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EL FRUTO DEL ESPÍRITU ES...

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La Biblia de las Américas (1986,1995,1997) The Lockman


Foundation. Abreviado en el texto como LBLA.

Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente. (2010) Edit.


Tyndale House Foundation. Abreviado en el texto como NTV.

i
Dedicatoria

A nuestros queridos lectores de evangelioverdadero.com, esta serie


de artículos ha sido desarrollada con la intención de que el pueblo de
Dios tenga una mayor comprensión del significado del fruto del Espí-
ritu para que este entendimiento sea llevado a la práctica en su dia-
rio vivir y puedan ser transformados de manera progresiva para
que la meta final sea ser conformados a la imagen y semejanza de
nuestro Salvador, Jesucristo.

ii
Introducción
Walter Jolón

Queridos lectores, siempre es nuestra oración a Dios que las series de artículos que el equi-
po de colaboradores de este blog escribe sirvan para glorificar Su nombre y para edificar Su
Iglesia.

Hoy estamos anunciando una nueva serie que hemos denominado: “El fruto del Espíritu
es…” En esta serie estaremos abordando, aunque no de manera exhaustiva, cada una de las
nueve virtudes o expresiones del fruto del Espíritu Santo como evidencia de la transforma-
ción de la vida de un creyente.

“22Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,23mansedumbre, tem-
planza; contra tales cosas no hay ley.” —Gálatas 5.22–23, RVR60

¿El fruto o los frutos?

El apóstol Pablo, cuando dirige su carta a los Gálatas, habla de un solo fruto, no de varios
frutos. Debemos tener claridad en esto para no confundir ni tener la noción de que podría-
mos fructificar de manera individual en cada una de las virtudes. El Espíritu Santo no da su
fruto dividido, aislado, separado o fragmentado. El fruto es uno solo con nueve diferentes
virtudes.

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El creyente debe ir dando evidencia de manera integral en cada virtud porque cada una de
ellas conforma el fruto. Cada virtud es como un gajo de una naranja, una naranja en su inte-
rior no tiene partes vacías donde hace falta un gajo, de ser así, sería una naranja defectuosa,
un mal fruto, pero ese no es el caso cuando el Espíritu Santo está trabajando en la vida de
un creyente.

Las nueve virtudes (una breve descripción)

Según el puritano Matthew Henry y el comentarista William Hendriksen, en sus comenta-


rios de la Carta a los Gálatas, las nueve virtudes se subdividen en tres grupos de tres virtu-
des cada uno:

El primer grupo que incluye el amor, el gozo y la paz tienen relación principalmente con
Dios: El amor es como el primogénito entre todas las virtudes. El gozo es el resultado o
una consecuencia de un creyente que verdaderamente ama a Dios. La paz es el resultado
de la reconciliación entre Dios y nosotros que estábamos en conflicto y enemistados por
nuestro pecado; reconciliación que logró Cristo al padecer en nuestro lugar la ira de Dios
en la cruz del Calvario.

El segundo grupo que incluye la paciencia, benignidad y bondad poseen relación con nues-
tro prójimo: La paciencia que también es longanimidad que significa “largura de ánimo” es
la virtud que se ejercita en nuestra relación con las personas, nos ayuda a soportar y no
guardar rencor ni buscar venganza hacia aquellas personas con una mala conducta hacia no-
sotros. La benignidad es nuestro trato suave y dulce hacia los demás; esta virtud es un des-
tello de nuestro trato humano comparado con la benignidad que Dios ha mostrado hacia
nosotros. La bondad es la generosidad de nuestro corazón y nuestras acciones, es la noble-
za de nuestro carácter.

El tercer grupo que contiene la fe, la mansedumbre y la templanza están relacionadas hacia
uno mismo: La fe se menciona más en el sentido de “fidelidad” en referencia a una persona
que tiene credibilidad y es digna de confianza por su demostración de integridad en lo que
dice ser y promete para los demás, principalmente la fidelidad a Dios y Su voluntad. La
mansedumbre no significa debilidad, sino la actitud de ceder por amor hacia los demás bus-
cando el beneficio de otros, la mansedumbre es lo opuesto a los arranques de ira y la impul-
sividad en el trato hacia los demás. La templanza, que también es el dominio propio es la
virtud de tener la capacidad de “contenerse a sí mismo”, esta virtud nos empuja a forzar

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nuestros pensamientos hacia la obediencia a Cristo como una virtud contraria a ceder ante
los pecados de inmoralidad, impureza e indecencia y cualquier otro pecado.

Me gusta el sinónimo que William Hendriksen utiliza para estas virtudes llamándolas tam-
bién dádiva o gracia.

Pregunta: ¿Crees que esta serie aportará para tu crecimiento y madurez espiritual?

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D ÍA 1

El fruto del Espíritu es... Amor


Jorge Rivera

“Pero el fruto del Espíritu es… Amor.” – Gal. 5:22

La primera virtud del fruto del Espíritu, que algunos consideran la fuente de la cual brotan
las demás, es el amor, pero no la clase de amor que el mundo propone. El amor que produ-
ce la naturaleza humana en un mundo caído se basa en la apariencia física o en los méritos
de la persona amada. Por el contrario, el tipo de amor que Dios nos muestra es el que no
toma en cuenta los méritos o la falta de ellos. Siempre busca el bien del otro, sin importar
lo que cueste.

¿Cómo es el amor de Dios?

Dios me ama simplemente porque Él decidió amarme. El amor de Dios para con nosotros
depende de Dios solamente. Un ejemplo es cuando nos enamoramos de alguien y comenza-
mos a amar a esa persona, debemos reconocer que en la mayoría de los casos lo primero
que nos atrae es su físico y, eventualmente, serán otras cualidades que encontramos en esa
persona, las cuales obviamente son cualidades que nos atraen.

Pero el amor con el que Dios nos ha amado es completamente diferente. Dios me amó
cuando yo estaba muerto en delitos y pecados (Ef. 2.1). Si has estado en una funeraria, ha-

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brás visto lo pálida e inmóvil que luce una persona muerta. Nadie se va a enamorar de una
persona muerta porque luce sin vida. Sin embargo, cuando lucimos así, sin vida, Dios, que
es rico en misericordia, nos amó ¿puedes creerlo? Es aún más que eso porque la Palabra de
Dios dice que éramos Sus enemigos antes de conocerlo. Sin embargo, Dios nos amó (Rom.
5:10). Y ¿cómo es eso posible? Porque el amor de Dios no depende de ninguno de nosotros,
sino solo de Su carácter.

