgió
de una reunión que la FBF tuvo en Zurich, debe aplicarse. No hagamos lo de siempre, suponer
que todo está cerrado y comenzar a temblar de nuevo dentro de cuatro años.
Todo aquel que se mete con un dogma de fe corre sus riesgos. Religión y patriotismo
se parecen mucho. Hay cosas intocables que no tienen que ver con la razón, que alimentan el
fuego de la fe. Cuando se usa la razón para cuestionarlas se cierne el peligro de la hoguera
inquisitorial. Javier Mendoza como otros varios en el pasado (subrayado especial para mi
amigo José Luis Roca), ha decidido correr el riesgo desoyendo a su padre que le dijo con
mucha sabiduría: “No quiero tener problemas con los paceños”. Como era de esperar, las
voces y gritos desde el Illimani no se han hecho esperar, muchas de ellas sin siquiera haber
abierto el libro de Mendoza.
Javier Mendoza demuestra que la Junta Tuitiva solo hizo conocer públicamente el
documento de su constitución, refrendado por el cabildo de La Paz. Incluso un plan de
gobierno redactado por el Presbítero Medina - eje ideológico de la Junta - no se hizo
público, aunque fue la base mayor del juicio abierto por Goyeneche contra los alzados. ¿Y la
proclama?. Fue atribuida a la Junta Tuitiva en un folleto anónimo en 1840 y ratificada en un
almanaque publicado en 1896. Primero como un documento sin firmas y luego con la
aparición de firmas de quienes conformaron la Junta en Julio de 1809. Mendoza dedica un
exhaustivo estudio a demostrar que el documento es apócrifo, basado en innumerables fuentes
y referencias de primera mano, que serán muy dificilmente rebatibles por quienes sostienen
que el documento es auténtico. El texto original de la proclama fue interceptado por las
autoridades españolas. En julio de 1809 a Xavier Iturri, en agosto en Putina (cerca de Puno)
y en noviembre al Pbtero. José Antonio Medina. Su encabezamiento rezaba “Proclama de la
ciudad de La Plata a los valerosos habitantes de La Paz”. El texto no es el que hoy conocemos,
pues en él se reconoce la autoridad indiscutida de Fernando VII y no se menciona para nada
la palabra independencia. El autor de La Mesa Coja cree que fue Medina el que cambio sus
términos y dejó la redacción tal como hoy la conocemos. Esto quiere decir que la proclama
existió, pero que no fue redactada por los miembros de la Junta, sino por alguien en
Chuquisaca en 1809 (probablemente Monteagudo, según el autor). Tanto ese texto como la
reelaboración probable de Medina, circularon de manera anónima y jamás fueron asumidos
por la Junta de La Paz, ni leídos públicamente ni firmados por sus miembros. En el juicio que
llevó a la horca a varios de ellos, no se mencionó la proclama como parte de la acusación. Con
el paso de los años, algunos intelectuales y cívicos paceños adaptaron esa proclama anónima,
quitándole el encabezamiento que certificaba su procedencia (irónicamente, Chuquisaca) y
añadiendo firmas que nunca existieron, incluyendo la de Victorio García Lanza que no fue
miembro de la Junta ni estuvo en La Paz cuando ésta se instaló.
Me propuse dar por concluida esta polémica, mostrando documentos auténticos que se
encuentran en la Biblioteca de la Universidad Mayor de San Andrés, razón por la cual decidí
no participar en el programa De Cerca, pero ahora me veo obligada a intervenir una vez más a
raíz del artículo “La mesa coja y otros gritos” de Carlos Mesa publicado en la edición de La
Razón del día Domingo 20 de Julio de 1997.
En la discusión suscitada por el libro de Mendoza, “La Mesa Coja” C.Mesa proclama
(de eso se trata, ¿no es cierto?) que el autor “buscó la verdad y la encontró tras un serie trabajo
de investigación”.
Veamos en que se basa esta adjudicación de la verdad de los hechos al autor del libro.
Dejamos de lado la parte introductoria del artículo, de sobra conocida, aunque peca de alguna
sobre simplificación. ¿No es acaso esta una de las virtudes d4 la prensa moderna?
¿Será un despropósito pretender que tanto valor tiene un original escrito por un
desconocido como las modificaciones realizadas por hombre que también sabían lo que
querían: libertad?
Otro aspecto para el cuál el comentarista y el autor del libro hacen oídos sordos es a la
carta enviada por Velcorme a Quimper en la cual le dice: “…no me persuado sea dirigida de la
ciudad de La Plata como viene por cavesa, sino esparcido por los malévolos de dicha ciudad
de La Paz…”
No cabe duda, en primer término que en 1809 circuló una proclama con motivo de la
Revolución de La paz.
Segundo: en esta proclama, por lo menos en las versiones que existen en el expediente
conservado en la Biblioteca de la U.M.S.A. así como en el del Archivo de la nación
Argentina, dad a conocer por G.Francovich, en su libro “El Pensamiento Universitario de
charcas”, el buen Fernando VII no figura para nada.
Tercero: Por lo menos un actor histórico de época, estamos hablando de 1809, el señor
Rufino Velcorme, intendente del pueblo de Putina, la atribuye a los malévolos paceños, mucho
antes de 1840.
En vista de estas conclusiones, desprendidas del documento, como puede Carlos Mesa
afirmar sin mas la verdad de una investigación y dar como otra posibilidad a los
investigadores, sin examinar un documento clave para comprender lo qu4e estaba en juego,
aceptar su planteamiento o caer en la alternativa de aceptar su planteamiento o caer en la
alternativa de aceptar que quienes piensan de otra manera suponen que se trata de una
“canallada chuquisaqueña.”
¿Porqué no dejar que los lectores juzguen por si mismos los hechos sin plantear
posiciones inaceptables?
Al finalizar su artículo, otra vez aparecen las debilidades argumentales cuando señala
que los hombres actúan en virtud de su tiempo y su circunstancia, supone que todos
interpretan el momento histórico de la misma manera. Esto a fin de no aceptar lo obvio: el
grueso de los habitantes posiblemente eran leales a Fernando VII, pero no faltaban algunos
disidentes entre los que se hallaban quienes el dieron un toque más radical a una proclama
leal, quienes la hicieron circular en la ciudad de La paz en su versión no fernandista, y mas
bien libertaria, escrita en la época y atribuida por algunos testigos también de la época a los
paceños.
Esa estrategia buscó demostrar que no habían fondos para pagar el bono, más que eso,
que pagarlo ponía en serio riesgo todo el sistema de pensiones. Pero además adobó esta trama
con la idea machacona de que el bono fue el producto de la demagogia de Sánchez de Lozada,
usado como una forma desembozada de hacer proselitismo. “Cohecho electoral” sentenció el
actual gobierno. Veamos. La capitalización fue una oferta del programa de Sánchez de Lozada
en 1993. La modalidad del beneficio varió, pero la esencia de la propuesta no se movió un
milímetro. El proceso de capitalización demoró hasta 1996 (incluso Vinto no pudo ser
capitalizada), por lo que la aplicación del benefició tuvo inevitablemente que postergarse. Su
ejecución fue una acción legitima de un gobierno legalmente establecido que con todo derecho
cumplió un compromiso programático que por añadidura fue un aporte inédito en favor de los
más débiles del país. Vistos los hechos, fue una bendición que el anterior ejecutivo pagará el
Bonosol antes de irse, de no hacerlo, jamás se habría pagado. Demagogia es prometer cosas
que no se cumplen, no fue el caso, los ancianos recibieron cumplidamente lo ofertado (hay
otros temas en los que se puede objetar el incumplimiento del anterior gobierno, pero no
precisamente este). Demagogia es prometer lo que no se tiene; los 1.600 millones de la
capitalización que se sepa no son un invento para hacer proselitismo, están allí en acciones. El
siguiente argumento fue el supuesto fraude masivo de personas que cobraron ilegalmente el
bono. La cifra de 60.000 “fraudulentos” es antojadiza y producto de un discutible cálculo
estadístico, sobre previsiones en base a un censo de hace seis años, cuyos errores (previsibles
en todo censo que se hace en el mundo) fluctúan entre un 5 % y un 8 %, suponiendo que se
haya hecho con plena eficiencia, lo que es mucho suponer. Así que lanzar cifras apocalípticas
es muy fácil, probarlas es muy difícil.
Abonado el terreno del descrédito vino la segunda etapa, demostrar que no había
dinero. Por meses vino la danza de los millones deficitarios, variable según el funcionario de
gobierno y según el sesgo de cada cálculo. Como a pesar de ello, tanto el superintendente de
Pensiones como las AFPs trabajaron en modalidades -previstas por la ley- para garantizar el
cumplimiento de una obligación de estas últimas (obligación indeclinable de pagar el bono) y
llegaron a fines del pasado año a la conclusión de que se podía pagar, el gobierno aduciendo
su potestad de reglamentar la ley, emitió un decreto (diciembre 97) prohibiendo a las AFPs, la
venta de acciones, la retroventa, varias formas de negociación y otras modalidades, con lo que
garantizaba la inviabilidad del pago. En otras palabras, el gobierno con ese decreto bloqueó la
ley, lo que además de un contrasentido es ilegal; ningún reglamento puede mutilar la esencia
básica que hace posible la aplicación y funcionamiento de una ley. Acto seguido procedió a
declarar ilegalmente, junto a las AFPs rendidas ante la fuerza de los hechos en un escueto y
arbitrario comunicado, que “temporalmente y por imposibilidad” el bono no se pagará en
1998.
Cualquier lego sabe que si se tiene un respaldo real de 1.600 millones de dólares, es
posible trabajar en proyectos financieros que respalden una erogación con ese monto. Todos
sabíamos y el anterior gobierno lo dijo, que hasta que esas acciones rindan dividendos
adecuados, era necesario esperar un tiempo (cuatro o cinco años en un beneficio que se
prolongará por casi ochenta años) y que ese bache debía financiarse con créditos que no se
hacían al aire. Esa lógica la conoce cualquier empresario privado, que al emprender una
inversión la financia sobre las ganancias previstas como resultado de esa inversión (o en este
caso de las acciones que tienen un valor real).
Lupe Andrade
Raras veces estoy en desacuerdo con mi admirado amigo Carlos Mesa, pero su artículo
del domingo “Bonosol: el arte de engañar a un país”, parece haber perdido el rumbo. Al leer
el título me dije “finalmente un valiente que se atreve a decir que el Bonosol es una maraña
demagógica heredada”, y pensé que se refería al engaño acerca de que los recursos
provenientes de las empresas capitalizadas alcanzarían holgadamente para pagar este
beneficio, o al engaño de su uso electoralista. Me llevé un chasco, porque el autor se estrella
contra el gobierno actual, afirmando que no tiene tuición alguna sobre los fondos de la
capitalización, porque se habrían convertido en “bien privado” al pasar a ser propiedad de los
bolivianos.
Si el gobierno no tuviera derecho a vigilar que los fondos provenientes de las empresas
capitalizadas sean adecuadamente salvaguardados, estaríamos inermes en manos de entidades,
que por respetables que fuesen, no están libres de cometer errores. Está claro que un adecuado
balance entre gobierno y AFPs sí podrá garantizar la pervivencia de estos recursos, cuyo uso,
destino y utilización, sin embargo, no debería estar por encima de una gran discusión nacional.
Este es nuestro dinero, estimado Carlos, tuyo, mío, de nuestros hijos, nietos y vecinos.
Recordemos que el MNR no nos consultó sobre su uso, ni tomó en cuenta a los grandes
actores nacionales sobre su destino. No podemos negarlo, el Bonosol fue ideado con fines
políticos y así fue utilizado, desde el color de la papeleta hasta los spots televisivos que casi
inducen glicemia en la población. Fue una brillante idea electoral con elementos “tiernos”
bien utilizados, pero reconozcamos que, en términos económicos, pudo haberse hecho un
mejor estudio técnico-social del uso productivo de estos dineros nacionales.
Cualquiera sabe que inversión es lo que se necesita para darle crecimiento y bienestar
al país, no asistencialismo dadivoso “a la antigua”, por cariñosito que fuera. En lo que sí
concuerdo con Carlos Mesa es que debería haber más claridad y valentía en las posiciones de
los otros partidos, que lejos de dejarse arrastrar a una subasta de ofertas bonosolistas, podrían
haber enfrentado el tema con posiciones contundentes y transparentes. Los votos de ancianos
que podrían haberse perdido, quizás se habrían compensado en tal caso con votos jóvenes de
mentalidad más exigente y orientada hacia el futuro.
En todo caso, el tema no debe considerarse como algo cerrado, y antes de seguir
discutiendo en eterna circularidad, sería hora de discutir si ese dinero –mediante una nueva ley
más medular, menos electoralista y más serena- encuentre aplicaciones constructivas y
multiplicadoras.
Lupe Andrade, a quien me une una buena amistad, parte de una premisa falsa en su
análisis del problema central del Bonosol, que es por otra parte uno de los elementos que más
han contribuido a desnaturalizar la esencia de la discusión. La premisa de que el Bono es
producto de una medida demagógica, basada en un engaño sobre su viabilidad, creada con
fines electorales. Este razonamiento comprensible en un gobierno que padece de un agudo
síndrome de “gonitis”, es menos entendible en quien no tiene razón para el apasionamiento
movido por los resentimiento personales.
La esencia del Bonosol es que fue concebido como parte de un proceso que cambió el
sentido clásico de la privatización. Lupe olvida para empezar que el concepto no nació como
se pretende hacer creer en vísperas de las elecciones de 1997, sino en vísperas de las de 1993,
como parte del programa de Sánchez de Lozada y que por razones lógicas de tiempo (la
aplicación del complejo proceso de capitalización), se hizo efectivo recién en 1997. Pero lo
fundamental es que un gobierno de país pobre y dependiente pensó en un mecanismo de
privatización en el que se combinara el imperativo económico con la obligación de inversión
social directa. Es este aporte fundamental el que intencionadamente se pierde de vista, la
vocación de que, por primera vez en nuestra historia, los bienes del estado (es decir de los
bolivianos) beneficiaran de un modo tangible a los ciudadanos. Ese es a mi juicio uno de los
esfuerzos fructíferos mayores por conjugar economía abierta con pago de deuda social,
demostrando que esa relación es posible. Decir que fue una medida demagógica es simple y
sencillamente absurdo. Sánchez de Lozada usó el Bono políticamente, sí, con el derecho
legitimo que le da el haber aplicado una mediada de beneficio real a muchos bolivianos (que
dicho sea de paso no le dio los réditos de voto esperados). Todo gobierno del mundo usa y
exhibe sus logros en un proceso electoral, lo que no desnaturaliza el valor de sus obras (es
como suponer que el reconocimiento de territorios indígenas-Jaime Paz, o las campañas de
vacunación masiva-Siles Zuazo, fueron hechas demagogicamente con fines electorales).
