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II.

LA CLASIFICACION DE LOS USUARIOS

Es comparativamente sencillo determinar los costes totales


anuales de una compañía eléctrica, pero en cambio el reparto de
estos costes entre los diferentes usuarios individuales es un
problema realmente complicado. El problema sería incluso insoluble
si no se pudiese clasificar a los usuarios en grupos o categorías,
de modo que los costes totales puedan ser repartidos en una primera
fase entre las diferentes categorías, siguiendo algún criterio
razonable y luego las cantidades correspondientes a cada categoría
repartidas en una segunda fase entre los diferentes usuarios
pertenecientes a cada categoría.

El sistema de clasificación debe agrupar en cada categoría a


todos los usuarios, no solo de una misma gama dimensional, sino con
tendencias características comunes, desde el punto de vista de su
repercusión sobre los costes (El tamaño de los usuarios puede por
sí solo servir a veces para clasificarlos, pero únicamente cuando
las diferencias sean realmente importantes). No cabe duda de que
incluso dentro de una misma categoría las diferencias entre los
usuarios individuales pueden ser muy grandes. Lo único que se puede
pretender es asegurarse de que todos los usuarios o consumidores
incluidos en una misma categoría tengan la probabilidad de acusar
tendencias inherentes semejantes.

Los consumidores de energía eléctrica podrían teóricamente


clasificarse en función de su situación geográfica, pero no
seria un buen sistema, ya que los factores del coste que
dependen simplemente de la situación del lugar de consumo, son
generalmente de menos importancia que los derivados de otros
aspectos como el del tiempo o momento de incidencia de la carga.
El método más práctico de clasificar a los usuarios es en
función de la aplicación que esos dan a la electricidad.

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Las tres principales aplicaciones de la electricidad son la
luz, el calor y la fuerza, pero una subdivisión en estos tres
grupos no sería conveniente. Por ejemplo, la tracción eléctrica y
las máquinas de coser son ejemplos de aplicación de la
electricidad para obtener fuerza, pero sus características de
consumo, sin mencionar ya su diferencia dimensional, son
totalmente distintas en otros aspectos.

No es posible llegar a una clasificación bien definida de


los usuarios sobre la base del tipo de aplicación. Las
condiciones difieren demasiado según las circunstancias locales.
En algunos lugares puede ser útil agrupar ciertas aplicaciones
para formar una categoría mixta, aunque unas aplicaciones puedan
considerarse como "esenciales" y otras como "suntuarios"; por
ejemplo, el alumbrado y la fuerza para usos domésticos. En otros
centros puede ser una buena política el crear grupos especiales
a los cuales se puedan ofrecer unos precios favorables para
estimular una nueva actividad económica (por ejemplo, el bombeo
para el riego) o para mejorar las condiciones del suministro
(incremento del consumo fuera de las horas punta con usuarios
nocturnos). Puede, en ciertas circunstancias, ser aconsejable la
creación de grupos con muy pocos usuarios (por ejemplo, ciertas
industrias pesadas) o incluso con un solo usuario (por ejemplo,
suministro global a otra entidad revendedora de energía).

De poco serviría catalogar todas las posibles aplicaciones


de la energía eléctrica. El punto que debe considerarse, es cómo
mejor puede una determinada compañía de electricidad proceder a la
clasificación de sus abonados. Evidentemente, puesto que a cada
categoría de consumidores se le adjudicará una parte diferente de
los costes, los precios cobrados a sus miembros también serán
distintos, y por consiguiente, es lógico deducir que la
clasificación de los usuarios deberá hacerse de acuerdo con la
variedad de precios que se piensa incluir en la tarifa.

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Existe un principio adoptado casi universalmente por las
compañías eléctricas, un principio que en muchos países incluso
está inserto en la legislación oficial:

“Establece que una vez clasificados los usuarios en las diversas


categorías, a todos los usuarios individuales de una misma
categoría se les deben aplicar los mismos precios. Fuera ya de toda
consideración ética, es evidente que la no aplicación de este
principio por una empresa seria poco político. En el caso de que
ciertos usuarios, dentro de una determinada categoría, presentaran
características propias que racional y lógicamente justificaran el
que se les aplicaran unas precios más bajos que a los demás
usuarios de su categoría, entonces también podría justificarse la
subdivisión de la categoría afectada en dos grupos, claramente
definidos, lo cual permitiría la aplicación de precios distintos.”

Pero realmente no existe alternativa práctica a la


clasificación de los usuarios en función de la estructura de las
tarifas, distribuyendo los costes entre las categorías según sus
tendencias inherentes propias.

Finalmente, hay que reconocer que ningún método de reparto


de costes entre los usuarios puede considerarse como plenamente
ecuánime. Siempre es necesario aceptar alguna formula de
compromiso.

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III. FACTORES QUE INFLUYEN SOBRE EL COSTE

A. Consideraciones generales

Ya explicamos en el capítulo I que los costes que podían


adjudicarse a cada categoría de usuarios y a cada usuario
individual, dentro de su categoría, dependían de la cantidad de
energía suministrada y de la máxima demanda de potencia. Este es el
motivo por el cual un cálculo científico de costes debe
necesariamente analizar los costes en dos o tres componentes. Sin
embargo, seria erróneo pensar que estos dos factores -la cantidad
de energía y la máxima demanda de potencia- son los únicos que
influyen sobre el reparto de los costes. Existen en realidad no
menos de nueve factores principales que determinan el reparto de
los costes entre las diferentes categorías de usuarios y entre los
usuarios individuales en cada categoría. Damos a continuación una
lista de estos nueve factores. Algunos afectan a la componente fija
del coste, otros a la componente variable y otros a ambas
componentes.

1. Cantidad de energía suministrada (en KW-hora)


2. Máxima demanda de potencia (en kilowatios)
3. Factor de carga
4. Factor de diversidad
5. Situación o ubicación
6. Variaciones estacionales de la carga

También puede haber factores secundarios, como por ejemplo,


si el pago de los servicios de enganche corren a cargo de la
empresa o del usuario, la tensión de acometida que puede ser alta o
baja según el tipo de consumidor. Pero estos factores pueden
realmente considerarse como variantes del factor de situación.

Examinaremos ahora, uno por uno, estos nueve factores.

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1. Cantidad de energía suministrada

Partiendo de la definición (dada en el capítulo I) de la


componente variable del coste, resulta evidente que la parte del
coste que debe adjudicarse a un usuario o a una categoría de
usuarios, está directamente influenciada por el número de
kilovatios-hora suministrados. Es no menos evidente que la cantidad
de energía suministrada afectará a la componente variable del coste
y no a la componente fija.

