Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
HAROLD
1
Fernando.— Me voy antes que llegue tu amante.
Natalia.—Bueno.
Fernando.—¿Van a salir o se quedarán en casa?
Natalia.—... Supongo que nos quedaremos.
Fernando.—¿No querías ir a esa exposición?
Natalia.—Sí... pero la verdad que hoy tengo más ganas de quedarme que de salir.
Natalia.—Hola.
Fernando.—Hola.
Natalia.—¿Querés un whisky?
Fernando.—Sí, gracias.
Natalia.—¿Cansado?
Fernando.—Un poco.
Natalia.—Llegás más tarde que otras veces.
Fernando.—Es que en el puente había un embotellamiento. ¿Y qué tal esta tarde?
¿Pasaron bien?
Natalia.—Sí... increíble.
Fernando.—¿Y? ¿vino tu amante?
Natalia.—Sí, ¡claro!
Fernando.— ¿Le enseñaste las hortensias?
Natalia.—¿Las hortensias?
Fernando.— Sí.
Natalia.—No. No se las enseñé.
Fernando.—¡Ah!
Natalia.—¿Por qué? ¿Vos creés que se las debería haber enseñado?
Fernando.—No, no. Creía recordar que me habías dicho que le interesaba la jardinería.
Natalia.—Sí, mucho. Bueno, no sé si le interesa tanto...
Fernando.—¡Ah!¿Salieron o se quedaron en casa?
Natalia.—Nos quedamos.
Fernando.—¿Bajaron las persianas?
Natalia.—Sí; las bajamos.
Fernando.—Hacía muchísimo sol.
Natalia.—Sí; terrible.
Fernando.—Lo malo de esta habitación es que da el sol de plano. ¿No se fueron a otro
cuarto?
Natalia.—No. Nos quedamos aquí, por eso bajamos las persianas.
Natalia.—¿Y vos? ¿qué hiciste esta tarde?
Fernando.—Tuvimos una larguísima reunión. Y no resolvimos nada.
Fernando.—Te quiero hacer una pregunta.
Natalia.—Decime.
Fernando.—¿Se te ocurrió alguna vez pensar que mientras vos pasás la tarde siéndome
infiel, yo estoy sentado en mi oficina trabajando?
2
Natalia.—Nunca me habías preguntado una cosa así.
Fernando.—Había querido hacerlo muchas veces.
Natalia.—Sí, claro que lo pensé.
Fernando.—¡Ah! ¿Pensaste?
Natalia.—Mmmm.
Fernando.—¿Y cuál es tu actitud respecto a eso?
Natalia.—Creo que lo vuelve todo... más picante.
Fernando.—¿De verdad?
Natalia.—Claro.
Fernando.—Claro.
Natalia.—No todo el tiempo.
Fernando.—Claro, no todo el tiempo.
Natalia.—En determinados momentos.
Fernando.—Claro, claro. Pero, entonces. ¿No me olvidás del todo?
Natalia.—De ninguna manera.
Fernando.—Debo decir que es muy conmovedor.
Natalia.—¿Cómo iba a olvidarte?
Fernando.—No me parece tan difícil.
Natalia.—Pero si estoy en tu casa.
Fernando.—Sí, pero con otro.
Natalia.—Pero a quien quiero es a vos.
Fernando.—¿Cómo decís?
Natalia.—Que a quien quiero es a vos.
Fernando.—¿Qué es ese disfraz?
Natalia.—¿Cómo?
Fernando.—¿ese disfraz ridículo?
Natalia.—Uy, me olvidé de sacármelo..., perdón.
Fernando.—No me parece la ropa más adecuada para pasar la noche en casa.
Natalia.—No, tenés razón, ya me lo saco.
Fernando.—Aunque pensándolo bien, dejátelo; me da gracia.
Fernando.—No, no, no, basta, Natalia, no puedo concentrarme, terminemos con ésto.
Natalia.—Pero qué te pasa ahora!!! ¿Estás preocupado?
Fernando.—No.
Natalia.—No lo niegues.
Fernando.—¿Dónde está tu marido?
Natalia.—¿Mi marido?... Ya lo sabés.
6
Fernando.—¿Dónde?
Natalia.—Trabajando...
