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Amnesia

…Sí, eso es verdad, solo que está poniendo mal la fecha, hoy es veintitrés de febrero del ochenta y
siete, día del entierro de mi mamá, y usted está poniendo dos mil diecisiete… Miguel Antonio Sánchez
sí es mi papá. Pero, señor juez, la que se murió ayer fue mi mamá. Se lo digo al abogado, al fiscal, a
todo el mundo y no me entienden, y yo me altero y empiezo a romper las cosas porque no me
entienden, ¡por eso me encerraron! Mire, señor juez, ayer yo estaba con mi papá en el hospital,
viendo agonizar a mi mamá, y si él no ha venido a sacarme de aquí, es porque está haciendo las
vueltas del entierro. Nosotros ahorita no tenemos cabeza para estos enredos, yo no sé por qué ni
quién me trajo, lo último que recuerdo es a la enfermera que entró a desconectar a mi mamá y ahora
usted me está haciendo todas estas preguntas que yo no sé responder. Dígame, entonces, cómo yo,
que nunca he tenido un arma en las manos, que apenas voy a cumplir los dieciocho años, que desde
que mi mamá se enfermó no hablo con nadie, dígame cómo iba a darle seis tiros a mi papá, ¡¡a mi
papá!!, y en la casa, cuando los dos estábamos en el hospital. Aquí lo único cierto es el nombre de mi
papá, pero él no está muerto y tampoco tiene ochenta años. Yo no sé de qué prueba del diario me
hablan, ¿para qué iba a tener yo un diario?, ni que fuera una quincieañera. Yo sí tengo un primo que
se llama Edward, pero no es ese señor que está ahí. Mi primo Edward es un niño, tendrá como nueve
o diez años… Ustedes están muy confundidos, aunque esa cédula que me están mostrando tenga mi
nombre y mi foto, no puede ser mía, yo soy menor de edad y puedo probar que no he matado a
nadie. El hombre que ustedes dicen que apareció muerto se llama como mi papá, pero no es mi papá.
Si algo recuerdo bien, es la fiesta que le hicimos para los cincuenta años, y eso fue hace exactamente
tres meses, el veintidós de noviembre del ochenta y seis. En esa fiesta, mi mamá se desmayó y
empezó a botar sangre por la nariz y por la boca, esa es la única sangre que yo he tocado en mi vida, y
a los dos días nos dijeron que tenía cáncer y mi mamá no volvió a la casa, ni yo al colegio. Estos tres
meses enteros, mi papá y yo estuvimos con ella, viéndola irse por pedacitos, viendo cómo se le iba
apagando la voz, cómo se le iban secando los brazos y las piernas mientras el estómago crecía y crecía
a la par de la costra amarilla que le cubrió la piel y le borró hasta la alegría con la que me miraba…
Dígame, entonces, cómo mi papá pasó de tener cincuenta a ochenta años en tres meses, y cómo yo,
estando en el hospital, conseguí un revólver para matarlo. Apuesto a que ninguno de ustedes ha
perdido a su mamá, por eso andan aquí tan tranquilos llenando expedientes con mi nombre,
inventando toda esta historia para comisionar este mes… Yo no tengo nada más que explicar, solo les
digo que, si no me dejan salir ya y yo no llego al entierro de mi mamá, va a haber un muerto entre
nosotros, y no va a ser precisamente mi papá…