QUERIDO CARLOS:
AHORA TENDRÁS QUE HABLAR CON PEPITA
Lupe Andrade
Ayer me visitó la Dra. María Josefa Saavedra (conocida universalmente como Pepita),
una de las mujeres más prominentes de este país, y una de reconocimiento internacional, no
sólo por haber sido primera mujer Magistrado de la Corte Suprema en Bolivia, sino por la
lucidez de sus análisis jurídicos y su indomable e incorruptible espíritu. Ella me entregó unos
apuntes sobre el tema del Bonosol, para guiarme en términos jurídico-legales. Esos apuntes
son tan claros, contundentes y precisos, que vale la pena transcribirlos en su integridad. Ayer,
querido Carlos, me decías, “la ley, Lupita, es la ley”. Mañana tendrás que hablar con Pepita,
quien precisamente se remite a lo que ha sido la vocación de toda su vida: la ley.
“a) La entrega del Bonosol por el gobierno anterior constituye un auténtico caso de
corrupción, por haber intentado comprar la conciencia ciudadana, en provecho de la
popularidad personal.
c) Todo proyecto que suponga inversión de dinero debe contar con un estudio de
factibilidad, una explicación pormenorizada de su utilidad y aplicación y el señalamiento de
las fuentes de dónde provendrá el dinero a invertirse.
d) Ninguna corporación, asociación, sindicato o partido puede hacer un reclamo colectivo,
de un beneficio que se acordó para ser entregado individualmente y no colectivamente.
e) Cualquier ciudadano del estrato social que sea, puede dirigir su reclamo individual
por la vía administrativa a las Cajas de Pensiones con sólo demostrar que ha llegado a la
ancianidad, cumplidos los 65 años, porque la Ley de Pensiones no habla de calificación de
pobreza sino simplemente de la edad.
i) La suspensión del pago del Bonosol no significa desacato a la ley, por el contrario,
se trata de reglamentar, enmendar, mejorar dicha ley para hacerla aplicable en su momento.
b) Todo gobierno tiene el derecho de aplicar las medidas que crea necesarias en
beneficio del pueblo. En ese contexto, no ha usado “como instrumento a los ancianos”, los ha
favorecido de manera indiscutible en un bono anual contante y sonante.
e) ,f) y g) Si lees el recurso presentado por Gonzalo Sánchez de Lozada y otros dos
ciudadanos (todos militantes del MNR), verás que fue presentado a título personal no de
manera colectiva. El recurso no fue presentado por el MNR sino por ciudadanos, es decir por
individuos, uno de ellos, como todos sabemos, mayor de 65 años.
i) La observación legal a la suspensión del pago del bonosol se hace porque quien la
determinó a través de un arbitrario comunicado público, fue el gobierno representado por el
ministro de Hacienda, invadiendo un terreno ajeno y disponiendo sobre dineros que no son
parte del erario público sino propiedad privada de los bolivianos beneficiarios. En tu columna
vuelves a olvidarte de que es la Superintendencia de Pensiones la encargada de velar por tus
intereses, los míos y los de todos en este tema.
j) Cualquier ciudadano afectado por una determinada ley puede presentar un recurso
ante la Corte Suprema de Justicia.
Los ancianos que se manifiestan espontáneamente tienen el derecho de hacerlo sin merecer por
ello la amable ironía y/o la burla franca por hacerlo. No están defendiendo a un partido ni a
una persona, defienden su dinero. Cualquier persona con un mínimo de sentido común lo
haría. Es un derecho al que no tienen porqué renunciar. La ley, Lupe, es la ley.
El bonosol tenía ventajas cualitativas que no han podio ser superadas. Tenía un
destinatario específico, el anciano, el más desprotegido de la sociedad boliviana. Se traducía
en un pago anual vitalicio, era directo y sin vueltas, se pagaba de manera inmediata y
automática con la sola presentación del CI y tenía una administración única, las AFPs que
estaban obligadas a garantizar su pago y la rentabilidad de los dividendos procedentes del
dinero de las acciones.
La primera idea del proyecto es que se pasa de 300.000 beneficiarios a 3,5 millones de
propietarios. Es una trampa formal, porque cuando el bonosol terminara su circuito (sesenta
años), por los menos dos millones y medio de bolivianos se hubiesen beneficiado
directamente. Pero bien, el gobierno recupera la primera idea de la anterior gestión, una acción
individualizada para todos con un valor a determinar (alrededor de los 500 dólares). Este es el
punto alto del proyecto, pero…comienzan los peros. Aprobada y promulgada la ley, para
recibir mi acción tengo primero que tocar el timbre, es decir tener mi carnet RIN. No
contentos con el carnet de identidad actual y con haber gastado más de una decena de millones
de dólares en el RUN, ahora se inventan un nuevo sistema, más gastos, más burocracia, más
tiempo de espera. Logrado el RIN, me dan mi acción, pero… debo esperar a la existencia de
un mercado para redimir mi acción, (es decir convertirla en dinero efectivo por una sola vez)
que me pagará la AFP, para ello debe funcionar un mercado de valores que hoy por hoy está
verde. En suma, que habrá que esperar varios meses (sino años) para que el asunto esté en
funcionamiento. A la gente que le interesa la plata contante y sonante ésta historia le suena a
vaga promesa, no solo por un modo de ser, sino por necesidad real, trescientos o quinientos
dólares es plata para cualquiera. El ciudadano tendrá dos caminos para monetizar la acción,
venderla-redimirla (a un precio muy bajo sobre todo en los primeros años) o pedir un
microcrédito. Este podrá ser usado para un emprendimiento empresarial (la mejor opción
deseable), o simplemente como una forma de lograr efectivo dejando la acción en propiedad
de la entidad financiera que otorga el crédito. El otro camino (también deseable) es el ahorro,
pero eso dependerá de la capacidad de generar una conciencia de ahorro hoy por hoy
inexistente, que debe además competir con la extrema pobreza de la gran mayoría. En este
punto hay dos estratos, quienes hoy tienen 55,60 o 65 años (según donde vivan) que pueden
cobrar su bonosol que se llamará bono real (probablemente porque es más chico que el
bonosol) que podrán, previa burocracia ya relatada, cobrar su pensión vitalicia, o quienes no
contamos esa edad y decidimos acrecentar nuestra acción para el futuro, que contempla
incluso la posibilidad de dejarla en herencia. En el primer caso, quienes se llenaron la boca
criticando el supuesto fraude masivo del cobro del bonosol, abren la puerta de otro descalabro
potencial realmente grave con una diferenciación por edades y por región geográfica muy
frágil, dada la imposibilidad de controlar quién nació cuando y donde. En suma, es un
procedimiento que da más vueltas que un perro cuando va a echarse.
El plan abre la posibilidad además para que aquellos que tienen dinero y no necesitan
la acción la donen de manera voluntaria (el señor Presidente abrirá sin duda la lista de los
donantes), lo que permitirá la creación de un fondo que administre o la Iglesia Católica, o
alguna organización de prestigio intachable, para inversión en obras sociales, cuyo efecto
dependerá del monto de las donaciones. La puerta abierta a la modificación del sistema de
regulación de pensiones, de valores, de seguros y por supuesto de capitalización, que puede
permitir que de contrabando y por añadidura pueda pasar cualquier cosa, en una estructura
institucional clave para el funcionamiento del nuevo estado, es otro de los problemas que
afronta este proyecto.
Que me perdonen los inventores de los remiendos del bonosol, pero se trata de un conjunto de
elementos excesivamente complicados, burocráticos, sujetos de fraude como el que criticaban
y demasiado disperso en sus efectos. Los gonicocos han funcionado con virulencia para
provocar un trabajo metódico de cambios de una idea bien concebida, para sustituirla por un
albur plagado de incertidumbres, por eso la analogía con el parto de los montes.
Amparo Ballivián es, a todas luces, una mujer de guerra, de convicciones muy fuertes
y de pasiones que no puede disfrazar su porte austero y cierto grado de sequedad distante en su
trato profesional. Mientras salía de la entrevista me reclamó lo que ella entendía era un mal
uso de mis espacios sin hacer distingos entre información y opinión. Desde su punto de vista,
no es lo mismo esta columna firmada que mis comentarios en pantalla. Traté de explicar, creo
que vanamente, que igual que en un periódico hay un espacio editorial, lo hay en un
informativo de televisión, en ambos medios hay información y opinión. La cara puesta en
pantalla expresando ideas es tanta o más firma que la que uno estampa en una columna o un
artículo impreso.
Es tiempo de entender que el derecho a una línea editorial es parte del libre juego de
las ideas. Doña Amparo Ballivián asume su legitima critica al bonosol sobre un mecanismo ya
aplicado, en cambio, su también legitima defensa del plan de gobierno la hace sobre el
supuesto de algo que aún no se ha puesto en práctica. En ese contexto, estamos en nuestro
derecho de prever posibilidades y diseñar escenarios, como ella en el suyo de imaginar muy
creativamente su pequeño e incierto Volkswagen. Por ahora todo son palabras, no por ello
carentes de valor, pero ciertamente aún en el puro plano de las hipótesis. No sabemos si el
bolivida se pagará el 2000, quizás antes, quizas después. No sabemos si su valor será 400
dólares o 350 o 500, es algo que ni el propio gobierno ha definido. No sabemos si una vez
entregadas las acciones estás servirán como garantía de créditos de 200 dólares, o de 385
como estima la viceministra, o de 400. No sabemos si los bolivianos usarán esas acciones para
lograr créditos o para monetizarlas rápidamente por cualquier vía. No sabemos si en el
momento en que las acciones nos sean entregadas se precipitará una fuerte presión sobre el
mercado o no, y si la plata estará disponible en caso de una demanda masiva de liquidez. Doña
Amparo está en todo su derecho de pintarnos su escenario y nosotros en todo el derecho de
pintar el nuestro. A ella puede parecerle matemática “creativa”, es parte del libre juego de las
ideas.
Mientras tanto, lo más aconsejable es que entienda que su papel es gobernar, el nuestro
informar y opinar. Mientras ambos lo hagamos bien no habrá de qué quejarse. Pero, derecho
democrático obliga, Doña Amparo tiene toda la libertad de creer que nosotros lo estamos
haciendo muy mal. Ella ya sabe lo que nosotros opinamos de cómo lo está haciendo su
gobierno. Eso es lo que tenemos que agradecer hoy y lo que nos diferencia del no tan lejano
pasado dictatorial que Bolivia sufrió por tanto tiempo.
Amparo Ballivián
Le agradezco a don Carlos Mesa que finalmente aceptara debatir sobre el Bonosol y su
alternativa, la Ley de Propiedad y Crédito Popular (PCP), aunque él prefiera hacerlo por
escrito (21/6/98). Le agradezco también los adjetivos que utiliza para referirse a mi persona:
aguerrida, inteligente, de convicciones fuertes, apasionada, austera y seca en lo profesional. Y
le pido me excuse no devolverle las gentilezas, aunque ello no sería muy difícil. Es que en
este tipo de discusiones aplico el principio de referirme a los temas y no a las personas.
Así que voy al grano y empiezo por algo en que coincidimos. Nadie le niega a él, ni a
mí, el derecho de opinar. Por fortuna, y por el sacrificio de muchos bolivianos, vivimos en un
régimen democrático que nos garantiza a ambos ese derecho. Pero como todo derecho
engendra una obligación, el que opina tiene la obligación de sustentar sus opiniones con
argumentos. Y el que emite sus opiniones públicamente tiene la obligación de defenderlas
también públicamente. Supongo que don Carlos admitirá que ambos podemos equivocarnos.
Entonces ¿qué mejor que hacer que conocer las razones que nos llevan a sostener nuestras
opiniones?
opinión e información
Puedo citar otros ejemplos de informaciones falsas difundidas a través de PAT. Que se
eliminaría el gasto funerario. Falso. Véase el artículo 10 (b) de la Ley de PCP. Que las
acciones populares se recibirán cuando las personas cumplan 65 años. Falso. Las acciones
populares se distribuirán a sus beneficiarios, sin importar su edad, en aproximadamente 18
meses, cuando todos los beneficiarios se hayan inscrito en el Registro de Identificación
Nacional creado por la Ley de PCP. Que las acciones populares no se podrán vender antes de
los 55 años. Falso. Se podrán vender en cualquier momento. También se podrán regalar, dar
en garantía, dejar como herencia o transformarse en una anualidad vitalicia a través de una
compañía de seguros (artículo 9 de la Ley de PCP). Que el monto de crédito que se podrá
obtener con la garantía de las acciones será de aproximadamente 200 dólares. Falso. Se podrá
obtener créditos muy cercanos al valor nominal de las acciones, que será de aproximadamente
400 dólares, o montos superiores de acuerdo al mercado y su posible crecimiento de valor en
el futuro.
costo político
Por último, ya que entramos en el debate, espero que ahora sí don Carlos me responda
la pregunta que le hice antes de empezar la transmisión y que él juzgó “muy buena”. PAT
opina que el Bonosol podía pagarse, que no pagarlo tiene un altísimo costo político y que el
gobierno simplemente no quiere pagarlo. Lo que no termino de entender en esta lógica es: ¿si
podía pagarse y no hacerlo tiene un alto costo político, porqué el gobierno no quiere que se
pague? No tiene sentido.
No es que el gobierno no quiera que se pague, es que las AFPs no podían pagarlo con
la cantidad de recursos que disponían. Es indudable que eliminarlo ha implicado un alto costo
político. Pero la obligación del gobierno es gobernar en beneficio de las mayorías, aunque
ello implique un alto costo político. Finalmente, si lo que se quisiera es obtener el mayor
beneficio político, simplemente se hubiera incrementado el monto del Bonosol en tres, cuatro
o cinco veces y que se las entienda el próximo gobierno. Pero eso no es gobernar con
responsabilidad.
Si don Carlos Mesa desea continuar el debate sobre estas medidas, por escrito, por
televisión, o por cualquier otro medio, quedo presta a intercambiar opiniones. Si además,
desea informar al público de manera objetiva, tenga la seguridad que puede contar con mi
colaboración para “establecer la veracidad de las informaciones, identificando claramente
aquellas que no estuviesen confirmadas” (Código de Etica de la Asociación de Periodistas de
La Paz).
Debo comenzar por reconocer que terminé debatiendo con doña Amparo, lo cual es un
triunfo suyo ante el que me inclino. Lamento haberme desbordado en adjetivos sobre su
persona, no porque los retire, sino porque debí adivinar que estoy ante alguien de principios,
que por ello se refiere sólo a temas y no a personas. ¡Viva el profesionalismo!