Fernando.—¡Pobre hombre! ¡Siempre trabajando! Me pregunto ¿cómo es? Me pregunto
si nos entenderíamos..., si llegaríamos... ¿No sé...?... a simpatizar.
Natalia.—No, no lo creo.
Fernando.—¿Por qué no?
Natalia.—Porque no se parecen en nada, Fernando!
Fernando.—¿No? Yo admiro su tolerancia. ¿Él sabe de... nuestras tardes?
Natalia.—Claro que sí.
Fernando.—Lo ha sabido todos estos años. ¿Por qué lo aguanta?
Natalia.—¿A qué viene hablar de él ahora? Es un tema que solías evitar.
Fernando.—¿Por qué lo aguanta?
Natalia.—¡Basta, callate!
Fernando.—Te hice una pregunta.
Natalia.—Porque no le importa.
Fernando.—¿No le importa? Pues a mí me empieza a importar.
Natalia.—¿Qué dijiste?
Fernando.—Que a mí me empieza a importar.
Natalia.—¿De qué hablás?
Fernando.—Esto se tiene que acabar.
Natalia.—No hablarás en serio.
Fernando.—Completamente en serio.
Natalia.—Pero ¿por qué? ¿Por mi marido? ¿No te parece que vas un poco lejos?
Fernando.—No es por tu marido. Es por mi mujer.
Natalia.—¿Ah, por tu mujer?
Fernando.—No quiero seguir engañándola.
Natalia.—¿Engañándola?
Fernando.—La he engañado durante años. No puedo más. La idea me está matando.
Natalia.—Pero escuchá...
Fernando.—¡No me toques!
Natalia.—Pero tu mujer... Lo sabe. Vos se lo dijiste... Lo supo desde siempre...
Fernando.—No. No lo sabe. Ella cree que veo a una... prostituta. Pero es todo.
Natalia.—Pero... sé razonable, mi amor... ¿A ella qué le importa?
Fernando.—Le importaría si supiera la verdad.
Natalia.—Pero ¿qué verdad? ¿De qué hablás?
Fernando.—Le importaría si supiera que tengo una amiga verdadera. Una mujer
elegante, espiritual, con talento...
Natalia.—Sí, sí, ya lo sé, pero...
Fernando.—¡Y que esta situación ha venido durando años!
Natalia.—No le importa, te lo aseguro... No le importa. ¡Es feliz! ¡Es feliz!
Fernando.— ¡No digas estupideces!
Natalia.—Quisiera que vos dejaras de decirlas. Estás haciendo todo lo posible por
arruinar la tarde. Mi amor: Vos sabés que lo nuestro no sería posible con tu mujer...
quiero decir, mi marido comprende y aprecia que...
Fernando.—¡Cómo puede comprender tu marido! ¡Cómo puede aguantarlo! ¿No me
huele cuando vuelve a casa? ¿Qué es lo que dice? Debe estar loco. ¿Qué hora es? Las
cuatro. Ahora está sentado en su oficina y sabe lo que está pasando acá. ¿Cómo puede
aguantarlo?
Natalia.—Él es feliz por mí. Él me comprende.
7
Fernando.—Me gustaría explicarme con él.
Natalia.—Definitivamente estás demente, Fernando.
Fernando.—Quizá nos entenderíamos de hombre a hombre. Las mujeres no comprenden
nada.
Natalia.—¡Bueno basta! ¿Qué es lo que te has propuesto? ¿Qué te pasa? Por favor, por
favor, pará! ¿A qué viene todo comedia?
Fernando.—¿Comedia? Yo nunca hago comedias.
Natalia.—¡Sí, claro, seguro que no! ¡Incluso sabés que hay veces que me gustan!
Fernando.—He hecho mi última comedia.
Natalia.—¿Por qué?
Fernando.—Los niños.
Natalia.—¿Qué?
Fernando.—Los niños. Que tengo que pensar en los niños.
Natalia.—¿Qué niños?
Fernando.—Mis hijos. Los de mi mujer. Dentro de poco tendrán ya edad de salir del
colegio. Tengo que pensar en ellos.
Natalia.—Vení acá, mi amor, escuchá. Vos sabés cómo te quiero... y vos me querés.
