Está en la página 1de 10

BUSCANDO

HAROLD

1
Fernando.— Me voy antes que llegue tu amante.
Natalia.—Bueno.
Fernando.—¿Van a salir o se quedarán en casa?
Natalia.—... Supongo que nos quedaremos.
Fernando.—¿No querías ir a esa exposición?
Natalia.—Sí... pero la verdad que hoy tengo más ganas de quedarme que de salir.

Fernando.— Bueno, me voy. Entonces... volveré cerca de las seis.


Natalia.—Perfecto.
Fernando.—Que lo pases bien.
Natalia—Espero.
Fernando.—Chau.
Natalia.—Chau.

Natalia.—Hola.
Fernando.—Hola.
Natalia.—¿Querés un whisky?
Fernando.—Sí, gracias.
Natalia.—¿Cansado?
Fernando.—Un poco.
Natalia.—Llegás más tarde que otras veces.
Fernando.—Es que en el puente había un embotellamiento. ¿Y qué tal esta tarde?
¿Pasaron bien?
Natalia.—Sí... increíble.
Fernando.—¿Y? ¿vino tu amante?
Natalia.—Sí, ¡claro!
Fernando.— ¿Le enseñaste las hortensias?
Natalia.—¿Las hortensias?
Fernando.— Sí.
Natalia.—No. No se las enseñé.
Fernando.—¡Ah!
Natalia.—¿Por qué? ¿Vos creés que se las debería haber enseñado?
Fernando.—No, no. Creía recordar que me habías dicho que le interesaba la jardinería.
Natalia.—Sí, mucho. Bueno, no sé si le interesa tanto...
Fernando.—¡Ah!¿Salieron o se quedaron en casa?
Natalia.—Nos quedamos.
Fernando.—¿Bajaron las persianas?
Natalia.—Sí; las bajamos.
Fernando.—Hacía muchísimo sol.
Natalia.—Sí; terrible.
Fernando.—Lo malo de esta habitación es que da el sol de plano. ¿No se fueron a otro
cuarto?
Natalia.—No. Nos quedamos aquí, por eso bajamos las persianas.
Natalia.—¿Y vos? ¿qué hiciste esta tarde?
Fernando.—Tuvimos una larguísima reunión. Y no resolvimos nada.
Fernando.—Te quiero hacer una pregunta.
Natalia.—Decime.
Fernando.—¿Se te ocurrió alguna vez pensar que mientras vos pasás la tarde siéndome
infiel, yo estoy sentado en mi oficina trabajando?
2
Natalia.—Nunca me habías preguntado una cosa así.
Fernando.—Había querido hacerlo muchas veces.
Natalia.—Sí, claro que lo pensé.
Fernando.—¡Ah! ¿Pensaste?
Natalia.—Mmmm.
Fernando.—¿Y cuál es tu actitud respecto a eso?
Natalia.—Creo que lo vuelve todo... más picante.
Fernando.—¿De verdad?
Natalia.—Claro.
Fernando.—Claro.
Natalia.—No todo el tiempo.
Fernando.—Claro, no todo el tiempo.
Natalia.—En determinados momentos.
Fernando.—Claro, claro. Pero, entonces. ¿No me olvidás del todo?
Natalia.—De ninguna manera.
Fernando.—Debo decir que es muy conmovedor.
Natalia.—¿Cómo iba a olvidarte?
Fernando.—No me parece tan difícil.
Natalia.—Pero si estoy en tu casa.
Fernando.—Sí, pero con otro.
Natalia.—Pero a quien quiero es a vos.
Fernando.—¿Cómo decís?
Natalia.—Que a quien quiero es a vos.
Fernando.—¿Qué es ese disfraz?
Natalia.—¿Cómo?
Fernando.—¿ese disfraz ridículo?
Natalia.—Uy, me olvidé de sacármelo..., perdón.
Fernando.—No me parece la ropa más adecuada para pasar la noche en casa.
Natalia.—No, tenés razón, ya me lo saco.
Fernando.—Aunque pensándolo bien, dejátelo; me da gracia.

Fernando.—¿O sea que esta tarde pensaste en mí trabajando en mi oficina?