Tener una coincidencia con doña Amparo es toda una hazaña. Estamos de acuerdo en
lo elemental, el derecho democrático a opinar. En lo que no estoy de acuerdo es que se
empeñe en saltarse varias líneas de mi columna y prescinda de la sustentación de opinión que
he hecho en La Razón el 22/6/97, 1/2/98, 15/2/98 y 24/4/98, en una polémica con Lupe
Andrade en La Razón el 4/2/98, 6/2/98 y 15/2/98 y finalmente en El Deber el 15/2/98; para no
hablar de la cantidad inconmensurable de comentarios en televisión que el gobierno de doña
Amparo transcribe febrilmente palabra por palabra y le permite a ella citarme con una
precisión que es de agradecer. Así que, por favor, me cansé de expresar opinión y dar
argumentos. Que a Ud. le parezcan equivocados, que no esté de acuerdo, que le parezcan
falsos, es otra historia. Por cierto, está en su derecho.
No voy ahora a darle a doña Amparo una clase sobre información y opinión, pero le
ruego que se entere de que la opinión es un derecho no sólo en un medio escrito, sino también
en uno audiovisual, y cuando uno pone la cara y expresa sus puntos de vista (de modo
claramente distinto de la información que hacen los periodistas en notas con imágenes) no
engaña a nadie. Todos saben que Carlos Mesa está opinando, o “editorializando” si prefiere,
así que es bueno terminar con la distorsión de un hecho inequívoco que emana de un derecho
constitucional. Por cierto, la opinión por definición no es objetiva, expresa ideas, juicios de
valor que muchas veces critican algo o lo elogian, lo cual obviamente no es ni puede, ni quiere
ser objetivo, por eso es opinión.
Lo que no tiene sentido es plantear una propuesta llena de parches por el solo hecho de
diferenciarse del anterior gobierno, cuyo rédito político ser verá en el largo plazo. El costo
político electoralmente hablando no corre hoy, sino en las elecciones. La apuesta de su
gobierno es el 2002, está dispuesto a comerse este costo político a cambio de un rédito entre el
2000 y el 2002 con la aplicación de su plan. Es su apuesta. Yo creo que en neto detrimento
de nosotros los ciudadanos dueños de ese dinero. Ud. en la idea de que lo hace bien. Es
nuestro legítimo derecho de discrepar doña Amparo. En cuanto a su desinteresada ayuda
sobre la manera de informar, le agradezco mucho, pero no gracias. Tengo una credibilidad
forjada en 20 años de periodismo serio y profesional. Usted gobierna y nosotros informamos
y opinamos, esa es, hoy por hoy, nuestra tarea, atengámonos a ella.
LR, 26 de junio de 1998
Capítulo XXVI
SILENCIOS Y ABOLLADURAS MENTALES, A PROPÓSITO DE REVOLUCIÓN Y
MODERNIDAD
Juzgar las cosas con una determinada ortodoxia, o con el afán de explicar porqué las
cosas sucedieron como sucedieron en una suerte de justificación ante la historia, corre el
riesgo de perder una dimensión integral y justa de los hechos.
Finalmente, no acabo de comprender por qué Andrés Soliz hace un quiebre tan radical
entre la práctica ajena y la propia. Si sus ideas son tan claras como las que expresa cuando
escribe, ¿que hacía aliado con el gobierno neoliberal y privatista de Banzer?. Y que no me
diga que se salió por los resultados del primer año. Primero, la privatización pura y dura era
parte explicita del plan de gobierno de Banzer antes de agosto del 97 (mucho más “vende
patria” que la de Sánchez de Lozada que vendió el 50 % de las empresas que capitalizó y creó
un fondo para inversión social propiedad de los bolivianos con el otro 50 %, y que aprobó la
revolucionaria ley de participación popular). Segundo, Condepa no se salió del gobierno, la
echaron, así de simple.
No es un problema de silencios. Paz respondió con aciertos y errores a los desafíos del
momento histórico que le tocó vivir, no es un ortodoxo ni un cínico, es un hombre realista que
intentó dar las respuestas que el país necesitaba en cada momento. Mucho de lo que somos
tiene que ver con las decisiones que tomó ese hombre y su partido, lo que no creo es que el
resultado sea un fracaso, creo simplemente que no se trata de que vivamos el tiempo de las
cosas pequeñas, es que somos una cosa pequeña.
Cé Mendizabal
En su columna vertebral del domingo 9, Carlos D. Mesa retruca una crítica de Andrés
Soliz Rada a las actuaciones políticas de Víctor Paz, expuestas en el libro de Eduardo Trigo
O'C’nnor D'Arlach (Conversaciones con Víctor Paz) de reciente aparición.
Lo que sí me compete –y supongo que a cualquier que capee con algún éxito de las
corrientes desinformativas de nuestro tiempo- es señalar algunas falencias en que cae el
director de PAT.
Naturalmente, una respuesta tan compleja a este por qué es inabordable en tan pocas
líneas. Pero en orden de trazar un panorama menos iluso será interesante recordar casos en los
que sin llegar a hablar de “socialismo”, lo que se hizo fracasar –espero que Carlos no pase por
alto esta declinación verbal- fueron proyectos populares que abrían su propio cauce. Noam
Chomsky ha demostrado larga y fehacientemente (La Prensa publicó el 30 de diciembre de
1999 un trabajo suyo sobre la lección que le cupo a Nicaragua por intentar “organizarse”) la
manera en que EEUU, o más bien –con la disculpa a esa gran nación- el complejo militar
industrial que maneja en gran medida el poder y la desinformación en ese país, intervino
decididamente para aplastar procesos de tendencia izquierdista.
Veamos algunos: ¿Es correcto decir, hoy, que el socialismo vietnamita fracasó
estrepitosamente, luego que ese complejo, a nombre de EEUU, devastó el suelo de Vietnam, al
extremo que, ahora, el propio gobierno norteamericano se ha visto en la obligación de
extender ayuda humanitaria? El mismo Chomsky ha documentado la manera en que en Haití
se ha desmontado violentamente organizaciones populares que venían dando un cariz distinto
a ese país. Hoy Haití ha vuelto a la oscura, cómoda y manejable tiniebla de siempre.
Para el caso nicaragüense, hay que recordar, además, la manera en que se financió a la
“Contra”, operación horrenda y confusa que involucró venta de droga, a fin de financiar
recursos para esa guerra de aplastamiento del proceso sandinista. Así, conociendo esos
detalle, ¿diremos que “el socialismo no funcionó porque los modelos los aplican seres
humanos que los hacen dramáticamente reales”? Tenía entendido que esas frases se avenían
más con los maniqueos escritos que produce el doctor Alejandro Mercado, pero...
¿Y qué diremos del Chile de Allende? Es seguro que el examen de estos y otros casos
arrojará particularidades teñidas por el accionar de sus diferentes actores, no precisamente
manojos de virtudes y lucidez; pero a ellas sólo llegaremos si dejamos de lado los
reduccionismos rampantes que ¡hola! Por hoy ya parecieran haber absuelto de culpas al
complejo interventor que maneja en enorme medida al país del norte, y que según el citado
profesor del MIT, oblitera vergonzantemente la información en los medios de comunicación.
La casuística no suele ser buena consejera para intentar explicaciones sobre fenómenos
históricos que sin equívoco alguno fracasaron de modo incuestionable. El desastre del
socialismo, su dramático y vertiginoso naufragio, nos debiera relevar de mayores
consideraciones sobre el hecho en si mismo, otra cosa es que podamos y debamos analizar las
razones que lo explican. Bien vale aquí una disquisición a propósito de la presunción de Cé de
que yo creo que el socialismo y los procesos revolucionarios son intrínsecamente perversos.
Creo que el socialismo fue y es una de las ideologías más importantes del pensamiento
humano y propone una de las utopías más bellas que se puedan imaginar. Pero creo también
que es una ideología que contrastada con la realidad, muestra debilidades entre la propuesta
económica teórica y la naturaleza humana, aspecto que el modelo liberal ha resuelto mejor. En
cuanto a la utopía socialista, me parece muy evidente que la aplicación del socialismo real ha
tenido un costo en vidas humanas que supera toda posibilidad de hacer siquiera una
justificación. Los millones de muertos del estalinismo y el maoísmo, para no hablar de los de
Pol Pot, son un ejemplo abrumador del horror en que se puede convertir una ideología y el
peligro de justificar cualquier precio por las buenas causas.
Con mucho gusto leeré en la breve columna que Cé tiene, cómo documenta y refiere los
motivos de tal fracaso, yo lo vengo haciendo desde hace varios años, sin otra pretensión que la
de escribir seriamente una columna semanal en el periódico, consciente de sus obvias
limitaciones.
Cé Mendizabal
Y bueno, amante de las extravagancias físicas que el común de los mortales llama
deportes, Carlos ahora atiende un lío de pelotas (y campeones: valga y contrapese bien esta
palabrita) con Peñaloza e, imagino, una reyerta de chinos conmigo.
Lo que no dejo de seguir hallando digno de asombro, es la lectura que practica Carlos
no sólo de la historia –a la que no puede dejar de dedicar enormes párrafos que se desvencijan
por su propio peso- sino también de mi modesto escrito, una digresión simple cuya única
pretensión era alertar a nuestro columnista sobre la necesidad de hacer algunas
puntualizaciones tan justas como necesarias a la hora de sacar conclusiones estruendosas.
No creo necesario referirme a la larga exposición que practica Mesa para mencionar
“el desastre del socialismo, su dramático y vertiginoso naufragio”, aunque ahora sí dice que
“otra cosa es que podamos y debamos analizar las causas que lo explican”. Eso y no otra cosa
es lo que pedí cuando Carlos escribió, sin hesitar, que “el proceso nacional revolucionario no
funcionó, como no funcionó el socialismo. Decir que lo que pasa es que fueron mal aplicados
no se sostiene... etc.”.
Para volver a tocar esta idea, sospecho que hay un transfondo general de acuerdo en
torno a esto: la gran mayoría no ignora que el socialismo fracasó en gran medida, acaso
totalmente; sin embargo, es preciso hacer diferencias en torno al fracaso del “socialismo real”
–que Carlos cita cuando habla de la guerra fría; cuando habla de una casuística que, coincido,
sólo arrastra a una discusión bizantina- y lo que muchos países intentaron realizar por cuenta
propia, incluso cuando la batalla de los bloques había llegado a su fin –otra vez, Haití es un
claro ejemplo de esto- ¿Vale la pena entrar en un recuento del que, repito, el profesor
Chomsky ha levantado una admirable como detallada memoria sobre varios países? Del
desconocimiento de esa memoria, del “ninguneo” a que se somete al profesor del
Massachusetts Institute of Technology viene mi queja y mi diferenciación cuando escribí
puntualmente que “sin llegar a hablar de “socialismo”, lo que se hizo fracazar fueron
proyectos populares que abrían su propio cauce”. ¿Absurdo preguntarnos cómo habrían
terminado, no? Sin embargo, en la memoria debe quedar el testimonio de admirable
resultados, varios de ellos (Nicaragua) convalidados nada menos que por instituciones como el
Banco Mundial.
Lo que pedí el domingo pasado y lo vuelvo a pedir hoy, sin volapiés de ser posible, es
que ciertos análisis se doten de un rigor mínimo cuando se hacen menciones cuya pretensión
sea elaborar una historia lo más objetiva posible, crédito que no dejo de otorgarle a Carlos
Mesa; aunque eso, por supuesto, no pasará por decir que "el socialismo propone una de las
utopías más bellas que se puedan imaginar”. Si se me permita la torpeza –y creo que no hay
otro remedio si consideramos por un instante los ríos de sangre ajena- esas concesiones están
perfectamente demás: incluso si se viene “escribiendo seriamente desde varios años”.
A esta altura, la otra tremenda duda que me asalta es que Carlos nuevamente comete un
serio error cuando me rebota un supuesto maniquísmo de que “el socialismo fracasó porque
Estados Unidos lo hizo fracasar”. En mi nota me preocupé de citar al complejo militar
industrial que en los hechos manipula gran parte de los designios del poder en el país del
norte, un tema que desde los cincuenta ha desarrollado y documentado también Noam
Chomsky. Así, citar aunque sea mínimamente a Estados Unidos –y más bien es Carlos quien
lo hace varias veces- como el “gran culpable”, es precisamente el tipo de claroscuro del que
hay que huir. A no ser, claro, que repitamos como el History Channel (que Hitler, Stalin,
Marx y Lenin eran una camada de sicópatas estúpidos), o como The Economist: “Es difícil de
imaginar que cualquiera, fascismo o comunismo, pudieron haber atraído a billones de personas
o a regímenes basados en esas ideas, hoy ampliamente desdeñadas como idiotas y bárbaras, y
que hubieran perdurado tanto”, perlita parafraseada hace poco en “El engaño del siglo” del
doctor Alejandro Mercado (La Prensa, viernes 14 de enero de 2000). ¿Es que de verdad la
desinformación nos desportilló el cerebro?
Alejandro F. Mercado
El debate entre Carlos D. Mesa y Cé Mendizábal sobre la figura del Dr. Víctor Paz
Estenssoro ha cambiado de rumbo y pasó a la arena de las posibles explicaciones del fracaso
del socialismo. Un debate entre dos escritores de tal talla es algo que uno no se puede perder,
así que seguí con verdadero interés los “volapies” de ambos periodistas. Curiosamente en dos
artículos de Cé fui aludido (La Prensa, Enero 16 y 20), lo que me lleva a participar del debate
a través de estas líneas que no son otra cosa que “perlitas” explicativas del “desastre del
socialismo, su dramático y vertiginoso naufragio,...”, para utilizar las palabras de Carlos.
ABOLLADURAS MENTALES
Cé Mendizabal
Su primera alusión a entrar en un debate “con dos escritores de tal talla”, es, por decir
lo menos, una ironía miope: con mi metro con 73, apenas puedo compararme con nuestro
grande Carlos Mesa. Su segundo error es que el debate central –y considerablemente más
sustancioso- es entre Andrés Soliz Rada y Carlos Mesa. Confieso que tercié allí a título de
protestar por la tendencia de Carlos al pleonasmo, cosa que le arrastra a escribir frases que
comienzan tentando el sentido común y terminan irritando la objetividad. Alejandro podría
releer mi artículo donde criticaba eso de que ”los procesos nacionalistas revolucionarios
fracasaron como fracasó el socialismo. Decir que fueron mal aplicados no se sostiene...etc.”
Allí le dije a Carlos que lo único que no se sostiene es explicarse la historia a grandes
parrafadas, y que lo menos que habría que hacer cuando se escribe sobre el tema –es decir, si
seguimos buscando la objetividad- es aludir a los “casos en los que sin llegar a hablar de
‘socialismo’, lo que se hizo fracasar fueron proyectos populares que abrían su propio cauce”.