Dejá estas historias y sigamos como antes, como siempre.
Fernando.—Los huesos.
Natalia.—¿Qué?
Fernando.—Estás muy flaca. Estás convertida en un manojo de huesos. Podría aguantar
todo, si no fuera por los huesos.
Natalia.—¿Cómo podés decir que tengo huesos?
Fernando.—Cada movimiento que hacés me clavo un hueso. Estoy harto de huesos.
Natalia.—Pero si engordé; ¡mirame! Si justamente siempre me decías que estaba
poniéndome demasiado gorda.
Fernando.—Estuviste gorda. Ahora ya no estás gorda.
Natalia.—¡Mirame!
Fernando.—No estás lo suficientemente gorda. Ni de lejos. Yo quiero una mujer gorda;
con tetas grandes, como ubres.
Natalia.—¡Ah! ¡Pero vos querés una vaca!
Fernando.—No. Yo quiero una mujer gorda. Hubo un tiempo en que quizá…
Natalia.—¡Muchas gracias!
Fernando.—Pero ahora, francamente, comparada con mi ideal... Sos un manojo de
huesos.
Natalia.—¿Esto es broma, no?
Fernando.—No es ninguna broma.
Fernando.—¡Hola!
Natalia.—Hola.
Fernando.— ¡Uy qué cara! ¿Pasó algo?
Natalia.—Nada.
Fernando.—¿Querés una copa?
Natalia.—Si.
Fernando.—¡Qué día! No te imaginás. Tuvimos una reunión con los colegas americanos
que duró toda la tarde. ¡Y cómo beben! Pero, ¡en fin!, hicimos un muy buen trabajo.¿Y
vos cómo estás?
Natalia.—Bien.
Fernando.—¡Me alegro! Te encuentro un poco triste. ¿Te pasa algo?
8
Natalia.—Nada.
Fernando.—¿Cómo pasaste el día?
Natalia.—Así, así...
Fernando.—¡Ay! ¡Qué bueno es volver a casa! ¡No sabés lo que es! ¿Y, vino tu amante?
¡Natalia!
Natalia.—Perdoname, estaba distraída. ¿Qué decías?
Fernando.—Pregunto si vino tu... amante.
Natalia.—¡Ah, sí! Vino, vino.
Fernando.—¿Y en buena forma?
Natalia.—Me duele un poco la cabeza.
Fernando.—¡Ah! ¿No estaba en buena forma?
Natalia.—Todos tenemos malos días.
Fernando.—¿Él también? Yo pensaba que precisamente los amantes nunca tenían malos
días. Que siempre están a la altura que se espera de ellos. Precisamente por eso es por lo
que yo no me he decidido por..., ¿cómo diría?..., esa profesión.
Natalia.—¿Tenés ganas de hablar?
Fernando.—Sí. ¿Preferís que me calle?
Natalia.—Hacé lo que quieras.
Fernando.—Lamento que hayas tenido un mal día.
Natalia.—¡Bah! No tiene importancia.
Fernando.—Quizá las cosas mejoren.
Natalia.—Quizá.
Fernando.—A pesar de todo, te encuentro hermosa.
Natalia.—Gracias.
Fernando.—Sí. Hermosísima. Me siento orgulloso de vos. Vos no sabés lo que es
cuando salimos a comer o vamos al teatro, a una fiesta; entrar de tu brazo y verte
sonreír, hablar, bailar... Admiro tu don de gentes, tu dominio de la frase, la gracia con
que empleás los últimos giros de la moda. Me encanta sentir la envidia de los demás
hombres; sus intentos de flirtear contigo, y saber que todos son en vano, porque tu
austera gracia al final los confunde...
Natalia.—¿Cómo está tu prostituta?
Fernando.—Muy bien.
Natalia.—¿Gorda o flaca?
Fernando.—¿Cómo decís?
Natalia.—¿Que si está más gorda o más flaca, contame.
Fernando.—Cada día está más flaca.
Natalia.—Me imagino eso no te debe gustar.
Fernando.—Al contrario, sabés que me encantan las mujeres flacas.
Natalia.—No, yo creía otra cosa.