La cantidad de energía que pasa por cualquier punto en una


red de distribución -desde las borneas de los alternadores hasta
las barras de una subestación o incluso hasta los propios
terminales del usuario- se mide, normalmente, utilizando contadores
de kilowatios-hora, aunque se dan casos en que puede ser
simplemente estimada indirectamente si el coste de la medición por
contadores resulta excesivo. Por ejemplo, puede ser de interés
poder valorar las perdidas en un sistema de distribución de una
manera que permita el reparto de estas pérdidas entre las redes de
alta y las redes de baja tensión, tanto para el control de costes
como para el control de pérdidas; pero el grado de exactitud
requerido para efectuar este reparto de las perdidas puede no ser
tan alto como para justificar el coste de medir por contadores la
energía en cada centro o planto de transformación del sistema, en
cuyo caso se hace una estimación, esforzándose por acercarse lo más
posible a la realidad. También se adopta a veces una fórmula basada
en el empleo de un dispositivo llamado "limitador de corriente" que
restringe la demanda máxima de potencia de pequeños usuarios,
permitiendo estimar el consumo de energía partiendo de una potencia
media y de un número supuesto de horas de consumo. Asimismo, en los
casos en que el alumbrado público u otros consumos fijos son
controlados por interruptores horarios, se puede hacer una
estimación bastante exacta del consumo de energía multiplicando la
potencia total instalada por el número de horas de servicio.

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2. M
áxima demanda de potencia

Hemos visto en el capítulo I que la componente fija del


coste está íntimamente relacionada con la máxima demanda de
potencia en kilowatios de un usuario o de una categoría de
usuarios. Es únicamente la componente fija (y tan solo parte de
esta componente) la que está afectada por la máxima demanda; la
componente variable no lo está.

La evaluación de la componente MD de los costes fijos en


proporción directa con la demanda de kilowatios no es realmente
mas que una aproximación conveniente. Hay dos maneras de medir la
demanda máxima -en kilowatios (KW) o en kilovoltios-amperios
(KVA)-, La capacidad y el costo del equipo mecánico de una planta
generadora de potencia dependen de su potencia nominal en
kilowatios; los del equipo eléctrico como las líneas de transporte
o las redes de distribución de la energía, dependen de los
kilovoltios-amperios. La planta y los equipos en ambos casos deben
tener la resistencia y solidez suficiente para hacer frente a la
máxima carga que pueda exigirse de ellos; pero así como la
capacidad en kilowatios de una planta generadora de potencia
apenas se ve afectada por la duración de la demanda, la capacidad
en KVA del equipo eléctrico si es sensible a esta duración. Las
limitaciones que fijan la capacidad nominal de un equipo eléctrico
son principalmente de tipo térmico, lo cual significa que estos
equipos suelen ser capaces de aguantar sobrecargas de corta
duración. Así por ejemplo, si la carga de un usuario tiene una
punta que dura unos segundos (en el caso del arranque de un motor
grande, por ejemplo), no sería justo, al distribuir los costes
fijos, aplicarle la proporcionalidad al valor de punta de esta
potencia que sólo ha durado un instante. También ciertos elementos
mecánicos de la planta generadora, como los motores diesel y las
calderas de vapor, pueden soportar sobrecargas de corta duración.

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Por ésto, es corriente definir la “máxima demanda” para el
cálculo de costes, como la demanda media de kilowatios en periodos
de quince minutos o de media hora, y ésto es lo que miden los
instrumentos destinados a registrar las “máximas demandas” de
potencia. Por añadidura, para evitar la complicación que supondría
la diferenciación entre KW y KVA, se suele considerar en primer
término únicamente la demanda en KW y dejar la evaluación de los
KVA para una fase posterior, en la que se considere el factor de
potencia.

Es corriente medir la demanda máxima en todas las centrales


eléctricas bien sea utilizando watímetros registradores o tomando
lecturas periódicas en instrumentos indicadores; también se suele
medir las máximas demandas de grandes (“grande” y “pequeño” son
naturalmente conceptos relativos y deben ser considerados en
relación con las dimensiones del sistema en su conjunto) plantas
industriales o de suministros globales a empresas revendedoras. El
coste de medir la máxima demanda de los pequeños usuarios
resultaría desproporcionado con los resultados obtenidos, siendo
generalmente preferible estimar estas demandas de forma indirecta.
Además, aparte de lo caro que resultaría esta medición, las
máximas demandas de los usuarios particulares son realmente
demasiado variables e irregulares para ofrecer una base razonable
a la distribución de los costes fijos.

La coincidencia accidental de las demandas de luz y de


cualquier aparato electrodoméstico puede en cualquier momento
provocar subidas excepcionales de la máxima demanda registrada o
indicada en los instrumentos de medida lo que daría lugar a
inevitables conflictos. Como estas puntas de la demanda quedan
normalmente redondeadas al englobar a un gran número de usuarios,
es preferible para la compañía eléctrica aceptarlas sin
preocuparse de medirlas, con lo cual se ahorran el coste de la
instrumentación y al mismo tiempo se evitan muchas y fastidiosas
disputas.

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Se han establecido varias relaciones empíricas entre la
máxima demanda de los usuarios particulares (usos domésticos) y el
tamaño de su vivienda (medido en superficie habitada o en función
del número de habitaciones) o la calidad de la casa (estimada a
base a su valor de tasación para fines fiscales). Pero debemos ser
conscientes y si los precios son fijados con criterios tan
indirectos como puede ser el tamaño de una vivienda o su valor de
tasación fiscal, estos mismos criterios deben aplicarse al
distribuir los costes. Sea para fijar precios o para calcular
costes, estos métodos de estimacion no deben ser considerados mas
que como meros intentos indirectos de hallar un valor aproximado
de la demanda máxima de kilowatios, sin recurrir a su medicion.

3. Factor de carga

En su aceptación más simple, el factor de carga puede ser


definido como la relación entre la carga media y la carga máxima.
El valor de esta relación, que puede expresarse en fracción
decimal o en porcentaje, no puede en ningún caso por supuesto
exceder el valor de 1, ó del 100%.

Si U representa el número de Kwh. suministrados durante un


tiempo de t horas, y si M es la máxima demanda de KW durante ese
periodo de tiempo, entonces tenemos que el:

U
factor de carga = L =
t⋅ M

El tiempo t, puede igual ser un día o una semana, un mes,


un trimestre, según convenga, pero es esencial que los términos U
y M correspondan a un mismo período.

El concepto del factor de carga puede tener varias


aplicaciones. Puede calcularse para todo un sistema de

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distribución, para una determinada categoría de consumidores o
para un usuario individual.

4. Factor de diversidad

Tal vez el más importante y también el más difícil de


determinar de todos los factores involucrados en el cálculo de
coste de la electricidad es el de diversidad. Aunque
conceptualmente no presenta complicación alguna, suele ser difícil
darle un valor exacto; sin embargo, la exactitud de un sistema de
cálculo de coste depende, en una medida muy apreciable, de la
precisión con la cual se consiga estimar estos factores de
diversidad.