Natalia.—Sí, aunque no fue una imagen muy clara.
Fernando.— ¿Y por qué no?
Natalia.—Porque sabía que no estabas en tu oficina. Sabía que estabas con tu amiga.
Fernando.—¿Cómo?
Natalia.—¿No estabas?
Fernando.—¿Qué amiga?
Natalia.—¡Pero por favor, Fernando!
Fernando.—Es simplemente la palabra lo que me choca.
Natalia.—La palabra, ¿por qué? Si yo soy completamente sincera contigo. ¿Por qué no
podés serlo vos conmigo?
Fernando.—¡Pero es que no tengo una amiga!. Conozco perfectamente bien a una
prostituta. Hay un mundo de diferencia.
Natalia.—Pero admitís... tenés que admitir... que tenés...
Fernando.—No hay nada que admitir. Es una completa y perfecta prostituta de la que no
vale la pena hablar.
Natalia.—No suena muy bien.
Fernando.—Y, no... Vení, nos sentemos ahí.
3
Natalia.—Debo decirte que no esperaba que lo admitieras tan fácilmente.
Fernando.—Nunca me lo habías preguntado. La franqueza ante todo. Es esencial para la
salud del matrimonio. ¿No estás conforme?
Natalia.—Naturalmente.
Fernando.—¿Estás conforme?
Natalia.—Claro que sí.
Fernando.—¿Vos sos completamente franca conmigo?
Natalia.—Completamente.
Fernando.—Respecto a tu amante. Tengo mucho que aprender de vos.
Natalia.—Gracias. Aunque te diré que yo lo había sospechado hace tiempo.
Fernando.—¿En serio?
Natalia.—Pero te voy a decir... francamente...que no acabo de creer que sea... así...
como vos lo decís.
Fernando.—¿Y por qué no?
Natalia.—No es posible. Vos tenés tan buen gusto... Admirás tanto la gracia y la
elegancia en la mujer...
Fernando.—Y el ingenio.
Natalia.—Sí, y el ingenio.
Fernando.—Sí, el ingenio sobre todo. Tiene mucha importancia.
Natalia.—¿Y es ingeniosa?
Fernando.—Son términos que no se pueden aplicar. No tiene sentido preguntarse si una
prostituta es ingeniosa o no. Ni tiene importancia que lo sea. Es una prostituta y ¡ya
está! Es una funcionaria, que nos gusta o nos disgusta.
Natalia.—Y a vos, te gusta.
Fernando.—Hoy sí. Mañana... ¿quién sabe?
Natalia.—Te confieso que encuentro tu actitud hacia las mujeres... alarmante. Además
lamento que tu aventura tenga tan poca dignidad...
Fernando.—La dignidad la tengo en mi casa.
Natalia.—Tan poca sensibilidad, entonces.
Fernando.—La sensibilidad también. No son atributos que busque afuera, a esos los
encuentro en vos.
Natalia.—Entonces no sé por qué... buscar nada.
Fernando.—¿Cómo?
Natalia.—Que si está tan mal, no veo la necesidad de buscar nada.
Fernando.—Pero, querida, ¡si vos lo buscaste! ¿Por qué no habría de buscarlo yo?
Natalia.—¿Quién empezó?
Fernando.—Vos.
Natalia.—No estoy segura.
Fernando.—¿Quién, entonces?
Natalia.—¿Fernando?
Fernando.—¿Sí?
Natalia.—¿Pensás en mí algunas veces... cuando estás con ella?
Fernando.—De a ratos. No mucho. A veces hablamos de vos.
Natalia.—¿Hablás de mí con ella?
Fernando.—Alguna vez. La divierte mucho.
Natalia.—¿Qué la divierte?
Fernando.—Mucho.
Natalia.—Y... ¿puedo saber qué hablan de mí?
Fernando.—No te alarmes. Hablamos con mucho tacto. Tu tema es como poner en
4
marcha una vieja caja de música. Es como un tintineo estimulante.
Natalia.—No puedo decir que la idea me guste.
Fernando.—No lo pretendo. En este caso se puede decir que el gusto es mío.
Natalia.—Ya veo...
Fernando.—Es que seguramente tus tardes son lo suficientemente satisfactorias en sí,
para que no tengas que buscar placeres complementarios en mis pasatiempos.
Natalia.—¡Obvio!
Fernando.—Entonces, ¿por qué tanta pregunta?
Natalia.—El que empezó haciendo todo tipo de preguntas sobre... mi comportamiento
fuiste vos. Algo que no solías hacer antes.
Fernando.—Te aseguro que era simple curiosidad. ¿No pretenderás insinuar que estoy
celoso?
Natalia.—No, mi amor. Yo sé que nunca caería en eso.
Fernando.—Ciertamente que no. ¿Y vos? ¿Tampoco estás celosa?
Natalia.—No. Por lo que me decís, yo parezco haber tenido más suerte que vos.
Fernando.—Posiblemente.
Fernando.—Me pregunto qué pasaría si un día me diera por volver más temprano.
Natalia.—Lo mismo que si a mí me diera un día por seguirte.
Fernando.—¿Por qué un día no tomamos el té los cuatro juntos?
Natalia.—No me parece de buen gusto.
Fernando.—No, es verdad. ¿Y qué piensa él de tu marido?
Natalia.—Te respeta mucho.
Fernando.—¡Mirá..! Por extraño que parezca, lo encuentro conmovedor... y poco
frecuente. Comprendo que le quieras.
Natalia.—Te digo que es muy simpático.
Fernando.—¡Hummm!
Natalia.—También tiene sus cosas...
Fernando.—¡Quién no las tiene!
Natalia.—Pero te digo que es muy cariñoso. Todo su cuerpo emana amor.
Fernando.—Eso me da un poco de asco.
Natalia.—Bueh.
Fernando.—Pero, por lo menos, ¿es... masculino?
Natalia.—¡Totalmente!.
Fernando.—No sé si lo imagino bien. ¿No es aburrido?
Natalia.—¡Para nada! Tiene un enorme sentido del humor.
Fernando.—Menos mal. ¿Te hace reír? Tené cuidado no te oigan. No quiero que
empiecen con chismes.
Natalia.—¡Ah! Es maravilloso vivir aquí. Tan lejos de todo ruido, tan aislados.
Fernando.—Sí. Desde luego. Él está casado, ¿no?
Natalia.—¡Hummm!
Fernando.—¿Y es feliz?
Natalia.—¡Hummm! Vos también sos feliz... ¿Nunca tenés celos?
Fernando.—No.
Natalia.—Me encanta, Fernando, porque creo que hemos conseguido un equilibrio
perfecto.
Fernando.—¿Ya es la hora?
Natalia.—Sí. ¿Vamos?
Fernando.—Vamos.
Natalia.—¿Lo de siempre?
5
Fernando.—Sí. No hay por qué cambiar.