Permítame una digresión Alejandro, ¿aludir esos hechos (mencioné Nicaragua, pero
sobre todo a Haití), documentados por nuestro admirado Noam Chomsky y publicados en La
Prensa, me pone etiqueta de marxista, socialista, comunista, locoto, ciruelo, o la guinda que
usted quiera? ¿A qué viene esa larga argumentación en torno al “desastre del socialismo, su
dramático y vertiginoso naufragio”(palabritas e Mesa que usted repite regodeándose por...
¿déja vu?), del fracaso agroindustrial de la URSS, y no sé cuántas cosas más? Su entusiasmo
me ha obligado a revisar mi correspondencia, y no, no hallo consultas de Kruschev sobre
progrom alguno. Acierta usted, y aquí le aplaudo, cuando menciona la crítica que siempre ha
dedicado Chomsky a varios brutales regímenes del socialismo real; pero, le confieso, sus
inquisiciones al respecto creo que no podrían responderlas ni el doctor Domic. Le faltó poco a
usted para enrostrarme alguna villanía de la KGB. ¿Es así como lee? ¿No es ésta una feroz
prueba del maniqueísmo que le critiqué con anterioridad?
Un detalle. Andrés Soliz Rada apunta hoy algunas cuestiones muy importantes –y que
ojalá fuesen debidamente aclaradas- para Carlos Mesa. Lo único injusto que veo en ello, es
que Carlos responderá desde la perspectiva del simpatizante que es. Al revés, usted debería
responder como el funcionario que fue durante el gobierno de Sánchez de Lozada.
Cierro: A lo largo de sus artículos, Alejandro, usted ha dado acabada muestra de sus
credenciales. Pero no parece saber nada de las mías. Permítame decirle que me considero un
anarquista de centro –espero que mi licencia literaria no le mueva a penosa risa- en sentido...
chomskiano: un preguntón de autoridades, porque trabajan y ganan para servir. Un pesimista
activo que diría Savater; alguien que si se vislumbra un incendio, trabajará porque sospecha
que los bomberos no existen o, si aparecen, solo es para pisarse las mangueras.
BALANCES EN LA SEMICOLONIA
Sobre esa premisa, estimamos que Brasil, por ejemplo, al mantener en manos del
Estado una “industria industrializadora”, como la del petróleo, es, actualmente, mucho menos
semicolonial que Argentina, que, por obra del “menemismo”, ha perdido sus empresas
estratégicas. Tampoco existen sólo “matices de diferencia” entre Chile, que mantiene el
carácter estatal de su Corporación del Cobre (Codelco) y de su Empresa Nacional del Petróleo
(Enapo), y Bolivia, que ha optado por el fundamentalismo neoliberal. La descentralización, la
participación popular y la reforma educativa no equilibran, en mínima parte, el daño
estructural ocasionado por las “capitalizaciones” y las privatizaciones.
Por tanto, no es correcto afirmar, como hace mi amigo Carlos Mesa (La Prensa, 9-1-
2000), en respuesta a mi artículo “Los Silencios de Paz Estenssoro”. Que “si la premisa
fundamental es dejar de ser una colonia... el país fracasó como fracasó toda América Latina,
sin excepciones, con el modelo que se prefiera...” Si las cosas fueron de ese modo, bastaría
recordar el viejo adagio: “Mal de muchos, consuelo de tontos”, para bajar el telón de nuestras
angustias.
Lo anterior influye para que las perspectivas de Venezuela, Ecuador (sin olvidar sus
actuales conmociones), Colombia y México, que conservan sus empresas petroleras estatales,
sean mejores que las de Bolivia, país que, al haber liquidado YPFB, ha transferido
gratuitamente a las transnacionales 60.000 millones de dólares en reservas de gas y de petróleo
y disminuirá sus ingresos fiscales en 2.400 millones de dólares por la rebaja del impuesto a los
hidrocarburos (del 50 al 18 por ciento). A ello se suma la pérdida de 3.000 millones de
dólares por la privatización de sus refinerías, a cambio de un soporte del FMI al TGN de 35
millones de dólares. Esas cifras constituyen el excedente que podía lograr que Bolivia salga
progresivamente de su situación semicolonial.
Aún hay más. La liquidación de YPFB y la privatización de las refinerías ocasiona que
el barril de petróleo en Nueva York (parte de él importado del Medio Oriente), sea más barato
que en nuestras ciudades. En otras palabras, siendo Bolivia país productor de petróleo ha
perdido totalmente el control de los precios en su propio mercado interno. Antes de las
“capitalizaciones”, sólo YPFB transfería anualmente al TGN 400 millones de dólares. Ahora,
las cinco empresas “capitalizadas” aportan apenas algo más de 100 millones de dólares al año.
Esta asfixia se completa al advertir que el país ha perdido la propiedad de oleoductos y
gasoductos y la posibilidad de obtener beneficios importantes de la venta de gas al Brasil.
Tampoco es totalmente cierto que la “economía abierta sea una realidad más allá de
nuestras mejores ideas”. El economista Aldo Ferrer, entre muchísimos otros, advirtió que “la
actividad que transcurre fuera de la atención de la globalización mediática comprende la
mayor parte del proceso económico... más del 80 por ciento de la producción mundial se
destina a los mercados internos de los países... alrededor de nueve de cada diez de los
trabajadores del mundo producen para los mercados de sus respectivos países. Las inversiones
de las filiales de las corporaciones transnacionales representan actualmente el 4 por ciento de
la formación de capital fijo mundial” (Hechos y Ficciones de la Globalización. Fondo de
Cultura Económica. Buenos Aires-Argentina, 1997, Págs. 28-29-30).
Lo anterior nos lleva a lamentar que la mayoría de los balances periodísticos de fines
de siglo hubieran relegado, en mayor o menor medida, las figuras de Ovando, Montenegro,
Céspedes y Almaraz, para destacar, sin el debido contexto, las de Simón Patiño e, inclusive, la
de Eliahu Kreis, el actual representante del FMI en Bolivia. Resulta también sintomático que
se recuerde a Marcelo Quiroga Santa Cruz sólo por su importante aporte a la reapertura
democrática, pero silenciando su invalorable contribución a la segunda nacionalización del
petróleo.
Con relación a otros dos temas tocados por Carlos Mesa, digamos que no es
completamente correcto afirmar que la privatización “pura y dura” hubiera sido parte explícita
del plan de gobierno de Banzer. Por el contrario, el actual presidente suscribió, en diciembre
de 1996, un compromiso público con Jaime Paz y Carlos Palenque para defender YPFB,
anular el contrato Enron y revisar las “capitalizaciones” (Hoy, 5-12-96). Condepa entró al
gobierno de Banzer después de suscribir un convenio de 14 puntos, en los que se ratificaba esa
línea de acción (Ultima Hora, 7-6-97). El incumplimiento banzerista a esos acuerdos cerró la
única posibilidad que existía para encontrar alternativas viables al “gonismo”. Sobre Condepa
sólo diremos, por ahora, que la muerte del Lic. Palenque causó tal conmoción que impidió
consolidar una dirección política a la altura de los desafíos de la coyuntura, lo que explica en
parte los errores cometidos, pero que son solucionables a futuro.
El primer rasgo para poder evaluar un camino y sus resultados tiene que ver con el
punto de partida, el tamaño de cada nación en función de su espacio geográfico, su población,
sus indicadores de desarrollo humano y sus potencialidades. Valorar el éxito o sus
posibilidades a futuro en una ecuación mecánica sobre la naturaleza de la administración de
los recursos naturales y las “industrias industrializadoras”, es insuficiente y no demuestra
nada. La valoración sobre el éxito de una sociedad se mide en el bienestar de ésta, no en la
calificación -subjetiva- de su grado de dependencia. La razón es muy simple, nada demuestra
que el que un país tenga en poder del estado grandes empresas de producción como petróleo o
minas, garantiza un mejor nivel de vida de su gente o un mayor desarrollo económico que las
que no lo tienen. Bolivia, no lo olvidemos, fue dueña de su petróleo desde 1938 hasta 1996
(con el refuerzo de lo que él llama la segunda nacionalización) y ha sido dueña de sus minas
desde 1952 hasta por lo menos 1986 y los indicadores de desarrollo humano del país en ese
periodo eran tan o más lamentables que los que tiene hoy. Por eso, Andrés sabe que podría
aplicarse el mismo razonamiento para el momento histórico del estatismo que en la gran
mayoría de nuestros países dejó resultados desastrosos.
No puede perderse de vista en este contexto que lo que antes se apreciaba como un
sector parasitario desde el punto de vista de la generación de riquezas, el de los servicios, se ha
convertido en clave. Las telecomunicaciones son un ejemplo de ello. El concepto de industrias
estratégicas ha cambiado radicalmente. El mundo de hoy demuestra que la multiplicación de la
riqueza está cada vez más lejos del control y explotación de materias primas y de la industria
pesada, en favor de la cibernética, las comunicaciones y la información, para no hablar de una
lógica especulativa que está alterando la lógica de las transacciones comerciales y lo que es
más grave, subvirtiendo la ética del trabajo.
Pero quizás el factor más importante para entender el proceso de capitalización es que -
no hay que olvidarlo- es una forma de privatización con diferencias muy grandes con los
procesos del menemismo en Argentina o el fujimorismo en Perú, que supusieron la
enajenación total de los bienes del estado. El caso boliviano es precisamente un ejemplo
concreto de aplicación heterodoxa de los criterios clásicos del liberalismo y está lejos del
concepto de capitalismo salvaje al que Andrés quiere adscribir a la administración Sánchez
de Lozada. La idea de una inversión social con el 50 % de la capitalización,
independientemente del mecanismo escogido (bonosol en este caso), marca una diferencia
conceptual que no puede pasarse por alto y que está a bastante distancia de la privatización a
secas que lleva adelante el gobierno de Banzer. Y mal que le pese, la participación popular, la
descentralización, y la reforma educativa son rasgos centrales de una visión que está muy lejos
del despectivo marbete de neoliberalismo y menos de posiciones antipatrióticas que se le
endilgan desde la trinchera de la denominada izquierda nacional. Me parece que, más allá de
su guerra personal, es un exceso inadmisible comparar a Sánchez de Lozada con García
Meza (la gaiba incluída), Barrientos o Peñaranda.
El otro error central es olvidar que el petróleo en manos bolivianas, o las minas en
manos bolivianas afrontaban varios problemas muy serios. Déficits multimillonarios, altos
costos de producción, ineficiencia y corrupción que alimentaban este círculo perverso (hechas
las excepciones que solo confirman la regla). Adicionalmente y esto fue lo más grave, la
imposibilidad de contar en los últimos años de la administración estatal, con capacidad de
inversión para prospección y explotación en los rangos que permitan un despegue como el que
a todas luces se ha producido después de la capitalización. Uno de los peligros a la hora del
balance, es insistir en que antes éramos dueños de todo y hoy solo recibimos exiguos pagos
vía impuestos. La realidad Andrés, es que el balance entre el volumen producido y los gastos
que esa producción demandaba, o eran largamente desfavorables generando millonarias
pérdidas –las más de las veces- o estaban empatados o, muy pocas veces, generaban una
exigua ganancia. No tiene caso ser dueños de una deuda millonaria, ni argumentar sobre
verdades parciales que buscan descalificar los procesos de privatización.
Ahora bien, a nadie con un mínimo de honestidad intelectual se le puede ocurrir que el
modelo liberal ortodoxo es el ideal para Bolivia. Está claro que el estado tiene
responsabilidades fundamentales, está claro que el proteccionismo ha sido un caballo de
batalla clave para defender grandes economías liberales (caso Japón, Estados Unidos o la
Unión Europea), está claro que se requiere una lógica que combine el imperativo de la
inserción en el mercado mundial (hoy por hoy vía globalización) y el desarrollo del mercado
interno, pero el hecho de que hoy buena parte de la economía este fuera de la globalización, no
quiere decir que una mala orientación no pueda sacarnos del juego. La tarea de las políticas
económicas no es solo resolver el presente, sino estar bien preparado para el futuro. Pretender
que Bolivia puede, sobre los textos de Aldo Ferrer, prescindir de que la economía abierta es
una realidad más allá de nuestras mejores ideas, no deja de ser una hermosa e ingenua
expresión de deseos.
No es cierto que la mayoría de los balances de fin de siglo se haya olvidado a los
personajes que representan la mirada nacional revolucionaria. En la valoración que hicimos en
el libro Bolivia el Milenio hemos considerado entre los personajes del siglo a Ovando,
Montenegro y Céspedes, otros medios también lo han hecho. Lo que me parece
imprescindible a la luz de los hechos ocurridos entre 1982 y el 2000 tanto fuera como dentro
de Bolivia, es terminar con el maniqueísmo entendible en el periodo 1936-1982, pero
necesariamente matizable hoy. La tesis de buenos y malos, nacionalistas y colonialistas, la
lógica de revisionismo histórico que hizo aportes incuestionables a nuestra historiografía, debe
ser puesta hoy también bajo una mirada crítica.
Termino recordando una vez más que Condepa fue echada de la coalición del actual gobierno,
no se retiró por el incumplimiento de los 14 puntos mencionados por Andrés Soliz, quien lo
sabe perfectamente. Mi consejo es que no insista en un tema que desde el punto de vista de los
hechos es indefendible. Será interesante además, conocer una evaluación dentro de algún
tiempo, que explique porqué el liderazgo teórico del condepismo del que Andrés es destacado
representante, fracasó estrepitosamente tras la muerte de Carlos Palenque.
Carlos Mesa ha resuelto cargar al gonismo sobre sus espaldas. (La Prensa,21-1-2000).
Pobres espaldas, Mesa sostiene que el proceso capitalizador “está lejos de posiciones
antipatrióticas”, que es un ejemplo de posiciones heterodoxas frente al liberalismo clásico y,
que, a todas luces, se ha producido un despegue después de la “capitalización”. No dice que el
gonismo, sustentador político e ideológico del neoliberalismo en Bolivia y por ende de la
“Capitalización”, se ha forjado al calor de la riqueza del ex Presidente Gonzalo Sánchez de
Lozada (GSL), paradigma de tráfico de influencias y evasiones impositivas. En mi libro La
Fortuna del Presidente constan, entre otros, los siguientes antecedentes:
- Entre 1961 y 1978, Comibol suscribió con la empresa de GSL tres contratos de
arrendamiento de la mina Porco. En esos 17 años, GSL pagó (en teoría) un alquiler
mensual de 700 dólares y obtuvo una utilidad de 130 mil dólares-mes (datos oficiales
de Comibol). Ese ridículo alquiler no fue pagado, ya que GSL logró su condonación.