La diversidad es un concepto estadístico y, como tal,


depende del mayor o menor número de usuarios o de categorías de
usuarios considerados. Cuanto mayor sea este número, mayor será la
precisión del valor numérico que se le puede atribuir. Quizás la
forma más sencilla de comprender el significado del factor de
diversidad consiste en considerar la llamada “diversidad
topográfica”. La siguiente figura nos muestra una línea de
distribución primaria AC destinada a suministrar energía eléctrica
a un barrio residencial. Varias líneas de distribución secundaria,
tales como AB, se encargan de distribuir la corriente a lo largo
de las calles del barrio, y los diferentes usuarios individuales
tienen sus acometidas en diferentes puntos de estas líneas.

Supongamos que las demandas máximas de los usuarios


suministrados por la lifnea AB sean m1, m2, m3, etc. kilowatios,
que las demandas máximas de las diferentes líneas secundarias sean
M1, M2, M3, etc. kilowatios y que la demanda máxima compuesta o
coincidente para la totalidad del barrio sea M̂ . Para mayor
sencillez ignoraremos las pérdidas; es decir, que suponemos que en
cualquier instante la demanda de potencia en KW en el punto A es

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exactamente igual a la suma de las demandas de todos los usuarios
suministrados por la parte del sistema de distribución alimentado
a través del punto A.

M7

M6

M5

M4

M3

M2 m2 m4 m6

A B
M1
m1 m3 m5 m7

El factor de diversidad puede definirse como la relación


entre la suma de las demandas máximas de todos los usuarios
individuales que forman un grupo y la demanda máxima compuesta o
coincidente del grupo en su conjunto. La figura anterior nos
permite discernir dos fases de diversificación:
a) El factor de diversidad de la distribución secundaria

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M1 + M 2 + ...

b) El factor de diversidad de los usuarios suministrados por


una misma línea de distribución secundaria

m 1 + m 2 + ...
M1

este último puede considerarse como el factor de “diversidad


interno” de un grupo.

Evidentemente, el factor de diversidad no puede tener un


valor inferior a 1, y debe especificarse para un determinado
período de tiempo, ya que las condiciones pueden variar durante el
día, la semana, el mes, el trimestre o el año. También puede
observarse que la diversidad debe ser una función del tiempo de
incidencia de la carga de cada consumidor dentro de un grupo, o de
cada grupo dentro de un sistema. Se desprende, pues, que el factor
de diversidad no puede ser elevado cuando los usuarios tienen
necesariamente un margen restringido de horas de consumo. Por
ejemplo, el alumbrado doméstico tiene un factor de diversidad muy
bajo, pues todos los usuarios necesitan luz, más o menos durante
el mismo tiempo. Las máquinas de lavar y las planchas eléctricas,
en cambio, tienen un factor de diversidad más alto, ya que su
empleo tiene un menor grado de simultaneidad. Si la máxima demanda
de cada consumidor en un mismo grupo se produjese en el mismo
momento, el factor de diversidad alcanzaría su valor mínimo igual
a 1; en cambio, si las máximas demandas de todos los usuarios se
produjesen en momentos distintos, el factor de diversidad
alcanzaría su valor máximo igual a la suma de todas las demandas
máximas de cada uno de los usuarios dividida por la máxima demanda
individual. Desde un punto de vista económico, como veremos más
adelante, se debe aspirar a que el factor de diversidad sea lo más
elevado posible.

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La importancia del factor de diversidad aparece en el
momento de proceder a la distribucíon de la componente MD de los
costes fijos, primero entre las categorías de consumidores y luego
entre los usuarios individuales de cada categoría. Puede
apreciarse considerando el ejemplo de la figura anterior; pues
observamos que únicamente las acometidas a las viviendas
particulares deben dimensionarse en función de la demanda máxima
de los consumidores individuales. El tamaño (y coste) de la línea
de distribución secundaria AB dependerá de M1 y cuanto mayor sea
el factor de diversidad “interno” entre los consumidores
alimentados por esta línea, menor será la parte de los costes MD
que recaiga sobre cada uno de estos consumidores. Asimismo, cuanto
más elevado sea el factor de diversidad intergrupo, menor será el
tamaño y el coste de la subestación, cables, transformadores e
incluso de la central eléctrica que alimente al punto A.

Ya hemos señalado que el factor de diversidad es un


cociente obtenido dividiendo la suma de las componentes de la
demanda (numerador) por una única demanda coincidente
(denominador). Resulta muchas veces difícil precisar los valores
del numerador y del denominador, particularmente cuando se trata
de una categoría de usuaríos, a la vez numerosa y heterogénea,
como por ejemplo, la categoría de usos domésticos. A veces, la
potencia instalada -es decir, la potencia total de los puntos de
luz y de los aparatos electrodomésticos instalados por los
usuarios- está registrada, pero pocas veces puede uno fiarse de la
exactitud de estos datos; tampoco es cosa fácil, conociendo esta
potencia instalada, deducir la demanda máxima, ni en el caso de un
usuario individual ni en el de una categoría de consumidores. En
estos casos, puede ser necesario recurrir a estudios estadísticos,
utilizando muestras de consumidores tomadas al azar y de las
cuales se toman medidas precisas de la demanda de potencia y de
las variaciones de ésta, durante un prolongado período de tiempo.

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Los datos obtenidos de esta forma pueden ser extrapolados a otros
consumidores de “usos domésticos”. Alternativamente, también puede
ser necesario confrontar los resultados obtenidos con los de otras
compañías que trabajan en condiciones semejantes.

Cuando se trata de consumidores industriales, a quienes se


factura la.electricidad consumida, teniendo en cuenta la máxima
demanda registrada en su maximetros, parte del problema que supone
determinar el factor de diversidad interno queda resuelto por la
necesidad de instalar estos maxímetros. Por lo menos el numerador
del cociente se conoce con exactitud. Puede resultar necesario, a
pesar de todo, utilizar un procedimiento estadístico análogo al
descrito en el párrafo anterior, sirviéndose de una muestra de
consumidores industriales, para poder estimar el denominador, o
sea la máxima demanda coincidente de la categoría considerada.

Para concluir el concepto que venimos tratando, supongamos


que la componente MD de los costes fijos del suministro de energía
eléctrica al punto A (figura anterior) sea de F dólares por año y
por KW de demanda máxima. Supongamos también que la asignación
correspondiente a los costes MD para cada línea de distribución
secundaria sea de f dólares por año y por KW de demanda máxima. La
suma de los costes MD asignados a todas las líneas de distribución
secundaria tendrá que ser igual a la totalidad de los costes MD
asignados al barrio residencial en su conjunto, es decir:

f ⋅ M1 + f ⋅ M2 + f ⋅ M3 + ... = F ⋅ M̂

de donde se deduce que:

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n
f ⋅ ∑ Mi = F ⋅ M̂
i =1

f M̂ 1
= =
F ∑ Mi ∑ Mi

f 1
=
F Dint ergrupo

f 1
=
F Di

siendo D1 el factor de diversidad “intergrupo” de las diferentes


líneas de distribución secundarias.