Fernando.—¿Tiene fuego? Perdone. ¿Tiene fuego? Pregunto si tiene fuego.


Natalia.—¿Por qué no me deja en paz?
Fernando.—¿Qué pasa? Preguntaba si tenía fuego… Perdone.
Natalia.—No me gusta que me sigan.
Fernando.—Déme fuego y no la molestaré más. Es todo lo que pido.
Natalia.—Váyase, por favor. Estoy esperando a alguien.
Fernando.—¿A quién?
Natalia.—A mi marido.
Fernando.—¿Por qué es tan tímida? ¿Eh? ¿Dónde tiene el encendedor? ¿Aquí? ¿Dónde
está? ¿Aquí? Quiero fumar. Dame tu cigarrillo. Perdone, señorita. Acabo de hacer huir a
ese... caballero. ¿Le ha hecho daño?
Natalia.—Gracias. Muchísimas gracias. No; estoy bien.
Fernando.—Ha sido una suerte que pasara por aquí. ¿Quién podría imaginarse una cosa
semejante en un parque como éste?.
Natalia.—Es completamente cierto.
Fernando.—¿Seguro que no le ha hecho daño?
Natalia.—No. Gracias a su intervención. No puedo decirle cuánto se lo agradezco.
Fernando.—Está muy alterada. Cálmese. ¿Por qué no se sienta?
Natalia.—Estoy bien. Sí tiene razón, será mejor que me siente. ¿Dónde sugiere nos
sentemos?
Fernando.—No nos podemos sentar aquí fuera; está lloviendo. Podemos ir a esa casilla
del guardabosque.
Natalia.—¿Usted cree? Pero, ¿qué pensará el guardabosque?
Fernando.—Yo soy el guardabosque.

Natalia.—¡Qué amable es usted! No creí que hubiera gente tan buena.


Fernando.—Tratar a una señorita como usted de la manera que lo ha hecho ese tipo, es
absolutamente imperdonable.
Natalia.—Es usted tan educado... tan cariñoso... quizá haya sido todo providencial.
Fernando.—¿Qué quiere decir?
Natalia.—Que ya que nos hemos encontrado y de la forma que nos hemos encontrado...
podríamos... usted y yo...
Fernando.—No la sigo.
Natalia—¿No?
Fernando.—Mire, lo siento. Estoy casado.
Natalia.—Es usted tan valiente, tan caballero...
Fernando.—Vamos, mi mujer me está esperando.
Natalia.—Pero seguramente no le prohíbe hablar con otras mujeres.
Fernando.—Sí.
Natalia.—¡Qué frío es usted! ¡Qué cerebral!