El veintidós de febrero de dos mil diecisiete, gracias al oportuno aviso del señor Edward Sánchez, fue
hallado el cuerpo sin vida de Miguel Antonio Sánchez, tío del denunciante, quien presentaba seis
impactos de bala de revólver Smith & Wesson modelo diez, distribuidos entre el cráneo y el tórax. El
cuerpo, todavía tibio, estaba desnudo, en el piso de su habitación, a medio metro del baño y a treinta
y seis centímetros de la cama. Al parecer, mientras Miguel Antonio Sánchez, de ochenta años, se
preparaba para bañarse, fue atacado por su hijo Miguel Ángel Sánchez, de cuarenta y siete años,
quien sufre un severo trastorno de la memoria. Al escuchar el ruido de las balas, Edward Sánchez, que
hacía cuatro días había llegado de vacaciones a la casa, subió corriendo a ver qué pasaba y sorprendió
a su primo Miguel Ángel anotando de prisa en el diario que usaba para recordar cada cosa que hacía:
“acabo de matar a mi papá porque siempre se le olvida la toalla cuando se va a bañar y me hace venir
a buscársela y a mí se me olvida lo que estoy haciendo y luego no me puedo calmar y ya no quiero
pasarle la toalla nunca más”. Edward, al ver esta espeluznante situación, llamó inmediatamente a las
autoridades y denunció la reprochable conducta de su primo… y ahí sigue la carreta del “Q’hubo”…
–¿Y viste la foto, amor? El pendejo del Miguel Ángel quedó asustado y al viejo no le hicieron
photoshop en esas nalgas escurridas ni le taparon esos huecazos que le quedaron en la cabeza, ¡qué
asco!, pero bueno… fue un trabajo magistral.
–Ay, yo no sé, Edward. Eso de matar al viejo para quitarle la casa y el bus, qué tal nos caiga la ruina.
–¿Qué está diciendo?, cállese que yo no le quité nada. Lo que yo le hice fue un favor, el pobre viejo ya
estaba bien enfermo y todavía lidiando con ese desmemoriado…
–Pero ¿usted sí hizo eso bien? ¿Cómo le creyeron que usted no lo mató?
–Es que él fue el que lo mató, no yo. Yo solo puse la música…
–No estoy entendiendo, Edward. Yo no quiero problemas, con que me pase lo de la comida del niño
quedo contenta, yo no quiero plata untada de sangre de difunto.
–Ay, amor, ahora me salió remilgosa… Yo ya le había contado que el viejo le anotaba a mi primo lo
que tenía que hacer en el diario ese, y pues yo solo le escribí que se acordara de pasarle la toalla al
papá a la hora del baño y, eso sí, el Miguel Ángel estuvo toda la mañana con el diario en una mano y
el reloj en la otra, para que no se le pasara la hora ni se le olvidara lo que tenía que hacer. Cuando fue
a llevarle la toalla, yo le dije que si quería aprender a tocar un nuevo instrumento y como a él le gusta
tanto la música, se le olvidó lo de la toalla. Le puse el revólver en sus manos, luego puse las mías
sobre las de él, le pedí que pusiera mucha atención a la marcha del redoblante porque era rápida y
llamé a mi tío para que se asomara, tan pronto el viejo sacó la cabeza, yo le apreté los dedos al Miguel
Ángel y le dije “esa es la primera nota”.
–No quiero oír más, no quiero que un asesino críe a mi hijo.
–Ahora sí es solo su hijo, tan conveniente la perra esta, tanto que jodió por la plata y se la traigo y que
no, que así no. Le estoy diciendo que yo no tuve que hacer nada, créame… El sonido del disparo le
estremeció algo de ese enredo que guarda mi primo en la cabeza y los dedos se le pusieron como
endemoniados, solo pararon hasta vaciar el tambor. Y luego, el pobre tonto me pregunta que si así
estaba bien, que cómo le había salido la melodía.
–Bueno, viéndolo bien, usted tiene razón, Miguel Ángel mató al papá, pero usted si le dio su
empujoncito.
–Lo que hice fue quitarle un problema al viejo y de paso a nosotros. De todas formas, el tío ya se iba a
morir pronto, y quién cree que se tenía que hacer cargo del primo…
–En ese caso, un verraco usted, Edward. Por eso es que es el hombre de esta casa, ojalá el chino
saque esa inteligencia… Pero ¿cómo hizo para que Miguel Ángel se echara la culpa?
–Muy fácil, mi amor, con el diario. Yo le dije venga, Miguel Ángel, anote lo que acaba de hacer,
tremendo asesino, acaba de matar a su papá. Lo demás, usted ya sabe… Señor policía, es una
emergencia, mi primo se enloqueció y acaba de matar a mi tío, yo no he tocado nada, tengo miedo de
que me haga algo, ¡¡vengan rápido!! Y el Miguel Ángel que por qué hay tanta sangre, que quién le
hizo eso al papá, ahí se sentó dizque a limpiarlo cuando llegó el C.T.I y qué más prueba que esa,
alterando la escena del crimen y con el diario abierto… De una se lo llevaron y, claro, yo como buen
ciudadano lo denuncié, y el resto es historia. Ahí están todavía en el juicio, pero como no hay testigos
ni nada en mi contra, lo más probable es que a mi pobre primo lo dejen en la cárcel o en un asilo, en
todo caso, a la casa no lo mandan porque va y mata a otro…

Sí, señor juez. Miguel Antonio Sánchez sí es mi papá, pero él no está muerto, la que se murió ayer fue
mi mamá y usted me tiene que soltar para ir al entierro, mire que yo soy menor de edad y si no me
deja ir, el muerto va a ser otro y no precisamente mi papá…

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