Tenemos, pues, que:

F
f = ;
D1

por consiguiente cuanto mayor sea el valor de D1 (factor de


diversidad intergrupo), menor será “f” (asignación correspondiente
a los costes MD para cada línea de distribución secundaria por año
y por KW de demanda máxima).

5. Situación o ubicación

No cabe duda de que el coste que le supone a una compañia


de electricidad el suministrar energía a un consumidor depende,
hasta cierto punto, de su ubicacion geográfica. Esto es cierto,
tanto respecto a la componente fija como a la componente variable
de este coste. A un consumidor situado cerca de la central le
corresponde, en toda lógica, una menor parte de los costes del
equipo de distribución y de las pérdidas de transporte de la
energía que a un consumidor lejano. Sin embargo, existen dos

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razones, por las cuales las compañías eléctricas, por regla
general y “dentro de ciertos límites”, no toman en consideración
este factor.

La primera razón es que el tener en cuenta sobre una base


científica la ubicación de cada consumidor en el momento de la
facturación, requeriría un trabajo tan complejo que en la práctica
resultaría imposible de realizar.

La segunda razón se deriva del principio que a todo


consumidor de una misma categoría se le debe aplicar los mismos
precios. Este segundo principio, generalmente impuesto por la ley,
no deja margen alguno para ningún tipo de diferenciación entre
usuarios de una misma categoría.

La única forma de tener en cuenta la ubicación de un


consumidor consistiría, pues, en incorporar este factor en las
definiciones empleadas para establecer las diferentes categorías.
Esto es en cierto modo posible en la práctica y de ahi que hayamos
empleado la expresión “dentro de ciertos limites” al afirmar que
las compañías eléctricas no tenían en cuenta la ubícación de sus
abonados.

Existe un tipo de ubicación que sí permite a las compañías


hacer distinciones; pero no se trata de una localización
geográfica, sino de algo diferente que llamaremos “situación
esquemática”.

Por ejemplo, las compañías tienen en cuenta la tensión de


alimentación requerida por el usuario. Sería poco razonable,cargar
a un consumidor que recibe cantidades importantes de energía en
alta tensión parte del coste de los equipos de distribución en
baja y de los centros de transformación, de los cuales no hace
ningún uso; por lo tanto, es no solo posible sino muy razonable
ofrecer la energía eléctrica a estos consumidores a precios más

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ventajosos, ya que el tipo de suministro que piden no requiere ni
la instalación ni el mantenimiento de las costosas redes de
distribución en baja tensión.

Luego, al definir las categorías de consumidores, se puede,


por consiguiente, tener en cuenta su “situación” dentro del
llamado diagrama unifilar (diagrama de las conexiones eléctricas)
del sistema.

Otro tipo de “situación” esquemática puede incorporarse en


las reglamentaciones de compañías eléctricas relativas a los
servicios de enganche. Por ejemplo, puede existir una
reglamentación que estipule que todo usuario cuya acometida se
encuentre a una distancia inferior a x metros (digamos 30 metros)
del punto más próximo de la red existente no tendrá que abonar
nada en concepto de enganche. Sí la distancia es mayor, tendrá
que abonar una cantidad correspondiente al coste del suplemento
de línea que necesita para poder enganchar. Esto equivale a
establecer una distinción en el trato aplicado a los
consumidores, en función de la ubicación de sus puntos de
acometida. Asimismo, los consumidores o grupos de consumidores
que estén dispuestos a cubrir, en parte o en su totalidad, el
coste de los equipos, cables, transformadores, etc., que la
compañía tenga que instalar para poderles suministrar la energía
deberían lógicamente ser bonificados en el momento de asignarles
su parte de los costes, en una cuantía equivalente a su
contribución, a dichos costes; en la práctica esto tendría el
mismo efecto para la compañía que el haber aproximado su punto de
consumo a la fuente del suministro.

Se dan, sin embargo, circunstancias en las que se puede tomar


en consideración incluso la ubicación geográfica del usuario.
Cuando se trata de llevar la corriente a un usuario aislado o a un
pequeño grupo de usuarios situados lejos de cualquier punto de la
red de distribución existente y cuando, considerando el coste de

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tender una nueva línea de alimentación, el suministro a estos
nuevos usuarios, aplicándoles la tarifa normal, no sería rentable
para la compania, ésta puede hacer valer su derecho a que los
usuarios le garanticen un beneficio mínimo, mediante la aplicación
de una tarifa especial, hasta tanto la línea nueva resulte
rentable al ir aumentando su servicio con la incorporacion de
nuevos abonados.

Asímismo, cuando se suministra la energía eléctrica a un


barrio periférico o a una zona rural desde un sistema de
distribución metropolitano o nacional, puede estar justificado,
tanto en el cálculo de costes como en el estudio del sistema de
tarificación, el aplicar a todos los usuarios de esos barrios o
zonas, modalidades de pago distintas a las que se aplican a los
demás. Estas modalidades de pago pueden diferenciarse de las
normales por la inclusión de un recargo equivalente a un cierto
porcentaje del precio base o por la aplicación de una tarifa
especial, únicamente válida para los usuarios de esos barrios o
zonas rurales. Pero estos casos son en realidad ejemplos que
muestran diferentes formas en que los usuarios pueden ser
clasificados.

Lo que está claro es que, dentro de una determinada categoría


que puede corresponder a una cierta zona de distribución, el único
tipo de ubicación que puede tenerse en cuenta, es la que hemos
llamado situación esquemática, o sea, la situación en el diagrama
de conexiones eléctricas, interviniendo, la tensión de
alimentación, el pago de los gastos de enganche y la participación
por parte de los usuarios en el coste de les equipos de
distribución adicionales que el suministro pueda requerir.

Estos últimos casos que hemos examinado, como el de la


garantía de beneficio mínimo exigido por la compañía y el de las
tarifas o modalidades de pago especiales aplicadas a barrios o
zonas remotas, las hemos mencionado aquí, para destacar la

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necesidad de cargar a los usuarios afectados la totalidad de los
costes de los equipos adicionales instalados en su exclusivo
beneficio o los costes netos cuando hayan contribuido los
usuarios.

Finalmente, se dan casos en los que interesa estimular el


desarrollo de una zona en particular (por ejemplo, de un nuevo
parque industrial). Aquí es admisible asignar a los usuarios de
dicha zona los costes derivados de las nuevas líneas de
alimentación y subestaciones instaladas para darles corriente,
pero, en cambio, eximirles de toda participación en los costes
del sistema general existente. Esto conduce necesariamente a
establecer tarifas especiales adecuadas a cada caso.