Fernando.—No, no, no, basta, Natalia, no puedo concentrarme, terminemos con ésto.
Natalia.—Pero qué te pasa ahora!!! ¿Estás preocupado?
Fernando.—No.
Natalia.—No lo niegues.
Fernando.—¿Dónde está tu marido?
Natalia.—¿Mi marido?... Ya lo sabés.
6
Fernando.—¿Dónde?
Natalia.—Trabajando...
Fernando.—¡Pobre hombre! ¡Siempre trabajando! Me pregunto ¿cómo es? Me pregunto
si nos entenderíamos..., si llegaríamos... ¿No sé...?... a simpatizar.
Natalia.—No, no lo creo.
Fernando.—¿Por qué no?
Natalia.—Porque no se parecen en nada, Fernando!
Fernando.—¿No? Yo admiro su tolerancia. ¿Él sabe de... nuestras tardes?
Natalia.—Claro que sí.
Fernando.—Lo ha sabido todos estos años. ¿Por qué lo aguanta?
Natalia.—¿A qué viene hablar de él ahora? Es un tema que solías evitar.
Fernando.—¿Por qué lo aguanta?
Natalia.—¡Basta, callate!
Fernando.—Te hice una pregunta.
Natalia.—Porque no le importa.
Fernando.—¿No le importa? Pues a mí me empieza a importar.
Natalia.—¿Qué dijiste?
Fernando.—Que a mí me empieza a importar.
Natalia.—¿De qué hablás?
Fernando.—Esto se tiene que acabar.
Natalia.—No hablarás en serio.
Fernando.—Completamente en serio.
Natalia.—Pero ¿por qué? ¿Por mi marido? ¿No te parece que vas un poco lejos?
Fernando.—No es por tu marido. Es por mi mujer.
Natalia.—¿Ah, por tu mujer?
Fernando.—No quiero seguir engañándola.
Natalia.—¿Engañándola?
Fernando.—La he engañado durante años. No puedo más. La idea me está matando.
Natalia.—Pero escuchá...
Fernando.—¡No me toques!
Natalia.—Pero tu mujer... Lo sabe. Vos se lo dijiste... Lo supo desde siempre...
Fernando.—No. No lo sabe. Ella cree que veo a una... prostituta. Pero es todo.
Natalia.—Pero... sé razonable, mi amor... ¿A ella qué le importa?
Fernando.—Le importaría si supiera la verdad.
Natalia.—Pero ¿qué verdad? ¿De qué hablás?
Fernando.—Le importaría si supiera que tengo una amiga verdadera. Una mujer
elegante, espiritual, con talento...
Natalia.—Sí, sí, ya lo sé, pero...
Fernando.—¡Y que esta situación ha venido durando años!
Natalia.—No le importa, te lo aseguro... No le importa. ¡Es feliz! ¡Es feliz!
Fernando.— ¡No digas estupideces!
Natalia.—Quisiera que vos dejaras de decirlas. Estás haciendo todo lo posible por
arruinar la tarde. Mi amor: Vos sabés que lo nuestro no sería posible con tu mujer...
quiero decir, mi marido comprende y aprecia que...
Fernando.—¡Cómo puede comprender tu marido! ¡Cómo puede aguantarlo! ¿No me
huele cuando vuelve a casa? ¿Qué es lo que dice? Debe estar loco. ¿Qué hora es? Las
cuatro. Ahora está sentado en su oficina y sabe lo que está pasando acá. ¿Cómo puede
aguantarlo?
Natalia.—Él es feliz por mí. Él me comprende.
7
Fernando.—Me gustaría explicarme con él.
Natalia.—Definitivamente estás demente, Fernando.
Fernando.—Quizá nos entenderíamos de hombre a hombre. Las mujeres no comprenden
nada.
Natalia.—¡Bueno basta! ¿Qué es lo que te has propuesto? ¿Qué te pasa? Por favor, por
favor, pará! ¿A qué viene todo comedia?
Fernando.—¿Comedia? Yo nunca hago comedias.
Natalia.—¡Sí, claro, seguro que no! ¡Incluso sabés que hay veces que me gustan!
Fernando.—He hecho mi última comedia.
Natalia.—¿Por qué?
Fernando.—Los niños.
Natalia.—¿Qué?
Fernando.—Los niños. Que tengo que pensar en los niños.
Natalia.—¿Qué niños?
Fernando.—Mis hijos. Los de mi mujer. Dentro de poco tendrán ya edad de salir del
colegio. Tengo que pensar en ellos.
Natalia.—Vení acá, mi amor, escuchá. Vos sabés cómo te quiero... y vos me querés.
Dejá estas historias y sigamos como antes, como siempre.
Fernando.—Los huesos.
Natalia.—¿Qué?
Fernando.—Estás muy flaca. Estás convertida en un manojo de huesos. Podría aguantar
todo, si no fuera por los huesos.
Natalia.—¿Cómo podés decir que tengo huesos?
Fernando.—Cada movimiento que hacés me clavo un hueso. Estoy harto de huesos.
Natalia.—Pero si engordé; ¡mirame! Si justamente siempre me decías que estaba
poniéndome demasiado gorda.
Fernando.—Estuviste gorda. Ahora ya no estás gorda.
Natalia.—¡Mirame!
Fernando.—No estás lo suficientemente gorda. Ni de lejos. Yo quiero una mujer gorda;
con tetas grandes, como ubres.
Natalia.—¡Ah! ¡Pero vos querés una vaca!
Fernando.—No. Yo quiero una mujer gorda. Hubo un tiempo en que quizá…
Natalia.—¡Muchas gracias!
Fernando.—Pero ahora, francamente, comparada con mi ideal... Sos un manojo de
huesos.
Natalia.—¿Esto es broma, no?
Fernando.—No es ninguna broma.

