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45.

ADORAR CON ESPERANZA (II)

"Nuestra salvación es objeto de esperanza" (Rm 8,24).

1. Reflexión

La plenitud de la adoración es en esperanza. Ahora adoramos parcialmente apoyados en la fe y la


esperanza, pero la adoración perfecta será desde la visión y la posesión de Dios, porque la fe y la
esperanza ya habrán pasado. La adoración absoluta y eterna, sin trabas ni limitaciones, ya no será
adoración en esperanza, porque ya no habrá nada que alcanzar ni esperar. Nuestra adoración puede ser
ahora real y verdadera, pero no deja de ser imperfecta y limitada, pues también a ella se puede aplicar la
palabra que dice: “cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto” (1 Co 13,10). Por eso la
esperanza de la adoración celestial es a la vez garantía de llegar a alcanzar lo que aún no poseemos y
estímulo que nos anima a caminar hacia una plenitud en la que creemos, pero que todavía no hemos
alcanzado.
El cristiano es caminante hacia una morada fuera de este mundo, y durante su andadura se encuentra
con dificultades de toda clase. Por eso necesita también recursos que lo capaciten para vencer tantas
dificultades; uno de estos recursos es la esperanza. ¿Nos imaginamos qué sería el cristianismo sin
esperanza? ¡Sensación de caminar hacia el vacío! Por eso, Pablo proclama: “Si solamente para esta vida
tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres”
(1 Co 15,19). Y, al pesar en la balanza de la verdad las carencias que tenemos frente a la oferta de la
esperanza, la contemplación en espíritu de lo que nos espera cierra el paso a cualquier grado de desánimo,
porque vivir en esperanza es el modo de abandonar la tristeza, como nos recuerda también el apóstol
Pablo: "No os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza" (1 Ts 4,13).
Esta esperanza es firme porque tiene su raíz en la persona de Jesucristo. El Apóstol Pedro bendice a
Dios porque la verdadera esperanza está fundada en él: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo quien... mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a
una esperanza viva, a una herencia incorruptible... reservada en los cielos para vosotros" (1 Pe 1,3-4).
Su garantía es “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”
(Rm 5,5), y "nos mueve a aguardar por la fe los bienes esperados por la justicia" (Gal 5,5).
Nuestra adoración en la tierra se construye en el ahora limitado que tenemos a nuestro alcance, donde
la adoración se sostiene en la voluntad fortalecida por la fe, y se alimenta de la esperanza en la adoración
celestial a partir del día en que, purificados por la sangre de Jesús “que nos purifica de todo pecado” (1
Jn 1,7), nos unamos a la muchedumbre inmensa de adoradores “de toda nación, razas, pueblos y lenguas
que están delante del Trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”
(Ap 7,9). Entretanto nos sería muy útil seguir el consejo de la palabra revelada y asirnos “a la esperanza
propuesta, que nosotros tenemos como sólida y segura ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más
allá del velo” (Hb 6,18-19).

2. Palabra profética

 Visión durante la adoración: Un taller de herrería. Al fondo está la fragua donde se calienta el hierro
para ser trabajado, así como el yunque y el martillo donde se modela. El Señor nos dice que mucho
amor demuestra quien se deja meter al fuego y se deja modelar. Y eso es lo que nos pide a sus
discípulos: que nos dejemos modelar por él. En este tiempo de adoración el Señor adelanta su trabajo
en nosotros, porque estamos en situación de que nos modele. El fuego de la adoración es el que nos
resulta menos incómodo, porque no es doloroso; pero aun así, pocas veces nos dejamos modelar por
el Señor en él, porque pocas veces venimos con todo el amor que el Señor está esperando de
nosotros.

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 Si desea conocer los temas anteriores, consulte la página web: http://www.adoracion.com


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