6. Variaciones estacionales de la carga

Es frecuente observar una marcada influencia estacional


sobre ciertas categorías de consumo. Esta puede traducirse en
variaciones de la demanda, como en el caso típico del aumento del
consumo de los aparatos de calefacción durante los meses de
invierno (influencia sobre los costos fijos); o puede también
aparecer en la duración del consumo como en el caso del alumbrado
eléctrico que, como es natural, dura más horas en invierno que en
veranos El consumo industrial suele ser prácticamente independiente
de las estaciones, aunque ciertas industrias, en especial aquéllas
que están directamente relacionadas con las cosechas de uno u otro
producto agrícola, si acusan la influencia de los cambios de
estaciones.

Además de sus efectos sobre el consumo, las estaciones


también pueden influir sobre las condiciones de suministro. Por
ejemplo, puede darse el caso de que en las estaciones lluviosas,
toda o casi toda la energía pueda ser producida por las centrales
hidroeléctricas, mientras que, por el contrario, buena parte si no
toda la energía suministrada en las estaciones secas tenga que

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proceder de las centrales térmicas (las cuales son más
caras)(Influencia sobre los costos variables).

Observamos, pues, que las estaciones pueden influenciar


tanto a los costos fijos como a los variables y por lo tanto,
influir sobre las partes de estos costos asignadas a las
diferentes categorías de consumidores. Para actuar en toda lógica,
sería deseable analizar mensualmente el coste del suministro y la
distribución de este coste; pero si este análisis se hace cada
mes, lo logico sería fijar la tarifa de precios también
mensualmente, modificándola a lo largo del año. Evidentemente, el
trabajo que esto supondría sería enorme e irrealizable; en la
práctica, muchas compañías eléctricas ignoran las variaciones
estacionales y se contentan con obtener valores medios
considerando el año en su totalidad; las hay, sin embargo, que sí
introducen variaciones estacionales en sus tarifas, y para no
hacerlo a ciegas no les queda mas remedio que proceder al análisis
del costo para cada una de las estaciones del año. Esto puede
hacerse trimestral o semestralmente; el análisis mensual no se
justifica en condiciones normales.

La mayoría de las compañías eléctricas pequeñas o medianas


no suelen considerar las variaciones estacionales por separado; el
año se estudia en su conjunto, teniendo en cuenta los valores
medios anuales de las variaciones estacionales, tanto en lo que
afecta al consumo como al suministro.

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IV. PROBLEMAS DE LA ESTRUCTURACION DE TARIFAS

A. Los dos propósitos de las tarifas

Una tarifa de precios de venta de la energía eléctrica


sirve dos propósitos:

a) Recaudar los fondos necesarios para cubrir, o por menos,


contribuir a cubrir los gastos de explotación de la empresa;

b) Servir de instrumento para la puesta en práctica de una


determinada política de precios.

La proporción representada por los ingresos procedentes de


los consumidores sobre el total de la venta puede variar
notablemente entre una compañía y otra. En términos generales, la
política de precios de las compañías puede hacerse en los tres
principios rectores siguientes:

a) Economía auto-suficiente. Las tarifas pueden


estructurarse con la idea de recaudar los fondos estrictamente
necesarios para que la empresa pueda cubrir sus gastos, ni más ni
menos. Evidentemente, como es imposible conseguir todos los años
un balance de ingresos y de gastos perfectamente equilibrado,
será preciso prever un pequeño margen de beneficios, en las
épocas-favorables, para cubrir las inevitables perdidas de los
tiempos peores; algún tipo de fondo de compensación será
indispensable para mantener la empresa a flote de año en año y
poder presentar al cabo del tiempo un balance sin beneficios,
pero también sin pérdidas apreciables.

b) Economía subvencionada. Cuando se considere que el


público servido por una empresa de electricidad no está en
condiciones económicas que le permitan abonar por los servicios
recibidos la cantidad necesaria para que la empresa pueda

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desenvolverse por si sola, y cuando estos servicios sean
considerados como de importancia suficiente bien sea desde el
punto de vista de la elevación del nivel de vida que implican bien
como medio indirecto de obtener unos beneficios económicos de
naturaleza distinta (por ejemplo, cuando dichos servicios pueden
contribuir a elevar la productividad industrial de una zona),
entonces es factible estructurar deliberadamente una tarifa de
precios a sabiendas de que la recaudación que se obtenga permitirá
cubrir solamente una pequeña parte de los gastos de explotación de
la empresa; en este caso, el déficit deberá enjugarse mediante una
subvención.

c) Economía rentable. Finalmente, una tarifa puede


estructurarse con la idea no solo de cubrir gastos sino de
obtener un beneficio que pueda dedicarse a otros fines, tales
como la remuneración de los accionistas o la creación de un fondo
de ayuda social.

Incluso en el caso de las empresas económicamente auto-suficientes


existe una gran latitud en la forma de definir la renta
considerada necesaria para mantener la empresa a flote. Pueden
estimarse suficientes unos ingresos que permitan pagar el
combustible, los materiales, los salarios y sueldos y otros gastos
indispensables para asegurar el funcionamiento de la empresa,
incluyendo los intereses del capital prestado a la empresa y los
gastos de amortización del activo. Pero también puede considerarse
con razón que, además de estos gastos, los ingresos deben permitir
reunir, en parte, o en su totalidad, el capital necesario para
financiar el crecimiento de la empresa. Esta diversidad en las
políticas de precios adoptadas por las empresas eléctricas será
examinada con mayor detalle más adelante, pero lo dicho nos
permite comprender que, si los precios de la electricidad han de
fijarse sobre una base racional, es preciso ante todo decidir con
cierta aproximación el volumen de la recaudación que se pretende
obtener de los consumidores.

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No es ésta la ocasión para discutir los méritos o los valores
éticos de estas diferentes políticas; bastará aquí con afirmar que
los ejemp1os de unas y otras abundan en todas las partes del
mundo. Las grandes compañías y monopolios estatales aplican con
frecuencia políticas basadas en la auto-suficiencia e incluso en
la economía subvencionada. Por otra parte, la electrificación
rural es un servicio que muchas veces debe realizarse con perdidas
que habrán de enjugarse mediante una subvención -obtenida de algún
organismo ajeno a la empresa- o a costa de una parte de los
beneficios realizados por la misma compañía en sus servicios
urbanos. La política de subvención se adopta, algunas veces,
cuando se piensa que la elevación del nivel de vida lograda
gracias a este servicio es de por sí un objetivo suficiente, o
cuando el estímulo que supone para la promoción de las industrias
agrícolas tiene para la economía del país un valor que excede la
cuantía del subsidio otorgado. Este caso no suele darse mas que en
empresas estatales, en las que los resultados de su gestión son
examinados con criterio nacional.

