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Artigas, los hacendados y el Reglamento de Tierras

Un domingo de octubre, Ana invitó a los chicos a ir de picnic con su familia. Salieron
muy temprano en el auto de sus padres. El papá de Mateo se ofreció a llevar a los que no
cabían en él, además de Luna y las bicicletas.
Después de jugar toda la mañana, almorzaron. Cuando los padres de Ana se echaron a
dormitar un rato debajo de unos pinos, los niños se pusieron a pensar cómo llamar a Gaspar
sin usar el conjuro. Es que el mago les había pegado un rezongo la vez anterior, por hacerlo
sin estar en peligro.
De pronto, Mateo vio moverse unos arbustos. Luna corrió a explorar la situación.
Cuando la vieron mover la cola, creyeron que era otro perrito, pero se equivocaron. La
inconfundible voz de Gaspar los llamó desde atrás del matorral.
—Así que no pensaban invitarme, ¿eh?
—¡Gaspar! —gritaron todos y salieron corriendo al encuentro de su voz.
—¿Se te pasó el enojo, pequeña? —preguntó el mago dulcemente a Isabel, que se había
ofendido porque no la habían llevado en el viaje anterior.
—Un poco… —respondió Isabel, aunque ya se había olvidado.
—Bueno, en compensación te daré un premio.
—¿Cuál? —preguntó Isa, intrigada y contenta.
—Serás la primera en ver a Artigas en el próximo viaje.
—¿Vieron? —dijo Isabel—. Por no llevarme.
—¿Por qué ella? —protestó Santi—. Somos nosotros los que estamos estudiando a
Artigas.

Autoras: Lucila Artagaveytia y Cristina Barbero • Ilustraciones: Sebastián Santana


—Alguien tiene que ser el primero, ¿no? —respondió Gaspar.
—¡Ja, Ja! —rió burlonamente Isa.
—Está bien: basta de peleas. ¿Ven aquel bote sobre la orilla?
—¡Es como un libro! ¡Y no tiene remos! —observó Mateo.
—No. Porque sabe adónde llevarlos —contestó el mago.
—¿Adónde? —preguntó Ana.
— Al campamento de Purificación, cuartel general del jefe de los orientales, en 1815.
—¡Guau! —exclamaron los cinco.
—Yo los iré a buscar después.
Los chicos embarcaron con cierto temor. Cruzar el río en un libro de historia no era su
idea. Luego de un rato, que debió ser bastante largo a juzgar por los fogones que vieron
encendidos en la ribera opuesta, llegaron a un lugar más parecido a un pueblo que a un
campamento. Chozas de adobe y paja, carretas, tolderías y, sobre todo, muchísimas personas,
caballos y perros. Luna estaba de fiesta, porque había huesos por todas partes.
—¡Vamos! ¡Ayuden con la leña! —gritó un negro, que cargaba con unas cuantas ramas
gruesas.
Sin saber por qué, los niños obedecieron
—¿Cómo te llamas? —preguntó Maite.
—Lorenzo. ¿Y tú?
—Maite —contestó y después agregó el nombre de todos.
—¿Eres un esclavo? —quiso saber Ana.
—Era un esclavo —contestó el negro con orgullo—, pero gané mi libertad luchando por
la revolución.
—Queremos ver a Artigas —dijo Mateo.
—¡Ah! Tendrán que esperar a mañana. Ayúdenme a preparar el fuego —dijo Lorenzo,
llevándolos hasta un modesto rancho —. Voy a traer un poco de carne para estos ricachones
de Montevideo que han venido a hablar con el jefe. No se acomodan a nuestras miserias.
Los chicos se acercaron a la ventana de la choza, apenas cubierta por un trozo de cuero.
Allí discutía un grupo de señores bien vestidos:
—¡Te digo que su preocupación es poner orden en la campaña y dar tranquilidad a los
hacendados, José! No en vano fue blandengue.
—¿Y por qué anda rodeado de toda esta chusma, entonces? Fíjate: gauchos andrajosos,
libertos, indios, zambos... lo peor, Ignacio. Lo peor.
—Bueno, también hay criollos pobres que han perdido todo con la guerra. Y hacendados
como nosotros, que lo apoyan —terció otro de los hombres—. Si nuestros hijos no lo
acompañan, no podrá enfrentar a Buenos Aires.
—Es hora de que cada cual cuide lo suyo —reiteró José.
—A eso vinimos —intervino un hombre con evidente autoridad sobre los demás—.
El Cuerpo de Hacendados y el Cabildo Gobernador nos han comisionado para presentar
Autoras: Lucila Artagaveytia y Cristina Barbero • Ilustraciones: Sebastián Santana