El amor de Dios es diferente al nuestro porque la mayoría de nosotros amamos por necesi-
dad. “Te amo porque te necesito”, decimos. “Te amo porque no puedo vivir sin ti”. “Te amo
porque tú me haces sentir bien”. “Te amo porque sin ti me siento solo”.

Todas esas frases expresan un amor egoísta del ser humano. Amamos porque necesitamos
a esa otra persona. El amor de Dios es muy distinto. Dios me ama sin necesitarme. Dios
me ama sin precisar mi compañía porque Dios no ama por necesidad.

Dios me ama porque quiere dar y quiere compartir conmigo lo que Él es; lo que Él tiene y
que yo no tengo. El amor humano piensa en lo que el otro puede dar. El amor de Dios pien-
sa en lo que Su amor puede dar.

Por eso dice Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, pa-
ra que todo aquel que cree en Él, no se pierda, más tenga vida eterna”.

C.S. Lewis trató de ilustrar el amor de Dios en una ocasión. Él explicaba y decía que, si us-
ted es abandonado por su cónyuge, a usted le va a doler porque usted ha perdido algo. Pero
si usted abandona a Dios, a Dios le duele también, pero no porque Él haya perdido algo, si-
no porque usted ha perdido algo.

Nosotros amamos al otro, e incluso a Dios, porque tenemos algún provecho que obtener;
pero Dios no nos ama porque Él obtiene algún provecho al hacerlo, sino porque yo tengo
algún provecho que recibir de Él. Dios quiere cambiar en nosotros esa forma interesada de
ser y de vivir. El amor de Dios es el único amor dadivoso.

Permíteme darte una lista de cómo es el amor de Dios:

El amor de Dios es Incondicional



El amor de Dios es eterno

El amor de Dios es dadivoso

El amor de Dios es Incomprensible.
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Ese es el amor que brota como resultado de la presencia del Espíritu Santo de Dios en ti,
Pablo está usando esta misma metáfora de la fruta para describir la conducta del creyente
en Romanos. 6:22 al igual que en Efesios. 5:9; y en Filipenses. 1:11.

Juan el Bautista también afirmó que el verdadero arrepentimiento produciría el “fruto” del
comportamiento ético concreto (Mateo 3: 8, Lucas 3: 8). Por lo cual el amor producido por
el Espíritu es como el amor de Cristo. Va más allá de la realización de la autojustificación
legalista (Lucas 10: 25-37).

Se trata de amar a nuestro Dios por sobre todas las cosas, incluso más de lo que tú amas a
tu familia (Lucas 14.26). Entonces piensa en esto ¿Amas demasiado a tu esposa o esposo,
hijo o hija, hermano, hermana, prima, primo, etc.? Bueno, debes amar muchísimo más a
Dios de lo que los amas a ellos.

¿Como no amar a un Dios que es amor y ama a sus hijos? (1 Jn. 4:8; Jn. 3:16). Ese amor sacri-
ficial hizo que enviara a su Hijo a morir por los pecadores y es la clase de amor que deben
mostrar los creyentes que están controlados, que viven en dependencia del Espíritu. Si tú
no estás reflejando ese “amor” que tienes por Dios, déjame decirte que estás actuando de
manera hipócrita e inconsistente cuando le cantas cada domingo.

Las características que Dios quiere ver en nuestras vidas son las nueve virtudes del fruto
del Espíritu. Pablo empieza con el amor, ya que todas las demás virtudes son el resultado
del amor. Solo podrás empezar amar, cuando ames a Dios primeramente, lo ames tanto que
hasta la Biblia vas a querer leer.

Yo no entiendo cómo Dios me ama aun conociendo todo lo que Él sabe de mí, yo no en-
tiendo como Dios te ama aun sabiendo todo de ti. Cuando uno comienza a amar a alguien,
solo conoce lo que esa persona le cuenta. Pero cuando Dios nos ama, Él lo hace conocien-
do lo peor de nosotros. Y nos ama así, con amor eterno.

Pregunta: ¿Y tú, estás reflejando aquello que dices amar?

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D ÍA 2

El fruto del Espíritu es... Gozo


Jorge Meléndez

“Pero el fruto del Espíritu es… Gozo.” – Gal. 5:22

No he conocido a nadie que no se empeñe en vivir confiada y alegremente. Todo lo que ha-
cemos esperamos que nos brinde un mayor nivel de alegría; pero ¿qué tal si te dijera que
esa alegría está disponible para ti, y no por algo que tú tengas que hacer sino por algo que
alguien ya hizo por ti?

Soy una persona alegre y bromista; y antes de ser salvado por el Señor no era diferente. Em-
pecé en la música desde pequeño y rápidamente me vi en vuelto en los mejores grupos mu-
sicales de mi ciudad, visitando gran parte del país ¿Te imaginas a un joven tocando su clari-
nete frente a miles de personas, bailando y al bajar del escenario posar para algunas fotogra-
fías al lado de guapas jóvenes? Sí, mi sonrisa no podía ser oculta ni fingida; pero al llegar al
hotel y pensar en el divorcio de mis padres, el momento vivido en el escenario no hacia di-
ferencia en la tristeza que albergaba mi corazón, y esa fue la mayor tristeza que me persi-
guió hasta que conocí a Jesús.

Pablo nos dice en Gálatas 5:22 que “El fruto del Espíritu es… gozo”. Esta es la segunda vir-
tud y consiste en una dicha, alegría, producto del Espíritu Santo. La RAE lo define así:
“Sentimiento de complacencia en la posesión, recuerdo o esperanza de bienes o cosas ape-
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tecibles”. La Concordancia Strong así: “alegría, i.e. deleite calmo”; James Swanson lo define
como “alegría, estado de regocijo y felicidad”. Al hablar del gozo es claro que nos estamos
refiriendo a una alegría profunda, no a felicidad pasajera. Conocemos a creyentes que no
parecen (porque no lo están) muy “gozosos”, “alegres” o “felices”; o tú puedes ser uno de
ellos, así que te diré cómo crecer en gozo.