Cuando una compañía eléctrica es de reciente creación, puede ser


necesario concederlo una subvención temporal durante un periodo de
uno o dos años, para dar tiempo a que la demanda de energía vaya
creciendo hasta alcanzar un nivel que permita a la compañía
defenderse por sí sola. Esto no es realmente un caso de “subsidio”
si las pérdidas iniciales son eventualmente recuperadas; se trata
simplemente de un caso de auto-suficiencia o de rentabilidad
retardada.

Dentro del marco de estas tres grandes líneas de la política de


precios, existen por supuesto amplias posibilidades de ajuste
interno. Por ejemplo, dentro de una misma empresa puede resultar
conveniente cargar sobre una determinada categoría de consumidores
una parte de los costes superior a la que le corresponde de
acuerdo con el cálculo de costes, utilizando el exceso de la

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recaudación así obtenida para subvencionar a otra categoría de
consumidores que, por los motivos que sean, no está en condiciones
de abonar la cantidad que lógicamente le correspondería pagar para
cubrir el coste de la electricidad que le es suministrada. La
empresa en su conjunto puede continuar funcionando sobre una base
de auto-suficiencia, y esta “subvención interna” puede además
(según algunos) beneficiar a todos los consumidores, incluso a
quienes a primera vista están pagando más de lo que le
corresponde. Como veremos, esto es una realidad: en ciertos países
cualquier forma de subvención interna es rechazada por principio;
sin embargo, es una fórmula de aplicación muy extendida en otros
países, no ya sólo dentro de una misma empresa sino también en el
seno de grupos de empresas públicas dirigidas por una entidad
multifacética (como puede ser un ayuntamiento), cuya
responsabilidad se extiende al suministro no sólo de energía
eléctrica, sino también de gas, agua, transportes y otros
servicios dentro de su zona de actividad. Ocurre con frecuencia
que uno de estos servicios sea necesariamente deficitario, si se
quiere mantener sus precios dentro de límites razonables. La
entidad se halla entonces ante la obligación de elegir entre
cancelar este servicio deficitario o cubrir sus pérdidas con los
beneficios obtenidos de una o varias de sus otras actividades.

Esta última opción suele ser la que mejor sirve los intereses del
público en general. Así pues, sobre una base de auto-suficiencia
está en la práctica subvencionando parte de sus servicios en los
beneficios que obtiene por otro lado.

La subvención interna no significa necesariamente que el


suministro a una categoría de consumidores tenga que ser
deficitario. Puede ser simplemente que en la distribución de los
costes fijos resulte beneficiada una categoría de consumidores en
relación con las otras. Pero, mientras ningún consumidor reciba el
suministro a un precio inferior a la componente variable del coste
(lo cual supondría efectivamente una pérdida absoluta), existe un

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amplio margen en el que pueden ajustarse las asignaciones
correspondientes a los costes fijos.

Independientemente de la política aplicada, la tarifa de


precios debe servir un propósito más amplio y más sutil que la
simple recaudación de fondos. Puede, si está bien estructurada,
proporcionar un instrumento poderoso para conseguir llevar a la
práctica otros cometidos de la empresa. Una determinada tarifa
podría en cierta medida considerarse satisfactoria desde el punto
de vista de la política de la empresa en la medida en que
garantice una recaudación suficiente; sin embargo, examinada con
una perspectiva más amplia, dejará mucho que desear si no
contribuye a estimular el crecimiento de la empresa y el mayor
aprovechamiento de su potencial energético, de su mano de obra y
del capital invertido. La tarifa ideal debe estructurarse pues con
la idea de alcanzar estos objetivos, lo mismo que la política
fiscal de un gobierno debe aspirar al desarrollo de la economía
nacional. Por regla general, los costes por unidad de potencia, o
de energía, de una compañía eléctrica, tienden a disminuir en la
misma medida en que la compañía se amplía. Se trata de ese factor
“dimensional”, al que ya nos hemos referido, y explica por qué el
crecimiento de la compañía puede ser beneficioso, tanto a los
consumidores como a la propia empresa. Un mayor consumo de energía
eléctrica conduce, además, al desarrollo de la economía en su
conjunto y a la elevación del nivel de vida. Sin embargo, el
estímulo al crecimiento no es más que uno de los resultados
beneficiosos que pueden obtenerse merced a una utilización
juiciosa de las tarifas como medio de impulsar el desarrollo de la
compañía.

El coste de un kilowatio-hora puede ser muy distinto del


coste de otro kilowatio-hora, incluso procedentes ambos de una
misma fuente de energía, y (como veremos más adelante) la tarifa
puede utilizarse como un medio de convencer a algunos consumidores
a que utilicen, en la medida de lo posible, kilowatios-hora del

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tipo barato, en su propio beneficio e (indirectamente) en el de
los demás consumidores. Para poder utilizar la tarifa como un
factor de desarrollo es absolutamente esencial, en primer lugar,
tener una perfecta comprensión de la naturaleza del coste de la
electricidad y de la forma en que este coste puede distribuirse
entre los diferentes consumidores.

B. Cualidades que debe tener una tarifa

Hablando en términos generales puede decirse que una tarifa


de precios debe ser:

1. ecuánime,
2. practicable y
3. hábil (políticamente hablando).

No siempre es posible cumplir estas tres características, y muchas


veces es necesario llegar a una fórmula de compromiso.

Tal vez no es este el lugar más apropiado para intentar definir la


palabra “ecuánime”. Sin embargo, en la práctica, los consumidores
tienen sus propios conceptos sobre su significado, y no suele ser
recomendable, incluso dejando al margen toda consideración de tipo
ético, atentar contra estos conceptos, creando diferenciaciones
injustificadas entre las categorías de consumidores o, peor aún,
entre consumidores individuales dentro de una misma categoría.
Esto no excluye la posibilidad de introducir, dentro de ciertos
márgenes, alguna forma de subvención interna de una categoría a
costa de otra. Los litigios pueden ser largos y costosos y pueden
minimizarse si las tarifas aplicadas se adaptan, en lo posible, al
concepto público de la equidad.

Pero una tarifa debe también ser practicable. Por ejemplo, debe
tomar en consideración los precios y disponibilidades de las demás
fuentes de energía, como el gas o el kerosone, que, para ciertos

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usos, pueden ofrecer una alternativa a la vez satisfactoria y más
barata de la electricidad. La posibilidad de que los grandes
consumidores opten por producir su propia energía eléctrica es
otra forma de competencia que debe ser tomada en consideración al
fijar los precios. Esto último puede ser de gran importancia en el
caso de industrias que tienen como deshecho productos combustibles
-por ejemplo, el bagazo de las refinerías azucareras-. En estos
casos, subvencionar el empleo de la electricidad en campos en que
esta se halla amenazada por la competencia, utilizando para ello
los beneficios obtenidos con la venta de electricidad para otros
usos, puede ser una medida plenamente justificada. Aunque esto
pueda parecer “robar a Pedro para regalarle a Pablo”, en muchos
casos puede resultar beneficioso para ambos. Además, en muchos
casos, Pedro y Pablo pueden coincidir en una misma persona; por
ejemplo, cuando un consumidor recibe la energía eléctrica para dos
aplicaciones distintas. No se trata, sin embargo, de preconizar
aquí una política de eliminación de los servicios competidores
(como el gas) reduciendo los precios de manera excesiva. Esta
política conduciría a una lucha competitiva a muerte que a nadie
beneficiaría. Las ventajas efímeras obtenidas por un competidor,
gracias a sus bajos precios, pronto se esfumarían si el
contrincante aplicara la misma política, redujese aún más sus
precios y reconquistara el mercado, quedando ambos competidores en
una situación más desfavorable que la que tenían al principio.