Fernando.— Mirá, no quiero que lo tomes a mal, pero precisamente en el viaje de vuelta
he estado pensando en esto, y he tomado una decisión.
Natalia.—¿Cuál?
Fernando.—Tiene que acabar.
Natalia.—¿Qué cosa?
Fernando.—Tu libertinaje. Tu vida depravada. Tus amores ilegales.
Natalia.—¿No hablarás en serio, no?
Fernando.—Es una decisión irrevocable.
Natalia.—Mi amor, estás un poco tenso, qué puedo hacer para que estés mejor?.
Fernando.—Me escuchaste. Esta es mi casa. Desde hoy te prohíbo que recibas a tu
9
amante a ninguna hora del día ni de la noche. ¿Está claro?
Natalia.—Pero llevamos diez años casados. ¿Por qué esto ahora?
Fernando.— Admito que es extraño que haya tardado tanto tiempo en comprender la
humillante situación en que me colocabas. Soy un marido que ha dado libertad a su
mujer para recibir a un amante en su casa siempre que se le antojara. Creo que he sido
muy amable. ¿No he sido muy amable?
Natalia.—Naturalmente. Sos muy amable.
Fernando.—Por eso deseo que le mandes una nota a ese caballero con mis saludos,
rogándole que cese en sus visitas desde el día de la fecha…
Natalia.—¿Pero por qué hoy... de repente? ¡Decime! ¿Por qué hoy? Tuviste un mal
día... en tu oficina. Estás cansado. Pero pensá bien, es tonto romper las cosas... Siempre
habías apreciado... mis tardes. Sabías lo mucho que significaban... Habías entendido... y
entender ¡es tan importante!
Fernando.—¿Vos creés que es agradable saber que la propia mujer le es a uno infiel con
toda regularidad, dos o tres veces por semana?
Natalia.—Por favor, Fernando, te l pido por favor!!
Fernando.—¡Es insoportable! Absolutamente insoportable. Y no pienso seguir pasando
por ello.
Natalia.—¿Y vos qué me decís de tu... prostituta?
Fernando.—La dejé.
Natalia.—¿Por qué?
Fernando.—Era un manojo de huesos.
Natalia.—Pero si a vos te gustaba... Me dijiste que te gustaba... Fernando, mirame. ¿Vos
me querés?
Fernando.—Naturalmente.
Natalia.—Y entonces si me querés... ¿qué importa él? ¿No entendés? Vos sabés... Todo
está en orden ¿no es cierto? Las tardes... o las noches... es igual... ¿No?
Fernando.—¡Adúltera!
Natalia..—¡Pobre estúpido! ¡Creías que era el único que venía! ¿Creías que era el único
a quien recibía? No seas ingenuo. Tengo otros visitantes. Recibo todo el tiempo... Otras
tardes, todo el tiempo. Cuando no lo sabían ninguno de los dos. Y me encanta, me
divierto muchísimo. Desconocidos, completamente desconocidos. Pero no para mí, al
menos mientras están aquí. Y les enseño las hortensias, les invito a tomar el té o
comemos confites de chocolate. Siempre, siempre.
Fernando.—Lo tocaban los dos... juntos... ¿Eh? ¿Cómo los tocabas?... ¿Así? ¿Así?
¿Fuego?¿tenés fuego?... Dale... No seas tonta... A tu marido no le va a importar que me
des fuego. Estás muy pálida, pero sos muy linda...
Natalia.—No podés hacer eso... No podés...
Fernando.—Nadie puede oírnos… y estamos solos... Has caído en la trampa...
Natalia.—¡Caí en la trampa!...¿Qué dirá mi marido? Me espera... me está esperando...
No tiene derecho... Ud. no tiene derecho a tratarme así. Soy una mujer casada. ¡Usted es
muy atrevido... demasiado atrevido, STOP! Uy, ya es la hora.
Fernando.—¿Ya es la hora?
Natalia.—¡Sí, vamos!
Fernando.—Bueno, vamos. ¿Y qué hacemos?
Natalia.—Y… lo de siempre, ¿no?
Fernando.—Sí, lo de siempre.
Natalia.—¡No vamos a cambiar ahora!
Fernando.—¿Sabés qué? Sos una hermosa p rostituta.
10