Comsur consiguió que COMIBOL subvencionara su consumo de energía eléctrica
durante 38 años. Entre 1979 y 1989, pagó impuestos sólo por el zinc. Así consiguió
explotar la plata y otros minerales en forma gratuita.
- En 1986, GSL y ASL contrataron a Mark Rich para que los asesorara en la compra de
mina Aguilar de la Argentina. Rich era entonces prófugo de la justicia norteamericana
y conocido como el “dragón de la corrupción”.
- En diciembre de 1994, GSL, Jefe de Estado, añadió su firma al Joint Venture suscrito,
en Miami, entre YPFB y Enron. Instruyó a su Canciller (Antonio Araníbar) que hiciera
lo mismo. El convenio era ilegal, ya que Enron no tenía personería jurídica en Bolivia.
Un Presidente sólo puede firmar, en lo externo, Tratados internacionales. Al día
siguiente, consiguió que Víctor Hugo Cárdenas, Presidente en ejercicio, firmara un
Decreto “legalizando”ese Joint Venture (Libro Bolivia, Después de la Capitalización,
de José Luis Roca, de inminente circulación).
Carlos Mesa habla de los “resultados desastrosos” de las empresas estatales. ¿Cómo
no iban a ser desastrosos si Comsur controlaba la administración de Comibol y estaba
interesada en su liquidación? Con YPFB sucedió algo parecido. ¿Acaso el último gerente
general de la entidad durante el gonismo, Arturo Castaños, no se convirtió de inmediato en
representante de Petrobras en Bolivia? Se afirma que ahora los sectores clave de la economía
son las telecomunicaciones, la cibernética y la informática, ya no las materias primas o la
industria pesada. Lo que no se dice es que los países que dieron ese salto tecnológico contaron
previamente con los excedentes de su producción industrial.
Carlos me pide que no insista en hablar de la forma en que Condepa fue echada del
gobierno. No he insistido en este punto. Me limité a admitir que Condepa cometió graves
errores al no haber podido constituir una adecuada dirección política a la muerte del Lic.
Palenque. El Director de PAT, en su nota del periódico La Prensa del 9-1-2000 dice: “El país
fracasó como fracasó toda América Latina sin excepciones con el modelo que se prefiera”. El
21-1-2000, indica en el mismo matutino: “El primer rasgo para poder evaluar un camino y sus
resultados tiene que ver con el punto de partida, el tamaño de cada nación, en función de su
espacio geográfico, su población, sus indicadores de desarrollo humano y sus
potencialidades”. Ambas afirmaciones son antagónicas. Carlos no debería permitir que las
anteojeras gonistas obnubilen su mente.
Andrés Soliz por su parte, me carga el gonismo a las espaldas (“Los silencios de Carlos
Mesa”, La Prensa 30.1.00). No cabe duda de que desde hace varios años he escrito a propósito
de un gobierno, el de Sánchez de Lozada, que desde mi punto de vista llevó adelante un
proyecto en el que se demuestra que es posible conjugar el modelo de economía abierta con
respuestas de inversión social directa, no a partir de una retórica lucha contra la pobreza sino a
través de mecanismos de participación y de recursos que comiencen a hacerlo posible. Estoy
absolutamente convencido de que la participación popular, la descentralización y la reforma
educativa son los pasos más importantes para lograr una sociedad más participativa en la que
el estado asuma su responsabilidad social de manera más justa. En ese contexto, la
capitalización fue un mecanismo que más allá de cualquier consideración de adjetivo, ha
dejado a los bolivianos un fondo de alrededor de mil quinientos millones de dólares cuyo
destino debe ser exclusivamente inversión social.
Es notable como Andrés hace uso de las cifras en una sola dirección cuando se refiere
al crecimiento del país en 1999, olvidando piadosamente los índices de crecimiento de los
países que han mantenido las empresas estatales más importantes en sus manos, o aquellas tan
“brillantemente” privatizadas como Argentina y Perú, cuyos indicadores de crecimiento en
1999 son tan malos o peores que los de Bolivia. Y que por favor no me venga con la historia
de que los otros indicadores (los de bienestar) marcan claras diferencias (Chile o Argentina
por ejemplo) con nuestra paupérrima realidad económica y social. Basta con hacer la misma
comparación en 1952, en 1964, en 1971, en 1982 o en 1985, para ver cómo funcionaba el
modelo estatista en relación a la realidad boliviana, próxima a Mauritania o Uganda hoy, ayer
y antes de ayer. Es que de lo que tenemos que hablar es del “socialismo real” o del
“nacionalismo revolucionario real” y no el teórico que Andrés plantea en el mundo de las
ideas, porque de ese no come ni vive Bolivia.
Andrés no debiera permitir que sus obsesiones, no exentas de cierta patología política,
obnubilen su mente.
LP, 6 de febrero de 2000
ENTRE DESPORTILLADOS Y OBNUBILADOS
José Luis Roca, en su libro Bolivia después de la capitalización, sostiene que existen
sobradas razones para indicar que GSL, al presentar el “Plan de Todos”, estaba jugando con
cartas marcadas. Allí ya figuran las empresas que serían “capitalizadas” (YPFB, ENFE, LAB,
ENTEL, ENDE) a través de contactos previamente establecidos por abogados y agentes
financieros de COMSUR con potenciales inversionistas extranjeros. Por lo menos en el caso
ENRON esa apreciación se halla totalmente confirmada.
Carlos Mesa indica que mi libro La Fortuna del Presidente contiene “datos sesgados”
y “varias presunciones gratuitas”. Es interesante advertir que ese libro (el más vendido en
1997, según Presencia, 21-10-97) nunca fue comentado por escrito por el dinámico director de
PAT ni por ninguno de tantos columnistas filo-gonistas (salvo alguna aisladísima excepción)
que existen en nuestro medio. ¿Por qué no lo hicieron? Sin embargo, no es tarde para señalar
esos supuestos “datos sesgados” y “presunciones gratuitas”, sobre los que, desde hace tres
años, estoy dispuesto a debatir.
Es impresionante la cantidad de neo-gonistas, procedentes de partidos de “izquierda”,
que justifican su inmersión en el neoliberalismo invocando la Participación Popular, la
Descentralización y la Reforma Educativa. Pero, pregunto yo, ¿acaso esas tres medidas (con
sus luces y sombras) no podían ser dictadas sin necesidad de liquidar YPFB o de entregar la
administración de nuestros ferrocarriles a empresas chilenas?
Con relación a los 1.500 millones de dólares emergentes del 50 por ciento de las
acciones de las empresas “capitalizadas”, ¿cómo explica Carlos que los bolivianos hubiéramos
sido despojados de nuestra condición de accionistas para convertirnos en meros beneficiarios?
¿Cómo justificar que los seudo representantes de los bolivianos en los directorios de las
“capitalizadas” (designados por las AFP) cobren dietas que fluctúan entre 500 y 1000 dólares
por cada sesión asistida y que varios de ellos sean representantes en varios directorios
simultáneamente? ¿Cómo admitir que el Sr. Pablo Gotret hubiera pasado de empleado de las
AFP (miembro del directorio de ENTEL, designado por éstas) al cargo de Superintendente de
Pensiones, encargada de fiscalizarlas? El tráfico de influencias y los conflictos de intereses
impulsados por el gonismo han marcado todo el proceso “capitalizador”.
Las “capitalizaciones” convirtieron a Bolivia en una hoja seca sacudida por los
vendavales de las crisis económicas internacionales. No se trata sólo de comparar los
indicadores de Chile y Bolivia, por ejemplo, sino de señalar, objetivamente, que en Chile o
Venezuela el Estado nacional tiene una capacidad de autodeterminación de la cual hemos sido
despojados. Ahora es el Sr. Eliahu Kreiss, del FMI, y los tecnócratas del Banco Mundial los
que fijan nuestras escuálidas metas, similares a las de Uganda y Mauritania. Los venezolanos
acaban de incluir en su Carta Magna el carácter estatal de su industria petrolera. Bolivia, en
cambio, teniendo vigente ese postulado constitucional, ha liquidado hasta los cimientos de su
petrolera estatal.
Hemos logrado un muy buen avance en esta polémica con Andrés Sóliz, finalmente
acepta que la participación popular, la descentralización y la reforma educativa son tres
medidas (con sus luces y sus sombras) con valor en si mismas. Él pregunta si las tres no
podían ser dictadas sin necesidad de liquidar YPFB ni entregar la administración de nuestros
ferrocarriles a empresas chilenas, pero ya es algo coincidir en que las tres medidas
mencionadas son logros netos para el país, que supongo estará de acuerdo, poco tienen que ver
con la concepción brutalmente liberal de la sociedad. Creo que es justo aceptar que estas leyes
y la concepción de Bolivia como una nación multiétnica y pluricultural, no tienen relación
alguna con las viejas ideas tanto oligárquicas como arguedianas.
Debo recordarle a Andrés que cuando se conocieron las condiciones que se les daban a
los petroleros, en particular a la ENRON: el retorno del 18 por ciento, el monopolio de los
gasoductos y el arbitraje en Nueva York, expresé públicamente mi radical oposición a esas
condiciones concesionales absolutamente injustas en la relación contractual entre el Estado y
una empresa en particular, no una sola, sino varias veces a lo largo de la discusión pública que
se abrió sobre el tema. Una cosa es creer en algunas ideas centrales tras la experiencia de la
economía estatista y otra es la estupidez y la complacencia. Uno puede creer conceptualmente
que en el contexto histórico de hoy la economía abierta y la privatización son mecanismos
importantes para la política económica, pero no puede avalar a ojos cerrados cualquier exceso
que se cometa a título de un proceso de privatización. Con relación al avión contratado por la
presidencia, más allá de las razones esgrimidas vinculadas a la seguridad del primer
mandatario, me parece que fue una acción éticamente inadmisible, por la que el ex presidente
tiene que dar explicaciones, lo digo hoy y lo dije en su momento. Igual que no comulgo con
ruedas de molino en este tema, no lo hago con la teoría de que las ideologías funcionan
autónomas de la realidad, como si de lo que se tratase es de una competencia de habilidades
intelectuales y no de la aplicación de las ideologías en la vida real.
Lo anterior demuestra que se construyó una base que no puede calificarse como
neoliberal en el sentido ortodoxo y clásico que tiene la acepción. Los elementos centrales y de
fondo que diferencian ese proyecto del liberalismo a secas, son suficientemente importantes
como para seguir con la repetición de un marbete insuficiente para definir lo que representó.
Por eso no me sorprende el eco que hace Andrés a José Luis Roca en la idea de la “mentalidad
de extranjero” de Sánchez de Lozada, cuando precisamente los ingredientes de aporte de GSL
tienen que ver con el reconocimiento de la otredad, de los valores de las culturas originarias,
con el reconocimiento de la propiedad de las comunidades originarias, la educación bilingüe
que implica una valoración de elementos centrales de nuestras culturas como las diferentes
lenguas, reconocimiento en el poder municipal de las capitanías guaraníes y un largo etcétera
de ejemplos, que de hecho están reflejados en la participación popular y la reforma educativa,
que si algo demuestran es la revalorización de aquello que hace al alma de Bolivia. No es
bueno ceñirse a la anécdota más o menos elocuente y no profundizar en el análisis, que es
bastante más que el mejor o peor acento de Sánchez de Lozada.
El problema Andrés, es que la médula del debate pasa por una concepción, la tuya, que
defiende radicalmente que empresas como YPFB deben quedarse en poder del Estado y la mía
que cree que el proceso e capitalización de YPFB no implica, como tú supones, el
descoyuntamiento de éste. El señor Kreis y sus muchachos del FMI seguirán fijando nuestras
escuálidas metas y lo harían exactamente igual si fuésemos propietarios del 100 por ciento de
YPFB. Tu teoría de la autodeterminación se probó hasta la saciedad, propietarios o no de las
principales empresas productivas de materias primas, fuimos y somos una hoja al viento, no
creerás que tuvimos en 1952, 1956 ó 1960 mayor capacidad de autodeterminación que ahora.
Nuestra dependencia no está referida a la propiedad de una u otra empresa. La prueba está y
estuvo a la vista. La independencia o la dependencia no están vinculadas a frases ni a
declaraciones constitucionales, sino a la realidad de nuestro peso específico como nación en el
mercado y en la política internacional, que ni mejoró ni empeoró en función de la propiedad
de las empresas de minas y de petróleos.
Carlos Mesa cree que logró importantes puntos en nuestro debate porque,
supuestamente, reconocí los logros de la Participación Popular (PP), de la Reforma Educativa
y de la Descentralización. Si esa conclusión fuera válida, la polémica tendría el vuelo de un
pato y me llevaría a atribuirme escuálidos “triunfos” por haber conseguido que Carlos admita
que las concesiones de Gonzalo Sánchez de Lozada (GSL) a la ENRON fueron
“absolutamente injustas” (no fueron injustas sino delincuenciales) y que el “goniavión” fue
una acción “éticamente inadmisible”, pese a que sobre la rebaja de impuestos a COMSUR,
durante el régimen gonista, prefiere silbar mientras mira hacia la luna.
Para que la polémica sea provechosa, es indispensable precisar sus puntos centrales:
Ésta comenzó con mi artículo Los Silencios de Paz Estenssoro (La Prensa, 7-1-00), en el que
coincido con Paz en que Bolivia es un país semicolonial. Sostengo que la política entreguista
del MNR entre 1960-1964, no era el único camino posible para Bolivia, ya que el Gral.
Ovando (1969-1970), demostró que era factible instalar fundiciones de minerales y
nacionalizar el petróleo. Añadí que el Decreto 21060 era necesario, pero que debió ser
coyuntural, a fin de que Bolivia no se someta incondicionalmente a las foráneas políticas de
ajuste estructural.
Mesa respondió que “el país fracasó como fracasó toda América Latina sin
excepciones con el modelo que se prefiera...” (La Prensa,9-1-00). De aquí deduce que
nuestra incapacidad de autodeterminación es igual en 1952, 1964, 1971 ó 1982 (La Prensa, 6-
2-00). Estimo que este razonamiento es mecánico y falso. Es obvio que el país ganó espacios
de autodeterminación en 1952, así lo reconoce Paz con legítimo orgullo. Lo mismo aconteció,
a mi juicio, en 1969, con las fundiciones y la nacionalización de la Gulf. No comprender los
avances y retrocesos en la construcción del Estado nacional implica medir a patriotas y
entreguistas con el mismo rasero.