En tercer lugar, una tarifa debe ser políticamente hábil, es


decir, que debe estimular el desarrollo y la economía. Para ello,
deberá contener incentivos, pero también desincentivos. El
estímulo al crecimiento no implica, por parte de la compañía, el
menor deseo de ver a sus abonados malgastar sus recursos en un
consumo de electricidad innecesario, ni la más mínima intención de
derrochar los recursos de combustible que posee aún la Tierra. Las
ventajas del crecimiento se basan, en parte, en la indudable
elevación del nivel de vida que normalmente implica el aumento del

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consumo de energía eléctrica y, en parte también, en la
disminución de los costes que puede acarrear.

Dentro de esta trinidad de requisitos básicos (la equidad, la


practicabilidad y la habilidad política), tal vez sea útil dar una
relación de las cualidades más apetecibles que en nuestra opinión
debe reunir una tarifa de precios. Estas cualidades son las
siguientes:

a) Acatamiento a la ley. En la mayoría de los países existe una


legislación que establece los principios básicos que deben
respetarse en la tarificación de la energía eléctrica; su
propósito es defender a los consumidores contra los posibles
abusos de las empresas monopolistas. 0 sea, que las compañías
están legalmente obligadas a observar un mínimo de ecuanimidad.

b) Facultad recaudadora. Una tarifa debe estar estructurada de


manera a garantizar una recaudación entre los consumidores que
permita no sólo satisfacer la política de precios de la compañía
sino también a asegurar que cualquier tipo de subvención interna
que se aplique en beneficio de una categoría de consumidores y a
costa de otra se mantenga dentro de unos límites aceptables.

c) Elasticidad. Una tarifa debe estar estructurada de manera


que garantice qué la rentabilidad de la empresa no se vea
amenazada por cambios de carga. Por ejemplo, el cierre de una
importante fábrica o una disminución radical de sus horas de
trabajo deben poder ser absorbidos por la compañía eléctrica sin
tener que revisar los precios aplicados a los demás consumidores.

Esto requiere, generalmente, que la tarifa aplicada a los grandes


consumidores sea un fiel reflejo de los costes; es decir, que, en
la medida de lo posible, debe ser una tarifa binómia. Únicamente
así puede la compañía tener la seguridad de que las variaciones de
la demanda, tanto de potencia como de energía, inducirán

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variaciones más o menos proporcionales de los costes,
manteniéndose así una relación relativamente constante entre la
facturación y los costos. Esta relación será próxima a 1 si el
objetivo de la compañía es la auto-suficiencia, pero puede ser
mayor o menor que 1 según la política adoptada.

Es cierto que por la falta de un conocimiento exacto de los


factores de diversidad o por otras razones, puede resultar
ventajoso fijar una tarifa a tanto alzado por kilowatio-hora, pero
esta fórmula no debe considerarse más que como un recurso cómodo
(a veces como una alternativa opcional estatutaria a la tarifa
binómia), no como una base de facturación intrínsecamente
deseable.

d) Sencillez. Una tarifa debe ser lo más sencilla posible. Los


abonados deben poder comprenderla, y asimismo deben poderlo hacer
los miembros del personal de la empresa. Por este motivo puede, a
veces, ser políticamente más hábil renunciar a la tarifa binómia,
incluso cuando el conocimiento exacto de los factores de
diversidad permitiría la adopción de este tipo ideal de tarifa.
Generalmente, los consumidores industriales pueden llegar a
comprender la forma de estructuración de las tarifas binómias y a
apreciar las ventajas que suponen, tanto para ellos como para la
compañía eléctrica, pero cuando se trata de los abonados de usos
domésticos, los conceptos que se barajan son demasiado abstractos
para ser comprendidos, entonces es preferible aplicarles una
tarifa a tanto alzado o de bloques que puedan comprender sin
dificultad.

Independientemente de que las tarifas aplicadas a los usuarios


individuales sean sencillas, es muy recomendable eliminar de las
tarifas, en toda la medida de lo posible, los elementos que puedan
complicarla innecesariamente. Con esto no quiere decirse que haya
que descartar la posibilidad de aplicar tarifas “políticas”,
elaboradas con la idea de mejorar la situación económica de una

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empresa; pero no hay que olvidar que un mismo usuario puede ser
consumidor de dos categorías distintas si aplica la electricidad
para usos diferentes. Conviene pues que el número de modalidades
de facturación previstas dentro de una misma tarifa sea el menor
posible siempre y cuando esto no suponga un obstáculo a la buena
marcha económica de la compañía.

Cuando una compañía cae en la tentación de complicar su tarifa, le


puede resultar muy difícil salirse del embrollo creado.

e) Aceptabilidad por el público. Una tarifa debe ser aceptable


para el público y debe siempre poder defenderse frente a la
crítica. Para esto es muy recomendable tener siempre a la vista
las tarifas de las compañías vecinas. El hecho de que los abonados
tengan la sospecha de estar pagando por la energía eléctrica
precios muy superiores a los que se pagan en otras regiones del
país, o incluso en países vecinos, puede ser motivo de profundo
malestar. Tal vez esté plenamente justificada la diferencia de
precios, pero es importante que la justificación resulte
convincente.

f) Estabilidad. Hay que huir de los frecuentes cambios de


precios. Los aumentos deben ser evitados hasta el último extremo.
Tampoco son recomendables los cambios en las modalidades o
condiciones de pago, excepto si se ofrecen estos cambios como una
alternativa opcional a las condiciones existentes. Todo cambio
obligatorio en la modalidad de facturación aplicada a una
determinada categoría de consumidores puede dar lugar a peligrosas
anomalías en perjuicio de unos y en beneficio de otros, lo cual
termina inevitablemente en litigios, más o menos serios, y en el
desprestigio de la compañía. Por ejemplo, un cambio que consista
simplemente en considerar la superficie habitada en lugar del
valor imponible de la vivienda en una zona exclusivamente
residencial puede ser causa de serias anomalías.