Fernando.—¡Hola!
Natalia.—Hola.
Fernando.— ¡Uy qué cara! ¿Pasó algo?
Natalia.—Nada.
Fernando.—¿Querés una copa?
Natalia.—Si.
Fernando.—¡Qué día! No te imaginás. Tuvimos una reunión con los colegas americanos
que duró toda la tarde. ¡Y cómo beben! Pero, ¡en fin!, hicimos un muy buen trabajo.¿Y
vos cómo estás?
Natalia.—Bien.
Fernando.—¡Me alegro! Te encuentro un poco triste. ¿Te pasa algo?
8
Natalia.—Nada.
Fernando.—¿Cómo pasaste el día?
Natalia.—Así, así...
Fernando.—¡Ay! ¡Qué bueno es volver a casa! ¡No sabés lo que es! ¿Y, vino tu amante?
¡Natalia!
Natalia.—Perdoname, estaba distraída. ¿Qué decías?
Fernando.—Pregunto si vino tu... amante.
Natalia.—¡Ah, sí! Vino, vino.
Fernando.—¿Y en buena forma?
Natalia.—Me duele un poco la cabeza.
Fernando.—¡Ah! ¿No estaba en buena forma?
Natalia.—Todos tenemos malos días.
Fernando.—¿Él también? Yo pensaba que precisamente los amantes nunca tenían malos
días. Que siempre están a la altura que se espera de ellos. Precisamente por eso es por lo
que yo no me he decidido por..., ¿cómo diría?..., esa profesión.
Natalia.—¿Tenés ganas de hablar?
Fernando.—Sí. ¿Preferís que me calle?
Natalia.—Hacé lo que quieras.
Fernando.—Lamento que hayas tenido un mal día.
Natalia.—¡Bah! No tiene importancia.
Fernando.—Quizá las cosas mejoren.
Natalia.—Quizá.
Fernando.—A pesar de todo, te encuentro hermosa.
Natalia.—Gracias.
Fernando.—Sí. Hermosísima. Me siento orgulloso de vos. Vos no sabés lo que es
cuando salimos a comer o vamos al teatro, a una fiesta; entrar de tu brazo y verte
sonreír, hablar, bailar... Admiro tu don de gentes, tu dominio de la frase, la gracia con
que empleás los últimos giros de la moda. Me encanta sentir la envidia de los demás
hombres; sus intentos de flirtear contigo, y saber que todos son en vano, porque tu
austera gracia al final los confunde...
Natalia.—¿Cómo está tu prostituta?
Fernando.—Muy bien.
Natalia.—¿Gorda o flaca?
Fernando.—¿Cómo decís?
Natalia.—¿Que si está más gorda o más flaca, contame.
Fernando.—Cada día está más flaca.
Natalia.—Me imagino eso no te debe gustar.
Fernando.—Al contrario, sabés que me encantan las mujeres flacas.
Natalia.—No, yo creía otra cosa.
Fernando.— Mirá, no quiero que lo tomes a mal, pero precisamente en el viaje de vuelta
he estado pensando en esto, y he tomado una decisión.
Natalia.—¿Cuál?
Fernando.—Tiene que acabar.
Natalia.—¿Qué cosa?
Fernando.—Tu libertinaje. Tu vida depravada. Tus amores ilegales.
Natalia.—¿No hablarás en serio, no?
Fernando.—Es una decisión irrevocable.
Natalia.—Mi amor, estás un poco tenso, qué puedo hacer para que estés mejor?.
Fernando.—Me escuchaste. Esta es mi casa. Desde hoy te prohíbo que recibas a tu
9
amante a ninguna hora del día ni de la noche. ¿Está claro?
Natalia.—Pero llevamos diez años casados. ¿Por qué esto ahora?