Una gran verdad que Martín Lutero afirmó es que el Espíritu no obra fuera de la influencia
de la Palabra; así que es imposible que crezcas en gozo si no estás anclado a las Escrituras.
Quien no crece en gozo es porque no está convencido de la Palabra de Dios. Te pongo dos
ejemplos comunes en los que experimentamos la falta de gozo y cómo creer en la Palabra
hace la diferencia:

Culpa por pecar

Lo que más poder tiene para quitar el gozo, es el pecado y la terrible culpa que ocasiona. Al
pecar, el infierno completo parece gritar en nuestra contra. La conciencia nos acusa tratan-
do de engañaros para alejarnos del trono de la gracia. En ese momento el gozo se desvane-
ce y no se producirá por pasar un buen tiempo con amigos, por “distraerse” con cualquier
otra cosa, o tratando de justificarnos por el pecado (lo he intentado) ¡Solo se hace más abru-
mador y terrible! En ese momento sabemos qué debemos hacer: postrarnos de rodillas, re-
conocer la condición de pecador, y acercarnos a Aquel que murió a causa de nuestra conde-
na. “En él [Cristo] tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme a
las riquezas de la gracia” (Efesios 1:7), ahí al creer eso, el infierno guarda silencio, la culpa se va
y el amor y gracia me inundan. Ante el pecado y la culpa, Jesús es el Salvador y la fuente de
gozo.

Falta de provisión o incertidumbre

La escasez económica frecuentemente despierta preocupaciones que quitan el sueño y el


gozo. Una vida que disfrute del gozo del Espíritu es una vida aferrada la provisión y cuida-
do de Dios: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). Me aseguraré que comprendas lo que
trato de decir; Dios entregó a su Hijo para proveer lo necesario para salvarnos. Su Hijo es
lo más valioso y lo entregó por nosotros ¿Acaso no es la muestra del cuidado completo de
Dios a nosotros? ¿No podrá suplirte lo que necesitas según su voluntad? ¡Ya te dio a Su Hi-

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jo! Al conocer esto y creerlo, el gozo es naturalmente producido; es Cristo, la mayor provi-
sión y muestra de cuidado de Dios para ti y para mí.

¿Quieres experimentar un gozo profundo? Cree lo que la Palabra dice sobre quién eres
hoy: Perdonado, declarado inocente, hijo de Dios, amado por Dios, destinado a una glorio-
sa eternidad al lado de tu Creador y Salvador. No hay nada que pueda cambiar esto porque
no depende de ti, sino de Cristo y Su obra ¿Qué se puede comparar con esto? O ¿Cuál de-
be ser tu fuente de gozo? Ora a Dios, pídele que estas verdades se hagan presentes en tu co-
razón, y el gozo será producido por Él. Y recuerda: El gozo es el canto de un corazón ancla-
do en Jesús.

Pregunta: ¿Qué es lo que nubla el gozo en tu vida? ¿Qué no crees de lo que la Palabra
dice sobre esa situación? 

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D ÍA 3

El fruto del Espíritu es... Paz


Emmanuel Alfonzo

“Pero el fruto del Espíritu es… Paz.” –Gal. 5:22

En mayo de 2015, al lado de mi esposa y de toda su familia, la cual amo como mi familia,
nos tocó vivir la peor situación que jamás pudiéramos imaginar vivir en esta tierra. Como
muchas otras familias en México cada día, fuimos víctimas de una de las peores expresio-
nes de la maldad del ser humano caído: el secuestro de uno de mis cuñados y el posterior
asesinato de él y de mi suegro quien en su amor de padre y su comprensión del evangelio
(lo que Dios hizo por él al enviar a Jesucristo para salvarlo de la muerte eterna), valiente-
mente acudió a entregar el rescate monetario que estos criminales pedían.

Ochenta horas de terror desde que todo comenzó hasta que los sepultamos representaron
para nosotros los peores días de nuestras vidas y cada día que ha transcurrido hasta hoy ha
sido de profunda tristeza y dolor.

Textos como Filipenses 4:6,7,9 “6Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones de-
lante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. 7Y la paz de Dios, que sobrepasa todo en-
tendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. 9Lo que aprendis-
teis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros.” resonaban

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en nuestra mente y nuestro espíritu trayendo, en medio del dolor y las lágrimas, una paz
que sobrepasa, literalmente, todo entendimiento.

El breve funeral fue un evento de evangelismo y testimonio a la sociedad; el nombre de


Cristo, la fuente de nuestra esperanza, fue glorificado. Desde ese mismo día y hasta hoy
mucha gente le pregunta a mi suegra, a mi esposa, a mis cuñados que sobreviven, ¿Cómo
hacen para estar de pie? ¿Cómo tienen tanta paz? ¿Cómo un suceso como este no los des-
truyó por completo? y la respuesta es siempre la misma: La paz que, en su gracia, nos pro-
vee el Señor. Paz que no proviene de un esfuerzo humano por mantener una calma efímera,
sino que fluye naturalmente como una expresión del fruto del Espíritu Santo que opera en
la vida del creyente cuya fe, total confianza y esperanza radica en Cristo y en su obra reden-
tora en la cruz del calvario que nos garantiza la vida eterna en Su gloria.

¿Cómo es esto posible?

Para el cristiano, según la Escritura, la paz representa esta calma interior que viene como
resultado de la confianza total en la relación de salvación con Cristo. La forma verbal deno-
ta la suma perfecta de todas las cosas y se refleja en la noción de “tenerlo todo”. Esta paz
no tiene nada que ver con las circunstancias temporales.

Todos en algún momento hemos experimentado o experimentaremos circunstancias nega-


tivas, ya sea como consecuencia de nuestras decisiones o por causas ajenas a nosotros mis-
mos, que tienen el potencial de perturbarnos al punto de desequilibrar nuestra vida y nues-
tro entorno; ya sean de índole social, familiar, económico, en el área de la salud y tantas
más que pudiéramos mencionar.

Pablo nos recuerda una importante verdad en la carta a los Romanos 8:28: “28Y sabemos que a
los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son lla-
mados.” La cual, entendida correctamente, no promete que a los que aman a Dios, esto es a
los cristianos, jamás les acontecerá nada malo, sino que es una garantía de que aún las peo-
res situaciones (todas las cosas buenas y todas las cosas malas) que tuviera que atravesar co-
laborarán para su mayor bien, el cual es su salvación; como lo dijeran la mayoría de las con-
fesiones de fe “el mayor bien del hombre es conocer a Dios y disfrutar de su presencia para
siempre”. Esta verdad es una piedra fundamental para la fe del verdadero creyente la cual
trae estabilidad al momento de enfrentar la adversidad.