claramente nuestras inquietudes. Esperemos a mañana.


Entre tanto, las brasas asaban lentamente la carne que había traído Lorenzo.
—¿Estás seguro de que son amigos de Artigas? —preguntó Santi.
—Bueno, muchos hacendados apoyan al general, pero están cansados de la guerra. Han
perdido mucho ganado. Si no, ¿qué estaríamos comiendo ahora, eh? —preguntó con una
pícara sonrisa, mientras saboreaba el asado—. ¡Miren! ¡Ahí viene el Moro!
Un gaucho aindiado se acercó al grupo.
—¿Quiénes son estos niños? —preguntó a Lorenzo.
—No sé de dónde vienen, pero quieren ver al general. Dicen que lo conocen.
—Dudo que tenga tiempo. Estos no se irán enseguida —afirmó el Moro, señalando
hacia el interior del rancho—. Búsquenme mañana temprano —dijo a los chicos, mientras
miraba la choza de Artigas.
Autoras: Lucila Artagaveytia y Cristina Barbero • Ilustraciones: Sebastián Santana
Ante la sola posibilidad de conocer a Artigas, Santi y sus amigos no pegaron un ojo esa
noche. Antes del amanecer estaban instalados frente a su rancho, que era igual a los demás,
pero un poco más grande. El Moro ya andaba armando el fuego. Ni siquiera habían llegado
a saludarlo cuando se acercó un jinete al galope.
—Carta de Misiones para el Protector —dijo el hombre.
—Entre. Ya está despierto.
—¿Podemos verlo? —preguntó Ana.
—Miren por aquí —respondió el Moro y los llevó a una ventana lateral—. Y tú —dijo
mirando a Isa—, llévale el mate.
Así se cumplió lo prometido por Gaspar. Isabel entró temblando a la pieza, que estaba
llena de cartas venidas de todas partes. Artigas escuchaba con atención el mensaje del
emisario. Isabel puso el mate sobre una tosca mesa de pino y el general le agradeció con
una sonrisa. Ella creyó desmayarse.
Al poco rato, llegaron los comisionados de Montevideo. Estuvieron discutiendo casi
todo el día: Artigas sentado sobre un cráneo de vaca y ellos acomodados como podían,
pues había pocas sillas. Dos secretarios escribían algo que el jefe de los orientales les
dictaba.
Al caer la tarde, Santi y sus amigos volvieron con Lorenzo. El negro les había
improvisado unas camas de paja junto a la choza de los huéspedes. Allí pudieron escuchar
los comentarios de los comisionados:
—Lo logramos —dijo uno de ellos—. Artigas está de acuerdo con armar una policía de
campaña.
—No está mal para empezar… —respondió el de más autoridad—. También es
importante que nuestros peones tengan papeleta de trabajo. Así se los distinguirá de los
malhechores y vagos.
Autoras: Lucila Artagaveytia y Cristina Barbero • Ilustraciones: Sebastián Santana