Fernando.— Admito que es extraño que haya tardado tanto tiempo en comprender la
humillante situación en que me colocabas. Soy un marido que ha dado libertad a su
mujer para recibir a un amante en su casa siempre que se le antojara. Creo que he sido
muy amable. ¿No he sido muy amable?
Natalia.—Naturalmente. Sos muy amable.
Fernando.—Por eso deseo que le mandes una nota a ese caballero con mis saludos,
rogándole que cese en sus visitas desde el día de la fecha…
Natalia.—¿Pero por qué hoy... de repente? ¡Decime! ¿Por qué hoy? Tuviste un mal
día... en tu oficina. Estás cansado. Pero pensá bien, es tonto romper las cosas... Siempre
habías apreciado... mis tardes. Sabías lo mucho que significaban... Habías entendido... y
entender ¡es tan importante!
Fernando.—¿Vos creés que es agradable saber que la propia mujer le es a uno infiel con
toda regularidad, dos o tres veces por semana?
Natalia.—Por favor, Fernando, te l pido por favor!!
Fernando.—¡Es insoportable! Absolutamente insoportable. Y no pienso seguir pasando
por ello.
Natalia.—¿Y vos qué me decís de tu... prostituta?
Fernando.—La dejé.
Natalia.—¿Por qué?
Fernando.—Era un manojo de huesos.
Natalia.—Pero si a vos te gustaba... Me dijiste que te gustaba... Fernando, mirame. ¿Vos
me querés?
Fernando.—Naturalmente.
Natalia.—Y entonces si me querés... ¿qué importa él? ¿No entendés? Vos sabés... Todo
está en orden ¿no es cierto? Las tardes... o las noches... es igual... ¿No?
Fernando.—¡Adúltera!
Natalia..—¡Pobre estúpido! ¡Creías que era el único que venía! ¿Creías que era el único
a quien recibía? No seas ingenuo. Tengo otros visitantes. Recibo todo el tiempo... Otras
tardes, todo el tiempo. Cuando no lo sabían ninguno de los dos. Y me encanta, me
divierto muchísimo. Desconocidos, completamente desconocidos. Pero no para mí, al
menos mientras están aquí. Y les enseño las hortensias, les invito a tomar el té o
comemos confites de chocolate. Siempre, siempre.
Fernando.—Lo tocaban los dos... juntos... ¿Eh? ¿Cómo los tocabas?... ¿Así? ¿Así?
¿Fuego?¿tenés fuego?... Dale... No seas tonta... A tu marido no le va a importar que me
des fuego. Estás muy pálida, pero sos muy linda...
Natalia.—No podés hacer eso... No podés...
Fernando.—Nadie puede oírnos… y estamos solos... Has caído en la trampa...
Natalia.—¡Caí en la trampa!...¿Qué dirá mi marido? Me espera... me está esperando...
No tiene derecho... Ud. no tiene derecho a tratarme así. Soy una mujer casada. ¡Usted es
muy atrevido... demasiado atrevido, STOP! Uy, ya es la hora.
Fernando.—¿Ya es la hora?
Natalia.—¡Sí, vamos!
Fernando.—Bueno, vamos. ¿Y qué hacemos?
Natalia.—Y… lo de siempre, ¿no?
Fernando.—Sí, lo de siempre.
Natalia.—¡No vamos a cambiar ahora!
Fernando.—¿Sabés qué? Sos una hermosa p rostituta.
10

También podría gustarte