Según el director de PAT, la “economía abierta es una realidad más allá de nuestras
mejores ideas”. Éste es otro concepto equivocado que no explica el feroz proteccionismo
agrícola de las grandes potencias, el proteccionismo de EE.UU. a las acerías instaladas en su
territorio o el de Francia a su industria automovilística. Tampoco evalúa correctamente el
decisivo papel del Estado en el despegue de Japón, Corea del Sur o Taiwán, la forma en que
China aplica políticas de economía mixta, ni el positivo papel que empresas estatales cumplen
en Chile o Brasil. Carlos puso énfasis (La Prensa,21-1-00) en mostrar los cambios
tecnológicos que dejaron atrás la importancia de las materias primas y de los procesos
industriales. Respondimos que los países que dieron ese salto tecnológico fueron justamente
los que acumularon excedentes provenientes de su industrialización. Mi interlocutor guardó
silencio frente a este argumento.
Mi amigo Carlos utiliza su artillería (verbal) más pesada para ensalzar a GSL por su
reconocimiento a la otredad, a nuestras culturas originarias, a la propiedad de las comunidades
originarias, a la educación bilingüe, al poder municipal, seguido de un largo etcétera, pero se
niega a admitir que estas reformas se dictaron en medio de una brutal expropiación del
excedente económico, vía liquidación de las empresas estratégicas. A las transnacionales les
importa un bledo que nuestra educación sea trilingüe o polilingüe o que reconozcamos o no el
valor de nuestras culturas en tanto el país transfiera gratuitamente a compañías foráneas sus
reservas de gas y petróleo, evaluadas en 60 mil millones de dólares.
Qué diferente sería la PP si el pueblo pudiera debatir sobre el destino de los recursos
generados por la venta del gas al Brasil o de los excedentes de ENTEL, que serán invertidos
en el exterior. Hablando figurativamente, Bolivia es como una persona de cuya vivienda se
llevaron los muebles, el refrigerador, la cocina y el televisor y ahora le permiten “participar”
sobre el destino de la basura de las habitaciones vacías. Por eso sostengo que la PP ha sido
utilizada como cortina de humo para encubrir el saqueo nacional.
Mesa habla de la PROPIEDAD de los bolivianos sobre los 1.500 millones de dólares
provenientes del 50 por ciento de las acciones de las empresas capitalizadas. Al parecer, no se
ha enterado que de acuerdo a la Ley de Propiedad y Crédito Popular (PCP), los ciudadanos no
somos dueños sino “beneficiarios” de esas acciones. Carlos parece ignorar que el país no tiene
control sobre las AFP, ya que el propio Superintendente de Pensiones, Valores y Seguros,
Pablo Gotret, admitió que no tiene capacidad de fiscalización directa sobre las AFP, ya que
debe esperar la información que llega “por el Registro del Mercado de Valores...” (La Razón,
28-1-00).
Lamento que Carlos ignore que las Empresas Capitalizadas han sido ilegalmente
registradas como Sociedades Anónimas (S.A.). No se pueden constituir S.A. en forma
coercitiva y sólo por mandato de la ley, sin conocer expresamente la voluntad de los
interesados. La desinformación de Mesa es explicable por su tendencia a opinar, con tono
pontificio, sobre temas tan diversos como las discrepancias entre anglicanos y católicos en
torno al Deuteronomio, las consecuencias de la senectud de Pinochet en el Mercosur o los
probables resultados del mundial de fútbol del año 2099. El riesgo de los “todólogos” es que
terminen por explicarnos, comparativamente, las tácticas militares de efesios y qaqachacas.
Pese a lo anterior, mi interlocutor utiliza con sospechosa frecuencia la expresión “seamos
serios”.
Nuestra discrepancia central con Carlos radica en que él cree que en Bolivia se ha
producido un despegue después de la capitalización. Ese criterio desemboca,
indefectiblemente, en un conformismo suicida para el país y no se conduele con nuestro
esmirriado crecimiento del 0.85 por ciento en 1999. Mesa, con la soberbia de GSL, dice que
ningún gobernante puede cambiar el destino de los 1.500 millones de dólares en acciones,
cuya propiedad no se sabe exactamente donde fue a parar. En ese contexto, ¿dónde queda la
soberanía popular? Es cierto que GSL amarró la capitalización a tribunales extranjeros, pero
deberíamos avergonzarnos y no ufanarnos por éllo.
No se puede tolerar por más tiempo que en Bolivia no pueda volar ni un helicóptero
(como reconoció mi interlocutor) sin autorización de la Embajada norteamericana, que el Sr.
Kreiss dicte hasta el menú en los almuerzos-trabajo del gabinete presidencial y que un grupo
de extranjeros represente a los bolivianos en los directorios de las empresas capitalizadas.
Rechazar los resultados de la capitalización quiere decir no resignarnos a que los precios del
gas, del kerosén, de la gasolina y del diesel dependan del mercado mundial, pese a que somos
país hidrocarburífero. Si éllo pasa por introducir cambios en nuestras leyes y en los contratos
con las trasnacionales, tengamos el coraje de hacerlo.
La polémica tiene que ver precisamente con las lecciones de la historia y la prueba de
que el extraordinario esfuerzo del 52 fracasó -en la dirección en la que Andrés entiende por
ganar espacio de autodeterminación- está en el inevitable giro de Paz Estenssoro con el 21060
y el ulterior camino hacia la capitalización-privatización de las principales empresas estatales.
Es bueno precisar el eje del debate para discernir claramente los éxitos y los fracasos de la
revolución de 1952. La reforma agraria, el voto universal, la democratización de la educación,
entre otros, son claros logros del estado del 52. Los problemas y desaciertos de las medidas
mencionadas, que como todo tuvieron sus luces y sombras, no cambian un ápice el giro
histórico hacia la modernización que dio Bolivia después de su aplicación. El reconocimiento
de la propiedad de la tierra, el fin de una “democracia” de voto calificado, de las condiciones
excluyentes para la elegibilidad y de la polémica racista sobre la “educación para los
indígenas” del viejo liberalismo, fueron hechos por los que el país terminó un pasado
semifeudal y de apartheid. Pero la nacionalización de las minas fracasó por razones que no
repetiré ya que fueron parte de artículos anteriores en ésta ya aburrida discusión con Andrés.
Ese es el meollo del asunto, el estatismo y el concepto de la propiedad de las grandes empresas
productivas, su desastroso resultado y la imposibilidad de encarar el futuro de inversiones que
requiere su desarrollo, condujeron a la economía abierta como una salida más racional para el
país.
Como Andrés vive en el mundo maniqueo del blanco y el negro, no puede entender
que el concepto de economía abierta está más allá de cualquier deseo nuestro,
independientemente del proteccionismo de las grandes potencias, porque no puede entender
que la economía abierta igual que la economía mixta en el pasado, son opciones (buenas o
malas, ese es otro tema), que implican la posibilidad de variantes más allá de la ortodoxia.
Bolivia dentro de ese contexto, está en la obligación de replantear la idea de que todo esté
librado a las fuerzas del mercado y puede y debe seguir la lógica de las grandes potencias
(que reflejan un inmoral doble discurso), cuando ejercen protección de aquellos sectores de
sus economías que son más vulnerables a la competencia internacional. Debe también
preguntarse si no es necesario impulsar la demanda vía mejores salarios y mayor inversión
pública, para resolver lo que la ortodoxia no ha podido resolver en todos estos años.
En la colección de silencios y silbidos a la Luna de los que tanto habla Andrés, insisto
en que el tema del salto tecnológico ha estado vinculado mucho más al tamaño demográfico y
económico de determinadas naciones y a su consecuente capacidad de acumular excedente de
su industrialización, gracias a determinados mercados internos que les permitieron saltos que
naciones pequeñas como la nuestra no tuvieron. Por eso, Andrés “olvidar” el hecho de que
ciertas condiciones permiten determinados saltos es también una forma de silbar mientras se
mira hacia la Luna. Y en cuanto a Comsur, si quiere respuestas a ese propósito y a la vieja
monserga sobre el “delincuente” Sánchez de Lozada, quizás la próxima edición de La Fortuna
del Presidente tenga la suerte que tiene su polémica conmigo acerca del estatismo, y alguien
haga el eco que le hago yo sobre cuestiones de fondo, que permanentemente trata de distraer
con los centenares de acusaciones (¿o son más?) contra Sánchez de Lozada y su empresa.
El gran problema que tiene esa visión unilateral de las cosas, es que Soliz no acaba de
comprender la importancia de un conjunto de medidas que hacen a la visión esencial de la
sociedad boliviana y a la idea de nación desde el punto de vista de la cultura y de la identidad.
El reconocimiento del otro lamentablemente no está entre sus preocupaciones. Lo único que
interesa en ese cuadriculado mundo en el que se mueve es si las empresas están o no en manos
del estado. Que la educación tenga otro enfoque, que se haga o no inversión social, no
interesa. Lo más notable es que el hecho de que la educación y la salud del país hayan sido un
desastre mientras el estado tuvo en sus manos todas las empresas y todos nuestros recursos, es
absolutamente irrelevante para Andrés, porque si seguimos su particular razonamiento, el
problema de la pobreza, de la mortalidad infantil y de la infraestructura caminera comenzó con
la ley de capitalización.
Cuando una ley asegura que un determinado dinero que nos beneficia a todos los
bolivianos no puede ser usado arbitrariamente, es decir que impide que esa plata vaya a parar a
cualquier lado a título de inversión en desarrollo, resulta que hay que avergonzarse por ello.
Resulta que a don Andrés Soliz el bonosol le parece un disparate (pero claro, eso no es
pontificar), resulta que él afirma que ese dinero debe ir a construir carreteras (pero eso no es
pontificar), resulta que sus opiniones son la verdad y las mías son parte de una actitud
soberbia. Peculiar lógica.
Segundo.- Carlos se engaña a si mismo cuando afirma que, como todólogo (con
exceso de vacuidad y de adrenalina), le va bastante mejor que a los teóricos del nacionalismo.
El repudio a las políticas neoliberales está abanderado por la Iglesia Católica y la desconfianza
en éllas ha alcanzado, inclusive a jerarcas de los organismos internacionales. El propio Sr.
Michel Camdessus, Director Gerente del FMI, ha recomendado tener en cuenta, de manera
simultánea, la “mano invisible del mercado, la mano de la justicia del Estado y la mano
fraterna de la solidaridad” ¿Significa ser dogmático y maniqueo el hablar de solidaridad, de
justicia social y de restituir los espacios de autodeterminación estatal, aplastados en Bolivia?
Tercero.- Mesa dice que el tema “del otro” no se halla en mis prioridades. Olvida que
he definido a Condepa como una “explosión cultural”, basada en la interculturalidad, la unidad
en la diversidad y el respeto a lo diverso. Lo que hice, sin embargo, es plantear que, al mismo
tiempo, Bolivia defienda y recupere los excedentes económicos que sistemáticamente pierde
debido a la opresión semicolonial. Ahí están los libros del Modelo Endógeno y la Conciencia
Enclaustrada para demostrar mi afirmación. Por otra parte, entender la “otredad” no es solo
escribir la palabrita, es, además, una conducta, una actitud y un comportamiento. A propósito,
¿cuántos programas bilingües e indomestizos tiene PAT?
Cuarto.- El Sr. Mesa ha sostenido que mi libro La Fortuna del Presidente contiene
“datos sesgados” y “presunciones gratuitas”. Lo invité a detallar esos datos y esas
presunciones. Me respondió que cada quien escribe lo que le parece, en lo que tiene razón,
aunque debería recordar también la obligación ética de demostrar lo que se afirma.
Sexto.- Carlos Mesa dice que tengo suerte de polemizar con su persona y de tener
alguien (importante como él, desde luego) que se haga eco de mis opiniones sobre Gonzalo
Sánchez de Lozada (GSL). La vacía soberbia de Carlos causa pena y no merece ser
respondida.
Séptimo.- En tres de las cinco respuestas de Carlos a mi persona sólo atina a decir,
una y otra vez, que Condepa fue echada del gobierno de Banzer. ¿Es que su falta de
argumentos de fondo lo lleva a tornarse triplemente reiterativo, después que admití que esa
organización no pudo estructurar una sólida dirección política, capaz de evitar los errores en
que incurrió luego de la muerte del Lic. Carlos Palenque?
De mi lado hice esfuerzos por exponer razones, pero sólo encuentro, como respuesta,
adjetivaciones cada vez más agresivas. En estas condiciones, prometo volver a escribir sobre
el tema cuando sea posible contraponer ideas frente a ideas. Entre tanto, agradezco al Director
de La Prensa, Don Alfonso Canelas, haber dado espacio a mis respuestas a mi amigo Carlos
Mesa.
Supongo que el adjetivo de “todólogo” utilizado por Andrés Soliz buscaba darle fuerza
y claridad a sus conceptos. Andrés muy solícito levanta las piezas y las vuelve a colocar en el
tablero con esmero, el adjetivo mencionado es un excelente elemento conceptual en su
razonamiento, ¡Por favor! Sobre la sopa y sus cucharas de sal, apelando a las imágenes
ilustrativas de Andrés, analicemos el sustento de sus criterios:
Segundo.- Nadie puede discutir que hay críticos del modelo neoliberal más exitosos
que mi interlocutor. Faltaría más. Otra cosa es valorar la naturaleza de esas críticas cómodas,
avaladas por generalidades que no hacen la diferencia entre un modelo neoliberal ortodoxo y
el ensayado en el pasado inmediato que está –insisto- lejos de la ortodoxia y que tiene
ingredientes absolutamente novedosos y comprometidos con el interés de la comunidad, más
allá de las etiquetas fáciles. Andrés, además pasa por alto con una terrible vacuidad mi
absoluto compromiso y fe en una sociedad con justicia social y equidad expresados varias
veces en esta polémica y en muchos de los textos que he escrito. Tengo la certeza de que decir
que el mercado es el mejor ordenador de recursos es si no un disparate, una ingenuidad, lo que
no tiene que ver necesariamente con una visión estatista como la que él tiene. Un Estado
regulador responsable (que no es el caso) puede jugar un papel importante en este nuevo
escenario. Sería interesante analizar –por enésima vez- los resultados de redistribución del
Estado del 52 con casi cuarenta años de vigencia, a la hora de los balances que tanto exige
Andrés al nuevo modelo con apenas cinco años de vigencia (desde la capitalización).
Tercero.- Soliz puede definir Condepa como mejor le parezca, por ejemplo con un par
de frases genéricas que sirvieron para adecuarse al discurso fuertemente teñido de elementos
culturalistas de Palenque. Pero Andrés sabe que ese tema no ha sido motivo serio de sus
preocupaciones intelectuales, encerrado como está en la idea de la defensa de los recursos
naturales y la defensa de las empresas del Estado. La prueba de ello está en la preguntita
sobre los programas indomestizos de PAT. Con la visión anclada en los años cincuenta de
cultura indomestiza, no entiende lo que significa trabajar en una cultura urbana sobre la base
del castellano. La comprensión de la pluralidad no incluye el disfraz con poncho y lluchu mi
querido Andrés, implica la contribución a esa variedad cultural desde el lugar que cada quien
ocupa.
