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Entre la multitud de las imágenes bibli cas para la salvación, la figura de Abra han resulta
especialmente significativa. En los relatos del Génesis, las distintas expresiones del pecado
humano en cuentran algún acto de misericordia por parte de Dios. Adán y Eva reciben unas
túnicas de pieles (Gn 3,21), Caín obtiene una marca que le protege de ser asesinado (Gn
4,15) y Noé recibe la promesa de que nunca se repetirá el diluvio (Gn 9,12ss). Después del
episo dio del imperio de Babel (Gn 11), en el que culmina el pecado de Adán, la ac ción
salvifica de Dios consiste precisa mente en la elección de Abrahán (Gn 12). Se trata por
cierto de una elección particular, biográficamente concreta. La salvación no se presenta
como al gún tipo de norma, regulación o disci plina promulgada universalmente para toda la
humanidad, sino como un be cho histórico concreto. Esta particulari dad no es, empero,
excluyente, sino que constituye una bendición que ha brá de alcanzar a todas las familias
de la tierra (Gn 12,3). Por otra parte, la historia de Abrahán nos presenta el carácter gratuito
de la salvación. Nin gún mérito previo de Abrahán es men cionado. La salvación no es obra
hu mana, sino obra de Dios. Por eso, la respuesta adecuada de Abraháan es la fe. A
diferencia de Adán, que prefirió creer a la serpiente, Abrahán creyó las promesas de Dios,
dando lugar a una nueva forma de justicia (Gn 15,6). Ya no es una justicia basada en los
cálcu los sobre las regularidades que se ob servan en el mundo, sino una justicia que pone
su esperanza en una promesa
que viene de Dios, y que por tanto trasciende todo lo que uno por sí mis mo puede esperar.
La fe de Abrahán en la promesa no es un proceso meramen te interior, sino que entraña
constituti vamente un ponerse en camino y una ruptura con los lazos familiares y socia les
anteriores (Gn 12,1). La fe no es tampoco un proceso exclusivo de Abra hán, sino que atañe
a todo su clan y da lugar a un pueblo. No es un pueblo como los demás pueblos, sino un
pue blo que, precisamente por tener una misión universal, ha de ser distinto de los demás
pueblos, tal como se expresa en la circuncisión con la que se señala el pacto de la
comunidad abrahámica con Dios (Gn 17).