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i) Incentivo. La tarifa debe, en la medida de lo posible,
estimular a los usuarios a incrementar su consumo y a mejorar
su factor de carga y el del sistema en su conjunto.

h) Competencia. Los precios deben ser competitivos con los


de las demás fuentes de energía disponibles y ofrecidas a los
abonados, incluyendo la energía eléctrica producida por los
propios consumidores para satisfacer sus necesidades.

j) Confianza en los consumidores. Es importante que una


compañía tenga confianza en sus abonados. Si, ofreci¿ndoles un
incentivo, consigue convencer a algunos de ellos a que inviertan
dinero en la compra de equipos especiales (por ejemplo, en
calentadores que se enchufan durante las horas de valle)q
beneficiándose de unos precios reducidos9, estos abonados se
considerarían injustamente tratados si, al cabo de poco tiempo, la
compañía ofreciese una nueva modalidad de facturación que anulase
las ventajas derivadas de su inversión.

k) Invulnerabilidad del fraude. Siempre hay usuarios cuya


inteligencia, combinada con su falta de escrúpulos, les impulsa a
engañar a la compañía. Las tarifas deben, pues, estructurarse de
tal manera que el fraude no resulte fácil. Por ejemplo,
consideramos mal concebida, desde este punto de vista, una tarifa
de usos domésticos en la que se establecen dos precios distintos,
uno para el alumbrado y otro para la fuerza, empleando dos
circuitos y dos contadores independientes. Al usuario deshonesto
le es facilísimo, mediante un simple adaptador, utilizar el
circuito de fuerza para alimentar su circuito de alumbrado,
beneficiándose así, para toda su instalación, de los precios
reducidos aplicados al consumo de fuerza.

Como quiera que las oportunidades para el fraude siempre existen,


las compañías se ven obligadas a mantener un costoso servicio
policíaco constituido por inspectores que se dedican a visitar

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las viviendas y locales para detectar las instalaciones
fraudulentas. Claro esta, que los usuarios deshonestos siempre
encuentran pretextos para impedir o aplazar la entrada del
inspector en sus locales, mientras hacen desaparecer toda traza
del fraude que han estado cometiendo.

C. Plan de acción

El primer requisito para la estructuración de una tarifa de


precios consiste, evidentemente, en estimar con la mayor exactitud
y aplicando un criterio lo más justo posible, el coste real que
supone el suministro de la energía a cada consumidor. Luego es
preciso decidir cuál es en líneas generales la política de precios
que se desea aplicar -política de auto-suficiencia, de
subvenciones o de rentabilidad- y si en el marco de la política
elegida se admite la posibilidad de la subvención interna.

Al fijar la política de precios es también necesario decidir si se


debe incluir en la recaudación que se desea percibir de los
consumidores -y en qué proporciones- un elemento de capitalización
o si en los costes deben incluirse exclusivamente los gastos de
explotación, los intereses sobre el capital prestado y los gastos
de amortización del activo. Una vez tomadas estas decisiones
generales, es posible estructurar una tarifa global que permita
percibir la cantidad prevista, recaudarla sobre una base lo más
semejante posible a la que se utiliza para el cálculo de los
costes, e introducir en la escala de precios los incentivos y
desincentivos que se considere convenientes para estimular el
crecimiento y la prosperidad económica de la compañía y tal vez de
la comunidad en su conjunto.

Esta última observación puede tener importancia, muy especialmente


tratándose de compañías estatales, en las cuales en caso de
conflicto entre los intereses nacionales y los de la empresa, se
daría lógicamente prioridad a los primeros.

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Cuando se introduce por primera vez un sistema científico de
cálculo de costes puede ocurrir que la tarifa vigente aparezca
totalmente irracional. El problema que se plantea entonces es el
de determinar una línea de conducta. Si se descubre que una
categoría de consumidores están siendo abusivamente sobrecargados
a costa de otra categoría de consumidores, ¿ es aconsejable
rectificar la situación modificando la tarifa?. Siendo la
naturaleza humana lo que es, proceder así puede ser políticamente
equivocado y generalmente difícil, pues la categoría que hasta
entonces ha resultado beneficiada se convencerá difícilmente de la
injusticia que le ha permitido disfrutar de favores inmerecidos y
se opondrá enérgica y clamorosamente a cualquier modificación de
la tarifa; ejercerá toda su influencia para evitar que la compañía
tome una decisión que le vaya a perjudicar. Si la compañía está
económicamente estancada esto la puede colocar en una situación
realmente difícil teniendo que escoger entre la perpetuación de
una tarifa injusta o el enfrentamiento a una categoría de
consumidores en rebelión; sin embargo, si la compañía está en un
proceso de rápido crecimiento, sus costes tenderán a bajar y le
será eventualmente posible ir disminuyendo, gradualmente, el
exceso de carga que pese sobre la categoría perjudicada,
manteniendo al mismo nivel los precios aplicados a la categoría
beneficiada. Una vez restablecido el equilibrio, los beneficios
siguientes originados por la disminución de los costes serían
repartidos con la máxima equidad entre las dos categorías de
consumidores.

Puede ocurrir que una tarifa en vigor sea considerada demasiado


sencilla y ofrezca poco e incluso ningún aliciente al desarrollo
de la economía. Para corregir una tal situación, sería necesario
proceder a una estimación (lo más acertada posible) del aumento de
la demanda de potencia, susceptible de producirse cuando alguna
nueva categoría de consumidores aún inexistente venga a engrosar
la demanda, seducida por las condiciones realmente atractivas que

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la compañía está dispuesta a ofrecer. Esta estimación puede
resultar sumamente difícil, pero es realmente indispensable si de
verdad se quiere mejorar una tarifa.

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CUESTIONARIO

1. Explique la teoría de la clasificación de los usuarios para


elaborar tarifas eléctricas.
2. Explique cómo influyen sobre los costos de una tarifa
eléctrica, los siguientes factores:
2a) Cantidad de energía suministrada.
2b) Máxima demanda de potencia.
2c) Factor de carga.
2d) Factor de diversidad. Según lo explicado en clases:
2d1) Defina y explique el factor de diversidad en la
elaboración de tarifas eléctricas.
2d2) Qué valor mínimo puede tomar el factor de diversidad
y cuál es su significado técnico.
2d3) Qué valor mínimo puede tomar el factor de diversidad
y cuál es su significado económico.
2d4) Qué valor máximo puede tomar el factor de diversidad
y cuál es su significado técnico.
2d5) Qué valor máximo puede tomar el factor de diversidad
y cuál es su significado económico.
2e) Situación o ubicación.
2f) Variaciones estacionales de la carga.

3. Cuáles deben ser dos propósitos que debe tener una tarifa
eléctrica.
4. Explique y desarrolle las siguientes cualidades que debe
tener una tarifa eléctrica:
a) acatamiento a la ley.
b) facultad recaudadora.
c) elasticidad.
d) sencillez.
e) aceptabilidad por el público.
f) estabilidad.
g) incentivo.
h) competencia.
i) confianza en los consumidores.
j) invulnerabilidad del fraude.

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