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Nuestro señor Jesús da estas preciosas palabras a sus discípulos enseguida de la promesa
del Espíritu Santo que vendría en su nombre y les (nos) enseñaría todas las cosas y les (nos)
recordaría sus palabras: “27La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se
turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” Juan 14:27. La palabra paz viene del hebreo shalom, que
se convirtió en un saludo para los discípulos después de la resurrección de Jesús haciendo
alusión a esta promesa de parte del Maestro, y que asegura particularmente la calma en
tiempos difíciles. Paz que desconocen aquellos que aún no son salvos.

Leí alguna vez, en un libro de Billy Graham, que hay dos clases de felicidad. Una nos llega
cuando las circunstancias son placenteras y estamos relativamente libres de problemas. El
inconveniente con esta clase de felicidad es que es fugaz y superficial. Cuando las circuns-
tancias cambian, y esto es inevitable, esta clase de felicidad se evapora como la neblina de
la mañana en el calor del medio día. Pero hay otra clase de felicidad. Esta segunda clase de
felicidad es paz y gozo internos y duraderos que sobreviven a cualquier circunstancia. Es
una felicidad que perdura, no importa lo que enfrentemos. Es curioso, pero puede que au-
mente en la adversidad. A la felicidad que nuestro corazón desea no la afecta ni el éxito ni
el fracaso, mora muy adentro de nosotros y nos da paz y contentamiento interiores, no im-
porta cuál sea el problema en la superficie. Es el tipo de felicidad que no necesita ningún
estímulo exterior.

Esta es la clase de felicidad que necesitamos. Esta es la felicidad por la que nuestras almas
claman y buscan sin descanso.

¿Hay esperanza de obtener esta clase de felicidad? ¿Hay alguna salida de nuestros proble-
mas? ¿Podemos hallar esa paz interior verdaderamente?

La respuesta rotunda, para todos y cualquier caso, es sí, siempre y cuando busquemos en el
lugar correcto.

Conclusión

Cristo Jesús es la única fuente verdadera de esta paz que nos es administrada por la obra
maravillosa del Espíritu Santo en nuestras vidas cuando lo hemos hecho a Él nuestro Señor
y nuestro Salvador.

El verdadero problema del hombre no son sus circunstancias temporales sino su condición
eterna delante de Dios. La falta de paz que experimentamos sin Cristo es un reflejo exter-

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no de un problema más grave interno que es nuestra separación, nuestra enemistad con el
Dios Santo de las Escrituras, y es solo al solucionarse este problema mayor, a través de con-
fiar en la obra perfecta de Cristo en esa cruz que nos reconcilia con Dios que podemos ex-
perimentar la verdadera paz interior.

“1Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; 2por
quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la
esperanza de la gloria de Dios. 3Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sa-
biendo que la tribulación produce paciencia; 4y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; 5y la espe-
ranza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos fue dado.”  Romanos 5:1-5

Pregunta: ¿Y tú, cómo has experimentado la paz de Dios? 

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D ÍA 4

El fruto del Espíritu es... Paciencia


César Custodio

“Pero el fruto del Espíritu es… Paciencia.” –Gal. 5:22

La real academia define la palabra paciencia como la “capacidad de padecer o soportar algo
sin alterarse”, lo cual resulta interesante ya que deja en el humano el peso de poder contro-
lar su resultado. Si bien es cierto que existen muchas formas y métodos en los cuales se pue-
den, hasta cierto punto, controlar las reacciones, todos tienen el mismo problema de fon-
do, su éxito radica en el poder de decisión de la persona.

El reto es imposible ya que, aunque el hombre sin Cristo pueda aparentar tener tiempos o
temporadas momentáneas de control sobre sus reacciones, el problema radica en el cora-
zón. Así que, no importa qué método se use, el problema siempre estará ahí.

Pablo, -sí el gran Pablo- expresa en la carta a los Romanos su humanidad pecaminosa e in-
capacidad personal de la siguiente manera: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta
ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva
cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará
de este cuerpo de muerte?”

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Este enunciado nos muestra una tremenda verdad expresada por uno de los hombres más
influyentes de la fe cristiana. Todo lo que intentamos con nuestra voluntad, tarde o tempra-
no reflejará nuestra verdadera condición: nuestra naturaleza humana pecaminosa. No es lo
mucho que queramos hacer el bien, ni los métodos, meditaciones y demás las que provoca-
rán hacer el cambio. La realidad es esta: no podemos cambiar por nosotros mismos, no im-
porta cuántas veces, ni cómo lo intentemos.

Esto es un problema con una única solución, el glorioso evangelio de Jesucristo y su poder
regenerador en nuestras vidas. En Ezequiel 36:26 encontramos esta promesa, “Os daré corazón
nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os
daré un corazón de carne.” Promesa que se cumple por medio del sacrificio de Jesucristo.

Dios no nos promete que hará mejor nuestra naturaleza humana, o que reparará nuestros
corazones quebrantados. No, la promesa es que nos dará nuevos corazones y espíritus rec-
tos. Nuestra naturaleza pecaminosa es demasiado depravada para ser reparada.

Es importante establecer esto en nuestras vidas y constantemente recordarnos de esta reali-


dad ya que esto nos pondrá en una perspectiva real del fruto del Espíritu. Si entendemos
bien esto seremos agradecidos con aquel que “arrancó” nuestro corazón de piedra y nos dio
un corazón de carne.

Es por eso que es el fruto del Espíritu (Dios mismo) no nuestros propios actos. Somos di-
chosos en ser meramente canales para la manifestación del fruto del Espíritu para testimo-
nio, servicio y beneficio de otros. Mientras más entendemos esta verdad, más humildes y
agradecidos seremos cada día.

En Romanos 2:4, cuando Pablo nos habla sobre el justo juicio de Dios vemos que hemos si-
do alcanzado por medio de Su benignidad y paciencia, las cuales son características que le
pertenecen exclusivamente a ÉL. La paciencia de un Dios justo que por amor espera por
aquellos que han de responder a su llamado es una muestra del carácter de Dios. Cuánta
misericordia puede mostrar un Dios Santo por aquellos que alcanza.

Esto le da una perspectiva correcta a la “paciencia” que debemos ejercer con otros. Regular-
mente pensamos que la paciencia es el esfuerzo personal que debemos hacer para entender
a otros en su proceso de cambio, si es así, esto es un esfuerzo meramente humano que, aun-
que a veces parezca espiritual, no lo es. La verdadera paciencia es aquella que nace de Dios

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la cual nos guía en los momentos o situaciones difíciles y nos da paz, ya que nos hace saber
que Dios tiene el control de todo.

