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Muchas veces los maestros solicitamos a los estudiantes que escriban y notamos las

dificultades que está actividad produce. Finalmente calificamos sus producciones con un
criterio muy personal y pedagógico.
Pero… pensaron alguna vez ¿qué nos pasa a nosotros los docentes al momento de
escribir?
Les cuento, al sentarme a escribir este artículo pase por diferentes sentimientos
encontrados, angustia, ansiedad, desesperación, frustración y también ganas de llorar y de
no terminar de hacer el trabajo solicitado, como los chicos dejando la hoja en blanco.
En estos momentos, considero importante, tomar nuestras propias explicaciones y
sugerencias que le damos a nuestros alumnos, "pensar" y “planificar", qué y para qué,
teniendo en cuenta ideas claras y concisas de lo que vamos a escribir.
En principio, pensé en contar alguna de las tantas experiencias vividas este año de la
mano de la pandemia, pero al darme cuenta de lo que estaba pasando con esta actividad
decidí hacer puntapié con ella.
Cuando ingresé al campus y leí los requisitos sentí tanta confusión al notificarme de la
extensión recomendada para redactar el artículo (2000 caracteres). En fin, decidí escribir
que comprendí las sensaciones por las que atraviesan los niños cuando están enfrente de
una hoja de papel en blanco y escuchan la voz docente decir la frase escalofriante "VAMOS
A ESCRIBIR"; muy fácil decirla, pero hoy comprendo lo difícil que a veces resulta hacerlo.
En efecto, escribir es complicado, al empezar, pero después es como leer, es decir, entrar
a otra dimensión, en otro mundo lleno de posibilidades, en el cual nuestra imaginación juega
un papel fundamental, tomando parte de la historia, sintiéndonos protagonistas capaces de
alejarnos de una monotonía para ser parte de la ficción.
Cuesta empezar, pero una vez que se empieza a escribir se siente la necesidad de sacar
de nuestro interior todos estos sentimientos que en ocasiones te oprimen el corazón.

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