Sexto.- La vacía respuesta del político poco exitoso (¿es un juicio que no merece ser
respondido, Andrés?) cuando trata de descalificar con más adrenalina de la que me atribuye y
una frivolidad evidente, argumentos basados en ideas con sus adjetivos, se parece más a la
soberbia. No fui yo quien ingresó en el lamentable terreno de los adjetivos descalificadores
Andrés.
Séptimo.- Difícilmente se puede ser más reiterativo que Andrés, pero en todo caso,
para quien ha sido parte de un partido político de tan triste tránsito desde el antineoliberalismo
radical a la postura de socio del liberalismo más evidente, me parece francamente
sorprendente la facilidad con la que pasa de un estado a otro sin rubor alguno. Suponía que la
mínima coherencia ideológica de la que Andrés se jacta tanto, lo debió obligar a renunciar a
Condepa en el momento en que ese partido se unió a Banzer.
Lamentablemente Andrés mezcló sus esfuerzos por exponer razones con los adjetivos
de los que tanto se queja. Que pena que se diera cuenta tan tarde de que las ideas que exponía
se habían ahogado en sus adjetivos.
Leí hace algunos días una interesante entrevista en la que un intelectual francés, Pierre
Bourdieu reflexionaba sobre el nuevo estado que “asola” Europa (y el mundo), el estado
neoliberal. La conversación tenía la amarga nostalgia del 68, con la terrible certeza de que la
razonable utopía (¿es dable una utopía razonable?) de la Europa de posguerra fue desmontada
sin misericordia por el frío racionalismo eficientista de los nuevos popes liberales. La relación
intelectual-estado, e intelectual-medios de masas, dice el entrevistado, está instrumentalizada
por la comercialización y la tiranía de los ratings. La autonomía de creación queda aniquilada,
el ámbito de lo intelectual no tiene cabida en los medios de masas, o si la tiene es en “nuestro
horario estelar de las tres de la mañana”. En otras palabras, se ha eliminado la producción
autónoma, que fue uno de los logros más importantes del artista en occidente, desde las obras
a encargo (religiosas en su gran mayoría), hasta las propuestas de vanguardia que generaron su
propio mercado (lo que en definitiva es otra forma de inserción en la economía abierta).
Adicionalmente, Bourdieu dice que el estado, o mejor, la desaparición del estado que
responde a la visión liberal, marca un revés a la cultura, a la educación y a la investigación,
que nunca podrá sustituir por el tamaño del desafío, el mecenazgo.
A estas alturas es muy evidente que se trata de una reflexión de primer mundo, sobre el
supuesto de un estado que cuando lo controlaba todo, cuando planificaba y producía, también
diseñaba políticas de apoyo al arte, la cultura y la ciencia. Ese es un estado que nosotros casi
no conocimos. La dimensión de un estado todopoderoso en un país de extrema pobreza como
el nuestro, fue tan de sobrevivencia como la vida de la mayoría de los ciudadanos. Lo que no
queda muy claro, es si esa visión optimista del pasado resiste el análisis con el estado
poderoso por antonomasia, el del socialismo. Pocas veces en la historia un estado ha
producido mayores engendros que los del denominado “realismo socialista”, no solo por la
absurda uniformización estilística, sino fundamentalmente por la imposición de ideas,
coerción sobre el artista y la represión como método sobre cualquier esfuerzo autónomo de
creación individual o colectivo. En ese contexto, se hace indispensable el matiz. Un “no
estado” (imagen excesiva y anarquista que dista de la realidad del estado liberal) permite la
libertad de creación, pero el sistema abierto puede marginar fácilmente al artista por la vía de
la difusión y la comercialización. Pero un estado “ogro filantrópico” (a decir de Paz), puede
limitar las posibilidades del artista de modo sofocante, o sacarlo de juego vía represión directa.
El estado social demócrata europeo pareció ser el modelo del justo equilibrio, libertad
y fomento de la creación en libertad. El problema es que ese sistema de bienestar terminó por
no resistir en el tiempo, afrontó la posibilidad lisa y llana de la quiebra. Los problemas
demográficos (sobre todo envejecimiento vertiginoso de la población y carga cada vez mayor
de jubilados, frente a un ingreso cada vez menor de trabajadores en activo), invirtió la
pirámide productiva y las posibilidades de la subvención, desde la salud hasta el arte. La
respuesta liberal de los europeos no es necesariamente producto de una simple expresión
ideológica, sino una salida inevitable ante el peligro del colapso del idílico estado a la usanza
nórdica.
El problema a la hora del análisis no es solamente establecer los graves defectos del
nuevo liberalismo, sino explicar las razones que condujeron a esta situación. Analizar el tema,
sea desde la óptica intelectual, sea desde la económica o la política, como si gratuitamente se
hubiese impuesto un modelo destructor de valores e intrínsecamente injusto en muchas cosas,
es olvidar un desarrollo histórico en el que el siglo XX ha sido particularmente instructivo.
Los ensayos del marxismo, del fascismo, de la social democracia en su veta europea, o el
keynesianismo roosveltiano, permiten entender porqué en su agonía esta centuria apuesta al
parcial renacimiento de Smith. El otro mecanismo sesgado es insistir en una crítica al modelo
ortodoxo que ni europeos ni todos los latinoamericanos están aplicando. La ortodoxia liberal
seca no resiste el menor análisis. Las respuestas sensatas cuanto heterodoxas desde el punto de
vista social, sobre todo en naciones próximas a la miseria como la nuestra, son imperativas.
Hace algunos días pude leer el comentario de Carlos Mesa a un diálogo con Pierre
Bourdieu publicado en Lecturas. Lo que sigue no pretende iniciar un improductivo “ping-
pong” de argumentos, sólo quiero expresar una “reacción a la reacción” de Carlos Mesa,
intentando enriquecer el debate, consciente de que sólo se logran buenas ideas cuando se las
discute.
Los “nostálgicos”
Mesa subraya que la entrevista de Bourdieu era una “conversación [que] tenía la
amarga nostalgia del 68”. Esto ubica a Bourdieu dentro de los “peligrosos nostálgicos”
aferrados al pasado socialista fracasado ineludiblemente, y que acuden a la memoria para
mantener vivia su razón de vivir en un mundo frustrado que no pudieron cambiar. Aquí sería
pertinente hacer algunos comentarios.
Bourdieu puede ser atacado por muchos lados, pero difícilmente puede ser ubicado
entre los “nostálgicos de; 68”. Si se trata de criticar a los movimientos socialistas de años
pasados, y al llamado “realismo socialista”, es recomendable leer a Bourdieu para encontrar en
su teoría sociológica elementos que no dejan de cuestionar esas políticas. La “absurda
uniformización estilística” por la “imposición de ideas, coerción sobre el artista y la represión
como método sobre cualquier esfuerzo autónomo de creación individual o colectivo” fue
duramente contestada años atrás por el intelectual francés (mucho antes que se ponga de moda
hablar mal del “socialismo real”). La crítica a la “sociología de izquierda”, “sociología
humanitaria” o peor aún a la teorización althusseriana que construía teoría revolucionaria
sobre cimientos de papel, fue destrozada por argumentos que más bien ubicaban al sociólogo
como aquel que debía desconfiar de lo que se presente como evidente.
Bourdieu jamás se identificó con el movimiento marxista de los 70, nunca tuvo el pelo
largo ni soñó con la Revolución y guardó distancia de toda evidencia fácil que creía que
cambiaría a la historia a la vuelta de la esquina. Acusarlo de “nostálgico” de un pasado
socialista, no es más que una proyección personal de una generación que sí creyó en las
guerrillas, y que se desencantó de tal manera, que buscó la armonía de sus “inquietudes
sociales” y su comodidad de clase, decorando su escritorio con una piedra del muro de Berlín,
como sugiere Sabina.
Otra acusación
Pero aquí surge un problema más complejo con el cual Bourdieu tiene mucho cuidado.
Si la llamada “nostalgia del 68” implica decir que sus argumentos surgen de sus sentimientos,
y que por tanto son poco académicos, se lo estaría acusando de poco científico, y de dejar que
sus impresiones sobre el mundo se apoderen de manera subjetiva de sus opiniones
profesionales.
Ya desde el oficio del sociólogo (1968) el autor intentó diferenciar lo que es el “sentido
común” de los resultados de las investigaciones. Es claro que desde una tarima televisiva es
muy fácil verter opiniones que canalicen nuestros impulsos personales sobre los eventos
sociales, y lo peor es que se los presenta como “la opinión pública” contra la cual no se puede
luchar.
Estado Neoliberal
“Respuestas sensatas”
Otro aspecto que llama la atención del artículo de mesa es la falta de definición de
algunos términos que emplea. Por ejemplo, ¿a qué se refiere cuando habla de “las respuestas
sensatas”? Según él ¿qué es “sensato” y qué no lo es? ¿”Responder con realismo” es lo
“sensato”?
Detrás de dicho discurso se esconde una representación conceptual que justifica una
“salida inevitable” y presenta una “realidad” predefinida con soluciones “sensatas” que se
argumentan con una razón que se pretende “universal”, pero que sólo responde a la lógica del
modelo cultural del propio locutor. Aquellos “insensatos” (es decir, nostálgicos o “marxistas
o terceristas nacionalistas a la latinoamericana”), no tienen cabida en esta perspectiva.
Por otro lado, ¿qué significa “razonar con transparencia y honestidad”? ¿Acaso no es
Bourdieu uno de los principales intelectuales contemporáneos que “explican las razones que
condujeron a esta situación”? Un breve repaso por su obra nos mostraría cómo su
preocupación es comprender cómo, por qué, cuáles son las “razones”, y cuál el “desarrollo
histórico” de la sociedad que hoy tenemos en frente.
1
BOURDIEU Pierre, Capital cultural, escuela y espacio social, Siglo XXI, México D.F., 1997, p. 47
“¿Reflexiones del primer mundo?” No sé si se puede pensar en que existan
“reflexiones” del primer mundo y del tercer mundo. En el campo académico, cuando se habla
de teoría se hace referencia a un nivel de abstracción que puede ser utilizado en todo tiempo y
lugar. Es claro que los conceptos surgen de estudios concretos, pero una vez que se ha
construído un concepto, sea a partir de estudios en Lovaina o Patacamaya, el resultado
académico tiene que ser universal; de lo contrario, no podríamos hablar de un avance en la
ciencia. Se trata de “una invitación a la lectura generadora y a la inducción teórica que,
partiendo de un caso particular bien construido, se generaliza”2
Así, cuando Bourdieu habla del Estado, es claro que hace referencia a una construcción
conceptual que no expresa una situación específica de un lugar o un tiempo, sino una forma de
relación humana, un principio general que se presenta en Bolivia como en China, y la
tendencia de instauración de un “Estado Neoliberal” es una de las realidades precisamente más
“globalizadas” (para quienes les gusta sentirse en la mudialización).
En este sentido, es interesante ver que, si bien Mesa tiene razón al decir: “Es obvio que
Bourdieu no sospecha siquiera lo que es la tarea y la vida de los intelectuales en nuestros
países”, si leemos por ejemplo “Sobre la Televisión”, encontraremos representantes en el país
a los cuales Bourdieu describe con una fidelidad que daría la impresión de que su estudio
empírico lo hizo en nuestro país. Estamos ante el mismo problema, no se trata de constatar si
el autor conoce o no “nuestros países”, sino de analizar los conceptos vertidos y cómo se
presentan en “nuestras” sociedades. Los “tele-star”, aquellos personajes comunes en La Paz o
en París, tienen un comportamiento que nos permite sacar una tipología del modelo de
“intelectual de la tele”. Estamos ante el tratamiento de “problemas globales”, y eso es lo que
interesa a la ciencia social.
Finalmente, a título personal, creo que más peligrosas que las “nostalgias”, son las
aseveraciones que presentan por cierta, verdadera e inevitable una visión que,
autodenominándose “racional”, se ofrece como la indiscutible visión de la realidad.
INTELECTUALES, SIMPLEMENTE
2
Ibid., ps. 56-57
para escribir apetitosos ensayos más o menos fascinantes, pero que no se compadecen con la
naturaleza humana y su frágil modo de aplicar modelos en los hechos, de los que el siglo XX
nos ha dado abundantes y terribles ejemplos.
Ciertamente pretender que los argumentos de Bourdieu surgen de los sentimientos por
una curiosa sinonimía entre nostalgia del 68 y falta de sentido académico, es de la mera
cosecha del estudiante de doctorado de Lovaina, que hace a continuación una serie de
consideraciones a propósito del trabajo científico del admirado sociólogo, absolutamente
innecesarias, en tanto nadie puede dudar del rigor intelectual de su obra.
Las respuestas sensatas mi querido Hugo José son exactamente eso, la responsabilidad
desde el estado ante el desafío de una sociedad. Una respuesta sensata es aceptar el contexto
en el que se vive. Por ejemplo, la aplicación en Bolivia del actual modelo responde al lugar
que ocupamos en el mundo, a la realidad de nuestro pasado histórico, al fracaso del estado del
52, a los resultados desastrosos del capitalismo de estado y a la evidencia de una hegemonía
universal que en el continente tiene un peso específico abrumador. La aplicación de un modelo
con sus ingredientes propios de respuesta a la deuda social y con aportes centrales en la
recuperación del poder popular, es parte de una respuesta sensata más allá de discursos
inflamados o peor, abstrusas consideraciones sociológicas buenas para los gabinetes
universitarios, y sin duda muy útiles para contribuir a la inexcusable e indispensable reflexión,
que irónicamente conducen muchas veces a las respuestas realistas cuando se tiene la
responsabilidad de gobernar.
Nuestro amigo Suárez debiera hacer distingos elementales en un mundo que me sospecho,
mira demasiado en blanco y negro. El tránsito libre de ideas es parte precisamente del
fortalecimiento del debate y no de visiones “indiscutibles” de la realidad. No hay
pensamientos intocables, por muy coherentes que sean desde el punto de vista académico. Mi
consideración por Bourdieu es muy alta, de lo contrario no me hubiese sugerido una reflexión
sobre temas tan importantes que están permanentemente dando vueltas, como parte de la
obligación que nos imponemos de pensar en profundidad sobre nuestra sociedad.
SEÑOR CARLOS MESA, HAY UNA VERDAD QUE UD. NECESITA CONOCER
Al igual que Ud. soy un “laico” interesado en las cosas de Dios. Al igual que Ud. soy
un comunicador social (aunque muy, pero muy lejos de tener su popularidad), que anhela
difundir la verdad, pues sólo la verdad libera al ser humano.
El miércoles en la noche pude escuchar algo del debate con el Pr. Salcedo sobre
asuntos de fe.