Dios va desarrollando en nosotros paciencia para otros mientras más nos dejamos guiar
por Él. Su poder y bondad para nuestras propias vidas son necesarias para que, así como las
otras virtudes del fruto del Espíritu, la paciencia cada día sea más visible en nuestras vidas.
Cuando nuestra perspectiva es clara sabemos que las pruebas son la manera de Dios para
perfeccionar la paciencia. “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas prue-
bas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa,
para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” Santiago 1:2-4

Mientras más crecemos en la fe, más la paciencia debe manifestarse en nuestras vidas y re-
flejar el carácter de Cristo. Seamos agradecidos, busquemos sus propósitos y recordemos
sus promesas, las cuales son una extensión de su amor, la misma extensión que debemos te-
ner por otros.

Pregunta:¿Estás siendo paciente con los demás o aún necesitas que Dios trabaje con-
tigo para que seas más paciente? 

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D ÍA 5

El fruto del Espíritu es... Benignidad


Rafael Zúñiga

“Pero el fruto del Espíritu es…Benignidad.” –Gal. 5:22

Continuando con la serie, nos encontramos en la parte donde el fruto del Espíritu está en
relación con nuestro prójimo. Como bien sabemos, el trabajo del Espíritu Santo no es solo
dirigirnos a una relación correcta con Dios, sino también con los de nuestro alrededor. La
meta del Espíritu de Dios es que nos parezcamos más a Cristo; es guiarnos a toda verdad y
a vivir vidas santas, que representen bien el carácter de Jesús. Y uno de los efectos que el
Espíritu produce en nosotros es el de la benignidad.

Comencemos por definir lo que es la benignidad. En primer lugar, no significa que uno ten-
ga el carácter débil o que tenga falta de convicciones. Es más bien, ser apacibles en nuestro
trato; dulces y tiernos con los demás. También es ser pacífico, gentil, sin rencores y ama-
bles con los demás (Lc. 6:35). A diferencia del fruto siguiente de la bondad, pudiéramos de-
cir que la benignidad es una disposición interna y pasiva de hacer el bien a los demás. Digo
pasiva, porque la bondad se refiere a la manifestación externa y activa de la benignidad.
Una tiene que ver con el sentir interno hacia los demás, mientras que el otro se relaciona
con el bien hacer a otros.

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Ambas son puestas por el Espíritu de Dios en nuestros corazones, y como decía Martyn
Lloyd-Jones que, toda la Escritura tiene un orden lógico, es necesario saber por qué está co-
locado justo allí y por qué debemos tener el fruto de la benignidad bien desarrollado en
nuestras vidas.

Dios es benigno

El Espíritu de Dios desea que seamos benignos por la simple razón de que Dios es benig-
no. Tenemos a un Dios que es dulce y tierno con nosotros. El salmista lo decía así: “No nos
castiga por todos nuestros pecados; no nos trata con la severidad que merecemos” (Sal. 103:10, NTV).
Dios no ha sido severo en su trato para con nosotros, aún cuando puede serlo. Nuestro pe-
cado es suficiente razón como para que Él pueda consumirnos, pero Él ha decidido ser mi-
sericordioso, amoroso y perdonador con nosotros (Lam. 3:22-23).

Jesús es benigno

Bien dijo nuestro Salvador: “¡Los que me han visto a mí han visto al Padre!” (Jn. 14:9; NTV). Si
Dios es benigno, podemos tener la certeza de que Jesús también lo es. Él es la representa-
ción exacta del Padre. Me encanta ver en los Evangelios que Jesús era tierno con todos los
necesitados. Vemos a un Cristo que sana leprosos, que acepta a los niños, que resucita
muertos, y que escucha el clamor de hombres que no pertenecían a su país. También lo ve-
mos teniendo buen trato con las mujeres, y con mujeres que eran adúlteras ante la socie-
dad. No las trata ásperamente, sino que les extiende el perdón que solo Él puede dar. No
las juzga, sino que les da el agua viva que quita toda insatisfacción. Aún lo vemos en sus últi-
mos momentos de vida, tratando con dulzura al pecador al lado de Él en la cruz. No le di-
ce: “Hoy estarás muriendo en el infierno”, sino que en su benignidad le da las palabras de
aliento más grandes que un moribundo puede escuchar: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en
el paraíso” (Lc. 10:43, NTV). Jesús es el ejemplo más grande de benignidad y ternura, y el Es-
píritu Santo desea fervientemente que nosotros seamos como Él. “Al discípulo debe bastarle
con ser como su maestro” (Mt. 10:25, RVC).

Ser benigno da gloria a Dios

La finalidad de ser benigno es dar gloria a Dios. Jesús enseñó en el Sermón del Monte que
los cristianos somos luz en un mundo que día a día se oscurece más, con el fin de que todos
los de nuestro alrededor vean y den gloria a Dios por nuestras buenas acciones (Mt. 5:16).
El único que puede darnos la gracia para vivir agradablemente es el Espíritu.
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En especial, debemos ser benignos con aquellos que son nuestros enemigos, con aquellos
que no son de nuestro agrado. Tenemos esta disposición carnal fatal de ser parciales, de de-
cir “tú sí, tú no”. Esa no es la voluntad de Dios. Él hace salir el sol sobre buenos y malos.
No hace diferencia sobre esto. Jesús mismo dijo que no hay gran recompensa en ser bue-
nos con quienes son buenos con nosotros (Mt. 5:45-46). Es muy sencillo hacer esto. Aún
por naturaleza humana, esto es trabajo fácil. Nos agrada estar con aquellos a los que les so-
mos agradables. Pero el Espíritu está para impulsarnos a hacer aquello que nos parece im-
posible, para poner en nosotros un espíritu tierno y dulce para con los que nos hacen mal y
nos desprecian.

Así como todo fruto en lo natural tiene un proceso de maduración, también en lo espiri-
tual es cierto. Debemos cooperar con el Espíritu Santo en este proceso de santificación. Él
da la gracia y el poder, y nosotros disponemos el corazón y la voluntad para vivir de la for-
ma en la que Él desea. Jesús mismo nos da las claves para ser benignos con otros en el Ser-
món del Monte:

“Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian,
y oren por quienes los persiguen…” –Mt. 5:44

¿Quieres madurar en la benignidad? Ama, bendice, haz el bien y ora por tus enemigos. Sé
servicial con ellos. No guardes rencor. No te alegres cuando tus enemigos tropiecen, sino
ten compasión de ellos y siempre mantente dispuesto a amarlos en momentos así. No criti-
ques ni seas áspero con los demás, sino siempre ten en tu boca una palabra de edificación
para sus vidas. Ten por seguro que, al cooperar de esta forma con el Espíritu, tu vida será
un reflejo del carácter tierno y humilde de Cristo, y Dios será glorificado.