—A mí sigue sin gustarme… ¿Vieron que


va a dar tierras a los indios y a los negros
para que sean “los más privilegiados”?
¿De dónde va a sacar tierras y ganados?
—De las estancias abandonadas,
José, de los campos que eran del rey,
de los enemigos de la revolución…
—Empezará por ahí, Ignacio;
¿quién te asegura que mañana no
seamos considerados “enemigos
de la revolución”? Hay que
defender a los que tienen derecho.
Si no, no habrá garantías —opinó
José.
—De todos modos, hay que poblar —concluyó Pascual— y, además, es un reglamento
provisorio. Ya veremos después.
De pronto, un gaucho se acercó al fogón donde Lorenzo y los chicos aún intercambiaban
ideas sobre lo escuchado.
—Supongo —dijo— que es a ustedes a quienes buscan. Hay un hombre río abajo que
pregunta por unos niños venidos de lejos.
—Sí, ya vamos —respondió Santi, pensativo.
Les hubiera gustado quedarse, pero las reglas de Gaspar eran estrictas. Así dejaron
Purificación aquella noche del 10 de setiembre de 1815, para cruzar un tiempo de casi
doscientos años.

Autoras: Lucila Artagaveytia y Cristina Barbero • Ilustraciones: Sebastián Santana


5) Artigas, los hacendados y el Reglamento de
Tierras
Trabajo grupal
En el cuento, los chicos llegan al campamento de Purificación, donde tenía
su sede el cuartel general de Artigas en 1815.
• Ubiquen a Purificación en un mapa de la Provincia Oriental. Ayúdense con el
manual.
• Lean la descripción que realiza Zorrilla de San Martín en la página 54 del
libro.
• Artigas era jefe de los orientales y principal autoridad de la Liga Federal, con
el título de Protector de los Pueblos Libres en ese momento. ¿Qué ventajas
geográficas habrá encontrado en ese lugar para instalar allí su cuartel general?
• Busquen en el cuento datos sobre cómo era la vida en Purificación. Pueden
organizarse así:

Habitantes

Animales

Viviendas

Autoras: Lucila Artagaveytia y Cristina Barbero • Ilustraciones: Sebastián Santana


Muebles

Comida

Bebida

Comunicaciones

Otros aspectos

...
! ? Entre todos

• En el cuento “La admirable alarma” vimos que casi todos los habitantes de la
campaña oriental apoyaban al movimiento revolucionario de 1811. Solo estaban
en contra los grandes estancieros españolistas. Pero cuatro años después, la
situación había cambiado. Muchos grupos sociales le habían quitado o estaban
por quitarle su apoyo a la revolución. Eso se refleja en los diálogos de los
hacendados que esperan que Artigas los atienda y también en los de Lorenzo y
Santi. Básense en su contenido y completen el cuadro siguiente:

Grupos sociales Grado de apoyo hacia 1815 ¿Por qué?

Gauchos, libertos, Mucho


indios, zambos

Criollos pobres Bastante

Hacendados ricos Poco

• Artigas no podía perder el apoyo de los estancieros, cuyos hijos comandaban


las milicias en la guerra que en 1815 sostenían las provincias de la Liga Federal
contra Buenos Aires. Busquen información en el manual sobre la oposición
entre unitarios y federales.
• Terminada la entrevista con Artigas, el grupo de hacendados comenta el
resultado de la reunión y las medidas del reglamento surgido de ella. ¿A
cuáles de los grupos sociales que aparecen en el cuadro anterior favorecen las
medidas?

Reglamento provisorio Medidas Favorecen a


Autoras: Lucila Artagaveytia y Cristina Barbero • Ilustraciones: Sebastián Santana

Para el fomento de Dar tierras a los indios,


la campaña a los zambos, los negros
libres y los criollos pobres;
poblar de animales.

Y la seguridad de Armar una policía de


sus hacendados campaña: que los peones
tengan papeleta de trabajo.

• El reglamento sostiene que las tierras a repartir van a ser las de las estancias
abandonadas y las de “los enemigos de la revolución”. Esto preocupa a uno de
los hacendados comisionados. ¿Por qué?

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