Señor Mesa, sostener la verdad a medias por negligencia (por no investigar), por
conveniencia (para mantener el statu quo), o por lástima (de no “traumar” a quienes han vivido
engañados) o por el falso argumento de ir contra nuestra cultura, no honra a Dios y no
beneficia al pueblo si no a quienes están interesados en mantener la ignorancia y el
obscurantismo religioso. Esta fue la postura de la falsa Iglesia Católica en nuestro país
durante cientos de años. Y esta, al parecer, sigue siendo su consigna.
Gracias a Dios, ahora contamos con traducciones de la Biblia en casi todos los idiomas
(incluso en nuestros idiomas nativos). Si esto no hubiese sido posible, en la actualidad quizás
sólo muy pocos intelectuales como Ud., que se interesan por los temas espirituales, tendrían
acceso a leer la Palabra de dios en latín, único idioma en que la Escritura había sido traducido
hasta sólo unas décadas atrás.
Entre los que saben leer, cerca al 80% de los bolivianos son analfabetas funcionales
respecto a la Biblia, incluyendo muchos evangélicos. Conocen que existe la Biblia, pero para
muchos ella sólo es un amuleto; nunca la han leído. Ellos ignoran lo que Dios quiere de cada
ser humano; ignoran que dios quiere una relación personal con la única criatura hecha a Su
imagen y semejanza.
Reconozco la labor social que la Iglesia Católica ha hecho. Esto es bueno, pero no es
lo mejor que se puede hacer por nuestro pueblo. Por mucho tiempo, quienes tenían la
responsabilidad de comunicar el mensaje de Dios (los misioneros católicos: curas y monjas),
se ocuparon de mantener a la gente en ignorancia de la verdad. Se ocuparon, entre otras cosas,
de construir catedrales suntuosas, en las que la presencia de Dios nunca fue manifiesta, pues
Dios no habita en templos hechos por hombres; mucho menos donde se pretende rendirle culto
sustituyéndolo burdamente por ídolos creados por “didáctica” religiosa. Pretender darle una
“manito” a Dios para que a través de las imágenes los nativos entiendan el concepto que los
evangelistas católicos querían transmitirle, ha sido –y sigue siendo- su gran error. Dios es
Dios. Dios es el Creador del ser humano, y como tal sabe como funciona nuestra mente y por
tanto sabe como darse a conocer sin necesidad de “ayudantes”. En el capítulo 1 de Romanos,
versos 21 al 23, el Señor dice que los que cambian la gloria de Dios en imágenes, profesando
ser sabios se hacen necios. Agrega después que como resultado de su necedad, Dios los
entrega a degradación moral. Esto les sucede porque cambian la verdad por la mentira, pues
honran y dan culto a las criaturas antes que al Creador.
Señor Mesa, yo creo que a Ud. le está pasando lo mismo que al joven rico (quitándole
lo de “Joven”) de quien nos cuenta el capítulo 19 del evangelio de San Mateo. A Ud. como a
él le falta “una sola cosa” (no es vender su o sus canales de televisión y darle dinero a los
pobres), es amar a Dios (sólo a Dios) con toda su alma (intelecto, voluntad y emociones) y con
todas sus fuerzas. Cuando Dios sea su prioridad, Sr. Mesa, Ud. podrá experimentar lo que
hasta ahora nunca ha experimentando espiritualmente. Todas sus elucubraciones espirituales
serán coronadas con la verdad. Y no sólo la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento
(Filipenses 4:6,7) inundará su ser, sino que el mismo Dios de paz será su pastor.
Sé que Ud. es uno de los laicos más notables de la Iglesia Católica en Bolivia; uno de
los pocos que se atreve a abordar temas espirituales en público en una época en que la mayoría
considera esto una pérdida de tiempo. Yo estoy seguro que Ud. es un hombre sincero, que sus
convicciones religiosas son genuinas. Puedo advertir que ese ánimo con el que aborda temas,
como el tocado con el Pr. Salcedo, y la pasión con la que defiende lo que Ud. considera una
posición irreductible en los cánones católicos, son una muestra clara de su gran necesidad
interior de tener un encuentro personal con el Señor Jesucristo, el Dios verdadero. Ud. está
muy cerca de descubrir la verdadera verdad (admítame esta frase). En realidad sólo le falta el
“centavo para hacer el peso”. Lo lamentable es que esto era también lo que le faltaba al joven
de la historia de San Mateo. El verso 22 de dicho capítulo nos dice que él “se fue triste,
porque tenía muchas posesiones.” El pequeño gran error de ese joven fue poner a Dios como
segundo, pues primero estaban sus riquezas: Así les ocurre a muchos; antes del verdadero
Dios ponen algo o alguien (a veces son los santos, la virgen María, el Papa, la esposa, los
hijos, la novia, etc.).
Señor Mesa, a Dios no le gusta ser “segundón”; Él no comparte Su gloria con nadie,
como dice Isaías 42:8. El Dios verdadero quiere también ser primero en la vida suya y en la
de todo ser humano. Él, igual que al joven rico, le dice “Ven y sígueme... Búsquelo
sinceramente y seguro lo encontrará. El asevera: “Porque yo sé los pensamientos que tengo
acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que
esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscareis y me
hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.” (Jeremías 29:
Una de las motivaciones mayores que tuve para animarme a hacer un programa de
televisión cuyo tema central fuera la vida espiritual con mi amigo Alberto Salcedo, fue la
certeza (no por obvia menos impactante) de que se trata del tema esencial de nuestras vidas.
La repercusión que “Al Pan Pan y al Vino Vino” ha tenido, confirma cuan importante es para
todos nosotros hablar de Dios. No soy teólogo ni erudito. Por ello, mi idea no es predicar a
Dios ni discutir sobre Él desde la óptica académica, es simplemente poner sobre el tapete mi
visión del tema, mis preocupaciones, mis dudas, las preguntas que me hago permanentemente,
así como ejercitar el derecho a pensar y a elegir que Dios le ha dado al hombre.
Alberto Salcedo igual que Pedro Salces Ruiz, cree que tiene la verdad absoluta y que la
ha encontrado en Cristo a partir de la postura evangélica nacida de la Reforma (expresada en
iglesias históricas y centenares, sino miles de nuevas denominaciones) que rompió
radicalmente lanzas con la iglesia católica. Admiro su fe y la respeto, y en el caso de Alberto
admiro su valor para sentarse una vez a la semana a debatir conmigo a pesar de las fuertes
presiones de dentro y fuera que recibe. Por eso, señor Salces, creo que es indispensable
mantener viva la indagación profunda que hace compatible como dijo muy bien el Papa Juan
Pablo II en su última encíclica, la fe y la razón. El ejercicio del pensamiento, la práctica de la
vida intelectual, no están reñidas con el espíritu y la aproximación a Dios. Por eso, la iglesia
católica corrigiendo el fundamentalismo de su pasado, acepta hoy la evolución como
ingrediente que no contradice la imagen del nacimiento del hombre según el Génesis.
Pedro Salces reconoce y eso lo honra, el trabajo social de la Iglesia, pero olvida su
tarea evangélica de siglos. Se estrella contra el catolicismo que trajo el evangelio de Cristo a
las América y que desarrolló una tarea ímproba en nuestro país a través del extraordinario
trabajo pastoral, por ejemplo, de franciscanos y jesuitas (cuyo punto más alto fueron las
misiones de Mojos y Chiquitos concebidas sobre el modelo ideal agustiniano). Ese trabajo de
más de trescientos años dejó una fértil tierra abonada para la constitución de la fe como parte
integral de la identidad de la sociedad boliviana. La llegada de las primeras misiones
evangelistas en el siglo XIX tuvo como base de su prédica de la palabra, generaciones
anteriores de sacerdotes católicos que hicieron conocer la palabra de Dios a este continente.
Nadie puede negar que la reforma luterana y calvinista hizo un aporte muy importante,
al tomar la Biblia como el texto fundamental y divulgarla a todos los creyentes, la palabra de
Dios que todos los cristianos tienen la obligación de leer, estudiar y conocer. Es cierto que la
iglesia católica fue reticente al acceso directo a ese texto, pero esa situación cambió
radicalmente con el Concilio Vaticano II. Es de la realidad de la iglesia de hoy que hablamos,
no de la intolerancia de la Reforma y la Contrareforma que llevaron a los excesos y al
fanatismo por ambas partes. No es cierto, sin embargo, que curas y monjas mantuvieran a los
fieles en ignorancia de la verdad, transmitían como lo hacen los pastores y sacerdotes de las
diversas iglesias del mundo “su” verdad, la mayoría con la profunda certeza de que la
transmitían de acuerdo a su fe y su paz de conciencia. Cómo vemos nosotros ese trabajo de
acuerdo a nuestra propia fe y conciencia es otro tema. Es frecuente la crítica a las “suntuosas
catedrales” y a las imágenes de Dios padre, Dios hijo y Dios Espíritu Santo, la Virgen y los
santos que inundan los templos católicos en todo el mundo. Las expresiones más bellas del
espíritu creador del hombre en occidente, sobre todo a partir de la edad media y hasta el
neoclasicismo, han sido hechas en homenaje y reverencia a Dios, lo cual no es sino el
testimonio de la importancia capital que tiene para el ser humano. Cada cultura y cada religión
han tratado de honrar a Dios de la mejor manera posible. Los católicos lo hicieron, entre otras
muchas formas, a través del arte. La iglesia católica usó de manera didáctica (palabra
totalmente lícita y válida señor Salces) para aproximar un Dios uno y trino a culturas
politeistas acostumbradas al reflejo de sus divinidades en fenómenos naturales tangibles, o en
imágenes. Ese mismo proceso lo vivió el pueblo judío como lo prueba la decisión de Dios en
Números 21:8 “Yavé dijo a Moisés: “Hazte una serpiente de bronce, ponla sobre un asta, y
cuantos mordidos la miren, sanarán”. Dios lo hizo también de forma didáctica en un momento
en que su pueblo entendía así la certeza en la sanidad ante la plaga de víboras que lo asolaba.
Es tan contundente este pasaje que me exime de mayores comentarios. Prescindir del contexto
histórico y cultural conduce a posiciones radicales que confunden la esencia del mensaje de la
Biblia (que con todo derecho se lee, estudia e interpreta en la iglesia católica como parte
intrínseca de ésta religión) con un recetario de normas muchas de ellas contradictorias entre si,
como lo prueba una lectura seria y profunda del viejo y nuevo testamento.
Yo no pretendo convertir al señor Salces al catolicismo, no pretendo tener la verdad,
intento simplemente expresar mis dudas de conciencia, mis preguntas, hacer conocer las ideas
que me da el texto bíblico y que me ayuda a conocer más a fondo la naturaleza humana, así
como su desesperada necesidad de Dios.
Le agradezco mucho los buenos augurios sobre los diez centavos que me faltan para el peso
que me llevará a la verdad, así como me sorprende su presunción de que todo aquel que duda
está supuestamente atado a las riquezas materiales o a la carencia de una conciencia espiritual
de las cosas. Me congratulo de que usted crea y esté seguro de tener la verdad única y
absoluta. La historia del hombre y la historia de los textos inspirados por Dios y escritos por
diversos pueblos y diversas culturas, demuestran la multiplicidad de verdades que hacen que
hombres y mujeres de los lugares más alejados y más distantes, estén seguros de poseer la
verdad y de saber cual es el Dios verdadero de acuerdo al lugar donde nacieron y al libro
sagrado que les tocó conocer. Es el poder de la fe católica, mormona, judía, musulmana o
budista. Creo que la mejor forma de buscar la verdad es como dijo Cristo (Marcos 25:40) “Y
el Rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más
pequeños, a mi me lo hicisteis”.
Con un cierto toque de ingenuidad alguien creería que el mundo del fin del siglo XX es
radicalmente distinto al mundo del final del siglo X. Tan pero tan distinto, que toda
comparación sobra. Hay sin embargo un punto en común, precisamente el término de un
tiempo cronológico que marca el paso de un milenio a otro. El milenarismo nació en el
mundo medieval y tenía que ver con la presunción, basada en las sagradas escrituras y su
particular interpretación, de que el día del juicio final coincidiría con el término de los mil
años. No ocurrió como todos hemos podido comprobar por simple inspección de la figura,
pero el tema vuelve como un círculo y en el umbral del siglo XXI, resurgen las ideas de la
inminencia del fin de los tiempos y/o el comienzo del reino de 1.000 años de Cristo.
Demás está decir que el calendario gregoriano es arbitrario y su día cero no coincide
con el nacimiento de Cristo, y demás está decir que la historia humana tiene un largo antes del
nacimiento del Salvador y que otros pueblos, el judío por ejemplo, se manejan con otro
calendario, como los amerindios se manejaron con otros calendarios. La medición del tiempo
es una convención inevitablemente arbitraria que, a pesar de los avances tecnológicos y el
desarrollo intelectual no impiden que los hombres de este tiempo tengan los mismos miedos,
las mismas esperanzas y los mismos desbordes que los de la supuestamente oscura edad
media.
Nuestras pulsiones más íntimas han terminado por dominar muchas veces el sentido de
la racionalidad, y han conducido a centenares de miles de seres humanos a plantear hoy las
mismas respuestas que tuvo el hombre primitivo. No se trata solo de la fe, ingrediente esencial
del hombre, se trata de la construcción de mundos cerrados en los que el único sentido de todo
es creer y creer conlleva no solo un Dios (o muchos), sino un conjunto de hechos pre
establecidos e inamovibles que ocurrirán inexorablemente porque “así está escrito”. Desde la
fe, en las últimas décadas se produjeron suicidios colectivos, “viajes” a mundos perfectos que
pasaban por “abandonar nuestras capsulas corporales” y que pasan por prepararse para la gran
venida, que de acuerdo a señales “inequívocas” está a punto de producirse.
Las vueltas y revueltas del “demonio” como argumento para explicar todo lo que no
puedo explicar, o para fetichizar, cayendo exactamente en el argumento que se pretende
descalificar (la idolatría), lleva las cosas al punto del absurdo. Un dios instrumentalizado en un
conjunto de recetas maniqueas, no es un dios creíble. Será posible entender que el trabajo de la
mente, la permanencia de la duda, el miedo, las preguntas incesantes, son una forma quizás
más válida de prepararse para la muerte y aún la vida después de la muerte, que éste histérico
confusionismo de advertencias y amenazas, lecturas del Apocalipsis y sus consiguientes
interpretaciones para todos los gustos en el límite del milenio, que no hace sino demostrar la
fragilidad de la naturaleza humana, a pesar del barniz científico y tecnológico que nos engaña
y nos hace creer que estamos lejos del hombre que atemorizado se vio incapaz de explicar el
origen del fuego.