Pregunta:¿Cómo está siendo tu trato hacia los demás? 

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D ÍA 6

El fruto del Espíritu es... Bondad


Juan Paulo Martínez

“Pero el fruto del Espíritu es… Bondad.” –Gal. 5:22

Cuando le anuncié a mi esposa que escribiría un artículo sobre la bondad, me dijo de inme-
diato: —Cariño, te hace mucha falta escribir sobre eso.

Les diré algo sobre mi esposa: es muy bromista. Pero detrás de su broma existe una gran ver-
dad, y es la de que todos necesitamos meditar más en la bondad. Practicar más la bondad.
Comunicar más la bondad.

Gálatas 5.22 dice que la bondad es una de las virtudes del fruto del Espíritu. Esta afirma-
ción refiere tácitamente otra realidad. La bondad -la bondad cristiana- solo se produce en
el corazón regenerado. Esto quiere decir que un acto de bondad como ordinariamente se
calificaría, por ejemplo, el dar pan a un necesitado no es fruto del Espíritu en sí mismo
cuando proviene de un hijo de Adán. En estos casos se trata de la gracia común. De la mis-
ma gracia que hace que los malos alimenten a los suyos (Mt. 7.9) y que el sol salga sobre to-
dos los hombres cada día (Mt. 5.45). No se trata, pues, de la bondad de Gandhi o del Dalai
Lama. Se trata de la bondad que nace desde el corazón de Dios hacia el corazón de sus hi-
jos, y que obra en nosotros a favor de los demás en el carácter y conciencia de Cristo.

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La bondad como fruto del Espíritu es singular. La transliteración del término griego es
“agathosune”, que proviene de “agathos”. Esta palabra significa «Bien». En este caso el tér-
mino tiene una connotación moral. Es el principio de recibir y dar beneficio al prójimo.
William Hendriksen dice que la bondad “es la excelencia moral y espiritual de toda descrip-
ción creada por el Espíritu. En el presente contexto, ya que es mencionada después de la
benignidad, se refiere especialmente a la generosidad de corazón y de hechos.”

Efesios 5.9 dice que la luz de la santidad de Dios, o el fruto de la luz, produce en nosotros
“solo cosas buenas, rectas y verdaderas” (NTV). La bondad se opone a “toda amargura, furia, enojo,
palabras ásperas, calumnias y toda clase de mala conducta” (Ef. 4.31, NTV). No es posible produ-
cir bondad y al mismo tiempo cualquiera de estos pecados.

El fruto del Espíritu, la virtud de la bondad ocurre en la obediencia a la Palabra de Dios.


No que siendo obedientes se produzca el fruto. Sino que la virtud del fruto es obediencia.
Y esta obediencia surge de la misericordia de Dios hacia nosotros y se alimenta de nuestra
santidad. De una voluntad regenerada que quiere amar y ser bondadosa para la gloria de
Dios.

Tener bondad es ser generoso y amable como Jesús. Él practicaba las excelencias espiritua-
les de modo perfecto. Nosotros, en la fe, podemos participar de esa virtud cada día cuando
asistimos a los nuestros con el cariño regenerado y también cuando abrazamos amorosa-
mente al prójimo en la calle, en la escuela o en el trabajo con nuestro calor humano impreg-
nado del divino amor del Padre.

Donde hay amabilidad y generosidad cristiana hay bondad redimida. Es esta bondad la que
precisa el mundo perdido para reconocer en nosotros a Jesús. Es por esto por lo que la bon-
dad evangélica es tan distinta. Porque sale al encuentro del otro con la firme intención de
ofrecer el mensaje de redención. Es una bondad que no viene sola, sino que trasciende el
acto del obsequio único para convertirse en un acto misionero, integrador y valiente, de ti-
po permanente. El que tiene esta bondad siempre está abierto para los demás, así como Je-
sús lo estaba: “El que a mí viene no lo hecho fuera” (Jn. 6.37).

Pregunta:¿Estás siendo afectuoso y bondadoso con los demás?

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D ÍA 7

El fruto del Espíritu es... Fe


Eunice Arguelles

“Pero el fruto del Espíritu es… Fe.” –Gal. 5:23

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” –Hebreos 11:1

Hemos escuchado hablar mucho de ella, sabemos que es importante y aun así, podemos no
saber con certeza lo que la fe es y qué papel significativo tiene en nuestra vida espiritual, ya
que sin ésta no hay vida espiritual y en consecuencia no puede haber un fruto espiritual.

Recuerdo que al principio cuando recién tuve un encuentro con Dios, fue como si hubiera
recibido unos nuevos ojos al mundo, tenía las mismas circunstancias a mí al rededor, pero
nada era igual, hasta respiraba diferente. Conforme fui leyendo la palabra de Dios y el Espí-
ritu Santo me dio el entendimiento para comprender que lo que leía estaba dirigido a mí,
mi vida fue diferente. Por ejemplo, cuando leí Isaías 43:2 que dice “Cuando pases por las aguas,
yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la lla-
ma arderá en ti.”; creí que Dios me lo decía a mí, ¡porque así era!, por lo que empecé a tomar
diferentes decisiones en mi vida; el temor se fue, la tristeza se fue, la inseguridad se fue, la
soledad se fue; y todo eso fue sustituido por Su amor, gozo y paz. Todo empezó por la fe,
de no haber creído a Su palabra, no habría experimentado sanidad o cuando detuvo una tor-

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menta justo antes de un evento evangelístico o en una ocasión una balacera para que pudié-
ramos hacer una actividad juvenil.

La fe es…
Seguridad en algo invisible.

Como vemos en Hebreos 11:1, es por medio de la fe que podemos ir más allá de lo que ve-
mos, oímos o sentimos; nos permite adentrarnos en el mundo espiritual; acercar el reino
de Dios a la tierra. La fe nos es dada para que podamos acercarnos a Él, como dice Hebreros
11:6 “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le
hay, y que es galardonador de los que le buscan.”; es imposible acercarnos a Dios sin fe, dado que
a Dios no lo podemos percibir con nuestros sentidos naturales, necesitamos un medio espi-
ritual para comunicarnos con Él y experimentar su presencia y poder. Por medio de la fe sa-
bemos que Dios es y lo podemos conocer.

Un don de Dios.

Todos los seres humanos tenemos una medida de fe que Dios nos da como regalo, sin mere-
cerlo, sin pedirlo (Hebreros 12:3c).

Ilimitada.

Como sabemos es un regalo de Dios y todos tenemos cierta medida de fe, sin embargo, a
partir de ahí depende de nosotros si ejercitamos nuestra fe, ésta crecerá.

La fe como virtud del fruto del Espíritu…

En Gálatas 5:16- 26, podemos observar la lucha entre el Espíritu y la carne, ya que se opo-
nen entre sí. La carne siempre nos va a llevar a satisfacer nuestros deseos vanos y tempora-
les, mientras que el Espíritu nos llevará a Dios.

La carne nos llevará a dudar. La incredulidad es el peor pecado, ya que de éste se derivan
los demás. Una vez que empezamos de dudar de la veracidad de la palabra de Dios, empeza-
mos a dudar de todo lo demás concerniente al Reino de los cielos.

Si aplicamos esta premisa a la fe, nos podemos dar cuenta que es el Espíritu Santo el que
nos permite conocer a Dios y darnos cuenta que la Palabra de Dios es la verdad y esto lo
podemos encontrar en Juan 16:13. Cuando encontramos la verdad nuestra fe aumenta, al

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conocer los testimonios de su poder, las promesas de amor, las profecías cumplidas y el
más grande acto de amor de la historia; la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Si leemos la Biblia sin fe, no es más que otro libro que se suma al intelecto, palabras sin
trascendencia; por otro lado, si la leemos con fe y con el Espíritu Santo como nuestro guía,
las palabras cobrarán vida y así podremos conocer a Dios como si estuviera junto a noso-
tros en la misma habitación.

Siguiendo la parábola de Lucas 17:6, en donde habla la fe como un grano de mostaza, (el cu-
al es de las semillas más pequeñas que existen) podremos decir a un árbol que se mueva de
lugar y éste se moverá. Todos nosotros tenemos este granito de mostaza cuando nos acerca-
mos a Dios, conforme vamos creyendo en Él y en Su Palabra, nuestra fe va aumentando, va
echando raíces, van creciendo arbustos, hasta que se hace un gran árbol y damos fruto; na-
turalmente y sin esfuerzo (Salmos 1:3). Entre más tiempo pasamos con alguien, fácilmente
nos podemos dar cuenta si es digno de confianza, si cumple lo que dice, si es congruente
con sus palabras y en base a eso depositamos nuestras esperanzas en esa persona; así mis-
mo es con Dios. Entre más tiempo pasemos con Él, fácilmente le seremos fieles y confiare-
mos sin dudar en Él. De esta forma el Espíritu Santo tiene libertad de obrar en nosotros y
somos transformados en Su presencia a causa de su poder y amor.

¿Tenemos la fe suficiente para que Dios nos muestre su gloria y pueda ver en nosotros su
fruto hasta ver su obra cumplida?

Pregunta: ¿Tenemos la fe suficiente para que Dios nos muestre su gloria y pueda ver
en nosotros su fruto hasta ver su obra cumplida? 

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D ÍA 8

El fruto del Espíritu es... Mansedumbre


Walter Jolón

“Pero el fruto del Espíritu es… Mansedumbre.” –Gal. 5:23

La mansedumbre es una gracia

Es una gracia porque no la podemos poseer por nosotros mismos; es una obra exclusiva del
Espíritu Santo. Esta y las otras virtudes del fruto solo están presentes en la vida de un cre-
yente cuando esa vida en su demostración de carácter y conducta es afectada por la resu-
rrección y el nuevo nacimiento que el Espíritu Santo lleva a cabo dando vida a aquellos que
estaban muertos en sus delitos y pecados (Ef. 2.1).

Cuando el Espíritu de Dios toma a una persona por habitación y mora allí, con gran certe-
za podemos afirmar que habrá fruto, esa persona será tierra fértil para que brote el fruto
del Espíritu y con Él la virtud de la mansedumbre. Un hombre con esas características en
su carácter y comportamiento será acreedor de las hermosas palabras de bendición que Je-
sús declara en el Monte de las Bienaventuranzas cuando dice: “Bienaventurados los mansos,
porque ellos recibirán la tierra por heredad.” (Mt. 5.5).

Jesús es manso

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La máxima expresión de la mansedumbre es Jesús, sus memorables palabras “aprendan de mí
que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11.29) traspasan las edades y trascienden hasta la mis-
ma eternidad porque Él no cambia. Cuando fue humillado, torturado y castigado hasta la
muerte no profirió palabras de maldición, no injurió a ninguno de sus adversarios, no insul-
tó a sus verdugos; aquellos hombres que se mofaban del Mesías en su estado más débil, crí-
tico y vergonzoso cuando decían “si eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz”
(Mt. 27.40) no escucharon palabras de resentimiento ni de amargura como respuesta, al con-
trario, el Manso y Humilde fue su intercesor, su intermediario ante el Padre, oró y pidió a
Dios perdón por la manifestación grotesca de ignorancia de esos hombres: “Padre, perdóna-
los porque no saben lo que hacen” (Lc. 23.34); Jesús estaba vacío de orgullo y desbordante en man-
sedumbre y amor.

La mansedumbre es sabiduría

Ser manso no tiene nada que ver con ser tonto o dar señales de debilidad, como muchos lo
hacen ver cuando dicen: “soy manso, pero no menso”. En mi país, Guatemala, eso significa
“soy alguien tranquilo, pero no soy alguien tonto de quien puedes aprovecharte”, esas pala-
bras se dicen de esa manera para hacer saber a las personas que no se pueden aprovechar
de su actitud pacífica y amable. Quizá ese dicho puede venir de alguien donde el Espíritu
Santo no habita, pero esas palabras no deberían de proceder de un cristiano, si así ha sido,
este un buen momento para corregir.

No hay insensatez alguna en la mansedumbre. Nadie es tonto porque es manso, al contra-


rio, el que es sabio será manso, y ser manso siempre será una actitud de sabiduría, y tam-
bién humildad. Actuar en mansedumbre siempre será una respuesta en búsqueda del benefi-
cio de los demás y actuar de esta manera principalmente hará que nos parezcamos más a
nuestro Salvador.

Viviendo en mansedumbre

La mansedumbre no es debilidad de carácter, al contrario, una persona que no reacciona


de manera violenta o airada posee un carácter fuerte que antepone la virtud ante el deseo
carnal. ¿Es fácil responder con mansedumbre? Regularmente no lo es, el apóstol Pablo dijo
que el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne (Ga. 5.17),
entonces ¿es imposible ser manso? No, si el fruto del Espíritu está presente y soy responsa-
ble de evidenciarlo.

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Cuando actuamos con mansedumbre cedemos por amor hacia los demás, actuamos en be-
neficio de otros porque la mansedumbre es lo opuesto a los arranques de ira, la impulsivi-
dad y el trato áspero y tosco hacia las demás personas.

Cuando pienses que alguien ha sido injusto contigo: tu jefe, tu mamá, tu esposo, tu esposa,
tu hijo, la vida misma, no importa quién, piensa también en que Jesús recibió muchas injus-
ticias, no las de los demás, sino las tuyas y también las mías, nuestras injusticias fueron
puestas sobre Él, y el peso del pecado le costó Su propia vida.

“5Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. 6Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cu-
al se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. 7Angustiado él, y afligi-
do, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, y no abrió su boca.” —Isaías 53.5–7, RVR60

Meditemos en estas palabras para que sean siempre parte de nuestra vida y sean aplicadas
al ver nuestra responsabilidad como creyentes y ser asistidos por el Espíritu Santo: “Angus-
tiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.”

Actuemos con mansedumbre, aún en contra de nuestra propia comodidad, aún en nuestro
demérito y el daño de nuestra reputación. Ante la angustia y la aflicción, ante la tensión
que surge muchas veces en el hogar con el cónyuge o los hijos, los padres u otras personas,
la fricción que se vive muchas veces en el lugar de trabajo, o en el centro de estudios; aún
frente a nuestros enemigos, que la mansedumbre tape nuestra boca y aprisione nuestros
pensamientos para que seamos capaces de responder sin enojo ni resentimiento, que la
mansedumbre sea una virtud que madura junto con las demás virtudes, porque entonces se-
rán una realidad en nuestras vidas las palabras de nuestro dulce Salvador: “aprended de mí”
(Mt. 11.29), así seremos imitadores y nos pareceremos cada día más a nuestro amado Maes-
tro, Señor y Salvador Jesucristo.

Pregunta: ¿Estás dispuesto a ser manso aunque eso no resulte en beneficio para ti? 

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D ÍA 9

El fruto del Espíritu es... Templanza


Pablo Gutiérrez

“Pero el fruto del Espíritu es… Templanza.” -Gal. 5:23

Recuerdo que desde pequeño he tenido que batallar con algo que no me enorgullece en lo
más mínimo: mi mal carácter. ¿Has visto alguna vez algún remedio efervescente al ser pues-
to en contacto con el agua? O peor aún ¿alguna vez has dejado una olla de presión sin super-
visar? ¿Cuál fue el resultado?

Viene a mi mente una memoria de infancia: hubo una ocasión, en mi casa paterna, en la
que una olla de presión que contenía frijoles negros (un plato que no puede faltar en las ca-
sas de las familias guatemaltecas) se dejó sin supervisión, sin control. Como familia salimos
por un momento, y alguien se olvidó la olla puesta al fuego; al volver, lo que encontramos
fue algo desastroso: la olla había estallado, lanzó los frijoles al techo y dejó una mancha bas-
tante caprichosa (esa mancha quedó tan impregnada, que por años no salió del techo).

Esta historia es muy útil para ilustrar los resultados que tiene la falta de templanza, o domi-
nio propio. El no saber controlar nuestro temperamento nos puede meter, muchas veces,
en problemas que a veces tienen consecuencias lamentables.

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¿Qué es la templanza?

El origen de la palabra proviene del latín temperantia, y tiene que ver con moderar algo en
su temperatura. Coincidentemente, la temperatura del cuerpo se eleva cuando nos enoja-
mos; muchos expertos proponen muchos métodos para lidiar con el enojo, y controlar la
ira.

Muchos de estos consejos son de bastante utilidad si se ponen en práctica, y quizá ayuden
a controlar un arranque de enojo, de ira, en un determinado momento, sin embargo, la ira
volverá a aparecer eventualmente, tarde o temprano.

Aunque el enojo y la ira son emociones completamente naturales (Ef. 4:26) la Biblia nos lla-
ma de manera tajante a no pecar al estar enojados. ¿Cuándo fue la última vez que, al estar
enojado, dijiste algo que aún hoy lamentas? ¿O Cuándo fue la última vez que, airado, hicis-
te algo que te acarreó consecuencias que se hubiesen podido evitar?

Respondiendo la pregunta que encabeza esta sección, me atrevo a proponer la siguiente de-
finición: la Templanza es la cualidad que tiene el cristiano, por providencia del Espíritu San-
to, para poder controlar de manera sobrenatural, una emoción natural.

Te invito a que reflexiones y medites en lo que esto significa.

Jesús se enojó… y esto también nos apunta al evangelio

En el capítulo 2 del evangelio según Juan, vemos del verso 13 al 17, el relato que nos muestra
a nuestro Señor, por mucho, muy enojado.

En efecto, Jesús se enojó, pero la causa de su enojo fue un celo por la santidad de la casa de
su Padre (tal como lo vemos en el pasaje citado), y de ninguna manera pecó al hacer ver
que lo santo y sagrado que representaba el templo, estaba siendo menospreciado y tomado
como nada.

Debido a que los episodios en que yo me enojo están generalmente (por no decir siempre)
lejos de ser ocasionados por las mismas razones que ocasionaron el enojo del Señor, es acá
donde se me hace necesario entender lo que el mensaje del evangelio me dice a este respec-
to: la mala noticia es que inevitablemente de este lado de la eternidad, me voy a seguir eno-
jando y quizá pecando en ese enojo.

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La buena noticia (el evangelio) es que puedo confiar en que sobrenaturalmente, el mismo
Espíritu que levantó a Cristo de los muertos, está produciendo en mí una transformación
continua y progresiva, de manera integral queriendo esto decir que, mi carácter también es-
tá siendo moldeado; y en caso de pecar airado, saber que hay gracia suficiente y que puedo
correr ante el Trono de la gracia para hallar oportuno socorro.

Esta es la esperanza que como cristianos tenemos: estamos siendo mudados y transforma-
dos días tras día, aunque muchas veces no nos lo parezca, y el Espíritu Santo produce fruto
en nosotros, para la sola gloria de Dios y para santificación nuestra. Aquel que comenzó en
nosotros la buena obra es fiel para completarla (Fil. 1:6).

Pregunta: Y tú ¿batallas con mal carácter? ¿trae esperanza a ti saber que estás sien-
do perfeccionado y que has sido empoderado para templar tu carácter de manera so-
brenatural?

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